viernes, 18 de agosto de 2023

Desahogos que se me traspapelaron, todos breves o muy breves (III)

281. Vamos a suponer que usted y yo somos dos sesentones colombianos que, tras madrugar cuarenta o cuarenta y pico años yo a cuidar la puerta de un edificio oficial o de un conjunto de apartamentos y usted a cocinar y lavar los platos en un restaurante tradicional, también de Bogotá, por fin nos pensionamos con el monto mínimo, puesto que siempre devengamos eso: el sueldo mínimo. Que nos conocimos cuando ambos andábamos por los veintitantos y que resolvimos irnos a vivir pasado un tiempo para formar una familia. Que acordamos que íbamos a tener no más un hijo porque con nuestros ingresos dos serían demasiados. Que ahorramos una cantidad determinada a costa de sacrificios sin nombre con el propósito de poderle dar a ese hijo una educación siquiera aceptable. Que lo criamos consciente de que si se vive con honradez y decencia se debe trabajar muy duro para conseguir lo indispensable, que se disfruta más cuando se consigue mediante el esfuerzo personal y familiar. Que en el barrio popular donde vivimos contentos, pese a la algarabía y las peleas de las muchas cantinas y billares y galleras y hasta prostíbulos que atruenan el silencio imposible con sus parlantes día y noche, hoy hay más ruido y excitación que nunca porque acaban de oír en una alocución del presidente lo de un bono de quinientos mil pesos para “los adultos y las adultas mayores que no pudieron acceder a una pensión”. Que los tres, que también nos acabamos de enterar, nos miramos incrédulos y desconcertados y que de pronto usted y yo nos sobresaltamos cuando el muchacho nos dice, con evidente malhumor:

 

--¿No pudieron o no se les dio la gana? ¡Pero si cualquiera de los vecinos -bueno: no todos pero sí muchos- ganaba igual y hasta más que ustedes dos juntos! ¿Y qué hacían con la plata? ¡Tomar adiario o casi! ¡Y todos con de a tres, cuatro y hasta cinco hijos! ¡Y los hijos también con hijos! ¿De verdad creen ustedes que tanto esfuerzo valió la pena?

 

Si yo conociera a ese muchacho y pudiera contagiarle algo de lo que siento y pienso, le transfundiría mi más profundo desprecio a los populismos y al grueso de los beneficiarios de sus limosnas con cargo al erario, que no son otra cosa que una soterrada y anticipada compra de votos, a la par que el mayor incentivo para el aumento y la perpetuación de la pobreza. Mental y física.

 

282. ¿Que “¡la violencia de género no se discute!”, decretó el otro día una empoderada política española -o mexicana, o argentina, o colombiana: lo mismo da-? ¡Pero claro que se discute porque la única violencia que yo reconozco con ese nombre es la que se ejerce en contra del español, al que ella y los que se le parecen desfiguran con sus sinsentidos lingüísticos, entre los que las duplicaciones y triplicaciones del género se llevan las palmas!

 

Lo que no se discute -y en eso estamos de acuerdo- es que existen y se deben combatir la violencia machista (la de los misóginos probados, que matan mujeres por el hecho de serlo), la sexista (que ejercen por igual, y amparados en el anonimato de sus manadas, los nostálgicos de un patriarcado hoy por hoy muy desdibujado en Occidente y las ultrafeminazis occidentales, que les hacen el juego a sus supuestos enemigos y de paso nos gradúan a todos los hombres, sin excepción, de abusivos y cavernarios) y aquella de que son víctimas los elegebeteí a manos de toda suerte de trogloditas y oscurantistas incapaces de concebir un mundo en el que todos no seamos machos que procrean con hembras.

 

Una cosa sí es segura: mientras que la violencia en contra del género gramatical tiene solución (la ridiculización o el ninguneo de los que la practican), la violencia contra los sexos y las libertades sexuales se debe combatir con penas carcelarias severas cuando los delitos así lo ameriten, con sanciones sociales y trabajo comunitario cuando se trate de infracciones menos graves, y siempre siempre con altísimas dosis de desobediencia civil y provocación a los moralistas y los intolerantes. Que escandalizar sea, mejor dicho, la premisa de todo elegebeteí y de todo heterosexual promiscuo que motu proprio pero sin dañar a nadie resuelva darles rienda suelta a las pulsiones del cuerpo que se sacó en la tómbola de la perra vida.

 

283. ¿De modo que al dolor inconmensurable por la suma gravedad del estado de salud de mi hermadre -quien desde hace una semana se debate entre la vida y la muerte en una UCI- y al sufrimiento por la muerte reciente -tú y yo hablamos por última vez, mi amor, hace setenta y siete domingos y quinientos cuarenta y dos días- de una persona a la que amé de corazón no obstante mis múltiples defectos, les debo sumar el agobio a que me someten un día sí y el otro también los militantes del cristianismo y ocasionalmente del catolicismo? ¿Por qué les permito a todos esos sujetos -médicos, enfermeros, tíos, primos, hermanos, amigos y auténticos desconocidos- que me abrumen con su fe, que sólo a ellos concierne? ¿Puede decir cualquiera de ellos, acaso, que yo he hecho el más mínimo esfuerzo para que duden o dejen de creer? ¡Pero si los únicos escenarios en los que yo ventilo mi ateísmo manso son este blog y ciertas situaciones en las que vale la pena debatir! ¿Será mucho pedirles a todos esos entrometidos de Biblia o camándula en mano que dejen la joda, a ver si me ahorro el engorro y la mala educación de tener que mandarlos para la mismísima mierda?

