281. Vamos
a suponer que usted y yo somos dos sesentones colombianos que, tras madrugar
cuarenta o cuarenta y pico años yo a cuidar la puerta de un edificio oficial o
de un conjunto de apartamentos y usted a cocinar y lavar los platos en un
restaurante tradicional, también de Bogotá, por fin nos pensionamos con el
monto mínimo, puesto que siempre devengamos eso: el sueldo mínimo. Que nos
conocimos cuando ambos andábamos por los veintitantos y que resolvimos irnos a
vivir pasado un tiempo para formar una familia. Que acordamos que íbamos a
tener no más un hijo porque con nuestros ingresos dos serían demasiados. Que
ahorramos una cantidad determinada a costa de sacrificios sin nombre con el
propósito de poderle dar a ese hijo una educación siquiera aceptable. Que lo
criamos consciente de que si se vive con honradez y decencia se debe trabajar
muy duro para conseguir lo indispensable, que se disfruta más cuando se
consigue mediante el esfuerzo personal y familiar. Que en el barrio popular
donde vivimos contentos, pese a la algarabía y las peleas de las muchas
cantinas y billares y galleras y hasta prostíbulos que atruenan el silencio
imposible con sus parlantes día y noche, hoy hay más ruido y excitación que
nunca porque acaban de oír en una alocución del presidente lo de un bono de
quinientos mil pesos para “los adultos y las adultas mayores que no pudieron
acceder a una pensión”. Que los tres, que también nos acabamos de enterar, nos
miramos incrédulos y desconcertados y que de pronto usted y yo nos
sobresaltamos cuando el muchacho nos dice, con evidente malhumor:
--¿No
pudieron o no se les dio la gana? ¡Pero si cualquiera de los vecinos -bueno: no
todos pero sí muchos- ganaba igual y hasta más que ustedes dos juntos! ¿Y qué
hacían con la plata? ¡Tomar adiario o casi! ¡Y todos con de a tres, cuatro y
hasta cinco hijos! ¡Y los hijos también con hijos! ¿De verdad creen ustedes que
tanto esfuerzo valió la pena?
Si yo
conociera a ese muchacho y pudiera contagiarle algo de lo que siento y pienso,
le transfundiría mi más profundo desprecio a los populismos y al grueso de los
beneficiarios de sus limosnas con cargo al erario, que no son otra cosa que una
soterrada y anticipada compra de votos, a la par que el mayor incentivo para el
aumento y la perpetuación de la pobreza. Mental y física.
282. ¿Que
“¡la violencia de género no se discute!”, decretó el otro día una empoderada
política española -o mexicana, o argentina, o colombiana: lo mismo da-? ¡Pero
claro que se discute porque la única violencia que yo reconozco con ese nombre
es la que se ejerce en contra del español, al que ella y los que se le parecen
desfiguran con sus sinsentidos lingüísticos, entre los que las duplicaciones y
triplicaciones del género se llevan las palmas!
Lo que
no se discute -y en eso estamos de acuerdo- es que existen y se deben combatir
la violencia machista (la de los misóginos probados, que matan mujeres por el
hecho de serlo), la sexista (que ejercen por igual, y amparados en el anonimato
de sus manadas, los nostálgicos de un patriarcado hoy por hoy muy desdibujado
en Occidente y las ultrafeminazis occidentales, que les hacen el juego a sus
supuestos enemigos y de paso nos gradúan a todos los hombres, sin excepción, de
abusivos y cavernarios) y aquella de que son víctimas los elegebeteí a manos de
toda suerte de trogloditas y oscurantistas incapaces de concebir un mundo en el
que todos no seamos machos que procrean con hembras.
Una cosa
sí es segura: mientras que la violencia en contra del género gramatical tiene
solución (la ridiculización o el ninguneo de los que la practican), la
violencia contra los sexos y las libertades sexuales se debe combatir con penas
carcelarias severas cuando los delitos así lo ameriten, con sanciones sociales
y trabajo comunitario cuando se trate de infracciones menos graves, y siempre
siempre con altísimas dosis de desobediencia civil y provocación a los
moralistas y los intolerantes. Que escandalizar sea, mejor dicho, la premisa de
todo elegebeteí y de todo heterosexual promiscuo que motu proprio pero sin dañar
a nadie resuelva darles rienda suelta a las pulsiones del cuerpo que se sacó en
la tómbola de la perra vida.
283. ¿De
modo que al dolor inconmensurable por la suma gravedad del estado de salud de
mi hermadre -quien desde hace una semana se debate entre la vida y la muerte en
una UCI- y al sufrimiento por la muerte reciente -tú y yo hablamos por última
vez, mi amor, hace setenta y siete domingos y quinientos cuarenta y dos días-
de una persona a la que amé de corazón no obstante mis múltiples defectos, les
debo sumar el agobio a que me someten un día sí y el otro también los
militantes del cristianismo y ocasionalmente del catolicismo? ¿Por qué les
permito a todos esos sujetos -médicos, enfermeros, tíos, primos, hermanos,
amigos y auténticos desconocidos- que me abrumen con su fe, que sólo a ellos
concierne? ¿Puede decir cualquiera de ellos, acaso, que yo he hecho el más
mínimo esfuerzo para que duden o dejen de creer? ¡Pero si los únicos escenarios
en los que yo ventilo mi ateísmo manso son este blog y ciertas situaciones en
las que vale la pena debatir! ¿Será mucho pedirles a todos esos entrometidos de
Biblia o camándula en mano que dejen la joda, a ver si me ahorro el engorro y
la mala educación de tener que mandarlos para la mismísima mierda?
