841. “Pero
todo paraíso terrenal esconde sus serpientes”: ojalá lo hubieran entendido, por
acá, los once millones y unos cientos de miles que votaron por la sibilina paz
total del Esperpetro, y los setenta y tres millones que en los Estados Unidos
recién le dieron un sí rotundo al ‘Make America Great Again’ de la vaca
naranja. Ellos y sólo ellos, desde luego que junto con los que se abstuvieron,
son y serán los directos responsables de las consecuencias (vernáculas en un
caso y globales en el otro) en absoluto prometedoras de los desvaríos políticos
de este par de megalómanos igual de insustanciales que los tiempos que corren.
842. Que
por favor, me pide el maestro, le ayude a difundir esta reflexión suya entre
mis connacionales y yo, escéptico y desganado pero admirado de su fe en las
palabras, le digo que con mucho gusto: “…Aquí hay un malentendido: como
descriptor del poder, Maquiavelo es brillante -por eso es el padre de la
politología-, pero como prescriptor del poder es una calamidad: la historia
muestra que no es el fin el que justifica los medios, sino los medios los que
justifican el fin, y que el fin más noble se emponzoña si los medios usados
para obtenerlo son ponzoñosos. […] Si el fin justifica los medios, todo está
justificado y se impone la dialéctica schmittiana amigo-enemigo, típica del
populismo: contra el enemigo, todo; contra el amigo, nada (aunque mienta o se
corrompa). ¿Los jueces imputan a nuestros enemigos? Justicia. ¿Los jueces nos
imputan? Laufare. Las reglas rigen para los enemigos, pero no para nosotros,
que somos los buenos y podemos jugar sucio. […] Necesitamos políticos que no
nos mientan ni nos engañen, cuya palabra tenga valor, políticos que acepten
luchar con una mano atada a la espalda, que jueguen limpio, que respeten las
reglas, respeten a sus adversarios y nos respeten. Necesitamos políticos
íntegros. Necesitamos” Antanas Mockus y Humbertos de la Calle Lombanas. “Así se
acaba con la antipolítica”.
843. Resulta
tan inverosímil cuanto cierto que, tras casi cinco siglos de producción
científica a todo vapor, aún no exista en la academia la convicción
generalizada de que si el arte y la ciencia se concertaran en un ambiciosísimo
propósito educativo los beneficiados de tal matrimonio serían millones y
millones de gente del común, para la que intentar siquiera acercarse al
discurso científico está fuera de toda posibilidad, entre otras cosas porque ni
la belleza ni la eficacia comunicativa cuentan entre quienes se pasan la vida
en un laboratorio o en un observatorio. E insisto con el perdón de todos esos
hombres y mujeres a quienes tanto les debemos: las reticencias y los recelos,
cuando no la ausencia de ambición divulgativa, no se originan entre el grueso
de los artistas en relación con la ciencia sino entre el grueso de los
científicos en relación con el arte, que, siempre expectante y codicioso de
nuevos asombros, jamás se encierra en sí mismo para mirarse el ombligo:
“En sus
cuadernos de notas, Leonardo parece casi obsesionado por penetrar en la
realidad física, y no diferencia entre lo humano y lo material, lo vivo y lo
muerto, todo lo quiere describir, captar, entender. ¿Cómo es posible que se
encuentren fósiles de conchas y de animales marinos en las cumbres de las
montañas? ¿Por qué las personas mayores ven mejor de lejos? ¿Por qué el cielo
es azul? ¿Qué es el calor? Quiere describir las causas de la risa y del llanto.
Qué es el estornudo. Qué es el bostezo. La epilepsia, los espasmos, la
parálisis. ¿Qué significa temblar de frío y sudar? ¿Qué es el cansancio, el
hambre, la sed? Quiere describir el principio del ser humano en el útero y por
qué un feto de ocho meses no vive. Quiere describir qué músculos desaparecen
cuando una persona engorda y cuáles aparecen cuando adelgaza. Se pregunta por
qué las manchas de la luna cambian cuando se observan a través del tiempo, y lo
explica diciendo que las nubes que suben de los lagos de la luna se colocan
entre el sol y los lagos, y roban los rayos del sol al agua, que así permanece
oscura, incapaz de reflejarlos. Todas sus observaciones y especulaciones tienen
como punto de partida lo que ve con sus propios ojos y sólo eso. El mundo que
Leonardo describe es un mundo sin trascendencia, pero no parece cerrado, al
contrario, porque no sólo lo que mira rebosa de riqueza, sino que la propia
mirada también es tan nueva que todo lo que ve, incluso el sol y la luna, los
ríos y las riberas, parece participar de la frescura y nitidez de lo nuevo. El
viejo mundo, con su vertiginosa trascendencia, está ausente por completo, y sin
embargo es visible mediante la voluntad de la nueva mirada. Poco o nada de
aquello de lo que se desprende está expresado, pero existe en el sentimiento
del propio desprendimiento, que es de libertad.
