571. De
acuerdo. Los temores que ocasiona la inteligencia artificial generadora, contra
la que andan previniendo al mundo sus forjadores, es decir los depositarios de
las inmensas riquezas que ya produce pese a lo reciente de su aparición, son
cosa nueva: “…Tal cosa, cuando suceda, es de esperar que pondrá fin a todo
género de escritos cualesquiera;-la falta de todo género de escritos pondrá fin
a todo género de lectura;-y eso, con el tiempo, al igual que la guerra engendra
la pobreza y la pobreza la paz,-debe lógicamente poner fin a todo género de
conocimientos,-y entonces-tendremos que volver a empezar una vez más; o, en
otras palabras, volveremos a estar donde empezamos”.
Tengo el
pálpito de que Sterne y Shandy coincidirían conmigo en que, de entre los sabios
que en el mundo han sido, ninguno como Salomón. Y lástima que a Savater se le
agote el tiempo entre nosotros y tal vez no pueda completar su saga sobre la
ética con una última entrega (‘Ética del cinismo’ la podría titular) inspirada
en estos benefactores de la humanidad que, según prenden la mecha de su
flamante artefacto, acuden ante los medios para advertirnos contra lo que se
nos viene encima. No sé: quizás el zar Vladímir Vladímirovich I, imbuido de la
magnanimidad de estos poderosos de la tecnología, se diga que un gesto así lo
engrandecería del todo y nos avise a los tullidos, los bebés y los ciegos de
Occidente que tenemos un par de horas para guarecernos en Rusia del temporal
atómico que va a hacer llover sobre sus enemigos.
572. Díganme
ustedes qué falta le hace un grado universitario de filósofo a este sabio de la
ciencia:
“Somos
adictos al conflicto tribal, algo que es inofensivo y entretenido si lo
trasladamos a los deportes de equipo, pero que resulta letal cuando se traduce
en luchas étnicas, religiosas e idiológicas.” […] “La mayoría de nuestros
líderes religiosos, políticos y empresariales creen en explicaciones
sobrenaturales de la existencia humana. Aunque en privado las pongan en duda,
poco les interesa oponerse a líderes religiosos y agitar innecesariamente al
pueblo, quienes les otorgan poder y privilegios. Los científicos que podrían
contribuir a una visión del mundo más realista son especialmente
decepcionantes. Son esencialmente yeomen, enanos intelectuales que se contentan
con quedarse dentro de las estrechas especialidades para las cuales estudiaron y
que les dan dinero.” […] “En resumidas cuentas, la selección individual
favorece aquello que llamamos pecado y la selección grupal favorece la virtud.
Esto desemboca en el conflicto de conciencia interno que nos aflige a todos
-exceptuando a los psicópatas, que afortunadamente sólo conforman un 1,4% de la
población-. Los frutos de los dos vectores opuestos de la selección natural
están inculcados en nuestras emociones y nuestro raciocinio, y no podemos
eliminarlos…” […]: “Todos los seres humanos normales somos a la vez nobles e
innobles, a veces simultáneamente, a menudo en estrecha alternancia. La
inestabilidad de nuestras emociones es un atributo que deberíamos querer
conservar. Es la esencia de la personalidad humana y la fuente de nuestra
creatividad.” […] “En una democracia todos tenemos la libertad de pensar lo que
queramos; así pues, ¿por qué considerar que opiniones como el creacionismo son
un virulento pseudoparásito cultural? Porque representan el triunfo de la fe
religiosa ciega por encima de hechos cuidadosamente contrastados. No es un
concepto de la realidad basado en la evidencia y el criterio lógico. Es, más
bien, parte del coste de admisión a una tribu religiosa. La fe es la prueba del
sometimiento de una persona a un Dios particular, y de hecho, no a la deidad
directamente, sino a otros humanos que aseguran ser sus representantes. A la
sociedad le ha salido caro agachar la cabeza. (…) La negación explícita de la
evolución dentro del marco de una ‘ciencia de la creación’ es una falsedad
rotunda, el equivalente adulto a taparse las orejas con las manos, y un déficit
para cualquier sociedad que decida someterse de esa forma a una fe
fundamentalista.”
Pero
díganme ahora, por amor a Dios, cómo concilio tantísima sabiduría
cientificofilosófica con esta tremenda inviabilidad que, por otra parte, planea
del todo a la deriva: “Los seres humanos no somos malvados por naturaleza.
Somos lo suficientemente inteligentes, generosos, benevolentes y emprendedores
como para convertir la Tierra en un paraíso, tanto para nosotros como para la
biosfera que nos dio a luz. No es descabellado que a finales de este siglo
logremos ese objetivo, o que por lo menos estemos bien encaminados. Lo que
hasta ahora ha demorado el proceso es que el Homo sapiens es una especie
inherentemente disfuncional”.
Maestro
Wilson: no prolonguemos la cuestión innecesariamente y explíqueme, para empezar
y terminar, cómo resuelve usted lo irresoluble: la inherencia de la disfuncionalidad.
Si estamos ante un cabo suelto del que usted no se percató (también cabe la
posibilidad de que se trate de una flaqueza de mi entendimiento), pues
permítame que le diga que esta desatención por su parte constituye -lo va a
constituir para mí hasta que se disponga otra cosa- para el lector de todo su
ensayo una confusión análoga a la que experimentaría mi madre si esta noche me
acuesto ciego de toda una vida pero mañana me levanto vidente de ojos
matadores, y no exagero.
573. Dos
símbolos poderosos de mi muy personal y nutrido matriarcado: “…Nombrar a la
cantidad de feministas que ha regalado ese país al mundo, desde tantas aristas
de la vida, resulta imposible. Uno de esos íconos, Simone de Beauvoir, publicó
el 5 de abril de 1971 el Manifiesto de las 343 y confesó: ‘Un millón de mujeres
abortan cada año en Francia. Yo declaro ser una de ellas. Declaro haber
abortado’. Tres años después, con la ley promovida por la ministra de salud
Simone Veil, Francia despenalizó el aborto hasta la semana doce de gestación”.
A un par
de cosas aspiro en vano: bien a que se me acepte con plenas garantías en un
programa de veterinaria con miras a aprender a esterilizar, aliviar del todo o
a facilitarles la muerte a los animales callejeros y a los con casa aunque en estado
de abandono -mi lastre más pesado-, bien a estudiar medicina en iguales
condiciones y con fines muy semejantes: aliviar de una forma o de la otra a mis
carnales los indigentes de cualquier parte, esterilizar hasta el último de
ellos y practicar entre ellas abortos a tutiplén. ¿Que si he intentado
materializar una o la otra idea? Por desgracia no, y la culpa la tiene este que
soy hoy, tan diferente en lo tocante a arrestos y resolución del que fui ayer.
