601. Si hoy
alguien me invitara a oír algo inédito de Gluck o de Vivaldi y, en oyéndolo, yo
no pudiera dar crédito a mis oídos que lo que oyen es al mejor Stravinski o al
mejor Kórsakov mas no a estotros dos genios tan anteriores al maravilloso
estruendo de los vientos y la percusión al unísono, relacionaría ipso facto ese
deslumbramiento con el que recientemente me ofuscó de dicha cuando empecé a
leer a Sterne.
602. A
que no adivinan la diferencia entre un Knausgard que de repente mira por la
ventana en el quinto volumen de su lucha, y un Equis que justo en ese momento
hace lo mismo. ¿No dan? ¿En serio? Pues que lo único que percibe el cerebro del
segundo son los zapatos nuevos del vecino, las tetas cada vez más escurridas de
la vecina, la tienda de enfrente cuyos dueños no volvieron a abrir desde que
irrumpió la pandemia o que la fachada de su casa de él está pidiendo a gritos
una mano de pintura. ¿Que todos somos igual de inteligentes, querida y
recordada profesora de psicolingüística, allá por el tercer semestre de mi
pregrado?
Adenda:
aseguro bajo la gravedad del juramento que, para no seguir siendo tildado de
machista por las los y les que sabemos, busqué ponerle a la vecina los zapatos
nuevos y las escurridas al vecino, pero como quiera que las güevas suelen ser
tan recatadas y tímidas al punto de que no se dejan ver de casi nadie, pues
hube de desistir en aras de lo fáctico y comprobable. Un poco de comprensión es
lo único que les pido.
603. De
entre todo el dolor que yo he causado con mis…, ninguno como el que me separó
de ti físicamente y nos sumió a los dos en un tormento que para mí no cesa pese
al perdón que nos concedimos y a los votos de amor que renovamos, teléfono
mediante. Pocas cosas más desgarradoras que nuestro adiós sin tacto.
604.
Desconozco si al escritor que no se toma demasiado en serio a sí mismo ni su
literatura (“Me apetece mucho empezar este capítulo de una manera disparatada,
y la verdad es que no pienso ponerles traba a mis antojos. […] Cuáles eran
estas perplejidades de mi tío Toby,-es imposible que ustedes lo adivinen;-si lo
adivinaran,-me sonrojaría; no como pariente del encartado, ni como hombre,-ni
tan siquiera como mujer,-sino que me sonrojaría como autor; pues no en balde he
puesto yo tanto empeño en ello, que hasta ahora mi lector ha sido absolutamente
incapaz de adivinar nada. Y en lo que se refiere a esto, señor, tengo un humor
tan delicado y singular que si por un momento creyera que podía usted formarse
el más mínimo juicio o hacer la menor conjetura plausible acerca de lo que iba
a acontecer en la página siguiente,-la arrancaría del libro inmediatamente”) le
quite el sueño, como al grave y convencido de la importancia de su quehacer, el
embeleco ese de la posteridad -tan en riesgo hoy por cuenta de Novichok Putin y
el desquiciamiento del clima-. Lo que en cambio sospecho es que los de la
estirpe de Cervantes y Sterne el fracaso artístico y literario lo encajan, al
menos aparentemente, sin el dramatismo y la solemnidad que en otros son
notorios y hasta patéticos. (Para mayores claridad y patetismo, píllense en
YouTube “el numerito de Francisco Umbral titulado ‘He venido a hablar de mi
libro’”: deplorable.)
605. Inverosímil
que yo lleve tanto tiempo intentando en vano definir la crisis de mis cuarenta
-que tal vez no lo sea sino una crisis a secas- para que llegue Knausgard y lo
haga en cinco segundos, con una única frase lapidaria: falta de sentido y de
futuro. Sí, ese es el mejor resumen de esta enfermedad: falta de sentido y de
futuro.
606. Algunos
apuntes a propósito del arte de traducir en general, y de la traducción de Mi
lucha en particular, que rescato del seguro olvido que les espera a mis
‘Resúmenes comentados’:
“No
entiendo cómo logran dos personas que no sean Borges y Bioy ponerse de acuerdo
para traducir a cuatro manos: ¿será que se dividen el trabajo, como
universitarios cualesquiera, y luego lo amanceban como caiga, provocándole al
lector con buen dominio de la lengua receptora este fastidio que yo experimento,
no siempre sino en ciertos pasajes, que en ocasiones llegan a abarcar muchas
páginas?” […] “No no no no no: qué desaliño el de este otro diálogo entre Linda
y Karl Ove. Por mucho gusto que haya entre un par cualquiera, una insulsez así
echa todo por tierra, las ganas de culiar inclusive: a ellos ni eso se les
nota. ¿Pero es que a esta dupla de ‘trujiwomen’ nadie les enseñó cómo es que se
traduce una hijueputa conversación, o es que el desabrimiento del original es
tal que eso es lo que hay en el idioma adoptante que sea? Estoy seguro de que
aún existen traductores tan buenos que, con su auxilio, lo flojo en la lengua
originaria se torna aceptable en la nueva.” […] “Insisto y no voy a dejar de
hacerlo en tanto me parezca necesario: en los libros de esta ‘novela por
entregas’ hay tramos de traducción brillante y otros de traducción harto
desmañada, y la única explicación que hallo es que las dos traductoras pueda
que hagan partes juntas y otras no: una especie de haz tú esto y yo esto y
luego pegamos.” […] “Lo que iba a decir y aún no he dicho es que tengo la
impresión de que por fin alguien llamó al orden a las traductoras y les dijo ‘a
ver mijas, a traducir como lo hicieron en los cuentos de Kjell Askildsen’:
esperemos a ver si la impresión deviene certidumbre en algún momento.” […] “No
quiero ni imaginarme lo que habría sido de esta saga si, en lugar de las
noruegas -que conmigo sacan 6 puntos de 10 posibles en lo de Knausgard pero 9 o
hasta los 10 en lo de Askildsen-, la traductora hubiera sido la inigualable
Eugenia Vázquez Nacarino que trasvasó al español los cuentos que ando leyendo
de un prodigio llamado Lucia Berlin: no me lo quiero ni imaginar.”
Y bien:
aquí me tienen hoy (11 de abril de 2024), contento de reencontrarme con Karl
Ove tras un alejamiento involuntario de más de un año o quizá dos, y dispuesto
a apurar hasta la última gota de su lucha, que en lo fundamental es la mía.
Lástima que la sólo a trechos muy solvente traducción de las dos noruegas, que
no debieron ser dos sino una -la solvente-, opaque con la intermitencia de su
desmaño y acartonamiento una de las más intensas aventuras literarias que me
hayan tocado en suerte.
607. Son
entre ocho y diez los semestres que una muchacha se tarda para graduarse de
educadora infantil aquí en Colombia y supongo que en cualquier parte. Cuatro o
cinco años leyendo teorías mal escritas, ladrilludas y soñolientas para salir a
atentar contra el sentido común en que debiera descansar casi todo en esta
vida, y no se digan la crianza y los primeros años en la escuela y el colegio.
Que ya no son el sitio donde se contrarrestaban y corregían los desaciertos de
los padres en el hogar, sino su caja de resonancia:
“-¿Tienes
hambre? -me preguntó Linda-. Ha quedado algo de comida.
-Vale
-dije, y me fui a la cocina. Sus platos seguían en la mesa, los de las niñas
estaban llenos, casi no comían comida caliente, nunca lo habían hecho. Al
principio Linda y yo discutíamos al respecto: yo quería exigir disciplina en lo
tocante a las comidas, opinaba que debían quedarse sentadas a la mesa hasta que
hubieran acabado de comer; Linda, en cambio, opinaba que todo lo que tenía que
ver con la comida debía ser lo más libre y desenfadado posible. Pensé entonces
que ella tenía razón, sonaba horrible relacionar la comida con la fuerza, así
que les dejábamos hacer lo que querían. Cuando volvíamos de la guardería y
chillaban y gritaban que tenían hambre, les dábamos una rebanada de pan, una
manzana, unas albóndigas o lo que pidiesen, y cuando la comida estaba servida
en la mesa, les dejábamos que estuvieran sentados el tiempo que quisieran. No
solían aguantar más de unos minutos, se metían algo en la boca, luego se
bajaban de la silla y desaparecían en el salón o en su habitación, mientras
Linda y yo seguíamos sentados cada uno a nuestro lado de la mesa comiendo.
[…] El
primer año en Malmö lo hablé con otro padre de la guardería. Le pregunté qué
hacían ellos. ¿Qué hacían a la hora de comer? No tenían ningún problema, me
dijo. Su hija se quedaba sentada en la mesa hasta que acababa de comer. ¿Cómo
demonios lo habéis conseguido?, le pregunté […]. Ella sabe que tiene que comer,
contestó. ¿Cómo lo sabe?, le pregunté. Le doblegamos la voluntad, contestó.
Sabe que tiene que seguir en la mesa hasta que haya acabado de comer, tarde lo
que tarde. Una vez estuvo sentada hasta entrada la noche. Lloraba, gritaba y
todo eso, no quería comer, ya sabes. Pero al final lo entendió, acabó de comer
y pudo levantarse. ¿Creo que estuvo sentada a la mesa tres horas! Después de
aquello no hemos vuelto a tener problemas. El hombre me miró sonriendo. ¿Sabía
lo que estaba revelando de sí mismo?, pensé, pero no dije nada. Pasa lo mismo
cuando tiene una rabieta, prosiguió. He visto que tú has tenido problemas con
Vanja alguna vez. Sí, contesté, ¿tú qué haces en esos casos? La sujeto,
contestó. Nada dramático. Simplemente la tengo sujeta hasta que se le pasa,
todo el tiempo que haga falta. Tú también deberías hacerlo. Resulta eficaz. Sí,
dije, algo tengo que inventarme.
