sábado, 16 de marzo de 2024

Desahogos polifónicos que pensaban ser póstumos, todos breves o muy breves (II)

544. Con Victor y Tico sí que querría hablar, no de profesores a secas sino de señores profesores, de docentes -decir “docentes a secas” constituye un pleonasmo- y de maestros. Para los de en medio no se necesitan ejemplos porque abundan. Para los primeros, tenemos al señor Krempe y para los terceros, el súmum de la enseñanza holística, al señor Waldman. Cuando de una universidad están a cargo los Krempe y los Waldman, se benefician en primer lugar y como es apenas natural los estudiantes y, a la larga, el país y la sociedad en que ejerzan sus saberes.

 

Muchachos: con ustedes dos -y demás criaturas de ficción que tengo por carnales- sí que no siento escrúpulos a la hora de invitarlos a que lean algo firmado por este servidor; claro: únicamente si la invitación procede, y aquí procede. Se titula ‘Escritores que sí saben lo que es un maestro’ y lo pueden leer ya mismo en este blog, no “del todo” corregido aunque ojalá pronto. Les caigo al barco para que tertuliemos.

 

545. Interesantísimo debatirlo con todos los del cenáculo y, cuando los tenga, también con mis estudiantes de los departamentos de Ciencia y Literatura y de Literatura y Ciencia: “Tan solo aquellos que han vivido la experiencia son capaces de imaginar los atractivos que ofrece la ciencia. En las demás disciplinas nos limitamos a llegar a donde otros ya han llegado antes, y después no hay más. La investigación científica”, en cambio, “ofrece abundante material para alentar nuevos descubrimientos e increíbles maravillas”. Lo transcribo y a duras penas me sofreno para no gritarle a Victor, por entre la algazara de quienes lo apoyan y la de los que necesitamos disentir, que, de ser cierta su tesis tan presurosa, en Homero y los griegos se habrían detenido la literatura, la filosofía, la historia y demás saberes “teóricos” de los hombres. “Estulto usted si piensa -remataría para que los que empujan puedan por fin terciar- que sobre el bicho tragicómico y ruin, indiferente o magnánimo estuvo todo dicho desde un comienzo. Pregúnteles a Ovidio, Dante y Cervantes. O a su demiurga a ver si no le dice hasta misa”.

 

546. ¿Podría ser este el punto de partida para vacunar a nuestra sociedad, a todas las sociedades, contra su suma vulnerabilidad a los gérmenes más nocivos de las ilusiones que les cuelan los parásitos de la fe política, de la fe religiosa: “Mi padre había tomado toda clase de precauciones en mi educación para que ningún terror sobrenatural impresionara mi mente. No recuerdo que temblara jamás de miedo al oír historias de supercherías, ni que pensara que era posible que los espíritus se aparecieran. La oscuridad no hacía mella en mi fantasía, y para mí un cementerio era meramente el lugar adonde llevaban los cuerpos que habían sido privados de la vida y que habían pasado de ser el santuario de la belleza y la salud a convertirse en pasto de los gusanos”?

 

Qué va. La prueba de que no, o de que al menos no de modo infalible, reside hoy en cada científico no social -es decir de cartón piedra- sino auténtico que ayer votó por los desafinados cantos de sirena del esperpetrismo, que prometían darle por fin a la ciencia el trato digno y preferente que en Chibchombia, en Circombia, nunca ha recibido: hasta aquí, se dirán algunos, “nada que objetar”. Y, para obligarse a creer el embuste, el porcentaje que sea de tales investigadores, que conviven con la duda y cuajan sus logros gracias a ella, desactivaron volitivamente el pensamiento crítico y tapiaron sus orejas a fin de no oír gritar al risible megalómano: “Si fracaso, las tinieblas arrasarán con todo” y mil inviabilidades más: “Ni un líder social más asesinado… Ni un niño más que se muera de hambre… Ni una persona sin techo y sin atención médica… Ni un joven sin acceso gratuito a la universidad…”.

 

Hay tardes y raptos de insomnio en los que me figuro a la caterva de tartufos desvergonzados que se apoderó del poder en agosto de 2022, en plena bacanal y partiéndose de risa de ver al país que por ella votó, así como al que no, todavía esperanzados o indignados pero graves todos y a la expectativa de las soluciones y determinaciones que dimanen del alto gobierno. Oigo a un Petro apenas achispado y eufórico diciéndoles a sus subordinados, con el ‘smartphone’ en la mano:

 

--¿Quieren que ponga a hablar al paíssssssssss, al mundo? Voy a tuitear entoncessssssssss que lossssssssss enemigossssssssss de mi gobierno esssssssssstán dessssssssssinsssssssssstitucionalizzzzzzzzzzando a Colombia y que contra mí sssssssssse fragua un golpe de Esssssssssstado.

 

En efecto: diez minutos y cinco aguardientes dobles después, las redes y Colombia entera están, como su perra cuando usted juega con ella, corriendo desesperadas tras el hueso que se les tira y pendientes del movimiento más imperceptible del amo. Que ahora calla y duerme su perra de él.

 

547. ¿Será mucho pedirle a la perra vida que me depare, tras un ayuno tan prolongado, a un Henry Clerval del sexo que sea? ¿Para qué, pregunto, tres o cuatro supuestos amigos que nunca tienen tiempo y por consiguiente necesidad de encuentros materiales, hambre de diálogo, voluntad de expresar sus afectos no mediante un meme insulso o un mensaje tecleado a las patadas o, aún peor, copiado de alguna parte, sino de cuerpo presente y de viva voz? ¿Que me compre o reciba en donación un ‘smartphone’ que me rescate del estado de incomunicación en que me encuentro? ¡Me niego en redondo, maldita sea, a resignarme a las muñecas inflables porque lo que yo preciso es cercanía, palabras articuladas, silencios inarticulados, disposición y deseos de estar, de escuchar, de vivir al alimón!

 

548. ¿Y si el Frankenstein de Mary Shelley no fuera sólo la advertencia que es respecto de la soberbia que la ciencia y sus posibilidades despiertan o acrecen en muchos que la practican, y en “todos” los que se enriquecen a su costa, sino además una súplica desesperada en contra de la ruleta rusa que comporta la paternidad, la maternidad? ¿Parir a un Putin, a un Netanyahu; engendrar un al-Assad, un al-Bashir; ser la madre, el padre, de un Mancuso, de un Marulanda Vélez? ¡Como para vaciarse la mirada en castigo por no atender la conminación de Vallejo de dejar la materia en paz!

 

Claro que lo que de verdad procede en casos así no es el autoenceguecimiento, sino la extirpación oportuna y por mano propia del carcinoma que se echó al mundo.

 

549. Si la vida real no fuera la inconmovilidad que es sino ficción de la buena, cada Justine Moritz (del sexo que sea) que hoy y siempre se pudre o se ha podrido en una cárcel gritándole en vano al mundo su inocencia, tendría o habría tenido a su vera al menos la voz amistosa aunque insuficiente de una particular Elizabeth Lavenza. Quien intenta consolarla y le ruega que trate de tranquilizarse, al tiempo que le susurra que quizá todo no sea más que una pesadilla de la que pronto pueda que despierte.

 

Que nada tema el que nada deba, prescribe uno de los muy pocos proverbios que le mienten con dolo al indigente de poder.

 

550. Te cuento, estimada Elizabeth Lavenza dondequiera que te halles, que, dando por seguros el sentido del deber y la buena conciencia de tu primo Victor Frankenstein en relación con la injusticia judicial y social que concluyó con la muerte de Justine Moritz, oprobios ambos que únicamente él habría podido evitar, me precipité a escribir mi desahogo número 549 seguro de que no me iba a defraudar. Pero ahí tienes al muy bellaco, al muy cobarde, postrado de dolor y de vergüenza en el epílogo del primer volumen; y a mí allí mismo, repudiándolo como amigo y como persona y sin que me importe en modo alguno lo que de decente o aun heroico pueda llegar a hacer en adelante. A ti, mujer valiente y generosa, te pido en cambio que ocupes su lugar en estos mi corazón y encéfalo, tan en demasía necesitados de los afectos inteligentes que de ti dimanan. Ah, y juntos implorémosles el perdón a todas las Justines Moritz de cualquier sexo, de todas las latitudes y tiempos -también de los venideros- por no haber impedido, a como diera lugar, sus ignominias y padecimientos.

 

551. Entre los prodigios de la literatura -de las artes-, su extraordinario talento oracular o, dicho de modo más pedestre, la prospección: “…Hay hombres así, que, abandonado el puesto, recaen en la insignificancia. Ello se debe a que no tenían otra forma de ser que su función”.

 

Despliego la foto del actual (hoy es 1 de marzo de 2024) gabinete ministerial del Esperpetro, en cuya grisura no se divisan ni Luis Gilberto Murillo ni Néstor Hosuna; soborno la memoria a ver cuántos ministros y funcionarios de importancia del Titeriván, de Uribe y de Patraña recuerdo con nombres y apellidos y los resultados son paupérrimos. Enseguida, me solazo imaginando cómo habrían ensamblado sus gobiernos algunos de los meritorios a los que Colombia, la radical y folclórica que huye del sentido común con igual espanto que sus gobernantes del reformismo, jamás tuvo en cuenta, y llego a la conclusión inevitable que rondaba la cabeza de Ribeyro cuando escribió su prosa apátrida número 100: de ningún político mediocre que se haga con el poder se puede esperar que se rodee de lumbreras o de personas de probada capacidad en esto y aquello pues, o bien no las conocen -Duque, Pastrana-, o, en medio de su complejo de Dios -Uribe, Petro-, no quieren cerca a nadie que les haga sombra y mucho menos les dé por respuesta un no rotundo, les exprese su desacuerdo o les haga el más mínimo reparo.

 

Protestan airados los de los extremos del auditorio porque no mencioné a Santos. Sencillo: repasen y cotejen las nóminas de altos funcionarios de sus dos gobiernos con lo que ya vimos y díganme si, en cuanto hace a nombres, lo suyo no destaca de lejos. Cosa muy distinta y triste es que, por buscar para sí el Nobel a cualquier precio, mucho del conocimiento y la experiencia de que se rodeó durante casi una década se desaprovechó infamemente.

 

552. Tres definiciones que someto a consideración de la RAE. Tirónico: aquel cuya ironía resulta tan acre y cáustica que tiraniza. Tirónica: aquella que, tirando, ironiza impíamente sobre el chito de su hombre. Chito: pipí de tamaño y grosor clitóricos.

 

553. ¿Qué se le agrega a la completitud?: “No hay nada más duradero que el instante perfecto”.

 

Antes que nada y primero que todo, un orgasmo telúrico sufrido al alimón. El cigarrillo que le pone término a la abstinencia absurda que nos impusimos. Una charla con un buen dialogante, ojalá al margen de las ubicuas estridencias del entorno. En el ya tan lejano mundo analógico, las primeras caricias y husmeos y ojeadas y hojeadas y hasta besos que se le prodigaban a un libro largamente codiciado. Un despertar sin sobresaltos tras equis horas de sueño profundo, con la mente y el cuerpo saludables, y la finca en que vacacionamos colmada sólo por las voces de sus animales. La eclosión favorable de un asunto o noticia que nos traía en vilo. Los primeros compases de un concierto o sinfonía que siempre quisimos sentir en un auditorio. Los últimos compases jubilosos o violentos de aquella obra, seguidos por la ovación unánime que hace que nos escuezan manos y garganta… Sé que hay más pero por de pronto…

 

554. Ceguera congénita y total, la del ciego congénito y total que, muerto a la edad que sea, se murió totalmente sin saber que la literatura existía, o sin tener por madre a una Orfi: “Café expreso en la placita central de Capri, hojeando el […] y observando el denso flujo de veraneantes. Hercúleos mozos que lucen sus muslos tostados y sus pectorales […]; inefables niñas en blue-jeans ajustados, más bellas que cualquier mármol florentino; pero sobre todo viejos panzones en pantalón corto, calcetines y sandalias, viejas pintarrajeadas en bikini con várices, celulitis y horribles colgajos de carne en el vientre y decrépitos ancianos, extremadamente dignos y elegantes, con sombrero de paja y saco de lino, que derivan en la tarde soleada tanteando con su bastón su último verano”.

 

Tras la relación solidaria, yo le digo a Julio Ramón o a mi madre, sin que venga a cuento, que justicia poética sería que las “repulsivas”, quienes ya descansan en paz, supieran que hoy su lugar lo ocupan las beldades que en aquel verano a ellas muy seguramente les arrancaron suspiros de despecho entreverados con pensamientos inconfesables, y que los muchachos que sabían perdidos de antemano pero por los que habrían pactado con el diablo de haber podido, se apoyan ahora en un bastón o arrastran su propia fealdad disfrazados de veraneantes, junto con el peso insoportable de saberse, unas y otros, excluidos sin apelaciones del mercado sexual.

 

555. Medioevo Científico y Tecnológico:

 

“…Lo más interesante, a veces, es que en cambio las épocas que sí están sufriendo una crisis muy profunda y un deterioro irreversible de todos los indicadores de la vida y la cultura no se dan cuenta de que algo así está pasando e incluso las caracteriza un optimismo y una arrogancia enternecedores: la idea de que nunca antes las cosas habían estado mejor. Como dijo el magnífico Arnaldo Momigliano, pocos se dieron cuenta de que Roma se estaba cayendo.

Además porque la decadencia es un fenómeno de larga duración, a veces pasan siglos mientras se va cocinando […]. Pero hay un dato clave a la hora de entender la decadencia de las sociedades, y no es el arte porque muchas veces cuanto peores son los tiempos mayor es la creatividad, la belleza, la lucidez como un refugio.

Ese dato clave son las clases dirigentes, la gente que gobierna y que manda, también la que ‘influye’, como se dice ahora, aunque no se me ocurre peor retrato de la decadencia que un mundo en el que millones de personas, sin ningún talento, sin ningún atributo particular salvo la desvergüenza o el fanatismo, se autoproclaman ‘influencers’ y lo peor es que sí llegan a serlo. Ya eso nos sitúa de lleno en un tiempo aterrador, sin salida.

Y también quienes nos gobiernan. Pero no hablo en general de la miseria de los políticos, que también es una queja tan vieja como el mundo. No. Me refiero al hecho inquietante y gravísimo de que adonde miremos hoy, en todas partes, el panorama es como de comedia con mal libreto, una producción sin presupuesto ni pudor. Basta ver lo que serán las elecciones en los Estados Unidos, para no hablar de nosotros, y ahí está dicho todo: es increíble, devastador.

Sería cómico si no fuera trágico: es la decadencia de la decadencia, a eso hemos llegado” (Juan Esteban Constaín).

