jueves, 27 de mayo de 2021

Medioevo científico y tecnológico

Cómo me gustaría que los que de tarde en tarde me ven comprando libros impresos en la librería Lerner de la Jiménez con cuarta supieran que los compro por cariño y gratitud y no para que alguien me los lea, porque a esa altura ya los he leído gracias a mi computadora convencional y a su lector de pantalla. Que mis primeros devaneos con la tecnología fueron una grabadora marca Sony en la que oía radionovelas, fútbol y música y un televisor en blanco y negro en el que con mis papás y mis hermanos veíamos telenovelas, programas de concursos, de humor y hasta culturales. Que siendo todavía muy niño soñaba con que algún día existiera un reloj que me dijera la hora en voz alta, porque los relojes táctiles eran demasiado costosos y no me seducían. Que pasados unos años ese sueño se materializó y que ya no me estaba vedado ambicionar lo hasta ayer impensable. Que comencé y terminé el pregrado gracias a las lectoras muy jóvenes que me proporcionaba un instituto de ciegos de Bogotá, y el posgrado con la ayuda invaluable de un par de lectoras muchísimo más competentes que aquéllas y vinculadas a mí por afectos tan fuertes que ni siquiera la muerte podrá deshacer. Que mi reticencia al cambio me impidió probar a leer, mediante voz sintética, en tiempos en que un par de entusiastas de la tecnología para ciegos intentaban persuadirme de sus ventajas infinitas en medio de bares atestados y felicidad de viernes por la noche. Que cuando por fin vencí mis recelos y me senté frente a un computador adaptado y descubrí lo prometido y muchísimo más, ya no pude renunciar a él. Que si hace unos quince años mi dolor crónico de cabeza era “¿y ahora qué libro consigo y a quién le digo que me lo grabe?”, hoy es el de todos los codiciosos de la literatura que, como los insaciables de dinero y poder y sexo, jamás se sienten satisfechos con cada libro que cierran pues nunca son suficientes. Que de la total escasez de libros y de la imposibilidad de siquiera poder leer un periódico local con autonomía, pasé a tener a mi disposición miles y miles de títulos que puedo descargar de Tiflolibros y prácticamente todos los periódicos y revistas en los que escriben quienes más admiro. Pero que hoy, tras tantos inventos maravillosos que vinieron a libertarme y tras miles y miles de artículos leídos sin falta entre el domingo y el lunes de cada semana, comparto la misma desazón, la misma pesadumbre y el mismo pesimismo de mis columnistas favoritos respecto de esta época de oscuridad casi total que, si no llega a ser noche cerrada, es merced a la luz que no dejan de proyectar sobre tantas tinieblas la buena ciencia y los mejores desarrollos tecnológicos.


En la casa y en la escuela

Edu Galán:

“A falta de argumentos intelectuales serios, echando las redes en los caladeros de lo elemental y fácil, toda la sociedad occidental se sume en una simpleza sin precedentes en sus treinta siglos de memoria. Por muy complejo que sea, nada escapa a la aplicación de ortodoxias de nuevo cuño, propagadas como pandemias a través de las redes sociales: vida cotidiana, historia, arte, cultura. Todo debe ser contemplado ahora con la nueva óptica, y cuando escapa a ella es atacado, exterminado. No se tolera la libertad de pensamiento ni la expresión pública de ésta, convertida en crimen social. Se exige sumisión a un nuevo canon moral de un infantilismo y simpleza aterradores. Se habla de cordones sanitarios, de espacios seguros. Las universidades, antaño motor del pensamiento, se han convertido en sanedrines de corrección política donde se reemplaza la razón por la emoción y el debate por la ignorancia, con alumnos felices de cantar a coro y profesores acojonados o cómplices. De ese modo, la represión contra los espíritus libres es implacable. Nunca se masacró a la disidencia con tanta saña ni con tantos medios. Si el mundo fue primero de los brutos, luego de los ricos y después de los rencorosos inteligentes, hoy pertenece a los ofendidos y a los grupos de presión que los controlan. Mostrarse ofendido es garantía de integración social. ¿Quién va a resistirse, cuando hace tanto frío fuera? [...] En realidad siempre hubo dictadores -obispos, ayatolás, espadones-, pero antes lo eran tras imponerse con las armas, la religión o el dinero. Ahora lo hacen con los votos de una sociedad que los aplaude y apoya. Pobre de quien se atreva a contradecirlos; a no ofenderse como es la nueva obligación. Tenemos, a fin de cuentas, los amos que deseamos tener: fanáticos y oportunistas respaldados por el pensamiento infantil de millones de imbéciles.”

Interlocutor de Arturo Pérez-Reverte:

“Llevo 30 años en la enseñanza y con amargura compruebo que me equivoqué de ilusiones y oficio. A mis alumnos les importa un carajo quiénes fueron Ovidio, Homero y Sófocles. Y no los culpo. Mientras les llega el momento de convertirse también en verdugos, sólo son víctimas. Les hemos robado la educación. Y lo que es peor, les hemos robado incluso la necesidad de tenerla. El sentimiento de echarla de menos...”

Arturo Pérez-Reverte:

“En estos tiempos grises en que cualquier independencia intelectual es aplastada desde la escuela, cuando lo que se busca es igualar a todos los críos en la mediocridad penalizando la brillantez y la inteligencia.”

Javier Marías:

“Como saben, hoy los niños [...] son una especie de idolillos a los que todo se debe y por los que se desviven incontables padres estúpidos. Están sobreprotegidos y no hay que llevarles la contraria, ni permitir que corran el menor peligro. Son muchos los casos de padres-vándalos que le arman una bronca o pegan directamente al profesor que con razón ha suspendido o castigado a sus vástagos.”

“A los gobernantes no parece importarles un planeta lleno de analfabetos virtuales y de ignorantes profundos. Al contrario, lo propician por todos los medios, con unos planes de educación cada vez más ‘lúdicos’ y más lelos, en los que se prima lo estrictamente contemporáneo, es decir, lo efímero y fugaz, lo obligatoriamente sin peso ni poso, lo forzosamente necio y superficial. Hace ya décadas que se crean sujetos para los que el mundo empieza con su nacimiento, a los que les trae sin cuidado saber por qué somos como somos y qué nos ha traído hasta aquí; qué hicieron nuestros antepasados y qué pensaron las mejores mentes que nos precedieron. Para colmo, se ha convencido a estos cerebros de conejo de que son ‘la generación mejor preparada de la historia’, cuando probablemente constituyan la peor, con frecuencia primitivos atiborrados de información superflua y sólo práctica...”

“Lo que solía llamarse ‘libertad de cátedra’ está muy seriamente amenazado. Los claustros ceden cada vez más a los caprichos y a la intolerancia de estos estudiantes mimados, débiles, que se descomponen y quiebran por cualquier cosa. Están hechos de porcelana y no deberían ir a la universidad, por tanto, que siempre ha sido lugar para la confrontación de ideas: en los regímenes autoritarios, incluso, con un grado de libertad del que el resto de la sociedad carecía, la prensa no digamos. Si los claustros complacen a los jóvenes déspotas es en parte por amilanamiento y cobardía y en parte porque también están formados por profesores y burócratas que son igual de hipersensibles e histéricos. Todo esto indica una infantilización impropia. Estos universitarios -¡universitarios!- no han salido ni están dispuestos a salir de su niñez sobreprotegida. Y se sabe que los niños, si se les da pie y se les permite, tienen una tendencia natural a ser tiránicos; a que se haga su voluntad sin excepciones.”

“En los últimos tiempos hemos sabido de denuncias contra personas que, al hacerse una foto de grupo, han apoyado levemente la mano en la cintura o el hombro de quien estaba a su lado, y esos gestos de cordialidad o amabilidad han sido calificados de ‘tocamientos inapropiados’, cuando no de ‘manoseo’. No sé, para mí ese gesto de ‘acompañar’ al cruzar una calle, o de empujar suavemente el codo de alguien al atravesar una puerta, instándolo así a pasar primero, son parte de la normalidad más absoluta, y de la cortesía. Exactamente lo mismo que removerle el pelo a un chaval en muestra de pasajero afecto, o que acariciarle la cabeza a un bebé. A nadie que visite los Estados Unidos se le ocurra hoy hacer eso, porque lo más probable es que se encuentre, en el mejor de los casos, con un padre o una madre furibundos que le espeten: ‘¿Qué le está haciendo a mi hijo, o a mi hija? Ni se le ocurra ponerles un dedo encima’, y, en el peor, con una denuncia en regla por ‘abuso de menores’. Tampoco es aconsejable dirigirles la palabra a los críos, porque esos padres histéricos se alarmarán igualmente, pensarán que los está persuadiendo para cometer iniquidades y pervirtiéndolos. Este comportamiento enloquecido es producto de algo muy sencillo: mirarlo todo siempre con malos ojos; pensar siempre lo peor; ver intenciones turbias, cuando no podridas, en cualquier acercamiento; contemplar el mundo siempre con ojos sucios y con suspicacia; inferir que nuestros semejantes son depravados y que siempre los guía el mal. Claro que hay gente ante la que conviene estar en guardia, pero extender la sospecha al conjunto de la humanidad es una triste y medrosa manera de existir. Es la que, al menos en los Estados Unidos, se ha elegido.”

“Paulatinamente se logra que los escolares no sepan pensar, ni hablar propiamente, no digamos escribir. La creación de tarugos es un objetivo indisimulado de los políticos obtusos de nuestro tiempo. Nos precisan a su imagen y semejanza.”

Elvira Lindo:

“Jamás pronunciaré esa frase discutible de ‘es la generación más preparada de la historia’. La realidad es que es el desarrollo pleno de un oficio, no la universidad, lo que te convierte en alguien solvente, enfrentado de verdad al desafío de la vida.”

“Se supone que la esencia de la educación universitaria es enfrentarse con pensamientos incómodos, que nos repelen incluso, pero ante los que tenemos que ejercitar nuestra capacidad dialéctica. La cuestión es que las autoridades universitarias han aceptado que el estudiante es el cliente y que el cliente siempre tiene razón; si no la tiene, hay que buscar la manera, por muy retorcida que ésta sea, de concedérsela. El campus deja de ser un lugar de debate para convertirse en algo parecido a un hogar donde todo ha de procurarnos bienestar, hasta las opiniones ajenas, y si se diera el caso de que no nos gustan, en nombre de las grandes causas callamos la boca a un ponente o instamos a la dirección de una revista para que retire un artículo al no soportar que alguien escriba algo que va en contra de nuestros principios.” 

“Hay padres, hay madres, que experimentan de manera tan violenta el amor hacia sus hijos que lo gritan a los cuatro vientos como una amenaza, como si desearan partirse la cara con alguien para demostrarlo. Hay padres, hay madres, que construyen su relación con los hijos sobre una absoluta desconfianza hacia el mundo. No pueden evitar inmiscuirse de mala manera en la vida escolar, les inquieta no controlar ese camino a la independencia que el niño emprende en la escuela. Hay padres y madres que creen reunir condiciones para ser pedagogos, entrenadores, consejeros espirituales, coleguitas de sus hijos. Hay padres y madres asfixiantes, que vigilan los juegos de los niños, que quisieran colocar cámaras en las aulas y corregir al docente. Hay padres y madres que viven solo para eso, para ser padres y madres, y se olvidan de sus aspiraciones, si alguna vez las tuvieron, renuncian a los placeres adultos, se olvidan del sexo y de su propia cara ante el espejo.” 

