jueves, 30 de septiembre de 2021

¿Que “la vida es una hermosura”? ¡Será la de Celia!

Quince razones por las que la de marras se merece sendas puteadas

Nota preliminar: de antemano ofrezco mis más rendidas excusas a los ojos pacatos que se posen en estas franquezas, por el lenguaje soez pero imprescindible que algunas de ellas contienen. Ruego su comprensión y entro en materia.


1.    No hay cosa peor -siempre las hay, siempre- que sentir que uno quiere cagar pero no poder porque el colon se nos rebela.

2.    No hay situación más vergonzosa y frustrante -dudo que las haya- que bregar con un pipí que no responde y no responde porque, como al colon soliviantado, no le da la gana.

3.    Solo aquel que sabe lo que duele caminar por la calle -claro, también por la casa- con una uña encarnada, y para colmo con zapatos incómodos y baratos, entiende de lo que hablo.

4.    Viajar por tierra, y no en un bus espacioso y con baño sino en una van cuyas ventanas no se pueden abrir por culpa del aire acondicionado -muy a menudo averiado-, con niños que lloren y vomiten o ambas, vallenato llorón o bachata o música popular de la que sea y un chofer que pare en cada pueblo, no tiene parangón entre los tormentos terrenales.

5.    Está uno sentado en una mesa de bar en la que departe con otro que no es que descuelle por su inteligencia mas sí por su donjuanismo y de repente vuelve este man de donde estuviera -la barra, el baño, el quiosco de los cigarrillos- acompañado por una voz dulce y una mano suave que tras estrechar la nuestra pide permiso para sentarse y se nos ocurre, para marcar un territorio ya marcado, soltar una audacia galante que cae en el vacío porque a ella no se la enamora por el oído sino por el ojo, que ya había pronunciado su última palabra.

6.    Bañarse contento y agradecido de tener agua; cerrar la llave al tiempo que se silba o canta una canción; coger la toalla para empezarse a secar cuando ¡zas!, la consabida piquiña. Los estudiosos lo llaman prurito acuagénico pero yo lo llamo prurito hijueputa porque lo odio con la misma furia con que me rasco con el cepillo para el pelo.

7.    Se toma uno la sopa, calientica y deliciosa; aparta uno el plato cuando acaba y coge el del seco; empieza uno a comer todo feliz y de pronto, la textura insoportable y ese maldito sabor de la cebolla larga y babosa que quien cocinó se olvidó de retirar de lo que ahora nos repulsa.

8.    Cuando está uno niño y se le enferma la mascota, se precipita uno a rezar con toda la fe del caso, esperanzado en que el milagro se obre pero nada: se nos muere el animalito porque al marica ese de dios no le dio la gana de hacer nada para salvarlo. A casi todos les pasa que las palabras posteriores de la madre o del padre -“sólo Dios sabe cómo (léase por qué) hace sus cosas”- se convierten en su bautizo en la resignación al sinsentido, mientras que a otros nos bastan las anteriores a la tragedia que uno de los dos pronunció -“pídale a Dios que Él es el único que puede curarlo”- para apartarnos sin remedio de esa tara, por la que primero se siente un odio indomable y luego -mucho después, eso sí- una ternura casi compasiva.

9.    Para los que sufrimos -en presente de indicativo o en pretérito perfecto simple- escaseces varias, levantarse presto de la cama, meterse al baño, alistar el cepillo y encontrar el tubo de la crema de dientes más raspado que olla de gobierno saliente, constituye una frustración que a los que nunca les ha faltado nada en casa lejos están de imaginar. Y si a eso se le suma que, resignado, uno se dice “pues duchémonos y ya se verá cómo nos lavamos la boca”, pero resulta que tampoco hay ni un tris de jabón perfumado y mucho menos de champú para nadie, la resignación le cede el paso al anatema y este, a un cierto agradecimiento por haber encontrado en la cocina restos del jabón Rey con que se lava la ropa y, en ocasiones extremas, también el cuerpo y el pelo. “Menos mal -se consuela uno mientras se viste- que por lo menos había papel higiénico porque si no, qué cagada”.

10.  Envidio a los que estornudan un día al año, cada dos horas, y dicen que tienen gripa. ¡Gripas las de mi hermano, las de mi hermana, las de mi madre y las mías! Nos comienzan con un ardor insoportable en el velo del paladar que puede durar entre dos y tres días, síntoma que se alterna con una escurridera incesante de mocos aguados que escaldan la nariz y el labio superior y que si uno no ataja constantemente con el pañuelo, lo ponen en evidencia por ejemplo frente a los estudiantes. Cuando el escozor aquel tan particular pasa, los mocos ya no se nos escurren todo el tiempo porque se han tornado más consistentes aunque también más ruidosos y por ende la sonada no hay cómo disimularla. Diez días así, y eso que no hablo aquí de las fiebres que hacen tiritar de un frío infernal y de las toses que derivan en bronquitis.

11.  ¿Acaso puede haber algo peor -mil cosas más- que ser, ojalá en público, objeto de una burla de mal gusto, de un comentario hiriente, de una injuria o aun de un sarcasmo y dar con la única réplica que habría vengado el exabrupto y convertido en rey de burlas al burlador cuando ya no se usa porque ya no hay nadie con uno salvo su inquina?

12.  ¿Acaso puede haber algo peor -dos mil cosas más- que necesitar con desespero un nombre, una fecha, una palabra que la memoria se resiste a facilitarnos y que solo deja llegar hasta la punta de la lengua, de donde se convierte en voz o en recuerdo justo cuando nos ocupamos en otra cosa o damos por concluida la clase?

13.  ¿Acaso puede haber algo peor -tres mil cosas más- que oírse a sí mismo u oír a la abuela, a la madre, a la hermana, a la amiga o al vecino gay echando o contando, como si de la primera vez se tratara, el chiste o la anécdota que nos sabemos de memoria y que, de tan machacados, nos arrancan bostezos? Claro que sí: oír a una compungida crónica (conocí a un par en la universidad) lamentarse por esa misma desgracia que siempre trae a cuento en medio de lágrimas y mocos.

14.  “¿Un asado en casa de quién? ¿En serio? ¡Allá les caigo!”. Coge uno plata, se emperfuma por si las moscas, paga taxi porque la cosa ya debe estar prendida y la gracia es estar desde el principio, se maldicen los trancones a la par que se fantasea con que no esté el novio de la hermana del man que invita al asado y por fin llegamos. Ni olor a asado, ni hermana con o sin novio, ni ambiente de nada. Sólo la abuelita del cabrón, que muy amable nos hace seguir y nos dice que nos sentemos y lo esperemos, que mijito se fue a comprar lo del almuerzo pero que no se demora. Ah, y que si nos provoca un juguito de guayaba para semejante calor que hace.

15.  Entre los infortunios del karma, ninguno -¿ninguno?: cuatro mil más- como querer (lástima que el verbo amar sea tan corroncho) con intensidad a dos personas pero vivir subyugado por la maldita dictadura de la monogamia y la exclusividad sexual. Que, si se fijan bien, es más avasalladora y ubicua que las de los Kim, los Castro y los Xi juntas.