jueves, 17 de julio de 2025

Desahogos polifónicos que pensaban ser póstumos, todos breves o muy breves V (continuación)

951. “Pero es difícil convencer al partidario de lo sinfónico de que un acordeón es un instrumento noble”: persuadido estoy. Al punto de que no entiendo los motivos de que entre lo más granado y eufónico del repertorio clásico no figure nada relevante que tenga por solista al único instrumento al que todavía sueño con consagrarle horas de estudio y sacrificios sin nombre, en la esperanza de siquiera llegar a tocarlo con alguna solvencia. Usted no me lo va a creer, hermano, pero no han sido pocas las ocasiones en que, después de oír a la Filarmónica de Bogotá o a la Sinfónica de Colombia en concierto, me meto en cualquier chuzo donde suene buen vallenato y me pongo a beber, solo o acompañado. Versatilidades del melómano que soy y de Su Majestad el acordeón. Ah, y un día de estos le cuento con lujo de detalles la historia de mi deslumbramiento de niño ciego con ese instrumento: le adelanto no más que se lo debo a los pasodobles, valses y otras revelaciones foráneas de un compatriota suyo con el que Abelardito llegó a la casa, borrachos los dos, una noche feliz entre las más felices que recuerde.

 

952. Progreso sería zafarse de la pacatería de las policías de la moral actuales para tornar, felices y desenfadados, cinco siglos y dos décadas en el tiempo; un tiempo fictivo en el que se podía ser herético sin miramientos (“SEMPRONIO. -¿Tú no eres cristiano?

CALISTO. -¿Yo? Melibeo so e a Melibea adoro e en Melibea creo e a Melibea amo. […] Por Dios la creo, por Dios la confieso e no creo que ay otro soberano en el cielo…”), mujer de carne y hueso y no angelical por mandato woke (“SEMPRONIO. -Yo te lo diré. Días ha grandes que conozco en fin desta vecindad vna vieja barbuda, que se dice Celestina, hechicera, astuta, sagaz en quantas maldades ay. Entiendo que pasan de cinco mil virgos los que se han hecho e deshecho por su autoridad en esta cibdad. A las duras peñas promouerá e prouocará a luxuria, si quiere”), preciso con las palabras sin el riesgo de falsas acusaciones de misoginia (“PÁRMENO. -…Si entre cient mujeres va e alguno dize: ¡puta vieja!, sin ningún empacho luego buelue la cabeza e responde con alegre cara. En los conbites, en las fiestas, en las bodas, en las cofadrías, en los mortuorios, en todos los ayuntamientos de gentes, con ella passan tiempo. Si passa por los perros, aquello suena su ladrido; si está cerca las aues, otra cosa no cantan; si cerca los ganados, balando lo pregonan; si cerca las bestias, rebuznando dizen: ¡puta vieja!...”), cultor desinhibido de la sicalipsis (“CELESTINA. -…Mal sosegadilla deues tener la punta de la barriga.

PÁRMENO. -¡Como cola de alacrán!

CELESTINA. -E avn peor: que la otra muerde sin hinchar e la tuya hincha por nueue meses”), emprendedora y promotora de la libertad de empresa (“CELESTINA. -…Pocas vírgines, a Dios gracias, has tú visto en esta cibdad, que hayan abierto tienda a vender, de quien yo no aya sido corredora de su primer hilado. En nasciendo la mochacha, la hago escriuir en mi registro, e esto para saber quantas se me salen de la red. ¿Qué pensauas, Sempronio? ¿Auíame de mantener del viento? ¿Heredé otra herencia? ¿Tengo otra casa o viña? ¿Conócesme otra hazienda, más deste oficio? ¿De qué como e beuo? ¿De qué visto e calzo? En esta cibdad nascida, en ella criada, manteniendo honrra, como todo el mundo sabe ¿conoscida pues, no soy? Quien no supíere mi nombre e mi casa tenle por extranjero”), propugnadora infatigable de los deleites del tálamo (“CELESTINA. -…Por Dios, pecado ganas en no dar parte destas gracias a todos los que bien te quieren. Que no te las dio Dios para que pasasen en balde por la frescor de tu juuentud debaxo de seis dobles de paño e lienzo. Cata que no seas auarienta de lo que poco te costó. No atesores tu gentileza. Pues es de su natura tan comunicable como el dinero. No seas el perro del ortolano. E pues tú no puedes de ti propia gozar, goze quien puede. […] Mira que es pecado fatigar e dar pena a los hombres, podiéndolos remediar”): amén y amén, bondadosísima alcahueta. Y hago votos por que las de tu noble oficio, como hoy los ímpetus invasores de los rusos, los chinos, los turcos y los estadounidenses, renazcan de entre las cenizas y, nuevamente empoderadas, hagan las delicias de mis futuribles congéneres (¡ay, qué dicha pa’esas salchichas!).

 

953. Pero esto, hermano, ni mi tío el loquito ni mi primo el bobito porque ambos, ahí donde los ve, reniegan -el loquito- o rezan -el bobito- y desean y codician y se envilecen y piden perdón y se enmiendan para reincidir una vez y otra vez y una más, justo como usted y yo y todo aquel que no haya estado en estado vegetativo desde su nacimiento: “…agradecerle a la vida el sencillo hecho de dejarse vivir sin otra finalidad que la de ser vivida. ‘Una vida sin sentido’, como decía Ortega parafraseando a Nietzsche, es la única vida plena, aquella que no necesita mayor trascendencia, ni religiosa ni estética, que la de vivirse hacia afuera”. Tengo para mí que de quien hablan ustedes tres sin presentirlo siquiera es de los animales dotados de un sistema nervioso complejo que corren con suerte, y cuyas vidas transcurren por ejemplo al margen de la desaparición o de la muerte del amo en el caso del perro, de la desaparición de su hábitat producto de por ejemplo la voracidad de un incendio forestal en el caso de tantos más o, “simple y sencillamente”, de los vejámenes y crueldades sin nombre a que los someten innúmeras bestias bípedas. Con que me entiendan Cipión y Berganza me doy por satisfecho.

 

954. Les habla usted, admirado y estimado Javier, a los españoles, pero la sensatez de estas palabras suyas cae allá en oídos sordos y correría igual suerte acá en Colombia y en la Argentina y en los Estados Unidos y en todo país polarizado por los que viven de hacerlo con total éxito ¿gracias a? los millones y millones de idiotas útiles del electorado que convierten en auténticas las peleas de relumbrón de sus politicastros:

 

“…En eso consiste la estafa: en que uno solo esté a favor del sistema cuando está en el poder; cuando no lo está, se convierte en antisistema.

Lo diré otra vez: no existe la democracia perfecta; la democracia perfecta es una dictadura: la democracia orgánica de Franco, las viejas democracias populares de la órbita soviética. Lo que define la democracia de verdad es su naturaleza perfectible, infinitamente perfectible. Pero, para que una democracia pueda perfeccionarse, resulta indispensable aceptar las reglas que entre todos nos damos, tanto si nos benefician como si no. Sin un mínimo de juego limpio, la democracia está muerta. O en vías de extinción.”

 

Lo sabemos los vacunados -una minoría en cualquier caso-, y con refuerzo triple, contra los efectos más nocivos de los extremismos. Pero a ver cuántos fanáticos o desinformados del sanchismo y de Vox, del esperpetrismo y del uribismo, del mileísmo y del kirchnerismo, del trumpismo y del wokemamertismo demócrata uno logra ganar para su causa a fuerza de razonamientos ponderados como los suyos. Y, sin embargo, no creo que haya otra alternativa que la de proseguir, a lo Sísifo, con esta vocación inconducente y estéril entre las más.

 

955. Leo ‘Hombres al mando’, de Elvira Lindo, y me quedo pensando en lo beneficioso que habría sido si la especie hubiera contado desde siempre con una suerte de inteligencia artificial que le permitiera calcular en cifras y porcentajes concretos cuánta de la maldad y de la crueldad humana, visible o clandestina, ha sido perpetrada enteramente por varones sin la aquiescencia de mujeres, cuánta por varones auxiliados por mujeres, cuánta por mujeres sin la aquiescencia de varones y cuánta por mujeres auxiliadas por varones. Extraigo de su anaquel ‘Las arpías de Hitler: las mujeres alemanas en los campos de exterminio nazis’ de Wendy Lower y, mientras lo hojeo y reviso algunos subrayados y notas al margen, pienso en las mujeres que en estos precisos momentos crían con esmero y amor el o los hijos que tienen con un torturador o directamente con un tirano, me las imagino cuidando de su casa y de su ropa, preparándole la comida que más le gusta, disponiéndolo todo para que cuando llegue del trabajo, fatigado tras el deber cumplido, se sienta feliz o al menos tranquilo de hallarse entre quienes lo aman y reflexiono en qué distinta sería nuestra visión del mundo femenino si tales cosas salieran a la luz. También en que los inescrupulosos y violentos hoy al mando no estarían en donde están sin los votos y el apoyo irrestricto de millones y millones de mujeres que ven en las cárceles-jaula de Bukele, en el espíritu revanchista y resentido del guerrillero presidente de Colombia, en la vulgaridad fascistoide de un Miley o de un Trump -para sólo hablar de la escoria más a mano- la encarnación de sus muy personales inquietudes sociales y políticas. A mí me parece mucho más sano y menos facilista no alimentar victimismos de ninguna índole para, de ese modo, no perder de vista los ejemplos morales que me ofrecen mujeres y hombres a quienes tengo por faros éticos: desde Antígona hasta Navalni, pasando por Anne Dufourmantelle y el Trim de Sterne, por Marina Ovsiánnikova y Castalión y, cómo no, por cada enfermera y médico o médica y enfermero que, verbigracia en la Ucrania bombardeada por el Hijueputin o en la Gaza arrasada por Netanyahu y el fascismo sionista en estrecha connivencia con el terrorismo palestino de Hamas, se juegan la vida para salvársela a otros.

