lunes, 8 de abril de 2024

Desahogos polifónicos que pensaban ser póstumos, todos breves o muy breves (III)

571. De acuerdo. Los temores que ocasiona la inteligencia artificial generadora, contra la que andan previniendo al mundo sus forjadores, es decir los depositarios de las inmensas riquezas que ya produce pese a lo reciente de su aparición, son cosa nueva: “…Tal cosa, cuando suceda, es de esperar que pondrá fin a todo género de escritos cualesquiera;-la falta de todo género de escritos pondrá fin a todo género de lectura;-y eso, con el tiempo, al igual que la guerra engendra la pobreza y la pobreza la paz,-debe lógicamente poner fin a todo género de conocimientos,-y entonces-tendremos que volver a empezar una vez más; o, en otras palabras, volveremos a estar donde empezamos”.

 

Tengo el pálpito de que Sterne y Shandy coincidirían conmigo en que, de entre los sabios que en el mundo han sido, ninguno como Salomón. Y lástima que a Savater se le agote el tiempo entre nosotros y tal vez no pueda completar su saga sobre la ética con una última entrega (‘Ética del cinismo’ la podría titular) inspirada en estos benefactores de la humanidad que, según prenden la mecha de su flamante artefacto, acuden ante los medios para advertirnos contra lo que se nos viene encima. No sé: quizás el zar Vladímir Vladímirovich I, imbuido de la magnanimidad de estos poderosos de la tecnología, se diga que un gesto así lo engrandecería del todo y nos avise a los tullidos, los bebés y los ciegos de Occidente que tenemos un par de horas para guarecernos en Rusia del temporal atómico que va a hacer llover sobre sus enemigos.

 

572. Díganme ustedes qué falta le hace un grado universitario de filósofo a este sabio de la ciencia:

 

“Somos adictos al conflicto tribal, algo que es inofensivo y entretenido si lo trasladamos a los deportes de equipo, pero que resulta letal cuando se traduce en luchas étnicas, religiosas e idiológicas.” […] “La mayoría de nuestros líderes religiosos, políticos y empresariales creen en explicaciones sobrenaturales de la existencia humana. Aunque en privado las pongan en duda, poco les interesa oponerse a líderes religiosos y agitar innecesariamente al pueblo, quienes les otorgan poder y privilegios. Los científicos que podrían contribuir a una visión del mundo más realista son especialmente decepcionantes. Son esencialmente yeomen, enanos intelectuales que se contentan con quedarse dentro de las estrechas especialidades para las cuales estudiaron y que les dan dinero.” […] “En resumidas cuentas, la selección individual favorece aquello que llamamos pecado y la selección grupal favorece la virtud. Esto desemboca en el conflicto de conciencia interno que nos aflige a todos -exceptuando a los psicópatas, que afortunadamente sólo conforman un 1,4% de la población-. Los frutos de los dos vectores opuestos de la selección natural están inculcados en nuestras emociones y nuestro raciocinio, y no podemos eliminarlos…” […]: “Todos los seres humanos normales somos a la vez nobles e innobles, a veces simultáneamente, a menudo en estrecha alternancia. La inestabilidad de nuestras emociones es un atributo que deberíamos querer conservar. Es la esencia de la personalidad humana y la fuente de nuestra creatividad.” […] “En una democracia todos tenemos la libertad de pensar lo que queramos; así pues, ¿por qué considerar que opiniones como el creacionismo son un virulento pseudoparásito cultural? Porque representan el triunfo de la fe religiosa ciega por encima de hechos cuidadosamente contrastados. No es un concepto de la realidad basado en la evidencia y el criterio lógico. Es, más bien, parte del coste de admisión a una tribu religiosa. La fe es la prueba del sometimiento de una persona a un Dios particular, y de hecho, no a la deidad directamente, sino a otros humanos que aseguran ser sus representantes. A la sociedad le ha salido caro agachar la cabeza. (…) La negación explícita de la evolución dentro del marco de una ‘ciencia de la creación’ es una falsedad rotunda, el equivalente adulto a taparse las orejas con las manos, y un déficit para cualquier sociedad que decida someterse de esa forma a una fe fundamentalista.”

 

Pero díganme ahora, por amor a Dios, cómo concilio tantísima sabiduría cientificofilosófica con esta tremenda inviabilidad que, por otra parte, planea del todo a la deriva: “Los seres humanos no somos malvados por naturaleza. Somos lo suficientemente inteligentes, generosos, benevolentes y emprendedores como para convertir la Tierra en un paraíso, tanto para nosotros como para la biosfera que nos dio a luz. No es descabellado que a finales de este siglo logremos ese objetivo, o que por lo menos estemos bien encaminados. Lo que hasta ahora ha demorado el proceso es que el Homo sapiens es una especie inherentemente disfuncional”.

 

Maestro Wilson: no prolonguemos la cuestión innecesariamente y explíqueme, para empezar y terminar, cómo resuelve usted lo irresoluble: la inherencia de la disfuncionalidad. Si estamos ante un cabo suelto del que usted no se percató (también cabe la posibilidad de que se trate de una flaqueza de mi entendimiento), pues permítame que le diga que esta desatención por su parte constituye -lo va a constituir para mí hasta que se disponga otra cosa- para el lector de todo su ensayo una confusión análoga a la que experimentaría mi madre si esta noche me acuesto ciego de toda una vida pero mañana me levanto vidente de ojos matadores, y no exagero.

 

573. Dos símbolos poderosos de mi muy personal y nutrido matriarcado: “…Nombrar a la cantidad de feministas que ha regalado ese país al mundo, desde tantas aristas de la vida, resulta imposible. Uno de esos íconos, Simone de Beauvoir, publicó el 5 de abril de 1971 el Manifiesto de las 343 y confesó: ‘Un millón de mujeres abortan cada año en Francia. Yo declaro ser una de ellas. Declaro haber abortado’. Tres años después, con la ley promovida por la ministra de salud Simone Veil, Francia despenalizó el aborto hasta la semana doce de gestación”.

 

A un par de cosas aspiro en vano: bien a que se me acepte con plenas garantías en un programa de veterinaria con miras a aprender a esterilizar, aliviar del todo o a facilitarles la muerte a los animales callejeros y a los con casa aunque en estado de abandono -mi lastre más pesado-, bien a estudiar medicina en iguales condiciones y con fines muy semejantes: aliviar de una forma o de la otra a mis carnales los indigentes de cualquier parte, esterilizar hasta el último de ellos y practicar entre ellas abortos a tutiplén. ¿Que si he intentado materializar una o la otra idea? Por desgracia no, y la culpa la tiene este que soy hoy, tan diferente en lo tocante a arrestos y resolución del que fui ayer.

 

Ah, pero volviendo a mi matriarcado: el lector atento y acucioso de este blog podría, no digo que ya mismo mas sí tras una revisión somera de lo ya leído, confeccionar una lista de los nombres propios femeninos que reverencio, al punto de considerar a sus dueñas mis amores platónicos, y de ahí hasta llegar a los de mujeres a quienes me liga la literatura pero de quienes me distancia la política. Sin embargo, aun en la lista más completa no figurarían -por la razón más obvia que cabe imaginar- los de tantas otras mujeres a las que valoro y por las que siento un gran afecto: casi todas las periodistas de la DW y un puñado muy generoso de las periodistas que trabajan en otros medios de los que soy asiduo; ciertas políticas y activistas políticas -no de pito y pandereta- y científicas y profesionales de muchos campos y…, por supuesto y en primerísimo lugar, las por completo anónimas que, más de hecho que de palabra, arriman el hombro para ayudar en la misión imposible de desenvilecer el puto mundo.

 

574. Con el cuento este de las democracias liberales versus las democracias iliberales (que equivale a, qué les digo… qué les digo: a impotencia eréctil o a frigidez lúbrica), me preguntaba esta semana para qué por ejemplo Televisión Española desplazó hasta Rusia a un equipo informativo a fin de cubrir in situ la a todas luces pantomima electoral del tirano, y me respondía que para dar cuenta de lo consabido ninguna falta hacía incurrir en gastos innecesarios y derroche de energía contraplanetaria. Al revés: hacerlo equivalía -pensé-, ya que desde la Moscú del sátrapa no se puede llamar a las cosas por sus nombres, a legitimar la mojiganga. De modo que apagué el televisor rezongando que no se debe ser más papista que el papa y que desde donde deberían estar informando (si consiguieron que la dictadura les autorizara el ingreso…) era desde el Yemen, Sudán, Afganistán, e invertí mejor mi ocio vespertino leyendo a alguien que interpretara la impotencia de mi bronca:

 

“Este fin de semana se están celebrando elecciones presidenciales en Rusia. OK. Tal vez celebrando no sea el verbo más indicado. Imitando iría mejor. O parodiando. En cualquier caso, puesto que se trata de una broma, ya que todo el mundo sabe que Putin tomó la precaución de regar el terreno electoral con sangre para asegurarse de una victoria brutal, surge una pregunta: ¿para qué sirven las elecciones rusas? Lo obvio sería decir que se trata de un épico ejercicio de hipocresía, condición bien definida una vez como ‘el homenaje que el vicio rinde a la virtud’. Algo de eso hay. Alguna conciencia debe de tener Putin de lo basura que es como ser humano y la basura moral que es su mafia de Estado. Las elecciones serían un intento de maquillar la irremediable fealdad del sistema que preside.

Pero el tema es más complejo. Putin es más complejo. […]

Limitándonos solo a sus cualidades más obvias, Putin es… aquí va: un tipo envidioso, resentido, avaricioso, acomplejado, paranoico, psicópata, arrogante, inseguro y mediocre. […] …un ser que vive cautivo de un cuento que él mismo se ha inventado. Quizá la mejor prueba de su patología es que es la única persona en el mundo convencida de que su poder es democráticamente legítimo. […] Nadie se engaña, nadie en el mundo (ni sus perritos fieles de la televisión rusa, ni sus trols a sueldo), nadie salvo el propio Putin. […] …ni sus admirados Pedro el Grande o Iósif Stalin, ni Al Capone, ni su amiguito norcoreano Kim Jong Un, ni ningún otro imperialista, gángster o dictador importante e indisimuladamente criminal como él se han rebajado a la indignidad de pedir al pueblo el visto bueno a través del voto. Con la excepción de Hitler, claro. Pero, una vez conquistado el poder, él también dejó de jorobar. […] Bien. Ahí está la cuestión. Es que necesita pruebas, sobre el papel objetivas, de que su delirio de grandeza es verdad. Quiere creer que no solo es temido, sino amado; que no es un mediocre, sino un campeón; que cuenta con el cariño y la confianza y el apoyo de la enorme mayoría del glorioso pueblo ruso; En su imaginario, los números electorales le avalan. […] Navalni fue el rival que Putin más odió porque era el que día tras día se reía de él, el que le enfrentaba con el mundo de fantasía que se había creado. Delataba lo loco que estaba. Por eso lo mató.”

 

¿Y si a RTVE se le hubiera ocurrido la osadía formidable de camuflar en su equipo al gran John Carlin? ¿Le habría caminado él a la vaina a sabiendas del berenjenal en que se metía? ¿Se habría zampado la dictadura semejante caballo de Troya? Desconozco lo uno y lo otro, pero exulto sólo con imaginarme lo que habría salido de semejante temeridad y gesta opinativa.

 

575. “Nunca hice nada que no deseara hacer”, leo que escribió David Hume en alguna parte y simple y sencillamente no se lo creo. Ni a él ni a nadie. O bueno: tal vez a un recién nacido que no vivió lo indispensable para aprender a mentir. En cambio, créanme a mí si les digo que, aun cuando he hecho mucho de lo que he deseado, otro tanto me moriré sin hacerlo, ya por escrúpulos de conciencia, ya por imposibilidades de muy diversas índoles, ya por el miedo al castigo que de la transgresión se desprenda.

 

576. ¿Qué se le agrega a la completitud?: “…Como escribió Gabriel García Márquez en sus memorias: ‘La vida no es la que uno vivió, sino la que uno recuerda’. Casi sin querer, la fantasía empieza a rellenar los huecos excavados por los remordimientos y el olvido: por eso nuestro relato vital puede ser completamente imaginario, pero nunca totalmente verdadero”.

 

Ahora: téngase en cuenta que si a la maravillosa imperfección del acto de recordar de que habla Irenita le sumamos la simulación de quien, casi siempre por conveniencia (en ocasiones por necesidad y muy raramente por altruismo) se hace el desmemoriado, la complejidad de leer al de enfrente se potencia lo indecible. (Claro que por ahí andan prometiendo echar por tierra, a base de inteligencia artificial -la natural no nos dio para hacerlo-, la única fortificación de la que todos, desde el indigente más carente hasta el pobre diablo ultrapoderoso de Elon Musk, somos dueños: los raudales de nuestro encéfalo.)

