jueves, 6 de abril de 2023

Doscientos desahogos, todos breves o muy breves

 “El que no sabe repetir es un esteta. El que repite sin entusiasmo es un filisteo. Sólo el que sabe repetir, con entusiasmo renovado constantemente, es un hombre.”

Soren Kierkegaard


1. En la infancia, cuando no es una infancia desdichada y trágica, hasta los miedos, cuando no son miedos fundados y terribles, saben y huelen a felicidad.


2. Así como al hombre no se lo puede despojar de las ambiciones que le son inherentes a fin de que la insensatez socialcomunista sea viable, tampoco se lo puede obligar a que renuncie a sus secretos y sus reservas, a sus intimidades y sus ocultamientos, en aras de una transparencia que yo sólo querría para quienes administran los Estados y sus recursos y sólo para ellos.


3. A los seres humanos nos cuesta entender primero y aceptar después, para por último resignarnos, que aquello a lo que deseamos apostarle nuestro prestigio no se nos da bien; que otros, a veces sin proponérselo siquiera, descuellan en nuestra obsesión y nos afrentan con su éxito.


4. En tanto que los animales carentes sufren por lo inmediato, los seres humanos -pobres diablos- sufrimos por lo inmediato, lo pasado y lo mediato. ¿Quién es más desdichado?


5. Si, parafraseando a García Márquez, el sexo es el sucedáneo del amor, entonces la masturbación lo es del coito.


6. Sólo hay dos (o tres) actitudes comprensibles frente a la vida: la del que se resigna a su suerte y no se queja, y la del que no se resigna y lucha o, en su defecto, se mata.


7. Un gobierno, un Estado que no soporta la verdad es cuando menos un gobierno, un Estado autoritario.


8. Abreviemos diciendo que la discriminación es más que un derecho en tanto en cuanto se la ejerza mediante el poder civilizatorio de los buenos modales y la cortesía.


9. ¡Muerte a Mikolka!... Pero antes muélanlo a palos.


10. ¡Para mí el parnaso o si no el fracaso!


11. La vida me ha enseñado que es más fácil dar con un grupo de estudiantes todos excelentes que con un buen interlocutor.


12. Cuando la inminencia de morir es considerable -la sospecha de una enfermedad grave-, alta -una pandemia- o muy alta -un bombardeo-, ahí sí que cabe la bobería esa de “vivir cada día como si fuera el último”.


13. El problema de estar sumamente politizado y ser columnista -William Ospina, Mario Vargas Llosa- es que se pierden las dosis mínimas necesarias de ecuanimidad que son indispensables para que la opinión sea respetable y no se preste para caricaturas.


14. Jamás me sumo a una protesta en la calle sin antes analizar el porqué debería o no sumarme, el para qué se está protestando y el con quién es que voy a protestar si decido hacerlo.


15. La mejor innovación es la que no se hace cuando no se necesita.


16. Aceptémoslo: el anacrónico y muy nocivo precepto “crescite et multiplicamini” es lo que tiene jodido al mundo.


17. El poder del que sabe argumentar obra los efectos esperados sólo en quien sabe escuchar, leer, porque él es el único capaz de admitir que o estaba equivocado sin ser del todo consciente de estarlo, o lo estaba por su incapacidad de reflexionar por sí mismo en lo que el argumentador sí consigue que pensemos.


18. ¿Pero cuándo fue que se desalojó de la universidad (y de la escuela toda) la certeza de que la ciencia sin nociones sólidas de letras está tan huérfana como éstas sin nociones científicas sólidas? ¿Acaso por la misma época en que se dejó de valorar al que enseñaba con arte para transmutarlo en remedo de científico y en muchos casos pésimo y desganado transmisor de conocimientos?


19. Y viene la pregunta del millón: ¿quién, entre el científico y el político que se complotan para diseñar un arma letal que mate a cuantos más mejor, es más canalla y avieso?


20. Lo suyo no es literatura; lo suyo es un largo y continuo flatus calami.


21. Guardadas las proporciones, conmigo y mi madre se repite -seguramente por millonésima vez-, con cambio de escenarios y circunstancias e idiomas, la historia que en su día protagonizaron Arthur Schopenhauer y la suya, tan jovial como Orfi.


22. Si Lear es la prueba fehaciente de que la vejez no siempre trae aparejada la sensatez, su hija Cordelia lo es de que la sinceridad y la franqueza casi siempre pierden al que las cultiva.


23. Qué ganas de rezar... ¿Pero y a quién?


24. Sí, que vivan el espíritu y el escepticismo científicos, pero no a expensas de lo real maravilloso o lo supersticioso poético, pues pueden convivir y cada cual a lo suyo.


25. Todo desinformado es masa.


26. La prueba de verdad incontrovertible de que yo nací vacunado contra los efectos más deletéreos del pensamiento mágico y el fanatismo religioso es que, fascinándome como me fascinan las nínfulas, no haya abrazado la fe que promete huríes después de esta vida.


27. Pero es que cualquier cosa que le diga el sensato al insensato, el conciliador al fanático, cualquiera, va a caer, siempre, en suelo infértil.


28. Ya sé qué es la eternidad: el tiempo que transcurra, lentísimo, entre hoy y el minuto en que por fin me extinga.


29. Para que el pensamiento científico prevalezca sobre el pensamiento mágico, se debe estar vacunado -y bien vacunado- contra el pensamiento desiderativo.


30. Sólo el día que el Estado empiece a legislar sobre los nacimientos, que legisle sobre la muerte. Antes no.


31. No: la objetividad no es para el que sufre la guerra en carne propia sino para los que hasta ahora hemos estado, si se quiere, al margen de sus rigores; lo cual no quiere decir que no se pueda tomar partido: se puede e incluso se debe hacer, pero no a expensas de la verdad.


32. Es eso exactamente: aquellos que “nada” han tenido que ver con esta o aquella guerra, pero que sienten afinidad con los que la libraron o la padecieron, hablan como si en ella hubieran combatido o como si debido a ella hubieran perdido cosas muy queridas, y lloran y reniegan y se embriagan de un orgullo prestado. A mí, que por fortuna no he sido todavía víctima directa de policías o militares corruptos, de narcoguerrilleros o narcoparamilitares bandidos y terroristas, me corresponde intentar comprender el dolor de quienes sí lo han sido de unos o de otros o de unos y de otros, a fin de mantenerme, en la medida de lo posible, ecuánime con respecto a todo.


33. ¿Que no tengo derecho -alegan los alharaquientos e hipócritas ‘provida’- a dejar de ser, mottu proprio, microbioma y biomasa? Cuando me suicide hablamos.


34. En el paulatino desdibujamiento de tantas lenguas -tal vez de todas- plagadas de anglicismos mal pronunciados, cuyas sintaxis y gramáticas sufren a diario importante deterioro (y no por culpa del inglés a secas sino de sus respectivos hablantes nativos que ni se enteran del estropicio), se patentizan, más que en cualquier otra realidad, los verdaderos alcances de la globalización.


35. Un historiador, más que cualquier otro profesional, del campo que sea, debe ser un cosmopolita e incluso un apátrida.


36. Muchos hablan de los pobres vergonzantes, tan dignos ellos. Pero y ¿quién de los lectores vergonzantes, que también tanto sufrimos?


37. Hasta hace unos años pensaba que aquello de la ‘cultura traqueta’ era un cáncer que al parecer “sólo” corroía a los italianos, los colombianos y los mexicanos. Pero ahora, después de ver a Trump y a Bolsonaro -para mencionar no más que a los peores entre los matones de salón de clases- izarse al poder y recibir vítores y aclamaciones por parte de sus votantes y lenidad y alcahuetería por parte de los que dizque se les oponen, concluyo que ni de esa ni de ninguna otra miseria humana ninguna sociedad puede declararse a salvo. Y el mérito de tal despropósito debe otorgárseles a sus propiciadores, o sea a los pseudoeduccadores que llevan décadas promoviendo la abolición de los tan necesarios distingos entre estudiantes excelentes, buenos, mediocres, malos y pésimos y a las sociedades que los secundan en semejante aberración.


38. Una prueba de que el mundo de hoy -el mundo de las redes- es más imbécil que nunca es que los imbéciles deciden la agenda y prácticamente todos los demás, sensatos e instituciones respetables inclusive, se pliegan a ella sin rechistar: que sí al lenguaje inclusivo y la duplicación del género pero respetando la sagrada economía del lenguaje los lunes, que sí feminismo pero no feminismo supremacista blanco los martes, que sí comunidad LGBTI pero no transgenerismo femenino los miércoles, que el centro del espectro político no existe pero sí las democracias iliberales los jueves, que sí libertad de enseñanza pero reglada por los padres de familia y los pastores de iglesia los viernes, que un no rotundo a las clases de educación sexual en las escuelas pero un sí estruendoso a la pornografía del reguetón y las pantallas los sábados, que por qué putas no acabamos de una vez por todas con las malditas fronteras que dividen al mundo pero que por favor no me dejen entrar un cochino inmigrante más a este país los domingos... ¿Y si no les prestamos más oreja y los dejamos gritando solos, hasta el desgañite imposible?


39. Cuando oigo a muchos de mis estudiantes -que es como oír a sus profesores- decir que “todas y todos somos igual de inteligentes” por aquello de las inteligencias múltiples, e incluso asegurar que “en todas y todos reside un genio”, me provoca asestarles esta verdad de ‘El joven Arquímedes’: “Pensaba en las enormes diferencias entre seres humanos. Clasificamos los hombres por el color de sus ojos y de su pelo, por la forma de sus cráneos. ¿No sería mejor dividirlos en especies intelectuales? Habrá siempre un más ancho abismo entre los extremos tipos mentales que entre un bosquimano o un escandinavo. Este niño, pensaba, cuando crezca, será, comparado conmigo, lo que un hombre es ccomparado con un perro. Y hay otros hombres y mujeres que son casi perros comparados conmigo. Tal vez los hombres de genio son los hombres verdaderos. En toda la historia de la raza humana sólo ha habido algunos miles de verdaderos hombres. Y el resto de nosotros ¿qué somos? Animales capaces de aprender. Sin la ayuda de los verdaderos hombres, no habríamos descubierto casi nada. Casi todas las ideas que nos son familiares nunca se les habrían ocurrido a espíritus como los nuestros. Si se siembra en ellos, la semilla germina, pero nuestro espíritu habría sido incapaz de engendrarlas...” Menos mal que siempre desisto a tiempo.


40. Sí, maestros Savater, Marías y Vargas Llosa: el engorro ese del amor a los animales y el subsiguiente sonsonete de los animalistas es cosa nueva. Al menos tanto como ‘La gatomaquia’ de Lope, el aserto de Twain según el cual “Al cielo se va como favor. Si se fuera por mérito, tú te quedarías aquí e iría tu perro” o el poema de Whitman: “Creo que podría vivir con los animales, son tan plácidos e independientes, me detengo y los observo largo rato. Ellos no se trastornan ni gimen por lo que les toca vivir, no se desvelan llorando por sus pecados. No me abruman con discusiones sobre el deber para con Dios. Ninguno está insatisfecho, ninguno enloquece con la manía de poseer cosas, ninguno se arrodilla ante otro ni ante sus antepasados que vivieron hace miles de años, ninguno es desdichado o respetable en toda la faz de la tierra.” Ya saben: caprichos de contemporáneos sin más misión en la vida que fastidiar y dar la lata.


41. Lo irremediable: la esperanza sin fisuras ni asidero, individual o colectiva, como enemiga de las soluciones posibles.


42. ¿Acaso no fracasan, por cobardía o vileza o por ambas, una sociedad e incluso una especie que se someten a los delirios de un solo hombre con su partido, de un solo imperio con su codicia?


43. En relación con la literatura, encuentro dos tipos de lectores de veras vocacionales. Por un lado, los que a fuerza de voracidad y disciplina le apuntan a la insensatez maravillosa de abarcar todo lo digno de ser leído y, por otro, los que, desconsolados ante el hecho de que ni en siete vidas longevas tal misión es hacedera, se resignan a leer de otro modo también intenso aunque sin mayores premuras. Yo, que soy de los segundos por convicción e incapacidad para lo otro, envidio a los primeros tanto como los compadezco.


44. No nos hagamos ilusiones. Si un día, por un golpe de suerte imposible, se lograra poner el mercado patas arriba para que los desclasados de siempre ocuparan la cúpula e impartieran justicia inspirados en su profundo conocimiento de la injusticia, pasadas la borrachera y la hartura -tan merecidas en el caso que nos ocupa- de los advenedizos, se descubriría que nada cambió porque el mercado somos todos. También Marx y la madre que lo parió.


45. Así como los médicos no deben dejar morir, por negligencia, al enfermo con cura que quiere seguir viviendo, tampoco deben “salvar”, por escrúpulos religiosos o hipocráticos, a quien intentó suicidarse por la razón que fuera.


46. Es fundamentalismo, y tontería, descartar al que escribe por la cantidad de adjetivos que pone en una oración o en un párrafo. ¿Y entonces cuánto importa el fondo, que es lo que a la postre todos reivindicamos?


47. Al menos a mí no me quedan dudas de que entre dos excrecencias de la naturaleza tipo Videla o Castro, Franco o Mao, las segundas son más asquerosas que las primeras pues amasaron el poder que amasaron gracias a la cínica explotación del discurso a favor de los derechos humanos que, como sus homólogas inmundicias, quebrantaron cada vez que pudieron y de todas las formas imaginables.


48. La única diferencia entre una cofradía de descerebrados de la extrema izquierda y una de descerebrados de la extrema derecha en relación con el auténtico pensamiento crítico es que aquellos fariseos lo invocan en vano a todas horas, en tanto que estos ignorantes -quiero decir, más ignorantes- no tienen siquiera noticias de que algo así existe.


49. En la ciencia, como en las artes y en la vida, existen los Teller y los Pauling y, entre esos dos extremos, los “inocuos”.


50. ¿Pero qué cerebro humano no es fusible?


51. Hasta donde sé, nadie sabe a su hijo apenas nace, ni cuando bebé, ni cuando gatea o ya camina con inseguridad, ni siquiera en su quinto cumpleaños, homosexual o bisexual o transexual, sino niño o niña; o sea, macho o hembra. Las confusiones en unos casos y las certidumbres en otros vienen más adelante, y es sólo entonces cuando el lenguaje debe dar cuenta de ellas. O tal vez yo sea el que está desinformado y ahora en los paritorios se oiga a diario a médicos y enfermeras felicitando a anhelosos padres porque tuvieron “un -¿o una?- bello -¿o bella?- bebé -¿o nena?- trans”.


52. Propongo que, para evitar la publicidad engañosa, al rimbombante y autocomplaciente título de “defensor de los derechos humanos”, en sí mismo una mentira por lo inabarcable de la promesa, se lo rebautice y a partir de la fecha se lo llame “defensor de los derechos humanos... de los que protestan”, háganlo pacífica o violentamente. ¿Que los manifestantes, enfundados en capuchas y armados de piedras, palos, bombas molotov, bidones de gasolina y todo tipo de armas hechizas agredan policías, incendien buses y mobiliario urbano, impidan que los que no protestan vivan con normalidad, taponen carreteras y autopistas y ocasionen el desabastecimiento de pueblos y ciudades enteros?, ¡poco importa porque aquí lo que prima es el sagrado derecho a la protesta! ¿Que quienes todo lo caotizan con sus desmanes no llegan al veinte por ciento de los jóvenes de una capital o de un país?, ¡poco importa porque esos muchachos hacen de voceros inconsultos no sólo de los de su edad, sino de toda una sociedad que exige cambios! Tales activistas tendrían que saber que cuando amparan el derecho al desahogo de los que bloquean con barricadas una carretera o una autopista están a su vez violentando el del camionero que si no trabaja no tiene para darle de comer a la familia, el de la madre que necesita recoger los medicamentos para un hijo enfermo, el del médico que tiene una cirugía que no da espera, el del campesino que no tiene por dónde sacar de la finca su cosecha, el del que se ve obligado a caminar durante horas para llegar al trabajo o volver a la casa o, simplemente, el del que quiere visitar a la novia para acostarse con ella, tomarse unas cervezas con los amigos o seguir haciendo plata porque lo suyo es el billete. ¿No son todos, les pregunto, humanos con derechos? Ahora: que si para ellos hay humanos más importantes y por tanto derechos que se superponen a otros, pues que salgan y lo aclaren. Aunque como se ve, no hace ninguna falta.


53. Alegan los sacerdotes, los pastores, los rabinos y demás parásitos de la fe que la eutanasia atenta contra la muerte por causas naturales, es decir la que únicamente experimentan los animales silvestres, los animales abandonados y los seres humanos a los que se les niega hasta la más mínima atención médica. Les parece muy natural que una transfusión, una cirugía de corazón, un trasplante del órgano que sea les alargue la vida a sus diezmantes pero no que ellos y menos aún los que no comulgan con sus dogmas renuncien al sufrimiento excesivo sirviéndose también de la ciencia. Bendicen los cuidados paliativos que prolongan el horror y el sinsentido y condenan a los médicos que, éticos y misericordiosos, los alivian. ¿Y qué es todo eso sino contradicción y crueldad, pero de las que asquean?


54. Llevo ya un buen tiempo (que de bueno no ha tenido nada) convencido de que mi existencia -de las de los demás que juzguen ellos- carece de todo sentido. Sin embargo, confieso que añoro los días en que existí creyendo que lo había. ¿Habrá, por ventura, alguna patraña racional que me permita recobrar el optimismo de la voluntad, hoy del todo extraviado?


55. Definitivamente, la propensión del ser humano -letrado o no- a generalizar es incontenible.


56. El amor del que se aferra con uñas y dientes a la vida de otro que sufre muy poco se diferencia del sadismo más clásico.


57. Dígase lo que se diga, toda inmortalidad literaria (por supuesto que unas más que otras) exhibe manchas que, bien una fama mal merecida, bien una gloria justificada, intentan disimular con sus barnices.


58. Resulta muy fácil y cómodo pedirles a otros que den su vida por nuestro bienestar y libertad cuando uno mismo no arriesga ni una uña producto del miedo que lo acogota.


59. Sé, porque los he oído, que los cristianos nos compadecen con rabia y desprecio a los ateos y a todo el que no pertenezca a su iglesia (es decir, a la empresa Equis del pastor Ye). Sé, aunque nunca los haya oído, que los amantes de cualquier cosa -Bob Dylan, los videojuegos, la pintura, el fútbol o el rabel- compadecen y hasta desprecian a los que no vibran con su manía. Y sé, porque lo he leído y me he oído, que escritores y lectores vocacionales no se explican -lo que les (nos) produce desprecio y pasmo- cómo es que puede haber incluso quien vive y se muere sin saber que la literatura existe. Ilusos todos porque lo que no cuenta no afecta.


60. Me enternece -y no se alcanzan a imaginar cuánto- la convicción de muchos que creen que va a llegar el día en que lacras tales como la inequidad, la discriminación de cualquier tipo o la codicia sean cosas del pasado. Y sí: serán las cucarachas o los tardígrados los encargados de dar la buena nueva, cuando el último humano sobre la tierra deje de respirar.


61. Proponen los ingenuos que la Iglesia católica (la única que, por varias razones, me cae en gracia) desmonte el celibato para que los sacerdotes que quieran puedan casarse. Sin embargo, como su problema son más la pederastia y la homosexualidad que las ganas de matrimonio, lo que yo sugiero es que curas, obispos, arzobispos, cardenales y hasta el Papa salgan del clóset y enarbolen, orgullosos, la bandera del arcoíris. No me digan que con ese gesto tan pragmático y sencillo el Vaticano no les taparía la boca a los que lo acusan de excluyente, hipócrita y oscurantista.


62. El caso es que prácticamente todo el mundo habla de buenos y de malos vecinos, como si los vecinos a secas no contaran. ¡No!: existen las buenas y las muy buenas personas -tal vez un cuatro por ciento-, los malos y los perversos -hablemos de un seis- y una mayoría abrumadora de indiferentes y de cobardes -que no son lo mismo pero que a la postre terminan siéndolo-. Y ya se sabe al servicio de quién han estado siempre la indiferencia y la cobardía.


63. En principio, no hay modo de intentar impartir justicia como no sea mediante la necesaria dosis de fuerza que aplaque a los malos, disuada a los tentados de serlo y anime a los buenos a seguirlo siendo.


64. Una tarde me preguntó una amiga que por qué prefería socorrer a un animal desamparado que a un niño desamparado. Me limité a sonreír y no dije nada, pero la respuesta era bastante sencilla: “Pues -pude haberle dicho- porque es harto probable que el niño que es víctima hoy sea a su vez victimario de otros desde luego más indefensos, o que cuando crezca se convierta en un bellaco incluso peor que el o los que lo vejaron a él”. Tan inapelable como que Dios no existe.


65. La libertad de expresión, si fuera de verdad tal cosa, debería abarcar la posibilidad y garantizar el derecho de que quien así lo quiera vacíe el contenido de su inconsciente ante quien y en donde le dé la gana. Como cualquier loquito en la indigencia que, sin pensárselo dos veces, se baja los pantalones y exonera las tripas en medio de la multitud respetable, y no precisamente para escandalizarla.


66. Sólo los muy cautos y conscientes de las insidias del destino saben que no se debe conjugar, para expresar negación, el verbo matar en presente de indicativo o en futuro simple.


67. Ahora resulta que uno se entrevista con un abogado para que le lleve un proceso, y le sale cristiano. Pide uno cita con el psiquiatra porque teme muy seriamente que pueda perder el poco juicio que le queda, y le sale cristiano. Prolifera hoy, y no ya sólo entre los desprovistos de escuela sino entre los diplomados, esta nueva personificación de la burricie humana. Necesitamos juristas serios y científicos auténticos, no predicadores de oficina y consultorio con o sin falo.


68. ¿Que qué es un diplomado? Como su nombre lo indica, es alguien que exhibe en su currículo y en su oficina, consultorio y hasta en la sala de su casa uno o muchos diplomas pese a ser un iletrado, un ignaro y un analfabeto funcional. O sea, uno que por convicción no lee pero que si le toca leer no comprende, y que escribe igual y hasta peor que los que a duras penas terminaron el colegio o ni siquiera. Los hay -siempre los ha habido- que gobiernan países, aspaventean en parlamentos, expiden fórmulas médicas y educan niños o universitarios. Los hay con “experticias” varias y con renombre. Los diplomados son, en suma, pruebas vivientes del fracaso de la escuela.


69. Como ya van dos personas -toda una multitud en este presente sin preguntas- que se han atrevido a preguntarme si soy misógino, les respondo. Sí lo soy, y furibundo, si de quien se habla es de Irene Montero (mucho cuidado con ir a confundirla con Irene Vallejo, pues equivaldría a confundir al Ésgar con Knausgard) y de los miles de alienadas occidentales por el estilo. Pero si de quien se habla es de Angela Merkel (Rosa Montero, Joséphine Baker, Eliane Brum, Dorothy Parker, Leila Guerriero, María Félix, ¡Catherine Millet o Christine Hoff Sommers!) y de tantas otras mujeres sensatas y anónimas que muy seguramente se abochornan del folclor y la desmesura de la tal ‘cuarta ola’, por supuesto que no lo soy sino todo lo contrario: un incondicional de ellas y de sus causas. Y entrados en franquezas, advierto que exactamente lo mismo me ocurre con el racismo, la diversidad sexual, los discapacitados y cuanta lucha social quieran ustedes sumarle a esta lista.


70. Viendo la desfachatez con que los políticos grandes y chicos roban en componenda con contratistas y espantajos semejantes, el cinismo de jueces y fiscales y magistrados que no imparten justicia sino injusticia y que cuando legislan lo hacen en causa propia, la incoherencia de predicadores y mamertos que mantienen a los pobres en la boca aunque bastante alejados de sus iglesias y mentideros, viendo todo eso se me ocurría la idea peregrina de que los dioses, a más de no apiadarse del dolor de los que sufren, los -nos- terminan de joder con conciencias implacables y sin botón de apagado, del que sí vienen provistas las de los otros, que las desactivan a voluntad o hasta las dejan tiradas por ahí para que no estorben. Y los pocos de ellos a los que medio les talla o les incomoda su conciencia de cartón piedra, me imagino que la adormecen con una “buena obra” hecha con una parte ínfima del dinero del último desfalco o en todo caso del chanchullo que acaban de hacer. Pero llega el pobre güevón de Jean Valjean y por hambre se roba un pan que lo manda a la cárcel a habérselas con su jodida ley moral que para los otros, como digo, no pasa de ser un adorno. Uribe, Petro y demás hipócritas populistas deberían terminar de llenarse los bolsillos dictando conferencias con títulos tales como ‘Aprenda aquí cómo aplastar sus escrúpulos’ o ‘Salga usted del clóset pero encierre en él a su conciencia’ o ‘Venga que acá se le enseña a mentir como sólo lo hacemos los psicópatas con poder’.