Curiosamente,
las pinturas de Leonardo me parecen ajenas por completo a ese sentimiento, son
obras de arte, es verdad, pero están a la vez algo saturadas; el sentimiento
vital es de armonía y esclarecimiento, tal vez tenga que ver con eso su técnica
de redondear las formas y en cierto modo dejarlas deslizarse y deshacerse en el
entorno, sin perder a la vez plenitud y solidez, pero también la regularidad en
las composiciones, tan perfectas que se vuelven emoción y un poco vagas. No
abro los ojos de par en par ante un cuadro de Leonardo como hago cuando leo sus
notas. Supongo que se debe al simple hecho de que como pintor se encontraba en
una tradición, miraba con los ojos de la tradición y pintaba con la técnica de
la tradición, mientras que como anatomista, biólogo, físico, geólogo, geógrafo,
astrónomo e inventor se encontraba solo. ‘Las lágrimas no vienen del cerebro,
sino del corazón’, escribió. O, como en una de sus muchas extrañas profecías:
‘Los muertos saldrán de sus sepulturas transformados en volátiles y asediarán a
los otros hombres, robándoles el alimento de sus propias manos y en sus mismas
mesas (Las moscas)’. Ese tono, ese temperamento no carente de locura…”
Aventuro
aquí que (y pido perdón de antemano si, adelantados los estudios pertinentes,
los resultados arrojaran que mi intuición andaba desencaminada) si se contara
con datos fiables y precisos sobre qué porcentaje de anatomistas, biólogos,
físicos, geólogos, geógrafos, astrónomos e inventores de renombre están
genuinamente interesados en el arte y qué porcentaje de pintores, poetas,
escultores, músicos, arquitectos, dramaturgos y novelistas de renombre están
genuinamente interesados en la ciencia, los números favorecerían con largueza a
éstos y no aquéllos. Sin embargo, como con los muchachos de pregrado está todo
por hacer, someto a la consideración de quienes tienen la potestad de hacer lo
que corresponda para que el diálogo lo sea de veras y fluya en ambas
direcciones la propuesta de que a los estudiantes de ciencias se les impartan
un par de cursos de artes y a los de artes un par de cursos de ciencias, con la
mira puesta en que por ejemplo durante la próxima pandemia a los negacionistas
les cueste un poco más su misión de muerte, o en que millardos de Homo
insatisfactus dejen de aplaudir como idiotas a los que abierta y decididamente
niegan el cambio climático cuando no, en su defecto, de como idiotas graduar de
héroes de la lucha contra la destrucción del planeta a simples y vulgares
vociferantes por el estilo de Lula da Silva y Gustavo Petro.
844. ¿Que
la pintura nos está vedada a los ciegos, piensan los profanos muy cultos,
cultos y semicultos, y no se diga los ciegos, natos y devenidos? ¡Ay si
leyeran, unos y otros, la maravilla de descripción que acabo de leer y releer a
propósito de ‘La dama del armiño’! ¿Que en dónde, que de quién? ¡Pues en… y
de…!
845. “El
arte es una herida hecha luz”: lo comprende como nadie el marrano que acaba de
desembolsar seis millones doscientos mil dólares por ‘La banana en la pared’ de…
como se llame el avivato.
846. Medioevo
Científico y Tecnológico:
“Encuentro
que Schopenhauer tiene razón cuando dice que los humanos no venimos del mono,
sino que vamos hacia el mono. Hasta ahora parecía que nuestra diferencia con el
mundo de los simios consistía en que los humanos tenemos la capacidad de
ensimismarnos, de volver la mirada hacia adentro de nosotros mismos hasta crear
una conciencia en la que el ego se reconoce como individuo; en cambio el mono
es incapaz de reflexionar, vive alterado, siempre pendiente de estímulos
exteriores, con los ojos en permanente reacción ante todo lo que se agita fuera
de su cuerpo. A eso vamos. Un ciudadano recién levantado de la cama, mientras
se afeita en el cuarto de baño, se reconoce ante el espejo como humano, pero,
de pronto, recibe un mensaje en el móvil: ¿No te has enterado? A continuación,
en su cerebro recién reseteado por el sueño penetra el último chisme, el último
bulo, la última gansada que ha soltado cualquier idiota más o menos famoso.
Recién salido de la ducha este ciudadano comienza a sentirse sucio por dentro,
atrapado por las redes, que le obligarán a mirar el móvil durante el día tantas
veces como el mono mira cómo se mueve cada hoja de los árboles. Las escasas
opiniones inteligentes y sensatas, las noticias contrastadas que oirá por la
radio o la televisión le llegarán envueltas en una cantidad de mierda
insoportable, como si el mundo ya estuviera en manos de millones de cretinos
que tienen un poder omnímodo en los dedos para verter en el aire todo lo que
anida en su bajo vientre, insultos, insidias, odios, mentiras, exabruptos. El
ciudadano se llevará esta basura a la cama cada noche para reciclarla con la
oscuridad del sueño. Está cerca el día en que la evolución de la especie dará
el gran salto. Mientras el ciudadano esté en el baño con la cara enjabonada le
llegará el mensaje. ¿No te has enterado? La noticia la acaba de dar The New
York Times y se ha hecho viral en todo el planeta. No se habla de otra cosa.
