lunes, 8 de abril de 2024

Desahogos polifónicos que pensaban ser póstumos, todos breves o muy breves (III)

571. De acuerdo. Los temores que ocasiona la inteligencia artificial generadora, contra la que andan previniendo al mundo sus forjadores, es decir los depositarios de las inmensas riquezas que ya produce pese a lo reciente de su aparición, son cosa nueva: “…Tal cosa, cuando suceda, es de esperar que pondrá fin a todo género de escritos cualesquiera;-la falta de todo género de escritos pondrá fin a todo género de lectura;-y eso, con el tiempo, al igual que la guerra engendra la pobreza y la pobreza la paz,-debe lógicamente poner fin a todo género de conocimientos,-y entonces-tendremos que volver a empezar una vez más; o, en otras palabras, volveremos a estar donde empezamos”.

 

Tengo el pálpito de que Sterne y Shandy coincidirían conmigo en que, de entre los sabios que en el mundo han sido, ninguno como Salomón. Y lástima que a Savater se le agote el tiempo entre nosotros y tal vez no pueda completar su saga sobre la ética con una última entrega (‘Ética del cinismo’ la podría titular) inspirada en estos benefactores de la humanidad que, según prenden la mecha de su flamante artefacto, acuden ante los medios para advertirnos contra lo que se nos viene encima. No sé: quizás el zar Vladímir Vladímirovich I, imbuido de la magnanimidad de estos poderosos de la tecnología, se diga que un gesto así lo engrandecería del todo y nos avise a los tullidos, los bebés y los ciegos de Occidente que tenemos un par de horas para guarecernos en Rusia del temporal atómico que va a hacer llover sobre sus enemigos.

 

572. Díganme ustedes qué falta le hace un grado universitario de filósofo a este sabio de la ciencia:

 

“Somos adictos al conflicto tribal, algo que es inofensivo y entretenido si lo trasladamos a los deportes de equipo, pero que resulta letal cuando se traduce en luchas étnicas, religiosas e idiológicas.” […] “La mayoría de nuestros líderes religiosos, políticos y empresariales creen en explicaciones sobrenaturales de la existencia humana. Aunque en privado las pongan en duda, poco les interesa oponerse a líderes religiosos y agitar innecesariamente al pueblo, quienes les otorgan poder y privilegios. Los científicos que podrían contribuir a una visión del mundo más realista son especialmente decepcionantes. Son esencialmente yeomen, enanos intelectuales que se contentan con quedarse dentro de las estrechas especialidades para las cuales estudiaron y que les dan dinero.” […] “En resumidas cuentas, la selección individual favorece aquello que llamamos pecado y la selección grupal favorece la virtud. Esto desemboca en el conflicto de conciencia interno que nos aflige a todos -exceptuando a los psicópatas, que afortunadamente sólo conforman un 1,4% de la población-. Los frutos de los dos vectores opuestos de la selección natural están inculcados en nuestras emociones y nuestro raciocinio, y no podemos eliminarlos…” […]: “Todos los seres humanos normales somos a la vez nobles e innobles, a veces simultáneamente, a menudo en estrecha alternancia. La inestabilidad de nuestras emociones es un atributo que deberíamos querer conservar. Es la esencia de la personalidad humana y la fuente de nuestra creatividad.” […] “En una democracia todos tenemos la libertad de pensar lo que queramos; así pues, ¿por qué considerar que opiniones como el creacionismo son un virulento pseudoparásito cultural? Porque representan el triunfo de la fe religiosa ciega por encima de hechos cuidadosamente contrastados. No es un concepto de la realidad basado en la evidencia y el criterio lógico. Es, más bien, parte del coste de admisión a una tribu religiosa. La fe es la prueba del sometimiento de una persona a un Dios particular, y de hecho, no a la deidad directamente, sino a otros humanos que aseguran ser sus representantes. A la sociedad le ha salido caro agachar la cabeza. (…) La negación explícita de la evolución dentro del marco de una ‘ciencia de la creación’ es una falsedad rotunda, el equivalente adulto a taparse las orejas con las manos, y un déficit para cualquier sociedad que decida someterse de esa forma a una fe fundamentalista.”

 

Pero díganme ahora, por amor a Dios, cómo concilio tantísima sabiduría cientificofilosófica con esta tremenda inviabilidad que, por otra parte, planea del todo a la deriva: “Los seres humanos no somos malvados por naturaleza. Somos lo suficientemente inteligentes, generosos, benevolentes y emprendedores como para convertir la Tierra en un paraíso, tanto para nosotros como para la biosfera que nos dio a luz. No es descabellado que a finales de este siglo logremos ese objetivo, o que por lo menos estemos bien encaminados. Lo que hasta ahora ha demorado el proceso es que el Homo sapiens es una especie inherentemente disfuncional”.

 

Maestro Wilson: no prolonguemos la cuestión innecesariamente y explíqueme, para empezar y terminar, cómo resuelve usted lo irresoluble: la inherencia de la disfuncionalidad. Si estamos ante un cabo suelto del que usted no se percató (también cabe la posibilidad de que se trate de una flaqueza de mi entendimiento), pues permítame que le diga que esta desatención por su parte constituye -lo va a constituir para mí hasta que se disponga otra cosa- para el lector de todo su ensayo una confusión análoga a la que experimentaría mi madre si esta noche me acuesto ciego de toda una vida pero mañana me levanto vidente de ojos matadores, y no exagero.

 

573. Dos símbolos poderosos de mi muy personal y nutrido matriarcado: “…Nombrar a la cantidad de feministas que ha regalado ese país al mundo, desde tantas aristas de la vida, resulta imposible. Uno de esos íconos, Simone de Beauvoir, publicó el 5 de abril de 1971 el Manifiesto de las 343 y confesó: ‘Un millón de mujeres abortan cada año en Francia. Yo declaro ser una de ellas. Declaro haber abortado’. Tres años después, con la ley promovida por la ministra de salud Simone Veil, Francia despenalizó el aborto hasta la semana doce de gestación”.

 

A un par de cosas aspiro en vano: bien a que se me acepte con plenas garantías en un programa de veterinaria con miras a aprender a esterilizar, aliviar del todo o a facilitarles la muerte a los animales callejeros y a los con casa aunque en estado de abandono -mi lastre más pesado-, bien a estudiar medicina en iguales condiciones y con fines muy semejantes: aliviar de una forma o de la otra a mis carnales los indigentes de cualquier parte, esterilizar hasta el último de ellos y practicar entre ellas abortos a tutiplén. ¿Que si he intentado materializar una o la otra idea? Por desgracia no, y la culpa la tiene este que soy hoy, tan diferente en lo tocante a arrestos y resolución del que fui ayer.