71. Cada vez que alguien propone, con las mejores intenciones, que se eduque a los escolares haciendo de ellos buenos lectores de literatura y en particular de poesía a fin de que mañana sean ciudadanos “sensibles”, pienso invariablemente en Neruda el violador sin castigo (si no lo sabían, lean sus memorias), en Neruda el bellaco que repudió y desamparó a Malva Marina (“Mi hija, o lo que yo denomino así, es un ser perfectamente ridículo, una especie de punto y coma, una vampiresa de tres kilos”), en el despreciable sujeto político que fue Neruda, comunista radical sólo de palabra y pluma y ensalzador de tiranos asesinos (en internet pueden encontrar su poema a Stalin, “el más humano de los hombres”). Sí, que lean su poesía -para empezar, su inigualable ‘Oda al gato’- y sus libros pero ojalá conscientes de que se hallan ante la obra meritoria de uno de varios psicópatas de las artes que han sabido conmover a millones con su genio.


72. Resulta demasiado pretencioso pensar que el hombre puede acabar con la naturaleza y el planeta. Yo tengo más bien el pálpito de que van a ser ella y él quienes en su debido momento, menoscabados pero aún en pie de lucha, nos vomiten por fin de su seno, por insaciables y temerarios.


73. Terrible enterarse de que a un hijo lo tienen asediado los matones del salón de clases, del colegio o del barrio, desde luego que con la anuencia de los indiferentes y los cobardes (entre los que no escasean los profesores y muchos que se hacen llamar sus amigos). Pero peor descubrir que uno es el padre del engendro que veja y maltrata y acosa y humilla y desespera a otros más débiles. Sin embargo, la realidad prueba que, mientras que los familiares de muchos humillados y ofendidos intentan hacer algo para proteger o alejar a los suyos del peligro, los de los bellacos barren hacia adentro y hacen como que no se enteran: nada que asombre tratándose de la descendencia de Lucy.


74. Maticemos: no todo el que odia la vejez odia a los viejos, pero todo el que odia a los viejos odia la vejez. Odiar la vejez es lícito y comprensible. Odiar a los viejos -a los ciegos, a los negros, a los judíos si no se es palestino...-, en cambio, es uno de los arcanos de la condición humana y debería ser una pasión vergonzante, de esas que se ocultan por pudor.


75. Los médicos que (parapetados más tras sus personales escrúpulos religiosos que tras cualquiera de las versiones del juramento hipocrático) luchan para que alguien al que se le quemó gran parte del cuerpo y el rostro, o sufrió una violación múltiple con gravísimas secuelas para su salud física y mental, o quedó cuadripléjico a consecuencia de un accidente siga viviendo, no le salvan la vida sino que lo condenan a padecerla hasta que la muerte liberadora, que ellos habrían podido adelantar, por fin le sobrevenga.


76. Maticemos: así como no es cierto -según opinan los gestores y mayores beneficiarios de la codicia y el acaparamiento de la riqueza hasta en el último rincón del mundo- que todos los pobres lo sean por su falta de talento para cambiar de situación, tampoco lo es -el argumento de los incondicionales de la redistribución de los caudales ajenos- que ningún pobre lo sea por su culpa. Hay pobres esforzados y diligentes (donde se puede ser pobre esforzado y diligente) que mediante ingentes sacrificios y disciplina, logran rebasar al menos de forma transitoria la miseria para instalarse, repito que siempre provisoriamente, en una clase media abrumada como nadie por los impuestos y las obligaciones fiscales; y hay pobres que ni quieren ni buscan la derrota de un estado de cosas que mucho los favorece y nada les exige. Para los primeros, que planean desde el número de hijos hasta el dinero que pueden ahorrar, no hay ni exenciones ni beneficios. Para los segundos, que todo lo improvisan y de nada se hacen o los hacen responsables, son los regalos envenenados de los populismos de ambas extremas o los subsidios del Estado de bienestar, las ayudas de las ONG y fundaciones por el estilo y la caridad de las personas de buen corazón: a todos los conmueve el espectáculo aberrante de una “familia” con numerosos hijos hambrientos a los que se explota comercialmente, pero los dejan del todo indiferentes la madre o el padre o los padres que luchan a brazo partido para sacar adelante a uno o a un par de hijos pequeños o adolescentes. Mal ejemplo el que brinda una sociedad que, presa de la desorientación moral, castiga así el tesón y premia la desvergüenza.


77. Si, también los que tenemos por pasatiempo o por oficio la reflexión y la escritura, aceptamos -muchos lo celebran de corazón o por cálculo- que haya ultrafeministas a las que muy poco les falta para que desempolven el patíbulo y lo dispongan en plazoletas universitarias y en parques urbanos, pero condenamos el machismo más manso y bienintencionado (por ejemplo el del padre que aconseja amorosamente a su hija adolescente para que evite el peligro y no salga en pelota a la calle), manchamos de entrada la bandera que enarbolan ésta y otras luchas colectivas: la del igualitarismo. ¡No!: en aras de la coherencia, al menos los moderados debemos combatir con idéntico denuedo la violencia de los machistas cavernarios y la por ahora violencia verbal de las furibundas, que todavía no mata pero sí arruina vidas y destruye carreras y prestigios.


78. Sólo ocurre en las artes y en la literatura (y más que en la literatura en la escritura) que un anónimo, un ninguneado, un perfecto don nadie durante su vida creativa o intelectual se vea -es un decir porque ya no se puede ver- de repente aupado a la gloria y la inmortalidad tiempo después de haber muerto. Sinuosidades de Fortuna la veleidosa que, por otra parte, tampoco les garantiza ni siquiera a los que conocen el éxito y la fama más rotundos en vida que los vayan a conservar “para siempre”.


79. Cambio los diez o veinte lectores que tengo -no me consta en absoluto que los tenga-, y cambiaría los miles de un Mario Mendoza o los millones de un Paul Auster (merecidísimos en ambos casos) por un único, tangible e insuperable Ernst Zimmer.


80. Si a mí me preguntara un estudiante de esos prácticamente inexistentes -de los inquisitivos e inteligentes- que cuál es para mí la mayor ventaja que tiene con respecto a los que no leen el buen lector de buena literatura, seguramente le respondería, tras pensármelo un poco, que la posibilidad de conocer por anticipado cada dolor y tragedia y alegría y sorpresa y absurdidad y desconcierto y estupefacción y asombro y atrocidad y desengaño y desilusión y entusiasmo y desesperanza y esperanza y angustia y alivio y sin salida y disyuntiva y desencanto y encanto y solución a los que se puede ver abocada en cualquier momento la vida de ese lector y las de quienes le importan. En otras palabras, la previsibilidad.


81. Agradezco, no se imaginan cuánto, la reflexión honda que me pone de veras a pensar, la explicación que me ayuda a comprender algo hasta ayer incomprensible y las risas que me arrancan un chiste de don Jediondo, muchas columnas de Tola y Maruja, una ocurrencia de mi hermana o de mi madre o de un amigo y, con mayor razón, el texto desternillante de un buen escritor. Por eso le quiero dar las gracias al maestro Arturo Pérez Reverte, quien hoy me hizo reír (como pocas veces ya lo hago) con un artículo que tituló ‘El salto del tigre’. A partir de ya esa columna suya figura entre lo hilarante memorable que atesoro: el Ignatius Reilly de Toole, los informes de Pantaleón Pantoja a sus superiores, ‘Buenos y malos’ de la insuperable Lucia Berlin, lo que escribe el sexagenario voluptuoso de Delibes, ‘Sólo para fumadores’ de Julio Ramón Ribeyro, incontables partes del Julius de Bryce Echenique, ciertos pasajes descarnados del Viaje al fin de la noche de Céline, el mejor Fernando Vallejo que es el que escribe, algunas charlas de Rodrigo y Susana en Fragmentos de amor furtivo, ‘Los sueños de un buen cristiano’ de Marco Tulio Aguilera Garramuño, no pocas páginas de La guaracha del Macho Camacho, ‘El ciego perfecto’ de Fernando Morales y no sé cuántos capítulos del Quijote aunque de entre todos, el 18 de la primera parte. Sé que hay más pero por de pronto es lo que recuerdo.


82. La vida no es como cada quien opina que debiera ser. La vida es como es y sanseacabó.


83. En materia política y electoral, yo no me fío tanto de las “ideas” como del talante de la persona por la que voto. A cualquier candidato de suyo malintencionado pero bien asesorado se le pueden oír o leer promesas llamativas, audaces y hasta brillantes que de antemano sabe que no va a cumplir si resulta elegido, pero a aquel “precanalla” o canalla en toda regla le queda en cambio más difícil falsear su verdadera personalidad. Lamentablemente, y de ahí que en tantas partes ganen siempre los peores sujetos, intuir la bellaquería sólo se nos da bien a muy pocos. ¿Cómo aprender, entonces, semejante arte? La mayoría diría que aprendiendo a leer y por ende a pensar. Sin embargo, si uno se fija en el número nada despreciable de intelectuales y de escritores que desde antiguo han apoyado a los peores -un Mario Vargas Llosa y un William Ospina nos sirven hoy de ejemplos-, forzoso resulta cuestionar tal aserto.


84. ¿Pero y quién puede ser culpable de haber nacido con las reservas gramscianas de razón y voluntad desequilibradas para mal, o de que se le vayan desbalanceando por el camino?


85. Pienso en otros oficios en los que sea tan patente -y, si me apuran, tan injusta e injustificada- la conciencia de inferioridad frente a otros que se dedican a lo mismo y me cuesta dar con uno igual de reverente que el de los escritores y los escribidores (a la mierda los escribanos buenistas del campus que sea): “Yo escribo columnas de opinión y aforismos, pero nada como los cuentistas y los poetas”. “Yo escribo aforismos y cuentos, pero nada como los ensayistas y los poetas”. “Yo escribo cuentos y ensayos, pero nada como los novelistas y los poetas”. “Yo escribo ensayos y novelas, pero nada como los poetas”. “Yo sólo escribo poesía y todos ustedes están en lo cierto: ¡nadie como los poetas!”.


86. Entre que se pierda un amigo por no prestarle plata y que se pierdan plata y amigo, adivinen por qué opto.


87. Nada de entusiasmos vanos: la muerte o la defenestración de un tirano jamás va a suponer la paz total y perpetua con que sueñan los esperanzados recalcitrantes sino tan sólo un interregno de cierta convivencia, que habrá de terminar como terminan todos: con la materialización del próximo que sepa sacarles provecho a la estupidez y las pasiones sectarias de las multitudes que, azuzadas, corren a guarecerse bajo el paraguas de las extremas.


88. ¡Atención, mucha atención! Jorge de Burgos está de vuelta entre nosotros -perdón: entre nosotros, nosotras y nosotres-: “La risa sacude el cuerpo, deforma los rasgos de la cara, hace que el hombre parezca un mono.” “La risa es signo de estulticia. El que ríe no cree en aquello de lo que ríe, pero tampoco lo odia. Por tanto, reírse del mal significa no estar dispuesto a combatirlo, y reírse del bien significa desconocer la fuerza del bien, que se difunde por sí solo.” “La risa es la debilidad, la corrupción, la insipidez de nuestra carne. Es la distracción del campesino, la licencia del borracho...” “La risa libera al aldeano del miedo al Diablo, porque en la fiesta de los tontos también el Diablo parece pobre y tonto, y, por tanto, controlable.” “La risa distrae, por algunos instantes, al aldeano del miedo. Pero la ley se impone a través del miedo, cuyo verdadero nombre es temor de Dios.” “...si la risa es la distracción de la plebe, la licencia de la plebe debe ser refrenada y humillada y atemorizada mediante la severidad”: es decir la fórmula que con tanto éxito viene empleando el buenismo biempensante desde cada vez más universidades, en cada vez más ámbitos y con cada vez más inclemencia.


Desde el que por descuido o gusto echa un chiste sobre ciegos o putas o cojos o feas o maricas o lesbianas o negros o gordas hasta el profesor que con la mejor de las intenciones propone en clase un tema -¿pero cuál no?- que pueda herir las susceptibilidades de los vulnerables, las vulnerables y les vulnerables, pasando por el artista o el poderoso que sin atenuantes cae en desgracia por acusaciones muy solventes de víctimas reales o calumniosas y fabricadas por algún resentido, todos saben lo que son las dentelladas de esta nueva jauría virtual y analógica que hoy se arroga el derecho de castigar así al incauto como al indócil. De ellos, de los indóciles, depende que esta nueva versión del monje ciego y despiadado afloje y se desdibuje.


89. Si usted es de los que creen que Putin hay solo uno, o quiere entender cómo es posible que a más de mil millones de personas las domine y las envilezca el partido único de su país mediante apenas unos cuantos miles de funcionarios-esbirro, lea la parte titulada ‘Caigo en desgracia’ del David Copperfield de Dickens. Ahí, junto con la resolución del misterio del papel que desempeñan la cobardía y la estupidez humanas en las tiranías, van a poder establecer parangones muy diversos entre por ejemplo cómo a un hogar armonioso y feliz y a un país sin mayores penurias o hasta próspero y promisorio los pueden perder la imprevisión y la tontería de un enamoradizo con hijos a su cargo y las de unos votantes lelos y crédulos, ávidos todos de las mentiras y los edulcoramientos en los que los canallas son tan diestros.


90. Ve uno todas esas protestas de blancos gringos y europeos dizque indignados por el racismo de la sociedad y en particular de los policías, y no puede por menos de preguntarse cuántos de ellos se casarían con la hija o el hijo de George Floyd o permitirían de buen grado que uno de sus vástagos caucásicos lo hiciera. Yo, que soy ciego y por ende sé de qué va la discriminación, no juzgo al vergonzante que, sin que sepa por qué razón, siente fastidio por el que no ve (no oye, cojea, tartajea, tiene la piel más oscura o los ojos rasgados) pero intenta que no se le note pues sabe que se trata de otra, entre tantas, mezquindad del alma humana en las que los sapiens nos vemos enredados contra nuestra voluntad. Para no ir muy lejos, yo mismo experimento por el pelo corto de mujer con piel de cualquier color o por el quieto de las negras, por las demasiado gordas blancas o negras, por toda aquella -y aquel- a la que le falta una extremidad -no un dedito apenas- y por toda mujer que no huela a fresco, es decir a champú y a jabón, un rechazo a la cercanía física que quisiera no sentir pero que siento. Cosa muy distinta es hacer alarde de las propias miserias a la manera en que lo hacen los supremacistas descerebrados que votan por Trump o Bolsonaro. Ahora, que si comparo a cualquiera de esos abortos que por desgracia no fueron con el adefesio hipócrita de Wilson Sáenz, pues los de marras merecen que se los ame.


91. Definitivamente el mundo es un caos donde los reclamos de lo prístino, lo originario, lo fundacional se pueden desvirtuar en cualquier momento gracias a nuevos datos arrebatados a la oscuridad por un estudioso.


92. Y es que si hoy no fuera hoy sino mañana, de seguro que ningún negacionista del calentamiento planetario tipo Trump o Bolsonaro podría ser presidente de los Estados Unidos o de Brasil. Pero eso será mañana, cuando áridos o inundados, o áridos e inundados, los gobiernos y el mundo luchen contra lo que ya no tendrá reversa: la muerte transitoria de la Tierra y, con ella, el merecido fin del antropoceno.


93. ¿Me van ustedes a decir que en el cinismo más puro y desvergonzado no se agazapa un arte, un humor muy fino que a muchos nos hace simpatizar inconfesamente con el cínico?


94. Entre los tabúes que con tanto celo mima esta especie, uno que ni se menciona: el que obra en contra del que se atreve a confesar su falta de entusiasmo y amor por la vida. En otras palabras: mientras que la pulsión de vida -fingida en unos, genuina en otros- es un imperativo social -con todo lo que el adjetivo abarca-, la pulsión de muerte contra uno mismo constituye un anatema imperdonable que se debe callar so pena de que incluso los más liberales se la cuestionen con acritud, los beatos y los tanatófobos lo “cancelen” por ser un mal augurio y una pésima influencia para ellos y sus familias, y de ahí para allá.


95. Maticemos: si bien es cierto que “matar a un hombre no es defender una doctrina, es matar a un hombre”, matar a un Hitler en ciernes, a un Stalin en ciernes, a un Castro en ciernes, a un Putin y a un Chávez en ciernes o a un violentador ojalá futuro o en su defecto presente de cuerpos indefensos de animales y personas no es matar a secas sino extirpar.


96. En este mundo de dos sexos con sus variantes procede, por un lado, que los LGBTQIAK (según van las cosas, llegará el día en que la sigla no quepa ni en una cuartilla) vivan a su aire y tengan exactamente los mismos derechos que los heterosexuales: matrimonio religioso o civil, adopción, heredar y dejar herederos, equidad en los ámbitos educativo y laboral... Pero por otro, que los que voluntariamente integran ese colectivo desistan de la mentecatez que supone el pretender torcerle el pescuezo a una verdad irrebatible de la biología: se nace macho o hembra, y que sean las pulsiones las que decidan llegado el momento.


97. Si el ‘mamerto’ que no ve en el ‘facho’ nada distinto que a una rata ideológica y el ‘facho’ que no ve en el ‘mamerto’ otra cosa que a un hipócrita redomado supieran todo lo que en común tienen, y por azar llegaran a estos versos de Baudelaire, al menos un ramalazo de incomodidad tendría que agitarles la conciencia: “Yo soy la herida y el cuchillo / la bofetada y la mejilla, / yo soy los miembros y la rueda / soy el verdugo y soy la víctima”.


98. Qué curioso -o inexplicable, o paradójico, o contradictorio- que nuestra relación con los dueños de esos primeros tactos -las manos del médico, las de las enfermeras cuando no las de las comadronas- que sentimos sobre nuestra piel -acariciándola, examinándola- en el momento siempre angustioso del nacimiento sea nula en el 99,9% de los casos, cuando lo cierto es que semejante acto iniciático debería generar un nexo que dure lo que la vida del ‘acariciado’. Pero no bien reflexiono en esto, me parece que oigo al genio que nunca falta responder con condescendencia y en tono ex cátedra que la razón que explica la ausencia se llama “guantes quirúrgicos”.


99. Que no fastidien los incondicionales del “todo tiempo pasado fue mejor” -que por cierto no fue lo que dijo don Jorge Manrique- porque la política siempre ha sido asunto, y muy mayoritariamente, de sinvergüenzas natos, de ciertos idealistas devenidos sinvergüenzas con el ejercicio de la que creían su vocación y de alguna que otra persona (Angela Merkel, Simone Veil, Francisco Morazán, Vicente Gerbasi, Carlos Rangel, Olof Palme, José Figueres Ferrer, Eloy Alfaro, Rómulo Betancourt, Benjamín Disraeli, Lee Quan Yew, Václav Havel, Mijaíl Gorbachov) que, en contra de las dificultades saludables que impone la democracia y de su individual y humana falibilidad, hace por sus conciudadanos cuanto puede y juzga lo más conveniente si no para todos, sí para la mayoría.


100. Si frente a cada Creonte que tiraniza un país y hasta un pedazo de mundo hubiera un Hemón, un Tiresias y una Antígona que se le opusieran con la determinación con que se les debiera hacer frente a los tiranos, a los malditos Xi, Chávez, Putin, Videla, Trump, Franco, Bolsonaro, Ortega y demás remedos deslavazados de Hitler, Stalin y Castro se les dificultaría al menos un poco la ejecución de sus empresas criminales y corruptas de guerra y hambre.


101. Al feminismo sensato e inteligente le correspondería plantarles cara a los miles de insensatas e histéricas -y a los que les hacen el juego- que van por ahí llamando “monstruo” al que les echa un piropo en la calle, les pide el teléfono en la universidad o las invita a salir en el trabajo. Que les pregunten a Jineth Bedoya y a Lydia Cacho, a Malala Yousafzai y a Malalai Joya, cuatro mujeres capaces y valientes que han pagado un altísimo precio por serlo, qué es un monstruo a ver si las versiones coinciden. O a los millones de niñas y mujeres anónimas de cualquier latitud que por miedo o aislamiento no denuncian la violencia de todo tipo que sufren a diario y en el más oprobioso silencio.


¿Me voy yo a investir de indignado o a equiparar con los violentados en su niñez o adolescencia por curas o pastores o familiares malparidos sólo porque cuando estaba muy jovencito dos o tres maricones me piropearon o me lo pidieron cuando en la calle me ayudaban a coger el bus? Seamos serios y volvamos a llamar a las cosas por su nombre para que a lo monstruoso se le dé tratamiento de crimen imperdonable y delito gravísimo y se lo juzgue como tal, a lo abusivo -el acoso permanente por parte de quien sea y en donde sea- se lo castigue con la sanción a que haya lugar y a lo anecdótico -un piropo, una picada de ojo, un beso al aire- no se le dé ninguna importancia. Ojalá llegue el día en que a una descentrada de estas que pretenda interponer una queja o una denuncia por lo que no es otra cosa que un requiebro o a lo sumo una impertinencia, la ridiculicen convenientemente y la manden a paseo, precisamente para que se vuelva seria.


102. Decía el otro día en su artículo hebdomadario de El País de España Elvira Lindo, cuyas opiniones suelen ser tan acertadas, lo siguiente: “Mientras algunos expertos hablan de lo que era sin duda predecible, dado el creciente desvarío mental y el aislamiento social de Putin, el déspota, la población ucrania seguía con sus rutinas sanadoras, aunque siempre existiera la inquietud de un conflicto. Nadie está entrenado para abandonar su casa de un día para otro, nadie sabe lo que es dormir en una estación de metro hasta que no se ve obligado a hacerlo, ni a buscar un refugio en el otro lado del país o de la frontera. La vida se impone de tal manera, y hace bien en imponerse, que lo único que se tiene colgado en el imán de la nevera es el horario de los extraescolares de los hijos o los nietos. Cuando en estos días leo o escucho, en esas irritantes sentencias que se cuelgan en las redes, la denuncia de una humanidad que no aprende, pienso de qué humanidad están hablando, ¿qué culpa tiene esa humanidad, si es que se puede hablar en abstracto, de que un sátrapa, imbuido de delirantes razones históricas, decida destruir los cimientos de la vida de los inocentes? Cuando hablamos de la humanidad, a qué nos referimos: ¿a una abuela de Kiev, de Mariupol, de Kharkiv? ¿Por qué deberían saber ellas de estrategias geopolíticas si el único derecho que les debería asistir es vivir en paz? ¿Nos referimos cuando de la humanidad insensata hablamos a un niño que de pronto ve sacudida su rutina escolar para esconderse muerto de miedo en un sótano que hace las veces de refugio antiaéreo? ¿Pensamos en la madre que a punto está de parir, en el padre que vive el primer bombardeo desde una fábrica? [...] Hay que tener poca humanidad para acusar a esa humanidad de algo”.


Leí su columna, la releí y me quedé observando a mi gata un largo rato. Aproveché que dormía y en un par de ocasiones la sobresalté con ruidos desacostumbrados para ella. Una y otra vez, con el necesario intervalo de tranquilidad, la misma reacción: un salto felino para caer detrás del sofá más a mano que la resguardara. La conclusión se impone: mientras que los animales, incluso los domésticos más mimados y queridos, jamás se darían el lujo de desactivar a voluntad -toda una maravilla que no puedan- su sistema biológico de alerta ante el peligro, nosotros no sólo lo hacemos -todo un horror que podamos- sino que justificamos que así sea.