284.
Formo parte, y asumo las consecuencias, de dos plagas: la primera contemporánea
y la segunda intemporal. Pertenezco, por un lado, a los apestados que sin
demasiado cargo de conciencia fuman y reivindican su amor al cigarrillo, tan
medicinal cuanto nocivo. Y, por otro, a la de los infinitamente más aislados
que desde sus atalayas personales y al margen de cualquier manada defienden
aquello en lo que creen y no contemporizan con ninguna pese a los riesgos que
corren.
285. ¿Misógino
y fratricida Gianciotto Malatesta? En cambio a mí me parece que se quedó corto.
286. Y
moriste, según mi calendario, el 78-547. Según el que a todos nos rige, el 10
de julio de 2023: otra fecha grabada a fuego en mi memoria, mientras la
conserve.
Decir
que fuiste, mi amor, la mejor hermana del mundo es de una mezquindad
imperdonable porque fuiste tan madre como nuestra Orfi, a más de amiga y
cómplice y confidente y celestina. Y como ninguna cosa -ninguna- que escriba o
diga sobre ti y sobre el amor extraordinario que nos unió durante casi 50 años
te haría justicia, pues lo dejo así. Sólo me queda darle infinitas gracias a
Fortuna por habernos hecho coincidir en una casa y en una familia amorosas y
carentes de la más mínima inhibición a la hora de manifestar los afectos. Y tú
y yo, los más desinhibidos de todos. ¿O por qué crees que en tantas partes nos
tomaban por pareja?
Qué
lástima, mi amor, que en mí no alumbre la bella ficción de la vida y el
reencuentro después de la muerte, pues estaría exultante pese al dolor y la
ausencia en que a Orfi, a Tita y a mí nos sumió tu disolución tan prematura.
Ah, y que sepan el mundo y sus alrededores que me quedé sin con quién mamar
gallo y dessacralizarlo todo -y todo es todo-, entre carcajadas de júbilo que
ya no incomodan a los vecinos o les producen envidia.
287. A
que no adivinan quién aprendió la lección de maravilla y quien, por el
contrario, no aprendió nada de nada: “Enseñé a los reyes a ser tiranos, pero
también a los pueblos a librarse de ellos”.
288. Estoy
por creer que el fulano que echó a andar la mentira grande como un estadio de
que “con los buenos sentimientos no se hace literatura” no se enteró de la
existencia luminosa de Cervantes o, si se enteró, jamás leyó su Quijote o, si
lo leyó, malgastó el tiempo. E igual pienso de los que de la trola se hacen eco.
289. A
usted, maestro, gracias por la precisión tan necesaria y ustedes, otrora
bandidos hoy en el Congreso y en la Casa de Nariño, quedan notificados: “Dijo
Mario Calabresi […] que se puede ser un exterrorista pero no un exasesino. El
terrorismo deja de practicarse cuando las circunstancias lo aconsejan o logra
sus objetivos por otros medios. Pero haber matado a un semejante no es tarea
circunstancial, cosa de un día: ser asesino te marca para siempre, te convierte
en alguien distinto. El terrorismo puede olvidarse pero el crimen siempre te
acompaña, está a tu lado como el primer día. El crimen de Lotta Continua o ETA
no es nunca un gesto individual sino la culminación de un proyecto colectivo:
asesino es el ejecutor, quien ordenó el crimen, quien informó de las costumbres
de la víctima, quien ayudó o encubrió al ejecutor. Y por supuesto asesinos son
también quienes justificaron o ‘comprendieron’ el asesinato y sobre todo los
que se beneficiaron políticamente del terror. […] ¿Que los terroristas ya no
ejercen? Será que no les conviene. Pero los asesinos siguen siendo asesinos. No
debe permitirse que rentabilicen democráticamente el botín de su crimen”.
La
reflexión también les calza, no se vayan a creer, a los autores mediatos e
inmediatos de los miles de ejecuciones extrajudiciales conocidas con el
eufemismo de “falsos positivos”, asesinatos aleves y sistemáticos de que son y
siempre serán responsables desde Álvaro Uribe Vélez hasta el último soldado que
apretó el gatillo y disfrazó de guerrilleros a los que no eran más que civiles
inermes, pasando por quienes impartieron las órdenes de matar o hicieron la
vista gorda para no involucrarse.
290. Leo
esta reflexión de Antonio Muñoz Molina (“El crecimiento de las cosas es muy
lento. La destrucción es casi instantánea. Basta un disparo para acabar con una
vida entera. Un árbol que tardó siglos en alcanzar su plenitud magnífica es
talado en un rato por una motosierra o consumido sin remedio por una gran llamarada
favorecida por el viento”), pienso con horror en la invasión de Ucrania y con
asco en los que con su silencio o a grito pelado apoyan a los invasores y a su
carnicero en jefe. ¿Que odiar es malo para la salud? Debe de serlo, aunque un
poco menos cuando en el pécho y en el encéfalo en los que bulle el odio también
anidan el amor y la admiración por los Quijotes que, no de palabra sino de
hecho, combaten a los malvados, siempre en franca desventaja.