Lo
curioso de aquella conversación, pensé mientras me metía la comida templada en
la boca, era que yo los había juzgado -a ambos padres, quiero decir- como gente
alternativa, es decir, blandos…”: yo a ese par los nombro, hermano, decana y
vicedecano de la Facultad de Educación de la Pedagógica y, si se descuidan los
ambiciosos, rectora y vicerrector.
¿Que por
qué? Cómo que por qué: pues porque de las a grandes rasgos tres formas de criar
y educar a un hijo o a un estudiante, la de en medio es la mejor, y se lo digo
a usted que las conoce todas. La del sádico de su papá, quien en lo fundamental
es la prolongación del papá de El Bola -¿le suena?: la película de Achero
Mañas-, es una aberración y como tal hay que combatirla. Pero en el otro
extremo está lo suyo y lo de Linda, que en términos generales es lo de este
presente nuestro en Occidente: la anarquía y el caos que produce la ausencia
total de disciplina en la casa y en la escuela, con su ley del menor esfuerzo y
el todo vale que los padres llaman amor y los profesores empatía y maricaditas
por el estilo. Piense no más que para los profesores de sus dos hijas tan
“libres” y voluntariosas, intentar educarlas convenientemente debe de
resultarles mucho más dispendioso que hacerlo con la hija de su interlocutor
tan sabio. Cuando se lo vuelva a encontrar, salúdelo de mi parte y dígale que
lo felicito. Que alguien como él y como su esposa es lo que Chibchombia y los
circombianos necesitamos para siquiera intentar enderezar el rumbo de nuestro
pobre país cada vez peor gobernado, aunque nunca tan mal como hoy.
Adenda(s):
cuánto me gustaría que los estudiantes de la UPN terminaran de leer el pasaje
alucinante de esta cita del último tomo de la novela descomunal -en calidad y
extensión- de Knausgard y, al cabo, ojalá la lucha completa de Knausgard para
que comprendieran que absolutamente toda la sabiduría que exige el ejercicio de
la docencia se encuentra condensada en esto, que lleva por nombre literatura. Y
que los interesados en ahondar en la suerte dispar que corrió la traducción al
español de semejante gesta narrativa, en razón de que en el trasvase no
intervino uno sino dos cerebros con capacidades muy distintas en el dominio de
lo eufónico de esta lengua, tengan el susodicho pasaje por uno de tantos que
sin titubeos se le deben endilgar a la solvente, cuyo nombre es, al menos para
quien esto afirma, un misterio.
608. Mi
hermano y yo (que mucho nos respetamos) estamos a tan sideral distancia de
constituir la dupla siamesa que integran Walter y Toby Shandy, como Colombia de
la ‘paz total’ con que el chusmero la engatusa mientras maniobra en sentido
contrario.
609. “Cuando
un hombre se somete a la autoridad de una pasión dominante, o, en otras
palabras, cuando EL CABALLO DE JUGUETE se le desboca, ¡adiós fría razón y adiós
serena discreción!”: ¿Que se echó a perder uno, solo o con los suyos -mujer, hijos…-,
de resultas de una súbita e intensa enajenación?, ¡…! ¿Que más, o mucho más, de
la mitad supuestamente adulta y responsable de una sociedad se deje contagiar
los delirios económicos, sociales o guerreristas de un Miley, de un Petro y de
un Bukele, de un Putin y un Netanyahu?, ¡tan trágico cuanto inevitable!
610. Aplaudo
con tristeza el ánimo pedagógico que animó al gran Andrea Rizzi a escribir su
artículo titulado ‘De belicismo y pacifismo’, una reflexión con la que busca
poner a pensar a los tontos a ultranza y a los tontos aparentes de las
izquierdas del mundo que abogan, de todo corazón o de dientes para fuera, por
una negociación con Putin -jamás con Netanyahu- a fin de que los ucranios y los
rusos vivan en santa paz hasta el fin de los tiempos. Para los primeros, el
bicho del Kremlin es una víctima del belicismo de Occidente a la par que un
hombre razonable que, a la más mínima señal amistosa por parte de sus
“enemigos”, no dubitaría un segundo en sentarse a negociar con lealtad y generosidad
lo mejor para su país, Ucrania y el mundo. A los segundos, que conocen de sobra
las intenciones y las ambiciones geopolíticas del zar, el pacifismo les sirve
de tapadera de una aspiración colectiva que les quita el sueño y los mantiene
vivos: el sometimiento y la humillación del norte global -de las democracias
mejor consolidadas y garantistas- a manos del sur global -el nuevo eje del mal
auténtico que toma cada vez más cuerpo y fuerza-, del que se reivindican. La
tristeza se debe, maestro, a que desperdició usted su tiempo tan valioso porque
ni los nefelibatas del amor universal, ni -ellos menos que nadie- los
Ortega&Murillo, Cabello&Maduro, López Obrador& da Silva,
Castro&Petro y sigan ustedes, tienen nada sobre lo que reflexionar en medio
de sus certidumbres ingenuas muy ingenuas, o de sus ambiciones igual de aviesas
que los llamados a materializarlas.
611. ¿Qué
se le agrega a la completitud?:
“…El
cuerpo está más allá de las palabras, más allá del embrujo de nuestras
narraciones. El cuerpo es el alien con el que vivimos. Ya he escrito otras
veces sobre el conflicto esencial que los seres humanos mantenemos entre
nuestro yo, el alma, la conciencia o como quiera llamarlo cada cual, y este
amasijo orgánico de células que nos sostiene. Un cuerpo que no hemos elegido,
que nos tiraniza con sus chillonas necesidades, que nos enferma y al cabo nos
mata. No es fácil llevarse bien con ese extraño. […] …pero en cualquier caso me
parece un conflicto irresoluble. ¿Cómo perdonarle al maldito cuerpo haberte
hecho fea, por ejemplo? ¿O el más enclenque y bajito en una familia de hermanos
gigantones? Todo esto parece risible y hasta leve, pero en realidad se sufre
mucho. […]
Así que
aquí estamos todos, quien más y quien menos teniendo algún contencioso con
nuestro propio cuerpo. Y, sin embargo, hemos nacido con él, hemos crecido
estrechamente ligados a él y, en realidad, escúchame esta verdad impensable que
ahora te digo, en realidad somos él. Nadie sabe bien cómo se forma la
conciencia, pero sin duda tiene que ver con los procesos sinápticos, con las
conexiones químicas y eléctricas de las neuronas, que, por cierto, no están
sólo en el cerebro. Y, sin embargo, no dejamos de percibir esta disociación,
esta especie de encierro dentro de la envoltura de la carne, esa otredad del
marciano que nos posee. Tal vez la pérdida del paraíso fue justamente eso: el
nacimiento del yo y el desgarro irreparable de lo orgánico.”
Vayamos
de lo fundamental -la literatura que es la vida- a lo esencial -la comprensión
de que sólo muy pocas vidas humanas cuentan con el consuelo continuo o al menos
constante de la ficción que merece el nombre- para afirmar que las palabras
sabias de la cita se ponen de manifiesto, por una o por muchas razones, en
prácticamente todo buen cuento y novela y obra de teatro y película que se lea
o se vea o se lea y se vea, como en el caso de la Marianela de Galdós y sus
versiones cinematográficas. Por cierto: ¿conocen ustedes a esa criatura entrañable
y desgarrada que es la Nela? ¿Al protagonista de un mejor cuento del mundo
titulado ‘El cumpleaños de la infanta’? ¿A Tomás y a Matías, personajes de
Fernando Ponce de León? ¿Y a estotro ser de luz también desgarrado pese a su
estoicismo, protagonista de una novela tan bella como su historia, que lleva
por título La melancolía de los feos? Si sí, aquí sobran las palabras. Si no, ¡a
leer que son dos días!
Adenda:
daría lo que soy y lo que tengo a cambio de poder consolar a cada Marianela y
enanito de Wilde y descendiente resentido de Tiresias y Alfonso Rivas que en el
mundo son con mi convicción, probada y vuelta a probar científicamente, de que
son la literatura y la justicia poética, mas no la religión y la justicia
divina, las llamadas a aliviarnos -y en ocasiones puntuales también a vengarnos-
de las insidias e inmisericordias que a cada quien le depara Fortuna… la muy
perra. Que, en honor a la verdad, conmigo ha tenido sus indulgencias.
612. Una
definitiva: haberme dado por madre a Orfi y no a una Lily Allen o a una Jaid
Barrymore, para no hablar de otras que sobrecogen de espanto.
613. El
prodigio de que un ciego total y de nacimiento pueda exultar con maravillas
eminentemente visuales, tipo la pintura y el fútbol, tiene una explicación: la
palabra de los prodigiosos:
“…En los
dibujos hay caras de gente que mira con los ojos muy abiertos lo que es
intolerable mirar y otras caras que los testigos se tapan con las dos manos
para no ver: también son caras a veces de animales acosados y despavoridos, de
caballos que miran como los del gran lienzo del 2 de mayo en Madrid, caballos
asediados por humanos que esgrimen navajas homicidas o por manadas de lobos
contra los que sus cascos no pueden defenderlos.” “…y otra vez el máximo
goleador de la liga inglesa es su cotizadísimo delantero Erling Haaland, el
peor gran jugador que he visto en mi vida. Le llaman el Vikingo, el Terminator,
el Androide, nombres que inspiran miedo, pero no amor. Cuando pienso en el
noruego pienso también en un toro. Tan torpe como fuerte, jadea medio a ciegas
durante la mayor parte de un partido, sin apenas tocar el balón, hasta que lo
recibe frente a los tres palos, de repente todo lo ve de un nítido color rojo,
clava el cuerno y marca el gol. Impresiona pero no deleita. Lo suyo es
eficacia, no arte”: ¡listo! ¡Se hizo la luz!