 

284. Formo parte, y asumo las consecuencias, de dos plagas: la primera contemporánea y la segunda intemporal. Pertenezco, por un lado, a los apestados que sin demasiado cargo de conciencia fuman y reivindican su amor al cigarrillo, tan medicinal cuanto nocivo. Y, por otro, a la de los infinitamente más aislados que desde sus atalayas personales y al margen de cualquier manada defienden aquello en lo que creen y no contemporizan con ninguna pese a los riesgos que corren.

 

285. ¿Misógino y fratricida Gianciotto Malatesta? En cambio a mí me parece que se quedó corto.

 

286. Y moriste, según mi calendario, el 78-547. Según el que a todos nos rige, el 10 de julio de 2023: otra fecha grabada a fuego en mi memoria, mientras la conserve.

 

Decir que fuiste, mi amor, la mejor hermana del mundo es de una mezquindad imperdonable porque fuiste tan madre como nuestra Orfi, a más de amiga y cómplice y confidente y celestina. Y como ninguna cosa -ninguna- que escriba o diga sobre ti y sobre el amor extraordinario que nos unió durante casi 50 años te haría justicia, pues lo dejo así. Sólo me queda darle infinitas gracias a Fortuna por habernos hecho coincidir en una casa y en una familia amorosas y carentes de la más mínima inhibición a la hora de manifestar los afectos. Y tú y yo, los más desinhibidos de todos. ¿O por qué crees que en tantas partes nos tomaban por pareja?

 

Qué lástima, mi amor, que en mí no alumbre la bella ficción de la vida y el reencuentro después de la muerte, pues estaría exultante pese al dolor y la ausencia en que a Orfi, a Tita y a mí nos sumió tu disolución tan prematura. Ah, y que sepan el mundo y sus alrededores que me quedé sin con quién mamar gallo y dessacralizarlo todo -y todo es todo-, entre carcajadas de júbilo que ya no incomodan a los vecinos o les producen envidia.

 

287. A que no adivinan quién aprendió la lección de maravilla y quien, por el contrario, no aprendió nada de nada: “Enseñé a los reyes a ser tiranos, pero también a los pueblos a librarse de ellos”.

 

288. Estoy por creer que el fulano que echó a andar la mentira grande como un estadio de que “con los buenos sentimientos no se hace literatura” no se enteró de la existencia luminosa de Cervantes o, si se enteró, jamás leyó su Quijote o, si lo leyó, malgastó el tiempo. E igual pienso de los que de la trola se hacen eco.

 

289. A usted, maestro, gracias por la precisión tan necesaria y ustedes, otrora bandidos hoy en el Congreso y en la Casa de Nariño, quedan notificados: “Dijo Mario Calabresi […] que se puede ser un exterrorista pero no un exasesino. El terrorismo deja de practicarse cuando las circunstancias lo aconsejan o logra sus objetivos por otros medios. Pero haber matado a un semejante no es tarea circunstancial, cosa de un día: ser asesino te marca para siempre, te convierte en alguien distinto. El terrorismo puede olvidarse pero el crimen siempre te acompaña, está a tu lado como el primer día. El crimen de Lotta Continua o ETA no es nunca un gesto individual sino la culminación de un proyecto colectivo: asesino es el ejecutor, quien ordenó el crimen, quien informó de las costumbres de la víctima, quien ayudó o encubrió al ejecutor. Y por supuesto asesinos son también quienes justificaron o ‘comprendieron’ el asesinato y sobre todo los que se beneficiaron políticamente del terror. […] ¿Que los terroristas ya no ejercen? Será que no les conviene. Pero los asesinos siguen siendo asesinos. No debe permitirse que rentabilicen democráticamente el botín de su crimen”.

 

La reflexión también les calza, no se vayan a creer, a los autores mediatos e inmediatos de los miles de ejecuciones extrajudiciales conocidas con el eufemismo de “falsos positivos”, asesinatos aleves y sistemáticos de que son y siempre serán responsables desde Álvaro Uribe Vélez hasta el último soldado que apretó el gatillo y disfrazó de guerrilleros a los que no eran más que civiles inermes, pasando por quienes impartieron las órdenes de matar o hicieron la vista gorda para no involucrarse.

 

290. Leo esta reflexión de Antonio Muñoz Molina (“El crecimiento de las cosas es muy lento. La destrucción es casi instantánea. Basta un disparo para acabar con una vida entera. Un árbol que tardó siglos en alcanzar su plenitud magnífica es talado en un rato por una motosierra o consumido sin remedio por una gran llamarada favorecida por el viento”), pienso con horror en la invasión de Ucrania y con asco en los que con su silencio o a grito pelado apoyan a los invasores y a su carnicero en jefe. ¿Que odiar es malo para la salud? Debe de serlo, aunque un poco menos cuando en el pécho y en el encéfalo en los que bulle el odio también anidan el amor y la admiración por los Quijotes que, no de palabra sino de hecho, combaten a los malvados, siempre en franca desventaja.

