941. Definición
de ‘cifras oficiales de un gobierno leídas por un tarado ideológico’: dícese de
lo que rebate sin matices o suscribe a cierra ojos un Julio César Londoño o una
Vicky Dávila según por quién hayan votado para presidente. Definición de
‘tarado ideológico’: dícese del facho de izquierdas o de la mamerta de derechas
que, imposibilitados para disparar con ambas manos por carecer de una así como
del ojito del costado de que son mancos, disparan siempre sobre el mismo y
previsible muerto.
942. Leyendo
la biografía de Bruno Schulz, me cuenta la Wikipedia que “en el año 1910 supera
el examen de bachillerato y es calificado con un sobresaliente. Su diploma de
bachiller lleva la anotación: ‘Capacitado para los estudios universitarios’”. En
este presente nuestro que ya dura décadas, tal tipo de aclaraciones no se
precisan ni para matricularse en una universidad, ni para graduarse de un
pregrado, ni para cursar una especialización, maestría o doctorado, programas
de los que el estudiante podrá salir airoso sin mayores contratiempos y con lo
mínimo requerido; esto es, haber entregado cumplida o presurosamente los
trabajos que figuraban en el ‘syllabus’, ejercicios que el encargado de la
asignatura devolverá con altas o altísimas calificaciones en un noventa y nueve
por ciento de los casos, aunque curiosamente sin ninguna justificación docente
que sustente el despilfarro. Ojalá llegue el día -primero se nos adelanta la
parusía- en que una escuela dirigida al fin por educadores vocacionales e idóneos
plantee una nueva definición para la frase “analfabeto funcional”: Decíase del
ignorante supino que, pese a no saber siquiera lo mínimo requerido hoy para
recibirse de bachiller y gracias a que pagaba sumas ingentes para hacerse con
tal o cual título universitario, exhibía en su currículo, plagado de faltas
ortográficas y de anacolutos, entre uno y cien diplomas en esto y lo otro.
Adenda:
que sepa asimismo la posteridad que, empresas a fin de cuentas, las
universidades públicas y privadas de gran parte de Occidente dieron en copiar
las promociones de los hipermercados y empezaron a ofrecer, “por presios muy
modicos”, dos y hasta tres títulos de pregrado y posgrado que “el halumno podra
curzar en el mismo tiempo que le llebaria curzar a penas uno”.
943. “Una
cosa es ser banal, estúpido e idiota por dentro, y otra muy distinta es
plasmarlo por escrito”: el espacio que se recuperaría en todas las bibliotecas
del mundo (desde la más pequeña y humilde de un pueblo que ni siquiera figura
en el mapa hasta la Gabriel García Márquez o la del Trinity College) si,
encendido siempre el vergonzómetro, el que escribe supiera de antemano el lugar
que merecen sus títulos. ¿O por qué creen ustedes que yo resolví no cumplir con
el depósito legal que me exige la ley y dejé que a La astilla en la carne y a
‘Speculum mundi y otros relatos’ los devorara anticipadamente el olvido y el
polvo virtual de la editorial-fantasma en que los publiqué?
944. Ni
progre ni reaccionario, ni facho de izquierdas ni mamerto de derechas, ni woke
ni libertario: racional hasta la médula… o sea, reformista.
945. “Los
autócratas de nuestros tiempos entienden la importancia de ser percibidos como
demócratas. Al menos al principio. Pero muy pronto sacan a relucir su
disposición a realizar las más extravagantes contorsiones para proyectar una
imagen de legitimidad democrática, al mismo tiempo que utilizan su poder para
socavar el Estado de derecho. No declaran abiertamente su intención de acabar
con la democracia, sino que la erosionan sigilosamente, día a día, semana a
semana, desmantelando aquello que fingen proteger. Se trata de dar un golpe de
Estado, pero en cámara lenta. Dar un golpe de Estado es tomar el poder
ilegalmente, por medios violentos o anticonstitucionales. El golpe clásico es
un terremoto político, con dramáticas escenas de tanques por las calles o
aviones bombardeando el palacio presidencial. El autogolpe, en cambio, es una
variante en la que el líder democráticamente electo usa su posición para
desmantelar el orden constitucional y perpetuarse en el poder” con el
espaldarazo no sólo de sus incondicionales, los sectarios esperpetristas o
bukelistas o mileístas o trumpistas de turno, sino con el de millones de irreflexivos
que, incapacitados para leer en el carácter autoritario del candidato y en
ocasiones también en sus antecedentes penales y políticos, le sirven de idiotas
útiles con su voto y su negación de lo evidente y manifiesto: verbigracia, la
catadura -la cara dura- extremista y arbitraria de dos sujetos con prontuario
que, como en el caso del estadounidense y el colombiano, deberían haber estado
presos y por consiguiente imposibilitados no ya para gobernar, sino para votar
inclusive. Dos años antes de que los gringos se enteren de la suerte que corrió
su democracia a manos de los setenta y tres millones que votaron por la previsible
tiranía plutócrata en componenda con los millones que se abstuvieron, los
colombianos sabremos qué fue de la nuestra tan imperfecta y, sin embargo, tan
merecedora de que se la defienda con uñas y dientes. O con la vida si se
precisara.
946. “La
amenaza está clara. En el Este enfrentamos al imperialismo armado y violento de
Putin. En el Oeste, el imperialismo extractivista de Trump. Más allá, no hay
que sobrevalorar el deseo de estabilidad del sistema económico mundial que
muestra China: en lo político, busca aniquilar la universalidad de los derechos
humanos y se emplea activamente para apoyar a dictaduras opresoras e incluso
agresoras. Por mucho que hable suave, es un dragón, no un panda”: pero lo
triste va a ser que los rigores y padecimientos de una eventual consolidación geográfica
e ideológica rusochina no los van a sufrir en carne propia los hideputas que, viviendo
hoy en Occidente y amparados por las garantías de sus democracias, contra ellas
disparan al tiempo que le atusan los bigotes a la fiera bicéfala y la
aguijonean para que las mine y menoscabe, sino generaciones -a saber cuántas- que
nada habrán tenido que ver con la mala leche y la miopía temeraria de los
desleales.
947. Y
de ahí, Hetícor, que yo no contraponga -sino que yuxtaponga- esto de acá con
eso de allá, y por ende que tampoco a las Wagenknecht con las Weidel, a los
Iglesias con los Abascal, a los Mélenchon con las Le Pen… (todos tan sumamente
bien avenidos en su admiración servil hacia el bicho del Kremlin -aunque esa es
harina de otro costal-):
“…Abro
una hoja al azar: ‘Reductio ad absurdum, toda exageración será corregida por la
exageración contraria’.