 

577. Y como la salud -ojalá fuera no más eso- en la Colombia del Esperpetro se despeña en caída libre por designio de su mala leche y su resentimiento de chusmero, y como no hay citas con el psiquiatra ni medicamentos si no lo ve a uno el psiquiatra y ni siquiera conocidos o allegados o amigos como yo sin psiquiatra y sin medicamentos para charlar un poco y desahogarnos juntos puteándolo al alimón, me contento con comunicarme telepáticamente con Juanjo. Quien, por no vivir en Petrolandia, tiene al menos con qué paliar sus chiripiorcas con los ansiolíticos que a él le alcanzarían para pegarse un atracón que se las calme para siempre pero que, tristemente, no me puede compartir porque el nuestro no es un diálogo de ida y vuelta. Que le aprovechen, maestro. Le aviso si resuelvo desarraigarme.

 

578. Dice uno ‘columna de opinión’ o ‘artículo de prensa’, e incluso los que saben de qué se les habla ponen cara de “¿ah, eso?: ¡un escrito que nace para morir a las 24 horas exactas de publicado!”. Y yo los compadezco.

 

Compadezco insensatamente a los millardos que se van a morir sin jamás haber leído a ninguno de mis columnistas de cabecera, y a otros igual de maravillosos que no leo simple y sencillamente porque el tiempo no alcanza o porque no sé que existen. Y compadezco, con razón en este caso, a los felices asiduos de la buena prensa de opinión que meten en el mismo saco a quienes opinan perecederamente y a quienes, como Constaín y Escobar, Faciolince y Bonnett y Gamboa y Ospina y Londoño, Carlin y Pérez-Reverte, Aramburu y Cercas y Vallejo y Montero y Guerriero y Lindo y Sampedro y Caparrós y Muñoz Molina y Savater y Vicent y Vásquez y… o el gran Millás, lanzan -más, o menos- a menudo una perla titulada, por decir algo, ‘Una idea salvadora’, y se quedan observando a ver cuántos de sus lectores se la meten a hurtadillas en el bolsillo y se marchan jubilosos.

 

Adenda: si la vejez es ir perdiendo familiares y amigos por el camino hasta tal vez quedarse de último en la fila, pues lo cierto es que yo ya me planto en esa fila. ¿O les parece de poca monta no poderme reunir más en torno a sus columnas, y por razones que van desde la muerte al retiro voluntario o forzado (bien por motivos personales, bien por la censura de prensa de la propia empresa), con don Juan Gossaín, Roberto Merino, Javier Marías, Antonio Caballero, Mario Vargas Llosa y Eduardo Escobar; con Manuel Rivas, Carlos Granés y Fernando Savater? Curioso que me duela más la ausencia de un carnal de papel que la de un amigo de dos o a lo sumo tres letras. Debe de ser por la asiduidad de los encuentros y la constancia de los afectos.

 

579. La fórmula es muy sencilla: no es sino que reemplacen diputados por congresistas, ibérico por colombiano, Parlamento por Congreso, España por Colombia y listo:

 

“Al final de cada sesión de control al Gobierno en la que algunos diputados de uno y otro bando sacan lo peor que llevan dentro, como sucede en las letrinas, debería haber un ujier encargado de tirar de la cadena. El espectador echa de menos que suene una cisterna que se lleve hacia la alcantarilla este detritus cargado de odio ibérico que les sale del alma a algunos padres de la patria. Se hace necesario un nuevo cargo, el de pocero mayor del Congreso, equipado con botas pantaneras y con un mono de hule para manejarse con soltura en semejante cloaca. Muchos piensan que se trata solo de un teatro, que el Parlamento está para eso, pero esta gente a la que hemos votado parece ignorar el juego peligroso que se lleva entre manos. Su odio viene de lejos y no parece de ficción, el lobo es real, y de hecho ya está a punto de bajar a la calle. El enfrentamiento civil comienza con una labor muy bien programada de desprestigio de las instituciones democráticas. No es preciso asaltar el Congreso a caballo o con metralletas; lo puedes tomar convirtiéndolo primero en un circo y después degradarlo con gritos, amenazas, risas y reyertas de taberna y no parar hasta que el ciudadano decente llegue a la convicción de que esta institución ya no representa la soberanía nacional, de modo que mejor sería cerrarla. Ya se sabe. No todos los políticos son iguales. En el Congreso, los diputados trabajan en sus despachos y participan en las comisiones, no todo son insultos. Vale. Supongo que algunos padres de la patria al volver a casa después de la sesión del Congreso se avergonzarán ante sus hijos por el espectáculo obsceno que acaban de dar por televisión en horario infantil. La democracia es una maquinaria ciega que trabaja día y noche sacando la basura humana a la superficie. Visto cómo en España funcionan esas las bombas de achique manejadas por los distintos medios habrá que aceptar que no todo está perdido.”

 

Venerado maestro Vicent: no creo que usted disponga de tiempo que perder para emponzoñarse aún más asomándose a mojigangas políticas ajenas y lo felicito si así es. Pero yo, que veo por necesidad algunos noticieros de su país, le cuento que envidio la categoría de sus politicastros que, comparados con los de Chibchombia, con los de Circombia, semejan encarnaciones de lo sensato y mesurado en política. ¿Comparar al mendaz Pedro Sánchez con el toxicómano mediocre y malintencionado que funge aquí de presidente; a su gobierno oportunista aunque gobierno a fin de cuentas, con la anarquía mamerta y cínica que entronizó el chusmero?: un despropósito. Y mejor no lo invito a que oiga ninguna “deliberación” de nuestros congresistas porque entonces es posible que contemple la idea de una retractación.

 

580. Reza el colofón de un artículo del venerable Manuel Vicent: “Cada historia particular está formada con un millón de nudos a merced del azar. Por muy vulgar y anodina que sea esa historia, cada nudo constituye una gran encrucijada. Olvidas el paraguas, vuelves al bar a recuperarlo y allí te encuentras con una mujer que va a torcer tu destino”. Yo, maestro, no hago sino ir a un bar aquí, a uno allá, al de acullá, siempre con la idea fija de estrellarme con otra mujer que me vuelva a torcer el destino, pero nada. Debe de ser porque no cargo paraguas.

 

581. Si usted es uno de los millardos que todavía no se hacen cargo, por estupidez monda y lironda o por cínicos egoísmo y avaricia -estúpido a fin de cuentas- de la amenaza climática con su ebullición mundial (¡Mija, prenda el ventilador que nos estamos asando!-, intente pensar que el sabio que prescribió eso de que “si le das un pescado a un hombre comerá un día; si le enseñas a pescar comerá toda la vida”, tuvo de su parte la razón durante milenios pero ya no. Será tal la alteración de lo que parecía inalterable que hoy, entre pescadores de toda una vida y aun de estirpe, no serían pocos los que tiendan la escudilla para que les sirvan un pescado dado que con todos los demás arramblaron la contaminación de lagos, ríos y mares, en componenda con las dentelladas del clima y los arrastreros de estos chinos tan queridos. (Cuando pienso que a mí no me va a tocar ni la más mínima degustación de la felicidad que le va a suponer al mundo el imperio del gigante asiático cuando por fin caigan los Estados Unidos gracias a los votantes de Trump, me maldigo por mi mala suerte.)

 

582. Comprendo que, teniendo los números de su parte, ésta sea la foto que domina el panorama: “La muerte es la compañera discreta de la vida, alguien que te sigue calladamente a las espaldas pero que cada vez se acerca más, como en ese juego del escondite inglés, que cuando vuelves la cabeza ves a la muerte ahí, muy quieta, muy inocente, pero un minuto después, al mirar de nuevo, ha avanzado dos metros, y en una de esas, mientras estás distraído contando, la maldita muerte habrá llegado junto a ti sobre sus silenciosos pies de fieltro y te estará agarrando del cogote”. Pregunta el ciego que soy: ¿pero es que no se ve en absoluto la de los que somos sus perseguidores, a diario burlados por la muy lisa?

 

583. “El cristianismo es la suma de monoteísmo hebreo, idealismo platónico e imperialismo romano” dice Gibbon. A mí en cambio se me antoja una versión más del más corriente pensamiento teleológico.

 

584. Les aseguro que si Kakuro hubiera sabido del rumbo desquiciado que iban a tomar las cosas -que ya venían mal, muy mal- desde que su demiurga le insufló vida literaria, él, sensato y sabio como es, habría rehusado existir o por lo menos aceptar que ella lo hubiera relacionado con Paloma. ¿Ganarse de gratis, un hombre tan generoso y respetable como él, la fama de pederasta y pervertido; y, en un país que como el suyo es más serio que el promedio, hasta un canazo y sin que importen su riqueza y su prestigio? De todas formas, que se conduzca con cuidado porque las cazavioladores auténticos o fabricados andan más al acecho que los servicios de inteligencia de Novichok Putin.

 

585. Me pregunta Lolita cuánto me parezco a Renée en estos aspectos: “Siempre está la vía de la facilidad, aunque me repugne seguirla. No tengo hijos, no veo la televisión y no creo en Dios, todas estas sendas que recorren los hombres para que la vida les sea más fácil. Los hijos ayudan a diferir la dolorosa tarea de hacerse frente a uno mismo, y los nietos toman después el relevo. La televisión distrae de la extenuante necesidad de construir proyectos a partir de la nada de nuestras existencias frívolas; al embaucar a los ojos, libera al espíritu de la gran obra del sentido. Dios, por último, aplaca nuestros temores de mamíferos y la perspectiva intolerable de que nuestros placeres un buen día se terminan. Por ello, sin porvenir ni descendencia, sin píxeles para embrutecer la cósmica conciencia del absurdo, en la certeza del final y la anticipación del vacío, creo poder decir que no he elegido la vía de la facilidad”.

 

A ver, delicia que no prescribe: ya no tengo hijos puesto que la única que tuve se murió; sí veo una televisión que se emplea a fondo para no dejarse opacar por la literatura en lo de las paletadas de dolor y a veces de dicha, de conocimiento y de distracción provechosa que me arroja a la cara y, respecto de lo último qué te digo…, que me parece a mí que ni siquiera merece la pena hablar del asunto. Te cuento únicamente que, cuando la ciencia terminó de abrirme los ojos, las últimas briznas de lo que podríamos llamar duda religiosa se las llevó el viento.

 

Recibe de este tu enamorado un beso tan pasional como clandestino, y saluda de mi parte a Renée, Kakuro y Muriel.

 

586. Anoche, mientras escuchaba las palabras doloridas de Vinícius de Moraes en el noticiero y lloraba a la par con él, también de impotencia y de indignación mezcladas con odio -en él el odio no se reflejaba por ninguna parte-, pensaba que si tuviera sus coordenadas lo contactaría para decirle que jamás a los ruines y malditos se les debe dar el gusto de flaquear ante su bellaquería: jamás. Le referiría, mientras a la distancia le acaricio la cabeza y le estrecho la mano, dos o tres anécdotas personales que le sirvan de ejemplo a la hora de encararlos, y le recomendaría la literatura como antídoto y arma letal en contra de la basura humana. (Lo de ir al gimnasio y hacer fisiculturismo para romperles el alma a dos o tres a modo de escarmiento y advertencia colectivos él ya lo tiene y, por tanto, está en mora de aprovecharlo.)

 

Adenda: se equivocan los bienintencionados que le apuestan a la imposibilidad de desarraigar del mundo la discriminación de todo tipo, pues tendrían que exterminar a la especie. Lo que procede hacer, señores, es en principio dos cosas. Por un lado, castigar con dureza a la bazofia que, al amparo de la masa, daña al que desprecia y, de paso, también a la parte de la masa que no participa en el linchamiento pero que lo permite con su cobardía y su indiferencia. Por otro, educar con sabiduría y pragmatismo a los niños de toda condición y origen para que comprendan que si bien el sentirse superiores a unos e inferiores a otros forma parte del devenir humano, sus manifestaciones la discriminación y la tolerancia de la discriminación son en cambio miserias contra las que hay que batallar sin tregua. Que comprendan que si ellos sienten o llegan a sentir en algún momento una suerte de fastidio instintivo y colectivo por alguien -los enanos, los judíos, los palestinos o los down-, se lo cuestionen, intenten razonarlo consigo mismos o con alguien que sospechen que los puede ayudar a decodificar y ojalá a desactivar la fobia y, si los resultados de todo aquello son muy pobres, se esfuercen a diario y por todos los medios para mantener a raya aquel secreto. Que, bien mirado, estupendo si los avergüenza consigo mismos, aunque jamás al punto de la autoflagelación.