Resulta que ya hay un mono que ha aprendido a afeitarse” (Manuel Vicent).
Salta
pues a la vista que vivimos tiempos de gran confusión y caos -los
contradictores vocacionales dirán que todos lo han sido-, empeorados por el
hecho de que en cada persona conectada desde sus dispositivos a la red hay un
potencial propalador de infundios y desinformación, y de ahí el creciente bullicio
y la imparable pugnacidad que nadie sabe cómo gestionar. Ese desconocimiento
sin solución a la vista, así como -entre muchas otras- la realidad descrita en
la cita, son lo que me lleva a afirmar aquí que discurrimos por una segunda
Edad Media -con el perdón del prístino Medioevo, tan en paz (por comparación)
al menos con el planeta- si bien científica y tecnológica, que anda por sus
albores. Al rigor de los historiadores corresponde determinar sus orígenes y
estudiar a fondo, transcurrido el tiempo que haya menester, sus implicaciones y
pormenores. Que ya aterran.
847. Oyendo
desatinar al estudiante del cuento de Wilde respecto del ruiseñor que “con la
sangre de” su “propio corazón” tiñó la “rosa roja” que el ingrato ambicionaba
para una igual de ingrata que él, me digo que entre los animales y nosotros,
aun entre ellos y los que los amamos por sobre todas las cosas, media un abismo
de incomprensión y grandeza, de misterio e impenetrabilidad que nunca nadie, ni
nada nunca, va a poder asfaltar.
848. Serán
tales el grosor y la adherencia del pringue ambiental que esta receta suya, de
cuyos miríficos efectos yo fui beneficiario durante veinticinco años más o
menos, se me antoja hoy por hoy ineficaz: “…’De niños qué sucios íbamos, pero
qué limpios éramos’, dice el poeta. Con la edad sucede lo contrario: aunque nos
lavamos todos los días por fuera, nos sentimos muy sucios por dentro, debido a
que tal como vienen los naipes uno se ve obligado a respirar la podrida
atmósfera política, a oír, leer y soportar envueltas en un odio mediático
innumerables sandeces sin que pueda hacer nada para impedir que este cúmulo de basura
se te meta por todos los poros hasta las entrañas. Si quieres estar a salvo de
semejante inmundicia, la única solución consiste en aprender a ducharse por
dentro. He aquí una fórmula segura. […] Después de darte una ducha de Bach
puedes elegir unos versos de Rimbaud. ‘Sobre el tranquilo remanso donde las
estrellas duermen, / como una gran flor de lis la blanca Ofelia flotaba’.
Coloca cada una de estas palabras bajo la lengua para que se disuelvan con la
saliva en la sangre y se conviertan en carne de tu carne. Basta con desearlo.
La música será la lluvia que te limpiará por dentro, los versos serán el masaje
que la liberará por todos los poros del cuerpo”. Haga usted de cuenta,
venerable maestro Vicent, un ex sacerdote que, perdida su fe de antaño, no
quiere ni puede renunciar a la lectura diaria de las Escrituras: el único
asidero que no le permite hundirse en el tremedal de mierda que amenaza con
tragárselo.
849. Leo
‘El amigo fiel’ de Wilde y la primera pregunta de muchas que se me agolpan en
el magín es qué porcentaje de la humanidad representa a Hugos molineros con
todas sus letras, cuál a auténticos pequeños Hans y cuál a seres que pueden ser
una cosa o la otra dependiendo de qué circunstancias. Se me pasa la tarde
barajando posibilidades por el estilo de en qué profesión debe de ser en la que
abunden de lejos los Hugos molineros o si acaso exista alguna en la que los
pequeños Hans sean la norma, a cuántas de las personas que creo conocer de
veras podría tildar de una cosa o elevar a la otra y, claro, en dónde me ubico
dentro de aquella clasificación.
Adenda(s):
desconozco si para cuando Wilde publicó este cuento el término psicópata ya
figuraba en su vocabulario, pero lo cierto es que esta criatura fictiva suya,
este hijo de la grandísima puta llamado Hugo que su genialidad literaria y
profuso a la par que profundo conocimiento del alma humana le permitieron
edificar sí que lo es. Sigo juntando, como bien lo pueden apreciar ustedes,
pacientes y paradigmas psiquiátricos de papel para un eventual curso en una
especialización en lo uno -psiquiatría- o en una maestría en lo otro -literatura-.
Si llegan a saber de posibles interesados… Ay si mis amigos los partidarios del
suicidio asistido y de la eutanasia leyeran: ¿desconocer que tienen en la dulce
y prudente Virginia que ayudó a morir a sir Simón de Canterville a una aliada y
precursora de su vocación, ella sí filantrópica?