 

Ah, pero volviendo a mi matriarcado: el lector atento y acucioso de este blog podría, no digo que ya mismo mas sí tras una revisión somera de lo ya leído, confeccionar una lista de los nombres propios femeninos que reverencio, al punto de considerar a sus dueñas mis amores platónicos, y de ahí hasta llegar a los de mujeres a quienes me liga la literatura pero de quienes me distancia la política. Sin embargo, aun en la lista más completa no figurarían -por la razón más obvia que cabe imaginar- los de tantas otras mujeres a las que valoro y por las que siento un gran afecto: casi todas las periodistas de la DW y un puñado muy generoso de las periodistas que trabajan en otros medios de los que soy asiduo; ciertas políticas y activistas políticas -no de pito y pandereta- y científicas y profesionales de muchos campos y…, por supuesto y en primerísimo lugar, las por completo anónimas que, más de hecho que de palabra, arriman el hombro para ayudar en la misión imposible de desenvilecer el puto mundo.

 

574. Con el cuento este de las democracias liberales versus las democracias iliberales (que equivale a, qué les digo… qué les digo: a impotencia eréctil o a frigidez lúbrica), me preguntaba esta semana para qué por ejemplo Televisión Española desplazó hasta Rusia a un equipo informativo a fin de cubrir in situ la a todas luces pantomima electoral del tirano, y me respondía que para dar cuenta de lo consabido ninguna falta hacía incurrir en gastos innecesarios y derroche de energía contraplanetaria. Al revés: hacerlo equivalía -pensé-, ya que desde la Moscú del sátrapa no se puede llamar a las cosas por sus nombres, a legitimar la mojiganga. De modo que apagué el televisor rezongando que no se debe ser más papista que el papa y que desde donde deberían estar informando (si consiguieron que la dictadura les autorizara el ingreso…) era desde el Yemen, Sudán, Afganistán, e invertí mejor mi ocio vespertino leyendo a alguien que interpretara la impotencia de mi bronca:

 

“Este fin de semana se están celebrando elecciones presidenciales en Rusia. OK. Tal vez celebrando no sea el verbo más indicado. Imitando iría mejor. O parodiando. En cualquier caso, puesto que se trata de una broma, ya que todo el mundo sabe que Putin tomó la precaución de regar el terreno electoral con sangre para asegurarse de una victoria brutal, surge una pregunta: ¿para qué sirven las elecciones rusas? Lo obvio sería decir que se trata de un épico ejercicio de hipocresía, condición bien definida una vez como ‘el homenaje que el vicio rinde a la virtud’. Algo de eso hay. Alguna conciencia debe de tener Putin de lo basura que es como ser humano y la basura moral que es su mafia de Estado. Las elecciones serían un intento de maquillar la irremediable fealdad del sistema que preside.

Pero el tema es más complejo. Putin es más complejo. […]

Limitándonos solo a sus cualidades más obvias, Putin es… aquí va: un tipo envidioso, resentido, avaricioso, acomplejado, paranoico, psicópata, arrogante, inseguro y mediocre. […] …un ser que vive cautivo de un cuento que él mismo se ha inventado. Quizá la mejor prueba de su patología es que es la única persona en el mundo convencida de que su poder es democráticamente legítimo. […] Nadie se engaña, nadie en el mundo (ni sus perritos fieles de la televisión rusa, ni sus trols a sueldo), nadie salvo el propio Putin. […] …ni sus admirados Pedro el Grande o Iósif Stalin, ni Al Capone, ni su amiguito norcoreano Kim Jong Un, ni ningún otro imperialista, gángster o dictador importante e indisimuladamente criminal como él se han rebajado a la indignidad de pedir al pueblo el visto bueno a través del voto. Con la excepción de Hitler, claro. Pero, una vez conquistado el poder, él también dejó de jorobar. […] Bien. Ahí está la cuestión. Es que necesita pruebas, sobre el papel objetivas, de que su delirio de grandeza es verdad. Quiere creer que no solo es temido, sino amado; que no es un mediocre, sino un campeón; que cuenta con el cariño y la confianza y el apoyo de la enorme mayoría del glorioso pueblo ruso; En su imaginario, los números electorales le avalan. […] Navalni fue el rival que Putin más odió porque era el que día tras día se reía de él, el que le enfrentaba con el mundo de fantasía que se había creado. Delataba lo loco que estaba. Por eso lo mató.”

 

¿Y si a RTVE se le hubiera ocurrido la osadía formidable de camuflar en su equipo al gran John Carlin? ¿Le habría caminado él a la vaina a sabiendas del berenjenal en que se metía? ¿Se habría zampado la dictadura semejante caballo de Troya? Desconozco lo uno y lo otro, pero exulto sólo con imaginarme lo que habría salido de semejante temeridad y gesta opinativa.

 

575. “Nunca hice nada que no deseara hacer”, leo que escribió David Hume en alguna parte y simple y sencillamente no se lo creo. Ni a él ni a nadie. O bueno: tal vez a un recién nacido que no vivió lo indispensable para aprender a mentir. En cambio, créanme a mí si les digo que, aun cuando he hecho mucho de lo que he deseado, otro tanto me moriré sin hacerlo, ya por escrúpulos de conciencia, ya por imposibilidades de muy diversas índoles, ya por el miedo al castigo que de la transgresión se desprenda.

 

576. ¿Qué se le agrega a la completitud?: “…Como escribió Gabriel García Márquez en sus memorias: ‘La vida no es la que uno vivió, sino la que uno recuerda’. Casi sin querer, la fantasía empieza a rellenar los huecos excavados por los remordimientos y el olvido: por eso nuestro relato vital puede ser completamente imaginario, pero nunca totalmente verdadero”.

 

Ahora: téngase en cuenta que si a la maravillosa imperfección del acto de recordar de que habla Irenita le sumamos la simulación de quien, casi siempre por conveniencia (en ocasiones por necesidad y muy raramente por altruismo) se hace el desmemoriado, la complejidad de leer al de enfrente se potencia lo indecible. (Claro que por ahí andan prometiendo echar por tierra, a base de inteligencia artificial -la natural no nos dio para hacerlo-, la única fortificación de la que todos, desde el indigente más carente hasta el pobre diablo ultrapoderoso de Elon Musk, somos dueños: los raudales de nuestro encéfalo.)

 

577. Y como la salud -ojalá fuera no más eso- en la Colombia del Esperpetro se despeña en caída libre por designio de su mala leche y su resentimiento de chusmero, y como no hay citas con el psiquiatra ni medicamentos si no lo ve a uno el psiquiatra y ni siquiera conocidos o allegados o amigos como yo sin psiquiatra y sin medicamentos para charlar un poco y desahogarnos juntos puteándolo al alimón, me contento con comunicarme telepáticamente con Juanjo. Quien, por no vivir en Petrolandia, tiene al menos con qué paliar sus chiripiorcas con los ansiolíticos que a él le alcanzarían para pegarse un atracón que se las calme para siempre pero que, tristemente, no me puede compartir porque el nuestro no es un diálogo de ida y vuelta. Que le aprovechen, maestro. Le aviso si resuelvo desarraigarme.