 

291. ¿Que la ceguera congénita -la mía- es incurable, les dijo Francisco Barraquer a Abe y a Orfi? Juzguen ustedes: “Con la luz del sol aparece también el color de los pájaros y de las flores: las orquídeas blancas y moradas que cuelgan de los árboles, el anaranjado de las aves del paraíso, el morado o el rosado de los besitos, el rojo y el negro de los anturios…”.

 

Pero no se entusiasmen demasiado porque para la ceguera también congénita de mis otrora amigos Luis Antonio Camelo y Germán Mauricio López sí que no hay remedio ni en la mejor literatura o descripción pictórica. ¿Que por qué? Pues porque la de ellos vino, a diferencia de la un tris atenuada de mi ojo izquierdo -que se cobró un accidente de tráfico a comienzos del milenio-, desprovista del más mínimo concepto de luz y color. Lo cual quiere decir que para el ciego total -que no vive sumido en ningunas tinieblas (tan visibles como la claridad más deslumbrante) sino en la nada más absoluta: lo sabe mi ojo derecho- ni la luz del sol, los colores de los pájaros, el blanco o el morado o el anaranjado o nuevamente el morado o el rosado o el rojo o el negro de las flores que sean significan nada porque jamás se han visto. Es como si se comparara mi memoria visual con la de alguien de cultura ávida que vio toda la vida y perdió la vista por enfermedad o accidente: él sí que puede visualizar no sólo esos colores sino también las flores propiamente dichas, cuyas formas serán para mí inasibles en tanto no las tenga entre las manos.

 

292. Entre las demasiadas bobadas que repiten los tontos, diplomados o no, la de que se puede enseñar a escribir dentro de un salón de clases: “…el primer hombre dejó Toledo y pasó la mar para llegar a una tierra menos dura, menos árida, una tierra donde su nombre, Abraham Santángel, no fuera un estigma, y allí, algunos años después de llegar a Antioquia, del vientre de su mujer, Betsabé, nació Ismael, el quinto de sus hijos. Ismael con Sara engendró a Isaías, que con su esposa Raquel engendró a Elías, quien con su esposa Isabel tuvo un hijo de nombre José Antonio, del cual con Mercedes nació Josué, quien se casó con Miriam, que parió a Jacobo, mi padre, que con mi madre, Ana, tuvo también a mis dos hermanas, Pilar y Eva, y me tuvo a mí”.

 

A ver, qué dijeron: ¿Que ésta es la tarea del alumno más aventajado en una clase de español o de lenguaje cuya lección de ayer fueron los pronombres relativos? ¿De verdad no se imaginan los años de lectura inteligente y esforzada que hay detrás del prodigio de hacer caber todo un árbol genealógico y parte de una historia familiar en apenas dos proposiciones? Lo siento por los que no.

 

293. Los que sabemos la gloria perdida de antemano mensuramos, maestro, el valor de su renuncia:

 

“Conducía su coche por una carretera de Valencia de doble sentido y simplemente por una vez se reprimió el impulso de adelantar al coche que iba delante. Pudo haberlo hecho con suma facilidad, como tantas veces. Con solo apretar la suela del zapato su coche habría salido disparado sin ningún peligro. Adelantar, siempre adelantar era su objetivo en todos los órdenes de la vida, pero en este viaje había decidido reducir la marcha para contemplar el paisaje. Por supuesto, otros coches que venían detrás le pedían paso y Miguel experimentaba un placer hasta entonces desconocido al poner el intermitente hacia la derecha para facilitarles la maniobra de adelantamiento. Algunos camioneros se lo agradecían con el claxon, otros automovilistas le insultaban de viva voz por ir tan despacio, pero Miguel contemplaba el campo de girasoles, o la colina peinada de verde por el trigo en primavera o simplemente se metía en sus pensamientos o conducía sin pensar en nada. Fue una sensación placentera, sin importancia, pero Miguel decidió aplicarla a la forma de vivir, hasta el punto que su futuro se dividió en dos, antes y después de aquel viaje. Esta experiencia le llevó a asumir que no pasaba nada si admitía que había escritores que iban delante, que tenían más éxito, más premios, más talento, más reconocimiento oficial, más medallas, academias y otros honores” aunque ninguna garantía de posteridad pues aquello viene después, si viene, y sin que se sepa a ciencia cierta por designio de qué o de quién. ¿O cómo se explica entonces que escritores y obras que gozaron de prestigio y fama en presentes remotos hoy estén sepultados bajo toneladas de olvido, y que escritores y obras desconocidos o ninguneados en su momento hoy y muy posiblemente también mañana figuren entre lo imperecedero de este arte?