 

587. Son tantas y tan diversas las sensaciones que me recorren oyendo el relato que la criatura de Victor Frankenstein le hace a su creador en el segundo volumen de la novela, que, en vista de que no puedo fusionarlas en un único desahogo, comienzo por la -llamémosla- técnica o teórica. Con respecto a las raciones diarias de español que me meto en el encéfalo, me ocurre un fenómeno tan atípico y singular que con lo único que se me da compararlo es con una persona que desayuna y almuerza como el más dadivoso amante de la buena mesa (aunque con alimentos que pese a su exquisitez no dañan la salud del sibarita), pero que a partir del mediodía y hasta que se va a la cama se atraganta con cuanta fritura de ínfima calidad y menjurjes embotellados se le ponen por delante. Más o menos así tengo a diario la cabeza cuando, a eso de la una de la tarde, suspendo la lectura y me entrego a la televisión y a la radio hasta las casi nueve de la noche: en una suerte de bipolaridad que pasa de la satisfacción y el agradecimiento al asco y la angustia. De la satisfacción y el agradecimiento que me suscitan, por ejemplo, Javier Marías y Silvia Alemani con sus traducciones al mejor español cervantino de la novela de Sterne y la de Shelley, al asco y la angustia de tener que soportar, y todo por culpa de mi adicción malsana a saber qué ocurre en el perro mundo, el espánglish de, por ejemplo, los reporteros de France 24 y el idéntico o aun peor de los reporteros del noticiero internacional de Yamid Amat. Raro no sería que mi ciclotimia se deba a semejante mezcla salvificotóxica, o que los ataques de pánico que de mí hacen presa sobrevengan, nueve de cada diez veces, por la tarde o de noche y esté donde esté: también en la cantina de Lucio y Marcela, donde lo que se oye es el español sicarial que nos legó Escobar, sólo que minado de los mismos barbarismos en los que incurren los magistrados en sus cortes, los científicos en sus laboratorios, los políticos en el Congreso, los profesores de español y de cualquier cosa en sus clases y todos en todas partes y a toda hora.

 

588. ¿Conocen esta idea brillante y prometedora los espíritus emprendedores, la cual no sé si sea “del todo” original pero lo parece: “…mi vieja idea de un banco de servicios. Muchas veces tenemos que trasladarnos de un extremo a otro de París o a otro país para cumplir una tarea simple o hacer una gestión anodina, al mismo tiempo que otra persona tiene que hacer el viaje inverso con un propósito análogo. Ver la forma de ponernos en contacto para intercambiar nuestras acciones. Yo hago esto por ti aquí y tú eso por mí allá. Esto requiere naturalmente, en muchos casos, cierto grado de despersonalización, que la costumbre admitirá, como por ejemplo que yo reemplace a tal señor en mi barrio en una cena y él a mí en una boda en su barrio. Así la gente se movería menos, lo que es una gran ventaja, pues, como decía Flaubert, ‘moverse es deletéreo’”? Se murió Ribeyro sin saber que hoy se cuenta con la tecnología que haría del todo viable su idea, mas no con la disposición empresarial y social para echarla a andar.

 

Así pues, Pascal, Wilson, Flaubert, Kant, Dickinson, Thunberg y sus muchachos, Ribeyro y todos los que asistimos fatigados a la compulsión viajera de nuestros contemporáneos, que queman queroseno (los unos para aspaventar en una cumbre climática celebrada en las antípodas del país que representan, aquéllos para asistir al dolorosísimo por inesperado fallecimiento de la abuela centenaria en Europa o los Estados Unidos, éstos para saber qué se siente tomar café colombiano en un Juan Valdez del Japón o comerse una paella a la valenciana en Ciudad de México, y los otros para autografiar diez ejemplares de su última novela en la feria del libro de la Cochinchina) cual si la Tierra no sufriera un calentamiento sino una glaciación global, tendremos que esperar, mientras nos abanicamos con ambas manos, a que un imprevisto tipo la Tercera -y última- Guerra Mundial irrumpa en el escenario y dé por fin al traste con las ideas saludables, sus autores y los que las torpedean.

 

589. En tiempos de irrisorios personalismos y exaltaciones desmesuradas del sujeto y lo subjetivo, nada como el bálsamo de las lucideces que no se permiten concesiones:

 

“En la cadena biológica, o más concretamente en el curso de la humanidad, somos un resplandor, ni siquiera eso, un sobresalto, menos aún, una piedra que se hunde en un pozo, todavía algo más insignificante, un reflejo, un soplo, una arenilla, nada que salga del número o la indiferencia. Desde esta perspectiva el individuo no cuenta, sino la especie, único agente activo de la historia. Esta deberá escribirse alguna vez sin citar un solo nombre, así sea de emperador, artista o inventor, pues cada uno de ellos es el producto de los que lo antecedieron y el germen de quienes lo sucederán. La noción de individuo es una noción moderna, que pertenece a la cultura occidental y se exacerbó después del Renacimiento. Las grandes obras de la creación humana, sean libros sagrados, poemas épicos, catedrales o ciudades, son anónimas. Lo importante no es que Leonardo haya producido la Gioconda sino que la especie haya producido a Leonardo.”

 

Si la ciencia abandonara ya mismo maricaditas por el estilo de la IA o la exploración del espacio con vistas a dar con una finca de recreo para los Forbes, y más bien se aplicara sin desvelo a investigar hasta que de sus laboratorios emerja una vacuna contra los delirios de grandezas que aquejan a un porcentaje nada despreciable del bicho tragicómico, muchos de ellos en posiciones de poder desde las que se hace tanto daño, el futuro de una nueva humanidad con las ambiciones de las hormigas sí que sería cosa de ver y de estudiar. Una vez inmunizado hasta el último anciano y recién nacido del último rincón del mundo con la Ribeyro, podremos decirles adiós a lacras tales como la guerra, las invasiones neoimperialistas y las aspiraciones de los invasores a erigirse en superpotencias, la acumulación avara de las riquezas, la indiferencia para con los parias y los carentes de todas partes y etcétera, etcétera, etcétera. ¿Que el compuesto -iba a decir pócima- da al traste con la idea de progreso que tenemos hoy?: no otro es el propósito.

 

590. Y cuando ese propósito haya cristalizado, un único gobernante precisará el planeta. Se lo presento: “La sabiduría de ese viejo líder campesino cusqueño que, al ser interrogado por ávidos aventureros sobre dónde puede estar el Paititi o, en otras palabras, El Dorado, responde: ‘Sólo encontrarás el Paititi cuando logres arrancar de tus ojos el resplandor de la codicia’”. La obra de este Gandhi resucitado va a constituir un gran acierto -tal vez el mayor en la historia del género- cuando consiga reducir a dos millardos el número de Homo collectivus que abollen la Tierra.

 

591. ¿Ir al psicólogo el huérfano reciente de una hermana, de una mujer a la que se adoró, de una hija, de un amigo de cinco letras?:

 

“Mi padre observaba con dolor el cambio perceptible que acusaban mi conducta y mis costumbres, y se esforzaba por explicarme que ceder al dolor desconsolado era una locura.

-¿Acaso crees, Victor, que yo no sufro? Ningún padre ha amado tanto a un hijo como yo amaba a tu hermano -se le llenaron los ojos de lágrimas mientras me hablaba-. Pero ¿no tenemos el deber de evitar una mayor infelicidad a los que han sobrevivido impidiendo que sean testigos de nuestro incontrolable sufrimiento? Ese es tu deber, y también para contigo mismo. Abandonarse al dolor nos impide restablecernos y ser capaces de disfrutar, e incluso de cumplir con nuestras obligaciones diarias, sin lo cual ningún hombre puede vivir en sociedad.”

 

Imagínense el derroche de tiempo, plata y energía: seis meses en terapia para, en el mejor de los casos, comprender la lección de este hombre sabio y, en el peor, salir por última vez de aquel consultorio igual de desesperado pero más insolvente que el primer día. Envidio a los premiados con un cerebro ecuánime y una bioquímica generosa como los de mi madre, que no les permiten que se derrumben y arrastren en la caída a quienes quieren y los quieren. Tan afortunados serán que no precisan de psicólogo ni de literatura para aprender esto que a mí me acaba de enseñar el papá de Frankenstein: lo cuesta arriba va a ser ponerlo por obra. Pero se lo aseguro, señor mío, que por lo que a mí se refiere estas palabras suyas no han caído en terreno baldío.

 

592. Tengo aquí y ante mí dos espejos, dentro de sendas novelas, en los que puedo asomarme al siempre espinoso asunto de la verosimilitud y la inverosimilitud en literatura, cuestión que me apasiona desde que un día ya lejano que no preciso se lo oí mencionar a alguien que tampoco. Y me desdevano los sesos intentando determinar quién, entre Mary Shelley y Muriel Barberi, sale mejor librada en la aventura riesgosísima de que sus lectores den por solvente la forma en que una hace de un salvaje sin ningún lenguaje escrito y casi sin ninguno oral un intelectual de alto vuelo a la par que un excelso conocedor del alma humana, mientras que la otra convierte a una niña apenas, a una púber no más, en alguien capaz de unas disquisiciones tan hondas y brillantes que no le falto en absoluto a la verdad si afirmo que a la Paloma de la reflexión que me apresto a transcribir -elegida al azar de entre muchas posibles- cualquier grado de posdoctora le viene pequeño, y que está lista para sentarse a manteles y de tú a tú con Paul Auster, John Banville y, si me apuran, hasta para disputarles el Nobel a ellos o a cualquiera:

 

“…Entonces, de repente, me he dicho: quizá, dentro de unos años, Théo tenga ganas de quemar coches. Porque es un gesto de rabia y de frustración, y quizá la rabia y la frustración más grandes no sean el paro, ni la pobreza ni la ausencia de futuro; quizá sea el sentimiento de no tener cultura porque se está dividido entre varias culturas, entre símbolos incompatibles. ¿Cómo existir si uno no sabe dónde está? ¿Si tiene que asumir a la vez una cultura de pescadores tailandeses y otra de grandes burgueses parisinos? ¿De hijos de inmigrantes y de miembros de una gran nación conservadora? Entonces uno quema coches porque cuando no se tiene cultura, uno deja de ser un animal civilizado y pasa a ser un animal salvaje. Y un animal salvaje quema, mata y pilla. Sé que no es muy profundo, pero después de esto al menos sí se me ha ocurrido una idea profunda, cuando me he preguntado: ¿Y yo? ¿Cuál es mi problema cultural? ¿De qué manera estoy yo dividida entre distintas creencias incompatibles? ¿Qué me hace ser un animal salvaje? Entonces, he tenido una iluminación: me he acordado de los cuidados conjuradores que prodiga mamá a las plantas, las manías fóbicas de Colombe, la angustia de papá porque la abuelita está en una residencia y todo un montón más de hechos como éstos. Mamá cree que se puede conjurar el destino a golpe de regadera; Colombe, que se puede alejar la angustia lavándose las manos; y papá, que es un mal hijo que recibirá su castigo por haber abandonado a su madre: a fin de cuentas, tienen creencias mágicas, creencias de hombres primitivos, pero, al contrario que los pescadores tailandeses, no pueden asumirlas porque son franceses cultos, ricos y cartesianos. Y quizá yo sea la mayor víctima de esta contradicción porque, por una razón desconocida, soy hipersensible a todo lo disonante, como si tuviera una especie de oído absoluto para las notas desafinadas, para las contradicciones. Esta contradicción y todas las demás… Y, por consiguiente, no me reconozco en ninguna creencia, en ninguna de esas culturas familiares incoherentes.”

 

Hablando de oídos absolutos y de genialidad, digo no más que si lo de Paloma fuera música sinfónica y no literatura, mis reticencias de lector frente a lo inverosímil, o a lo no “satisfactoriamente verosímil”, no serían las que son en este caso. Que, comparado con el del clásico decimonónico, corre con la desventaja de que el discurso que pretende venderme como auténtico no brota, como sí el del monstruo, de un cerebro maduro. ¿Que la niña lee desde que aprendió a hablar? Mil felicitaciones. Pero a mí leer “lo que escribe” me produce la misma sensación incómoda que me produciría verla sentada, pintarrajeada y a medio vestir, tras la barra de la mancebía que regenta, con un cigarrillo en una mano y un trago en la otra.