291. ¿Que
la ceguera congénita -la mía- es incurable, les dijo Francisco Barraquer a Abe
y a Orfi? Juzguen ustedes: “Con la luz del sol aparece también el color de los
pájaros y de las flores: las orquídeas blancas y moradas que cuelgan de los
árboles, el anaranjado de las aves del paraíso, el morado o el rosado de los
besitos, el rojo y el negro de los anturios…”.
Pero no
se entusiasmen demasiado porque para la ceguera también congénita de mis otrora
amigos Luis Antonio Camelo y Germán Mauricio López sí que no hay remedio ni en
la mejor literatura o descripción pictórica. ¿Que por qué? Pues porque la de
ellos vino, a diferencia de la un tris atenuada de mi ojo izquierdo -que se
cobró un accidente de tráfico a comienzos del milenio-, desprovista del más
mínimo concepto de luz y color. Lo cual quiere decir que para el ciego total
-que no vive sumido en ningunas tinieblas (tan visibles como la claridad más
deslumbrante) sino en la nada más absoluta: lo sabe mi ojo derecho- ni la luz
del sol, los colores de los pájaros, el blanco o el morado o el anaranjado o
nuevamente el morado o el rosado o el rojo o el negro de las flores que sean
significan nada porque jamás se han visto. Es como si se comparara mi memoria
visual con la de alguien de cultura ávida que vio toda la vida y perdió la
vista por enfermedad o accidente: él sí que puede visualizar no sólo esos
colores sino también las flores propiamente dichas, cuyas formas serán para mí
inasibles en tanto no las tenga entre las manos.
292.
Entre las demasiadas bobadas que repiten los tontos, diplomados o no, la de que
se puede enseñar a escribir dentro de un salón de clases: “…el primer hombre
dejó Toledo y pasó la mar para llegar a una tierra menos dura, menos árida, una
tierra donde su nombre, Abraham Santángel, no fuera un estigma, y allí, algunos
años después de llegar a Antioquia, del vientre de su mujer, Betsabé, nació
Ismael, el quinto de sus hijos. Ismael con Sara engendró a Isaías, que con su
esposa Raquel engendró a Elías, quien con su esposa Isabel tuvo un hijo de
nombre José Antonio, del cual con Mercedes nació Josué, quien se casó con
Miriam, que parió a Jacobo, mi padre, que con mi madre, Ana, tuvo también a mis
dos hermanas, Pilar y Eva, y me tuvo a mí”.
A ver,
qué dijeron: ¿Que ésta es la tarea del alumno más aventajado en una clase de
español o de lenguaje cuya lección de ayer fueron los pronombres relativos? ¿De
verdad no se imaginan los años de lectura inteligente y esforzada que hay
detrás del prodigio de hacer caber todo un árbol genealógico y parte de una
historia familiar en apenas dos proposiciones? Lo siento por los que no.
293. Los
que sabemos la gloria perdida de antemano mensuramos, maestro, el valor de su
renuncia:
“Conducía
su coche por una carretera de Valencia de doble sentido y simplemente por una
vez se reprimió el impulso de adelantar al coche que iba delante. Pudo haberlo
hecho con suma facilidad, como tantas veces. Con solo apretar la suela del
zapato su coche habría salido disparado sin ningún peligro. Adelantar, siempre
adelantar era su objetivo en todos los órdenes de la vida, pero en este viaje
había decidido reducir la marcha para contemplar el paisaje. Por supuesto,
otros coches que venían detrás le pedían paso y Miguel experimentaba un placer
hasta entonces desconocido al poner el intermitente hacia la derecha para
facilitarles la maniobra de adelantamiento. Algunos camioneros se lo agradecían
con el claxon, otros automovilistas le insultaban de viva voz por ir tan
despacio, pero Miguel contemplaba el campo de girasoles, o la colina peinada de
verde por el trigo en primavera o simplemente se metía en sus pensamientos o
conducía sin pensar en nada. Fue una sensación placentera, sin importancia,
pero Miguel decidió aplicarla a la forma de vivir, hasta el punto que su futuro
se dividió en dos, antes y después de aquel viaje. Esta experiencia le llevó a
asumir que no pasaba nada si admitía que había escritores que iban delante, que
tenían más éxito, más premios, más talento, más reconocimiento oficial, más
medallas, academias y otros honores” aunque ninguna garantía de posteridad pues
aquello viene después, si viene, y sin que se sepa a ciencia cierta por
designio de qué o de quién. ¿O cómo se explica entonces que escritores y obras
que gozaron de prestigio y fama en presentes remotos hoy estén sepultados bajo
toneladas de olvido, y que escritores y obras desconocidos o ninguneados en su
momento hoy y muy posiblemente también mañana figuren entre lo imperecedero de
este arte?
294. Déjeme
que le cuente algo antes de que transcriba estas palabras suyas, mi muy
admirado y estimado don Arturo.
Trabajé
de profesor universitario y en algún otro centro de enseñanza casi 22 años, en
los que coseché muchas satisfacciones y experiencias humanas y docentes, así
como no pocas decepciones y desencantos que me hicieron desistir tal vez
demasiado pronto. Entre los segundos, ninguno como el desinterés de la mayoría
de todos esos muchachos sin referentes de peso y colmados de desinformación a
los que nada que fuera su mundo los hacía vibrar. Ni siquiera lo relativo a sus
familias, de las que lo desconocían todo o casi. Si preguntarles por las vidas
de los que fueron sus padres antes de que ellos nacieran era tiempo perdido,
imagínese sus respuestas si por quien se les preguntaba eran los abuelos o
parientes incluso más distantes con respecto a su presente. Pienso ahora que si
hubiera conocido el artículo de que tomo la cita, lo habría leído con ellos en
la esperanza de que al menos a un par de cada grupo sus palabras los zarandearan
convenientemente: “Cada uno de nosotros tiene una, veinte historias familiares.