 

956. Si Santiago Gamboa (que apagó, prácticamente desde que ganó el Esperpetro y para pasar de agache, el opinador político que tiene o tenía en El Espectador), William Ospina (que presume de matizar y sopesarlo todo para al cabo ir a dar en sus consabidas preconcepciones ultramamertas) y Julio César Londoño (en quien residen dos opinantes en las antípodas: el primíparo pasional de lo que le dijeron que era la política y un sabio de todo lo demás) jugaran el juego propuesto por John Carlin en ‘El mundo patas arriba’, concluirían lo que de sobra saben: que irremediablemente forman parte de ese noventa por ciento de sectarios de ambas extremas, a cuál más inspirada e incondicional con la tiranía rusa y con su bicho en jefe.

 

Adenda: sólo tres amigos tengo que saben de política. Pero únicamente con mi amigo Jorge Toro el juego resultaría interesante. Cuando nos encontremos para almorzar se lo planteo.

 

957. Lo dicho… salvo que dicho no con mi cortedad, sino de modo inmejorable:

 

“…Detestar la guerra, oponerse a ella en la medida de lo posible, considerarla una de las mayores y más crueles desdichas que puede afligir a cualquier sociedad es un sentimiento común y plenamente justificado en cualquiera que no sea carente de razón y de corazón. Los partidarios de la guerra son auténticos psicópatas, como el burlesco protagonista del poema La desesperación de Espronceda: ‘Me gusta ver la bomba / caer mansa del cielo, / inmóvil en el suelo / sin mecha al parecer, / y luego embravecida / que estalle y que se agite / y rayos mil vomite / y muertos por doquier’. En fin, vaya capricho. Nadie con dos dedos de frente quiere guerra, ni siquiera con uno y medio.

Pero, claro, tampoco nadie en su sano juicio quiere quirófanos, ni operaciones a corazón abierto, ni amputaciones de miembros gangrenados. Los demagogos tontilocos que aseguran como prueba de superioridad moral que ellos prefieren que se invierta en hospitales y escuelas antes que en tanques son tan clarividentes como los que se ufanan de que donde esté un buen chocolate con churros que se quiten las colonoscopias. Hay cosas deliciosas que hacen que apetezcamos la vida y hay cosas dolorosas y hasta trágicas que nos la salvan. Que no nos confundan los mentecatos o más bien los trileros verbales.

El siglo pasado las democracias europeas, salvadas dos veces por los USA de las contiendas provocadas por autócratas belicistas, se acostumbraron a vivir protegidas bajo la potencia yanqui, paternalismo no plenamente desinteresado, claro -ninguno lo es, ni siquiera el de los paterfamilias carnales- pero mucho más barato y más seguro que el que podríamos procurarnos por nuestros propios medios. El enemigo del que teníamos que resguardarnos era la Rusia soviética, cuya voluntad fagocitadora no dejaba (¡ni deja!) lugar a dudas. Como vivimos en sociedades libres, es decir donde se respeta el derecho a equivocarse o a conspirar contra la democracia establecida, hay fuertes movimientos pacifistas opuestos a nuestras alianzas militares con Estados Unidos y también a que nos armemos por nuestra cuenta para valernos por nosotros mismos. Nada, ni un céntimo para la defensa de Occidente y ni agua al imperialismo norteamericano.

¿Y quiénes esos pacifistas radicales? Pues, dejando aparte algunos iluminados religiosos partidarios del Jesús que reprendió a Pedro por desenvainar la espada y que olvidan al Cristo fustigador de los mercaderes del Templo, son los comunistas, semicomuhnistas y compañeros de viaje de semejante patulea. En una palabra, el izquierdismo cada vez más desnortado y palurdo. Esa es nuestra quinta columna, que viene zapando la democracia liberal desde hace décadas. Antes los pacifistas colorados estaban contra las armas de los demócratas para favorecer (sin decirlo, claro) las armas de los soviéticos. No temían a la amenaza de Rusia (la deseaban, creían que mejoraríamos bajo su yugo) y abominaban del imperialismo americano al cual debíamos nuestras malditas libertades capitalistas.

A esta caterva radioactiva se les han unido ahora los semitotalitarios de derechas, una recua que ya no ve en el criminal Putin al guía de un marxismo redentor, como su maestro Stalin, sino al último defensor de la familia y los valores del puritanismo cristiano, pisoteados en nuestros países encenagados en el hedonismo individualista. A los bellacos clásicos de la izquierda se unen ahora los orates nacionalistas de la derecha: les guían Trump y Putin […]. ¡Viva la paz y que triunfe el diluvio!

A los blandengues cursis […] les ha dado ahora por hacer cantos al genio europeo y pedir que se convoquen manifestaciones a favor de los artistas y geniales que somos en este continente en que cada vez hay más analfabetos históricos y cívicos. Hay que ser gilipollas, sin perdón.

Pues miren, Cervantes ya había escrito su novela inmortal, y Rembrandt había pintado todo lo que merecía ser pintado y Mozart nos había regalado ya su música excelsa cuando Hitler se apoderó por la fuerza de cuanto le rodeaba y asesinó cuanto quiso. Y si no llega un puñado de valientes a desembarcar en Normandía, dejando esa arena regada con su sangre, ni Cervantes, ni Rembrandt, ni Mozart hubieran salvado nuestros derechos humanos. Ni los salvarán hoy si permitimos que Putin viole en Ucrania las fronteras de la Europa democrática, las españolas incluidas. De modo que a ver si espabilamos y aunque USA nos falle y los quintacolumnistas zapen traicioneramente, vamos con nuestros ahorros a por los tanques.”

 

Jamás retoques, nunca, la perfección de una fotografía holística.

 

958. Definición del sustantivo monipodio: dícese de una caterva de bien reconocidos sinvergüenzas con y sin prontuario que, bajo las órdenes de un tal alias el Esperpetro, se las arregló para que en 2022, en una república bananera que mucho produce, once millones y unos cientos de miles de entre inocentones o directamente canallas -sus caudas- los ungieran gobierno para así entrar a saco y desmantelar el enteco Estado del bienestar que encontraron a su llegada, empezando por lo que de él mejor funcionaba: un sistema de salud paradójicamente más saludable que el de países e incluso potencias del vecindario. Se trataba -ya ustedes dirán si se logró- de convertirlo en otra tierra de promisión por el estilo de Venezuela, Nicaragua y Cuba, con las que pretendía escapar de la tiranía de Occidente encarnada por Francia, el Reino Unido, Alemania y el resto de Europa a fin de poder sumarse a una hermandad igualitaria como jamás se viera denominada ‘sur global’, liderada a la sazón por Rusia y China, dos potencias-paladines de la justicia social y el respeto a ultranza de las libertades individuales… de la élite dirigente, se sobrentiende.

 

959. Medioevo Científico y Tecnológico:

 

“…Pero hoy, en un mundo gobernado por el ruido, quien más ruido hace más nos somete. El ruido crece, hace metástasis, revienta en nuevos tumores, explosiones de ruido, mentiras y furia que nos dejan exhaustos, sin saber a dónde mirar. No tenemos forma de calcular a dónde nos llevará la tecnología esta vez, no lo sabemos. Nosotros, los humanos superpoderosos, no sabemos nada justo cuando creemos saberlo todo. En el abismo de la virtualidad donde hoy vivimos, hemos perdido el poder de diferenciar lo verdadero de lo falso, lo claro de lo oscuro, lo noble de lo bajo.

[…] ¿Y qué vamos a hacer? Nos preguntamos en nuestros doce segundos de lucidez, ¿qué podemos hacer, cómo podemos unirnos, volver a creer en otros mundos, volver a creer en ideales reales, en la comunidad, en la fuerza de la gente? Pero justo en ese momento otra avalancha de mierda nos deja atontados, confundidos, ciegos, con la capacidad crítica anulada una vez más, sin poder distinguir lo verdadero de lo falso, a los buenos entre los malos, porque no hemos podido procesar la información, porque esto es una guerra y no nos hemos dado cuenta, porque los villanos van ganando y no lo sabemos, no queremos saberlo o hemos perdido el olfato para encontrar la diferencia” (Melba Escobar).

 

Salta pues a la vista que vivimos tiempos de gran confusión y caos -los contradictores vocacionales dirán que todos lo han sido-, empeorados por el hecho de que en cada persona conectada desde sus dispositivos a la red hay un potencial propalador de infundios y desinformación, y de ahí el creciente bullicio y la imparable pugnacidad que nadie sabe cómo gestionar. Ese desconocimiento sin solución a la vista, así como -entre muchas otras- la realidad descrita en la cita, son lo que me lleva a afirmar aquí que discurrimos por una segunda Edad Media -con el perdón del prístino Medioevo, tan en paz (por comparación) al menos con el planeta- si bien científica y tecnológica, que anda por sus albores. Al rigor de los historiadores corresponde determinar sus orígenes y estudiar a fondo, transcurrido el tiempo que haya menester, sus implicaciones y pormenores. Que ya aterran.

 

960. Si los papás de hijos que hoy son niños estuvieran como yo leyendo el sexto -y por desgracia último- tomo de Mi lucha, tendrían una coartada para justificar el que, no bien empiezan a balbucear, les regalan a los criaturitos un esmarfon de alta gama con objeto de que se envicien todo lo que puedan: “Aunque yo lo viera así, dejábamos ver a las niñas todas las películas que querían. No estaba orgulloso de ello y no me gustaba, pero esa calma que se apoderaba de nuestro piso era demasiado deliciosa como para resistirse. Además, pensaba yo en mi defensa, ellas aprendían mucho de lo que veían…”. ¡Pero si he oído de papás -y hasta de profesoras de jardín infantil- desesperados que les dan un somnífero a los chinos para quitárselos de encima durante unas horas… o les daban, porque qué mejor ausentífero que las pantallas! Entre las paradojas que me sorprenden, amigo y hermano Karl Ove, pocas como la de que un maniático de escritorio vocacional, llámese lector a tiempo completo, o lector a tiempo parcial y escribidor o escritor, dilapide, en crianzas y baladíes peleas matrimoniales, su mayor y en ocasiones único tesoro: el tempus fugit.

