viernes, 7 de enero de 2022

Cuarenta desahogos más, todos breves o muy breves

1.    Lo irremediable: la esperanza sin fisuras ni asidero, individual o colectiva, como enemiga de las soluciones posibles. 

2.    ¿Acaso no fracasan, por cobardía o vileza o por ambas, una sociedad e incluso una especie que se someten a los delirios de un solo hombre con su partido, de un solo imperio con su codicia? 

3.    En relación con la literatura, encuentro dos tipos de lectores de veras vocacionales. Por un lado, los que a fuerza de voracidad y disciplina le apuntan a la insensatez maravillosa de abarcar todo lo digno de ser leído y, por otro, los que, desconsolados ante el hecho de que ni en siete vidas longevas tal misión es hacedera, se resignan a leer de otro modo también intenso aunque sin mayores premuras. Yo, que soy de los segundos por convicción e incapacidad para lo otro, envidio a los primeros tanto como los compadezco. 

4.    No nos hagamos ilusiones. Si un día, por un golpe de suerte imposible, se lograra poner el mercado patas arriba para que los desclasados de siempre ocuparan la cúpula e impartieran justicia inspirados en su profundo conocimiento de la injusticia, pasadas la borrachera y la hartura -tan merecidas en el caso que nos ocupa- de los advenedizos, se descubriría que nada cambió porque el mercado somos todos. También Marx y la madre que lo parió. 

5.    Así como los médicos no deben dejar morir, por negligencia, al enfermo con cura que quiere seguir viviendo, tampoco deben “salvar”, por escrúpulos religiosos o hipocráticos, a quien intentó suicidarse por la razón que fuera. 

6.    Es fundamentalismo, y tontería, descartar al que escribe por la cantidad de adjetivos que pone en una oración o en un párrafo. ¿Y entonces cuánto importa el fondo, que es lo que a la postre todos reivindicamos? 

7.    Al menos a mí no me quedan dudas de que entre dos excrecencias de la naturaleza tipo Videla o Castro, Franco o Mao, las segundas son más asquerosas que las primeras pues amasaron el poder que amasaron gracias a la cínica explotación del discurso a favor de los derechos humanos que, como sus homólogas inmundicias, quebrantaron cada vez que pudieron y de todas las formas imaginables. 

8.    La única diferencia entre una cofradía de descerebrados de la extrema izquierda y una de descerebrados de la extrema derecha en relación con el auténtico pensamiento crítico es que aquellos fariseos lo invocan en vano a todas horas, en tanto que estos ignorantes -quiero decir, más ignorantes- no tienen siquiera noticias de que algo así existe. 

9.    En la ciencia, como en las artes y en la vida, existen los Teller y los Pauling y, entre esos dos extremos, los “inocuos”. 

10.  ¿Pero qué cerebro humano no es fusible? 

11.  Hasta donde sé, nadie sabe a su hijo apenas nace, ni cuando bebé, ni cuando gatea o ya camina con inseguridad, ni siquiera en su quinto cumpleaños, homosexual o bisexual o transexual, sino niño o niña; o sea, macho o hembra. Las confusiones en unos casos y las certidumbres en otros vienen más adelante, y es sólo entonces cuando el lenguaje debe dar cuenta de ellas. O tal vez yo sea el que está desinformado y ahora en los paritorios se oiga a diario a médicos y enfermeras felicitando a anhelosos padres porque tuvieron “un -¿o una?- bello -¿o bella?- bebé -¿o nena?- trans”. 