 

578. Dice uno ‘columna de opinión’ o ‘artículo de prensa’, e incluso los que saben de qué se les habla ponen cara de “¿ah, eso?: ¡un escrito que nace para morir a las 24 horas exactas de publicado!”. Y yo los compadezco.

 

Compadezco insensatamente a los millardos que se van a morir sin jamás haber leído a ninguno de mis columnistas de cabecera, y a otros igual de maravillosos que no leo simple y sencillamente porque el tiempo no alcanza o porque no sé que existen. Y compadezco, con razón en este caso, a los felices asiduos de la buena prensa de opinión que meten en el mismo saco a quienes opinan perecederamente y a quienes, como Constaín y Escobar, Faciolince y Bonnett y Gamboa y Ospina y Londoño, Carlin y Pérez-Reverte, Aramburu y Cercas y Vallejo y Montero y Guerriero y Lindo y Sampedro y Caparrós y Muñoz Molina y Savater y Vicent y Vásquez y… o el gran Millás, lanzan -más, o menos- a menudo una perla titulada, por decir algo, ‘Una idea salvadora’, y se quedan observando a ver cuántos de sus lectores se la meten a hurtadillas en el bolsillo y se marchan jubilosos.

 

Adenda: si la vejez es ir perdiendo familiares y amigos por el camino hasta tal vez quedarse de último en la fila, pues lo cierto es que yo ya me planto en esa fila. ¿O les parece de poca monta no poderme reunir más en torno a sus columnas, y por razones que van desde la muerte al retiro voluntario o forzado (bien por motivos personales, bien por la censura de prensa de la propia empresa), con don Juan Gossaín, Roberto Merino, Javier Marías, Antonio Caballero, Mario Vargas Llosa y Eduardo Escobar; con Manuel Rivas, Carlos Granés y Fernando Savater? Curioso que me duela más la ausencia de un carnal de papel que la de un amigo de dos o a lo sumo tres letras. Debe de ser por la asiduidad de los encuentros y la constancia de los afectos.

 

579. La fórmula es muy sencilla: no es sino que reemplacen diputados por congresistas, ibérico por colombiano, Parlamento por Congreso, España por Colombia y listo:

 

“Al final de cada sesión de control al Gobierno en la que algunos diputados de uno y otro bando sacan lo peor que llevan dentro, como sucede en las letrinas, debería haber un ujier encargado de tirar de la cadena. El espectador echa de menos que suene una cisterna que se lleve hacia la alcantarilla este detritus cargado de odio ibérico que les sale del alma a algunos padres de la patria. Se hace necesario un nuevo cargo, el de pocero mayor del Congreso, equipado con botas pantaneras y con un mono de hule para manejarse con soltura en semejante cloaca. Muchos piensan que se trata solo de un teatro, que el Parlamento está para eso, pero esta gente a la que hemos votado parece ignorar el juego peligroso que se lleva entre manos. Su odio viene de lejos y no parece de ficción, el lobo es real, y de hecho ya está a punto de bajar a la calle. El enfrentamiento civil comienza con una labor muy bien programada de desprestigio de las instituciones democráticas. No es preciso asaltar el Congreso a caballo o con metralletas; lo puedes tomar convirtiéndolo primero en un circo y después degradarlo con gritos, amenazas, risas y reyertas de taberna y no parar hasta que el ciudadano decente llegue a la convicción de que esta institución ya no representa la soberanía nacional, de modo que mejor sería cerrarla. Ya se sabe. No todos los políticos son iguales. En el Congreso, los diputados trabajan en sus despachos y participan en las comisiones, no todo son insultos. Vale. Supongo que algunos padres de la patria al volver a casa después de la sesión del Congreso se avergonzarán ante sus hijos por el espectáculo obsceno que acaban de dar por televisión en horario infantil. La democracia es una maquinaria ciega que trabaja día y noche sacando la basura humana a la superficie. Visto cómo en España funcionan esas las bombas de achique manejadas por los distintos medios habrá que aceptar que no todo está perdido.”

 

Venerado maestro Vicent: no creo que usted disponga de tiempo que perder para emponzoñarse aún más asomándose a mojigangas políticas ajenas y lo felicito si así es. Pero yo, que veo por necesidad algunos noticieros de su país, le cuento que envidio la categoría de sus politicastros que, comparados con los de Chibchombia, con los de Circombia, semejan encarnaciones de lo sensato y mesurado en política. ¿Comparar al mendaz Pedro Sánchez con el toxicómano mediocre y malintencionado que funge aquí de presidente; a su gobierno oportunista aunque gobierno a fin de cuentas, con la anarquía mamerta y cínica que entronizó el chusmero?: un despropósito. Y mejor no lo invito a que oiga ninguna “deliberación” de nuestros congresistas porque entonces es posible que contemple la idea de una retractación.

 

580. Reza el colofón de un artículo del venerable Manuel Vicent: “Cada historia particular está formada con un millón de nudos a merced del azar. Por muy vulgar y anodina que sea esa historia, cada nudo constituye una gran encrucijada. Olvidas el paraguas, vuelves al bar a recuperarlo y allí te encuentras con una mujer que va a torcer tu destino”. Yo, maestro, no hago sino ir a un bar aquí, a uno allá, al de acullá, siempre con la idea fija de estrellarme con otra mujer que me vuelva a torcer el destino, pero nada. Debe de ser porque no cargo paraguas.

 

581. Si usted es uno de los millardos que todavía no se hacen cargo, por estupidez monda y lironda o por cínicos egoísmo y avaricia -estúpido a fin de cuentas- de la amenaza climática con su ebullición mundial (¡Mija, prenda el ventilador que nos estamos asando!-, intente pensar que el sabio que prescribió eso de que “si le das un pescado a un hombre comerá un día; si le enseñas a pescar comerá toda la vida”, tuvo de su parte la razón durante milenios pero ya no. Será tal la alteración de lo que parecía inalterable que hoy, entre pescadores de toda una vida y aun de estirpe, no serían pocos los que tiendan la escudilla para que les sirvan un pescado dado que con todos los demás arramblaron la contaminación de lagos, ríos y mares, en componenda con las dentelladas del clima y los arrastreros de estos chinos tan queridos. (Cuando pienso que a mí no me va a tocar ni la más mínima degustación de la felicidad que le va a suponer al mundo el imperio del gigante asiático cuando por fin caigan los Estados Unidos gracias a los votantes de Trump, me maldigo por mi mala suerte.)

 

582. Comprendo que, teniendo los números de su parte, ésta sea la foto que domina el panorama: “La muerte es la compañera discreta de la vida, alguien que te sigue calladamente a las espaldas pero que cada vez se acerca más, como en ese juego del escondite inglés, que cuando vuelves la cabeza ves a la muerte ahí, muy quieta, muy inocente, pero un minuto después, al mirar de nuevo, ha avanzado dos metros, y en una de esas, mientras estás distraído contando, la maldita muerte habrá llegado junto a ti sobre sus silenciosos pies de fieltro y te estará agarrando del cogote”. Pregunta el ciego que soy: ¿pero es que no se ve en absoluto la de los que somos sus perseguidores, a diario burlados por la muy lisa?