 

961. Descubro ahora -si bien ya lo presentía-, oyendo conversar a Knausgard con nuestro común amigo Geir Angell a propósito del completo y total desinterés de éste por nada que no tenga que ver con los sapiens, que parte de la razón por la que me suelen caer tan gordos gordísimos los que se denominan así mismos con la filfa ‘defensor de los derechos humanos’, así como los musulmanes, cristianos, fascistas-estalinistas, fascistas-nazis y demás bichos descerebrados de la religión o idea política que sea, estriba en la preponderancia que unos y otros le dan al simio parlante dentro de sus cosmovisiones: ¡A la mierda con el antropocentrismo, so gran pelmazos -siento ganas de gritarles hasta caer exánime-!

 

962. Yo, que antes que escribidor soy lector, declaro sin ningún género de dudas que mi verdadera vocación es la de amanuense a veces en sistema braille pero las más digital, de toda idea brillante y concreción de la inteligencia -literaria, filosófica- que me sirva para acicalar la mía. Que llevo, mal contados, treinta años consagrado a este oficio inexplicable para muchos que no entienden por qué me obstino en transcribir, palabra por palabra, todas las de un texto largo como el que viene, cuando con dos comandos lo tendría copiado directamente del original. Y que, bajo la gravedad del juramento, o al menos bajo la palabra de honor del codicioso que soy de las citas que atesoro, sostengo y afirmo que con esta hondura que lleva la firma de Karl Ove Knausgard se puede analizar, y desde múltiples perspectivas, a toda persona normal y corriente que haya rebasado la mayoría de edad e ingresado en la adultez, proceda de donde proceda y sean cuales fueren su cosmovisión y enciclopedia:

 

“Así es tener veinte años, todo está abierto, pero como lo que no está abierto aún no ha aparecido, no se conoce y no se sabe lo que implica antes de que sea demasiado tarde y la generación siguiente sea la que se encuentre ante lo abierto, quedando uno aparcado en el jardín de un barrio de chalés con hijos, coche y quizá también pronto un perro […].

Es la voz de la resignación la que habla aquí, pero también la de la necesidad y la repentina comprensión; así habrá sido siempre. Yo no lo he sabido nunca. Pero algunos sí lo han sabido, porque algunos han estado allí siempre. Ulises trata también de eso, de la diferencia entre ser hijo, como Stephen Dedalus, y ser padre, como Leopold Bloom. Stephen supera a Bloom en todo, pero no en eso. Leopold no tiene nada del anhelo ni del deseo de ascender de Stephen, él no quiere nada más, está en casa. Leopold Bloom es un ser humano completo, Stephen Dedalus es un ser humano incompleto. Sólo Stephen es capaz de crear, porque crear es querer curar, crear es querer llegar a casa, y el ser humano completo no siente esa intranquilidad, esa necesidad, ese anhelo. Hamlet es, como Stephen, hijo, y en realidad sólo eso. La muerte de su padre es lo que le desencadena la crisis, y la traición de su madre lo que la mantiene viva. Hamlet no tiene hogar, Jesucristo tampoco era padre, sino hijo, y tampoco tenía hogar. Hamlet, Stephen, Jesucristo, Kafka, Proust fueron todos hijos, y no padres. Es decir, que había algo en lo de ser persona que ellos no conocían. Pero ¿qué era? ¿Qué es ser padre? Ser padre es una obligación, de manera que uno puede tener hijos sin ser padre. Pero ¿a qué se obliga uno? Hay que estar, hay que estar en casa. El anhelo de viajar y el deseo de ascender son incompatibles con ello, porque lo que el anhelo desea es lo ilimitado, y lo que hace el hogar es poner límites. Un padre sin límites no es un padre, sino un hombre con hijos. Un hombre sin límites es un niño, es el eterno hijo. El eterno hijo toma o recibe, no da, y toma o recibe porque no es completo, no es él mismo. El que mi padre se mudara a casa de su madre antes de morir no es un detalle casual; murió como hijo. Había renunciado a su responsabilidad de padre, lo cual sólo puede hacerse si la responsabilidad paterna es una magnitud externa, un papel que uno asume porque hay que asumir. Creo que así fue para él. No quería estar allí. Fue padre a los veinte años, y tendría que reprimir todo exceso dentro de él mismo, luchar contra todo anhelo y todo deseo de ascender, porque esa agresividad, esa ira y esa frustración de las que estaba lleno y que marcaron toda mi infancia sólo podían llenar a una persona que no quería estar donde estaba, que no quería hacer lo que hacía. Si era así, sacrificó toda su vida de adulto joven -la época entre los veinte y los cuarenta- por algo que no quería, pero a lo que estaba obligado. El que yo tuviera dieciséis años y fuera casi un adulto cuando él abandonó la familia indica que se tomó en serio su responsabilidad. Pero no era un padre, sino un hijo. No era completo, no tenía paz interior, ninguna fuerza interior, como suelen tener los adultos. Mi madre también tenía veinte años cuando fue madre, pero ella era adulta, o se hizo adulta cuando le llegó la responsabilidad. Ella también era la madre de mi padre, en el sentido de que ella le ponía los límites, que era lo que él no sabía hacer y lo que ningún hijo sabe hacer. Es una explicación sencilla, pero creo que concuerda con la realidad” (para demostrar en qué medida y con cuánto acierto sus palabras concuerdan con la realidad, me permito ir paso a paso con los pormenores de la cita, conmigo, mi padre y mi madre de conejillos de indias).

 

Abe se largó de casa de sus padres creo que a los quince años y se embarcó en una vida errabunda de la que sé muy poco, lo que equivale a decir que renunció a ser hijo para convertirse en adulto soltero a una edad que hoy alcanza a duras penas para que se le reconozca al que la tiene el uso de razón; mi madre, por su parte, abandonó el colegio y el hogar materno antes de graduarse de bachiller y de votante, y todo para casarse con un hombre que la superaba en edad y experiencia mas no en responsabilidad, que a ella le fluía a borbotones y en él casi que brillaba por su ausencia; y yo… “papá” de primeros polvos, hice lo que pude para asumir con cierto decoro la mentecatez de ver nacer una hija sin siquiera haber cumplido los diecisiete años y hallándome aún muy lejos de terminar la secundaria. Entré en la universidad y me impuse ser el mejor no sólo porque soñaba con ascender sino porque era consciente de que, ante mi ausencia física, mi hija no tenía por qué padecer además la irresponsabilidad económica de su papá, que fungió de amigo y de hermano mayor mas no de aquello; tampoco lo hizo Abe, pero no porque no quisiera a sus hijos o anhelara hallarse en otra parte y en otras circunstancias: nos adoraba y no se diga a Orfi, quien en su calidad de esposa y de madre de su marido-hijo muy poco pudo hacer para disputárselo a la bebida. De los tres, el único “padre sin límites”, el único “hombre con hijos”, el único “hombre sin límites”, el único “hijo eterno” fue Abe, quien tampoco con su padre y su madre ancianos supo ser hijo-padre, al revés que yo, que en cambio he sabido serlo al menos con mi madre anciana, por quien velo y con quien vivo obligándome a estar si toca, a estar con ella en casa, a lo cual contribuyen mi gratitud y amor de hijo y mis cada vez menos imperiosos deseos de viajar o figurar en nada. De los tres, Orfi es la única que no conoce la resignación por cuanto todas sus aspiraciones y proyectos de vida han estado cifrados en la familia que fundó con su marido-hijo; la única completa, la única tranquila y poco anhelosa, la única dotada, y desde siempre, de fuerza y paz interiores, de la capacidad de sentirse en casa; mi padre y yo, que no tuvimos ni el tiempo ni los arrestos para conversarlo, experimentamos, en grados y de formas muy distintas, la incompletitud y a buen seguro cierta o mucha resignación -salpicada de alivio- ante la imposibilidad de darles rienda suelta a los imperativos de nuestros personales demonios: los suyos -presumo- más etílicos que carnales y los míos -afirmo- más carnales que etílicos. A ninguno de los tres nos dominaron la agresividad, la ira o la frustración de la maternidad o la paternidad, simple y sencillamente porque mi madre estaba donde quería y decidió estar y porque ni Abe ni yo habríamos sacrificado la dicha de sentirnos vivos para alzarnos con una mención de honor por buena crianza.

 

963. ¿Pero qué se le agrega a la completitud?:

 

“Es un fenómeno interesante, cuando de pronto te encuentras fuera de lo que antes estabas dentro, cuando lo que sueles hacer sin pensar se vuelve inalcanzable. Pienso con espanto que así es envejecer, sólo que más lento, las fuerzas se van agotando lentamente hasta que acabas encontrándote fuera de la vida que vivías, y no tienes fuerzas para volver a meterte en ella, con tal vez otros veinte años por delante. ¿Pero qué es vivir? Es actuar, hacer, ser y estar en medio del mundo. Si te sacan de eso, de la acción, de estar en medio del mundo, surge una distancia entre uno mismo y el mundo, lo contemplas, pero no formas parte de él, y ese alejamiento es el principio de la muerte. Vivir es tener hambre de días, sean buenos o malos. Morir es estar saciado de días, cuando ya no se diferencian uno de otro, porque uno ya no vive dentro, sino fuera de ellos. Morir en un accidente o por una enfermedad repentina es diferente, es otra clase de muerte, más brutal para el entorno, pero más clemente para esa vida que acaba, porque ocurre en medio del salto, en medio de la vida, y no como en una especie de decoloración fuera de ella. Pero eso es algo que yo no sé, claro. Puede que sea al revés, que lo mejor sea estar saciado ya de la vida y ver cómo el mundo lentamente se vuelve cada vez más débil, cada vez más ligero, hasta que desaparece y ya no es.”