 

Salta pues a la vista que vivimos tiempos de gran confusión y caos -los contradictores vocacionales dirán que todos lo han sido-, empeorados por el hecho de que en cada persona conectada desde sus dispositivos a la red hay un potencial propalador de infundios y desinformación, y de ahí el creciente bullicio y la imparable pugnacidad que nadie sabe cómo gestionar. Ese desconocimiento sin solución a la vista, así como -entre muchas otras- las realidades descritas en la cita, son lo que me lleva a afirmar aquí que discurrimos por una segunda Edad Media -con el perdón del prístino Medioevo, tan en paz (por comparación) al menos con el planeta- si bien científica y tecnológica, que anda por sus albores. Al rigor de los historiadores corresponde determinar sus orígenes y estudiar a fondo, transcurrido el tiempo que haya menester, sus implicaciones y pormenores. Que ya aterran.

 

556. Uno de los regalos impagables de leer a columnistas de opinión brillantes y además decentes, cuyas atalayas se levantan en el justo centro del observatorio desde el que se otean las miserias y bondades de los hombres, es que justo cuando uno está empantanado en un tremedal de palabras que no concurren para desahogarse y aullar lo que se quiere (verbigracia, toda esta vergüenza de ser un cero a la izquierda en la lucha contra los malditos), se materializa un Héctor Abad Faciolince, una Piedad Bonnett, un Javier Cercas, un Arturo Pérez-Reverte, un Martín Caparrós, una Rosa Montero, un Antonio Muñoz Molina o un John Carlin y dice justo eso que veníamos rumiando:

 

“El movimiento palestino Hamas, con su propia masacre de inocentes el 7 de octubre, y el régimen de Netanyahu, con su respuesta feroz, se han asegurado de lo que ambos quieren, que el ciclo de venganza extermine toda posibilidad de una solución posible al conflicto más largo del mundo.

En el sector de la población israelí que vota por Netanyahu, la memoria colectiva del Holocausto nazi representa licencia para matar en defensa de la causa judía. La masacre del 7 de octubre fue entendida por esa misma gente como un Holocausto II, ergo la despiadada destrucción del lugar de donde procedió el mal.

La misma lógica se aplica a los palestinos. El calvario de Gaza será recordado por los años y los años como su propio holocausto, como su licencia para matar israelíes. Los huérfanos de Gaza hoy y sus hijos verán el uniforme de los soldados de Israel como los judíos europeos de los años treinta y cuarenta veían los uniformes de los soldados de Hitler. Ojo por ojo, como dijo Gandhi, y todos acaban ciegos.”

 

Cínicos llaman, sin que mi mente consiga explicárselo, a los desesperanzados recalcitrantes en relación con las grandes tragedias de la especie (injusticia, guerra, pobreza, hambre, discriminación…), y todo porque aquellos seres de luz se pliegan a lo tangible y les aguan su festival de la esperanza a los fanáticos del “sí se puede” a sabiendas de que no. Sin que importen las buenas intenciones y los deseos de los que genuinamente quisiéramos vivir en un mundo en paz relativa, donde nadie se muera de hambre o enfermedad tratable o de hambre y enfermedad tratable, donde quien lo quiera se pueda escolarizar y, el que no, tenga otro tipo de oportunidades y etcétera, etcétera, etcétera, el caso es que ahí van a seguir, hasta el final de los tiempos, los malditos de la violencia y de la codicia, de la codicia y de la violencia, ultrapoderosos poderosos o pobres diablos muy resueltos, decidiendo, igual que ha sucedido desde que Lucy descendió del árbol, el destino de millardos que lo único que tienen a favor lo desperdician: el prodigio de las mayorías. Porque sólo las mayorías, ríos y ríos de gente inerme pero amenazadora y dispuesta a morir, si toca, harían desistir y salir corriendo a Hamas de Gaza y a Netanyahu y los sionistas de Israel; a Putin y su cohorte de asesinos de Rusia y la Ucrania ocupada y a los sátrapas de Corea del Norte, Irán, Sudán, Yemen, Venezuela o Nicaragua de los países que explotan y oprimen. Porque sólo unas mayorías globales, concertadas y bien avenidas, podrían acogotar a los gobernantes del mundo para que le pongan un tatequieto definitivo a la carencia mundial organizándolo todo de tal modo que claro que haya ricos, pero no obscenas fortunas individuales más pingües que las de un Estado próspero; y pobres sólo si lo son de espíritu y de iniciativa, aunque no tan pobres como para que se mueran de hambre.

 

Un único favor les pido: avísenme cuando la cobardía y la indiferencia -nuestra perdición bicéfala frente al malditismo transnacional- estén, como las maras salvadoreñas hoy en las mazmorras de Bukele, domeñadas y a buen recaudo, pues no me quiero morir sin saber cómo se siente ir vestido de verde esperanza.

 

557. En el filme titulado ‘La zona de interés’ de Jonathan Glazer, qué duda cabe, cabe toda la humanidad de hoy, la de hace miles de años -pongamos tres mil- y la de dentro de miles -pongamos tres mil-, con sus dos minorías en las antípodas (los Rudolf Höss que se aplican al ejercicio del mal y, en muy menor proporción como en la película, las niñas-fantasma que se aplican al ejercicio del bien). El resto, a efectos prácticos y en muy distintas situaciones y circunstancias, nos llamamos Hedwig.

 

Adenda: si usted es profesor de literatura, de arte, y está empecinado en que sus estudiantes comprendan que la literatura, el arte, valen más por lo que callan que por lo que dicen, no desperdicie su tiempo ni se lo quite a los muchachos haciéndolos leer teoría. Vea con ellos este nacido clásico de Glazer y, a los que no caigan, mándelos a estudiar odontología u otra cosa para la que les dé el cacumen.

 

558. Miremos este par de fotos yuxtapuestas: la de la derecha muestra a El Salvador de hoy, rozagante de seguridad y pleno de un agradecimiento cuasi unánime hacia quien obró un milagro bíblico de tan inverosímil. La de la izquierda, a una Colombia con aspecto haitiano que acelera el paso en su recorrido del camino contrario, con sus fuerzas del orden maniatadas o al menos muy menoscabadas y amilanadas por cuenta de unas políticas presidenciales que, de labios para fuera, aseguran que le apuestan a la paz mientras que sobre el terreno les garantiza, con su solidaridad de cuerpo, a los que hacen la guerra impunidad y nichos de mercado. Imbéciles los que, bien desde sus atalayas de pacifistas a todo trance, bien desde sus atalayas de pacifistas de coyuntura, no lean como es debido la gratitud presente de una mayoría abrumadora de salvadoreños con la mano dura que los “rescató” del infierno diario que “suponían” las maras, y más imbéciles si no encuentran justificado el deseo de los mexicanos, ecuatorianos y colombianos a merced de los violentos -y de sus patrocinadores desde el poder- de que en sus países gobierne mañana mismo, y no ya con mano dura sino con puño de hierro, un resuelto por el estilo del milénial.

 

Pero ojo, mucho ojo, amigos colombianos, ecuatorianos y mexicanos con el deslumbramiento que les producen los resultados tan reales cuanto artificiosos del actual gobierno salvadoreño: antes de seguir ensoñando, hagan el favor de leer, en El País de España, el reportaje de Juan Diego Quesada titulado Dentro del ‘Alcatraz’ de Bukele: “Es imposible escapar. Estos psicópatas van a pasar la vida entera entre estas rejas”; y de imaginar, una vez leído y releído el texto, a uno o a varios de sus familiares presos en ésa o en otra mazmorra del régimen, adonde fueron a parar por los tatuajes que algún día se hicieron, o por la ropa y el peinado “sospechosos” que lucían cuando les echaron mano. Pero si en su familia no hay jóvenes, o los jóvenes que hay son a su juicio muchachos de bien y muy formalitos, pues no den nada por sentado y entérense antes de embarcarse con su voto en semejante aventura de que las dictaduras se sabe cómo -léase contra quién- empiezan pero jamás se sabe cómo -léase contra quién- terminan.

 

Y ya que estamos. ojo, mucho ojo, adeptos de buena fe del esperpetrismo, indiferentes crónicos -o sea idiotas- de la política, e incautos del “¡Qué va! Colombia es una democracia imperfecta, pero una democracia a fin de cuentas”: cuidado con seguirse creyendo el cuento de que este gobierno nada que arranca o de que ahí va, a trancas y a mochas. Si el debilitamiento calculado de las fuerzas del orden para que el crimen organizado engorde, la instrumentación de la DNI con idénticos propósitos a los de Uribe en su momento, la implosión controlada para atarle las manos a Ecopetrol y pauperizarlo para favorecer a los compadres narcochavistas, las medidas sibilinas con miras al desmonte o la quiebra de los sistemas pensional y de salud, las acusaciones de desinstitucionalización tras las que pretende esconder sus propósitos a todas luces desinstitucionalizadores, la venalidad y mediocridad rampantes de sus ejecuciones y postergamientos o la incuria de la economía con vistas a joder a los ricos y a los empresarios que no se le prosternan no es arrancar, ¿qué lo es entonces?

 

559. Le llueven del cielo los elogios a Pepe Mujica por su dizque valor de llamar a las cosas por el nombre en relación con la desde siempre narcodictadura bananera chavista, un descubrimiento al que este sagaz anciano llega con un retraso de veintipico años, o de treinta y dos si se toma en consideración el intento de golpe de Estado que encabezó el tirano epónimo en 1992. A Carlos Andrés Pérez y a Rafael Caldera les deben los millones de venezolanos en el exilio, los presos y torturados en las mazmorras del régimen y los que se mueren también de hambre y de desesperanza en el país su perra suerte, pues el primero tendría que haber fusilado sin miramientos ni dilaciones a los insurrectos para, de ese modo, evitar que el segundo -quienquiera que fuese su sucesor en la presidencia- incurriera en indultos o sobreseimientos.

 

Oigan… ¿y si el debilitamiento calculado del Esperpetro a nuestras fuerzas del orden, con las infiltraciones de terroristas de izquierda de que algunos bien informados y en modo alguno paranoicos se vienen haciendo eco, estuviera inspirado en lo del golpista Chávez Frías o en lo del autogolpista Pedro Castillo, salvo que mejor urdido y “ojalá” adelantado?: que el paranoide soy yo, me gritan desde el centro y la izquierda del auditorio los que le apuestan nombre y prestigio a la estabilidad de nuestra democracia imperfecta, pero democracia a fin de cuentas. ¡Qué sagaces andan; al menos tanto como el abuelo uruguayo!: paranoico, fatalista, paranoide, pesimista y, por contera, malpensado.

 

560. Medioevo Científico y Tecnológico:

 

“…Al nuevo modelo de negocio le conviene el ruido y está borrando de nuestro vocabulario los conceptos de prudencia, reparo, compasión. Si se da el caso de que a alguien se le descubre en un renuncio, en una metedura de pata, o aún más, en un delito, cómo no sumarse a la gran fiesta de la crueldad, porque la crueldad, de eso nos hemos olvidado, no se ejerce solo cuando se ataca a un inocente, crueldad es también el ensañamiento innecesario con el culpable. Si existe la justicia, por imperfecta que esta sea, es porque necesitamos un mediador que nos evite la venganza personal o colectiva. Pero hoy, gracias al gran Dios de las redes, asistimos a un juicio permanente, situados siempre en los asientos del jurado y temiendo en secreto vernos algún día en el lugar del reo. Olvidada queda aquella vieja progresía que detestaba a los que levantaban los brazos delante de los juzgados, a esas personas tan carentes de emociones en sus vidas que se cargaban de adrenalina yendo a escupir y a insultar a los detenidos mucho antes de que se produjera el juicio. Aquellas ideas de convivencia que promulgaban la atemperación de las emociones se han quedado caducas y ahora no hay penas de cárcel que nos satisfagan, no hay insulto que esté a la altura de nuestra ira ni metedura de pata a la que no queramos hincarle el diente.

[…] Ocurre que perdidos en un momento de autocomplacencia, seguiremos flotando en la pequeña burbuja que nos aísla del mundo, hasta que de pronto explote y nos quedemos flotando en el vacío” (Elvira Lindo).

 

Salta pues a la vista que vivimos tiempos de gran confusión y caos -los contradictores vocacionales dirán que todos lo han sido-, empeorados por el hecho de que en cada persona conectada desde sus dispositivos a la red hay un potencial propalador de infundios y desinformación, y de ahí el creciente bullicio y la imparable pugnacidad que nadie sabe cómo gestionar. Ese desconocimiento sin solución a la vista, así como -entre muchas otras- la realidad descrita en la cita, son lo que me lleva a afirmar aquí que discurrimos por una segunda Edad Media -con el perdón del prístino Medioevo, tan en paz (por comparación) al menos con el planeta- si bien científica y tecnológica, que anda por sus albores. Al rigor de los historiadores corresponde determinar sus orígenes y estudiar a fondo, transcurrido el tiempo que haya menester, sus implicaciones y pormenores. Que ya aterran.

 

561. No sé si me dan más lástima que risa los bienintencionados (a los militantes solapados de la causa guerrerista contra Occidente del ‘sur global’ que, desde Occidente, abogan por lo mismo si bien con otras intenciones no les presto oreja) de tertulia televisiva que aducen que para que cese la invasión de Rusia a Ucrania hay que sentarse a negociar con Putin, como si Putin no fuera Putin sino Zelenski o Navalni. Diría uno que a los pobres les falta literatura de la buena, y por carretilladas. Pero no es la literatura lo que cura la suma “ingenuidad”, y una prueba fehaciente es ‘Al final’: un artículo publicado por William Ospina en El Espectador en abril de 2016, y nuevamente en marzo de 2024.

 

En él su autor plantea la necesidad de que, a fin de que la paz en Colombia sea real y duradera, se ensaye una suerte de borrón y cuenta nueva, acompañados por un mea culpa colectivo y por la concesión de un perdón auténtico y ‘multidireccional’ ojalá sin fisuras. Yo, con todo y el tamaño descomunal del sapo que nos tendríamos que tragar, lo suscribo y sé que igualmente muchos otros ciudadanos del común, y ni que decir tiene que también las víctimas, quienes suelen hacer gala de un corazón tan grande a la hora de pasar la página que a uno lo abruman y avergüenzan. ¿Pero y los malditos que hacen la guerra y se lucran de ella por convicción y porque lo llevan, como el bicho del Kremlin o el carnicero de Gaza, inscrito en las entrañas? A mí me basta ver el resentimiento y la mala leche con que el Esperpetro, con su panda de neocorruptos, está maniobrando en este país para no abrigar ilusiones de ninguna índole en paces hechizas, que es lo que a la postre pactan los que negocian con el poder en mente como único y “secreto” Fin.