12.  Propongo que, para evitar la publicidad engañosa, al rimbombante y autocomplaciente título de “defensor de los derechos humanos”, en sí mismo una mentira por lo inabarcable de la promesa, se lo rebautice y a partir de la fecha se lo llame “defensor de los derechos humanos... de los que protestan”, háganlo pacífica o violentamente. ¿Que los manifestantes, enfundados en capuchas y armados de piedras, palos, bombas molotov, bidones de gasolina y todo tipo de armas hechizas agredan policías, incendien buses y mobiliario urbano, impidan que los que no protestan vivan con normalidad, taponen carreteras y autopistas y ocasionen el desabastecimiento de pueblos y ciudades enteros?, ¡poco importa porque aquí lo que prima es el sagrado derecho a la protesta! ¿Que quienes todo lo caotizan con sus desmanes no llegan al veinte por ciento de los jóvenes de una capital o de un país?, ¡poco importa porque esos muchachos hacen de voceros inconsultos no sólo de los de su edad, sino de toda una sociedad que exige cambios! Tales activistas tendrían que saber que cuando amparan el derecho al desahogo de los que bloquean con barricadas una carretera o una autopista están a su vez violentando el del camionero que si no trabaja no tiene para darle de comer a la familia, el de la madre que necesita recoger los medicamentos para un hijo enfermo, el del médico que tiene una cirugía que no da espera, el del campesino que no tiene por dónde sacar de la finca su cosecha, el del que se ve obligado a caminar durante horas para llegar al trabajo o volver a la casa o, simplemente, el del que quiere visitar a la novia para acostarse con ella, tomarse unas cervezas con los amigos o seguir haciendo plata porque lo suyo es el billete. ¿No son todos, les pregunto, humanos con derechos? Ahora: que si para ellos hay humanos más importantes y por tanto derechos que se superponen a otros, pues que salgan y lo aclaren. Aunque como se ve, no hace ninguna falta. 

13.  Alegan los sacerdotes, los pastores, los rabinos y demás parásitos de la fe que la eutanasia atenta contra la muerte por causas naturales, es decir la que únicamente experimentan los animales silvestres, los animales abandonados y los seres humanos a los que se les niega hasta la más mínima atención médica. Les parece muy natural que una transfusión, una cirugía de corazón, un trasplante del órgano que sea les alargue la vida a sus diezmantes pero no que ellos y menos aún los que no comulgan con sus dogmas renuncien al sufrimiento excesivo sirviéndose también de la ciencia. Bendicen los cuidados paliativos que prolongan el horror y el sinsentido y condenan a los médicos que, éticos y misericordiosos, los alivian. ¿Y qué es todo eso sino contradicción y crueldad, pero de las que asquean? 

14.  Llevo ya un buen tiempo (que de bueno no ha tenido nada) convencido de que mi existencia -de las de los demás que juzguen ellos- carece de todo sentido. Sin embargo, confieso que añoro los días en que existí creyendo que lo había. ¿Habrá, por ventura, alguna patraña racional que me permita recobrar el optimismo de la voluntad, hoy del todo extraviado? 

15.  Definitivamente, la propensión del ser humano -letrado o no- a generalizar es incontenible. 

16.  El amor del que se aferra con uñas y dientes a la vida de otro que sufre muy poco se diferencia del sadismo más clásico. 

17.  Dígase lo que se diga, toda inmortalidad literaria (por supuesto que unas más que otras) exhibe manchas que, bien una fama mal merecida, bien una gloria justificada, intentan disimular con sus barnices. 

18.  Resulta muy fácil y cómodo pedirles a otros que den su vida por nuestro bienestar y libertad cuando uno mismo no arriesga ni una uña producto del miedo que lo acogota. 

19.  Sé, porque los he oído, que los cristianos nos compadecen con rabia y desprecio a los ateos y a todo el que no pertenezca a su iglesia (es decir, a la empresa Equis del pastor Ye). Sé, aunque nunca los haya oído, que los amantes de cualquier cosa -Bob Dylan, los videojuegos, la pintura, el fútbol o el rabel- compadecen y hasta desprecian a los que no vibran con su manía. Y sé, porque lo he leído y me he oído, que escritores y lectores vocacionales no se explican -lo que les (nos) produce desprecio y pasmo- cómo es que puede haber incluso quien vive y se muere sin saber que la literatura existe. Ilusos todos porque lo que no cuenta no afecta. 

20.  Me enternece -y no se alcanzan a imaginar cuánto- la convicción de muchos que creen que va a llegar el día en que lacras tales como la inequidad, la discriminación de cualquier tipo o la codicia sean cosas del pasado. Y sí: serán las cucarachas o los tardígrados los encargados de dar la buena nueva, cuando el último humano sobre la tierra deje de respirar. 