 

Tal vez le parezca, gran Carl Ove, un poco inverosímil lo que le voy a contar, pero le aseguro que es tan cierto como la desazón y el desamparo que me produce el saber que me acerco al final de su saga. Mire: desde hace años, pongamos diez para no exagerar innecesariamente, no pasa un solo día en el que no me cuestione todo este casi invencible hartazgo de enfrentarme a la vida hallándome en medio del mundo, y en qué derivaría el dichoso hartazgo si de súbito, digamos a causa de un ictus o de otro cualquier designio de Fortuna -una bala perdida-, la maravilla de poder incorporarme de la cama y hacer todo lo que hago no sin pensar, sino muy consciente de estarlo haciendo puesto que siempre tengo presentes a dos postrados con nombres y apellidos y a los millones en su situación, se interrumpiera de la noche a la mañana y sin remedio. ¿De qué me serviría entonces -pienso con desesperación- el cianuro de potasio que a tres metros de donde escribo aguarda, imperturbable de saberse tan mirífico, su turno? ¿Quién me lo procuraría? ¿Mi madre, con su infinito amor por mí y finita fe en Dios, pero fe a fin de cuentas? ¿La Goga, con su finita fe en Dios pero fe a fin de cuentas e infinito amor por mí? ¿Acaso las dos a una, reuniendo cada cual valor para infundírselo a la otra? Curioso que esta mezcla de desgana más gratitud sea lo que me mantiene en pie.

 

964. En vista de que el español que se garla y se garrapatea hoy en todas partes no es más que un emplasto asqueroso copiado del inglés, los profesores serios y capaces deberían leer y hacer leer a sus estudiantes de literatura, de ciencias políticas, de lenguas, de psicología, de filosofía, de derecho, de sociología, de periodismo y de historia el último capítulo del QUINTO VOLUMEN de la novela de Sterne para que se sorprendan de lo que el papá de Tristram, un autodidacto, es capaz de reflexionar en torno a los verbos y a las conjugaciones, que al hablante -y no se diga al redactante- medio de nuestro idioma le importan menos que un papel higiénico cagado, y no exagero.

 

Adenda(s): y ya entrados en gastos, que los muchachos lean el primero del VI para que se enteren de buena fuente del destino infame del que pretende rescatarlos su profesor con un ejercicio tan sencillo. Me pregunto si de entre los cientos de muchachos que en teoría hagan la tarea no salen siquiera cinco que, espoleados por lo novedoso del hallazgo literario, resuelvan indagar en el capítulo siguiente con miras a determinar si se le miden a la novela toda. Pues los que eso hagan, se van a dar de bruces con una realidad tan incómoda cuanto asombrosa por lo que a ellos concierne. Hablo por lo que acabo de experimentar leyéndolo.

 

965. Maticemos: yo, que rehúyo como a la peste las empoderadas de nuevo cuño y que tengo por pareja a una persona con mi misma dosis de sumisión e insumisión, de docilidad e indocilidad, de flexibilidad e inflexibilidad, de temperamento negociador y líneas rojas que ninguno permitiría que el otro cruce, tampoco podría convivir con una mujer totalmente carente de carácter tipo la esposa de Walter Shandy y madre de Tristram. Porque es que, en definitiva, mi machismo manso está por igual reñido con las que pretenden cobrarse en el cabrón que les deparó Fortuna siglos y más siglos de ajenos sometimientos, y con las hoy felizmente escasas que someten voluntad y destino a los designios de su macho antediluviano. ¡Que viva el equilibrio de todo cariz, y no se diga el erótico!

 

966. “La compasión es la principal y acaso la única ley de la existencia humana”: revise, príncipe, los desahogos 53, 76, 190, 200, 229, 271, 414, 611, 621, 647, 663, 679, 750, 773, 801, 810, 903 “y” 910 para que tenga el placer de conocerlo personalmente y conversar, amén de la Filipovna, sobre esta máxima suya que suscribo sin matices. Viene a mi casa o lo visito en la suya. No le digo que nos veamos en un bar o en un café porque sé de su abstinencia y me apenaría incomodarlo con los niveles de horror a que ha llegado la sociedad presente en su adicción al ruido. Un abrazo constrictor y quedo pendiente.

 

967. Pensaba, mientras releía mis notas y reflexiones a propósito de Los días, en una suerte de experimento a cargo de un obstetra e hipotético lector que, conmovido por el dolor lancinante que les ocasionó a Orfi y a Abe la noticia de mi ceguera congénita les hubiera dado, por toda palabra de consuelo, a cada uno un ejemplar de la bellísima novela de Taha Husein. ¿Qué efecto habría obrado su lectura en ella y en él en medio del paroxismo del común sufrimiento? ¿Y luego, si viéndome crecer y medrar pese a las adversidades, hubieran resuelto releerla? ¿Qué le habrían dicho al doctor Aníbal Gómez, portador de la mala noticia y del bálsamo primigenio, si el azar se hubiera encargado de reunirlos? ¿Que, mirado en retrospectiva y con el desapasionamiento que otorgan los años, su regalo lo fue con creces o, por el contrario, que lo único que consiguió fue exacerbar por anticipado todas las penalidades -no exentas de alegrías- de aquella crianza atípica? Yo qué les digo.

 

968. “-Soy un ser abyecto, lo reconozco. ¡Abyecto! -dijo insólitamente…” ¿no adivinan quién? Pues déjenme desilusionar a los que al rompe se dijeron que Orbán, o Bukele, o Petro, o Miley, o Trump, o alguna otra mierdecilla actual de la política que hace curso de ascenso con miras a integrar el generalato de los malditos, cuya cúpula presiden hoy un tal Putin y un tal Netanyahu. Tampoco atinaron los que dieron en pensar en alguno de los malparidos que son la norma entre los capos y mandos medios del islam, el judaísmo, el cristianismo y el catolicismo (adiós y un -después de todo- merecido descanso eterno, “buen” papa Francisco). Ni los que pensaron en este o aquel familiar, allegado, conocido, vecino o simple mortal de la farándula o del mundo del espectáculo, que es el mundo. Sólo les adelanto que los labios que profirieron semejante mea culpa no son como los suyos y los míos sino de papel y, por tanto, incorruptibles.

 

969. ¿Es o no es cierto, genio de genios, que no ha existido nunca ni va a existir jamás un hombre medio, una mujer corriente, un adolescente o púber o niña con uso de razón e inteligencia siquiera mínima que se haya muerto o que se vaya a morir sin saber qué se siente cuando se le desea el mal, la muerte, a un equis, a un allegado, a un buen amigo, a un amigo del alma, a un hermano de sangre, al padre o a la madre? ¿Cierto maestro Dostoievski que a semejante santidad inverosímil no se puede elevar ningún sapiens con un cerebro de perfectible hacia arriba? ¡Pero si yo, en medio de raptos de locura pasajera, he maldecido y fulminado de pensamiento y palabra -sotto voce, sotto voce- desde a mi madre hasta a mis parejas, pasando por auténticos desconocidos y reconocidos por sus vilezas y villanías! ¡Pero si yo he sentido el odio pasajero o perdurable de quienes me han amado o querido bien y el de mis malquerientes, que por ahí andan! Claro que vaya y pregunte usted a quien le plazca, pregúntese a sí mismo para que vea el grado de negación y ocultamiento vergonzantes a que impele el schadenfreude a un 99,9 por ciento de la especie, y me quedo corto.

 

970. “…Eso le pone a uno de un humor de perros, de modo que si alguien quiere hablarle entonces, lo natural es que uno ladre”: a mí y muy a mi pesar, quedarme sin conexión a internet y no poder, entre otras cosas, envenenarme la sangre leyendo periódicos de aquí y de allá y oyendo el despliegue noticioso de las ruindades manidas de los políticos y de quienes les imponen la agenda; amanecer sin café y por contera lloviendo y por ende imposibilitado para ir al supermercado por provisiones; recibir diariamente cincuenta llamadas de vendedores de esto y lo otro y ninguna de una mujer que me alegre el oído y ojalá la vida aun cuando no sea más que por unas horas; levantarse con el pie izquierdo y no dar en ninguna parte con los buenos samaritanos que, cuando me levanto con el derecho, me tornan la ceguera en una fruslería; no poder ponerle al insomnio, de momento, definitivo remedio o al menos parcial, con el bendito alprazolam tan adictivo y que, si se sucumbe a la adicción, deviene inocuo; soportarles el ruido a los vecinos, a los circunstantes y la estridencia al mundo, que cada vez exige más; no poder mandar para la mierda, en virtud de la buena educación y la siempre desaconsejable mezcla de impulsividad y precipitación, a los inoportunos que sin saberlo vengan a otros de nuestras propias pesadeces. Sé que hay más pero por de pronto…

 

971. “Nunca será lo mismo no tener porque se ha perdido, que no tener porque no se ha tenido. En un caso podemos desembocar en la nostalgia, en el otro, en el resentimiento”: a la segunda proposición de este aforismo la salva, y con ella al aforismo todo, el ‘podemos’ de posibilidad pues, si bien es cierto que la bella que dejó de serlo y el millonario arruinado por la razón que sea y el don juan venido a menos y el ex poderoso hoy ninguneado por los que lo ostentan lo más probable es que se sientan nostálgicos de su pasado, también los tiene que haber que lo lleven muy mal y en consecuencia lo que los domina no sea la añoranza sino la mortificación rabiosa de lo perdido sin remedio. Conozco asimismo a carentes congénitos de tantas cosas y sin embargo en absoluto resentidos de su suerte… y claro, por descontado que también a los verdedenvidia que jamás se superan a sí mismos por estar fisgando en la fortuna del vecino.

 

972. “A veces echa uno de menos aquellos meses en los que la casa la gobernábamos con candiles de aceite y con velas. Y ya no volveremos a conocerlo. Estaba en nuestra mano vivir así, pero metimos la electricidad en casa, y todo aquel mundo a lo Francis Jammes retrocedió para siempre, a su rincón misantrópico, donde acaso nos espera”: y no fue sino que el acaso oyera el conjuro del poeta para que emitiera, personificado en el Gran Apagón de España y Portugal de 2025, su ¿primer? campanazo. Al que me temo que pueden seguir más y de un mayor alcance, hasta uno planetario que justifique un proyecto que me traigo entre manos y que salvo a mí a nadie más interesa.

 

973. ¡Todos los lectores de todos los escritores más leídos y vendidos del pasado y del presente juntos por uno solo: el genio de la guitarra y del ajedrez y de la lectura inteligente y singularidad de singularidades y aparición fascinante y misteriosa entre las más que nos recrea Trapiello en su Fractal (Salón de pasos perdidos)!

