1001. Lástima que esta fotografía suya de lo que
somos como especie, maestro Vicent, no hubiera ampliado sus miras para que así
abarcara los otros horrores del presente que perpetran criminales de guerra de
la estatura y protervia de los carniceros sionistas a los que usted aquí alude:
“En una de mis visitas al campo de concentración de Mauthausen coincidí con la
excursión de unos colegiales adolescentes. Llegaron empujándose unos a otros y
entraron en tropel bromeando en la cámara de gas. Ni siquiera allí dentro
cesaron sus risas. Durante las explicaciones del guía, algunos incluso
bostezaban. Fuera de la cámara de gas, ante una pared cubierta de fotografías
de aquel exterminio, un anciano solitario lloraba de rodillas. Luego descubrí
que en uno de los hornos crematorios lleno de telarañas alguien había arrojado
una botella de Coca-Cola, tamaño familiar. Esa indiferencia también se da
frente a la matanza de Gaza. La muerte es una costumbre. Pero los misiles
israelíes que caen sobre las mujeres y niños caen también sobre nuestra
conciencia, y si no lloras como lloraba aquel hombre solitario de Mauthausen
ante las imágenes de esta masacre es que estás muerto”.
Me da
por pensar a veces en lo que sienten entre otros un sudanés, un yemení, una
afgana, una rohinyá bien informados del olvido cuasi total a que los somete el
mundo mediático que es el mundo, hoy embelesado con lo que sucede en Gaza y en
muy menor medida con lo que sucede en Ucrania, y la verdad es que no me alcanzo
a imaginar la magnitud de su desamparo y su tristeza ante algo peor que la
indiferencia, para lo que deberíamos hallar un nombre. Inverosímil que entre los
vapuleados de una misma época histórica los haya de más, o menos, pedigrí o sin
ninguno en absoluto.
1002. Se equivoca, admirado y respetado Martín, en
la taxativa aseveración de inexistencia por partida doble de estas palabras
suyas pues yo, y a buen seguro muchos más, pero sin que quepan dudas
infinitamente menos que los que no, sí que me lo figuro a fuerza de darle
vueltas y más vueltas al asunto, impelido en principio por la mala suerte de un
buen amigo que no me conoce y de cuya existencia acaso usted haya tenido
noticias: ¿le suena el nombre, para mí tan caro, Luis Fernando Montoya?:
“…En
cualquier caso eso no es lo central: ser dependiente es algo mucho más intenso.
Nadie puede imaginarse, cuando no lo es, cómo será serlo. Nadie puede pensar,
cuando ponerse los zapatos o lavarse los dientes o levantar un tenedor son
gestos tan naturales que ni los piensa, cómo sería su vida si algún día ya no
puede hacerlos, depende de otros, se vuelve dependiente.
Nos pasa
a muchos viejos, a algunos enfermos, y es uno de los cambios más brutales que
una persona puede conocer. Antes que nada está, supongo, la famosa herida:
aceptar que ya no puedes todo eso que no puedes, admitir que ya no eres, ni de
lejos, suficiente: que tu cuerpo no alcanza, que tú mismo no alcanzas. Y
entonces la putada de aprender la paciencia: resignarte a que los tiempos de lo
que haces, de lo que quieres hacer, ya no dependen de tu voluntad. Y entonces
encontrar la forma de coordinar con otro acciones que siempre fueron
perfectamente íntimas, y comprender que lo que hagas, lo que te hagan, resultará
de humores y deberes ajenos: que -por hablar claro- ya no puedes decidir ahora
voy a cagar. Y aprender a pedir con humildad, y asumir que no siempre lo
consigues, y repetir tantas veces la palabra gracias.
Y así
montar con ciertas -pocas- personas una relación donde el interés se vuelve más
y más visible: las necesitas. Sabes que quien lo hace -como se hace casi todo
en nuestros días- lo hace por dinero o amor. Y que penosamente no es lo mismo:
que por dinero se puede exigir más. Una variación de aquello de que a caballo
regalado no se le miran los dientes -pero si compras un buen potro lo quieres
fuerte y dedicado.
Y quizá
lo más duro sea que al fin y al cabo es un proceso: cada día, cada semana
descubres que hay algo nuevo que no podrás hacer, algo perdido, algo que
aumentará tu dependencia. Y serás más y más dependiente, más y más dependiente,
hasta la independencia final: esa que logra que, por la ineludible mezquindad
de demorarla, aceptes ser tan dependiente.”
Le
cuento hermano que lo que en cambio no me cabe en la cabeza es toda esa
mayoritaria insensibilidad revuelta con imprevisión de los que se burlan, o
rechazan, o ningunean, o hacen oídos sordos al pedido de auxilio o de
solidaridad por parte de un discapacitado que acaso constituya la prefiguración
de un destino que los acecha a ellos mismos, a un hijo o a otro ser querido. Y
es que en mi calidad de ciego de nacimiento y lector devenido tampoco comprendo
cómo puede haber gente, y lectores, a la que ninguna reflexión le suscita
alguien que se desplaza como mejor puede en su silla de ruedas por entre el
caos indecible de una ciudad como Bogotá, o que leen La piedad peligrosa de
Zweig y no parangonan, con gratitud y temor a un tiempo, el dolor de la
protagonista adolescente con la felicidad que por esos días embarga a su hija
ante la inminencia de la fiesta de quince años que se le prepara con todo
detalle, o a su hijo que lo dispone todo para el viaje de despedida de la
secundaria. Le aseguro que si la frialdad gélida no fuera la norma, ninguna
falta harían los discursos de inclusión por lo común oportunistas del buenismo
biempensante, que a la hora de discriminar no le va a la zaga a la bazofia más
ultra de derechas. Cuando nos conozcamos le cuento tres o cuatro perlas de esas
joyitas duplicadoras y triplicadoras del género.
1003. La fórmula es muy sencilla: no es sino que
reemplacen español por colombiano, euro por peso y listo: “No es del todo
cierto que seamos buenos ciudadanos que nunca tuvieron buenos gobernantes: a
esos gobernantes los elegimos nosotros, crecen y medran con nuestra indolencia,
nuestra complicidad, nuestro aplauso, nuestros votos. Y gracias a esos
sinvergüenzas para quienes la política no es servicio sino negocio, fuimos y
somos regidos por nuestra propia ignorancia, envidia, corrupción, egoísmo e
incompetencia. Somos borregos esquilados por quienes compran nuestro voto con
el dinero que nos roban mediante un infame chantaje fiscal, mientras una y otra
vez demostramos al mundo que cada uno de nosotros lleva dentro una guerra
civil, y que nadie se suicida históricamente como un español con un arma en la
mano, un euro del que presumir en la billetera o una opinión en la boca”. Lo
bueno de que también da cuenta don Arturo en su columna, y que por supuesto los
colombianos también lo tenemos -a tanto llegan nuestras semejanzas-, preferí no
citarlo, pesimista como estoy de nuestro presente en manos de la cleptocracia
maquiavélica del petrismo, que no escatima oportunidad para soliviantar y
caldear los ánimos de esta sociedad signada por la violencia.
Adenda: doy
mi palabra de honor de que si esta pesadilla de cuatro años interminables
concluye al fin en agosto del año entrante -ojalá antes- y lo que comienza no
es la prolongación de la que ya padecimos entre 2002 y 2010, amplío con creces
este desahogo con lo muy generoso de que también y tan bien sabemos hacer gala
los colombianos en horas de infortunios colectivos.
1004. ¿Que en inglés se acaba de acuñar la frase
‘Trump derangement syndrome’ para nominar el explicable odio visceral que
millones o hasta millardos profesan por el sujeto en cuestión? Afortunados los
que únicamente lo odian a él si se los compara con los que, amén de odiar a
Trump, odiamos a Putin y a Netanyahu, a Cabello y Maduro, a Murillo y Ortega, a
Petro y su banda de rufianes… Ya sé que odiar es nocivo para la salud e incluso
una estupidez que a nada conduce, pero negar la limpidez de mis odios de baja
intensidad me desvirtuaría como ser humano y, de paso, el propósito de este
ejercicio literario.
1005. Dicho con sutileza y consideración, una mancha
indeleble en la memoria y el legado político de quien habría podido ser una
decepción menos grande que la que ya es:
“…El
desfile del viernes dio otra imagen. Quizá se la creyeron los casi 30 eminentes
dirigentes extranjeros que lo presenciaron. Bueno, el líder chino, Xi Jinping,
seguro que no. Él observa el mundo con calculadora frialdad y, llegado el
momento en el que la alianza sino-rusa deje de servir a sus intereses, no
dudará en abandonar a su amigo Vladímir. Los otros, ¿quién sabe?
Ahí
estaban, por elegir media docena de joyitas, los presidentes de Bielorrusia,
Cuba, Venezuela, Egipto, Zimbabue y Birmania. Menuda coalición de tiranos.
Quizá el único invitado a la fiesta al que no podemos llamar tirano es Luiz
Inácio Lula da Silva, el presidente de Brasil.
Lula,
¿qué caralho hacías ahí? ¿Se trata de un caso más de aquella izquierda
troglodita que sigue pensando que Rusia no es el país más fascista del mundo,
sino el gran defensor del proletariado? ¿Cree Lula, como algunos de sus
correligionarios, unidos en criterio (oh, magnífica perversidad) con el
presidente de Estados Unidos, que Ucrania instigó la guerra con Rusia y que el
líder ucraniano es un dictador?
¿Qué le
pasaba por la cabeza a Lula al oír el discurso del dictador ruso? ¿No se quedó
atónito cuando dijo aquello de que ‘la verdad y la justicia’ estaban de su
lado, y que ‘Rusia luchará contra las atrocidades de los seguidores del
nazismo’, es decir, los que votaron por Volodímir Zelenski?
¿Se
creyó lo de ‘la justicia’, cuando Putin es un descarado asesino de sus rivales
políticos, cuando hay más de 20.000 rusos en la cárcel por declararse en contra
de la invasión de Ucrania? ¿O lo de la verdad, cuando es irrefutable, cierto
como una catedral, que nadie en el mundo miente como Putin? Y en cuanto a lo
del nazismo, ¿Lula y compañía no saben que Zelenski es judío, que perdió
familiares en el Holocausto, que su abuelo luchó junto a las tropas cuyo
sacrificio Putin justo estaba conmemorando el viernes con su glorioso desfile
militar?
Una de
dos, o se trata del colmo del colmo del cinismo, o esta gente está loca y vive,
como Putin, en un mundo paralelo, ajeno a la realidad. Con la excepción de Xi
Jinping, yo me inclino por la segunda explicación.”
Y yo, si
bien no en todos los casos mas sí en el de Lula el tartufo, por la primera. ¿De
verdad se cree usted, un tipo con su sagacidad y perspicacia políticas, que el
muy granuja se sumó a la infamia mediática aquella producto de un factible
desconocimiento de los hechos? ¿O que lo hizo dizque movido por su interés de
mediar entre el tirano y el presidente de Ucrania en procura de una paz que
depende, única y exclusivamente, de su anfitrión y compadre? Podría jurar que
es la primera vez que lo oigo desbarrar, Johncito hermano, y todavía no me lo
creo. Pero hasta bueno porque eso de creer infalibles a los carnales no resulta
del todo recomendable.
1006. Llámenme montañero si quieren, o como se nos
llame a los montañeros en cada país y región en que se hable español, pero a mí
no hay quien me convenza de pagar cantidades ingentes para probarle sus
platillos al chef de moda y todo para quedar con hambre y tener que rematar la
velada en un sitio donde sí sirvan con generosidad y por la quinta o aun la
décima parte que se le pagó al ilusionista: “Ahora existe toda una mitología
culterana de exquisiteces rebuscadas, apoyada en un lenguaje tan enigmático
como lo es el de la física nuclear para un neófito. Hay quien se aprende esa
jerga con deleite, sobre todo al ver la cara de asombro de quien la escucha. En
el fondo, no disfrutan de la comida, sino de la explicación pretenciosa para
iniciados de la comida. Sin el cuento de hadas (brujas, más bien) que rodea
cada plato no podrían saborearlo. En fin, con su pan se lo coman…”.
Cuánto
me habría gustado, maestro Savater, haber ido a escucharlo en la FILBo reciente
para traérmelo a comer en casa algo preparado por mi madre: unos fríjoles o un
sudado como Dios manda. Pero ya le he contado de mi aversión a esas fiestas
multitudinarias de la literatura y… cada vez más arandelas que le cuelgan a la
pobre. De todas formas, la invitación sigue en pie si llegara a volver a
Colombia, o al restaurante bueno pero sin ínfulas que usted escoja caso de que
yo sea el que viaje a España, que no creo. Muy seguramente sí si llegare a
haber una nueva pandemia pronto.
1007. ¿De modo don Fernando que es esto lo que me
salvó del destino infame de haber sido correligionario y votante de Petro y su
piara mamerta, para sólo hablar de la pobre Colombia en semejantes manos? ¡Pues
créame que lo celebro!: “Ningún pesimista auténtico puede ser revolucionario,
la revolución es siempre un daño colateral del optimismo. Los grandes
pesimistas, como Schopenhauer, Leopardi, De Maistre o Cioran pueden ser a ratos
reformistas, pero nunca revolucionarios: siempre prefieren la injusticia al desorden”.
Al invisible que soy lo diferencia de los conspicuos de la cita la esperanza
recóndita e irrealizable de que los tibios del centro del espectro político,
cansados de que en nuestra republiqueta la agenda la decidan los extremos, por
una vez se sacudan fatalismo y decencia y den un golpe de Estado quirúrgico e
incruento para que a continuación se corrijan, dentro de lo que cabe, los
efectos más nocivos de los Uribe y los Petro en el poder, cada cual con su
cacocartel de facinerosos.