Ah, pero
volviendo a mi matriarcado: el lector atento y acucioso de este blog podría, no
digo que ya mismo mas sí tras una revisión somera de lo ya leído, confeccionar
una lista de los nombres propios femeninos que reverencio, al punto de
considerar a sus dueñas mis amores platónicos, y de ahí hasta llegar a los de
mujeres a quienes me liga la literatura pero de quienes me distancia la
política. Sin embargo, aun en la lista más completa no figurarían -por la razón
más obvia que cabe imaginar- los de tantas otras mujeres a las que valoro y por
las que siento un gran afecto: casi todas las periodistas de la DW y un puñado
muy generoso de las periodistas que trabajan en otros medios de los que soy
asiduo; ciertas políticas y activistas políticas -no de pito y pandereta- y
científicas y profesionales de muchos campos y…, por supuesto y en primerísimo
lugar, las por completo anónimas que, más de hecho que de palabra, arriman el
hombro para ayudar en la misión imposible de desenvilecer el puto mundo.
574. Con
el cuento este de las democracias liberales versus las democracias iliberales
(que equivale a, qué les digo… qué les digo: a impotencia eréctil o a frigidez
lúbrica), me preguntaba esta semana para qué por ejemplo Televisión Española
desplazó hasta Rusia a un equipo informativo a fin de cubrir in situ la a todas
luces pantomima electoral del tirano, y me respondía que para dar cuenta de lo
consabido ninguna falta hacía incurrir en gastos innecesarios y derroche de
energía contraplanetaria. Al revés: hacerlo equivalía -pensé-, ya que desde la
Moscú del sátrapa no se puede llamar a las cosas por sus nombres, a legitimar
la mojiganga. De modo que apagué el televisor rezongando que no se debe ser más
papista que el papa y que desde donde deberían estar informando (si
consiguieron que la dictadura les autorizara el ingreso…) era desde el Yemen,
Sudán, Afganistán, e invertí mejor mi ocio vespertino leyendo a alguien que
interpretara la impotencia de mi bronca:
“Este
fin de semana se están celebrando elecciones presidenciales en Rusia. OK. Tal vez
celebrando no sea el verbo más indicado. Imitando iría mejor. O parodiando. En
cualquier caso, puesto que se trata de una broma, ya que todo el mundo sabe que
Putin tomó la precaución de regar el terreno electoral con sangre para
asegurarse de una victoria brutal, surge una pregunta: ¿para qué sirven las
elecciones rusas? Lo obvio sería decir que se trata de un épico ejercicio de
hipocresía, condición bien definida una vez como ‘el homenaje que el vicio
rinde a la virtud’. Algo de eso hay. Alguna conciencia debe de tener Putin de
lo basura que es como ser humano y la basura moral que es su mafia de Estado. Las
elecciones serían un intento de maquillar la irremediable fealdad del sistema
que preside.
Pero el
tema es más complejo. Putin es más complejo. […]
Limitándonos
solo a sus cualidades más obvias, Putin es… aquí va: un tipo envidioso,
resentido, avaricioso, acomplejado, paranoico, psicópata, arrogante, inseguro y
mediocre. […] …un ser que vive cautivo de un cuento que él mismo se ha
inventado. Quizá la mejor prueba de su patología es que es la única persona en
el mundo convencida de que su poder es democráticamente legítimo. […] Nadie se
engaña, nadie en el mundo (ni sus perritos fieles de la televisión rusa, ni sus
trols a sueldo), nadie salvo el propio Putin. […] …ni sus admirados Pedro el
Grande o Iósif Stalin, ni Al Capone, ni su amiguito norcoreano Kim Jong Un, ni
ningún otro imperialista, gángster o dictador importante e indisimuladamente
criminal como él se han rebajado a la indignidad de pedir al pueblo el visto
bueno a través del voto. Con la excepción de Hitler, claro. Pero, una vez
conquistado el poder, él también dejó de jorobar. […] Bien. Ahí está la
cuestión. Es que necesita pruebas, sobre el papel objetivas, de que su delirio
de grandeza es verdad. Quiere creer que no solo es temido, sino amado; que no
es un mediocre, sino un campeón; que cuenta con el cariño y la confianza y el
apoyo de la enorme mayoría del glorioso pueblo ruso; En su imaginario, los
números electorales le avalan. […] Navalni fue el rival que Putin más odió
porque era el que día tras día se reía de él, el que le enfrentaba con el mundo
de fantasía que se había creado. Delataba lo loco que estaba. Por eso lo mató.”
¿Y si a
RTVE se le hubiera ocurrido la osadía formidable de camuflar en su equipo al
gran John Carlin? ¿Le habría caminado él a la vaina a sabiendas del berenjenal
en que se metía? ¿Se habría zampado la dictadura semejante caballo de Troya?
Desconozco lo uno y lo otro, pero exulto sólo con imaginarme lo que habría
salido de semejante temeridad y gesta opinativa.
575.
“Nunca hice nada que no deseara hacer”, leo que escribió David Hume en alguna
parte y simple y sencillamente no se lo creo. Ni a él ni a nadie. O bueno: tal
vez a un recién nacido que no vivió lo indispensable para aprender a mentir. En
cambio, créanme a mí si les digo que, aun cuando he hecho mucho de lo que he
deseado, otro tanto me moriré sin hacerlo, ya por escrúpulos de conciencia, ya
por imposibilidades de muy diversas índoles, ya por el miedo al castigo que de
la transgresión se desprenda.
576. ¿Qué
se le agrega a la completitud?: “…Como escribió Gabriel García Márquez en sus
memorias: ‘La vida no es la que uno vivió, sino la que uno recuerda’. Casi sin
querer, la fantasía empieza a rellenar los huecos excavados por los
remordimientos y el olvido: por eso nuestro relato vital puede ser
completamente imaginario, pero nunca totalmente verdadero”.
Ahora:
téngase en cuenta que si a la maravillosa imperfección del acto de recordar de
que habla Irenita le sumamos la simulación de quien, casi siempre por
conveniencia (en ocasiones por necesidad y muy raramente por altruismo) se hace
el desmemoriado, la complejidad de leer al de enfrente se potencia lo
indecible. (Claro que por ahí andan prometiendo echar por tierra, a base de
inteligencia artificial -la natural no nos dio para hacerlo-, la única
fortificación de la que todos, desde el indigente más carente hasta el pobre
diablo ultrapoderoso de Elon Musk, somos dueños: los raudales de nuestro
encéfalo.)
577. Y
como la salud -ojalá fuera no más eso- en la Colombia del Esperpetro se despeña
en caída libre por designio de su mala leche y su resentimiento de chusmero, y
como no hay citas con el psiquiatra ni medicamentos si no lo ve a uno el psiquiatra
y ni siquiera conocidos o allegados o amigos como yo sin psiquiatra y sin
medicamentos para charlar un poco y desahogarnos juntos puteándolo al alimón,
me contento con comunicarme telepáticamente con Juanjo. Quien, por no vivir en
Petrolandia, tiene al menos con qué paliar sus chiripiorcas con los
ansiolíticos que a él le alcanzarían para pegarse un atracón que se las calme
para siempre pero que, tristemente, no me puede compartir porque el nuestro no
es un diálogo de ida y vuelta. Que le aprovechen, maestro. Le aviso si resuelvo
desarraigarme.
578. Dice
uno ‘columna de opinión’ o ‘artículo de prensa’, e incluso los que saben de qué
se les habla ponen cara de “¿ah, eso?: ¡un escrito que nace para morir a las 24
horas exactas de publicado!”. Y yo los compadezco.