 

Adenda: leyendo esta otra columna suya, ‘El tiempo corre’, estuve, maestro William Ospina, tentado de creer que usted iba por fin a arrojar lejos las anteojeras que le han impedido leer con objetividad al sujeto presidente. Sin embargo, cuando llegué a la oración “Petro, creo yo, no es un hombre corrupto”, con la cual usted y muchos nostálgicos del esperpetrismo se engañan y engañan deliberadamente, me sentí igual que frente a una madre que, en medio de su dolor, quiere que los demás no vean los delitos de su hijo, de los que culpa a otros que lejos están de ser sus compinches. Y mejor ni hablemos de lo que a continuación se lee, todo tan cínico o melifluo que asquea. Gustavo Petro Urrego no es sólo un corrupto de proporciones colombianas, sino un redomado hipócrita que gobierna y va a seguir gobernando como delinquió en el M19: al margen de la Ley -de las leyes hoy vigentes en el país- y sin ningún respeto por quienes por él votaron de buena fe o por la constitución que juró acatar y honrar.

 

562. Yo, que en el presente no tengo amigos de seis letras y apenas unos pocos de dos o a lo sumo de tres, no los pondría -tal vez tampoco a uno completo- de testigos de nada llegado el caso de caer en desgracia con enemigos poderosos, que hasta la fecha no creo que tenga pero que puedo llegar a tener. Se trata simple y sencillamente de ahorrarme una previsible decepción getsemaniana. De ustedes, mis dos amores, sí que lo espero todo… o casi.

 

563. ¿Que esta semana Londoño no se ocupa -no desbarra- de política y más bien pone en marcha al sabio (hoy ataviado de poeta)? ¡Estupendo!:

 

“…Las lenguas son anteriores a las gramáticas y son parcialmente lógicas porque la comunicación es su norte. Pero la lengua también quiere conmover; por eso entona canciones, asesta ironías, esgrime conjuros, arroja injurias, emprende elipsis, acuña refranes, se adorna con tropos, legaliza caprichos y otorga licencias, operaciones que desbordan la lógica y desafían la sintaxis ortodoxa. Sumisos a las leyes de la concordancia escribimos ‘ojos verdes’, en plural, pero decimos ‘ojos violeta’ en homenaje a la singularidad de los ojos de este color.

La gramática nunca tendrá la precisión de la matemática porque los idiomas no son sistemas arbitrarios para traducir a números la cantidad, el espacio y sus relaciones. Los idiomas son la manera como cada pueblo siente la realidad, cifra sus anhelos y conjura sus demonios. En las ásperas lenguas de los nómadas, digamos, había muy pocos vocablos para designar la tierra; ninguno para la ciudad. La tierra era esa materia vertiginosa que pasaba bajo los cascos de sus caballos; la ciudad, un corral de piedra lleno de gente temerosa. Tenían en cambio decenas de términos para la caza, el caballo, las armas, las estrellas…”

 

Ya les participé a todos los del cenáculo y a Álex Grijelmo el primero, estimado y en ocasiones admirado Julio César, esta otra gema de su inteligencia. Pero le cuento que me entristeció no habérsela podido hacer llegar a casi nadie más que la pudiera disfrutar genuinamente. Con don Juan Gossaín no di por mucho que lo busqué, y por supuesto que tampoco con el gran profesor Bustillo. Claro que el “casi” tiene más peso y validez que veinte nombres cualesquiera: la leyeron y me piden sus coordenadas el doctor Humberto de la Calle Lombana, uno de esos tibios del reformismo por los que usted jamás votaría o sólo en casos muy puntuales, y doña Cayetana Álvarez de Toledo, cuya mera mención se me figura que lo hace descomponer el gesto. Qué dice: ¿se las doy?

 

564. El primer párrafo de ‘Teología e hipertensión’ prueba que, como todos los concienciados del buenismo que medran en la ‘mamertosfera’, y no se diga sus ideólogos y enjuagadores de cara -y éste sí que lo es-, su firmante es un grandísimo hijo de la puta que lo parió -y que me perdone la señora, que poca culpa tiene- y un resentido. ¿Atacar tú a Héctor, a Héctor Abad Faciolince tú, quien para sobrevivir publicitas tus talleres literarios, y sin pagar, en tu columneta de El Espectador? Claro: como te duele que te ataquen a Putin y de él hacia abajo, y como sabes que jamás podrás izarte a la altura moral de quienes en ese y en otros periódicos prueban cada que escriben y opinan que no son, como tú y otros indeseables, presas de ningún sectarismo, pues si te toca te les metes con la madre y sin que venga a cuento. Disculpa: ¿quién, aparte de un tal Gregorio Ríos que a falta de algo mejor que hacer habla de ti en su puto blog que sólo él lee, de tus talleristas incautos, y de diez o veinte gatos del esperpetrismo o de la vallecaucanidad te conoce? Entérate, pimpollo de las letras, de que la mera Basura de Héctor supera de lejos lo que de ti he leído y, por fuerza, habré de seguir leyendo.

 

Adenda: que por qué no dejo de leer “al Londoño este que tanto lo irrita, mijo”, pregunta mi madre. ¿Dejar de leer a Londoño, Orfi? -le respondo-, e intento sacarla de su pasmo leyéndole, despacio y a muy razonable volumen, a partir del segundo párrafo. Pero creo que ella no nota, por imperceptible, mi pensamiento-exclamación ¡mientes como un bellaco, pedazo de feligrés de la mamertosfera! cuando lo que le leo es: “Yo, lo confieso, no soy ni siquiera agnóstico. Ni siquiera buen hijo. Mi credo es la confusión […]. Recelo de las religiones…”.

 

565. Jamás pensé, admirado García Villegas; jamás pensé que un día me viera obligado a usar, y mucho menos con alguien de mi entera estima como usted, una fórmula de descortesía que a mí me disparó, en plena reunión de profesores, un colega de la Sergio de quien no obstante tengo gratos recuerdos: Speak for yourself! me dijo el muy granuja y yo lo repito ahora: Speak for yourself, bro!: “Soy consciente de que, con los años, el lenguaje incluyente se va a imponer. Quienes en algún momento nos opusimos hemos sido derrotados y lo seremos aún más. Nuestra manera de hablar será anacrónica […], pero no tendremos la intención de discriminar a nadie. Seremos un error, una imperfección irrelevante”.

 

A ver por dónde comienzo, hermano. Mire: soy un convencido de que en este mundo lo que impera es el mal gusto, y no se diga en el mundo hispano. Que, bien mirado, ya no es, por todo y por todo lo demás aunque antes que nada por el espánglish, otra cosa que una copia desvaída y muy ridícula del mundo anglo. Que, bien mirado, no tiene puta la culpa de que acá le copiemos absolutamente todo: desde el consumismo desaforado hasta la sintaxis y el léxico de su idioma tan querido. Desde sus ridículas luchas identitarias hasta sus formas de decir tan sumamente beatas y cursis. Desde la comodidad maravillosa de su ropa hasta sus duplicaciones -his or her, women and men, female and male adults-. Todo absolutamente todo se lo copiamos, lo cual no quiere decir ni que esté bien ni que tenga que ser por fuerza exitosa la copia. Y ahí viene el caso del fucking inclusive language, que a la persona en situación de discapacidad ocular que soy le choca más que nada en este mundo, o sea el real.

 

¿Derrotados por este buenismo de cartón piedra e inauténticamente anglicado? ¡Pero cómo se le ocurre semejante disparate a un tipo tan capaz! Ahora: confunde usted lo “anacrónico” con lo “clásico”, que es lo que seríamos si su vaticinio llegare a materializarse, que ojalá no. ¿Y sabe por qué no? Por la sencilla razón de que cuando la distopía triunfe, con su triunfo se interrumpe para siempre lo que hoy llamamos literatura hispanoamericana. Imagínese no más a un Javier Marías o a un Roberto Bolaño de la época triplicando el género en sus novelas o dándole a la perífrasis para hablar de un cojo o de una puta (un saludo incluyente para mis carnales los cojos y las putas): “Cuando el hombre con movilidad restringida se le acercó a la mujer en situación de explotación sexual para preguntarle cuánto cobraba por un culeo, todos, todas y todes les que lo y la estaban mirando se miraron a su vez y…”: ¿cuándo le pone el pobre desgraciado el punto final a su engendro?

 

Ah, y ya que hablamos de engendros: no se le olvide, Mauro, que ahora tenemos de nuestro lado a los Miley y a los Abascal para seguirles haciendo contrapeso a los errores e imperfecciones irrelevantes que constituyen los las y les inclusivistes no de corazón, sino verborreicos en su gran mayoría. Se lo digo yo, que, posdoctorado en discriminaciones, algo me habré movido en esos tremedales.

 

566. Toda una lástima que el centro tibio, reformista y tecnócrata no dé golpes de Estado “limpios” y “quirúrgicos” pues, en nombre del pragmatismo y en aras del bienestar de las mayorías, yo le pediría, le suplicaría, que se lo dé al Esperpetro ya mismo y ponga en su lugar a uno de los suyos. La idea de semejante acto sólo en apariencia desinstitucionalizador es impedir que su mandato tan nocivo y malintencionado haga todo el daño que va a hacer hasta, en el mejor de los casos, el 2026. Porque en política, que tiene que ver con la vida pero que no es la vida propiamente dicha, no debería permitirse que maniobre la fatalidad que rige cada existencia humana, sino oponérsele a como dé lugar una vez leída debidamente. Las catástrofes colectivas que se habrían abortado si algo como con lo que aquí fantaseo se hubiera hecho a tiempo, verbigracia y para no ir muy lejos, en la Nicaragua y en la Venezuela de los que sabemos.

 

567. “Biden opina que Netanyahu ‘perjudica a Israel’ al no evitar más muertes de civiles en Gaza”, reza un titular de El Mundo de hoy, domingo 10 de marzo de 2024. Pésimo opinador el viejito, pues el primer perjudicado de la cadena trófica es él, con su apoyo irrestricto a los carniceros judíos -los connacionales de los carniceros yihadistas de todas partes se lo van a hacer pagar en las elecciones, junto con los que se duelen sinceramente de la matanza que no cesa y el asedio infame, para no hablar de los antisemitas devenidos y los de abolengo-. ¿Que el Israel que no quiere cambiar el curso de las cosas sale perjudicado? Eso por descontado, aunque no más ni de modo tan directo como los más de cien secuestrados que siguen tal vez en Gaza y en manos de los terroristas de la contraparte, sus deudos y allegados y, seguramente hasta el final de los tiempos, los judíos que residen y habrán de nacer en pueblos, ciudades y países donde aquel odio milenario, atizado hoy por el pogromo del 7 de octubre y la subsiguiente venganza, campea saludable. Paradójica o coherentemente, los únicos que nada pierden y mucho ganan con la sangría son los terroristas de las dos pandillas en el poder, tan sincronizadas ellas.

 

Adenda: Y cómo les va pareciendo aquel otro viejito, el carcamal del Vaticano, haciéndole nuevamente llamados de súplica a Zelenski, ¡hágame el favor!, dizque para que tenga espíritu conciliador y se siente a negociar la paz con Rusia. ¿Irrespetuoso o no, el bellaco este? Lo oigo y no puedo por menos de pensar en el padre o en la madre que no quiere disimular la preferencia por uno de sus dos hijos, y no precisamente por el que bien se porta y saca buenas notas en el colegio, al que se la tiene montada el envidioso y prospecto de hijueputa que tiene por hermano. Pues bien, el Francisco papá o la Francisca mamá, cada que el malquerido es víctima de una tropelía fraterna, hace como que no se entera o incluso lo acusa de quejumbroso y de detestar al agresor, quien cada que se sale con la suya más canalla se vuelve y más amplía su margen de acción. Eso lo sabe Bergoglio, que de güevón no tiene sino la voz (y digan ustedes si también la cara).

 

568. Los bobos letrados (no se sorprendan: existen, claro que existen, muy bobos y muy letrados; ¿su epítome?: una docenta de ingrata recordación -casi todos los demás le celebraban los apuntitos- cuyo nombre, a diferencia de los tan queridos y respetados de las profesoras Luz Mary Giraldo y Blanca Inés Gómez, se me traspapeló) son los únicos, quiero creer, que dan por sentado que los títulos que ellos atesoran y los que repudian deben por fuerza hacer parte de la enciclopedia de cada lector con que de literatura “conversan”. Los demás sabemos que coincidir con un interlocutor en uno o en a lo sumo unos cuantos títulos, que ambos conozcamos a fondo, es ya un regalo de Fortuna.

 

El preámbulo casi que me exime de aclarar que ningún archilector, y ni siquiera un Nobel indiscutido de Literatura, debería sonrojarse al admitir que jamás leyó tal o cual clásico y menos aún equis o ye libro de los recientemente en boga. Sin embargo, sí que existe el riesgo latente de creerse el cuento o, aun peor, de hacer pasar por novedoso y revolucionario algo -las voces narrativas, la ruptura con la linealidad, la manera en que se construyen los personajes…- cuando no se ha leído una piedra angular del arte en cuestión tipo el Tristram Shandy de Sterne. En el Capítulo catorce pueden encontrar el testimonio de cómo concebían el autor y su narrador el quehacer de ficcionar, y en la novela entera la prueba irrefutable de que la revolución de múltiples momentos y protagonistas que experimentó la narrativa en el siglo XX nació en diciembre de 1759, pero fue concebida en 1605.

 

569. Que Cervantes y Sterne (lo cual equivale a decir don Quijote y Tristram Shandy: las piedras angulares de la historia de la novela escrita en sus lenguas, en todas las lenguas) se tomen a sí mismos tan a la ligera y sin ninguna gravedad siendo quienes son, me torna en aun más ridículo y lastimero al escritor -vivo o muerto- pagado de sí e impúdico a la hora de mostrarse como tal. ¿Que me concedieron el Nobel o me lo negaron mereciéndolo, me leen millones y millones de personas de muy diversos orígeness y gozo de singular prestigio entre los más laureados de esta vaina? Sin duda un gran logro al que, empero, le queda por sortear la prueba definitiva en las artes: el juicio del tiempo; que, por otra parte, falla siempre a espaldas del autor. Se llame compositor, pintor o escultor, director de cine o poeta: el artista que hoy se sienta -al margen de cuánta razón lo asista- uno de los imperecederos del oficio, habrá de contar con una piedra en el zapato que no atormentó a Beethoven, Leonardo, Milton y ni siquiera a Buñuel o a García Márquez: la precaria salud del planeta. que amenaza con arramblar, auxiliada por la demencia megalómana de algunos que acarician sus arsenales nucleares como el avaro los caudales de su caja fuerte, con el nido de la perra, el concepto de posteridad y lo que yazca en medio.

