jueves, 11 de agosto de 2022

Cuarenta nuevos desahogos, todos breves o muy breves

1. Agradezco, no se imaginan cuánto, la reflexión honda que me pone de veras a pensar, la explicación que me ayuda a comprender algo hasta ayer incomprensible y las risas que me arrancan un chiste de don Jediondo, muchas columnas de Tola y Maruja, una ocurrencia de mi hermana o de mi madre o de un amigo y, con mayor razón, el texto desternillante de un buen escritor. Por eso le quiero dar las gracias al maestro Arturo Pérez Reverte, quien hoy me hizo reír (como pocas veces ya lo hago) con un artículo que tituló ‘El salto del tigre’. A partir de ya esa columna suya figura entre lo hilarante memorable que atesoro: el Ignatius Reilly de Toole, los informes de Pantaleón Pantoja a sus superiores, ‘Buenos y malos’ de la insuperable Lucia Berlin, lo que escribe el sexagenario voluptuoso de Delibes, ‘Sólo para fumadores’ de Julio Ramón Ribeyro, incontables partes del Julius de Bryce Echenique, ciertos pasajes descarnados del Viaje al fin de la noche de Céline, el mejor Fernando Vallejo que es el que escribe, algunas charlas de Rodrigo y Susana en Fragmentos de amor furtivo, ‘Los sueños de un buen cristiano’ de Marco Tulio Aguilera Garramuño, no pocas páginas de La guaracha del Macho Camacho, ‘El ciego perfecto’ de Fernando Morales y no sé cuántos capítulos   del Quijote aunque de entre todos, el 18 de la primera parte. Sé que hay más pero por de pronto es lo que recuerdo.


2. La vida no es como cada quien opina que debiera ser. La vida es como es y sanseacabó.


3. En materia política y electoral, yo no me fío tanto de las “ideas” como del talante de la persona por la que voto. A cualquier candidato de suyo malintencionado pero bien asesorado se le pueden oír o leer promesas llamativas, audaces y hasta brillantes que de antemano sabe que no va a cumplir si resulta elegido, pero a aquel “precanalla” o canalla en toda regla le queda en cambio más difícil falsear su verdadera personalidad. Lamentablemente, y de ahí que en tantas partes ganen siempre los peores sujetos, intuir la bellaquería sólo se nos da bien a muy pocos. ¿Cómo aprender, entonces, semejante arte? La mayoría diría que aprendiendo a leer y por ende a pensar. Sin embargo, si uno se fija en el número nada despreciable de intelectuales y de escritores que desde antiguo han apoyado a los peores -un Mario Vargas Llosa y un William Ospina nos sirven hoy de ejemplos-, forzoso resulta cuestionar tal aserto.


4. ¿Pero y quién puede ser culpable de haber nacido con las reservas gramscianas de razón y voluntad desequilibradas para mal, o de que se le vayan desbalanceando por el camino?


5. Pienso en otros oficios en los que sea tan patente -y, si me apuran, tan injusta e injustificada- la conciencia de inferioridad frente a otros que se dedican a lo mismo y me cuesta dar con uno igual de reverente que el de los escritores y los escribidores (a la mierda los escribanos buenistas del campus que sea): “Yo escribo columnas de opinión y aforismos, pero nada como los cuentistas y los poetas”. “Yo escribo aforismos y cuentos, pero nada como los ensayistas y los poetas”. “Yo escribo cuentos y ensayos, pero nada como los novelistas y los poetas”. “Yo escribo ensayos y novelas, pero nada como los poetas”. “Yo sólo escribo poesía y todos ustedes están en lo cierto: ¡nadie como los poetas”.


6. Entre que se pierda un amigo por no prestarle plata y que se pierdan plata y amigo, adivinen por qué opto.


7. Nada de entusiasmos vanos: la muerte o la defenestración de un tirano jamás va a suponer la paz total y perpetua con que sueñan los esperanzados recalcitrantes sino tan sólo un interregno de cierta convivencia, que habrá de terminar como terminan todos: con la materialización del próximo que sepa sacarles provecho a la estupidez y las pasiones sectarias de las multitudes que, azuzadas, corren a guarecerse bajo el paraguas de las extremas.


8. ¡Atención, mucha atención! Jorge de Burgos está de vuelta entre nosotros -perdón: entre nosotros, nosotras y nosotres-: “La risa sacude el cuerpo, deforma los rasgos de la cara, hace que el hombre parezca un mono.” “La risa es signo de estulticia. El que ríe no cree en aquello de lo que ríe, pero tampoco lo odia. Por tanto, reírse del mal significa no estar dispuesto a combatirlo, y reírse del bien significa desconocer la fuerza del bien, que se difunde por sí solo.” “La risa es la debilidad, la corrupción, la insipidez de nuestra carne. Es la distracción del campesino, la licencia del borracho...” “La risa libera al aldeano del miedo al Diablo, porque en la fiesta de los tontos también el Diablo parece pobre y tonto, y, por tanto, controlable.” “La risa distrae, por algunos instantes, al aldeano del miedo. Pero la ley se impone a través del miedo, cuyo verdadero nombre es temor de Dios.” “...si la risa es la distracción de la plebe, la licencia de la plebe debe ser refrenada y humillada y atemorizada mediante la severidad”: es decir la fórmula que con tanto éxito viene empleando el buenismo biempensante desde cada vez más universidades, en cada vez más ámbitos y con cada vez más inclemencia.