 

974. ¿Que por qué sigo leyendo a Savater, pese a la tabarra lacrimosa que da con la muerte de su mujer y a la herida por que muy mal respira con lo de su despido por parte de El País? Pues por su inteligencia para concretar lo que muchos sentimos y pensamos pero no atinamos a decir o a escribir ni con la mitad de su contundencia: “…Pero es que además la existencia de Dios es evidente, aunque no sea la existencia de tipo biológico o mineral. Hay otros modos de existir. […] El Papa, cualquier papa, es ya en sí mismo una prueba de la existencia de Dios, como lo es el resto de la Iglesia, la cúpula de San Pedro, y también los herejes, los blasfemos, los ateos… Todos son administradores del gran negocio divino. ¿Para qué empeñarse en probar o negar la existencia de lo evidente? Dios existe irrefutablemente, pero no como parte de la realidad externa y material, sino como existen el amor, la felicidad, la esperanza o el miedo. Son exigencias de la vida humana para ser considerada humana. Seguirán existiendo, invulnerables a la decepción, mientras el último de nosotros corretee por la faz de la Tierra…”: tal cual.

 

Yo así lo concluí, admirado y estimado don Fernando, muy a mis veinte años y si me apura antes, y me dije que entrar en discusiones teológicas con creyentes militantes y con militantes no creyentes era tan estéril e innecesario como intentar hacer reflexionar a un extremista de izquierdas o de derechas. Pero le confieso algo: me divierte tanto putear a cualquier realidad imaginada con mayúsculas -hablo de las monoteístas- como descomponer hasta ojalá hacerles perder la cabeza a los mamertos y fachos que se me ponen a tiro. Llamémosla una forma muy personal de aplacar mis propios rencores y desazones.

 

975. ¡De malas los que se molestan -todavía no conozco al primero- de que me enorgullezca de mi anonimato de lector y no se diga de escribidor que a nadie en particular muestra lo que pergeña, ni va a una feria del libro, ni hace la menor gestión para olerles el aura o darles la mano a quienes me hacen pasar horas y más horas a este escritorio uncido!:

 

“Los verdaderos lectores (inciso: no todo el que lee de vez en cuando una novela de 150 páginas que le dura un mes es un lector, lo mismo que quien se toma en bodas o Navidades un par de copas no es un alcohólico) tenemos una relación ambivalente con los escritores que amamos: por un lado, quisiéramos conocerlos personalmente, convivir en cierto modo con ellos, impregnarnos de su compañía; por otro, tememos justamente eso, tratarles demasiado de cerca, que el contraste entre el artista admirado y el hombre o la mujer de carne y hueso sea derogatorio, inaguantable.

A mí me ha pasado demasiadas veces que el autor que tanto me gustaba, cuando lo he tenido al lado, me ha resultado fatuo, atrabiliario, dogmático, en fin, insoportable. Y lo peor es que ya nunca podré volver a leerle con inocencia desprejuiciada, siempre el gilipollas cuya mano he estrechado se impondrá sobre el doctor angélico cuyas páginas he leído. No volveré a poder disfrutar con él. Me asusta la idea de que grandes maestros del pasado que tengo en la mayor estima fuesen personas desagradables o repulsivas: que Quevedo fuese mal compañero de copas, que Daniel Defoe fuese un robagallinas y Virginia Woolf una pelmaza redicha. Prefiero que me ocurra lo contrario, como le pasó a George Sand, que según contó por carta a Flaubert, había conocido en una travesía por el Mediterráneo a un tipo estupendo, muy agradable y divertido, cuyo único defecto era empeñarse en mostrarle lo que escribía, francamente malo. Era Stendhal…”.

 

A la antipatía que en mí consiguieron despertar algunos profesores de literatura en el pregrado y en el posgrado le debo, maestro Savater, esta atípica falta de ganas de conocer a mis autores de cabecera. Y a los profesores Gloria Rincón, Cristo Rafael Figueroa, Berta Hernández de Parra, Alfonso Cárdenas Páez, Luz Mary Giraldo y Blanca Inés Gómez la certeza de que, además de buenos o maravillosos escritores, un puñado de esas personas que tanto me enseñan con sus libros y columnas de opinión son con seguridad seres humanos entrañables a los que bien valdría la pena conocer. Sin embargo, la posibilidad de toparme con un mal bicho siempre termina por disuadirme.

 

976. A los dos amigos y una amiga, mejor dicho a los tres amigos que por separado me han preguntado el porqué del título ‘Mi desmemoria hecha preguntas. Divertimento para un apagón planetario’, al que tildaron de innecesariamente largo y de pomposo -ellos, o de demasiado alarmista -ella-, un abrebocas:

 

“(Una larga noche

El lunes pasado a las 11:33 a.m. (las 4.33 a.m. en Colombia) se produjo un inesperado y extenso apagón en España y Portugal. En pocos segundos se cortó casi todo el flujo eléctrico. Miles de ciudades y municipios quedaron a oscuras y paralizados. Ascensores, neveras, cemáforos, salas de cirugía y trenes dejaron de funcionar. Regresaron los tiempos de la Edad Media, pero sin los recursos de la Edad Media: fogones de carbón, velas y candelabros, calentadores de leña, grandes chimeneas, cuartos de hielo, coches de caballos, caballos…

Dos o tres días después, la emergencia fue conjurada […]. Ahora se ha venido a saber que en las últimas décadas se registraron apagones de características parecidas pero mucho más reducidas en diversas esquinas del planeta.

¿Se trató acaso de una falla técnica, un error humano, un imponderable efecto solar, una consecuencia ecológica de la inestabilidad de las energías renovables, un ciberataque, una trampa del azar o, como afirman algunos, todo lo anterior junto? ¿Están metidas en el percance Rusia e Israel, como desquite ante las políticas españolas en pro de Ucrania y Palestina? Por ahora no hay una explicación contundente, aunque abundan las teóricas paranoicas. La luz se rehizo. Pero el triunfo del monstruo flota en el aire como una amenaza añadida a las que acosan al siglo XXI: destrucción de la naturaleza, guerras atómicas y de las otras, terrorismo, armamentismo, pestes, el imperio de la mentira sembrado por las redes y hasta algún ocasional meteorito.

Mientras pasa el susto, los ciudadanos precavidos agotan las existencias de transistores, pilas, hornillos de carbón, barbacoas, cocinas de gas, linternas, velas y fósforos. Hagan de cuenta una vereda colombiana cualquiera…”

 

Lo de ‘innecesariamente largo’ y ‘pomposo’, vaya y venga; Pero ¿’demasiado alarmista’?: ¿les queda alguna duda de que no tienen ni puta idea del mundo en el que viven? Yo que ustedes, mojachos, me aprovisionaría hoy mismo de lo que los precavidos a que alude Daniel en su columna y, ya puestos, también de una copia impresa de las más de seis mil preguntas de ‘Mi desmemoria… …’ que hasta la fecha llevo publicadas. Aunque sólo sea para que jueguen al pinochazo cuando se queden a oscuras.

 

977. Algunos apuntes como al pasar sobre esta teoría de un buen amigo de papel, un pelín mamerto:

 

“En el desarrollo de la enfermedad del poder -que se parece mucho a la droga por la potente adicción que crea y los trastornos que provoca- hay un momento en que el gobernante comienza a oír voces. Son las del Diablito del Quédate. Suele ocurrir cuando se acerca el final de su período. El Diablito del Quédate habla al oído del poderoso y le murmura cosas de este calibre: Estás haciendo un magnífico trabajo, quédate… Mereces terminarlo… No permitas que tus enemigos vuelvan trizas lo que has construido… Solo tú puedes rematar lo que está en pleno desarrollo… Eres indispensable… Quédate, hazlo por el bien de la patria…

El Diablito es persistente y convincente, por lo cual más temprano que tarde el poderoso se ve forzado a tomar una de las decisiones que aletean a su alrededor. La primera fórmula, la del juego limpio, le aconseja respetar las reglas que aceptó en su carrera hacia el mando. La fórmula dos, la del juego doble, señala que retorciendo algunas cosas e incumpliendo otras es posible quedarse con el ratón y el queso. La tercera fórmula, la del todo-vale, consiste en asestar una patada a la mesa y acudir a cualquier mecanismo o recurso que le permita al aprendiz de sátrapa ‘seguir prestando sus desvelados servicios al país’, sin lealtad a juramentos, promesas ni palabras empeñadas…”.

 

Estamos del todo jodidos en Colombia con un incendiario en jefe -yo sólo llamo presidente al que preside- afectado por múltiples adicciones amén de la de la teoría: a las drogas y el alcohol, a su voz estomagante y su palabrería infundiosa, a su tristemente célebre persona, a su brillantez de cartón piedra, a su ¿pasado? de chusmero y criminal… Francamente no creo, a menos que uno se llame Donald Trump, que las ganas de perpetuarse en el poder de un zorro viejo de la política por el estilo del Esperpetro procedan de la convicción de que lo está haciendo de maravilla pues loco no es y mucho menos tonto: cínico y caradura claro que sí, a más de sagaz y astuto y taimado entre los más taimados. Si yo fuera un venezolano de los millones empobrecidos y sitiados y forzados a abandonar el país por la narcodictadura chavista de los Chávez, los Maduro y los Cabello, de seguro que me sentiría muy indignado y defraudado con la lenidad del columnista para con esa tiranía que, inexplicablemente, sale de su pluma mejor librada que la de Ortega y su pécora Murillo. Si usted llama, estimado Daniel, ‘aprendiz de sátrapa’ a los que ubica en la tercera y última categoría, o sea a la Rosario y a su tocayo, ¿qué terminan siendo, entonces, las ternezas venezolanas apoltronadas en el poder desde usted sabe cuándo?, ¿demócratas desorientados, acaso?, ¿contestatarios con un punto de vista distinto de en qué consiste la democracia? Perdóneme, hermano, pero aquí sí desbarra y de qué manera.

 

978. Me duele la muerte de Mario Vargas Llosa tanto como me dolió la de Javier Marías y como me van a doler, de estar yo vivo y consciente, las de Fernando Savater y Arturo Pérez Reverte y Andrés Trapiello y Javier Cercas y Antonio Muñoz Molina y Héctor Abad Faciolince y Piedad Bonnett y Melba Escobar y Rosa Montero y… Mentiría si les digo que me afectarían del mismo modo las de los mamertos que leo, por muy buenos ficcionadores que sean. Tampoco las de los tibios que buscan no incomodar ni enemistarse con nadie.