 

Adenda: me adelanto a los chillidos del femibuenismo inconforme con el machismo supuesto de lo antedicho y les hago una concesión razonable. Si Paloma no fuera Paloma sino Palomo, exactamente la misma incomodidad sentiría ante su cerebro púber madurado a golpes de designio literario. Que se lo figuren los las y les inconformes vestido de traje y corbata, presidiendo entre gallos la junta directiva del mandamás de los bancos de nuestro Occidente no ya en decadencia, sino en caída libre.

 

593. ¿Que una imagen vale más que mil palabras? No siempre, no infaliblemente, mas sí en ocasiones y con creces. La de Biden con un helado en la mano mientras improvisa, con una voz que clama el descanso eterno, una respuesta ante los periodistas que le preguntaban sobre un posible alto el fuego en la Gaza sitiada y arrasada por Israel (una de las grandes catástrofes de nuestro tiempo), compendia sin tacha la situación tragicómica de un mundo que se debate entre las peores crueldades que sólo el hombre es capaz de producir, y las superficialidades más insultantes a que se entregan los que tendrían que gobernar con seriedad para resolver o siquiera paliar los peores efectos de las crisis que su inoperancia y desvergüenza provocan.

 

594. Por aquí sí va la cosa, estimado William, por aquí sí:

 

“…Que no nos sigan vendiendo más odio, ni los políticos oportunistas, ni las derechas paramilitares, ni las izquierdas guerrilleras, a las que no les bastó con hacer guerra durante 50 años sino que quieren otro medio siglo de reclamos y de venganzas. Aquí no nos van a salvar ni las cárceles ni los tribunales, sino el trabajo, las ideas, el conocimiento y la cultura.

El odio no puede seguir teniendo el micrófono. Ya nos ha hecho demasiado daño. Toda esa vieja politiquería corrupta llena de viejos apellidos y de viejas mañas ya no convence a nadie, pero tampoco nos convencen los populistas prepotentes que fingen venir a cambiar todo y terminan atrapados en los mismos vicios, en las mismas corruptelas, en la fiesta de los cargos públicos, en el derroche y el festín del viejo Estado formalista e irresponsable.

Ya es hora, no de otros políticos sino de otra política. Esa vieja fórmula del poder altisonante, pretencioso, que se parece tanto a lo que dice odiar, tiene que abrirle paso a otra cosa. ¿Y qué les hace pensar que si la vieja constitución que ellos mismos firmaron no se ha aplicado en 30 años, una nueva sí se va a aplicar? Un verdadero nuevo país sería el que sea capaz de aplicar la constitución que tiene, no el que se invente una distinta, que podría ser aún más incoherente…”.

 

Escúcheme, Ospina: estoy mamado de votar en blanco en las segundas vueltas de las elecciones presidenciales y ni qué decir tiene que de las elecciones presidenciales. No recuerdo cuándo fue la última vez que me torturé con un pseudodebate entre candidatos, y mucho menos la última vez que sentí entusiasmo o siquiera cierta tranquilidad de que Equis y no Ye hubiera ganado. Y como le noto las ganas de vencer lo que se me antojan reticencias personales y anunciar su candidatura, lo animo a que lo haga llegado el momento propicio, que no acierto a señalar. Lo que en cambio sí le puedo garantizar es que, de seguirse conduciendo en su columna y en la campaña con la objetividad y el buen criterio del artículo de que cité lo citado, mi voto de centro, si para entonces sigo hollando este valle de lágrimas, se emitirá por usted y los tecnócratas -segunda condición sine qua non- que resuelvan acompañarlo.

 

Hay sin embargo un asunto que me sigue taladrando la conciencia de lo eufónico: la untuosidad obsequiosa y demagoga de su discurso político en relación con la inasibilidad amorfa que ustedes los populistas llaman pueblo. ¿Que “toda esa vieja politiquería llena de viejos apellidos y de viejas mañas ya no convence a nadie, pero tampoco nos convencen los populistas prepotentes que fingen venir a cambiar todo”? Pues va a ser de entre ellos de donde salga el nombre de la próxima insustancialidad en jefe; del suyo y mi voto, que den cuenta las cifras del ‘no se pudo’.

 

595. De mi amor por el fracaso, por los fracasados sin atenuantes, que hable ‘Cuatro personificaciones del fracaso humano’, que yo me ocupo, someramente, de esta nueva pata que le nace al cojo. Se llama Harry Kane y de seguro es la envidia, una de las envidias, de los millones de futbolistas frustrados, de los a medio hacer y de los aún en formación y con posibilidades que respiran en el mundo. ¿Razones?: “Codiciado en su día por el Madrid, el Barcelona, el Manchester City y demás grandes, máximo goleador histórico de la selección inglesa, máximo goleador de la Premier en el siglo XXI, máximo goleador del Mundial 2018, máximo goleador esta temporada en la Bundesliga”, para no hablar de los millones que factura. Pero a este man, al igual que le sucedía a un ciego legendario entre los ciegos y entre ciertas videntes por su belleza física y por una impotencia sexual insobornable -eran todavía tiempos a. V.-, su buena estrella se solaza haciéndole morisquetas desde las tribunas que cantan o sufren sus goles, pero que todavía no lo ven cubrirse de siquiera un poco de la gloria que emparama a un tal Messi. No sé: tal vez un día pergeñe algo respetable sobre Kane y otros winnerperdedores -o si prefieren loserganadores- igual de legendarios que el ciego aquel, o al menos famosos. Ellos encarnan, sin excepciones posibles, la esencia de lo que somos y han sido las más o menos doscientas mil generaciones de Homo whatever que se han paseado por la que llamamos Tierra.

 

596. Entre las demasiadas bobadas que repiten los tontos, meros aficionados o profesionales de la vaina -relatores, comentaristas y hasta futbolistas-, ninguna como la de las lumbreras que gradúan al entrenador y a su cuerpo técnico de figuras decorativas, porque “los que juegan son los jugadores”. Y como Contra la estupidez hasta los dioses luchan en vano, de nada valdría enrostrarles la proeza de Xabi Alonso al frente del Bayer Leverkusen ni otras por el estilo. Con decirles que resulta harto más sencillo intentar razonar con el agitador en jefe de Casa Nari, o con cualquiera de sus mamporreros.

 

597. ¿Qué se le agrega a la completitud?: “No me apunto a los que dicen que la religión ha sido la principal causa de los grandes males de la humanidad, porque pienso que sin ella hubiéramos encontrado otros pretextos para hacer lo mismo. De hecho, las dos grandes ideologías que causaron tanto horror en el siglo XX negaban la existencia de Dios y el confort de la vida después de la muerte.

Pero he aquí el punto. Lo que tienen en común la celestial religión y la terrenal ideología es el hábito mental de la fe. Ahí radica el daño. Ahí está Satanás. La fe en todas sus manifestaciones ha sido la causa de los pecados más atroces contra la humanidad. Desaparece la fe y se abre el camino a la redención. Aquí en la Tierra, digo”.

 

La ciencia que así merece ser llamada debería idear la forma de saber, del mismo modo que sabe el porcentaje de psicópatas que resuellan entre nosotros, cuántos de cada cien seres humanos nacen vacunados, porque me temo que se nace vacunado como se nace psicópata, contra -ahora lo sé- el lastre por excelencia de la especie: el pensamiento teleológico. Que contiene, por si no lo sabían, al mágico y al desiderativo.

 

Por lo que de mí y mis congéneres me han contado mis congéneres de sí mismos y de otros con que se relacionan, los que escriben lo que leo y etcétera, etcétera, etcétera, calculo aquel porcentaje en el mismo 1,4 de los aligerados por Fortuna del peso de la conciencia moral, pero no me sorprendería en absoluto si, adelantados los estudios de rigor, la cifra fuera inferior. Baste con decir que ni uno solo de mis familiares maternos y paternos, que contados suman cientos, es o ha sido un, llamémoslo, escéptico objetivo de la religión y la política juntas. Aquí -allá, acullá, en todas partes-, el que no es católico es cristiano o testigo de Jehová, y el que no es uribista pues es petrista, junto con todas las combinaciones posibles. Cristianos uribistas, católicos petristas, católicos devenidos cristianos, petristas devenidos uribistas y hasta tengo un tío paterno, cristiano él, que es un fervoroso demócrata en los Estados Unidos pero un uribista acérrimo en Colombia. Ah, y otro, materno éste, tan ateo declarado y combativo como fanático esperpetrista, castrochavista, murillorteguista y xiputinista el pobre.

 

Pero si de quienes hablo es de los amigos de dos, de tres, de cuatro o de cinco letras que tengo y he tenido, o de los muchos estudiantes con que me relacioné personalmente a lo largo de más de dos décadas, la verdad es que las cuentas son parecidas. Baste con decir que quienes de ellos no se han distanciado de mí por mi ateísmo lo han hecho por mi antiuribismo o mi antiesperpetrismo, cuando no porque pienso y sostengo que, forzado a escoger el mal menor, prefiero los católicos a los cristianos y los uribistas a los petristas, si bien no por las mismas razones que explican que prefiera, de entre mis columnistas-escritores de cabecera, a, para sólo citar algunos ejemplos, Rosa Montero y Antonio Muñoz Molina y John Carlin y Arturo Pérez-Reverte antes que a Elvira Lindo y Julio César Londoño y William Ospina y Santiago Gamboa, pruebas incontestables de que contra las taras congénitas del pensamiento teleológico hasta la diosa literatura lucha en vano.

 

598. Mamado de tantas cosas de la Bogotá en la que me pudro cuando no hay conciertos de la Filarmónica, de la Sinfónica, de la Nueva Filarmonía, reviso mis apuntes taquigráficos sobre Las ciudades invisibles de Calvino para ver a cuál me mudo de una buena vez:

 