1008. “Por encima de dudas y descalificaciones, la
democracia afirma que es mejor el gobierno de los más letrados que el de los
más ambiciosos, o los más alborotadores o los que más sueños prometen. No es
verdad que considere iguales a todos los seres humanos pero al menos cree que
son parecidos. A ella se deben las renovaciones políticas, la posibilidad de
subir en la escala social y la educación basada en la ciencia y el pensamiento,
entre otros logros. El sistema, sin embargo, acusa ranuras y puntos débiles.
Aprovechando sus flaquezas ha surgido con fuerza un nuevo enemigo que corre los
cimientos de la democracia ilustrada: la burricia. Se trata de un movimiento
integrado por individuos que no pudieron superar la exigencia de los estudios y
para mantener un remedo de igualdad se esmeran en rebajar el nivel de las
mejores instituciones. Es como si los peores alumnos de un colegio dieran un
golpe y se tomaran la rectoría. O como si un émulo estéril de Herodes
decidiera, para vengar su esterilidad, dar muerte en su comarca a todos los
menores de dos años. Donald Trump es la más evidente encarnación de la
burricia…” afirma usted, admirado y estimado Daniel, y no puedo estar más en
desacuerdo en esta ocasión. Y no porque no lo sea, sino porque más burros que
el burro de marras son los más de setenta millones de asnos que votaron por su
congénere en 2024. Pero si de quien hablamos es de Colombia y de su presidente
mitad burro mitad cafre, a quien usted y más de once millones de burros o de
cafres ungieron en 2022, igual conclusión se extrae: la afrenta de que detente
el cargo que detenta no se debe a él sino a ustedes, que en su calidad de
electores son los directos responsables de cada ilegalidad y desatino en que el
chusmero incurre. ¿Que el tristemente célebre Ernesto Samper Pizano, el
Rodríguez Zapatero colombiano, resultó petrista?: predecible. ¿Pero su hermano,
el gran Daniel?: inadmisible. El otro Daniel, sobrino de la oveja negra e hijo
del desorientado, azote insobornable de las venalidades de unos y de las de los
otros, me reconcilia con su familia ilustre pese al tío.
1009. Desconozco lo que hayan dicho las ‘feminastys’
-un saludo para las feministas respetables de todas partes- vernáculas y
occidentales de dos escenas a cuál más reveladora: “Desde el 29 de mayo los
colombianos hemos podido ver, a través de un video, un acto infame: cómo en el
resguardo Gito Dobaku, tres hombres fornidos que, según se supo, son personas
del mismo entorno familiar, sometieron a una niña de trece años a una horrenda
paliza con varas. La niña fue colgada con sogas de una viga, lo cual ya implica
una tortura atroz. Con cada fuetazo -y conté setenta y cinco- la víctima se
balancea en medio de gritos desgarradores. En un momento dado, pierde el
conocimiento, y la manta que le ha amarrado la madre antes del feroz castigo,
para atenuar los golpes, se desliza dejando sus piernas al aire. Ni aun así los
hombres se detienen ni muestran piedad. Cuando la paliza termina la desatan, la
niña cae al suelo, y la madre la arrastra hasta un lugar donde ya no la vemos,
pero desde donde podemos seguir oyendo sus lamentos. El hecho fue grabado por
algún indígena, quién sabe con qué intención, y divulgado en redes. Dicen
algunas noticias imprecisas que la niña intentó quitarse la vida, que terminó
en el hospital…” “La escena del golpe de Brigitte Macron a su marido, que lleva
dándole la vuelta al mundo desde que ocurrió hace dos días, se ve mucho mejor
en cámara lenta, que es como la transmiten los medios y portales más perversos
y noveleros, los mejores, los que recrean con sevicia y fruición eso que vimos
todos y desde entonces no hemos podido parar de verlo: la puerta del avión
presidencial de Francia que se abre y ella, con gran vehemencia, le lanza la
mano. No es una cachetada, no, porque en ese caso sería un movimiento
horizontal y seco, de un lado para el otro. En cambio lo que uno ve, cuadro por
cuadro, es al piloto que abre la puerta mientras dos funcionarios
aeroportuarios esperan en la parte de arriba de la escalera para empezar el
recibimiento del presidente de la República Francesa. Él no se da cuenta porque
está hablando muy serio con ella, que le tira la mano y le empuja la cara. Es
cuando el pobre Macron queda de frente a la puerta abierta de par en par; trata
de fingir tranquilidad y una sonrisa juvenil y festiva, como diciendo ‘aquí no
ha pasado nada’, y saluda con la mano mientras se coge de uno de los asientos
del avión para no perder la compostura, pero es evidente que se siente perdido
y humillado, en una situación quizás indigna de su cargo y de su imagen de
hombre poderoso…”.
Lo que
en cambio sé con total certeza es lo que habrían dicho y gritado, desgarradas,
histriónicas, estridentes, istéricas, si la primera escena hubiera tenido
distintos protagonistas y la segunda un intercambio de roles: una terna de
hombres blancos o blancuzcos, por supuesto que no del Pacto Histórico sino del
Centro Democrático, y haciendo las veces de la desnaturalizada del video no una
Laura Sarabia o una Clara López, sino una Paloma Valencia o una María Fernanda
Cabal; Macron pegándole y humillando en público a la abuelita que tiene por
esposa y quien, si hubiera algo de imparcialidad en los reclamos de nuestras
amigas las destempladas, debería estar en la cárcel no sólo por manilarga sino
por corrupción de menores. Les parecerá a las fulanas del todo romántico que
una profesora cuasi cuarentona y un “niño de quince añitos” se enamoren pero
una depravación imperdonable que un Humbert Humbert sucumba a los encantos de
su Lolita, cuando lo único reprensible e inexplicable en ambos casos es que
Macron sea tan generoso y humanitario, o sea tan güevón, como para, por
lealtad, convertirse en el hazmerreír incluso de quienes lo admiramos y
respetamos.
Adenda(s):
si en Colombia y dondequiera que haya “pueblos originarios” se quisiera de
veras combatir la “violencia de género” y los abusos sexuales más oprobiosos,
buena idea sería empezar por indagar lo que sucede en los resguardos indígenas,
que gozan de impunidad por cuenta de unas izquierdas que, a cambio de sus votos
y su apoyo en los desmanes que hacen pasar por protestas, les dan carta blanca
a los trogloditas para que vivan al margen de las leyes con que se juzga al
resto… de ciudadanos del montón. Señores del Bienestar Familiar: a ver si
interponen las querellas de rigor para que manden a la cárcel a los cuatro
hijueputas estos y, ya entrados en gastos, se toman el trabajo de preguntarle a
la niña cuántos de los golpeadores y de los mirones la han violado; si con la
aquiescencia o no de la desnaturalizada o de otras mujeres del resguardo… que
no resguarda.
1010. La militancia como discapacidad intelectual… o
ética:
“’Autoridad
carismática’ llamaba el sociólogo alemán Max Weber a una de las tres formas puras
de dominación o de legitimación del poder, más bien. […]
Pero la
autoridad carismática es sin duda la más interesante de todas: la que más recae
sobre el encanto y los atributos de un líder, su carisma, obvio, y la historia
está llena de ejemplos así: conductores que se erigen en los salvadores de sus
pueblos, o que al menos encarnan esa promesa y la usan como una especie de
mantra y acuerdo solemne, el pacto que une de forma sobrenatural a la masa y su
caudillo que avanzan juntos como un solo haz de voluntades.
En
muchos casos, la mayoría de ellos, se diría, esa mediación está mediada por
unos valores y unos principios: unas ideas en las que el pueblo cree a pies
juntillas como un acto de fe, porque es lo que es, y que su caudillo encarna y
representa en todas partes, las promueve y las cultiva, incluso ha sido capaz
de formularlas mejor que nadie o hasta las ha prohijado o es su verdadero
artífice y garante, su inequívoco vocero.
Muchas
veces esa simbiosis entre el caudillo y su cauda acaba en el infierno, por
supuesto, cuando no lo es ya desde el primer momento, una marcha decidida y
metódica hacia el fondo del abismo. No tiene nada que ver con esto, o sí, tal
vez sí, pero me acabo de acordar de esa frase con la que Alejandro Vallejo
solía definir a Colombia en los años treinta del siglo pasado: ‘Una
organización para la catástrofe’. Imposible más lucidez y patriotismo.
Pero en
fin: que haya esa compenetración entre un líder y sus seguidores cuando el
motor es el carisma me parece no solo normal sino también conmovedor y
admirable, uno de los espectáculos políticos más llamativos que pueda haber.
Sobre todo cuando hay sinceridad en los principios y la gente que lo adora
reconoce en su adalid […] una adhesión verdadera a las ideas que los unen, su
compromiso con ellas.
Ese
espectáculo que es tan noble y tan bello, así nazca del error o la
equivocación, pero esa es otra discusión, se vuelve triste y monstruoso,
incluso trágico, cuando la premisa de la ecuación no se cumple y el caudillo no
cree de verdad en lo que dice ni en nada y su único interés está en saciar su
apetito de poder y de grandeza, para lo cual puede deshonrar sin el menor pudor
su propio discurso, sus ideales, sus banderas, las razones por las que está
allí.
Así es
el poder, se dirá, y es cierto; así es el caudillismo casi siempre, por eso el
carisma puede ser una forma de brujería para hipnotizar a las masas, tal como
lo definió Grete de Francesco en ese libro revelador que es El poder del
charlatán. Está bien, sí. Y uno entiende a los cínicos y a los pragmáticos, a
los utilitarios, a los que saben que todo al final es una farsa o un fraude
pero siguen ahí por interés, estrategia, desvergüenza.
Pero los
que siguen creyendo de buena fe y con fanatismo, los que viven en estado de
negación, los que no aceptan los datos más elementales de la realidad, los que
minimizan que su caudillo no tenga principios y degrade y mancille todo aquello
que dice defender, ¿no se dan cuenta? Es una pregunta difícil porque muchos
allí se consuelan y se resignan con el valor simbólico de su causa, con eso les
basta.
Otros
saben que reconocer el error es una tragedia personal, se les va la vida. Si
sus enemigos estuvieran en su lugar serían implacables con ellos; pero no es
así, por eso no lo pueden aceptar.”
¿En dónde
ubicaría usted, maestro Constaín, a sus indignos colegas Julio César Londoño,
Santiago Gamboa y Laura Restrepo? ¿En el de los cínicos, pragmáticos y
utilitarios a secas, o en el de los idiotas útiles que si lo son lo son con
dolo? Yo, sin pensármelo un solo segundo, en el de los Benedetti, los
Montealegre y los Barreras que, comparados con el chusmero, personifican
epítomes de las más acendradas coherencia y autoridad moral.
1011. Leí ayer, 13 de junio de 2025 en El Tiempo,
una columna de Moisés Wasserman titulada ‘Pensamiento grupal vs. Pensamiento
crítico’ que me hizo reflexionar, por enésima vez, sobre el papel que juega el
silencio de los aquiescentes frente a un crimen imperdonable tipo el que hogaño
comete el Estado de Israel en Gaza. Leo hoy, 14 de junio de 2025, lo que aquí
transcribo y me sorprendo de que la literatura, oráculo de oráculos, nos
revele, para desvirtuarlos o afianzarlos, pensamientos ajenos en los que
andamos o anduvimos enzarzados no mucho ha: “El hombre bueno es el hombre
justo. El hombre justo es el que ante la injusticia no calla. El hombre malo,
el hombre corrompido, es el que administra su silencio a su conveniencia,
amparándose en la palabra oportunidad. Una forma de injusticia, o sea, de
desorden, es siempre la estupidez o la inmoralidad. Incluso la amoralidad suele
presentarse como una suerte de injusticia. Restablecer el orden es allanar el
camino entre la injusticia y el orden o, si se prefiere, entre el desorden y la
justicia. Por eso el hombre bueno ha de ser siempre un poco malvado, es decir,
intempestivo, inoportuno. Un hombre bueno no calla jamás, no otorga, no
transige. El hombre bueno desgraciadamente es siempre intransigente. El único
que transige, el que hace la vista gorda, el que se reserva, es el hombre malo”:
el que desee entenderme, que revise los artículos que el científico ha
publicado desde el 7 de octubre de 2023, fecha en la que los bárbaros entre
otros del grupo Hamas perpetraron en suelo israelí el mayor y más despiadado
ataque terrorista en contra de civiles inermes de todas las edades y grados de
indefensión que conozca la historia de ese país.
Adenda:
si los intelectuales y los escritores a los que alguna vez se les propone que oficien
de columnistas en un periódico o en una revista se pararan a pensar lo lesiva
que puede resultarles a su reputación y prestigio una labor que a diario somete
a prueba la honestidad y coherencia de quienes la ejercen, por descontado que
no pocos se apartarían a tiempo de la tentación.