850. ¿Pero
es que se empeña Wilde en derruir certezas débiles que en mí alumbraban, como
por ejemplo la de que la escuela de ayer, y por ayer me refiero a la anterior a
mayo del 68 fue, con todo y sus pecados, menos nociva -en el peor de los casos-
o insustancial -en el mejor- que esta de hoy, colonizada por el ridículo y
moralizante discurso de la mamertosfera? ¿Acaso nunca ha habido escuelas que
dignifiquen la educación, sino a lo sumo buenos educadores y maestros
inolvidables que las rescatan de la ignominia? Lean esta hermosura titulada ‘El
príncipe feliz’ para que se hagan cargo de mi desconsuelo.
851. ¿Quiere
usted entender de verdad a qué grado de imbecilidad ha descendido la izquierda
más pacata e ideologizada de Occidente, tan culpable la pobre del auge actual
de su comadre la extrema derecha aquí -en El Salvador de Bukele y la Argentina
de Miley- y allá -en los Estados Unidos de Trump y pronto pronto en gran parte
de Europa-? Con un ejemplo vernáculo le basta: “La ‘apropiación cultural’ de
una uchuva” tituló el profesor Moisés Wasserman este artículo con vocación de
posteridad.
Adenda:
y ya que estamos, lean también de Wasserman en El Tiempo ‘Normas y travesuras’ para
que así calculen la magnitud del daño del prohibido prohibir que, desde mayo
del 68 se ha venido enseñoreando, sin tregua, de cada vez más escuelas y
hogares y ciudades y países en los que impera la democracia; una democracia
que, en sus versiones más frágiles y desvaídas, fomenta el todo vale y la
lenidad punitiva en hasta el último estamento de la sociedad.
852. “Entre
el poderoso y el ciudadano corriente hay una asimetría ética. El ciudadano
puede insultar al poderoso y decirle que se vaya, pero el poderoso no puede
hacer lo mismo. Un insulto directo del presidente llamándolo nazi o asesino es
un acto de intimidación que coarta su libertad de expresión. El presidente se
puede defender con argumentos, pero no puede intimidar”: demasiado que esperar
de un sujeto que se forjó a sí mismo en las sentinas del terrorismo guerrillero.
Que sepan pues el Esperpetro y los tarambanas con que se empeña en descuadernar
la frágil democracia que en mala hora lo aupó al poder que aquí sigo,
aullándole a la luna y vertiendo en la inmensa soledad de mi blog todo este
desprecio que por ellos y los de la otra orilla profeso. Y un mensaje para el
doctor Sergio Fajardo Valderrama: cuente desde ya con mi voto pero desde ya
entérese de que su primer lugar en las recientes y ridículas -por
extemporáneas- encuestas de intención de voto para 2026 durará lo que las
promesas del Esperpetro a, entre muchos otros timados por el granuja, las
feministas y los científicos. Qué: ¿nuevamente el mismo tono conciliador, la
misma estrategia que busca y consigue no incomodar a nadie? ¿No le parece que
existen mejores formas de perder -y hacérselo perder a otros- el tiempo? Un
saludo cariñoso.
853. ¿Y
si su añoranza, gran Karl Ove, como la mía consistiera en el deseo en su
situación inconfesable del fin definitivo e inapelable del antropoceno, por
inconducente? Porque yo sí sueño, hermano, con un cataclismo de proporciones
insospechadas que no deje piedra sobre piedra o encéfalos maquinando
reconstrucciones ni partidas desde cero y ni siquiera el más mínimo recuerdo de
que el cero alguna vez existió.
854. Cada
que la gente habla de la “transparencia”, de la necesidad de ser “transparentes”
refiriéndose, en primerísima medida, a los políticos aunque también a los
esposos, los empleadores y los empleados, los hijos y los padres, los amigos y
los amantes, yo no puedo por menos de reírme de su candidez de pequeños Hans o
de su cinismo de Hugos molineros: ay si yo le contara en confesión a usted,
estimadísimo y admiradísimo Millás, las truculencias que a esta mente mía en
ocasiones le da por ponerse a cebar para luego dejarlas morir de física hambre,
o de olvido en alguno de sus cuartuchos infectos. Bendigo el sistema límbico
con que me obsequió Fortuna y que me ha mantenido hasta hoy -ya se verá mañana-
apartado de materializar nada de todo aquello, que siempre ha tenido sus
perpetradores: “…pues no hay personaje al que no le guste, de vez en cuando al
menos, ejercer de persona y viceversa. Todos en algún grado experimentamos esa
confusión: el problema es cuando alcanza niveles patológicos. En cualquier
caso, a la sombra hay que tenerla atada y bien atada. Conviene, para ello,
moverse por espacios soleados, pues en la oscuridad se pierde. En la oscuridad,
no tenemos ni idea de aquello a lo que se dedica nuestra sombra. De ahí que a
mister Hyde, que era el doble perverso del señor Jekyll, le gustaran los
callejones menos iluminados del Londres de la época. La sombra se mueve como
pez en el agua por la estrechez de las habitaciones sin ventilar, en la
angostura de los ascensores cerrados, en el interior maloliente de los aseos
públicos. El cuento de Peter Pan empieza con el empeño del crío en coserse la
sombra a los pies. No confíes en que vaya a tu lado de forma voluntaria:
pégatela con superglue, que se rompa las piernas al huir. Mejor que se destroce
ella que tú. Y procura no ser muy normal porque ese exceso, el de la
normalidad, suele amparar las condiciones más oscuras”: las de, entre
infinidades más, un par de sepulcros blanqueados de sendas iglesias llamados
Íñigo Errejón -de la wokebuenista hiperpacata- y Darío Chabarriaga -de la muy
católica, apostólica y romana-.