Borges
está hablando de las escuelas literarias francesas que se destrozan una tras
otra. Y sin embargo, pienso, hace también una profecía del péndulo entre el
corrupto e inepto peronismo y el absurdo y patético Miley. Las ridículas
exageraciones del lenguaje incluyente (los, las, les, L@s, lxs), las memeces de
la policía lingüística que pretendía imponer a toda costa una forma obligatoria
de hablar y escribir, enfrentadas ahora a prohibiciones y órdenes
simétricamente opuestas. Los bienintencionados querían incluir a los
marginados, pero en realidad excluían a todos los que no quisieran hablar como
ellos. El buenismo de disfrazar cualquier condición física con eufemismos,
conseguía ofender más con el disfraz biempensante que con la palabra precisa:
no le digas ‘ciego’ a Borges, dile ‘invidente’; no le digas ‘sordo’ a Goya,
dile ‘discapacitado auditivo’; no digas ‘viejo’, di ‘adulto mayor’, y así
sucesivamente por el precipicio de la bobada.
Estos
melindres de la corrección política se intentan corregir ahora con las burradas
del insulto brutal. Si antes la corrección era obligatoria, ahora se pretende,
con simétrica exageración, que esté prohibida, o incluso que el insulto sea lo
obligatorio. Miley, primero, prohibió el lenguaje incluyente, lo que es tan
tonto como hacerlo obligatorio. Y luego resucitó términos como ‘idiota’,
‘imbécil’ y ‘débil mental profundo’, sintiéndose muy gracioso y vanguardista
por emplear términos de la psiquiatría del siglo XIX. Los populistas y el
libertario tratando de imponer formas de hablar y de escribir antagónicas. Unos
y otros siguen viviendo en la anacrónica escuela de la gramática normativa. Los
unos prescriben la hipocresía y los otros la grosería”: la incorregibilidad de
todo punto incorregible de las insustancialidades que se mueren creyendo a pies
juntillas que fueron sapiens.
948. ¿Que
no existen los cabrones congénitos sino los circunstanciales, alegan unos
cuantos amigos y conocidos, algunos en defensa propia? ¿Y entonces el par de
protagonistas varones de ‘El significado’ y ‘Todo como antes’, de Kjell
Askildsen, el de ‘Una aventura amorosa’, de Lucia Berlin, el de ‘Fiebre’, de
Raymond Carver, el Isak de Bendición de la tierra, el Osip Stepanich Dimov de
‘La cigarra’, el retorcido irresuelto de ‘El vengador’ -también de Chéjov-, el
‘Ernesto de Tal’, el Andrade incorpóreo de ‘Singular ocurrencia’ -también de
Machado de Assis-, el señorón de ‘El caso de F. A.’, de Rubem Fonseca, el
capitán Harte de Patrick O’Brian, el Javier Miranda de La verdad sobre el caso
Savolta o el Rogochin de El idiota -a Mishkin no me lo vayan a involucrar en
esto- dónde putas fue que contrajeron su sino? Y que conste que en la lista no
figuran los calzonazos cuyas pécoras no tienen, al menos abiertamente, el
adulterio por distracción: intenté hacer acopio de los cornudos y apocados más
representativos de la literatura que conozco.
949. Si
de repente apareciera frente a mí sentado el mismísimo autor de ‘El modelo
millonario’ y demiurgo del a la larga afortunado Hugo Erskine y de su amigo el
pintor Alan Trevor, lo pondría en antecedentes de las pingües ruindades y
zafiedades de nuestro presente para a continuación preguntarle si esta idea,
que entresaqué de su cuento, aún procede: “De no ser también persona adinerada,
de nada le sirve a uno ser una persona encantadora. Lo novelesco y lo romántico
son privilegio de los ricos y no profesión de los desocupados. El pobre ha de
ser realista y prosaico. Es preferible contar con una renta saneada a poseer
todos los atractivos de este mundo”. Pero hagamos a un lado fantasmagorías y
ensoñaciones y adaptémosla al mundo que nos tocó en suerte: “De no ser también
persona encantadora, de nada le sirve a un Forbes ser un archimillonario. Lo
novelesco y lo romántico ya no son privilegio de los ricos y sólo en ocasiones
muy felices y puntuales profesión de los desocupados. El prosaísmo y la alergia
al realismo se reparten hoy por igual entre ricos muy ricos y pobres
paupérrimos. Es preferible contar con cierto encanto personal a ser el dueño de
una fortuna obscena que no conoce ángel”.
Adenda:
miren ahora ustedes en derredor y díganme si la primera parte de esta otra idea
del artista en cuestión, de Wilde, tiene hogaño algún asidero: “Los hombres
elegantes y las mujeres bonitas manejan el mundo o, por lo menos, debieran
manejarlo”. Yo qué les digo.
950. Me
susurra Trapiello como al pasar y a propósito de nada en particular: “Hay
amistades que al romperse quedan en el corazón como cascotes de una porcelana”,
y yo no puedo por menos de asentir con nostalgia: mis otrora amigas M. B., A.
F., G. B., J. P. y tantos otros nombres de mujeres maravillosas con las que
trabé amistad que no me vienen completos a la memoria; mis otrora amigos C. H.
R. V., C. A., A. A., E. K., J. A. M., O. E. y cinco o seis ¿ex? carnales más
con los que me encantaría, al igual que con sus contrapartes femeninas,
reencontrarme para pasar juntos una -ojalá muchas- velada que me dilucide el
porqué del alejamiento y si en su caso, como en el mío, el afecto aún persiste.
¡Háganle, mojachas y muchachos todos!: los haya o no mencionado acá, agarren el
teléfono y échenme una llamada para tener la dicha de volver a oírlos: 3 19 7
13 97 98.
Adenda:
¿a qué le atribuye usted, maestro, que haya en cambio amistades que cuando se
disipan, no obstante haber sido significativas en su momento, ningún sabor de
boca dejan… ninguno en absoluto?
951. “Pero
es difícil convencer al partidario de lo sinfónico de que un acordeón es un
instrumento noble”: persuadido estoy. Al punto de que no entiendo los motivos
de que entre lo más granado y eufónico del repertorio clásico no figure nada
relevante que tenga por solista al único instrumento al que todavía sueño con
consagrarle horas de estudio y sacrificios sin nombre, en la esperanza de
siquiera llegar a tocarlo con alguna solvencia. Usted no me lo va a creer,
hermano, pero no han sido pocas las ocasiones en que, después de oír a la
Filarmónica de Bogotá o a la Sinfónica de Colombia en concierto, me meto en
cualquier chuzo donde suene buen vallenato y me pongo a beber, solo o
acompañado. Versatilidades del melómano que soy y de Su Majestad el acordeón.