Quiero creer que en Kiev, en Mariupol, en Kharkiv y en toda Ucrania hubo abuelos bien enterados y perspicaces que, al corriente de las amenazas de invasión y guerra por parte del psicópata ruso, reunieron a sus hijos y nietos para informarles que debían partir hacia el exilio en previsión de que lo peor ocurriera. Quiero creer que acá en Colombia y en cada rincón del mundo hay también abuelos, padres de familia, educadores y opinantes que les estén explicando a sus nietos, hijos, estudiantes, oyentes y lectores el peligro latente de que aquel engendro del mal auténtico pueda pulsar en cualquier momento el botón de su arsenal nuclear para hacer que el mundo que conocemos vuele en pedazos o casi. Y quiero creer que ellos, como yo, desean fervientemente que alguien del círculo más próximo del bandido, imbuido de repente de valor, le descerraje en la cabeza el tiro salvífico que hace mucho tendrían que haberle pegado. También a otros.


103. Se denomina ‘omertá’ la sutil aunque inocua diferencia que existe entre el cobarde y el indiferente crónicos. Desde el que sufre en silencio los acosos y humillaciones de que es objeto un compañero de clases, pasando por el que calla su indignación de saber que el jefe se roba la plata destinada a los refrigerios escolares de los niños pobres, hasta los millones que hoy vemos impotentes y llorosos -lo de los indiferentes es la impavidez pero poco importa- cómo Putin, los que ejecutan sus cochinas órdenes y los que lo admiran y apoyan abierta o solapadamente en Rusia y en todo el globo masacran a los ucranios y arrasan el país, todos somos presas de esa tara moral de una especie a la que no obstante y con heroísmo intentan redimir unos cientos de almas de veras solidarias que curan heridos o entierran muertos abandonados a su suerte, que les calman el hambre y el frío a los que huyen de la guerra, que arriesgan sus vidas para sacar de las ciudades bombardeadas a los que empavorecidos se esconden en las estaciones del metro y en otros escondrijos improvisados, que cobijan bajo sus techos -muchos de ellos carentes- a los recién llegados a sus ciudades o que donan dinero o tiempo para ayudar a paliar la infamia. Ellos lo intentan, pero Marina Ovsiánnikova lo consigue.


104. Del mismo modo que un puñado de seres humanos por lo común anónimos luchan de veras para rescatar a la especie del mar de indiferencia y cobardía en que se ahoga, un ínfimo porcentaje de religiosos de la fe que sea son los que les plantan cara, amén de a esas lacras, al sectarismo, la pederastia, el fariseísmo y otros mil pecados de que se hacen partícipes tantos de sus homólogos. Sus iglesias y toda la humanidad les debemos a la hermana Gloria Cecilia Narváez, Al padre Francisco de Roux, a aquel capellán de la Universidad Pedagógica Nacional de nombre Luis Enrique y de apellido que se me escapa, a aquel sacerdote del barrio Galerías de Bogotá cuyos nombre y apellido se me escapan, a “los sacerdotes jesuitas Javier Campos y Joaquín Mora” de quienes me habló Villoro en una columna, al sacerdote y santo jesuita Antonio Beristaín de que me habló Savater en otra columna, al padre Ernesto del escritor Mario Mendoza, al pastor sin nombre ni apellido con que se desahoga Karl Ove Knausgard a la muerte de su padre y a todos los demás que no conozco pero que ardo en deseos de conocer esta mínima luz de esperanza que todavía orienta entre tanta tiniebla.


105. A falta de un mejor nombre, llamo “sensación cataclísmica” a este fatalismo que me define desde muy niño, un niño que convertía una simple gripa de su madre en orfandad inevitable; que, ya adolescente, se atormentaba con la certidumbre de una impotencia incurable cuando apenas comenzaba a descubrir los deleites del tálamo -y de las alfombras, el pasto; los ascensores, las escaleras de edificio; los ríos, el mar-; que, siendo aún muy joven, convertía en suyas y en lastres para su cuerpo y mente cada enfermedad sobre las que le ía o de las que oía; que, instalado en la seguridad económica y laboral de sus treinta, dejó de centrarse tanto en sí mismo y se aplicó casi con masoquismo a registrar e intentar comprender cuanto de malo -claro que sin perder de vista lo bueno- ocurría en el mundo; y que hoy, cerca de la cincuentena y prácticamente despojado de la exigüísima ración de optimismo que logró arañar en la repartija genética, mira con horror pero sin sorpresa cada nuevo desvarío de los poderosos que lo conducen sin falta, y con el aplauso o la irresolución de los millardos que son a un tiempo sus víctimas y cómplices, a un desenlace nuclear y medioambiental, o político y económico y social. ¿Qué porcentaje de la humanidad, circunstancias del yo aparte, conocerá de primera mano lo que acá cuento: que no hay dicha o alegría o entusiasmo o esperanza que no estén signados por el presentimiento -por lo común infundado- de un infortunio que venga a cagarse en todo?


106. Si los humanos confesáramos todo lo malo que pensamos y sentimos cada tanto a lo largo de nuestras vidas, concluiríamos forzosamente que en cada uno de nosotros, sólo que con intensidades distintas, bulle inexorablemente la maldad. La siento en mí y no en pocas ocasiones en que he llegado incluso a maldecir (mentalmente) al ser que más amo en esta vida -mi madre-, o a desearles la muerte (mentalmente) a personas que espero tener siempre a mi lado. La reconozco en esas mismas personas, que se esfuerzan para intentar disimular la alegría -por lo general pasajera- que les producen ciertas desgracias ajenas. ¿Que cómo lo hago? Oyendo con suma atención las palabras que la boca de turno profiere y las cadencias de esa voz, que no logra controlar la disonancia. Y todos, sin excepción, nos vemos obligados a callar muchas de esas mezquindades por completo involuntarias de nuestras humanas naturalezas, incapaces como somos de lidiar con tanta miseria de la que, reitero, no somos responsables. ¿O me van a decir que es culpable el hijo que en un rapto de locura silenciosa quisiera ver muerta o matarla él mismo a esa madre a la que casi siempre tanto quiere? ¿O me van a decir que es culpable la envidiosa a la que se le pasa por la cabeza que la cara se le desfigure a esa hermana a quien tan unida siempre ha estado? ¿O me van a decir que es culpable el envidioso que se alegra momentáneamente con la tragedia que le acaba de ocurrir a un amigo al que, así no lo crean, mucho aprecia y todo porque aquel amigo fue hasta entonces más feliz y afortunado? No, no nos engañemos: reconozcamos que en las honduras más recónditas de la conciencia de cada ser consciente que en el mundo ha sido se enquista el horror de lo monstruoso, del que nadie -pero nadie es nadie- escapar puede. Nadie: ni usted, ni ella, ni él, ni ustedes ni mucho menos yo, que por algo esto escribo. Ni el más santo de los santos -en el supuesto de que algo así sea posible tratándose de humanos-, ni el más bueno de los buenos o el más virtuoso entre los virtuosos está libre del pecado original: schadenfreude lo bautizaron los alemanes, que yo sepa los únicos que se han atrevido.


Me pongo a pensar en cuántos de mis estudiantes, incluso algunos de los que me aprecian o creen que me aprecian, padecerían -porque se padece- una oleada de schadenfreude al enterarse de que su profesor ciego, camino de la universidad, sufrió un accidente: cayó entre una alcantarilla sin tapa que había en un andén cualquiera. Pero como esa sensación nos avergüenza indefectiblemente si la sentimos en relación con alguien al que no se odia, pues sacudimos la cabeza e, instintivamente, le pedimos perdón a Dios -incluso los muy ateos- por sentir eso tan horrible que acabamos de sentir o que seguimos sintiendo pero que intentamos, casi siempre con éxito, sepultar bajo expresiones compasivas y fórmulas convencionales: “¿Que se cayó? ¡Pero dónde! ¡Dios mío! ¿Pero está bien? ¿Venía solito?”. Adelante, pues, con el único antídoto contra semejante destino vergonzoso: la negación a ultranza.


107. Si un buen día se despiertan picados por la curiosidad de saber con certeza cuánto ha cambiado el mundo desde que dejó de ser analógico para transmutarse en virtual producto de las pantallitas a que cada lelo se aferra con la desesperación con que el arrastrado por la corriente al tronco de árbol que logró pescar en su descenso a los infiernos, no es sino que lean con toda atención ‘Penas’ de la insuperable Lucia Berlin, viajen a un balneario nada más que con un esfero y una libreta de apuntes y se sienten a observar: pueden estar seguros de que los observados en ningún momento, bajo ninguna circunstancia se van a dar por aludidos de que ustedes los observan.


108. Descubrí hace poco que me estoy volviendo agorafóbico y la razón, más que la inseguridad galopante de Bogotá, es el descomedimiento del ruido, que todo lo coloniza aquí, en Mariquita: desde los pitos estridentísimos y revientatímpanos de las motos más insignificantes y cutres a los idénticos del camión y la tractomula, desde el reguetón o la bachata a todo taco en cualquier almacén de zapatos o ropa a los miles de megáfonos con que en una misma cuadra los vendedores vocean sus chucherías, desde los televisores a todo volumen con noticias a los altoparlantes con bachata o reguetón que atruenan los pobres oídos dentro de un mismo restaurante o cafetería, desde los timbrazos insoportables de millones de celulares a los millones de videos que cada lelo (mi amigo Pérez-Reverte los llamaría “idiotas sociales”) oye sin audífonos en las bibliotecas, iglesias, salones de clases, bancas de parque, vestíbulos de hotel, oficinas, salas de espera de lo que sea, urgencias de hospital, quirófanos de hospital, baños de hospital, cafeterías de hospital, capillas de hospital, cuartos de hospital, camas de hospital, morgues de hospital y cementerios. Y aquí viene la súplica de un desesperado: ¿habrá alguien capaz de echar a rodar una nueva pandemia un poco más letal que la del coronavirus para que vuelvan los encierros masivos y con ellos el silencio, a ver si por fin puedo leer ‘Discorde’, de Mike Goldsmith?


109. Según como se mire, el amor de los que nos aman puede ser -lo es casi siempre- una bendición de Fortuna la veleidosa o -sólo en muy contadas ocasiones- el peor de los lastres, y explico lo segundo. Si usted es un enfermo crónico o incurable del cuerpo y la mente -una cosa conduce a la otra y viceversa- y está mamado de serlo; si usted es un desencantado o un desesperanzado o un desesperado crónico e incurable y está mamado de serlo; si con usted la perra vida se porta muy mal y no le da tregua en su mala suerte congénita y está mamado de que con usted se ensañe y como los otros cree que la única y definitiva respuesta es el suicidio, el amor de los que lo aman pasa a ser algo tan indeseable como la vida misma. ¿Es o no es cierto, mis muy estimados cófrades de Harry Haller?


110. Me escribe una amiga a la que quiero aunque no la conozca personalmente -ni falta que hace-: “¿Cómo se puede vivir en un mundo sin libros? Más aún: ¿cómo se puede sobrellevar el oscuro caos de la existencia sin contar con el orden de la escritura? Imagínate esa ceguera colosal, que el alfabeto sólo fuera para ti un incomprensible puñado de manchitas, unas cuantas hormigas de tinta sin sentido”. Y yo le respondo: “Estimada Rosa:


Justo en estos momentos, mi hermano el cristiano y millones de creyentes fervorosísimos más de la fe que sea se estarán preguntando: ‘Pero y ¿cómo se puede vivir en un mundo sin Dios?’, mortificados y rabiosos por mi falta de fe y quizás también por la tuya. Y de forma simultánea, en muchos otros ámbitos, habrá fanáticos del fútbol, de los videojuegos, del rock de los 60, de la astrología y de cuanta manía se te venga a la cabeza preguntándose cómo es posible que haya aburridos que a esas horas tengan un libro entre las manos sin que los mate el tedio.


Por otra parte, déjame contarte que tras veintitrés años de docencia universitaria demasiado insatisfactoria por lo que a lectura y escritura se refiere, hoy tengo por muy dignos a aquellos que, por nunca haber pisado la escuela, no saben que la zeta se llama zeta y por tanto no pueden identificar ni ese ni ningún otro caracter dentro de un texto, y por muy indignos a los que sí saben y pueden hacer justamente eso mas no comprender nada de lo que leen y por supuesto tampoco expresarse por escrito pese a alardear de sus diplomas profesionales y hasta de sus especializaciones, maestrías y doctorados. Te cuento que a mí -y sé que a otros tantos: ¿te suenan María Elvira Roca Barea y Javier Marías?- el analfabetismo que me quita el sueño no es el del iletrado propiamente dicho, sino el de los analfabetos funcionales que, a diferencia de los primeros, desconocen que lo son pero si lo supieran, tampoco les importaría.


Un abrazo y un beso fortísimos y ¡a ver cuándo es que por fin nos vamos a conocer personalmente!”.


111. Una pregunta para los estadígrafos. De diez amoks adolescentes o en todo caso muy jóvenes que -de momento- en los Estados Unidos de América cogen (¿sin permiso?) uno de los fusiles de asalto de papá y mamá o se compran un fusil de asalto con el dinero que papá y mamá les dieron de regalo en el cumpleaños, ¿cuántos mientan el título de una novela o el de un cuento y cuántos el de un videojuego o el de una serie a manera de “móvil” para la perpetración de la matanza?


112. Un muy buen ejemplo de “autocensura” es el silencio que algunos nos imponemos ante cada despropósito que oímos repetir aquí y allá en referencia a la religión, a las religiones. Desde el que cuenta el cuento del todo inverosímil de que entre los hombres vivió treinta y pico años el hijo carnal de un dios improbable o que a ese dios improbable le llevó menos de una semana crear y poner en su sitio lo que parece haberse llevado entre trece mil y catorce mil millones de años para ser lo que es, hasta el que asegura que la vida no es sólo una sino múltiples facetas del mismo horror, a los que tales ideas nos parecen ocurrencias disparatadas se nos fuerza a callar cuando lo que querríamos es cortar por lo sano con todo aquello mediante un gesto desaprobatorio o el abandono sin dilaciones ni formalidades al que nos quiere dar la lata. Y la razón de que casi nunca cedamos a esos impulsos es la desmesura hipócrita esa de que “toda creencia religiosa es respetable”. A mí la única creencia que en este sentido me ha parecido del todo respetable es la de un colega que hace algunos años me contó, cuando nos tomábamos un café de entre clases, que era católico por tradición familiar y que claro que el creacionismo no constituía para él cosa distinta que una candidez de pésimo gusto pero que, aun cuando se atenía a los datos científicos que cifraban la edad del universo en lo que la cifraban, en él sí que alumbraba la convicción de que detrás de su origen tenía que haber una entidad superior que lo forjó. “Tan probable como que la cuna se meza sin ayuda de ninguna mano” creo que le respondí, antes de despedirnos para volver al corte.


113. Me mamé, simplemente, de que en cada restaurante bueno o mediocre aunque con ínfulas a los que voy me pregunten -y para completar en tuteo meloso- no bien me alisto para recibir el batacazo del importe a pagar: “¿Deseas incluir la propina?”. Deseo -debería contestarles- a las mujeres de ciertos prójimos y a las hijas jóvenes de algunos amigos, fumarme un cigarrillo con el primer tinto del día, acariciar a mis gatos cuando ellos lo tienen a bien, masturbarme en la más absoluta intimidad pensando cada vez en una de mis frustraciones venéreas o rememorando una dicha distinta de la carne, morirme joven y no resucitar más nunca. ¿Pero librar de la obligación de la nómina a quien por lo común me tima y me decepciona?


114. Baladroneaba del modo siguiente, en recientísima columna, el protagórico y cartesiano autor de -entre otros- ‘Ética como amor propio’, ‘Ética de urgencia’, ‘Ética y ciudadanía’, ‘Invitación a la ética’, ‘Los caminos para la libertad: ética y educación’ y, sorpréndanse, también de ‘Tauroética’: “En una de las escenas más sugestivas de Moby Dick, el honrado y prosaico Starbuck reprocha al capitán Ahab su obstinación en vengarse de la ballena blanca: ‘¡Enfurecerse contra un ser sin uso de la palabra es impiedad!’. Y Ahab le responde: ‘Todos los objetos visibles no son sino máscaras. En cada acontecimiento, en el acto vivo, en la acción resuelta, algo desconocido, pero siempre razonable, proyecta sus rasgos tras la máscara que no razona. ¡Y si el hombre quiere golpear, ha de golpear sobre la máscara!’. Lo humano es utilizar las cosas y seres naturales como parte lúdica o trágica de un tablero simbólico en el que se desenvuelve nuestro destino. Ponemos intención expresiva en el opaco reto de lo que nada explícito formula, pero todo puede significarlo para nosotros: montañas, simas, océanos, bestias, planetas lejanos, cataclismos, agujeros negros… La mente humana se ejercita coloreando agujeros negros. Y dando voz tierna o amenazadora a lo que no habla…”. 


Parece increíble que quien esta barbaridad trae a cuento y reafirma, en tono de chacota y con total desprecio del sentir y la ética ajenos -por ejemplo los de los animalistas y los ecologistas ecuánimes, que claro que los hay-, sea el mismo Fernando Savater cuasi lacrimoso que en sus columnas rememora demasiado a menudo la muerte de su esposa, o el indignado y serio que -como es apenas natural- sigue clamando contra la impunidad y las tajadas generosas de poder con que se premia al terrorismo etarra. Desde hace algún tiempo sospecho que el filósofo, en su guerra a muerte contra la estupidez y la sinrazón del peor buenismo (que yo también combato, salvo que esforzándome muy mucho para no revolver peras con manzanas), anda actualmente tan confuso y extraviado como en su momento lo estuvieron algunos “idealistas” que por cerrazón y soberbia se “transformaron” en lo que son hoy y no van a dejar de ser ni aun muertos: terroristas, secuestradores y asesinos despreciables a los que de cuenta de un “ex” real o supuesto, quienes quisiéramos verlos pudriéndose en la cárcel y ardiendo en los infiernos nos tenemos que tragar en cambio el sapo de verlos pavoneándose, a los muy granujas, en Parlamentos y ocupando curules que tendrían que estar reservadas para los representantes de sus miles de víctimas.


De verdad que yo sí hago votos por que usted, maestro Savater, recapacite y recomponga a fin de que no se siga envileciendo innecesariamente y desvirtuando con semejante cara dura su obra tan meritoria.


115. Si existen tres palabras que consigan explicar muchos de los problemas del mundo y en todos los ámbitos, esas son arbitrariedad, cinismo e incoherencia (el orden es, aclaro, meramente alfabético). El tirano y su cohorte de áulicos y carniceros que, alegando su derecho a la seguridad y a no sentirse amenazados por nadie, invaden un país vecino y matan a civiles inermes de todas las edades y destruyen ciudades e infraestructura y condenan a toda una sociedad a la diáspora o a la intemperie en la indigencia, y al atraso, el miedo y la angustia crónicos del desposeído. El yihadista pederasta que, para alcanzar un cielo prostibulario colmado de huríes, hace de cualquier lugar concurrido su infierno particular. El partido único de un país que a diario le grita al mundo su derecho a una autodeterminación que sin embargo él les niega a sus más de mil millones de súbditos. El profesor y el estudiante de campus público -el nombre universidad sólo debe ser para aquellas que sin cortapisas celebran y prohíjan el universo- que se quejan de la inexistencia o el menoscabo en la libertad de opinión y expresión de que supuestamente son víctimas, pero que al mismo tiempo le impiden (muy a menudo con violencia) a cualquiera que piense distinto o disienta de su radicalismo que ejerza la suya. Los hipócritas y autodenominados ‘provida’ que se oponen al aborto pero que difícilmente aceptarían hacerse cargo del niño que una mujer no está o no se siente facultada para criar. La iglesia que dice defender la vida hasta sus últimas consecuencias a sabiendas de que muchos de sus predicadores les han desgraciado la suya a cientos de miles de niños y jóvenes víctimas de la pederastia y otros pecados abominables. El autor de renombre que busca enseñarle al mundo entero con sus publicaciones de qué va aquello que llamamos ética pero que les declara una guerra sin cuartel a los que la conciben diferente y sin saberlo luchan contra tropelías que curiosamente constituyen gustos y aficiones personales que aquel “librepensador” no está siquiera dispuesto a reconsiderar. El padre o la madre de familia que lleva con autoridad las riendas de su casa pero que les enseña a sus hijos a no dejarse mandar ni joder la vida de nadie en el colegio o en la calle. El profesor mediocre -¡legión, legión!- que le fustiga al gobierno de turno y a los precedentes -claro que sólo si son de derechas o de centro- su desinterés en la educación pero que improvisa en cada clase que dicta lo que le sale de la mollera y aprueba a todos los estudiantes con notas sobresalientes, según él en procura de “la equidad y la no discriminación”. Como ven, la lista es interminable.


116. Nada que sorprenda: que los que hablan hoy de “ciencia hegemónica” y de “justicia epistémica” sean los mismos que reivindican a grito pelado la necesidad de “universalizar el derecho a la educación superior”, de “el arte y la cultura como construcciones colectivas de las que nadie debe quedar excluido” y de otras sandeces por el estilo. Alegan todas estas lumbreras que cualquiera, dado que “todos somos igualmente inteligentes” porque “en cada ser humano alumbra un genio potencial”, podría ser un Einstein, un Bethoven, si a todos se nos procuran las oportunidades de que sí gozan los privilegiados, entre los que tan difícil es asimismo que brote la genialidad. Pero mis amigos no reparan en eso. Obcecados en su idea fija de que si Messi hay solo uno no es porque el astro argentino sea un muy disciplinado prodigio de su deporte sino por la falta de canchas en las barriadas, de que un políglota probado lo es no por su talento innato y su consagración al estudio de las lenguas sino porque tuvo dinero y por tanto posibilidades de aprenderlas en los mejores institutos y universidades, de que si Diana Trujillo destaca hoy por hoy en la NASA se lo debe más a hipotéticos nexos y conexiones que a su brillantez científica y entereza personal, los susodichos se niegan en redondo a entender que no todo el que puede hacerlo quiere estudiar (en las universidades abundan los matriculados y escasean los estudiosos), que el hecho de tener un papá escritor o una mamá artista no supone que yo sea al menos un buen lector o un estudioso del arte o que raros son los casos de hijos inventores de padres inventores. Que yo sepa, mis posibilidades como escribidor son, si las comparo con las capacidades y los logros editoriales de una Lucia Berlin o de una Irene Vallejo, de un Stefan Zweig o de un Karl Ove Knausgard, tan ínfimas como las de cualquier escribano buenista hablapaja de cualquier facultad de humanidades al que se lo compare conmigo. Lo comprendo, lo acepto y me hago cargo.


117. Recuerdo la tarde en que un veinteañero pedante, alumno también de literatura, abrió dos ojos como platos cuando me preguntó y yo le dije que no, que no había leído a Gracián y ni siquiera oído su nombre. Sé lo que sé -de eso respondo- y, lo que no, puede que lo aprenda algún día.


118. Estudié para profesor con la ilusión de poder fomentar entre mis estudiantes el amor por la disciplina, la exigencia y la excelencia académicas a las que no es posible desligar, como pregona el buenismo biempensante y todopoderoso de magisterios y pseudointelectuales de izquierdas, de la necesaria jerarquía que impone el mérito. Ignoro si fracasé sin atenuantes o si algo muy modesto conseguí. Lo que sí sé es que de haber tenido la suscripción que hoy tengo a la DW y la alegría de ver en Televisión Española Saber y Ganar de lunes a domingo si se me antoja, con invitar a los muchachos a compartir conmigo esos deslumbramientos cotidianos me habría bastado.


119. ¿De qué tamaño es el abismo que se abre entre la escuela de los que ven en la disciplina, la exigencia, el rigor y la excelencia lacras que perpetúan la discriminación y la exclusión y frustran cualquier posibilidad de equidad o igualitarismo y la que sin proponérselo nos plantea este testimonio de un inmortal: “Lo que quiero decir simplemente es que, siempre que he intentado hacer algo en mi vida, he puesto todo mi empeño en hacerlo bien; que, cuando me he consagrado a algo, lo he hecho en cuerpo y alma; que, tanto en las cosas pequeñas como en las grandes, he trabajado siempre con la mayor seriedad. Nunca he creído posible que una habilidad natural o adquirida pudiera desdeñar la compañía de otras virtudes más humildes como la laboriosidad y la perseverancia. En este mundo no hay nada comparable al deseo de llegar hasta el fondo de las cosas. Es posible que el talento y la oportunidad constituyan los dos largueros de la escalera por la que algunos hombres suben, pero los peldaños deben ser sólidos y resistentes; y nada puede sustituir a una voluntad ardiente y sincera. Ahora me doy cuenta de que mis reglas de oro han sido no hacer nada a medias y no menospreciar ninguna de mis tareas, cualesquiera que fueran”? ¿En poder de cuál de las dos obra el secreto de las transformaciones a que aspira toda sociedad más, o menos, democrática?