María Elvira Roca Barea:

“...La competencia lingüística se reduce generación tras generación. Esto tiene muchas causas. Una sería el culto a la imagen en el que vivimos desde que aparecieron las pantallas. La gente ya no usa el cerebro. Cuando el cerebro se usa, el cerebro reclama vocabulario, reclama estructuras sintácticas, afina sus herramientas y piensa mejor. Cuando ese cerebro es solamente una cosa receptora, es decir, una cosa que solo mira, es evidente que se va produciendo una lenta parálisis. Ahora nuestros estudiantes salen de la universidad siendo analfabetos funcionales. Un analfabeto funcional es una persona que no es capaz de expresar por escrito lo que sabe. Para acabarla de liar, hemos entrado en esta tontería de la educación bilingüe, con lo cual la gente es analfabeta en dos lenguas.” 

Antonio Muñoz Molina:

“...la mezcla de constancia y de fervor que es el alimento de todo aprendizaje. Aprender no se acaba nunca. En nuestra época se asocia el talento con el efectismo, y el disfrute estético con la inmediatez, y nada que requiera una larga constancia parece atractivo.” 

Álex Grijelmo:

“Una profesora cuyas enseñanzas aún aplico después de tantos años, Gloria Toranzo, que impartía clase de Redacción Periodística, solía corregir al alumno que utilizaba la conjunción e; y lo hacía con esta fórmula que seguramente toda mi clase recuerda: ‘Es usted tonto e idiota, cuando podría ser idiota y tonto, que queda mucho más elegante’. Nadie se lo tomaba a mal, porque en aquellos tiempos las pieles con las que llegábamos al mundo los seres humanos no eran tan finas como las de ahora”. 

 

Me da por pensar a veces, cuando intento pillar la punta del ovillo del desbarajuste en la casa y en la escuela, que quizá el origen se remonte a aquella declaración de intenciones de tantísimos padres y madres de familia que algún día se dijeron y dijeron: “No quiero que mis hijos pasen por lo que yo ya pasé”. Y como los psicólogos (que se han sacado de la manga -para vendérselas con total éxito a la sociedad- teorías infundadas e infundiosas tales como que hasta el más mínimo castigo verbal o físico traumatiza a los niños o que a los niños hay que dejarlos “ser ellos mismos” antes de que ni siquiera sean) son ya padres o piensan serlo y lo son o lo piensan ser los ministros de educación y los rectores universitarios y de colegio y los catedráticos y los profesores de preescolar, primaria y secundaria, pues todos comenzaron a tirar del carro en una misma dirección y de ahí los resultados alarmantes que los notables de aquí arriba ya comentaron. Sin embargo, lo que ninguno de ellos dijo fue que, entre tanta manguala y tanta culpa compartida, la que les corresponde a los educadores que renuncian a serlo a fin de graduarse de populares entre sus estudiantes y en aras de su propia mediocridad es la única inexcusable. Porque de ellos dependía que al menos la escuela no se hiciera partícipe del desbarajuste que, lejos de combatir, fomenta y promueve en primera línea. 


En las redes y en los medios

Juan Esteban Constaín:

“...el espíritu sectario y fanático de estos tiempos: la propensión de la gente a tomar partido, a militar con furia y ceguera en cuanta causa aparezca de pronto y sirva muy bien, de inmediato, al propósito de que nadie se quede sin opinar y sin sentar su posición, como si fuera una obligación tenerlo todo tan claro y además proclamarlo a los cuatro vientos. Me dirán que exagero y está bien, lo acepto: la humanidad siempre ha sido dada al sectarismo, la cacería de brujas, el ensañamiento, la vocación gregaria y de turba y de partido. Aunque también en esto exagero, y así al infinito. Solo que ahora, con el espejo de internet y las redes sociales, esos rasgos se notan mucho más, allí se multiplican y se riegan como fuego en un trigal. No hay minuto en la red sin su respectiva pelotera.” 

“¿La realidad? Ahí está el problema: que ese viejo concepto dejó de existir; que ya casi nadie cree en él como un hecho más o menos tangible y comprobable y aceptado por todos. Claro: tampoco es fácil hablar de la realidad como algo único y absoluto. La filosofía, que empezó por ahí, lleva milenios discutiendo ese problema; ese ha sido uno de sus temas esenciales en la historia, quizás el más serio de todos. Y un gran novelista, Vladimir Nabokov, decía que la palabra realidad no tenía sentido si no iba escrita siempre entre comillas: así de caprichosa y subjetiva la veía él, así de hermosa y brutal. Resolver ese debate es muy difícil, casi imposible, mucho menos en una columna de periódico. Pero digamos que, para efectos prácticos, la humanidad creyó siempre en una ‘realidad’, así con las comillas de Nabokov. Una realidad que era un consenso, una serie de evidencias y datos más o menos irrefutables y reconocidos por todos. Tanto que la locura consistió toda la vida en salirse de ese consenso; esa percepción general e inevitable. Y lo que caracteriza a nuestra época es que ese consenso se acabó, no existe ya. La realidad se volvió, ahora sí, más que nunca, un relato partidista y sectario, un acto de fe y a veces de mala fe, un discurso arbitrario. Y las redes sociales son el camino por el que esas realidades paralelas se engendran y se difunden, se legitiman, se imponen entre sus seguidores, que así, inmersos en la turba, se sienten justificados. Lo que hace décadas habría sido un delirio de unos pocos orates, hoy puede volverse, sin problema, un fenómeno masivo y multitudinario que distorsiona la idea misma de la realidad en millones de personas. Y como se trata de un ciclo perverso y voraz, un monstruo que se alimenta de sus propias entrañas, muchos medios de comunicación ven allí su última oportunidad para sobrevivir. La caja de resonancia del absurdo, eso son esos medios. Pero su relato de las cosas se vuelve un referente y un oráculo -un imán- para quienes creen en él y lo asumen como la verdad revelada aun cuando sea una idiotez o una infamia. Sin el consenso de la realidad es imposible el consenso de la democracia. Por eso la locura es el fascismo de nuestro tiempo.” 

Moisés Wasserman:

“Las redes sociales han sufrido estos días algo parecido a una recaída del progreso moral. Se han configurado verdaderas tribus, cada una con su Sanedrín y su guardia pretoriana, que excluyen a los otros de su sistema de normas, incluso de su lógica. El respeto por los de la tribu parece exigir, como en épocas primitivas, el irrespeto total por los miembros de cualquiera otra diferente. La lógica complaciente con los actos de un candidato se voltea cuando los mismos actos son cometidos por el otro, y ¡pobres los apóstatas! Esos, sin consideraciones con toda su historia de vida, son maltratados y despreciados.” 

Thierry Ways:

“¿Cómo hacemos para bajarle a la rabia, de forma que no solo podamos escucharnos sino que, sobre todo, evitemos la conflictividad destructiva a la que estamos abocados si seguimos por esta senda? Lo que eso le está haciendo a la sociedad no hace falta que yo lo describa aquí, pues todos lo vivimos a diario: la altanería, la grosería, la impaciencia, la presteza para la injuria, la irreflexividad para todo, la falta de modales para hablar, para opinar, para argumentar. Sí, los modales: ese vestigio cultural que nuestros jacobinos del siglo XXI desdeñan como una afectación pequeñoburguesa, como símbolo del más mezquino ‘tibiocentrismo’ -y que por eso para ellos es tan intoxicante, tan euforizante, tan cool arrojar por la borda-, cuando, en realidad, las formas y las maneras son estrategias de comunicación altamente evolucionadas para evitar que las personas se vayan a los puños por diferencias grandes o triviales.” 

Ricardo Silva Romero:

“Y hoy, en la era de la lapidación en las redes, sí que estamos rodeados de gente que empieza los juicios por las sentencias, de irresponsables que pronuncian la violencia y voces sueltas que detonan la crueldad.” 

Melba Escobar:

“Las palabras van regándose para pasar de nuestra boca a los medios de comunicación y a las redes sociales en una onda expansiva capaz de propagarse como el fuego. Y son las mismas palabras que avivan incendios, las que bien podrían apaciguar las llamas. Sin embargo, a menudo, elegimos el ruido, el incendio, la destrucción, la injuria, atizar el miedo y la ira antes que aliviarlos o al menos intentar comprender. Las palabras hoy más que nunca se derraman feroces, como galones de petróleo en el mar. Amenazantes, arrasadoras, contagiosas. Palabras que prenden miedos y odios como leños en un bosque tupido. Por desgracia, el mensaje corrosivo y el juicio, suelen ser más contagiosos, efectivos y visibles que las palabras precisas, reflexivas o serenas.” 

Héctor Abad Faciolince:

“Sabíamos que en el papel las palabras podían ser incendiarias; ahora sabemos que en las redes sociales las palabras matan. Las palabras nunca fueron inofensivas, pero en esta era se están volviendo más ofensivas que nunca: duras como piedras, son capaces de engendrar explosiones, bombas y balas.” 

“Para quienes no sufrimos de claustrofobia, sino más bien de claustrofilia, y disfrutamos el encierro, para quienes admiramos la opción de vida contemplativa por la que optan algunos monjes (da igual si budistas, ortodoxos o benedictinos), el mundo contemporáneo, la democracia falsa creada por las fake news y la crispación y rabia incontenible de las redes sociales, con su manía por la actualidad y su ira cotidiana, son un acicate para alejarse, para apartarse, para refugiarse -como decía León de Greiff- en una torre personal, envueltos en una ‘toga de asvesto’ que nos proteja de las rabias, de la necedad de los amargados, de la estultez, del elogio indigesto... Cuando la vida se nos esfuma en peleas y negocios sin sentido, en palpitaciones de rabia y descargas de adrenalina que suben la tensión arterial, hay un llamado sensato hacia el exilio interior.” 

Piedad Bonnett:

“...Al mismo tiempo, crece en redes un fundamentalismo de nuevo cuño, que nace de una superioridad moral apoyada en una supuesta posesión de la verdad. La misma que hace que los animalistas insulten a [...] por opinar que [...], o que los veganos tilden de asquerosos a los que comen carne. Es verdad, como dice Vivian Gornick, tratando de explicarse linchamientos injustos, que cuando las cosas no avanzan lo suficiente ‘el enfado se convierte en algo asesino’. Por eso mismo convendría recordar a los fundamentalistas que el cambio en las mentalidades suele ser lento. Y que la realidad, además, tiene muchos matices.” 

