241. Leo la prosa apátrida 23 y casi que me veo tentado de
suscribirla cuando a la cabeza se me vienen Donald Trump y Boris Johnson y las
sociedades otrora maduras que les permitieron hacerse con el poder. Sin
embargo, cuando los contrasto con Scholz y Steinmeier, con Stoltenberg, von der
Leyen y Guterres, con Macron, el papa Francisco y Biden, pero ante todo con
Zelenski, sus ministros y sus funcionarios en la sombra más discreta y caigo en
que es gracias a la madurez personal y política de todos ellos que la Tercera
Guerra Mundial aún no se declara, forzoso es disentir de Ribeyro, al menos en
parte. Y digo en parte porque ¿cómo no reconocer que el proceso incontenible de
infantilización a gran escala en que se embarcó el mundo desde hace décadas
anda haciendo estragos? Los coqueteos con la extrema derecha de los suecos y
los finlandeses, hasta ayer no más sociedades ejemplares verbigracia en la
forma en que se conducían políticamente, son apenas un síntoma del retroceso
generalizado.
242. Me atengo a las cortapisas que también en el ámbito
jurídico y punitivo impone la democracia, pero lo que mi yo visceral reclama
para los verdugos feminicidas y misóginos o racistas y aporófobos de cada
Jordan Neely, de cada María Soledad Sánchez, de cada Ana Orantes y de cada
Nancy Mariana Mestre son sesiones de tortura sistemática y prolongada. Ya ven:
imposibilitado como me hallo para proceder en calidad de autor mediato o
inmediato en contra de toda la escoria humana, llámese ésta Putin o Al-Assad o
José Parejo o Jaime Saade, apelo a las palabras a manera de desahogo. ¿Que
muchos lo desaprueban? Están en su derecho… y yo en el mío.
243. Quedan notificados, notificadas y notificades: “…los
averiados ‘rebeldes’ institucionales, como ese Gustavo Petro que se nos ha
aparecido últimamente. No se puede ser más provocativamente ignorante en
historia, en ecología, en zoolatría, en economía y hasta en los usos de la
cortesía diplomática. Con la cantidad de colombianos de talento que uno ha
conocido… Dicen que es el primer presidente de izquierdas que ha tenido el
país: o sea que ha Colombia se le acabó la suerte”.
Pero lo peor del caso, estimado y admirado Savater, es que,
al igual que en España, en México y en cualquier país donde los votantes optan
por los cantos de sirena de la extrema izquierda, no escasean los talentosos
que, por ceguera ideológica, hacen como que no se enteran y escurren el bulto,
por ejemplo los columnistas de opinión, cuando su presidente -llámese López
Obrador o Petro Urrego- desbarra producto de su ignorancia, atenta contra las
formas y el fondo de sus pregones políticos o delinque a ojos vistas. Entonces
sí es momento de hablar de literatura y no de política, pues de eso ya se habló
cuando gobernaban los otros, a los que no se les pasa ni media y se les atiza con
lo más a mano: ‘Hijos de Galán, hijos de Uribe’; ‘Duque, o el baile del
cangrejo’; ‘Uribe: el gran burlador’; ‘Duque en las Galias’; ‘El amor
uribista’; ‘Seguridad democrática 2.0’; ‘La trampa de Uribe’; ‘Uribe, un golpe
de Estado’; ‘Nuestra derecha criolla’; ‘Uribe, ya casi…’; ‘El caso Arias’;
‘Duque coronado’; ‘La mentalidad traqueta’; ‘Uribe: adiós al Twitter’; ‘Claudia
y Duque’; ‘Uribe: el odio democrático’; ‘Cabal presidenta’; ‘Uribismo &
Cía., a la baja’; ‘Un óscar a Óscar Iván’… y así, hasta el hartazgo. Nueve
meses y nueve días han transcurrido desde que la opción política de nuestro
titulador (como vieron, tan proclive hasta julio de 2022 a llamar a las cosas
por su nombre) coronara, y ni la más mínima mención a los desaguisados y
desvaríos de su desgobierno, al que presumo que le querrá conceder, en aras de
la ecuanimidad, un compás de espera de cuatro años. O de más si la pesadilla se
perpetúa.
244. ¿Que para qué la literatura, insisten ustedes? Para,
por ejemplo, ser capaces de descifrar el perro mundo a partir de una única
escena de clásico:
“Henrique, el hijo mayor de Alfred, era un muchacho noble y
principesco de ojos oscuros, lleno de viveza y ánimo; y desde el momento en que
los presentaron, demostró una fascinación absoluta por el donaire espiritual de
su prima Evangeline. Eva tenía un potro favorito de una blancura nívea. Era
suave como la seda y tan apacible como su pequeña ama; Tom llevó este potrillo
al porche trasero y un muchacho mulato de unos trece años llevó un pequeño
árabe negro, que acababan de importar, por un precio muy alto, para Henrique.
--¿Qué pasa, Dodo, perro perezoso? No has cepillado mi
caballo esta mañana.
--Sí, señorito --dijo Dodo dócilmente--. Se ha ensuciado
después.
--¡Bribón, cállate la boca! --dijo Henrique, alzando con
violencia su fusta--. ¿Cómo te atreves a contestarme?
El muchacho era un guapo mulato del mismo tamaño que
Henrique, y su cabello se rizaba en torno a una frente alta y arrogante. Tenía
sangre blanca en las venas, como podía deducirse del rubor de sus mejillas y el
centelleo de sus ojos, cuando empezó a hablar con énfasis:
--Señorito Henrique… --comenzó.
Henrique le golpeó en pleno rostro con la fusta y,
cogiéndolo por uno de los brazos, le obligó a ponerse de rodillas y le pegó
hasta quedarse sin aliento.
--¡Toma, perro desobediente! ¡A ver si así aprendes a no
contestar cuando te hablo! ¡Llévate el caballo de vuelta y límpialo bien! ¡Ya
te enseñaré yo cuál es tu puesto!
--Joven amo --dijo Tom--, me imagino que lo que iba a decir
es que el caballo ha rodado por el suelo cuando lo traía aquí desde el establo,
pues es muy brioso; así se ha ensuciado; yo he visto cómo lo ha cepillado.
--¡Tú, cállate hasta que te pidan que hables! --dijo
Henrique, dándole la espalda y subiendo las escaleras para hablar con Eva” (quien,
como un altísimo porcentaje -dentro del que por desgracia claro que yo quepo-
de mis semejantes, me acaba de decepcionar, ya se verá si para siempre).
¿Tres contra uno y lo dejan hacer? ¡Pero si este maldito
hijo de la grandísima puta lo mínimo que se merece es… es… que le revienten el
alma a golpe de fusta! ¿Y preguntan ustedes por qué hacen los Putin y los
Ortega y los Erdogan lo que hacen impunemente? ¡Como si Rusia, Nicaragua y
Turquía estuvieran habitados exclusivamente por Marinas Ovsiánnikovas o
Alekséis Navalnis y Rolandos Álvarez y Ósmanes Kavalas o, mejor aún, por
auténticos López de Aguirre reales y fictivos que hagan imposible cualquier
tipo de sometimiento!