Estúpidos aquellos jóvenes que no acuden a sus mayores a que se las cuenten,
antes de que estas historias se extingan con ellos y duerman en el silencio sin
aportar nada a las generaciones que no lo vivieron, haciendo imposibles la
lucidez y la experiencia. Mis mayores han muerto, o están muriendo poco a poco,
pero el niño curioso que fui logró arrancar un puñado de esas historias al
olvido, y ahora lamento que no hubieran sido más. Lamento las horas perdidas
sin preguntar a aquellos que ya no están conmigo. Eran -son- las historias de
cada uno de nosotros: las historias de nuestros padres y nuestras madres y
nuestros abuelos”, nada menos.
295. Me estrello,
leyendo a Wilson, una vez y otra vez con el evocador sustantivo feromona y de
él, de Wilson, aprendo este otro: alelomona, y ambos -feromona y alelomona- me
conducen por azar en internet a un tercero: copulina, que me retrotrae a
decenas de conversaciones con amigos varones sobre lo que para una inmensa
mayoría de ellos resume un singular engañoso e inexacto como el que más: odor
di femina. Pobres narices monolíticas.
296. De
los millardos de personas que al menos en una oportunidad hemos experimentado la
sensación que le suscitó a Ribeyro la siguiente agudeza, apenas a un número
exiguo se le dio discurrir en algo análogo o hasta más agudo mientras que para
casi todos los demás la situación, redundante o singular, no supuso cosa
distinta que la posibilidad de chatear o de rumiar problemas personales. Él,
únicamente él de entre todos los de la especie, se propuso y consiguió
materializar mediante la palabra escrita su epifanía mental:
“Viajar
en un tren en el sentido de la marcha o de espaldas a ella: la cantidad física
de paisaje que se ve es la misma, pero la impresión que se tiene de él es tan
distinta. Quien viaja en el buen sentido siente que el paisaje se proyecta
hacia él o más bien se siente proyectado hacia el paisaje; quien viaja de
espaldas siente que el paisaje le huye, se le escapa de los ojos. En el primer
caso, el viajero sabe que se está acercando a un sitio, cuya proximidad
presiente por cada nueva fracción de espacio que se le presenta; en el segundo,
sólo que se aleja de algo…”: tal cual.
¿Se
necesita acaso, les pregunto, alguna otra prueba que justifique la
imprescindibilidad -perdón, perdón por el archisílabo imprescindible- de la
literatura para ciertas pobres vidas de hombre?
297. Si
relacionan el contenido de la ‘prosa apátrida’ 52 con el de la 55, aunque antes
que nada con el colofón de la 55, es harto probable que en su cerebro y en su
espíritu se obre un alumbramiento como el que se acaba de obrar en los míos.
Pero si tras efectuar el ejercicio en los suyos no se obra nada, despreocúpese
y haga como que hizo caso omiso.
298. Ya
que de los gringos recibe el mundo mucho de lo mejor e igual cantidad de lo
peor que produce la especie, me parece que empiezo a oír por todas partes,
dentro de unas horas o mañana a más tardar, lo que acabo de oír en un canal de
YouTube de la ABC: que para soportar con entereza los calores atípicos de este
verano y los previsiblemente más insoportables y perjudiciales de los porvenir,
la solución es celebrar ‘Christmas in July’! Como quien dice: en lugar de aprovechar
el sofoco desesperante de la emergencia climática con sus incendios forestales
para recalcarles a los descerebrados y a los irresponsables lo evidente, ese
gobierno y todos lo suicidas que lo copian -hasta el último en que usted dé en
pensar- permiten que los codiciosos de la industria y el comercio planetario
aceleren todavía más el carro del antropoceno consumista en aras del
crecimiento y el desarrollo. ¿La engañifa publicitaria? De una elementalidad
que insulta a la inteligencia más modesta: que el mero hecho de evocar esa
festividad de un mes invernal hace tolerables los peores efectos de los 54
grados del Valle de la Muerte o los casi 44 de Phoenix. ¿Su forjador? Cualquier
avispadillo al que sus colegas y conocidos deben de estarle dando trato de
genio. Les parecerá que engañar a las les y los tontainas -el grueso de la
humanidad- tiene mérito.
299. Dice
Pessoa que “el corazón, si pudiese pensar, se pararía” y yo me digo que el
cerebro, que por pensar siente, se desespera y se desquicia, tampoco se apaga.
Maldito todo lo que no es volitivo.
300.
Cada que, como estudiante o como profesor en las universidades por las que pasé
(la Pedagógica, la Javeriana, La Salle y la Sergio Arboleda) me estrellaba con
una medianía empingorotada doctoranda o doctorada, de las que se arrogan el
título de científico social y sienten que más allá de donde ellas llegaron
nadie puede ir, me sentía impelido a preguntarles si de casualidad sabían
quiénes eran los Bernoulli, los Alvar Ezquerra, los Huxley, los Lynch (Benito,
Marta, Enrique…), los Renoir, los García-Calderón, los Goytisolo, los
González-Blanco o los Caballero colombianos tan ilustres, no más que para ver
si lograba hacerles titubear por un momento el amor propio. Pero la verdad es
que siempre desistía… porque lo mío es desistir cuando a priori sé que no vale
la pena.