Juan Villoro:

“Aunque la razón llega después que la pasión, no sólo actuamos por corazonadas. Además, los impulsos emocionales no siempre son definitivos. El menú de la conducta humana incluye la enmienda, la recapacitación, la duda y el arrepentimiento. Lo peculiar es que todas estas facultades han perdido valor. ¿Hace cuánto no oímos que alguien diga: ‘Rectificar es de sabios’? Las redes sociales permiten respuestas tan veloces que responden más a la neurología que a la comunicación: en lo que pasas del sentimiento al raciocinio ya diste like. Las palabras en estado de aceleración no dicen lo mismo que las palabras en estado de reposo. La condena puede ser instantánea; en cambio, la rectificación necesita tiempo. Alimentadas por la prisa, las plataformas digitales se prestan más al linchamiento que a la reflexión. Esto ha contribuido a un significativo viraje cultural. La descalificación sustituye en tal forma a la argumentación que nos preocupamos si alguien dice: ‘Lo voy a pensar’. En tiempos de certeza exprés, el que pondera parece al borde de una crisis.” 

Javier Marías:

“Una de las mayores pruebas de la infantilización del mundo es sin duda el aumento de la credulidad, que paradójicamente se produce cuando más prevenidos deberíamos estar. Todos coincidimos en que no ha habido época más propicia para los infundios, los bulos y las falsedades, que se propalan a velocidad de vértigo. Deberíamos poner en cuarentena casi cualquier noticia o información que nos llegan, desconfiar de ellas por principio hasta comprobar su veracidad a través de algún medio ‘serio’, si es que este adjetivo tiene aún algún sentido.” 

“Me gustaría saber desde cuándo y por qué las denuncias anónimas tienen valor y merecen crédito, o la prensa ‘seria’ se hace eco de ellas y las aumenta y acaba por elevarlas a la categoría de ‘verdad’. Una denuncia anónima ha sido siempre algo ruin y cobarde, a lo que se solía hacer caso omiso. Sin dar la cara ni el nombre, cualquiera puede atribuirle a otro una vileza, impunemente: no se arriesga a ser desmentido, a que se le afee el infundio, a que el calumniado lo demande por difamación. Hoy, lejos de condenarse, esas denuncias se fomentan, y los Estados, la prensa, la policía, alientan una sociedad de delatores, con todas las garantías para el delator. Se invita a la gente a que denuncie a sus parientes, vecinos y conocidos...” 

Rosa Montero:

“...está demostrado que escuchar la misma afirmación más de tres o cuatro veces nos hace a todos más proclives a creerla, aunque se trate de la mentira más idiota. O sea: cuanto más repitas una falsedad, más se extiende y se hinca en el pensamiento colectivo, como un virus. La mentira es una especie de gripe mental. Esa enfermedad viral, esa pandemia, está llegando a niveles jamás alcanzados antes. [...] ...la desinformación es tan contagiosa como el ébola. O tomamos conciencia del peligro, desarrollamos planes [...] contra la mentira organizada y empezamos a educar a los niños en el pensamiento crítico, o seremos los borregos más tontos de la historia humana, camino del matadero y balando mentiras todos a una.” 

“Vivimos tiempos tremendamente intolerantes, y el manejo inexperto de las redes [...] está fomentando una virulencia inquisitorial en el corazón de los más mostrencos. Esa ferocidad cerril que rechaza el reconocimiento del error y ensalza una pureza inhumana y dogmática no sólo nos va a impedir madurar como personas, sino también como sociedad.” 

Manuel Rivas:

“En el periodo de la posverdad puede llenarse todo de humo y no haber incendio. Pero no hay nada más parecido a un incendio que conseguir que una multitud grite: ‘¡Incendio, incendio!’. Si mucha gente acaba convencida de que hay un incendio donde no lo hay, lo más probable es que acabe habiendo un incendio.” 

María Elvira Roca Barea:

“...ese tono barriobajero, soez, ordinario que se ha impuesto prácticamente en todas las cadenas. Que hubiera programas más o menos tontos era lo normal, pero ahora hay un regodeo de la vulgaridad y los derechos de la ignorancia reclamando sus respetos en cualquier circunstancia. [...] Se ponen enfrente de una cámara a juzgar cualquier asunto con una desfachatez absolutamente asombrosa.” 

María José Villaverde:

“Pero tal vez el mayor peligro que acecha a las sociedades democráticas sea la pasión por la igualdad, que reduce al mismo racero a todos los individuos, que descabeza lo que sobresale, lo que destaca, lo excéntrico y lo diferente, que la mayoría de los ciudadanos no tolera. Vivimos en una época en la que la opinión de la mayoría y el poder arrollador de la opinión pública amenazan gravemente la libertad. Modelan sutilmente nuestras mentes, nos oprimen y nos coartan sin que nos demos cuenta.” 

Eliane Brum:

“El siglo XXI ha presenciado un cambio en este ciudadano al que le gusta denominarse ‘buena persona’: se ha convertido en zombi por voluntad propia. Nadie ha tenido que comerle el cerebro, él lo ha ofrecido alegremente a la industria farmacéutica y a las religiones de mercado. Se ha unido a hordas de zombis en las redes sociales y se engaña creyendo que el espasmo frenético de su cuerpo es acción. Pero solo trepida, zombificado por voluntad propia. De vez en cuando vota a quienes dicen que pueden devolverlo a un pasado que nunca existió, en el que todo era glorioso y estaba en su debido lugar [...]. Cree que es autónomo cuando solamente es un autómata.” 

Gustavo Martín Garzo:

“No creo que haya existido un tiempo en que el silencio esté más desvalorizado que hoy. Los medios de comunicación han transformado al hombre contemporáneo en un ser cada vez más parlanchín y desinhibido, que no tiene problemas en opinar sobre lo primero que se le ponga a tiro. ¿Supone esto que hoy día las palabras estén más valoradas que nunca? Más bien sucede lo contrario, y pocas veces las palabras y las ideas han valido menos.” 

Manuel Vicent:

“En el futuro se dirá: el viejo periodismo murió cuando las noticias dejaron de leerse en un papel u oírse por la radio y comenzaron a ser suministradas con imágenes y se convirtieron en espectáculo, en espejos en los que el ciudadano anónimo se reflejaba. A partir de ese momento los periodistas pasaron de ser informadores a llamarse comunicadores, y la noticia era eso que decía en pantalla un tipo agradable, una chica atractiva, los dos con una voz bien modulada, capaces de emitir con una sonrisa ambigua y una dentadura perfecta un bombardeo, una crema, un asesinato, una marca de coche, el discurso del presidente y una sopa. Ser consiste en ser visto -dijo Berkeley-...” 

Juan José Millás:

“Con las noticias falsas acabará ocurriendo lo que ocurrió con las drogas: que su persecución estimuló su tráfico.” 

Mario Vargas Llosa:

“Leer varios periódicos es la única manera de saber lo poco serias que suelen ser las informaciones, condicionadas como están por la ideología, las fobias y prejuicios de los propietarios de los medios y de los periodistas y corresponsales. Todo el mundo reconoce la importancia central que tiene la prensa en una sociedad democrática, pero probablemente muy poca gente advierte que la objetividad informativa sólo existe en contadas ocasiones y que, la mayor parte de las veces, la información está lastrada de subjetivismo pues las convicciones políticas, religiosas, culturales, étnicas, etcétera, de los informadores suelen deformar sutilmente los hechos que describen hasta sumir al lector en una gran confusión, al extremo de que a veces parecería que noticiarios y periódicos han pasado a ser, también, como las novelas y los cuentos, expresiones de la ficción”.

 

Esta cita de Vargas Llosa, tan acertada ella, me sirve para, mediante un ejemplo bastante diciente, dar fe de que en la era de los bulos y las ‘fake news’ masivos y virales, ni siquiera un Nobel de Literatura con todos los méritos como él está exento de incurrir en los sesgos y desinformaciones que en ella señala y afea. Remito al lector interesado a su columna, en El País de España, del 20-02-2021 que figura bajo el título de El ejemplo colombiano’: un publirreportaje en toda regla en el que, con más premura y pasión que seso y conocimiento de la realidad política y social de la Colombia de las últimas décadas, lo trastoca todo absolviendo de un plumazo a Uribe y al uribismo de los crímenes y delitos gravísimos que él y su cohorte de malandros vienen perpetrando a lo largo y ancho del país impunemente desde hace al menos treinta años. Amparado en el hecho de que contra ninguna de las muchísimas tropelías del ex presidente existe una sentencia judicial propiamente dicha (y la razón es la cooptación del sistema de justicia), y pasando por alto las que pesan sobre algunos de sus áulicos y los miles de documentos bien fundados que las examinan y comentan, el escritor peruano empotra por la fuerza a Uribe Vélez en las categorías de víctima de la extrema izquierda y de perseguido político, al tiempo que lo eleva en su panegírico a respetuoso de la ley y de la legalidad, entre otras desmesuras. Se me dirá que lo que el columnista hizo en ese -no es el primero- artículo fue ejercer su derecho a la libertad de opinión, o que a nadie sobre quien no pese sentencia judicial se lo puede condenar. Lo que sucede es que con esos mismos argumentos, los incondicionales de otros sinvergüenzas por el estilo -Maduro, Bolsonaro, Putin, Trump, Xi, Erdogan y para qué seguimos- justifican también lo injustificable. Claro: con la diferencia de que a estos los leen cinco gatos mientras que a Vargas Llosa, millones. Que, por lo que se refiere al caso que nos ocupa, quedaron harto desinformados y convencidos de que nuestra en demasía venal clase política compite en decencia y eficacia con las de países ellos sí afortunados, que bien podrían sacar pecho pero que no lo hacen.


En el lenguaje y en la política, que con tanta solvencia lo desnaturaliza

Juan Gossaín:

“El lenguaje cambia porque cambian los valores. Aparecen nuevas palabras porque hay una nueva ética, relajada y tolerante, que necesita disimulo, tapabocas y disfraces. También el lenguaje se nos volvió solapado.” 

Mauricio García Villegas:

“Ya no se habla para describir el mundo sino para postularlo. Es cierto que las palabras también sirven para hacer cosas, para inventar el mundo que queremos, no solo para describirlo. Pero eso no nos puede llevar a desconocer la importancia del sentido literal, sin el cual el lenguaje no solo se desgasta, sino que se vuelve inútil: nos conduce a un mundo en el que ya no hay afirmaciones falsas porque tampoco hay afirmaciones verdaderas.” 

John Carlin:

“Una vez más, la desproporción, el generar problemas innecesarios, el inventar dramas donde no hay necesidad define los tiempos de hoy en los países ricos del mundo. No hay matices, no hay sentido del humor. Reina la estupidez, el peor tipo de estupidez, la solemne estupidez.” 

Juan Villoro:

“...Educados para la irrealidad, ahora enfrentamos situaciones en las que cualquier variante suscita desconfianza. Una insensata idea del control y la eficacia hace que los empleados se sometan y nos sometan a la tiranía de lo concreto. Pides un café con leche y te aclaran que no está en el menú. Sin embargo, en la carta hay leche y hay café. Pides que te traigan eso. ‘Cada uno se cobra aparte’, te explican, lo cual ya sabías. En otro sitio pides un desayuno toluqueño ‘para compartir’. ‘No se puede’, te informan: ‘porque viene en cazuela’. Pides que traigan la cazuela y un plato aparte. En un laboratorio ya están listos tus análisis. ‘¿Me los mandan por mail?’, solicitas. ‘No se puede porque están engrapados’. Alterar lo real -desengraparlos- es un delito. Llegas a la farmacia por el ansiado medicamento con una receta en regla: una caja de 30 pastillas de 10 mg. Sólo tienen cajas de diez pastillas. Pides tres cajas. ‘La receta dice una caja’, responde una efigie de piedra. Te resignas a comprar sólo una caja de diez pastillas. No te la venden: ‘Su receta dice 30 pastillas’. Llegas con tu mujer al aeropuerto. Tu maleta pesa 23 kilos con 200 gramos. Le sobran 200 gramos. La de ella pesa 14 kilos. Viajan juntos. El encargado pide que elimines 200 gramos de tu maleta. De nada sirve alegar que entre los dos llevan menos kilos de los permitidos. La realidad es una molestia. ¿Por qué nos volvimos literales?” 