1012. Tremenda papa caliente y arma de doble filo y
exoneración envenenada lo que acá usted plantea, maestro:
“…Cuentan
que un catedrático español estaba dictando una conferencia a uno de sus
discípulos cuando hizo una pausa y preguntó si se entendía lo que estaba
diciendo; el discípulo se apresuró a responder que sí. Tras un instante de
reflexión, el catedrático añadió: ‘Pues oscurescámoslo un poco’. La anécdota,
es inevitable, recuerda aquel pasaje celebérrimo de Juan de Mairena donde
Machado se ríe de quienes piensan que escribir bien consiste en escribir ‘Los
eventos consuetudinarios que acontecen en la rúa’ y no, simplemente, ‘Lo que
pasa en la calle’. Pero el problema no es solo español: el prestigio de la
oscuridad es universal, casi imbatible; Levi, sin embargo, se bate
valerosamente contra él. ‘El lector de buena voluntad debe estar tranquilo: si
no entiende un texto, la culpa es del autor, no suya’, advierte. ‘Es tarea del
escritor hacerse comprender por quien desea comprenderlo’. Amén. […] Sea como
sea, no hay duda: quien no es capaz de expresar con claridad lo que piensa, por
arduo que sea, no sabe pensar, o intenta ocultar tras la reputación inmerecida
de la oscuridad la indigencia de su pensamiento. Vera ars velat artem (el arte
verdadero oculta el artificio), reza un aforismo que Google me atribuye; si es
verdad que fui yo quien lo acuñó, por una vez -y sin que sirva de precedente-
estoy de acuerdo conmigo mismo: tal como yo lo entiendo, el oficio de escritor
consiste en trabajar a brazo partido para que no se note todo lo que uno ha
trabajado (razón por la cual no me gusta esa clase de plumífero que en cada
frase parece querer cobrarle al lector el esfuerzo que le ha costado
escribirla); quien no sabe convertir en transparente lo complejo y en fácil lo
difícil es que no ha entendido de verdad lo difícil y no tiene nada complejo
que contar. Esto vale para cualquier rama del saber, empezando por la ciencia…”
A ver:
yo, que no he podido coronar las veinte primeras páginas del Ulises o de En
busca del tiempo perdido y que tal vez me muera sin lograrlo, agradezco tanto
pero tanto tanto estas palabras suyas cuanto las deploro si en quienes pienso
es en los analfabetos funcionales que por carretilladas gradúan “hoy” -tal vez
desde siempre- las universidades de prestigio y no se diga las sin ninguno.
Gran sinsabor el de poder guarecerme bajo el paraguas de su generosa comprensión
literaria, si bien en tan ingrata compañía.
1013. Si algún sueño me queda, aparte del de conocer
todo tipo de felinos y fieras mediante el tacto y el olfato, el de conocerla a
ella para pedirle un autógrafo -el único que a nadie más le pediría nunca- y un
abrazo y un beso y a ser posible su amistad, ya que no su amor de veinteañera -el
único motivo por el que pactaría ahora mismo con Satanás para quitarme treinta
años de encima-:
“Si
alguien quiere entender las primeras décadas del siglo XXI, tendrá que
investigar el odio de la extrema derecha y una parte de los liberales hacia
Greta Thunberg. A partir del odio a la joven activista sueca se puede tirar de
todos los hilos del complejo momento en que se acelera el colapso climático y
los déspotas responden con guerras coloniales. Este mes de junio, la hoguera de
odio hacia Greta ha vuelto a alcanzar enormes proporciones a causa de la
Flotilla de la Libertad, que pretendía llamar la atención del mundo sobre el
genocidio de Israel contra los palestinos de Gaza.
Llamar
la atención sobre el horror que el mundo se niega a ver o, si lo ve, no hace
nada por detenerlo, es una de las razones de ser del activismo. Thunberg y la
Flotilla de la Libertad han cumplido su objetivo de llamar la atención sobre el
genocidio que Israel comete en Gaza. Al hacerlo, han expuesto la inacción
criminal de gobiernos e individuos que conviven con la sangre de inocentes que
se derrama día tras día y, ahora, con el hambre de inocentes.
Si el
mundo hubiera aprendido algo de los horrores del siglo XX, detendría a
Netanyahu y habría miles de Gretas en el Mediterráneo intentando romper el
bloqueo impuesto por Israel, o protestando en las calles de todo el mundo para
obligar a sus gobiernos a hacer lo único que es humanitario. Como ha demostrado
la historia, no hay ninguna garantía de que las atrocidades cometidas no se
repitan. Por eso hay leyes. Vergonzosamente, una vez más, las leyes se están
infringiendo brutalmente. Y vergonzosamente, una vez más, el mundo se inhibe
ante lo innombrable que la historia denominará tardíamente.
Ninguna
otra persona ha conseguido poner el colapso climático en el centro del debate
como Greta Thunberg. Ella y el movimiento que inspiró en 2018 han llevado el
calentamiento global y la mejor ciencia a las calles como nadie. Cuando la
principal activista climática del mundo intenta romper el bloqueo de Israel a
Gaza, está estableciendo una conexión necesaria y justa: luchar por el clima es
luchar por la humanidad, y luchar por la humanidad es, en este momento, también
detener a Israel.
Los que
luchan contra la extinción, como los activistas climáticos, luchan contra la
extinción de todos. No hay lucha contra el calentamiento global que no sea una
lucha contra el genocidio que está produciendo Israel en estos momentos. No hay
lucha por el fin de los combustibles fósiles que no sea también una lucha
contra el exterminio de los palestinos de Gaza.
Greta no
es antisemita. Benjamín Netanyahu es antihumanidad. Al igual que Donald Trump y
Vladímir Putin. Este es el objetivo que Greta Thunberg alcanza cuando embarca
en la Flotilla de la Libertad. Y -también- por eso la odian tanto.”
Yo,
Greta adorable, me comprometo a dejarte, como prueba de mi admiración y amor
infinitos por ti y por tu causa, un veinte por ciento de mi peculio, que dista
mucho de ser siquiera una mínima porción del de cualquier corrupto
tercermundista de la política. Recíbelo confiada en que hasta el último peso
que te corresponda procede de mi trabajo de poco más de dos décadas en la
academia, al igual que de mi aprendizaje en los rigores de la pobreza, hoy por
hoy felizmente superada. Tan pronto registre el documento -fideicomiso
testamentario lo llaman los abogados- ante el notario, te hago llegar una
copia. Y por favor, mujer valiente donde las haya: que jamás te arredren las
acometidas infames de los malditos antiplanetarios -Trump, Bolsonaro, Miley,
Putin- ni los urras de los Wasserman y los Savater que les hacen de caja de
resonancia.
Adenda:
a diferencia del total acierto de sus palabras en relación con la descomunal
Greta Thunberg, sus planteamientos en ‘El patriarcado contra la Amazonia’ son,
a más de miopes, racistas y andróginos pues dejan la sensación de que en la
lucha contra el empeoramiento incontenible de los excesos climáticos sólo
intervienen mujeres. Piense no más en los escuderos varones de la sueca o en los
de Marina Silva y hágase cargo del baldado de agua fría que el contenido de ese
artículo suyo supondría para su activismo, igual de valiente y comprometido que
el de ellas si bien menos protagónico y por tanto aplaudido. Pero la
desproporción y la injusticia de su columna no paran ahí: ¿cuántas mujeres por
completo anónimas, le pregunto, se benefician directamente del saqueo y la
destrucción de la selva y otros biomas que sus maridos, padres, hermanos o lo
que sea perpetran sin tregua y sin que ellas se inmuten ni mucho menos rehúsen
participar de las riquezas que reportan los ecocidios? Para no ir muy lejos,
estimada y admirada Eliane Brum, le cuento que en mi familia de blancos y
blancuzcos a ninguna mujer la desvelan el calentamiento global ni la codicia de
los insaciables, por quienes votan con similar entusiasmo al que muestran mi
tío y mi hermano cristianos ante los guerreristas de derechas.
1014. Qué duda cabe: también los sabios se equivocan
o, para decirlo con sutileza, desatinan -tercera acepción del DRAE-:
“Pienso
que ser un político corrupto es mucho más incómodo, laborioso y complicado que
ser un político honrado. En el fondo, la honradez es mucho más agradable y más
sencilla de llevar. Se trata de cumplir con tu deber y de vivir cada día de
forma que te permita dormir a pierna suelta con la conciencia tranquila; en
cambio, el político corrupto, antes que nada, es atacado por el virus de la
codicia que le mantiene nervioso e insomne dando vueltas en la cama hasta que
llega el día en que se siente impune dentro de la burbuja del poder y pensando
que es muy fácil y que nadie le va a pillar, porque se cree muy listo, alarga
el brazo más que la manga hacia ese dinero sucio que pasa por delante. En
seguida empiezan los problemas. Una vez trincado, descubre que el dinero le
quema en las manos. Tiene que imaginar dónde lo esconde, si emparedado entre
dos tabiques, o bajo un ladrillo en el sótano, o enterrado en el jardín. Sabe
que existen perros especialistas en detectar con el olfato los billetes de
banco; que el móvil que lleva en el bolsillo lo sabe todo de su vida y ha
seguido sus pasos como el sabueso y que a través de un satélite hoy la Policía
es capaz de contar los pelos dentro de su nariz. No puede gastar ese dinero
alegremente porque su nuevo tren de vida levantaría sospechas y lo delataría.
La paranoia de haberse enriquecido ilícitamente empieza por erosionarlo por
dentro. El político corrupto se ve forzado a predicar contra la corrupción de
forma obsesiva para disimular que está de mierda hasta el cuello, de modo que
cada palabra daña su pensamiento y con ella traiciona a su jefe, destruye a su
partido, humilla a sus militantes y el hecho de llevar una doble vida hace que
no pueda resistir su propia mirada a la hora de afeitarse ante el espejo…”
Yo qué
le digo, gran Manolo; que, para empezar, sus palabras no describen las
realidades políticas ni de España ni de Colombia y, hoy por hoy, tampoco la de
los Estados Unidos, convertido por Trump según el mandato de más de setenta
millones de hijueputin o de votontos, y en tiempo récor, en una república
bananera por el estilo de esta desde donde escribo. Seguramente sí las de Dinamarca,
Finlandia, Nueva Zelanda, Noruega, Singapur y Suecia, países donde la justicia
sí opera y donde la venalidad de los sinvergüenzas no puede por tanto ser la
norma.
Pero
ahondemos un poco en el contenido de su reflexión: la leo y como por ensalmo me
sitúo ante Raskólnikov y los de su condición, en las antípodas de la del
político medio; ese que no tiene tiempo para incomodarse y que si padece
insomnio lo sufre más por su ambición de poder que por ningún escrúpulo de
conciencia a lo Crimen y castigo; y con respecto a la plata que le defrauda y
esquilma al erario, ni le quema ni la esconde: como mucho, la desliza en manos
mercenarias para luego recobrarla.
La
lectura que yo hago del político medio es, en cambio y para no extenderme, muy
distinta de la suya: mi oído infalible de ciego de toda una vida me tiene
convencido de que a este noble oficio se dedica un número nada despreciable de
psicópatas natos o devenidos, y con coraza a prueba de atriciones y enmiendas.
1015. La fórmula es muy sencilla: no es sino que
reemplacen española por colombiana y listo: “La política española es una
picadora envilecida y envilecedora de escándalos verdaderos y escándalos
artificiales y bien escenificados que lo convierte todo en una pulpa tóxica
donde la realidad deja de existir, y donde cada nuevo abuso desaloja del
presente y condena a la indiferencia y el olvido los abusos anteriores”. De
esta infamia de la desmemoria son los periodistas y los medios que pasan por
serios los primeros responsables, por su alergia a hacerles seguimiento al
escándalo de ayer y al de anteayer en beneficio del de mañana y el de pasado
mañana, que ipso facto harán olvidar al de hoy, convertido en fruslería por el
erotismo insaciable de la primicia. Que también padecen y fomentan con su
cortoplacismo la minoría de ciudadanos que oyen noticieros o leen periódicos.
1016. “Ensuciar y contaminar el debate, hacerlo cada
vez más repugnante y sórdido, rastrero […], es la verdadera esencia no solo de
los regímenes fascistas sino de las sociedades fascistas, que es mucho peor:
cuando en ellas caben apenas la bajeza y la aniquilación, la perversidad como
la única ideología que hay. […] Cuando se normaliza la infamia, cuando ese es
el único recurso que queda, la alcantarilla del poder totalitario deja escapar
sus peores demonios”: ahí tenemos los colombianos a los Cabello-Maduro,
Díaz-Canel -pobre hombre gris- y Murillo-Ortega como advertencia de adónde nos
dirigimos si en agosto de 2026 no despabilamos y defenestramos del poder
mediante el voto o, si llegare a ser preciso mediante lo que “prescribe” la
primera acepción del DRAE, al dipsomanodrogadicto en jefe y hasta el último de
los funcionarios de su cleptocracia. Pero ojo: no para volver a ungir a los
bandidos que entre 2002 y 2010 hicieron lo que hoy sus homólogos de la extrema
izquierda: bellaquear, delinquir y enriquecerse.
1017. La fórmula es muy sencilla: no es sino que
reemplacen española por colombiana y estadounidense, España por Colombia y
Estados Unidos y listo: “La política española se ha acelerado de tal modo que
no sabe uno adónde mirar. Recuerda a esa bañera a la que se le ha quitado el
tapón. Durante un buen rato el nivel balsático del agua va descendiendo de
forma gradual, casi imperceptible. Únicamente cuando se forma un pequeño
remolino en la boca del sumidero, y el agua gira y gira cada vez más deprisa
entre borborigmos, se tiene la impresión de que no sólo la bañera quedará
vacía, sino que succionará, como en un tornado, el jabón, las toallas, el
cuarto de baño, la casa, la ciudad… Algo así como si se le diera la vuelta a un
guante. Y esto parece estar sucediendo: que España puede acabar yéndose por un
agujero negro, y volviéndose enteramente del revés. Un día es una cosa y al
otro otra aún más inesperada y churresca, y la gente de un lado para otro
incrédula, con las manos pegadas a la cabeza…”: si lo mío no fuera el hedonismo
y la falta de método del que lee y escribe, les juro que hace rato estaría
entregado en cuerpo y alma a la elaboración pormenorizada de un parangón entre
los gobiernos mefíticos de Petro y Sánchez, tan izquierdosos y sin embargo tan
sumamente parecidos en las formas y en el fondo al fascista del norte de quien,
como todos los mamertos del mundo se sienten, los muy cínicos, su némesis.