Desde el que por descuido o gusto echa un chiste sobre ciegos o putas o cojos o feas o maricas o lesbianas o negros o gordas hasta el profesor que con la mejor de las intenciones propone en clase un tema -¿pero cuál no?- que pueda herir las susceptibilidades de los vulnerables, las vulnerables y les vulnerables, pasando por el artista o el poderoso que sin atenuantes cae en desgracia por acusaciones muy solventes de víctimas reales o calumniosas y fabricadas por algún resentido, todos saben lo que son las dentelladas de esta nueva jauría virtual y analógica que hoy se arroga el derecho de castigar así al incauto como al indócil. De ellos, de los indóciles, depende que esta nueva versión del monje ciego y despiadado afloje y se desdibuje.


9. Si usted es de los que creen que Putin hay solo uno, o quiere entender cómo es posible que a más de mil millones de personas las domine y las envilezca el partido único de su país mediante apenas unos cuantos miles de funcionarios-esbirro, lea la parte titulada ‘Caigo en desgracia’ del David Copperfield de Dickens. Ahí, junto con la resolución del misterio del papel que desempeñan la cobardía y la estupidez humanas en las tiranías, van a poder establecer parangones muy diversos entre por ejemplo cómo a un hogar armonioso y feliz y a un país sin mayores penurias o hasta próspero y promisorio los pueden perder la imprevisión y la tontería de un enamoradizo con hijos a su cargo y las de unos votantes lelos y crédulos, ávidos todos de las mentiras y los edulcoramientos en los que los canallas son tan diestros.


10. Ve uno todas esas protestas de blancos gringos y europeos dizque indignados por el racismo de la sociedad y en particular de los policías, y no puede por menos de preguntarse cuántos de ellos se casarían con la hija o el hijo de George Floyd o permitirían de buen grado que uno de sus vástagos caucásicos lo hiciera. Yo, que soy ciego y por ende sé de qué va la discriminación, no juzgo al vergonzante que, sin que sepa por qué razón, siente fastidio por el que no ve (no oye, cojea, tartajea, tiene la piel más oscura o los ojos rasgados) pero intenta que no se le note pues sabe que se trata de otra, entre tantas, mezquindad del alma humana en las que los sapiens nos vemos enredados contra nuestra voluntad. Para no ir muy lejos, yo mismo experimento por el pelo corto de mujer con piel de cualquier color o por el quieto de las negras, por las demasiado gordas blancas o negras, por toda aquella -y aquel- a la que le falta una extremidad -no un dedito apenas- y por toda mujer que no huela a fresco, es decir a champú y a jabón, un rechazo a la cercanía física que quisiera no sentir pero que siento. Cosa muy distinta es hacer alarde de las propias miserias a la manera en que lo hacen los supremacistas descerebrados que votan por Trump o Bolsonaro. Ahora, que si comparo a cualquiera de esos abortos que por desgracia no fueron con el adefesio hipócrita de Wilson Sáenz, pues los de marras merecen que se los ame.


11. Definitivamente el mundo es un caos donde los reclamos de lo prístino, lo originario, lo fundacional se pueden desvirtuar en cualquier momento gracias a nuevos datos arrebatados a la oscuridad por un estudioso.


12. Y es que si hoy no fuera hoy sino mañana, de seguro que ningún negacionista del calentamiento planetario tipo Trump o Bolsonaro podría ser presidente de los Estados Unidos o de Brasil. Pero eso será mañana, cuando áridos o inundados, o áridos e inundados, los gobiernos y el mundo luchen contra lo que ya no tendrá reversa: la muerte transitoria de la Tierra y, con ella, el merecido fin del antropoceno.


13. ¿Me van ustedes a decir que en el cinismo más puro y desvergonzado no se agazapa un arte, un humor muy fino que a muchos nos hace simpatizar inconfesamente con el cínico?


14. Entre los tabúes que con tanto celo mima esta especie, uno que ni se menciona: el que obra en contra del que se atreve a confesar su falta de entusiasmo y amor por la vida. En otras palabras: mientras que la pulsión de vida -fingida en unos, genuina en otros- es un imperativo social -con todo lo que el adjetivo abarca-, la pulsión de muerte contra uno mismo constituye un anatema imperdonable que se debe callar so pena de que incluso los más liberales se la cuestionen con acritud, los beatos y los tanatófobos lo “cancelen” por ser un mal augurio y una pésima influencia para ellos y sus familias, y de ahí para allá.


15. Maticemos: si bien es cierto que “matar a un hombre no es defender una doctrina, es matar a un hombre”, matar a un Hitler en ciernes, a un Stalin en ciernes, a un Castro en ciernes, a un Putin y a un Chávez en ciernes o a un violentador ojalá futuro o en su defecto presente de cuerpos indefensos de animales y personas no es matar a secas sino extirpar.


16. En este mundo de dos sexos con sus variantes procede, por un lado, que los LGBTQIAK (según van las cosas, llegará el día en que la sigla no quepa ni en una cuartilla) vivan a su aire y tengan exactamente los mismos derechos que los heterosexuales: matrimonio religioso o civil, adopción, heredar y dejar herederos, equidad en los ámbitos educativo y laboral... Pero por otro, que los que voluntariamente integran ese colectivo desistan de la mentecatez que supone el pretender torcerle el pescuezo a una verdad irrebatible de la biología: se nace macho o hembra, y que sean las pulsiones las que decidan llegado el momento.