Compadezco
insensatamente a los millardos que se van a morir sin jamás haber leído a
ninguno de mis columnistas de cabecera, y a otros igual de maravillosos que no
leo simple y sencillamente porque el tiempo no alcanza o porque no sé que existen.
Y compadezco, con razón en este caso, a los felices asiduos de la buena prensa
de opinión que meten en el mismo saco a quienes opinan perecederamente y a
quienes, como Constaín y Escobar, Faciolince y Bonnett y Gamboa y Ospina y
Londoño, Carlin y Pérez-Reverte, Aramburu y Cercas y Vallejo y Montero y
Guerriero y Lindo y Sampedro y Caparrós y Muñoz Molina y Savater y Vicent y
Vásquez y… o el gran Millás, lanzan -más, o menos- a menudo una perla titulada,
por decir algo, ‘Una idea salvadora’, y se quedan observando a ver cuántos de
sus lectores se la meten a hurtadillas en el bolsillo y se marchan jubilosos.
Adenda:
si la vejez es ir perdiendo familiares y amigos por el camino hasta tal vez
quedarse de último en la fila, pues lo cierto es que yo ya me planto en esa
fila. ¿O les parece de poca monta no poderme reunir más en torno a sus columnas,
y por razones que van desde la muerte al retiro voluntario o forzado (bien por
motivos personales, bien por la censura de prensa de la propia empresa), con
don Juan Gossaín, Roberto Merino, Javier Marías, Antonio Caballero, Mario
Vargas Llosa y Eduardo Escobar; con Manuel Rivas, Carlos Granés y Fernando
Savater? Curioso que me duela más la ausencia de un carnal de papel que la de
un amigo de dos o a lo sumo tres letras. Debe de ser por la asiduidad de los
encuentros y la constancia de los afectos.
579. La
fórmula es muy sencilla: no es sino que reemplacen diputados por congresistas,
ibérico por colombiano, Parlamento por Congreso, España por Colombia y listo:
“Al
final de cada sesión de control al Gobierno en la que algunos diputados de uno
y otro bando sacan lo peor que llevan dentro, como sucede en las letrinas,
debería haber un ujier encargado de tirar de la cadena. El espectador echa de
menos que suene una cisterna que se lleve hacia la alcantarilla este detritus
cargado de odio ibérico que les sale del alma a algunos padres de la patria. Se
hace necesario un nuevo cargo, el de pocero mayor del Congreso, equipado con
botas pantaneras y con un mono de hule para manejarse con soltura en semejante
cloaca. Muchos piensan que se trata solo de un teatro, que el Parlamento está
para eso, pero esta gente a la que hemos votado parece ignorar el juego
peligroso que se lleva entre manos. Su odio viene de lejos y no parece de
ficción, el lobo es real, y de hecho ya está a punto de bajar a la calle. El
enfrentamiento civil comienza con una labor muy bien programada de desprestigio
de las instituciones democráticas. No es preciso asaltar el Congreso a caballo
o con metralletas; lo puedes tomar convirtiéndolo primero en un circo y después
degradarlo con gritos, amenazas, risas y reyertas de taberna y no parar hasta
que el ciudadano decente llegue a la convicción de que esta institución ya no
representa la soberanía nacional, de modo que mejor sería cerrarla. Ya se sabe.
No todos los políticos son iguales. En el Congreso, los diputados trabajan en
sus despachos y participan en las comisiones, no todo son insultos. Vale.
Supongo que algunos padres de la patria al volver a casa después de la sesión
del Congreso se avergonzarán ante sus hijos por el espectáculo obsceno que
acaban de dar por televisión en horario infantil. La democracia es una
maquinaria ciega que trabaja día y noche sacando la basura humana a la
superficie. Visto cómo en España funcionan esas las bombas de achique manejadas
por los distintos medios habrá que aceptar que no todo está perdido.”
Venerado
maestro Vicent: no creo que usted disponga de tiempo que perder para emponzoñarse
aún más asomándose a mojigangas políticas ajenas y lo felicito si así es. Pero
yo, que veo por necesidad algunos noticieros de su país, le cuento que envidio
la categoría de sus politicastros que, comparados con los de Chibchombia, con
los de Circombia, semejan encarnaciones de lo sensato y mesurado en política.
¿Comparar al mendaz Pedro Sánchez con el toxicómano mediocre y malintencionado
que funge aquí de presidente; a su gobierno oportunista aunque gobierno a fin
de cuentas, con la anarquía mamerta y cínica que entronizó el chusmero?: un
despropósito. Y mejor no lo invito a que oiga ninguna “deliberación” de
nuestros congresistas porque entonces es posible que contemple la idea de una
retractación.
580. Reza
el colofón de un artículo del venerable Manuel Vicent: “Cada historia particular
está formada con un millón de nudos a merced del azar. Por muy vulgar y anodina
que sea esa historia, cada nudo constituye una gran encrucijada. Olvidas el
paraguas, vuelves al bar a recuperarlo y allí te encuentras con una mujer que
va a torcer tu destino”. Yo, maestro, no hago sino ir a un bar aquí, a uno
allá, al de acullá, siempre con la idea fija de estrellarme con otra mujer que
me vuelva a torcer el destino, pero nada. Debe de ser porque no cargo paraguas.
581. Si
usted es uno de los millardos que todavía no se hacen cargo, por estupidez monda
y lironda o por cínicos egoísmo y avaricia -estúpido a fin de cuentas- de la amenaza
climática con su ebullición mundial (¡Mija, prenda el ventilador que nos
estamos asando!-, intente pensar que el sabio que prescribió eso de que “si le
das un pescado a un hombre comerá un día; si le enseñas a pescar comerá toda la
vida”, tuvo de su parte la razón durante milenios pero ya no. Será tal la
alteración de lo que parecía inalterable que hoy, entre pescadores de toda una
vida y aun de estirpe, no serían pocos los que tiendan la escudilla para que
les sirvan un pescado dado que con todos los demás arramblaron la contaminación
de lagos, ríos y mares, en componenda con las dentelladas del clima y los
arrastreros de estos chinos tan queridos. (Cuando pienso que a mí no me va a
tocar ni la más mínima degustación de la felicidad que le va a suponer al mundo
el imperio del gigante asiático cuando por fin caigan los Estados Unidos gracias
a los votantes de Trump, me maldigo por mi mala suerte.)
582. Comprendo
que, teniendo los números de su parte, ésta sea la foto que domina el panorama:
“La muerte es la compañera discreta de la vida, alguien que te sigue
calladamente a las espaldas pero que cada vez se acerca más, como en ese juego
del escondite inglés, que cuando vuelves la cabeza ves a la muerte ahí, muy
quieta, muy inocente, pero un minuto después, al mirar de nuevo, ha avanzado
dos metros, y en una de esas, mientras estás distraído contando, la maldita
muerte habrá llegado junto a ti sobre sus silenciosos pies de fieltro y te
estará agarrando del cogote”. Pregunta el ciego que soy: ¿pero es que no se ve
en absoluto la de los que somos sus perseguidores, a diario burlados por la muy
lisa?
