viernes, 10 de enero de 2025

Desahogos polifónicos que pensaban ser póstumos, todos breves o muy breves (X)

841. “Pero todo paraíso terrenal esconde sus serpientes”: ojalá lo hubieran entendido, por acá, los once millones y unos cientos de miles que votaron por la sibilina paz total del Esperpetro, y los setenta y tres millones que en los Estados Unidos recién le dieron un sí rotundo al ‘Make America Great Again’ de la vaca naranja. Ellos y sólo ellos, desde luego que junto con los que se abstuvieron, son y serán los directos responsables de las consecuencias (vernáculas en un caso y globales en el otro) en absoluto prometedoras de los desvaríos políticos de este par de megalómanos igual de insustanciales que los tiempos que corren.

 

842. Que por favor, me pide el maestro, le ayude a difundir esta reflexión suya entre mis connacionales y yo, escéptico y desganado pero admirado de su fe en las palabras, le digo que con mucho gusto: “…Aquí hay un malentendido: como descriptor del poder, Maquiavelo es brillante -por eso es el padre de la politología-, pero como prescriptor del poder es una calamidad: la historia muestra que no es el fin el que justifica los medios, sino los medios los que justifican el fin, y que el fin más noble se emponzoña si los medios usados para obtenerlo son ponzoñosos. […] Si el fin justifica los medios, todo está justificado y se impone la dialéctica schmittiana amigo-enemigo, típica del populismo: contra el enemigo, todo; contra el amigo, nada (aunque mienta o se corrompa). ¿Los jueces imputan a nuestros enemigos? Justicia. ¿Los jueces nos imputan? Laufare. Las reglas rigen para los enemigos, pero no para nosotros, que somos los buenos y podemos jugar sucio. […] Necesitamos políticos que no nos mientan ni nos engañen, cuya palabra tenga valor, políticos que acepten luchar con una mano atada a la espalda, que jueguen limpio, que respeten las reglas, respeten a sus adversarios y nos respeten. Necesitamos políticos íntegros. Necesitamos” Antanas Mockus y Humbertos de la Calle Lombanas. “Así se acaba con la antipolítica”.

 

843. Resulta tan inverosímil cuanto cierto que, tras casi cinco siglos de producción científica a todo vapor, aún no exista en la academia la convicción generalizada de que si el arte y la ciencia se concertaran en un ambiciosísimo propósito educativo los beneficiados de tal matrimonio serían millones y millones de gente del común, para la que intentar siquiera acercarse al discurso científico está fuera de toda posibilidad, entre otras cosas porque ni la belleza ni la eficacia comunicativa cuentan entre quienes se pasan la vida en un laboratorio o en un observatorio. E insisto con el perdón de todos esos hombres y mujeres a quienes tanto les debemos: las reticencias y los recelos, cuando no la ausencia de ambición divulgativa, no se originan entre el grueso de los artistas en relación con la ciencia sino entre el grueso de los científicos en relación con el arte, que, siempre expectante y codicioso de nuevos asombros, jamás se encierra en sí mismo para mirarse el ombligo:

 

“En sus cuadernos de notas, Leonardo parece casi obsesionado por penetrar en la realidad física, y no diferencia entre lo humano y lo material, lo vivo y lo muerto, todo lo quiere describir, captar, entender. ¿Cómo es posible que se encuentren fósiles de conchas y de animales marinos en las cumbres de las montañas? ¿Por qué las personas mayores ven mejor de lejos? ¿Por qué el cielo es azul? ¿Qué es el calor? Quiere describir las causas de la risa y del llanto. Qué es el estornudo. Qué es el bostezo. La epilepsia, los espasmos, la parálisis. ¿Qué significa temblar de frío y sudar? ¿Qué es el cansancio, el hambre, la sed? Quiere describir el principio del ser humano en el útero y por qué un feto de ocho meses no vive. Quiere describir qué músculos desaparecen cuando una persona engorda y cuáles aparecen cuando adelgaza. Se pregunta por qué las manchas de la luna cambian cuando se observan a través del tiempo, y lo explica diciendo que las nubes que suben de los lagos de la luna se colocan entre el sol y los lagos, y roban los rayos del sol al agua, que así permanece oscura, incapaz de reflejarlos. Todas sus observaciones y especulaciones tienen como punto de partida lo que ve con sus propios ojos y sólo eso. El mundo que Leonardo describe es un mundo sin trascendencia, pero no parece cerrado, al contrario, porque no sólo lo que mira rebosa de riqueza, sino que la propia mirada también es tan nueva que todo lo que ve, incluso el sol y la luna, los ríos y las riberas, parece participar de la frescura y nitidez de lo nuevo. El viejo mundo, con su vertiginosa trascendencia, está ausente por completo, y sin embargo es visible mediante la voluntad de la nueva mirada. Poco o nada de aquello de lo que se desprende está expresado, pero existe en el sentimiento del propio desprendimiento, que es de libertad.

Curiosamente, las pinturas de Leonardo me parecen ajenas por completo a ese sentimiento, son obras de arte, es verdad, pero están a la vez algo saturadas; el sentimiento vital es de armonía y esclarecimiento, tal vez tenga que ver con eso su técnica de redondear las formas y en cierto modo dejarlas deslizarse y deshacerse en el entorno, sin perder a la vez plenitud y solidez, pero también la regularidad en las composiciones, tan perfectas que se vuelven emoción y un poco vagas. No abro los ojos de par en par ante un cuadro de Leonardo como hago cuando leo sus notas. Supongo que se debe al simple hecho de que como pintor se encontraba en una tradición, miraba con los ojos de la tradición y pintaba con la técnica de la tradición, mientras que como anatomista, biólogo, físico, geólogo, geógrafo, astrónomo e inventor se encontraba solo. ‘Las lágrimas no vienen del cerebro, sino del corazón’, escribió. O, como en una de sus muchas extrañas profecías: ‘Los muertos saldrán de sus sepulturas transformados en volátiles y asediarán a los otros hombres, robándoles el alimento de sus propias manos y en sus mismas mesas (Las moscas)’. Ese tono, ese temperamento no carente de locura…”

 

Aventuro aquí que (y pido perdón de antemano si, adelantados los estudios pertinentes, los resultados arrojaran que mi intuición andaba desencaminada) si se contara con datos fiables y precisos sobre qué porcentaje de anatomistas, biólogos, físicos, geólogos, geógrafos, astrónomos e inventores de renombre están genuinamente interesados en el arte y qué porcentaje de pintores, poetas, escultores, músicos, arquitectos, dramaturgos y novelistas de renombre están genuinamente interesados en la ciencia, los números favorecerían con largueza a éstos y no aquéllos. Sin embargo, como con los muchachos de pregrado está todo por hacer, someto a la consideración de quienes tienen la potestad de hacer lo que corresponda para que el diálogo lo sea de veras y fluya en ambas direcciones la propuesta de que a los estudiantes de ciencias se les impartan un par de cursos de artes y a los de artes un par de cursos de ciencias, con la mira puesta en que por ejemplo durante la próxima pandemia a los negacionistas les cueste un poco más su misión de muerte, o en que millardos de Homo insatisfactus dejen de aplaudir como idiotas a los que abierta y decididamente niegan el cambio climático cuando no, en su defecto, de como idiotas graduar de héroes de la lucha contra la destrucción del planeta a simples y vulgares vociferantes por el estilo de Lula da Silva y Gustavo Petro.