 

583. “El cristianismo es la suma de monoteísmo hebreo, idealismo platónico e imperialismo romano” dice Gibbon. A mí en cambio se me antoja una versión más del más corriente pensamiento teleológico.

 

584. Les aseguro que si Kakuro hubiera sabido del rumbo desquiciado que iban a tomar las cosas -que ya venían mal, muy mal- desde que su demiurga le insufló vida literaria, él, sensato y sabio como es, habría rehusado existir o por lo menos aceptar que ella lo hubiera relacionado con Paloma. ¿Ganarse de gratis, un hombre tan generoso y respetable como él, la fama de pederasta y pervertido; y, en un país que como el suyo es más serio que el promedio, hasta un canazo y sin que importen su riqueza y su prestigio? De todas formas, que se conduzca con cuidado porque las cazavioladores auténticos o fabricados andan más al acecho que los servicios de inteligencia de Novichok Putin.

 

585. Me pregunta Lolita cuánto me parezco a Renée en estos aspectos: “Siempre está la vía de la facilidad, aunque me repugne seguirla. No tengo hijos, no veo la televisión y no creo en Dios, todas estas sendas que recorren los hombres para que la vida les sea más fácil. Los hijos ayudan a diferir la dolorosa tarea de hacerse frente a uno mismo, y los nietos toman después el relevo. La televisión distrae de la extenuante necesidad de construir proyectos a partir de la nada de nuestras existencias frívolas; al embaucar a los ojos, libera al espíritu de la gran obra del sentido. Dios, por último, aplaca nuestros temores de mamíferos y la perspectiva intolerable de que nuestros placeres un buen día se terminan. Por ello, sin porvenir ni descendencia, sin píxeles para embrutecer la cósmica conciencia del absurdo, en la certeza del final y la anticipación del vacío, creo poder decir que no he elegido la vía de la facilidad”.

 

A ver, delicia que no prescribe: ya no tengo hijos puesto que la única que tuve se murió; sí veo una televisión que se emplea a fondo para no dejarse opacar por la literatura en lo de las paletadas de dolor y a veces de dicha, de conocimiento y de distracción provechosa que me arroja a la cara y, respecto de lo último qué te digo…, que me parece a mí que ni siquiera merece la pena hablar del asunto. Te cuento únicamente que, cuando la ciencia terminó de abrirme los ojos, las últimas briznas de lo que podríamos llamar duda religiosa se las llevó el viento.

 

Recibe de este tu enamorado un beso tan pasional como clandestino, y saluda de mi parte a Renée, Kakuro y Muriel.

 

586. Anoche, mientras escuchaba las palabras doloridas de Vinícius de Moraes en el noticiero y lloraba a la par con él, también de impotencia y de indignación mezcladas con odio -en él el odio no se reflejaba por ninguna parte-, pensaba que si tuviera sus coordenadas lo contactaría para decirle que jamás a los ruines y malditos se les debe dar el gusto de flaquear ante su bellaquería: jamás. Le referiría, mientras a la distancia le acaricio la cabeza y le estrecho la mano, dos o tres anécdotas personales que le sirvan de ejemplo a la hora de encararlos, y le recomendaría la literatura como antídoto y arma letal en contra de la basura humana. (Lo de ir al gimnasio y hacer fisiculturismo para romperles el alma a dos o tres a modo de escarmiento y advertencia colectivos él ya lo tiene y, por tanto, está en mora de aprovecharlo.)

 

Adenda: se equivocan los bienintencionados que le apuestan a la imposibilidad de desarraigar del mundo la discriminación de todo tipo, pues tendrían que exterminar a la especie. Lo que procede hacer, señores, es en principio dos cosas. Por un lado, castigar con dureza a la bazofia que, al amparo de la masa, daña al que desprecia y, de paso, también a la parte de la masa que no participa en el linchamiento pero que lo permite con su cobardía y su indiferencia. Por otro, educar con sabiduría y pragmatismo a los niños de toda condición y origen para que comprendan que si bien el sentirse superiores a unos e inferiores a otros forma parte del devenir humano, sus manifestaciones la discriminación y la tolerancia de la discriminación son en cambio miserias contra las que hay que batallar sin tregua. Que comprendan que si ellos sienten o llegan a sentir en algún momento una suerte de fastidio instintivo y colectivo por alguien -los enanos, los judíos, los palestinos o los down-, se lo cuestionen, intenten razonarlo consigo mismos o con alguien que sospechen que los puede ayudar a decodificar y ojalá a desactivar la fobia y, si los resultados de todo aquello son muy pobres, se esfuercen a diario y por todos los medios para mantener a raya aquel secreto. Que, bien mirado, estupendo si los avergüenza consigo mismos, aunque jamás al punto de la autoflagelación.

 

587. Son tantas y tan diversas las sensaciones que me recorren oyendo el relato que la criatura de Victor Frankenstein le hace a su creador en el segundo volumen de la novela, que, en vista de que no puedo fusionarlas en un único desahogo, comienzo por la -llamémosla- técnica o teórica. Con respecto a las raciones diarias de español que me meto en el encéfalo, me ocurre un fenómeno tan atípico y singular que con lo único que se me da compararlo es con una persona que desayuna y almuerza como el más dadivoso amante de la buena mesa (aunque con alimentos que pese a su exquisitez no dañan la salud del sibarita), pero que a partir del mediodía y hasta que se va a la cama se atraganta con cuanta fritura de ínfima calidad y menjurjes embotellados se le ponen por delante. Más o menos así tengo a diario la cabeza cuando, a eso de la una de la tarde, suspendo la lectura y me entrego a la televisión y a la radio hasta las casi nueve de la noche: en una suerte de bipolaridad que pasa de la satisfacción y el agradecimiento al asco y la angustia. De la satisfacción y el agradecimiento que me suscitan, por ejemplo, Javier Marías y Silvia Alemani con sus traducciones al mejor español cervantino de la novela de Sterne y la de Shelley, al asco y la angustia de tener que soportar, y todo por culpa de mi adicción malsana a saber qué ocurre en el perro mundo, el espánglish de, por ejemplo, los reporteros de France 24 y el idéntico o aun peor de los reporteros del noticiero internacional de Yamid Amat. Raro no sería que mi ciclotimia se deba a semejante mezcla salvificotóxica, o que los ataques de pánico que de mí hacen presa sobrevengan, nueve de cada diez veces, por la tarde o de noche y esté donde esté: también en la cantina de Lucio y Marcela, donde lo que se oye es el español sicarial que nos legó Escobar, sólo que minado de los mismos barbarismos en los que incurren los magistrados en sus cortes, los científicos en sus laboratorios, los políticos en el Congreso, los profesores de español y de cualquier cosa en sus clases y todos en todas partes y a toda hora.

