sábado, 7 de enero de 2023

Simplemente, me mamé (ampliado y corregido)

Me mamé de oír que los niños y los adolescentes de esta época son más despiertos e inteligentes que todos los que los precedieron simplemente porque juegan con sus ‘smartphones’ y pantallas desde que dejan de gatear y comienzan a caminar. Sería como decir que los de la mía lo éramos porque sabíamos desenredarle la cinta a un caset que se nos trabó dentro de la grabadora o el equipo de sonido, o porque jugábamos marcianitos o maquinitas como tahúres de casino. Francamente, qué concepto tan pobre el que se tiene de la inteligencia.


Me mamé de tantos clichés que se repiten sin la menor reflexión en todas partes, como ese de que “no hay como el amor de la madre”. ¿De cuál madre, me pregunto? Porque si es de la mía (tan prodigiosa como muchas más que conozco) de la que se habla, tienen razón. Pero otra cosa muy distinta dirían los niños maltratados por sus madres o los adultos que lo fueron por las suyas tal vez a diario, y de las peores formas: indiferencia, parcialidad, insultos; humillaciones delante de familiares o amigos o de quien sea; golpes propinados con la mano, con el cable de la plancha o con cualquier objeto contundente que se atraviese, simplemente porque así son los desarreglos hormonales o porque el marido no llegó a dormir anoche a la casa. Pero como las mujeres siempre son víctimas y jamás victimarias, esto tan grave o no se tiene en cuenta en absoluto, o se desdeña como algo menor. Bueno sería abrir los micrófonos y encender las cámaras y permitir que todos los que tengan algo que denunciar en este sentido lo puedan hacer, desde luego que también en los foros de opinión de los periódicos. Ah, y en los parvularios, las escuelas, los colegios, las universidades, las iglesias, las oficinas, los parques, la calle y las redes sociales, para ver si el asunto importantísimo de la violencia doméstica cobra por fin siquiera un poco de objetividad y equidistancia. (Tengo una idea: y si mientras aquello ocurre, ¿qué tal si leen ‘Silencio’ de la insuperable Lucia Berlin, intentan hablar con Zoilamérica Ortega sobre Rosario -alias Jezabel- Murillo y averiguan la historia familiar de Stephen Sondheim?).


Me mamé de oír repetir a los universitarios, que no leen periódicos ni se informan a través de la radio o la televisión, ocupados como están en la rumba y los videojuegos y las redes sociales, lo que oyen de sus profesores en clase -cuando los oyen-, una perogrullada: que los medios de comunicación tienen intereses políticos y económicos y por tanto no son dignos de total confianza. Como quien dice, yo no leo prensa ni oigo las noticias en la radio o veo los noticieros no por pereza y desinterés (las verdaderas razones por que no lo hacen) sino para evitar que me manipulen. Como si quedarse con lo que equis o ye profesor o mi mamá o mi papá o mi tío opinan, también con sesgo, fuera la solución para la tontería esa de las ‘fake news’, que tienen hoy por hoy al mundo entero en vilo y escandalizado. Un mundo que simplemente no entiende que ni eso ni nada -avieso, mediocre o loable- que provenga del caletre humano es nuevo. Nada.


Simplemente, me mamé de los leedores pretenciosos que creen que lo que ellos han leído o están leyendo es lo que hay que leer porque, de lo contrario, el receptor de su cháchara es un pobre ignorante. Ignorantes ellos que no alcanzan a mensurar las dimensiones oceánicas de la buena literatura, que ni en las siete supuestas vidas del gato conseguiría abarcar el más capaz y disciplinado de los bibliófilos.