Desengañémonos de una vez por todas: ellos son los faros que
son y nosotros (por supuesto que excluyendo igualmente a los Henriques tan
exitosos), todo el resto, los indiferentes y los cobardes que nos dejamos
humillar por los déspotas chinos, norcoreanos, afganos, bielorrusos y hasta por
los venezolanos, salvadoreños y cubanos a fin de cuentas tan insignificantes.
245. Sí, desengañémonos de una vez por todas, colegas
varones: el que de ustedes pretenda equiparar su capacidad de amar a un hijo
con la intensidad y la entrega enfermizas con que lo hacen Marie la mamá de Eva
y hasta la última mujer del mundo es porque no entiende nada de nada, entre
otras cosas por no haber leído al menos el capítulo 24 -y sucesivos- de La
cabaña del tío Tom, gracias al que -a los que- el instinto materno queda
taxativamente probado. Por consiguiente, tampoco esperen ser nunca los
predilectos de sus vástagos, pues por encima de ustedes siempre va a estar la
Marie que les tocó en suerte, con su infinita generosidad de esposa y de madre,
vocaciones que la imposibilitan para el egoísmo. O si no que lo diga Zoilamérica
Ortega Murillo.
246. Definición de buenista (maravilloso que con este
sustantivo, al igual que con persona, con gente, con ciudadanía, con ralea, con
plebe, con aristocracia -sigan ustedes-, no haya que triplicar el género porque
los varones que dichos términos abarcan no se sienten invisibilizados):
“Persona que dice o hace tiquismiquis”. Entiéndase sandeces, memeces,
idioteces, estolideces, estupideces, insensateces, mentecateces; tonterías,
boberías, majaderías, soserías, naderías, fruslerías, zoncerías; animaladas, patochadas,
paparruchadas, mamarrachadas, bufonadas, payasadas, burradas. ¿Que quién, que
dónde? Tantas y tantos y en tantas partes y partos que si comienzo no acabo.
247. Se llama sindéresis, o si prefieren ecuanimidad, a esta
propensión tan humana a juzgar a los demás con objetividad y desapasionamiento.
Lo invitan a usted a una fiesta de quince y usted, para
quedar bien y porque aprecia a la familia de la quinceañera, lleva un muy buen
regalo: “¿Sí ven tan chicanero aquel pobre güevón? A la fija que se gastó lo
del arriendo en este collar. ¡Como si la niña no tuviera ya bastantes joyas y
hasta mejores!”; llega a la misma fiesta otro con un regalo más modesto, pues
es para ése para el que le da el presupuesto: “¿Y qué tal este tan tacaño?
¡Dizque una camiseta para una quinceañera, y ni siquiera de marca!”.
Pasa usted súbitamente de escribidor inédito a escritor
reconocido y fenómeno editorial pero, como su norte son los D. J. Salinger y
los Thomas Pynchon y los Cormac McCarthy, resuelve evadirse y ocultarse: “¿Qué
se habrá creído el plumífero este? ¿Que porque le dieron un par de premios ya
se siente un Cervantes que no quiere hablar con nadie?”; sorprende al de más
allá un éxito literario repentino y jubiloso y considera ahora su
responsabilidad de escritor y ciudadano conversar sobre libros propios y ajenos
ante quien lo convoque: “¡Pero qué fastidio con este man! Publica un par de
novelas y entonces quiere salir todos los días en la televisión y hablar por
cuanto micrófono se le ponga delante”: palo porque bogas y palo porque no
bogas, se quejaban los galeotes.
248. Pienso en los trece mil setecientos millones de años
que transcurrieron antes de que profiriera mi primer vagido, y pienso en esos
mismos e incontables más que habrán de transcurrir después de que exhale mi
último suspiro y no puedo por menos de sentirme feliz de que la nada, para
otros tan temida, sea precisamente la eternidad a que tantos aspiran, sólo que
al margen de cualquier género de conciencia conocida.
249. Oigo repetir sin ton ni son que también lo escrito en
el mejor periodismo de opinión es flor de un día y que por consiguiente está
condenado al olvido más absoluto una vez se agote ese plazo. Qué lástima que
los que de esa mentira se hacen eco, afianzándola irreflexivamente cada vez que
la machacan, no conozcan uno de mis mayores tesoros, si no el mayor: un archivo
con cientos y cientos de ideas brillantes, de pensamientos audaces, de
reflexiones sin desperdicio y claro, también de metidas de pata, de exabruptos
y hasta de ruindades de mis columnistas de cabecera, gente ilustre con la que
sin que ellos lo sepan dialogo más a menudo de lo que tal vez lo hagan con sus
familiares y amigos más entrañables. Ignoran asimismo que de cada uno tengo un
constructo ideológico que se va ajustando aquí y desajustando allá con cada
nuevo artículo que les leo, y que preferiría no someter mis impresiones de
lector a un cotejo con los sujetos de carne y hueso. Quiero seguirme imaginando
a Juan Esteban Constaín, a don Juan Gossaín, a Eduardo Escobar y a Peter
Singer; a Héctor Abad Faciolince, a Carlos Granés, a Santiago Gamboa, a Piedad
Bonnett, a William Ospina y a Julio César Londoño; a Fernando Aramburu, a
Javier Cercas, a Irene Vallejo, a Orhan Pamuk, a Daniel Gascón, a Rosa Montero,
a Leila Guerriero, a Elvira Lindo, a Eliane Brum, a Gustavo Martín Garzo, a
José Ovejero, a Enrique Vila-Matas, a Manuel Vilas, a Javier Sampedro, a Martín
Caparrós, a Antonio Muñoz Molina, a Fernando Savater, a Manuel Vicent, a Juan
Gabriel Vásquez y a Mario Vargas Llosa; a Daniel Samper Pizano, a John Carlin,
a Juan Villoro y a Arturo Pérez-Reverte como me los imagino y no como se
quieran o puedan mostrar en un cara a cara hipotético y probablemente decepcionante.