583. “El
cristianismo es la suma de monoteísmo hebreo, idealismo platónico e
imperialismo romano” dice Gibbon. A mí en cambio se me antoja una versión más
del más corriente pensamiento teleológico.
584. Les
aseguro que si Kakuro hubiera sabido del rumbo desquiciado que iban a tomar las
cosas -que ya venían mal, muy mal- desde que su demiurga le insufló vida
literaria, él, sensato y sabio como es, habría rehusado existir o por lo menos
aceptar que ella lo hubiera relacionado con Paloma. ¿Ganarse de gratis, un
hombre tan generoso y respetable como él, la fama de pederasta y pervertido; y,
en un país que como el suyo es más serio que el promedio, hasta un canazo y sin
que importen su riqueza y su prestigio? De todas formas, que se conduzca con
cuidado porque las cazavioladores auténticos o fabricados andan más al acecho
que los servicios de inteligencia de Novichok Putin.
585. Me
pregunta Lolita cuánto me parezco a Renée en estos aspectos: “Siempre está la
vía de la facilidad, aunque me repugne seguirla. No tengo hijos, no veo la
televisión y no creo en Dios, todas estas sendas que recorren los hombres para
que la vida les sea más fácil. Los hijos ayudan a diferir la dolorosa tarea de
hacerse frente a uno mismo, y los nietos toman después el relevo. La televisión
distrae de la extenuante necesidad de construir proyectos a partir de la nada
de nuestras existencias frívolas; al embaucar a los ojos, libera al espíritu de
la gran obra del sentido. Dios, por último, aplaca nuestros temores de
mamíferos y la perspectiva intolerable de que nuestros placeres un buen día se
terminan. Por ello, sin porvenir ni descendencia, sin píxeles para embrutecer
la cósmica conciencia del absurdo, en la certeza del final y la anticipación
del vacío, creo poder decir que no he elegido la vía de la facilidad”.
A ver,
delicia que no prescribe: ya no tengo hijos puesto que la única que tuve se
murió; sí veo una televisión que se emplea a fondo para no dejarse opacar por
la literatura en lo de las paletadas de dolor y a veces de dicha, de
conocimiento y de distracción provechosa que me arroja a la cara y, respecto de
lo último qué te digo…, que me parece a mí que ni siquiera merece la pena
hablar del asunto. Te cuento únicamente que, cuando la ciencia terminó de
abrirme los ojos, las últimas briznas de lo que podríamos llamar duda religiosa
se las llevó el viento.
Recibe
de este tu enamorado un beso tan pasional como clandestino, y saluda de mi
parte a Renée, Kakuro y Muriel.
586. Anoche,
mientras escuchaba las palabras doloridas de Vinícius de Moraes en el noticiero
y lloraba a la par con él, también de impotencia y de indignación mezcladas con
odio -en él el odio no se reflejaba por ninguna parte-, pensaba que si tuviera
sus coordenadas lo contactaría para decirle que jamás a los ruines y malditos
se les debe dar el gusto de flaquear ante su bellaquería: jamás. Le referiría,
mientras a la distancia le acaricio la cabeza y le estrecho la mano, dos o tres
anécdotas personales que le sirvan de ejemplo a la hora de encararlos, y le
recomendaría la literatura como antídoto y arma letal en contra de la basura
humana. (Lo de ir al gimnasio y hacer fisiculturismo para romperles el alma a
dos o tres a modo de escarmiento y advertencia colectivos él ya lo tiene y, por
tanto, está en mora de aprovecharlo.)
Adenda:
se equivocan los bienintencionados que le apuestan a la imposibilidad de desarraigar
del mundo la discriminación de todo tipo, pues tendrían que exterminar a la
especie. Lo que procede hacer, señores, es en principio dos cosas. Por un lado,
castigar con dureza a la bazofia que, al amparo de la masa, daña al que
desprecia y, de paso, también a la parte de la masa que no participa en el
linchamiento pero que lo permite con su cobardía y su indiferencia. Por otro,
educar con sabiduría y pragmatismo a los niños de toda condición y origen para
que comprendan que si bien el sentirse superiores a unos e inferiores a otros
forma parte del devenir humano, sus manifestaciones la discriminación y la
tolerancia de la discriminación son en cambio miserias contra las que hay que
batallar sin tregua. Que comprendan que si ellos sienten o llegan a sentir en
algún momento una suerte de fastidio instintivo y colectivo por alguien -los
enanos, los judíos, los palestinos o los down-, se lo cuestionen, intenten
razonarlo consigo mismos o con alguien que sospechen que los puede ayudar a
decodificar y ojalá a desactivar la fobia y, si los resultados de todo aquello
son muy pobres, se esfuercen a diario y por todos los medios para mantener a
raya aquel secreto. Que, bien mirado, estupendo si los avergüenza consigo
mismos, aunque jamás al punto de la autoflagelación.
587. Son
tantas y tan diversas las sensaciones que me recorren oyendo el relato que la
criatura de Victor Frankenstein le hace a su creador en el segundo volumen de
la novela, que, en vista de que no puedo fusionarlas en un único desahogo,
comienzo por la -llamémosla- técnica o teórica. Con respecto a las raciones
diarias de español que me meto en el encéfalo, me ocurre un fenómeno tan
atípico y singular que con lo único que se me da compararlo es con una persona
que desayuna y almuerza como el más dadivoso amante de la buena mesa (aunque
con alimentos que pese a su exquisitez no dañan la salud del sibarita), pero
que a partir del mediodía y hasta que se va a la cama se atraganta con cuanta
fritura de ínfima calidad y menjurjes embotellados se le ponen por delante. Más
o menos así tengo a diario la cabeza cuando, a eso de la una de la tarde,
suspendo la lectura y me entrego a la televisión y a la radio hasta las casi
nueve de la noche: en una suerte de bipolaridad que pasa de la satisfacción y
el agradecimiento al asco y la angustia. De la satisfacción y el agradecimiento
que me suscitan, por ejemplo, Javier Marías y Silvia Alemani con sus traducciones
al mejor español cervantino de la novela de Sterne y la de Shelley, al asco y
la angustia de tener que soportar, y todo por culpa de mi adicción malsana a
saber qué ocurre en el perro mundo, el espánglish de, por ejemplo, los
reporteros de France 24 y el idéntico o aun peor de los reporteros del
noticiero internacional de Yamid Amat. Raro no sería que mi ciclotimia se deba
a semejante mezcla salvificotóxica, o que los ataques de pánico que de mí hacen
presa sobrevengan, nueve de cada diez veces, por la tarde o de noche y esté
donde esté: también en la cantina de Lucio y Marcela, donde lo que se oye es el
español sicarial que nos legó Escobar, sólo que minado de los mismos
barbarismos en los que incurren los magistrados en sus cortes, los científicos
en sus laboratorios, los políticos en el Congreso, los profesores de español y
de cualquier cosa en sus clases y todos en todas partes y a toda hora.