Ah, y un día de estos le cuento con lujo de detalles la historia de mi
deslumbramiento de niño ciego con ese instrumento: le adelanto no más que se lo
debo a los pasodobles, valses y otras revelaciones foráneas de un compatriota
suyo con el que Abelardito llegó a la casa, borrachos los dos, una noche feliz
entre las más felices que recuerde.
952. Progreso
sería zafarse de la pacatería de las policías de la moral actuales para tornar,
felices y desenfadados, cinco siglos y dos décadas en el tiempo; un tiempo
fictivo en el que se podía ser herético sin miramientos (“SEMPRONIO. -¿Tú no
eres cristiano?
CALISTO.
-¿Yo? Melibeo so e a Melibea adoro e en Melibea creo e a Melibea amo. […] Por
Dios la creo, por Dios la confieso e no creo que ay otro soberano en el
cielo…”), mujer de carne y hueso y no angelical por mandato woke (“SEMPRONIO. -Yo
te lo diré. Días ha grandes que conozco en fin desta vecindad vna vieja
barbuda, que se dice Celestina, hechicera, astuta, sagaz en quantas maldades
ay. Entiendo que pasan de cinco mil virgos los que se han hecho e deshecho por
su autoridad en esta cibdad. A las duras peñas promouerá e prouocará a luxuria,
si quiere”), preciso con las palabras sin el riesgo de falsas acusaciones de
misoginia (“PÁRMENO. -…Si entre cient mujeres va e alguno dize: ¡puta vieja!,
sin ningún empacho luego buelue la cabeza e responde con alegre cara. En los
conbites, en las fiestas, en las bodas, en las cofadrías, en los mortuorios, en
todos los ayuntamientos de gentes, con ella passan tiempo. Si passa por los
perros, aquello suena su ladrido; si está cerca las aues, otra cosa no cantan;
si cerca los ganados, balando lo pregonan; si cerca las bestias, rebuznando
dizen: ¡puta vieja!...”), cultor desinhibido de la sicalipsis (“CELESTINA.
-…Mal sosegadilla deues tener la punta de la barriga.
PÁRMENO.
-¡Como cola de alacrán!
CELESTINA.
-E avn peor: que la otra muerde sin hinchar e la tuya hincha por nueue meses”),
emprendedora y promotora de la libertad de empresa (“CELESTINA. -…Pocas
vírgines, a Dios gracias, has tú visto en esta cibdad, que hayan abierto tienda
a vender, de quien yo no aya sido corredora de su primer hilado. En nasciendo
la mochacha, la hago escriuir en mi registro, e esto para saber quantas se me
salen de la red. ¿Qué pensauas, Sempronio? ¿Auíame de mantener del viento?
¿Heredé otra herencia? ¿Tengo otra casa o viña? ¿Conócesme otra hazienda, más
deste oficio? ¿De qué como e beuo? ¿De qué visto e calzo? En esta cibdad
nascida, en ella criada, manteniendo honrra, como todo el mundo sabe ¿conoscida
pues, no soy? Quien no supíere mi nombre e mi casa tenle por extranjero”), propugnadora
infatigable de los deleites del tálamo (“CELESTINA. -…Por Dios, pecado ganas en
no dar parte destas gracias a todos los que bien te quieren. Que no te las dio
Dios para que pasasen en balde por la frescor de tu juuentud debaxo de seis
dobles de paño e lienzo. Cata que no seas auarienta de lo que poco te costó. No
atesores tu gentileza. Pues es de su natura tan comunicable como el dinero. No
seas el perro del ortolano. E pues tú no puedes de ti propia gozar, goze quien
puede. […] Mira que es pecado fatigar e dar pena a los hombres, podiéndolos
remediar”): amén y amén, bondadosísima alcahueta. Y hago votos por que las de
tu noble oficio, como hoy los ímpetus invasores de los rusos, los chinos, los
turcos y los estadounidenses, renazcan de entre las cenizas y, nuevamente
empoderadas, hagan las delicias de mis futuribles congéneres (¡ay, qué dicha
pa’esas salchichas!).
953. Pero
esto, hermano, ni mi tío el loquito ni mi primo el bobito porque ambos, ahí
donde los ve, reniegan -el loquito- o rezan -el bobito- y desean y codician y
se envilecen y piden perdón y se enmiendan para reincidir una vez y otra vez y
una más, justo como usted y yo y todo aquel que no haya estado en estado
vegetativo desde su nacimiento: “…agradecerle a la vida el sencillo hecho de dejarse
vivir sin otra finalidad que la de ser vivida. ‘Una vida sin sentido’, como
decía Ortega parafraseando a Nietzsche, es la única vida plena, aquella que no
necesita mayor trascendencia, ni religiosa ni estética, que la de vivirse hacia
afuera”. Tengo para mí que de quien hablan ustedes tres sin presentirlo
siquiera es de los animales dotados de un sistema nervioso complejo que corren
con suerte y cuyas vidas transcurren por ejemplo al margen de la desaparición o
de la muerte del amo en el caso del perro, de la desaparición de su hábitat
producto de por ejemplo la voracidad de un incendio forestal en el caso de
tantos más o, “simple y sencillamente”, de los vejámenes y crueldades sin
nombre a que los someten innúmeras bestias bípedas. Con que me entiendan Cipión
y Berganza me doy por satisfecho.
954. Les
habla usted, admirado y estimado Javier, a los españoles, pero la sensatez de
estas palabras suyas cae allá en oídos sordos y correría igual suerte acá en
Colombia y en la Argentina y en los Estados Unidos y en todo país polarizado
por los que viven de hacerlo con total éxito ‘gracias a’ los millones y
millones de idiotas útiles del electorado que convierten en auténticas las
peleas de relumbrón de sus politicastros:
“…En eso
consiste la estafa: en que uno solo esté a favor del sistema cuando está en el
poder; cuando no lo está, se convierte en antisistema.
Lo diré
otra vez: no existe la democracia perfecta; la democracia perfecta es una
dictadura: la democracia orgánica de Franco, las viejas democracias populares
de la órbita soviética. Lo que define la democracia de verdad es su naturaleza
perfectible, infinitamente perfectible. Pero, para que una democracia pueda
perfeccionarse, resulta indispensable aceptar las reglas que entre todos nos
damos, tanto si nos benefician como si no. Sin un mínimo de juego limpio, la
democracia está muerta. O en vías de extinción.”