17. Si el ‘mamerto’ que no ve en el ‘facho’ nada distinto que a una rata ideológica y el ‘facho’ que no ve en el ‘mamerto’ otra cosa que a un hipócrita redomado supieran todo lo que en común tienen, y por azar llegaran a estos versos de Baudelaire, al menos un ramalazo de incomodidad tendría que agitarles la conciencia: “Yo soy la herida y el cuchillo / la bofetada y la mejilla, / yo soy los miembros y la rueda / soy el verdugo y soy la víctima”.


18. Qué curioso -o inexplicable, o paradójico, o contradictorio- que nuestra relación con los dueños de esos primeros tactos -las manos del médico, las de las enfermeras cuando no las de las comadronas- que sentimos sobre nuestra piel -acariciándola, examinándola- en el momento siempre angustioso del nacimiento sea nula en el 99,9% de los casos, cuando lo cierto es que semejante acto iniciático debería generar un nexo que dure lo que la vida del ‘acariciado’. Pero no bien reflexiono en esto, me parece que oigo al genio que nunca falta responder con condescendencia y en tono ex cátedra que la razón que explica la ausencia se llama “guantes quirúrgicos”.


19. Que no fastidien los incondicionales del “todo tiempo pasado fue mejor” -que por cierto no fue lo que dijo don Jorge Manrique- porque la política siempre ha sido asunto, y muy mayoritariamente, de sinvergüenzas natos, de ciertos idealistas devenidos sinvergüenzas con el ejercicio de la que creían su vocación y de alguna que otra persona (Angela Merkel, Simone Veil, Francisco Morazán, Vicente Gerbasi, Carlos Rangel, Olof Palme, José Figueres Ferrer, Eloy Alfaro, Rómulo Betancourt, Benjamín Disraeli, Lee Quan Yew, Václav Havel) que, en contra de las dificultades saludables que impone la democracia y de su individual y humana falibilidad, hace por sus conciudadanos cuanto puede y juzga lo más conveniente si no para todos, sí para la mayoría.


20. Si frente a cada Creonte que tiraniza un país y hasta un pedazo de mundo hubiera un Hemón, un Tiresias y una Antígona que se le opusieran con la determinación con que se les debiera hacer frente a los tiranos, a los malditos Xi, Chávez, Putin, Videla, Trump, Franco, Bolsonaro, Ortega y demás remedos deslavazados de Hitler, Stalin y Castro se les dificultaría al menos un poco la ejecución de sus empresas criminales y corruptas de guerra y hambre.


21. Al feminismo sensato e inteligente le correspondería plantarles cara a los miles de insensatas e histéricas -y a los que les hacen el juego- que van por ahí llamando “monstruo” al que les echa un piropo en la calle, les pide el teléfono en la universidad o las invita a salir en el trabajo. Que les pregunten a Jineth Bedoya y a Lydia Cacho, a Malala Yousafzai y a Malalai Joya, cuatro mujeres capaces y valientes que han pagado un altísimo precio por serlo, qué es un monstruo a ver si las versiones coinciden. O a los millones de niñas y mujeres anónimas de cualquier latitud que por miedo o aislamiento no denuncian la violencia de todo tipo que sufren a diario y en el más oprobioso silencio.


¿Me voy yo a investir de indignado o a equiparar con los violentados en su niñez o adolescencia por curas o pastores o familiares malparidos sólo porque cuando estaba muy jovencito dos o tres maricones me piropearon o me lo pidieron cuando en la calle me ayudaban a coger el bus? Seamos serios y volvamos a llamar a las cosas por su nombre para que a lo monstruoso se le dé tratamiento de crimen imperdonable y delito gravísimo y se lo juzgue como tal, a lo abusivo -el acoso permanente por parte de quien sea y en donde sea- se lo castigue con la sanción a que haya lugar y a lo anecdótico -un piropo, una picada de ojo, un beso al aire- no se le dé ninguna importancia. Ojalá llegue el día en que a una descentrada de estas que pretenda interponer una queja o una denuncia por lo que no es otra cosa que un requiebro o a lo sumo una impertinencia, la ridiculicen convenientemente y la manden a paseo, precisamente para que se vuelva seria.


22. Decía el otro día en su artículo hebdomadario de El País de España Elvira Lindo, cuyas opiniones suelen ser tan acertadas, lo siguiente: “Mientras algunos expertos hablan de lo que era sin duda predecible, dado el creciente desvarío mental y el aislamiento social de Putin, el déspota, la población ucrania seguía con sus rutinas sanadoras, aunque siempre existiera la inquietud de un conflicto. Nadie está entrenado para abandonar su casa de un día para otro, nadie sabe lo que es dormir en una estación de metro hasta que no se ve obligado a hacerlo, ni a buscar un refugio en el otro lado del país o de la frontera. La vida se impone de tal manera, y hace bien en imponerse, que lo único que se tiene colgado en el imán de la nevera es el horario de los extraescolares de los hijos o los nietos. Cuando en estos días leo o escucho, en esas irritantes sentencias que se cuelgan en las redes, la denuncia de una humanidad que no aprende, pienso de qué humanidad están hablando, ¿qué culpa tiene esa humanidad, si es que se puede hablar en abstracto, de que un sátrapa, imbuido de delirantes razones históricas, decida destruir los cimientos de la vida de los inocentes? Cuando hablamos de la humanidad, a qué nos referimos: ¿a una abuela de Kiev, de Mariupol, de Kharkiv? ¿Por qué deberían saber ellas de estrategias geopolíticas si el único derecho que les debería asistir es vivir en paz? ¿Nos referimos cuando de la humanidad insensata hablamos a un niño que de pronto ve sacudida su rutina escolar para esconderse muerto de miedo en un sótano que hace las veces de refugio antiaéreo? ¿Pensamos en la madre que a punto está de parir, en el padre que vive el primer bombardeo desde una fábrica? [...] Hay que tener poca humanidad 

para acusar a esa humanidad de algo”.