 

Adenda(s): y ya entrados en gastos… Me aburren infinitamente la “interlocución” de un fanático del cristianismo -no confundir, de por Dios, con el catolicismo- y la de un militante furibundo de la izquierda llámese como se llame: Luis García Montero o Julio César Londoño o Santiago Gamboa o Laura Restrepo o… como quiera que la madre que los parió haya resuelto bautizarlos. ¿O ustedes se piensan que de sus estrecheces dogmáticas pudo salir esta ecuanimidad?:

 

“A todos nos puede pasar. Al fin y al cabo, los seres humanos solemos ser un enredo de antipatías, prejuicios y rencores. A veces sucede que aquellos escritores que amábamos, pero con quienes, por las piruetas del tiempo y los avatares de la historia, dejamos de estar de acuerdo en asuntos políticos, de repente nos parece que ya no piensan ni escriben bien. Es injusto y, no obstante, ocurre. Doy algunos ejemplos en español:

Pablo Neruda le escribe una oda a Stalin; Manuel Machado hace un panegírico de Franco; Borges le recibe a Pinochet una medalla; Vargas Llosa apoya a la hija de Fujimori o a Javier Miley. En los cuatro casos que he citado, tanto Neruda como Machado, tanto Borges como Vargas Llosa, cometieron un error. El orden en que los he puesto es cronológico, pero, bien mirado, están también en orden de desacierto, de mayor a menor: una oda a Stalin es un crimen; un elogio a Franco, una vileza; es más grave darle la mano a Pinochet que echarle una mano de lejos a Miley.

Y sin embargo, si uno no es un fanático, las odas elementales de Neruda (a oficios, al vino o al pan) no dejan de ser bellas, pese a Stalin; los poemas pictóricos de Manuel Machado están a la altura de los de su hermano Antonio, el bueno; Borges no dejará nunca de ser el escritor portentoso que fue, quizá el más grande de toda América hasta el día de hoy, así haya saludado a Pinochet. Y no por un traspiés que uno no comparte, Vargas Llosa se vuelve, como afirman tantos tontos, un reaccionario insufrible y un escritor de segunda categoría”: bobos de solemnidad los que sí.

 

979. ¿Que dónde está la fotografía del presente más crudo, preguntan algunos ciegos físicos e infinidad de ciegos intelectivos, que pasan por sobre las obviedades como yo de largo cuando en la calle me cruzo con una beldad púber o adolescente que marcha sola íngrima y sin que vaya hablando por celular -por miedo a que se lo roben-?:

 

“Recapitulemos.

Rusia es una potencia imperialista desatada en una campaña cargada de violencia ciega y sabotajes contra democracias para reconstruir una esfera de influencia.

China es una superpotencia autoritaria que reprime sin contemplaciones la libertad de opinión, incumple la justicia internacional cuando le conviene, busca relativizar los conceptos de democracia y derechos humanos. No protagoniza invasiones y sabotajes como Rusia, pero no es un agente neutral e inmaculado en el devenir de la vida de otros países. […]

Estados Unidos es una superpotencia entregada a una lógica de uso descarnado de su poder y tiene visos de convertirse en una fuerza desestabilizadora de las democracias, incluso de sus antiguos aliados.

Los grandes conglomerados tecnoimperiales buscan arrollar regulaciones que protegen a la ciudadanía para maximizar sus beneficios, siendo a menudo conductores -y a veces descarados promotores- de narrativas que agitan, radicalizan, engañan.

Grupos ultranacionalistas, a menudo inquietantemente tibios y ambiguos ante pasados y presentes autoritarios, galopan en muchas democracias con agendas retrógradas.

El cambio climático avanza causando estragos. El despegue de la inteligencia artificial promete grandes progresos, pero también fortísimas turbulencias, sea en los mercados laborales o en la manipulación de las mentes…”.

 

Sabrá usted, maestro Rizzi, que perdemos infamemente el tiempo refregándoles en la cara estas verdades fácticas a los millones de idiotas útiles de cualquier extremismo, igual que ¿lo perdería? el que por compasión pretenda explicarles a los carentes congénitos de olfato y gusto, o de ambas manos, a los del sentido del oído o de la vista a qué huele y sabe una manzana de agua, qué se siente cuando se acaricia preferiblemente mientras duerme a un animal que amamos, el amplio espectro de sensaciones que se experimentan durante una gran sinfonía y un concierto maravilloso para solista y orquesta o el todo y las partes de una pintura que nos subyuga. Ah, ¿no le había dicho que tengo pensado hacer, ojalá muy pronto, una exposición con los cuadros que, entre otros, Manuel Vicent, Karl Ove Knausgard, Walter Benjamin y Antonio Muñoz Molina han conseguido que vea gracias a sus precisas y preciosas descripciones? Le aviso para que vaya.

 

980. Entre las distopías factibles, la de haberme casado o siquiera relacionado amorosamente durante más de dos meses -por fortuna no- con una pseudointelectual o intelectual de once letras cuya mayor aspiración venérea hubiera sido una constante conversación interesante y erudita, por lo común acartonada y las más de las veces cilícica: “Cuando yo era niña, casi todas las casas tenían en el frente un banco de mármol o de granito. Al caer la tarde, los vecinos se sentaban allí y conversaban con los de enfrente y con los de al lado. La costumbre del banquito nunca me gustó. No me interesan los chismes, me deprimen las conversaciones banales, y tengo un prejuicio feo: veo en esos ritos los reflejos de existencias rumiantes que, más que vidas plenas, son un puñado de hábitos que se repiten sin pensar…”. Pobre del que esto crea pues, para comenzar, vidas plenas no hay y la prueba más contundente de esta verdad innegable son nuestras existencias rumiantes cruzadas ineluctablemente por un puñado de hábitos que se repiten se piense o no en ellos, en medio de la escritura de una novela o de la elaboración de un cuadro o de la elucubración de una teoría, de las faenas en el hogar o de las responsabilidades propias de una oficina o del cuidado de los niños y de los ancianos en una guardería y en un asilo. Desde muy pequeño y estando aún muy lejos de convertirme en lector, disfrutaba enormemente la compañía de los adultos, familiares o simples vecinos que, en torno a un tinto, unas onces o a palo seco, se encontraban de repente o se reunían para chismorrear y perder el tiempo desollando vivos a los conocidos, siempre con la espontaneidad y la naturalidad que suelen serles tan esquivas a los cultos y a los semicultos, empezando por las voces impostadas que tantos de ellos adoptan en sus diálogos y disertaciones, y supongo que también en la intimidad más íntima de sus hogares. No me digan que no es como para morirse del tedio… y de la risa. Ah, y entre las cuasi desapariciones que para mí constituyen nostalgias, ninguna como la de poderme sentar a hablar paja con un alguien del que no me separe su puto teléfono celular con los consabidos mensajes y llamadas y recordatorios sonoros, que me hacen maldecir la mera ocurrencia de habernos citado. Y con tanta más vehemencia si la idea partió del estúpido romántico del cara a cara que no logro dejar de ser.

 

981. ¿Que “Petro habla de manera especialmente confusa, desordenada y anárquica, y ni siquiera cuando lee discursos ya escritos parece ser capaz de ilación o claridad o coherencia”?: los efectos hoy palpables de su drogadicción y alcoholismo. Que, paradójicamente, supo mantener a raya hasta antes de su nefasta elección a la alcaldía de Bogotá y también después de que de ella salió a proseguir su sempiterna campaña a la presidencia. Inverosímil que alguien que le apuesta toda su vida profesional a un único objetivo, contra él se ensañe una vez conseguido.

 

982. Tendremos nuestras discrepancias políticas, querida Elvira, por lo demás ninguna inzanjable, pero en esto yo soy su calco: “Suelo ser refractaria a lo abstracto y mi mente, en cambio, se abre generosamente cuando lo emocional interviene. Nunca se me dieron mejor las matemáticas que cuando el profesor me mostró simpatía, nunca leí o escribí con más pasión que cuando la profesora apreciaba mi esfuerzo. Necesito relacionar la teoría con la vida, encontrar una razón sentimental, si se quiere, y si no lo logro, me desvinculo”: tal cual. ¿Bach? ¿La física de partículas? ¿Ulises?... Qué va: ¡CHRISTOPH WILLIBALD GLUCK y la prodigiosa DW con su VISIÓN FUTURO y el siempre entrañable STEFAN ZWEIG y…!

 

983. Como en esto mi vida sí que ha cambiado entre cuando fui niño y feliz y ansioso enfermizo por conocerlo todo y a todos y hoy, cuando lo único que me motiva verdaderamente son los animales y el sexo de que ando prácticamente ayuno, me pregunto si ante la carestía en imparable ascenso desde la pandemia lo aquí descrito por el maestro vuelve a cobrar vigencia o si, por el contrario, la inundación a manos de los chinos de los mercados con sus baratijas de estrenar y botar sigue siendo la norma… también en el tercer mundo: “A ver, uno está donde están sus zapatos. Otra cosa es que sus zapatos le parezcan los de otros. Yo salí al mundo con los zapatos de mi hermano mayor porque a él se le habían quedado pequeños. Les habían hecho mil intervenciones quirúrgicas e iban donde ellos querían más que donde quería yo. Me recuerdo caminando mientras miro aquellos zapatones que parecían que acababan de llegar de la guerra y me doy lástima. O sea, que lo de sentirse en los zapatos de otro es, con mucha frecuencia, literal. De la literalidad al sentido figurado no hay más que dos pasos porque los seres humanos estamos hechos para la figuración. En un abrir y cerrar de ojos, convertimos el mundo real en un teatro calderoniano. En ese gran teatro, donde todos somos actores, a mí me tocó salir a escena con un calzado ajeno. Años más tarde, cuando reuní las condiciones para adquirir unos zapatos propios, unos zapatos a estrenar, ninguno me caía bien porque, dado que la horma hace al pie como el hábito hace al monje, mis pies ya no eran los míos, sino los de mi hermano. Me compré unos mocasines maravillosos, que, según el vendedor, me quedaban ‘como un guante’, aunque lo cierto es que le quedaban como un guante a los pies de mi hermano, que ya se murió, pobre, de ahí que tenga yo los pies tan fríos, tan yertos y tan pálidos”. ¿Puede usted creerme, gran Juanjo, que salvadas algunas diferencias mi hermana ya muerta y mi hermano aún vivo encarnan el desamparo de Zahra y Ali, los protagonistas de ‘Los niños del cielo’? ¿Y que si usted se daba lástima con los zapatones que se vio obligado a heredar de su hermano yo, por culpa de otros que heredé no recuerdo de quién, pasé la que tal vez ha sido y será la mayor vergüenza de mi vida toda?: desahogo 527.