Lo
sabemos los vacunados -una minoría en cualquier caso-, y con refuerzo triple,
contra los efectos más nocivos de los extremismos. Pero a ver cuántos fanáticos
o desinformados del sanchismo y de Vox, del esperpetrismo y del uribismo, del
mileísmo y del kirchnerismo, del trumpismo y del wokemamertismo demócrata uno
logra ganar para su causa a fuerza de razonamientos ponderados como los suyos.
Y, sin embargo, no creo que haya otra alternativa que la de proseguir, a lo
Sísifo, con esta vocación inconducente y estéril entre las más.
955. Leo
‘Hombres al mando’, de Elvira Lindo, y me quedo pensando en lo beneficioso que
habría sido si la especie hubiera contado desde siempre con una suerte de
inteligencia artificial que le permitiera calcular en cifras y porcentajes
concretos cuánta de la maldad y de la crueldad humana, visible o clandestina,
ha sido perpetrada enteramente por varones sin la aquiescencia de mujeres,
cuánta por varones auxiliados por mujeres, cuánta por mujeres sin la
aquiescencia de varones y cuánta por mujeres auxiliadas por varones. Extraigo
de su anaquel ‘Las arpías de Hitler: las mujeres alemanas en los campos de
exterminio nazis’ de Wendy Lower y, mientras lo hojeo y reviso algunos
subrayados y notas al margen, pienso en las mujeres que en estos precisos
momentos crían con esmero y amor el o los hijos que tienen con un torturador o
directamente con un tirano, me las imagino cuidando de su casa y de su ropa,
preparándole la comida que más le gusta, disponiéndolo todo para que cuando
llegue del trabajo, fatigado tras el deber cumplido, se sienta feliz o al menos
tranquilo de hallarse entre quienes lo aman y reflexiono en qué distinta sería
nuestra visión del mundo femenino si tales cosas salieran a la luz. También en
que los inescrupulosos y violentos hoy al mando no estarían en donde están sin
los votos y el apoyo irrestricto de millones y millones de mujeres que ven en
las cárceles-jaula de Bukele, en el espíritu revanchista y resentido del
guerrillero presidente de Colombia, en la vulgaridad fascistoide de un Miley o
de un Trump -para sólo hablar de la escoria más a mano- la encarnación de sus
muy personales inquietudes sociales y políticas. A mí me parece mucho más sano
y menos facilista no alimentar victimismos de ninguna índole para, de ese modo,
no perder de vista los ejemplos morales que me ofrecen mujeres y hombres a
quienes tengo por faros éticos: desde Antígona hasta Navalni, pasando por Anne
Dufourmantelle y el Trim de Sterne, por Marina Ovsiánnikova y Castalión y, cómo
no, por cada enfermera y médico o médica y enfermero que, verbigracia en la
Ucrania bombardeada por el Hijueputin o en la Gaza arrasada por Netanyahu y el
fascismo sionista en estrecha connivencia con el terrorismo palestino de Hamas,
se juegan la vida para salvársela a otros.
956. Si
Santiago Gamboa (que apagó, prácticamente desde que ganó el Esperpetro y para
pasar de agache, el opinador político que tiene o tenía en El Espectador),
William Ospina (que presume de matizar y sopesarlo todo para al cabo ir a dar
en sus consabidas preconcepciones ultramamertas) y Julio César Londoño (en
quien residen dos opinantes en las antípodas: el primíparo pasional de lo que
le dijeron que era la política y un sabio de todo lo demás) jugaran el juego
propuesto por John Carlin en ‘El mundo patas arriba’, concluirían lo que de
sobra saben: que irremediablemente forman parte de ese noventa por ciento de
sectarios de ambas extremas, a cuál más inspirada e incondicional con la
tiranía rusa y con su bicho en jefe.
Adenda:
sólo tres amigos tengo que saben de política. Pero únicamente con mi amigo
Jorge Toro el juego resultaría interesante. Cuando nos encontremos para
almorzar se lo planteo.
957. Lo
dicho… salvo que dicho no con mi cortedad, sino de modo inmejorable:
“…Detestar
la guerra, oponerse a ella en la medida de lo posible, considerarla una de las
mayores y más crueles desdichas que puede afligir a cualquier sociedad es un
sentimiento común y plenamente justificado en cualquiera que no sea carente de
razón y de corazón. Los partidarios de la guerra son auténticos psicópatas,
como el burlesco protagonista del poema La desesperación de Espronceda: ‘Me
gusta ver la bomba / caer mansa del cielo, / inmóvil en el suelo / sin mecha al
parecer, / y luego embravecida / que estalle y que se agite / y rayos mil vomite
/ y muertos por doquier’. En fin, vaya capricho. Nadie con dos dedos de frente
quiere guerra, ni siquiera con uno y medio.
Pero,
claro, tampoco nadie en su sano juicio quiere quirófanos, ni operaciones a
corazón abierto, ni amputaciones de miembros gangrenados. Los demagogos
tontilocos que aseguran como prueba de superioridad moral que ellos prefieren
que se invierta en hospitales y escuelas antes que en tanques son tan
clarividentes como los que se ufanan de que donde esté un buen chocolate con
churros que se quiten las colonoscopias. Hay cosas deliciosas que hacen que
apetezcamos la vida y hay cosas dolorosas y hasta trágicas que nos la salvan.
Que no nos confundan los mentecatos o más bien los trileros verbales.
El siglo
pasado las democracias europeas, salvadas dos veces por los USA de las
contiendas provocadas por autócratas belicistas, se acostumbraron a vivir
protegidas bajo la potencia yanqui, paternalismo no plenamente desinteresado,
claro -ninguno lo es, ni siquiera el de los paterfamilias carnales- pero mucho
más barato y más seguro que el que podríamos procurarnos por nuestros propios
medios. El enemigo del que teníamos que resguardarnos era la Rusia soviética,
cuya voluntad fagocitadora no dejaba (¡ni deja!) lugar a dudas. Como vivimos en
sociedades libres, es decir donde se respeta el derecho a equivocarse o a
conspirar contra la democracia establecida, hay fuertes movimientos pacifistas
opuestos a nuestras alianzas militares con Estados Unidos y también a que nos
armemos por nuestra cuenta para valernos por nosotros mismos. Nada, ni un
céntimo para la defensa de Occidente y ni agua al imperialismo norteamericano.