 

294. Déjeme que le cuente algo antes de que transcriba estas palabras suyas, mi muy admirado y estimado don Arturo.

 

Trabajé de profesor universitario y en algún otro centro de enseñanza casi 22 años, en los que coseché muchas satisfacciones y experiencias humanas y docentes, así como no pocas decepciones y desencantos que me hicieron desistir tal vez demasiado pronto. Entre los segundos, ninguno como el desinterés de la mayoría de todos esos muchachos sin referentes de peso y colmados de desinformación a los que nada que fuera su mundo los hacía vibrar. Ni siquiera lo relativo a sus familias, de las que lo desconocían todo o casi. Si preguntarles por las vidas de los que fueron sus padres antes de que ellos nacieran era tiempo perdido, imagínese sus respuestas si por quien se les preguntaba eran los abuelos o parientes incluso más distantes con respecto a su presente. Pienso ahora que si hubiera conocido el artículo de que tomo la cita, lo habría leído con ellos en la esperanza de que al menos a un par de cada grupo sus palabras los zarandearan convenientemente: “Cada uno de nosotros tiene una, veinte historias familiares. Estúpidos aquellos jóvenes que no acuden a sus mayores a que se las cuenten, antes de que estas historias se extingan con ellos y duerman en el silencio sin aportar nada a las generaciones que no lo vivieron, haciendo imposibles la lucidez y la experiencia. Mis mayores han muerto, o están muriendo poco a poco, pero el niño curioso que fui logró arrancar un puñado de esas historias al olvido, y ahora lamento que no hubieran sido más. Lamento las horas perdidas sin preguntar a aquellos que ya no están conmigo. Eran -son- las historias de cada uno de nosotros: las historias de nuestros padres y nuestras madres y nuestros abuelos”, nada menos.

 

295. Me estrello, leyendo a Wilson, una vez y otra vez con el evocador sustantivo feromona y de él, de Wilson, aprendo este otro: alelomona, y ambos -feromona y alelomona- me conducen por azar en internet a un tercero: copulina, que me retrotrae a decenas de conversaciones con amigos varones sobre lo que para una inmensa mayoría de ellos resume un singular engañoso e inexacto como el que más: odor di femina. Pobres narices monolíticas.

 

296. De los millardos de personas que al menos en una oportunidad hemos experimentado la sensación que le suscitó a Ribeyro la siguiente agudeza, apenas a un número exiguo se le dio discurrir en algo análogo o hasta más agudo mientras que para casi todos los demás la situación, redundante o singular, no supuso cosa distinta que la posibilidad de chatear o de rumiar problemas personales. Él, únicamente él de entre todos los de la especie, se propuso y consiguió materializar mediante la palabra escrita su epifanía mental:

 

“Viajar en un tren en el sentido de la marcha o de espaldas a ella: la cantidad física de paisaje que se ve es la misma, pero la impresión que se tiene de él es tan distinta. Quien viaja en el buen sentido siente que el paisaje se proyecta hacia él o más bien se siente proyectado hacia el paisaje; quien viaja de espaldas siente que el paisaje le huye, se le escapa de los ojos. En el primer caso, el viajero sabe que se está acercando a un sitio, cuya proximidad presiente por cada nueva fracción de espacio que se le presenta; en el segundo, sólo que se aleja de algo…”: tal cual.

 

¿Se necesita acaso, les pregunto, alguna otra prueba que justifique la imprescindibilidad -perdón, perdón por el archisílabo imprescindible- de la literatura para ciertas pobres vidas de hombre?

 

297. Si relacionan el contenido de la ‘prosa apátrida’ 52 con el de la 55, aunque antes que nada con el colofón de la 55, es harto probable que en su cerebro y en su espíritu se obre un alumbramiento como el que se acaba de obrar en los míos. Pero si tras efectuar el ejercicio en los suyos no se obra nada, despreocúpese y haga como que hizo caso omiso.

 

298. Ya que de los gringos recibe el mundo mucho de lo mejor e igual cantidad de lo peor que produce la especie, me parece que empiezo a oír por todas partes, dentro de unas horas o mañana a más tardar, lo que acabo de oír en un canal de YouTube de la ABC: que para soportar con entereza los calores atípicos de este verano y los previsiblemente más insoportables y perjudiciales de los porvenir, la solución es celebrar ‘Christmas in July’! Como quien dice: en lugar de aprovechar el sofoco desesperante de la emergencia climática con sus incendios forestales para recalcarles a los descerebrados y a los irresponsables lo evidente, ese gobierno y todos lo suicidas que lo copian -hasta el último en que usted dé en pensar- permiten que los codiciosos de la industria y el comercio planetario aceleren todavía más el carro del antropoceno consumista en aras del crecimiento y el desarrollo. ¿La engañifa publicitaria? De una elementalidad que insulta a la inteligencia más modesta: que el mero hecho de evocar esa festividad de un mes invernal hace tolerables los peores efectos de los 54 grados del Valle de la Muerte o los casi 44 de Phoenix. ¿Su forjador? Cualquier avispadillo al que sus colegas y conocidos deben de estarle dando trato de genio. Les parecerá que engañar a las les y los tontainas -el grueso de la humanidad- tiene mérito.

 

299. Dice Pessoa que “el corazón, si pudiese pensar, se pararía” y yo me digo que el cerebro, que por pensar siente, se desespera y se desquicia, tampoco se apaga. Maldito todo lo que no es volitivo.

 

300. Cada que, como estudiante o como profesor en las universidades por las que pasé (la Pedagógica, la Javeriana, La Salle y la Sergio Arboleda) me estrellaba con una medianía empingorotada doctoranda o doctorada, de las que se arrogan el título de científico social y sienten que más allá de donde ellas llegaron nadie puede ir, me sentía impelido a preguntarles si de casualidad sabían quiénes eran los Bernoulli, los Alvar Ezquerra, los Huxley, los Lynch (Benito, Marta, Enrique…), los Renoir, los García-Calderón, los Goytisolo, los González-Blanco o los Caballero colombianos tan ilustres, no más que para ver si lograba hacerles titubear por un momento el amor propio. Pero la verdad es que siempre desistía… porque lo mío es desistir cuando a priori sé que no vale la pena.