588. ¿Conocen
esta idea brillante y prometedora los espíritus emprendedores, la cual no sé si
sea “del todo” original pero lo parece: “…mi vieja idea de un banco de
servicios. Muchas veces tenemos que trasladarnos de un extremo a otro de París
o a otro país para cumplir una tarea simple o hacer una gestión anodina, al
mismo tiempo que otra persona tiene que hacer el viaje inverso con un propósito
análogo. Ver la forma de ponernos en contacto para intercambiar nuestras
acciones. Yo hago esto por ti aquí y tú eso por mí allá. Esto requiere
naturalmente, en muchos casos, cierto grado de despersonalización, que la
costumbre admitirá, como por ejemplo que yo reemplace a tal señor en mi barrio en
una cena y él a mí en una boda en su barrio. Así la gente se movería menos, lo
que es una gran ventaja, pues, como decía Flaubert, ‘moverse es deletéreo’”? Se
murió Ribeyro sin saber que hoy se cuenta con la tecnología que haría del todo
viable su idea, mas no con la disposición empresarial y social para echarla a
andar.
Así
pues, Pascal, Wilson, Flaubert, Kant, Dickinson, Thunberg y sus muchachos,
Ribeyro y todos los que asistimos fatigados a la compulsión viajera de nuestros
contemporáneos, que queman queroseno (los unos para aspaventar en una cumbre
climática celebrada en las antípodas del país que representan, aquéllos para
asistir al dolorosísimo por inesperado fallecimiento de la abuela centenaria en
Europa o los Estados Unidos, éstos para saber qué se siente tomar café
colombiano en un Juan Valdez del Japón o comerse una paella a la valenciana en
Ciudad de México, y los otros para autografiar diez ejemplares de su última
novela en la feria del libro de la Cochinchina) cual si la Tierra no sufriera
un calentamiento sino una glaciación global, tendremos que esperar, mientras
nos abanicamos con ambas manos, a que un imprevisto tipo la Tercera -y última-
Guerra Mundial irrumpa en el escenario y dé por fin al traste con las ideas
saludables, sus autores y los que las torpedean.
589. En
tiempos de irrisorios personalismos y exaltaciones desmesuradas del sujeto y lo
subjetivo, nada como el bálsamo de las lucideces que no se permiten
concesiones:
“En la
cadena biológica, o más concretamente en el curso de la humanidad, somos un
resplandor, ni siquiera eso, un sobresalto, menos aún, una piedra que se hunde
en un pozo, todavía algo más insignificante, un reflejo, un soplo, una
arenilla, nada que salga del número o la indiferencia. Desde esta perspectiva
el individuo no cuenta, sino la especie, único agente activo de la historia.
Esta deberá escribirse alguna vez sin citar un solo nombre, así sea de
emperador, artista o inventor, pues cada uno de ellos es el producto de los que
lo antecedieron y el germen de quienes lo sucederán. La noción de individuo es
una noción moderna, que pertenece a la cultura occidental y se exacerbó después
del Renacimiento. Las grandes obras de la creación humana, sean libros
sagrados, poemas épicos, catedrales o ciudades, son anónimas. Lo importante no
es que Leonardo haya producido la Gioconda sino que la especie haya producido a
Leonardo.”
Si la
ciencia abandonara ya mismo maricaditas por el estilo de la IA o la exploración
del espacio con vistas a dar con una finca de recreo para los Forbes, y más
bien se aplicara sin desvelo a investigar hasta que de sus laboratorios emerja
una vacuna contra los delirios de grandezas que aquejan a un porcentaje nada
despreciable del bicho tragicómico, muchos de ellos en posiciones de poder
desde las que se hace tanto daño, el futuro de una nueva humanidad con las
ambiciones de las hormigas sí que sería cosa de ver y de estudiar. Una vez
inmunizado hasta el último anciano y recién nacido del último rincón del mundo
con la Ribeyro, podremos decirles adiós a lacras tales como la guerra, las
invasiones neoimperialistas y las aspiraciones de los invasores a erigirse en
superpotencias, la acumulación avara de las riquezas, la indiferencia para con
los parias y los carentes de todas partes y etcétera, etcétera, etcétera. ¿Que
el compuesto -iba a decir pócima- da al traste con la idea de progreso que
tenemos hoy?: no otro es el propósito.
590. Y
cuando ese propósito haya cristalizado, un único gobernante precisará el
planeta. Se lo presento: “La sabiduría de ese viejo líder campesino cusqueño
que, al ser interrogado por ávidos aventureros sobre dónde puede estar el
Paititi o, en otras palabras, El Dorado, responde: ‘Sólo encontrarás el Paititi
cuando logres arrancar de tus ojos el resplandor de la codicia’”. La obra de
este Gandhi resucitado va a constituir un gran acierto -tal vez el mayor en la
historia del género- cuando consiga reducir a dos millardos el número de Homo
collectivus que abollen la Tierra.
591. ¿Ir
al psicólogo el huérfano reciente de una hermana, de una mujer a la que se adoró,
de una hija, de un amigo de cinco letras?:
“Mi
padre observaba con dolor el cambio perceptible que acusaban mi conducta y mis costumbres,
y se esforzaba por explicarme que ceder al dolor desconsolado era una locura.
-¿Acaso
crees, Victor, que yo no sufro? Ningún padre ha amado tanto a un hijo como yo
amaba a tu hermano -se le llenaron los ojos de lágrimas mientras me hablaba-.
Pero ¿no tenemos el deber de evitar una mayor infelicidad a los que han
sobrevivido impidiendo que sean testigos de nuestro incontrolable sufrimiento?
Ese es tu deber, y también para contigo mismo. Abandonarse al dolor nos impide
restablecernos y ser capaces de disfrutar, e incluso de cumplir con nuestras
obligaciones diarias, sin lo cual ningún hombre puede vivir en sociedad.”
Imagínense
el derroche de tiempo, plata y energía: seis meses en terapia para, en el mejor
de los casos, comprender la lección de este hombre sabio y, en el peor, salir
por última vez de aquel consultorio igual de desesperado pero más insolvente
que el primer día. Envidio a los premiados con un cerebro ecuánime y una
bioquímica generosa como los de mi madre, que no les permiten que se derrumben
y arrastren en la caída a quienes quieren y los quieren. Tan afortunados serán
que no precisan de psicólogo ni de literatura para aprender esto que a mí me
acaba de enseñar el papá de Frankenstein: lo cuesta arriba va a ser ponerlo por
obra. Pero se lo aseguro, señor mío, que por lo que a mí se refiere estas
palabras suyas no han caído en terreno baldío.