¿Y
quiénes esos pacifistas radicales? Pues, dejando aparte algunos iluminados
religiosos partidarios del Jesús que reprendió a Pedro por desenvainar la
espada y que olvidan al Cristo fustigador de los mercaderes del Templo, son los
comunistas, semicomuhnistas y compañeros de viaje de semejante patulea. En una
palabra, el izquierdismo cada vez más desnortado y palurdo. Esa es nuestra quinta
columna, que viene zapando la democracia liberal desde hace décadas. Antes los
pacifistas colorados estaban contra las armas de los demócratas para favorecer
(sin decirlo, claro) las armas de los soviéticos. No temían a la amenaza de
Rusia (la deseaban, creían que mejoraríamos bajo su yugo) y abominaban del
imperialismo americano al cual debíamos nuestras malditas libertades
capitalistas.
A esta
caterva radioactiva se les han unido ahora los semitotalitarios de derechas,
una recua que ya no ve en el criminal Putin al guía de un marxismo redentor,
como su maestro Stalin, sino al último defensor de la familia y los valores del
puritanismo cristiano, pisoteados en nuestros países encenagados en el
hedonismo individualista. A los bellacos clásicos de la izquierda se unen ahora
los orates nacionalistas de la derecha: les guían Trump y Putin […]. ¡Viva la
paz y que triunfe el diluvio!
A los
blandengues cursis […] les ha dado ahora por hacer cantos al genio europeo y
pedir que se convoquen manifestaciones a favor de los artistas y geniales que
somos en este continente en que cada vez hay más analfabetos históricos y
cívicos. Hay que ser gilipollas, sin perdón.
Pues
miren, Cervantes ya había escrito su novela inmortal, y Rembrandt había pintado
todo lo que merecía ser pintado y Mozart nos había regalado ya su música
excelsa cuando Hitler se apoderó por la fuerza de cuanto le rodeaba y asesinó
cuanto quiso. Y si no llega un puñado de valientes a desembarcar en Normandía,
dejando esa arena regada con su sangre, ni Cervantes, ni Rembrandt, ni Mozart
hubieran salvado nuestros derechos humanos. Ni los salvarán hoy si permitimos
que Putin viole en Ucrania las fronteras de la Europa democrática, las
españolas incluidas. De modo que a ver si espabilamos y aunque USA nos falle y
los quintacolumnistas zapen traicioneramente, vamos con nuestros ahorros a por
los tanques.”
Jamás
retoques, nunca, la perfección de una fotografía holística.
958. Definición
del sustantivo monipodio: dícese de una caterva de bien reconocidos sinvergüenzas
con y sin prontuario que, bajo las órdenes de un tal alias el Esperpetro, se
las arregló para que en 2022, en una república bananera que mucho produce, once
millones y unos cientos de miles de entre inocentones o directamente canallas
-sus caudas- los ungieran gobierno para así entrar a saco y desmantelar el
enteco Estado del bienestar que encontraron a su llegada, empezando por lo que
de él mejor funcionaba: un sistema de salud paradójicamente más saludable que
el de países e incluso potencias del vecindario. Se trataba -ya ustedes dirán
si se logró- de convertirlo en otra tierra de promisión por el estilo de
Venezuela, Nicaragua y Cuba, con las que pretendía escapar de la tiranía de
Occidente encarnada por Francia, el Reino Unido, Alemania y el resto de Europa
a fin de poder sumarse a una hermandad igualitaria como jamás se viera denominada
‘sur global’, liderada a la sazón por Rusia y China, dos potencias-paladines de
la justicia social y el respeto a ultranza de las libertades individuales… de
la élite dirigente, se sobrentiende.
959. Medioevo
Científico y Tecnológico:
“…Pero
hoy, en un mundo gobernado por el ruido, quien más ruido hace más nos somete.
El ruido crece, hace metástasis, revienta en nuevos tumores, explosiones de
ruido, mentiras y furia que nos dejan exhaustos, sin saber a dónde mirar. No
tenemos forma de calcular a dónde nos llevará la tecnología esta vez, no lo
sabemos. Nosotros, los humanos superpoderosos, no sabemos nada justo cuando
creemos saberlo todo. En el abismo de la virtualidad donde hoy vivimos, hemos
perdido el poder de diferenciar lo verdadero de lo falso, lo claro de lo
oscuro, lo noble de lo bajo.
[…] ¿Y
qué vamos a hacer? Nos preguntamos en nuestros doce segundos de lucidez, ¿qué
podemos hacer, cómo podemos unirnos, volver a creer en otros mundos, volver a
creer en ideales reales, en la comunidad, en la fuerza de la gente? Pero justo
en ese momento otra avalancha de mierda nos deja atontados, confundidos,
ciegos, con la capacidad crítica anulada una vez más, sin poder distinguir lo
verdadero de lo falso, a los buenos entre los malos, porque no hemos podido
procesar la información, porque esto es una guerra y no nos hemos dado cuenta,
porque los villanos van ganando y no lo sabemos, no queremos saberlo o hemos
perdido el olfato para encontrar la diferencia” (Melba Escobar).
Salta
pues a la vista que vivimos tiempos de gran confusión y caos -los contradictores
vocacionales dirán que todos lo han sido-, empeorados por el hecho de que en
cada persona conectada desde sus dispositivos a la red hay un potencial
propalador de infundios y desinformación, y de ahí el creciente bullicio y la
imparable pugnacidad que nadie sabe cómo gestionar. Ese desconocimiento sin
solución a la vista, así como -entre muchas otras- la realidad descrita en la
cita, son lo que me lleva a afirmar aquí que discurrimos por una segunda Edad
Media -con el perdón del prístino Medioevo, tan en paz (por comparación) al
menos con el planeta- si bien científica y tecnológica, que anda por sus
albores. Al rigor de los historiadores corresponde determinar sus orígenes y
estudiar a fondo, transcurrido el tiempo que haya menester, sus implicaciones y
pormenores. Que ya aterran.
960. Si
los papás de hijos que hoy son niños estuvieran como yo leyendo el sexto -y por
desgracia último- tomo de Mi lucha, tendrían una coartada para justificar el
que, no bien empiezan a balbucear, les regalan a los criaturitos un esmarfon de
alta gama con objeto de que se envicien todo lo que puedan: “Aunque yo lo viera
así, dejábamos ver a las niñas todas las películas que querían. No estaba
orgulloso de ello y no me gustaba, pero esa calma que se apoderaba de nuestro
piso era demasiado deliciosa como para resistirse. Además, pensaba yo en mi
defensa, ellas aprendían mucho de lo que veían…”. ¡Pero si he oído de papás -y
hasta de profesoras de jardín infantil- desesperados que les dan un somnífero a
los chinos para quitárselos de encima durante unas horas… o les daban, porque
qué mejor ausentífero que las pantallas! Entre las paradojas que me sorprenden,
amigo y hermano Karl Ove, pocas como la de que un maniático de escritorio
vocacional, llámese lector a tiempo completo, o lector a tiempo parcial y
escribidor o escritor, dilapide, en crianzas y baladíes peleas matrimoniales, su
mayor y en ocasiones único tesoro: el tempus fugit.