120. Entre mis luchas diarias, ninguna como la que sin tregua libro para impedir que el horrísono español de la mayoría de medios por los que me informo y de las reuniones de profesores de los departamentos de lenguas en que trabajo se me instale en la sesera y de ese modo acabe hablando como cualquier reportero del informativo de Yamid Amat y escribiendo en galimatías inclusivo de revista indexada de humanidades. Si por estos días Mein Kampf obra los efectos deseados se lo debo a dos traductoras formidables, que me están haciendo alucinar, respectivamente, con ‘Manual para mujeres de la limpieza’ y David Copperfield: Eugenia Vázquez Nacarino y Marta Salís. Un abrazo y un beso colmados de gratitud para ambas.


121. Asegura André Gide que “con los buenos sentimientos no se hace literatura”: que demuestren los que de esta máxima se hacen eco, claro que si pueden, que el capítulo 43 de David Copperfield y la novela toda no lo son.


122. Asegura André Gide que “con los buenos sentimientos no se hace literatura”: que prueben los que de esta máxima se hacen eco, claro que si pueden, que ‘A ver esa sonrisa’ no lo es.


123. Cuando de por medio hay un gran escritor tipo Dickens o Berlin, los buenos sentimientos, los malos sentimientos, los sentimientos más vulgares -lo cursi de mal gusto (¿o me van a decir que no conocen lo cursi bello?), lo ramplón, lo guachafo, lo guiso, lo corny, lo cheesy-, los sentimientos más nobles y los más innobles devienen literatura gracias a su genialidad.


124. Tres conceptos entrañables que pervirtió la chusma ecolálica: qué es un héroe o de qué va el heroísmo; en qué consiste el perdón; a qué “exactamente” se lo puede llamar histórico.


125. La literatura, que sirve para tantas cosas maravillosas, resulta del todo ineficaz si de lo que se trata es de impedir que el ególatra, el pagado de sí, el egotista inficionado por el complejo de Dios reflexione sobre el sentido del ridículo y en consecuencia lo evite: ¿ya vieron en YouTube el numerito de Francisco Umbral titulado ‘He venido a hablar de mi libro’? Deplorable.


126. Las muertes recientes de Antonio Caballero y de Javier Marías le arrebataron al mundo -a mi mundo- una porción generosa de la siempre escasísima lucidez que, por serlo, es incapaz de disipar las tinieblas, ellas sí ubicuas. De ustedes dos, maestros, me queda, a más de sus artículos y libros, el ejemplo inestimable del que opina y debate -Marías siempre y Caballero casi- sin traicionar su conciencia. Aunque me alcanzo a imaginar qué habrían escrito acerca del apuñalamiento aleve y cobarde de que fue víctima Salman Rushdie a manos del maldito yihadismo islámico, me quedé sin saberlo. Lo que sí sé, en cambio, es que ninguno de los dos habría pasado de agache ni en este ni en prácticamente ningún otro tema de esos tan espinosos que ponen en riesgo la integridad y la vida del que se compromete y denuncia o condena.


“…Aunque añadiré que lo primero que uno debe hacer es intentar no ser un héroe muerto. Una cosa es huir de tu responsabilidad social […] y otra cosa es ser suicida. Entiendo muy bien a aquellos que callan tras llegar a cierto punto de peligro; y a aquellos que huyen. No sólo los entiendo, sino que los aplaudo”, reflexionaba ayer en su columna semanal una mujer brillante por quien profeso iguales admiración y respeto -además de amor-, pero de quien me distancio del todo en esta ocasión. Que callen y huyan, si les da la gana y los vencen el miedo y la desinformación y la apatía, mi madre y mis hermanos, mis amigos y vecinos adictos a sus disfrutes, el funcionario gris de entidad pública o de banco de archimillonario, el deportista ignorante y la ignorante modelo pero jamás el que motu proprio informa y opina. Los que a eso nos dedicamos por vocación, con o sin paga, estamos en la obligación de ser igual de suicidas y temerarios que los miserables hijos de Alá que no tienen miramientos a la hora de estallarse en medio de una multitud de inermes a los que condenan al infierno de su violencia en procura de un cielo más falso que su fe.


Tengo el pálpito de que los que como tú opinan en el caso de Salman Rushdie, de Naguib Mahfuz y de Charlie Hebdo tal vez crean que si no se incomoda a los terroristas de la religión y de la política ellos no van a tener motivos para atacar pero se equivocan. Al menos tanto y con igual estruendo que los bellacos que hoy justifican la invasión rusa a Ucrania con el argumento falaz y ruin de que Europa provocó al criminal de guerra que preside el Kremlin, o los que, con ingenuidad insultante o auténtica mala fe producto de su afinidad ideológica, abogan por la negociación y el apaciguamiento de las relaciones con las tiranías china, norcoreana, venezolana, cubana, nicaragüense y hasta con la siria. Mis aplausos tienen destinatarios concretos: Salman Rushdie, Fernando Vallejo, Marina Ovsiánnikova, Noor Ammar Lamarty, John Carlin y demás suicidas temerarios de la pluma o el micrófono. Claro que mejor lo explican, y a dúo, Nietzsche y Zweig:


“En lo que se refiere al conocimiento, ‘la ceguera no es sólo error, sino cobardía’, y la indulgencia es un crimen, pues aquel que tiene miedo o vergüenza de hacer daño, aquel que teme oír los gritos de los desenmascarados o retrocede ante la fealdad del desnudo, ése no ha de descubrir nunca el último secreto. Toda verdad que no alcance el punto más extremo posible, toda veracidad que no sea absoluta, no constituye nunca un valor absoluto. […] No hay verdades de gran estilo que surjan por adulación; no hay grandes secretos que puedan ser descubiertos en una charla llana y familiar; la naturaleza sólo se deja arrancar sus secretos más preciosos a la fuerza, con violencia, con tenacidad; gracias a la brutalidad se puede hacer la afirmación, en una moral de gran estilo, de ‘la majestad y la atrocidad de las exigencias infinitas’. Todo lo que está oculto exige mano dura e intransigente; sin firmeza no hay sinceridad ni ‘conciencia de espíritu’. ‘Donde desaparece mi sinceridad, quedo en las tinieblas, allí donde quiero saber, quiero también ser sincero; es decir: duro, severo, intransigente, cruel e inexorable’…”.


127. Si la pregunta infaltable de entrevistador que no lee pero posa de muy culto y perspicaz fuera, en lugar de “¿Qué libro se llevaría a una isla desierta si sólo pudiera escoger uno?”, “¿por qué género literario se decantaría usted si se lo forzara a leer y especializarse en ése y sólo en ése?”, me vería, como cualquiera que ame la literatura, en serísimos aprietos para dar una respuesta. Tanto más cuanto que aquel en el que estoy pensando no existe formalmente y por ende no está bautizado.


Yo lo llamaría, de buenas a primeras y apremiado por la impaciencia del que formuló la pregunta, “la opinión de los grandes en periódicos y revistas”. Claro que sí: me refiero a los artículos semanales o quincenales que religiosamente leo entre domingo y lunes de Juan Esteban Constaín, don Juan Gossaín y Eduardo Escobar en El Tiempo; de Héctor Abad Faciolince, Carlos Granés, Piedad Bonnett, Santiago Gamboa, William Ospina y Julio César Londoño en El Espectador; de Javier Marías (ah pérdida irreparable), Javier Cercas, Irene Vallejo, Manuel Rivas (¿pero por qué dejaste de escribir, hermano?), Rosa Montero, Leila Guerriero, Elvira Lindo, María Elvira Roca Barea, Adela Cortina, Eliane Brum, Gustavo Martín Garzo, José Ovejero, Enrique Krauze, Eduardo Lago, Enrique Vila-Matas, Manuel Vilas, Javier Sampedro, Martín Caparrós, Antonio Muñoz Molina, Fernando Savater, Manuel Vicent, Juan José Millás, Álex Grijelmo, Juan Gabriel Vásquez, Mario Vargas Llosa y Fernando Aramburu en El País de España; de Antonio Caballero (ah pérdida irreparable), Enrique Santos Calderón y Daniel Samper Pizano en Los Danieles; de John Carlin en La Vanguardia o en Clarín; de Juan Villoro en Etcétera y de Arturo Pérez-Reverte en tantas partes. Ellos me permiten lo que sus ficciones o libros especializados me vedan o dificultan muy mucho: tener con sus autores un diálogo franco y periódico, tomar fiel y detallada nota de sus coherencias e incoherencias ideológicas, de sus bondades y ruindades, del valor de sus declaraciones y la cobardía de sus silencios, de lo que los atormenta o fastidia o preocupa o conmueve y deja indiferentes o alegra o entusiasma o hace exultar. De cada uno de ellos sé o creo saber (tal vez no más lo intuya), gracias a las opiniones que vierten y a las que se guardan o expresan con reticencias según sus intereses y cálculos, a sus análisis sesudos y a sus juicios de valor, a sus obsesiones de largo aliento y a sus monomanías transitorias, si estoy ante lo que para mí es un muy buen ser humano -los imprescindibles-, ante un ser humano a secas tipo la mayoría -los “inocuos”-, ante un malandrín -los prescindibles- o ante un canalla en toda regla -los indeseables-. De ahí que pese a admirarlos a todos -el motivo por el que los leo y los voy a seguir leyendo-, sólo me apetezca conocer a los del primer grupo, que no llegan a diez. Y de entre ellos, a Rosita Montero en primerísimo lugar.


128. La aspiración eterna de gran parte de la humanidad: poder leer los pensamientos de los que, por las razones que sean, nos interesan, importan u obsesionan. Conozco el abracadabra: se llama “opinión de los grandes en revistas y periódicos”.


129. Me disculparán ustedes, pero es tanta la desconfianza mezclada con desprecio que me producen casi todos los políticos y muy particularmente los de las extremas, que hablando acá conmigo mismo le pregunto a Gregorio -suspicaz y desconfiado este man como sólo pueden serlo los ciegos respetables- si el apuñalamiento de Bolsonaro en 2018 y el disparo fallido a Kirchner de 2022 no habrán sido ideados y orquestados con toda diligencia por ellos mismos para hacerse con el poder o retenerlo a toda costa. -Mire -me dice el muy cabrón-: si por estúpido erostratismo hay legiones dispuestas a las mayores temeridades, por una presidencia y mil apariciones en las primeras planas y en las portadas de mayor circulación, una estancia corta en el hospital o un susto de relumbrón son inversiones ínfimas y más lucrativas que todos los tráficos y las tratas juntos. Me lo quedo mirando y me digo que con nadie estoy tan sintonizado como con él, pese a que demasiado a menudo lo odio “con la mitad del odio que guardo para mí”.


130. “La imaginación no es un estado: es la existencia humana en sí misma”: sólo quien lee religiosamente a Juan José Millás en El País de España comprende el alcance de lo dicho por el poeta.


131. Asquea ver a la vernácula policía de la moral de Occidente calculadamente histérica, haciendo como que se rasga las vestiduras porque su homóloga, la policía de la moral del totalitarismo iraní arrestó, torturó y asesinó a Mahsa Amini, ella sí una de los millones de víctimas tangibles del más aborrecible de los machismos practicado por hombres y mujeres que mutilan clítoris o permiten que se mutilen, que rocían con tíner o gasolina y les prenden fuego a Lauras Angulo colombianas o de cualquier otro país del continente que sea, que violan o permiten que violen a Zoilaméricas Ortega Murillo nicaragüenses o nigerianas, que esclavizan y explotan sexualmente a mujeres inermes (no todas lo son: ni Rosario -alias Jezabel- Murillo ni las dos ternezas que recientemente participaron en Medellín en el enceguecimiento a golpes de don Hernán Castrillón lo son) en España o en Camboya o que estupran o se lucran del estupro de hijas o parientes ni siquiera púberes con quienes se comercia legal o clandestinamente. Y mientras todos estos horrores ocurren, mientras que Laura Angulo contempla sus quemaduras en el espejo y las violentadas en grupo luchan para sobreponerse al asco y al infortunio, nuestro feminismo universitario, editorial, político, periodístico y mediático, es decir parte de nuestra propia policía de la moral, pendiente de quién no duplica el género, echa chistes verdes, exterioriza sus parafilias, confiesa sus transgresiones o lanza piropos en la calle para caerle encima y hacerle perder el empleo y con él su buen nombre. Todavía no -¿o sí?- para matarlo como la satrapía iraní a Mahsa, pero ya pronto.


132. A mí no me pregunten si he leído tal o cual cosa -no es de su incumbencia-. A mí pregúntenme qué ando leyendo.


133. Entre las paradojas que me asombran, ninguna como la de que la existencia de Jesús, el hijo carnal improbable de un dios improbable se dé por sentada pese a no haber de ella otra prueba que las fabricadas por los que dizque lo conocieron. Entre tanto, se duda de la del ciego Homero no obstante haber dejado, para que las tocáramos y olfateáramos y gustáramos y oyéramos y sintiéramos y leyéramos, entonces hoy y siempre, su Ilíada y su Odisea imperecederas. ¿Quién sino el prejuicio es capaz de semejante proeza?


134. El caso de un pobre amigo, víctima reciente del pensamiento desiderativo. Resulta que conoció, hace cuestión de meses, a la que hasta ayer nomás fue su esposa y hoy enemiga por haberlo traicionado con un conocido, o sea por haberle hecho a él lo que cuando la conoció le hizo con él a un conocido de ambos. “¿Y no te da miedo -le pregunté yo cuando me contó que se casaba- que al cabo te pase también a ti?”. Tan bravo se puso que me llamó ‘gato negro’ y ‘ave de mal agüero’. Zanjé el asunto con un silencio prolongado que hasta hoy dura, pero recuerdo que pensé que mi pobre amigo procedía como los millones que hoy descartan de plano que Putin y su panda de psicópatas se atrevan a atacar con armas atómicas a Ucrania o a los que consideran sus enemigos fuera de Ucrania. Les puse voz: “¿Y quién dice que porque Truman y los gringos lo hicieron lo vayan a hacer Putin y los rusos?”. Gatos negros y aves de mal agüero que somos John Carlin, Jacobo Deza y yo.


135. Hoy (domingo, 2 de octubre de 2022), cuando la humanidad pueda que esté a días o a lo sumo semanas del tercer ataque con armas atómicas de la historia y de la subsiguiente declaración de la Tercera Guerra Mundial, aterra, entre muchas otras realidades, el obsceno panorama político que tenemos delante. Gobiernos de extrema izquierda y de extrema derecha aquí y allá, y como cosa curiosa unos y otros, no sé si todos pero sí la mayoría, incondicionales del psicópata y muy pronto genocida ruso y de sus secundadores por acción u omisión. En mi calidad de ciudadano de este país llamado Colombia, le exijo al presidente Gustavo Petro Urrego la neutralidad militar y política de nuestra nación en el cataclismo o, si se precisare tomar partido, que se tome por el eje que constituyan Los Estados Unidos de América, la Europa antiputinista y los países que tengan a bien acompañar a Occidente en semejante sinsalida bélica. Lamentablemente, sé que me dirijo a un interlocutor ausente pues conozco de sobra las querencias y compromisos de un gobierno por el que no voté y al que le anuncio desde ya mi más férrea oposición si su resolución llegare a ser la previsible: el apoyo material o aun simbólico a los asesinos de guerra del Kremlin y a sus cochinos aliados.


136. Si las hembras de nuestra especie comprendieran lo que sí saben y ponen por obra las hembras de los bonobos (que para domeñar a los machos -al patriarcado- hay que forjar coaliciones y no propiciar colisiones entre ellas), en mucho menos tiempo que el que las feministas más iracundas llevan empeñadas en que se las haga “visibles” en el lenguaje así en la vida diaria continúen bastante sometidas, el orden imperante desde siempre se vería forzado a batirse en retirada. Ahora, que tal posibilidad sea o no deseable es un asunto por completo distinto.


137. Lee uno las soflamas políticas de William Ospina, Santiago Gamboa y Julio César Londoño -el orden en que adulan al engendro- en El Espectador, tan desmesuradas y de mal gusto ellas como los ¡ajúas! De Zapateiro cuando reivindican la honorabilidad del pueblo sufrido y trabajador, y no puede menos que preguntarse si estos manes han vivido alguna vez en Colombia; si cogen taxi, compran carne en la fama y víveres en la tienda del barrio; si alguna vez han empleado a un albañil, plomero, carpintero o electricista; si por suerte saben lo que es comprarle algo a un buhonero de playa o de chaza urbana. Por lo visto ni una cosa ni la otra pues de lo contrario sabrían que ocho de cada diez taxistas le cobran a cada pasajero mínimo dos mil pesos de más los menos ladrones; que por ejemplo durante la pandemia resultaba menos oneroso mercar en las grandes superficies porque si la libra de carne costaba en el Éxito quince mil pesos don Chucho les cobraba a las amas de casa diecisiete mil por 450 gramos; que nueve de cada diez -y me quedo corto- “rusos” y sujetos por el estilo incumplen y roban a los pobres clientes con mayores astucia y cinismo que los empleados por políticos y contratistas en su desangre al erario; que a diario turistas y viandantes desprevenidos se dan cuenta demasiado tarde de que lo que les devolvió el que les vendió el collar o el cigarrillo está incompleto o no está porque les “metieron” monedas o billetes falsos. Mis porcentajes son, estimados columnistas, un poco distintos de los suyos tan alegres y optimistas: la honorabilidad, sustantivo que no admite gradaciones, está repartida por igual en todos los estratos y ámbitos de nuestra sociedad y de muchas otras. No creo que llegue a un 20% el número de empresarios, políticos y ciudadanos de cualquier oficio que como Arturo Calle o Mario Hernández, Humberto de la Calle Lombana, Antanas Mockus o Sergio Fajardo, los dos taxistas de cada diez que no le quitan un peso a nadie, el albañil y el plomero y el carpintero y el electricista que no se vuelan con el anticipo y cumplen escrupulosamente con el trabajo para el que se los contrató merezcan el honor de que se los llame honorables. Y ya que estamos, se me antoja que la honorabilidad de quien goza del privilegio de opinar de palabra o por escrito en los medios de comunicación respetables -y El Espectador todavía lo es- reside o debiera residir en la objetividad de lo que se afirma y de los números que se suministran o sugieren, al igual que en el propósito de no transigir con nadie que no lo merezca y menos aún con esa entidad tan deleznable como inconcreta llamada pueblo.


138. Un ejemplo magnífico de cómo combatir el machismo estructural con buena literatura: “Miguel, el exmarido de Sally, y Andrés venían cada día, pero a horas distintas. Solo coincidieron una vez. Me sorprendió que automáticamente todos los miramientos fueran para el exmarido. Se había vuelto a casar hacía mucho, pero aún se debía tener en cuenta su orgullo. Andrés apenas llevaba unos minutos en la habitación de Sally. Le serví un café con pan dulce. Justo cuando lo puse en la mesa, entró Mirna.

-¡Que viene el señor! -dijo.

-¡Rápido, a tu cuarto! -dijo Sally, y Andrés se fue corriendo a mi cuarto, llevándose el café con el pan dulce. Apenas cerré la puerta, apareció Miguel.

-¡Café! ¡Necesito café! -dijo, así que fui a mi cuarto, le quité el café y el pan dulce a Andrés y se lo llevé a Miguel. Andrés se esfumó…”: ¿entienden ahora, mis muy queridas primas, amigas, conocidas y ex alumnas por qué esta congénere suya es insuperable?


Ella sabe que la lucha a muerte que en Occidente libran las mujeres desde hace tanto no ha sido en vano sino todo lo contrario, porque la única revolución con logros tangibles y perdurables en la historia de la jodida humanidad es la que relegó al cuarto de San Alejo a los machos que exigían, para casarse, un himen intacto; que apaciguó los ánimos belicosos de muchos varones y los puso más bien a cambiar pañales y a dar biberones y a asistir a las reuniones de padres en parvularios y colegios; que, a fuerza de desobediencia inteligente, hizo retroceder al papá y al hermano que le indicaban a la hija y a la hermana desde con quién salir y casarse hasta qué estudiar y opinar y por quién votar en elecciones o por qué no hacerlo; que, en fin, tiene hoy colmados los salones de clases, los laboratorios científicos, los parlamentos, las redacciones de revistas y periódicos, los estudios de radio y televisión, los bares, los hoteles, las playas y las calles de niñas, muchachas, mujeres jóvenes y maduras y ancianas que estudian e investigan y legislan y gobiernan y viajan y experimentan y beben y fuman y se acuestan cuando y con quien les da la gana. Desconocer semejante realidad innegable por el hecho de que siempre va a haber tareas pendientes e incluso retrocesos (como el que hoy tiene contra las cuerdas en muchos estados de los Estados Unidos al aborto y los anticonceptivos) es absurdo y contraproducente pues beneficia nada menos que a los trogloditas que añoran el Occidente ese sí patriarcal y machista de los bisabuelos y tatarabuelos y le da la razón al tristemente célebre femifascismo, que malcarado y siempre con el ceño fruncido quiere hacernos creer que poca o ninguna diferencia hay entre por ejemplo las afganas a las que humilla y deshumaniza la peor versión de la caverna islámica y las occidentales, envilecidas según sus voceras por un patriarcado feroz y omnipresente con el que alucinan y trafican con éxito en los medios. Donde ojalá se puedan volver a oír, cuando se atenúe al menos un poco todo este estruendo de los fanatismos actuales, las voces de las que como Lucia y Dorothy saben que nada como la comicidad y el cinismo para desafiar la arbitrariedad de los malos y ridiculizar la necedad de las tontas con ínfulas: “Bebe y baila, ríe y miente, ama toda la tumultuosa noche porque mañana tenemos que morir”; “Me gusta tomarme un Martini. Dos como mucho. Después del tercero estoy debajo de la mesa. Después del cuarto estoy debajo del anfitrión”; “Vamos, que es una de esas mujeres que jamás es feliz a menos que se sienta desgraciada. Disfruta sintiéndose desgraciada”: léase activista de la ‘cuarta ola’.


Ah, y como de lo que se trata es de que dejen de contaminarse con los reclamos siempre destemplados de las ménades del “somos las esclavas sempiternas del machismo estructural”, ahí les van, muchachas, un par de artículos de un par de amigos a cuál más inteligente y ameno: ‘Ser un machote es muy cansino’ de Rosa Montero y ‘El futuro les pertenece a ellas’ de John Carlin. Léanlos y no se dejen distraer que van muy bien, pero eso sí, sin bajar nunca la guardia porque la godarria que encarnan entre otros los representantes de los monoteísmos y sus diezmantes acecha y se sabe mover.


139. Permíteme, Lucia adorada, que te hable con la autoridad -la única que me asiste- que me confiere la ceguera congénita: esto que me cuentas (“Me pasó una cosa rara esta semana. Con el rabillo del ojo empecé a ver pequeños cuervos que pasaban volando como flechas. Cuando me volvía ya no estaban. Y cuando cerraba los párpados veía destellos fugaces, como motos surcando la autopista a toda velocidad. Pensé que sufría alucinaciones o que tenía un tumor en el ojo, pero el médico me dijo que eran máculas en la retina, que a mucha gente le ocurre…”) no es preocupante: no-lo-es. Que se preocupen alarmen y horroricen los que ven en Putin y en Xi la promesa de la justicia social que le espera al mundo cuando por fin caigan los gringos con su imperio; en las payasadas taumatúrgicas de los pastores más desvergonzados auténticos milagros dominicales; en el reguetón y la bachata el presente de un arte llamado música; en La carretera y Ensayo sobre la ceguera novelas inmortales o al menos aceptables; en Trump y en Bolsonaro a dos patriotas; en los ultraortodoxos judíos y en el Israel que ocupa Palestina y que aplasta a los palestinos a ciudadanos con derechos y a un Estado que vela por sus intereses; en los profesionales jóvenes y muy jóvenes a la generación más preparada de la historia; en los niños que dominan con pericia sus ‘smartphones’ a las criaturas más inteligentes y despiertas de cuantas han pisado nunca el mundo; en la paz total de Petro y los petristas un sueño realizable; en los campus públicos del destrozo y la pedrea y la consigna trasnochada laboratorios de estudio y conocimiento; en la complejidad por excelencia que es el suicidio un acto de cobardía o un acto de valentía y el vacío por medio; en la sobreabundancia musical y fílmica y deportiva de las plataformas tecnológicas la materialización de la felicidad que la pobre desgraciada de mi abuela analógica se murió sin conocer; en la jerigonza inclusiva un progreso hacia el igualitarismo; en la fidelidad de los cuerpos y en el matrimonio religioso la estabilidad de una vida sin mayores sobresaltos; en “nuestras pecas y nuestros peques” la inocencia y en “nuestras adultas y nuestros adultos mayores” la sabiduría. A diferencia de todo este reguero de ciegos saramaguianos, tú por lo menos cuentas con ese diagnóstico. Así es que mucho ánimo, mi amor platónico.