Y yo,
llegado el momento, me hago el indiferente en una tertulia espontánea de fútbol
que eclosiona en la cantina de Lucio y Marcela donde se quiere dirimir quién,
entre Robert Lewandowski y Erling Haaland, es mejor delantero. Como ya no oigo
fútbol con la pasión y la asiduidad de antes, sé que debo mantenerme callado y
atento a lo que se diga a favor y en contra del polaco, de cuyo fútbol lo
ignoro todo, mientras a hurtadillas ensamblo el argumento prestado con el que
pienso deslumbrar, a manera de experimento exclusivamente, al noble auditorio
conformado en su gran mayoría por albañiles, mecánicos automotrices y
vendedores ambulantes, todos muy respetuosos y amigables con este servidor.
Quien, sin apartarse un centímetro de su fingida indolencia, pide la palabra y
dice, el muy farsante: “…”. Empezó a lloverme cerveza de todas partes y no
faltó quien, más bebido que entonado, me increpó por hacerme el ciego al tiempo
que me pedía, que me exigía con perentoriedad, que me quitara estas gafas
oscuras que me resguardan de la pesadez de los mirones, sobrios y borrachos.
Adenda:
tentado estuve el otro día de tirarme un farol análogo en una charla a
propósito de Goya y su tiempo a la que asistí en una reconocida galería de
Bogotá, pero no me atreví. Esta es la hora en que no sé si lo que me preservó
de hacerlo fue ¿la sobriedad? o ¿el respeto al arte?
614. Son
entre cuarenta y cincuenta los columnistas de opinión que leo semanalmente,
entre otros en El País de España, El Espectador, El Tiempo, Los Danieles, La
Vanguardia y Zenda. Entre sus nombres figuran los de algunos que, forzado a
reducir la cantidad, descartaría sin pensármelo dos veces. Pero si prosigue el
ejercicio, pongamos al punto de tener que quedarme con diez y ni uno más, lo
que fue resolución se torna vacilación, angustia, remordimiento y franca
desesperación. ¿Que escoja, me ordena el ludópata tiránico que llevo dentro, a
uno de cada dupla: Juan Esteban Constaín o Héctor Abad Faciolince, Fernando
Aramburu o Javier Cercas, Irene Vallejo o Rosa Montero, Leila Guerriero o
Elvira Lindo, Juan José Millás o Manuel Vicent, Andrea Rizzi o Moisés Naím, Juan
Gabriel Vásquez o Antonio Muñoz Molina, Javier Sampedro o Julio César Londoño,
Daniel Samper Ospina o Tola y Maruja, Arturo Pérez-Reverte o John Carlin -y que
me perdonen los muy buenos o maravillosos que se me quedaron fuera-? Mejor les
ahorro la pesadilla que me supuso decantarme por uno y sólo uno, pues en eso
consistía el juego con que exitosamente me tentó el engendro: “Sé valiente y
dime un nombre. Piensa en artículos memorables y decide cuál de ellos lo
explica todo…”.
Rojo de
vergüenza y cólera por lo desmesurado de la conminación -que el maldito llamaba
petición- pronuncié, en un susurro prácticamente inaudible, el nombre tan
querido del autor de ‘…’:
“…Hay
más, mucho más, pero ahí lo dejo. Lo que quiero resaltar es cómo tantos pasaron
de ser gente decente a ser bestias durante un tiempo, a ser gente decente de
nuevo, y a seguir siéndolo hoy. Los leones yacen con los corderos. Hutus y
tutsis viven sin revanchas en armonía.
Lo que
lleva a pensar, pese a la evidencia en contra, pese a que los tambores de
guerra vuelven a resonar hoy por el mundo, que la condición natural del ser
humano es la convivencia pacífica. La violencia también es parte de la
naturaleza del hombre (casi siempre el hombre, no la mujer), pero en menor
medida, y en circunstancias puntuales, y entre un sector reducido de la
humanidad.
Vean lo
salvajes que fueron la guerra civil española y la guerra mundial nazi, y vean
lo tranquilos -o al menos poco violentos- que han sido los españoles y los
alemanes desde entonces. Fíjense en que en medio del frenesí de aquellos
conflictos del siglo pasado lo que más añoraba la mayoría era la paz. Como en
Rusia o en Ucrania o en Israel o en Palestina hoy.
Qué
locura, ¿no? Una constante de la condición humana es que las guerras y demás
horrores siguen y seguirán ocurriendo, pese a que casi todos están en contra,”
por culpa de “la voluntad de una minoría. Esta minoría consiste en lo que
llamamos líderes, gente por definición peligrosa que en casos extremos, pero
demasiado habituales, expresa su anormalidad en una mezcla de narcisismo, rencor,
megalomanía, paranoia y sadismo.
O sea,
hablamos de los Franco, los Hitler, los Putin, los Netanyahu. Vuelvo a unas
palabras de Bertrand Russell que cité la semana pasada: ‘No soporto la idea de
que millones de personas puedan morir en agonía solo, únicamente porque los
gobernantes del mundo son estúpidos y malvados’.
Sí, pero
-con todo el respeto por Russell- no sé si tan estúpidos. Tienen su punto de
astucia y cinismo también. Saben ganarse a la gente. Saben utilizar la
herramienta de persuasión más potente que hay. Saben que el miedo, siempre el
miedo, es el punto débil del Homo sapiens. Saben que a través del miedo pueden
convencer a las personas de cualquier cosa, incluso de matar.
Aquí va
otra cita, esta vez de alguien que estaba en las antípodas de Russell, Herman
Göring, el número dos de Hitler: ‘Naturalmente, la gente común no quiere
guerra: ni en Rusia, ni en Inglaterra, ni tampoco en Alemania. Eso se entiende.
Pero, al final, son los líderes del país quienes determinan la política y
siempre es fácil arrastrar a la gente, ya sea en una democracia, en una
dictadura fascista, en un Parlamento o en una dictadura comunista… Todo lo que
tienes que hacer es decirles que están siendo atacados y denunciar a los
pacificadores por falta de patriotismo y por exponer al país al peligro.
Funciona igual en cualquier parte’.
Correcto.
Funcionó en Alemania, por supuesto. Le funcionó a Franco en España. Funcionó en
Ruanda, donde una camarilla hutu metió tanto miedo a los suyos que los
convirtieron en fieras, o en cómplices silenciosos de fieras. Está funcionando
ahora para Putin en Rusia y para Netanyahu (¡oh, qué ironía, que copien al pie
de la letra la lección nazi!) en Israel. Es una fórmula ganadora que depende de
dos cosas: adaptando la cita de Russell, que la gente sea estúpida y los
líderes malvados. ¿Y por qué la gente es estúpida? La gente es estúpida porque
no aprende de la historia.
En
Ruanda han dejado de ser estúpidos, al menos por ahora. El mayor miedo que
tienen, y el aniversario de hoy se lo recuerda, es que vuelva a suceder lo de
abril de 1994. Es un miedo saludable al que otros, según los horrores de la
historia de cada país, harían bien en sucumbir.”
Sobrevendrá
la Tercera Guerra Mundial y acaso la cuarta, con cambio de escenarios y
protagonistas, pero con el mismo libreto manido y polvoriento, inaccesible para
la necedad sin instintos de los comparsas, cuyo número, siempre en vertiginoso
ascenso, es lo otro que sufre variaciones. A las que, dicho sea de paso, se
mantiene ajena mi elección, no obstante lo problemática que nunca me va a dejar
de parecer.
615. Sabrán
los asiduos de este blog -¡no los veo, no los veo!- que su naturaleza, a la par
que uno de sus propósitos ulteriores, es, dicho al desgaire, espiar el mundo y
sus criaturas desde las sombras en que se alza la secta que presido. En otras
palabras, poner de manifiesto lo manifiesto (“…un verso del argentino Diego
Roel: ‘Una lagartija irrumpe en el cuarto: me mira con los ojos de mi padre’.
Pensé en la cantidad de ojos abiertos al mundo, pues no hay un solo lugar del
planeta inobservado: ojos de gorrión y de elefante y de mosca y de serpiente y
de águila, ojos insólitos de caballos y vacas, ojos sin párpados de calamares,
ojos de nutria y de camaleón, los ojos de todas las criaturas de la selva, de
todas las criaturas del desierto, del océano, del aire, de debajo de la cama…”)
y, antes que nada, lo en absoluto manifiesto, a saber: que, al contrario de lo
que afirma el autor, este infrasuelo desde el que me reporto se mantuvo durante
milenios a salvo de miradas indiscretas -es decir humanas-, hasta que a un
temerario de su mundo -el de los libros- se le ocurrió la pésima idea de
husmear en lo prohibido, pero lo pagó con su vida y la de su demiurgo. Ah, y
por favor que alguien le diga al gran Millás que hizo muy bien llegando
únicamente hasta debajo de la cama, puesto que de ahí en más se adentraría -como
Vidal y Sábato-, sin retorno posible, en la tiresiosfera. Que lo tenemos
vigilado… también a ustedes.
616. Ojo
que quien lo advierte no es ningún guerrerista civil de ninguna parte, ni mucho
menos un psicópata y criminal de guerra llamado Putin o Netanyahu; tampoco los irrisorios
aunque peligrosos Miley y Petro, Cabello y Bukele: es una mujer, una demócrata
cuya familia conoció en persona los rigores de la guerra y de las tiranías; y,
lo más importante de todo -no para mí (para la galería), que me quedo con lo de
DEMÓCRATA-, una madre de familia: “El mundo está como en 1937, no podemos caer
en las trampas de la paz” “A los que dicen que no quieren hablar de guerra les
digo que la amenaza no desaparece metiendo la cabeza en la arena”.
¿Aló,
tontos a ultranza del pacifismo? Y mucho cuidado, muchísimo, muchisísimo,
ustedes los indiferentes, los indecisos, los desinformados que dan por supuesta
la democracia -más, o menos, sólida- en que de momento viven: ojo con los
desafinados cantos de sirena de los tontos aparentes del “hay que negociar con
Putin” -jamás con Netanyahu-, y con creer que las guerras siempre estallan en
otra parte: averigüen para que vean que exactamente eso creyeron miles y aun
millones de ucranios hasta el 23 de febrero de 2022, con todo y que tenían al
enemigo -y qué enemigo- delante de las narices.