 

844. ¿Que la pintura nos está vedada a los ciegos, piensan los profanos muy cultos, cultos y semicultos, y no se diga los ciegos, natos y devenidos? ¡Ay si leyeran, unos y otros, la maravilla de descripción que acabo de leer y releer a propósito de ‘La dama del armiño’! ¿Que en dónde, que de quién? ¡Pues en… y de…!

 

845. “El arte es una herida hecha luz”: lo comprende como nadie el marrano que acaba de desembolsar seis millones doscientos mil dólares por ‘La banana en la pared’ de… como se llame el avivato.

 

846. Medioevo Científico y Tecnológico:

 

“Encuentro que Schopenhauer tiene razón cuando dice que los humanos no venimos del mono, sino que vamos hacia el mono. Hasta ahora parecía que nuestra diferencia con el mundo de los simios consistía en que los humanos tenemos la capacidad de ensimismarnos, de volver la mirada hacia adentro de nosotros mismos hasta crear una conciencia en la que el ego se reconoce como individuo; en cambio el mono es incapaz de reflexionar, vive alterado, siempre pendiente de estímulos exteriores, con los ojos en permanente reacción ante todo lo que se agita fuera de su cuerpo. A eso vamos. Un ciudadano recién levantado de la cama, mientras se afeita en el cuarto de baño, se reconoce ante el espejo como humano, pero, de pronto, recibe un mensaje en el móvil: ¿No te has enterado? A continuación, en su cerebro recién reseteado por el sueño penetra el último chisme, el último bulo, la última gansada que ha soltado cualquier idiota más o menos famoso. Recién salido de la ducha este ciudadano comienza a sentirse sucio por dentro, atrapado por las redes, que le obligarán a mirar el móvil durante el día tantas veces como el mono mira cómo se mueve cada hoja de los árboles. Las escasas opiniones inteligentes y sensatas, las noticias contrastadas que oirá por la radio o la televisión le llegarán envueltas en una cantidad de mierda insoportable, como si el mundo ya estuviera en manos de millones de cretinos que tienen un poder omnímodo en los dedos para verter en el aire todo lo que anida en su bajo vientre, insultos, insidias, odios, mentiras, exabruptos. El ciudadano se llevará esta basura a la cama cada noche para reciclarla con la oscuridad del sueño. Está cerca el día en que la evolución de la especie dará el gran salto. Mientras el ciudadano esté en el baño con la cara enjabonada le llegará el mensaje. ¿No te has enterado? La noticia la acaba de dar The New York Times y se ha hecho viral en todo el planeta. No se habla de otra cosa. Resulta que ya hay un mono que ha aprendido a afeitarse” (Manuel Vicent).

 

Salta pues a la vista que vivimos tiempos de gran confusión y caos -los contradictores vocacionales dirán que todos lo han sido-, empeorados por el hecho de que en cada persona conectada desde sus dispositivos a la red hay un potencial propalador de infundios y desinformación, y de ahí el creciente bullicio y la imparable pugnacidad que nadie sabe cómo gestionar. Ese desconocimiento sin solución a la vista, así como -entre muchas otras- la realidad descrita en la cita, son lo que me lleva a afirmar aquí que discurrimos por una segunda Edad Media -con el perdón del prístino Medioevo, tan en paz (por comparación) al menos con el planeta- si bien científica y tecnológica, que anda por sus albores. Al rigor de los historiadores corresponde determinar sus orígenes y estudiar a fondo, transcurrido el tiempo que haya menester, sus implicaciones y pormenores. Que ya aterran.

 

847. Oyendo desatinar al estudiante del cuento de Wilde respecto del ruiseñor que “con la sangre de” su “propio corazón” tiñó la “rosa roja” que el ingrato ambicionaba para una igual de ingrata que él, me digo que entre los animales y nosotros, aun entre ellos y los que los amamos por sobre todas las cosas, media un abismo de incomprensión y grandeza, de misterio e impenetrabilidad que nunca nadie, ni nada nunca, va a poder asfaltar.

 

848. Serán tales el grosor y la adherencia del pringue ambiental que esta receta suya, de cuyos miríficos efectos yo fui beneficiario durante veinticinco años más o menos, se me antoja hoy por hoy ineficaz: “…’De niños qué sucios íbamos, pero qué limpios éramos’, dice el poeta. Con la edad sucede lo contrario: aunque nos lavamos todos los días por fuera, nos sentimos muy sucios por dentro, debido a que tal como vienen los naipes uno se ve obligado a respirar la podrida atmósfera política, a oír, leer y soportar envueltas en un odio mediático innumerables sandeces sin que pueda hacer nada para impedir que este cúmulo de basura se te meta por todos los poros hasta las entrañas. Si quieres estar a salvo de semejante inmundicia, la única solución consiste en aprender a ducharse por dentro. He aquí una fórmula segura. […] Después de darte una ducha de Bach puedes elegir unos versos de Rimbaud. ‘Sobre el tranquilo remanso donde las estrellas duermen, / como una gran flor de lis la blanca Ofelia flotaba’. Coloca cada una de estas palabras bajo la lengua para que se disuelvan con la saliva en la sangre y se conviertan en carne de tu carne. Basta con desearlo. La música será la lluvia que te limpiará por dentro, los versos serán el masaje que la liberará por todos los poros del cuerpo”. Haga usted de cuenta, venerable maestro Vicent, un ex sacerdote que, perdida su fe de antaño, no quiere ni puede renunciar a la lectura diaria de las Escrituras: el único asidero que no le permite hundirse en el tremedal de mierda que amenaza con tragárselo.