592. Tengo
aquí y ante mí dos espejos, dentro de sendas novelas, en los que puedo asomarme
al siempre espinoso asunto de la verosimilitud y la inverosimilitud en
literatura, cuestión que me apasiona desde que un día ya lejano que no preciso
se lo oí mencionar a alguien que tampoco. Y me desdevano los sesos intentando
determinar quién, entre Mary Shelley y Muriel Barberi, sale mejor librada en la
aventura riesgosísima de que sus lectores den por solvente la forma en que una hace
de un salvaje sin ningún lenguaje escrito y casi sin ninguno oral un
intelectual de alto vuelo a la par que un excelso conocedor del alma humana,
mientras que la otra convierte a una niña apenas, a una púber no más, en
alguien capaz de unas disquisiciones tan hondas y brillantes que no le falto en
absoluto a la verdad si afirmo que a la Paloma de la reflexión que me apresto a
transcribir -elegida al azar de entre muchas posibles- cualquier grado de
posdoctora le viene pequeño, y que está lista para sentarse a manteles y de tú
a tú con Paul Auster, John Banville y, si me apuran, hasta para disputarles el
Nobel a ellos o a cualquiera:
“…Entonces,
de repente, me he dicho: quizá, dentro de unos años, Théo tenga ganas de quemar
coches. Porque es un gesto de rabia y de frustración, y quizá la rabia y la
frustración más grandes no sean el paro, ni la pobreza ni la ausencia de
futuro; quizá sea el sentimiento de no tener cultura porque se está dividido
entre varias culturas, entre símbolos incompatibles. ¿Cómo existir si uno no
sabe dónde está? ¿Si tiene que asumir a la vez una cultura de pescadores
tailandeses y otra de grandes burgueses parisinos? ¿De hijos de inmigrantes y
de miembros de una gran nación conservadora? Entonces uno quema coches porque
cuando no se tiene cultura, uno deja de ser un animal civilizado y pasa a ser
un animal salvaje. Y un animal salvaje quema, mata y pilla. Sé que no es muy
profundo, pero después de esto al menos sí se me ha ocurrido una idea profunda,
cuando me he preguntado: ¿Y yo? ¿Cuál es mi problema cultural? ¿De qué manera
estoy yo dividida entre distintas creencias incompatibles? ¿Qué me hace ser un
animal salvaje? Entonces, he tenido una iluminación: me he acordado de los
cuidados conjuradores que prodiga mamá a las plantas, las manías fóbicas de
Colombe, la angustia de papá porque la abuelita está en una residencia y todo
un montón más de hechos como éstos. Mamá cree que se puede conjurar el destino
a golpe de regadera; Colombe, que se puede alejar la angustia lavándose las
manos; y papá, que es un mal hijo que recibirá su castigo por haber abandonado
a su madre: a fin de cuentas, tienen creencias mágicas, creencias de hombres
primitivos, pero, al contrario que los pescadores tailandeses, no pueden
asumirlas porque son franceses cultos, ricos y cartesianos. Y quizá yo sea la
mayor víctima de esta contradicción porque, por una razón desconocida, soy
hipersensible a todo lo disonante, como si tuviera una especie de oído absoluto
para las notas desafinadas, para las contradicciones. Esta contradicción y
todas las demás… Y, por consiguiente, no me reconozco en ninguna creencia, en
ninguna de esas culturas familiares incoherentes.”
Hablando
de oídos absolutos y de genialidad, digo no más que si lo de Paloma fuera
música sinfónica y no literatura, mis reticencias de lector frente a lo
inverosímil, o a lo no “satisfactoriamente verosímil”, no serían las que son en
este caso. Que, comparado con el del clásico decimonónico, corre con la
desventaja de que el discurso que pretende venderme como auténtico no brota,
como sí el del monstruo, de un cerebro maduro. ¿Que la niña lee desde que
aprendió a hablar? Mil felicitaciones. Pero a mí leer “lo que escribe” me produce
la misma sensación incómoda que me produciría verla sentada, pintarrajeada y a
medio vestir, tras la barra de la mancebía que regenta, con un cigarrillo en
una mano y un trago en la otra.
Adenda:
me adelanto a los chillidos del femibuenismo inconforme con el machismo
supuesto de lo antedicho y les hago una concesión razonable. Si Paloma no fuera
Paloma sino Palomo, exactamente la misma incomodidad sentiría ante su cerebro
púber madurado a golpes de designio literario. Que se lo figuren los las y les
inconformes vestido de traje y corbata, presidiendo entre gallos la junta
directiva del mandamás de los bancos de nuestro Occidente no ya en decadencia,
sino en caída libre.
593. ¿Que
una imagen vale más que mil palabras? No siempre, no infaliblemente, mas sí en
ocasiones y con creces. La de Biden con un helado en la mano mientras improvisa,
con una voz que clama el descanso eterno, una respuesta ante los periodistas
que le preguntaban sobre un posible alto el fuego en la Gaza sitiada y arrasada
por Israel (una de las grandes catástrofes de nuestro tiempo), compendia sin
tacha la situación tragicómica de un mundo que se debate entre las peores
crueldades que sólo el hombre es capaz de producir, y las superficialidades más
insultantes a que se entregan los que tendrían que gobernar con seriedad para
resolver o siquiera paliar los peores efectos de las crisis que su inoperancia y
desvergüenza provocan.
594. Por
aquí sí va la cosa, estimado William, por aquí sí:
“…Que no
nos sigan vendiendo más odio, ni los políticos oportunistas, ni las derechas
paramilitares, ni las izquierdas guerrilleras, a las que no les bastó con hacer
guerra durante 50 años sino que quieren otro medio siglo de reclamos y de
venganzas. Aquí no nos van a salvar ni las cárceles ni los tribunales, sino el
trabajo, las ideas, el conocimiento y la cultura.
El odio
no puede seguir teniendo el micrófono. Ya nos ha hecho demasiado daño. Toda esa
vieja politiquería corrupta llena de viejos apellidos y de viejas mañas ya no
convence a nadie, pero tampoco nos convencen los populistas prepotentes que
fingen venir a cambiar todo y terminan atrapados en los mismos vicios, en las
mismas corruptelas, en la fiesta de los cargos públicos, en el derroche y el
festín del viejo Estado formalista e irresponsable.
Ya es
hora, no de otros políticos sino de otra política. Esa vieja fórmula del poder
altisonante, pretencioso, que se parece tanto a lo que dice odiar, tiene que
abrirle paso a otra cosa. ¿Y qué les hace pensar que si la vieja constitución
que ellos mismos firmaron no se ha aplicado en 30 años, una nueva sí se va a
aplicar? Un verdadero nuevo país sería el que sea capaz de aplicar la
constitución que tiene, no el que se invente una distinta, que podría ser aún
más incoherente…”.
Escúcheme,
Ospina: estoy mamado de votar en blanco en las segundas vueltas de las
elecciones presidenciales y ni qué decir tiene que de las elecciones
presidenciales. No recuerdo cuándo fue la última vez que me torturé con un
pseudodebate entre candidatos, y mucho menos la última vez que sentí entusiasmo
o siquiera cierta tranquilidad de que Equis y no Ye hubiera ganado. Y como le
noto las ganas de vencer lo que se me antojan reticencias personales y anunciar
su candidatura, lo animo a que lo haga llegado el momento propicio, que no
acierto a señalar. Lo que en cambio sí le puedo garantizar es que, de seguirse
conduciendo en su columna y en la campaña con la objetividad y el buen criterio
del artículo de que cité lo citado, mi voto de centro, si para entonces sigo
hollando este valle de lágrimas, se emitirá por usted y los tecnócratas
-segunda condición sine qua non- que resuelvan acompañarlo.