 

588. ¿Conocen esta idea brillante y prometedora los espíritus emprendedores, la cual no sé si sea “del todo” original pero lo parece: “…mi vieja idea de un banco de servicios. Muchas veces tenemos que trasladarnos de un extremo a otro de París o a otro país para cumplir una tarea simple o hacer una gestión anodina, al mismo tiempo que otra persona tiene que hacer el viaje inverso con un propósito análogo. Ver la forma de ponernos en contacto para intercambiar nuestras acciones. Yo hago esto por ti aquí y tú eso por mí allá. Esto requiere naturalmente, en muchos casos, cierto grado de despersonalización, que la costumbre admitirá, como por ejemplo que yo reemplace a tal señor en mi barrio en una cena y él a mí en una boda en su barrio. Así la gente se movería menos, lo que es una gran ventaja, pues, como decía Flaubert, ‘moverse es deletéreo’”? Se murió Ribeyro sin saber que hoy se cuenta con la tecnología que haría del todo viable su idea, mas no con la disposición empresarial y social para echarla a andar.

 

Así pues, Pascal, Wilson, Flaubert, Kant, Dickinson, Thunberg y sus muchachos, Ribeyro y todos los que asistimos fatigados a la compulsión viajera de nuestros contemporáneos, que queman queroseno (los unos para aspaventar en una cumbre climática celebrada en las antípodas del país que representan, aquéllos para asistir al dolorosísimo por inesperado fallecimiento de la abuela centenaria en Europa o los Estados Unidos, éstos para saber qué se siente tomar café colombiano en un Juan Valdez del Japón o comerse una paella a la valenciana en Ciudad de México, y los otros para autografiar diez ejemplares de su última novela en la feria del libro de la Cochinchina) cual si la Tierra no sufriera un calentamiento sino una glaciación global, tendremos que esperar, mientras nos abanicamos con ambas manos, a que un imprevisto tipo la Tercera -y última- Guerra Mundial irrumpa en el escenario y dé por fin al traste con las ideas saludables, sus autores y los que las torpedean.

 

589. En tiempos de irrisorios personalismos y exaltaciones desmesuradas del sujeto y lo subjetivo, nada como el bálsamo de las lucideces que no se permiten concesiones:

 

“En la cadena biológica, o más concretamente en el curso de la humanidad, somos un resplandor, ni siquiera eso, un sobresalto, menos aún, una piedra que se hunde en un pozo, todavía algo más insignificante, un reflejo, un soplo, una arenilla, nada que salga del número o la indiferencia. Desde esta perspectiva el individuo no cuenta, sino la especie, único agente activo de la historia. Esta deberá escribirse alguna vez sin citar un solo nombre, así sea de emperador, artista o inventor, pues cada uno de ellos es el producto de los que lo antecedieron y el germen de quienes lo sucederán. La noción de individuo es una noción moderna, que pertenece a la cultura occidental y se exacerbó después del Renacimiento. Las grandes obras de la creación humana, sean libros sagrados, poemas épicos, catedrales o ciudades, son anónimas. Lo importante no es que Leonardo haya producido la Gioconda sino que la especie haya producido a Leonardo.”

 

Si la ciencia abandonara ya mismo maricaditas por el estilo de la IA o la exploración del espacio con vistas a dar con una finca de recreo para los Forbes, y más bien se aplicara sin desvelo a investigar hasta que de sus laboratorios emerja una vacuna contra los delirios de grandezas que aquejan a un porcentaje nada despreciable del bicho tragicómico, muchos de ellos en posiciones de poder desde las que se hace tanto daño, el futuro de una nueva humanidad con las ambiciones de las hormigas sí que sería cosa de ver y de estudiar. Una vez inmunizado hasta el último anciano y recién nacido del último rincón del mundo con la Ribeyro, podremos decirles adiós a lacras tales como la guerra, las invasiones neoimperialistas y las aspiraciones de los invasores a erigirse en superpotencias, la acumulación avara de las riquezas, la indiferencia para con los parias y los carentes de todas partes y etcétera, etcétera, etcétera. ¿Que el compuesto -iba a decir pócima- da al traste con la idea de progreso que tenemos hoy?: no otro es el propósito.

 

590. Y cuando ese propósito haya cristalizado, un único gobernante precisará el planeta. Se lo presento: “La sabiduría de ese viejo líder campesino cusqueño que, al ser interrogado por ávidos aventureros sobre dónde puede estar el Paititi o, en otras palabras, El Dorado, responde: ‘Sólo encontrarás el Paititi cuando logres arrancar de tus ojos el resplandor de la codicia’”. La obra de este Gandhi resucitado va a constituir un gran acierto -tal vez el mayor en la historia del género- cuando consiga reducir a dos millardos el número de Homo collectivus que abollen la Tierra.

 

591. ¿Ir al psicólogo el huérfano reciente de una hermana, de una mujer a la que se adoró, de una hija, de un amigo de cinco letras?:

 

“Mi padre observaba con dolor el cambio perceptible que acusaban mi conducta y mis costumbres, y se esforzaba por explicarme que ceder al dolor desconsolado era una locura.

-¿Acaso crees, Victor, que yo no sufro? Ningún padre ha amado tanto a un hijo como yo amaba a tu hermano -se le llenaron los ojos de lágrimas mientras me hablaba-. Pero ¿no tenemos el deber de evitar una mayor infelicidad a los que han sobrevivido impidiendo que sean testigos de nuestro incontrolable sufrimiento? Ese es tu deber, y también para contigo mismo. Abandonarse al dolor nos impide restablecernos y ser capaces de disfrutar, e incluso de cumplir con nuestras obligaciones diarias, sin lo cual ningún hombre puede vivir en sociedad.”

 

Imagínense el derroche de tiempo, plata y energía: seis meses en terapia para, en el mejor de los casos, comprender la lección de este hombre sabio y, en el peor, salir por última vez de aquel consultorio igual de desesperado pero más insolvente que el primer día. Envidio a los premiados con un cerebro ecuánime y una bioquímica generosa como los de mi madre, que no les permiten que se derrumben y arrastren en la caída a quienes quieren y los quieren. Tan afortunados serán que no precisan de psicólogo ni de literatura para aprender esto que a mí me acaba de enseñar el papá de Frankenstein: lo cuesta arriba va a ser ponerlo por obra. Pero se lo aseguro, señor mío, que por lo que a mí se refiere estas palabras suyas no han caído en terreno baldío.