Simplemente, me mamé de los ‘cortarse el cabello’ o ‘lavarse el cabello’ o ‘peinarse el cabello’; de los ‘iniciar’, de los ‘finalizar’; de los ‘enfocarse en’, de los ‘perder el foco’; de los ‘el presunto asesino’ o ‘la presunta víctima’ o ‘la presunta madre que me parió’; de los ‘escuchar llover’ o ‘escuchar ruidos’ o ‘¿Aló? ¿No me escuchas?’; de los ‘al interior de’, de los ‘junto a (en el lugar de la sencilla y práctica preposición con)’; de los ‘hablan desde la emoción’ o ‘lo digo desde la sinceridad’ o ‘lo escribimos desde el afecto’; de los ‘hacer pedagogía’ y ‘hacer historia’; de los ‘problemática’, de los ‘histórico’, de los ‘adicionalmente’; de los ‘crecer’ o ‘decrecer’ y demás verbos intransitivos que incluso escritores solventes andan convirtiendo a la brava en transitivos; de los ‘ente acusador’ o ‘ente investigador’; de los ‘lesionado (en el lugar de quemado o herido)’; de los ‘queísmos’, de los ‘dequeísmos’; de los ‘señores de las FARC’ o ‘señores del paramilitarismo’; de los ‘las cientos de víctimas’, de los ‘las miles de denuncias’, de los ‘las millones de historias’; de los ‘a todos y a todas’, de los ‘personas en situación de calle’ o ‘personas en situación de discapacidad’; de los ‘afrocolombiano’ o ‘afroamericano’ o ‘afrowhatever’; de los ‘doctor Iván’, de los ‘señora Clara’; de los ‘decirles que…’ o ‘expresar que…’ o ‘darles la bienvenida a…’; de los ‘sensibilizar’, de los ‘acompañamiento’, de los ‘socializar’; de los ‘Países Bajos / neerlandeses’ en el lugar de ‘Holanda / holandeses’; de los ‘tener sexo (en el lugar de los inmejorables culiar o pichar)’; de los ‘en el treceavo piso’ o ‘en el veinteavo festival’ o en el ‘cincuentaavo aniversario’; de los ‘comunidad LGBTI’ o ‘comunidad discapacitada’ o ‘comunidad académica’; de los ‘nosotros como gobierno’ o ‘como banco’ o ‘como iglesia pensamos que…’ y demás sandeces y melifluidades de académicos, políticos, periodistas, abogados y ciudadanos de toda índole aunque por fortuna no todavía -que yo sepa al menos- de abuelos y campesinos. O eso quiero creer.


Me mamé de oír que dizque los ciegos vemos con los ojos del alma: ¡pero por Dios! Si todavía desconocemos qué es el alma o si tal embeleco existe, ¿con cuáles ojos de cuál alma vamos a ver los que no vemos? Una cosa sí les aseguro: los ciegos de la secta sabatiana -una inmensísima minoría-, que me honro de presidir no ya en América Latina simplemente sino en el universo mundo, miran hondo muy hondo pero no gracias al alma; gracias a Su Majestad la Inteligencia.


Me mamé de que cristianos y testigos de Jehová se atrevan, los muy cabrones, incluso a despertarme en el TransMilenio para preguntarme siempre lo mismo y con las mismas palabras babosas: “¿Usted sí sabe que Dios le puede devolver la vista?”. Y yo, entre las brumas del sueño: “¿Quién?, ¿qué?”. Y ellos, subiendo el volumen, pues además de ciego me imaginan sordo: “Que Dios le puede devolver la luz de las vistas”. Y yo, cada vez más puto: “Primero, no se dice vistas sino ojos. Y segundo, a mí no me tienen que devolver nada porque siempre he sido ciego”. Y ellos, porfiando: “¿O sea que usted nunca ha mirado?”. Y yo, casi al borde de un ataque de nervios: “¿Mirado qué?”. Y ellos, untuosos: “Las cosas, las personas. ¿Usted nunca a mirado a su mamita?”. Y yo, ahora sí completamente despierto y…: “No tengo mamita ni creo en Dios ni quiero ver. ¿Le queda claro?”. Y ellos, por fin sinceros: “Por eso es que está ciego”. Y yo, cagado simplemente de la risa: “Bueno señor. Hasta mañana”. Y vuelvo a clavar cacho porque todavía me faltan varias estaciones para bajarme.