 

849. Leo ‘El amigo fiel’ de Wilde y la primera pregunta de muchas que se me agolpan en el magín es qué porcentaje de la humanidad representa a Hugos molineros con todas sus letras, cuál a auténticos pequeños Hans y cuál a seres que pueden ser una cosa o la otra dependiendo de qué circunstancias. Se me pasa la tarde barajando posibilidades por el estilo de en qué profesión debe de ser en la que abunden de lejos los Hugos molineros o si acaso exista alguna en la que los pequeños Hans sean la norma, a cuántas de las personas que creo conocer de veras podría tildar de una cosa o elevar a la otra y, claro, en dónde me ubico dentro de aquella clasificación.

 

Adenda(s): desconozco si para cuando Wilde publicó este cuento el término psicópata ya figuraba en su vocabulario, pero lo cierto es que esta criatura fictiva suya, este hijo de la grandísima puta llamado Hugo que su genialidad literaria y profuso a la par que profundo conocimiento del alma humana le permitieron edificar sí que lo es. Sigo juntando, como bien lo pueden apreciar ustedes, pacientes y paradigmas psiquiátricos de papel para un eventual curso en una especialización en lo uno -psiquiatría- o en una maestría en lo otro -literatura-. Si llegan a saber de posibles interesados… Ay si mis amigos los partidarios del suicidio asistido y de la eutanasia leyeran: ¿desconocer que tienen en la dulce y prudente Virginia que ayudó a morir a sir Simón de Canterville a una aliada y precursora de su vocación, ella sí filantrópica?

 

850. ¿Pero es que se empeña Wilde en derruir certezas débiles que en mí alumbraban, como por ejemplo la de que la escuela de ayer, y por ayer me refiero a la anterior a mayo del 68 fue, con todo y sus pecados, menos nociva -en el peor de los casos- o insustancial -en el mejor- que esta de hoy, colonizada por el ridículo y moralizante discurso de la mamertosfera? ¿Acaso nunca ha habido escuelas que dignifiquen la educación, sino a lo sumo buenos educadores y maestros inolvidables que las rescatan de la ignominia? Lean esta hermosura titulada ‘El príncipe feliz’ para que se hagan cargo de mi desconsuelo.

 

851. ¿Quiere usted entender de verdad a qué grado de imbecilidad ha descendido la izquierda más pacata e ideologizada de Occidente, tan culpable la pobre del auge actual de su comadre la extrema derecha aquí -en El Salvador de Bukele y la Argentina de Miley- y allá -en los Estados Unidos de Trump y pronto pronto en gran parte de Europa-? Con un ejemplo vernáculo le basta: “La ‘apropiación cultural’ de una uchuva” tituló el profesor Moisés Wasserman este artículo con vocación de posteridad.

 

Adenda: y ya que estamos, lean también de Wasserman en El Tiempo ‘Normas y travesuras’ para que así calculen la magnitud del daño del prohibido prohibir que, desde mayo del 68 se ha venido enseñoreando, sin tregua, de cada vez más escuelas y hogares y ciudades y países en los que impera la democracia; una democracia que, en sus versiones más frágiles y desvaídas, fomenta el todo vale y la lenidad punitiva en hasta el último estamento de la sociedad.

 

852. “Entre el poderoso y el ciudadano corriente hay una asimetría ética. El ciudadano puede insultar al poderoso y decirle que se vaya, pero el poderoso no puede hacer lo mismo. Un insulto directo del presidente llamándolo nazi o asesino es un acto de intimidación que coarta su libertad de expresión. El presidente se puede defender con argumentos, pero no puede intimidar”: demasiado que esperar de un sujeto que se forjó a sí mismo en las sentinas del terrorismo guerrillero. Que sepan pues el Esperpetro y los tarambanas con que se empeña en descuadernar la frágil democracia que en mala hora lo aupó al poder que aquí sigo, aullándole a la luna y vertiendo en la inmensa soledad de mi blog todo este desprecio que por ellos y los de la otra orilla profeso. Y un mensaje para el doctor Sergio Fajardo Valderrama: cuente desde ya con mi voto pero desde ya entérese de que su primer lugar en las recientes y ridículas -por extemporáneas- encuestas de intención de voto para 2026 durará lo que las promesas del Esperpetro a, entre muchos otros timados por el granuja, las feministas y los científicos. Qué: ¿nuevamente el mismo tono conciliador, la misma estrategia que busca y consigue no incomodar a nadie? ¿No le parece que existen mejores formas de perder -y hacérselo perder a otros- el tiempo? Un saludo cariñoso.

 

853. ¿Y si su añoranza, gran Karl Ove, como la mía consistiera en el deseo en su situación inconfesable del fin definitivo e inapelable del antropoceno, por inconducente? Porque yo sí sueño, hermano, con un cataclismo de proporciones insospechadas que no deje piedra sobre piedra o encéfalos maquinando reconstrucciones ni partidas desde cero y ni siquiera el más mínimo recuerdo de que el cero alguna vez existió.

 

854. Cada que la gente habla de la “transparencia”, de la necesidad de ser “transparentes” refiriéndose, en primerísima medida, a los políticos aunque también a los esposos, los empleadores y los empleados, los hijos y los padres, los amigos y los amantes, yo no puedo por menos de reírme de su candidez de pequeños Hans o de su cinismo de Hugos molineros: ay si yo le contara en confesión a usted, estimadísimo y admiradísimo Millás, las truculencias que a esta mente mía en ocasiones le da por ponerse a cebar para luego dejarlas morir de física hambre, o de olvido en alguno de sus cuartuchos infectos. Bendigo el sistema límbico con que me obsequió Fortuna y que me ha mantenido hasta hoy -ya se verá mañana- apartado de materializar nada de todo aquello, que siempre ha tenido sus perpetradores: “…pues no hay personaje al que no le guste, de vez en cuando al menos, ejercer de persona y viceversa. Todos en algún grado experimentamos esa confusión: el problema es cuando alcanza niveles patológicos. En cualquier caso, a la sombra hay que tenerla atada y bien atada. Conviene, para ello, moverse por espacios soleados, pues en la oscuridad se pierde. En la oscuridad, no tenemos ni idea de aquello a lo que se dedica nuestra sombra. De ahí que a mister Hyde, que era el doble perverso del señor Jekyll, le gustaran los callejones menos iluminados del Londres de la época. La sombra se mueve como pez en el agua por la estrechez de las habitaciones sin ventilar, en la angostura de los ascensores cerrados, en el interior maloliente de los aseos públicos. El cuento de Peter Pan empieza con el empeño del crío en coserse la sombra a los pies. No confíes en que vaya a tu lado de forma voluntaria: pégatela con superglue, que se rompa las piernas al huir. Mejor que se destroce ella que tú. Y procura no ser muy normal porque ese exceso, el de la normalidad, suele amparar las condiciones más oscuras”: las de, entre infinidades más, un par de sepulcros blanqueados de sendas iglesias llamados Íñigo Errejón -de la wokebuenista hiperpacata- y Darío Chabarriaga -de la muy católica, apostólica y romana-.