Leí su columna, la releí y me quedé observando a mi gata un largo rato. Aproveché que dormía y en un par de ocasiones la sobresalté con ruidos desacostumbrados para ella. Una y otra vez, con el necesario intervalo de tranquilidad, la misma reacción: un salto felino para caer detrás del sofá más a mano que la resguardara. La conclusión se impone: mientras que los animales, incluso los domésticos más mimados y queridos, jamás se darían el lujo de desactivar a voluntad -toda una maravilla que no puedan- su sistema biológico de alerta ante el peligro, nosotros no sólo lo hacemos -todo un horror que podamos- sino que justificamos que así sea.


Quiero creer que en Kiev, en Mariupol, en Kharkiv y en toda Ucrania hubo abuelos bien enterados y perspicaces que, al corriente de las amenazas de invasión y guerra por parte del psicópata ruso, reunieron a sus hijos y nietos para informarles que debían partir hacia el exilio en previsión de que lo peor ocurriera. Quiero creer que acá en Colombia y en cada rincón del mundo hay también abuelos, padres de familia, educadores y opinantes que les estén explicando a sus nietos, hijos, estudiantes, oyentes y lectores el peligro latente de que aquel engendro del mal auténtico pueda pulsar en cualquier momento el botón de su arsenal nuclear para hacer que el mundo que conocemos vuele en pedazos o casi. Y quiero creer que ellos, como yo, desean fervientemente que alguien del círculo más próximo del bandido, imbuido de repente de valor, le descerraje en la cabeza el tiro salvífico que hace mucho tendrían que haberle pegado. También a otros.


23. Se denomina ‘omertá’ la sutil aunque inocua diferencia que existe entre el cobarde y el indiferente crónicos. Desde el que sufre en silencio los acosos y humillaciones de que es objeto un compañero de clases, pasando por el que calla su indignación de saber que el jefe se roba la plata destinada a los refrigerios escolares de los niños pobres, hasta los millones que hoy vemos impotentes y llorosos -lo de los indiferentes es la impavidez pero poco importa- cómo Putin, los que ejecutan sus cochinas órdenes y los que lo admiran y apoyan abierta o solapadamente en Rusia y en todo el globo masacran a los ucranios y arrasan el país, todos somos presas de esa tara moral de una especie a la que no obstante y con heroísmo intentan redimir unos cientos de almas de veras solidarias que curan heridos o entierran muertos abandonados a su suerte, que les calman el hambre y el frío a los que huyen de la guerra, que arriesgan sus vidas para sacar de las ciudades bombardeadas a los que empavorecidos se esconden en las estaciones del metro y en otros escondrijos improvisados, que cobijan bajo sus techos -muchos de ellos carentes- a los recién llegados a sus ciudades o que donan dinero o tiempo para ayudar a paliar la infamia. Ellos lo intentan, pero Marina Ovsiánnikova lo consigue.


24. Del mismo modo que un puñado de seres humanos por lo común anónimos luchan de veras para rescatar a la especie del mar de indiferencia y cobardía en que se ahoga, un ínfimo porcentaje de religiosos de la fe que sea son los que les plantan cara, amén de a esas lacras, al sectarismo, la pederastia, el fariseísmo y otros mil pecados de que se hacen partícipes tantos de sus homólogos. Sus iglesias y toda la humanidad les debemos a la hermana Gloria Cecilia Narváez, Al padre Francisco de Roux, a aquel capellán de la Universidad Pedagógica Nacional de nombre Luis Enrique y de apellido que se me escapa, a aquel sacerdote del barrio Galerías de Bogotá cuyos nombre y apellido se me escapan, a “los sacerdotes jesuitas Javier Campos y Joaquín Mora” de quienes me habló Villoro en una columna, al sacerdote y santo jesuita Antonio Beristaín de que me habló Savater en otra columna, al padre Ernesto del escritor Mario Mendoza, al pastor sin nombre ni apellido con que se desahoga Karl Ove Knausgard a la muerte de su padre y a todos los demás que no conozco pero que ardo en deseos de conocer esta mínima luz de esperanza que todavía orienta entre tanta tiniebla.


25. A falta de un mejor nombre, llamo “sensación cataclísmica” a este fatalismo que me define desde muy niño, un niño que convertía una simple gripa de su madre en orfandad inevitable; que, ya adolescente, se atormentaba con la certidumbre de una impotencia incurable cuando apenas comenzaba a descubrir los deleites del tálamo -y de las alfombras, el pasto; los ascensores, las escaleras de edificio; los ríos, el mar-; que, siendo aún muy joven, convertía en suyas y en lastres para su cuerpo y mente cada enfermedad sobre las que le ía o de las que oía; que, instalado en la seguridad económica y laboral de sus treinta, dejó de centrarse tanto en sí mismo y se aplicó casi con sadismo a registrar e intentar comprender cuanto de malo -claro que sin perder de vista lo bueno- ocurría en el mundo; y que hoy, cerca de la cincuentena y prácticamente despojado de la exigüísima ración de optimismo que logró arañar en la repartija genética, mira con horror pero sin sorpresa cada nuevo desvarío de los poderosos que lo conducen sin falta, y con el aplauso o la irresolución de los millardos que son a un tiempo sus víctimas y cómplices, a un desenlace nuclear y medioambiental, o político y económico y social. ¿Qué porcentaje de la humanidad, circunstancias del yo aparte, conocerá de primera mano lo que acá cuento: que no hay dicha o alegría o entusiasmo o esperanza que no estén signados por el presentimiento -por lo común infundado- de un infortunio que venga a cagarse en todo?