Quiero seguir pensando que el de Juan José Millás es un estilo único e
irrepetible en el periodismo de opinión, entre otras razones porque su
imaginación no conoce límites:
“Los personajes de las novelas que reposan en las
estanterías se asoman a mi cuarto de trabajo a través de las grietas que el uso
ha formado en el lomo de los volúmenes. Me miran y hablan entre ellos de
dimensiones alternativas de la realidad en las que hay mesas y sillas y frascos
de medicinas, igual que en aquellas en las que transcurren sus vidas. Madame
Bovary o Raskolnikov o Gregorio Samsa me vigilan cuando escribo, cuando
enciendo un cigarrillo clandestino, cuando, desesperado, recorro la habitación
de un lado a otro, y se preguntan quién rayos soy. Me observan con la extrañeza
con la que yo los observo a ellos, aunque con la diferencia de que yo sé cómo
viajar a su mundo, pero ellos no han hallado el modo de descender al mío. Quizá
cuando me voy de casa, logren abandonar las páginas de los libros y salir al
pasillo y entrar en mi dormitorio, donde tal vez deshagan la cama y busquen la
huella de mi cuerpo entre las sábanas. Se asombrarán ante la tangibilidad de
los objetos: el termómetro, el cepillo de dientes, el monomando de acero del
lavabo. Si pudieran tirar de la cadena del retrete, sonreirían ante esa cascada
ruidosa de agua real, no un agua hecha de palabras, como aquella a la que ellos
están acostumbrados, sino de dos átomos de hidrógeno y uno de oxígeno. La
palabra agua no moja como la palabra perro, según Ferlosio, no ladra…”.
¡¿Flor de un día?!
250. Lo imprescindible de la precisión en el lenguaje: el
que afirme que Marie es un convidado de piedra en la agonía y los funerales de
su hija Eva miente. Y miente porque lo que es es un incordio, un forúnculo y
una molestia de aquellas que a duras penas se pueden soportar. Ahora comprendo
el porqué del St. del nombre del marido del divieso: pues porque St. Clare es
un santo. Yo, hermano, hace mucho que la habría matado como solemos matar
Millás y yo a la escoria y aun a los indeseables tipo su mujer: lástima que no
le pueda presentar al hijuemadre ese de Juanjo, que de seguro sí lo conoce a
usted. Pero espérese un momentico que me quedé pensando: si se asoma por las
grietas en el lomo de la novela de su demiurga que Millás tiene en la
biblioteca, tal vez lo pueda ver si está leyendo o escribiendo. ¿Que ya lo ha
visto? Debí suponerlo.
251. ¡Su atención, hermanos afganos, norcoreanos, chinos,
rusos, bielorrusos, sirios, saudíes, iraníes, sudaneses, nicaragüenses,
venezolanos, cubanos y demás prójimos que viven bajo el yugo de una tiranía o
de un gobierno que amenaza con tornarse tiránico; toda su atención que se
dirige a ustedes en particular y a través de su escudero, Nuestro Señor don
Quijote (como me enseñó a llamarlo Sergio Ramírez, escritor y víctima de los Ortega
Murillo)!: “-La libertad, Sancho, es uno de los más preciosos dones que a los
hombres dieron los cielos; con ella no pueden igualarse los tesoros que
encierra la tierra ni el mar encubre; por la libertad, así como por la honra,
se puede y debe aventurar la vida, y, por el contrario, el cautiverio es el
mayor mal que puede venir a los hombres”: más claro, imposible; tal vez el agua
de este vaso del que bebo.
Reparen ustedes, por amor de Dios, en que cuando el caballero
andante habla de “aventurar la vida” para sacudirse el cautiverio de que todos
ustedes son objeto si bien en grados distintos, los está invitándo a que se
fijen en Ucrania y los ucranios con su lucha a muerte para impedir a cualquier
precio que los gobierne un déspota igual o peor que los que ustedes hoy sufren,
y los está conminando a que sigan ese ejemplo y se emancipen. Ahora, que si los
hombres de aquellos países se cagan de miedo, pues que las mujeres se apersonen
de la lucha con el valor y la temeridad con los que hoy tantas iraníes le
plantan cara a la dictadura de los ayatolás tan tiernos.
252. ¿De verdad quiere sentirse usted vivo, putamente vivo?:
aguarde entonces a que le dé una alergia respiratoria de las que hacen
estornudar cientos, miles de veces y picar el paladar, los oídos y los ojos a
tal punto que en lo único que se piensa es en emular al rey Edipo; o a conocer
las caricias de una neuralgia del trigémino; o a que se le encarne la uña del
dedo gordo del pie que sea; o a volver en sí tras una crisis epiléptica; o a
saber de qué va un corto pero intenso ataque de pánico; o, en fin, a que se le
irrite el colon y se le abulte el vientre y no pueda cagar o atajar la diarrea.
Les hablo, huelga decirlo, de tan sólo algunas de esas experiencias que conozco
y por las que bien vale celebrar la vida.
253. “¿Me van ustedes a decir que en el cinismo más puro y
desvergonzado no se agazapa un arte, un humor muy fino que a muchos nos hace
simpatizar inconfesamente con el cínico?”: para que al rompe usted no nos censure
al inédito formulador de la pregunta ni a mí que, vergonzante, la suscribo, le
ruego que lea de Luis Mateo Díez el cuento titulado ‘Mi tío César’ y que
averigüe quién es o quién fue -por desgracia, los genios también mueren- el
colombiano Juan Carlos Guzmán Betancur. Si tras hacer ese par de tareas tan
sencillas y gratas usted sigue discrepando de mí, de los dos, acepto, aceptamos
el varapalo que sea.
254. Me perdonarán ustedes, pero llamar “arte” al rap el
reguetón y la bachata y “artista” a cualquier rapero reguetonero y bachatero,
al margen de la fama y el dinero que acumulen, constituye un insulto al más
elemental buen gusto. Por ejemplo al de un hombre capaz de decir en una de sus
canciones la siguiente hondura, que no le va a la zaga a ninguno de los aforismos
de un Nietzsche o de un Cioran, pues bien podría estar firmada por cualquiera
de los dos o por otro genio de la escritura breve: “No hay que desperdiciar una
buena ocasión de quedarse callado”. Lástima que los tales Carol G, Maluma y
Romeo Santos, imposibilitados para escuchar nada tras todo el bullicio a que
han expuesto orejas y encéfalo, no puedan poner por obra la sabiduría del
consejo.
255. Pensamiento mágico es albergar siquiera la más remota
esperanza de que en “este país desastrado y festivo, propenso siempre al
absurdo, el delirio, la insensatez, la resignación y el disparate” pueda alguna
vez convertirse en presidente de la República un Sergio Fajardo, una Gina
Parody, un Humberto de La Calle Lombana, una Cecilia López Montaño, un
Alejandro Gaviria, una María Ángela Holguín, un Antanas Mockus, una María
Carolina Barco Isakson, un Juan Camilo Restrepo Salazar o una Sandra Bogotá
Lozano. Desengañémonos de una vez por todas, estimados cófrades del centro del
espectro político: Colombia, al igual que prácticamente toda la América Latina,
detesta el sosiego de quienes con decencia hacen planteamientos y formulan
propuestas reflexivas y ponderadas.