 

301. Me escribe un Caparrós comprensiblemente sorprendido:

 

“…Pibe -o piba- es una suerte de diminutivo cariñoso: por eso, entre otras cosas, me sorprendió encontrarlo cargado con un aumentativo. Pibón parecía una paradoja; pronto entendí que era otra cosa. Y entonces lo busqué: la RAE lo había definido primero como ‘mujer muy atractiva’ y después […]. Pero un pibón fue, hasta hace poco, siempre una mujer y, casi siempre, una mujer henchida de despampanancia. Porque la palabra no se aplica a cualquier belleza: es, más que nada, la que avasalla, carne rotunda, formas decididas -de antemano. Un pibón es una hipermujer, una que cumple con la mirada dominante, que se deja dominar y nos domina”.

 

¿”Nos domina” a quiénes, perdón -le pregunté imaginariamente a mi amigo, que me respondió de la misma forma-: Cómo que a quién. Pues a usted, a mí y a todos los heterosexuales y lesbianas que caemos rendidos ante tanta voluptuosidad.

 

Sin embargo, en lugar de continuar con el diálogo, me dejé llevar por el recuerdo de una canción de juventud que no es que me gustara particularmente; la encontré en YouTube: ‘El mujerón’, un merengue bastante picante de Los Toros Band que si Martín lee esto ojalá escuche para, surtido ese trámite, le preste atención a la confidencia que a continuación hago:

 

Si un buen día el mundo se despertara poblado exclusivamente por pibones como los que él describe o por mujerones como los del merengue, yo -y presumo que muy pocos más- devendría de enfervorizado adicto a lo sutil femenino en una especie de asexuado o asexual, dado que no son las “formas decididas” y la “carne rotunda” de las ‘hipermujeres’ lo que en mí solivianta la libido, sino todo lo contrario: los cuerpos gráciles de treintañera, de veinteañera o de adolescente de manos y facciones suaves y pequeñas, de pelo a media espalda o como mínimo a la altura de los hombros, ojalá lacio -ondulado está muy bien también-, abundante y sin falta recién lavado. Me avengo igualmente de maravilla con las un tanto rollizas que no buscan ni consiguen captarse más atención de la estrictamente necesaria siempre y cuando, eso sí, reúnan los requisitos venéreos de aquí arribita, además de lo innegociable: una voz tan grácil, suave y acariciadora como sus presencias. De los odores di femina y copulinas que me trastornan podemos hablar otro día. Claro: no uno cercano, puesto que primero tengo que dar con las palabras precisas para comunicar lo imposible.

 

302. Cosas que se me ocurren mientras voy en el TransMilenio y los demás -ciegos incluidos, no se vayan a creer- chatean o inficionan el ambiente con el ruido de sus videos: a cuál de los nueve primos que sobrevivimos a mi hermana (Mario y Toto, Zuli y Luisa, Titi y Pablo, Mauricio, Andrea y Juan David) le va a corresponder la mala suerte de morir de último y en qué condiciones. ¿A qué edad? ¿Desmemoriado o lúcido? ¿Cagándose y meándose en la ropa, o todavía con el control de los esfínteres? ¿Postrado en cama, o aún capaz de valerse por sí mismo para lo fundamental? ¿Pobre de solemnidad, apenas con lo necesario o solvente? ¿Amargado y abrumado por la vida o agradecido con ella? ¿Solo íngrimo o con el consuelo de contar con alguien que lo acompañe y lo ayude? No sé ustedes, muchachos, pero yo me pido el próximo pasaje.

 

303. Lo reconoce el educador que quise ser: antes que conseguir, primero, que se aquerenciaran con la literatura para, luego, asistir ojalá a su enviciamiento sin retorno, dediqué, si cabe, más empeño a, por un lado, vencer la apatía política de los estudiantes que callaban cuando los alienados de la extrema izquierda repetían, ahora en clase, los escupitajos ideológicos que oían en las asambleas estudiantiles y, por otro, a intentar morigerar, mediante la lectura y los debates que de ella se suscitaban, las pulsiones extemporáneas de revolución de los anacrónicos. Como lo primero produjo magros resultados y lo restante aun peores, aquí me tiene, estimado Javier, pensionado a los 49 años y sin pisar un aula “real” hace lo menos cuatro, leyéndolo a usted y a los demás del cenáculo, y en el fondo nostálgico de no poder compartir con todos esos muchachos reflexiones como ésta, que de procesarlas como es debido los harían tan sabios: “…porque me encantan las aventuras, pero sólo en la vida privada, las novelas y el cine; en la vida pública, aspiro a un aburrimiento escandinavo. […] Lo han adivinado: no soy partidario del entusiasmo en política (aunque voto siempre: la razón es que, si no voto yo, votan por mí); tampoco de la emoción ni de la poesía: aspiro a una política prosaica, racional, humilde, que sin prisa pero sin pausa mejore la vida de las personas comunes y corrientes, única forma conocida de mejorar el mundo. Esto, ya lo sé, suena aburrido, pero ya he dicho que mi ideal en política es el aburrimiento. ‘Que vivas tiempos interesantes’, reza una maldición china: mi ambición suprema consiste en vivir tiempos lo menos interesantes posible. Con esa esperanza voto siempre” (y yo, sólo que jamás con éxito).