301. Me
escribe un Caparrós comprensiblemente sorprendido:
“…Pibe
-o piba- es una suerte de diminutivo cariñoso: por eso, entre otras cosas, me
sorprendió encontrarlo cargado con un aumentativo. Pibón parecía una paradoja;
pronto entendí que era otra cosa. Y entonces lo busqué: la RAE lo había
definido primero como ‘mujer muy atractiva’ y después […]. Pero un pibón fue,
hasta hace poco, siempre una mujer y, casi siempre, una mujer henchida de
despampanancia. Porque la palabra no se aplica a cualquier belleza: es, más que
nada, la que avasalla, carne rotunda, formas decididas -de antemano. Un pibón
es una hipermujer, una que cumple con la mirada dominante, que se deja dominar y
nos domina”.
¿”Nos
domina” a quiénes, perdón -le pregunté imaginariamente a mi amigo, que me
respondió de la misma forma-: Cómo que a quién. Pues a usted, a mí y a todos
los heterosexuales y lesbianas que caemos rendidos ante tanta voluptuosidad.
Sin embargo,
en lugar de continuar con el diálogo, me dejé llevar por el recuerdo de una
canción de juventud que no es que me gustara particularmente; la encontré en
YouTube: ‘El mujerón’, un merengue bastante picante de Los Toros Band que si
Martín lee esto ojalá escuche para, surtido ese trámite, le preste atención a la
confidencia que a continuación hago:
Si un
buen día el mundo se despertara poblado exclusivamente por pibones como los que
él describe o por mujerones como los del merengue, yo -y presumo que muy pocos
más- devendría de enfervorizado adicto a lo sutil femenino en una especie de
asexuado o asexual, dado que no son las “formas decididas” y la “carne rotunda”
de las ‘hipermujeres’ lo que en mí solivianta la libido, sino todo lo
contrario: los cuerpos gráciles de treintañera, de veinteañera o de adolescente
de manos y facciones suaves y pequeñas, de pelo a media espalda o como mínimo a
la altura de los hombros, ojalá lacio -ondulado está muy bien también-,
abundante y sin falta recién lavado. Me avengo igualmente de maravilla con las
un tanto rollizas que no buscan ni consiguen captarse más atención de la
estrictamente necesaria siempre y cuando, eso sí, reúnan los requisitos
venéreos de aquí arribita, además de lo innegociable: una voz tan grácil, suave
y acariciadora como sus presencias. De los odores di femina y copulinas que me
trastornan podemos hablar otro día. Claro: no uno cercano, puesto que primero
tengo que dar con las palabras precisas para comunicar lo imposible.
302. Cosas
que se me ocurren mientras voy en el TransMilenio y los demás -ciegos
incluidos, no se vayan a creer- chatean o inficionan el ambiente con el ruido
de sus videos: a cuál de los nueve primos que sobrevivimos a mi hermana (Mario
y Toto, Zuli y Luisa, Titi y Pablo, Mauricio, Andrea y Juan David) le va a
corresponder la mala suerte de morir de último y en qué condiciones. ¿A qué
edad? ¿Desmemoriado o lúcido? ¿Cagándose y meándose en la ropa, o todavía con
el control de los esfínteres? ¿Postrado en cama, o aún capaz de valerse por sí
mismo para lo fundamental? ¿Pobre de solemnidad, apenas con lo necesario o
solvente? ¿Amargado y abrumado por la vida o agradecido con ella? ¿Solo íngrimo
o con el consuelo de contar con alguien que lo acompañe y lo ayude? No sé
ustedes, muchachos, pero yo me pido el próximo pasaje.
303. Lo
reconoce el educador que quise ser: antes que conseguir, primero, que se
aquerenciaran con la literatura para, luego, asistir ojalá a su enviciamiento
sin retorno, dediqué, si cabe, más empeño a, por un lado, vencer la apatía
política de los estudiantes que callaban cuando los alienados de la extrema
izquierda repetían, ahora en clase, los escupitajos ideológicos que oían en las
asambleas estudiantiles y, por otro, a intentar morigerar, mediante la lectura
y los debates que de ella se suscitaban, las pulsiones extemporáneas de
revolución de los anacrónicos. Como lo primero produjo magros resultados y lo
restante aun peores, aquí me tiene, estimado Javier, pensionado a los 49 años y
sin pisar un aula “real” hace lo menos cuatro, leyéndolo a usted y a los demás
del cenáculo, y en el fondo nostálgico de no poder compartir con todos esos
muchachos reflexiones como ésta, que de procesarlas como es debido los harían
tan sabios: “…porque me encantan las aventuras, pero sólo en la vida privada,
las novelas y el cine; en la vida pública, aspiro a un aburrimiento
escandinavo. […] Lo han adivinado: no soy partidario del entusiasmo en política
(aunque voto siempre: la razón es que, si no voto yo, votan por mí); tampoco de
la emoción ni de la poesía: aspiro a una política prosaica, racional, humilde,
que sin prisa pero sin pausa mejore la vida de las personas comunes y
corrientes, única forma conocida de mejorar el mundo. Esto, ya lo sé, suena
aburrido, pero ya he dicho que mi ideal en política es el aburrimiento. ‘Que
vivas tiempos interesantes’, reza una maldición china: mi ambición suprema
consiste en vivir tiempos lo menos interesantes posible. Con esa esperanza voto
siempre” (y yo, sólo que jamás con éxito).