 

570. Leo con asombro a Sterne y, a medida que lo leo y me dejo zarandear de acá para allá y de allá para acá por su narrador y autor implícito, más me convenzo de una insensatez: para darle al césar lo que es del césar, tocaría revisar la crítica y la teoría literaria de valía que se haya escrito, pongamos, entre 1922 y 2024, con objeto de reescribir toda la que no haya fijado su punto de partida en y tenido por brújula la Vida y opiniones del caballero Tristram Shandy, de donde como que brota cada técnica y ardid narrativos que suelen atribuirse a, entre otros, un Joyce, un Cortázar, un Knausgard o ponga usted al que quiera. Ellos, hayan o no leído a Sterne, “simplemente” perfeccionaron cada genialidad no del arte del qué se cuenta, sino del cómo se cuenta lo que se cuenta.

 

Ahora comprendo, maestro Javier Marías, el porqué de su reverencia y deslumbramiento con esta obra fundacional a la que hoy me asomo gracias a su traducción insuperable.


martes, 27 de febrero de 2024

Desahogos polifónicos que pensaban ser póstumos, todos breves o muy breves (I)

“El que no sabe repetir es un esteta. El que repite sin entusiasmo es un filisteo. Sólo el que sabe repetir, con entusiasmo renovado constantemente, es un hombre.”

Soren Kierkegaard

 

501. Si para cuando se publiquen estas reflexiones -de mí no va a depender en absoluto- la Tercera Guerra Mundial nada que se declara y en cambio la hospitalidad del planeta sigue deteriorándose, consigno la solución para que se declare y, en menos de lo que canta un gallo, no quede piedra sobre piedra. Hay que conseguir que se sienten, en torno a la misma mesa, un representante del sionismo, uno del sunismo, uno del chiismo, uno del cristianismo ortodoxo, uno del cristianismo romano…; un sinvergüenza de la extrema izquierda y otro sinvergüenza de la extrema derecha, ambos con suficientes influencia y aceptación entre los nostálgicos del estalinismo y del hitlerismo; y todos necesariamente lectores de probada capacidad. Con Fernando Vallejo de moderador (o con su avatar caso de estar muerto), a nuestros prohombres se les da a leer el capítulo 13 de ‘El sentido de la existencia humana’ para que lo debatan ayudados por el ilustre iconoclasta antioqueño. Como el desencuentro se debe celebrar en medio del más absoluto secretismo, la conflagración va a agarrar a la especie en pleno con los calzones abajo y embebida en un video o en las redes sociales. Se trata de que no sobreviva ni uno solo de los nueve o diez millardos de Homo insatisfactus que a la sazón abollen la Tierra, precisamente para que el planeta, libre ahora de la plaga que comportamos, renazca de entre las cenizas del cataclismo y vuelva a generar vida… pero vida luminosa exclusivamente.

 

502. Para que las inteligencias medias dejen de creer -o confirmen su inexistencia- en el embeleco ese del alma inmortal de que dizque venimos provistos los humanos y ningún otro animal, dos cosas deberían bastarles. Estas palabras del neurólogo Gerald Edelman (“La conciencia es lo que avala todo lo que consideramos humano y valioso. Consideramos su pérdida permanente como una equivalencia de la muerte, aunque el cuerpo siga mostrando signos vitales”), y la experiencia traumática pero instructiva de tener a un ser querido en estado de coma o vegetativo.

 

Con un intervalo de 26 años, mi padre y mi hermana recalaron en sendas unidades de cuidados intensivos (él, desprovisto de cualquier vestigio de alma -es decir inconsciente de modo irreversible-; ella, con el alma intacta -es decir enferma aunque del todo consciente- si bien por muy poco tiempo), de donde al cabo salieron tras decretárseles dos muertes: la cerebral primero y la corporal después.

 

Será tan definitiva la conciencia que si a un maldito con rango en la oficialidad mundial tipo Putin o Netanyahu se les descerraja en donde corresponde un único disparo certero, en cuestión de segundos los tendremos convertidos de desalmados en desarmados e inocuos.

 

503. Yo que los beneficiados, no celebraría en modo alguno o celebraría a rabiar -ya saben: los jodidos puntos de vista- porque en cualquier caso, los efectos del hito histórico -por fin un uso a la altura del adjetivo- van a durar lo que tarde en morir Francisco y empuñar el cetro uno que no desentone con los tiempos que corren… uno que trabaje mancomunadamente con el AfD alemán, los trumpistas y los que andan de plácemes con el fascismo desembozado de… (“dan más miedo los rostros de los discípulos de Miley que los monstruos de Picasso”) en Davos:

 

“…Parece una tontería, pero esta decisión significa también que los afectados (y afectadas, limitaciones del genérico) ya no irán al infierno. Y no ir al infierno, créanme, es un chollo. Lo sé porque, aunque yo no he entrado en él, él sí ha entrado en mí. Lo llevo en el alma desde que un cura de mi infancia nos explicó qué era la eternidad y lo que implicaba vivirla torturado por los hierros al rojo vivo que Satán se complacía en meter por los orificios del cuerpo del condenado. Bien, eso se acabó para los amantes del mismo sexo. Enhorabuena.

Ahora me pregunto si la bendición se aplicará con efectos retroactivos y dejarán salir del averno a los miles o millones de personas que, debido a sus inclinaciones amatorias, ingresaron en él a lo largo de los últimos siglos. Son tantos que no creo que quepan de golpe por la puerta de salida. Habrá que establecer algo, no sé, un orden, unas prioridades. Nos gustaría conocerlas, por curiosidad.”

 

Lo que sería ese desfile de indultados excarcelados: ríos y ríos de hábitos y sotanas enseñoreándose de la transmisión ‘en tiempo real’ y, jubilosa, la comunidad LGBT… dándoles, al fin y oficialmente, la bienvenida.

 

504. No puedo estarles más reconocido a los animalistas vocacionales que, en lugar de estarse llenando los bolsillos como cualquier Elon Musk u otro pobre diablo de la codicia, o pontificando urbi et orbi como Lula y Petro sobre cómo salvar el planeta que los dos ayudan a calentar con gran eficacia, trabajan como Quijotes por la causa. Pero a ver cuál es capaz de sumarle belleza verbal o escrita a su apostolado, de decir tan cursi, con una joya por el estilo de ‘Reino animal’, que harían bien en leer y releer ya mismo en El País de España.

 

505. ¿Que el conyugicidio, el filicidio, el fratricidio, el matricidio, el parricidio, el uxoricidio o el ‘…cidio’ que sea y que se relacione con un ser querido es siempre un crimen mortal a la par que un pecado de lesa humanidad? No si mi padre o mi hermano o mi esposo es un Omar al Bashir, si mi madre o mi hermana o mi esposa es una Rosario Murillo pues, en casos así, al tiranicida se lo debería declarar héroe global y benefactor universal.

 

506. Si a Israel y por consiguiente a Netanyahu se los llega a declarar culpables de genocidio por la carnicería que perpetran en Gaza desde el 7 de octubre de 2023, en la sentencia que se profiera tendrán que figurar Yahya Sinwar y los violadores y asesinos y secuestradores de Hamas en su calidad de instigadores y autores mediatos de esta barbarie ‘a cuatro manos’ o, mejor aún, ‘a dos cerebros’. Y una pregunta para los historiadores que merecen el nombre: ¿existen precedentes de un fenómeno que tocaría bautizar, llegado el caso, ‘autogenocidio’?

 

507. Hablemos de discriminaciones y díganme entonces. ¿Qué diferencia existe entre la que desde siempre han sufrido las mujeres y la que por ejemplo sufrimos desde siempre los ciegos y otros discapacitados? Pues que en tanto que a las mujeres las discriminan ciertos hombres, a nosotros -los cuadripléjicos, los sordos, los down y los autistas y los esquizoides y los esquizofrénicos y…- nos discriminan ciertos hombres y ciertas mujeres, de cualquier edad y raza, de todas las edades y razas y credos y cosmovisiones y procedencias. De modo que yo, ciego y hombre y blanco sufro, comparado con una mujer ciega y blanca, menos discriminación que ella y ella, comparada a su vez con otra mujer ciega, pero no blanca sino negra… Este conocimiento, edificado y cosechado a lo largo de más o menos cuarenta y cinco años de discriminaciones encajadas en primera persona y de la observación atenta del entorno y de realidades ajenas más lejanas en el espacio, es lo que me lleva a despreciar abiertamente el postureo victimista del feminismo más quejumbroso y todos los victimismos que de esa lucha, del todo legítima y plausible en sus comienzos, han copiado el discurso y aprendido las mañas.

 

¿Cuál es el antídoto más eficaz contra la estupidez no del que se siente superior a otros -¿quién no?- pero, vergonzante, se lo calla, sino la del pobre diablo, poderoso -un tal Trump- o no -una tal M. B.-, hace vulgar alarde de ella? Pues esto tan en demasía escaso entre discriminadores, indiferentes y discriminados:

 

“Recién casada en París con el prestigioso profesor de química Pierre Curie, alguien preguntó a María Sklodowska, joven científica polaca:

--¿Cómo hace uno para casarse con un genio?

--No sabría decirle -respondió ella-. Pregúntele a mi marido.”

 

Y lo peor del caso es que muy pocas meritorias se atreven, por miedo a la jauría, a plantarles cara a las ménades del “¡nos están matando!”, en cuya agenda política no hay sitio para ninguna Laura Angulo anónima y muchísimo menos para las israelíes vejadas y violadas por los terroristas de Hamas el 7 de octubre de 2023. “¡Nos están violentando!”, gritaban sus congéneres aquella jornada infernal desde Israel pero ustedes, que entienden divinamente el español de Jenny Hermoso y el inglés de Mia Farrow, ni una palabra del hebreo del enemigo.

 

508. Dulce: que alguien tan escorado a la izquierda -bueno, hasta 2022- como William Ospina tenga la decencia y el valor de poner de manifiesto en un artículo que tituló ‘El látigo’ su opinión sobre los desatinos y desvergüenzas del todo previsibles de este desgobierno de tarambanas (con dos excepciones… o una y media). Agrio: que uno no sepa si la andanada sea el resultado de una reflexión objetiva y desinteresada o la supuración de la herida que seguramente abrió la imposibilidad de convertirse en el ministro de Cultura o de Educación de uno que pintaba para Miley criollo. Agridulce no saber, en fin, qué estaría haciendo Ospina en esa cartera: si más o menos lo mismo que los improvisadores del Esperpetro en las suyas u obrando los milagros antirreformistas -y emparamados de pachulí victimista de Sur Global- con que entretiene a la peña en su columna de El Espectador.

 

Ahora; ¿comparar A William Ospina con el Santiago Gamboa que desde que ganó su votado y perdió Colombia -perdía con cara y con sello- calla y pasa de agache, o con el Julio César Londoño que, como cualquier Vicky Dávila con Uribe y el Titeriván, perfuma la mierda mamerta que nos estamos comiendo en su articulete-mentís ‘¿Vamos mal?’: una canallada.

 

Adenda: que por qué no los dejo de leer a los tres, o al menos a dos, o al menos “al Londoño ese que tanto lo irrita”, pregunta mi madre. Podría no volver a leer -le respondo- a Gamboa e incluso a Ospina… ¿Pero a Londoño, Orfi? E intento sacarla de su pasmo leyéndole, despacio y a muy razonable volumen, ‘La invención de la muerte’.

 

509. A que no adivinan con cuál de los dos estoy de acuerdo: ¿con William Ospina (tan cursi y huachafo y guiso cuando el tema es la política como sutil y acertado cuando escribe de literatura), que enaltece a los terroristas y asesinos de izquierdas y por necesidad a los que los enfrentan con el sustantivo ‘guerreros’, o con Eduardo Escobar, que agrupa a toda la bazofia narcoparamilitarguerrillera bajo una categoría cuya precisión no creo que se pueda igualar?: ¡”pandillas de psicópatas” los llamó este man hace nada en ‘Carrusel de las narrativas’! Gracias, maestro, por el acierto. En adelante…

 

510. El que afirme o siquiera piense que la sevicia y demás vilezas humanas llegaron a las Américas y otras regiones colonizadas y expoliadas del mundo con los colonizadores y los expoliadores, está tan equivocado como el que crea y sostenga que los culebrones son un producto de la televisión:

 

“El capitán es una persona de excelente disposición que destaca en el barco por su amabilidad y la templanza con que ejerce la disciplina. De hecho, es de naturaleza tan afable que no se dedica a la caza -el entretenimiento preferido y casi único por aquí- porque no puede soportar el derramamiento de sangre” (uno de los míos… y perdón por la interrupción): “Es más, podría considerarse un hombre de una heroica generosidad. Hace algunos años se enamoró de una joven dama rusa de discreta fortuna, y el padre de la chica, al saber que había amasado una considerable suma a raíz del cobro de ciertas recompensas, consintió en el enlace. Se citó con su amada, antes de la ceremonia ya concertada, pero ella se presentó bañada en lágrimas y, arrojándose a sus pies, le rogó que la liberara del compromiso y le confesó asimismo que amaba a otro hombre, un hombre pobre, y que su padre jamás consentiría en la unión. Mi generoso amigo tranquilizó a la que le suplicaba y, después de informarse del nombre del amante, desistió de inmediato de su propósito. Con el dinero amasado había comprado ya una granja en la que había decidido pasar el resto de sus días. No obstante, obsequió a su rival con la propiedad y le entregó el resto del dinero ganado en el mar para que este pudiera comprar ganado, y luego él mismo solicitó al padre de la joven que consintiera en el matrimonio de su hija con su amado. El anciano se negó en redondo porque sentía que contraía una deuda de honor con mi amigo. Este, al percatarse de la actitud inexorable del padre, abandonó el país y no regresó hasta que se enteró de que su antigua prometida se había casado conforme a sus deseos. ‘¡Qué individuo más noble!’…”.

 

A ver, Tico; deja que te diga un par de cosas: de noble nada porque ese amigo tuyo, ese papahuevos o papamoscas o papanatas que ni pintado para una telebovela mexicana o venezolana, no es noble sino un pobre güevón. Pero tampoco lo llames ‘individuo’ porque ese sustantivo, en el español respetable y por tanto en vías de desaparición, se reserva para los de veras indeseables: un Tucker Carlson, un Aleksandr Duguin o infinidad de sujetos por el estilo, desde luego que también de tu tiempo.