26. Si los humanos confesáramos todo lo malo que pensamos y sentimos cada tanto a lo largo de nuestras vidas, concluiríamos forzosamente que en cada uno de nosotros, sólo que con intensidades distintas, bulle inexorablemente la maldad. La siento en mí y no en pocas ocasiones en que he llegado incluso a maldecir (mentalmente) al ser que más amo en esta vida -mi madre-, o a desearles la muerte (mentalmente) a personas que espero tener siempre a mi lado. La reconozco en esas mismas personas, que se esfuerzan para intentar disimular la alegría -por lo general pasajera- que les producen ciertas desgracias ajenas. ¿Que cómo lo hago? Oyendo con suma atención las palabras que la boca de turno profiere y las cadencias de esa voz, que no logra controlar la disonancia. Y todos, sin excepción, nos vemos obligados a callar muchas de esas mezquindades por completo involuntarias de nuestras humanas naturalezas, incapaces como somos de lidiar con tanta miseria de la que, reitero, no somos responsables. ¿O me van a decir que es culpable el hijo que en un rapto de locura silenciosa quisiera ver muerta o matarla él mismo a esa madre a la que casi siempre tanto quiere? ¿O me van a decir que es culpable la envidiosa a la que se le pasa por la cabeza que la cara se le desfigure a esa hermana a quien tan unida siempre ha estado? ¿O me van a decir que es culpable el envidioso que se alegra momentáneamente con la tragedia que le acaba de ocurrir a un amigo al que, así no lo crean, mucho aprecia y todo porque aquel amigo fue hasta entonces más feliz y afortunado? No, no nos engañemos: reconozcamos que en las honduras más recónditas de la conciencia de cada ser consciente que en el mundo ha sido se enquista el horror de lo monstruoso, del que nadie -pero nadie es nadie- escapar puede. Nadie: ni usted, ni ella, ni él, ni ustedes ni mucho menos yo, que por algo esto escribo. Ni el más santo de los santos -en el supuesto de que algo así sea posible tratándose de humanos-, ni el más bueno de los buenos o el más virtuoso entre los virtuosos está libre del pecado original: schadenfreude lo bautizaron los alemanes, que yo sepa los únicos que se han atrevido.


Me pongo a pensar en cuántos de mis estudiantes, incluso algunos de los que me aprecian o creen que me aprecian, padecerían -porque se padece- una oleada de schadenfreude al enterarse de que su profesor ciego, camino de la universidad, sufrió un accidente: cayó entre una alcantarilla sin tapa que había en un andén cualquiera. Pero como esa sensación nos avergüenza indefectiblemente si la sentimos en relación con alguien al que no se odia, pues sacudimos la cabeza e, instintivamente, le pedimos perdón a Dios -incluso los muy ateos- por sentir eso tan horrible que acabamos de sentir o que seguimos sintiendo pero que intentamos, casi siempre con éxito, sepultar bajo expresiones compasivas y fórmulas convencionales: “¿Que se cayó? ¡Pero dónde! ¡Dios mío! ¿Pero está bien? ¿Venía solito?”. Adelante, pues, con el único antídoto contra semejante destino vergonzoso: la negación a ultranza.


27. Si un buen día se despiertan picados por la curiosidad de saber con certeza cuánto ha cambiado el mundo desde que dejó de ser analógico para transmutarse en virtual producto de las pantallitas a que cada lelo se aferra con la desesperación con que el arrastrado por la corriente al tronco de árbol que logró pescar en su descenso a los infiernos, no es sino que lean con toda atención ‘Penas’ de la insuperable Lucia Berlin, viajen a un balneario nada más que con un esfero y una libreta de apuntes y se sienten a observar: pueden estar seguros de que los observados en ningún momento, bajo ninguna circunstancia se van a dar por aludidos de que ustedes los observan.


28. Descubrí hace poco que me estoy volviendo agorafóbico y la razón, más que la inseguridad galopante de Bogotá, es el descomedimiento del ruido, que todo lo coloniza aquí, en Mariquita: desde los pitos estridentísimos y revientatímpanos de las motos más insignificantes y cutres a los idénticos del camión y la tractomula, desde el reguetón o la bachata a todo taco en cualquier almacén de zapatos o ropa a los miles de megáfonos con que en una misma cuadra los vendedores vocean sus chucherías, desde los televisores a todo volumen con noticias a los altoparlantes con bachata o reguetón que atruenan los pobres oídos dentro de un mismo restaurante o cafetería, desde los timbrazos insoportables de millones de celulares a los millones de videos que cada lelo -mi amigo Pérez-Reverte los llamaría “idiotas sociales”- oye sin audífonos en las bibliotecas, iglesias, salones de clases, bancas de parque, vestíbulos de hotel, oficinas, salas de espera de lo que sea, urgencias de hospital, quirófanos de hospital, baños de hospital, cafeterías de hospital, capillas de hospital, cuartos de hospital, camas de hospital, morgues de hospital y cementerios. Y aquí viene la súplica de un desesperado: ¿habrá alguien capaz de echar a rodar una nueva pandemia un poco más letal que la del coronavirus para que vuelvan los encierros masivos y con ellos el silencio, a ver si por fin puedo leer ‘Discorde’, de Mike Goldsmith?