Me mamé de que para los que se sacian en los animales no haya prácticamente ningún castigo. ¿Qué tal si para disuadirlos reinstauramos simplemente la sapientísima ley del Talión (un saludo para el maestro Fernando Vallejo)? sííííí: esa del ojo por ojo y diente por diente que jamás debió abolirse. Si algo así de bello ocurriera, sus defensores -los de los animales- podríamos apagarles a los malditos sobre la piel los cigarrillos con que se divierten quemando a perros y gatos, o les tiraríamos encima a las viejas amargadas la misma agua hirviendo con que escaldan a los callejeros que se les cagan en el frente de sus cochinas casas, o mataríamos de hambre y de extenuación a los que explotan y maltratan caballos y demás animales de labor, o les daríamos las mismas patadas y golpes a las escorias que a diario los hacen gemir de dolor a todos ellos: los únicos de entre los seres animados por completo a merced de la chusma erguida.


Me mamé, simplemente, del complejo de inferioridad idiomático de cientos de millones de hablantes de lo poco que va quedando de la lengua de Cervantes (un saludo para el maestro Fernando Vallejo), y de su incapacidad para darse cuenta de lo ridículos que se oyen nombrando cada cosa con un término ajeno que no comprenden pero que creen que les confiere estatura social. Un fenómeno del que participan por igual los desclasados, que bautizan a sus hijos dizque Darwin, Michael, Shirley o Whitney pero los llaman el Dargüin, el Máicol, la Chirli y la Güidni; los emergentes, que matriculan a sus hijos en el Colombo Americano o en cualquier “chuzo” donde se enseñe inglés porque “el que no hable inglés hoy en día está condenado al fracaso”, pamplina que repiten bobaliconamente y sin caer en que solo el dos por ciento por ejemplo de los colombianos lo habla entre muy bien y con cierto decoro pero no por eso se puede decir que solo ese dos por ciento sea el que sale adelante; y los privilegiados, cuyas empresas bautizan y acompañan de eslóganes plagados de anglicismos para “sonar” internacionales porque qué tal llamarnos HELADOS LA DELICIA o BAR LA GRESCA o RESTAURANTE DE LA MONTAÑA. Imposible: para descrestar calentanos y cobrarles duro, nos tenemos que llamar Exquisite Ice Cream o The Fight Bar o The Mountain Restaurant. Paradójicamente, cuanto más grande es la frustración del que en vano se sueña hablando inglés, más grande es su idolatría por esa lengua que se le resiste y, resentido, ya que no logra lo que anhela, envenena lo que sí le pertenece pero desprecia.


Me mamé de oír, cada que hay pedreas y terrorismo en los alrededores de las universidades públicas de Bogotá y supongo que de todo el país, a los rectores o a quien tenga a cargo la declaración de después de los destrozos decir que “los actos vandálicos fueron perpetrados por personas ajenas a la institución” a sabiendas de que mienten descaradamente. Y mienten simplemente porque, en esos desmanes propios de bandidos aunque disfrazados de protesta y de inconformismo juvenil, quienes actúan de hecho son terroristas matriculados en la universidad -la Pedagógica por ejemplo- o venidos de las vecinas -la Nacional y la Distrital-, cuando no profesores o profesionales egresados de una o de las otras y vinculados al terrorismo universitario desde antiguo. Propongo que en adelante, amén de militarizar el campus en que se cometan los desmanes, cada que una declaración así de insensata e irresponsable se produzca, se empapele, en calidad de cohonestador, también al declarante.


Me mamé de la legión de ciudadanos y periodistas a todas luces afectos a la izquierda que, soslayando intencionadamente los abusos de poder y los casos de corrupción que se perpetraron durante su alcaldía, gradúan de completamente honrado a Gustavo Petro, cuya reputación de gobernante que no roba se mantiene en pie gracias simplemente a ese respaldo irrestricto y cómplice. Porque es que si al menos un veinte por ciento del tiempo y la energía que dichos ciudadanos y periodistas (estoy pensando, entre muchos otros, en los columnistas María Jimena Duzán, Daniel Coronell y Cecilia Orozco Tascón) emplean en denigrar la ya de por sí tenebrosa historia de los delitos de Uribe y el uribismo en el país se hubiera empleado en objetividad e investigaciones a la precarísima gestión de Petro y el petrismo al frente de Bogotá -para no hablar de las maniobras más que condenables del candidato de la ¿Colombia Humana? en la campaña electoral de 2022 a la presidencia-, otro gallo muy distinto cantaría y otra muy distinta sería la imagen de este otro aspirante -ojalá para siempre postergado- a tirano criollo.