Señora
primera ministra Kaja Kallas: la aplaudo a usted y a todos los Andrea Rizzi del
periodismo y la academia que, preocupados, buscan sacar de su letargo a los
ingenuos y a los desentendidos de Estonia, de las repúblicas bálticas, de
Europa y de todas partes con sus sesudos análisis y opiniones en torno al
riesgo fundado de cataclismo de distintos órdenes que hoy amenaza, no ya a la
especie, sino al planeta Tierra. Y los aplaudo porque, sabiendo de antemano que
de nada o en todo caso de muy poco sirve, cumplen con su deber de informar y
dar la voz de alerta.
617. “Yo
me sentía a la vez tranquilo y nervioso; eran buenas sensaciones, pero justo
debajo acechaba la angustia”: ya quisiera yo saber con exactitud cuántos días
de lo mejor de mi vida (¿de bebé?, de niño, de púber y adolescente, de joven,
de andropáusico y pare de contar) han transcurrido tal cual y cuántos, por el
contrario, se me han ido sin conocer las buenas sensaciones y la tranquilidad
sino sólo el nerviosismo y la angustia, cuando no la más insoportable
desesperación.
618. Las
cosas como son: pueda que a mí las feminazis y las empoderadas que les hacen la
pelota me caigan gordas gordísimas, pero eso no supone que yo aplauda los
desmanes del machismo heteropatriarcal y misógino de este Occidente que, al
revés del Oriente progresista de los talibanes y etcétera, se obstina en no
corregirse para, de ese modo, continuar oprimiendo de todas las maneras
imaginables a las niñas y las mujeres que sufren la desgracia de haber nacido dentro
de sus fronteras. Y como nada igual de elocuente a la literatura para denunciar
las injusticias de los hombres, las invito a ellas y a todos a encontrar en la
lucha de Knausgard miles de argumentos y ejemplos de cómo él, para no ir muy
lejos, sometía y subyugaba a su pobre esposa Linda Boström, a quien convirtió
en su esclava y en la de sus hijos.
Ahora:
como sé que su militancia de megáfono, pito y pandereta a duras penas les deja
tiempo para respirar, les aligero la tarea. En el sexto tomo de esa saga van a
buscar las palabras “…salí al rellano, lleno de las cosas de nuestros hijos”,
leen desde ahí hasta “le oí hablar de sus ventajas frente a la mochila
portabebés” y listo: a enrostrarle a este mundo antediluviano en que sobreviven,
una prueba contundente de que las consignas y reclamos de su causa se quedan
del todo cortos frente a lo manifiesto de la atroz realidad. Y ¿saben qué? Yo
que ustedes iría a por el escritor noruego, quien nada va a poder alegar en su
favor. Una cosa sí les pido, si en algo valoran la magnanimidad de mi gesto:
cuando lo tengan acorralado frente al juez o a quienquiera que deba condenarlo,
no le digan quién lo chivateó pues él me considera su amigo.
Adenda: y
en caso de que en algún momento del juicio les aleguen que un único título
literario no es suficiente, díganle al que eso alegue que los ejemplos abundan
pero que con otro basta. Que compare la vida de la prima y prometida de
Frankenstein (“Partí a finales de agosto con el objetivo de pasar dos años en
el exilio. Elizabeth comprendió las razones de mi marcha y lo único que lamentó
fue no haber podido disfrutar de las mismas oportunidades que yo para vivir
nuevas experiencias y cultivar su entendimiento”) con la a todas luces más
triste y subyugada de la pobre Linda, a ver si le quedan ganas de seguir
porfiando.
619. Toda
una lástima que con el deterioro de la naturaleza no suceda lo que con el
deterioro del español y de cualquier lengua; es decir, que donde se seca un río
o se extingue una especie o se tala un bosque no haya un “sucedáneo” tan
tangible y eficaz como lo eufónico literario, que a mí me alivia y rescata
temporalmente del asco que a diario me ocasiona la ubicuidad del espánglish. Sospecho
que ni los paisajes mejor logrados en la historia de la pintura, y por
descontado que tampoco la fotografía paisajística más elocuente, vayan a poder
consolar al espectador cuando el mundo -su mundo- se haya convertido sin
remedio en un erial insobornable.
620. Para
saber de forma muy aproximada cuáles son las dimensiones del espectro moral en
que se mueve el Homo sapiens, tómense, a manera de límites, a este par de
homólogos de la IA: el pesaroso y atormentado Victor Frankenstein en un extremo
y, en el otro, el carente de escrúpulos y sobrado de codicia Elon Musk. De
quien, por otra parte, mucho van a depender los pormenores y el desarrollo de
una posible Tercera Guerra Mundial, o al menos la configuración neonazi de la
otra peor cara de la especie.
621. Si
Mary Shelley no fuera la inmortal que es sino una escritora al servicio del
proselitismo más ultra y destemplado del feminismo contemporáneo, les garantizo
que no se habría permitido, por temor a los señalamientos y las persecuciones
de las empoderadas de la secta, la siguiente versión de una realidad que hoy
suena a anatema en boca del que se atreva:
“El
ruido alertó a una anciana que dormía en una silla junto a mí. Era la esposa de
uno de los guardias, que estaba a mi cuidado. En su rostro se adivinaban todos
los defectos que suelen caracterizar a la gente de su condición. Los rasgos de
su cara eran duros y bastos, como los de las personas acostumbradas a ver
desgracias sin compadecerse de ellas. Su tono de voz expresaba la más absoluta
indiferencia. Se dirigió a mí en inglés y reconocí su timbre como uno de los
sonidos que habían estado poblando mis pesadillas.
-¿Se
encuentra mejor, señor?
-Creo
que sí -le contesté en su idioma, con una voz muy débil-. Si todo ha sido
cierto, si no estaba soñando, lamento seguir vivo y tener que soportar estas
terribles desdichas.
-La
verdad es que, si se refiere al caballero que asesinó, pienso que más le
valdría estar muerto. Se lo digo porque creo que se ensañarán con usted. Lo
colgarán cuando se reanude el juicio. Claro que a mí eso me da igual… A mí me
han enviado aquí para cuidar de usted y procurar que se ponga bien. Yo cumplo
con mi deber con la conciencia tranquila. ¡Las cosas andarían mejor si cada
cual hiciera lo mismo!
Asqueado,
aparté la mirada de la mujer que era capaz de pronunciar unas palabras tan
descarnadas delante de alguien que acababa de escapar de los brazos de la
muerte. […]
Tales
fueron mis primeros pensamientos. Pero pronto descubrí que el señor Kirwin se
había mostrado muy amable conmigo y me había proporcionado la mejor celda de la
prisión (que, aun superando a las otras, era exigua). También había hecho venir
al médico y a mi cuidadora. Es cierto que rara era la ocasión en que acudía a
verme porque, aunque deseaba ante todo aliviar el sufrimiento de cualquier ser
humano, no quería presenciar la agonía y los desdichados delirios de un
asesino. De todos modos, se presentaba de vez en cuando para cerciorarse de que
me cuidaban como es debido. Sus visitas, sin embargo, eran breves y muy
espaciadas.
Un día,
ya en proceso de recuperación, estaba sentado en una silla con los ojos
entornados y las mejillas lívidas como los muertos cuando me embargó la
tristeza y la desgracia y no pude dejar de pensar que más me hubiera valido
encontrar la muerte que permanecer tristemente confinado para vivir en un mundo
lleno de maldad. En un momento dado me planteé si no debería declararme
culpable y atenerme al castigo de la ley, pues no era yo más inocente que la
pobre Justine. Estaba enfrascado en esos pensamientos cuando la puerta se abrió
y el señor Kirwin entró en mi celda. Su rostro expresaba compasión. Acercó una
silla a la mía y me habló en francés.
-Temo
que este lugar le resulte muy extraño. ¿Qué puedo hacer para que se encuentre
usted más cómodo?
-Se lo
agradezco mucho, pero me temo que nada cambiará las cosas. No hay consuelo en
la Tierra que pueda aliviar mis penas.
-Comprendo
que la compasión de un desconocido no represente un gran alivio para alguien
torturado como usted por tantos infortunios. Estoy seguro de que no tardará en
perder esta melancolía. Así lo espero. Sin duda será fácil encontrar las
pruebas que faltan para liberarle del delito de que se le acusa…”.
Jueces
de corazón blanco, juezas de corazón negro; jueces de corazón negro, juezas de
corazón blanco y, en medio, los corazones que la cobardía o la indiferencia
tornan incoloros o a lo sumo grises: lo saben los clásicos y los que por una
discapacidad u otra trastada del destino dependemos, en la calle y en lugares
que no son nuestra casa -los que tenemos casa-, de la compasión y la
generosidad de los extraños y los circunstantes. Extrañas tan compasivas y
generosas que, gracias a un único gesto de una noche lejana ya en el tiempo, se
nos instalaron para siempre en la gratitud que no se borra. Extrañas que fingen
no ver ni oír a un mendigo que clama por comida ni a otra mujer a la que
atracan y les implora auxilio. Circunstantes varones que, no obstante oficiar
de compañeros de clase de una estudiante discapacitada durante cuatro o cinco
años de pregrado, tienen con ella el día de la graduación la misma cercanía que
tendría el indiferente que pasa de largo. Circunstantes varones que no bien ven
entrar en el salón de clases el primer día del primer semestre a una que debe
ser su compañera discapacitada, se paran y la auxilian y en adelante la arropan
impelidos, en principio, por una suerte de solidaridad admirativa que al cabo
se convierte en amistad de carnales.
¿Que los
horrores de la guerra son un asunto casi que eminentemente masculino?: certísimo.
Pero extrapolar esa realidad a las bondades y miserias que a diario y sin
tregua protagoniza la especie hasta en el rincón más olvidado del planeta, o en
medio de una misión espacial, es un sinsentido. Porque nadie como las mujeres y
los hombres para hacerle daño al prójimo o permitir que se lo hagan; nadie como
ciertas mujeres y ciertos hombres para hacerle el bien al prójimo o impedir que
otros lo dañen.