Hay sin
embargo un asunto que me sigue taladrando la conciencia de lo eufónico: la
untuosidad obsequiosa y demagoga de su discurso político en relación con la
inasibilidad amorfa que ustedes los populistas llaman pueblo. ¿Que “toda esa
vieja politiquería llena de viejos apellidos y de viejas mañas ya no convence a
nadie, pero tampoco nos convencen los populistas prepotentes que fingen venir a
cambiar todo”? Pues va a ser de entre ellos de donde salga el nombre de la
próxima insustancialidad en jefe; del suyo y mi voto, que den cuenta las cifras
del ‘no se pudo’.
595. De
mi amor por el fracaso, por los fracasados sin atenuantes, que hable ‘Cuatro
personificaciones del fracaso humano’, que yo me ocupo, someramente, de esta
nueva pata que le nace al cojo. Se llama Harry Kane y de seguro es la envidia,
una de las envidias, de los millones de futbolistas frustrados, de los a medio
hacer y de los aún en formación y con posibilidades que respiran en el mundo. ¿Razones?:
“Codiciado en su día por el Madrid, el Barcelona, el Manchester City y demás
grandes, máximo goleador histórico de la selección inglesa, máximo goleador de
la Premier en el siglo XXI, máximo goleador del Mundial 2018, máximo goleador
esta temporada en la Bundesliga”, para no hablar de los millones que factura. Pero
a este man, al igual que le sucedía a un ciego legendario entre los ciegos y
entre ciertas videntes por su belleza física y por una impotencia sexual
insobornable -eran todavía tiempos a. V.-, su buena estrella se solaza
haciéndole morisquetas desde las tribunas que cantan o sufren sus goles, pero
que todavía no lo ven cubrirse de siquiera un poco de la gloria que emparama a
un tal Messi. No sé: tal vez un día pergeñe algo respetable sobre Kane y otros
winnerperdedores -o si prefieren loserganadores- igual de legendarios que el
ciego aquel, o al menos famosos. Ellos encarnan, sin excepciones posibles, la
esencia de lo que somos y han sido las más o menos doscientas mil generaciones de
Homo whatever que se han paseado por la que llamamos Tierra.
596. Entre
las demasiadas bobadas que repiten los tontos, meros aficionados o
profesionales de la vaina -relatores, comentaristas y hasta futbolistas-,
ninguna como la de las lumbreras que gradúan al entrenador y a su cuerpo
técnico de figuras decorativas, porque “los que juegan son los jugadores”. Y como
Contra la estupidez hasta los dioses luchan en vano, de nada valdría
enrostrarles la proeza de Xabi Alonso al frente del Bayer Leverkusen ni otras
por el estilo. Con decirles que resulta harto más sencillo intentar razonar con
el agitador en jefe de Casa Nari, o con cualquiera de sus mamporreros.
597. ¿Qué
se le agrega a la completitud?: “No me apunto a los que dicen que la religión
ha sido la principal causa de los grandes males de la humanidad, porque pienso
que sin ella hubiéramos encontrado otros pretextos para hacer lo mismo. De
hecho, las dos grandes ideologías que causaron tanto horror en el siglo XX
negaban la existencia de Dios y el confort de la vida después de la muerte.
Pero he
aquí el punto. Lo que tienen en común la celestial religión y la terrenal
ideología es el hábito mental de la fe. Ahí radica el daño. Ahí está Satanás.
La fe en todas sus manifestaciones ha sido la causa de los pecados más atroces
contra la humanidad. Desaparece la fe y se abre el camino a la redención. Aquí
en la Tierra, digo”.
La
ciencia que así merece ser llamada debería idear la forma de saber, del mismo
modo que sabe el porcentaje de psicópatas que resuellan entre nosotros, cuántos
de cada cien seres humanos nacen vacunados, porque me temo que se nace vacunado
como se nace psicópata, contra -ahora lo sé- el lastre por excelencia de la
especie: el pensamiento teleológico. Que contiene, por si no lo sabían, al
mágico y al desiderativo.
Por lo
que de mí y mis congéneres me han contado mis congéneres de sí mismos y de
otros con que se relacionan, los que escriben lo que leo y etcétera, etcétera,
etcétera, calculo aquel porcentaje en el mismo 1,4 de los aligerados por
Fortuna del peso de la conciencia moral, pero no me sorprendería en absoluto si,
adelantados los estudios de rigor, la cifra fuera inferior. Baste con decir que
ni uno solo de mis familiares maternos y paternos, que contados suman cientos,
es o ha sido un, llamémoslo, escéptico objetivo de la religión y la política
juntas. Aquí -allá, acullá, en todas partes-, el que no es católico es
cristiano o testigo de Jehová, y el que no es uribista pues es petrista, junto
con todas las combinaciones posibles. Cristianos uribistas, católicos
petristas, católicos devenidos cristianos, petristas devenidos uribistas y hasta
tengo un tío paterno, cristiano él, que es un fervoroso demócrata en los
Estados Unidos pero un uribista acérrimo en Colombia. Ah, y otro, materno éste,
tan ateo declarado y combativo como fanático esperpetrista, castrochavista,
murillorteguista y xiputinista el pobre.
Pero si
de quienes hablo es de los amigos de dos, de tres, de cuatro o de cinco letras
que tengo y he tenido, o de los muchos estudiantes con que me relacioné
personalmente a lo largo de más de dos décadas, la verdad es que las cuentas son
parecidas. Baste con decir que quienes de ellos no se han distanciado de mí por
mi ateísmo lo han hecho por mi antiuribismo o mi antiesperpetrismo, cuando no
porque pienso y sostengo que, forzado a escoger el mal menor, prefiero los
católicos a los cristianos y los uribistas a los petristas, si bien no por las
mismas razones que explican que prefiera, de entre mis columnistas-escritores
de cabecera, a, para sólo citar algunos ejemplos, Rosa Montero y Antonio Muñoz
Molina y John Carlin y Arturo Pérez-Reverte antes que a Elvira Lindo y Julio
César Londoño y William Ospina y Santiago Gamboa, pruebas incontestables de que
contra las taras congénitas del pensamiento teleológico hasta la diosa
literatura lucha en vano.