140. ¿Pero y yo cómo hago para decirles a don Hernán Castrillón y a todos los ciegos devenidos que no conozco que nada está perdido, que no se van a morir sin volver a ver porque la cura está inventada y tiene nombre? Se llama literatura y es en sí misma un prodigio y un milagro, pero no de pastor taumaturgo de iglesia cristiana: “Veo ciervos, en cambio, subiendo por las laderas del monte Sanitas y la cresta Dakota cuando los primeros albores iluminan las rocas. Si hay nieve y hace mucho frío, las cimas se arrebolan, el hielo convierte el alba en un vitral rosado, coral fosforescente”; “Ahora las urracas pasan como relámpagos azules, verdes sobre el fondo nevado. Tienen un graznido similar, mandón y estridente”. Ojalá llegue el día en que venza toda esta abulia, todo este hastío que me tienen maniatado y por fin me decida a escribir algo que ya cuenta con un título. ‘Del prodigio de ver siendo ciego’ se va a llamar, si la suma dificultad de escoger y clasificar cientos o tal vez miles de bellas -por bellas o siniestras- imágenes tipo las dos anteriores no se termina imponiendo y postergando para nunca este anhelo. Envidio a mis gatos y a Pérez-Reverte: una voluntad como la de ellos es lo que le pediría al diablo en un pacto. Claro que tras haberle pedido, en primerísimo lugar, dichas venéreas de muy diversas edades: “De entre catorce y cuarenta y cuatro, Señor” le señalaría, aunque sólo para facilitarle la tarea.


141. Más fácil se acaba la humanidad producto de un intercambio de atenciones entre las potencias atómicas que la guerra contra las drogas y a favor de los narcotraficantes por iniciativa de los Estados Unidos de Biden o del que sea. Que prueben entonces Petro, Boric, López Obrador y demás gobiernos de izquierdas del continente de qué esta hecha su tan cacareada rebeldía y regulen “unilateralmente” la producción y la comercialización no sólo de la mariguana sino también de la cocaína. La coyuntura está que ni pintada para por fin legalizar el consumo de esas y otras drogas, produzcámoslas nosotros o los afganos: ¿acaso quién respeta y le teme hoy al por desgracia decadente imperio del norte? Desde luego que no los chinos ni los rusos, tampoco los saudíes, los sirios o los turcos, los serbios y ni siquiera los húngaros del baladí Orbán. Y ojo que no ironizo ni mamo gallo: si no aprovechamos la tan afamada aunque todavía pendiente de demostración indocilidad de los que siempre supieron qué hacer con el poder cuando fungían de oposición a lo largo y ancho de Latinoamérica, y la blandenguería de los demócratas que aún no resuelven el dilema de si darle prelación a la lucha contra el xiputinismo fuera o al trumpxiputinismo dentro, la vacilación nos va a pesar lo que nos quede de vida colectiva porque en lo que nos rasquemos un ojo, Donald o uno de los suyos, un vástago de Uribe u otro Titeriván van a estar de vuelta con más de lo mismo, salvo que reforzado.


142. Le juro, admiradísimo Manuel Vicent, que no bien leí esta reflexión suya, atinada y premonitoria (“Aquí ya no hay cabras que tiren al monte. Ahora todos somos ovejas pasivas y no hay ninguna que se atreva a salirse del rebaño. Parece que la sociedad civil se ha quedado exangüe, sin pulso. Existe la creencia de que hagas lo que hagas no va a servir de nada, de modo que lo mejor es quedarse en casa. Al menos los cerdos chillan cuando presienten que los van a sacrificar. Las ovejas, no. Muchas veces en la carretera uno se cruza con un camión lleno de corderos hacinados que se dirigen al matadero. Esta imagen podría ser el paradigma del tiempo en que vivimos…”), me sentí impelido a recabar apoyos entre mi familia más inmediata con objeto de plantarnos ante la embajada rusa en Bogotá y protestar, como cinco golondrinas que no hacen verano, por las tropelías que perpetra su país. Sin embargo, tengo que confesarle avergonzado que estaban tan embebidos mi nieto en sus videojuegos, mi hermana en sus redes sociales, mi hermano en sus rezos y mi madre en sus telenovelas y reálitis que desistí. Y paradójicamente yo, que no sólo me manifestaría en la mismísima Moscú sino que me ofrecería a aplastar con las manos que esto escriben al bicho del Kremlin -con guantes, eso sí, para no ir a untarme de sus efluvios nauceabundos-, me encuentro condenado por la bendita ceguera, como bien lo puede ver usted, a pasarme la vida entre libros e ideas, entre la bronca y la impotencia del que quisiera pero no puede proceder en persona en contra de los canallas y los miserables.


143. Dos ideas condenadas al fracaso desde su concepción, y ambas por la misma razón: el desconocimiento de la naturaleza humana, carencia que se suple con dosis altísimas de pensamiento desiderativo. Por un lado, esta quimera demagógica bautizada por Petro y el petrismo con el oxímoron “paz total”. ¿Paz total en una sociedad adoctrinada por la extrema izquierda -hoy en el poder- y por la extrema derecha -que llora su pérdida- e intimidada por incontables bandas de asesinos que se identifican con una, otra o ninguna? ¿Con el narcotráfico y la corrupción más saludables que nunca? ¿Con semejantes niveles de impunidad y de injusticia en todos los ámbitos? ¿Con las calles de pueblos y ciudades sumidas en el caos y la inseguridad derivados de la incapacidad y la desidia de los que por mirar por sus intereses no legislan ni gobiernan o lo hacen con chambonería: la impronta nacional? ¿Con esta “ciudadanía” que en lo sustancial es la copia exacta de la clase dirigente? Por otro, el anhelo machista del feminismo que pretende acabar por decreto con la prostitución en el mundo entero. Y digo machista porque las dirigentes de la ‘cuarta ola’ se conducen con las prostitutas que voluntariamente ejercen aquel noble oficio como en un pasado remoto se conducían con sus esposas y hermanas e hijas nuestros bisabuelos y tatarabuelos: desoyéndolas y ninguneándolas porque sólo ellos sabían lo que a ellas les convenía y les correspondía. Y por desoír y ningunear a las prostitutas es por lo que el buenismo es incapaz de diferenciarlas a ellas de las víctimas de la explotación sexual del tipo que sea, delito que hay que combatir y castigar sin tregua y sin contemplaciones. Lo que las prostitutas y sus clientes necesitan es, mis muy estimadas virtuosas, legislación clara y garantista y no la persecución y la clandestinidad que engendran carteles.


144. ¿Quieren ustedes saber qué es un “columnista-militante”? Lean, entonces, ‘Diez semanas de cambio’ de Julio César Londoño y ‘Anunciar no es gobernar’ de Mauricio Botero Caicedo. “Sindéresis, muchachos -dan ganas de decirles al tiempo que se les rasca la cabeza-, sindéresis que esto apenas arranca. Ni cambios tangibles ni meros anuncios. A lo sumo y de momento, atisbos y corazonadas. Todo está por verse y por saberse. (Nota: si tras leer en El Espectador aquel par de artículos no les queda del todo clara la categoría, busquen allí mismo las columnas que Londoño y Botero publicaron en octubre de 2018, o sea cuando la presidencia de Duque apenas despuntaba. Verán cómo al que hoy ve el presente y el futuro con entusiasmo y optimismo, todo le parecía entonces trágico y tenebroso y viceversa.)


145. Ah, pero en aras de la “paridad de género” (otra frase-engendro salida de las entrañas del empoderamiento buenista), déjenme que relacione un caso más de columnista-militante pero esta vez por omisión, seguido de apenas una mención muy elocuente de alguien que se esfuerza por propender a la ecuanimidad, la cual debería honrar todo aquel que opina en los medios. Resulta que tras diez semanas -más si nos remontamos a la clandestina visita del hermano de Petro a La Picota con su cúmulo de inexactitudes y mentiras-, tras varios incumplimientos del ahora presidente que con justicia le están granjeando fama de impuntual y poco serio, tras las compras suntuarias y para rematar con sobrecostos de televisores, plumones y sábanas entre otras extravagancias dignas de arribistas ávidos de poder mas no de paladines de la austeridad y la transparencia en el uso de los dineros del erario, no pocos lectores de Cecilia Orozco Tascón en El Espectador andamos echando en falta sus concienzudas investigaciones sobre estos y otros asuntos relativos al nuevo gobierno y preguntándonos si ella, a diferencia por ejemplo de su colega Ana Bejarano Ricaurte, aún no se ha enterado de que el Titeriván y su cohorte de ineptos -un saludo para Fernando Ruiz y José Manuel Restrepo, funcionarios respetables de aquella resaca de cuatro años- ya no están al mando. Supone uno que lo que procede es esperar a ver si esta mujer tan valiente como prestigiosa periodista recala pronto en la objetividad de los mejores de su oficio, y si el presidente y la vicepresidenta recuerdan el sabio aunque machista proverbio que prescribe que la mujer del césar no sólo debe ser honesta: también parecerlo. (Nota: repitan, en procura de mayor claridad si cabe, el ejercicio de retrotracción del numeral 24. Se toparán, nuevamente, con raseros muy distintos.)


146. Siento gran debilidad por los seres humanos -una inmensísima minoría- que no disfrazan sus culpas ni se las endilgan a otros. Por un borracho amigo mío llamado Carlos que el otro día me dijo, cuando nos fumábamos un cigarrillo de entre cervezas a la puerta de la cantina de Lucio y Marcela (benditas sean tú y tu cantina, mujer), “No, Gregorio. Mi esposa me dejó por borracho. ¿Quién en su sano juicio quiere vivir con un alcohólico?”. Por Iván René Valenciano, a quien hace unos años le oí decirles a los niños que estuvieran viéndolo y oyéndolo en una entrevista televisada que por favor a él no lo tomaran por modelo de nada, que su comportamiento como futbolista había dejado mucho que desear y que si por entonces afrontaba serios problemas económicos se debía a que entre él y su padre habían malgastado el dinero que había ganado. Por una veintena de estudiantes que en el transcurso de veintidós años de docencia reconocieron con total gallardía que si perdían el curso o reprobaban la asignatura se debía enteramente a su falta de compromiso y esfuerzo. Por otro borracho anónimo que en otra cantina legendaria nos confesó abatido y desesperado a una contertulia de ocasión y a mí que estuvo muy bien que su pareja lo hubiera abandonado y demandado por estupro porque él sí había manoseado y besado en medio de una borrachera a la hija pequeña de ella. Por los escasísimos políticos y servidores públicos que -jamás en Colombia ni en el Tercer Mundo y sólo a veces en países con vestigios de decencia- no esperan a que el escándalo o la acusación los fuerce a dimitir, pues dimiten ante los medios y asumiendo la responsabilidad que les cabe. Por los pobres o los muy pobres que reconocen que de no haber tenido tantos hijos y de no haber derrochado sus magros jornales en trago y otros vicios sus familias -¿cuántos de ellos no tienen dos y hasta tres “hogares”?- no habrían aguantado hambre o al menos tanta. Por los ricos o los muy ricos que reconocen que tienen de sobra para tributarle más al erario pero que a la postre se salvan de hacerlo porque los como ellos aunque peores que ellos, que buscan más gabelas y exenciones, son infinitamente más sinvergüenzas. Y por ti, siempre por ti y antes que nada por ti: “La única razón por la que he vivido tanto tiempo es porque fui soltando lastre del pasado. Cierro la puerta a la pena al pesar al remordimiento. Si permito que entren, aunque sea por una rendija de autocompasión, zas, la puerta se abrirá de golpe y una tempestad de dolor me desgarrará el corazón y cegará mis ojos de vergüenza rompiendo tazas y botellas derribando frascos rompiendo las ventanas tropezando sangrienta sobre azúcar derramado y vidrios rotos aterrorizada entre arcadas hasta que con un estremecimiento y sollozo final consiga volver a cerrar la pesada puerta. Y recoja los pedazos una vez más. […] Todo lo bueno o malo que ha ocurrido en mi vida ha sido predecible e inevitable, en especial las decisiones y los actos que han garantizado que ahora esté completamente sola”.


147. Siento gran debilidad por el fumador o el ex fumador con cáncer que jamás se aprovecharía de su enfermedad para, alegando ignorancia con total hipocresía, demandar a una tabacalera y morir asfixiado pero rico. Por la puta vocacional que admite su promiscuidad y no la barniza con victimismos de ninguna especie, y por la prostituta de profesión que -en ciudades o pueblos con más, o menos, oportunidades laborales- les gritan a las buenistas que se tapan los oídos para no oírlas que lo suyo es una elección adulta y consciente. Por el promiscuo homosexual, bisexual o heterosexual con sida u otra venérea que sabe y admite que su estado de salud se derivó de su propio descuido y no de la maldad ajena. Por el que hiere o mata a uno o a varios borracho con su carro y paga con cárcel y dinero su delito. Por el escritor o escribidor ciego y la pintora negra y el compositor trans y la escultora sorda y la mujer cultora del arte que sea que saben que corren tiempos de compensaciones ridículas y discriminadoras de otros quizá con más talento y méritos que sin embargo no reciben los premios que debieran recibir si lo que se premiara fuera siempre eso, talento y méritos. A unos los conozco, a otros no pero sé que existen. Lo berraco es dar con ellos.


148. Salvo porque si no lo aseas hiede, por lo imprescindible del papel higiénico y las toallas higiénicas, porque si no le pasas la seda dental y le cepillas a fondo los dientes se te queda mueco, por la impotencia masculina de cualquier tipo, por el prurito acuagénico, por las dermatitis, por las discapacidades, por el estreñimiento crónico y los reflujos y los gases que circulan pero no salen, por los más de doscientos tipos de cáncer y los miles de enfermedades que lo aquejan, salvo por esas insignificancias, yo estoy completamente de acuerdo con los entusiastas que ven en el cuerpo humano una máquina perfecta con la que nos obsequiaron los dioses.


149. Señor presidente Gustavo Petro y señora ministra Carolina Corcho: los ciudadanos que no tenemos medicina prepagada y dependemos de lo que quieran hacer con nosotros las entidades promotoras de salud -que propongo llamar más bien entidades inhibidoras de salud-, les vamos a quedar muy reconocidos si, en lugar de perder el tiempo en adanismos e hipérboles utópicas del tipo “paz total”, las meten por fin en cintura sirviéndose del siempre aconsejable sentido común. Propongo, como primera medida, que se termine con la vagabundería esa de las autorizaciones que todo lo dilatan y torpedean, y que se las castigue pecuniariamente cada que haya un incumplimiento de su parte. ¿Que no le hicieron al viejito el examen o la operación que tenía programados?, ¡tome su multa! ¿Que no le entregaron completos los medicamentos al cieguito catedrático de la Javeriana?, ¡tome su multa! ¿Que no le adelantaron a la muchacha el aborto a que por ley tiene derecho o no le administraron a X enfermo terminal la eutanasia que la Constitución le garantiza?, ¡tome su multa! Recuerden que lo ideal -¡medicina preventiva para todos, todas y todes!- es enemigo de lo posible que es, según Aristóteles o Maquiavelo o Bismarck o Churchill, en lo que consiste el arte de la política.


150. ¿Dónde está, me pregunto, les pregunto, el Nietzsche de nuestros días que le grite al mundo la inminencia del cataclismo? Total, así lo hubiera, ¿quién lo escucharía?: “Mas esa es la eterna tragedia del espíritu: que su ámbito claro y superior de contemplación no se transmita al aire escaso y viciado de su época, que el presente jamás capte ni perciba que un signo se alza sobre él en el cielo del espíritu y que se oye el aleteo de la profecía”.


151. Si la prudencia hace verdaderos sabios, la imprudencia hace verdaderos zafios. Entre los más nocivos, las masas -ilustradas, diplomadas o iletradas- que entronizan en el poder la demagogia de los populistas. La sabiduría electoral de los prudentes por lo general siempre se queda corta; la zafiedad de los imprudentes, en cambio, resulta tan abrumadora que consigue desgraciar a millones y arruinar o envilecer a países enteros. ¿Será que pronto habremos de sumar a la siempre incompleta lista que hoy integran Venezuela, Nicaragua, El Salvador, Brasil, Cuba, Estados Unidos, Turquía, Hungría, Polonia, Rusia y China los nombres de Colombia, Italia e incluso Suecia?


152. Si usted vive por ejemplo en Colombia y como yo está preocupado de que la componenda entre la pospandemia, la inflación mundial, la guerra de Putin, la codicia de los codiciosos y la impericia demagógica de Petro en la lidia con la economía lo empobrezca del todo, oído que le tengo un par de salvavidas. Usted puede, si dispone de ahorritos, montar una pañalería, ojalá en barrios de los estratos 1 o 2; es decir, en barriadas marginales o populares, que es donde la fertilidad campa saludable pese a las penurias. O puede, si para arrancar dispone de un local modesto, veinte sillas Rimax y una Biblia, montar una iglesia cristiana. Para lo primero sólo requiere, a más de lo antedicho, la suerte que todo lo decide. Para lo segundo, a más de lo antedicho y de la suerte que todo lo decide, dosis altísimas de tremendismo, truculencia y mucho arte para mandar el sable y esquilar -que es esquilmar- ovejas sin compasión. Sopéselo y me cuenta.


153. Qué frágiles y expuestos se encuentran los escritores muertos. A unos -piensen por ejemplo en los hermanos Grimm-, los melindrosos con poder les mutilan con total impunidad, dizque para adecentarla, la obra que nos legaron a todos. A otros, editores inescrupulosos y familiares ingenuos o codiciosos les empuercan la suya con publicaciones que ellos jamás habrían autorizado. Lo sabe el lector atento del gran Roberto Bolaño que, asqueado, concluye tras cerrar 2666 que una mano incapaz y mercenaria profanó y estropeó sin remedio lo que debió permanecer inconcluso para siempre; lo sabe el lector competente que ama a la insuperable Lucia Berlin de ‘Manual para mujeres de la limpieza’ pero repudia el avatar que por ella firma para que otros se llenen los bolsillos en ‘Una noche en el paraíso’. ¿Qué les parece si los que nos sabemos timados en uno u otro caso y en cualquiera por el estilo hacemos causa común en contra de los saqueadores?


154. Pobre Lucia mía. ¿Endilgarte a ti estos bellacos semejante adefesio titulado ‘Andado, Un romance gótico’? ¿Pero acaso me creen pendejo tus hijos y tu editorial? En los dos relatos precedentes, que asemejan simples borradores, al menos está tu impronta. ¿Pero en este bodrio? Nada en absoluto que te anuncie y mucho menos te contenga: ni el lenguaje arcaizante y desangelado, ni la historia desnortada y sosa. ¿Tú, mi inalcanzable Adele de ‘Buenos y malos’, transmutada en esta insignificancia anacrónica llamada Laura, que tú no pariste o que pariste demasiado joven y bisoña? ¿Ante qué instancia judicial los demando por estafa? ¿Qué puedo hacer para que se mantengan indemnes tu nombre y tu gloria literaria tan inmensos?


155. Y justo cuando me disponía a descolgar el teléfono analógico para llamar a mi abogado inexistente a fin de que procediera, ¡zas!: de entre esas páginas “tuyas” publicadas póstumamente que me habían decepcionado con los dos primeros cuentos, herido de muerte con el tercero y esperanzado fugazmente con el cuarto emergió, saludable, vigorosa, inconfundible, la mejor Lucia Berlin que conozco, es decir la insuperable. Mejor dicho, esta que sabe que nada como la literatura para denunciar las iniquidades de los dioses y los hombres -jamás de las mujeres- y para hacer airadas reivindicaciones sociales: “A mí me daba pavor quedar con esa secretaria, pasar tres horas con ella. Su secretaria de Santiago llevaba el pelo en una redecilla, en casa tenía a su madre ciega y un hijo retrasado que cada noche la esperaban hasta que volvía, en dos autobuses, de pie probablemente, al salir del trabajo a las seis y media. […] En Lima los suburbios eran tan inmundos y desolados como en Santiago. Kilómetros y kilómetros de chabolas hechas con cartones y bidones metálicos, tejados de latas aplastadas. Sin embargo, en Chile están los Andes y el cielo azul e instintivamente levantas la mirada, por encima de la fetidez y la miseria. En Perú las nubes se ciernen bajas, lúgubres y húmedas. La llovizna se mezcla con las míseras fogatas. Un trayecto largo y gris hasta el centro.

Una cosa que aún me gusta en Estados Unidos son las ventanas. Que nadie corre las cortinas. Pasear por los barrios. Dentro la gente está comiendo, viendo la televisión. Un gato en el respaldo de un sillón. En Sudamérica hay muros altos rematados con vidrios rotos. Tapias viejas que se caen a pedazos con portezuelas desvencijadas. En la puerta de Cairo 22 había un tirador de macramé raído y lleno de nudos para llamar al timbre. Abrió una anciana quechua con pinta de bruja. Llevaba las piernas envueltas en andrajos empapados de orina para los sabañones…”.


156. Maticemos: hay escritores que, siendo unos canallas auténticos en la vida real, se emplean a fondo para que sus libros les laven la mugre y sus devotos más ingenuos los eleven a la categoría de faros éticos. Hay escritores que, siendo unos canallas auténticos en la vida real, no se esfuerzan en absoluto para que sus libros disfracen o desmientan las miserias de sus humanas naturalezas. Y hay escritores que, pese a que son buenos seres humanos en la vida real, pasan o pueden pasar por canallas auténticos ante los lectores más ingenuos, que no en pocos casos son asimismo los más peligrosos. ¿Adivinan ahora en qué categoría se inscriben la vida y la obra de la autora de ‘Itinerario’, cuento formidable donde los haya?


157. Nací ciego y pobre, en un pueblo bello aunque tan atrasado por religioso que las monjas del hospital en que mi mamá dio a luz se enemistaron con ella porque exigió que la operaran para no tener más hijos. Pasado un tiempo, mi papá, que en esencia era un lector competente y bien informado a más de un buen hombre, le empezó a decir a mi mamá que él no veía la necesidad de que ella me mandara al colegio o al menos no de lunes a viernes y menos aún si hacía frío, o sea siempre. El caso fue que en una casa en la que el hombre poseía el conocimiento y la mujer la sabiduría, fue lo segundo lo que primó felizmente:

--¿Y usted es que está loco? Si alguno necesita estudiar y esforzarse para que mañana pueda valerse por sí mismo, ese es Totico.


Pues bien, traigo esto a cuento por esto otro que leí en El País de España el 30 de octubre pasado, y quiero que ustedes lo relacionen con lo que les acabo de contar: “Pero, ¿quién se ocupa de los niños?, ¿quién habla por ellos?, ¿quién levanta la mano para decir que eso de que los aprobados se regalan es bajuno y falso de toda falsedad, como decía Cervantes? Porque es ahí donde la desigualdad clava sus colmillos con más saña. Esos niños o esas niñas que van a la escuela sin haber desayunado no escriben columnas, no aparecen sus testimonios en las radios, no cuentan aún con las palabras necesarias para desafiar a quien profiere una sucia mentira sobre ellos. Se esfuerzan, claro que se esfuerzan los niños, pero a veces el esfuerzo no basta, no basta si no se tienen materiales necesarios, si los docentes han de sustituir las carencias, la precariedad o la desatención, si la escuela ha sido esquilmada, si han disminuido los maestros y suben las ratios, si se pasa frío en casa, si los profesores de apoyo no llegan, si en la familia no se lee para ayudar a la comprensión del mundo. Los que tanto hablan del aprobado regalado intentan desacreditar la enseñanza pública y envuelven su perversa intención en discursos morales. Se esfuerzan los niños, mucho, pero su realidad no les respalda. Y es a los que carecen de voz a quienes debemos prestarles la nuestra”.