Adenda:
se equivoca estruendosamente, mi buen señor Kirwin: la generosidad compasiva de
ciertos prójimos para con los desconocidos es lo que en últimas redime las infamias
de los sapiens.
622. Si
en lugar de estar politizando y lavándoles el cerebro a los niños y a los
jóvenes en las primarias y en las secundarias de una porción bastante generosa
de Occidente ya con el progresismo de relumbrón de la mamertosfera, ya con las
absurdidades cavernarias de la fachosfera, los que deberían educarlos en el
sentido común y el auténtico pensamiento crítico se aplicaran a ello y sólo a
ello, sí que habría cabida para una moderada esperanza en el futuro. Piensen no
más en que, si para mostrarles a los escolares el mundo tal como es y como
siempre ha sido -justo lo contrario de en lo que anda embarcada la escuela
desde hace décadas-, los ministerios de educación de, verbigracia, Francia y el
Uruguay -que cunda el buen ejemplo- establecieran la literatura en general y el
Frankenstein de Mary Shelley en particular como punto de partida, el resultado
serían futuros adultos que, desde luego que no en su totalidad pero sí en un
porcentaje nada desdeñable, sabrían pensar por cuenta propia y estarían al
corriente de la gran “moraleja” del clásico decimonónico: hay vidas que se
desgracian por designio de la fatalidad -yo les hablaría de tantos… aunque sin
falta del profesor Luis Fernando Montoya-, y vidas que se desgracian por -entre
muchas otras razones- las imprevisiones y los impulsos irreflexivos, por la
ambición o la codicia desmadradas de sus titulares. Claro que, para implementar
con éxito la idea, se necesitan facultades de educación y universidades
pedagógicas que tengan la alta calidad y la excelencia académica no por lema,
sino por realidad manifiesta y verdad comprobable. Justo lo que no hay… o mucho
escasea.
623. ¿La
erudición? Meritoria por la entrega, la disciplina y la vocación de estudio que
comporta. ¿La sabiduría? Maravillosa y punto: “-Querido Victor, no hables así.
Hemos sufrido terribles desgracias, pero hemos de aferrarnos a lo que tenemos y
transferir nuestro amor por aquellos que nos dejaron a los que aún están vivos.
Nuestro círculo será más reducido, pero los lazos de afecto y la desdicha que
nos unen serán nuestro consuelo. Cuando el tiempo haya curado tu desesperación,
nacerán otros seres queridos que dependerán de nuestro amor y sustituirán a los
que nos fueron arrebatados con tan extrema crueldad”.
Los
fundamentos de la sabiduría se traen de fábrica o no se traen, y únicamente en
el primer caso se los puede pulir con la erudición. Conozco a mujeres y a
hombres sabios que en su vida han leído ficción de la buena y tal vez nada en
absoluto o en cualquier caso muy poco de otros géneros, sin que su sabiduría se
desvaya y resquebraje. He conocido a un puñado de eruditos -de estudiosos
vocacionales-, pero sólo a dos o a lo sumo tres que además hacían gala de una
sabiduría envidiable. Dichosos quienes tuvimos por maestros a don Luis Enrique
Suárez y Quevedo, a Teresita Rozo o a José Higinio Jiménez Fajardo. Y más
dichosos si, para completar, por padres tuvimos a una Orfilia Montoya o a un Alphonse
Frankenstein.
624. Leo
su prosa apátrida 126 y me quedo pensando… ¿Cómo funciona la cosa si
extrapolamos la reflexión al prójimo y, antes que al prójimo, a la prójima que
nos solivianta la libido? Y concluyo que, o bien nos puede pasar lo mismo que
con el juguete, o todo lo contrario: que en el mecanismo del juguete y no en el
juguete esté la magia que explica el deseo. Pero para dar con lo segundo se
impone contravenir a Joubert y husmear en los cimientos.
625. ¿A
quién admiro más -me pregunto a falta de otro al que preguntarle-: a un
triatlonista o a un velocista de los 100 metros planos, a un piloto de camión
en el Rally Dakar o a uno de la Fórmula 1, a un Wagner o a un Chopin, a un
novelista de largo aliento o a un cuentista o aforista? Si los dos son
extraordinarios en lo que hacen, sin duda que al triatlonista y al camionero y
a Wagner y al novelista, por lo que de esfuerzo y resistencia hay en sus
gestas. Pero si resulta que los primeros de cada dupla son buenos o muy buenos
mas no extraordinarios como los segundos…: “Lo bueno, si breve, dos veces bueno”.
626. ¿Que
para qué leo? Para… en fin, para poderme mirar en espejos no de azogue sino de
coincidencias e igual de deslumbrantes que los que, hechos añicos, deparan la
desgracia: “Nada me incomoda más que el ser tomado alguna vez como modelo de
estoicismo. O como modelo de cualquier cosa. Detesto los consejos y los
paradigmas. […] En mí hay un rasgo de primitivismo o de desmesura que me
conduce a menudo al exceso y que, una salud deficiente, más que una
determinación de mi inteligencia, me ha forzado a ir sofocando. Soy un
hedonista frustrado”.
¿Que
quiero fumarme los veinte o treinta cigarrillos que Abelardito se murió fumando
y se fumó muriendo? Pues de malas porque con que lo haga una sola noche, la
rinitis y en ocasiones también la bronquitis se lo cobran con creces: confórmese
con uno diario. ¿Que quiero beberme la botella de aguardiente que -calculo-
Abelardito se tomó a diario desde que muy joven se aficionó al trago? Hágalo
para que convulsione, se le disparen los ataques de pánico, la ansiedad y la
hipoglucemia; para que se le soliviante el colon y no pueda cagar ni abotonarse
los pantalones ni las camisas; para que las gastralgias no lo dejen dormir ni
leer ni pensar en nada distinto; para que termine suicidándose no serena y
concienzudamente como siempre ha querido, sino presa del desquiciamiento y la
desesperación como siempre ha temido: confórmese con las seis o máximo ocho
polas de dos veces al mes en la cantina de Lucio y Marcela. ¿Que estoy más que
dispuesto a hacer ya mismo un pacto con el diablo a cambio del sexo que me
trastorna -por sabroso- y aflige -por escaso- con igual violencia? Pues de
malas porque aquel pobre güevón tampoco Existe: confórmese con lo que le va
quedando… o resuélvase a pagar, antes de que del todo se le agoten pipí y dinero.
Adenda:
le debo asimismo a mi amor por la lectura y la escritura, y a la disciplina que
ambas me imponen, esto de ser lo que mi carnal J. R. acaba de llamar hedonista
frustrado. ¿En absoluto agradecido, Ribeyrito?
627. Medioevo
Científico y Tecnológico:
“…Es un
suceso mundial, además, la nueva expresión de un orden político en el que el
consenso de la realidad, siempre tan frágil y precario pero inevitable para que
haya un mínimo de convivencia y racionalidad, se disolvió hace mucho, por eso
tanta gente --demasiada-- solo cree y acepta aquello que coincida con sus
inamovibles prejuicios, sus delirios más arraigados, sus obsesiones y manías
disfrazadas de evidencias.
Quizás
fue siempre así, claro, pero las redes sociales han engendrado un verdadero
infierno totalitario, de profundas e innegables consecuencias por fuera de
ellas, eso es lo grave, en el que no hay diálogo ni discusión posibles, no
puede haberlos porque cada quien cree a rajatabla solo en lo que quiere creer,
confundiendo esa percepción o ese capricho con una versión infalible e
inobjetable de la realidad.
Es un
estado de alienación colectiva en el que a veces hay cinismo y mala fe, puro
cálculo, pero a veces hay también una gran ingenuidad, una sincera y
bienintencionada suspensión de la incredulidad en nombre de las lealtades de
partido, la fe en un caudillo, la ilusión de una sociedad mejor. En ambos casos
el resultado es el mismo: la imposibilidad absoluta de una discusión de verdad,
para qué si ya todo está resuelto de antemano.
Lo
increíble es que muchos de los más dogmáticos y apasionados voceros de esa
forma de pensar, por darle el nombre que no es, lo son convencidos de que están
librando una batalla heroica contra la mentira y la manipulación.
Ven solo
el mapa que quieren ver, tan tranquilos, y eso no va a cambiar” (Juan Esteban
Constaín).
Salta
pues a la vista que vivimos tiempos de gran confusión y caos -los
contradictores vocacionales dirán que todos lo han sido-, empeorados por el
hecho de que en cada persona conectada desde sus dispositivos a la red hay un
potencial propalador de infundios y desinformación, y de ahí el creciente
bullicio y la imparable pugnacidad que nadie sabe cómo gestionar. Ese
desconocimiento sin solución a la vista, así como -entre muchas otras- la
realidad descrita en la cita, son lo que me lleva a afirmar aquí que
discurrimos por una segunda Edad Media -con el perdón del prístino Medioevo,
tan en paz (por comparación) al menos con el planeta- si bien científica y
tecnológica, que anda por sus albores. Al rigor de los historiadores
corresponde determinar sus orígenes y estudiar a fondo, transcurrido el tiempo
que haya menester, sus implicaciones y pormenores. Que ya aterran.
628. Si
algo -el nivel educativo y cultural de las mayorías, el predominio del
pensamiento científico por sobre el teleológico, la firmeza en la moderación
política a que invita el pragmatismo- nos diferenciara de los venezolanos, de
los argentinos, de los nicaragüenses, de los cubanos, de los norcoreanos, de
los rusos y los chinos, mi respuesta a la pregunta con que concluye su del todo
acertado diagnóstico sería, estimado y admirado Thierry Ways, la contraria o al
menos una matizada:
“…El
incipiente colapso, bajo un gobierno de izquierda, del sistema del que depende
la vida de todos los colombianos desmiente, irónicamente, el mito de la
izquierda de que Colombia es un país neoliberal, supeditado al mercado, donde
los privados hacen lo que les da la gana. Por el contrario, la situación
demuestra el grado de sujeción a decisiones estatales de amplias parcelas de la
economía nacional.