256. Pensamiento mágico -y desiderativo- es haberse creído
el cuento -y haber intentado convencer a otros del dislate- de que Gustavo
Petro, este “ hombre de verbo irresponsable, temperamento intransigente y
tendencia a la demagogia, cuyo poco talento para la gestión está fatalmente
trastornado por la ideología”, podía devenir, como por milagro de pastor
taumaturgo de iglesia cristiana, en paladín de la democracia y la deliberación,
respetuoso del disenso y las discrepancias procedan de donde procedan, y en
defensor de la decencia y la eficacia de la función pública y de los pesos y
los contrapesos de los tres poderes: otro desaguisado de la esperanza sin
asidero de los optimistas.
257. ¿¡Somos más los buenos!, dicen los edulcorados con o
sin enciclopedia? Que lo diga Beecher Stowe, ella sí una sabia con las cifras
claras: “Pocos son los hombres que sepan utilizar humanitaria y generosamente
un poder totalmente irresponsable. Todo el mundo sabe esto, y el esclavo mejor
que nadie, por lo que éste sabe que tiene diez posibilidades de que le toque un
amo abusivo y tirano y una de que le toque uno considerado y bueno”. Lo cual,
extrapolado a la realidad de hoy, se puede leer como que los ucranios, con todo
y su mala suerte por tener de vecinos al asesino invasor y criminal de guerra
Vladimir Vladimirovich Putin y a los rusos cobardes, indiferentes o igual y
hasta más aviesos que su presidente -¿les suenan un tal Dmitri Medvédev y un
tal Cirilo de Moscú?-, pueden darse por muy bien servidos de que los presida el
gran Volodímir Zelenski y no otro carnicero en jefe al servicio del Kremlin,
que forme terna con Kadírov y Lukashenko. Piensen, para no ir muy lejos, en
Víktor Yanukóvich y díganme si pese a todo a los invadidos no se los puede
llamar afortunados. Los chechenos y los bielorrusos que detestan a sus sátrapas
entonarían un sí rotundo.
258. Profesor, una pregunta -intervino Sandra Bogotá, no una
estudiante sino una estudiosa-: ¿qué define a los ateos con argumentos frente a
los escépticos con argumentos? La miré embelesado, y sus ojos garzos me
devolvieron la sonrisa.
Fui hasta mi biblioteca, ubiqué la W y extraje del anaquel
‘El sentido de la existencia humana’. Torné al escritorio, busqué la página y
les leí:
“La humanidad, defiendo, surgió por su cuenta a partir de
una serie acumulada de acontecimientos durante la evolución. No estamos predestinados
a alcanzar ninguna meta, ni tampoco podemos responsabilizarnos de cualquier
poder que no sea el nuestro. Sólo la sabiduría radicada en nosotros mismos, y
no la piedad, nos salvará. No habrá ninguna redención ni tampoco se nos
concederá una segunda oportunidad desde los cielos. Éste es el único planeta
que tenemos para vivir; y éste es el único enigma que debemos descifrar. […] La
existencia humana quizás sea más sencilla de lo que pensábamos. No estamos
predestinados a nada, y la vida no es un misterio indescifrable. Los demonios y
los dioses no luchan por nuestra lealtad. En vez de ello, somos artífices de
nuestro éxito, independientes, frágiles y estamos solos; somos una especie
biológica que se ha amoldado a un mundo biológico.”
Cogí el primer trozo de papel que encontré, y garrapateé a
manera de dedicatoria:
Ojos garzos ha la niña:
¡quién se los namoraría!
Son tan bellos y tan vivos
Que a todos tienen cativos,
Mas muéstralos tan esquivos
Que roban el alegría…
Introduje el papel en la página de la cita que les leí, fui
hasta su pupitre y, tratando de disimular la tembladera, se lo ofrecí. Se le
iluminó el rostro… y a mí la vida.
259. Este man -el tal Mateo- sí lo tenía claro: “¿No
comprendéis que todo lo que entra en la boca pasa al vientre y luego se echa al
excusado? En cambio lo que sale de la boca viene de dentro del corazón, y eso
es lo que contamina al hombre”. Y ni qué decir Nuestro Señor don Quijote, que
nos regaló esta perla: “…que de la abundancia del corazón habla la lengua”.
¿Qué lengua?, se estarán preguntando ustedes. ¡Lengua no:
lenguas! Las de dos mamertos reputados -claro: mucho más ella que él-, de esos
que se erigen en paladines de los y las nadies, que pontifican su buenismo aquí
y allá y viven de eso: de la performance. Pero como el temperamento le gana a
la ideología y los sentimientos genuinos a los apócrifos e impostados, pues
sale un tal Wilson Sáenz y le grita “negro hijueputa” a uno de los
afrocolombianos que, incautos, se sienten representados por ellos, y sale una
tal Clara López Obregón y llama “sirvienta” a quien oficiaba de niñera en casa
de una hogaño correligionaria caída en desgracia.
¿Consecuencias? Salvo la algazara que aquí nunca falta, nada
en absoluto aparte de la indulgencia de la prensa y el pueblo que no se entera,
porque ¿quién está exento de que se le chispotee y se le salga por la boca la
abundancia del corazón? Pero ya me imagino lo que sucedería en la Colombia
maniquea si Jerónimo o Tomás Uribe o cualquier uribista purasangre llamara
“negro hijueputa” o “sirvienta” a un “humilde” policía y a una “humilde” niñera.
Lo mínimo que les dirían es racistas y clasistas, que es lo que en sus adentros
son -y para siempre serán en los afueras de YouTube- los que infirieron los
insultos.
260. Y ya que estamos… Permítanme que utilice y que les hable
de dos palabros de moda, de esos con que los biempensantes se llenan la boca:
narrativa y revictimizar, que procedo a poner en contexto sirviéndome de ese
faro ideológico de las izquierdas del mundo llamado Luiz Inácio Lula da Silva.
Trastornado tal vez por su dipsomanía, por el ayuno
prolongado de poder o por los meses de cárcel aunque sin duda por su ceguera
ideológica, el por tercera vez presidente de Brasil, que ve fascismo y
fascistas en los estadios de España y Europa en los que los Wilson Sáenz -los
imbéciles e inadaptados- que nunca faltan les gritan insultos racistas a los
futbolistas negros del rival y hasta a los propios cuando juegan mal pero no
los ve donde sí los hay, o sea en el Kremlin y en la Rusia imperialista
presididos por Putin y sus carniceros, piensa y siente y alega que ni en
Ucrania se perpetra una invasión (sino una guerra entre hermanos maquinada por
la Casa Blanca y la OTAN), ni en Venezuela existe una dictadura que dura ya más
de dos décadas. “Narrativa” llama el muy sinvergüenza, el muy hijueputa, a una
realidad y a la otra y a sabiendas de que con su cinismo y cara dura
“revictimiza” a los millones de ucranios y de venezolanos hoy en el exilio, cuando
no en las cárceles y las mazmorras en las que esas dos tiranías encierran,
torturan y desaparecen a tantas de sus víctimas.