598. Mamado
de tantas cosas de la Bogotá en la que me pudro cuando no hay conciertos de la
Filarmónica, de la Sinfónica, de la Nueva Filarmonía, reviso mis apuntes
taquigráficos sobre Las ciudades invisibles de Calvino para ver a cuál me mudo
de una buena vez:
¿A
Diomira, Isadora, Dorotea, Zaira, Anastasia, Tamara, Zora, Despina, Zirma,
Isaura, Maurilia: “ciudades yuxtapuestas o superpuestas”? ¿A Fedora: “ciudad
real / imposibilidad de la ciudad ideal”? ¿A Zoe: “sus formas monolíticas la
hacen indescifrable”? ¿A Zenobia: “ciudad de la primigénesis de la concepción
de la felicidad, mezclada con la incertidumbre de que tal cosa sea posible”? ¿A
Eufemia: “ciudad en que se truecan así mercaderías como historias, que remozan
la memoria de los hombres”? ¿A Zobeida: “ciudad que se funda en un sueño
colectivo del deseo y de la fuga”? ¿A Ipazia: “ciudad de signos engañosos, de
mujeres que dominan sus cabalgaduras y de música que reside en los
cementerios”? ¿A Armilla: “ciudad erigida sobre lo inasible del agua y ayuna de
hombres”? ¿A Cloe: “su lubricidad no precisa de palabras para seducir”? ¿A
Valdrada: “ciudad especular escindida en dos, gemelas, pero cuya relación, pese
a ser simbiótica, no está mediada por el amor”? ¿A Olivia: “su discurso no
logra describirla, y no porque la mentira esté en las palabras, sino porque de
su belleza de relumbrón dan cuenta las cosas y sus gentes”? ¿A Sofronia:
“hierro, mármol, expectación, suspenso”? ¿A Eutropia: “ciudad tripartita donde
todo cambio es posible pero estático”? ¿A Zemrude: “ciudad del suelo, el
infrasuelo y su antagonista”? ¿A Aglaura: “dos versiones irreconciliables de la
ciudad que se dice y de la que se ve”? ¿A Ottavia: “ciudad-telaraña que pende
de dos montañas que la sostienen”? ¿A Ersilia: “sus hilos, que se entrelazan,
les impiden el paso a sus habitantes, que habrán de refundarla hasta el fin de
los tiempos”? ¿A Baucis: “ciudad montada en zancos que a su turno sostienen a
los aéreos habitantes, quienes se inclinan para poder otear la tierra”? ¿A
Leandra: “dos tipos de dioses son sus custodios y se disputan su pequeñez: los
penates -nómades- y los lares -sedentarios-“? ¿A Melania: “ciudad en que los
habitantes-actores mueren para que otros sean quienes representen el monótono e
inacabable libreto”? ¿A Esmeraldina: “ciudad de mil caminos líquidos y sólidos
que serpentean”? ¿A Fílides: “ciudad que, visitada de paso, deslumbra, pero que
se decolora si en ella se sienta plaza”? ¿A Pirra: “su particular polvo
amarillo va a morir indefectiblemente en el pozo del centro de la plaza”? ¿A
Adelma: “Ciudad-Comala. Soñada o visitada, el soñador y el viajero hasta ella
se llegan para morir entre los suyos”? ¿A Eudossia: “ciudad-mancha, amorfa, que
se refleja en su mapa-alfombra, donde los habitantes deben leer no sólo sus
coordenadas de ella, sino las de sus personales destinos”? ¿A Moriana: “ciudad
moderna de un anverso de alabastro y un reverso de costal y hollín”? ¿A
Clarice: “la Roma o Alejandría que, a fuerza de reconstrucciones, ve trastocado
el orden de su primer esplendor”? ¿A Eusapia: “ciudad de vivos que habitan la
superficie, y ciudad necrópolis que domina el subsuelo en el que, después de
morir, los vivos prosiguen sus faenas desde la muerte”? ¿A Bersabea: “ciudad
física apresada entre dos réplicas: una celeste y una infernal, que sus
habitantes querrían borrar por escatológica”? ¿A Leonia: “ciudad que se renueva
a diario a fuerza de desechar lo que ayer se estrenó para seguir estrenando
hoy, y hacerlo hasta que las cloacas de esta gran ciudad que es el mundo que
usted y yo envenenamos, revienten de detritos que la ahoguen primero para por
último sepultarla”? ¿A Irene: “una ciudad para atisbar de lejos pues, estando
en el altiplano desde el que se columbra, su silueta imanta miradas”? ¿A Argia:
“ciudad poblada de polvo en vez de aire y de posibles de cuyas características
no se puede dar cuenta”? ¿A Tecla: “su construcción permanente y vertical como
que aspira a tocar los cielos”? ¿A Trude: “ciudad infinita y global, donde lo
único que cambia es el nombre del aeropuerto”? ¿A Olinda: “ciudad que va de lo
diminuto a lo inconmensurable a fuerza del surgimiento de nuevos barrios que se
hacen sitio sin pedir permiso”? ¿A Laudomia: “ciudad trinidad: la de los no
nacidos, la de los vivos y la de los muertos, adonde los vivos van a buscar
respuestas para sus incertezas”? ¿A Perinzia: “ciudad-Rinconada donde los
monstruos (jorobados, enanos, mujeres barbudas, lisiados, seres de tres
cabezas…) cohabitan su dolor causado bien por los astrónomos y sus errados
cálculos, bien por los dioses y sus designios”? ¿A Procopia: “ciudad
periférica, infestada de advenedizos que usurpan el poco aire que va quedando”?
¿A Raissa: “ciudad infeliz que contiene a una feliz, pero sin que se dé por
aludida”? ¿A Andria: “sus habitantes, tan seguros de sí mismos cuanto
prudentes, aseveran que cada cambio que se efectúa en la ciudad repercute en el
mapa que rige el diseño del cielo”? ¿A Cecilia: “ciudad laberinto global de los
no lugares en que todos, desde un pastor de ovejas hogaño indigentes hasta
Marco Polo, se pueden perder irremediablemente”? ¿A Marozia: “ciudad del
abracadabra, de los oráculos, del ratón y la golondrina en la que el roedor
abruma al ave”? ¿A Pentesilea: “ciudad periferia de sí misma, sin centro o toda
ella centro de sí misma, carente de afuera”? ¿A Teodora: “ciudad en que se
libra una denodada lucha para exterminar la fauna (cóndores, pulgas, ratas) de
sus vecindarios y conservar su recuerdo en la biblioteca, de donde emerge una
nueva fauna (esfinges, grifos, quimeras, dragones, hircocervos, arpías, hidras,
unicornios, basiliscos) que aguardó pacientemente su turno”? ¿A Berenice:
“ciudad-lasaña en que bajo una justa subyace una injusta, concebida por las
mezquindades de quienes se sienten muy justos”?
Abandono
el escritorio, busco a mi Tita y, mientras acaricio su cuerpo dormido, me
debato entre mi amor por lo eufónico y mi amor por lo venéreo, que me mantienen
vivo. Moriana (Mo-ria-na)… Cloe… Cloe… Moriana (Mo-ria-na), y me decanto por
las ubicuas y libérrimas feromonas de Cloe. Que sería perfecta si se llamara
Moriana: ¡Mo-ria-na!
599. Leo
que La verdadera patria del hombre es la infancia, y pienso en cómo habrá sido
la patria de Rilke, erigida sobre el odio de su madre que lo travistió de niña
y sobre el designio de su padre, quien para contrarrestar aquello lo obligó a
hacer la escuela militar. Y me digo que, al igual que cualquier generalización,
que todas las generalizaciones, las dos que afirman irreflexivamente que hasta
ayer nomás, tanto en Oriente como en Occidente, los bebés varones eran lo único
deseado y que en el corazón de una madre no hay lugar para las mezquindades,
mienten si no se las matiza o aclara con eficacia.
600. Con el asalto a la embajada de México en Quito, algo impensable en tiempos anteriores a Bolsonaro y Trump, a Netanyahu y Putin, digámosle adiós al derecho internacional y dispongámonos a ver cómo, de sendos empellones, los bárbaros de las dos extremas que se juegan la suerte del mundo en un garito lo hacen recular, y sin ningún esfuerzo, a edades tan antediluvianas como ellos.
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