 

855. “Cuando a alguien le duele tu dolor, duele menos”: a este que soy lo aflige el de cada Mutlu Kaya y Dilek Kaya que a diario, en Turquía México Colombia Francia o la Cochinchina, mueren o ven destrozadas sus vidas a manos de frustrados violentos y cobardes que no toleran el rechazo o una ruptura unilateral; el colectivo de las iraníes y las afgánas víctimas de las cavernas misóginas que las humillan y las esclavizan con la anuencia de millardos -mal contados ocho-; el de…

 

Adenda: como listarlos todos resultaría demasiado dispendioso para una mañana de domingo que agobia y abruma, remito al interesado improbable a que se eche una pasadita por los ochocientos cincuenta y cuatro desahogos precedentes, en donde sin falta podrá dar con la información que el tedio me disuade de suministrar completa.

 

856. ¿Quieren ustedes saber cómo divagan los grandes del oficio (no los Pedros Camacho a fin de cuentas tan respetables, y por descontado que tampoco las medianías empingorotadas e infladas por la academia, sino los grandes)? ¡Ahí les va!: “Hay algo siempre en la casa de nuestros amigos, un pequeño detalle, una lámpara, una mesa, un adorno, que nos causa verdadero espanto o que encaja mal con la idea que tenemos de él. Supongo que lo mismo ocurrirá con la casa de uno. Quizá por eso ha comprendido uno que ese amigo no haya querido jamás mostrarle dónde vive ni las cosas de las que se ha rodeado durante toda su vida, pues sabe que pese a todas las apariencias, eso tampoco es su vida. Más aún: eso, menos que nada, es su vida. ¿Cómo serían las habitaciones donde vivió Pessoa? ¿Habría en ellas algo bonito y acogedor? ¿No hemos visto donde vivía Machado en Segovia? En cierta ocasión leí que alguien había sentido una gran decepción al reparar en los calcetines que usaba el viejo y admirado poeta, el primer día que lo conoció. Y sin embargo, si verdaderamente conocía la poesía de ese hombre, debía saber de antemano que sus calcetines iban a ser de esa manera y no de otra. ¿Por qué escandalizarse de unos calcetines si todos nosotros permanecemos unos instantes cada día en paños menores? Incluso, con un poco de suerte, sentados en el retrete. No sé qué me ha traído a todo esto. Quizá la súbita admiración redoblada hacia aquellos hombres a quienes ni la caspa ni las casas horribles ni los calcetines grises impiden llevar a cabo una obra llena de belleza, incontestable y pura”.

 

El corolario deslumbra de tan potente: nadie que como Abe y yo -y tantos otros que en estos precisos momentos desfilan por mi recuerdo- tenga por costumbre y hábito malsano invitar recién conocidos, allegados, supuestos amigos o aun amigos de toda una vida o “del alma” a la casa donde uno vive solo o acompañado, debería hacer ningún alarde de conocer el barro de que están hechas las infamias en que es tan diestro y a las que resulta tan proclive el Homo insatisfactus. Que, en retribución a las atenciones del anfitrión, de él y su familia se burla con otros que como él cultivan la maledicencia o denigra la comida o el trago que se le sirvió o comete verdaderas villanías a espaldas de quien en mala hora le franqueó la puerta de su hogar: desde robar dinero o joyas hasta seducirle la hija o el marido al incauto o a la incauta, pasando por escatologías múltiples que ninguna falta hace pormenorizar aquí. Y es que si me apuran, uno en la vida real tendría que conducirse como, por sólo poner un ejemplo, el Sebald sin familia ni domicilio de Los anillos de Saturno o de Los emigrados y no como el Karl Ove de Mi lucha que, con totales generosidad y desaprensión, instala en su casa y en su vida, entre su familia y sus libros, en medio de sus pensamientos más íntimos y personales y sus reflexiones formidables de escritor gigante a ese perfecto desconocido que es el lector. Un lector que, como el árbol de millardos de ramas de que forma parte, se nutre de los jugos de lo más noble e innoble de que son capaces sus congéneres. Yo, maestros Trapiello y Knausgard, espero nunca llegar a defraudar la confianza que sin saberlo resolvieron depositar en mí cuando me franquearon el ingreso en sus casas y en sus vidas. Y a mis amigos y allegados de carne y hueso que aún lo son o que algún día lo fueron, un perdón inconcreto pero sentido en los casos en los que haya podido incurrir en bajezas o ingratitudes por el estilo de las referidas.

 

857. Tras centenares de desahogos y decenas de reflexiones algo menos breves publicados en este blog, se me antoja que llegó la hora de someter al lector asiduo -uno solo conozco- a una prueba decisiva cuyo resultado le permitirá saber si ha perdido tiempo y energía y por ende debe desistir o si, por el contrario, uno y otra han rendido sus frutos y sólo de él depende determinar si el ejercicio sigue mereciendo la pena. Que lea este colofón de un muy buen artículo de prensa -todos los suyos lo son- y concluya, mediante el o los argumentos que juzgue de rigor, de cuáles de los nombres de columnista de prensa que se pueden rastrear en éstas y en aquéllos no pudo provenir en definitiva la palmaria verdad de sus palabras:

 

“…¿Se puede decir, por ejemplo, que Putin es un tirano y un autócrata, que su régimen es represivo, plutocrático, autoritario y dictatorial? ¿Se puede decir que Ucrania es una nación soberana que lleva siglos intentando serlo? Sí, se puede decir. Y a la vez se puede reconocer la hipocresía y la abyección de las potencias occidentales, con Estados Unidos y Alemania a la cabeza, su decadencia, la perversidad y la estupidez de muchos de sus métodos.

¿Se puede decir que Hamás es un grupo sanguinario y terrorista, uno de los peores flagelos (como si hicieran falta) del pueblo palestino en su historia? Sí, se puede y se debe decir. Y a la vez se puede” y se debe “reconocer que el régimen de Israel comete crímenes contra la humanidad y deshonra al pueblo judío, su historia de dolor y sufrimiento en la que se forjó su identidad, allí donde anidó su Dios que fue su verdadera patria y su razón de ser.

Sí se puede, no estamos obligados a vivir con los dilemas fatales de los fanáticos. Allá ellos y su mundo, pobres, pero el nuestro no tiene por qué ser ese. No les demos ese triunfo” (¿que no se lo demos?, ¡pero si se lo tenemos dado desde… determínelo usted, maestro, quien no por nada es el gran historiador que es!).