Estimada columnista, mi madre y yo levantamos la mano. Pero la levantamos para sumar nuestro discurso moral cargado de intenciones perversas a los de los que lamentan que un noventa y cinco por ciento de los profesores del sector público de Colombia y España regalen en efecto aprobados a tutiplén movidos unas veces por una genuina compasión como la suya y otras -las más- por aquello de la ley del menor esfuerzo. La levantamos para decir que si a la educación pública de aquí y allá las carcome el descrédito y la falta de ascendiente sobre los ciudadanos se debe precisamente y en gran medida a la precariedad de la enseñanza que sus profesores imparten y a la suma lenidad que reina en sus escuelas y colegios. La levantamos para decir que usted y muchos confunden el sufrimiento de la pobreza con un supuesto mérito que consiste en hacer el esfuerzo de ir a clase sin desayunar y sin los útiles necesarios para aprender, malentendido bienintencionado que sin embargo lo único que logra es perpetuar este estado de cosas que tanto perjudica a los más necesitados de exigencia y amplitud de miras. Y la levantamos para decirles a todos esos niños pobres o pobres y ciegos o pobres y ciegos y negros que, por serlo, hay que esforzarse dos y hasta tres veces más que los niños pudientes y ricos porque sólo va a ser mediante el conocimiento construido a partir del esfuerzo genuino y el sacrificio personal como ellos pueden llegar a igualarlos y aun a rebasarlos. Nota: cuando el 80 por ciento de los niños pobres que hoy van a la escuela por ir pero pasan las asignaturas y los cursos “gracias a” su situación lastimosa y a la mediocridad de los que los compadecen en lugar de educarlos como es debido y miren qué fue del 20 por ciento de sus compañeros que con esfuerzo y constancia vencieron las mismas y aun peores condiciones adversas, van a repudiar los cantos de sirena que los distrajeron de lo que correspondía: estudiar, estudiar y estudiar para que mañana a ellos no les toque mandar a sus hijos a la escuela sin desayunar y sin los útiles que les van a facilitar el aprendizaje.


158. Si hoy (31 de octubre de 2022) alguien me presentara al profesor Alejandro Gaviria Uribe, actual ministro de Educación del gobierno presidido por Gustavo Petro, le preguntaría, claro que después de expresarle mi admiración y respeto. ¿Cómo se puede hablar desde su cartera ministerial de un vuelco a la educación cuando se tiene por compañero de gabinete a un plagiario no confeso pero sí probado y reincidente para mayor vergüenza? ¿Qué estudiante bien enterado -por fortuna no los hay- se va a tragar el cuento de que con el impresentable Guillermo Reyes en el ministerio que sea a la educación le esperan mejores tiempos? ¿Quién que no sean los jurados que avalan tesis plagiadas y las universidades que impunemente gradúan plagiarios puede creer que un presidente que mantiene en el cargo a un usurpador de ideas ajenas no obstante las pruebas en su contra tiene la autoridad moral para emprender reformas educativas de la índole que sea? Ah, y que no salgan ahora con el cinismo manido ese de que a Reyes no lo ha condenado la justicia pues el plagio, a diferencia de prácticamente todos los demás delitos, no necesita de un juez que lo sopese y lo castigue sino de un lector despabilado que lo ponga en evidencia y de paso también la incompetencia de los que por incapacidad o descuido o por ambos permitieron que se perpetrara.


159. ¡Ninguneo para los insensatos bobalicones que, posando de ecologistas y ambientalistas ante las cámaras -siempre las cámaras-, entran por primera y única vez durante sus vidas en un museo y bañan en sopa de tomates o en cualquier otra porquería la obra que sea! ¡Gratitud y apoyo -infinita gratitud y apoyo- a los ecologistas y ambientalistas sensatos y quijotescos que, arrostrando peligros sin nombre y enfrentando inermes a la peor escoria del extractivismo transnacional y malditos afines, batallan anónimamente para que especies enteras no se extingan sin remedio y para que la desertificación imparable a que se aboca el planeta se ralentice al menos un poco!


160. Si a usted, como es apenas natural, se le resiste el embrollo de la Santísima Trinidad, le revelo un truco literario para que lo comprenda. Lea al menos el primer volumen de Tu Rostro mañana que ahí va a encontrar la resolución del misterio: Juan Deza, el Padre; Jacobo Deza, el Hijo; Peter Wheeler, el Espíritu Santo. Y ¿Javier Marías?: el demiurgo de aquellas tres criaturas y, por tanto, la única ‘entidad verdadera” de cuatro posibles.


161. Para saber de qué materia están hechas las guasas de Trump, Savater y Bolsonaro respecto de las realidades manifiestas de la crisis climática, de las que se burlan en medio de las comodidades de sus vidas muelles, habría que sedarlos, treparlos a un avión y soltarlos en medio de una horda de desesperados que, por ejemplo en el Cuerno de África, van de aquí para allá en busca de alimento y agua o al menos agua, para ellos y sus animales. Se trata de que los dejen padecer en carne propia los rigores del hambre y la sed que son el pan de cada día en esa y en otras regiones abocadas por la desertificación a la despoblación forzosa, pero precaviéndose de que la terna ilustre regrese con vida a la paz de sus hogares. Si tras semejante experiencia a alguno le quedan arrestos para seguir gamberreando, seré el primero en reconocer que lo suyo no era cinismo sino convicción.


162. ¿Cómo hacemos para que las ratas y ratones de John B. Calhoun le revelen a esta superespecie nuestra (que por parlotear -por algo somos el mono parlante- no escucha ni ve ni entiende) su secreto (toda una obviedad para ellos y un teorema indescifrable para nosotros): que cuando las condiciones no son propicias para la vida lo único que procede es frenar en seco y no reproducirse? ¿De qué estrategia pedagógica nos valemos para que al menos los millardos que hoy aguantan todas las penurias imaginables comprendan que si a duras penas me sostengo yo solo y soltero, casado y con hijos -y cuantos más peor- me voy a morir y los voy a matar de carencia y desesperación? ¿Cómo putas le hago para aprender a gritar en todas las lenguas vivas del mundo otra obviedad: que la sodomía y las felaciones, el cunnilingus y el beso negro son también deliciosos y no embarazan? Pero me quedé en las mismas porque donde les enseñe en qué consisten unas y otros, el buenismo y las iglesias -o sea las iglesias- me arrojan a la pira en plena canícula mariquiteña. De modo pues amigos por convicción sin hijos que, como le dijo un personaje de Victor Hugo a su interlocutor, “dejad actuar a la fatalidad”.


163. ¿Quieren que los asquee con una insidia de tartufo con buena fama?, ¡ahí les va!: “Una de las consecuencias históricas de esta pandemia fue la derrota de Donald Trump, y por muchas razones fue bueno celebrarla, aunque no podamos estar convencidos de que quienes lo reemplazaron sean mejores. Quién sabe si con Trump habría ocurrido la guerra de Ucrania. Y si fue amargo ante la invasión a Irak saber que la familia Bush desde mucho antes tenía negocios en ese país, hoy es amargo saber que mucho antes de esta guerra la familia Biden tenía negocios en Ucrania. En el tiempo de la omnipresencia de las comunicaciones, los ciudadanos sabemos poco y lo sabemos mal. Y con frecuencia los profesionales de la opinión tienen agenda secreta”.


Imposible un colofón más acertado para un exabrupto preñado de mala leche y peor intención. Si, “en el tiempo de la omnipresencia de las comunicaciones” muchos ciudadanos saben poco y lo saben mal, se debe a que no leen en absoluto o a que leen acríticamente a profesionales de la opinión y la ideología con agenda secreta -o más bien pésimamente disimulada- tipo William Ospina, quien no por nada goza de todo el prestigio imaginable entre universitarios y profesores de campus públicos, tan militantes como desinformados los pobres. Claro que con esas fuentes…


164. Nunca tan de acuerdo como con este deseo del gran Javier Cercas -él sí un opinante ecuánime, sin agenda política soterrada-: “…Necesitamos una revolución incruenta que cambie el marco mental nacionalista -de confrontación e identidades y soberanías exclusivas- por el marco mental federalista -de colaboración e identidades y soberanías compartidas-: una revolución tan descomunal como indispensable”.


Pero como no hay deseo que pueda materializarse al margen de un plan y un método, me permito preguntarle a Javier, en procura de sus luces: ¿de dónde sacamos, entre tantísimo docente militante de la peor izquierda y para rematar desinformado, educadores lúcidos, “desapasionados” y al tanto de las realidades fácticas del mundo que de verdad les enseñen a sus estudiantes el quehacer de pensar por sí mismos, lo cual equivale a saberse independiente de cualquier militancia política y religiosa, en las que se diluye todo conato de pensamiento crítico? ¿Qué hacemos, en tanto nuestra improbable revolución se cuece, a más de con los artífices de la pésima educación, con estos que son sus faros políticos y éticos: Xi el dictador y su todopoderoso partido, Putin el carnicero y sus invasores, las satrapías islámicas y los aliados en Occidente de toda esa escoria: Orbán, Díaz-Canel, Bukele, López Obrador, Petro y el petrismo, Cabello y Maduro, Murillo y Ortega, Trump y los trumpistas, Ron DeSantis y una mayoría apabullante de republicanos? Ah, ¿y con los votantes e incondicionales de la escoria?


Sobra expresarle, maestro Cercas, que cuenta conmigo para su revolución y con mi admiración de lector que valora y agradece, antes que nada, su decencia y honestidad de columnista, atributos muy escasos en este oficio.


165. Le cuento, estimada y admirada Elvira Lindo, que en mi vida de lector y de sujeto sexual -ambas cosas comenzaron por la misma época: digamos hacia los 15 años- no me había topado con un diagnóstico más atinado que este suyo a propósito del estado lamentable del bienestar íntimo mío y de muchos otros varones:


“Choca que en estos tiempos en los que las mujeres tratamos de dignificar las diferentes fases a las que nos somete la fisiología, naturalizando menstruaciones, pospartos y menopausias, siga siendo tabú lo que les ocurre a los hombres en esa zona sagrada de su anatomía, porque aun siendo hoy cualquier experiencia considerada de interés público, incluso la más íntima, jamás se vulnera el acuerdo tácito de no perturbar las fantasías animadas masculinas. La trayectoria vital de las mujeres ha sido ampliamente comentada, aunque fuera para mal y motivo de burla: ahí estaba la regla para acusar a la mujer de mal carácter, la soltería para justificar la amargura, los sofocos de la menopausia para señalar la decadencia. En cambio, parecía, incluso parece, que los hombres se iban de rositas de camino a la vejez, y que mientras las mujeres se delataban echando mano de un folleto de publicidad para abanicarse ellos seguían tan pichis. Poco ha ofrecido la ficción en este aspecto, y mucho menos la autoficción, donde se supone que lo autoconfesional va por delante.

Hay quien podría pensar que del secreto no desvelado brota la leyenda, pero la consecuencia indeseada es la melancolía: qué infrecuente es leer sobre la soledad que muchos hombres experimentan en su madurez al no haber sido educados para compartir la intimidad con amigos, amigas o pareja. […] Ya desde jóvenes los varones han sido instruidos para ocultar cualquier tipo de disfunción, o peor, para creer que padecen una disfunción si su rendimiento sexual no alcanza las expectativas esperadas: jóvenes imitadores del porno para los que la duración real de un polvo les resulta escasa; la cantidad de semen, poca; la incapacidad para tener múltiples eyaculaciones seguidas, frustrante. Hombres que no saben lidiar con la inseguridad y que se sienten, nunca mejor dicho, impotentes. Hombres que no saben que a partir de cierta edad también a ellos les pasan cosas y que no hay nada peor que el silencio o el desprecio social hacia quien envejece. […]

Ay, cuánto tiempo malgastado en impostar una imagen, en crearse un personaje infalible, en presumir de potencia varonil. Lo más lastimoso es que haya hombres que cumplida una edad y no habiendo aceptado jamás la imperfección de su mecanismo sigan dando la brasa con las presas que se levantaron. Y todo este patetismo se va a acrecentar si en vez de hablar de sexo en las aulas dejamos que las pantallas den la lección: o sea, cinco y sin sacarla”: ¡Bravo! ¡Así se habla, mujer!


Y como las reflexiones de este blog se alimentan de mi experiencia vital -de mi “autorrealidad”- y de su diálogo con múltiples puntos de vista -con el tuyo en este caso-, pues te cuento (perdón por el tuteo, pero lo privado de la situación lo impone): que estando aún demasiado joven -no creo que hubiera cumplido todavía los 18 años-, me conseguí una noviecita que, presumo que sin proponérselo, disfrutaba intimidándome con sus historias de amantes previos que a su decir se desempeñaban sobre, bajo o a la vera de la cama como auténticas máquinas sexuales. Que fue tanto lo que consiguió con sus fantasías o realidades adolescentes que sin que jamás se enterara me hizo asistir a mi primera y de momento única consulta con una sexóloga estupenda, quien en una hora de charla sincera y desinhibida logró que mis miedos de hombre inexperiente y demasiado anheloso de dar la talla entre la entrepierna ajena mucho se atenuaran. Que, ya en mi vida adulta y hoy en mi madurez, sigo y sé que voy a seguir paladeando los sinsabores y los deslumbramientos de mi mecanismo masculino que oscila entre lo inoperante y lo sorprendente, y sin que nada o en todo caso muy poco pueda hacer cuando lo primero sobreviene. Que tengo por costumbre y por deleite, por estrategia y por desfogue, hablar y hasta bestializar sobre estas cuestiones tan espinosas antes, durante y si se prestan las cosas también después de haberme relacionado carnal y ojalá amorosamente con una mujer. Que son ellas, desde luego no todas pero sí muchas, los únicos seres capaces de comprender y quitarle fierro a la humillación de una impotencia pasajera o prolongada, pero que para que la comprensión ocurra es necesario un diálogo como el que tú y yo acá estamos librando a instancias tuyas. Y que ya mismo le digo a mi nieto de catorce años que lea tu artículo en la esperanza de que venza sus reticencias adolescentes a conversar de sexo conmigo, que algo le podré contar de mis dichas y desdichas en una asignatura que, no obstante ser la más determinante de todas, a la postre siempre deja la sensación de que se reprueba o, si se aprueba, se logra con la nota mínima requerida.


166. Goza de tan mala prensa entre los “racionales” la bendita muerte -no se diga el suicidio, acto libérrimo y autoafirmativo (sí, casi siempre también desesperado pero ¿y?) donde los haya- que quiero que reparen en la contradicción de la última frase de esta reflexión, a cargo de una archilectora como pocas y a la que, por serlo, pocas perlas como ésta se le escapan: “Ya sabemos que la mayoría de los humanos viven olvidados de que son mortales, pero además sucede otra cosa curiosa, y es que piensan que no van a envejecer. Bueno, tal vez el verbo pensar no sea el más adecuado; más bien es una especie de pálpito irracional, una fe loca y mágica en el hecho de que ‘nosotros’ no vamos a convertirnos en esos Matusalenes terroríficos. Puede que nos arruguemos y perdamos pelo, pero seguiremos siendo nosotros, nos decimos. No seremos secuestrados por la decrepitud. Tendemos a imaginarnos en el futuro como si estuviéramos disfrazados de viejos.

Todo esto depende de la suerte que tengas; si es mala y mueres joven, te ahorras la caída. Pero si eres lo suficientemente longeva, antes o después te desmoronas...”.


Una lectura bastante curiosa y peculiar de en qué consisten la mala y la buena suerte en relación con el engorro del todo innecesario que supone envejecer para igual morirse: que el que se ahorra la caída y los achaques sea el infortunado y afortunado el que se desmorona, entre charcos de mierda y meados.


167. Pienso en algún periodista colombiano -¿Cecilia Orozco Tascón?, ¿Daniel Coronell?, ¿María Jimena Duzán?- de los muy pocos solventes que quedan y me empleo a fondo para imaginármelo incomodando a un Petro todavía en campaña con la pregunta (que haya cuatro signos de interrogación no supone que haya dos preguntas) tan certera con que concluye esta reflexión suya que suscribo sin atenuantes, maestro Savater, pero le cuento que desisto porque ni ellos ni otros también competentes aunque igual de faltos de ecuanimidad casan en la escena: “Muchos políticos aseguran que tienen unos objetivos tan encomiables y socialmente necesarios que sería monstruoso enfrentarse a ellos: acabar con la miseria, exterminar la corrupción y el nepotismo, mejorar la educación, la sanidad y demás servicios públicos, erradicar el racismo, el machismo y la inseguridad ciudadana, etcétera… […] Sin quitarles mérito a las buenas intenciones de los partidos (si sus intenciones son buenas no hace falta añadir que son de izquierdas) ni desmentir las críticas a los regímenes liberales, conviene hacer una última pregunta antes de entregarnos a ellos: sabiendo ya lo que aborrecen, ¿cuáles son los países cuya gestión aprueban, los que aceptan como modelos o compañeros de regeneración? Los sistemas vigentes siempre tienen fallos e insuficiencias, pero… ¿cómo son, a qué saben o huelen los que están más cerca del ideal según quienes van a mejorarnos?” (Claro que la pregunta habría resultado superflua si a la siguiente declaración de intenciones y revelación de sentimientos de boca del propio candidato se le hubiera prestado la atención que el exabrupto intimaba y que de seguro habría cosechado si quien en él hubiera incurrido hubiera sido Rodolfo Hernández, ni qué decir Uribe o cualquier uribista: “…¡Qué Ucrania ni qué ocho cuartos! Tenemos que dedicarnos es aquí a Colombia, cómo nos salvamos nosotros mismos”, una manifestación que bien puede competir en generosidad y altruismo con la ‘America First’ de ya saben quién).


Ocho meses han pasado desde que Gustavo Petro ganó las elecciones presidenciales y lo previsible de la pregunta que nadie hizo ha ocurrido: espaldarazos aquí y allá a dictadores y aspirantes a serlo (Maduro, Díaz-Canel y Pedro Castillo), mangualas con el kirchnerismo y López Obrador para defender lo indefendible (el estupidísimo autogolpe de Estado de su imbécil y venal correligionario en el Perú) y ambigüedades torpemente maquilladas respecto de tiranías que en absoluto lo incomodan a él o a los como él. En suma, estimado Savater, nada que no se supiera.


168. Los acontecimientos recientes en Brasil y el Perú prueban, con los noes -¿provisionales?- de sus respectivas fuerzas del orden a Bolsonaro y a Castillo, que no hay dictador posible sin un ejército perjuro y corrupto que lo afiance en el poder. Así es que cuando los rusos y los bielorrusos decentes, los cubanos, los venezolanos y los nicaragüenses decentes o los no sé cuántos millones de chinos decentes hagan lo que hoy los iraníes y más que los iraníes las iraníes están haciendo con mucha decencia y a un costo muy alto, antes que exigir la caída de los tiranos deberán clamar en contra de los uniformados que, por cobardía o codicia, permitieron que la dictadura echara raíces.


169. Sin proponérselo, el gran John Carlin definió -como ya van a ver- uno de los rasgos fundamentales de la lacra del subdesarrollo de la que, se creía hace no más unos años, Brasil y Chile estaban a punto de curarse: “La lección de esta selección campeona para Argentina es que ya es hora de que deje de hacer el bobo en el mundo y empiece a ser lo que debería ser, lo que algunos se quieren imaginar que son pero se engañan: un país próspero de gente adulta, no un país de niños que siguen creyendo que todo lo va a resolver un ídolo redentor, un Maradona, una Evita, una Kirchner, un Papá Noel…”.


Olvidémonos de los hostigantes campeones del mundo con su kirchnerismo subdesarrollado y miremos hacia otros países del sector a ver si sus actualidades políticas no son más deprimentes si cabe, igual de desesperanzadoras o a lo sumo un poco menos desesperadas. Aquí estamos los colombianos con un presidente que se cree y al que millones creen un mesías y un redentor todopoderoso capaz de obrar milagros sociales, económicos y políticos sin precedentes; al lado los pobres venezolanos con su postración ante la dictadura y la esperanza puesta en unas dizque negociaciones con la oposición que sólo benefician a Cabello y a Maduro el subalterno, que con su farsa ganan tiempo y consiguen que les levanten una sanción aquí y otra allá a cambio de nada; enfrente los peruanos con su mojiganga interminable de presidentes destituidos y designados, interinos y golpistas fracasados; ya no tan cerca de nosotros los chilenos con su Convención Constitucional ultramamerta e incapaz de pergeñar un documento siquiera viable y medianamente consecuente y los brasileños que, como los estadounidenses, aplazaron quién sabe para cuándo las amenazas de guerra civil que sobre sus países pusieron a sobrevolar el bolsonarismo y el trumpismo, cada uno con sus millones de votantes y fanáticos. Y no se crean que me olvido de los Ortega Murillo, de los Bukele o de los López Obrador: más de lo mismo. Tampoco -faltaría más- de los costarricenses y los uruguayos, a los que tal vez con demasiado romanticismo y envidia de la buena (porque sí la hay, amiga Piedad) juzgo los únicos presentables del barrio.


170. Usted y yo, maestro Granés -¿Que deja de escribir en El Espectador?: pero esa sí que es una pésima noticia-, sabemos que nada más chimbo que el supuesto antiimperialismo yanqui de tantísimos matriculados en campus públicos y de sus profesores, de intelectuales de toda facha y autodenominados promotores de la cultura, de grupúsculos políticos de izquierdas y demás rebeldes al servicio, contradictoriamente, del enemigo:


“Hoy en día las identidades se han convertido en campanas neumáticas, aisladas e incomunicadas, porque ya nadie puede ponerse en los zapatos del otro. Es más, hacerlo es cometer la peor incorrección. Sólo se puede hablar en nombre propio y no como individuo, claro, sino como miembro de una raza o de una identidad. […]

Muchas cosas se han olvidado en estos tiempos: el humanismo ilustrado, la empatía y la imaginación, justo las capacidades humanas que han permitido entender el dolor del otro y universalizar los derechos humanos y las sanciones contra todo tipo de maltrato. Lo más grave es que el nicho donde han surgido estas ideas ha sido la universidad, una institución que nació -su nombre lo indica- con vocación universal y a la que los jóvenes iban a aprender de lo que no sabían, del otro, del extraño, justamente para vencer los prejuicios racistas y la ignorancia que los causaba. Pero no, ahora la experiencia en la universidad gringa pasa por descubrir una identidad y aferrarse a ella. Se va a aprender de uno mismo y de la historia de agravios padecidos; se va a aprender a ser víctima y a encontrar argumentos morales que permitan salir al mundo -o a Twitter- a quemar todo lo que parezca ofensivo. Esa es la última traición de los intelectuales: ofrecer cheques sin fondos, vender identidades quejumbrosas y herramientas de análisis que sólo sirven para encontrar pruebas que reafirmen el propio victimismo. Y no, el conocimiento debe ayudar a cambiar destinos, a mejorarlos, no a perpetuar tradiciones identitarias. Lo más paradójico es que todo esto está ocurriendo en las universidades más elitistas del mundo, y lo más patético es que las universidades y los ámbitos culturales de otros países se están haciendo eco de esta insensatez que fragmenta las sociedades y convierte la identidad, escudarse en una identidad, en un magnífico negocio. Porque todo esto siempre beneficia a unos pocos, al oportunista de turno que llama la atención con su numerito. Los demás salen al mercado laboral creyendo que el mundo les debe algo y sin haber aprendido nada de nada.”


Ni siquiera los proverbios que con su sabiduría por lo común infalible suplían en parte la falta de escuela de casi todos nuestros abuelos y de muchos de nuestros padres. Como el que reza que “nadie sabe para quién trabaja”, o este otro que nada tiene que ver con la secta que yo presido mas sí con otras: ¿no hay peor ciego que el que no quiere ver es que dice? Claro que, bien mirado, este último proverbio contiene un error semántico si se tiene en cuenta que no es que los ciegos a los que alude no quieran ver: es que, por cerrazón mental, no pueden.