¿A Diomira, Isadora, Dorotea, Zaira, Anastasia, Tamara, Zora, Despina, Zirma, Isaura, Maurilia: “ciudades yuxtapuestas o superpuestas”? ¿A Fedora: “ciudad real / imposibilidad de la ciudad ideal”? ¿A Zoe: “sus formas monolíticas la hacen indescifrable”? ¿A Zenobia: “ciudad de la primigénesis de la concepción de la felicidad, mezclada con la incertidumbre de que tal cosa sea posible”? ¿A Eufemia: “ciudad en que se truecan así mercaderías como historias, que remozan la memoria de los hombres”? ¿A Zobeida: “ciudad que se funda en un sueño colectivo del deseo y de la fuga”? ¿A Ipazia: “ciudad de signos engañosos, de mujeres que dominan sus cabalgaduras y de música que reside en los cementerios”? ¿A Armilla: “ciudad erigida sobre lo inasible del agua y ayuna de hombres”? ¿A Cloe: “su lubricidad no precisa de palabras para seducir”? ¿A Valdrada: “ciudad especular escindida en dos, gemelas, pero cuya relación, pese a ser simbiótica, no está mediada por el amor”? ¿A Olivia: “su discurso no logra describirla, y no porque la mentira esté en las palabras, sino porque de su belleza de relumbrón dan cuenta las cosas y sus gentes”? ¿A Sofronia: “hierro, mármol, expectación, suspenso”? ¿A Eutropia: “ciudad tripartita donde todo cambio es posible pero estático”? ¿A Zemrude: “ciudad del suelo, el infrasuelo y su antagonista”? ¿A Aglaura: “dos versiones irreconciliables de la ciudad que se dice y de la que se ve”? ¿A Ottavia: “ciudad-telaraña que pende de dos montañas que la sostienen”? ¿A Ersilia: “sus hilos, que se entrelazan, les impiden el paso a sus habitantes, que habrán de refundarla hasta el fin de los tiempos”? ¿A Baucis: “ciudad montada en zancos que a su turno sostienen a los aéreos habitantes, quienes se inclinan para poder otear la tierra”? ¿A Leandra: “dos tipos de dioses son sus custodios y se disputan su pequeñez: los penates -nómades- y los lares -sedentarios-“? ¿A Melania: “ciudad en que los habitantes-actores mueren para que otros sean quienes representen el monótono e inacabable libreto”? ¿A Esmeraldina: “ciudad de mil caminos líquidos y sólidos que serpentean”? ¿A Fílides: “ciudad que, visitada de paso, deslumbra, pero que se decolora si en ella se sienta plaza”? ¿A Pirra: “su particular polvo amarillo va a morir indefectiblemente en el pozo del centro de la plaza”? ¿A Adelma: “Ciudad-Comala. Soñada o visitada, el soñador y el viajero hasta ella se llegan para morir entre los suyos”? ¿A Eudossia: “ciudad-mancha, amorfa, que se refleja en su mapa-alfombra, donde los habitantes deben leer no sólo sus coordenadas de ella, sino las de sus personales destinos”? ¿A Moriana: “ciudad moderna de un anverso de alabastro y un reverso de costal y hollín”? ¿A Clarice: “la Roma o Alejandría que, a fuerza de reconstrucciones, ve trastocado el orden de su primer esplendor”? ¿A Eusapia: “ciudad de vivos que habitan la superficie, y ciudad necrópolis que domina el subsuelo en el que, después de morir, los vivos prosiguen sus faenas desde la muerte”? ¿A Bersabea: “ciudad física apresada entre dos réplicas: una celeste y una infernal, que sus habitantes querrían borrar por escatológica”? ¿A Leonia: “ciudad que se renueva a diario a fuerza de desechar lo que ayer se estrenó para seguir estrenando hoy, y hacerlo hasta que las cloacas de esta gran ciudad que es el mundo que usted y yo envenenamos, revienten de detritos que la ahoguen primero para por último sepultarla”? ¿A Irene: “una ciudad para atisbar de lejos pues, estando en el altiplano desde el que se columbra, su silueta imanta miradas”? ¿A Argia: “ciudad poblada de polvo en vez de aire y de posibles de cuyas características no se puede dar cuenta”? ¿A Tecla: “su construcción permanente y vertical como que aspira a tocar los cielos”? ¿A Trude: “ciudad infinita y global, donde lo único que cambia es el nombre del aeropuerto”? ¿A Olinda: “ciudad que va de lo diminuto a lo inconmensurable a fuerza del surgimiento de nuevos barrios que se hacen sitio sin pedir permiso”? ¿A Laudomia: “ciudad trinidad: la de los no nacidos, la de los vivos y la de los muertos, adonde los vivos van a buscar respuestas para sus incertezas”? ¿A Perinzia: “ciudad-Rinconada donde los monstruos (jorobados, enanos, mujeres barbudas, lisiados, seres de tres cabezas…) cohabitan su dolor causado bien por los astrónomos y sus errados cálculos, bien por los dioses y sus designios”? ¿A Procopia: “ciudad periférica, infestada de advenedizos que usurpan el poco aire que va quedando”? ¿A Raissa: “ciudad infeliz que contiene a una feliz, pero sin que se dé por aludida”? ¿A Andria: “sus habitantes, tan seguros de sí mismos cuanto prudentes, aseveran que cada cambio que se efectúa en la ciudad repercute en el mapa que rige el diseño del cielo”? ¿A Cecilia: “ciudad laberinto global de los no lugares en que todos, desde un pastor de ovejas hogaño indigentes hasta Marco Polo, se pueden perder irremediablemente”? ¿A Marozia: “ciudad del abracadabra, de los oráculos, del ratón y la golondrina en la que el roedor abruma al ave”? ¿A Pentesilea: “ciudad periferia de sí misma, sin centro o toda ella centro de sí misma, carente de afuera”? ¿A Teodora: “ciudad en que se libra una denodada lucha para exterminar la fauna (cóndores, pulgas, ratas) de sus vecindarios y conservar su recuerdo en la biblioteca, de donde emerge una nueva fauna (esfinges, grifos, quimeras, dragones, hircocervos, arpías, hidras, unicornios, basiliscos) que aguardó pacientemente su turno”? ¿A Berenice: “ciudad-lasaña en que bajo una justa subyace una injusta, concebida por las mezquindades de quienes se sienten muy justos”?

 

Abandono el escritorio, busco a mi Tita y, mientras acaricio su cuerpo dormido, me debato entre mi amor por lo eufónico y mi amor por lo venéreo, que me mantienen vivo. Moriana (Mo-ria-na)… Cloe… Cloe… Moriana (Mo-ria-na), y me decanto por las ubicuas y libérrimas feromonas de Cloe. Que sería perfecta si se llamara Moriana: ¡Mo-ria-na!

 

599. Leo que La verdadera patria del hombre es la infancia, y pienso en cómo habrá sido la patria de Rilke, erigida sobre el odio de su madre que lo travistió de niña y sobre el designio de su padre, quien para contrarrestar aquello lo obligó a hacer la escuela militar. Y me digo que, al igual que cualquier generalización, que todas las generalizaciones, las dos que afirman irreflexivamente que hasta ayer nomás, tanto en Oriente como en Occidente, los bebés varones eran lo único deseado y que en el corazón de una madre no hay lugar para las mezquindades, mienten si no se las matiza o aclara con eficacia.

 

600. Con el asalto a la embajada de México en Quito, algo impensable en tiempos anteriores a Bolsonaro y Trump, a Netanyahu y Putin, digámosle adiós al derecho internacional y dispongámonos a ver cómo, de sendos empellones, los bárbaros de las dos extremas que se juegan la suerte del mundo en un garito lo hacen recular, y sin ningún esfuerzo, a edades tan antediluvianas como ellos. 

sábado, 16 de marzo de 2024

Desahogos polifónicos que pensaban ser póstumos, todos breves o muy breves (II)

544. Con Victor y Tico sí que querría hablar, no de profesores a secas sino de señores profesores, de docentes -decir “docentes a secas” constituye un pleonasmo- y de maestros. Para los de en medio no se necesitan ejemplos porque abundan. Para los primeros, tenemos al señor Krempe y para los terceros, el súmum de la enseñanza holística, al señor Waldman. Cuando de una universidad están a cargo los Krempe y los Waldman, se benefician en primer lugar y como es apenas natural los estudiantes y, a la larga, el país y la sociedad en que ejerzan sus saberes.

 

Muchachos: con ustedes dos -y demás criaturas de ficción que tengo por carnales- sí que no siento escrúpulos a la hora de invitarlos a que lean algo firmado por este servidor; claro: únicamente si la invitación procede, y aquí procede. Se titula ‘Escritores que sí saben lo que es un maestro’ y lo pueden leer ya mismo en este blog, no “del todo” corregido aunque ojalá pronto. Les caigo al barco para que tertuliemos.

 

545. Interesantísimo debatirlo con todos los del cenáculo y, cuando los tenga, también con mis estudiantes de los departamentos de Ciencia y Literatura y de Literatura y Ciencia: “Tan solo aquellos que han vivido la experiencia son capaces de imaginar los atractivos que ofrece la ciencia. En las demás disciplinas nos limitamos a llegar a donde otros ya han llegado antes, y después no hay más. La investigación científica”, en cambio, “ofrece abundante material para alentar nuevos descubrimientos e increíbles maravillas”. Lo transcribo y a duras penas me sofreno para no gritarle a Victor, por entre la algazara de quienes lo apoyan y la de los que necesitamos disentir, que, de ser cierta su tesis tan presurosa, en Homero y los griegos se habrían detenido la literatura, la filosofía, la historia y demás saberes “teóricos” de los hombres. “Estulto usted si piensa -remataría para que los que empujan puedan por fin terciar- que sobre el bicho tragicómico y ruin, indiferente o magnánimo estuvo todo dicho desde un comienzo. Pregúnteles a Ovidio, Dante y Cervantes. O a su demiurga a ver si no le dice hasta misa”.

 

546. ¿Podría ser este el punto de partida para vacunar a nuestra sociedad, a todas las sociedades, contra su suma vulnerabilidad a los gérmenes más nocivos de las ilusiones que les cuelan los parásitos de la fe política, de la fe religiosa: “Mi padre había tomado toda clase de precauciones en mi educación para que ningún terror sobrenatural impresionara mi mente. No recuerdo que temblara jamás de miedo al oír historias de supercherías, ni que pensara que era posible que los espíritus se aparecieran. La oscuridad no hacía mella en mi fantasía, y para mí un cementerio era meramente el lugar adonde llevaban los cuerpos que habían sido privados de la vida y que habían pasado de ser el santuario de la belleza y la salud a convertirse en pasto de los gusanos”?

 

Qué va. La prueba de que no, o de que al menos no de modo infalible, reside hoy en cada científico no social -es decir de cartón piedra- sino auténtico que ayer votó por los desafinados cantos de sirena del esperpetrismo, que prometían darle por fin a la ciencia el trato digno y preferente que en Chibchombia, en Circombia, nunca ha recibido: hasta aquí, se dirán algunos, “nada que objetar”. Y, para obligarse a creer el embuste, el porcentaje que sea de tales investigadores, que conviven con la duda y cuajan sus logros gracias a ella, desactivaron volitivamente el pensamiento crítico y tapiaron sus orejas a fin de no oír gritar al risible megalómano: “Si fracaso, las tinieblas arrasarán con todo” y mil inviabilidades más: “Ni un líder social más asesinado… Ni un niño más que se muera de hambre… Ni una persona sin techo y sin atención médica… Ni un joven sin acceso gratuito a la universidad…”.

 

Hay tardes y raptos de insomnio en los que me figuro a la caterva de tartufos desvergonzados que se apoderó del poder en agosto de 2022, en plena bacanal y partiéndose de risa de ver al país que por ella votó, así como al que no, todavía esperanzados o indignados pero graves todos y a la expectativa de las soluciones y determinaciones que dimanen del alto gobierno. Oigo a un Petro apenas achispado y eufórico diciéndoles a sus subordinados, con el ‘smartphone’ en la mano:

 

--¿Quieren que ponga a hablar al paíssssssssss, al mundo? Voy a tuitear entoncessssssssss que lossssssssss enemigossssssssss de mi gobierno esssssssssstán dessssssssssinsssssssssstitucionalizzzzzzzzzzando a Colombia y que contra mí sssssssssse fragua un golpe de Esssssssssstado.

 

En efecto: diez minutos y cinco aguardientes dobles después, las redes y Colombia entera están, como su perra cuando usted juega con ella, corriendo desesperadas tras el hueso que se les tira y pendientes del movimiento más imperceptible del amo. Que ahora calla y duerme su perra de él.

 

547. ¿Será mucho pedirle a la perra vida que me depare, tras un ayuno tan prolongado, a un Henry Clerval del sexo que sea? ¿Para qué, pregunto, tres o cuatro supuestos amigos que nunca tienen tiempo y por consiguiente necesidad de encuentros materiales, hambre de diálogo, voluntad de expresar sus afectos no mediante un meme insulso o un mensaje tecleado a las patadas o, aún peor, copiado de alguna parte, sino de cuerpo presente y de viva voz? ¿Que me compre o reciba en donación un ‘smartphone’ que me rescate del estado de incomunicación en que me encuentro? ¡Me niego en redondo, maldita sea, a resignarme a las muñecas inflables porque lo que yo preciso es cercanía, palabras articuladas, silencios inarticulados, disposición y deseos de estar, de escuchar, de vivir al alimón!

 

548. ¿Y si el Frankenstein de Mary Shelley no fuera sólo la advertencia que es respecto de la soberbia que la ciencia y sus posibilidades despiertan o acrecen en muchos que la practican, y en “todos” los que se enriquecen a su costa, sino además una súplica desesperada en contra de la ruleta rusa que comporta la paternidad, la maternidad? ¿Parir a un Putin, a un Netanyahu; engendrar un al-Assad, un al-Bashir; ser la madre, el padre, de un Mancuso, de un Marulanda Vélez? ¡Como para vaciarse la mirada en castigo por no atender la conminación de Vallejo de dejar la materia en paz!

 

Claro que lo que de verdad procede en casos así no es el autoenceguecimiento, sino la extirpación oportuna y por mano propia del carcinoma que se echó al mundo.

 

549. Si la vida real no fuera la inconmovilidad que es sino ficción de la buena, cada Justine Moritz (del sexo que sea) que hoy y siempre se pudre o se ha podrido en una cárcel gritándole en vano al mundo su inocencia, tendría o habría tenido a su vera al menos la voz amistosa aunque insuficiente de una particular Elizabeth Lavenza. Quien intenta consolarla y le ruega que trate de tranquilizarse, al tiempo que le susurra que quizá todo no sea más que una pesadilla de la que pronto pueda que despierte.

 

Que nada tema el que nada deba, prescribe uno de los muy pocos proverbios que le mienten con dolo al indigente de poder.