Por eso
es tan amenazante el ‘método shu-shu-shu’: porque no hay sector que no sea
vulnerable a las decisiones de un Ejecutivo caprichoso. Los fondos privados de
pensiones, por supuesto, pueden ser controlados a través de regulaciones, al
igual que las universidades privadas. El agro está a merced de una reforma
agraria, que podría reglamentar, entre otras cosas, qué se puede sembrar y qué
no. La minería y la energía dependen enteramente de lo que determine el Gobierno.
Y el resto de firmas privadas pueden ser manipuladas fácilmente por medio de
normas laborales, tributarias y arancelarias.
La
intervención calculada e invasiva de la economía, con el fin, primero, de
fragilizar sectores enteros y, luego, de controlarlos, será el expediente
empleado por el Pacto Histórico para lograr sus objetivos por fuera de la vía
institucional y democrática de la deliberación parlamentaria. Lo mismo hizo el
chavismo en venezuela para atornillarse en el poder, una tragedia que ya cumplió
un cuarto de siglo. Y si el shu-shu-shu de la caída del dominó produce
desánimo, desconsuelo y angustia, mejor. De hecho, de eso se trata.
Pues el
fin último del método shu-shu-shu no es solamente tomarse la salud y otros
sectores. Esas son apenas las primeras piezas del baile. El verdadero objetivo
es provocar una ‘crisis explícita’ no solo en la salud, sino en toda la
sociedad. Un escenario de zozobra que conduzca a tal nivel de abatimiento que
la ciudadanía finalmente se rinda y acepte, como única alternativa, la
constituyente extraconstitucional que necesita el petrismo para rehacer la
nación a su antojo y prolongar indefinidamente su dominio sobre ella.
¿Nos
vamos a dejar?”: un sí taxativo es la respuesta si a quien involucra el ‘nos’
es exclusivamente a la sociedad civil e inerme, y un ve tú a saber si en
quienes se piensa es en Uribe, sus muchachos y los muy poderosos y en absoluto
alérgicos a la violencia que con él simpatizan.
Todo va
a depender de cuánto arrecie en los próximos dos años la deriva autoritaria del
esperpetrismo. Si poco, al punto de que se puedan celebrar con relativa
normalidad las elecciones previstas para el 2026, es harto probable que al
chusmero nos lo trueque la suma sabiduría de los votantes por un tan
impresentable cuanto impredecible Miley de rasgado acento paisa o caleño o
costeño o… Si mucho o aun demasiado, dependeremos enteramente del designio de
los otros violentos, todavía hoy (28 de abril de 2024) en la oposición
democrática. Un par de situaciones a cuál más indeseable, aunque ni de lejos
tan perniciosa y trágica como que Colombia se integre, formal y oficialmente,
al nuevo eje del mal que fomenta y preside el xiputinismo.
629. Andaba
preocupado -qué rareza- por la gran pérdida que me supuso la desaparición de mi
encuentro quincenal con la voz de Eduardo Escobar en El tiempo, y planteándome
muy seriamente no volver a leer las consabidas andanadas mamertas de Cecilia
Orozco Tascón en El espectador cuando voy y me topo, me reencuentro, con esta
vieja amiga de tenor y voz tan poderosos que sola se basta para que me resigne
a la pérdida y me resuelva al abandono:
“Aconsejan
los científicos que, ante el cambio climático, lo que hay que hacer es prevenir
y mitigar sus efectos, mientras llega el día en que la humanidad logre ponerse
de acuerdo en medidas serias para disminuir las emisiones de gases que causan
el efecto invernadero. También hay que protegerse y saberse vestir, lo cual me lleva
a pensar en este gobernante que tenemos ahora, uno de cuyos ‘logros’ fue
conseguir que decenas de miles de personas usaran su día de descanso para salir
a protestar por los errores de un gobierno más empeñado en destruir que en
construir, en dividir que en unir. Para mí, que registro con inquietud lo que
pasa con la salud o las pruebas sobre la financiación irregular de la campaña
electoral, pocos actos concretos resumen la realidad actual, como el deccreto
que definió al 19 de abril como día cívico. Tremenda contradicción la de
Gustavo Petro al querer hacer de su onomástico -y el del M-19- una fiesta
nacional, mientras se recuesta en la demagogia de la igualdad social.
Qué
insignificante debe sentirse alguien que enarboló las banderas del progresismo para
catalogarse célebre por ley. Qué triste gesto de alguien que habla de ‘esparcir
el virus de la vida por toda la galaxia’ y luego no llega a las reuniones que
tenía programadas.
[…] Me
identifico con los que poco a poco vamos siendo mayoría, porque yo también ya
vi el traje inexistente del emperador. Ese que se sabe a sí mismo tan poquita
cosa, que tiene que crear un día cívico para reafirmar su importancia personal,
para autoconvencerse de que es una rebelde que pasará a la historia. Ja. Por
favor. Las celebraciones no se decretan. Se sienten.”
Dices
“emperador” y me figuro el gesto de satisfacción que compone la insignificancia
en jefe cuando el subalterno encargado de registrar la prensa le habla de tu
artículo, que lo hace ensoñar con lo que ni en el paroxismo de su mejor
rascatraba había fantaseado: emperador de Colombia. La decepción quizá le
llegue cuando alguien perspicaz le haga ver que, de llegar a convertirse en
tal, tendría que conformarse con ser Homúnculo II porque en Chibchombia, en
Circombia, hubo ya un Homúnculo I, apenas mayor que él en edad mas no en
delirios de grandeza ni en toxicidad o talento deletéreo.
Y por
favor, mujer: ¡nada de volverte a desaparecer!
630. ¿Qué
coños hace un ciego congénito y total en una conferencia magistral -por
magistral- sobre pintura, que el maestro tituló ‘Hay que comprar lo que se
lleva’? Pues comprobar por millonésima vez que la estupidez es infinita -como
bien lo decretó Einstein-, y rumiar para sus adentros que no la hay peor ni más
insultante que la de tantos supuestos entendidos en esto y en lo otro que, por
incapacidad para comprender lo que se les pone delante, desairan a un genio ya
del arte que sea, ya del fútbol y otras artesanías. Y no se trata de que lo
descarten con los buenos modales de la gente de bien: es que, retrepados en su
efímero prestigio enteco, lo convierten en el rey de burlas de otros igual de imbéciles
que ellos. De los segundones con ínfulas de lumbreras y pujos de inmortalidad,
líbranos Señor.
631. Apuntes
matizados sobre… ¿una metáfora?, ¿una alegoría?, ¿un símil?... sobre, en
cualquier caso, ¿un tropo?, ¿una figura?: “Si yo fuera un gurú californiano,
diría que nuestro cuerpo es un río que al nacer recibe las aguas de un
manantial muy puro y al final de la vida las devuelve al mar limpias o
contaminadas, según haya sido el comportamiento moral de cada uno. La niñez es
un arroyo de aguas plateadas que surge entre las breñas de la alta montaña. Su
curso ya crecido encuentra los primeros saltos y se vuelve turbulento en la
adolescencia, pero después de muchos años uno soñará con aquel tiempo feliz en
que se bañaba en el primer remanso que ese arroyo formaba a la sombra de los
sauces. A unos antes y a otros después les llega el momento en que el alma se
contamina como sucede con cualquier río cuando atraviesa una ciudad”.
Hay ríos-cuerpo
que nacen contaminados si bien inoloros y mueren convertidos en cloacas
inmundas y mefíticas (los turbulentos Vladímir y Benjamin, por ejemplo). La
niñez puede ser un arroyo de aguas plateadas o la prefiguración letal de una
inmundicia líquida. A unos cuantos ríos-alma les sucede que se les pudren las
entrañas con la primerísima gota que les dio origen (los pestíferos Adolf y Iósif),
mientras que a los demás algo análogo si bien de muy distintas gradaciones les
sobreviene poco después de brotar a la superficie, salvados los primeros
meandros o, a más tardar, en el primer balneario en que la gente se baña mientras
se cocina el sancocho o se asa la carne del paseo de olla. Por muy limpias que
se vean las aguas de un arroyo de la infancia o que parezcan las de un río
joven o adulto, jamás se las debe consumir sin hervirlas concienzudamente.
632. De
verdad que no comprendo el porqué de la oposición de tanta gente, de personas
meritorias o muy meritorias inclusive, a que se le llame madre patria a la España
que tan fidedignamente nos refleja: “…Pero nuestro peor obstáculo no es nuestra
pobreza, sino el encono que ponemos en derruir lo que a pesar de ella a veces
hemos sido capaces de levantar, con la misma furia con la que alimentamos el
parloteo de cotorras de la discordia política, sin la menor esperanza de
regeneración, uncidos a la noria de una campaña electoral permanente, como si
ese fuera el destino inevitable que nos ha tocado”.
Ahora;
que en sus miserias más intemporales nos reflejemos no supone en modo alguno
que nos podamos comparar con sus bondades, pues Colombia nada que corona el
segundo mundo -¿existe?- y en cambio sí que corre el riesgo de caer, en las
manos inhábiles y dañinas del Esperpetro y el esperpetrismo, al cuarto o aun al
quinto: cada cual que los llame Venezuela y Nicaragua o Nicaragua y Venezuela,
que yo con amalgamar aquel par de dictaduras en un infierno llamado Haití me
doy por satisfecho.
Adenda:
coincido con el citado en que son tantas las miserias que nos hermanan, que con
otro ejemplo basta: “Quizás en España -y en Colombia- hay todavía más razones
para el exilio acústico que para el político. […] …uno de los muchos abusos
contra los que está indefenso un ciudadano en España -y en Colombia- es el
abuso del ruido, más aún cuando tiene la disculpa de la brutalidad identitaria
o festiva. Frente a la amenaza de los decibelios no queda otro remedio que la
huida. El maravilloso silencio cervantino es fugaz y siempre está en otra
parte” (antes de despedirnos, cambiamos un par de palabras sobre ‘Discorde’, de
Mike Goldsmith).