304. Lo
reconoce el educador que quise ser: antes que conseguir, primero, que se
aquerenciaran con la literatura para, luego, asistir ojalá a su enviciamiento
sin retorno, dediqué, si cabe, más empeño a, por un lado, vencer la apatía
política de los estudiantes que callaban cuando los alienados de la extrema
izquierda repetían, ahora en clase, los escupitajos ideológicos que oían en las
asambleas estudiantiles y, por otro, a intentar morigerar, mediante la lectura
y los debates que de ella se suscitaban, las pulsiones extemporáneas de
revolución de los anacrónicos. Como lo primero produjo magros resultados y lo
segundo aun peores, aquí me tiene, estimada Irenita, pensionado a los 49 años y
sin pisar un aula “real” hace lo menos cuatro, leyéndola a usted y a los demás
del cenáculo, y en el fondo nostálgico de no poder compartir con todos esos
muchachos reflexiones como ésta, que de procesarlas como es debido los harían
tan sabios: “Prudente y suspicaz, la democracia griega desconfiaba de las
esferas del poder. Las leyes parecían defender que el mejor gobernante sería
probablemente quien menos desease serlo. Respecto a los ciudadanos, se
recomendaba no admirar demasiado a sus líderes. No amarlos. No ser sus hinchas.
Aquellos atenienses recelosos jamás habrían valorado a un candidato capaz de
afirmar que podría plantarse en la quinta avenida del ágora y masacrar a sus
conciudadanos sin perder partidarios. Ser así de leal es letal. En nuestra
época exaltada, las simpatías políticas se asemejan a las dinámicas de los
hooligans deportivos. Recordemos que fan es una abreviatura de fanático. Los
forofos ansían derrotar al otro equipo, más que lograr mejoras en sus vidas.
Esto conduce a formas perversas de competencia, especialmente en una época de
burbujas en las redes sociales que nos segregan en grupos, suministrándonos
distinta información, diseñada para afianzar nuestros prejuicios y crear
cuadrillas de convencidos…” (yo que ellos, empezaría por desagregarme).
305. Propongo
un concurso: la frase -una sola- capaz de compendiar la, llamémosla, esencia
antropológica de nuestro tiempo. Aquí va la mía: “En nuestra época narcisista
hay muy poco interés por estudiar la historia, aunque sí por erigir tribunales
de acusación sobre los personajes del pasado”.
306. ¿En
dónde están, caso de que existan, la tercera Colombia y la tercera Argentina y
el tercer Brasil y el tercer México que nos salven del petrismo y el uribismo,
del kirchnerismo y el macrismo, del lulismo y el bolsonarismo, del lopismo y el
priismo y a la América Latina toda de su tendencia incorregible a virar con
violencia de un extremo al otro del espectro, cual si su péndulo jamás apuntara
al centro? Que por favor nos lo aclare Paul Preston.
307. Yuxtapongo
en la pantalla las fotos de Uribe y Petro, de sus familias, de sus combos de lambeculos
con fachada de partidos políticos y de la hinchada que por cada uno vota y,
mientras me las quedo mirando con detenimiento, me digo que qué cosa si se
parecen los dos sujetos, los deudos de uno y otro, los ganapanes que se
benefician de su poder y los militantes sordos y ciegos frente a los hechos y
las realidades que los condenan. Los dos, de pasados probadamente violentos
-paramilitar el uno, guerrillero el otro- se hacen pasar con éxito por el único
capaz de pacificar al país entero a sabiendas de que cada uno lo divide y
crispa sin tregua ni miramientos. Los dos, que pactan hasta con el diablo
-Carlos Alonso Lucio o Everth Bustamante, Armando Benedetti o Roy Barreras- a
cambio de más poder, esconden sus corruptelas bajo llave al tiempo que culpan,
sirviéndose del eco que se hacen sus incondicionales y los periodistas que les
son afines -una María Isabel Rueda por acá, una Cecilia Orozco Tascón por allá-,
a la competencia. Ambos con hijos que escandalizan tanto o más que los papis, con
hermanos y familiares incursos en venalidades y con funcionarios que chuzan y
delinquen pero siempre a espaldas de los que fueran candidatos y ahora
presidentes porque de ellos, como de Dios, proviene siempre lo bueno y jamás lo
malo. Pero ahí no acaba todo porque resulta que cuando los medios convocan a
declarar a los congresistas, ministros y gregarios de cualquier categoría del
uribismo sobre Petro y los petristas o a los del petrismo sobre Uribe y los
uribistas, ni los unos ni los otros tienen el menor reparo en salir a condenar
sin atenuantes y sin esperar a que la justicia falle los desaguisados y
derrapes éticos de los oponentes, pero tildan a esos mismos medios de amañados
y vendidos cuando a lo que se los convoca es a rendir cuentas sobre los
escándalos y tropelías del jefe, los familiares del jefe o sus conmilitones.
Entonces sí exigen que sean los jueces y no la prensa los que se pronuncien.