Me mamé de que los fanáticos de la fidelidad a todo trance y la exclusividad sexual -sinceros unos, hipócritas otros- me impongan su versión manida y machacona del amor venéreo. Y es que al igual que frente a los creyentes, ante quienes ateos y escépticos resolvemos callar en vista de su número e intransigencia, los que pensamos y sentimos diferente en relación con este asunto que a todos nos atañe o nos tapamos la boca y nos reservamos nuestras propias convicciones, o adoptamos las ajenas a sabiendas de que vamos simplemente a perecer en el intento.


Me mamé, simplemente, de que las universidades y sus carreras presuman de la mentirosa “alta calidad” a que cada cierto tiempo unas y otras deben optar so pena de quedar por fuera de un selecto grupo de alma máter que no obstante comparten con las de escasa o ninguna calidad el estudiante medio de hoy -y de ayer, y de antier, y tal vez de siempre-: ese que no lee porque no le gusta y si lee no comprende; ese que no escribe porque no le gusta y si escribe lo hace horrorosamente; ese que no opina porque no sabe y si opina es para especular (entiéndase “divagar”); ese que tantos y tantos colegas gradúan pese a no ser más que un analfabeto funcional, por supuesto bastante inculto. ¿Tan analfabeto y tan inculto como los que lo “educaron”? Infortunadamente sí, en demasiados casos.


Simplemente, me mamé de que las Vivianes Morales, los Alejandros Ordóñez y demás hipócritas moralistas se amangualen en contra del derecho que los niños abandonados tienen a que seres necesitados de hijos o generosos por naturaleza les ofrezcan el hogar que estos fariseos les niegan pero no les brindan. Y a los muy tartufos se les llena la boca diciendo que son “provida”, cuando está claro que lo único que hacen es vociferar sus taras y dogmas religiosos e impedir con su mezquindad que la esperanza se materialice en familias nuevas y heterogéneas, tolerantes y a veces hasta ejemplares. Los sensatos tendríamos que exigir a esta legión de oscurantistas que, ya que se oponen a que quienes sí pueden y quieren lo hagan, adopten ellos y cada uno de sus correligionarios al menos a un niño expósito. Les garantizo que con ello concluiría su hasta hoy férrea oposición.


Me mamé de la palabrería de feministas y demás grupos minoritarios que pretenden, mediante la censura y la imposición, acabar definitivamente con las injusticias de que siempre hemos sido objeto las mujeres y los negros, los no heterosexuales, los discapacitados y en términos generales los diferentes. Maravilloso sería que los voceros de esas “comunidades” comprendieran que los cambios que se necesitan poco tienen que ver con el lenguaje y mucho con las realidades de exclusión y falta de oportunidades, que muy seguramente van a seguir siendo el pan de cada día mientras todos los esfuerzos se sigan concentrando en que hoy (ya se verá qué se le impone mañana) la sociedad nos llame personas en situación de discapacidad a los que simplemente somos ciegos o sordos, personas de condición sexual diversa a los homosexuales o transexuales y deje de llamar sexo débil a las mujeres. Tarde o temprano, se van a arrepentir del tiempo malgastado.


Me mamé de que quienes estamos de acuerdo con la eutanasia y el aborto le imploremos al Estado permiso para dejar de sufrir o lograr que un ser querido lo haga, o para interrumpir un embarazo indeseado o temido. ¿No existen acaso las pistolas y los barbitúricos para un caso, y la mifepristona y el misoprostol para el otro? Simplemente, en tanto sea la caverna lo que impere, manos a la obra.


Me mamé de todos los victimismos -el de las feministas recalcitrantes y sus incondicionales, a los que no les importa la violencia que tantas mujeres perpetran contra sus hijos pequeños y maridos cabrones; el de la izquierda resentida, que no habla sino de crímenes de Estado y de desaparecidos cuando los que gobiernan no son los suyos-, pero sobre todo del victimismo de los judíos sionistas, que simplemente siguen chantajeando al mundo con el horror del Holocausto, atrocidad que rememoran cada que alguien los fustiga con razón por los crímenes de Estado que tan a menudo comete Israel a la vista de todos y sin inmutarse siquiera. Y después se quejan de que en el mundo el antisemitismo no haga sino aumentar.


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