Ojalá que alguien con amor y capacidad para lo sistemático y detallado esté ya
trabajándole a aquel asunto en el que también podrían caber y deberían estar
Lula y su gran amigo Putin, a ver si por fin desenmascaramos a esta izquierda
tartufa que explota comercial y electoralmente el legado de Mujica, el cual
deshonra de todas las maneras imaginables.
Adenda:
y, como si el citado me hubiera estado espiando, me reprende: “Los
historiadores precisan de años y muchos esfuerzos para cuadrar los hechos o
encontrarles al menos, si no sentido o lógica, un hilo argumental. […] A veces
no basta una vida, ni siquiera la labor de una o dos generaciones, pues la
materia sobre la que operan, la realidad, es berroqueña y oscura. Y el tiempo
trabaja como los canteros, lentamente. Solo cuando a los hechos se les despoja
de los tasquiles sobrantes, nos resultan fáciles de entender”: comprenderá
usted, maestro, mi afán y el de Savater y el de Pérez-Reverte y presumo que
también el suyo de que los hipócritas contumaces del PSOE, del Pacto Histórico,
del PT y de todas partes queden en pelota ante el mundo, que más temprano que
tarde olvidará sus tropelías y volverá a votar por ellos con la misma furia
entusiasta con la que hoy vota por los fachos de la otra orilla. De modo que
cuando el estudio que ansío esté terminado y publicado, lo que divulgue y
denuncie carecerá de toda repercusión y sentido pues los malandros
protagonistas de los desaguisados y desafueros estarán sepultados bajo
gigatoneladas de anonimato.
1018. Mire, mi muy estimado y admirado Javier;
óigame esto: es tal la importancia que yo le doy a este asunto que, se lo
confieso sotto voce, si circunstancias de mi yo me forzaran un mal día a
escoger entre leer ficción, o artículos de prensa de buenos y de grandes
escritores, terminaría a la larga decantándome, claro que con mucho dolor, por
lo segundo: “Pero, aunque suene a apologia pro domo sua, no me parece malo que
los escritores escribamos en los periódicos. Insisto en lo elemental: la
palabra ‘política’ viene de ‘polis’, que en griego significa más o menos
‘ciudad’, y la ciudad es de todos, incluidos los escritores; la palabra
‘democracia’ significa en griego ‘poder del pueblo’, y el pueblo somos todos,
incluidos los escritores. Por eso está bien que participemos en el debate
público: porque, además de escritores, somos ciudadanos, y porque es bueno que
los ciudadanos intervengamos en el debate público; mejor dicho: no existe
democracia digna de tal nombre sin que lo hagamos. De la manera que sea:
escribiendo artículos, discrepando o mostrándonos de acuerdo con esos
artículos, opinando en las redes sociales, manifestándonos por la calle”.
Déjeme
decirle solamente que si aquí en Colombia no escribieran en la prensa un Juan
Esteban Constaín, una Melba Escobar, un Héctor Abad Faciolince e incluso
mamertos recalcitrantes por el estilo de un Santiago Gamboa, una Laura
Restrepo, un William Ospina o un Julio César Londoño, la calidad del periodismo
de opinión no sería la que es y no sólo gracias a la claridad de sus
planteamientos sino a la calidad de su escritura, que brilla por su ausencia en
las columnas de tantos otros que no tienen la literatura por quehacer y
vocación. Mejor dicho: yo nunca me habría abonado a El País si en él no
escribieran Usted, Irene Vallejo, Rosa Montero, Leila Guerriero, Elvira Lindo,
Juan Gabriel Vásquez, Juan José Millás, Manuel Vicent, Antonio Muñoz Molina,
para no hablar de los hoy ausentes Javier Marías, Fernando Aramburu, Manuel
Rivas y Fernando Savater, a quien por fortuna sigo leyendo en The Objective con
iguales interés y fruición con los que leo a John Carlin en La Vanguardia, a
Andrés Trapiello en Revista de Prensa y a Arturo Pérez-Reverte en Zenda. Benditos
todos.
1019. Raro sería que Savater no se tome el tiempo
-molestia, ni la más mínima- de responder, desde luego que para mofarse y
escarnecer a su colega, al bellísimo artículo que Rosa Montero tituló “El
‘ranking’ de la infamia”. Pero aun si no lo hiciera, poco importa porque ya lo
hizo: ‘San Fermín 2022: La máscara’. ¿Habrá todavía profesores de colegio
desorientados que pongan a leer a sus estudiantes, entre otros, ‘Ética para
Amador’? Oprobioso -pero no raro- sería que sí.
1020. Me cuesta trabajo dar con un mejor ejemplo de
lo que denomino -a otro le oí el concepto y me lo apropié-, a falta de la
humana y no se diga de la divina, justicia poética:
“El
plástico, al degradarse, se convierte en una suerte de polvo de harina que lo
inunda todo, de modo que respiramos plástico, comemos plástico y bebemos un
plástico que, de tan atomizado, es capaz de atravesar las barreras defensivas
de los órganos. El asunto viene preocupando desde hace un tiempo a la ciencia
porque tal ingestión implica que acumulamos plástico en el sistema digestivo,
en los pulmones, en la placenta, en la sangre y en el corazón, además de en el
cerebro.
En fin,
en fin, que, si expulsamos plástico al toser y al defecar y al orinar, no sería
raro que lo expeliéramos asimismo al pensar. Tal vez estamos construyendo una
realidad de plástico. Novelas de plástico, muñecas de plástico, discursos
políticos de plástico, monarquías de plástico, dioses de plástico, noticias de
plástico, vegetales de plástico, fantasías de plástico, delirios de plástico y
hasta bilis de plástico (también lo tenemos en el hígado). Se me ocurre esto en
el supermercado, donde acabo de meter en el carrito un par de paquetes de carne
envasada al vacío en sendos recipientes de plástico. Parece mentira que una
invención tan reciente (la baquelita apareció hacia 1907) haya desarrollado
esta capacidad invasora.
Entonces,
me cruzo en el pasillo de las legumbres con una mujer embarazada, a la que cedo
el paso, y pienso en su placenta, repoblada por microplásticos. ¿Alumbrará un
bebé del mismo material?”
Miento
cuando insinúo que la justicia poética reside en los hechos descritos y en los
conjeturados por Juanjo en su columna. Lo sería, poética y aun divina si el
emponzoñamiento ambiental que los humanos ocasionamos dañara sólo a la especie
y a ninguna otra criatura. Bueno… tampoco a Greta Thunberg ni a los que con o
al igual que ella luchan contra la codicia de los codiciosos y la indiferencia
de los indiferentes. Y muchísimo menos a los biólogos y a los ecólogos con
alma.
1021. Si bien es cierto que en literatura prefiero,
salvo contadísimas excepciones, la concreción y el laconismo y la concisión y
la brevedad del que escribe corto y piensa largo, esto de definirme en una
única frase, como se me pidió en una tertulia de amigos, me resultó arduísimo.
Pero lo logré: “Heautontimorumenos congénito”, dije transcurrido no sé cuánto
tiempo.
Adenda:
propongo que, a partir de la fecha (2025), nadie que no sea un
heautontimorumenos diagnosticado pueda ejercer la política o fungir de
sacerdote, pastor, rabino, imán o mulá. Verán cómo, gracias a una resolución
tan sencilla y fácil de implementar, la corrupción y la crueldad en el mundo se
reducen manifiestamente.
1022. Nos tocó, gran Manolo, a usted y a mí y a
todos los españoles y los colombianos de bien, mirar para dónde pegamos a fin
de huir del clima enrarecido y los efluvios mefíticos de esta ralea -la de allá
y la de acá- privilegiada que cobra y esquilma por lo alto: “…Por eso es
inexplicable que una derecha que viene de una educación heredada, que sabe
manejar los cubiertos del pescado, se comporte en la política con un estilo
tabernario, sin argumentos, solo con unos insultos de baja calaña cargados de
odio cainita. ¿De dónde ha salido esta gentuza tan maleducada? ¿De dónde han
salido, por otra parte, esos miserables robagallinas que han destrozado los
ideales del socialismo con esa forma tan zarrapastrosa de meter la mano en la
caja que da vergüenza ajena?”.
Adenda:
vergüenza de su ignorancia es lo que debería sentir el muy decente Gabriel
Borich que convocó recientemente, dizque para luchar por la democracia y en
contra de los peligros que entrañan para el mundo hoy por hoy los gobernantes
de extrema derecha y los firmes aspirantes a serlo, al autoritario y populista
de extrema izquierda Gustavo Petro y al mejor amigo de Putin en este rincón del
mundo, el ultratartufo Lula da Silva. ¿Pero es que no lee usted periódicos o
mira noticieros, hermano? Recomponga y no la siga cagando, que usted es un
político valioso al que deben respaldar, no la chusma mamerta e incondicional
del bicho del Kremlin, sino demócratas probados del centro, la centroderecha y
la centroizquierda. Si no conoce a los colombianos de esas latitudes del
espectro yo le procuro los nombres.
1023. Que sepa la posteridad que, como en todo
asunto que concierne a los sapiens, existe hoy una minoría que por anticipado
se duele de lo que a ustedes les tocó como herencia, y una minoría aún más
minoritaria que lucha a brazo partido para paliar los efectos más indeseables
de la cosmofagia, de la que prácticamente nadie puede o quiere escapar:
“…Los
veraneantes de toda la vida dicen que no recuerdan otro mes de julio de tanto
calor. A media mañana la arena quema como fuego y no es posible pisarla con los
pies descalzos. Entrar en el agua es sumergirse en un líquido caliente. El aire
quema, pero el agua está más caliente todavía que el aire. El sol quema la piel
como un granizo de agujas candentes. El cielo blanco como una lámina de metal
termina en una bruma sucia que borra el límite del horizonte del mar. A la
caída de la tarde, en la terraza del hotel, muy cerca de la orilla, la única
brisa que sopla es la de los ventiladores. La brisa inmemorial del mar se
extingue cuando no hay diferencia de temperatura entre el agua y la tierra. De
noche, en la habitación en la que no hay una corriente de aire que mueva las
cortinas, se repiten con una fatalidad invariable las imágenes de los incendios
y los mapas del tiempo llenos de manchas rojas que indican las temperaturas
excepcionales de cada día y cada noche. Arden los árboles como arden la arena,
el agua, la piel del bañista tendido al sol, la chapa de los coches, la goma de
los neumáticos, el asfalto reblandecido, la maleza seca que prenderá como yesca
en cuanto salte la chispa de un rayo o el cigarro encendido que un cretino tire
por la ventanilla, o la gasolina de un pirómano.
Y lo
mismo que arde el aire hierven los cerebros de los demagogos y los aprovechados
y los fanáticos, de modo que uno ya no sabe a qué noticias tenerles más miedo,
a las de los incendios y los desastres climáticos o a las de esa actualidad
política que no se ha detenido, y que tampoco en este retiro nos deja tregua, con
sus vertidos tóxicos de mentira y grosería. Cuanto más acuciantes son las
evidencias de un calentamiento planetario provocado por la quema de
combustibles fósiles y por una economía apocalíptica que se alienta de la
destrucción de los recursos esenciales para la vida, más poder van alcanzando
los negacionistas y los causantes y beneficiarios del desastre. […] Decía
Borges que los seres humanos poseen ‘la temible potestad de elegir el
infierno’. […] Ahora sabemos que todo lo ganado a lo largo de los años puede
perderse de un día para otro, y que la crecida del mar ya está borrando islas
del Pacífico. Ese Mediterráneo que parece ajeno a las mutaciones del tiempo puede
estar convirtiéndose ahora mismo en un mar muerto. Y también sabemos que los
seres humanos tienen otra temible potestad, que es la de elegir con su voto a
los emisarios del oscurantismo y la destrucción” que tendrán los nombres que
tengan cuando usted lea esto.
Y como
el ejemplo entra por casa, les cuento grosso modo lo que intento hacer y no
hacer para no ser un cero a la izquierda en semejante tesitura: no voto por los
que aquí en Colombia se hacen eco del negacionismo de los Trump y los Musk, ni
por la farsa petrista o lulista que gana elecciones a lomos de un discurso
verde que incumple y mancilla no bien se posesiona; seduzco y soborno a mi
nieto, mis estudiantes y a quien se me ponga a tiro para sumarlos a la causa de
los convencidos de que no hay mayor contribución para la salud del planeta que
no tener hijos que consuman y desechen y ensucien y destruyan y codicien y se
reproduzcan y…; exijo, casi siempre en vano, bolsas de papel en las panaderías
y llevo ‘bolsas ecológicas’ a los supermercados y otras tiendas en las que
todo, desde cinco naranjas hasta un par de tomates, viene ya envuelto en
plástico; prácticamente no viajo, pudiendo hacerlo, a ninguna parte en avión o
en barco, entre otras razones porque me horroriza el turismo de masas; compro
ropa sólo cuando la que tengo hace ya bastantes años se desgasta tanto que no
puede zurcirse. Sé que es poco, demasiado poco, pero es la forma en que puedo
contribuir a la lucha valerosa de los biólogos, los ecólogos y los
ambientalistas -pero de los con alma y sentido común- que ojalá, si llegaran a
leer esto, se resolvieran a reclutarme para su causa no obstante mi ceguera
total e irreversible: 302 10 40 717 es mi número de contacto.