 

Adenda: de las respuestas que recibí -demasiado pocas en todo caso-, sólo una casi que conquistó la calificación máxima. Suministró todos los nombres que debía suministrar pero dejó por fuera el del doctor Moisés Wasserman, quien por una muy puntual razón -de la que ya se ha ocupado este blog al menos en un par de ocasiones- debía figurar en toda respuesta que ambicionara la excelencia.

 

858. Me dijo la otra tarde una ex alumna a la par que amiga desde que tuve la dicha de ser su profesor, con el desconsuelo de quien reconoce demasiado tarde que se dejó timar como un párvulo, que le parecía muy triste que el Petro por quien votó en 2022 no hubiera hecho nada en absoluto desde la presidencia, a lo cual yo le respondí que estaba muy equivocada puesto que el sujeto aquel sí que había hecho y lo que había hecho lo había hecho a sabiendas. Le dije que endilgarle inocuidad a su personalidad del todo nociva equivalía a la falta de ética del médico que, consciente del daño que un medicamento le va a ocasionar a un enfermo, se lo prescribe para evitarse el engorro de seguirle un tratamiento dispendioso que de veras lo alivie o siquiera lo mejore. Y lástima que no había leído esto todavía, pues una copia enmarcada sí que le habría obsequiado aprovechando que es diciembre:

 

“…A cierto tipo de petrista impresionable le priva esa facultad del Presidente de mezclar ‘todo en todas partes al mismo tiempo’, como reza el nombre de un largometraje famoso de 2022. La consideran una marca de inteligencia superior.

Pero la mezcolanza conceptual ejemplifica, en realidad, todo lo que está mal con su gobierno: la falta de estrategia, el adanismo, la improvisación y la nula autocrítica, que es también la vanidad de creer que las propuestas, al igual que sus parrafadas tuiteras, no necesitan ser editadas antes de expulsarlas al mundo.

Aquel petrista candoroso cree además que basta con que Petro hable para que ocurran cosas. Es una prueba de cuánto ha divinizado a su líder, pues solo Dios, según la Biblia judeocristiana al menos, es capaz de crear por medio del verbo. A nosotros los mortales nos toca esforzarnos un poco más.

Y por eso, por esa combinación de desprecio por lo material, lo concreto, lo práctico, lo funcional y lo existente, y de sobrestimación de lo ideal, lo utópico y lo ideológico -representada en barrocas catedrales de palabras-, es que el país enfrenta crisis paralelas en salud, educación, energía, seguridad, ética y finanzas estatales. Pues la cabeza de una instancia del poder público llamada Rama Ejecutiva debería distinguirse por su capacidad para ejecutar más que su capacidad para discursear…”.

 

Ojalá, Anita querida, el esfuerzo de transcribir parte de esta reflexión de Thierry Ways te sea de mayores provecho y eficacia que aquella reflexión en el aula con la que intentaba mostrarles por qué un populista no va a devenir, por muchas promesas y juramentos que haga tallados en piedra o con la mano desplegada sobre la Biblia, ni por todo el pensamiento mágico y desiderativo con que el ávido de oír milagrerías y promesas irrealizables aliñe los discursos de campaña del farsante, ningún estadista y demócrata y respetuoso del disenso y las diferencias. Y salúdame por favor a Bruno y a Lupita. Claro: por supuesto que también a Martín, Eduin y doña Carmen.

 

Adenda: pero si por alguna razón aquel viejo amor político como que revive, dale jaque mate con estas otras perlas del impresentable: “…Si alguna vez nuestro conflicto tuvo raíces ideológicas, hoy descubrimos que la ideología es un comodín que puede hacerse a un lado cuando llega la hora de unirse alrededor de lo que realmente importa: el acceso al poder. No nos sorprenda, entonces, que surjan alianzas entre antiguos enemigos, no por la paz, que tanto cacarean, sino para garantizarse mutuamente ese acceso. Todo mientras, bajo las consignas de la ‘paz total’ y la ‘vida’, el país se llena nuevamente de grupos armados. A los que también les llegará el momento de ser acogidos por la Colombia del ‘cambio’, donde hay fila preferencial para violentos y exviolentos. En tanto que los demás estamos cada día más arrinconados por un Estado rapaz en lo tributario e incapaz de garantizarnos la seguridad. Hay que volverlo a decir: mientras que, por un lado, exjefes de las Farc están en el Congreso, exparamilitares intercambian sombreros vueltiaos con el Presidente y jóvenes reciben dinero por ‘no matar’; mientras que a ningún grupo armado se le niega una mesa de diálogo y al Eln se le ruega que por favor, por favorcito, no vuelva a poner volquetas bomba, para que podamos seguir platicando; mientras que para los asesinos todo es mano tendida, en el oficialismo se regocijan de que el expresidente que más combatió a los violentos esté bajo juicio; a los empresarios se los trata de esclavistas y oligarcas; a las periodistas, de ‘muñecas de la mafia’; a los medios de comunicación se los equipara con Goebbels, y al petróleo y el carbón, productos legítimos de exportación, se los iguala con la cocaína. La expresión ‘inversión de valores’ se queda corta ante este desquicie moral” del que muy pocos que con su voto le insuflaron vida aprenderán la lección para no volver a incurrir en el dislate nunca jamás. Me alegraría saber que tú vas a ser una de ellos. Pero si no, con que interiorices el significado del sustantivo inocuidad me doy por satisfecho.

 

859. “Uno de los rasgos definitorios de la política actual: el divorcio absoluto entre ética y política, la maquiavelización de la política (entendiendo a Maquiavelo como un prescriptor y no como un descriptor, que es como no hay que entenderlo), la idea de que, en política, lo único que cuenta son los resultados y no cómo y quién y de qué manera se consiguen. ‘Gato negro o gato blanco, da igual: lo importante es que cace ratones’, decía Deng Xiaoping” y yo me quedo pensando que en los tiempos anteriores al internet, tan sumamente cercanos y pese a ello tan distantes en el recuerdo, los que vivíamos en republiquetas corruptas, como esta desde la que escribo, idealizábamos a ese primer mundo que en cuestión de décadas -que en cuestión de avances tecnológicos- se ha transformado ante nuestro pasmo en otro especimen del mismo caos que creíamos exclusivo del subdesarrollo. Y me formulo una pregunta sin respuesta: ¿eran de verdad avanzadas mental y conceptualmente las sociedades que en otras y en estas latitudes nos vendían por tales, o simples y románticos constructos colectivos que probaron su insolvencia ante los primeros embates a gran escala de los enemigos de la democracia? ¿O acaso me van a decir que cagados dieciséis años -los transcurridos entre el 2008 y el 2024- justifican el tiempo que se necesitaba para derruir los supuestos fuertes cimientos sobre los que se erigían las sociedades que tuvimos tantos por modélicas? ¿Que en menos de dos décadas, personas hechas y derechas, con hijos ya criados y un historial laboral respetable y por supuesto que también estudios universitarios y aun nietos y bisnietos, iban a perder el norte y a sumarse al entusiasmo que el nacionalpopulismo consiguió despertar entre muchos de los más jóvenes y bisoños? La fresa que corona el pastel: los arrumacos de, por ejemplo, las democracias sueca y finlandesa con la extrema derecha. ¿Qué se puede esperar cuando la sal se corrompe?