 

592. Tengo aquí y ante mí dos espejos, dentro de sendas novelas, en los que puedo asomarme al siempre espinoso asunto de la verosimilitud y la inverosimilitud en literatura, cuestión que me apasiona desde que un día ya lejano que no preciso se lo oí mencionar a alguien que tampoco. Y me desdevano los sesos intentando determinar quién, entre Mary Shelley y Muriel Barberi, sale mejor librada en la aventura riesgosísima de que sus lectores den por solvente la forma en que una hace de un salvaje sin ningún lenguaje escrito y casi sin ninguno oral un intelectual de alto vuelo a la par que un excelso conocedor del alma humana, mientras que la otra convierte a una niña apenas, a una púber no más, en alguien capaz de unas disquisiciones tan hondas y brillantes que no le falto en absoluto a la verdad si afirmo que a la Paloma de la reflexión que me apresto a transcribir -elegida al azar de entre muchas posibles- cualquier grado de posdoctora le viene pequeño, y que está lista para sentarse a manteles y de tú a tú con Paul Auster, John Banville y, si me apuran, hasta para disputarles el Nobel a ellos o a cualquiera:

 

“…Entonces, de repente, me he dicho: quizá, dentro de unos años, Théo tenga ganas de quemar coches. Porque es un gesto de rabia y de frustración, y quizá la rabia y la frustración más grandes no sean el paro, ni la pobreza ni la ausencia de futuro; quizá sea el sentimiento de no tener cultura porque se está dividido entre varias culturas, entre símbolos incompatibles. ¿Cómo existir si uno no sabe dónde está? ¿Si tiene que asumir a la vez una cultura de pescadores tailandeses y otra de grandes burgueses parisinos? ¿De hijos de inmigrantes y de miembros de una gran nación conservadora? Entonces uno quema coches porque cuando no se tiene cultura, uno deja de ser un animal civilizado y pasa a ser un animal salvaje. Y un animal salvaje quema, mata y pilla. Sé que no es muy profundo, pero después de esto al menos sí se me ha ocurrido una idea profunda, cuando me he preguntado: ¿Y yo? ¿Cuál es mi problema cultural? ¿De qué manera estoy yo dividida entre distintas creencias incompatibles? ¿Qué me hace ser un animal salvaje? Entonces, he tenido una iluminación: me he acordado de los cuidados conjuradores que prodiga mamá a las plantas, las manías fóbicas de Colombe, la angustia de papá porque la abuelita está en una residencia y todo un montón más de hechos como éstos. Mamá cree que se puede conjurar el destino a golpe de regadera; Colombe, que se puede alejar la angustia lavándose las manos; y papá, que es un mal hijo que recibirá su castigo por haber abandonado a su madre: a fin de cuentas, tienen creencias mágicas, creencias de hombres primitivos, pero, al contrario que los pescadores tailandeses, no pueden asumirlas porque son franceses cultos, ricos y cartesianos. Y quizá yo sea la mayor víctima de esta contradicción porque, por una razón desconocida, soy hipersensible a todo lo disonante, como si tuviera una especie de oído absoluto para las notas desafinadas, para las contradicciones. Esta contradicción y todas las demás… Y, por consiguiente, no me reconozco en ninguna creencia, en ninguna de esas culturas familiares incoherentes.”

 

Hablando de oídos absolutos y de genialidad, digo no más que si lo de Paloma fuera música sinfónica y no literatura, mis reticencias de lector frente a lo inverosímil, o a lo no “satisfactoriamente verosímil”, no serían las que son en este caso. Que, comparado con el del clásico decimonónico, corre con la desventaja de que el discurso que pretende venderme como auténtico no brota, como sí el del monstruo, de un cerebro maduro. ¿Que la niña lee desde que aprendió a hablar? Mil felicitaciones. Pero a mí leer “lo que escribe” me produce la misma sensación incómoda que me produciría verla sentada, pintarrajeada y a medio vestir, tras la barra de la mancebía que regenta, con un cigarrillo en una mano y un trago en la otra.

 

Adenda: me adelanto a los chillidos del femibuenismo inconforme con el machismo supuesto de lo antedicho y les hago una concesión razonable. Si Paloma no fuera Paloma sino Palomo, exactamente la misma incomodidad sentiría ante su cerebro púber madurado a golpes de designio literario. Que se lo figuren los las y les inconformes vestido de traje y corbata, presidiendo entre gallos la junta directiva del mandamás de los bancos de nuestro Occidente no ya en decadencia, sino en caída libre.

 

593. ¿Que una imagen vale más que mil palabras? No siempre, no infaliblemente, mas sí en ocasiones y con creces. La de Biden con un helado en la mano mientras improvisa, con una voz que clama el descanso eterno, una respuesta ante los periodistas que le preguntaban sobre un posible alto el fuego en la Gaza sitiada y arrasada por Israel (una de las grandes catástrofes de nuestro tiempo), compendia sin tacha la situación tragicómica de un mundo que se debate entre las peores crueldades que sólo el hombre es capaz de producir, y las superficialidades más insultantes a que se entregan los que tendrían que gobernar con seriedad para resolver o siquiera paliar los peores efectos de las crisis que su inoperancia y desvergüenza provocan.

 

594. Por aquí sí va la cosa, estimado William, por aquí sí:

 

“…Que no nos sigan vendiendo más odio, ni los políticos oportunistas, ni las derechas paramilitares, ni las izquierdas guerrilleras, a las que no les bastó con hacer guerra durante 50 años sino que quieren otro medio siglo de reclamos y de venganzas. Aquí no nos van a salvar ni las cárceles ni los tribunales, sino el trabajo, las ideas, el conocimiento y la cultura.

El odio no puede seguir teniendo el micrófono. Ya nos ha hecho demasiado daño. Toda esa vieja politiquería corrupta llena de viejos apellidos y de viejas mañas ya no convence a nadie, pero tampoco nos convencen los populistas prepotentes que fingen venir a cambiar todo y terminan atrapados en los mismos vicios, en las mismas corruptelas, en la fiesta de los cargos públicos, en el derroche y el festín del viejo Estado formalista e irresponsable.

Ya es hora, no de otros políticos sino de otra política. Esa vieja fórmula del poder altisonante, pretencioso, que se parece tanto a lo que dice odiar, tiene que abrirle paso a otra cosa. ¿Y qué les hace pensar que si la vieja constitución que ellos mismos firmaron no se ha aplicado en 30 años, una nueva sí se va a aplicar? Un verdadero nuevo país sería el que sea capaz de aplicar la constitución que tiene, no el que se invente una distinta, que podría ser aún más incoherente…”.

 

Escúcheme, Ospina: estoy mamado de votar en blanco en las segundas vueltas de las elecciones presidenciales y ni qué decir tiene que de las elecciones presidenciales. No recuerdo cuándo fue la última vez que me torturé con un pseudodebate entre candidatos, y mucho menos la última vez que sentí entusiasmo o siquiera cierta tranquilidad de que Equis y no Ye hubiera ganado. Y como le noto las ganas de vencer lo que se me antojan reticencias personales y anunciar su candidatura, lo animo a que lo haga llegado el momento propicio, que no acierto a señalar. Lo que en cambio sí le puedo garantizar es que, de seguirse conduciendo en su columna y en la campaña con la objetividad y el buen criterio del artículo de que cité lo citado, mi voto de centro, si para entonces sigo hollando este valle de lágrimas, se emitirá por usted y los tecnócratas -segunda condición sine qua non- que resuelvan acompañarlo.