261. Qué cuentos (“narrativas” dirían Lula y granujas
afines) de activistas: lo que son Masih Alinejad y los miles de mujeres iraníes
que se juegan la vida rebelándose a cara descubierta en contra del -ese sí,
amigas occidentales- patriarcado misógino y cavernario de su país es heroínas.
Y no de las de relumbrón que van por las calles infinitamente más seguras que
las persas de sus democracias gritando “nos están matando”, sino de a las que
en efecto mata y tortura y viola la dictadura de los ayatolás, que además
facultan a los padres y hermanos y maridos iraníes para que les desgracien la
vida a sus hijas y hermanas y esposas como les venga en gana.
Les propongo a mis amigas ultrafeministas de Occidente -en
el Oriente más tenebroso por culpa, entre otras barbaries, de las peores
versiones del islam (que también lo hay pacífico y apacible) ningún feminismo
será nunca suficiente- tres cosas: que entiendan que la maldad no es
exclusivamente masculina, que -en consecuencia- llamen a las cosas por su
nombre y no gradúen de misógino y feminicida a muchos que a todas luces no lo
son y que demuestren el amor por sus congéneres de veras sometidas y
esclavizadas dejando de mirarse el ombligo y viajando conmigo, “en primera
línea”, a Afganistán y a Irán para que juntos combatamos, con las suicidas
valientes de esos dos países, a los fanáticos criminales que las tiranizan.
Tengo las maletas en la puerta.
262. Cuando los hechos son tozudos no vale la pena negarlos:
soy un machista manso, y me hago cargo. Lo ratifiqué por enésima vez hace un
par de horas cuando, pastoreando un insomnio garciamarquiano, me di a la tarea
de repasar los sentimientos que les profeso a todos mis columnistas de opinión y,
para empezar, a cuatro autores que ando leyendo. Los dividí en tres grupos: a
los que admiro y respeto cáiganme muy gordos, gordos, a duras penas simpáticos
o simpáticos (el ciento por ciento), a los que estimo igual o aun más que a mis
amigos de carne y hueso (mujeres, hombres) y a los que quiero con un amor
inexplicable por la ausencia de materialidad y porque lo siento acá, en los
adentros (seis mujeres y ¿ningún hombre?). Estimo, en algunos casos con las
entrañas, a Juan Esteban Constaín, a don Juan Gossaín, a Thierry Ways y a Peter
Singer; a Héctor Abad Faciolince, a Piedad Bonnett, a Carlos Granés, a Mauricio
García Villegas y a Felipe Zuleta Lleras; a Fernando Aramburu, a Javier Cercas,
a Leila Guerriero, a Elvira Lindo, a María Elvira Roca Barea, a Adela Cortina,
a Eliane Brum, a Gustavo Martín Garzo, a Enrique Krauze, a Eduardo Lago, a
Manuel Vilas, a Javier Sampedro, a Martín Caparrós, a Manuel Vicent, a Juan
José Millás, a Álex Grijelmo y a Juan Gabriel Vásquez; a Daniel Coronell, a
Daniel Samper Pizano y a Daniel Samper Ospina; a John Carlin, a Juan Villoro y
a Arturo Pérez-Reverte; a Luis Mateo Díez, a Julio Ramón Ribeyro y a E. O.
Wilson. Y quiero, reitero que con manso machismo, a -el orden nada indica:
tampoco el anterior- Lucia Berlin, Rosa Montero, Irene Vallejo, Harriet Beecher
Stowe y Tola y Maruja. (Un día de éstos les hablo -claro que si no me da por
suicidarme antes-, y por extenso, de otros amores de mi enciclopedia.)
263. Seremos amigos usted y yo -qué digo amigos: carnales,
parceros-, pero no como para creer que se sentó a escribir esta lucidez
expresamente en respuesta a mi desahogo número 255:
“El error es pensar que la gente es lógica. En las cosas
importantes de la vida, como el amor, no lo es. Tampoco en la política,
particularmente a la hora de votar, circunstancia en la que la emoción compite
con los hechos, y la emoción suele ganar. Pienso en el éxito del populismo. […]
Entonces, ¿por qué la fe vence a la lógica? ¿Por qué los hechos cuentan tan
poco en las decisiones políticas que tanta gente toma? ¿Por qué tantos seres
supuestamente pensantes se identifican con semejantes tiranos o payasos o
charlatanes? Porque pertenecer a un equipo es lo importante. Porque ven en el
líder una figura paternal que les ofrece esperanza y protección en un mundo
confuso y hostil, un general vengador que comparte los mismos enemigos y los
mismos odios y los mismos resentimientos que ellos. Porque formar parte del
equipo del gran papá les da una sensación de relevancia y de identidad que les
permite olvidar la terrible verdad de que no son -no somos- más que un grano de
polvo en el infinito cosmos. Esto es lo que ofrece el populismo, que no es
poco. Con la posible excepción de la vida eterna, es lo mismo que ofrecen, a
cambio de fe, las grandes religiones: un pack irresistible de pertenencia,
esperanza, refugio y orden en el caos. La lección está clara: el aspirante a
liderazgo político que se atiene a los hechos terrenales compite en elecciones
con la misma desventaja que un corredor con el tobillo roto en un maratón”.
Vamos a suponer, hermano, que usted es un colombiano
enterado que sabe quiénes son los vernáculos Santiago Gamboa, Julio César
Londoño y William Ospina. ¿Me va a decir que no se trata de gente lógica? ¿De
gente que con creces conoce los “hechos terrenales? ¿De gente no “supuestamente
pensante” sino pensante y punto? ¿Y entonces? ¿Por qué ellos y tantos otros
igual de capaces o hasta más se suman a uno o al otro populismo, aunque con
preferencia al de izquierdas: petrista, kirchnerista, morenista, podemista, lo
mismo da? ¿O qué tal los bandazos entre el centro y la extrema derecha de Vargas
Llosa? ¿No es ese sí el colmo de los tumbos que la política les hace dar, y en
cualquier época, aun a los encéfalos más preclaros entre los esclarecidos? De
modo hermano que ni para qué nos desgastamos.
264. Opina el filósofo: “Lo humano es utilizar las cosas y
seres naturales como parte lúdica o trágica de un tablero simbólico en el que
se desenvuelve nuestro destino. Ponemos intención expresiva en el opaco reto de
lo que nada explícito formula, pero todo puede significarlo para nosotros:
montañas, simas, océanos, bestias, planetas lejanos, cataclismos, agujeros
negros… La mente humana se ejercita coloreando agujeros negros. Y dando voz
tierna o amenazadora a lo que no habla…”. Replica el científico: “El
naturalista es un ser afortunado por poder olvidarse a menudo de su propia
identidad. Prestamos atención con tanta intensidad a lo que trisca, vuela,
repta, canta, que abandonamos al maldito y famoso yo, es decir, necesitamos
poca terapia psicológica”. Yo me quedo con la amplitud de miras de los capaces
de abandonar, ya que no definitivamente al menos a trechos, el de todo punto
cacofónico y nocivo antropocentrismo.