21.  Proponen los ingenuos que la Iglesia católica (la única que, por varias razones, me cae en gracia) desmonte el celibato para que los sacerdotes que quieran puedan casarse. Sin embargo, como su problema son más la pederastia y la homosexualidad que las ganas de matrimonio, lo que yo sugiero es que curas, obispos, arzobispos, cardenales y hasta el Papa salgan del clóset y enarbolen, orgullosos, la bandera del arcoíris. No me digan que con ese gesto tan pragmático y sencillo el Vaticano no les taparía la boca a los que lo acusan de excluyente, hipócrita y oscurantista. 

22.  El caso es que prácticamente todo el mundo habla de buenos y de malos vecinos, como si los vecinos a secas no contaran. ¡No!: existen las buenas y las muy buenas personas -tal vez un cuatro por ciento-, los malos y los perversos -hablemos de un seis- y una mayoría abrumadora de indiferentes y de cobardes -que no son lo mismo pero que a la postre terminan siéndolo-. Y ya se sabe al servicio de quién han estado siempre la indiferencia y la cobardía. 

23.  En principio, no hay modo de intentar impartir justicia como no sea mediante la necesaria dosis de fuerza que aplaque a los malos, disuada a los tentados de serlo y anime a los buenos a seguirlo siendo. 

24.  Una tarde me preguntó una amiga que por qué prefería socorrer a un animal desamparado que a un niño desamparado. Me limité a sonreír y no dije nada, pero la respuesta era bastante sencilla: “Pues -pude haberle dicho- porque es harto probable que el niño que es víctima hoy sea a su vez victimario de otros desde luego más indefensos, o que cuando crezca se convierta en un bellaco incluso peor que el o los que lo vejaron a él”. Tan inapelable como que Dios no existe. 

25.  La libertad de expresión, si fuera de verdad tal cosa, debería abarcar la posibilidad y garantizar el derecho de que quien así lo quiera vacíe el contenido de su inconsciente ante quien y en donde le dé la gana. Como cualquier loquito en la indigencia que, sin pensárselo dos veces, se baja los pantalones y exonera las tripas en medio de la multitud respetable, y no precisamente para escandalizarla. 

26.  Sólo los muy cautos y conscientes de las insidias del destino saben que no se debe conjugar, para expresar negación, el verbo matar en presente de indicativo o en futuro simple. 

27.  Ahora resulta que uno se entrevista con un abogado para que le lleve un proceso, y le sale cristiano. Pide uno cita con el psiquiatra porque teme muy seriamente que pueda perder el poco juicio que le queda, y le sale cristiano. Prolifera hoy, y no ya sólo entre los desprovistos de escuela sino entre los diplomados, esta nueva personificación de la burricie humana. Necesitamos juristas serios y científicos auténticos, no predicadores de oficina y consultorio con o sin falo. 

28.  ¿Que qué es un diplomado? Como su nombre lo indica, es alguien que exhibe en su currículo y en su oficina, consultorio y hasta en la sala de su casa uno o muchos diplomas pese a ser un iletrado, un ignaro y un analfabeto funcional. O sea, uno que por convicción no lee pero que si le toca leer no comprende, y que escribe igual y hasta peor que los que a duras penas terminaron el colegio o ni siquiera. Los hay -siempre los ha habido- que gobiernan países, aspaventean en parlamentos, expiden fórmulas médicas y educan niños o universitarios. Los hay con “experticias” varias y con renombre. Los diplomados son, en suma, pruebas vivientes del fracaso de la escuela. 

29.  Como ya van dos personas -toda una multitud en este presente sin preguntas- que se han atrevido a preguntarme si soy misógino, les respondo. Sí lo soy, y furibundo, si de quien se habla es de Irene Montero (mucho cuidado con ir a confundirla con Irene Vallejo, pues equivaldría a confundir al Ésgar con Knausgard) y de los millones de alienadas occidentales por el estilo. Pero si de quien se habla es de Angela Merkel (Rosa Montero, Joséphine Baker, Eliane Brum, Dorothy Parker, Leila Guerriero, María Félix...) o de los también millones de mujeres sensatas y anónimas que muy seguramente se abochornan del folclor y la desmesura de la tal ‘cuarta ola’, por supuesto que no lo soy sino todo lo contrario: un incondicional de ellas y de sus causas. Y entrados en franquezas, advierto que exactamente lo mismo me ocurre con el racismo, la diversidad sexual, los discapacitados y cuanta lucha social quieran ustedes sumarle a esta lista. 