 

Adenda: en ‘Deus ex machina’ van a encontrar, muchachos que todavía no la han cagado con su voto por ninguna de las extremas, todos los argumentos que necesitan para que se libren de la estupidez en que incurrieron muchos de sus coetáneos que eligieron a Bukele en El Salvador, al Esperpetro en Colombia, a Miley en la Argentina o a Trump en los Estados Unidos. Léanlo y reléanlo que, entre una cosa y la otra, no se les va más de una hora o un par a lo sumo. Les aseguro que no les va a alcanzar la vida para agradecérselo a Irenita.

 

860. “Curiosamente, personas que se definen como inconformistas, rebeldes e indómitas, dicen preferir un liderazgo de ordeno y mando. En la vida cotidiana nos molesta que nos dicten lo que debemos hacer, pero nos deslizamos fácilmente al espejismo del gobernante fuerte y sin contemplaciones. Nuestro anarquista interior, que asoma ante la mínima exigencia ajena, debería protegernos de caer en quimeras despóticas”: para mentiras descaradas, la de una mayoría de los colombianos que, según la encuesta de que se trate se definen, en cifras que van de un cuarenta y pico a un cincuenta y pico por ciento de los encuestados, del centro más moderado y tibio del espectro pero cuyos votos jamás respaldan ni con mucho a los candidatos que encarnan aquella forma de entender y practicar la política. Y de ahí que los Sergios Fajardo y los Antanas Mockus y los Humbertos de la Calle Lombanas aparezcan siempre como ganadores cuando nada está en juego y como los perdedores de siempre cuando los gritos y las malas artes de los impresentables, que tanto enfervorizan al grueso de los electores, lo copan todo. Lo primero, su ilusión en perpetua búsqueda de milagrerías y promesas irrealizables con que, desde luego, ningún candidato serio y decoroso los va a engatusar.

 

861. Desde siempre, es decir desde que cumplí los 18 años que me habilitaban para votar, los calenturientos de la izquierda y de la derecha indecentes -por algún decente de uno y otro bando sí que habré votado-, con los que me divierto haciéndolos rabiar -como si costara ningún trabajo-, me afean la indolencia de que con mi voto por lo general en blanco en las segundas vueltas presidenciales los indeseables -los otros indeseables- puedan hacerse con el poder o retenerlo. Confieso que, hasta agosto de 2022, optaba por esbozar un rictus despreciativo al tiempo que me alzaba de hombros. Pero a partir de hoy, me comprometo a fingir que me los tomo en serio y por toda respuesta pienso remitirlos, consciente de que pierdo mi tiempo miserablemente, a un artículo que Juan Gabriel Vásquez tituló ‘Esta gente que no gusta de las cifras’: ojalá a ustedes les sea en cambio de provecho.

 

862. Una gran ventaja sí que les saco a los ciegos y a los videntes con oído de reguetonero (me callo el porcentaje, que me ahorra insultos): sé diferenciar entre el dolor con y sin lágrimas, las risas susurradas y estridentes, la sorpresa y el asombro, la compasión y la solidaridad genuinos de los de atrezo, lo que me convierte en un polígrafo sintiente que, sólo si le da la gana, divulga sus impresiones.

 

863. ¿Que “los espejos y la cópula son abominables, porque multiplican el número de los hombres”? Pues han de saber ustedes que la vida que me tocó en suerte está, por designio de una ceguera congénita, desprovista de la más mínima necesidad de a ellos asomarme pero en cambio demasiado urgida de la segunda abominación, cuya escasez actual como que me está volviendo loco. Converso con mi nieto adolescente o sea Z y mi desquiciamiento quiere desmadrarse: ¿Cómo?, ¿Que no vuelve al colegio analógico porque prefiere uno virtual?, ¿pero es que me habla en serio?, ¿y acaso las muchachas enfundadas en sus analógicas jardineras, la fantasía venérea por excelencia de este que tiene delante, no significan nada para mijo?, ¿entonces para cuándo el sexo si no es para ya mismito? Y, extenuado de impotencia y angustia, me regodeo en la esperanza de que su apatía carnal -o lo que yo juzgo como tal- lo preserve y me preserve y preserve al planeta de lo único verdaderamente abominable en la cita del sabio.

 

864. Siento una gran debilidad, un gran cariño, maestro Muñoz Molina, por quienes como usted son capaces de reconocer errores y equivocaciones, de entonar mea culpas sin subterfugios ni atenuantes, de asumir las responsabilidades de sus actos sin invocar la comprensión o la absolución ajenas que tanto se exigen y tan poco se dispensan:

 

“En cada acto de militancia cotidiana hay una sospecha latente de futilidad. ¿De qué sirve esforzarse en gestos individuales que van a tener un efecto nimio o nulo en el discurrir de las cosas, arrollados por fuerzas incontrolables, por designios políticos y económicos que lo avasallan todo? Uno lee y escucha la crecida de la grosería ambiente y se esmera en expresarse con precisión y mesura y en guardar las formas. Quien ha vivido en sociedades de costumbres ásperas y separaciones de hielo entre las personas sabe agradecer la cortesía verdadera de un vecino que saluda mirando a los ojos o de un empleado público o un vendedor que se dirige a uno con amabilidad. Uno se esfuerza en comportarse con decencia en las ocasiones diarias de la vida, y cuando tuvo que educar a sus hijos supo el trabajo que costaba convertir en hábito cosas tan simples como no tirar cosas por la calle, no dar un golpe al cerrar las puertas, no gastar cantidades irresponsables de agua en la ducha. Inculcar altos valores abstractos sin duda es meritorio, pero yo creo que la única manera honrada y tal vez efectiva es con el ejemplo, y educar en una conciencia aguda de los propios actos, del beneficio o el daño que pueden causar.