 

Hay sin embargo un asunto que me sigue taladrando la conciencia de lo eufónico: la untuosidad obsequiosa y demagoga de su discurso político en relación con la inasibilidad amorfa que ustedes los populistas llaman pueblo. ¿Que “toda esa vieja politiquería llena de viejos apellidos y de viejas mañas ya no convence a nadie, pero tampoco nos convencen los populistas prepotentes que fingen venir a cambiar todo”? Pues va a ser de entre ellos de donde salga el nombre de la próxima insustancialidad en jefe; del suyo y mi voto, que den cuenta las cifras del ‘no se pudo’.

 

595. De mi amor por el fracaso, por los fracasados sin atenuantes, que hable ‘Cuatro personificaciones del fracaso humano’, que yo me ocupo, someramente, de esta nueva pata que le nace al cojo. Se llama Harry Kane y de seguro es la envidia, una de las envidias, de los millones de futbolistas frustrados, de los a medio hacer y de los aún en formación y con posibilidades que respiran en el mundo. ¿Razones?: “Codiciado en su día por el Madrid, el Barcelona, el Manchester City y demás grandes, máximo goleador histórico de la selección inglesa, máximo goleador de la Premier en el siglo XXI, máximo goleador del Mundial 2018, máximo goleador esta temporada en la Bundesliga”, para no hablar de los millones que factura. Pero a este man, al igual que le sucedía a un ciego legendario entre los ciegos y entre ciertas videntes por su belleza física y por una impotencia sexual insobornable -eran todavía tiempos a. V.-, su buena estrella se solaza haciéndole morisquetas desde las tribunas que cantan o sufren sus goles, pero que todavía no lo ven cubrirse de siquiera un poco de la gloria que emparama a un tal Messi. No sé: tal vez un día pergeñe algo respetable sobre Kane y otros winnerperdedores -o si prefieren loserganadores- igual de legendarios que el ciego aquel, o al menos famosos. Ellos encarnan, sin excepciones posibles, la esencia de lo que somos y han sido las más o menos doscientas mil generaciones de Homo whatever que se han paseado por la que llamamos Tierra.

 

596. Entre las demasiadas bobadas que repiten los tontos, meros aficionados o profesionales de la vaina -relatores, comentaristas y hasta futbolistas-, ninguna como la de las lumbreras que gradúan al entrenador y a su cuerpo técnico de figuras decorativas, porque “los que juegan son los jugadores”. Y como Contra la estupidez hasta los dioses luchan en vano, de nada valdría enrostrarles la proeza de Xabi Alonso al frente del Bayer Leverkusen ni otras por el estilo. Con decirles que resulta harto más sencillo intentar razonar con el agitador en jefe de Casa Nari, o con cualquiera de sus mamporreros.

 

597. ¿Qué se le agrega a la completitud?: “No me apunto a los que dicen que la religión ha sido la principal causa de los grandes males de la humanidad, porque pienso que sin ella hubiéramos encontrado otros pretextos para hacer lo mismo. De hecho, las dos grandes ideologías que causaron tanto horror en el siglo XX negaban la existencia de Dios y el confort de la vida después de la muerte.

Pero he aquí el punto. Lo que tienen en común la celestial religión y la terrenal ideología es el hábito mental de la fe. Ahí radica el daño. Ahí está Satanás. La fe en todas sus manifestaciones ha sido la causa de los pecados más atroces contra la humanidad. Desaparece la fe y se abre el camino a la redención. Aquí en la Tierra, digo”.

 

La ciencia que así merece ser llamada debería idear la forma de saber, del mismo modo que sabe el porcentaje de psicópatas que resuellan entre nosotros, cuántos de cada cien seres humanos nacen vacunados, porque me temo que se nace vacunado como se nace psicópata, contra -ahora lo sé- el lastre por excelencia de la especie: el pensamiento teleológico. Que contiene, por si no lo sabían, al mágico y al desiderativo.

 

Por lo que de mí y mis congéneres me han contado mis congéneres de sí mismos y de otros con que se relacionan, los que escriben lo que leo y etcétera, etcétera, etcétera, calculo aquel porcentaje en el mismo 1,4 de los aligerados por Fortuna del peso de la conciencia moral, pero no me sorprendería en absoluto si, adelantados los estudios de rigor, la cifra fuera inferior. Baste con decir que ni uno solo de mis familiares maternos y paternos, que contados suman cientos, es o ha sido un, llamémoslo, escéptico objetivo de la religión y la política juntas. Aquí -allá, acullá, en todas partes-, el que no es católico es cristiano o testigo de Jehová, y el que no es uribista pues es petrista, junto con todas las combinaciones posibles. Cristianos uribistas, católicos petristas, católicos devenidos cristianos, petristas devenidos uribistas y hasta tengo un tío paterno, cristiano él, que es un fervoroso demócrata en los Estados Unidos pero un uribista acérrimo en Colombia. Ah, y otro, materno éste, tan ateo declarado y combativo como fanático esperpetrista, castrochavista, murillorteguista y xiputinista el pobre.

 

Pero si de quienes hablo es de los amigos de dos, de tres, de cuatro o de cinco letras que tengo y he tenido, o de los muchos estudiantes con que me relacioné personalmente a lo largo de más de dos décadas, la verdad es que las cuentas son parecidas. Baste con decir que quienes de ellos no se han distanciado de mí por mi ateísmo lo han hecho por mi antiuribismo o mi antiesperpetrismo, cuando no porque pienso y sostengo que, forzado a escoger el mal menor, prefiero los católicos a los cristianos y los uribistas a los petristas, si bien no por las mismas razones que explican que prefiera, de entre mis columnistas-escritores de cabecera, a, para sólo citar algunos ejemplos, Rosa Montero y Antonio Muñoz Molina y John Carlin y Arturo Pérez-Reverte antes que a Elvira Lindo y Julio César Londoño y William Ospina y Santiago Gamboa, pruebas incontestables de que contra las taras congénitas del pensamiento teleológico hasta la diosa literatura lucha en vano.

 

598. Mamado de tantas cosas de la Bogotá en la que me pudro cuando no hay conciertos de la Filarmónica, de la Sinfónica, de la Nueva Filarmonía, reviso mis apuntes taquigráficos sobre Las ciudades invisibles de Calvino para ver a cuál me mudo de una buena vez:

 