 

550. Te cuento, estimada Elizabeth Lavenza dondequiera que te halles, que, dando por seguros el sentido del deber y la buena conciencia de tu primo Victor Frankenstein en relación con la injusticia judicial y social que concluyó con la muerte de Justine Moritz, oprobios ambos que únicamente él habría podido evitar, me precipité a escribir mi desahogo número 549 seguro de que no me iba a defraudar. Pero ahí tienes al muy bellaco, al muy cobarde, postrado de dolor y de vergüenza en el epílogo del primer volumen; y a mí allí mismo, repudiándolo como amigo y como persona y sin que me importe en modo alguno lo que de decente o aun heroico pueda llegar a hacer en adelante. A ti, mujer valiente y generosa, te pido en cambio que ocupes su lugar en estos mi corazón y encéfalo, tan en demasía necesitados de los afectos inteligentes que de ti dimanan. Ah, y juntos implorémosles el perdón a todas las Justines Moritz de cualquier sexo, de todas las latitudes y tiempos -también de los venideros- por no haber impedido, a como diera lugar, sus ignominias y padecimientos.

 

551. Entre los prodigios de la literatura -de las artes-, su extraordinario talento oracular o, dicho de modo más pedestre, la prospección: “…Hay hombres así, que, abandonado el puesto, recaen en la insignificancia. Ello se debe a que no tenían otra forma de ser que su función”.

 

Despliego la foto del actual (hoy es 1 de marzo de 2024) gabinete ministerial del Esperpetro, en cuya grisura no se divisan ni Luis Gilberto Murillo ni Néstor Hosuna; soborno la memoria a ver cuántos ministros y funcionarios de importancia del Titeriván, de Uribe y de Patraña recuerdo con nombres y apellidos y los resultados son paupérrimos. Enseguida, me solazo imaginando cómo habrían ensamblado sus gobiernos algunos de los meritorios a los que Colombia, la radical y folclórica que huye del sentido común con igual espanto que sus gobernantes del reformismo, jamás tuvo en cuenta, y llego a la conclusión inevitable que rondaba la cabeza de Ribeyro cuando escribió su prosa apátrida número 100: de ningún político mediocre que se haga con el poder se puede esperar que se rodee de lumbreras o de personas de probada capacidad en esto y aquello pues, o bien no las conocen -Duque, Pastrana-, o, en medio de su complejo de Dios -Uribe, Petro-, no quieren cerca a nadie que les haga sombra y mucho menos les dé por respuesta un no rotundo, les exprese su desacuerdo o les haga el más mínimo reparo.

 

Protestan airados los de los extremos del auditorio porque no mencioné a Santos. Sencillo: repasen y cotejen las nóminas de altos funcionarios de sus dos gobiernos con lo que ya vimos y díganme si, en cuanto hace a nombres, lo suyo no destaca de lejos. Cosa muy distinta y triste es que, por buscar para sí el Nobel a cualquier precio, mucho del conocimiento y la experiencia de que se rodeó durante casi una década se desaprovechó infamemente.

 

552. Tres definiciones que someto a consideración de la RAE. Tirónico: aquel cuya ironía resulta tan acre y cáustica que tiraniza. Tirónica: aquella que, tirando, ironiza impíamente sobre el chito de su hombre. Chito: pipí de tamaño y grosor clitóricos.

 

553. ¿Qué se le agrega a la completitud?: “No hay nada más duradero que el instante perfecto”.

 

Antes que nada y primero que todo, un orgasmo telúrico sufrido al alimón. El cigarrillo que le pone término a la abstinencia absurda que nos impusimos. Una charla con un buen dialogante, ojalá al margen de las ubicuas estridencias del entorno. En el ya tan lejano mundo analógico, las primeras caricias y husmeos y ojeadas y hojeadas y hasta besos que se le prodigaban a un libro largamente codiciado. Un despertar sin sobresaltos tras equis horas de sueño profundo, con la mente y el cuerpo saludables, y la finca en que vacacionamos colmada sólo por las voces de sus animales. La eclosión favorable de un asunto o noticia que nos traía en vilo. Los primeros compases de un concierto o sinfonía que siempre quisimos sentir en un auditorio. Los últimos compases jubilosos o violentos de aquella obra, seguidos por la ovación unánime que hace que nos escuezan manos y garganta… Sé que hay más pero por de pronto…

 

554. Ceguera congénita y total, la del ciego congénito y total que, muerto a la edad que sea, se murió totalmente sin saber que la literatura existía, o sin tener por madre a una Orfi: “Café expreso en la placita central de Capri, hojeando el […] y observando el denso flujo de veraneantes. Hercúleos mozos que lucen sus muslos tostados y sus pectorales […]; inefables niñas en blue-jeans ajustados, más bellas que cualquier mármol florentino; pero sobre todo viejos panzones en pantalón corto, calcetines y sandalias, viejas pintarrajeadas en bikini con várices, celulitis y horribles colgajos de carne en el vientre y decrépitos ancianos, extremadamente dignos y elegantes, con sombrero de paja y saco de lino, que derivan en la tarde soleada tanteando con su bastón su último verano”.

 

Tras la relación solidaria, yo le digo a Julio Ramón o a mi madre, sin que venga a cuento, que justicia poética sería que las “repulsivas”, quienes ya descansan en paz, supieran que hoy su lugar lo ocupan las beldades que en aquel verano a ellas muy seguramente les arrancaron suspiros de despecho entreverados con pensamientos inconfesables, y que los muchachos que sabían perdidos de antemano pero por los que habrían pactado con el diablo de haber podido, se apoyan ahora en un bastón o arrastran su propia fealdad disfrazados de veraneantes, junto con el peso insoportable de saberse, unas y otros, excluidos sin apelaciones del mercado sexual.

 

555. Medioevo Científico y Tecnológico:

 

“…Lo más interesante, a veces, es que en cambio las épocas que sí están sufriendo una crisis muy profunda y un deterioro irreversible de todos los indicadores de la vida y la cultura no se dan cuenta de que algo así está pasando e incluso las caracteriza un optimismo y una arrogancia enternecedores: la idea de que nunca antes las cosas habían estado mejor. Como dijo el magnífico Arnaldo Momigliano, pocos se dieron cuenta de que Roma se estaba cayendo.

Además porque la decadencia es un fenómeno de larga duración, a veces pasan siglos mientras se va cocinando […]. Pero hay un dato clave a la hora de entender la decadencia de las sociedades, y no es el arte porque muchas veces cuanto peores son los tiempos mayor es la creatividad, la belleza, la lucidez como un refugio.

Ese dato clave son las clases dirigentes, la gente que gobierna y que manda, también la que ‘influye’, como se dice ahora, aunque no se me ocurre peor retrato de la decadencia que un mundo en el que millones de personas, sin ningún talento, sin ningún atributo particular salvo la desvergüenza o el fanatismo, se autoproclaman ‘influencers’ y lo peor es que sí llegan a serlo. Ya eso nos sitúa de lleno en un tiempo aterrador, sin salida.

Y también quienes nos gobiernan. Pero no hablo en general de la miseria de los políticos, que también es una queja tan vieja como el mundo. No. Me refiero al hecho inquietante y gravísimo de que adonde miremos hoy, en todas partes, el panorama es como de comedia con mal libreto, una producción sin presupuesto ni pudor. Basta ver lo que serán las elecciones en los Estados Unidos, para no hablar de nosotros, y ahí está dicho todo: es increíble, devastador.

Sería cómico si no fuera trágico: es la decadencia de la decadencia, a eso hemos llegado” (Juan Esteban Constaín).

 

Salta pues a la vista que vivimos tiempos de gran confusión y caos -los contradictores vocacionales dirán que todos lo han sido-, empeorados por el hecho de que en cada persona conectada desde sus dispositivos a la red hay un potencial propalador de infundios y desinformación, y de ahí el creciente bullicio y la imparable pugnacidad que nadie sabe cómo gestionar. Ese desconocimiento sin solución a la vista, así como -entre muchas otras- las realidades descritas en la cita, son lo que me lleva a afirmar aquí que discurrimos por una segunda Edad Media -con el perdón del prístino Medioevo, tan en paz (por comparación) al menos con el planeta- si bien científica y tecnológica, que anda por sus albores. Al rigor de los historiadores corresponde determinar sus orígenes y estudiar a fondo, transcurrido el tiempo que haya menester, sus implicaciones y pormenores. Que ya aterran.

 

556. Uno de los regalos impagables de leer a columnistas de opinión brillantes y además decentes, cuyas atalayas se levantan en el justo centro del observatorio desde el que se otean las miserias y bondades de los hombres, es que justo cuando uno está empantanado en un tremedal de palabras que no concurren para desahogarse y aullar lo que se quiere (verbigracia, toda esta vergüenza de ser un cero a la izquierda en la lucha contra los malditos), se materializa un Héctor Abad Faciolince, una Piedad Bonnett, un Javier Cercas, un Arturo Pérez-Reverte, un Martín Caparrós, una Rosa Montero, un Antonio Muñoz Molina o un John Carlin y dice justo eso que veníamos rumiando:

 

“El movimiento palestino Hamas, con su propia masacre de inocentes el 7 de octubre, y el régimen de Netanyahu, con su respuesta feroz, se han asegurado de lo que ambos quieren, que el ciclo de venganza extermine toda posibilidad de una solución posible al conflicto más largo del mundo.

En el sector de la población israelí que vota por Netanyahu, la memoria colectiva del Holocausto nazi representa licencia para matar en defensa de la causa judía. La masacre del 7 de octubre fue entendida por esa misma gente como un Holocausto II, ergo la despiadada destrucción del lugar de donde procedió el mal.

La misma lógica se aplica a los palestinos. El calvario de Gaza será recordado por los años y los años como su propio holocausto, como su licencia para matar israelíes. Los huérfanos de Gaza hoy y sus hijos verán el uniforme de los soldados de Israel como los judíos europeos de los años treinta y cuarenta veían los uniformes de los soldados de Hitler. Ojo por ojo, como dijo Gandhi, y todos acaban ciegos.”

 

Cínicos llaman, sin que mi mente consiga explicárselo, a los desesperanzados recalcitrantes en relación con las grandes tragedias de la especie (injusticia, guerra, pobreza, hambre, discriminación…), y todo porque aquellos seres de luz se pliegan a lo tangible y les aguan su festival de la esperanza a los fanáticos del “sí se puede” a sabiendas de que no. Sin que importen las buenas intenciones y los deseos de los que genuinamente quisiéramos vivir en un mundo en paz relativa, donde nadie se muera de hambre o enfermedad tratable o de hambre y enfermedad tratable, donde quien lo quiera se pueda escolarizar y, el que no, tenga otro tipo de oportunidades y etcétera, etcétera, etcétera, el caso es que ahí van a seguir, hasta el final de los tiempos, los malditos de la violencia y de la codicia, de la codicia y de la violencia, ultrapoderosos poderosos o pobres diablos muy resueltos, decidiendo, igual que ha sucedido desde que Lucy descendió del árbol, el destino de millardos que lo único que tienen a favor lo desperdician: el prodigio de las mayorías. Porque sólo las mayorías, ríos y ríos de gente inerme pero amenazadora y dispuesta a morir, si toca, harían desistir y salir corriendo a Hamas de Gaza y a Netanyahu y los sionistas de Israel; a Putin y su cohorte de asesinos de Rusia y la Ucrania ocupada y a los sátrapas de Corea del Norte, Irán, Sudán, Yemen, Venezuela o Nicaragua de los países que explotan y oprimen. Porque sólo unas mayorías globales, concertadas y bien avenidas, podrían acogotar a los gobernantes del mundo para que le pongan un tatequieto definitivo a la carencia mundial organizándolo todo de tal modo que claro que haya ricos, pero no obscenas fortunas individuales más pingües que las de un Estado próspero; y pobres sólo si lo son de espíritu y de iniciativa, aunque no tan pobres como para que se mueran de hambre.

 

Un único favor les pido: avísenme cuando la cobardía y la indiferencia -nuestra perdición bicéfala frente al malditismo transnacional- estén, como las maras salvadoreñas hoy en las mazmorras de Bukele, domeñadas y a buen recaudo, pues no me quiero morir sin saber cómo se siente ir vestido de verde esperanza.

 

557. En el filme titulado ‘La zona de interés’ de Jonathan Glazer, qué duda cabe, cabe toda la humanidad de hoy, la de hace miles de años -pongamos tres mil- y la de dentro de miles -pongamos tres mil-, con sus dos minorías en las antípodas (los Rudolf Höss que se aplican al ejercicio del mal y, en muy menor proporción como en la película, las niñas-fantasma que se aplican al ejercicio del bien). El resto, a efectos prácticos y en muy distintas situaciones y circunstancias, nos llamamos Hedwig.