Como muchas personas de mi generación, me crié con grandes ideales de emancipación universal que con mucha frecuencia no tenían reflejo alguno en la vida práctica, en la simple realidad de las cosas. Admiraba regímenes que en nombre de la justicia aplastaban a la inmensa mayoría de sus súbditos, y en nombre de la igualdad reservaban todo el bienestar a la minoría dirigente, y en nombre de la soberanía colectiva de la clase trabajadora practicaban el mayor culto a la personalidad de un déspota que había existido nunca antes en la historia. La misma discordancia se reproducía en el ámbito de las militancias que entonces se llamaban ‘de base’ y en el de las vidas privadas. En organizaciones presuntamente igualitarias, las mujeres quedaban por debajo de los varones, y en las facultades por las que yo me movía lidercillos de tres al cuarto, poseedores de una retórica palabrera y sofista, actuaban como donjaunes cinegéticos con maneras de sultanes de harén, y envolvían en fulminantes argumentos teóricos impulsos tan antiguos como la soberbia, la vanidad, la pura ambición de poder. A la propensión doctrinaria de origen marxista se sumaban las coartadas que el mayodelsesentayochismo facilitaban a los grandes caraduras. ¿Qué mujer -y en ocasiones varón- iba a ser tan estrecha y reaccionaria que les negara a ellos la satisfacción de sus deseos soberanos? ¿No quedábamos en que estaba prohibido prohibir?

[…] Me examino a mí mismo y pienso con remordimiento en las veces que me sentí autorizado por mi condición de escritor para eludir responsabilidades familiares de las que no habría podido escapar si no fuera hombre.

Así que con los años se ha fortalecido en mí un recelo instintivo hacia las grandes palabras y construcciones teóricas, y una voluntad de fijarme no tanto en lo que las personas dicen, sino en lo que hacen. Y procuro aplicarme a mí mismo esta regla que podría llamarse de militancia práctica, y que, a diferencia de la teórica, se ejerce a cada momento de la vida, y no en la lejanía de los ideales, sino en la proximidad de lo diario. Hay que ponerse en guardia contra lo que Charles Dickens, en Casa desolada, llama ‘filantropía telescópica’, refiriéndose a una dama victoriana que vive en un sufrimiento permanente y virtuoso por los nativos en las colonias de África, y a la vez trata a patadas a los sirvientes de su casa.

[…] Para que todos tengan lo necesario hará falta que los privilegiados tengan, tengamos, un poco o bastante menos de todo”: antes que nada y primero que todo, hijos.

 

Preguntaba por estos días Eliane Brum ‘¿Por qué no conseguís luchar?’ y yo, maestro, me sentí tan abatido como cada que en la DW o en otro de los medios que frecuento veo reportajes, documentales o simples notas sobre gente anónima que dedica cada día de sus vidas no al “activismo climático” de los que se toman por asalto un museo y embadurnan cuadros o se tumban en una carretera sino a restaurar o preservar ecosistemas y a salvar de la extinción a especies enteras y a tantas cosas maravillosas a las que yo, maldita sea, desearía también consagrarles vida, esfuerzo y dinero. Que por qué no lo hago, se estará preguntando usted y yo le respondo: porque soy un testarudo ignorante digital que no sabe cómo establecer relaciones tecnológicas como no sean los mensajes en una botella que arrojo a la nada de este blog, provistos de mi número de contacto (3 16 5 18 90 24), en la esperanza de que algún Quijote o Dulcinea climáticos me recluten para sus luchas, aunque todo infructuoso hasta el momento.

 

Pero pasando a otra cosa, admiradísimo don Antonio, me gustaría que supiera la honda impresión que obró en mí un párrafo en particular de esta columna suya que, a priori, me atrevería a ubicar entre las cinco mejores del 2024. Hablo de aquel en el que usted condensa, con la elocuencia que lo caracteriza, el devenir contradictorio y arbitrario de esa izquierda que yo también sufrí en mi calidad de estudiante y de profesor de universidad pública donde, se lo aseguro, poco ha cambiado y, lo que ha cambiado, ha cambiado para mal: la cuasi desaparición del rigor en que se fundamentaban muchas de las prácticas de selección y evaluación que tanto respeto llegaron a conferirles a esas instituciones. En las que hoy se siguen escenificando, sólo que magnificadas, las desmesuras más impresentables de la politiquería en general y de la socialbacanería esperpetrista hogaño en el poder en particular: todo muy desconsolador si bien previsible.

 

865. “Hay personas que son como agentes químicos: modifican la vida de otros. Es un don. Algo enigmático. Lo hacen sin proponérselo”: dos veneros en donde pueden ustedes dar con no pocas de tales encarnaciones de los imprescindibles que predican con el ejemplo. Busquen en la insuperable DW ‘Enfoque Europa’ y en el Canal Caracol ‘Los Informantes’ para que vean cómo, en apenas una hora y media de las ciento sesenta y ocho que tiene una semana, la mente y el corazón se les limpian en gran medida de la infinita inmundicia social y política del entorno, que ya es el globo.

 

866. Cada que un circunstante o un interlocutor empieza a machacar la tabarra infinita de los que glorifican las virtudes morales y humanas de sus antepasados o aun de sus tiempos mozos, a hurtadillas me tapio los oídos e invoco al sabio: “¡Oh, dioses inmortales, entre qué clase de gente estamos!”.

 

867. Dígamelo a mí, Tristram amigo, Shandy hermano, que cuando estoy aquí en Mariquita tengo tres a mano y en un entorno idílico y silencioso, pero que cuando estoy en Bogotá, esa encarnación del caos global presente que ni en sus peores sueños usted habría podido imaginar, daría lo que fuera por poder trasladarme hasta aquel oasis en que mi oído exulta con el chapoteo de los peces y demás polifonías de la naturaleza:

 

“Bien: por nada del mundo podía mi padre purgar en la cama este disgusto,-y tampoco podía llevárselo arriba como había hecho con el otro;-así que, con gran serenidad, se fue con él hasta la nansa.

Si mi padre hubiera reclinado la cabeza sobre una mano y se hubiera pasado una hora razonando acerca de qué camino tomar,-la razón, con todo su poder, no habría sido capaz de guiar sus pasos con mayor acierto: las nansas, señor, tienen algo;-aunque de qué se trata, eso se lo dejo a los constructores de sistemas y a los cavadores de nansas para que lo averigüen ellos;-pero efectivamente, en dar un paseo sereno y sosegado hasta una nansa hay algo, un no sé qué de tranquilizador que disipa tan eficaz como inexplicablemente los arrebatos de mal humor-que a menudo me he preguntado cómo es que ni Pitágoras, ni Platón, ni Solón, ni Licurgo, ni Mahoma, ni ninguno de los legisladores más célebres dice nada acerca de ellas.”