 

984. A mí me producen una lástima indecible los iletrados de la realidad más cruda del primer mundo que en el tercero se la figuran como los ríos de leche y miel en los que ni ellos ni su descendencia podrán nunca abrevar:

 

“Un hombre, uno más que no tiene dónde caerse muerto. Esta expresión, la de caerse muerto, se pronuncia muy a la ligera, pero nos estremeceríamos si reparáramos en su literalidad. Significa que, llegado el momento, uno ha de buscarse la vida (valga la paradoja) para expirar en un rincón un poco íntimo. No hay moritorios públicos, digamos, a ningún Ayuntamiento se le ha ocurrido que los sin techo (y las sin techo, puto genérico con discapacidad), cuyo número crece como la espuma en las sociedades desarrolladas, además de un lugar donde hacer sus necesidades (tampoco hay baños públicos), necesitan morir, a veces con urgencia. ‘Y a ver dónde me echo a palmar’, se preguntarán algunos y (algunas) sin interrumpir el tráfico, que es sagrado.

Un desastre de organización, en fin, por parte de quienes nos gobiernan, que contrasta con la sensatez del pobre de la foto, que se ha echado a dormir (o a morir) justo debajo del escaparate donde se exhibe un magnífico lecho desocupado. No sabemos quién sueña a quién, si el indigente al lecho o el lecho al indigente…”.

 

Claro que vaya y venga que los pobres de solemnidad de la Colombia de todos los tiempos -que no han hecho más que aumentar en la Colombia del Esperpetro- se figuren lo que se figuran de los Estados Unidos y el Canadá, de Europa y la España de Pedro Sánchez, nombre y hombre tristemente célebres que no les dicen nada. ¿Pero y los que alardean de viajar impenitentemente por aquí y por allá, sólo para fotografiarse comiendo lo que comen estén aquí o allá y sin ver nada que se halle fuera del perímetro de sus narices? Y pensar que con leer a Millás y a algunos otros se ahorrarían el dinero que malgastan de forma tan miserable, y al planeta sus trashumancias bípedas.

 

985. ¡Las palabras que andaba buscando, a priori en vano!: “Para encontrar las cosas, lo mismo que para encontrar a las personas, hay que dejar de buscarlas. De ahí que las llaves perdidas aparezcan al poco de que hayamos hecho un duplicado. De ahí también que el adolescente no vuelva a casa el sábado por la noche hasta que sus padres, rendidos, se duermen en el sofá. El hijo pródigo regresa cuando le dábamos por muerto. […] El mundo se te entrega cuando renuncias a él. La vida se te ofrece cuando no te interesa. […] Dejemos, pues, de buscar las llaves, de buscar las gafas, de buscar el amor, de buscar a los difuntos en los rostros de aquellos o aquellas con los que nos cruzamos en la calle. Y sentémonos a esperar a que den con nosotros, que ya es hora”. Cuando yo resuelva renunciar definitivamente al mundo y a la vida gracias al cianuro de potasio que a tres metros de donde esto escribo aguarda impertérrito, ¿de qué putas me va a servir que el muy cabrón, la muy cabrona se me entreguen y ofrezcan, si ya no voy a estar para mofarme de ella, de él? ¡Pero si yo lo único que quiero es… es… es pichar como pichaba en mis veinte, en mis treinta e incluso durante parte de los cuarenta, con o sin amor por medio! ¿Resulta entonces demasiado pedir que la suerte venérea no se me agote tan pronto y como consecuencia, le endilgo yo, de la puta tecnología que me desarraigó del aula antes de tiempo? ¿Que me engañe diciéndome que no deseo de mente y cuerpo volver a ver a A. M. C., a A. A. C., a L. M. V., a P. A. P. L. juntas y por separado? ¡Eso no, eso nunca! Pero gracias de todas maneras por el consejo, maestro.

 

986. ¿Cuánto más tiempo se van a tardar la ciencia y la historia en nominar esta era que infesta y sepulta al planeta bajo millardos y más millardos de gigatoneladas de inmundicia y desperdicios como Edad del Plástico, la ropa desechable y la Chatarra Tecnológica?

 

987. Del mismo modo y en la misma medida en que los terroristas yihadistas de Hamas son los responsables primarios de la reacción infame e inmisericorde del terrorismo israelí, que aprovechó la degollina del 7 de octubre de 2023 para hacer con los gazatíes y los cisjordanos lo que de otra forma no se habría atrevido a hacer, de los crímenes antisemitas que se perpetren en cualquier parte del globo a partir de esa fecha van a ser culpables, en primer grado, Netanyahu y los terroristas sionistas que lo secundan en la limpieza étnica o el genocidio o el holocausto que se sienten legitimados para adelantar, lo cual será a su vez aprovechado por el antisemitismo de viejo y de nuevo cuño para desfogar su odio ciego en contra de cualquiera que sea o al que se sindique de judío. Toda una lástima que una mayoría apabullante de los palestinos y de los judíos de bien no comprendan que el enemigo más peligroso que tienen no reside en la casa de enfrente, sino en la propia.

 

Adenda: otra ironía de la realidad, que jamás anda escasa de ellas: el parecido fonético de los vocablos -y lo mucho que se asemejan en su radicalismo y vesania- yihadismo y sionismo.

 

988. Cafiche ya que no profesor; un Junta o un Pantita en su burdel a falta de aulas con mojachas que las alegren: de verdad que me lo voy a pensar muy en serio.

 

989. Todo judío de bien dentro de Israel y en la diáspora debería estar hoy fungiendo de Yair Golan para denunciar cara al mundo lo que el mundo ya sabe pero se empeña en fingir que no, y sólo con un propósito: que la historia no los retrate y los equipare con sus verdugos alemanes del Holocausto. Los que guarden silencio frente a los crímenes que perpetran Netanyahu y sus carniceros tendrán bien merecida la condena que de su cobardía o indiferencia haga la posteridad.

 

990. Escribió Caparrós un muy merecido panegírico sobre el hombre coherente que fue el presidente del Uruguay entre 2010 y 2015, que tituló ‘Guerrillero, rehén, presidente, filósofo: la vida inmensa de Pepe Mujica’. Ojalá alguien de la estatura de Martín escriba, y no tras su muerte sino en vida de estotro “canalla de las buenas causas”, una diatriba titulada ‘Drogadicto-dipsómano, megalómano, subpresidente incendiario, vanílocuo: la vida farsante de alias el Esperpetro’.

 

Adenda: me descentra toda esa rabia innecesaria que en cambio destila usted, hermano, sobre la memoria del campechano Bergoglio en ‘El cuento del Buen Papa’ si, al fin y al cabo, el discurso y las maneras del pontífice argentino tanto se parecían a los de Mujica. Contra el que, no es difícil imaginarlo, un odiador de las guerrillas latinoamericanas arremetería en su columna de opinión con idéntica parcialidad a la que usted emplea para juzgar a Pachito. Quien, dicho sea de paso, me cae tan bien como el Pepe.

 

991. Me preguntó un alumno de los que no se enteran y por eso lo de alumno, que qué significaba ‘erostratismo’, sustantivo que aparecía no una sino tres veces en el artículo que debían leer con vistas a un debate para la clase siguiente. Por toda respuesta le dije que buscara en las noticias del 28 de abril de 2023 y posteriores un ejemplo inmejorable para el significado de aquel término, así como para la joyita que lo inspiró. ¿Que habitamos la ‘era del aprendizaje autónomo’, machacan no pocos forofos de la fe en el género degenerado?

 

992. Un marrano comiendo ponqué: cualquier pastora o pastor otrora pobres de solemnidad que, a fuerza de timar necesitados de alucinaciones religiosas, van hogaño vestidos de Louise Vuitton y con oro hasta en los dientes, los muy chabacanos. Explíqueles usted, Londoño, el porqué de la supremacía de la católica sobre cualquier iglesia del globo y no se diga la evangélica o protestante o cristiana tan chillona y estridente: “Uno puede cuestionar el dogma, dudar de la rectitud de la Iglesia y hasta de la bondad de Dios, pero sus rituales son fascinantes. La semiótica del blanco, del morado, del rojo y del negro, los anillos de piedras rutilantes, tan grandes como los pecados que expían, los cordones de oro, los crucifijos bizantinos que rematan báculos sarmentosos de plata, símbolos esotéricos bordados en fajas y estolas, un boato fashion, una gravedad sacra, cantos gregorianos y fugas de Bach, milenios de sangre, misterio y poder, la arquitectura cifrada de las catedrales, las gárgolas al borde del cielo, las enormes cúpulas apoyadas sobre sí mismas -como la fe-, los sahumerios y las plegarias ascendiendo por las cascadas de luz de los vitrales, la casi tangible presencia de la divinidad”: me temo que se quedaron en las mismas, hermano.

 

993. ¿Qué es la vida humana, la de todos salvo la de los incapacitados para fingir y simular, lo sepan o no? Es El astillero de Juan Carlos Onetti.