265. Se me acaba de ocurrir que uno de los usos benéficos de
la dichosa inteligencia artificial podría ser la creación de una interfaz
intangible y ubicua que, aplicada al feto ya formado o al recién nacido, delate
a los futuros Vladimires Putin, Simones Legree y a sus remedos, escoria de que
la especie podría deshacerse sin más. La clandestinidad del método (se trata de
que las ONG no intercedan en favor del sagrado derecho a existir que nos asiste
a todos, todas y todes) garantizaría la reducción significativa y de un solo
tacazo de la maldad y la sobrepoblación, azotes del planeta Tierra.
266. ¡Su atención, hermanos afganos, norcoreanos, chinos,
rusos, bielorrusos, sirios, saudíes, iraníes, sudaneses, nicaragüenses,
venezolanos, cubanos y demás prójimos que viven bajo el yugo de una tiranía o
de un gobierno que amenaza con tornarse tiránico; toda su atención que se
dirige a ustedes en particular y a través de su voz narrativa una inmortal
entre los inmortales!:
“…--¡Palabra eléctrica! ¿Qué tendrá? ¿Es más que un nombre o
un recurso retórico? ¿Por qué, hombres y mujeres de” Afganistán, Corea del
Norte, China, Rusia, Bielorrusia, Siria, Arabia Saudita, Irán, Sudán,
Nicaragua, Venezuela, Cuba…, “se os estremece la sangre en el corazón al oír
esta palabra, por la que” habrían debido dar “vuestros padres su sangre y
vuestras madres” tendrían que haber estado dispuestas “a perder a los más
nobles y mejores de los suyos? ¿Tiene algo de glorioso y querido para una nación
que no lo sea también para el hombre? ¿Qué es la libertad de una nación sino la
libertad de los individuos que viven en ella? […] ¿Qué es la libertad para
George Harris? Para vuestros padres, la libertad” habría debido ser “el derecho
de una nación a ser nación. Para él, es el derecho de un hombre a ser hombre, y
no bestia; el derecho a llamar esposa a su esposa y protegerla de la violencia
sin ley; el derecho a proteger y educar a su hijo; el derecho a tener casa
propia, religión propia, personalidad propia y no supeditada a la voluntad de
otro.”
Quedan, pues, notificados: si cada uno de ustedes o siquiera
la mayoría no se sobrepone a la mezcla letal de miedo y cobardía que los
maniata y no saca de dentro al George Harris, a la Harriet Beecher Stowe o al valiente
suicida del nombre que sea, jamás esperen que otros, que viven al margen de sus
sufrimientos y absortos en los propios, den por ustedes la vida y los liberen.
¿Acaso no recuerdan la soledad de aquella minoría de hongkoneses que, inermes
ante la indolencia del mundo y -peor aún- de una mayoría cobarde o indiferente
de sus connacionales, quisieron plantarle cara a la tiranía pseudocomunista
china? ¿Acaso no están viendo la indiferencia del mundo en general y del
femenino en particular frente a la lucha valerosa y temeraria que libran miles
de mujeres iraníes en contra de la teocracia de los ayatolás? Piensen en que si
ya se mueren con sus hijos y familias de hambre y miedo y desesperanza, ¿qué
más da morir del todo, pero peleando? Y que conste que se lo dice un ciego físico
al que, si Zelenski le procura un buen guía, está dispuesto a ir al frente y a
morir por la causa; eso sí, antes de que la causa se degrade.
¿Se ríen los cínicos del mundo de este rapto mío de
ingenuidad? Y yo con ellos… sólo que con pesadumbre.
267. Extenuado, cerré el libro y lo arrojé lejos, con rabia.
¿Iba a ser o no capaz de leerlo completo, de pasar del capítulo 38 tan
exasperante por culpa del untuoso discurso cristiano del tío Tom? ¿Por qué de
una maldita vez la autora no se decantaba por la furia y la resolución de Cassy
y la secundaba en su intención de matar al bellaco e intentar huir, sola o
acompañada? ¿A qué jugaba y con qué cartas: a soliviantar el maldito servilismo
de los esclavos o a postrarlos del todo a base de resignación bíblica? ¿En
dónde y de parte de quién estaba ella, la novelista de carne y hueso: como Dios
en ninguna parte y a la vez en todas, prometiendo y jamás cumpliendo o, en su
defecto, entre los escasísimos Lope de Aguirre ucranios y de cualquier parte y
a favor de su irreductibilidad? Inspiré profundo y, tanteando, busqué el
mamotreto por donde sospeché que había caído. Si quería enterarme, no me
quedaba otro recurso que seguir leyendo.
268. ¿Que nada tema el que nada deba, intenta tranquilizar
uno de los muy pocos proverbios que yerran de cabo a rabo? Pregúntenle al
Anthony Broadwater que a diario, ora en Estados Unidos ora en Francia -para no
hablar de nuestras democracias en perpetuo estado de fragilidad-, abandonan la
cárcel tras años de gritar su inocencia y de exigir que se le presenten las
pruebas inexistentes con que lo condenaron. La verdad es que hay que tener mucha
cara dura y pésima mala leche para seguir vivo tras descubrir que, bien como
denunciante o testigo, bien como fiscal o juez o lo que sea, se participó en
una de las peores injusticias en que se pueda pensar.
269. La fórmula es muy sencilla: no es sino que donde dice
España pongan Colombia… ¿y listo?:
“…Si repasan las hemerotecas, verán que unos pocos
periodistas y escritores contaron en sus páginas y artículos lo que pasaba e
iba a pasar. Hicieron de Laocoontes y Casandras, labor ingrata que nunca sirve
para prevenir nada -la gente adora los Titanic aunque se incline la cubierta,
sobre todo si oye tocar a la orquesta-, pero sí para ganarse innumerables
enemigos. Sin embargo, muchas de aquellas sombrías predicciones se han
cumplido. No porque quienes las hacían fueran genios de la anticipación, sino
porque era evidente que iba a ocurrir así, y no de otra forma. Y ahora, para
justificar su infame gestión, para eludir la responsabilidad, para ponerse de
perfil ante la contaminación, desprestigio o demolición de las instituciones y
estructuras que hacen posible un Estado, la sucia clase política, liberada al
fin de la necesidad elemental de guardar una mínima compostura, nos aturde con
un populismo y una demagogia que insultan la inteligencia, desentierran
fantasmas olvidados y los agitan sin pudor, olvidando -o ignorando, iletrados
como son- que todo eso ya ocurrió muchas veces en nuestra historia y nos llevó
a lugares oscuros. A navajeo entre vecinos y hermanos. A bien nutridas fosas
comunes.