 

Con que lo sepamos usted, su papá y seguramente el bueno de Toby, yo y unos pocos más es más que suficiente pues si la turbamulta viajera se llega a enterar de mi pequeño paraíso me lo invade y destruye, como todo lo que la marabunta bípeda invade y destruye desde hace décadas por donde pasa y ahí sí, adiós a la única pizca de serenidad y sosiego que me va quedando. Ah, y lo del adverbio ‘inexplicablemente’ sí que no procede hoy, y de ello puede dar fe un ensayo de Mike Goldsmith que lleva por título ‘Discorde’. Afortunados todos los que, como los Shandy y los Sterne de cualquier época, se libraron del pandemonio de los decibelios que no conocen tope.

 

868. A ver: que yo lea a Gamboa, Londoño, Ospina, Lindo, Wasserman y otros más cuyos silencios que otorgan o posturas políticas resultan (siempre, ocasionalmente o casi siempre) inmorales y por ende insostenibles, se debe a la calidad de sus aportes y debates en otros asuntos pero jamás a que yo los equipare a los con creces independientes y objetivos; es decir, a las únicas voces imprescindibles del periodismo de opinión con que dialogo y de que me nutro:

 

“El argumento más común que se oye de los apologistas del Kremlin es que la causa de la invasión no fue la mente enfermiza de Putin sino la amenaza de Occidente, concretamente la de Estados Unidos, timón de la temible OTAN.

¿De veras hay gente que cree que existía, o existe o existirá la posibilidad de que los 32 países de la OTAN se pongan de acuerdo en invadir Rusia? ¿O incluso que Putin y sus compinches, la gente más mentirosa del mundo, se lo creen? ¿De veras piensan que librar una guerra que ha causado las muertes de cientos de miles es una necesaria garantía de seguridad para una potencia capaz de acabar con el planeta Tierra, si quiere?

Cuando me irrito con gente que repite estas bobadas me responden a veces que ‘todo el mundo tiene el derecho a su opinión’. No. No todo el mundo tiene derecho a su opinión. Esta es una de las grandes falacias de la era de las redes sociales. Que la opinión de cada individuo es sagrada. No lo es. Si no tienen la más remota idea de lo que hablan, si se basan en la última banalidad que vieron en Tiktok, no. Yo no voy a decirle a un físico que la teoría de la relatividad es un colosal fraude, una ficción judía, por ejemplo. Que él no me diga una similar idiotez sobre la guerra de Ucrania…”.

 

Vaya y venga -opino- que un putas de la ciencia a la par que imbécil de todo lo demás me salga prorruso y prochino, lo cual equivale a enfervorizado recalcitrante del sur global con todo lo que de bazofia humana y política contiene. ¿Pero que se atrevan las Lindo y los Ospina y los Londoño y los Gamboa a callar y pasar de largo o a justificar al invasor mientras miran para otro lado cuando de lo que se trata es del poder creciente de una y otra potencia en el otrora patio trasero de los Estados Unidos de América? Les parecerá muy normal y conforme a derecho que los rusos envíen flotillas de barcos y submarinos nucleares a La Habana o que operen centros de espionaje en Nicaragua, Venezuela y Cuba y que los chinos, con su cara de yo no fui, amplíen cada vez más su injerencia económica y política con la infraestructura que por aquí construyen, al tiempo que vigilan a Taiwán con el celo y la paranoia con los que vigila el talibán a las afganas. Porque ha de saber usted, John amigo, Carlin hermano, que a estos cuatro opinantes, y a los demás por el estilo que usted conozca, no les molestaría en absoluto un nuevo orden mundial bajo la égida del xiputinismo y con un Occidente relegado, en el mejor de los casos, al papel de comparsa y, si me apura, al de humillado sirviente del nuevo imperio. Con eso sueñan y en eso se solazan si bien se abstienen de expresarlo abiertamente: tontos no son -ellos no- como para no saber que la apuesta es bastante riesgosa y arriesgada.

 

Adenda: ya se me figuran las cabriolas retóricas que estos y otros admiradores de Putin van a tener que ensayar ahora que Trump empieza a amenazar con tomarse por asalto el Canal de Panamá, Groenlandia y hasta Canadá, y con cambiarle el nombre al golfo de México por el de golfo de América. ¿Cómo van a justificar el imperialismo de su invasor frente al de momento verbal de la vaca naranja?: los líos de congraciarse con los malos de una película y mostrarse indignados con los de otras.

 

869. Yo, que hoy (2 de enero de 2025) todavía tengo la dicha de tenerla viva y en pleno uso de sus facultades físicas y mentales prometo, maestro Javier Cercas, cada que me sienta abrumado por su inexorable proceso de envejecimiento, leer esta hermosura suya titulada ‘Testamento’, que todos los hijos con la mejor madre del mundo podemos apropiarnos sin remordimientos ni escrúpulos de autoría intelectual pues su señora madre, como mi Orfi y todas las madres maravillosas que en el mundo son y han sido, avalarían sin ambages la indelicadeza (claro que intuyéndolo a usted tan generoso como me lo figuro, el permiso está concedido de antemano). Y prometo -te lo prometo a ti, Orfilita entrañable- persistir en el empeño de no desperdiciar la más mínima oportunidad de seguir ahondando en tu vida y a ser posible también en la de Abe, quien en cambio sí se me murió con todos sus secretos y vivencias de niño, de adolescente y de hombre joven y soltero prácticamente intactos, lo cual impide que siquiera sueñe con intentar reconstruirlos a fin de completarme a mí mismo.

 

870. Leo ‘El famoso cohete’ de Wilde y me entrego con ahínco a la tarea de recordar, uno a uno, los pelmazos pagados de sí a los que en una o en muchas ocasiones les toleré lo que hoy no le toleraría a nadie que no fuera una pesada con la que me quiero acostar: que me sometan, a veces durante horas, a oír su cháchara o sus insustancialidades intelectuales que consideran únicas. Comienzo: A. M., N. E. E., J. G. S., L. I. B. y N. r., pero me quedo desconcertado porque habría jurado que sumaban mucho más de cinco. Me paro, estiro las piernas, doy un paseo por el apartamento y le sigo dando vueltas al asunto en busca de nuevos nombres que no comparecen porque simple y sencillamente no hay más. Concluyo entonces que el desconcierto lo explica el elevadísimo grado de toxicidad de sus respectivas e incontenibles locuacidades. 

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