Javier Marías:

“Uno de los elementos para medir la hipocresía de una sociedad es su sobreabundancia de eufemismos, así que no cabe duda de que la nuestra es la más hipócrita de los tiempos conocidos. Los hechos son invariables, pero las palabras que los describen ‘ofenden’, y se cree que cambiándolas los hechos desaparecen. No es así, aunque se lo parezca a los ingenuos: a un manco o a un cojo les siguen faltando el brazo o la pierna, por mucho que se decida desterrar esos términos y llamarlos de otra forma más ‘respetuosa’...” 

Javier Cercas:

“Hay que repetirlo: la historia es como la materia; ni se crea ni se destruye: sólo se transforma. Por eso, aunque nunca se repite exactamente, siempre se repite con máscaras distintas. El nacionalpopulismo actual es, visto así, una máscara del viejo totalitarismo, y los golpes posmodernos, una máscara de los modernos. Las formas son distintas, pero el fondo es el mismo: se trata de destruir la democracia. Al menos en Occidente, estamos vacunados contra los viejos golpes, no contra los nuevos. Ellos son ahora el peligro.” 

“Winston Churchill, que contribuyó como pocos a derrotar el fascismo en Europa, escribió que los próximos fascistas se llamarían a sí mismos antifascistas; nosotros deberíamos haber aprendido ya que los enemigos más peligrosos de nuestras democracias se llaman a sí mismos demócratas.” 

Manuel Rivas:

“...Si la ignorancia, el insulto, lo ruin, tienen tanta presencia hoy en el mundo ‘virtual’ es porque hay un malestar de vacío en el mundo ‘real’.” 

“Palada a palada, se ha perdido la capacidad de escuchar. La simple conversación parece hoy una utopía. Y es algo inexplicable, pero también a lo inexplicable hay que buscarle una explicación sin esperar al Juicio Final...” 

“Yo desconfío por principio de la gente que alardea de ser ‘políticamente incorrecta’. Ese suele ser el escudo de bravucones mediáticos que se pasan el día vapuleando a la gente más vulnerable. Ser machista o xenófobo no es ser ‘políticamente incorrecto’. Son averías groseras del pensamiento.” 

“Entre las especies en extinción, la del político con el don liberal del humor y la ironía. Pululan por las pantallas los huevones del Estado del malhumor. Ladrones de derechos, fabricantes de sitios tristes. La respuesta es la risa...” 

“En esta política algorítmica no hay ideas ni ideales, sino tendencias o filias y fobias compulsivas. Los expertos se mueven mejor en el secretismo, en sus cabinas de mandarines virtuales. Por eso molesta todo lo presencial. Se desactiva la participación, la disidencia. La mayoría de los partidos funcionan como altavoces de un poder unipersonal. Y los electores son tratados a la vez como consumidores y materia prima...” 

“Porque, en el nutrido supermercado de la desinformación, la verdad es incómoda y además incomoda. Hay que trabajarla como se cosecha un cultivo ecológico. La verdad, como la tierra, no está a la altura de una mesa de despacho. Hay que doblar el espinazo, desechar semillas transgénicas, detectar la presencia de tóxicos, usar abonos orgánicos y, sobre todo, sentir con las manos. Verificar. Vivimos en una especie de Bulolandia.” 

Carolin Emcke:

“Algunos ideólogos quieren que el relato y las posiciones de nuestra época sean claros y escuetos, que no nos turben, que no nos exijan el esfuerzo de la reflexión. Se nos quiere empujar a las lealtades incondicionales, al ‘nosotros contra ellos’. El examen autocrítico, el debate incierto tienen que quedar cada vez más aletargados.” 

Adela Cortina:

“La posverdad es sencillamente mentira, y rompe el vínculo humano de la comunicación en provecho de quien la cuenta, se mida ese provecho en votos o en dinero.” 

María Elvira Roca Barea:

“De un tiempo a esta parte, las ideologías se han transformado en mecanismos que pretenden gobernar absolutamente todos los interiores del ser humano. Esto ha ido a más: te digo lo que tienes que decir, te creo un lenguaje, te creo unas ideas, te condeno por tener las otras... Una sociedad democrática debe marcar unas reglas de juego muy claras y marcar qué puede y qué no puede hacerse. Al final lo que funciona son cuatro leyes y el resto hay que dejarlo al interior de cada uno. Lo que yo piense es absolutamente mío.” 

“Hay una mercancía que se coloca en el mercado que consiste en decir ‘nosotros somos mejores’, para luego señalar a un grupo y decir ‘esos son los malos y tienen la culpa de todo lo que va mal’. Automáticamente esto te genera confort, te hace sentir superior y te da un enemigo contra el que luchar. Eso es un mecanismo que lo echas a andar y va solo.” 

“Lo políticamente correcto existe porque esta sociedad no tiene parámetros morales de ningún tipo. En el momento que aparece algo o alguien que dice ‘lo bueno es esto y lo malo es lo otro’, todo el mundo va detrás como loco. En realidad lo que faltan son catecismos y el que venda catecismos, sean de la naturaleza que sean, va a tener un éxito enorme.” 

María José Villaverde:

“Nos creemos cándidamente que la soberanía del pueblo conjura la amenaza del despotismo. Pero la soberanía popular puede convertirse en la tapadera que lo esconde, en la farsa que convierte al pueblo en actor durante el tiempo necesario para elegir a los nuevos amos a los que unos ciudadanos negligentes, incapaces de asumir responsabilidades, se encomiendan en cuerpo y alma. El despotismo democrático convierte de este modo a la nación en un rebaño de animales pastoreado por el Gobierno.” 

Eliane Brum:

“La verdad se ha convertido en autoverdad. Y la credibilidad ya no se construye con una reputación de conocimientos puestos a prueba y expuestos al debate, sino con la percepción emocional de ‘autenticidad’ del que la consume.” 

“Parte de la izquierda mundial, de los partidos y de los intelectuales que se autodenominan de izquierda, sin embargo, simplemente hace caso omiso de los hechos o tuerce las evidencias para defender lo indefendible. ¿Cómo se puede afirmar luego que es la población la que es ignorante y no sabe entender la diferencia entre izquierda y derecha? Si la izquierda no se hace respetar, no merece respeto. Hay que superar esta izquierda podrida, que muere abrazada a dictadores y no admite que se corrompió. Esta izquierda que ya no lo es molesta a la izquierda que quiere serlo...” 

“La democracia elige a los que niegan la democracia. No es casualidad que también nieguen la crisis climática. Son gestos conectados en el modelo autoritario actual.” 

“Los políticos siempre han mentido. Unos más, otros menos. Pero, como en la ficción, para convencer tenían que ser verosímiles. Ganaban a pesar de mentir, y no porque mintieran. Los peores mentían negando la verdad, no afirmando la mentira. Así actuaron los negacionistas en el siglo XX. Negaron que los cigarrillos matan, negaron que el amianto mata, negaron la crisis climática. Ya no se trata de eso. Más tarde que temprano, la realidad se impone y negar ya no funciona. La radicalidad de la situación del planeta ha impuesto que los que de hecho tienen el poder pongan en los cargos más altos no a políticos mentirosos, sino a mentirosos cuyo principal objetivo es destruir la posibilidad de la propia política. Criaturas como Trump y Bolsonaro no dicen medias verdades o medias mentiras, como los políticos tradicionales. Dicen mentiras enteras, que son decodificadas como ‘valor para decir’ y, finalmente, como ‘verdad’. Especialmente cuando reverberan creencias reprimidas durante años por lo políticamente correcto, como ‘sí, los gays son enfermos’ o ‘sí, los inmigrantes son delincuentes’. En lugar de ser prejuiciosos o racistas, sus votantes se vuelven ‘auténticos’.” 

Martín Caparrós:

“...Smart no es inteligente; es lo que puede, en cierto punto, simularlo. La voluntad de traducir todo lo posible, que tiene sus aspectos positivos, nos tendió una trampa. Allí donde el francés o el italiano o el alemán siguen diciendo smartphone, anglicismo furioso, los hispanoparlantes decimos teléfono inteligente. Así que, por alguna razón que seguramente tiene que ver con vender más, ahora estamos rodeados por teléfonos inteligentes, televisiones inteligentes, casas inteligentes. Una sociedad que confunde la inteligencia con la astucia o la elegancia -que banaliza así la inteligencia- solo puede ir como va esta: decidida al carajo, tan tontita.” 

“Hubo tiempos en que escuchar música era difícil: tiempos en que para que alguien la escuchara, alguien tenía que hacerla en el mismo lugar, mismo momento. Tiempos en que lo habitual era el silencio; en que la música era un privilegio y no un engorro, no un apremio. Eran tiempos -que duraron milenios- en que la música se escapaba sin parar y había que atenderla, respetarla. Eran tiempos, sobre todo, en que solo sonaban las voces, los sonidos de los vivos: tiempos en que, para hacerse oír, no había más remedio que estar vivo. [...] La música ya no se escucha; se oye sin querer, sin cesar, sin atender. La música dejó de ser una experiencia: es sonido de fondo, el ruido que precisamos para no tener que escucharnos vivir...” 

“...hemos ido armando un mundo donde nada tiene explicación -o, por lo menos, donde la inmensa mayoría vive sin conocerla. No entendemos procesos, conocemos funciones. Y eso funciona para todo. Somos máquinas que no entendemos que manejando máquinas entendemos menos. Por eso, supongo, tantas cosas nos dan tanto miedo. O, por eso, nos resignamos a no entender, en general, el mundo: a dejar que otros ‘lo entiendan’ y lo manejen por nosotros. Por eso, supongo, nos dejamos gobernar por quienes nos gobiernan, contar cuentos por quienes nos los cuentan, rezar por esos que nos rezan. Decidimos no saber, y así estamos tan bien.” 