633. Quedan
notificados:
“La
embestida de Elon Musk contra el magistrado del Tribunal Supremo brasileño
Alexandre de Moraes apunta a un mundo espantoso. […] El magistrado, por su
parte, ha respondido públicamente a la provocación. Tanto, que la prensa se
refiere al episodio como ‘el enfrentamiento entre Musk y Moraes’, como si se
tratara de un duelo entre ambos. Pero la democracia no debería tratar de
individuos, que es exactamente lo que exigen las redes sociales. Al embestir
personalmente contra un magistrado brasileño, Musk reduce su ataque a la
democracia a una disputa entre avatares. Es aterrador que nuestro presente y
nuestro futuro estén en manos de una trama de videojuego y que quienes nos
representan no estén preparados para afrontarlos.
La
estrategia de Elon Musk de comprar Twitter para tener su propia realidad -donde
(casi) todos jugamos- es lo que mejor muestra su visión del mundo. Si nos
fijamos en los que podríamos llamar multimillonarios clásicos, la generación
anterior a la del Silicon Valley, eran unos cínicos. Sabían quiénes eran y por
qué hacían lo que hacían. La novedad de una figura como Elon Musk es que
representa esta época particular. Musk cree que es un visionario, que es más
listo que todos, que hace más que cualquiera y, sobre todo, que es un héroe. En
la lucha del bien contra el mal, sin duda cree que es el bien. Muchos afirman
que solo lo mueve el beneficio. Es peor: lo mueve creerse un dios humano en
medio de una especie en peligro que solamente él y su visión superior pueden
salvar.
Solo se
puede entender la trayectoria de Elon Musk, sus bravuconadas y su errancia con
la lógica de los videojuegos. En la biografía escrita por Walter Isaacson hay
aspectos estremecedores. Las personas son jugadores desechables y, excepto su
familia, cualquier ser humano no es más que un insecto que, si zumba fuera de
tono, es aplastado. […]
Es
posible que Elon Musk piense que Donald Trump y Jair Bolsonaro son basura, pero
basura que sirve temporalmente a sus propósitos: la ‘libertad’ de hacer lo que
quiera, sin importarle los límites impuestos por gobiernos o instituciones. La
diferencia con sus predecesores es que no hay un toma y daca, solo superación y
eliminación. El videojuego es diferente de los juegos clásicos de poder.
Elon
Musk no es de extrema derecha, Elon Musk solo es del partido de Elon Musk. Si
es peor que un Rothschild o un Rockefeller, difícil saberlo. Pero el poder de
destrucción del hombre que planea salvar a la humanidad llevándosela -una
pequeñísima parte- a Marte en sus cohetes es mucho mayor. La única manera de
plantarle cara es hacer lo contrario de lo que hizo el magistrado del Supremo
brasileño. Personificar la democracia, erigirse en justiciero para enfrentarse
al malvado multimillonario, es hacerle el juego a Musk. Y en este juego es
imbatible. En un mundo de avatares, la única forma de resistir es haciendo algo
que los avatares no entienden: comunidad”: es decir, justo lo que la especie no
sabe hacer porque lo confunde, entre otras distorsiones, con la beligerancia y
el cierre de filas en torno a un vociferante de la política del extremo que
sea.
Hacer
comunidad en el caso que refiere Eliane habría consistido, por ejemplo, en que
una mayoría significativa de brasileños hubieran cancelado al unísono sus cuentas
de Twitter y protestado, ojalá en la calle o siquiera en una red social de la
competencia, en contra del irrespeto de que fue objeto su democracia por parte
de este bicho de las finanzas al que millardos admiran y envidian y otros
tantos además temen. Al menos tan utópico como creer que los twitteros Lula y
Petro se iban a jugar la piel por las esperanzas que con dolo alentaron entre
millones a los que de antemano sabían sus defraudados.
634.
Preguntas que yo les haría a los afantásicos, de cuya peculiaridad me acabo de
enterar. ¿Qué sucede en su cerebro cuando alguien pronuncia o usted lee o
piensa en la palabra naranja? ¿Evoca el olor, el sabor, la textura o la
sensación táctil o nada en absoluto? ¿Cómo transcurre, qué experimenta usted en
un diálogo en el que su interlocutor le describe pormenorizadamente la casa que
compró y en la que vive no mucho ha? ¿Comprende la descripción, o se
desentiende del relato por la incapacidad de convertir en imágenes lo que oye?
Y si de lo que hablamos es de la palabra piano o violín, ¿evoca el sonido de
uno y del otro a pesar de no poder visualizar los instrumentos? ¿Es capaz su
cerebro de recordar y hacerlo tararear a usted melodías que asocie con esos y
con otros instrumentos? Si alguien lo invita a comer lasaña, ¿entiende usted de
inmediato lo que se le ofrece? ¿Gracias al olor, al sabor, a la simple mención
de la palabra?
Será tal
el peso del sentido de la vista en el mundo -en el mundo de los que ven- que
mucho me temo que a este trastorno que ya me fascina no se lo está abordando
debidamente, y que me perdonen los neurólogos y demás especialistas que lo
investigan. Una única pregunta bastaría para confirmar mis sospechas, que no
hicieron sino acrecer a medida que me adentraba en los tres artículos que llevo
leídos. Respetados doctores Equis, Ye y Zeta: ¿son los ciegos totales,
devenidos o de nacimiento, afantásicos por definición? ¿Pueden visualizar las
palabras naranja, piano o violín los ciegos totales de toda una vida y los por
designio de Fortuna? ¿Por qué, si de lo que se habla es de imágenes
sensoriales, se circunscribe la afantasía a lo que abarca el verbo visualizar mientras
se dejan de lado otros también importantes: recrear -una forma, una textura-,
evocar -un aroma, una voz, un sabor-?
Algún
día tal vez les cuente, si es que no lo he hecho ya, cómo visualiza el ciego
que soy desde condones hasta calzones, desde cortinas hasta vaginas pero no
esclavinas -por jamás haber palpado una-.
635. ¿Que
para qué leer, preguntan los afantásicos no de imágenes en principio visuales,
sino de ganas de fantasear mientras se aprende? Para ser capaz de concluir que,
sin saberlo, Guerriero habla también aquí del presente político de Colombia y
los colombianos: “Si se arroja a una rana viva a una olla con agua hirviendo,
saltará hacia afuera de inmediato. Si se la pone en agua tibia y se calienta el
agua despacio, no percibirá el peligro y terminará muerta. La analogía se usa
para describir daños que se producen en cámara lenta. Cuando finalmente quedan
en evidencia, las reacciones para evitarlos resultan inútiles. Se sabe que el
presidente Javier Miley y […]” Se sabe que el presidente Gustavo Petro y… “La
noticia no tuvo mucha repercusión. La llama aporta su calor al agua en la que
nada, ya muy inquieta, la rana”.
La
verdad por delante: en Colombia la olla se chamuscó con la rana dentro, puesto
que el agua se secó de tanto borbotear durante más de dos décadas. Y a nadie se
le ocurrió apagar la estufa a tiempo.
636. Se
necesitan pelotas -un saludo para Catalina Gómez Ángel y todas las valientes de
su oficio- para ser corresponsal de guerra y muchos hígados, don Arturo, para
departir e instruirse con gente tan proba:
“…Con la
segunda cerveza -yo invitaba- le pregunté por el fulano de los gritos. Sobre
los motivos del asunto no se mostró explícito, pero comentó algo que me
interesó mucho más. Ese es de los tontos, empezó diciendo, y aquello atrapó mi
interés. De los poco inteligentes, añadió, y tal era el problema de esa tarde.
Pregunté por la diferencia entre un tonto y un listo a la hora de ser
torturados -evité esa palabra, claro; creo recordar que dije persuadidos-. Y
para mi sorpresa, mi nuevo amigo Fernando me dijo que la diferencia era mucha.
Explícame
eso, pedí con la tercera cerveza. Y lo hizo. Hay hombres cobardes o valientes,
dijo. Más sólidos o débiles que otros. Pero para interrogar a un hombre
inteligente ni siquiera hace falta tocarlo. Basta con hacerle pensar en lo que
le espera: en las consecuencias de mantener la boca cerrada y las ventajas de abrirla.
Los dejas que se cuezan en su propia imaginación, y al rato son capaces de
delatar a su madre. Los tontos, sin embargo, los que carecen de imaginación y
además son testarudos y brutos, es más difícil que hablen -en este punto,
Fernando me guiñó un ojo-. Ésos requieren otro tratamiento. Y ahí entra el arte
del interrogador, porque si no vas con cuidado, si te pasas, los puedes matar
antes de que cuenten lo que quieres oír. De bruto a bruto, un interrogador
chapucero no sirve para nada; sólo para hacer daño inútil. Y si eres torpe, el
paciente se te va de las manos.
Seguí
pagándole cervezas, fascinado. Se bebió seis. Supongo que muchos de quienes hoy
leen esto, la gente de limpia conciencia, le habrían recriminado valerosamente
su tranquila crueldad técnica. Pero no estaban allí, y yo sí estaba. Mi trabajo
no era hacer mejor el mundo y a quienes lo habitan, sino comprender y contar
para que otros comprendieran. Y aquel atardecer, mientras la luz enrojecía la
ventana, comprendí cosas que luego pude contar. Todavía las cuento, escribiendo
novelas con la mirada que tal vida me dejó. Entre lo que me educó esa mirada se
encuentra, también, el portugués Fernando: el mercenario regordete y simpático
que tras apurar la última cerveza se despidió suspirando, fatigado: ‘A ver si
termino esto de una vez’. Y se fue del bar. Y Melo y yo seguimos bebiendo para
quitarnos lo amargo de la boca mientras en el garaje volvían a resonar los
gritos.”