29. Según como se mire, el amor de los que nos aman puede ser -lo es casi siempre- una bendición de Fortuna la veleidosa o -sólo en muy contadas ocasiones- el peor de los lastres, y explico lo segundo. Si usted es un enfermo crónico o incurable del cuerpo y la mente -una cosa conduce a la otra y viceversa- y está mamado de serlo; si usted es un desencantado o un desesperanzado o un desesperado crónico e incurable y está mamado de serlo; si con usted la perra vida se porta muy mal y no le da tregua en su mala suerte congénita y está mamado de que con usted se ensañe y como los otros cree que la única y definitiva respuesta es el suicidio, el amor de los que lo aman pasa a ser algo tan indeseable como la vida misma. ¿Es o no es cierto, mis muy estimados cófrades de Harry Haller?


30. Me escribe una amiga a la que quiero aunque no la conozca personalmente -ni falta que hace-: “¿Cómo se puede vivir en un mundo sin libros? Más aún: ¿cómo se puede sobrellevar el oscuro caos de la existencia sin contar con el orden de la escritura? Imagínate esa ceguera colosal, que el alfabeto sólo fuera para ti un incomprensible puñado de manchitas, unas cuantas hormigas de tinta sin sentido”. Y yo le respondo: “Estimada Rosa:


Justo en estos momentos, mi hermano el cristiano y millones de creyentes fervorosísimos más de la fe que sea se estarán preguntando: ‘Pero y ¿cómo se puede vivir en un mundo sin Dios?’, mortificados y rabiosos por mi falta de fe y quizás también por la tuya. Y de forma simultánea, en muchos otros ámbitos, habrá fanáticos del fútbol, de los videojuegos, del rock de los 60, de la astrología y de cuanta manía se te venga a la cabeza preguntándose cómo es posible que haya aburridos que a esas horas tengan un libro entre las manos sin que los mate el tedio.


Por otra parte, déjame contarte que tras veintitrés años de docencia universitaria demasiado insatisfactoria por lo que a lectura y escritura se refiere, hoy tengo por muy dignos a aquellos que, por nunca haber pisado la escuela, no saben que la zeta se llama zeta y por tanto no pueden identificar ni ese ni ningún otro caracter dentro de un texto, y por muy indignos a los que sí saben y pueden hacer justamente eso mas no comprender nada de lo que leen y por supuesto tampoco expresarse por escrito pese a alardear de sus diplomas profesionales y hasta de sus especializaciones, maestrías y doctorados. Te cuento que a mí -y sé que a otros tantos: ¿te suenan María Elvira Roca Barea y Javier Marías?- el analfabetismo que me quita el sueño no es el del iletrado propiamente dicho, sino el de los analfabetos funcionales que, a diferencia de los primeros, desconocen que lo son pero si lo supieran, tampoco les importaría.


Un abrazo y un beso fortísimos y ¡a ver cuándo es que por fin nos vamos a conocer personalmente!”.


31. Una pregunta para los estadígrafos. De diez amoks adolescentes o en todo caso muy jóvenes que -de momento- en los Estados Unidos de América cogen (¿sin permiso?) Uno de los fusiles de asalto de papá y mamá o se compran un fusil de asalto con el dinero que papá y mamá les dieron de regalo en el cumpleaños, ¿cuántos mientan el título de una novela o de un cuento y cuántos el de un videojuego o el de una serie a manera de “móvil” para la perpetración de la masacre?


32. Un muy buen ejemplo de “autocensura” es el silencio que algunos nos imponemos ante cada despropósito que oímos repetir aquí y allá en referencia a la religión, a las religiones. Desde aquel que cuenta el cuento del todo inverosímil de que entre los hombres vivió treinta y pico años el hijo carnal de un dios improbable o que a ese dios improbable le llevó menos de una semana crear y poner en su sitio lo que hasta hoy parece haberse llevado entre trece mil y catorce mil millones de años para ser lo que es, hasta que la vida no es sólo una sino múltiples facetas del mismo horror, a los que tales ideas nos parecen ocurrencias disparatadas se nos fuerza a callar cuando lo que querríamos es cortar por lo sano con todo aquello mediante un gesto desaprobatorio o el abandono sin dilaciones ni formalidades del que nos quiere dar la lata. Y la razón de que casi nunca cedamos a esos impulsos es la desmesura hipócrita esa de que “toda creencia religiosa es respetable”. A mí la única creencia que en este sentido me ha parecido del todo respetable es la de un colega que hace unos años me contó, cuando nos tomábamos un café de entre clases, que era católico por tradición familiar y que claro que el creacionismo no constituía para él cosa distinta que una candidez de pésimo gusto pero que, aun cuando se atenía a los datos científicos que cifraban la edad del universo en lo que la cifraban, en él sí que alumbraba la convicción de que detrás de su origen tenía que haber una entidad superior que lo forjó. “Tan probable como que la cuna se meza sin ayuda de ninguna mano” creo que le respondí, antes de despedirnos para volver al corte.