Rencor, es la palabra. En España, por razones históricas,
sociales, culturales, no hace falta demasiado estímulo para resucitar, o
utilizar, el viejo e indestructible rencor nacional: el nosotros o ellos,
conmigo o contra mí. El no reconocer una virtud en el bando adversario ni un
defecto en el propio. Y ese rencor, manipulado por quienes en su limitación
intelectual, cobardía o vileza no disponen de otras herramientas, infecta las
redes sociales, el periodismo, la vida. Y un público cada vez menos dispuesto a
identificar la manipulación y la mentira compra gozoso, sin cuestionarlo, el
dudoso producto que esa chusma pregona como si se tratara de crecepelo, recetas
milagrosas o muñecas de tómbola”.
No, de listo nada porque si bien es cierto que en lo
fundamental parece que nos parecemos, cuando se miran los detalles con
detenimiento empiezan a aflorar las diferencias. ¿Comparar a los insustanciales
y por contera demasiado locuaces Pedro Sánchez y Alberto Núñez Feijóo con los
del todo impresentables Gustavo Petro y Paloma Valencia o María Fernanda Cabal,
al PSOE con el Pacto Histórico, al PP con el uribismo de los falsos positivos,
las fragilidades de la democracia española con las serísimas dolencias de la
nuestra perpetuamente bajo amenaza?: ¡gran despropósito! Ahora: ¿de dónde
diablos sacamos los colombianos la ponderación elegante y demás virtudes
personales e intelectuales de un Felipe VI, el listón insuperable que
constituyen para cualquier político respetable los conocimientos y la lucidez
discursiva de una Cayetana Álvarez de Toledo? Y yo, ninfulómano irredimible,
¿en dónde voy a dar con la suma belleza -¿lo es?- y la suma inteligencia -¡lo
es!- de aquesta infanta tan inalcanzable como la de Wilde, Leonor de Borbón y
Ortiz?
270. Que me perdone la gran Harriet Beecher Stowe, pero el
capítulo XL de su novela-panfleto-evangelio es francamente deplorable. Si ya
resultaba bastante inverosímil lo de Cassy y su protegida en la buhardilla, con
perros cazadores de esclavos a los que de repente se les fundió el olfato, el
súbito arrepentimiento del par de negros malparidos que acaban de triturar a
palos a Tom, que dizque los perdona, se pasa de tierno a ridículo e
insoportable. Menos mal que semejantes melifluidades no figuran en los primeros
capítulos, y que es tanto lo que ya le debo a su mamotreto que renegar de él y
abandonarlo no se contempla.
271. ¿¡Somos más los buenos!, machacan los edulcorados con o
sin enciclopedia? Que lo ratifique Beecher Stowe, ella sí una novelista que
sabe que los Tom y los St. Clare, los Claver y los Castalión son, a diferencia
de los Simon Legree y las Maries, los Putin y las Rosarios Murillo, rarezas de
la naturaleza, por lo demás tan demasiado pródiga en la forja de espíritus
cobardes o indiferentes que ninguna falta hace aclarar a qué intereses sirven: “…Estos
ejemplos nos libran de desesperar absolutamente de nuestros semejantes. Pero,
pregunta a cualquier persona que conozca el mundo si tales personajes son
corrientes en algún lugar”.
Yo, que lo conozco gracias, entre otros tesoros, a la
literatura y la DW, doy fe de que en el único lugar sobre la Tierra en los que
abundan los mejores sentimientos a que se pueda aspirar -lealtad, generosidad,
compasión y absoluto desprendimiento- se llaman perreras.
272. Leí este apartado de su correo, viejo Mo, y le cuento
que me di a la tarea de concretar a lo largo de un día -de un viernes de farra,
para ser más preciso- las cosas que haría si el sistema límbico no me
funcionara tan bien -o tan mal, según se mire- como de ordinario me funciona: “¡Qué
de cosas haría uno de buena gana, sin entusiasmo, claro está, pero de buena
gana, y sin ninguna razón aparente para no hacerlas, y sin embargo no las hace!
¿Habrá que poner en duda la libertad humana? Es una cuestión que debe someterse
a examen”.
Esta es mi lista: le diría a mi vecino de enfrente, al
maricón, lo pesado y ridículo que resulta con su megalomanía de octogenario y
le diría que daría lo que tengo para no tener que oírle cada vez que me lo
encuentro las mismas historias y anécdotas que me viene contando, y con mal
aliento, desde que nos conocimos. Se lo pediría por enésima vez, pero ahora de
viva voz, a cada una de las seis o siete primas con que me vengo acostando en
mis fantasías más íntimas desde la pubertad. Le cogería el culo a M, aunque
cuidándome muy mucho de que L no se diera cuenta. Buscaría a un par de
profesoras demasiado pagadas de sí que tuve en la Javeriana y les diría que ni
fundiéndolas para hacer de las dos una, obtendría una Luz Mary Giraldo, de
lejos la mejor catedrática de literatura que me deparó Fortuna. Irrumpiría, con
un bate de béisbol en la mano derecha y mi bastón de ciego en la izquierda, en
el apartamento del cabrón que tiene por costumbre llegar a la madrugada a
seguir la fiesta con bachata, reguetón, la peor música de cantina y vallenato
llorón, el muy guiso. Les arrebataría el celular a los cuatro o cinco
enajenados que en el TransMilenio me atormentan con sus videos y los megáfonos
a los vendedores y músicos que aturden voceando sus chucherías o rapeando sus amarguras.
Quebraría, en fin, a tantos y a tantas que excedería en desperdicio de munición
a los matarifes de Putin.
273. Leo semanalmente, mal contados, a entre cuarenta y
cincuenta columnistas de opinión en varios periódicos y revistas, pero sólo con
uno me ocurre que sé de sobra si escribió el artículo de esa quincena con el
rigor inteligente con que escribe su ficción -‘Prohibido prohibir’-, si (casi
podría jurar que) lo delegó en manos mercenarias e inhábiles -‘”No le quiten el
cuerpo a la jeringa”’- o si sí lo escribió él, sólo que de una sentada o en
cualquier caso sin releerlo y corregirlo a fondo, que es lo mínimo que el
lector avisado y exigente espera de absolutamente cualquier cosa que firme
alguien de su importancia y estatura intelectual -‘Azorín cumple 150 años’-. Y
tanto más si se toma en serio esta queja suya -a la sombra de un elogio- del
domingo pasado, 18 de junio de 2023:
“Es posible que nadie lea a Azorín en estos días, en el que
el periodismo es dejadez, fraseología sin contenido, la obligación de escribir
que persigue a los hombres de oficio y los lleva a menudo a decir frases sin
sentido. Qué diferencia con Azorín, siempre tan exacto y preciso en su
expresión, en la que no hay vacilación ni superficialidad, frases que parecen
haber sido refinadas hasta la última desnudez. Y, sin embargo, él escribía cada
día y nunca se repetía, pues encontraba siempre la manera de señalar algo que
los demás no habían visto, lo que da a sus crónicas ese aire de verdad
profunda, como si la sostuvieran montañas de erudición.