855. “Cuando
a alguien le duele tu dolor, duele menos”: a este que soy lo aflige el de cada
Mutlu Kaya y Dilek Kaya que a diario, en Turquía México Colombia Francia o la
Cochinchina, mueren o ven destrozadas sus vidas a manos de frustrados violentos
y cobardes que no toleran el rechazo o una ruptura unilateral; el colectivo de
las iraníes y las afgánas víctimas de las cavernas misóginas que las humillan y
las esclavizan con la anuencia de millardos -mal contados ocho-; el de…
Adenda:
como listarlos todos resultaría demasiado dispendioso para una mañana de
domingo que agobia y abruma, remito al interesado improbable a que se eche una
pasadita por los ochocientos cincuenta y cuatro desahogos precedentes, en donde
sin falta podrá dar con la información que el tedio me disuade de suministrar
completa.
856. ¿Quieren
ustedes saber cómo divagan los grandes del oficio (no los Pedros Camacho a fin
de cuentas tan respetables, y por descontado que tampoco las medianías
empingorotadas e infladas por la academia, sino los grandes)? ¡Ahí les va!:
“Hay algo siempre en la casa de nuestros amigos, un pequeño detalle, una
lámpara, una mesa, un adorno, que nos causa verdadero espanto o que encaja mal
con la idea que tenemos de él. Supongo que lo mismo ocurrirá con la casa de
uno. Quizá por eso ha comprendido uno que ese amigo no haya querido jamás
mostrarle dónde vive ni las cosas de las que se ha rodeado durante toda su
vida, pues sabe que pese a todas las apariencias, eso tampoco es su vida. Más aún:
eso, menos que nada, es su vida. ¿Cómo serían las habitaciones donde vivió
Pessoa? ¿Habría en ellas algo bonito y acogedor? ¿No hemos visto donde vivía
Machado en Segovia? En cierta ocasión leí que alguien había sentido una gran
decepción al reparar en los calcetines que usaba el viejo y admirado poeta, el
primer día que lo conoció. Y sin embargo, si verdaderamente conocía la poesía
de ese hombre, debía saber de antemano que sus calcetines iban a ser de esa
manera y no de otra. ¿Por qué escandalizarse de unos calcetines si todos
nosotros permanecemos unos instantes cada día en paños menores? Incluso, con un
poco de suerte, sentados en el retrete. No sé qué me ha traído a todo esto.
Quizá la súbita admiración redoblada hacia aquellos hombres a quienes ni la
caspa ni las casas horribles ni los calcetines grises impiden llevar a cabo una
obra llena de belleza, incontestable y pura”.
El
corolario deslumbra de tan potente: nadie que como Abe y yo -y tantos otros que
en estos precisos momentos desfilan por mi recuerdo- tenga por costumbre y
hábito malsano invitar recién conocidos, allegados, supuestos amigos o aun
amigos de toda una vida o “del alma” a la casa donde uno vive solo o acompañado,
debería hacer ningún alarde de conocer el barro de que están hechas las
infamias en que es tan diestro y a las que resulta tan proclive el Homo
insatisfactus. Que, en retribución a las atenciones del anfitrión, de él y su
familia se burla con otros que como él cultivan la maledicencia o denigra la
comida o el trago que se le sirvió o comete verdaderas villanías a espaldas de
quien en mala hora le franqueó la puerta de su hogar: desde robar dinero o
joyas hasta seducirle la hija o el marido al incauto o a la incauta, pasando
por escatologías múltiples que ninguna falta hace pormenorizar aquí. Y es que
si me apuran, uno en la vida real tendría que conducirse como, por sólo poner
un ejemplo, el Sebald sin familia ni domicilio de Los anillos de Saturno o de
Los emigrados y no como el Karl Ove de Mi lucha que, con totales generosidad y
desaprensión, instala en su casa y en su vida, entre su familia y sus libros,
en medio de sus pensamientos más íntimos y personales y sus reflexiones
formidables de escritor gigante a ese perfecto desconocido que es el lector. Un
lector que, como el árbol de millardos de ramas de que forma parte, se nutre de
los jugos de lo más noble e innoble de que son capaces sus congéneres. Yo,
maestros Trapiello y Knausgard, espero nunca llegar a defraudar la confianza
que sin saberlo resolvieron depositar en mí cuando me franquearon el ingreso en
sus casas y en sus vidas. Y a mis amigos y allegados de carne y hueso que aún
lo son o que algún día lo fueron, un perdón inconcreto pero sentido en los
casos en los que haya podido incurrir en bajezas o ingratitudes por el estilo
de las referidas.