 

304. Lo reconoce el educador que quise ser: antes que conseguir, primero, que se aquerenciaran con la literatura para, luego, asistir ojalá a su enviciamiento sin retorno, dediqué, si cabe, más empeño a, por un lado, vencer la apatía política de los estudiantes que callaban cuando los alienados de la extrema izquierda repetían, ahora en clase, los escupitajos ideológicos que oían en las asambleas estudiantiles y, por otro, a intentar morigerar, mediante la lectura y los debates que de ella se suscitaban, las pulsiones extemporáneas de revolución de los anacrónicos. Como lo primero produjo magros resultados y lo segundo aun peores, aquí me tiene, estimada Irenita, pensionado a los 49 años y sin pisar un aula “real” hace lo menos cuatro, leyéndola a usted y a los demás del cenáculo, y en el fondo nostálgico de no poder compartir con todos esos muchachos reflexiones como ésta, que de procesarlas como es debido los harían tan sabios: “Prudente y suspicaz, la democracia griega desconfiaba de las esferas del poder. Las leyes parecían defender que el mejor gobernante sería probablemente quien menos desease serlo. Respecto a los ciudadanos, se recomendaba no admirar demasiado a sus líderes. No amarlos. No ser sus hinchas. Aquellos atenienses recelosos jamás habrían valorado a un candidato capaz de afirmar que podría plantarse en la quinta avenida del ágora y masacrar a sus conciudadanos sin perder partidarios. Ser así de leal es letal. En nuestra época exaltada, las simpatías políticas se asemejan a las dinámicas de los hooligans deportivos. Recordemos que fan es una abreviatura de fanático. Los forofos ansían derrotar al otro equipo, más que lograr mejoras en sus vidas. Esto conduce a formas perversas de competencia, especialmente en una época de burbujas en las redes sociales que nos segregan en grupos, suministrándonos distinta información, diseñada para afianzar nuestros prejuicios y crear cuadrillas de convencidos…” (yo que ellos, empezaría por desagregarme).

 

305. Propongo un concurso: la frase -una sola- capaz de compendiar la, llamémosla, esencia antropológica de nuestro tiempo. Aquí va la mía: “En nuestra época narcisista hay muy poco interés por estudiar la historia, aunque sí por erigir tribunales de acusación sobre los personajes del pasado”.

 

306. ¿En dónde están, caso de que existan, la tercera Colombia y la tercera Argentina y el tercer Brasil y el tercer México que nos salven del petrismo y el uribismo, del kirchnerismo y el macrismo, del lulismo y el bolsonarismo, del lopismo y el priismo y a la América Latina toda de su tendencia incorregible a virar con violencia de un extremo al otro del espectro, cual si su péndulo jamás apuntara al centro? Que por favor nos lo aclare Paul Preston.

 

307. Yuxtapongo en la pantalla las fotos de Uribe y Petro, de sus familias, de sus combos de lambeculos con fachada de partidos políticos y de la hinchada que por cada uno vota y, mientras me las quedo mirando con detenimiento, me digo que qué cosa si se parecen los dos sujetos, los deudos de uno y otro, los ganapanes que se benefician de su poder y los militantes sordos y ciegos frente a los hechos y las realidades que los condenan. Los dos, de pasados probadamente violentos -paramilitar el uno, guerrillero el otro- se hacen pasar con éxito por el único capaz de pacificar al país entero a sabiendas de que cada uno lo divide y crispa sin tregua ni miramientos. Los dos, que pactan hasta con el diablo -Carlos Alonso Lucio o Everth Bustamante, Armando Benedetti o Roy Barreras- a cambio de más poder, esconden sus corruptelas bajo llave al tiempo que culpan, sirviéndose del eco que se hacen sus incondicionales y los periodistas que les son afines -una María Isabel Rueda por acá, una Cecilia Orozco Tascón por allá-, a la competencia. Ambos con hijos que escandalizan tanto o más que los papis, con hermanos y familiares incursos en venalidades y con funcionarios que chuzan y delinquen pero siempre a espaldas de los que fueran candidatos y ahora presidentes porque de ellos, como de Dios, proviene siempre lo bueno y jamás lo malo. Pero ahí no acaba todo porque resulta que cuando los medios convocan a declarar a los congresistas, ministros y gregarios de cualquier categoría del uribismo sobre Petro y los petristas o a los del petrismo sobre Uribe y los uribistas, ni los unos ni los otros tienen el menor reparo en salir a condenar sin atenuantes y sin esperar a que la justicia falle los desaguisados y derrapes éticos de los oponentes, pero tildan a esos mismos medios de amañados y vendidos cuando a lo que se los convoca es a rendir cuentas sobre los escándalos y tropelías del jefe, los familiares del jefe o sus conmilitones. Entonces sí exigen que sean los jueces y no la prensa los que se pronuncien. Entretanto y para no desentonar, los electores del uno y del otro, que estarían dispuestos a lapidar a lo sharía o a linchar a lo chibchombiano a Juan Fernando Petro y a Nicolás Petro y a Laura Sarabia, o a Santiago Uribe y a Jerónimo Tomás Uribe y a Andrés Felipe Arias si en sus manos estuviera hacerlo, se hacen los desentendidos o los indignados cuando un independiente con criterio y coraje les afea el doble rasero y la deshonestidad de sus ideologías sectarias, tan idénticas en el fondo cuanto torpes en las formas.