961. Descubro
ahora -si bien ya lo presentía-, oyendo conversar a Knausgard con nuestro común
amigo Geir Angell a propósito del completo y total desinterés de éste por nada
que no tenga que ver con los sapiens, que parte de la razón por la que me
suelen caer tan gordos gordísimos los que se denominan así mismos con la filfa
‘defensor de los derechos humanos’, así como los musulmanes, cristianos,
fascistas-estalinistas, fascistas-nazis y demás bichos descerebrados de la
religión o idea política que sea, estriba en la preponderancia que unos y otros
le dan al simio parlante dentro de sus cosmovisiones: ¡A la mierda con el
antropocentrismo, so gran pelmazos -siento ganas de gritarles hasta caer
exánime-!
962. Yo,
que antes que escribidor soy lector, declaro sin ningún género de dudas que mi
verdadera vocación es la de amanuense a veces en sistema braille pero las más
digital, de toda idea brillante y concreción de la inteligencia -literaria,
filosófica- que me sirva para acicalar la mía. Que llevo, mal contados, treinta
años consagrado a este oficio inexplicable para muchos que no entienden por qué
me obstino en transcribir palabra por palabra todas las de un texto largo como
el que viene, cuando con dos comandos lo tendría copiado directamente del
original. Y que, bajo la gravedad del juramento, o al menos bajo la palabra de
honor del codicioso que soy de las citas que atesoro, sostengo y afirmo que con
esta hondura que lleva la firma de Karl Ove Knausgard se puede analizar, y
desde múltiples perspectivas, a toda persona normal y corriente que haya
rebasado la mayoría de edad e ingresado en la adultez, proceda de donde proceda
y sean cuales fueren su cosmovisión y enciclopedia:
“Así es
tener veinte años, todo está abierto, pero como lo que no está abierto aún no
ha aparecido, no se conoce y no se sabe lo que implica antes de que sea
demasiado tarde y la generación siguiente sea la que se encuentre ante lo
abierto, quedando uno aparcado en el jardín de un barrio de chalés con hijos,
coche y quizá también pronto un perro […].
Es la
voz de la resignación la que habla aquí, pero también la de la necesidad y la
repentina comprensión; así habrá sido siempre. Yo no lo he sabido nunca. Pero
algunos sí lo han sabido, porque algunos han estado allí siempre. Ulises trata
también de eso, de la diferencia entre ser hijo, como Stephen Dedalus, y ser
padre, como Leopold Bloom. Stephen supera a Bloom en todo, pero no en eso. Leopold
no tiene nada del anhelo ni del deseo de ascender de Stephen, él no quiere nada
más, está en casa. Leopold Bloom es un ser humano completo, Stephen Dedalus es
un ser humano incompleto. Sólo Stephen es capaz de crear, porque crear es
querer curar, crear es querer llegar a casa, y el ser humano completo no siente
esa intranquilidad, esa necesidad, ese anhelo. Hamlet es, como Stephen, hijo, y
en realidad sólo eso. La muerte de su padre es lo que le desencadena la crisis,
y la traición de su madre lo que la mantiene viva. Hamlet no tiene hogar,
Jesucristo tampoco era padre, sino hijo, y tampoco tenía hogar. Hamlet,
Stephen, Jesucristo, Kafka, Proust fueron todos hijos, y no padres. Es decir,
que había algo en lo de ser persona que ellos no conocían. Pero ¿qué era? ¿Qué
es ser padre? Ser padre es una obligación, de manera que uno puede tener hijos
sin ser padre. Pero ¿a qué se obliga uno? Hay que estar, hay que estar en casa.
El anhelo de viajar y el deseo de ascender son incompatibles con ello, porque
lo que el anhelo desea es lo ilimitado, y lo que hace el hogar es poner
límites. Un padre sin límites no es un padre, sino un hombre con hijos. Un
hombre sin límites es un niño, es el eterno hijo. El eterno hijo toma o recibe,
no da, y toma o recibe porque no es completo, no es él mismo. El que mi padre
se mudara a casa de su madre antes de morir no es un detalle casual; murió como
hijo. Había renunciado a su responsabilidad de padre, lo cual sólo puede
hacerse si la responsabilidad paterna es una magnitud externa, un papel que uno
asume porque hay que asumir. Creo que así fue para él. No quería estar allí.
Fue padre a los veinte años, y tendría que reprimir todo exceso dentro de él
mismo, luchar contra todo anhelo y todo deseo de ascender, porque esa
agresividad, esa ira y esa frustración de las que estaba lleno y que marcaron
toda mi infancia sólo podían llenar a una persona que no quería estar donde
estaba, que no quería hacer lo que hacía. Si era así, sacrificó toda su vida de
adulto joven -la época entre los veinte y los cuarenta- por algo que no quería,
pero a lo que estaba obligado. El que yo tuviera dieciséis años y fuera casi un
adulto cuando él abandonó la familia indica que se tomó en serio su
responsabilidad. Pero no era un padre, sino un hijo. No era completo, no tenía
paz interior, ninguna fuerza interior, como suelen tener los adultos. Mi madre
también tenía veinte años cuando fue madre, pero ella era adulta, o se hizo
adulta cuando le llegó la responsabilidad. Ella también era la madre de mi
padre, en el sentido de que ella le ponía los límites, que era lo que él no
sabía hacer y lo que ningún hijo sabe hacer. Es una explicación sencilla, pero
creo que concuerda con la realidad” (para demostrar en qué medida y con cuánto
acierto sus palabras concuerdan con la realidad, me permito ir paso a paso con
los pormenores de la cita, conmigo, mi padre y mi madre de conejillos de indias).