857. Tras
centenares de desahogos y decenas de reflexiones algo menos breves publicados
en este blog, se me antoja que llegó la hora de someter al lector asiduo -uno
solo conozco- a una prueba decisiva cuyo resultado le permitirá saber si ha
perdido tiempo y energía y por ende debe desistir o si, por el contrario, uno y
otra han rendido sus frutos y sólo de él depende determinar si el ejercicio
sigue mereciendo la pena. Que lea este colofón de un muy buen artículo de
prensa -todos los suyos lo son- y concluya, mediante el o los argumentos que
juzgue de rigor, de cuáles de los nombres de columnista de prensa que se pueden
rastrear en éstas y en aquéllos no pudo provenir en definitiva la palmaria
verdad de sus palabras:
“…¿Se
puede decir, por ejemplo, que Putin es un tirano y un autócrata, que su régimen
es represivo, plutocrático, autoritario y dictatorial? ¿Se puede decir que
Ucrania es una nación soberana que lleva siglos intentando serlo? Sí, se puede
decir. Y a la vez se puede reconocer la hipocresía y la abyección de las
potencias occidentales, con Estados Unidos y Alemania a la cabeza, su
decadencia, la perversidad y la estupidez de muchos de sus métodos.
¿Se
puede decir que Hamás es un grupo sanguinario y terrorista, uno de los peores
flagelos (como si hicieran falta) del pueblo palestino en su historia? Sí, se
puede y se debe decir. Y a la vez se puede” y se debe “reconocer que el régimen
de Israel comete crímenes contra la humanidad y deshonra al pueblo judío, su
historia de dolor y sufrimiento en la que se forjó su identidad, allí donde
anidó su Dios que fue su verdadera patria y su razón de ser.
Sí se
puede, no estamos obligados a vivir con los dilemas fatales de los fanáticos.
Allá ellos y su mundo, pobres, pero el nuestro no tiene por qué ser ese. No les
demos ese triunfo” (¿que no se lo demos?, ¡pero si se lo tenemos dado desde…
determínelo usted, maestro, quien no por nada es el gran historiador que es!).
Adenda:
de las respuestas que recibí -demasiado pocas en todo caso-, sólo una casi que
conquistó la calificación máxima. Suministró todos los nombres que debía
suministrar pero dejó por fuera el del doctor Moisés Wasserman, quien por una
muy puntual razón -de la que ya se ha ocupado este blog al menos en un par de
ocasiones- debía figurar en toda respuesta que ambicionara la excelencia.
858. Me
dijo la otra tarde una ex alumna a la par que amiga desde que tuve la dicha de
ser su profesor, con el desconsuelo de quien reconoce demasiado tarde que se
dejó timar como un párvulo, que le parecía muy triste que el Petro por quien
votó en 2022 no hubiera hecho nada en absoluto desde la presidencia, a lo cual
yo le respondí que estaba muy equivocada puesto que el sujeto aquel sí que
había hecho y lo que había hecho lo había hecho a sabiendas. Le dije que
endilgarle inocuidad a su personalidad del todo nociva equivalía a la falta de
ética del médico que, consciente del daño que un medicamento le va a ocasionar
a un enfermo, se lo prescribe para evitarse el engorro de seguirle un
tratamiento dispendioso que de veras lo alivie o siquiera lo mejore. Y lástima
que no había leído esto todavía, pues una copia enmarcada sí que le habría
obsequiado aprovechando que es diciembre:
“…A
cierto tipo de petrista impresionable le priva esa facultad del Presidente de
mezclar ‘todo en todas partes al mismo tiempo’, como reza el nombre de un
largometraje famoso de 2022. La consideran una marca de inteligencia superior.
Pero la
mezcolanza conceptual ejemplifica, en realidad, todo lo que está mal con su
gobierno: la falta de estrategia, el adanismo, la improvisación y la nula
autocrítica, que es también la vanidad de creer que las propuestas, al igual
que sus parrafadas tuiteras, no necesitan ser editadas antes de expulsarlas al
mundo.
Aquel
petrista candoroso cree además que basta con que Petro hable para que ocurran
cosas. Es una prueba de cuánto ha divinizado a su líder, pues solo Dios, según
la Biblia judeocristiana al menos, es capaz de crear por medio del verbo. A
nosotros los mortales nos toca esforzarnos un poco más.