1024. Si los japoneses (recién bombardeados por los
criminales de guerra -qué pobre y cicatero resulta el lenguaje en ocasiones- que
a la sazón gobernaban los Estados Unidos) lloraron lágrimas de emoción oyendo
las palabras graves y sin ningún énfasis de su emperador, el setenta por ciento
de los colombianos las lloramos, pero de hilaridad revuelta con indignación y
desconsuelo y conmiseración cada que oímos al deletéreo hazmerreír al que, en
hora aciaga, once millones y unos cientos de miles de irreflexivos transformaron
en el presidente de esta corraleja. Nos lo tenemos merecido, igual que al
mequetrefe que lo precedió y al que muy posiblemente lo suceda en la mascarada.
1025. ¿Se piensan ustedes que Julio César Londoño,
Santiago Gamboa, Laura Restrepo o el William Ospina que juega sucio y se hace
el que opina en contra para sin falta transigir una y otra vez con los
impresentables que lo representan, desconocen esto; desconocen que son, no
cultores de la honestidad intelectual orwelliana sino remedos del Laski que por
cobardía o vileza calló, para no ser obliterado de la foto de la infamia?:
“En
algún momento de Otelo, la obra de William Shakespeare, su protagonista dice:
‘¡Es la causa, es la causa, alma mía!’. Cambiando lo que haya que cambiar, que
es mucho porque son otras circunstancias y es otro el problema moral que
reverbera allí, es la misma frase que parecerían pronunciar muchos de los que
aceptan militar en movimientos políticos o religiosos -a veces es difícil
encontrar la frontera- que son más bien rebaños y turbas enceguecidas.
El
principio suele ser noble y conmovedor: hay una causa por la que vale la pena
luchar, hay unos valores que conviene defender, hay unos ideales morales y
éticos que justifican todo sacrificio y toda confrontación. Pero como la
política es el juego por excelencia del poder, en eso consiste, de eso se
trata, muy pronto se impone su lógica utilitaria y perversa, su cinismo, su
mezquindad, su desvergüenza, su hipocresía, su voracidad.
Entonces
empieza a ser evidente que hay un abismo desgarrador entre los ideales y la
realidad y que para llegar al poder y conservarlo hay que ir sacrificando, uno
por uno, todos los principios que hasta la víspera se tenían por sagrados e
irrenunciables, innegociables, inamovibles. De hecho, en su nombre, lo común
antes era censurar de forma severa e implacable a los enemigos, enrostrarles su
impureza, su venalidad, su escandalosa corrupción.
Pero
ahora que hay que claudicar y transarlo todo, ahora esa moral de ayer que
parecía absoluta y pétrea, una promesa solemne, ya no lo es tanto y se va
llenando de fisuras y de grietas, de impúdicos matices, de pretextos y
justificaciones vergonzosos, de razones que si estuvieran en boca del contrario
serían suficientes para las más feroces y brutales, y acaso válidas y
necesarias, lapidaciones.
Y sin
embargo no se puede decir nada, nadie de la iglesia puede señalar la obviedad
de sus contradicciones y su aviesa y retorcida manera de reproducir las formas
y los métodos de quienes hasta anoche nomás eran considerados el símbolo
inequívoco del mal y la opresión. Porque entonces viene el argumento
inapelable, la última razón del movimiento y sus dueños: ‘¡Es la causa, es la
causa, alma mía!’.
¿El fin
justifica los medios? Sin duda sí, pero también, en muchos casos, debería
determinarlos, condicionar su naturaleza a la del fin que se persigue con
ellos, porque quizás pervertido y degradado ese fin por la manera en que se
obtiene ya no valga nada ni sea el mismo…”
Hizo
usted bien, muy bien, maestro Mario Mendoza, al entonar un público mea culpa en
relación con su apoyo y fe en las caudas petristas. Entre otras cosas porque su
obra, a diferencia de las famélicas y perecederas de los cuatro de marras, sí
que está destinada a perdurar, y una mancha sectaria a lo Laski le haría mucho
pero mucho daño. Y por favor, por favor: nada de cejar producto del acoso sino
todo lo contrario: a hacer causa común con Constaín, Escobar, Faciolince,
Bonnett, Granés, Vásquez y hasta conmigo en contra de los utilitarios y
perversos y cínicos y mezquinos y desvergonzados y voraces hipócritas y
claudicantes e impúdicos y contradictorios retorcidos del Pacto Histórico, y no
se diga de los escribanos que los respaldan desde la prensa.
1026. Veo dubitar a Alemania frente al genocidio que
perpetra actualmente Israel en contra de los gazatíes; oigo callar al profesor
Moisés Wasserman ante el mismo horror y reflexiono en lo perjudicial y oneroso
que le resulta a la conciencia de una persona, de una sociedad, su mutismo -que
es otra forma de participar- y no se diga su concurso en una carnicería como ésta,
que ya se ha cobrado, mal contadas, sesenta mil vidas palestinas. Sopeso
aquello a la luz de estas palabras del científico y no sé qué pensar: “…Hemos
vivido paralelamente otra historia, una de progreso. No usamos ya
(afortunadamente) las normas del pasado, ni resulta correcto juzgar a los
antepasados con las modernas. Hemos adoptado un código universal de derechos,
se viene imponiendo el respeto a la igualdad, la libertad y la autonomía
individual. Esta historia enseña que todos somos ‘ancestrales y migrantes’.
Nuestras genealogías tienen el mismo tiempo dando vueltas, por distintas rutas;
algunos llegaron a un lugar un momentico antes que otros. Esos minutos (en
escala histórica) no tienen por qué generar ventajas exorbitantes. También nos
debería enseñar la historia que quienes llegan deben hacerlo a aportar, no a
imponer. Tal vez esa lección de humildad nos ayudaría, a unos y otros, a que
esas vueltas que damos por el planeta sean más benevolentes, placenteras y
respetuosas con los demás”; o bien que a quien oigo es a un cínico redomado, o
que quien me habla es un senil y un demente: una de dos. Lo segundo, a juzgar
por la calidad de su escritura y sus conocimientos, queda por completo
descartado. Lo primero, si se hubiera escrito antes de la degollina del
yihadismo palestino del 7 de octubre de 2023 en suelo israelí y de la
subsiguiente e indiscriminada venganza según los preceptos del Antiguo Testamento,
lo estaría al menos parcialmente. De verdad que se necesita tener un altísimo
grado de desvergüenza para incurrir en un colofón tan tierno cuando se perpetra
algo como lo que está ocurriendo en Oriente Próximo. Se dirá el columnista lo
que millones de judíos que hoy callan: que 60.000 inmolados son una fruslería
frente a los 6.001.200 de su pueblo.
1027. ¿Que demasiados videntes compadecen -y no sin
cierta razón- a los ciegos, congénitos o devenidos? Pues el que yo fui hasta
antes de la covid que me atacó en la Semana Santa de 2025 sentía por todos
ellos, salvo por los perfumistas y dichosos afines, una lástima que de lejos
supera la que se nos tributa a los descendientes de Tiresias:
“No se
entiende por qué razón las bellas artes han girado alrededor, principalmente,
de dos sentidos, el oído y la vista. La pintura, la música, la literatura, el
teatro o la danza se inician en el oído o en la vista. Solo la escultura
convoca de lejos al tacto. En cuanto al gusto, aunque su capacidad
desencadenante sea poderosa (como quedó probado en el famoso episodio de la
magdalena proustiana), parece haberse quedado para placeres sensuales efímeros,
si bien intensos. Del olfato, la cenicienta de los otros cuatro sentidos,
podemos decir que ha de conformarse con el lugar de los segundones. Y sin
embargo, difícilmente se le podría privar del privilegio de poseer, como ningún
otro, la llave del pasado. Acaso porque es un sentido ciego, mudo y sin tacto,
todo ha de fiarlo a su memoria. Si uno tuviera una oficina de patentes de ideas
[…], trataría de patentar la conservación y difusión de algunos olores. Por
ejemplo, el de algunos guisos caseros que nos hicieron felices en nuestra
infancia; el del mar; el del humo de leña una mañana de invierno; el de un
pinar, asociado a la brisa marina. Y creo que sería un gran adelanto el que los
cuadros pudieran difundir sus perfumes: el campo de amapolas, la naturaleza
muerta de unas manzanas, los frutos del huerto, el vaso con jazmines”, ¡el de
la “adolescente morbosamente sentada con las piernas abiertas enseñando las
bragas”, de Balthus…!
Menos
mal que mis compadecidos no saben -ni tienen cómo enterarse- de la anosmia que
me duró dos o tres meses y que, una vez superada, le dio paso a una pesadilla
llamada parosmia que hasta hoy dura y que raro no sería que dure para siempre.
La muy puta.
1028. ¿Qué se le agrega a la completitud?: “Si
juntaran en una gran cena a todos los premios Nobel del mundo, los cien o
doscientos que seguramente viven, es probable que uno no conociera más que a
uno o dos, y esos por pertenecer al gremio de los escritores. El de la
notoriedad y la fama es, en un mundo en el que por lo demás no resulta difícil
alcanzarla, el más relativo y caduco de los afanes humanos”. Necio el que,
consciente de esta verdad hogaño inapelable, se empeñe y mortifique y porfíe en
cosechar aplausos, con o sin talento. Que hagan como yo que, sabiéndome del
montón entre los menos mediocres, trabajo sin paga ni reconocimiento, en la esperanza
de que un consejo a propósito de la desesperación que me diera Burke un día
pruebe al cabo su eficacia.
1029. Medioevo Científico y Tecnológico:
“…Esta
es la única manera de explicar el cruel rumbo que ha tomado el siglo XXI. En
vez de ofrecer optimistas augurios de un mundo unido por la tecnología y la
paz, se empecina en atribularnos con males a menudo evitables: una pandemia
paralizadora, pueblos en ruinas cercados por el hambre, agresión constante
contra la naturaleza, mortal retroceso científico por falta de fondos, nuevo
armamentismo en permanente actividad, embates contra la educación de calidad
desde las cavernas de la ignorancia, expansión de la ideología insolidaria y
consolidación de dirigentes aplaudidos por redes sociales de acomodo que
empiezan siendo una farsa y terminan siendo una tragedia. […]
¿Qué
imágenes icónicas nos deja el cuarto de siglo que está por terminar? Ya no son
el ferrocarril trepidante a través de la pradera, el hombre en la luna ni la
doble hélice del ADN. Sino, primero, un desagradable sujeto color zanahoria de
cachucha y corbata que se pasea como rey del universo y mide en tarifas y
dinero hasta los valores sociales y espirituales. Segundo, los restos de
cemento y hierro de ciudades bombardeadas y miles de cadáveres inocentes y
niños esqueléticos a los que se niega el agua y el pan. Tercero, africanos sin
vida que flotan en el océano cuando intentaban alcanzar tierras más prósperas,
y miles de inmigrantes hacinados en cárceles y campos de concentración que
pagan el delito de golpear puertas para dar de comer a sus hijos.
Si las
cosas, los hábitos, los valores y los dirigentes no cambian, la etapa que
empieza en enero de 2026 y termina en 2050 podría sellar el futuro que resta a
los peligrosos seres que ocupamos la tierra. Malvenidos al segundo cuarto del
siglo, señoras y señores” (Daniel Samper Pizano).
Salta
pues a la vista que vivimos tiempos de gran confusión y caos -los
contradictores vocacionales dirán que todos lo han sido-, empeorados por el
hecho de que en cada persona conectada desde sus dispositivos a la red hay un
potencial propalador de infundios y desinformación, y de ahí el creciente
bullicio y la imparable pugnacidad que nadie sabe cómo gestionar. Ese
desconocimiento sin solución a la vista, así como -entre muchas otras- las
realidades descritas en la cita, son lo que me lleva a afirmar aquí que
discurrimos por una segunda Edad Media -con el perdón del prístino Medioevo,
tan en paz (por comparación) al menos con el planeta- si bien científica y
tecnológica, que anda por sus albores. Al rigor de los historiadores
corresponde determinar sus orígenes y estudiar a fondo, transcurrido el tiempo
que haya menester, sus implicaciones y pormenores. Que ya aterran.
1030. A que no adivinan lo que tienen en común uno
que insultó a un policía de tránsito llamándolo “negro hijueputa”, otra que
llamó “sirvienta” a una niñera, y un tercero que declaró: “Nadie que sea negro
me va a decir que no puedo nombrar a un actor porno”. ¿De verdad se rinden?
¿Sin aventurar una respuesta siquiera? Pues bien, se lo digo: su militancia de
años en el buenismo más incluyente y respetuoso de los las y les vulnerables que
conozca la historia.
1031. Con todo y lo gordo que usted me cae, estimado
William Ospina, le aseguro que para salvar a nuestro pobre país de la pesadilla
que amenaza con prolongarse si el 7 de agosto de 2026 vuelve a ganar las
elecciones la izquierda maniquea y facciosa presidida por el que sabemos, o si
regresa al poder la extrema derecha dispuesta ahora sí a no apearse de él nunca
más y a ajustarle las cuentas al medio país que eligió al Pacto Histórico,
apoyo su candidatura si resuelve lanzarse a la presidencia. Programa de
gobierno ya no necesita, pues su artículo titulado ‘Tareas para Colombia’ con
creces lo contiene. Lo malo del asunto es que para materializarlo, dado lo
nefelibata e impracticable que resulta, va a tener que seguir los pasos de
Cabello, Bukele y Murillo, y los de Trump y Petro si se lo permitimos.