Abe se
largó de casa de sus padres creo que a los quince años y se embarcó en una vida
errabunda de la que sé muy poco, lo que equivale a decir que renunció a ser
hijo para convertirse en adulto soltero a una edad que hoy alcanza a duras
penas para que se le reconozca al que la tiene el uso de razón; mi madre, por
su parte, abandonó el colegio y el hogar materno antes de graduarse de
bachiller y de votante, y todo para casarse con un hombre que la superaba en
edad y experiencia mas no en responsabilidad, que a ella le fluía a borbotones
y en él casi que brillaba por su ausencia; y yo… “papá” de primeros polvos,
hice lo que pude para asumir con cierto decoro la mentecatez de ver nacer una
hija sin siquiera haber cumplido los diecisiete años y hallándome aún muy lejos
de terminar la secundaria. Entré en la universidad y me impuse ser el mejor no
sólo porque soñaba con ascender sino porque era consciente de que, ante mi
ausencia física, mi hija no tenía por qué padecer además la irresponsabilidad
económica de su papá, que fungió de amigo y de hermano mayor mas no de aquello;
tampoco lo hizo Abe, pero no porque no quisiera a sus hijos o anhelara hallarse
en otra parte y en otras circunstancias: nos adoraba y no se diga a Orfi, quien
en su calidad de esposa y de madre de su marido-hijo muy poco pudo hacer para
disputárselo a la bebida. De los tres, el único “padre sin límites”, el único
“hombre con hijos”, el único “hombre sin límites”, el único “hijo eterno” fue Abe,
quien tampoco con su padre y su madre ancianos supo ser hijo-padre, al revés
que yo, que en cambio he sabido serlo al menos con mi madre anciana, por quien
velo y con quien vivo obligándome a estar si toca, a estar con ella en casa, a
lo cual contribuyen mi gratitud y amor de hijo y mis cada vez menos imperiosos
deseos de viajar o figurar en nada. De los tres, Orfi es la única que no conoce
la resignación por cuanto todas sus aspiraciones y proyectos de vida han estado
cifrados en la familia que fundó con su marido-hijo; la única completa, la
única tranquila y poco anhelosa, la única dotada, y desde siempre, de fuerza y
paz interiores, de la capacidad de sentirse en casa; mi padre y yo, que no
tuvimos ni el tiempo ni los arrestos para conversarlo, experimentamos, en
grados y de formas muy distintas, la incompletitud y a buen seguro cierta o
mucha resignación -salpicada de alivio- ante la imposibilidad de darles rienda
suelta a los imperativos de nuestros personales demonios: los suyos -presumo-
más etílicos que carnales y los míos más carnales que etílicos. A ninguno de
los tres nos dominaron la agresividad, la ira o la frustración de la maternidad
o la paternidad, simple y sencillamente porque mi madre estaba donde quería y
decidió estar y porque ni Abe ni yo habríamos sacrificado la dicha de sentirnos
vivos para alzarnos con una mención de honor por buena crianza.
963. ¿Pero
qué se le agrega a la completitud?:
“Es un
fenómeno interesante, cuando de pronto te encuentras fuera de lo que antes
estabas dentro, cuando lo que sueles hacer sin pensar se vuelve inalcanzable.
Pienso con espanto que así es envejecer, sólo que más lento, las fuerzas se van
agotando lentamente hasta que acabas encontrándote fuera de la vida que vivías,
y no tienes fuerzas para volver a meterte en ella, con tal vez otros veinte
años por delante. ¿Pero qué es vivir? Es actuar, hacer, ser y estar en medio
del mundo. Si te sacan de eso, de la acción, de estar en medio del mundo, surge
una distancia entre uno mismo y el mundo, lo contemplas, pero no formas parte
de él, y ese alejamiento es el principio de la muerte. Vivir es tener hambre de
días, sean buenos o malos. Morir es estar saciado de días, cuando ya no se
diferencian uno de otro, porque uno ya no vive dentro, sino fuera de ellos.
Morir en un accidente o por una enfermedad repentina es diferente, es otra
clase de muerte, más brutal para el entorno, pero más clemente para esa vida
que acaba, porque ocurre en medio del salto, en medio de la vida, y no como en
una especie de decoloración fuera de ella. Pero eso es algo que yo no sé,
claro. Puede que sea al revés, que lo mejor sea estar saciado ya de la vida y
ver cómo el mundo lentamente se vuelve cada vez más débil, cada vez más ligero,
hasta que desaparece y ya no es.”
Tal vez
le parezca, gran Carl Ove, un poco inverosímil lo que le voy a contar, pero le
aseguro que es tan cierto como la desazón y el desamparo que me produce el
saber que me acerco al final de su saga. Mire: desde hace años, pongamos diez
para no exagerar innecesariamente, no pasa un solo día en el que no me
cuestione todo este casi invencible hartazgo de enfrentarme a la vida
hallándome en medio del mundo, y en qué derivaría el dichoso hartazgo si de
súbito, digamos a causa de un ictus o de otro cualquier designio de Fortuna
-una bala perdida-, la maravilla de poder incorporarme de la cama y hacer todo
lo que hago no sin pensar, sino muy consciente de estarlo haciendo puesto que
siempre tengo presentes a dos postrados con nombres y apellidos y a los
millones en su situación, se interrumpiera de la noche a la mañana y sin
remedio. ¿De qué me serviría entonces -pienso con desesperación- el cianuro de
potasio que a tres metros de donde escribo aguarda, imperturbable de saberse
tan mirífico, su turno? ¿Quién me lo procuraría? ¿Mi madre, con su infinito
amor por mí y finita fe en Dios, pero fe a fin de cuentas? ¿La Goga, con su
finita fe en Dios pero fe a fin de cuentas e infinito amor por mí? ¿Acaso las
dos a una, reuniendo cada cual valor para infundírselo a la otra? Curioso que
esta mezcla de desgana más gratitud sea lo que me mantiene en pie.
964. En
vista de que el español que se garla y se garrapatea hoy en todas partes no es
más que un emplasto asqueroso copiado del inglés, los profesores serios y
capaces deberían leer y hacer leer a sus estudiantes de literatura, de ciencias
políticas, de lenguass, de psicología, de filosofía, de derecho, de sociología,
de periodismo y de historia el último capítulo del QUINTO VOLUMEN de la novela
de Sterne para que se sorprendan de lo que el papá de Tristram, un autodidacto,
es capaz de reflexionar en torno a los verbos y a las conjugaciones, que al
hablante -y no se diga al redactante- medio de nuestro idioma le importan menos
que un papel higiénico cagado, y no exagero.