 

511. Sería para reírse si no fuera todo tan asqueroso.

 

La misma Sudáfrica gobernada por el mismo partido corrupto que en 2015 dejó largar incólume a un criminal de guerra y dictador llamado Omar al Bashir, a sabiendas de que sobre él pesaba una orden de arresto de la CPI (y que tiempo después “se abstuvo en la votación en la ONU sobre la invasión de Rusia a Ucrania. Esa no estaba ni siquiera espoleada por un ataque previo […], pero en ese caso a Sudáfrica le dio igual, como muestra su voto”), pretende hoy que se condene por genocidio al Israel que invade a Gaza y mata palestinos como a moscas. Benjamín Netanyahu celebra que la CIJ no satisfizo enteramente las pretensiones del denunciante y, con cinismo mefistofélico, declara que nadie más apegado al derecho internacional que el pobre Israel al que tantos odian producto del antisemitismo. Y los benditos números, siempre elucidadores si se escucha con atención a quien habla, tanto más cuanto que se trate de un poderoso. Porque lo que yo le oí al carnicero de Gaza fue el adjetivo ‘genocida’ en relación con -¿quién iba a ser?- los como él terroristas de Hamas a los que, al igual que a él, todavía hoy no se los puede denominar ‘genocidas’ oficialmente. Las cuentas son muy sencillas: si Netanyahu piensa que Hamas perpetró un genocidio por haber matado a mil doscientas personas más o menos, ¿no lo van a ser él y sus asesinos que hoy, finales de enero de 2024, van por las veintiseis mil? Desconozco si a los unos o a los otros se los gradúe algún día de aquello tan deshonroso pese a lo manoseado, pero dentro de mí sí que bulle la certeza de que si los unos y los otros gozaran de carta blanca para desaparecer al enemigo, lo harían gustosos y empleándose a fondo para borrar de la faz de la Tierra hasta el último vestigio.

 

Les pido disculpas a los expertos que cuentan por las incorrecciones técnicas y conceptuales en las que haya podido incurrir.

 

512. A la muerte no se le clama; no se le clama porque la muy soberbia, ocupada como está siempre en obrar el prodigio de la ubicuidad, no tiene tiempo para ruegos y gimoteos. Es uno el que, bien mediante un mensajero resuelto y eficiente, bien en persona y sin compañías estorbosas, va en su busca para enterarla de que nuestra fecha se adelanta: lo que he aprendido de mis días de odio.

 

513. Si Victor -un flamante amigo de Walson y mío- tiene sus “bien amados rostros” (sus hermanos, Elizabeth y Clerval), yo tengo “mis bien amadas voces”. Que aún resuenan (la de Orfi y la de la Goga), o que lo hacen en mi memoria auditiva: la de mi hermadre, la de mi Pinchilín, la de Abe, la de mi hija, la de Quico… Se me murieron y nunca hice un experimento que vengo pergeñando -porque lo mío es pergeñar- desde antiguo.

 

Aprovecho la única ocasión en que prácticamente toda mi familia materna se reunió en la finca de la Abuelita Elvia y, a oscuras, sin siquiera la luz de vela que alumbraba cuando la luna no daba la cara, con los ojos vendados para ahorrarme suspicacias y ahorrarles a ellos picardías, procedo a escoger de entre los veinticinco o treinta que vacacionamos allí primero a uno y luego a otro y otro y otro y otro hasta completar cinco personas que, por turnos, van a repetir sin inflexiones la palabra que yo les susurre al oído. En vista de que privados de la luz como están no pueden escribir -escribir sería lo ideal-, cada uno de los veintipico oyentes habrá de mencionar el nombre de quien cree que habló, por supuesto que no al unísono sino por separado, para lo cual habrá de esperar a que yo lo llame y tome nota de su elección. Surtido todo el proceso, me retiro del jolgorio para sumar con particular cuidado los aciertos y los desaciertos… ¡¿Saben qué?! Se me acaba de ocurrir una mejor idea valiéndome de mi grabadora de voz y sin prescindir de la escritura. Cuando la tenga pergeñada les cuento.

 

514. ¿Tornar al aula? Sí, pero no antes de que Bogotá vuelva a ser tierra fría gracias a la reversión total de los efectos del cambio climático, de la concienciación de los más ricos y poderosos del mundo y del resto de la especie sobre la necesidad de compartir y no atesorar, del establecimiento con plenas garantías de un Estado palestino y otro Kurdo, de que se le ponga fin al terrorismo de Estado ruso e israelí y a todos los terrorismos, de que gracias a la lotocracia se desarraiguen de las democracias los vicios que las corrompen, de que la religión se confine a cal y canto en el ámbito de lo privado y se reduzcan los extremismos políticos a meros malos recuerdos consignados en los libros que escriben los historiadores que así merecen ser llamados, de la prohibición global de las pantallas en poder de los estudiantes y de que a ellos, a los universitarios, se los vuelva a considerar adultos y a tratar como adultos, tengan dieciséis o setenta años:

 

“A la mañana siguiente entregué mis cartas de presentación y fui a ver a algunos de los principales profesores, entre los que destacaba el señor Krempe, catedrático de filosofía natural. El profesor me recibió con cordialidad y me hizo varias preguntas sobre mis conocimientos de las distintas disciplinas científicas que pertenecían a su asignatura. Mencioné, debo confesar que con inquietud y temblor, a los únicos autores que había leído sobre la materia. El profesor se me quedó mirando fijamente:

-¿De verdad se ha dedicado a estudiar esas tonterías?

Contesté afirmativamente. El señor Krempe siguió hablando acalorado.

-Cada minuto, cada instante que ha desperdiciado con esos libros es un minuto o un instante perdido. Tiene la cabeza llena de métodos superados y nombres inútiles. ¡Por el amor de Dios! ¿En qué tierra baldía ha vivido usted sin que nadie haya tenido la amabilidad de informarle de que esas fantasías, de las que con tanto afán se ha embebido, tienen mil años de antigüedad y son tan viejas que ya crían malvas? No me esperaba, en estos tiempos de sabiduría y ciencia, encontrarme con un discípulo de Alberto Magno y Paracelso. Estimado señor mío, debe comenzar sus estudios partiendo de cero.

Tras su discurso, el catedrático escribió una lista de varios libros que versaban sobre filosofía natural que quería que yo adquiriera…”.

 

Los cada día menos Krempes que se dedican en el presente a la docencia universitaria pueden dar fe de que un llamado de atención puntual y respetuoso, como el del catedrático de la cita, muy posiblemente derive hoy en lágrimas o insolencia, en reclusiones del regañado en el ‘safe space’ para alumnos “traumatizados y devastados” con que cuenta el campus, o directamente en una queja formal de los padres del jovencito ante las instancias superiores de la universidad, y en la apertura de un proceso disciplinario por maltrato al estudiante, cuando no en la cancelación sin dilaciones del contrato del maltratador. Es lo que hay y lo que va a seguir produciendo esta sociedad que infantiliza e irrespeta, desde centenarios hasta veinteañeros, a los que tutea y explica, con lujo de detalles, desde por qué no se debe conducir bajo los efectos del alcohol y las drogas hasta la importancia de hidratarse convenientemente en tiempos de amenaza climática. Una sociedad que reemplazó las cartas de presentación con que Victor y los demás primíparos de su tiempo debían comparecer ante sus profesores por reuniones de familia y de bienvenida al campus, nada sino borregos diplomados puede forjar.

 

Adenda: como desconozco si para cuando usted esté adelantando su investigación sobre la ‘universidad parvularia’ (de fines del siglo XX y los primeros cien años del XXI) Google todavía va a existir con la información que hoy registra, le suministro tres pruebas vernáculas de que no miento un ápice: “El sábado 2 de septiembre, La Sergio llevó a cabo su tradicional reunión de padres y madres de estudiantes de primer semestre, en…”; “Bienestar Universitario y las Facultades de: Psicología, Diseño, Ingeniería y Ciencias Económicas y Administrativas recuerdan a los familiares de 1° semestre, la invitación al encuentro de padres de familia denominado: ‘Claves para acompañar a los jóvenes en la vida universitaria’. El propósito de esta actividad, es favorecer al joven en su adaptación al estilo de vida propio de la Universidad Católica de Colombia…”; “Hoy el rector de nuestra Casa de Estudios, Hernando Parra Nieto, habló con más de 800 padres de nuestros estudiantes primerizos a los que les dio la bienvenida a la familia externadista…” (Tal vez le interese saber, a manera de atenuante, que el día en que esto escribo -uno de febrero de dos mil veinticuatro- no tengo noticias de universidades parvularias que hayan prohibido expresa y concluyentemente las borracheras, las trabas o los acuestes de y entre sus estudiantes, aunque sí entre éstos y los empleados del centro y sin que obste que el empleado -llámese profesor o secretaria- sea coetáneo del estudiante o aun menor: la razón de mi renuncia a la última cátedra que ejercí).

 

515. A ver quién lo entiende, aparte de mis gatos y de los nómadas urbanos de Bogotá y de todo país y ciudad y pueblo de la aldea global que críen indigencia: “Entro a la cocina y veo a mi mujer sumergida bajo centenares de platos, tazas, fuentes, ollas, copas, cubiertos, coladores, espumaderas, aparatos eléctricos, tratando de limpiarlos y de ponerlos en orden. Y me digo que no hay nada peor que caer bajo la dominación de los objetos. La única manera de evitarlo es poseyendo lo menos posible. Toda adquisición es una responsabilidad y por ello una servidumbre. De ahí que ciertas tribus recolectoras de australia, Nueva Guinea, Amazonía, hayan decidido no poseer nada, lo que, paradójicamente, no es un signo de pobreza, sino de riqueza. Eso les permite la movilidad, la errancia, es decir, lo que no tiene precio: la libertad”.

 

Mejor no le cuento, ilustre y estimado cofrade del machismo manso, lo que pasó en la tertulia en que quise discutir su reflexión con los concurrentes, quienes en su gran mayoría -cuatro de cinco- se enrocaron con obstinación en la bella imagen que la precede. ¡Pero si hasta amenazaron con retirarse para siempre si no les desvelaba el nombre del “machista heteropatriarcal y misógino que escribió esta vaina”. ¿Qué cree usted que les dije? Les dije, en vista de que la suscribo ciento por ciento, que era de mi autoría y ahí fue Troya. Resumiendo, la ordalía terminó conmigo defendiendo a capa y espada mi más absoluta convicción de que si quien hubiera entrado en la cocina hubiera sido su mujer y usted el que trajinaba en el caos de la acumulación, la imagen valdría lo mismo que el desencuentro en que ellos cuatro -el quinto era un pobre desgüevado de los que esperan que los demás se larguen para decirnos que tenemos razón- convirtieron lo que habría podido ser un tremendo aprendizaje colectivo, y vaya usted a saber si hasta un cambio para bien en el significado que cada cual tiene del verbo poseer.

 

516. Déjeme usted que parafrasee la 95 con un par de fines: celebrar semejante gema de la concreción inteligente, y “enseñarle” a la tertulia lo que me ha llevado años aprender: “Nuestro talante es la superposición de los talantes de nuestros antepasados. En el curso de nuestra vida las virtudes y defectos de unos se van haciendo más perceptibles que los de otros. Así, de bebés, nos atribuyen la dulzura de la abuela paterna; de niños, la irascibilidad de un tío; de adolescentes, el desenfreno y el descomedimiento de nuestra hermana mayor; de jóvenes, la disciplina del abuelo materno; de maduros, el extremismo sectario de Fidel Videla; de viejos, la generosidad rebelde y sabia de Antígona; de ancianos, la mala leche de Caín. Salvo que te llames Putin o Netanyahu, Gloria Cecilia Narváez o José Andrés, los millardos que no somos ni chicha ni limoná sino un revoltijo de ambas, nos merecemos, por supuesto que con matices y gradaciones, el claroscuro de la foto.

 

517. “Los ecólogos se han encargado de denunciar la contaminación del medio ambiente, pero ¿quién se preocupa de la polución verbal e ideológica?”: desde luego que no los políticos de la antielocuencia enfática, los periodistas y comunicadores del archisílabo y el anacoluto y muchísimo menos los lingüistas y supuestos profesores o catedráticos de español o castellano, cuyos discursos en nada se diferencian de los de la prensa y la política. Esa labor, ingrata donde las haya, la ejercen hoy Álex Grijelmo y otros pocos Quijotes del buen decir que se baten contra los consabidos molinos de viento, sólo que huérfanos de escudero.

 

Para no ir muy lejos y para ponerlo al tanto de la velocidad de vértigo a la que cunde el mal ejemplo, le cuento que hace más o menos un par de años se empezó a desterrar de todo discurso y soflama y conferencia y clase y charla entre amigos y bisbiseo entre amantes la entrañable preposición ‘con’, para reemplazarla, en todos los casos, por la frase ‘junto a’, en la convicción de que lo cantinflesco y enrevesado, si extenso, dos veces circunstanfláutico.

 

¿Cómo explicarle al vulgo diplomado o pluridiplomado el tamaño del exabrupto? De pronto intentándo hacerles ver que no es lo mismo decir o escribir “Anoche, mientras pichaba con mi marido” que “Anoche, mientras pichaba junto a mi marido” pues en el segundo caso, o bien el marido estaba dormido mientras su mujer pichaba con otro o despierto y mortificado de verlos gozar o, estirando mucho la truculencia, pichando a su turno junto a su mujer mas no con ella. Pero la verdad hermano es que yo no estoy para perder más tiempo del que ya pierdo oyéndolos desbarrar.

 

518. Cómo le parece, Ribeyro hijuemadre, que el otro día, domingo para más señas, voy y me topo, en El Espectador, con esta joya de titular: ‘Tener una discapacidad no lo limita a uno en nada’. Me quedé de piedra ante el tamaño de la mentira y mi primer impulso fue, no leer el artículo -supuse que eso era-, sino coger mi hoja de vida y enviársela al periódico para que me empleara de chofer, de fotógrafo, de diseñador gráfico, de diagramador o portero pues, como comprenderá usted, una oportunidad así de calva difícilmente se volvería a presentar aun en estos tiempos de exacerbados inclusivismos teóricos. Pero me distraje con un asunto de la más cruda realidad y casi se me olvidó.

 

hasta esta mañana, cuando leí su prosa apátrida 99 y me dije que tenía que buscar aquello: no un artículo, sino un video cándido y bienintencionado que, como presentí, “miente” con tanta ingenuidad que imposibilita la indignación. Con decirle que tras verlo dos veces -por si algo se me había pasado por alto- no supe cuál es la discapacidad del muchacho que lo inspiró. ¿Parapléjico o hemipléjico?, ¿amputado o emputado crónico?, ¿ciego o casimiro (no confundir con Casemiro)?: no creo que sordo y por descontado que mudo tampoco, pues se comprende lo que dice.