30.  Viendo la desfachatez con que los políticos grandes y chicos roban en componenda con contratistas y espantajos semejantes, el cinismo de jueces y fiscales y magistrados que no imparten justicia sino injusticia y que cuando legislan lo hacen en causa propia, la incoherencia de predicadores y mamertos que mantienen a los pobres en la boca aunque bastante alejados de sus iglesias y mentideros, viendo todo eso se me ocurría la idea peregrina de que los dioses, a más de no apiadarse del dolor de los que sufren, los -nos- terminan de joder con conciencias implacables y sin botón de apagado, del que sí vienen provistas las de los otros, que las desactivan a voluntad o hasta las dejan tiradas por ahí para que no estorben. Y los pocos de ellos a los que medio les talla o les incomoda su conciencia de cartón piedra, me imagino que la adormecen con una “buena obra” hecha con una parte ínfima del dinero del último desfalco o en todo caso del chanchullo que acaban de hacer. Pero llega el pobre güevón de Jean Valjean y por hambre se roba un pan que lo manda a la cárcel a habérselas con su jodida ley moral que para los otros, como digo, no pasa de ser un adorno. Uribe, Petro y demás hipócritas populistas deberían terminar de llenarse los bolsillos dictando conferencias con títulos tales como ‘Aprenda aquí cómo aplastar sus escrúpulos’ o ‘Salga usted del clóset pero encierre en él a su conciencia’ o ‘Venga que acá se le enseña a mentir como sólo lo hacemos los psicópatas con poder’. 

31.  Cada vez que alguien propone, con las mejores intenciones, que se eduque a los escolares haciendo de ellos buenos lectores de literatura y en particular de poesía a fin de que mañana sean ciudadanos “sensibles”, pienso invariablemente en Neruda el violador sin castigo (si no lo sabían, lean sus memorias), en Neruda el bellaco que repudió y desamparó a Malva Marina (“Mi hija, o lo que yo denomino así, es un ser perfectamente ridículo, una especie de punto y coma, una vampiresa de tres kilos”), en el despreciable sujeto político que fue Neruda, comunista radical sólo de palabra y pluma y ensalzador de tiranos asesinos (en internet pueden encontrar su poema a Stalin, “el más humano de los hombres”). Sí, que lean su poesía -para empezar, su inigualable ‘Oda al gato’- y sus libros pero ojalá conscientes de que se hallan ante la obra meritoria de uno de varios psicópatas de las artes que han sabido conmover a millones con su genio. 

32.  Resulta demasiado pretencioso pensar que el hombre puede acabar con la naturaleza y el planeta. Yo tengo más bien el pálpito de que van a ser ella y él quienes en su debido momento, menoscabados pero aún en pie de lucha, nos vomiten por fin de su seno, por insaciables y temerarios. 

33.  Terrible enterarse de que a un hijo lo tienen asediado los matones del salón de clases, del colegio o del barrio, desde luego que con la anuencia de los indiferentes y los cobardes (entre los que no escasean los profesores y muchos que se hacen llamar sus amigos). Pero peor descubrir que uno es el padre del engendro que veja y maltrata y acosa y humilla y desespera a otros más débiles. Sin embargo, la realidad prueba que, mientras que los familiares de muchos humillados y ofendidos intentan hacer algo para proteger o alejar a los suyos del peligro, los de los bellacos barren hacia adentro y hacen como que no se enteran: nada que asombre tratándose de la descendencia de Lucy. 

34.  Maticemos: no todo el que odia la vejez odia a los viejos, pero todo el que odia a los viejos odia la vejez. Odiar la vejez es lícito y comprensible. Odiar a los viejos -a los ciegos, a los negros, a los judíos si no se es palestino...-, en cambio, es uno de los arcanos de la condición humana y debería ser una pasión vergonzante, de esas que se ocultan por pudor. 