Antonio Muñoz Molina:

“...Pero el argumento nazi fundamental viene de la epidemiología. La raza, el pueblo originario, la pura nación inmemorial, es un organismo sano y robusto, que sin embargo puede verse invadido por gérmenes patógenos, bacterianos o víricos. La ciencia alimenta la imbecilidad política, pero la imbecilidad política también se contagia a la mirada de la ciencia: el cuerpo es una especie de fortaleza sitiada por invasores invisibles que aprovecharán la menor fisura de debilidad para apoderarse de ella. En toda la prensa antisemita europea, en los discursos nacionalistas de todos los pelajes, la epidemiología suministra una misma metáfora letal: hay un nosotros sagrado, saludable, amenazado siempre, condenado en cuanto baja la guardia, un nosotros que es un cuerpo colectivo al que asedian microorganismos dañinos, bacterias, virus, parásitos. La tarea de la salud pública, política o sanitaria, es la identificación del organismo extranjero y traidor y su exterminio. El judío es el microbio patógeno que engloba a todos los demás: al bolchevique, al apátrida, al comunista en ciertos sitios, o aquel a quien los comunistas designan como adversario en otros. En los años del terror en la Unión Soviética, los enemigos a eliminar son también gusanos o parásitos, microbios traicioneros que chupan la sangre noble del pueblo. Por eso provoca arcadas y escándalo que ahora vuelva a usarse con desenvoltura ese lenguaje. El hocico inmundo fascista asoma cuando [...]. No puede haber tolerancia, no hay término medio. Conceder un rango de normalidad a esa clase de afirmaciones es aceptar la infección mental más destructiva que ha conocido la especie humana.” 

Manuel Vicent:

“El diálogo es un combate muy duro, pero vivimos tiempos tan deplorables que hoy el diálogo convierte a cualquier político en un elemento subversivo.” 

Juan José Millás:

“¿Y si dejáramos de retocar los cuentos infantiles de toda la vida para aplicarnos a mejorar la realidad que comienza a imitarlos? Después de todo, la ficción nos vacuna de los peligros de la existencia. [...] Cuando la fantasía desaparece, la realidad tiende a ocupar su espacio.” 

“La estabilidad política, ante todo. No corremos el peligro de que las fuerzas revolucionarias arrastren a las masas porque las masas se hallan en las fábricas y en las oficinas, cobrando salarios de hambre, aceptándolos, asumiéndolos, doblegándose por fin a la idea de que esto es lo que hay. Descabezados los movimientos sindicales, ensimismados los partidos políticos de izquierda, globalizado al fin el pensamiento ultracapitalista, no hay barrera que impida el avance ordenado de la penuria. Solo conviene medir la temperatura social de vez en cuando, por si fuera preciso introducir alguna medida correctora: fingir escándalo, por ejemplo, ante el precio de la vivienda o de la luz, pero explicar urbi et orbe, a través de los telediarios, la distorsión insoportable que introduciría su regulación en los mercados.” 

“...Todo se reduce a lo mismo: a la cantidad de espectadores, de votos, de pasta, de ministerios, de subsecretarías, de direcciones generales y puertas giratorias. La política es ya, definitivamente, un programa basura en el que lo que está en juego es la audiencia y no la salud de usted o la mía, el bienestar de su padre o el del mío, ni siquiera la cohesión social, tan necesaria para sacar adelante un proyecto colectivo. No, no, nada de eso. Cada día, a través de los telediarios, la prensa o la radio, los contribuyentes nos asomamos con curiosidad a esa especie de animalario climatizado en cuyo interior se relacionan los políticos para advertir que, absortos en la lucha por su propia supervivencia, lo único que esperan de nosotros es el aplauso cuando el regidor hace el gesto de batir las palmas o el del abucheo cuando coloca las manos alrededor de los labios en forma de bocina. Deberíamos rebelarnos contra ese pobre papel binario al que pretenden reducirnos porque entre la ovación y el silbido hay matices que deberíamos practicar para que no se nos atrofien las neuronas encargadas de distinguir la riqueza de grises existentes entre el blanco y el negro. Deberían ustedes rebajar el tono para dar una oportunidad al pensamiento crítico. No confundan los decibelios con la agudeza mental.” 

“Temo que nuestra relación con los actores políticos empiece a parecerse a la que algunos espectadores mantienen con los participantes de los programas concurso de la tele. Que no se valoren sus capacidades, ni su discurso, ni su grado de sensatez o de locura: que solo cuente que nos caigan bien o mal. Y de eso se trata quizá, de que nos olvidemos de las relaciones económicas o de las fuerzas morales o inmorales sobre las que se sostiene la existencia para reducirlo todo a una cuestión de antipatía o simpatía. La política ha dejado de ser un certamen de ideas para caer en un apego de asuntos inconscientes dominados por las adhesiones inquebrantables o los rechazos unánimes.” 

Álex Grijelmo:

“Y cabe preguntarse en este punto si las palabras ‘negacionistas’ y ‘negacionismo’ no se quedarán cortas para designar tamañas desvergüenzas. Porque todos esos negacionistas no rechazan algo como puede hacerlo quien no está de acuerdo con una propuesta, o con la alineación del equipo nacional o con la elección del menú para la boda. Los negacionistas han emprendido un camino que puede terminar en el rechazo de las matemáticas. No sólo discuten la realidad comprobada, sino que inventan ‘hechos alternativos’ que conecten con las emociones de quienes están dispuestos a aceptar cualquier idea que congenie con sus prejuicios. No sólo niegan algo: son mendaces. Este adjetivo, que ya en latín significaba ‘mentiroso’ [...], evoca la actitud de la mentira continuada, la conducta habitual, la costumbre de engañar. Rechazar la historia, las verificaciones de la ciencia y las comprobaciones de la estadística para crear en su lugar teorías indemostrables no es simplemente negar; es mentir. Mentir como lo entendería un juez: con riesgo para el mentiroso de ser condenado por su falso testimonio. [...] Hay una mendacidad que se basa en la corrupción de los argumentos, en el rechazo de la razón. Negar la evidencia es la forma posmoderna de mentir. Y tanto el verbo ‘negar’ como sus derivados empiezan a funcionar aquí como un eufemismo.” 

“Los seres humanos nos estamos inclinando cada vez más por cambiar las palabras en lugar de arreglar la realidad que transmiten. Lo que logre mostrar un espejo manipulado nos atrae más que aquello que se le pone delante. El lenguaje políticamente correcto consigue así la satisfacción de sus promotores, que de ese modo se sienten progresistas, respetuosos..., mientras a su alrededor continúan los desmanes.” 

“Algunas expresiones inocentes que contienen la palabra ‘negro’ se están volviendo sospechosas en países hispanohablantes con riqueza de razas: ‘lo veo muy negro’, ‘dinero negro’, ‘bestia negra’, ‘tener la negra’, ‘leyenda negra’... Hay quien las considera ofensivas para los negros. Pero las ofensas no residen en las palabras, sino en la intención con que se pronuncian: los españoles sabemos bien que ciertos insultos se dicen a veces como expresión de cariño. En castellano podemos afirmar también que alguien es ‘muy diestro’ en una materia, y no por eso se ofenden los zurdos. [...] Del mismo modo, la palabra ‘negro’ no comunica nada ofensivo en las referidas locuciones, sino que forma una metáfora sobre la ausencia de luz...” 

“En la lucha contra los racistas, más que combatir ciertas palabras hay que combatir ciertas intenciones. El racismo ofende a la humanidad, pero también ofende ser tachado de racista simplemente por usar la palabra ‘negro’ en una lengua que no la acuñó con desprecio. El problema radica a veces en que se tiene poco en cuenta la cultura del otro, para que prevalezca la propia: ‘Me da igual que en tu cultura esa palabra no sea ofensiva. Lo es en la mía'. Y eso constituye también una forma de supremacismo.” 

Mario Vargas Llosa:

“El vocabulario político de nuestro tiempo está hecho de lugares comunes y tal vez ese abismo que percibimos entre lo que dicen los discursos de los profesionales de la política y la realidad de la vida política sea tan grande que la confusión haya hecho presa del mundo, tanto en los países desarrollados como en los subdesarrollados. ¿A quién creer si lo que oímos por doquier son generalmente mentiras, cosas obvias o flagrantes disparates en los que no creen ni sus propios voceros?” 

Moisés Naím:

“Es irónico que en esta era donde sobra la información, falte tanto la verdad.” 

“Los charlatanes siempre han existido. Son bribones que con gran habilidad verbal logran venderles a los incautos algún tipo de producto, remedio, elixir, negocio o ideología que, sin mayor esfuerzo, les quitará sus penas, aliviará sus dolores o los hará prósperos. Últimamente, el mercado de la charlatanería, especialmente en la política, ha tenido un gran apogeo. Ha aumentado tanto la demanda como la oferta de soluciones simples a problemas complejos. A la demanda la impulsan las crisis y a la oferta la potencian las redes sociales”. 

 

Trabajé, a principios de siglo, en un instituto de enseñanza del inglés en el que mis colegas, pobres criaturas, llamaban, y con voz engolada cuando los buscaban para que les abrieran el salón donde tenían clase, “guardas” a mis amigos los celadores -palabra noble donde las haya-, que no en pocas ocasiones se enfadaron conmigo cuando yo, necesitado también de que me franquearan una entrada, le preguntaba a alguno que si era celador. “Guarda, profesor -me reconvenían de veras ofendidos-. Yo soy guarda. ¿Qué se le ofrece?”. Tiempo después, en las aulas de la Universidad Pedagógica Nacional, les correspondió el turno de la indignación a muchachas de feminismo ardiente y a buenistas de toda condición que, un semestre sí y el otro también, me interrumpían por ejemplo el saludo de bienvenida o una explicación cualquiera, y sólo porque en él no había duplicaciones de género -las triplicaciones aún no existían- o en ella perífrasis innecesarias para hablar de negros, de indígenas, de homosexuales o de discapacitados, poblaciones que felizmente dignificaban el campus con su presencia y experiencias. Para no ir muy lejos, muchos de los ciegos que conozco e incluso muchos a los que jamás he visto en mi vida, me tienen por un enemigo de su causa inexistente simple y sencillamente porque me niego en redondo a hablar de “personas en situación de discapacidad visual” y porque defiendo la verdad grande como un estadio de que claro que somos “limitados visuales” y por ende “sensoriales”. Tal verdad les talla y no comprendo por qué pues, hasta donde sé, ni podemos pilotear aviones ni manejar carros o disparar al blanco, o al menos no con el propósito y la pericia con que lo hacen los que saben y pueden. Por lo anterior, invito a todos los sensatos que amen y respeten el español (o el castellano, si les suena más eufónico) a que no transijan un ápice -o a que recompongan y dejen de hacerlo- con las exigencias absurdas de inclusión que lo comprometan, pues ni su sintaxis ni su gramática son los escenarios en los que se deberían estar librando esas luchas que si nada concreto y favorable producen todavía es por culpa de sus gestores en el colmo de la desorientación y la falta de norte. taras que los mercaderes de la política en cambio sí saben cómo capitalizar.