 

No estaría mal que alguien más esforzado y empeñoso que yo y menos inhallable e inasible que Ribeyro se tome el trabajo de encontrar al entrevistado y a la entrevistadora -también insulsa- para que les pregunte, a fin de que puedan convalidar la aseveración del titular, qué posibilidades tiene un ciego total de jugar a lo que aquí el autor: “Durante muchos años, por un error del editor, que se había equivocado en el retrato de la contratapa, leí obras de Balzac pensando que tenía el rostro de Amiel, es decir, un rostro alargado, magro, elegante, enfermizo y metafísico. Sólo cuando más tarde descubrí el verdadero rostro de Balzac su obra para mí cambió de sentido y se me iluminó. Cada escritor tiene la cara de su obra. Así me divierto a veces pensando cómo leería las obras de Victor Hugo si tuviera la cara de Baudelaire o las de Vallejo si se hubiera parecido a Neruda. Pero es evidente que Vallejo no hubiera escrito los Poemas humanos si hubiera tenido la cara de Neruda”.

 

Por si no se da con ellos, me anticipo y les informo que las mismas que yo cuando era niño y, en mi casa o en la que estuviéramos visitando, algún entusiasta proponía que trajeran los álbumes que hubiera para que miraran fotos. Siempre me supe, y me resigné a estarlo, excluido de esas dos horas de paraíso analógico.

 

Ah, y menos mal que yo no soy escritor sino escribidor, y eso me salva de tener un rostro para una obra.

 

519. Para que comprendan cabalmente esta -llamémosla- ‘teoría polifónica’ del gran Javier Cercas, pueden hacer lo siguiente: lean en El Espectador ‘¿Vamos mal?’ de Julio César Londoño y cuenten las columnas que sobre el Esperpetro y su desgobierno de tarambanas a publicado allí mismo Santiago Gamboa. A continuación, hagan un cotejo pormenorizado de lo que el uno y el otro denunciaron y gritaron en los primeros dieciocho meses de las presidencias del Titeriván, de Santos… y saquen cuentas:

 

“He aquí las dos reglas básicas del intelectual de izquierdas (si el Gobierno es de izquierdas) y del intelectual de derechas (si el Gobierno es de derechas):

Uno. El Gobierno siempre tiene razón. Dos. Si el Gobierno no tiene razón, rige la primera regla.

Exagero, pero poco.

La expresión ‘intelectual independiente’ es un pleonasmo: un intelectual no independiente no es un intelectual; pero, entre nosotros, parece casi un oxímoron: un intelectual independiente es un perro verde, o poco menos. Aquí, salvo excepciones, el intelectual tiende a ser un idiota etimológico (‘idiotés’ significa en griego quien se desentiende de la política) o un capataz del poder; así que, si alguien osa rebelarse contra el poder, no digamos si incita a rebelarse a los demás, el idiota se hace el sueco -no vaya a ser que alguien se moleste-, pero el capataz reacciona como sus homólogos de las plantaciones algodoneras de Virginia cuando oían refunfuñar a los esclavos: ‘Pero ¿cómo podéis quejaros, ingratos? ¿No coméis y bebéis y dormís bajo techo? ¿No os dais cuenta de que sois unos privilegiados? ¿Qué más queréis?’. […] Entendámonos: al intelectual le entusiasman los llamamientos a la rebelión, pero al de izquierdas sólo le entusiasman si los hacen los suyos contra las tropelías de los Gobiernos de derechas y al de derechas sólo si los hacen los suyos contra las tropelías de los gobiernos de izquierdas. ‘¿Qué es un hombre rebelde?’, se preguntó Albert Camus. ‘Es un hombre que dice no’. Pero decir ‘no’ no es decir ‘no’ a los otros, a tus adversarios: eso es a menudo una forma de gregarismo, porque es decir ‘sí’ a los tuyos; decir ‘no’ de verdad es decir ‘no’ a los tuyos cuando se equivocan o crees que se equivocan, o cuando cometen un atropello o crees que lo cometen. El riesgo, claro está, es ganarte el rechazo de todos; el riesgo es la soledad, el ostracismo: convertirte en el enemigo del pueblo. Por fortuna, entre nosotros el intelectual no corre casi nunca ese riesgo. Es verdad que, a veces, parece criticar al amo; pero no hay cuidado: es para salvar la cara, y o bien sus críticas son tan crípticas que nadie nota que son críticas, o bien son halagos disfrazados de críticas, que son los mejores halagos. En realidad, el intelectual como es debido se dedica ante todo a disolver las motivaciones negativas que provoca en la ciudadanía el ejercicio del poder de los suyos. Es decir, a ejercer de capataz.

Mal rollo: lo raro no debería ser rebelarse contra el engaño, la vileza y la injusticia, vengan de donde vengan; lo raro, lo pasmoso es la mansedumbre, el aborregamiento y la sumisión al poder de quienes deberían ser los primeros en impugnar sus desmanes y en cambio se aplican a urdir, como dice Noam Chomsky, las ‘ilusiones necesarias’ para justificarlos. Aunque quizá no sea tan pasmoso; quizá para entenderlo baste con recordar aquella verdad escalofriante formulada por el Gran Inquisidor de Dostoievski en Los hermanos Karamazov: ‘Para el hombre no hay preocupación más constante y atormentadora que la de buscar cuanto antes, siendo libre, ante quien inclinarse’.”

 

Curiosamente, entre los columnistas que leo imperan más los de objetividad decente que los de indecente militancia política, a cuyos nombres debo sumar uno menos ilustre que los de Londoño y Gamboa, aunque a fin de cuentas relevante hoy por hoy: el de Cecilia Orozco Tascón, quien mucho podría aprender de periodismo objetivo si se compara con María Jimena Duzán y con Ana Bejarano Ricaurte, y de estilo y firmeza ecuánime si en quien se fija es en Piedad Bonnett. Y mejor ni le hablo de Adela Cortina, porque ahí sí que correría el riesgo de que se le amplíen las miras.

 

520. Me cuenta Álex Grijelmo (gracias, maestro, por lo mucho que me enseña semanalmente) el trasegar de un sustantivo utilísimo que hasta hoy oigo, pero el contento que me produce el hallazgo se tiñe de desazón porque veo que, nuevamente, es decir por enésima vez, él y muchos otros dejan en el aire la sensación de que, llamados a polarizar, los únicos que lo hacen y lo saben hacer son ésos, los que regentan la “fachosfera”. ¿Pero cómo se podría polarizar si del otro lado no hubiera los dispuestos a recoger el guante que se les arroja? ¿Puede desatarse acaso una pelea de borrachos si los unos insultan mientras que los otros, para evitarlos -que no disuadirlos-, pagan la cuenta y se largan del puteadero? De modo pues que no hay ‘fachosfera’ sin ‘mamertosfera’: Abascal sin Iglesias, Uribe sin Petro o Miley sin Kirchner, cada cual con sus tribunas de vociferantes y el caos por medio.

 

Algo que me preocupa aún más, maestro, es que todavía no haya un “topónimo” para los vacunados contra la polarización no gracias a su ecuanimidad, sino por culpa de su indiferencia; y otro para los que nos batimos contra ambas hordas por separado y sin ningún tipo de articulación ni estrategia. Me cuenta qué se le ocurre.

 

521. Una cosa solamente espero de mí mismo. Que cuando me corresponda el infortunio de ser la víctima -y flamante indigente- de un terremoto, de un incendio forestal, de un desplazamiento o destierro forzoso; de una hambruna o de una polidipsia colectiva; de una carnicería, matanza o genocidio; de una diáspora, de una repatriación forzada o ‘remigración’; de, en fin, uno o varios de los padecimientos que a diario veo (compungido y maldiciente) en la televisión sin que mueva un puto dedo y mucho la lengua, sepa hacer acopio de valentía y dignidad para no quejarme.

 

522. De una búsqueda somera -como prácticamente todo lo mío: somero, breve, sucinto pero jamás mediocre- en Google, concluyo que no: que todo indica que aún no existe nada formal, o sea académico, que aúne ciencia y literatura, literatura y ciencia. Quiero decir un departamento adscrito a una facultad X que lleve por nombre ‘Departamento de Ciencia y Literatura’ o ‘Departamento de Literatura y Ciencia’, en donde se formen, respectivamente, científicos y divulgadores científicos con querencias y conocimientos literarios y literatos con querencias y conocimientos científicos. Lean, para que me copien, ‘¿Son los animales conscientes de su sufrimiento?’ y ‘Las cuatro conciencias’: en ese orden y en El País de España y El Espectador, respectivamente. Imagínense, mientras leen aquel par de reflexiones, que la primera pertenece a un estudiante brillante de la primera promoción de graduados del primer Departamento y la segunda de uno igual de meritorio, pero ahora del segundo. Los beneficios de semejante osadía por partida doble serían muchos, y de incalculable valor. ¿Les parece poco dotar al científico de imaginación fictiva y al literato de respeto por lo fáctico?

 

523. Menos mal que entre los columnistas de la nueva Cambio está Daniel Samper Ospina para que saque la cara por la objetividad que, bisoño que soy, llegué a atribuirles también al gran Samper Pizano y a Coronell. Al césar lo que es del césar: le debo al Esperpetro y a su “presidencia” (que si algo preside y gestiona con eficiencia es el descontento de los que tendrían que estar descontentos y emputados, pero con él) semejante descorrimiento de venda.

 

Deseada muchacha, estimado muchacho, mojachos todos que estudian comunicación social y periodismo: si van por el octavo o el noveno semestre de su pregrado y la IA todavía no les revela un buen tema para la tesina, oído que yo sí, y de una vez con el título. Lo que deberán hacer es coger todos los artículos que Daniel Samper Ospina ha publicado desde agosto de 2022 y hasta mediados de febrero de 2024, y rastrear en ellos los desaguisados y escándalos del ‘gobierno del cambio… para mal’ que el columnista a sometido a riguroso análisis humorístico. Cuando los tengan debidamente subrayados y registrados, rastréenlos en los artículos que Coronell y Samper Pizano publicaron en igual período y saquen conclusiones. El título de que les hablaba es, o puede ser, ‘Del humor como denuncia y la investigación como silencio’. Ah, y si al cabo descubren que les ahorré uno o un par de semestres más en la U con esta idea, pues inviten a la fiesta de grado y presenten amigas, ojalá bien p… bien pilas: 3 16 5 18 90 24.

 

524. Me pide un estudiante de carne y hueso, pero virtual, que por favor le aclare el significado de ‘frase contundente’ que, o bien no buscó en ningún diccionario o, si lo buscó, tal que si no lo hubiera hecho -cortedades de estas criaturas hiperconectadas de entre 3 y 100 años-: “Petro se ha dedicado a decir que hay una conspiración para no dejarlo terminar su gobierno: ya va siendo hora de que lo empiece”.

 

Estimada y admirada María Jimena: le pido disculpas y comprensión por haberme tomado el atrevimiento de alterar la puntuación de la idea original, pero es que preví -porque lo mío es prever- los conatos de sabotaje de los enteradillos de la mamertosfera, que habrían saltado a refutar no la verdad de a puño con que usted concluye su artículo, sino la memez de que en el ejemplo que le di al estudiante no había una sino dos frases. Ya los conoce usted: ruidosos como sus papas-bomba e ineptos como sus dirigentes.

 

525. Estoy releyendo esto -las primeras cartas de Walton a Margaret- porque el día que comencé a leer la novela estaba dominado por el tirano que llevo aquí en la sesera -un hideputa al que me propuse plantarle cara-, y menos mal porque miren este detalle que dejé pasar de largo: “A esa edad conocí la obra de los celebrados poetas de nuestro país; aunque, solo cuando ya fue demasiado tarde para beneficiarme de tales saberes, percibí la necesidad de dominar otros idiomas al margen del propio. Ahora tengo veintiocho años, y en realidad soy menos culto que la mayoría de chicos de quince que asisten a la escuela. Es cierto que los supero en madurez y que mis ensoñaciones son más prolíficas y fabulosas…”.

 

El que hoy lo oiga a usted -si bien no al margen de cierto escepticismo saludable- y no advierta el deterioro generalizado de la enseñanza en escuelas, colegios y universidades…: con decirle, viejo Robert que, de ser cierto lo que usted dice, cualquier mozalbete aplicado de su tiempo y país es más culto que prácticamente cualquier universitario o profesional del presente con diplomas expedidos por universidades del primero o del tercer mundo. Si no me cree, haga usted lo que pretende la lotocracia: escoja al azar a un grupo de candidatos a profesional -o de profesionales que se acaban de recibir- de la aldea global y pregúnteles tres cosas que hoy tendría que saber un bachiller recién graduado, para que vea que no le miento y ni siquiera exagero. Es más: los resultados de la averiguación que usted emprenda podrían dejarlo tieso de pasmo si a quienes examina, y con pruebas elementales de redacción y ortografía de las que le hacía su profesor de inglés en la escuela primaria, es a estudiantes de posgrado y posgraduados de todos los niveles, desde aspirantes a especialista hasta posdoctorados en esto y en aquello. Y aunque sobre, lo digo: del analfabetismo funcional de los supuestamente escolarizados, educados y pluridiplomados de cualquier latitud son culpables, amén de cada mediocre que se aprovecha de la lenidad del sistema educativo de su país para aprobar sin estudiar, los gobiernos que han propiciado tal estado de cosas y, ante todo y en primerísimo lugar, los deshonestos que, preparados o no para educar como es debido, se amangualan con el facilismo del engranaje o aceptan y se lucran de una responsabilidad que les queda grande.

 

526. Oyendo la pregunta que la mamá de Tristram Shandy le hace a su marido en medio del polvo que pone en marcha al chino, se me ocurre algo que seguramente ya existe; se me ocurre que algún desocupado con ingenio compile, fidedignamente, las cien preguntas más inoportunas formuladas por el que muy posiblemente no goza -sino que cumple- al que goza genuinamente. Y aunque sobre, lo aclaro: la pregunta de la mujer de Walter deberá figurar la primera.

 

527. Interesante y acertada la reflexión, hermano, pero ya le cuento, porque se le quedó la mitad por fuera:

 

“Y es que no hay, se sabe desde la Antigüedad, mejor detonante de la memoria que un olor, como si nuestras sensaciones más intensas estuvieran ancladas allí, dormidas en un aroma que es capaz de llevarnos de inmediato, como en un golpe de gracia, a un pasado que se despierta y se renueva gracias a lo que olía cuando lo vivimos por primera vez -cuando fue presente, para siempre-, de allí nuestro apego y fascinación con esa eficaz máquina del tiempo. Estoy seguro de que todos tenemos un catálogo de olores […] que nos llevan a momentos dichosos de la vida…”: ojalá fueran sólo dichosos, mi muy estimado Juan Esteban.