Adenda:
y lo felicito por su único artículo que sin concesiones ni retoques fotografía
de cuerpo entero al cínico delirante por el que en 2022 votaron más de once
millones de colombianos: ‘El que solo vende futuro siempre tiene algo que
ofrecer’.
1032. Un ejercicio para desocupados con talento
crítico. Coger con pinzas un artículo que Julio César Londoño tituló ‘Fluidez y
poesía’ y analizar, a la luz de sus anotaciones y consejos, el éxito literario
de los escritores colombianos que hoy lo rebasan a él en ventas y premios -todos
los que yo conozco-. Preguntarse para por último concluir por qué, a pesar de
que el contenido de esa reflexión suya es en lo fundamental acertado y su
escritura de él fiel reflejo de sus convicciones, nada sino una gris figuración
vernácula le ha deparado este arte. Aventuro la mía: se equivoca el autor en su
pretensión de singularizar a un grupo heterogéneo entre los más como el de los
lectores, que si a algo aspiran es a que la literatura les ofrezca un sinnúmero
de estilos y de formas de expresar y comunicar. Para no ir muy lejos, el lector
que soy vibra con la misma fuerza si lo que lee es la prosa torrencial de Celia
se pudre, la límpida de Los ejércitos o cualquier obra desde luego buena a
caballo entre una cosa y la otra. Pongamos Fragmentos de amor furtivo o Basura,
del gran Faciolince. Y que Dios me libre de ambicionar la homogeneidad en nada,
y mucho menos en esto.
1033. A mí sí que me duele, don Arturo, no haber
sido criado en esta época y ser, por ende, generación Z o Alfa:
“…Me
asombra, aunque a mi edad cada vez se asombra uno menos de todo, el afán
protector que para lo obvio despliegan ahora gobiernos, ministerios e
instituciones varias. Esas ansias por advertir de lo que nadie ignora, mientras
los verdaderos desastres, las amenazas serias, suelen gestionarse tarde y mal
[…]. Así que o los ciudadanos nos hemos vuelto imbéciles, que no es
descartable, o las autoridades competentes, como resultado de su propia y
siempre reciente incompetencia, extreman el celo preventivo fácil para después
eludir el marrón gordo. No será porque no advertimos: caminen por las aceras,
crucen por los pasos de peatones, abran paraguas si llueve, protéjanse del
frío, no estén bajo los árboles si hay tormenta. Sentido común de toda la vida,
pero dicho con mucha gravedad y un toquecito apropiado de alarmismo: alerta
amarilla, verde, naranja, roja, azul. Inmersión, inmersión. Luego no digan que
no advertimos de que iba a llover. […]
Estos
días los telediarios ofrecen piezas maravillosas. Advertimos, dicen, que las
siguientes imágenes pueden herir sensibilidades. Y acto seguido sale un macario
sudoroso mientras levanta un botijo, o una maruja abanicándose. Y si pese a
todo conservas cierta lucidez y no han logrado volverte completamente gilipollas,
piensas que la sensibilidad hace tiempo te la hicieron bicarbonato. No por el
calor ni el frío, sino por la infantilización idiota del mundo en que vives.
Por ese paternalismo empeñado en recordarnos cómo debemos vivir y respirar.
Hasta hace nada, eras único responsable de tus actos: si corrías en agosto bajo
el sol y te daba un jamacuco, pues te jodías y tomabas nota. Lo peor es que hoy
descargamos en el boletín meteorológico, el ministerio y la tele el resultado
de nuestra imprevisión y estupidez, culpándolos de no explicar lo suficiente
que la lluvia moja y el sol hace sudar.
Y aquí
seguimos: frágiles de cuerpo y espíritu pero hiperconscientes, a diferencia de
nuestros abuelos -inquieta imaginar cómo pudieron sobrevivir sin alertas
naranjas-, del riesgo de tener calor o frío. Y al cabo nos preocupan menos los
incendios forestales, el paro juvenil o que los críos salgan del cole sin saber
quién era Quevedo ni dónde queda Teruel, que no llevar una botella de agua -con
tapón inseparable, naturalmente- cuando salimos a comprar el pan en el mes de
agosto.”
Y para
rascarme la inquina de haber nacido en un tiempo en el que mis padres me
dejaban salir a jugar a la calle hasta la medianoche con mis amigos videntes
siendo yo ciego, y, preocupados pero resueltos, me enseñaron a viajar en el
salvaje transporte público de la época para ir al colegio cuando contaba apenas
diez años, y no se opusieron a que trabajara cuando a los dieciséis años
embaracé a la vecina o a que viajara a la peligrosísima Medellín de entonces
para emborracharme con mis amigos, yo contribuyo a la sobreprotección de
nuestros niños, adolescentes y jóvenes de cristal anunciándole a mi nieto de
diecisiete años que a partir del mismo día en que cumpla los dieciocho se
deberá hacer cargo de su situación económica para que ojalá al día siguiente
comience a vivir aparte, y que si llega a cometer la osadía de embarazar a la
novia no puede contar conmigo en modo alguno, y a mis estudiantes
universitarios que si llegan a perder la materia con la nota que sea se ahorren
ruegos y lágrimas e insinuaciones porque van a perder el tiempo, y que se
cuiden muy mucho de fallar a clase porque el día que ajusten las fallas
contempladas en el reglamento la materia va a estar perdida irremediablemente y
no se diga de hacer copia en un examen porque entonces lo que va a estar en
peligro no es ya la materia sino su permanencia en la universidad.
A una
mayoría apabullante de los psicólogos y los psicopedagogos del mundo -o al
menos de Occidente- les debemos, maestro Pérez-Reverte, esta hiperpandemia de
necedad de buenistas y buenismos, de tuteos y prevenciones pormenorizadas, de safe
spaces universitarios y pet-friendly iglesias y hospitales, de
lenguajes incluyentes y triplicaciones del género, de impedimentos para que los
niños crezcan, los jóvenes maduren y los adultos afronten las consecuencias de
sus acciones y omisiones. Propongo que, a fin de empezar a enmendar la plana,
acallemos -después de abofetearlos convenientemente, eso sí- a los artífices
primigenios del desastre colectivo y, de ser preciso -lo va a ser-, tornemos a
la disciplina punitiva que en mala hora se desarraigó de los hogares y la
escuela toda y, ya puestos, la entronicemos en hasta el último estamento de la
sociedad.
1034. Lo que es la fuerza de un argumento:
“…Ahora
leo que el jardín zoológico de Copenhague propone a los daneses que tengan
mascotas a las que ya no se sientan apegados que renuncien a ellas y las donen para
alimentar a los feroces carniceros del zoo. Si lo hacen pueden obtener incluso
beneficios fiscales, además de verse libres de una compañía indeseada. Por
supuesto, en otros países -incluido el nuestro- se han alzado voces indignadas
contra esta propuesta escandalosa. En nuestras instituciones los animales, por
feroces que sean, son alimentados según disponen los métodos perfectamente
humanitarios, de acuerdo con lo que exigen las costumbres más anestésicas: sin
un rugido de entusiasmo fuera de lugar…
Sería
monstruoso ofertar lo que un día fueron nuestros animales de compañía como
pasto de bestias cuyos gustos, por muy enjaulados que estén, siguen siendo
salvajes. Pues no sé, a mí no me parece la solución danesa tan mala forma de
reutilizar material sobrante. Incluso lo pienso como el más adecuado destino
para mí mismo. En lugar de los pasillos higiénicos, las batas blancas o verdes
y las agujas hipodérmicas que nos esperan dentro de no mucho, enfrentarnos a
las garras acolchadas y los hambrientos ojos amarillentos de un felino
implacable. En este mundo de hipocresía y falsos cariños, ¿quién puede
desearnos con mayor sinceridad y entrega menos engañosa que un tigre con buen
apetito?”
Le
confieso que hasta hace media hora yo también me sentía, estimado y admirado
Savater, horrorizado por lo que juzgué un exabrupto y la ocurrencia macabra de
uno o varios bellacos. Pero nada más leer su artículo y releerlo para
asegurarme de que sí había entendido lo que creía que había entendido, no pude
por menos de asentir para mis adentros al tiempo que me decía que resultaba del
todo menos cruel “donar” una mascota de la que ya me hastié o que simple y
sencillamente no puedo seguir cuidando que abrirle la puerta del carro o de la
casa para que se pierda, o incluso regalársela a alguien que, por otra parte,
no sé si la va a querer y a cuidar con el esmero con que yo la quise y la
cuidé. Y es que en el caso que nos ocupa ocurre lo mismo -salvo las excepciones
que nunca faltan- que con los farisaicos “provida” que se desgañitan gritando
en contra de la legalización del aborto y la eutanasia: que su compromiso con
los animales callejeros y los maltratados concluye con la disolución del
plantón y el griterío.
Adenda:
ningún colofón más a propósito para una obra tan meritoria que una muerte como
la que se le acaba de ocurrir. ¡A ponerla por obra!
1035. ¿Que “todos los asesinatos son viles”, afirma
usted, don Fernando? ¿En serio todos? ¿También el que a mi juicio de Trump por
desgracia no fue? ¿Y qué tendría de vil, salvo que se morirían sin purgar sus
múltiples crímenes de lesa humanidad, el que ojalá un suicida ajusticie a Putin
y a Netanyahu, a Murillo y a Cabello? ¿Que se mueran de viejas entonces estas y
otras carroñas, protegidas por las garantías de un Estado de derecho? ¿Así, sin
más, sin sufrimiento ni dolor, con la barriga llena y el corazón contento?
¿Pero es que no lo avergüenza una generalización tan burda, y dentro del mismo
artículo que contiene esta perla que incluso yo, un antitaurino de mente y de
corazón, califico de hermosa: “…A ver quién puede ofrecer más en nuestra
actualidad de sectarios, corruptos y falsificadores de títulos. Los diplomas de
los toreros son los más auténticos que hay porque están firmados con su sangre:
en el ruedo nadie puede hacerse pasar por lo que no es, porque el toro es un
tribunal que no admite recomendados. De todas las grandes fieras quizá ninguna
impresiona más que el toro bravo porque guarda su seriedad hasta el final.
Leones y tigres muestran sus colmillos entre rugidos y el gran tiburón blanco
deforma sus fauces por afán de morder, pero el toro no se inmuta con gestos
fanfarrones: va a por el torero mortalmente serio, como quien va a misa. Que
luego resulte engañado una y otra vez no es más que otra metáfora vital, porque
en la tauromaquia todo es metáfora desde el riesgo hasta la muerte misma”?
A usted yo
lo creía, por todo y por todo lo demás, uno de los míos.
1036. Se me antoja que, sobre esta cuestión tan
espinosa, la suya es la primera reflexión que comienza por la autocrítica:
“Mi
cerebro opera a menos revoluciones que en el siglo XX y no necesariamente tiene
que ver con la vejez. Durante aquella prehistoria predigital almacenaba mucha
más información. Mi memoria retenía veinte números de teléfono; ahora solo sé
el mío. Guardaba rutas en la cabeza de cómo llegar del punto A al punto B o
descifraba mapas de papel para llegar a lugares desconocidos. Ahora recurro a
Google Maps para salir a comprar el pan.
Y todo
así. Fechas históricas o de cumpleaños, direcciones, simples cálculos matemáticos,
citas de libros, la agenda de la semana. O, para mi trabajo, los sinónimos.
Antes rastreaba mi cabeza para buscarlos; ahora voy a ChatGPT. Traducciones del
español al inglés o viceversa, las hacía yo. Ya no es necesario. Sigo leyendo
libros, pero menos. Las series exigen menos esfuerzo mental.
Soy, en
resumen, más idiota de lo que fui […]. El consuelo es que no estoy solo. Todos,
o casi todos, somos más idiotas de lo que fuimos. Los datos lo demuestran…”
Al menos
usted y yo, y los que hoy son como mínimo cuarentones, tenemos el consuelo de
decir que nos estamos volviendo cada vez más idiotas… pero ¿y mi nieto y sus
coetáneos los Alfa y los Z qué? ¿Mi nieto, que ayer no supo sacarle la quinta
parte a quince mil, o sea multiplicar tres por cinco, en décimo grado que está?
(Y mi madre y mi hermano dele que dele a la tabarra de que vuelva a la
universidad, que les duele verme aquí encerrado, sin enseñar y por tanto sin
relacionarme con nadie, pudriéndome de soledad y tristeza anticipadamente, en
lo que llevan razón).
Ay si
supieran, Johncito querido, que prefiero este maldito presente mío de
hikikomori a la frustración de enfrentarme a la desgana invencible de todos
esos adictos digitales cuyo único interés es que les entreguen, y sin que
medien trámites, el diploma de profesionales, de especialistas, de maestros o
de doctorados en el programa de tiza y tablero que sus papás les subvencionan.
Si tan siquiera tuviera la certeza de que me voy a poder acostar con una alumna
por semestre, le juro hermano que me lo pensaría muy en serio. Pero el tiempo
ha pasado y me siento prácticamente un extraterrestre frente a todos estos
muchachos con su lenguaje colonizado por imágenes y memes y gestos,
indescifrables para mi ceguera.
1037. ¿De modo que prácticamente cien años antes de
que Greta y sus muchachos se desgañitaran intentando prevenir al mundo contra
lo que dentro de cien se tendrá por la mayor estupidez colectiva de la especie,
había ya quienes lo intuían?:
“…-Es
asombroso -dijo Connie- lo diferente que se siente uno cuando hace un día
fresco y agradable. Normalmente parece que el aire está muerto. La gente está
matando hasta el aire.
-¿Crees
que es la gente? -preguntó él.