Adenda(s):
y ya entrados en gastos, que los muchachos lean el primero del VI para que se
enteren de buena fuente del destino infame del que pretende rescatarlos su
profesor con un ejercicio tan sencillo. Me pregunto si de entre los cientos de
muchachos que en teoría hagan la tarea no salen siquiera cinco que, espoleados
por lo novedoso del hallazgo literario, resuelvan indagar en el capítulo
siguiente con miras a determinar si se le miden a la novela toda. Pues los que
eso hagan, se van a dar de bruces con una realidad tan incómoda cuanto
asombrosa por lo que a ellos concierne. Hablo por lo que acabo de experimentar
leyéndolo.
965. Maticemos:
yo, que rehúyo como a la peste las empoderadas de nuevo cuño y que tengo por
pareja a una persona con mi misma dosis de sumisión e insumisión, de docilidad
e indocilidad, de flexibilidad e inflexibilidad, de temperamento negociador y
líneas rojas que ninguno permitiría que el otro cruce, tampoco podría convivir
con una mujer totalmente carente de carácter tipo la esposa de Walter Shandy y
madre de Tristram. Porque es que, en definitiva, mi machismo manso está por
igual reñido con las que pretenden cobrarse en el cabrón que les deparó Fortuna
siglos y más siglos de ajenos sometimientos, así como con las hoy felizmente
escasas que someten voluntad y destino a los designios de su macho
antediluviano. ¡Que viva el equilibrio de todo cariz, y no se diga el erótico!
966. “La
compasión es la principal y acaso la única ley de la existencia humana”: revise,
príncipe, los desahogos 53, 76, 190, 200, 229, 271, 414, 611, 621, 647, 663,
679, 750, 773, 801, 810, 903 “y” 910 para que tenga el placer de conocerlo
personalmente y conversar, amén de la Filipovna, sobre esta máxima suya que
suscribo sin matices. Viene a mi casa o lo visito en la suya. No le digo que
nos veamos en un bar o en un café porque sé de su abstinencia y me apenaría
incomodarlo con los niveles de horror a que ha llegado la sociedad presente en
su adicción al ruido. Un abrazo constrictor y quedo pendiente.
967. Pensaba,
mientras releía mis notas y reflexiones a propósito de Los días, en una suerte
de experimento a cargo de un obstetra e hipotético lector que, conmovido por el
dolor lancinante que les ocasionó a Orfi y a Abe la noticia de mi ceguera
congénita les hubiera dado, por toda palabra de consuelo, a cada uno un
ejemplar de la bellísima novela de Taha Husein. ¿Qué efecto habría obrado su
lectura en ella y en él en medio del paroxismo del común sufrimiento? ¿Y luego,
si viéndome crecer y medrar pese a las adversidades, hubieran resuelto
releerla? ¿Qué le habrían dicho al doctor Aníbal Gómez, portador de la mala
noticia y del bálsamo primigenio, si el azar se hubiera encargado de reunirlos?
¿Que, mirado en retrospectiva y con el desapasionamiento que otorgan los años,
su regalo lo fue con creces o, por el contrario, que lo único que consiguió fue
exacerbar por anticipado todas las penalidades -no exentas de alegrías- de aquella
crianza atípica? Yo qué les digo.
968. “-Soy
un ser abyecto, lo reconozco. ¡Abyecto! -dijo insólitamente…” ¿no adivinan
quién? Pues déjenme desilusionar a los que al rompe se dijeron que Orbán, o
Bukele, o Petro, o Miley, o Trump, o alguna otra mierdecilla actual de la
política que hace curso de ascenso con miras a integrar el generalato de los
malditos, cuya cúpula presiden hoy un tal Putin y un tal Netanyahu. Tampoco
atinaron los que dieron en pensar en alguno de los malparidos que son la norma
entre los capos y mandos medios del islam, el judaísmo, el cristianismo o el
catolicismo (adiós y un -después de todo- merecido descanso eterno, “buen” papa
Francisco). Ni los que pensaron en este o aquel familiar, allegado, conocido,
vecino o simple mortal de la farándula o del mundo del espectáculo, que es el
mundo. Sólo les adelanto que los labios que profirieron semejante mea culpa no
son como los suyos y los míos sino de papel y, por tanto, incorruptibles.
969. ¿Es
o no es cierto, genio de genios, que no ha existido nunca ni va a existir jamás
un hombre medio, una mujer corriente, un adolescente o púber o niña con uso de
razón e inteligencia siquiera mínima que se haya muerto o que se vaya a morir
sin saber qué se siente cuando se le desea el mal, la muerte, a un equis, a un
allegado, a un buen amigo, a un amigo del alma, a un hermano de sangre, al
padre o a la madre? ¿Cierto maestro Dostoievski que a semejante santidad inverosímil
no se puede elevar ningún sapiens con un cerebro de perfectible hacia arriba? ¡Pero
si yo, en medio de raptos de locura pasajera, he maldecido y fulminado de
pensamiento y palabra -sotto voce, sotto voce- desde a mi madre hasta a mis
parejas, pasando por auténticos desconocidos y reconocidos por sus vilezas y
villanías! ¡Pero si yo he sentido el odio pasajero o perdurable de quienes me
han amado o querido bien y el de mis malquerientes, que por ahí andan! Claro
que vaya y pregunte usted a quien le plazca, pregúntese a sí mismo para que vea
el grado de negación y ocultamiento vergonzantes a que impele el schadenfreude
a un 99,9 por ciento de la especie, y me quedo corto.
970. “…Eso le pone a uno de un humor de perros, de modo que si alguien quiere hablarle entonces, lo natural es que uno ladre”: a mí y muy a mi pesar, quedarme sin conexión a internet y no poder, entre otras cosas, envenenarme la sangre leyendo periódicos de aquí y de allá y oyendo el despliegue noticioso de las ruindades manidas de los políticos y de quienes les imponen la agenda; amanecer sin café y por contera lloviendo y por ende imposibilitado para ir al supermercado por provisiones; recibir diariamente cincuenta llamadas de vendedores de esto y lo otro y ninguna de una mujer que me alegre el oído y ojalá la vida aun cuando no sea más que por unas horas; levantarse con el pie izquierdo y no dar en ninguna parte con los buenos samaritanos que, cuando me levanto con el derecho, me tornan la ceguera en una fruslería; no poder ponerle al insomnio, de momento, definitivo remedio o al menos parcial, con el bendito alprazolam tan adictivo y que, si se sucumbe a la adicción, deviene inocuo; soportarles el ruido a los vecinos, a los circunstantes y la estridencia al mundo, que cada vez exige más; no poder mandar para la mierda, en virtud de la buena educación y la siempre desaconsejable mezcla de impulsividad y precipitación, a los inoportunos que sin saberlo vengan a otros de nuestras propias pesadeces. Sé que hay más pero por de pronto…
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