Entretanto y para no desentonar, los electores del uno y del otro, que estarían
dispuestos a lapidar a lo sharía o a linchar a lo chibchombiano a Juan Fernando
Petro y a Nicolás Petro y a Laura Sarabia, o a Santiago Uribe y a Jerónimo
Tomás Uribe y a Andrés Felipe Arias si en sus manos estuviera hacerlo, se hacen
los desentendidos o los indignados cuando un independiente con criterio y
coraje les afea el doble rasero y la deshonestidad de sus ideologías sectarias,
tan idénticas en el fondo cuanto torpes en las formas.
308. No
se me haría raro, doctor Bejarano, que mientras usted escribía la columna de
que extraigo la cita, yo anduviera pergeñando mi desahogo número 300: “…Esa
manada de doctores vanidosos que hoy se mueven con prepotencia en las
universidades criollas, salvo excepciones contadas en los dedos de la mano, no
honran en sus actividades el cúmulo de investigaciones que se ufanan de haber
adelantado, con las que intentan descrestar calentanos, sin siquiera lograr
convencer a los estudiantes de pregrado. […] Nuestras universidades están
plagadas de costosos e inútiles doctores”.
De mi
parte, una vez más la salvedad de que mis dardos en esta materia no se dirigen
contra biólogos, químicos, físicos y demás doctorandos, doctorados o
posdoctorados de las ciencias sino contra los que, en carreras de tiza y
tablero, tienen carta blanca para presumir especulando, en esas jergas
insustanciales y enrevesadas con las que juegan a teorizar de palabra y por
escrito, y sólo para que les entre cada vez más platica. Ah, y le propongo que
hablemos un día de estos de las excepciones a las que usted alude y que, en mi
caso, no llegan a cinco: demasiado pocas aunque, eso sí, las tres de gran
valía.
309. Me
embebo -gracias a que ayer no bebí- en este ensayo de Montaigne y querría
expresarle al maestro mi extrañeza de que, a pesar de que sé que sabré morir,
escasa idea tengo de cómo vivir.
310. Pienso
en el Epicuro auténtico y no en la tergiversación que de él forjaron sus
despreciadores y la ignorancia de los que desde entonces les hemos creído, y me
parece insoportable la indefensión de muchos muertos célebres. Que el punto de
no retorno a que hoy se aboca irremediablemente el planeta sea la consecuencia,
al menos en parte, del ¿epicureísmo? de los ¿epicúreos? daría para que “el
filósofo del buen vivir”, quien “aspiraba a un sueño colectivo modesto pero
ambiciosísimo: ‘La voz de la carne pide no tener hambre, ni sed, ni frío’” y quien
“era lo opuesto a un sibarita derrochador” pues “vestía ropa sencilla y se
alimentaba a base de pan, queso y olivas” abandonara la tumba y, como cualquier
resuelto don Quijote, desficiera el agravio y enderezara el entuerto. Que se
cobre la infamia arremetiendo, como primera medida, contra los diccionarios que
se hacen eco del sustantivo y el adjetivo calumniosos.
311. Yo
que ustedes, almas cándidas de las izquierdas del mundo, que se creen y
propalan la mentira de que la salvación del planeta reside en el dichoso ‘sur
global’ y más precisamente en la heroicidad de los Petro y los Lula; yo que
ustedes hablaría, entre otros, con Raoni Metuktire a ver él qué piensa. ¿Que no
saben quién es y por ende dónde encontrarlo? Escríbanle a Eliane Brum que ella
les suministra las coordenadas. Y una petición al ‘norte global’ insaciable:
mucho cuidado con ir a soltarles los cien mil millones de dolaretes anuales a
aquel par de tartufos, que en menos de lo que canta un gallo los vuelven humo y
ahí sí que se nos acaba de quemar la selva. Dénselos a Green Peace aunque eso
sí, a condición de que Raoni y su gente, Greta Thunberg y la suya y Eliane Brum
sean quienes ejerzan la contraloría.
312.
¿Que un muy buen estudiante de la ciencia que sea se convirtió con el tiempo en
un buen científico y divulgador científico?: encomiable. ¿Que un muy buen
estudiante de literatura o de periodismo se convirtió con el tiempo en un buen
crítico literario o en un buen cronista y reportero?: encomiable. Sin embargo,
lo maravilloso y de todo punto deseable es que haya científicos y divulgadores
científicos capaces, como el gran Javier Sampedro, de escribir sobre ciencia
con los alcances y recursos del mejor de los literatos y literatos -escritores
de ficción, aforistas…- capaces de discurrir sobre ciencia en sus géneros con
la solvencia y el criterio del mejor de los divulgadores científicos. Los
nombres, en este caso, se me atropellan en el recuerdo pero, en aras de la
paridad, registro apenas uno: Julio César Londoño.
313. La
justicia poética consiste, amén de lo que ustedes quieran agregar, en que para
cada Procusto exista un Teseo. ¿Soñar con algo análogo en la justicia que
imparten los hombres, o en la divina con que se consuelan los crédulos? Conozco
mejores formas de perder el tiempo.
314. Modesto
que soy, yo me daría por bien servido si los contradictores políticos fueran
aquí y en todas partes no ya émulos o tan siquiera remedos de Melchor Rodríguez
García, mas sí personas decentes y leales. Inverosímil que algo tan sencillo constituya,
casi indefectiblemente, una aspiración irrealizable.