De lo que no tiene nombre entre las vilezas humanas

William Ospina:

“...Solo de un poder carecemos, y es el poder de controlarnos a nosotros mismos. Desde que Dios murió no hay freno para el hombre y, a pesar de San Pablo, todo parece indicar que los dioses no resucitan. ¿Qué podría salvar a una especie que necesita dioses pero que ya no es capaz de creer en ellos? Porque lo que ha muerto no son los dioses sino nuestra capacidad de creer en ellos. Aquí lo divino está por todas partes. Pero el ser humano conquistó su sueño prometeico, asumió los poderes divinos: ya puede mover montañas, abrir mares, rediseñar el mundo, obrar milagros nuevos cada día. Él mismo ha sido capaz de vencer la ley de la gravedad, de acelerar la historia, de intervenir la vida, de abrir el átomo y de alterar las letras del código genético. Nuestra aventura actual es más asombrosa que cualquier novela: ahora podemos ver a voluntad cosas que antes solo eran posibles en los sueños, estamos más llenos de visiones que el opio y más llenos de poderes que los genios de las mil y una noches. Pronto sabremos que recibimos más bendiciones que las que éramos capaces de agradecer y más fuerzas que las que éramos capaces de controlar. [...] Llegará el día en que no solo sintamos admiración y fascinación por lo que somos y lo que podemos hacer, también es posible que un día empecemos a tener miedo de nosotros mismos, espanto de nuestros méritos, angustia ante nuestros alcances. Cuanto más cerca estemos del peligro más advertiremos que lo único que de verdad ha puesto la vida entera bajo amenaza no fue nuestra ignorancia, y ni siquiera nuestro conocimiento, sino nuestra falta de límites. Ahora es un orgullo no tener límites, es una prueba de ingenio, una muestra de nuestro incomparable talento. Pero tal vez llegará el día en que algo en nosotros implorará por un límite como implora un poco de agua el que muere de sed. Tal vez un día busquemos desesperados al dios que no existe, para rogarle que no sepamos tanto, que no estemos tan llenos de poder transformador, que el vértigo no nos haga irreconocibles, que haya un poco de paz para la mente y, como quería Joseph Conrad, un poco de consuelo para la imaginación. Y entonces sabremos lo que significa que el dios no esté ya allí para salvarnos, que nuestro único triunfo posible sea ser derrotados.” 

Elvira Lindo:

“Todos contaminamos. Entre otras cosas, porque no sabemos cómo movernos, disfrutar, estar en casa o trabajar sin contaminar, pero hay que disminuir el impacto individual en la medida de lo posible. Hay personas que se sienten agredidas cuando se les conmina a no viajar tanto en avión, o se les insinúa que se puede elegir otro tipo de ocio que no sea un crucero, hay personas que compran ropa para tirarla a los dos meses, las hay que presumen de la baratura de un modelito sin tener en cuenta de dónde procede, cuánto contamina su producción, cuántas vidas esclaviza. Y hay quien afirma que el compromiso individual no arregla nada, que es pueril, como de ecologista de salón, que la única salida es la presión a los acuerdos internacionales. En mi opinión, esa exigencia política a los estados ya no puede estar exenta de un cambio sustancial en nuestro día a día.” 

Manuel Rivas:

“La producción catastrófica sigue adelante. A los científicos con alma solo los escuchan los árboles.” 

“La tristeza ecológica es una pandemia que ya tiene nombre, solastalgia, un híbrido de consuelo y nostalgia, creada por el filósofo Glenn Albrecht. Expresa la angustia ante la degradación del medio en que se vive o se ha vivido. La tristeza ecológica responde a una doble pesadumbre: la pena por la pérdida de lo que existía y la angustia por la ausencia de porvenir. La sequía, cuando ha venido para quedarse, también seca las almas. Las luciérnagas desaparecidas dejan cadáveres de sueños. Los salmones que ya no entran en los ríos y que se mueren en el calor del deshielo de Alaska hacen añicos las pantallas de los televisores cuando aparece un documental preciosista. Los incendios que dejan cicatrices incurables, sea en Canarias o en Siberia. El dolor ecológico, la tristeza ambiental, la solastalgia no aparecen en las encuestas sobre el estado de salud. La gente que tiene que abandonar sus tierras, por la sequía, por la sobreexplotación minera, por la apropiación del agua por grandes empresas. La multiplicación de suicidios en zonas campesinas. O las depresiones en gente que no conocía ese hundimiento...” 

“Todo es frágil. Lo duro es constatar tanto espacio de fragilidad. La fragilidad en que vive gran parte de la infancia, con hambre y enfermedades de la edad de la peste. La fragilidad de tantas personas que viven al día. La fragilidad de los que tienen que alquilar su trabajo por horas y a un precio irrisorio, digamos un dólar por hora, sean las manos en talleres sórdidos o el cerebro para los gigantes tecnológicos. La fragilidad máxima de los inmigrantes y refugiados en ruta, en pateras por mar o siguiendo los osarios que jalonan los desiertos. La fragilidad de las periodistas que apuestan la cabeza por contar la verdad en la geografía del miedo, donde gobierna el neofeudalismo y la economía criminal. Todo es frágil. La naturaleza sometida a una guerra incesante, con un frente infinito donde hostigan las fuerzas y la maquinaria pesada del capitalismo impaciente. Un proceso acelerado de envenenamiento por tierra, mar y aire. La fragilidad de las aves. Debería prepararse la orden de búsqueda y captura para quien mate al último ruiseñor. La fragilidad de las personas no humanas como los orangutanes, víctimas de un auténtico genocidio. La fragilidad de las luciérnagas, que van apagándose para siempre en la noche de Europa...” 

Eliane Brum:

“Toda la ilusión de que el mundo está controlado por humanos se ha disuelto en un tiempo récord. Y la humanidad finalmente ha descubierto que hay un mundo más allá de sí misma, poblado por otros que incluso pueden acabar con nuestra especie. Otros que ni siquiera podemos ver. En vida, encerramos animales maravillosos en jaulas, creamos campos de concentración para bueyes, cerdos y gallinas, envenenamos peces con mercurio solo porque nos gusta el oro, promovemos holocaustos diarios para alimentarnos, violamos vacas con aparatos porque queremos comernos a sus tiernos bebés en comidas refinadas y queremos robarles la leche día tras día, arrancamos la selva para hacer campos de soja para alimentar a los animales esclavizados. Podemos hacer de todo. Y, entonces, llega el virus, que no está interesado en darnos ningún mensaje, solo se ocupa de sus propios asuntos, y nos muestra: vosotros, los humanos, no estáis solos en este planeta ni tenéis el control que creéis que tenéis. Y los que se burlaban de los científicos del clima y de la Tierra, que calificaban la crisis climática de ‘complot marxista’, ahora quieren saber cómo la ciencia puede salvarlos de la bolita peluda. [...] La gente juega con todo y está lista para creerse cualquier tontería, incluso que la Tierra es plana, siempre y cuando se le garantice que podrá seguir su camino zombi. Pero la gente no juega con la salud. Cuando se trata de salud, incluso la Tierra plana da vueltas.” 

Gustavo Martín Garzo:

“Hemos dado la espalda al mundo natural. No me refiero solo a que contaminemos ríos y mares, nuestras fábricas envenenen el aire, o transformemos las costas en una urbanización sin fin, sino que hemos dejado de escuchar lo que nos dice la naturaleza. El hombre actual se ha separado de los ríos, las montañas, las estaciones y los animales, y ha transformado la naturaleza en poco más que un telón de fondo que decora sus excursiones dominicales. El dictamen de Ludwig Wittgenstein acerca de que todo lo que sabemos es por gracia de la naturaleza dudo que pueda resultar comprensible al hombre de hoy.” 

Manuel Vicent:

“A estas alturas de los tiempos ya sabemos que el infierno más aciago consiste en emponzoñar las fuentes, ensuciar el cielo, destruir el suelo y escarbar el subsuelo hasta hacer inhabitable este planeta, de modo que cada especie que se extingue es la premonición de la muerte que le espera a la humanidad al final de su ciego camino hacia el acantilado.” 

“...Los pulpos gigantes que atacaban a Ulises son hoy los miles de millones de toneladas de plásticos que flotan sobre el espíritu de las aguas y amenazan con crear nuevos continentes. El mar podrido es ahora el espejo deformante donde se refleja nuestro inconsciente colectivo. El fin del mundo no llegará con una lluvia de fuego anunciada por las trompetas del arcángel ni será producto de las enormes calabazas de una guerra nuclear. Este planeta puede acabar ahogado bajo el insondable cúmulo de mierda que expele la humanidad. Nuestra alma es biodegradable, pero el plástico es inmortal”. 

 

Supe de la existencia maravillosa de Greta Thunberg en agosto de 2019 y desde entonces, solo por curiosidad, me di a la tarea de preguntarles a mis estudiantes universitarios por ella y sus Fridays for Future, con resultados que me desconsuelan cada nuevo semestre. Sin exagerar, ocho de cada diez muchachos jamás han siquiera oído su nombre y prácticamente diez de diez se quedan tan panchos cuando se enteran de quién es y de aquello con lo que sueña. ¿Viernes por el Futuro en Colombia? Hasta antes de la pandemia, nada de eso: a lo sumo, viernes para la farra, o sea lo mismo que también mi generación y las anteriores festejamos como posesos. ¿Y entonces de dónde -me pregunto cada que lo oigo- el bulo machacón este de que son “los jóvenes del mundo” los que están clamando a gritos por una transformación profunda de los hábitos más lesivos para el planeta y por un viraje brusco de las políticas con que los estados se postran ante el mercado? ¿O será que mis estudiantes -me increpo con acritud-, jóvenes privilegiados de entre 16 y 25 años más o menos, son la excepción de la regla? Porque también con ellos hablo de por ejemplo las fortunas más exorbitantes de Forbes y de los sueldos astronómicos de famosos del deporte y lo que encuentro son respuestas que avalan semejantes distorsiones de la economía de mercado, claro que de lejos más sinceras que las de mis ex estudiantes de universidad pública, repetidores crónicos de clichés de igualdad y justicia y nada más que eso. ¿Y yo, su profesor? Una más de los miles de millones de rémoras en el camino del todo impracticable que intentan recorrer la sueca, un colombiano igual de prodigioso llamado Francisco Vera y los que sí arriman el hombro.

Coda: algo tiene que andar muy mal aun entre la minoría pensante cuando un sabio de sus quilates y estudioso de la ética en tantos de sus escritos decretó no mucho ha, por medio del exabrupto que me apresto a citar, esta suerte de patente de corso a la destrucción del planeta: “Porque lo que llamamos contaminación no es sino un efecto necesario de la civilización. Algo a lo que habrá que acostumbrarse, cuando nos cansemos de predicar.” Pero eso no es todo: ¿qué le respondería Savater a niños de verdad inteligentes y conscientes de que claro que se tiene que hacer lo que toque y más para combatir la contaminación si un día le cuestionaran ‘Las ganas’, otra columna-exabrupto suya en la que se podrían apoyar, si leyeran -menos mal que no-, Trump, Bolsonaro y los millones a que representan y de quienes reciben los votos? Que me perdone don Fernando, a quien mucho admiro, pero uno no puede escribir Ética para Amador, El valor de educar y tantos otros títulos valiosísimos para de golpe desdecirse y contradecirse y menos aún con el desdén con que lo hace, por ejemplo en aquel artículo infortunado.


Sobre la historia y en referencia a este presente con sus tontas y tontos, fanáticas y fanáticos, tonterías y fanatismos varios

Eduardo Escobar:

“Es imposible juzgar el pasado desde esta orilla del tiempo, por deplorable que parezca para la conciencia moderna. Tirar las estatuas no es más que un gasto inútil de energía. Un gesto vacío.” 