Qué
paradójicas resultan a veces las cosas, maestro: yo, que rehuiría a como diera
lugar no digo ya la compañía sino la mera presencia de aquel chulo, le cubriría
de besos las manos y me lo llevo para donde las putas y después a comer y a
beber donde él disponga si con quien viene de esmerarse a fondo es con
cualquiera de los de la cúpula del malditismo transnacional, para los que no
debe haber la más mínima -ninguna en absoluto- posibilidad de someter a prueba
la teoría del verdugo. Que en cambio habrá de ser el artista más connotado de
su noble oficio.
Adenda:
tal vez algún día deponga transitoriamente el asco y pergeñe alguna reflexión
que examine la teoría de esta otra bestia bípeda -diera la impresión que salida
del ensayo de Eslava Galán- a partir de, entre otros posibles, títulos tales
como El hereje, Solo en el mundo, El beso de la mujer araña y La fiesta del
Chivo. Digo a priori no más que el funcionario del dolor y los berridos
confunde, por un lado, la inteligencia con el pragmatismo y, por otro, el
talento con el método.
637. Dijo
la otra tarde en La Luciérnaga alguno de sus portentos del humor, ya no me
acuerdo hablando de qué o de quién: “Más ordinario que un marrano comiendo
ponqué”y, de inmediato, entre las carcajadas que le arrancó la imagen a mi
cerebro hiperfantásico, di en pensar, al punto de una convulsión por hilaridad,
en Ferragamo Petro y en Rolex Boluarte. Cuando por fin conseguí recobrarme,
celebré el evento -nunca mejor dicho- con una porción bastante generosa de la
mejor torta de las tres leches que venden en Bogotá.
638. Andan
enternecidos Hamas y los palestinos -apenas comprensible-, y no se diga la
mamertosfera en Occidente -apenas previsible-, con el “altruismo” de los
universitarios de momento estadounidenses y franceses que se movilizan en contra
del matarife de Gaza Benjamín Netanyahu y de la política guerrerista del Estado
de Israel, desde donde se los acusa de antisemitas y negacionistas del
Holocausto con peor cara dura que con la que la muchachada los acusa a ellos de
genocidas. Todos incurren parcialmente en la verdad (contra los palestinos se
perpetra desde octubre de 2023 una matazón sin precedentes en la historia de
odio entrambos pueblos, amancebada con horrendos crímenes de guerra que sus
connacionales los terroristas de Hamas desataron concienzudamente, y el
antisemitismo campea en las protestas más saludable que el pacifismo), al
tiempo que unos y otros se emplean a fondo para ocultar sus miserias (la verdad
de que, si estuviera en manos de los sionistas y quienes les permiten maniobrar,
las cámaras de gas nazis se pondrían nuevamente en marcha para dar buena cuenta
del enemigo y su entorno, y que a las potencias ocupantes y a sus matarifes e
invasores se los debe combatir salvo que se llamen Rusia y Putin). Las de
aquéllos acaso se sigan desmadrando y transformándolos, por acción o por
omisión, de víctimas de los peores horrores concebibles en victimarios que muy
bien aprenden, mientras que a éstos las suyas los ponen en evidencia y los
neutralizan moralmente.
639. La
fórmula es muy sencilla: no es sino que donde dice Parlamento pongan Congreso…
¿y listo?:
“Mientras
cacarea el infame gallinero de la política los científicos hacen ciencia, los
albañiles construyen casas, los médicos curan en los hospitales, los maestros
enseñan en las escuelas, los camareros atienden en la barra de los bares, la
gente toma el sol en las terrazas, los jubilados echan migas a los pájaros en
los parques. Solo los políticos están dispuestos a matarse en el Parlamento.
[…] Este es un país dinámico y creativo que lo tiene todo para ser feliz, pero
por una maldición que se me escapa siempre busca y acaba por encontrar su
desgracia. Aquí Caín es el amo absoluto de la guitarra.”
De listo
nada porque si bien es verdad que al autor lo asiste la razón en buena medida,
lo es asimismo que peca de demasiado benevolente con los millones que allá y
acá y en todas partes sobrevivimos no gracias a la política, sino pese a ella. Piénsese
no más en que si fuera cierto que los únicos españoles y colombianos entregados
a la pugnacidad y el desenfreno fueran los politicastros, su barullo haría el
mismo ruido que el de los loquitos en pleno alboroto de un manicomio ubicado en
las afueras de Madrid o de Bogotá. No, venerado maestro Vicent: si la división
y los sectarismos más nocivos infestan hoy, nuevamente, a España, Colombia y
gran parte del mundo, se debe a que un número harto significativo de
científicos y albañiles y médicos y maestros y camareros y jubilados y demás
gente del común les sirven de caja de resonancia a los indeseables por
antonomasia, que se desgañitarían al cabo o aun guardarían respetuoso silencio
si la ciudadanía en pleno los desoyera o los obligara a adecentarse. Tengo para
mí que la cara más visible de nuestra maldición claro que tiene que ver con la
política, y sólo de carambola con los políticos, que en ella recalan por culpa
de la visceralidad electoral de los insensatos y por el grosero abstencionismo
de los desentendidos. ¿Que la política en otras latitudes -los países nórdicos
y poco más- es cosa de ver? La virtud reside más en las urnas que en los
parlamentos.
Adenda:
si algún día tengo la dicha de conocerlo personalmente aquí en Colombia, me
comprometo a presentarle a un par de descerebrados del uribismo y a un par de
descerebrados del esperpetrismo -nuestra bicéfala desgracia- dispuestos a
matarse entre sí y a matar al tibio que se les meta con el amo o les afee su
congénita estulticia. Aunque si quiere que le sea franco, ninguna falta le hace
a su suma sabiduría pasearse por la Petrolandia del chusmero tan postrada y
abatida.
640. ¡Por
favor, por favor, que alguien con menos desgana y apatía que el suscrito
reescriba o adecúe este para mí poema de Muñoz Molina sobre el niño analógico,
a fin de que el virtual o digital tan Z de zombi, de zonzo, no se quede por
fuera!: “Un niño es él mismo y es la trama familiar a la que pertenece, y los
otros niños con los que iba a la escuela y jugaba, y el maestro o la maestra
que le enseñó a leer, y las libretas que llenaba con sus ejercicios de
caligrafía o de aritmética, y el mundo interior o sensorial de esa edad, que se
parece tan poco a la de la vida futura. Un niño tiene, o tenía, las rodillas un
poco desolladas de jugar en la calle, y puede guardar cosas inusitadas en los
bolsillos, una moneda que ha encontrado, un lápiz, una goma, unas canicas, un
tirachinas: si el que fue niño pudiera encontrar de adulto las cosas que guardó
alguna vez en los bolsillos o atesoró en el cajón de la mesa de noche, o el del
pupitre de la escuela, sería el arqueólogo estremecido de su propio pasado,
tocando texturas singulares, recobrando olores que habrán preservado al cabo de
los años la sustancia desvanecida y verdadera de aquel tiempo”.
641. Mi
mundo resumido en la genialidad de dos humildes frases holísticas: “Con ruido
no veo”. “Un silencio como el que yo necesito no existe en el mundo”.
Y tanto
vulgar inssssssssssusssssssssstancial alargando lassssssssss
essssssssssessssssssss hassssssssssta el infinito y poniendo tessssssssss donde
deberían ir dessssssssss, como en La verdat essssssssss que malgassssssssssté
mi vida luchando para sssssssssser pressssssssssidente de lossssssssss
colombianossssssssss, a lossssssssss que voy a dejar peor de jodidossssssssss
que como lossssssssss encontré: essssssssssa essssssssss la verdat.
642. La
corroboración de la sabiduría de un hombre “felizmente” sin academia:
“-Querido
Victor, no hables así. Hemos sufrido terribles desgracias, pero hemos de
aferrarnos a lo que tenemos y transferir nuestro amor por aquellos que nos
dejaron a los que aún están vivos. Nuestro círculo será más reducido, pero los
lazos de afecto y la desdicha que nos unen serán nuestro consuelo. Cuando el
tiempo haya curado nuestra desesperación, nacerán otros seres queridos que
dependerán de nuestro amor y sustituirán a los que nos fueron arrebatados con
tan extrema crueldad”: cambiaría, aunque no sin dolor, este que soy ¿muy a mi
pesar? por haber sido un Alphonse Frankenstein, y apostaría lo poco que tengo
-demasiado en todo caso si con quien me comparo es con los parias del mundo- a
que Victor también.
Lo que la naturaleza no da, Salamanca no lo otorga… a saber: el discernimiento necesario para comprender que manifestarse a bulto a favor de los palestinos es legitimar a la bazofia yihadista de Hamas y, de carambola, hacerles un favor -dejándolos en la sombra- a los invasores y machacadores de Ucrania y los ucranianos de bien que, a diferencia de los palestinos que por miedo o simpatía callan o celebran a sus terroristas, no provocaron a nadie y no son por ende culpables de ninguna venganza. Estimado muchacho, deseada muchacha, mojachos todos que se sienten hoy heroicos porque protestan contra el terrorismo sionista que gobierna en Israel mas no contra los terroristas de la yihad y el Kremlin: si lo suyo no es la auténtica mala leche transnacional de la extrema izquierda que aboga por una Palestina libre y autónoma a costa de la existencia de Israel y los judíos dispersos por el mundo, ni la auténtica mala leche transnacional de la extrema derecha que sueña con que la venganza de Israel no se detenga hasta que haya borrado del mapa lo que queda de Palestina y ahogado en el mar hasta el último palestino en la diáspora, sálganse de aquello que se van a envilecer. Vénganse para Bogotá, o díganme en dónde nos encontramos, para que formemos un frente común y a muerte contra los malditos de todas partes, llámense Putin, Yahya Sinwar o Netanyahu. Se me ocurre que incluso podríamos contactarnos con Zelenski y echarle una mano en su guerra perdida de antemano en contra del engendro atómico. Busquen mi número que por ahí anda.
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