 

308. No se me haría raro, doctor Bejarano, que mientras usted escribía la columna de que extraigo la cita, yo anduviera pergeñando mi desahogo número 300: “…Esa manada de doctores vanidosos que hoy se mueven con prepotencia en las universidades criollas, salvo excepciones contadas en los dedos de la mano, no honran en sus actividades el cúmulo de investigaciones que se ufanan de haber adelantado, con las que intentan descrestar calentanos, sin siquiera lograr convencer a los estudiantes de pregrado. […] Nuestras universidades están plagadas de costosos e inútiles doctores”.

 

De mi parte, una vez más la salvedad de que mis dardos en esta materia no se dirigen contra biólogos, químicos, físicos y demás doctorandos, doctorados o posdoctorados de las ciencias sino contra los que, en carreras de tiza y tablero, tienen carta blanca para presumir especulando, en esas jergas insustanciales y enrevesadas con las que juegan a teorizar de palabra y por escrito, y sólo para que les entre cada vez más platica. Ah, y le propongo que hablemos un día de estos de las excepciones a las que usted alude y que, en mi caso, no llegan a cinco: demasiado pocas aunque, eso sí, las tres de gran valía.

 

309. Me embebo -gracias a que ayer no bebí- en este ensayo de Montaigne y querría expresarle al maestro mi extrañeza de que, a pesar de que sé que sabré morir, escasa idea tengo de cómo vivir.

 

310. Pienso en el Epicuro auténtico y no en la tergiversación que de él forjaron sus despreciadores y la ignorancia de los que desde entonces les hemos creído, y me parece insoportable la indefensión de muchos muertos célebres. Que el punto de no retorno a que hoy se aboca irremediablemente el planeta sea la consecuencia, al menos en parte, del ¿epicureísmo? de los ¿epicúreos? daría para que “el filósofo del buen vivir”, quien “aspiraba a un sueño colectivo modesto pero ambiciosísimo: ‘La voz de la carne pide no tener hambre, ni sed, ni frío’” y quien “era lo opuesto a un sibarita derrochador” pues “vestía ropa sencilla y se alimentaba a base de pan, queso y olivas” abandonara la tumba y, como cualquier resuelto don Quijote, desficiera el agravio y enderezara el entuerto. Que se cobre la infamia arremetiendo, como primera medida, contra los diccionarios que se hacen eco del sustantivo y el adjetivo calumniosos.

 

311. Yo que ustedes, almas cándidas de las izquierdas del mundo, que se creen y propalan la mentira de que la salvación del planeta reside en el dichoso ‘sur global’ y más precisamente en la heroicidad de los Petro y los Lula; yo que ustedes hablaría, entre otros, con Raoni Metuktire a ver él qué piensa. ¿Que no saben quién es y por ende dónde encontrarlo? Escríbanle a Eliane Brum que ella les suministra las coordenadas. Y una petición al ‘norte global’ insaciable: mucho cuidado con ir a soltarles los cien mil millones de dolaretes anuales a aquel par de tartufos, que en menos de lo que canta un gallo los vuelven humo y ahí sí que se nos acaba de quemar la selva. Dénselos a Green Peace aunque eso sí, a condición de que Raoni y su gente, Greta Thunberg y la suya y Eliane Brum sean quienes ejerzan la contraloría.

 

312. ¿Que un muy buen estudiante de la ciencia que sea se convirtió con el tiempo en un buen científico y divulgador científico?: encomiable. ¿Que un muy buen estudiante de literatura o de periodismo se convirtió con el tiempo en un buen crítico literario o en un buen cronista y reportero?: encomiable. Sin embargo, lo maravilloso y de todo punto deseable es que haya científicos y divulgadores científicos capaces, como el gran Javier Sampedro, de escribir sobre ciencia con los alcances y recursos del mejor de los literatos y literatos -escritores de ficción, aforistas…- capaces de discurrir sobre ciencia en sus géneros con la solvencia y el criterio del mejor de los divulgadores científicos. Los nombres, en este caso, se me atropellan en el recuerdo pero, en aras de la paridad, registro apenas uno: Julio César Londoño.

 

313. La justicia poética consiste, amén de lo que ustedes quieran agregar, en que para cada Procusto exista un Teseo. ¿Soñar con algo análogo en la justicia que imparten los hombres, o en la divina con que se consuelan los crédulos? Conozco mejores formas de perder el tiempo.

 

314. Modesto que soy, yo me daría por bien servido si los contradictores políticos fueran aquí y en todas partes no ya émulos o tan siquiera remedos de Melchor Rodríguez García, mas sí personas decentes y leales. Inverosímil que algo tan sencillo constituya, casi indefectiblemente, una aspiración irrealizable.