 

994. ¿Que los que ambicionan fama y reconocimiento artísticos no me creen cuando afirmo que no me inquieta en absoluto saber de antemano que lo que he escrito está destinado al olvido más rotundo desde su mismísima concepción? Problema suyo. ¿O que si por ejemplo Karl Ove Knausgard estuviera firmando libros tras una charla, allí nomás en el Centro Cultural y de Convenciones de Cajicá, habría ido a oírlo mas no intentado abrirme paso hasta él para decirle cuánto lo admiro? Problema suyo. De él y mía, en cambio, esta convicción que explica mis reticencias: “Esa mezcla de lo más elevado, como puede ser la literatura, y lo más bajo y ruin es típica del ambiente de escritores, y no es tan extraño: en pocos lugares las personas arriesgan tanto de ellas mismas para recibir tan poco a cambio”. Como quien dice: para mantenerse en lo elevado de este arte, bien como lector bien como lector-escritor, se debe prescindir de todo lo que implique zalemas y besamanos y genuflexiones y zalamerías, prodíguense o recíbanse con más, o menos, sinceridad. Y de ahí que tanto admire yo la figura del autor ermitaño.

 

995. Que se queda corto en achaques de dignidad si se lo compara con este en que usted me hace reflexionar, hermano: “…Así era. Había vendido mi alma doblemente, no era peor que eso, estaba ya en la cumbre. Si uno mostraba su deseo de estar en la cumbre y bañarse en su brillo, entonces no se estaba en la cumbre, porque sólo se estaba en la cumbre si la integridad seguía intacta y uno decía que no. No a los periódicos, no a la televisión, no a fiestas y eventos. Sólo se estaba en la cumbre diciendo que no a la misma cumbre, porque, de hecho, había personas a las que no les importaba, que completamente al margen de todo festejo se encontraban en soledad en un lejano valle escribiendo su prosa insistente, enojada e intransigente, por ejemplo, y que preferiblemente ni siquiera la enviaban a ninguna editorial, sino que la enterraban en algún lugar del bosque y empezaban a escribir la siguiente obra”. Figúrese usted los portentos narrativos de rebeldes anónimos que se habrán abortado antes siquiera de trasvasarse al papel o quemado o rasgado, y todo porque a sus autores les disgustaba o aun horrorizaba verse de repente aupados a la fama y en el centro mismo del debate: ¿cómo los llamamos? ¿Le parece bien escritores nonatos? El caso es que los siguientes en orden descendente desde la cumbre serían los que publican en blogs y en editoriales tan fantasmas como ellos y sin que hagan el más mínimo esfuerzo por contactarse con editores o escritores de prestigio que les echen una mano, y los ermitaños tipo Dickinson y Pynchon y Salinger, y los grandes muy grandes como usted o Vargas Llosa o García Márquez que tienen mucho que decir y no se hacen rogar demasiado para decirlo, y en el fondo del insondable barril de la dignidad los escribidoresflordeundía pagados de sí y de la academia, que los infla a fuerza de crítica y teorías enrevesadas. Me cuenta si le surgen reparos para esta tipología o si cree que se me quedó alguien por fuera.

 

996. Me pidieron que definiera la cabeza del Esperpetro, y el discurso que de ella emana, en sólo tres palabras: cajón de sastre.

 

997. Hoy, 30 de mayo de 2025, con dos guerras mediáticas en curso a cuál más cruenta y despiadada, con un mundo que se tambalea y teme las amenazas que encarnan los psicópatas (Trump, Putin, Netanyahu, Xi y la bazofia política de que cada cual se sirve a su antojo) que se lo disputan para subyugarlo y quedárselo o repartírselo, son la Ucrania de Zelenski en primerísimo lugar, la Unión Europea y un puñado de países garantes de las libertades individuales los llamados, tras armarse y proseguir armando a los ucranios convenientemente, a honrar este discurso del valiente y bondadoso Toby Shandy:

 

“-…¡Oh, hermano! Para un soldado,-recibir laureles es una cosa,-y otra muy distinta sembrar cipreses. […]

-Para un soldado, hermano Shandy, una cosa es arriesgar la propia vida,-ser el primero en caer sobre la trinchera enemiga, donde sabe que lo van a hacer pedazos;-una cosa es, por espíritu patriótico o por sed de gloria, atravesar la brecha en primer lugar,-mantenerse en primera línea y avanzar valerosamente al son de trompetas y tambores y entre un flamear de banderas:-una cosa es, digo, hermano Shandy, hacer esto;-y otra muy distinta reflexionar sobre los horrores de la guerra,-contemplar la desolación de naciones enteras y considerar las intolerables penas y fatigas que el propio soldado, instrumento de toda esta destrucción, se ve obligado (por seis peniques diarios el día que consigue cobrarlos) a padecer. […]

-Porque, ¿qué es la guerra? ¿Qué es, Yorick, cuando, como la nuestra, se lleva a cabo en defensa de unos principios de libertad y honor?-¿Qué es sino la unión de gentes pacíficas e inofensivas que empuñan la espada con el solo propósito de mantener a raya a los ambiciosos y turbulentos?”

 

Allá los mezquinos de extrema derecha y de extrema izquierda de Occidente que exoneran de responsabilidad a los soldados israelíes o rusos que, obedeciendo las órdenes de los asesinos que los gobiernan y comandan, bombardean, sitian y matan a destajo, con o sin mala conciencia, a civiles inermes: a bebés, niños, discapacitados, mujeres y ancianos. Y a los europeos y aliados que acaso tengan que librar una guerra futurible en contra del presente eje del mal, mi conminación a que se rijan por la ética de que son portadoras las palabras del tío de Tristram y el ejemplo ético de que dan fe los soldados que repelen en el campo de batalla la invasión ideada y ordenada por el bicho del Kremlin.

 

998. Para mis amigos mamagallistas de La Luciérnaga que hoy dirige Gabriel de las Casas y para mis amigos mamagallistas de la mejor versión de Sábados Felices que es la de Humberto El Gato Rodríguez, vayan estas palabras de un precursor de su noble y salutífero oficio:

 

“-…Bien: en lo que respecta al humor, poco tengo que decir en su cargo;-tan poquísimo en verdad que (a menos que se considere motivo suficiente para su acusación el ser el causante de que yo me pase diecinueve de las veinticuatro horas del día montado sobre un largo bastón haciendo el indio), por el contrario, tengo mucho,-mucho que agradecerle: me has hecho recorrer alegremente la senda de la vida a pesar de llevar sobre mi espalda todas las cargas (a excepción de las preocupaciones) que ésta comporta; en ningún momento de mi existencia, que yo recuerde, me has abandonado, y tampoco has teñido jamás los objetos que se me cruzaban en el camino ni de sable ni de un verde enfermizo; cuando estuve en peligro, doraste mis horizontes con esperanza, y cuando la muerte en persona llamó a mi puerta,-le rogaste que volviera en otra ocasión; y lo hiciste en un tono de tan alegre y despreocupada indiferencia que ella llegó a dudar de su misión:

-‘Aquí debe de haber algún error’, dijo…”.

 

Noble porque lo ennoblecen un tal Cervantes y un tal Sterne -entre decenas de inmortales que podría citar-, y salutífero porque a sus beneficiarios, muchos de ellos como yo emponzoñados por el odio que nos suscitan los malditos con poder y las mezquindades colectivas de la especie, la vida se nos torna, desde luego que gracias a ustedes, más llevadera o más feliz según el caso.

 

999. “Hace más ruido un árbol que cae que un bosque que crece”: doce palabras que se las arreglan para explicar óptimamente el hecho de que lo que cunda no sea el buen ejemplo sino el malo; que la desvergüenza y la grosería en la política sean de lejos más mediáticas y exitosas que la circunspección y las buenas maneras; el auge descomunal de las redes concebidas para ser sociales pero al cabo devenidas en fecales; el retorno de el fascismo disfrazado de nacionalpopulismo de izquierda y de derecha; el lenguaje barriobajero, mafioso y futbolero que al menos en español se habla hoy prácticamente en todos los ámbitos; el sueño de tantos jóvenes de convertirse, en detrimento de la formación exigente y rigurosa, en ‘influencers’ que cosechen likes y millones ojalá en un abrir y cerrar de ojos; los coqueteos de muchos de esos muchachos desinformados -ojalá fueran sólo ellos los temerarios- con lo más peligroso y repulsivo de la política actual y, para no prolongar las quejas ad infinitum, que tantos padres y madres y docentes hayan renunciado, en aras de un facilismo y un paternalismo desmedidos, a la ardua si bien gratificante labor de educar como Dios manda.

 

1000. Pero y ¡qué se le agrega a la completitud ¿más consumada?!:

 

“-Bendito sea el lazo que une nuestros corazones al unísono o algo así […]. Me gustaría saber qué es ese lazo… El lazo que nos une en este momento es la fricción mental de uno contra otro. Y, aparte de eso, poco lazo hay entre nosotros. En cuanto nos separamos decimos cosas horrorosas de los demás, como todos los puñeteros intelectuales del mundo. En realidad toda la puñetera gente, si vamos al caso, porque todo el mundo hace igual. O, si no, nos separamos y ocultamos todo el desprecio que sentimos los unos por los otros diciendo piropos de mentira. Es algo curioso que la vida intelectual parezca tener las raíces hundidas en el desprecio, un desprecio inefable e inconmensurable. ¡Siempre ha sido así! ¡Mirad a Sócrates, en Platón, y toda la banda que le rodeaba! Puro desprecio, una tremenda alegría en destrozar a quien sea… ¡A Protágoras o a quien quiera que le tocara el turno! ¡Y Alcibiades y todos los demás cerdos de discípulos echándose de cabeza a la pelea! Tengo que decir que le hace a uno preferir a Buda, sentado tranquilamente bajo un árbol, o a Jesús contándoles a sus discípulos pequeños cuentos de catequesis, pacíficamente, sin fuegos artificiales de intelectual. No, hay algo radicalmente equivocado en la vida intelectual. Está basada en el desprecio y la envidia, la envidia y el desprecio. Conoceréis el árbol por sus frutos.”

 

Que, amén del desprecio y la envidia, de la envidia y el desprecio, a la vida intelectual -y a la que en absoluto lo es- la define en idéntica medida el servilismo más ramplón o, si prefieren, la ramplonería más servil de los capaces de lustrarles los zapatos con la lengua a los artistas que veneran y con igual devoción a la que profesa un cristiano por su pastor o un católico con el papa. Afortunadamente, a los chabacanos de una cosa y de la otra los redime la decencia de los que leen o asisten a conciertos y recitales o visitan museos o rezan y oran sin estridencias admirativas de ninguna índole.

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