-Lo
creo. Los vapores de tanto aburrimiento, tanto descontento y tanta ira matan la
vitalidad del aire. Estoy segura.
-Quizás
sea que algo que haya en la atmósfera disminuya la vitalidad de la gente -dijo
él.
-No, es
el hombre el que envenena el universo -aseguró ella.
-Pudre
su propio nido -señaló Clifford.”
Y
mientras se les chamusca el culo en medio de los incendios forestales que
alimentan temperaturas infernales que hasta ayer no más Europa y los Estados
Unidos desconocían, sus respectivos descerebrados repiten al unísono con los
negacionistas de la extrema derecha por los que votan que el cambio climático
no es otra cosa que un invento de ambientalistas y ecologistas mamertos,
enemigos del progreso y del libre mercado. Y ahí seguirán sus hijos y nietos,
muertos de sed o con el agua al cuello y vitoreando a los ultramegamillonarios
de turno cuando abandonen el erial que para entonces será la Tierra con rumbo a
la Luna, a Marte o a donde diablos hayan instalado a la sazón a sus cochinas
proles.
Adenda: ¿supo
la maravillosa lady Chatterley del tío Vania y de su pertenencia a Fridays For
Future?: “El hombre está provisto de razón y de poder creador para incrementar
aquello que le ha sido dado, pero hasta el presente se ha limitado a destruir y
no a crear. Cada día hay menos bosques, los ríos se secan, los animales
salvajes están casi exterminados, el clima ha empeorado, y la tierra es cada
día más pobre y espantosa”. Tanto si sí como si no,…
1038. “¿No hemos deseado a veces, de un modo
abstracto, la muerte de aquellos que han causado un daño irreparable y atroz?”:
lo de ‘a veces’ nada porque mi odio no conoce tregua, y lo de ‘abstracto’
tampoco porque mis pulsiones de venganza respecto de los malditos son de una
concreción rayana con lo sexual. Desearles la muerte a Netanyahu, a Putin, a
Trump entre otra escoria humana presente no es más que el colofón de
sufrimientos indecibles que clamo para ellos y para sus escuderos en las tinieblas
y en la penumbra. ¿Padecer escrúpulos de conciencia por albergar en la mente y
el corazón sentimientos que todos experimentamos pero sólo muy pocos
reconocemos? Los mismos que mortifican a esos y a otros cabrones a la hora de
desgraciarles la vida a miles, a cientos de miles, a millones de personas que no
cuentan en sus ambiciones y cálculos ni como cifras.
1039. Yo, Trapiellito, yo, leedor y escribidor a
duras penas, la de cosas que me he inventado para escoger, de entre la sobreabundancia
que me llegó con el computador y el internet y mi Tiflolibros del alma, los títulos
que alcance a leer en esta vida que aspiro a que no sea larga sino todo lo
contrario:
“Homero
no leyó a Virgilio, ni siquiera a Sófocles ni a Esquilo. Virgilio no leyó a
Dante ni a Petrarca. Petrarca no leyó a Garcilaso ni a John Donne. Cervantes y
Shakespeare ni siquiera se leyeron entre ellos, siendo contemporáneos y pese a
las suposiciones, y ninguno de los dos leyó a Tolstói o a Stendhal. A medida
que transcurren los siglos, el pasado es tan abrumador, que acaso tenga el
escritor que desandar el camino y olvidar parte del admirable legado que ha
llegado a sus manos, su patrimonio, y aprender a ser pobre por los caminos como
los vagabundos, como aquel poeta ciego que fue la suma de otros cien poetas
vagabundos, ciegos también. ‘Una vez más soy pobre’, decía Emily Dickinson.
¿Quién? Ya lo he olvidado. Y ante la imposibilidad de ser ciego como ellos, uno
cierra los ojos.”
Yo,
hermano, que nací con ellos clausurados, no he leído -y tal vez no lo haga ya-
ni a Dickinson ni a Stendhal ni a Tolstói ni a John Donne ni a Garcilaso ni a
Petrarca ni a Dante ni a Virgilio y, sin embargo y para que se aterre, engalana
mi currículo un título de maestro en literatura, y con tesis meritoria. Les
resultará inexplicable a muchos que no haya leído a Dickinson pero sí a Bolaño,
no a Stendhal pero sí a Knausgard, no a Tolstói pero sí a Lucia Berlin, no a
John Donne pero sí a di Lampedusa, no a Garcilaso pero sí a Sterne, no a
Petrarca pero sí a Fernando Vallejo, no a Dante pero sí a Pérez-Reverte, no a
Virgilio pero sí a Askildsen, y todo por culpa de y gracias al bendito azar,
que es quien elige por mí. Le cuento que la última fórmula que me saqué del
sombrero consiste en tomar nota de los títulos que ensalzan usted y mis
columnistas de opinión de cabecera para así saber qué libro va a seguir a
Fractal, cuál a El Gatopardo, cuál a Tristram Shandy y cuál a ‘Hiroshima’, los
cuatro en que ando enzarzado. (Se la recomiendo a usted y a todo el que se
sienta agobiado por la infinitud más dichosa que quepa imaginar. Bueno: salvo
la por completo improbable de tener ante mí, desnudas y anhelosas, a mil o a
cien o siquiera a diez entre mujeres y mojachas que me corten el aliento.)
1040. Más de veinte años de docencia universitaria
me sirvieron para comprobar lo que ya sospechaba: que existe, desde que el
mundo es mundo -por decirlo de alguna manera-, una discapacidad abrumadoramente
mayoritaria que nunca se va a nominar y por ende a diagnosticar, pues hacerlo
sería poner a nuestra especie tan soberbia y megalómana ante una verdad de esas
que apenas si se pueden soportar:
“…Si aún
no están hartos de soplos para leer mejor, escuchen uno más, este de mi
cosecha: no hagan ni puñetero caso de todas estas listas de promesas de
felicidad. Hay libros que pueden y me atrevería a decir que deben salvarnos la
vida, pero es muy improbable que demos con ellos siguiendo las miguitas de pan
que otros han dejado caer por el camino. Salvo que conozcamos a alguien cuyo
espíritu sea gemelo al nuestro, dejarnos guiar por los gustos ajenos es un
conformismo de bobalicones. Y los bobalicones no se salvarán con libros ni con
ninguna otra cosa de este mundo, sólo mejorarán tras la autopsia.
Encontrar
las lecturas que más nos convienen es precisamente una de las mejores cosas que
aprendemos leyendo. Para lo más urgente e importante que sirven los libros es
para descubrirnos que existen otros libros aún más urgentes e importantes. La
lectura es parecida a una cesta de cerezas, tiramos de un ramo y salen
enredados otros muchos. ¡Y qué alegría, qué enorme placer comprobar que nuestro
olfato no ha fallado y que el timbre que sonó dentro de nuestro cacumen al
conocer un nuevo título o un autor desconocido en la página que estamos leyendo
se convierte luego en otro de esos misteriosos pero necesarios amigos que nos
llegan a través de la literatura!
Pocos
vínculos más lúcidos y provechosos, pocos afectos más tiernos o más excitantes
me han sucedido como los que me regaló mi instinto de sabueso a través de
páginas afortunadas. ¿Que a ustedes nunca les ha ocurrido algo semejante? Pues
nada, no se desanimen, sigan fieles a la lista de los más vendidos o de las
novedades del mes…”
Discapacidad
artística: dícese de una tara que -y peco de generoso- sufren ocho de cada diez
personas a las que, salvo el prurito de salir corriendo despavoridas, no les
dice nada en absoluto un mejor concierto del mundo -el para piano en la menor
de Schumann-, una mejor sinfonía del mundo -la ‘Titán’ de Mahler-, una mejor
pintura del mundo (“en uno de sus cuadros aparece una adolescente morbosamente
sentada con las piernas abiertas enseñando las bragas y a sus pies un gato…”
que “da lengüetazos a un plato de leche”), un mejor cuento del mundo -‘El
rastro de tu sangre en la nieve’- o una mejor novela del mundo -El Gatopardo-.
Un par de atenuantes: a una de las ocho personas en cuestión, pese a haber nacido
provista del gen que posibilita la apreciación y el disfrute estéticos, uno o
varios profesores ceporros se lo desactivaron si en el bachillerato la
torturaron con, verbigracia, Max Bruch, el Ulises o Dalí, o si por desgracia
nació y creció y vivió en condiciones en las que no se tiene noticia de nada
llamado arte.
1041. ¿Qué se le agrega a la completitud?:
“…Eso es
el coraje: gracia bajo presión, por decirlo como Hemingway, el don de hacer
reír cuando uno sabe que se está jugando la vida. No creo que los seres humanos
seamos capaces de nada mejor; tampoco lo creía Winston Churchill. Éste escribió
en una ocasión (…) que el coraje es la base, el fundamento, la condición de
posibilidad de todas las demás virtudes; cierto: pocas virtudes más altas que
la bondad, pero la persona más bondadosa del mundo puede convertirse en un
canalla si, dadas determinadas circunstancias adversas -un golpe de Estado, sin
ir más lejos-, carece del coraje suficiente para ejercer su propia bondad. […]
Y, como
se trata de la virtud máxima, esencial, es un misterio; hasta que llega la hora
de la verdad, nadie sabe quién lo posee y quién no: quien parecía más valiente
puede revelarse como un cobarde, y quien parecía más cobarde puede revelarse
como un valiente. Y por eso, cuando vienen mal dadas, las personas en principio
buenas son capaces de hacer cosas muy malas y las personas en principio malas
son capaces de hacer cosas muy buenas. Nadie sabe cómo va a reaccionar en la
hora de la verdad, así que lo mejor es evitar que llegue, para que no tengamos
que averiguarlo.
El
problema es que siempre acaba llegando. Borges escribió que ‘cualquier destino,
por largo y complicado que sea, consta en realidad de un solo momento: el
momento en que el hombre sabe para siempre quién es’. Siempre acabamos
sabiéndolo, el momento siempre llega…”
A falta
de ningún dios al que pedirle nada, ¿de qué maniobras me valgo yo, maestro,
para que mi fatum me depare decoro y dignidad, y no en escasa medida, llegado
el momento y ante la peor de las tesituras?: desahogo 910.
Adenda: una
sola historia conozco -dos a lo sumo, pero no más- de alguien que fue mi amigo
y que murió, no como un héroe de cartón piedra sino como uno de cinco letras
tras ser apuñalado en el corazón por defender a una muchacha a la que un par de
malparidos le quisieron robar la bicicleta. ¿Que “cualquier destino, por largo
y complicado que sea, consta en realidad de un solo momento: el momento en que
el hombre sabe para siempre quién es”? Eso que lo digan hoy los gazatíes que
padecen un genocidio brutal y una hambruna feroz, desatados por Hamas y por
otros yihadistas enemigos de su pueblo, y perpetrados por Netanyahu y sus
carniceros. ¿Pero yo que, como usted y Borges y casi todos los demás, he
cometido unas cuantas villanías y en el mejor de los casos uno o un par de
actos en cierto modo valerosos? Le confieso que es la primera vez que oigo
desbarrar, salvo que con atenuantes de contexto, al sabio argentino.
1042. Yo, que resolví no volver a hablarle a mi
hermano el cristiano hasta que deje de hacerse el desentendido frente a las
obligaciones que consuetudinariamente incumple con Orfi -que todo se lo
justifica-, le dejo esto escrito a él que, por no pensar por sí mismo -si lo
hiciera, no veneraría al pastor que le sorbe el seso-, deshonra en lo
fundamental los preceptos de los evangelios:
“…¿Y
quién fue Jesucristo? Permítanme volver a lo más elemental, que es lo que con
más facilidad se olvida: Jesucristo fue un peligro público, un radical, un
revolucionario, un subversivo, un tipo tremendo que decía cosas tremendas: yo
no he venido a traer paz sino espada, por ejemplo; o antes entrará un camello
por el ojo de una aguja que un rico en el reino de los cielos; o todos los
seres humanos somos iguales y merecemos la misma consideración y el mismo
afecto […]. Ítem más, Jesucristo andaba por ahí rodeado de individuos poco
recomendables: de marginados, de pobres de solemnidad, de prostitutas…”
Es decir
de toda esa gente a la que en Avivamiento y otras empresas de la fe más
anticristiana en que se pueda pensar le asignan no los puestos VIP, reservados
para los que diezman y ofrendan con largueza, sino los invisibles, donde no
hiedan ni ofendan el fasto chabacano del pastor y su virtuosísima familia. A
ellos,a los carnales de Chucho, mi hermano los llama, y con un melindre y un
desdén que ofenden mi ateísmo manso, ‘gente maluca’ y otras lindezas. ¿O por
qué creen ustedes que vota, como cualquier ultrafanático del catolicismo más
rancio, por la derecha más radical que se lance a las elecciones de que se
trate y cuyos candidatos jamás le parecerán lo bastante resueltos y
convincentes?
1043. Pero y ¿cómo le hacemos, Irenita, para que mi
tío y su familia, cristianos sudacas y votantes del xenófobo Trump, y mi
hermano y su esposa cristianos, que de la inseguridad de la siempre violenta
Colombia culpan a los venezolanos arrastrados al exilio por la dictadura
cabellochavista, entiendan estas verdades de a puño que tú planteas en clave de
belleza clásica, que tan bien se te da?:
“Dicen
que la inmigración nos hunde en la mezcla y el desorden. A la vez, abrazamos
una homogeneidad sin precedentes y con marchamo occidental. Aquí y allá las
mismas marcas venden idénticos productos y fabrican en serie nuestra ropa. Los
escaparates son iguales en las millas de oro de las capitales, escuchamos
canciones con millones de descargas, imitamos a celebridades mundiales estereotipadas
y un cóctel explosivo de propaganda y algoritmos nos configura según sus
moldes. Se diría que el caos de la pluralidad no es nuestro problema más
alarmante.