 

315. Con tal de que lo que prime sean los intereses del lenguaje y más precisamente los del español, que venga lo que venga. Corría 1996 cuando a un neurólogo se le ocurrió informarme de que yo era epiléptico. Unos años más tarde fue una psiquiatra la que me dijo que era ciclotímico. Recientemente, mejor dicho la semana pasada, comparecí ante la médica general con los resultados de los exámenes de laboratorio que me había ordenado y todo para que me declarara hipoglicémico: “E-pi-lép-ti-co, ci-clo-ti-mi-co, hi-po-gli-cé-mi-co” le dije, enfatizando. Y rematé, a lo Valenciano: “No es sino que usted mañana me diga que soy bulímico y sifilítico para quedar hecho. Hecho un guiñapo”. Se rió de buena gana.

 

316. Yo, que entre mis años de estudio y trabajo en la universidad pública ajusté 15, doy fe, y no sólo por eso, de que este aforismo de Nicolás Gómez Dávila acierta sin ningún género de dudas: “El proletariado no detesta en la burguesía sino la dificultad económica de imitarla”.

 

317. De entre las cosas que me siguen gustando de la perra vida, una que no paladeaba hacía mucho: la incompasibilidad de su irreverencia.

 

Arranqué con Orfi el sábado pasado (12 de agosto de 2023) para el concierto de la Filarmónica en el auditorio Fabio Lozano, contentos tras un ayuno de más de un mes. Llegamos, nos mamamos una fila larga larguísima para comprar las boletas porque si existen sitios en los que campee la indiferencia con los frágiles -viejita ella, cieguito yo-, ésos son los que frecuentan los cultos y los semicultos amantes del arte: museos, teatros, bibliotecas, paraninfos, casas de poesía, salas de conciertos… El caso es que por fin entramos y nos sentamos.

 

Comenzó el concierto y, con los primeros compases, la primera sorpresa: una como obertura que no figuraba en el programa, que había consultado unos días antes. Luego, según lo prometido, un par de conciertos para corno, de los intrascendentes.

 

Estábamos en el intermedio cuando de pronto se nos acercó una mujer que, tras saludar con amabilidad y presentarse, nos contó que trabajaba con la orquesta, y que llevaba ya un buen tiempo fijándose en que raro era el sábado que no nos veía en el auditorio. Nos propuso que grabáramos un día de éstos una nota para las redes sociales de la Filarmónica, en la que contáramos de dónde nos venía a mi madre y a mí el amor por la música clásica. Tras el “Claro que sí” hablamos de alguna otra cosa, y el deslenguado que llevo dentro incurrió, antes de que yo pudiera sofrenarlo, en uno de sus habituales exabruptos: se burló, incompasivo, de los desinformados que en ese y otros auditorios aplaudían entre los cambios de movimiento de un concierto o de una sinfonía.

 

A propósito de sinfonías, el maldito programa aquel anunciaba para después del intermedio la Londres de Haydn, pero lo que en cambio se dejó oír fue un portento de belleza que me supo a Verdi y era de Verdi. Extasiados, Orfi y yo intentábamos sofocar las ganas de abrazarnos, de tararear lo que fuera y de pararnos a “bailar” a la par con Francesco Belli, que a ella la tenía cautiva.

 

Pues les cuento que eso habría sido del todo preferible al ¡braaaaaaaaaavoooooooooo! Con que atroné una sala en la que unos pocos aplaudían tímidamente y mi madre y yo a rabiar, al cabo de un final de movimiento paroxístico que con creces habría podido ser el colofón de aquello tan endiabladamente bueno pero que a lo sumo iba por la mitad. Se me incendió la cara, se me entrecortó el resuello y quise morirme allí mismo, como siempre en vano.

 

Humillado frente a tanto cultito bien informado, me prometí que en adelante defendería y acompañaría en sus desmadres de júbilo a mis compadres los desacompasados de auditorio, ante quienes hoy juro mis más inquebrantables lealtad y pertenencia.

 

Y tú, Ángela, ¿qué te dijiste cuando me oíste desafinar?

 

318. Me estrello -en la radio, en la televisión, en internet: por fortuna cada vez menos en la calle gracias a una agorafobia incipiente- con tanto bípedo insustancial tan ufano y enamorado de sus insustancialidades y por contera tantos de ellos tan malaleches, que por un momento pienso en mandarlos a leer este artículo que figura en la Wikipedia bajo el título de Octopoda, para que se enteren de una vez por todas de qué va eso que llamamos cerebro y corazón. Y, de paso, para que saboreen el bellísimo español en el que algunos biólogos transmutan lo complejo de sus saberes encomprensible y eufónico.

 

319. Me encantaría formar parte de un departamento de lenguas y de una facultad de humanidades donde enseñaran español y publicaran en su revista indexada un Rafael Alvarado Ballester, un Miguel Colmeiro y Penido, una Margarita Salas Falgueras o un José María Bermúdez de Castro y (condición sine qua non) donde el gran Javier Sampedro Pleite llevara la voz cantante desde la decanatura. Aunque… qué carajos: como lleguen a saber de algo siquiera parecido, llámenme que enseño gratis.

 

320. Que me perdone el respetabilísimo debido proceso la impertinencia de detestarlo cada vez que se lo invoca y utiliza a manera de escudo dizque para investigar, para así poder fallar, sobre lo que de tan manifiesto y evidente agrede los sentidos; verbigracia, la sevicia de la metódica misoginia de los talibanes, los crímenes transnacionales y de lesa humanidad de Putin y sus invasores o los delitos a cuál mas burdo de Trump y los trumpistas en los Estados Unidos.