 

Adenda: si usted es profesor de literatura, de arte, y está empecinado en que sus estudiantes comprendan que la literatura, el arte, valen más por lo que callan que por lo que dicen, no desperdicie su tiempo ni se lo quite a los muchachos haciéndolos leer teoría. Vea con ellos este nacido clásico de Glazer y, a los que no caigan, mándelos a estudiar odontología u otra cosa para la que les dé el cacumen.

 

558. Miremos este par de fotos yuxtapuestas: la de la derecha muestra a El Salvador de hoy, rozagante de seguridad y pleno de un agradecimiento cuasi unánime hacia quien obró un milagro bíblico de tan inverosímil. La de la izquierda, a una Colombia con aspecto haitiano que acelera el paso en su recorrido del camino contrario, con sus fuerzas del orden maniatadas o al menos muy menoscabadas y amilanadas por cuenta de unas políticas presidenciales que, de labios para fuera, aseguran que le apuestan a la paz mientras que sobre el terreno les garantiza, con su solidaridad de cuerpo, a los que hacen la guerra impunidad y nichos de mercado. Imbéciles los que, bien desde sus atalayas de pacifistas a todo trance, bien desde sus atalayas de pacifistas de coyuntura, no lean como es debido la gratitud presente de una mayoría abrumadora de salvadoreños con la mano dura que los “rescató” del infierno diario que “suponían” las maras, y más imbéciles si no encuentran justificado el deseo de los mexicanos, ecuatorianos y colombianos a merced de los violentos -y de sus patrocinadores desde el poder- de que en sus países gobierne mañana mismo, y no ya con mano dura sino con puño de hierro, un resuelto por el estilo del milénial.

 

Pero ojo, mucho ojo, amigos colombianos, ecuatorianos y mexicanos con el deslumbramiento que les producen los resultados tan reales cuanto artificiosos del actual gobierno salvadoreño: antes de seguir ensoñando, hagan el favor de leer, en El País de España, el reportaje de Juan Diego Quesada titulado Dentro del ‘Alcatraz’ de Bukele: “Es imposible escapar. Estos psicópatas van a pasar la vida entera entre estas rejas”; y de imaginar, una vez leído y releído el texto, a uno o a varios de sus familiares presos en ésa o en otra mazmorra del régimen, adonde fueron a parar por los tatuajes que algún día se hicieron, o por la ropa y el peinado “sospechosos” que lucían cuando les echaron mano. Pero si en su familia no hay jóvenes, o los jóvenes que hay son a su juicio muchachos de bien y muy formalitos, pues no den nada por sentado y entérense antes de embarcarse con su voto en semejante aventura de que las dictaduras se sabe cómo -léase contra quién- empiezan pero jamás se sabe cómo -léase contra quién- terminan.

 

Y ya que estamos. ojo, mucho ojo, adeptos de buena fe del esperpetrismo, indiferentes crónicos -o sea idiotas- de la política, e incautos del “¡Qué va! Colombia es una democracia imperfecta, pero una democracia a fin de cuentas”: cuidado con seguirse creyendo el cuento de que este gobierno nada que arranca o de que ahí va, a trancas y a mochas. Si el debilitamiento calculado de las fuerzas del orden para que el crimen organizado engorde, la instrumentación de la DNI con idénticos propósitos a los de Uribe en su momento, la implosión controlada para atarle las manos a Ecopetrol y pauperizarlo para favorecer a los compadres narcochavistas, las medidas sibilinas con miras al desmonte o la quiebra de los sistemas pensional y de salud, las acusaciones de desinstitucionalización tras las que pretende esconder sus propósitos a todas luces desinstitucionalizadores, la venalidad y mediocridad rampantes de sus ejecuciones y postergamientos o la incuria de la economía con vistas a joder a los ricos y a los empresarios que no se le prosternan no es arrancar, ¿qué lo es entonces?

 

559. Le llueven del cielo los elogios a Pepe Mujica por su dizque valor de llamar a las cosas por el nombre en relación con la desde siempre narcodictadura bananera chavista, un descubrimiento al que este sagaz anciano llega con un retraso de veintipico años, o de treinta y dos si se toma en consideración el intento de golpe de Estado que encabezó el tirano epónimo en 1992. A Carlos Andrés Pérez y a Rafael Caldera les deben los millones de venezolanos en el exilio, los presos y torturados en las mazmorras del régimen y los que se mueren también de hambre y de desesperanza en el país su perra suerte, pues el primero tendría que haber fusilado sin miramientos ni dilaciones a los insurrectos para, de ese modo, evitar que el segundo -quienquiera que fuese su sucesor en la presidencia- incurriera en indultos o sobreseimientos.

 

Oigan… ¿y si el debilitamiento calculado del Esperpetro a nuestras fuerzas del orden, con las infiltraciones de terroristas de izquierda de que algunos bien informados y en modo alguno paranoicos se vienen haciendo eco, estuviera inspirado en lo del golpista Chávez Frías o en lo del autogolpista Pedro Castillo, salvo que mejor urdido y “ojalá” adelantado?: que el paranoide soy yo, me gritan desde el centro y la izquierda del auditorio los que le apuestan nombre y prestigio a la estabilidad de nuestra democracia imperfecta, pero democracia a fin de cuentas. ¡Qué sagaces andan; al menos tanto como el abuelo uruguayo!: paranoico, fatalista, paranoide, pesimista y, por contera, malpensado.

 

560. Medioevo Científico y Tecnológico:

 

“…Al nuevo modelo de negocio le conviene el ruido y está borrando de nuestro vocabulario los conceptos de prudencia, reparo, compasión. Si se da el caso de que a alguien se le descubre en un renuncio, en una metedura de pata, o aún más, en un delito, cómo no sumarse a la gran fiesta de la crueldad, porque la crueldad, de eso nos hemos olvidado, no se ejerce solo cuando se ataca a un inocente, crueldad es también el ensañamiento innecesario con el culpable. Si existe la justicia, por imperfecta que esta sea, es porque necesitamos un mediador que nos evite la venganza personal o colectiva. Pero hoy, gracias al gran Dios de las redes, asistimos a un juicio permanente, situados siempre en los asientos del jurado y temiendo en secreto vernos algún día en el lugar del reo. Olvidada queda aquella vieja progresía que detestaba a los que levantaban los brazos delante de los juzgados, a esas personas tan carentes de emociones en sus vidas que se cargaban de adrenalina yendo a escupir y a insultar a los detenidos mucho antes de que se produjera el juicio. Aquellas ideas de convivencia que promulgaban la atemperación de las emociones se han quedado caducas y ahora no hay penas de cárcel que nos satisfagan, no hay insulto que esté a la altura de nuestra ira ni metedura de pata a la que no queramos hincarle el diente.

[…] Ocurre que perdidos en un momento de autocomplacencia, seguiremos flotando en la pequeña burbuja que nos aísla del mundo, hasta que de pronto explote y nos quedemos flotando en el vacío” (Elvira Lindo).

 

Salta pues a la vista que vivimos tiempos de gran confusión y caos -los contradictores vocacionales dirán que todos lo han sido-, empeorados por el hecho de que en cada persona conectada desde sus dispositivos a la red hay un potencial propalador de infundios y desinformación, y de ahí el creciente bullicio y la imparable pugnacidad que nadie sabe cómo gestionar. Ese desconocimiento sin solución a la vista, así como -entre muchas otras- la realidad descrita en la cita, son lo que me lleva a afirmar aquí que discurrimos por una segunda Edad Media -con el perdón del prístino Medioevo, tan en paz (por comparación) al menos con el planeta- si bien científica y tecnológica, que anda por sus albores. Al rigor de los historiadores corresponde determinar sus orígenes y estudiar a fondo, transcurrido el tiempo que haya menester, sus implicaciones y pormenores. Que ya aterran.

 

561. No sé si me dan más lástima que risa los bienintencionados (a los militantes solapados de la causa guerrerista contra Occidente del ‘sur global’ que, desde Occidente, abogan por lo mismo si bien con otras intenciones no les presto oreja) de tertulia televisiva que aducen que para que cese la invasión de Rusia a Ucrania hay que sentarse a negociar con Putin, como si Putin no fuera Putin sino Zelenski o Navalni. Diría uno que a los pobres les falta literatura de la buena, y por carretilladas. Pero no es la literatura lo que cura la suma “ingenuidad”, y una prueba fehaciente es ‘Al final’: un artículo publicado por William Ospina en El Espectador en abril de 2016, y nuevamente en marzo de 2024.

 

En él su autor plantea la necesidad de que, a fin de que la paz en Colombia sea real y duradera, se ensaye una suerte de borrón y cuenta nueva, acompañados por un mea culpa colectivo y por la concesión de un perdón auténtico y ‘multidireccional’ ojalá sin fisuras. Yo, con todo y el tamaño descomunal del sapo que nos tendríamos que tragar, lo suscribo y sé que igualmente muchos otros ciudadanos del común, y ni que decir tiene que también las víctimas, quienes suelen hacer gala de un corazón tan grande a la hora de pasar la página que a uno lo abruman y avergüenzan. ¿Pero y los malditos que hacen la guerra y se lucran de ella por convicción y porque lo llevan, como el bicho del Kremlin o el carnicero de Gaza, inscrito en las entrañas? A mí me basta ver el resentimiento y la mala leche con que el Esperpetro, con su panda de neocorruptos, está maniobrando en este país para no abrigar ilusiones de ninguna índole en paces hechizas, que es lo que a la postre pactan los que negocian con el poder en mente como único y “secreto” Fin.

 

Adenda: leyendo esta otra columna suya, ‘El tiempo corre’, estuve, maestro William Ospina, tentado de creer que usted iba por fin a arrojar lejos las anteojeras que le han impedido leer con objetividad al sujeto presidente. Sin embargo, cuando llegué a la oración “Petro, creo yo, no es un hombre corrupto”, con la cual usted y muchos nostálgicos del esperpetrismo se engañan y engañan deliberadamente, me sentí igual que frente a una madre que, en medio de su dolor, quiere que los demás no vean los delitos de su hijo, de los que culpa a otros que lejos están de ser sus compinches. Y mejor ni hablemos de lo que a continuación se lee, todo tan cínico o melifluo que asquea. Gustavo Petro Urrego no es sólo un corrupto de proporciones colombianas, sino un redomado hipócrita que gobierna y va a seguir gobernando como delinquió en el M19: al margen de la Ley -de las leyes hoy vigentes en el país- y sin ningún respeto por quienes por él votaron de buena fe o por la constitución que juró acatar y honrar.

 

562. Yo, que en el presente no tengo amigos de seis letras y apenas unos pocos de dos o a lo sumo de tres, no los pondría -tal vez tampoco a uno completo- de testigos de nada llegado el caso de caer en desgracia con enemigos poderosos, que hasta la fecha no creo que tenga pero que puedo llegar a tener. Se trata simple y sencillamente de ahorrarme una previsible decepción getsemaniana. De ustedes, mis dos amores, sí que lo espero todo… o casi.

 

563. ¿Que esta semana Londoño no se ocupa -no desbarra- de política y más bien pone en marcha al sabio (hoy ataviado de poeta)? ¡Estupendo!:

 

“…Las lenguas son anteriores a las gramáticas y son parcialmente lógicas porque la comunicación es su norte. Pero la lengua también quiere conmover; por eso entona canciones, asesta ironías, esgrime conjuros, arroja injurias, emprende elipsis, acuña refranes, se adorna con tropos, legaliza caprichos y otorga licencias, operaciones que desbordan la lógica y desafían la sintaxis ortodoxa. Sumisos a las leyes de la concordancia escribimos ‘ojos verdes’, en plural, pero decimos ‘ojos violeta’ en homenaje a la singularidad de los ojos de este color.

La gramática nunca tendrá la precisión de la matemática porque los idiomas no son sistemas arbitrarios para traducir a números la cantidad, el espacio y sus relaciones. Los idiomas son la manera como cada pueblo siente la realidad, cifra sus anhelos y conjura sus demonios. En las ásperas lenguas de los nómadas, digamos, había muy pocos vocablos para designar la tierra; ninguno para la ciudad. La tierra era esa materia vertiginosa que pasaba bajo los cascos de sus caballos; la ciudad, un corral de piedra lleno de gente temerosa. Tenían en cambio decenas de términos para la caza, el caballo, las armas, las estrellas…”

 

Ya les participé a todos los del cenáculo y a Álex Grijelmo el primero, estimado y en ocasiones admirado Julio César, esta otra gema de su inteligencia. Pero le cuento que me entristeció no habérsela podido hacer llegar a casi nadie más que la pudiera disfrutar genuinamente. Con don Juan Gossaín no di por mucho que lo busqué, y por supuesto que tampoco con el gran profesor Bustillo. Claro que el “casi” tiene más peso y validez que veinte nombres cualesquiera: la leyeron y me piden sus coordenadas el doctor Humberto de la Calle Lombana, uno de esos tibios del reformismo por los que usted jamás votaría o sólo en casos muy puntuales, y doña Cayetana Álvarez de Toledo, cuya mera mención se me figura que lo hace descomponer el gesto. Qué dice: ¿se las doy?