Fue un solitario y, aunque aceptaba formar parte de una
generación, su estado de ánimo era siempre la soledad, esa descripción de la
España profunda en la que todo se vuelve quietud, tiempo congelado, y en la que
las cosas aparentemente menos importantes se vuelve perennes y quedan
petrificadas, a salvo de la decadencia. Por eso hay que leer a Azorín…” y recordarle
al gran Mario Vargas Llosa que el ejemplo entra por casa.
¿Ah, que son tres o cuatro anacolutos los únicos defectos de
la cita? Eso para empezar y sólo en cuanto a la forma. Porque si se mira el
fondo, que me da por comparar con ‘Los vientos’, un cuento de reciente
publicación que con asombro le leí al Nobel en Letras Libres, pues éste claro
que sale mal librado por cuenta de la demasiada prisa con que escribió -y muy a
menudo escribe- su PIEDRA DE TOQUE.
274. Justo en ésas andamos, maestro: “No consientas que toda
tu naturaleza sea destruida a la vez; por el contrario, ya que te tocó en
suerte un cuerpo mortal, intenta dejar el recuerdo inmortal de tu espíritu”.
275. A que no adivinan quién dijo esto, y de dónde:
“Nuestros conflictos son una forma de la eternidad. El gobierno apuesta a que
se resuelvan a través del desgaste y el olvido. Las declaraciones sustituyen a
la gestión y las negociaciones llevan a pactos para que todo siga igual. Un
país sumido en el marasmo”.
¿Héctor Abad Faciolince, de Colombia? ¿Roberto Merino, de
Chile? ¿Moisés Naím, de la Venezuela tiranizada? ¿Óscar Martínez, de El
Salvador? ¿José Rubén Zamora, de Guatemala? ¿Igor Padilla, de Honduras? ¿Carlos
Fernando Chamorro, de la Nicaragua tiranizada? ¿Eliane Brum, de Brasil?
¿Humberto Coronel, de Paraguay? ¿Mario Vargas Llosa, de Perú? ¿Daphne Caruana
Galizia, de Panamá? ¿Gregorio Magno Pontífice Camargo, de Argentina? ¿Yoani
Sánchez, de la Cuba tiranizada? ¿Carlos Valverde, de Bolivia? ¿Emilio Palacio,
de Ecuador? ¿Juan Villoro, de México?... A Uruguay y a Costa Rica me los dejan,
de momento, por fuera de la recocha bananera que en esencia es la política
latinoamericana.
276. ¿Es o se siente usted muy joven y fuerte, al punto de
la invulnerabilidad? Peor aún: ¿presume de aquello ante otros igual de
vigorosos y también ante los de evidente salud menoscabada? Haga el favor entonces
de leer y registrar para siempre en la memoria la prosa apátrida 43 y en lo
posible prométase, a manera de concesión al pensamiento mágico que, en
adelante, no vuelve a retar a Fortuna con sus alardes.
277. A veces pienso que si no gastara gran parte de mi
tiempo leyendo y una mucho más modesta escribiendo, me dedicaría a hacer
experimentos sociales con alguna encuestadora seria y, como yo, curiosa. Por
ejemplo: preguntarle a un nutrido número de personas de todas las clases
sociales, edades y ámbitos, si creen que los ciegos totales tienen alguna
ventaja “tangible” frente a los videntes. Formulada la pregunta y surtida la
respuesta, tanto a los que encontraron una o varias como a los que respondieron
taxativamente que ninguna, se les lee o se les da a leer la prosa apátrida 45
para saber si algo nuevo tienen que decir.
No se imaginan lo que me gustaría echar a andar éste en
particular. También otros de los que luego les hablo.
278. Empecé a dudar muy mucho de las capacidades de
percepción del ojo humano una mañana remota en que, sentado en la cafetería del
Colombo Americano antes de que diera comienzo la primera clase del día, una
mujer me preguntó si podíamos compartir la mesa. No recuerdo si leía en braille
o si sólo me dejaba estar; lo que en cambio recuerdo con absoluta nitidez es
que de pronto ella me dijo que me había estado observando durante algunos
minutos y que no se había aguantado las ganas de acercarse para decirme que
estaba maravillada con la expresión de paz y tranquilidad que proyectaba mi
rostro. “¿Paz y tranquilidad? -me dije con asombro en tanto le sonreía y la
felicitaba por su arrojo-. ¡Pero si lo único que deseo es morirme ya, aquí
mismo!
Después de aquello, parecía inevitable que en mi calidad de
ciego congénito me sintiera en ventaja en este sentido con respecto a los que
veían, pues me precio de identificar en los muy cercanos y entrañables e
incluso en personas con las que a duras penas me relaciono, agobios del ánimo y
aspectos del carácter que para otros pasan por lo general inadvertidos. Sin
embargo, el día en que me enteré del serísimo intento de suicidio en que
fracasó mi a la sazón amigo E. K., a quien tenía por el ser más centrado y
estoico y él sí tranquilo y contento de existir, aquel flanco de mi orgullo
recibió un batacazo del que jamás se va a recuperar completamente.
279. Por una de esas cosas que uno no se explica, me ocurre
que siento un gran aprecio por los indigentes, o sea por los que cuando yo era
apenas un niño los adultos llamaban gamines: con franco desprecio los sujetos y
con conmiseración impotente las personas. (Me hice adolescente y, asqueado, padecí
que se los llamara, con toda naturalidad, desechables; hoy, empalagado por el
pésimo gusto del peor buenismo, siento que se me alborota una otitis ya
superada cada que oigo la extravagancia esa de “personas en situación de calle”.)
Como mi afecto por ellos no ha hecho sino fortalecerse, me impuse dar con las
razones que justificaran el afianzamiento. Son dos.
Por un lado, mi “amistad” con Eduardo, La Guajira y Puchis,
tres seres humanos extraordinarios a los que nada -ni el hambre ni la
intemperie ni el desprecio con o sin violencia de los hindeseables, ni la
indiferencia de los prescindibles o el mutismo del dios en el que
inexplicablemente los tres creían-, absolutamente nada pudo deshumanizarlos.
Por otro, mi amistad fictiva e igual de perdurable con Molloy, con Willy G.
Christmas y con Andrés Tangen, ante todo y sobre todo con Andrés Tangen.
280. ¿¡Somos más los buenos -por caritativos-!, machacan los edulcorados con o sin enciclopedia? A ver si les quedan ganas de seguirse haciendo eco de semejante falsedad después de leer un portento decimonónico titulado Hambre. (De lo que en cambio les van a quedar ganas, los prevengo, es de apurar hasta la última página escrita por este noruego cuya estatura es sólo comparable a la del gran Karl Ove Knausgard. ¿Les suena?).
No hay comentarios:
Publicar un comentario