 

Tengo grabada a fuego en la memoria -en la vergüenza que no se extingue- una noche de pubertad en la casa de mi amigo César Hernando Romero, que me invitó a quedarme porque se me hizo tarde para regresar a la mía. La pobreza de aquella época -mejor dicho: la irresponsabilidad de Abelardo- me hizo aceptar, no recuerdo de quién, unos zapatos ordinarios que no se contentaron con enterarme de que en lo sucesivo se me podía encarnar la uña del dedo gordo del pie izquierdo, sino de mortificar mi amor propio de niño ciego muy bonito y pulcro con una maldita pecueca que en la vida yo le había padecido a nadie: ¡ni siquiera a los trabajadores de la finca de la abuelita Elvia, que recogían café todo el día y sudaban lo indecible embutidos en las botas pantaneras que se quitaban no bien llegaban del corte!

 

Una noche de espanto que, dondequiera que esté él, sé que recuerda tan bien como yo. Que voy a morir sin poderles agradecer a él y a su bella familia la discreción con que sortearon el imprevisto de haber acogido en su hogar, también humilde, a un apestoso del que, lo juro, felizmente no he vuelto a tener noticias.

 

Pero claro que sí: atesoro un catálogo de olores tan profuso y rico que hasta valdría la pena intentar convertirlo en literatura… No sé: en cualquier caso, en algo muy distinto y al cabo muy similar a lo de Süskind.

 

528. La literatura, ya se sabe, es una fuente inagotable de secretos y serendipias de la que bebe y de los que se nutre el lector imaginatibo y despabilado que, en sus ratos de ocio solitario, se mortifica o se entretiene intentando comprender por qué esto o por qué lo otro, cuestiones para las que muchas veces no encuentra razones que lo satisfagan. Y justo cuando no piensa en eso porque se encuentra hundido hasta las cejas en el título tal de tal autor, de la página por la que pasea la mirada salta, con igual vehemencia que el nombre o la palabra que inopinadamente se materializa en la conciencia tiempo después de que nos hubiéramos dado por vencidos tratando de recordarlos, la explicación que no fuimos capaces de hallar por nuestra cuenta:

 

“…tuve el tiempo justo, digo, y eso fue todo, para comprobar lo acertado de una observación hecha por un hombre que había pasado largas temporadas en ese país;-a saber, ‘que la naturaleza no era ni muy pródiga ni muy tacaña a la hora de conceder los dones del genio y de la inteligencia a sus habitantes;sino que, como un progenitor juicioso, era moderadamente benigna con todos ellos; observando un tenor tan equitativo en la distribución de sus favores que en los mencionados aspectos todos se hallaban a un nivel casi parejo; de modo que en ese reino encontrarán ustedes pocas muestras de refinado talento; y, en cambio, verán que las gentes de todas las clases y condiciones poseen grandes dosis de simple y buen entendimiento casero, del que todo el mundo ha recibido su porción’; lo cual, pienso, no deja de estar muy bien.

Nuestro caso, ya lo ven ustedes, es radicalmente distinto;-todo son altibajos en esta cuestión;-o es usted un gran genio-o apuesto cincuenta contra una, señor, a que es usted un gran idiota y un zoquete;-no es que haya una falta absoluta de escalones intermedios,-no,-tampoco somos tan estrambóticos como para eso;-pero los dos extremos son más corrientes y se dan en mayor grado en esta isla inestable donde la naturaleza, a la hora de conceder y disponer de este tipo de dones, se muestra absolutamente caprichosa y antojadiza…”.

 

No sé si ustedes, pero yo me he pasado horas, que sumadas suman días enteros, tratando de comprender por qué los daneses, los finlandeses, los islandeses, los suecos y los noruegos se conducen hasta hoy -febrero de 2024- con una mesura y sentido común envidiables en algo que, para prácticamente el resto del mundo y no se diga para el tercero, constituye el lastre y el flagelo de los que se derivan prácticamente todos los demás males: en política. Pero aún más incomprensible me resulta que ellos no sean el espejo en que nos miremos todos los que padecemos a los politicastros que padecemos por culpa de los zoquetes y los idiotas que se abstienen o que votan por un Boris Johnson y un Donald Trump, por un López Obrador y un Petro, para no hablar de los cobardes o del todo insensatos que agachan la cabeza o celebran a los mequetrefes que se apoderaron de Venezuela, Nicaragua, Cuba y Corea del Norte o que tiranizan con método y sistema a Rusia o la China. Daría yo lo que tengo y más para que las palabras de la cita no fueran la lúcida aproximación que son sino una teoría tan demostrable como optativa: cincuenta millones de colombianos grises pero sensatos a cambio de los nueve o diez grandes muy grandes que engalanan nuestro acervo cultural… ¡dónde le firmo!

 

529. Si en mi calidad de estudiante universitario de algo en relación con lo que se denomina ‘ciencias humanas’ -o humanidades a secas- sentía una mezcla de compasión y desprecio por el profesor que en el aula hacía explícita su fe religiosa -del carácter que fuera-, como estudiante de una ciencia formal o natural no lo habría tolerado. ¿Impartir una asignatura de economía, de política, de lengua o aun de derecho sin desembarazarse del lastre de un dios?: lamentable. ¿Enseñar Cálculo Diferencial, Introducción a la Física, Bioquímica y Biología Molecular o aun Estadística Descriptiva poniendo de manifiesto el dios a que se le ora o reza?: i-nad-mi-si-ble. Que cuando en clase se aborde semejante papa caliente, sea porque a quien enseña lo asisten el coraje intelectual de Wilson y lo que juzgo su determinación de no contemporizar con ningún sinsentido, provenga de donde provenga:

 

“¿Qué nos cuenta la historia de nuestra especie? Y me refiero a la narración que hemos construido a partir de la ciencia, no a la versión arcaica empapada de religión e idiología. Creo que contamos con pruebas lo suficientemente considerables y claras como para llegar a la siguiente conclusión: no nos creó una inteligencia sobrenatural. El azar y la necesidad fueron los responsables de nuestra especie, una entre millones en la biosfera terrestre. Por mucho que esperemos y deseemos lo contrario, no hay ninguna evidencia que pruebe la existencia de una gracia externa que brilla por encima de nosotros, ni tampoco un destino o un propósito demostrables que se nos hayan asignado, ni una segunda vida esperándonos al final de la actual. Estamos, por lo que parece, completamente solos. Y eso, en mi opinión, es algo genial. Significa que somos completamente libres. Por consiguiente, podemos diagnosticar más fácilmente la etiología de las creencias irracionales que tan injustificadamente nos dividen…”.

 

Qué haría yo si, pese a estudiar geología o astronomía y a aspirar a ser un geólogo o astrónomo de renombre, no consigo apagar en mi interior la creencia en el dios que se me inculcó cuando niño. Pues muy sencillo: mantenerlo tan en secreto como si de lo que se tratara fuera de una apetencia sexual de esas que la sociedad que nos tocó en suerte nos dice que son reprobables y punibles, tipo la del Humbert Humbert de Nabokov. Y, si se presta, rezar o gozar clandestinamente, pero sin dañar a nadie.

 

530. ¿Se necesita, les pregunto a los renuentes, a los escépticos y a los todavía hoy desapercibidos con poder decisorio dentro de la academia; se necesita, acaso, otra razón que justifique lo que el siguiente archiargumento se basta para justificar por sí solo, a saber: que ya va siendo hora de que los simbiontes de esta “relación” subsistan en simbiosis y no, como hasta ahora, cada uno a su aire y por separado, cuando no poniéndose zancadillas y mofándose del otro con acritud?:

 

“Hablar de la existencia humana es centrarnos mejor en la diferencia entre las humanidades y la ciencia. Las humanidades abordan en detalle todos los tipos distintos de relaciones que mantienen los seres humanos los unos con los otros y con su entorno, que incluye plantas y animales cuya importancia puede ser tan estética como práctica. La ciencia aborda todo lo demás. La visión del mundo autosuficiente de las humanidades describe la condición humana, pero no se plantea por qué es así y no de otra forma. La visión científica del mundo es muchísimo más amplia. Abarca el sentido de la existencia humana: los principios generales de la condición humana, dónde encaja la especie dentro del universo y por qué existe en primer lugar…”.

 

Bajo la gravedad del juramento: nunca, en los ocho años de pregrado y de posgrado, un profesor de literatura o de la asignatura que fuera, se ocupó durante siquiera una clase de hacerme consciente del estrecho vínculo que existe entre “lo mío” y la ciencia, y estoy seguro de que exactamente lo mismo les ocurre a los estudiantes de química, de medicina y etcétera con las humanidades: “Eso estudia mi primo, pero ni idea de qué se trata”.

 

Hube de esperar a convertirme en lector por cuenta propia para dar con un camino que hoy me lleva de ‘El infinito en un junco’ a ‘El sentido de la existencia humana’, de ‘Castalión contra Calvino’ a ‘El mundo y sus demonios’, de ‘Utopía y desencanto’ a ‘De animales a dioses’, de ‘La sociedad del cansancio’ a ‘Primavera silenciosa’, de ‘La civilización del espectáculo’ a ‘El hombre que confundió a su mujer con un sombrero’ y, cuando la felicidad está enteramente de mi parte, a un híbrido de doble título: de ‘La vida contada por un sapiens a un neandertal’ a ‘La muerte contada por un sapiens a un neandertal’. Un camino del que no pienso apartarme -¡todo lo contrario!- en lo sucesivo, que aguardo sea breve.

 

Adenda: quiero volver a enseñar, pero ojalá no en un departamento de literatura a secas sino en uno más ambicioso, que lleve por nombre: Departamento de Literatura y Ciencia o Departamento de Ciencia y Literatura, según se trate.

 

531. De verdad maestro que lo leo, lo releo y no consigo salir de mi asombro:

 

“Tenemos ante nosotros nuevas opciones, que en épocas más remotas eran prácticamente impensables. Nos dan las fuerzas necesarias para abordar con más seguridad la empresa más grande de todos los tiempos: la unidad de la raza humana.

El prerrequisito para lograr ese objetivo es lograr una autocomprensión certera. Así pues, ¿cuál es el sentido de la existencia humana? He insinuado que es la epopeya de la especie, que empezó con la evolución y la prehistoria biológicas, continuó en la historia documentada, y ahora es también aquello en lo que elegiremos convertirnos, que avanza más y más rápido, día tras día, hacia un futuro indefinido.”

 

Comprendo perfectamente que todos los científicos de los como usted con alma, que entregan su vida a la investigación en el campo que sea, lo hacen porque creen en el mejoramiento y la perfectibilidad de los métodos, procedimientos e inventos tecnológicos y demás hallazgos de la ciencia, que redundan en el bienestar del planeta y sus criaturas: eso lo comprendo. Pero entre esto y siquiera considerar factible “la unidad de la raza humana” como un “objetivo” que depende de que se logre “una autocomprensión certera” (con la que, por otra parte, usted y otros pocos ya cuentan para bien o para mal y sin necesidad de ninguna inteligencia artificial, que es lo que las palabras ‘nuevas opciones’ y ‘aquello en lo que elegiremos convertirnos’ sugieren) media un océano de locura y optimismo desbordado que corre parejas con las más torpes fábulas religiosas, que les sorben el seso a millardos. Pero aun en el caso de que las dichosas posibilidades de la IA o de lo que usted tuviera en mente en el momento de escribir las líneas precedentes fueran infinitas, ¿quién las explotaría y se usufructuaría de ellas el día de mañana? ¿Los bienintencionados como usted y yo o los de siempre y para lo de siempre: dividir para triunfar, triunfar para enriquecerse y “empoderarse”, “empoderarse” para oprimir y aplastar? Porque, que yo sepa, la posibilidad de deshacerse de los que con su crueldad y codicia impiden la hermandad entre los hombres de buena voluntad existe únicamente en los paraísos posterrenales que prometen las iglesias.

 

532. Cada vez que alguien propone, con las mejores intenciones, que se “empodere” a las mujeres haciendo de ellas eficientes lectoras del mundo en el que viven gracias a la literatura en general y a la literatura feminista en particular, pienso invariablemente que si de mí dependiera aquel proyecto, el primer nombre con que las confrontaría sería el de Elfriede Jelinek; una escribana con Premio Nobel y célebre además por ser una desfacedora de injusticias humanas, como la que se cometió en contra de su colega Jack Unterweger, quien, gracias al activismo y buenos oficios de ella -y a los de otros que no vienen al caso-, recobró la libertad que le arrebataron y retomó su apostolado en favor del ‘sexo débil’. Lástima que Larsson murió en 2004 cuando su trilogía maravillosa estaba ya escrita porque si no, en lugar de Lisbeth Salander y Mikael Blomkvist, los nombres más memorables de Millennium serían los reales de aqueste par de austríacos.

 

533. Y ya que hablamos de semejante símbolo femenino de las letras y la misericordia universales, aprovecho para declarar en mi calidad de ciudadano de esta democracia todavía y pese a todo en pie; en mi calidad de discapacitado y discriminado no sólo por ciertos hombres sino por ciertas mujeres (de cualquier edad y raza, de todas las edades y razas y credos y cosmovisiones y procedencias), que suscribo y me pliego a estas palabras que la hacen libre a ella, feminista radical; que me hacen libre a mí, machista manso: “Nadie logrará hacerme renunciar a mis bromas estúpidas, a mi tono desengañado, ni siquiera por la fuerza; bueno, quizá por la fuerza. Cuando yo quiero decir algo, lo digo como quiero. Al menos quiero darme ese gusto, aunque no consiga nada más, aunque no logre ningún eco”.

 

Un buen ejercicio detectivesco sería que el improbable lector de estos desahogos -iba a decir desvaríos- elabore una lista pormenorizada de los posibles ejercedores de fuerza en contra de su pergeñador. La mía es larga y, por serlo, se la puede resumir en apenas cuatro sílabas: im-pu-ni-dad.

 

534. La cuestión es, gran Carlin, que incluso si como por ensalmo se multiplicaran hoy los Navalnis por cien, por mil o aun por diez mil, el devenir de lo que somos no se alteraría en absoluto pues, sumados aquí y allá el Homo perversus y el Homo pusillanimis, la cifra casi que coronaría el cien por ciento de los nueve o diez millardos que dizque somos. Pongamos un 99,9%, para abrirles campo a las Antígonas y a los Sebastián Castalión, que ninguno necesitan puesto que refulgen a sideral distancia de todos nosotros.