¿A Diomira, Isadora, Dorotea, Zaira, Anastasia, Tamara, Zora, Despina, Zirma, Isaura, Maurilia: “ciudades yuxtapuestas o superpuestas”? ¿A Fedora: “ciudad real / imposibilidad de la ciudad ideal”? ¿A Zoe: “sus formas monolíticas la hacen indescifrable”? ¿A Zenobia: “ciudad de la primigénesis de la concepción de la felicidad, mezclada con la incertidumbre de que tal cosa sea posible”? ¿A Eufemia: “ciudad en que se truecan así mercaderías como historias, que remozan la memoria de los hombres”? ¿A Zobeida: “ciudad que se funda en un sueño colectivo del deseo y de la fuga”? ¿A Ipazia: “ciudad de signos engañosos, de mujeres que dominan sus cabalgaduras y de música que reside en los cementerios”? ¿A Armilla: “ciudad erigida sobre lo inasible del agua y ayuna de hombres”? ¿A Cloe: “su lubricidad no precisa de palabras para seducir”? ¿A Valdrada: “ciudad especular escindida en dos, gemelas, pero cuya relación, pese a ser simbiótica, no está mediada por el amor”? ¿A Olivia: “su discurso no logra describirla, y no porque la mentira esté en las palabras, sino porque de su belleza de relumbrón dan cuenta las cosas y sus gentes”? ¿A Sofronia: “hierro, mármol, expectación, suspenso”? ¿A Eutropia: “ciudad tripartita donde todo cambio es posible pero estático”? ¿A Zemrude: “ciudad del suelo, el infrasuelo y su antagonista”? ¿A Aglaura: “dos versiones irreconciliables de la ciudad que se dice y de la que se ve”? ¿A Ottavia: “ciudad-telaraña que pende de dos montañas que la sostienen”? ¿A Ersilia: “sus hilos, que se entrelazan, les impiden el paso a sus habitantes, que habrán de refundarla hasta el fin de los tiempos”? ¿A Baucis: “ciudad montada en zancos que a su turno sostienen a los aéreos habitantes, quienes se inclinan para poder otear la tierra”? ¿A Leandra: “dos tipos de dioses son sus custodios y se disputan su pequeñez: los penates -nómades- y los lares -sedentarios-“? ¿A Melania: “ciudad en que los habitantes-actores mueren para que otros sean quienes representen el monótono e inacabable libreto”? ¿A Esmeraldina: “ciudad de mil caminos líquidos y sólidos que serpentean”? ¿A Fílides: “ciudad que, visitada de paso, deslumbra, pero que se decolora si en ella se sienta plaza”? ¿A Pirra: “su particular polvo amarillo va a morir indefectiblemente en el pozo del centro de la plaza”? ¿A Adelma: “Ciudad-Comala. Soñada o visitada, el soñador y el viajero hasta ella se llegan para morir entre los suyos”? ¿A Eudossia: “ciudad-mancha, amorfa, que se refleja en su mapa-alfombra, donde los habitantes deben leer no sólo sus coordenadas de ella, sino las de sus personales destinos”? ¿A Moriana: “ciudad moderna de un anverso de alabastro y un reverso de costal y hollín”? ¿A Clarice: “la Roma o Alejandría que, a fuerza de reconstrucciones, ve trastocado el orden de su primer esplendor”? ¿A Eusapia: “ciudad de vivos que habitan la superficie, y ciudad necrópolis que domina el subsuelo en el que, después de morir, los vivos prosiguen sus faenas desde la muerte”? ¿A Bersabea: “ciudad física apresada entre dos réplicas: una celeste y una infernal, que sus habitantes querrían borrar por escatológica”? ¿A Leonia: “ciudad que se renueva a diario a fuerza de desechar lo que ayer se estrenó para seguir estrenando hoy, y hacerlo hasta que las cloacas de esta gran ciudad que es el mundo que usted y yo envenenamos, revienten de detritos que la ahoguen primero para por último sepultarla”? ¿A Irene: “una ciudad para atisbar de lejos pues, estando en el altiplano desde el que se columbra, su silueta imanta miradas”? ¿A Argia: “ciudad poblada de polvo en vez de aire y de posibles de cuyas características no se puede dar cuenta”? ¿A Tecla: “su construcción permanente y vertical como que aspira a tocar los cielos”? ¿A Trude: “ciudad infinita y global, donde lo único que cambia es el nombre del aeropuerto”? ¿A Olinda: “ciudad que va de lo diminuto a lo inconmensurable a fuerza del surgimiento de nuevos barrios que se hacen sitio sin pedir permiso”? ¿A Laudomia: “ciudad trinidad: la de los no nacidos, la de los vivos y la de los muertos, adonde los vivos van a buscar respuestas para sus incertezas”? ¿A Perinzia: “ciudad-Rinconada donde los monstruos (jorobados, enanos, mujeres barbudas, lisiados, seres de tres cabezas…) cohabitan su dolor causado bien por los astrónomos y sus errados cálculos, bien por los dioses y sus designios”? ¿A Procopia: “ciudad periférica, infestada de advenedizos que usurpan el poco aire que va quedando”? ¿A Raissa: “ciudad infeliz que contiene a una feliz, pero sin que se dé por aludida”? ¿A Andria: “sus habitantes, tan seguros de sí mismos cuanto prudentes, aseveran que cada cambio que se efectúa en la ciudad repercute en el mapa que rige el diseño del cielo”? ¿A Cecilia: “ciudad laberinto global de los no lugares en que todos, desde un pastor de ovejas hogaño indigentes hasta Marco Polo, se pueden perder irremediablemente”? ¿A Marozia: “ciudad del abracadabra, de los oráculos, del ratón y la golondrina en la que el roedor abruma al ave”? ¿A Pentesilea: “ciudad periferia de sí misma, sin centro o toda ella centro de sí misma, carente de afuera”? ¿A Teodora: “ciudad en que se libra una denodada lucha para exterminar la fauna (cóndores, pulgas, ratas) de sus vecindarios y conservar su recuerdo en la biblioteca, de donde emerge una nueva fauna (esfinges, grifos, quimeras, dragones, hircocervos, arpías, hidras, unicornios, basiliscos) que aguardó pacientemente su turno”? ¿A Berenice: “ciudad-lasaña en que bajo una justa subyace una injusta, concebida por las mezquindades de quienes se sienten muy justos”?

 

Abandono el escritorio, busco a mi Tita y, mientras acaricio su cuerpo dormido, me debato entre mi amor por lo eufónico y mi amor por lo venéreo, que me mantienen vivo. Moriana (Mo-ria-na)… Cloe… Cloe… Moriana (Mo-ria-na), y me decanto por las ubicuas y libérrimas feromonas de Cloe. Que sería perfecta si se llamara Moriana: ¡Mo-ria-na!

 

599. Leo que La verdadera patria del hombre es la infancia, y pienso en cómo habrá sido la patria de Rilke, erigida sobre el odio de su madre que lo travistió de niña y sobre el designio de su padre, quien para contrarrestar aquello lo obligó a hacer la escuela militar. Y me digo que, al igual que cualquier generalización, que todas las generalizaciones, las dos que afirman irreflexivamente que hasta ayer nomás, tanto en Oriente como en Occidente, los bebés varones eran lo único deseado y que en el corazón de una madre no hay lugar para las mezquindades, mienten si no se las matiza o aclara con eficacia.

 

600. Con el asalto a la embajada de México en Quito, algo impensable en tiempos anteriores a Bolsonaro y Trump, a Netanyahu y Putin, digámosle adiós al derecho internacional y dispongámonos a ver cómo, de sendos empellones, los bárbaros de las dos extremas que se juegan la suerte del mundo en un garito lo hacen recular, y sin ningún esfuerzo, a edades tan antediluvianas como ellos. 

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