35.  Los médicos que (parapetados más tras sus personales escrúpulos religiosos que tras cualquiera de las versiones del juramento hipocrático) luchan para que alguien al que se le quemó gran parte del cuerpo y el rostro, o sufrió una violación múltiple con gravísimas secuelas para su salud física y mental, o quedó cuadripléjico a consecuencia de un accidente siga viviendo, no le salvan la vida sino que lo condenan a padecerla hasta que la muerte liberadora, que ellos habrían podido adelantar, por fin le sobrevenga. 

36.  Maticemos: así como no es cierto -según opinan los gestores y mayores beneficiarios de la codicia y el acaparamiento de la riqueza hasta en el último rincón del mundo- que todos los pobres lo sean por su falta de talento para cambiar de situación, tampoco lo es -el argumento de los incondicionales de la redistribución de los caudales ajenos- que ningún pobre lo sea por su culpa. Hay pobres esforzados y diligentes (donde se puede ser pobre esforzado y diligente) que mediante ingentes sacrificios y disciplina, logran rebasar al menos de forma transitoria la miseria para instalarse, repito que siempre provisoriamente, en una clase media abrumada como nadie por los impuestos y las obligaciones fiscales; y hay pobres que ni quieren ni buscan la derrota de un estado de cosas que mucho los favorece y nada les exige. Para los primeros, que planean desde el número de hijos hasta el dinero que pueden ahorrar, no hay ni exenciones ni beneficios. Para los segundos, que todo lo improvisan y de nada se hacen o los hacen responsables, son los regalos envenenados de los populismos de ambas extremas o los subsidios del Estado de bienestar, las ayudas de las ONG y fundaciones por el estilo y la caridad de las personas de buen corazón: a todos los conmueve el espectáculo aberrante de una “familia” con numerosos hijos hambrientos a los que se explota comercialmente, pero los dejan del todo indiferentes la madre o el padre o los padres que luchan a brazo partido para sacar adelante a uno o a un par de hijos pequeños o adolescentes. Mal ejemplo el que brinda una sociedad que, presa de la desorientación moral, castiga así el tesón y premia la desvergüenza. 

37.  Si, también los que tenemos por pasatiempo o por oficio la reflexión y la escritura, aceptamos -muchos lo celebran de corazón o por cálculo- que haya ultrafeministas a las que muy poco les falta para que desempolven el patíbulo y lo dispongan en plazoletas universitarias y en parques urbanos, pero condenamos el machismo más manso y bienintencionado (por ejemplo el del padre que aconseja amorosamente a su hija adolescente para que evite el peligro y no salga en pelota a la calle), manchamos de entrada la bandera que enarbolan ésta y otras luchas colectivas: la del igualitarismo. ¡No!: en aras de la coherencia, al menos los moderados debemos combatir con idéntico denuedo la violencia de los machistas cavernarios y la por ahora violencia verbal de las furibundas, que todavía no mata pero sí arruina vidas y destruye carreras y prestigios. 

38.  Sólo ocurre en las artes y en la literatura (y más que en la literatura en la escritura) que un anónimo, un ninguneado, un perfecto don nadie durante su vida creativa o intelectual se vea -es un decir porque ya no se puede ver- de repente aupado a la gloria y la inmortalidad tiempo después de haber muerto. Sinuosidades de Fortuna la veleidosa que, por otra parte, tampoco les garantiza ni siquiera a los que conocen el éxito y la fama más rotundos en vida que los vayan a conservar “para siempre”. 

39.  Cambio los diez o veinte lectores que tengo -no me consta en absoluto que los tenga-, y cambiaría los miles de un Mario Mendoza o los millones de un Paul Auster (merecidísimos en ambos casos) por un único, tangible e insuperable Ernst Zimmer. 

40.  Si a mí me preguntara un estudiante de esos prácticamente inexistentes -de los inquisitivos e inteligentes- que cuál es para mí la mayor ventaja que tiene con respecto a los que no leen el buen lector de buena literatura, seguramente le respondería, tras pensármelo un poco, que la posibilidad de conocer por anticipado cada dolor y tragedia y alegría y sorpresa y absurdidad y desconcierto y estupefacción y asombro y atrocidad y desengaño y desilusión y entusiasmo y desesperanza y esperanza y angustia y alivio y sin salida y disyuntiva y desencanto y encanto y solución a los que se puede ver abocada en cualquier momento la vida de ese lector y las de quienes le importan. En otras palabras, la previsibilidad.