33. Me mamé, simplemente, de que en cada restaurante bueno o mediocre aunque con ínfulas a los que voy me pregunten -y para completar en tuteo meloso- no bien me alisto para recibir el batacazo del importe a pagar: “¿Deseas incluir la propina?”. Deseo -debería contestarles- a las mujeres de ciertos prójimos y a las hijas jóvenes de algunos amigos, fumarme un cigarrillo con el primer tinto del día, acariciar a mis gatos cuando ellos lo tienen a bien, masturbarme en la más absoluta intimidad pensando cada vez en una de mis frustraciones venéreas o rememorando una dicha distinta de la carne, morirme joven y no resucitar más nunca. ¿Pero librar de la obligación de la nómina a quien por lo común me tima y me decepciona?


34. Baladroneaba del modo siguiente, en recientísima columna, el protagórico y cartesiano autor de -entre otros- ‘Ética como amor propio’, ‘Ética de urgencia’, ‘Ética y ciudadanía’, ‘Invitación a la ética’, ‘Los caminos para la libertad: ética y educación’ y, sorpréndanse, también de ‘Tauroética’: “En una de las escenas más sugestivas de Moby Dick, el honrado y prosaico Starbuck reprocha al capitán Ahab su obstinación en vengarse de la ballena blanca: ‘¡Enfurecerse contra un ser sin uso de la palabra es impiedad!’. Y Ahab le responde: ‘Todos los objetos visibles no son sino máscaras. En cada acontecimiento, en el acto vivo, en la acción resuelta, algo desconocido, pero siempre razonable, proyecta sus rasgos tras la máscara que no razona. ¡Y si el hombre quiere golpear, ha de golpear sobre la máscara!’. Lo humano es utilizar las cosas y seres naturales como parte lúdica o trágica de un tablero simbólico en el que se desenvuelve nuestro destino. Ponemos intención expresiva en el opaco reto de lo que nada explícito formula, pero todo puede significarlo para nosotros: montañas, simas, océanos, bestias, planetas lejanos, cataclismos, agujeros negros… La mente humana se ejercita coloreando agujeros negros. Y dando voz tierna o amenazadora a lo que no habla…”.


Parece increíble que quien esta barbaridad afirma y prohíja, en tono de chacota y con total desprecio de la ética y el sentir ajenos -por ejemplo los de los animalistas y los ambientalistas ecuánimes, que claro que los hay-, sea el mismo Fernando Savater cuasi lacrimoso que en sus columnas rememora demasiado a menudo la muerte irreparable de su esposa o el indignado y grave que -como es apenas natural- sigue clamando contra la impunidad y las tajadas generosas de poder con que se premia al terrorismo etarra.


Desde hace algún tiempo sospecho que el filósofo, en su guerra a muerte contra la estupidez y la sinrazón del peor buenismo (que yo también combato, salvo que esforzándome muy mucho para no revolver peras con manzanas), anda actualmente tan confuso y extraviado como en su momento lo estuvieron algunos “idealistas” que por cerrazón y soberbia se “transformaron” en lo que son hoy y no van a dejar de ser ni aun muertos: terroristas, secuestradores y asesinos despreciables a los que de cuenta de un “ex” real o supuesto, quienes quisiéramos verlos pudriéndose en la cárcel y ardiendo en los infiernos nos tenemos que tragar en cambio el sapo de verlos pavoneándose, a los muy bellacos, en Parlamentos y ocupando curules que tendrían que estar reservadas para los representantes de sus miles de víctimas. De verdad que yo sí hago votos por que usted, maestro Savater, recapacite y recomponga a fin de que no se siga envileciendo innecesariamente y desvirtuando con semejante cara dura su obra tan meritoria.


35. Si existen tres palabras que consigan explicar muchos de los problemas del mundo y en todos los ámbitos, esas son arbitrariedad, cinismo e incoherencia (el orden es, aclaro, meramente alfabético). El tirano y su cohorte de áulicos y carniceros que, alegando su derecho a la seguridad y a no sentirse amenazados por nadie, invaden un país vecino y matan a civiles inermes de todas las edades y destruyen ciudades e infraestructura y condenan a toda una sociedad a la diáspora o a la intemperie en la indigencia, y al atraso, el miedo y la angustia crónicos del desposeído. El yihadista pederasta que, para alcanzar un cielo prostibulario colmado de huríes, hace de cualquier lugar concurrido su infierno particular. El partido único de un país que a diario le grita al mundo su derecho a una autodeterminación que sin embargo él les niega a sus más de mil millones de súbditos. El profesor y el estudiante de campus público -el nombre universidad sólo debe ser para aquellas que sin cortapisas celebran y prohíjan el universo- que se quejan de la inexistencia o el menoscabo en la libertad de opinión y expresión de que supuestamente son víctimas, pero que al mismo tiempo le impiden (muy a menudo con violencia) a cualquiera que piense distinto o disienta de su radicalismo que ejerza la suya. Los hipócritas y autodenominados ‘provida’ que se oponen al aborto pero que difícilmente aceptarían hacerse cargo del niño que una mujer no está o no se siente facultada para criar. La iglesia que dice defender la vida hasta sus últimas consecuencias a sabiendas de que muchos de sus predicadores les han desgraciado la suya a cientos de miles de niños y jóvenes víctimas de la pederastia y otros pecados abominables. El autor de renombre que busca enseñarle al mundo entero con sus publicaciones de qué va aquello que llamamos ética pero que les declara una guerra sin cuartel a los que la conciben diferente y sin saberlo luchan contra tropelías que curiosamente constituyen gustos y aficiones personales que aquel “librepensador” no está siquiera dispuesto a reconsiderar. El padre o la madre de familia que lleva con autoridad las riendas de su casa pero que les enseña a sus hijos a no dejarse mandar ni joder la vida de nadie en el colegio o en la calle. El profesor mediocre -¡legión, legión!- que le fustiga al gobierno de turno y a los precedentes -claro que sólo si son de derechas o de centro- su desinterés en la educación pero que improvisa en cada clase que dicta lo que le sale de la mollera y aprueba a todos los estudiantes con notas sobresalientes, según él en procura de “la equidad y la no discriminación”. Como ven, la lista es interminable.