Alimentamos
una falsa imagen de la pureza del pasado. Desde que partimos de nuestro primer
hogar en África, somos seres errantes, en su doble sentido, criaturas que
vagabundean y se equivocan. En la Roma imperial, tres cuartos de la población
eran descendientes de esa inmigración forzosa llamada esclavitud. […] El
campeón de los nostálgicos de la identidad perdida, Juvenal, hervía de
indignación viendo Italia ocupada por esas gentes insufribles cuya patria
habían invadido las legiones romanas: ‘No soporto una ciudad llena de griegos;
Siria desembocó en el Tíber y trajo consigo su lengua y sus costumbres’.
Menciona a moros, sármatas y tracios, se enfurece por la prosperidad de ciertos
extranjeros.
En la
que fue, posiblemente, la mayor oleada de emigración ilegal de la historia, los
colonos europeos de época moderna abandonaron su terruño para instalarse en
otros continentes sin la cortesía de pedir permiso a los habitantes autóctonos.
Por otro lado, cuando italianos, irlandeses, polacos y alemanes llegaron a la
tierra de las oportunidades, los estadounidenses catalogaron a aquellos judíos
y católicos como amenazas para la nación, imposibles de asimilar. […] Hoy, sus
descendientes -según decían, imposibles de integrar- ocupan cargos en
parlamentos, tribunales, universidades y grandes empresas, incluso la
presidencia del país. En realidad, cualquier tiempo pasado fue impuro y
desordenado. […]
Pero
nuestros antepasados fueron trashumantes y en cada hogar anida la memoria de
quien partió a lo desconocido, incluso sin papeles ni permisos: abuelos, tías,
hijos. Aún palpitan la piel y la angustia de nuestros familiares empujados a
otros horizontes: la lucha por subsistir, la lejanía de los seres más queridos,
las barreras del idioma, las leyes hostiles, el rechazo racista, la solitaria
indefensión y el fantasma del fracaso. […] En nuestra memoria cultural, también
la Biblia es rotunda. Dice el Éxodo: ‘No explotarás ni oprimirás al extranjero,
porque también vosotros fuisteis extranjeros en Egipto’. Insiste el Levítico:
‘Si un extranjero se establece entre vosotros, será como un compatriota más y
lo amarás como a ti mismo’. Jesús evoca en el Evangelio de Mateo: ‘Tuve hambre
y me disteis de comer, fui forastero y me hospedasteis, estuve desnudo y me
vestisteis, en la cárcel y vinisteis a verme’. Son los discursos xenófobos los
que socavan esas tradiciones que decimos proteger…”
Imagínate:
si yo, que me di por vencido y abandoné la academia (donde mal que bien me
relacionaba con un número nada despreciable de muchachos sensatos) a causa de
la deriva dogmática y sectaria de algunos estudiantes, así como por la
infestación tecnológica de las aulas y la universidad toda, ¿voy a poder, y a
querer, rescatar de su enajenación mental y afectiva a entre siete y diez
personas a las que aprecio y quiero, pero a las que doy por perdidas de
antemano? ¿Qué podrían lograr mis palabras tibias frente a las candentes del
pastor que sea, a quien mis familiares escuchan y miran como a la mismísima
reencarnación del Cristo? Si se te ocurre algo, una de las brillanteces a las
que me tienes acostumbrado, te ruego que me lo hagas saber: 302 10 40 717 es mi
número de contacto.
1044. Medioevo Científico y Tecnológico:
“El aire
huele a maldad, a carne quemada y apocalipsis. Qué terribles podemos llegar a
ser los humanos. Alcanzaremos Marte y desarrollaremos tecnologías tan poderosas
como la IA, pero seguimos siendo incapaces de controlar nuestra violencia y
nuestras vidas. Emocional y éticamente, nos separa muy poco de los trogloditas.
El Homo
sapiens lleva 300.000 años sobre la Tierra, apenas un suspiro en el tiempo
cósmico. Y en los últimos 80 años, es decir, en una ínfima brizna de esa brizna
de tiempo, nos las hemos apañado para ponernos tres veces en riesgo de
extinción por nuestra mala gestión de la tecnología. Nuestra especie está en
riesgo por el armamento nuclear, por el calentamiento climático y por la
inteligencia artificial. En sólo 80 años. Si seguimos intentándolo lo vamos a
conseguir…”: ¡que así sea!
Salta
pues a la vista que vivimos tiempos de gran confusión y caos -los contradictores
vocacionales dirán que todos lo han sido-, empeorados por el hecho de que en
cada persona conectada desde sus dispositivos a la red hay un potencial
propalador de infundios y desinformación, y de ahí el creciente bullicio y la
imparable pugnacidad que nadie sabe cómo gestionar. Ese desconocimiento sin
solución a la vista, así como -entre muchas otras- la realidad descrita en la
cita, son lo que me lleva a afirmar aquí que discurrimos por una segunda Edad
Media -con el perdón del prístino Medioevo, tan en paz (por comparación) al
menos con el planeta- si bien científica y tecnológica, que anda por sus
albores. Al rigor de los historiadores corresponde determinar sus orígenes y
estudiar a fondo, transcurrido el tiempo que haya menester, sus implicaciones y
pormenores. Que ya aterran.
1045. “No matarás”: sencillo y deseable si el mundo
estuviera poblado exclusivamente por faros éticos y morales llamados Mircea,
Jaime, Abel, Nacho y algunos otros cuyos nombres y apellidos figuran en este
blog y en estos desahogos. ¿Pero no ansiar hacerlo cuando del otro lado están
los Antonio Sánchez alias El Patilla, los Vladímir Putin alias El Bicho del
Kremlin, los Benjamín Netanyahu alias El Carnicero de Gaza, los Donald Trump
alias La Vaca Naranja y demás escoria humana de que asimismo ellos se ocupan? “No
matarás… sin sevicia” es lo que debiera ordenar el quinto mandamiento de una fe
alterna que propugne no la impunidad y el perdón a los malditos sino el ojo por
ojo y diente por diente, que jamás debió abolirse.
1046. “Mi profe -me dijo la muy pendeja-, ¿puedes
recomendarnos un libro edificante para nuestros niños, niñas y adolescentes?”
“Desde Luego que sí, estimadísima… ¡Ninguno tan edificante como El marino que
perdió la gracia del mar, de Yukio Mishima!”
1047. ¿Que a ustedes, como a mí, les causa
curiosidad morbosa el papel que desempeña la mujer de un psicópata poderoso de
la política vernácula o transnacional en la carrera de su marido, y darían lo
que tienen por introducirse clandestina e imperceptiblemente en sus alcobas, en
sus casas y en sus vidas? Lean entonces Arráncame la vida, de Ángeles Mastretta,
y donde diga Andrés Ascencio pongan el nombre del cabrón que sea, y donde diga
Cati Catita o Catalina pongan el nombre de su víctima-consorte, su celestina-consorte
y su consorte y a la postre némesis.
1048. Que todos los tiempos traen aparejado al menos
un tabú, lo prueba el escándalo más que ridículo en torno al romance que Cormac
McCarthy inauguró con Augusta Britt cuando ella contaba diecisiete años y él
cuarenta y tres. Es decir, cuando ella era ya prácticamente una adulta con
revólver al cinto y él, un hombre hecho y derecho aunque inerme que se vio de
repente abordado por esa adolescente otoñal que con fruición leía El guardián
del vergel. Treinta años hubieron de pasar desde la primera vez que conversaran
el novelista y su Augusta Britt para que yo, a mis 32, incurriera en una dicha
análoga con una adolescente de dieciséis a la que no hay día de mi perra vida
presente que no recuerde con el amor y la gratitud con que sólo se recuerdan
las horas más felices de la juventud. Me pregunto si en la eternidad que para
mí han supuesto las dos décadas que llevo sin saber de ti, la pérfida pacatería
del ultrafeminismo de la cuarta ola habrá hecho mella en tu inteligencia y
sentido común, que a la sazón parecían indestructibles. Si tu respuesta es un
no rotundo, llámame para que rememoremos viejos tiempos y hagamos causa común
en contra de las pacatas y a favor del sagrado derecho de decidir motu proprio
cuándo y con quién pichar: 302 10 40 717.
1049. ¿Que por quién voy a votar en 2026 -en 2030 ya
no pienso estar por aquí-? ¿Y acaso qué diferencia hace que lo haga por uno,
por otro o por el otro si a fin de cuentas, gane el que gane, no va a querer o
a poder gobernar ya sea porque la pesadilla actual se prolongue, ya porque se
reanude tras cuatro años de ayuno o ya porque, elegido un Oviedo, un Fajardo o
un Gaviria, los dos extremismos se comploten para sabotearlo? ¿Gobiernos del
cambio en Chibchombia, en Circombia, en este país-corraleja que Constaín define
como nadie?:
“…la
maldición muy colombiana del simulacro de la seriedad: el ritual vacío y
perverso de aparentarla y fingirla con sobreactuación, con exageración, con
cara de palo, para no reconocer ni aceptar su ausencia universal y devastadora,
el hecho sobrecogedor de que somos tanto menos serios y respetables cuanto más
pretendemos serlo.
Por eso
no hay nada peor en Colombia que un proceso de mejoramiento, de lo que sea, o
la implantación de un nuevo modelo de servicio y funcionamiento, de lo que sea
[…]. Porque aquí confundimos los medios con los fines y creemos que las formas,
sobre todo si son tortuosas y enrevesadas, bizantinas, absurdas, subsanan el
fondo.
Hay una
pasión en Colombia, por ejemplo, que consiste en cambiar porque sí las cosas,
en especial si están funcionando. Entonces aparece algún gurú iluminado, con su
máquina de humo a todo vapor, sus mangas de camisa remangadas, sus palabras en
inglés y si son siglas mucho mejor -las siglas son fundamentales-, a señalar
cómo la continuidad, de lo que sea, proyecta una imagen de quietud y
postración, de pasividad frente a lo nuevo.
De ahí
que nada que funcione bien aquí dure mucho, pues no es sino que alguien lo note
para empezar a urdir el plan macabro y urgente del cambio y el mejoramiento de
lo que hay, sobre todo si se trata de un procedimiento amable y sencillo,
accesible, tranquilo, eficiente. Eso no puede ser, eso no es serio ni lo
parece, nuestra obsesión mayor, porque estamos obligados a simular la seriedad
con toda clase de procedimientos opresivos e innecesarios…”
Yo no sé
si exista, admirado y estimado Juan Esteban, un acto más descorazonador que
votar presa de la desesperanza más absoluta y sólo porque se tiene conciencia
de que no hacerlo supone allanarles el camino a los peores que, total, terminan
siempre ganando y haciendo lo que, de haber perdido, harían los otros con
idéntica eficiencia: exactamente lo contrario de lo que prometieron durante la
campaña. Pero como no hay mal que dure cien años ni cuerpo que lo resista,
siento un cierto alivio de saber o de creer, de querer y desear que la del año
entrante sea la última vez que incurra en la absurdidad de pretender darle un
vuelco democrático a lo que es cosa juzgada en nuestro país: las chambonadas y
las chapuzas más ramplonas de los que eligen y resultan elegidos.
1050. Medioevo
Científico y Tecnológico:
“¿Es la
deshumanización un sinónimo de la barbarie? Tal vez sí: una de sus
consecuencias, por lo menos, uno de sus peores rasgos. Porque además hay épocas
más propicias a la deshumanización que otras, hay momentos en los que de verdad
es como si la humanidad se estuviera descomponiendo y muriendo por dentro.
Habrá quien diga que siempre es así, pero no: sí existe esa gráfica de periodos
más infames y degradados que otros.
Yo creo
que el nuestro tiene que estar allí y la explicación debe de ser, entre otras,
la locura colectiva que han engendrado las llamadas redes sociales, esta nueva
civilización que ha alimentado, más que ninguna otra en la historia, el
narcisismo y la indolencia, la maldad como norma. O quizás es que antes eso era
así y no se hacía notar, pero a eso me refiero: en el mundo de hoy la gente se
siente autorizada a las peores bajezas sin el menor pudor.
Primero
por el espíritu de turba, el estímulo y la irresponsabilidad que da sentirse
parte de una masa poderosa, con un elemento adicional que solo es de esta
época: hoy cada quien cree -y es cierto, eso es lo grave- tener su propio
público, su propia cauda a la que se debe. Por eso la primera pulsión es
pronunciarse, hacerse fuerte ante esos hinchas que están ahí aupando y que a su
vez son también caudillos de su propio delirio…” (Juan Esteban Constaín).
Salta pues a la vista que vivimos tiempos de gran confusión y caos -los contradictores vocacionales dirán que todos lo han sido-, empeorados por el hecho de que en cada persona conectada desde sus dispositivos a la red hay un potencial propalador de infundios y desinformación, y de ahí el creciente bullicio y la imparable pugnacidad que nadie sabe cómo gestionar. Ese desconocimiento sin solución a la vista, así como -entre muchas otras- la realidad descrita en la cita, son lo que me lleva a afirmar aquí que discurrimos por una segunda Edad Media -con el perdón del prístino Medioevo, tan en paz (por comparación) al menos con el planeta- si bien científica y tecnológica, que anda por sus albores. Al rigor de los historiadores corresponde determinar sus orígenes y estudiar a fondo, transcurrido el tiempo que haya menester, sus implicaciones y pormenores. Que ya aterran.
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