Y por
eso, por esa combinación de desprecio por lo material, lo concreto, lo
práctico, lo funcional y lo existente, y de sobrestimación de lo ideal, lo
utópico y lo ideológico -representada en barrocas catedrales de palabras-, es
que el país enfrenta crisis paralelas en salud, educación, energía, seguridad,
ética y finanzas estatales. Pues la cabeza de una instancia del poder público
llamada Rama Ejecutiva debería distinguirse por su capacidad para ejecutar más
que su capacidad para discursear…”.
Ojalá,
Anita querida, el esfuerzo de transcribir parte de esta reflexión de Thierry
Ways te sea de mayores provecho y eficacia que aquella reflexión en el aula con
la que intentaba mostrarles por qué un populista no va a devenir, por muchas
promesas y juramentos que haga tallados en piedra o con la mano desplegada
sobre la Biblia, ni por todo el pensamiento mágico y desiderativo con que el
ávido de oír milagrerías y promesas irrealizables aliñe los discursos de
campaña del farsante, ningún estadista y demócrata y respetuoso del disenso y
las diferencias. Y salúdame por favor a Bruno y a Lupita. Claro: por supuesto
que también a Martín, Eduin y doña Carmen.
Adenda: pero
si por alguna razón aquel viejo amor político como que revive, dale jaque mate
con estas otras perlas del impresentable: “…Si alguna vez nuestro conflicto
tuvo raíces ideológicas, hoy descubrimos que la ideología es un comodín que
puede hacerse a un lado cuando llega la hora de unirse alrededor de lo que
realmente importa: el acceso al poder. No nos sorprenda, entonces, que surjan
alianzas entre antiguos enemigos, no por la paz, que tanto cacarean, sino para
garantizarse mutuamente ese acceso. Todo mientras, bajo las consignas de la
‘paz total’ y la ‘vida’, el país se llena nuevamente de grupos armados. A los
que también les llegará el momento de ser acogidos por la Colombia del
‘cambio’, donde hay fila preferencial para violentos y exviolentos. En tanto
que los demás estamos cada día más arrinconados por un Estado rapaz en lo
tributario e incapaz de garantizarnos la seguridad. Hay que volverlo a decir:
mientras que, por un lado, exjefes de las Farc están en el Congreso,
exparamilitares intercambian sombreros vueltiaos con el Presidente y jóvenes
reciben dinero por ‘no matar’; mientras que a ningún grupo armado se le niega
una mesa de diálogo y al Eln se le ruega que por favor, por favorcito, no
vuelva a poner volquetas bomba, para que podamos seguir platicando; mientras
que para los asesinos todo es mano tendida, en el oficialismo se regocijan de
que el expresidente que más combatió a los violentos esté bajo juicio; a los
empresarios se los trata de esclavistas y oligarcas; a las periodistas, de
‘muñecas de la mafia’; a los medios de comunicación se los equipara con Goebbels,
y al petróleo y el carbón, productos legítimos de exportación, se los iguala
con la cocaína. La expresión ‘inversión de valores’ se queda corta ante este
desquicie moral” del que muy pocos que con su voto le insuflaron vida
aprenderán la lección para no volver a incurrir en el dislate nunca jamás. Me
alegraría saber que tú vas a ser una de ellos. Pero si no, con que interiorices
el significado del sustantivo inocuidad me doy por satisfecho.
859. “Uno
de los rasgos definitorios de la política actual: el divorcio absoluto entre
ética y política, la maquiavelización de la política (entendiendo a Maquiavelo
como un prescriptor y no como un descriptor, que es como no hay que
entenderlo), la idea de que, en política, lo único que cuenta son los
resultados y no cómo y quién y de qué manera se consiguen. ‘Gato negro o gato
blanco, da igual: lo importante es que cace ratones’, decía Deng Xiaoping” y yo
me quedo pensando que en los tiempos anteriores al internet, tan sumamente
cercanos y pese a ello tan distantes en el recuerdo, los que vivíamos en
republiquetas corruptas, como esta desde la que escribo, idealizábamos a ese
primer mundo que en cuestión de décadas -que en cuestión de avances
tecnológicos- se ha transformado ante nuestro pasmo en otro especimen del mismo
caos que creíamos exclusivo del subdesarrollo. Y me formulo una pregunta sin
respuesta: ¿eran de verdad avanzadas mental y conceptualmente las sociedades
que en otras y en estas latitudes nos vendían por tales, o simples y románticos
constructos colectivos que probaron su insolvencia ante los primeros embates a
gran escala de los enemigos de la democracia? ¿O acaso me van a decir que
cagados dieciséis años -los transcurridos entre el 2008 y el 2024- justifican
el tiempo que se necesitaba para derruir los supuestos fuertes cimientos sobre
los que se erigían las sociedades que tuvimos tantos por modélicas? ¿Que en
menos de dos décadas, personas hechas y derechas, con hijos ya criados y un
historial laboral respetable y por supuesto que también estudios universitarios
y aun nietos y bisnietos, iban a perder el norte y a sumarse al entusiasmo que
el nacionalpopulismo consiguió despertar entre muchos de los más jóvenes y
bisoños? La fresa que corona el pastel: los arrumacos de, por ejemplo, las
democracias sueca y finlandesa con la extrema derecha. ¿Qué se puede esperar
cuando la sal se corrompe?