William Ospina:

“Si algo nos está diciendo el presente, es que la humanidad nunca alcanzó sus grandes conquistas para siempre, que cada generación tiene que defender lo que hicieron sus padres, que se requiere solidaridad entre las generaciones humanas y que vivimos en una edad ingrata y estúpida donde no valoramos los esfuerzos del pasado, sus grandes gestas y sus grandes sueños, y estamos embelesados de maquinitas mientras el milagro de la civilización, de las civilizaciones, es despreciado y arrojado como un fardo inútil. Una humanidad incapaz de aprender de su historia la repetirá miles de veces...” 

Arturo Pérez-Reverte:

“La nueva Inquisición se propone achicharrar cuanto no encaja en sus nuevas reglas narrativas e incluso imaginativas. Calculen el extenso campo de que disponen. La cantidad de material para la guillotina del porcentaje. Tres mil años de literatura a los que aplicar la perspectiva de género: desde las mujeres reducidas a la condición de diosas, esposas y esclavas en La Ilíada hasta la inexplicable ausencia de señoras junto a Cervantes en la batalla de Lepanto, la misoginia de don Francisco de Quevedo -hay profesores que ya no se atreven a mencionarlo-, el desafecto de Sherlock Holmes hacia las mujeres, la escasa paridad entre los legionarios de Beau Geste o la pederastia explícita en la Lolita de Nabokov, entre otros muchos títulos. Los rastreadores de agravios se van a poner las botas.” 

“Pocas veces he visto, pese a que soy contumaz lector de historia, fabricar borregos con el entusiasmo de la última década. Y no hablo sólo de borregos manipulables, sino de carne dócil para el matadero. De voluntades dispuestas a subirse al tren cuya última y única parada es un lugar donde humean chimeneas simbólicas, o no tan simbólicas. Donde se queman la inteligencia y el sentido común. Donde analfabetos borrachos de poder mediático o político liquidan tres mil años de cultura y razón. Donde, esperando turno, languidecen famélicos, esperando crematorio, Homero, Virgilio, Platón, Sócrates, Kant, Cervantes, Voltaire, Dante, Montaigne, Shakespeare y los demás. Los que convirtieron Europa en foco de luz, derechos y libertades que iluminaron el mundo. Esa Europa hoy estéril, caricatura de sí misma, contaminada del estúpido buenismo que arraigó en los campus universitarios norteamericanos hace medio siglo y que ahora, retorcido hasta el disparate, lo contamina todo y nos envenena a todos. [...] Las épocas tardan en pasar, y los imperios, siglos en caer. Pero la Europa en cuyo respeto fui educado, el mundo cultural e intelectual del que se nutren mi vida y mi trabajo, está sentenciado a muerte. Este lugar que fue luz del mundo, cuna de ideas, humanismo y cultura, es hoy una payasada grotesca, remedo de lo que él mismo generó y que, devuelto tras la manipulación del tiempo y la estupidez, lo enfrenta a su propia caricatura.” 

“...Y, bueno. Equivocado o no, es lo que pienso. En esa grisura triste que ensombrece el horizonte, los libros, la ciencia lúcida, la cultura, los pequeños núcleos de resistencia que puntean la batalla perdida, serán -lo son ya para muchos- como los antiguos monasterios que pusieron a salvo parte del mundo que desaparecía, preservándolo así para el futuro. En ellos, conscientes de la imposible victoria, se refugiarán unos pocos mientras afuera cabalgan y vociferan los bárbaros. Y ahí se reconocerán entre ellos con sonrisa cómplice, como monjes medievales, dándose calor unos a otros en el duro invierno que se avecina.” 

Javier Marías:

“Demasiada gente ha decidido abrazar el cuento que le gusta, como los niños, independientemente de que sea o no verdadero. El historiador actual se desgañita: ‘Pero oigan, que esto no fue así, que esta versión es falsa, que nada hay que la sostenga’. Y la respuesta es cada vez más: ‘Eso nos trae sin cuidado. Nos conviene este relato, nos complace esta ficción, y es la que mejor se adecúa a nuestros propósitos. Es el espejo en que nos vemos más favorecidos, a saber, como víctimas y ofendidos, como sojuzgados y humillados, como mártires y esclavos. Sin esos agravios a los nuestros, no vamos a ninguna parte ni podemos vengarnos. Y de eso se trata, de vengarnos’. [...] Cuando los opresores palmarios se reclaman también oprimidos, y con ellos el planeta entero, algo está funcionando muy mal en las cabezas pensantes. Quizá es que grandes porciones de la humanidad ya no alcanzan el uso de razón, como se llamaba antes, que nos sobrevenía más o menos a los siete años.” 

“...Si yo no soy gay, no permitiré que los gays se casen ni exhiban. Si yo nunca abortaría, ha de castigarse a quienes lo hagan. Si no soy comunista, hay que perseguir a quienes lo sean. Si no soy independentista, hay que ilegalizar a los partidos de ese signo. Si no fumo ni bebo, el tabaco y el alcohol deben prohibirse. Si soy animalista, han de suprimirse las corridas y las carreras de caballos. Si soy vegano, hay que atacar y cerrar las carnicerías, las pescaderías y los restaurantes. Esa es hoy la tendencia de demasiada gente ‘islamizada’ y fanática: lo que yo condeno tiene que ser condenado por la sociedad, y a los que se opongan sólo ccabe callarlos o eliminarlos.” 

“La normalización consistía -y esa era la justa aspiración feminista- en que el sexo resultara indiferente. En que no se juzgara nada en función de él. Ni la capacidad, ni la competencia, ni el talento, ni el mérito o el demérito. Entre mis colegas escritoras, por ejemplo, lo que más las irritaba era que se las llamara a conversar con otras autoras sobre ‘literatura femenina’ o ‘de mujeres’. Señalaban con razón que a los novelistas nadie nos reunía para que habláramos de ‘literatura de varones’. Eso indicaba que todavía, pese a todo [...], el que las mujeres escribieran se veía como algo cercano a una curiosidad, por no decir a una anomalía. Era como si se las confinara a un gueto. [...] Esa tendencia se ha ido al traste, y esta vez por imposición del último feminismo. Parece que hubiera una legión de ‘sexadores’ mirándole el sexo a todo: a la literatura, al cine y a la televisión, a la música y al teatro, a los consejos de administración y a los ministerios, a la justicia y a la ciencia y a la enseñanza. Continuamente se señala el número de mujeres que intervienen en algo, y, casi por sistema, se subrayan y ensalzan sus contribuciones. Si antes había ninguneo -hasta cierto punto-, ahora se va a marchas forzadas hacia el enaltecimiento indiscriminado, lo cual constituye otra forma de gueto. [...] Y una vez más, me parece, son las mujeres las que salen perdiendo.” 

“Pedir perdón en nombre de otros es un disimulado acto de soberbia, por mucho que seamos sus ‘herederos’. Lo que alguien hizo, bueno o malo, sólo a él pertenece. Los vivos no somos quiénes para atribuírnoslo (lo bueno) ni para enmendarlo y penar por ello (lo malo). Aún menos para ‘repararlo’. Para los asesinados no hay reparación posible, ni para los esclavizados. Sus supuestos descendientes no han padecido lo mismo, o sólo muy indirectamente. A quienes se dañó ya no hay modo de compensarlos, ni a quienes sufrieron injusticia. Ocurrió (lleva ocurriendo la historia entera), y los únicos culpables también están muertos, ya no es posible castigarlos. Extender las culpas indefinidamente en el tiempo, a los individuos ‘similares’, a los países o a las instituciones, es una vacuidad oportunista y peligrosa. Y quienes se avienen a pedir perdón (sean la Iglesia, Alemania, Francia o España) demuestran ser unos arrogantes. Tan arrogantes como si el Estado español actual se atribuyera la grandeza de Cervantes y Velázquez o el italiano la de Leonardo y Dante. Cada cual hace lo que hace, y nadie más debe reclamar para sí el mérito o el demérito, la proeza o la tropelía. No son nuestros.” 

“Cualquiera se puede sentir ofendido, herido o ultrajado por cualquiera y por cualquier cosa. Porque respiremos cerca, porque existamos, no digamos por una opinión contraria y por lo tanto ‘perturbadora’. Si hacemos caso, si nos tomamos en serio la subjetividad de cada individuo ególatra, o mojigato, o hipersensible y frágil, o directamente demente, no sólo morirá la literatura [...], sino el cine y todas las artes, la filosofía y el pensamiento, la discrepancia y el contraste de pareceres, por supuesto la discusión y la argumentación. Hay políticos y una buena parte de la población que buscan eso, supongo que se han percatado, y no debemos dejarlos salirse con la suya si no queremos una vida uniforme y plana. Entre la ristra de ‘derechos’ infundados y absurdos que muchos se están sacando de la manga, figura ‘el derecho a no sentirse ofendido’, como si los sentimientos fueran objetivables. No lo son, y en el reino de la susceptibilidad nada es factible. Es hora de que ante tantos ‘vejámenes’ y ‘heridas’, dejemos de asustarnos y acobardarnos y contestemos alguna vez: ‘Por favor, absténganse de tonterías y ridiculeces. Así sólo vamos hacia atrás’.” 

“Que se condicione o se dicte lo que debemos filmar, pintar, escribir, qué temas debemos tocar y desde qué posición, es totalitarismo, no hay otra palabra. Yo no hago cine, pero sí novelas. Durante décadas los autores españoles tuvieron prohibidos por la censura franquista asuntos, posturas, términos [...]. No llevo 50 años publicando para que ahora los usurpadores de ‘la izquierda’ me coarten o me impongan de nuevo lo que decido o puedo contar; qué actitud han de tener mis criaturas de ficción; si entre ellas ha de haber un 30% de intersexuales, o de negros, magrebíes, anoréxicos o gordos, no vaya a incumplir las tajantes directrices de ‘inclusividad’ y ‘diversidad’ y contribuir a su ‘infrarrepresentación’. Costó prisión y muerte que se admitiera la plena libertad creadora y artística, aquí y en otros países, para que hoy vuelvan las cortapisas dictatoriales, así se disfracen de ‘buenas causas’. También los nazis, los franquistas y los soviéticos estaban convencidos de la bondad de las suyas, no se crean que no.” 

“¿Qué no estará mal visto en esta época opresora?” 

Javier Cercas:

“Una de las perversiones de nuestro tiempo consiste en la sacralización de las víctimas; o si se prefiere: en la conversión de las víctimas en héroes. Porque, sobra decirlo, las víctimas (de la guerra, del terrorismo, de cualquier violencia o tropelía) merecen toda nuestra solidaridad y nuestro apoyo, empezando por el económico y terminando por el político; pero no necesariamente son héroes, entre otras razones porque una víctima es por definición pasiva, mientras que un héroe es por definición activo. Claro que una víctima puede ser a la vez un héroe, igual que un héroe puede ser una víctima; pero ambas condiciones pocas veces coinciden. Nuestra época, no obstante, ha decretado que siempre lo hacen...” 

Rosa Montero:

“La democracia consiste en intentar domesticar al monstruo que nos habita, pero hay gente que parece haberse puesto de acuerdo en cultivar al bicho. En mimarlo, alimentarlo y sacarlo a pasear con fatua ostentación. Es como si, de repente, se les estuviera incendiando la cabeza y empezaran a inventarse no sé qué históricos agravios, qué venganzas. Y se vanagloriaran no de la convivencia, sino de la violencia. No de los valores de la civilidad, sino del enfrentamiento. Qué orgullosos los veo de su odio.” 