 

Inquiere usted ¿retóricamente? “si la muerte anunciada de Alexéi Navalni tendrá consecuencias políticas para su asesino, Vladímir Putin, o para el sistema totalitario contra el que Navalni luchó, o si la historia dirá que su sacrificio fue en vano” y yo respondo con análoga prescindibilidad: lo dirá.

 

Pero no me puedo despedir de su admirada persona sin que antes le haga una pregunta de más de dos signos de interrogación, a propósito de este otro párrafo: “A la larga, demasiado a la larga, la historia verá a Putin como el emblema por excelencia del cinismo y la mediocridad, de la banalidad del mal. Navalni será recordado como la integridad en su máxima expresión. Pero, salvo que de repente ocurra algo muy inesperado, de poco le sirve el sacrificio de este gran hombre a Rusia o al mundo hoy. Lo cual es una terrible pena”.

 

¿Qué es ese “algo muy inesperado” que resolvió no exteriorizar o que simplemente no pudo por falta de espacio? ¿Acaso el levantamiento planetario -o por lo menos regional- de los ofendidos y los humillados en contra de los opresores; el cual, de llegar a ocurrir, sobrevendrá tiempo después de la parusía?

 

Y una infidencia: la única esperanza que todavía hoy en mí alumbra, mortecinamente, es que un vidente temerario y suicida me diga que listo, que se encarta conmigo para que juntos luchemos en Ucrania a favor de los ucranios decentes. Supongo hermano que ninguna falta hace aclarar por qué no, bajo ningún concepto, en Gaza, Sudán o el Yemen no obstante dolerme los gazatíes, sudaneses y yemeníes de bien que tanto sufren. (Ah, y cómo ve el despido de Savater y la renuncia de Azúa. Al paso al que van, estos malparidos van a convertir el periódico en un pasquín. Y lo peor: con la anuencia de los demás columnistas, que tampoco dijeron ni mierda cuando lo echaron a usted. Me consta que Savater no y no sé si de Azúa: lo leía muy de vez en cuando.)

 

Bueno: me avisa si se anima. Tengo las maletas en la puerta.

 

535. Si, como en Colombia los Danieles -Coronell y Samper Ospina más Caballero y Samper Pizano-, John Carlin y Fernando Savater resolvieran montar toldo aparte, y el dinero con que yo contara me alcanzara nada más que para una suscripción -amén de la de El Espectador, periódico respetable que no incurre en el despropósito y la incoherencia de acallar a sus columnistas tal que si se tratara de cualquier Semana o El País de España-, la decisión está tomada. Cancelo la que me permite leer a, entre otros: Fernando Aramburu, Javier Cercas, Irene Vallejo, Rosa Montero, Leila Guerriero, Elvira Lindo, Eliane Brum, Javier Sampedro, Martín Caparrós, Antonio Muñoz Molina, Manuel Vicent, Juan José Millás, Álex Grijelmo, Juan Gabriel Vásquez, Andrea Rizzi, Moisés Naím, Daniel Innerarity Grau, Adela Cortina, María Elvira Roca Barea, Manuel Vilas, Eduardo Lago, José Ovejero, Juan Villoro, Gustavo Martín Garzo, Orhan Pamuk y hasta ayer nomás a Vargas Llosa y Vila-Matas. Las matemáticas siempre me dejaron claro que soy un incompetente muy poco pragmático: ¿27 contra 2… o 3 si se les une el académico y filósofo solidario? No importa: lo justifican la irreductibilidad portentosa de los defenestrados y la mediocridad sin argumentos de los defenestradores.

 

536. Se queja el ideólogo -¿a sueldo?- del esperpetrismo Julio César Londoño de ‘El desequilibrio de “El Tiempo”’ en relación con la gesta presidencial de su ¿jefe? pero de seguro pastor de iglesia mamerta, y sin reparar en que también a él El Espectador lo faculta o al menos no le impide que se sirva de su columna para que propale, por suerte con eco escasísimo -dudo que lleguemos a cincuenta los que lo leemos sin falta y como es debido-, su propaganda. Culpa a la competencia de una tara que él sí que padece, salvo que sin los matices que a ese periódico le confiere el contar entre sus articulistas con los muy objetivos Alfonso Gómez Méndez, Moisés Wasserman -cuando el Estado israelí no anda por medio, claro está- o el gran Juan Esteban Constaín: la parcialidad.

 

Incapacitado para mirarse el ombligo -casi que tengo la convicción de que el sectarismo gregario del orden que sea es, como mi ceguera, un problema congénito e incurable-, nuestro tuerto del ojito izquierdo les afea a María Isabel Rueda, Germán Vargas, Thierry Ways y Néstor Humberto Martínez su tortedad del derecho y al periódico, se desprende, su falta de escrúpulos éticos a la hora de utilizar a esos y a otros columnistas para dispararle al gobierno. Tontos los que piensen que por tener a Londoño, Gamboa y Orozco Tascón entre sus columnistas, El Espectador maniobra a favor o siquiera se congracia con los hogaño ocupas de Casa Nari. Por si acaso, ahí están Piedad Bonnett, Mauricio García Villegas, Andrés Hoyos, Armando Montenegro, Tola y Maruja, Ramiro Bejarano, Rodrigo Uprimny y el gran Héctor Abad Faciolince para desmentirlos.

 

537. Deseada muchacha, estimado muchacho, mojachos todos que estudian comunicación social y periodismo: ya sé que una cantidad apabullante de ustedes se gradúan sin haber jamás leído una columna de opinión y sin incluso saber el propósito de que algo así llamado exista en periódicos y revistas. Sin embargo, como nunca es demasiado tarde para desatrasar los deberes que el docentado ideologizado no dejó por estarnos ganando para sus inanes luchas políticas, permítanme que me ocupe de su formación profesional para que se enteren, siquiera, de con qué se come eso que en su carrera llaman objetividad y ética periodísticas. Lo primero que habrán de hacer es averiguar qué es El País de España y quiénes son John Carlin, Fernando Savater y Félix de Azúa y qué tienen en común en relación con aquella empresa. Luego, y tras haber leído -y tomado notas- al menos los últimos diez artículos que cada uno de ellos publicó en sus páginas, se me vienen para El Espectador y leen, en su orden, ‘El desequilibrio de “El Tiempo”’, ‘El sátrapa’, ‘La Lista de la Decencia’ y ‘Déjenlo terminar su mandato’ para que hablemos, si les parece en la cantina de Lucio y Marcela -allá la pola es más barata que en muchas otras partes y la música es una chimba-, de opinión y espectro político, de propaganda, ataques viscerales y ecuanimidad argumentada. Me sentiría muy feliz tras nuestro encuentro si uno de ustedes me responde, en buen español -imposible- y con razones solventes -difícil pero factible- la siguiente pregunta: “A la luz de la suerte que corrieron Carlin y Savater por opinar como opinaron en sus columnas, ¿a cuál o cuáles de los cuatro articulistas de El Espectador echaría a la calle el periódico de doña Pepa Bueno si fueran sus empleados? Y no ya feliz sino pletórico si una de ustedes -ojalá mayor de edad y tan desparchada como yo- me dijera en un susurro lúbrico, cuando los demás se despedían: “Qué jartera llegar a la casa tan temprano. ¿Me invitas a otra?”.

 

538. Problemas de la adjetivación: siniestro, tétrico, desprestigiado y diabólico. Son los calificativos con que Ramiro Bejarano dice y se desdice de, entre otros, los insustanciales si bien peligrosos ¿de coyuntura? Francisco Barbosa y Gabriel Ramón Jaimes. De seguro el abogado no cayó, por culpa del furor de su indignación, en que de mezclar lo siniestro y diabólico -¿pero es que no ven y sienten el halo y la estela “respetables” que ellos desprenden?- con lo tétrico y desprestigiado -adjetivos que producen indiferencia y, de pronto, compasión- se obtiene un vomitivo intragable -cerveza y ron, pongamos- o un vicio inocuo -píllense el oxímoron-: café descafeinado, cocteles sin alcohol o sexo con -doble- condón. Un derrape semántico análogo en su origen al del tétrico e insustancial Lula que equiparó los seis millones de víctimas judías en el Holocausto con las de momento treinta mil del asedio sionista en Gaza, así como al del malvado desprestigiado Netanyahu que se refiere a sus homólogos terroristas de Hamas llamándolos, como da Silva a él, genocidas. A unos y a otro, que lo son de mente y de corazón, les tocará emplearse de verdad a fondo para que lo sean oficialmente.

 

Moraleja: si lo tuyo no es ‘El genio del idioma’, pues cómpralo y léelo para que no vayas por ahí diciendo o garrapateando la primera sandez que se te venga a la cocorota. Si lo es y se te antoja engarzar adjetivo tras adjetivo con la gracia de un Mario Vargas Llosa con su Pantita, de un Luis Rafael Sánchez con su guaracha, de un Miguel Delibes con su voluptuoso en perpetua abstinencia, pues adelante y que se joda el muy nutrido sector de la peña que hace tanto les declaró la guerra a esas criaturas tan humildes en su servidumbre, según ellos por inelegantes.

 

539. Leí ‘Tola y Maruja cuentan cómo es defender a Petro en Antioquia’ y sentí dolor de corazón por este par de amigas hasta ayer nomás tan sabias y sensatas. ¿Pero es que acaso ustedes, tías, con su matusalénica edad a cuestas y todo ese humor inteligente, no han aprendido que cuando se defiende lo indefendible uno es quien sale quemado y deshonrado (quise reconvenirlas por teléfono, pero no di con el bendito número)? ¿Acaso se piensan pasar lo que queda de este maldito guayabo de revoltura, de esta puta rascatraba que con su voto me encajaron, buscándole pies y cabeza al engendro informe, dándoles más margen de espera a las promesas milagreras con que el chusmero las engañó como a párvulas? Reconozcan cuanto antes, antes de que sea demasiado tarde para su amor propio, que el granuja aquel las tumbó y reivindíquense consigo mismas: déjenles el trabajo sucio de la defensa a sus colegas Cecilia Orozco Tascón, Santiago Gamboa y Julio César Londoño, quienes muy bien que lo hacen y cada cual en su muy particular estilo. Tías: flagélense a solas si quieren, pero entonen un mea culpa público que blinde su prestigio y popularidad tan merecidos y, ya saben: ¡a muerte contra los bellacos de ambas extremas!

 

540. Imagínense: si Tristram califica a los daneses de flemáticos y a Yorick, como a muchos de los compatriotas de ambos, de mercuriales, ¿qué somos entonces los latinos y más aún los chibchombianos, los circombianos?

 

541. “Nada contribuye más a la claridad y firmeza de las ideas que la ignorancia. El escepticismo y las dudas no vienen con la edad o el elitismo contrariado, sino con el estudio o la experiencia”; asegura usted, respetado y defenestrado don Fernando, y yo no comprendo entonces por qué los que cometieron la osadía de despedirlo después que a Carlin, que algún o mucho estudio y experiencia tendrán, se creyeron provistos de claridad y firmeza suficientes para acallar sus voces incómodas, con el argumento espurio de que se apartaban muy mucho de la línea editorial del periódico, cuando la verdad monda y lironda es que ustedes dos y todo opinante del que prescinde un medio de comunicación que se erige como paladín de la libertad de expresión y de la no censura “pierden” el puesto porque en su irreductibilidad machacaron egos y contrariaron elitismos, y eso no se perdona o muy difícilmente.

 

Son tres, cuando menos, las cuestiones en que no reparan los inquisidores de un diario o revista prestigiosos que despiden a un columnista por hacer su trabajo: opinar. La primera es que irrespetan a los suscriptores que leen regularmente a ese articulista, tal vez sólo a ese articulista, pues en ningún momento -si estoy equivocado y sí lo hacen, caso omiso- se les consulta el parecer. La segunda, que existe una gran diferencia entre un periodista “raso” e incluso un editorialista, y un columnista de opinión propiamente dicho: ellos sí que se deben plegar a la línea editorial del medio para el que trabajan y, de no hacerlo porque están en desacuerdo con todo o con parte, arrostrar las consecuencias. Por último: el daño irreparable y del todo innecesario que se les ocasiona al buen nombre del medio y a su independencia, ganados a pulso a través de los años, con procederes más propios de gobierno sectario, de partido político o de asamblea estudiantil de campus público que de quienes propugnan y fomentan el debate y el disenso entre los que piensan y opinan diferente.

 

Una cosa sí le pido, maestro Savater: en la medida de lo factible, no deje de escribir sus artículos semanales pues, si a la imposibilidad de no poder leer más a Marías y a Vargas Llosa le sumo el ayuno de sus dardos certeros o despiadados pero siempre ilustrativos, el resultado va a ser la orfandad.

 

542. ¿Qué se le agrega a la completitud?: “Todos llevamos dentro nuestra propia posible perdición”; taxativo e inapelable, entrañable Rosita. Lo que queda por averiguar es cuántos, qué porcentaje de la especie conoce y es del todo o siquiera lo bastante consciente de la unicidad de sus abismos, agujeros negros que a cada uno y sin excepción posible amenazan con marearnos con el vértigo de su proximidad para a la postre engullirnos sin remedio. ¿Te imaginas si las grandes encuestadoras del mundo, en lugar de averiguar tanta insustancialidad fueran por ahí, tras leerte a ti y a los demás del cenáculo, indagando, mediante el personal indicado, esta y otras honduras? Con la universidad de hoy mejor ni contemos porque ya sabrás que anda obcecada, prácticamente toda ella, en impedir que a sus alumnos la realidad más cruda se los traumatice.

 

543. “Todo lo que sé de moralidad se lo debo al fútbol”, sabrán que dijo Camus en tiempos muy anteriores a las mangualas financieras de futbolistas, equipos, ligas y organismos rectores de ese deporte con tiranías y tiranos a los que les lavan cara y pecados con sus goles y fama, con sus nombres e influencia a cambio de millones -de más millones- de petrodólares. Yo todo lo que sé de moralidad se lo debo a faros morales tipo Camus precisamente, junto a cuyo nombre y ejemplo entrañables figuran los de otros seres humanos muy superiores a mí -y a millardos-, quienes pueda que figuren -o no todavía- en este blog, que a ellos se debe y los festeja. Huelga decir que también a los fictivos, de Antígona y don Quijote a Marianela y Diego Alatriste y Tenorio, pasando por Willy Christmas, Lisbeth Salander o mi también carnal -qué digo carnal: ultracarnal- Andrés Tangen.