 

564. El primer párrafo de ‘Teología e hipertensión’ prueba que, como todos los concienciados del buenismo que medran en la ‘mamertosfera’, y no se diga sus ideólogos y enjuagadores de cara -y éste sí que lo es-, su firmante es un grandísimo hijo de la puta que lo parió -y que me perdone la señora, que poca culpa tiene- y un resentido. ¿Atacar tú a Héctor, a Héctor Abad Faciolince tú, quien para sobrevivir publicitas tus talleres literarios, y sin pagar, en tu columneta de El Espectador? Claro: como te duele que te ataquen a Putin y de él hacia abajo, y como sabes que jamás podrás izarte a la altura moral de quienes en ese y en otros periódicos prueban cada que escriben y opinan que no son, como tú y otros indeseables, presas de ningún sectarismo, pues si te toca te les metes con la madre y sin que venga a cuento. Disculpa: ¿quién, aparte de un tal Gregorio Ríos que a falta de algo mejor que hacer habla de ti en su puto blog que sólo él lee, de tus talleristas incautos, y de diez o veinte gatos del esperpetrismo o de la vallecaucanidad te conoce? Entérate, pimpollo de las letras, de que la mera Basura de Héctor supera de lejos lo que de ti he leído y, por fuerza, habré de seguir leyendo.

 

Adenda: que por qué no dejo de leer “al Londoño este que tanto lo irrita, mijo”, pregunta mi madre. ¿Dejar de leer a Londoño, Orfi? -le respondo-, e intento sacarla de su pasmo leyéndole, despacio y a muy razonable volumen, a partir del segundo párrafo. Pero creo que ella no nota, por imperceptible, mi pensamiento-exclamación ¡mientes como un bellaco, pedazo de feligrés de la mamertosfera! cuando lo que le leo es: “Yo, lo confieso, no soy ni siquiera agnóstico. Ni siquiera buen hijo. Mi credo es la confusión […]. Recelo de las religiones…”.

 

565. Jamás pensé, admirado García Villegas; jamás pensé que un día me viera obligado a usar, y mucho menos con alguien de mi entera estima como usted, una fórmula de descortesía que a mí me disparó, en plena reunión de profesores, un colega de la Sergio de quien no obstante tengo gratos recuerdos: Speak for yourself! me dijo el muy granuja y yo lo repito ahora: Speak for yourself, bro!: “Soy consciente de que, con los años, el lenguaje incluyente se va a imponer. Quienes en algún momento nos opusimos hemos sido derrotados y lo seremos aún más. Nuestra manera de hablar será anacrónica […], pero no tendremos la intención de discriminar a nadie. Seremos un error, una imperfección irrelevante”.

 

A ver por dónde comienzo, hermano. Mire: soy un convencido de que en este mundo lo que impera es el mal gusto, y no se diga en el mundo hispano. Que, bien mirado, ya no es, por todo y por todo lo demás aunque antes que nada por el espánglish, otra cosa que una copia desvaída y muy ridícula del mundo anglo. Que, bien mirado, no tiene puta la culpa de que acá le copiemos absolutamente todo: desde el consumismo desaforado hasta la sintaxis y el léxico de su idioma tan querido. Desde sus ridículas luchas identitarias hasta sus formas de decir tan sumamente beatas y cursis. Desde la comodidad maravillosa de su ropa hasta sus duplicaciones -his or her, women and men, female and male adults-. Todo absolutamente todo se lo copiamos, lo cual no quiere decir ni que esté bien ni que tenga que ser por fuerza exitosa la copia. Y ahí viene el caso del fucking inclusive language, que a la persona en situación de discapacidad ocular que soy le choca más que nada en este mundo, o sea el real.

 

¿Derrotados por este buenismo de cartón piedra e inauténticamente anglicado? ¡Pero cómo se le ocurre semejante disparate a un tipo tan capaz! Ahora: confunde usted lo “anacrónico” con lo “clásico”, que es lo que seríamos si su vaticinio llegare a materializarse, que ojalá no. ¿Y sabe por qué no? Por la sencilla razón de que cuando la distopía triunfe, con su triunfo se interrumpe para siempre lo que hoy llamamos literatura hispanoamericana. Imagínese no más a un Javier Marías o a un Roberto Bolaño de la época triplicando el género en sus novelas o dándole a la perífrasis para hablar de un cojo o de una puta (un saludo incluyente para mis carnales los cojos y las putas): “Cuando el hombre con movilidad restringida se le acercó a la mujer en situación de explotación sexual para preguntarle cuánto cobraba por un culeo, todos, todas y todes les que lo y la estaban mirando se miraron a su vez y…”: ¿cuándo le pone el pobre desgraciado el punto final a su engendro?

 

Ah, y ya que hablamos de engendros: no se le olvide, Mauro, que ahora tenemos de nuestro lado a los Miley y a los Abascal para seguirles haciendo contrapeso a los errores e imperfecciones irrelevantes que constituyen los las y les inclusivistes no de corazón, sino verborreicos en su gran mayoría. Se lo digo yo, que, posdoctorado en discriminaciones, algo me habré movido en esos tremedales.

 

566. Toda una lástima que el centro tibio, reformista y tecnócrata no dé golpes de Estado “limpios” y “quirúrgicos” pues, en nombre del pragmatismo y en aras del bienestar de las mayorías, yo le pediría, le suplicaría, que se lo dé al Esperpetro ya mismo y ponga en su lugar a uno de los suyos. La idea de semejante acto sólo en apariencia desinstitucionalizador es impedir que su mandato tan nocivo y malintencionado haga todo el daño que va a hacer hasta, en el mejor de los casos, el 2026. Porque en política, que tiene que ver con la vida pero que no es la vida propiamente dicha, no debería permitirse que maniobre la fatalidad que rige cada existencia humana, sino oponérsele a como dé lugar una vez leída debidamente. Las catástrofes colectivas que se habrían abortado si algo como con lo que aquí fantaseo se hubiera hecho a tiempo, verbigracia y para no ir muy lejos, en la Nicaragua y en la Venezuela de los que sabemos.

 

567. “Biden opina que Netanyahu ‘perjudica a Israel’ al no evitar más muertes de civiles en Gaza”, reza un titular de El Mundo de hoy, domingo 10 de marzo de 2024. Pésimo opinador el viejito, pues el primer perjudicado de la cadena trófica es él, con su apoyo irrestricto a los carniceros judíos -los connacionales de los carniceros yihadistas de todas partes se lo van a hacer pagar en las elecciones, junto con los que se duelen sinceramente de la matanza que no cesa y el asedio infame, para no hablar de los antisemitas devenidos y los de abolengo-. ¿Que el Israel que no quiere cambiar el curso de las cosas sale perjudicado? Eso por descontado, aunque no más ni de modo tan directo como los más de cien secuestrados que siguen tal vez en Gaza y en manos de los terroristas de la contraparte, sus deudos y allegados y, seguramente hasta el final de los tiempos, los judíos que residen y habrán de nacer en pueblos, ciudades y países donde aquel odio milenario, atizado hoy por el pogromo del 7 de octubre y la subsiguiente venganza, campea saludable. Paradójica o coherentemente, los únicos que nada pierden y mucho ganan con la sangría son los terroristas de las dos pandillas en el poder, tan sincronizadas ellas.

 

Adenda: Y cómo les va pareciendo aquel otro viejito, el carcamal del Vaticano, haciéndole nuevamente llamados de súplica a Zelenski, ¡hágame el favor!, dizque para que tenga espíritu conciliador y se siente a negociar la paz con Rusia. ¿Irrespetuoso o no, el bellaco este? Lo oigo y no puedo por menos de pensar en el padre o en la madre que no quiere disimular la preferencia por uno de sus dos hijos, y no precisamente por el que bien se porta y saca buenas notas en el colegio, al que se la tiene montada el envidioso y prospecto de hijueputa que tiene por hermano. Pues bien, el Francisco papá o la Francisca mamá, cada que el malquerido es víctima de una tropelía fraterna, hace como que no se entera o incluso lo acusa de quejumbroso y de detestar al agresor, quien cada que se sale con la suya más canalla se vuelve y más amplía su margen de acción. Eso lo sabe Bergoglio, que de güevón no tiene sino la voz (y digan ustedes si también la cara).

 

568. Los bobos letrados (no se sorprendan: existen, claro que existen, muy bobos y muy letrados; ¿su epítome?: una docenta de ingrata recordación -casi todos los demás le celebraban los apuntitos- cuyo nombre, a diferencia de los tan queridos y respetados de las profesoras Luz Mary Giraldo y Blanca Inés Gómez, se me traspapeló) son los únicos, quiero creer, que dan por sentado que los títulos que ellos atesoran y los que repudian deben por fuerza hacer parte de la enciclopedia de cada lector con que de literatura “conversan”. Los demás sabemos que coincidir con un interlocutor en uno o en a lo sumo unos cuantos títulos, que ambos conozcamos a fondo, es ya un regalo de Fortuna.

 

El preámbulo casi que me exime de aclarar que ningún archilector, y ni siquiera un Nobel indiscutido de Literatura, debería sonrojarse al admitir que jamás leyó tal o cual clásico y menos aún equis o ye libro de los recientemente en boga. Sin embargo, sí que existe el riesgo latente de creerse el cuento o, aun peor, de hacer pasar por novedoso y revolucionario algo -las voces narrativas, la ruptura con la linealidad, la manera en que se construyen los personajes…- cuando no se ha leído una piedra angular del arte en cuestión tipo el Tristram Shandy de Sterne. En el Capítulo catorce pueden encontrar el testimonio de cómo concebían el autor y su narrador el quehacer de ficcionar, y en la novela entera la prueba irrefutable de que la revolución de múltiples momentos y protagonistas que experimentó la narrativa en el siglo XX nació en diciembre de 1759, pero fue concebida en 1605.

 

569. Que Cervantes y Sterne (lo cual equivale a decir don Quijote y Tristram Shandy: las piedras angulares de la historia de la novela escrita en sus lenguas, en todas las lenguas) se tomen a sí mismos tan a la ligera y sin ninguna gravedad siendo quienes son, me torna en aun más ridículo y lastimero al escritor -vivo o muerto- pagado de sí e impúdico a la hora de mostrarse como tal. ¿Que me concedieron el Nobel o me lo negaron mereciéndolo, me leen millones y millones de personas de muy diversos orígeness y gozo de singular prestigio entre los más laureados de esta vaina? Sin duda un gran logro al que, empero, le queda por sortear la prueba definitiva en las artes: el juicio del tiempo; que, por otra parte, falla siempre a espaldas del autor. Se llame compositor, pintor o escultor, director de cine o poeta: el artista que hoy se sienta -al margen de cuánta razón lo asista- uno de los imperecederos del oficio, habrá de contar con una piedra en el zapato que no atormentó a Beethoven, Leonardo, Milton y ni siquiera a Buñuel o a García Márquez: la precaria salud del planeta. que amenaza con arramblar, auxiliada por la demencia megalómana de algunos que acarician sus arsenales nucleares como el avaro los caudales de su caja fuerte, con el nido de la perra, el concepto de posteridad y lo que yazca en medio.

 

570. Leo con asombro a Sterne y, a medida que lo leo y me dejo zarandear de acá para allá y de allá para acá por su narrador y autor implícito, más me convenzo de una insensatez: para darle al césar lo que es del césar, tocaría revisar la crítica y la teoría literaria de valía que se haya escrito, pongamos, entre 1922 y 2024, con objeto de reescribir toda la que no haya fijado su punto de partida en y tenido por brújula la Vida y opiniones del caballero Tristram Shandy, de donde como que brota cada técnica y ardid narrativos que suelen atribuirse a, entre otros, un Joyce, un Cortázar, un Knausgard o ponga usted al que quiera. Ellos, hayan o no leído a Sterne, “simplemente” perfeccionaron cada genialidad no del arte del qué se cuenta, sino del cómo se cuenta lo que se cuenta.

 

Ahora comprendo, maestro Javier Marías, el porqué de su reverencia y deslumbramiento con esta obra fundacional a la que hoy me asomo gracias a su traducción insuperable.