171. Hay que ser Joseph Conrad para hacer caber dentro de un barco y en una nouvelle la antinomia descomunal razón-sinrazón que se disputa sin tregua y desde siempre el mundo y las voluntades de los hombres. Y hay que ser muy buen lector de lo que se da en llamar ficción para no ilusionarse con el triunfo de la razón sobre la sinrazón en La línea de sombra, que por desgracia muy lejos está de ser o al menos parecerse a nuestra vida real minada de Pútines y putinistas, Trumps y trumpistas, Bolsonaros y bolsonaristas y, para completar el estropicio, de fanáticos del catolicismo y el cristianismo, yihadistas y ultraortodoxos judíos a cuál -a cuáles- más nocivo y despreciable.


172. Pese a que se repite muy a menudo, me sigue pasando que me agarra la risa cuando noto el asombro revuelto con conmiseración del que registra en su celular mi número, con ansia lo busca en WhatsApp y descubre que no aparece porque mi teléfono, con diferencia el más barato del mercado, es el Nokia más rudimentario y bello -por pequeño y discreto- que imaginarse puedan. O cuando me piden mis cuentas de Twitter o Facebook para agregarme y seguirme y les informo que en mi vida he escrito un twit o publicado una foto en el otro lado. Para atenuarles la lástima mal disimulada que les producen mi ignorancia y rezago voluntarios, yo podría contarles que tengo un láptop -este en que leo, aprendo y escribo- que cuido y amo más que a mi madre, un blog para desahogarme y unas destrezas de búsqueda y hallazgo de información virtual de las que muy seguramente ellos carecen, pero prácticamente siempre opto por callar y más bien invoco la luz de los sabios, que pueda que tarde pero que indefectiblemente vuelve a encenderse:


“Hace tiempo que los catastrofistas nos lo advierten con los peores augurios: los libros son una especie en peligro de extinción y en algún momento del futuro próximo desaparecerán devorados por la competencia de otras formas más perezosas de ocio y la expansión caníbal de internet.

Este pronóstico concuerda con nuestras sensaciones como habitantes del tercer milenio. Todo avanza cada día más rápido. Las últimas tecnologías ya están arrinconando a las triunfantes novedades de anteayer. Los plazos de la obsolescencia se acortan cada vez más. El armario debe renovarse con las tendencias de temporada, el móvil más reciente sustituye al antiguo; nuestros equipos nos piden constantemente actualizar programas y aplicaciones. Las cosas engullen a las cosas precedentes. Si no permanecemos alerta, tensos y al acecho, el mundo nos tomará la delantera.

Los mass media y las redes sociales, con su vértigo instantáneo, alimentan estas percepciones. Nos empujan a admirar todas las innovaciones que llegan corriendo como surfistas en la cresta de la ola, sostenidas por la velocidad. Pero los historiadores y antropólogos nos recuerdan que, en las aguas profundas, los cambios son lentos. […] Cuando comparamos algo viejo y algo nuevo -como un libro y una tableta, o una monja sentada junto a un adolescente que chatea en el metro-, creemos que lo nuevo tiene más futuro. En realidad, sucede lo contrario. Cuantos más años lleva un objeto o una costumbre entre nosotros, más porvenir tiene. Lo más nuevo, como promedio, perece antes. Es más probable que en el siglo XXII haya monjas y libros que WhatsApp y tabletas. En el futuro habrá sillas y mesas, pero quizá no pantallas de plasma o teléfonos móviles. Seguiremos celebrando con fiestas el solsticio de invierno cuando ya hayamos dejado de tostarnos con rayos UVA. Un invento tan antediluviano como el dinero tiene muchas posibilidades de sobrevivir al cine 3D, a los drones y a los coches eléctricos. Muchas tendencias que nos parecen incuestionables -desde el consumismo desenfrenado a las redes sociales- remitirán. Y viejas tradiciones que nos han acompañado desde tiempo inmemorial -de la música a la búsqueda de la espiritualidad- no se irán nunca. Al visitar las naciones socioeconómicamente más avanzadas del mundo, en realidad sorprende su amor por los arcaísmos -de la monarquía al protocolo y los ritos sociales, pasando por la arquitectura neoclásica o los vetustos tranvías-.

Si el poeta Marcial pudiese agenciarse una máquina del tiempo y visitar esta tarde mi casa, encontraría pocos objetos conocidos. Le asombrarían los ascensores, el timbre de la puerta, el router, los cristales de las ventanas, el frigorífico, las bombillas, el microondas, las fotografías, los enchufes, el ventilador, la caldera, la cadena del váter, las cremalleras, los tenedores y el abrelatas. Se asustaría al escuchar el silbido de la olla exprés y daría un respingo cuando empezasen las embestidas de la lavadora. Alarmado, buscaría dónde se esconden las personas que hablan desde la radio. Le angustiaría -como a mí, por otro lado- el pitido de la alarma del despertador. A simple vista, no tendría ni la más remota idea de la utilidad de los esparadrapos, los sprays, el sacacorchos, la fregona, las brocas, el secador, el exprimelimones, los discos de vinilo, la maquinilla de afeitar, los cierres de velcro, la grapadora, el pintalabios, las gafas de sol, el sacaleches o los tampones. Pero entre mis libros se sentiría cómodo. Los reconocería. Sabría sujetarlos, abrirlos, pasar las páginas. Seguiría el surco de las líneas con su dedo índice. Sentiría alivio -algo queda de su mundo entre nosotros-…”


¿O sea Irenita que si yo me durmiera esta noche y volviera a despertar no mañana, sino el año de la carta de Izet Sarajlic, no me toparía con Irene Montero sino contigo, Irene Vallejo; que no perdí el tiempo corriendo como un quemado detrás de la última novedad tecnológica porque a fin de cuentas la velocidad y el frenesí de los innovadores eran tales que igual me iba a quedar rezagado; que nada hay que lamentar por no haberme enfurruñado con los demás en Twitter y en Facebook puesto que de aquello “hoy” nadie habla y ni siquiera se acuerda? ¿Me crees si te digo que, como el Chapulín Colorado -quien también debió de ser tu amigo de infancia-, “lo sospeché desde un principio”?


173. Si dormir, conquistar erecciones eficaces y evacuar el intestino o la vejiga fueran actos enteramente volitivos, no existirían los fármacos Z, el sildenafilo, los laxantes ni las tiernas sondas. ¿”Querer es poder” gritan los edulcorados? Que vayan más bien a que les den por el culo.


174. Si yo fuera el oftalmólogo o el psicólogo que recibe en su consultorio a un ciego reciente que desconsolado viene a mí para averiguar si su ceguera tiene cura o ”sólo” en busca de algún alivio, en cualquier caso le diría lo mismo. Le diría que, si bien es cierto que lo más probable es que nunca vuelva a ver lo que ya vio y bien conoce, a mirar y contemplar aquello en que se extasiaba -el cuerpo desnudo de su amante o de una mujer cualquiera, un paisaje que pende de la pared de un museo o que se despliega ante sus ojos de viajero-, a divisar o columbrar formas inconsistentes por cuenta de la lejanía, a entrever o vislumbrar objetos, animales o personas cuando la luz escasea, sí va a poder, en cambio y a modo de desagravio, continuar o empezar a entrever y vislumbrar -es decir conjeturar e inferir- lo que muchos no ven pese a tener los ojos muy abiertos dieciocho de las veinticuatro horas del día, y continuar o empezar a visualizar -es decir imaginar o figurarse- todo lo anterior e infinitamente más. “Claro que si y sólo si -le diría- se aplica a leer y pensar, pensar e indagar, actividades a las que la mayoría de ciegos congénitos y devenidos suelen ser tan alérgicos como la mayoría de videntes de toda una vida”.


175. De entre las múltiples respuestas plausibles para la pregunta frecuente de entrevistador de por qué o para qué leer, yo escogería ésta, claro que tras mucho pensármelo: Porque sólo los libros me vacunan contra la estupidez de creer que el mundo que a mí y a mis contemporáneos nos tocó en suerte es o bien la mejor versión que de él se conoce (entre otras cosas gracias a que nosotros lo estamos modelando como nunca antes nadie pudo) o bien la peor pues de antiguo se sabe que todo tiempo pasado fue mejor, y por consiguiente para confirmar un día sí y el siguiente también que no hay palabras más sabias que las del Eclesiastés, donde sí campea la certeza de que nada hay nuevo bajo el sol. Nada: muchísimo menos la sociedad o la civilización del espectáculo, escenificadas y explotadas por el Homo idolatricus de un lado y por el Homo economicus del otro:


“La imagen de adolescentes gritando, sollozando y desmayándose a la llegada de sus ídolos musicales no nació con Elvis y los Beatles. En realidad, ni siquiera es un fenómeno surgido con el rock’n’roll, sino con la música clásica. Ya los castratti del siglo XVIII despertaban pasiones desde los escenarios. Y en las civilizadas salas de concierto del siglo XIX, un pianista húngaro que agitaba la melena al inclinarse sobre el teclado provocó un auténtico delirio de masas conocido como lisztomanía, o ‘fiebre Liszt’. Si a las estrellas de rock sus fans les lanzan la ropa interior a la cara, a Franz Liszt le arrojaban joyas. Fue el icono erótico del siglo victoriano. En la época se decía que sus balanceos y sus estudiadas poses al interpretar producían en la audiencia éxtasis místicos. Primero niño prodigio y después joven histriónico, protagonizó giras multimillonarias por el continente. Durante las apariciones públicas de Liszt, sus fans se arremolinaban, chillando, suspirando y sufriendo mareos. Lo seguían por las sucesivas capitales donde ofrecía conciertos. Intentaban robarle sus pañuelos y guantes, y llevaban su retrato en broches y camafeos. Las mujeres trataban de cortarle mechones de pelo, y cada vez que se rompía una cuerda del piano estallaban auténticas batallas campales por conseguirla para fabricarse una pulsera con ella. Algunas admiradoras lo acechaban por la calle y por las cafeterías, provistas de frascos de vidrio donde vertían los posos del café de su taza. Cierta vez, una mujer recogió los restos de su puro junto al pedal del piano, y los llevó en el escote, dentro de un medallón, hasta el día de su muerte. La palabra celebrity se usó por primera vez para referirse a él…”


¿Conocían Guy Debord y Mario Vargas Llosa semejante historia alucinante, de la que yo me vine a enterar recién hoy gracias a la literatura? Ah, y un saludo para mi compadre el rey Salomón, inteligencia privilegiada donde las haya.


176. El trabajo que me habría ahorrado intentando explicarle a la psiquiatra que se fumó conmigo un cigarrillo, a la que me habló de Dios toda la consulta, a la que dejó a mi elección qué droga tomar -si sertralina o fluoxetina-, a la que me acaba de incrementar un 50 por ciento el medicamento, a la psicóloga que conversa tan sabroso y de verdad se interesa en el que tiene delante o a la también muy amable y comprensiva que dirige el grupo de apoyo los síntomas de mis desbarajustes mentales y emocionales, si esta joya se hubiera escrito antes de que yo me enfermara, o de que me hiciera consciente de que muy seguramente siempre lo había estado:


“Hoy es uno de esos días en los que todo se encuentra ligeramente fuera de su sitio. El sofá del salón, por ejemplo: alguien lo ha corrido, quizá para buscar una moneda debajo de él, y no ha vuelto a colocar las patas exactamente donde estaban. Se aprecia en el suelo una marca que certifica el desplazamiento. No pasa nada. Empujo un poco el mueble y las hago encajar en su señal. Enseguida, descubro un cuadro torcido que deja al descubierto un trozo de pared en el que la pintura tiene una tonalidad distinta a la del resto de la habitación. Tampoco importa: basta el movimiento de un dedo para devolver el marco a su emplazamiento habitual. En la cocina, al abrir un cajón, observo que los tenedores y las cucharas, en vez de permanecer en sus compartimentos, se han mezclado creando una confusión que me disgusta. Respiro pacientemente mientras restituyo el orden perdido a la cubertería.

Pero la incomodidad no cesa, como si esas pequeñas fallas evocaran otras de mayor importancia. Lo noto al salir a la calle, al leer la prensa, al tomarme el primer café de la mañana. Hay algo distinto en la prensa, en la calle, en el primer café. Es mi yo el que no encaja hoy en mi cuerpo. Ubico al yo en una región amplia, situada entre la cabeza y el pecho. Pero hoy no está ahí. Hoy se encuentra en el estómago, donde suele bajarse en los ataques de pánico. Es mi pánico, pues, el que lo ha colocado todo fuera de lugar. ¿Pánico a qué? Lo ignoro. Quizá a que me involucren en un crimen que no he cometido. Parece que estoy escuchando ya la voz del policía detrás de mí: ‘Queda usted detenido’.

Vuelvo a casa y me dedico a ordenar la cocina, a colocar bien las sillas del salón, a regar las plantas, a doblar los calcetines… Quizá si pongo a punto lo doméstico se arregle lo cósmico. Tal vez consiga, un día más, que el mundo no se acabe.”


¿Que cuántos días del año transcurren para mí como el del “testimonio”, me pregunta usted, doctora? Hasta 2022 -algún resquicio de esperanza tiene que quedar-, trescientos de los trescientos sesenta y cinco. ¿Que si sufro, como el autor, delirios persecutorios? ¿Y quién que sepa -le contesto- de lo que son capaces los biempensantes, es decir la policía de la moral de Occidente, no los sufre?


177. Por ejemplo: si todo el mundo tuviera la sindéresis de este señor que sabe que “Hay gente completamente inofensiva que se pasa el día imaginando asesinatos. No es malo. A mí no me duele que piensen en matarme, sino que me maten. Y es que todo se puede pensar, pero no todo se puede hacer. Esa línea que marca la frontera entre la idea y la realidad es también la que separa a los locos de los cuerdos. Cuando uno cree que no existe distinción alguna entre imaginar un secuestro y llevarlo a cabo, es que uno está hecho polvo y debe acudir cuanto antes a un servicio de salud mental para que le ayuden a restablecer los límites entre una cosa y la otra", ¿qué problema habría en reconocer que se tienen fantasías parricidas, magnicidas o aun terroristas; incestuosas, bisexuales o aun pederastas? Pero Millás sólo hay uno, mientras que los alienados son millones.


178. Menos mal nos quedas tú, que íntegramente y sin contemplaciones excluyes de tus deleites y secretos a la morralla fanática y moralizante: “La literatura (el arte en general) es el lugar de la parte maldita: ésta, en la literatura, se puede expresar con plenitud, transformada en belleza y sentido; ahí es posible dar rienda suelta al dolor, a la furia, al odio, a los deseos de venganza, a todos esos sentimientos que todos hemos experimentado alguna vez, porque forman parte de lo que somos; ahí encuentra su expresión y su sentido nuestra parte maldita, y así podemos dominarla, purificarnos de ella. Por eso, entre otras razones, es útil el arte. Por eso en un mundo perfecto no existiría la literatura (o sería tan mala que no merecería su nombre). […]

Es cierto: la literatura nos alivia del mal, nos permite observarlo, entenderlo y asumirlo, y así nos previene y nos protege de él, fortaleciéndonos…”.


Sin embargo, como sigamos callando, timoratos y acobardados ante esta turbamulta que sólo de palabra reivindica a los excluidos, podemos estar seguros de que no se volverán a escribir joyas del tipo ‘Dos horas en el paraíso’, o ‘Los sueños de un buen cristiano’, o ‘El salto del tigre’, o ‘El ciego perfecto’ y cualquier otra impertinencia literaria que ustedes quieran añadir a la lista.


179. La fórmula es muy sencilla: no es sino que reemplacen cada España por Colombia, españoles por colombianos, Parlamento por Congreso, diputados por congresistas y listo:


“…Al final acabarán subiendo a la tribuna del Parlamento en pantalón corto y chanclas. Y de algo estoy seguro: nadie se atreverá a prohibirlo. Ni siquiera a reprochárselo. Porque es lo que tenemos y vamos a tener: la ausencia de educación, la falta de respeto a las instituciones, sin considerar que por imperfectas que sean, por mucho golfo con balcones que anide en los escaños, degradarlas es una ofensa a los ciudadanos que sí creen en tales instituciones […].

Y no se me cuelguen de lo fácil. Hay gente en camiseta perfectamente honrada, y corbatas llevadas por desvergonzados ladrones de traje a medida, gentuza atildada que ha robado sin escrúpulos. Naturalmente. Pero hoy hablo menos de honradez, aunque también, que de educación y maneras. Y de nuestra responsabilidad en todo eso, pues todos nosotros, por acción u omisión, somos causa de que unos y otros estén allí. Hay quien vota a […]. Y hay quien no vota a nadie; pero no por resultado de un proceso intelectual que lo lleve al escepticismo, sino por apatía, desidia, indiferencia. Porque prefiere quedarse en casa viendo el fútbol.

No es verdad que no nos representen. Nos representan todos ellos, los unos y los otros. Los decentes, y también los corruptos y los guarros de ambos sexos. Da igual que digan usted y su señoría o que eructen su zafiedad y baja estofa: todos representan a la España que los ha votado. Aunque esa España sea un lugar grotesco y a ratos bajuno, es una democracia. Alguna vez escribí que de poco aprovechan las urnas si quien vota es un analfabeto sin criterio, presa fácil de populistas y sinvergüenzas. Pero también es cierto que a ese analfabeto llevamos varias generaciones fabricándolo con sumo esmero y entusiasmo suicida. Somos lo que nosotros mismos hemos hecho de nosotros. La marca España.

Por eso no conviene olvidar que a esos parlamentarios y políticos los hemos llevado hasta allí ustedes y yo. Entre los españoles hay ciudadanos dignos y honorables, pero también gentuza. Y la gentuza tiene, naturalmente, derecho a votar a los suyos. Eso prueba que somos una democracia representativa, porque es imposible representarnos mejor. Nuestros diputados son el trasunto de millones de ciudadanos que los eligieron. Podemos protestar al verlos manifestar nuestras más turbias esencias, podemos asistir boquiabiertos al repugnante espectáculo que dan, podemos, incluso, ciscarnos en sus muertos más frescos. Pero no debemos mostrarnos sorprendidos. Esto es España, vivero secular de pícaros y criminales, donde ser lúcido, valiente u honrado aparejó siempre mucha desgracia y gran desesperanza. Un Parlamento sin gentuza, lleve corbata o lleve chanclas para rascarse a gusto las pelotillas de los pies, no sería representativo de lo que también somos. Así que ya saben. A disfrutarnos.”


¿Qué se le agrega a la completitud?


180. Sólo en muy raras ocasiones me ocurre que una misma situación me produzca envidia y compasión a partes iguales:


“Esta mañana le ha sucedido un contratiempo, digamos, laboral. Nada que no se pueda resolver con una ojeada al diccionario. Así y todo, no es la primera vez que le ocurre. Cuidadito, cuidadito. La repetición le suscita un inquietante sentimiento de suspicacia y temor. Él, que ha escrito y publicado numerosos libros, de pronto, en medio de una frase, ha vacilado en escribir la palabra galbana con be o con uve. Cree que en su época de colegial no hubiese tenido la duda. Puede que hace unos meses tampoco. De un tiempo a esta parte nota unos a modo de agujeros en la memoria por donde se le escurren datos, nombres, fechas, que hasta hace poco le venían obedientes a la boca o a la mano y ahora se extravían cada vez con mayor frecuencia en los intersticios del cerebro. Hay lecturas que, apenas concluidas, no le dejan huella. Esto seguro que le pasa a todo el mundo, se dice en procura de consuelo. Lo asusta la idea de que los pequeños achaques de su retentiva se vuelvan crónicos y hagan inviable el manejo razonable del idioma, fundamento de su oficio…”.


Estimado y admirado Fernando Aramburu o quienquiera que usted sea:

Le cuento que lo que por estos días tanto lo abruma, a mí me ocurre desde que empecé a leer sin mucho fundamento: es decir, desde la adolescencia. ¿Me podrá creer que, entonces como ahora, no puedo leer, mucho menos escribir o preparar clases sin tener a mano cuando menos todos mis diccionarios y la ayuda de internet, sin los cuales me declaro impedido para hacer nada de valía? ¿Me podrá creer que mis olvidos me han forzado a guardar toda nueva información que considere relevante en archivos que, si desaparecieran, me dejarían tan indefenso como supongo que se sintió García Márquez en los albores de su enfermedad infame? Pues sí: fue así como surgió ‘Mi desmemoria hecha preguntas’, una serie de volúmenes en los que intento registrar, apelando a la didáctica, lo que mi cerebro no retiene o retiene, salvo que durante muy poco tiempo; o ‘Vida, broza. Mi atípico diario’; o ‘Resúmenes comentados’, un documento que se va escribiendo conforme leo y en el que atesoro lo que de otro modo estaría condenado al olvido más absoluto: toda reflexión que me susciten los cuentos, los ensayos o la novela de turno, sazonadas con cuanta anécdota vital y tragedia personal y dicha y desdicha y enormidad e insustancialidad autobiográficas vengan al caso.

De manera que, siendo usted el gran escritor que es y memorioso de larga data, no me parece que haya muchas razones para el desconsuelo o la alarma. Aunque eso sí, manténgase ojo avizor, que la desgracia siempre acecha.

Y una infidencia antes de despedirme. Hablando de infortunios, ¿sabe usted que el peor entre muchos que todavía me puede deparar la perra vida es que se me olvide para siempre el sitio donde escondo mi mayor riqueza: el cianuro de potasio que, impertérrito, aguarda su momento?


181. Entre las imágenes que me enternecen -en todas hay, curiosamente, animales-, ninguna como la de un viejo con su mascota. Si estoy, por decir algo, tomándome unas cervezas solo o con alguien en la cantina de Marcela y Lucio y pienso en mi madre, que a esa hora está a tan sólo unas cuadras aunque en un piso muy alto, me la imagino viendo televisión con nuestra Tita a su lado, las dos -señora y gata- soñolientas en la cama, y un raudal de ternura me inunda el pecho. Pero si en lo que me da por pensar es en un perro cuyo anciano dueño y único amo acaba de morir dejándolo del todo solo y desamparado -o viceversa-, las lágrimas que a duras penas logro reprimir se me mezclan con imprecaciones de todo calibre, que en cambio fluyen, expeditas, de mis labios: esto en cuanto a la vida real. Porque si en lo que pienso es en literatura, vejez y animales, siempre van a emerger un mejor cuento del mundo titulado ‘El amor de las sombras’ y un nombre de escritor, entrañable como el cuento en cuestión, que no es de su autoría:


“Quienes de niños nos hemos criado como garduños en el campo recibimos las primeras lecciones de la vida observando a los animales. Por mi parte, antes de llegar al uso de razón ya me di cuenta de que había perros más buenos e inteligentes que sus amos. Como un hecho natural vi nacer a gatos, perros, conejos, corderos, mucho antes de saber cómo había nacido yo y por qué me lo ocultaban mis padres; también vi morir a algunos animales y con qué elegancia y serenidad lo hacían. Ya me gustaría poder acabar con la dignidad con que murió la yegua Maravilla, la que me llevaba con tanta alegría al mar los veranos. También asistí a las cópulas que ejecutaban para reproducirse, sin sospechar que algo parecido haría yo el día de mañana y que por eso mismo que hacían los conejos yo podría ser condenado al fuego eterno. A veces veía un anillo de cuervos graznando en el cielo y me extasiaba con su belleza que se debía a que en el monte había una alimaña muerta; un buen día oía gritar a los vencejos y entendía que ya era primavera y cuando cantaba el cuco al atardecer me olía que ya estaba cerca el calor. Recuerdo la intensa emoción al descubrir un nido en algún árbol; por su forma y por las motas que tenían los huevos sabía si era de jilgueros, de mirlos o de verderones y cuando tenía a uno de ellos en la mano sentía palpitar su corazón. En aquella edad de la inocencia uno también formaba parte del reino animal. Pero luego en la escuela me enseñaron que algunos animales fueron dioses, que la serpiente introdujo en el paraíso la inteligencia en el cerebro humano, que antes de emprender una batalla los guerreros antiguos consultan el hígado de las ocas. Los animales eran un misterio, como lo sigue siendo hoy el que mi perra Lía con solo seis meses sea capaz de adivinar mis pensamientos. Cada mañana me espera al pie de la cama para jugar con la pelota en la boca.”