“...me acongoja. Me entristece la debilidad de los humanos; que muchos escojan creer a pies juntillas en un disparate colosal porque prefieren una explicación simplista para su dolor, algo que les proporcione un sentido y unos malos a los que culpar, en vez de tener que admitir que no somos más que hormigas indefensas y pataleantes en el caos de la vida. Me compadezco de su miedo, que ellos convierten en rabia, y me avergüenzo de su falta de hembría (que es como hombría en versión femenina: lo que viene siendo falta de entereza). [...] ¿Qué podemos hacer con esa gente? ¿Cómo convivir con vecinos que de pronto nos parecen delirantes? No es fácil enseñarle la realidad a quien se empeña en estar con los ojos cerrados. Pero quizá el humor sea una vía; el humor es un arma poderosa contra necedades y pamplinas. Ridiculicemos sus teorías ridículas e intentemos ayudar a los brotados.” 

Elvira Lindo:

“Pero el fanatismo existe. Vivimos en un tiempo en que cualquier buena causa puede degenerar en religión y, por tanto, exigir su hoguera de infieles. Curioso: utilizan un lenguaje muy cursi para la defensa de lo suyo y otro que roza lo delictivo para referirse al impuro.” 

“Andamos hoy tan atrapados en nuestras convicciones, tan seguros de que la razón está de nuestra parte, que nos resulta difícil reír una mofa que desmonte por unos instantes nuestro sesgo ideológico.” 

“...la enfermedad de nuestro tiempo: la imposibilidad de esperar. Discutimos sobre la insaciabilidad de los niños, pero en realidad ellos se crían a nuestra imagen y semejanza. Yo veo series porque otros las ven y las recomiendan, porque se empieza a hablar de ellas antes de que estén disponibles, porque saben hacernos la boca agua y provocar en nosotros una imperiosa necesidad de consumir lo que otros consumen. Dos, tres capítulos al día, cuatro si es que la historia te vuelve loca. En realidad, creo que el ritmo de consumo cultural más saludable y humano es el que impone el libro de papel. Si fuera psiquiatra lo prescribiría. A niños, sobre todo. Casi como un antídoto contra la ansiedad.” 

María Elvira Roca Barea:

“...esto de que alguien pueda venir a reclamar los daños que le hicieron a su abuelo me tiene bastante asombrada. Como vivimos en este crecimiento exponencial del rollo identitario, todo el mundo quiere pertenecer a una tropa y a ser posible a una tropa de agraviados.” 

Fernando Savater:

“Es tiempo de calabazas huecas, satisfechas de sí mismas con su sonrisa mellada y su velita dentro para fingir en sus ojos vacíos la chispa de caletre que les falta.” 

“Lo que a mí me abruma es que el cretinismo puritano de sacristanes y petardas alcance definitivamente estatura universal.” 

“Ahora pasamos por una etapa iconoclasta, como tantas ha habido, en la que los menos o peor educados intentan acabar con documentos de cultura para así purificarse de los testimonios de barbarie. El pasado es el enemigo de quienes no son capaces de gestionar el presente más que a empujones: creen que así sólo permanecerá a la vista su rigor moral sin raíces... y se quedarán con todo.” 

Manuel Vicent:

“Puestos a pasar la historia por la lima del siete, aquí no se salva nadie, empezando por Jehová y terminando por el tendero de la esquina. No se pueden juzgar con la sensibilidad de hoy los hechos crueles, fanáticos, visionarios que sucedieron hace cientos de años sin poner a toda la humanidad patas arriba. [...] La historia todo lo tritura. En el futuro también nosotros seremos juzgados y declarados culpables, como gente insensible, tosca y brutal, por convivir con toda naturalidad con injusticias y hechos muy crueles sin que se nos indigestara la comida.” 

Juan José Millás:

“Imaginemos un hospital en el que los enfermos viven pendientes de la salud de sus médicos; un parvulario donde los críos han de poner orden y enseñar canciones infantiles a sus profesores; un hogar en el que los hijos pequeños salieran a trabajar todos los días mientras los padres se van al instituto... Un mundo al revés, en fin, que hasta ahora venía siendo materia para la ficción y que de súbito ha saltado a la realidad.” 

“Entregas ultrarrápidas: he ahí la clave del éxito. ¿Por qué? Porque lo necesitamos todo ya. Necesitamos lo que no necesitamos con urgencia, ahora, en este mismo instante. ¿Y lo esencial? A lo esencial hemos renunciado. Para lo esencial no tenemos prisa alguna. [...] El objetivo de la rapidez, a ver si vamos entendiéndonos, no es otro que el de calmar la ansiedad. [...] El problema es que la rapidez crea adicción y cada día necesitas más velocidad para obtener los mismos efectos calmantes.” 

Mario Vargas Llosa:

“Es inútil, el miedo al inmigrante es el miedo ‘al otro’, al que es distinto por su lengua o el color de su piel o por los dioses que venera, y esa enajenación se inocula gracias a la demagogia frenética en que ciertos grupos y movimientos políticos incurren de manera irresponsable, atizando un fuego en el que podríamos arder justos y pecadores a la vez. Ya ha pasado muchas veces en la historia, de manera que deberíamos estar advertidos.” 

Alejandro Merlín:

“Es muy sencillo hacerle reproches al pasado. El pasado tiene el defecto de fábrica de ser anacrónico, y nosotros, aquí y ahora, tenemos la fraudulenta virtud de vivir en el presente. Quizá por lo anterior me parecen ridículos los juicios contra aquellos escritores que ‘eran buenos, pero no se parecían a nosotros, los ultramodernos’; ‘era un buen escritor, pero odiaba la naturaleza’; ‘era un buen filósofo pero estaba a favor de la monarquía’; ‘era una buena poeta, pero era monja y ahora es santa’; ‘conocía al ser humano pero era un burgués’ [...]. Solemos hacer del pasado un bárbaro. Y hacemos del pasado un bárbaro para menguar la barbaridad de nuestra sociedad y nuestro presente. [...] Nosotros, que nos sentimos puros y ultramodernos, y que vemos con una sonrisa impostada de satisfacción el infantilismo reaccionario del pasado, seremos también juzgados por alguna sociedad que, esperemos (siendo absurdamente positivos), será mejor. No olvidemos, de cualquier modo, que no estamos exentos de defectos que ni siquiera sospechamos. Ya lo dijo Tzvetan Todorov: ‘No hay peor prejuicio que creer que podemos razonar sin prejuicios’. ¿De qué barbaridades nos acusará el futuro?” 

John Carlin:

“Según el nuevo dogma, el mundo se divide entre víctimas y agresores, y para los últimos no hay perdón. El movimiento woke tiene cuatro artículos de fe: ‘todos los blancos son racistas’; ‘todos los hombres son violadores’; ‘todas las feministas son transfóbicas’; ‘todos los imperios han sido malvados’. Al principio los castigados eran gente de una cierta edad cuya generación ni estaba al tanto de las nuevas reglas ni entendían que ciertos temas no admiten bromas. El viejo profesor universitario que dijo que las mujeres lloraban más que los hombres y perdió su trabajo; la líder feminista de los años setenta cuyas conferencias fueron canceladas tras declarar que ‘cortarle los huevos a un hombre no significa que sea mujer’; el veterano periodista de The New York Times que utilizó la palabra nigger (ultraverboten para los blancos, no para los negros) en un contexto ni racista ni insultante pero la dijo y por eso su diario le despidió; y, bueno, la lista de ejemplos daría para una colección de libros más extensa que los de Harry Potter, cuya autora ha sido crucificada por atenerse a la arcaica noción de que existe una diferencia biológica entre un hombre y una mujer. La sombra de la muerte en estos tiempos de plaga nos debería haber dado un sentido más refinado de la proporción. Pero no. Lo más reciente es que la revolución woke, como casi todas las revoluciones, está devorando a los suyos. Hoy los objetivos de la nueva ira puritana son los que habitan sus propios recintos. La pureza debe ser absoluta, coherente a lo largo de toda una vida.” 

“...vivimos tiempos en los que, cada día más, la mentira no se distingue de la verdad, lo frívolo pasa por serio, el postureo reemplaza la acción, el griterío reemplaza la mesura, el miedo carece de proporción y la opinión se expresa sin criterio, conocimiento o perspectiva histórica. Pienso, por ejemplo, en la banalidad a la que se ha reducido algo tan importante como la eterna lucha contra el racismo. La moda actual consiste en etiquetar a todos los blancos de racistas privilegiados y a todos los negros (con un paternalismo demoledor) de pobres víctimas, reduciendo la insondable complejidad de cada individuo a consignas baratas, declarando que la identidad biológica determina el peso moral, dividiendo en vez de uniendo, desdeñando aquel paraíso soñado de Martin Luther King en el que cada uno sería juzgado 'no por el color de su piel sino por el contenido de su carácter'. Luther King dio su vida por la causa; hoy aplaudimos a futbolistas con Ferraris y Lamborghinis por arrodillarse antes de un partido en solidaridad con los oprimidos del mundo. Todos los demás ismos, todos por definición deshumanizantes, exhiben la misma tendencia al gesto vacío, a numeritos autorreferenciales que no solucionan nada, complican el problema y nos alejan de un mundo más justo y decente. Y no olvidemos, por más que quisiéramos, a los políticos de nuestras venerables democracias, no todos pero tantos, con sus infantiles rivalidades, con su ridícula insistencia en que ellos son la solución y los otros el Anticristo, con su cobardía moral, con su terror por encima de todo a perder sus escaños, con sus interminables jueguecitos electorales, con el hábito irreducible de anteponer su hambre de poder a la difícil y dura misión que les corresponde, y por la que no tienen ni interés ni preparación, de atender a la creación de empleo, a la salud y a la seguridad general”. 

 

No sé si hice bien habiéndome resuelto a publicar este ejercicio de recopilación de voces autorizadas y heterogéneas que me venía rondando la cabeza hace ya tiempo, pero me consuelo pensando que cuando al que escribe lo asaltan preocupaciones muy grandes y por demás documentadas, su deber es divulgarlas y de ese modo contribuir a la reflexión colectiva. Vivimos tiempos de gran confusión y caos (los contradictores vocacionales dirán que todos lo han sido), empeorados por el hecho de que en cada persona conectada desde sus dispositivos a la red hay un potencial propalador de infundios y desinformación, y de ahí el creciente bullicio y la imparable pugnacidad que nadie sabe cómo gestionar. Ese desconocimiento sin solución a la vista, y los cinco ámbitos de la realidad presente analizados por los autores de las citas, son lo que me lleva a afirmar aquí que discurrimos por una Segunda Edad Media -con el perdón del prístino Medioevo, tan en paz al menos con el planeta- si bien científica y tecnológica, que anda apenas por sus albores. Al rigor de los historiadores corresponde determinar sus orígenes y estudiar a fondo, pasado el tiempo que haya menester, sus implicaciones y pormenores. Que ya aterran.