36. Nada que sorprenda: que los que hablan hoy de “ciencia hegemónica” y de “justicia epistémica” sean los mismos que reivindican a grito pelado la necesidad de “universalizar el derecho a la educación superior”, de “el arte y la cultura como construcciones colectivas de las que nadie debe quedar excluido” y de otras sandeces por el estilo. Alegan todas estas lumbreras que cualquiera, dado que “todos somos igualmente inteligentes” porque “en cada ser humano alumbra un genio potencial”, podría ser un Einstein, un Bethoven, si a todos se nos procuran las oportunidades de que sí gozan los privilegiados, entre los que tan difícil es asimismo que brote la genialidad. Pero mis amigos no reparan en eso. Obcecados en su idea fija de que si Messi hay solo uno no es porque el astro argentino sea un muy disciplinado prodigio de su deporte sino por la falta de canchas en las barriadas, de que un políglota probado lo es no por su talento innato y su consagración al estudio de las lenguas sino porque tuvo dinero y por tanto posibilidades de aprenderlas en los mejores institutos y universidades, de que si Diana Trujillo destaca hoy por hoy en la NASA se lo debe más a hipotéticos nexos y conexiones que a su brillantez científica y entereza personal, los susodichos se niegan en redondo a entender que no todo el que puede hacerlo quiere estudiar (en las universidades abundan los matriculados y escasean los estudiosos), que el hecho de tener un papá escritor o una mamá artista no supone que yo sea al menos un buen lector o un estudioso del arte o que raros son los casos de hijos inventores de padres inventores. Que yo sepa, mis posibilidades como escribidor son, si las comparo con las capacidades y los logros editoriales de una Lucia Berlin o de una Irene Vallejo, de un Stefan Zweig o de un Karl Ove Knausgard, tan ínfimas como las de cualquier escribano buenista hablapaja de cualquier facultad de humanidades al que se lo compare conmigo. Lo comprendo, lo acepto y me hago cargo.


37. Recuerdo la tarde en que un veinteañero pedante, alumno también de literatura, abrió dos ojos como platos cuando me preguntó y yo le dije que no, que no había leído a Gracián y ni siquiera oído su nombre. Sé lo que sé -de eso respondo- y, lo que no, puede que lo aprenda algún día.


38. Estudié para profesor con la ilusión de poder fomentar entre mis estudiantes el amor por la disciplina, la exigencia y la excelencia académicas a las que no es posible desligar, como pregona el buenismo biempensante y todopoderoso de magisterios y pseudointelectuales de izquierdas, de la necesaria jerarquía que impone el mérito. Ignoro si fracasé sin atenuantes o si algo muy modesto conseguí. Lo que sí sé es que de haber tenido la suscripción que hoy tengo a la DW y la alegría de ver en Televisión Española Saber y Ganar de lunes a domingo si se me antoja, con invitar a los muchachos a compartir conmigo esos deslumbramientos cotidianos me habría bastado.


39. ¿De qué tamaño es el abismo que se abre entre la escuela de los que ven en la disciplina, la exigencia, el rigor y la excelencia lacras que perpetúan la discriminación y la exclusión y frustran cualquier posibilidad de equidad o igualitarismo y la que sin proponérselo nos plantea este testimonio de un inmortal: “Lo que quiero decir simplemente es que, siempre que he intentado hacer algo en mi vida, he puesto todo mi empeño en hacerlo bien; que, cuando me he consagrado a algo, lo he hecho en cuerpo y alma; que, tanto en las cosas pequeñas como en las grandes, he trabajado siempre con la mayor seriedad. Nunca he creído posible que una habilidad natural o adquirida pudiera desdeñar la compañía de otras virtudes más humildes como la laboriosidad y la perseverancia. En este mundo no hay nada comparable al deseo de llegar hasta el fondo de las cosas. Es posible que el talento y la oportunidad constituyan los dos largueros de la escalera por la que algunos hombres suben, pero los peldaños deben ser sólidos y resistentes; y nada puede sustituir a una voluntad ardiente y sincera. Ahora me doy cuenta de que mis reglas de oro han sido no hacer nada a medias y no menospreciar ninguna de mis tareas, cualesquiera que fueran”? ¿En poder de cuál de las dos obra el secreto de las transformaciones a que aspira toda sociedad más, o menos, democrática?


40. Entre mis luchas diarias, ninguna como la que sin tregua libro para impedir que el horrísono español de la mayoría de medios por los que me informo y de las reuniones de profesores de los departamentos de lenguas en que trabajo se me instale en la sesera y de ese modo acabe hablando como cualquier reportero del informativo de Yamid Amat y escribiendo en galimatías inclusivo de revista indexada de humanidades. Si por estos días Mein Kampf obra los efectos deseados se lo debo a dos traductoras formidables, que me están haciendo alucinar, respectivamente, con ‘Manual para mujeres de la limpieza’ y David Copperfield: Eugenia Vázquez Nacarino y Marta Salís. Un abrazo y un beso colmados de gratitud para ambas.