En aquella edad de la inocencia yo descubrí, maestro Manuel Vicent, que la maldad de los hombres arraigaba también en ciertos niños (campesinos o de ciudad, pobres o ricos), como en aquel engendro de no más de siete años que en la finca de mi abuela se las arregló, el muy malparido, para ahogar en un estanque donde se lavaba el café a un gatito no tan recién nacido al que ella lloró toda esa tarde con su noche. Y descubrí -descubro ahora- que, sin ser malos, mi primo Mauricio y yo no éramos aún dignos de formar parte del reino animal, pues hostigábamos, con un palo de escoba cuando comía, a una mula noble como los animales más nobles. Al menos tanto como me figuro a su Lía tan retozona.


182. La prueba de que la edad de las ilusiones y los entusiasmos no es, entre otras cosas porque no se ha leído lo suficiente y por tanto no se sabe escribir bien, la edad de forjar buenas historias, reside en que ningún de verdad grande ha cuajado su opera magna a los veinte: Cervantes publicó el Quijote a los casi sesenta, Flaubert su Madame Bovary a los treinta y pico, Dostoievski su Crimen y castigo a los cuarenta y tantos, García Márquez Cien años de soledad a los cuarenta y Rulfo Pedro Páramo a los treinta y muchos. Ah, ¿Que Vargas Llosa publicó La ciudad y los perros a los veintitantos?: la excepción de la regla.


183. El día en que llegue alguien con la vena crítica que se necesita para examinar y concretar en lo que consiste la unicidad de Karl Ove Knausgard como escritor, como novelista, el mundo y no sólo los que lo leemos con fruición, con pasmo, va a saber que existió, que existe un noruego de una talla superlativa. No más digo que lo que a los otros narradores tendentes a lo voluminoso se les resiste -los detalles, los pormenores de una situación cualquiera, la más nimia-, a él se le da de maravilla pues ese es su mayor talento: ser capaz de contar en párrafos, en páginas, lo que otro buen novelista acaso habría reducido a una proposición o incluso resuelto callar. ¿Cómo hace, maestro, para referir tanta insustancialidad, tanta vida, y mantener al lector ahí atado como el crack la pecosa al guayo? ¿Pero cómo diablos es que lo hace?


Y voy a porfiar en lo de la unicidad prodigiosa de Knausgard como novelista por lo menos hasta que mi asombro remita: dirán algunos que sí, que están conmigo de acuerdo en que este man es un duro estirando cualquier nadería y sacándole todo el provecho posible pero que abusa del recurso, a lo que yo tendría que responderles que puede ser que eso sea cierto para ellos mas no para mí, que mil días lo he visto cocinar y contármelo pormenorizadamente y no me canso, algo que no le habría soportado a otro más allá de lo soportable: una única vez. Como quien dice: su prodigio consiste no sólo en estirar y estirar lo nimio hasta casi descoyuntarlo, sino también en repetir y repetir un mismo ejercicio -¿y qué es, si no, la vida?- sin que a sus “incondicionales” se nos torne tedioso: todo un genio.


184. …porque si el ancianato o la habitación en que se pudre son la deshonra del ser humano que se permitió llegar a viejo, el astillero de desguace lo es del buque que antaño suscitaba exclamaciones de júbilo y respeto dondequiera que atracaba.


185. ¿Ah, sí, don Willy Brandt o quien fuera que lo afirmara de primero? ¿Que “quien a los 20 años no es comunista, no tiene corazón”? ¿Está usted seguro de semejante aserto? Pues déjeme contarle que muy pocas son las cosas de las que me enorgullezco en esta vida; pero, entre ellas, ¡ninguna como de mi aversión congénita a lo extremoizquierdoso, a lo mamerto repugnante y contradictorio! ¡A sus arengas trasnochadas y pensamiento monolítico! ¡A sus matones de santoral y canción protesta! ¡A sus pedreas de campus público y desprecio por el estudio! ¡A sus reivindicaciones por lo común impracticables cuando hacen oposición y postergadas para nunca cuando ejercen el poder! Por el contrario, convengo en que “quien sigue siéndolo con 40 no tiene cerebro”. Y usted -la pregunta es retórica-, ¿nació con él o lo recuperó con los años y las decepciones más que previsibles?


186. Si como asegura Byung Chul-Han “pornografía es el contacto directo entre la imagen y el ojo”, que nadie se atreva a llamarme a mí ni a ningún otro ciego morbosos o pervertidos. ¿Qué función desempeñan en lo pornográfico (y de paso en lo erótico), le pregunto al filósofo, la palabra articulada y el oído, los pensamientos sádicos y masoquistas o a duras penas lúbricos del ciego y el vidente, de la monja y el cura que no más se quedan en eso, en imágenes táctiles y olfativas y visuales y gustativas y acústicas que no emergen al exterior mediante el lenguaje porque se reprimen en el interior mediante la voluntad?


187. Goza de tan mala prensa entre los “racionales” la bendita muerte -no se diga el suicidio, acto libérrimo y autoafirmativo (sí, casi siempre también desesperado pero ¿y?) donde los haya- que quiero referirles el resultado de un ejercicio la mar de sencillo que hice con cincuenta personas, entre amigos y familiares. Les contaba lo que un tal Anaxágoras respondió cuando le dieron la noticia de que su hijo había muerto -“Sabía que había engendrado a un mortal”-, y les pedía que me definieran al hombre y su respuésta en una o máximo dos palabras. “¡Mucho hijueputa!”, “¡Qué hijueputa!”, “¡Un hijueputa!”, “¡Hijueputa!”; “¡Malparido!”, “¡Un malparido!”, “¡Qué malparido!”, “¡Mucho malparido!” y de ahí hacia abajo: maldito, monstruo, indolente y cosas así. A nadie se le ocurrió, empero, llamarlo sensato o pragmático.


188. Parafraseo a Oriana Fallaci: si en un escritor de ficción alumbra la genialidad, cualquier tema, del más soso e irrelevante al más complejo y espinoso deviene arte… y viceversa. ¿Conocen los taurófilos -para que la amen- y los taurófobos -para que la odien-, quiero decir si han leído ‘Sombra’, de la insuperable Lucia Berlin? Como presiento que no la mayoría, aprovecho la oportunidad para proponerles a los unos y a los otros que, conmigo de moderador subjetivo por cuenta de que formo parte de “los otros”, nos sentemos a debatir nuestras diferencias irreconciliables con este cuento por medio. Les aseguro que tras leerlo y conversar, el único acuerdo al que vamos a llegar es el asombro.


189. Lejos de mí la pretensión de enmendarle la plana al inmortal que afirmó: “Podemos sentir cómo late nuestro corazón, cómo se expanden nuestros pulmones, cómo trabaja nuestro estómago, pero no tenemos ninguna señal de la actividad de nuestro cerebro. La fuente de nuestra conciencia es inaccesible a nuestra conciencia”. Sin embargo, haría yo muy mal si no le contara al filósofo en mi nombre y el de mis compañeros de manicomio que los que sabemos de qué va un brote psicótico, qué se siente durante y hasta después de un ataque de pánico o hemos sufrido en carne propia -en cerebro propio- la vuelta en sí tras una crisis epiléptica, habríamos podido sacarlo del error.


190. Está muy bien que los Estados Unidos, Alemania, Francia, España, Polonia, Finlandia, las repúblicas bálticas, el Reino Unido y otros países de Occidente armen a Ucrania para que arremeta contra los invasores y que esos mismos países destinen recursos cuantiosos para solventar otras necesidades de Zelenski y sus ciudadanos. Pero muy mal que no haya voluntad política ni la más mínima caridad humana para evitar las hambrunas que amenazan muy seriamente por ejemplo al Cuerno de África y a Afganistán. Dicen en las noticias que con mil millones de dólares se pueden paliar al menos los peores efectos del hambre en Somalia y países vecinos, pero ni una mano que se alce para decir yo aporto. Pues bien, como ni esos gobiernos ni los archimillonarios del planeta se quieren rascar el bolsillo los muy bellacos, les propongo a tres millones de buenas conciencias de la clase media o emergente que es la mía, que aportemos cada uno mil dólares para recolectar así no mil sino tres mil millones, de modo que también se pueda llegar a Haití, Palestina, Yemen y bueno…, hasta donde alcance. Mis mil dólares están listos y lo único que pido es que del dinero se hagan responsables organizaciones de reconocida probidad con objeto de que no se pierda un solo centavo. Si les suena, contáctenme a través de este blog para que hagamos por al menos un puñado de los desesperados del mundo lo que esté en nuestras manos… ojalá limpias de corrupción.


191. Dos anécdotas, un mea culpa y un llamado en vano a la cordura.


Dios es testigo de que desde que fui un niño con uso de razón y hasta la pubertad, una mujer adulta, una más joven y una delicia en plena posesión de su adolescencia me besaron apasionadamente a hurtadillas, para mi completo pasmo y júbilo: lástima que no se hubieran atrevido a más. Dondequiera que ustedes estén, ex mamacitas, quiero que sepan que las llevo en el corazón, en mis oraciones y en mis frustraciones sexuales y que jamás le revelaría sus nombres a nadie ni le permitiría a nadie que me las llamara corruptoras de menores o me las empuercara de ningún otro modo.


Era ya de noche, corría 2004 o 2005 -no logro precisarlo- y mi madre me interrumpió la lectura para decirme que allá en la sala había una vecina que quería comentarme algo. “Cómo le parece, señor Ríos, que acabo de ver a su hija, a su niña, abajo en el parqueadero besándose con…”, el nombre que fuera. Su angustia -que parecía muy sincera- se debía a que mi hija tenía trece o catorce años y el muchacho, veinte o veintidós. Le agradecí la información y, cuando la señora se hubo ido, le pedí a Orfi que fuera a buscar a su nieta tan precoz… como el papá… y la mamá. No andaba yo desencaminado: cuando le pregunté si la habían obligado a bajar o si había bajado voluntariamente, me dijo que lo segundo y me agradeció cuando le dije que no iba a buscar al muchacho para reclamarle. Eso sí, los dos estuvimos de acuerdo en que su comportamiento ameritaba un castigo, simbólico pero castigo a fin de cuentas.


Algunos años después de lo que acabo de referir, pongamos cinco o seis, se desató en la Colombia pasional e irreflexiva de todos los días un escándalo mediático y judicial al que el pendejo que yo era entonces se sumó de mente y de corazón en contra de Laura Moreno, Jessy Quintero y Carlos Cárdenas y a favor de la familia de Luis Andrés Colmenares. A ellos tres les pido perdón hincado, literalmente, de rodillas y les cuento que de mi ruindad aprendí, espero que para siempre, que la presunción de la inocencia de un acusado debe estar por encima incluso del amor que se le tiene a una hija y de la fe en su palabra.


Y a los que hoy jalean a todas las mujeres del mundo para que revelen los nombres de sus violentadores reales o ficticios con la promesa inquebrantable de “yo sí te creo”, los conmino a que sólo por un momento se figuren que es su nombre o el de alguien al que aman los que se exponen en la picota pública y global de las pantallas, a ver si también en ese caso gritarían esas cuatro palabras que, por anticipado y por igual, condenan sin el debido proceso a inocentes y culpables. Pero si mi súplica no los convence, los conmino entonces a ver una serie televisiva de la que acaso tengan noticias: ‘Arny, historia de una infamia’ se titula. Que sea, pues, la justicia y no los medios ni nosotros sus idiotas útiles la que condene o absuelva. (Claro que con la nuestra tan venal e inoperante…)


192. Tengo una prima que no tiene risa. Y no porque sea una agelasta o una amargada… no. Al contrario: “ríe” mucho, pero con tal esfuerzo de la voluntad que al dotado de buen oído le cuesta oírla y no exasperarse. Justo lo que tan a menudo sucede cuando en el transporte público hay un grupo de cuatro o cinco adolescentes que dicen dos palabras, gesticulan y ríen al unísono pero no con risas auténticas sino con jajajás desangelados que se le arrancan a la necesidad de encajar, al miedo de no pertenecer.


Me encantan las carcajadas de los que se desternillan con toda naturalidad. A tanto llega mi fascinación por ellos que, cuando los oigo reírse por ejemplo en la mesa de al lado en un bar o en una cafetería, tentado me veo de pedirles permiso para unirme al jolgorio. Y si por el ruido del sitio o bien porque lo que dicen entre risotada y risotada no me llega con claridad, me los imagino morboseando con desaprensión o echando chistes verdes, o pueda que no verdes pero buenos. Como este que me contó no recuerdo quién ni cuándo, aunque en cualquier caso alguien entrañable y en un momento feliz:


Les dice la profesora de español a los estudiantes: “De tarea para mañana, cada uno va a escribir una frase con la palabra ‘supongo’”. Al día siguiente la profesora, que tenía en el mismo grupo niños ricos, de clase media y pobres, empezó a revisar la tarea. Le pidió a Juanito que leyera: “Esta mañana mi papi me trajo en el Mercedes; supongo que el BM estaba dañado”. Siguió Carlitos: “Ayer me dieron huevo al almuerzo: supongo que no había plata para la carne”. Le tocó a Pedrito: “Anoche mi abuelita iba con el periódico para el baño. Supongo que iba a cagar porque ella no sabe leer”.


¡Que vivan don Jediondo, La Luciérnaga, Tola y Maruja, la irreverencia y todos los que a diario les asestamos un no rotundo a los desabridos censores de “nuestra era de la ira”!


193. Resulta que cuando mi hija se instaló propiamente en la adolescencia, pongamos después de la fiesta de quince, quiso probar a vestirse como muchas de sus amigas y famosas que admiraba: con pocas mangas y escasa tela pese a los fríos intensos y soles cancerígenos de Bogotá. Al tanto de aquello gracias a mi madre, le dije un día que me pidió permiso para salir por ahí a dar una vuelta con un muchacho que la invitó a tomar algo en un centro comercial: “Sí pero si te abrigas y te pones jeans más holgados”.


“¡Pero por qué si yo tengo derecho a vestirme como quiera, incluso a no vestirme, y a que nadie me irrespete!”


“¿Ah, sí? ¿Y acaso quién te dijo eso?”


“La profesora de Derechos Humanos, en el colegio”.


Cuando se tranquilizó un poco y logré que se sentara para que conversáramos, le dije que lamentablemente a la profesora se le había olvidado explicarles que una cosa era el mundo ideal y otra muy distinta el mundo real, en el que ella y yo y todos vivíamos. Que lo ideal chocaba de frente con lo real, que tarde o temprano termina por imponerse.


“¿Te acuerdas del día aquel que me acompañaste a una entrevista de trabajo en la EAN, la universidad de la 11 con setenta y pico? ¿Te acuerdas de que el tipo que dizque me iba a entrevistar se hizo el pendejo y no salió de la oficina ni siquiera para saludar cuando la secretaria le dijo que lo buscaba ‘un señor en situación de discapacidad visual’?”


“Claro papá que me acuerdo de ese estúpido”.


“Pues en el mundo ideal de tu profesora eso nunca habría ocurrido, ni nada de todo lo que a ti y a mí nos duele: el sufrimiento de los animales, el hambre y las carencias de los pobres y los muy pobres y todas las injusticias que se te ocurran. Y si bien es cierto que en el mundo real ni siquiera las monjas están por completo a salvo de manilargos y violadores, sí están más protegidas que las desprotegidas. De modo que cámbiate para que salgas. Ah, y no te demores”.


Lástima que mi hija ya no vive para que les cuente si aquella charla le fue o no de utilidad.


194. “Aunque la censura rara vez hace desaparecer las ideas que persigue -y a menudo les da alas-, los gobernantes poseen una rara vena reincidente”: llamemos a esto, si les parece, originalidad. ¿Y cómo llamamos, ahora, a los que se hagan eco de la cita para machacar tozudamente en que son ellos, los gobernantes, los censores por excelencia de nuestro tiempo? ¿Qué tal si los llamamos miopes, pues si bien es cierto que tal es la realidad en China y Corea del Norte y Rusia y Bielorrusia y Cuba y Venezuela y Nicaragua y…, no lo es en muchas otras partes del mundo donde la democracia aún les planta cara a los populismos de las extremas mas no todavía -y que conste que está en mora de empezar a hacerlo- a los Torquemadas que, desde las universidades y las redes sociales, proscriben temas y mancillan reputaciones y acallan voces disidentes y le hacen perder el empleo a todo profesor o colega que se les ocurra que transgredió? Y es que tan mal andan las cosas en esos sanedrines que si hoy me llamaran de alguno para enseñar algo, pongamos Buenismo Avanzado, preferiría mil veces hacerlo en cualquier iglesia católica de esta Bogotá que, por otra parte, tan grande le quedó a la vocinglera Claudia López.


195. Pensamiento mágico es votar por un indeseable de la extrema izquierda -Petro, López Obrador: del fascismo de derechas mejor ni hablemos- esperanzado en que el radical, el intolerante se transforme, por arte de encantamiento, en un demócrata auténtico a la manera de Merkel, Ardern o Macron.


196. Son unos iluminados los que no quieren morirse sin que les toque asistir al desmoronamiento político, militar y económico -al cultural no porque resulta que los autoproclamados antiestadounidenses son tan adictos a su cultura como el resto del mundo- del imperio del norte en favor del chino, que ya insinúa modales con su tiranía de partido único, sus afanes expansionistas, su nueva ruta de la seda, su aliado Putin, sus globos espía, sus barcos de arrastre y hasta su ejiao tan milagroso. De verdad que no doy con un ejemplo más elocuente de en qué consiste la sabiduría del que comprende qué es lo mejor para su descendencia.


197. Como noto que los atronados que se reivindican del centro pero votaron por la opción de la extrema izquierda maquillada de pacto democrático que encarnaban Petro y sus conmilitones ya se empiezan a quejar, les advierto: “Aquí se impusieron” nuevamente y por culpa de su irreflexión “la mezquindad y la pobreza de espíritu de nuestros dirigentes, su vanidad, su incompetencia, su pasión irrefrenable por la improvisación, el adanismo y la chambonería. Todos, eso sí, con pose de iluminados y estadistas; todos con esa mirada al infinito del sabio que dice: ‘Yo sí tengo la fórmula mágica que los demás no tienen, yo sí sé cómo es que es…’. Y siempre superponiendo sus delirios teóricos a la realidad, sacrificando lo posible en nombre de lo perfecto, que jamás llegará. Las famosas ‘repúblicas aéreas’ de las que hablaba Bolívar […]: la utopía del fracaso y del atraso, eso son las utopías”.


Eso son: distopías de pesadilla a lo Cuba, Venezuela, Nicaragua o El Salvador y ya se verá si también Colombia al cabo de este cuatrienio que ya pesa y que, si me apuran, los las y les empoderades harán hasta lo imposible para que se prolongue al infinito. Ojalá me equivoque en este sentido como me equivoqué con Uribe, que a regañadientes “entregó” el poder pero lo entregó. Ahora: si mis sospechas -con aspecto más bien de convicción- se materializan, el destino de Colombia va a depender única y exclusivamente, como acaba de ocurrir en el Perú y Brasil, de nuestras fuerzas del orden. ¿Van a estar, llegado el caso, a la altura de semejante responsabilidad?


198. No me había sucedido antes, o al menos no con un clásico de todos los tiempos como El corazón de las tinieblas, que lo que parece constituir y contener el mundo de las emociones del relato -la vida y la muerte de Kurtz- al lector que soy lo deje del todo indiferente pero asombrado: ¿tantos dolor y conmoción -exagerados en el caso de Marlow- por la muerte de un comparsa? Porque para mí eso es lo que es el muerto que “lloran” la prometida y Charles: un comparsa al que prácticamente nada le oí decir que me cimbroneara… ¡nada! Está bien: algo tenía que tener el pisco para que dizque hasta los salvajes lo adoraran, no se diga este par… pero y ¿qué es aquello a más de toda la palabrería de pena por su muerte y de asombro por su dichosa genialidad? ¿Sólo porque exclamó, ya expirando, ‘¡Ah, el horror! ¡El horror!’? O acaso porque decía, como cualquier Trump u otro niño de seis años: ‘Mi marfil, mi prometida, mi estación, mi río, mi…’? Con decirles que, comparado con Petro -genio para los mamertos-, quien no pasaría de ser un paquete de aire y paja de no ser por lo perjudicial que resulta cuando se lo propone, el tal Kurtz es una vaharada.


199. “Definitivamente, hermano, hay que envejecer con dignidad”, me dijo el otro día mi buen amigo Óscar Montero y yo me quedé pensando. ¿Quiso decir resignación en lugar de dignidad? Porque ¿con cuál dignidad se puede asumir la tragedia de salir del mercado sexual, de que a uno ya no se le pare ni sobornándolo o que se le pare a medias pero que la que acceda a acostarse con uno lo haga por mucha plata y con mucho asco? Okay, digamos que me resigno a la impotencia y a los recuerdos de tiempos más promisorios y hasta felices. Pero ¿y los demás achaques del cuerpo y la mente? ¿Los llevo también con dignidad, con resignación cristiana? ¿Y a cuenta de qué si yo ya viví mi vejez en El obsceno pájaro de la noche, en los cuentos magistrales de Kjell Askildsen? ¿Materialista yo, materialista Steiner: “…Yo soy, por ejemplo, firme partidario de la eutanasia. Los viejos destruimos a menudo la vida de los jóvenes que tienen que cargar con nosotros. ¡Me gustaría tanto tener el derecho de decir ‘Gracias, todo ha sido magnífico, ahora basta’!”?


Eso en cuanto a mí, en cuanto a Steiner. En cuanto a mi amigo y a todos los que piensan y sienten que sin experimentar la vejez una vida es incompleta, o que claro que se puede estar muy satisfecho y ser muy productivo siendo viejo, todo mi respeto y simpatía por ellos y por su fortaleza. Sé que si hubiera consenso en torno a lo que pensamos y sentimos el sabio y yo, no tendría la alegría semanal o quincenal de leer a mis amigos de papel y maestros Manuel Vicent y Mario Vargas Llosa, por sólo hablar de los octogenarios, o de tomarme una cerveza y fumarme un cigarrillo cada tanto con mi amigo Mario Montoya en la cantina de Marcela y Lucio. Me duele el dolor de los viejos que no esconden tras su fragilidad al canalla o a la cabrona que fueron hasta cuando las fuerzas se lo permitieron, pero me dolería más un mundo del todo huérfano de sus presencias reales e imprescindibles.


200. Cada vez que, viendo un noticiero en la televisión, me estrello con la faz de Putin, de Xi, de Lukashenko, de Jamenei, de bin Salmán, de al-Assad y su cochina súcuba, de Cabello, de Murillo la del disminuido Ortega y de otros tantos, desenfundo por millonésima vez mi metralleta imaginaria y los fumigo, jamás con éxito. Entonces cierro los ojos, clausuro los oídos y visualizo mi santoral de buenos corazones para tranquilizarme: a Abe calmándoles el hambre o el frío a un indigente aquí y a otro allá; a la “desconocida” que una noche remota y fría se bajó conmigo de la buseta que la llevaba hasta su casa para ayudarme a coger un segundo transporte; a mi amigo del alma Quico Gómez con su infinito amor por los ciegos y a mi amigo de papel Fernando Vallejo con su infinito amor por los animales; a doña Louise de Morales, alma apacible y amorosa donde las haya; a mis amigos Orlando Espitia y Óscar Montero, cada cual con su singular manera de practicar la caridad; a Marinita Salazar mi compañera del Colombo, tan maternal con los frágiles; a don Luis Enrique Suárez y Quevedo, sabio y maestro; a Teresita Rozo, sabia y maestra; a Manuel Rivas y Mario Mendoza, Lucia Berlin y Rosa Montero, que me llevan a pensar que en sus personajes más entrañables se agazapan ellos; al “desconocido” que otra noche remota y fría consoló, amoroso, a un niño de la calle que lloraba; a Orfi haciéndoles compañía a los viejitos que se pudren y se mueren solos en estas torres del tercer mundo; a los médicos y enfermeras, socorristas y rescatistas de los dos sexos que a esta hora salvan vidas en la Ucrania bombardeada, desentierran cuerpos vivos y muertos de entre los escombros que dejaron los terremotos en Siria y Turquía o salvan de morir ahogados en el mar a los desesperados que se suben con sus hijos a una patera. Porque el instinto materno, que no es exclusivamente femenino y mucho menos colectivo, existe y es palpable.


Adenda: reivindico mi derecho a odiar y maldecir a los canallas, despreciar a los indiferentes, compadecer con frialdad a los cobardes y amar y bendecir a los generosos y caritativos no teóricos o por cálculos personales y académicos sino a los vocacionales.