315. Con
tal de que lo que prime sean los intereses del lenguaje y más precisamente los
del español, que venga lo que venga. Corría 1996 cuando a un neurólogo se le
ocurrió informarme de que yo era epiléptico. Unos años más tarde fue una
psiquiatra la que me dijo que era ciclotímico. Recientemente, mejor dicho la
semana pasada, comparecí ante la médica general con los resultados de los
exámenes de laboratorio que me había ordenado y todo para que me declarara
hipoglicémico: “E-pi-lép-ti-co, ci-clo-ti-mi-co, hi-po-gli-cé-mi-co” le dije,
enfatizando. Y rematé, a lo Valenciano: “No es sino que usted mañana me diga
que soy bulímico y sifilítico para quedar hecho. Hecho un guiñapo”. Se rió de
buena gana.
316. Yo,
que entre mis años de estudio y trabajo en la universidad pública ajusté 15,
doy fe, y no sólo por eso, de que este aforismo de Nicolás Gómez Dávila acierta
sin ningún género de dudas: “El proletariado no detesta en la burguesía sino la
dificultad económica de imitarla”.
317. De
entre las cosas que me siguen gustando de la perra vida, una que no paladeaba
hacía mucho: la incompasibilidad de su irreverencia.
Arranqué
con Orfi el sábado pasado (12 de agosto de 2023) para el concierto de la
Filarmónica en el auditorio Fabio Lozano, contentos tras un ayuno de más de un
mes. Llegamos, nos mamamos una fila larga larguísima para comprar las boletas
porque si existen sitios en los que campee la indiferencia con los frágiles -viejita
ella, cieguito yo-, ésos son los que frecuentan los cultos y los semicultos
amantes del arte: museos, teatros, bibliotecas, paraninfos, casas de poesía,
salas de conciertos… El caso es que por fin entramos y nos sentamos.
Comenzó
el concierto y, con los primeros compases, la primera sorpresa: una como
obertura que no figuraba en el programa, que había consultado unos días antes.
Luego, según lo prometido, un par de conciertos para corno, de los
intrascendentes.
Estábamos
en el intermedio cuando de pronto se nos acercó una mujer que, tras saludar con
amabilidad y presentarse, nos contó que trabajaba con la orquesta, y que
llevaba ya un buen tiempo fijándose en que raro era el sábado que no nos veía
en el auditorio. Nos propuso que grabáramos un día de éstos una nota para las
redes sociales de la Filarmónica, en la que contáramos de dónde nos venía a mi
madre y a mí el amor por la música clásica. Tras el “Claro que sí” hablamos de
alguna otra cosa, y el deslenguado que llevo dentro incurrió, antes de que yo
pudiera sofrenarlo, en uno de sus habituales exabruptos: se burló, incompasivo,
de los desinformados que en ese y otros auditorios aplaudían entre los cambios
de movimiento de un concierto o de una sinfonía.
A
propósito de sinfonías, el maldito programa aquel anunciaba para después del
intermedio la Londres de Haydn, pero lo que en cambio se dejó oír fue un
portento de belleza que me supo a Verdi y era de Verdi. Extasiados, Orfi y yo
intentábamos sofocar las ganas de abrazarnos, de tararear lo que fuera y de
pararnos a “bailar” a la par con Francesco Belli, que a ella la tenía cautiva.
Pues les
cuento que eso habría sido del todo preferible al ¡braaaaaaaaaavoooooooooo! Con
que atroné una sala en la que unos pocos aplaudían tímidamente y mi madre y yo
a rabiar, al cabo de un final de movimiento paroxístico que con creces habría
podido ser el colofón de aquello tan endiabladamente bueno pero que a lo sumo
iba por la mitad. Se me incendió la cara, se me entrecortó el resuello y quise
morirme allí mismo, como siempre en vano.
Humillado
frente a tanto cultito bien informado, me prometí que en adelante defendería y
acompañaría en sus desmadres de júbilo a mis compadres los desacompasados de
auditorio, ante quienes hoy juro mis más inquebrantables lealtad y pertenencia.
Y tú,
Ángela, ¿qué te dijiste cuando me oíste desafinar?
318. Me
estrello -en la radio, en la televisión, en internet: por fortuna cada vez
menos en la calle gracias a una agorafobia incipiente- con tanto bípedo
insustancial tan ufano y enamorado de sus insustancialidades y por contera
tantos de ellos tan malaleches, que por un momento pienso en mandarlos a leer
este artículo que figura en la Wikipedia bajo el título de Octopoda, para que
se enteren de una vez por todas de qué va eso que llamamos cerebro y corazón.
Y, de paso, para que saboreen el bellísimo español en el que algunos biólogos transmutan
lo complejo de sus saberes encomprensible y eufónico.
319. Me
encantaría formar parte de un departamento de lenguas y de una facultad de
humanidades donde enseñaran español y publicaran en su revista indexada un
Rafael Alvarado Ballester, un Miguel Colmeiro y Penido, una Margarita Salas
Falgueras o un José María Bermúdez de Castro y (condición sine qua non) donde
el gran Javier Sampedro Pleite llevara la voz cantante desde la decanatura. Aunque…
qué carajos: como lleguen a saber de algo siquiera parecido, llámenme que
enseño gratis.
320. Que me perdone el respetabilísimo debido proceso la impertinencia de detestarlo cada vez que se lo invoca y utiliza a manera de escudo dizque para investigar, para así poder fallar, sobre lo que de tan manifiesto y evidente agrede los sentidos; verbigracia, la sevicia de la metódica misoginia de los talibanes, los crímenes transnacionales y de lesa humanidad de Putin y sus invasores o los delitos a cuál mas burdo de Trump y los trumpistas en los Estados Unidos.
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