Adenda:
en ‘Deus ex machina’ van a encontrar, muchachos que todavía no la han cagado
con su voto por ninguna de las extremas, todos los argumentos que necesitan
para que se libren de la estupidez en que incurrieron muchos de sus coetáneos
que eligieron a Bukele en El Salvador, al Esperpetro en Colombia, a Miley en la
Argentina o a Trump en los Estados Unidos. Léanlo y reléanlo que, entre una
cosa y la otra, no se les va más de una hora o un par a lo sumo. Les aseguro
que no les va a alcanzar la vida para agradecérselo a Irenita.
860. “Curiosamente,
personas que se definen como inconformistas, rebeldes e indómitas, dicen
preferir un liderazgo de ordeno y mando. En la vida cotidiana nos molesta que
nos dicten lo que debemos hacer, pero nos deslizamos fácilmente al espejismo
del gobernante fuerte y sin contemplaciones. Nuestro anarquista interior, que
asoma ante la mínima exigencia ajena, debería protegernos de caer en quimeras
despóticas”: para mentiras descaradas, la de una mayoría de los colombianos
que, según la encuesta de que se trate se definen, en cifras que van de un
cuarenta y pico a un cincuenta y pico por ciento de los encuestados, del centro
más moderado y tibio del espectro pero cuyos votos jamás respaldan ni con mucho
a los candidatos que encarnan aquella forma de entender y practicar la
política. Y de ahí que los Sergios Fajardo y los Antanas Mockus y los Humbertos
de la Calle Lombanas aparezcan siempre como ganadores cuando nada está en juego
y como los perdedores de siempre cuando los gritos y las malas artes de los
impresentables, que tanto enfervorizan al grueso de los electores, lo copan
todo. Lo primero, su ilusión en perpetua búsqueda de milagrerías y promesas
irrealizables con que, desde luego, ningún candidato serio y decoroso los va a
engatusar.
861. Desde
siempre, es decir desde que cumplí los 18 años que me habilitaban para votar,
los calenturientos de la izquierda y de la derecha indecentes -por algún
decente de uno y otro bando sí que habré votado-, con los que me divierto
haciéndolos rabiar -como si costara ningún trabajo-, me afean la indolencia de
que con mi voto por lo general en blanco en las segundas vueltas presidenciales
los indeseables -los otros indeseables- puedan hacerse con el poder o
retenerlo. Confieso que, hasta agosto de 2022, optaba por esbozar un rictus despreciativo
al tiempo que me alzaba de hombros. Pero a partir de hoy, me comprometo a
fingir que me los tomo en serio y por toda respuesta pienso remitirlos,
consciente de que pierdo mi tiempo miserablemente, a un artículo que Juan
Gabriel Vásquez tituló ‘Esta gente que no gusta de las cifras’: ojalá a ustedes
les sea en cambio de provecho.
862. Una
gran ventaja sí que les saco a los ciegos y a los videntes con oído de reguetonero
(me callo el porcentaje, que me ahorra insultos): sé diferenciar entre el dolor
con y sin lágrimas, las risas susurradas y estridentes, la sorpresa y el
asombro, la compasión y la solidaridad genuinos de los de atrezo, lo que me
convierte en un polígrafo sintiente que, sólo si le da la gana, divulga sus
impresiones.
863. ¿Que
“los espejos y la cópula son abominables, porque multiplican el número de los
hombres”? Pues han de saber ustedes que la vida que me tocó en suerte está, por
designio de una ceguera congénita, desprovista de la más mínima necesidad de a
ellos asomarme pero en cambio demasiado urgida de la segunda abominación, cuya
escasez actual como que me está volviendo loco. Converso con mi nieto
adolescente o sea Z y mi desquiciamiento quiere desmadrarse: ¿Cómo?, ¿Que no
vuelve al colegio analógico porque prefiere uno virtual?, ¿pero es que me habla
en serio?, ¿y acaso las muchachas enfundadas en sus analógicas jardineras, la
fantasía venérea por excelencia de este que tiene delante, no significan nada
para mijo?, ¿entonces para cuándo el sexo si no es para ya mismito? Y,
extenuado de impotencia y angustia, me regodeo en la esperanza de que su apatía
carnal -o lo que yo juzgo como tal- lo preserve y me preserve y preserve al
planeta de lo único verdaderamente abominable en la cita del sabio.
864. Siento
una gran debilidad, un gran cariño, maestro Muñoz Molina, por quienes como
usted son capaces de reconocer errores y equivocaciones, de entonar mea culpas
sin subterfugios ni atenuantes, de asumir las responsabilidades de sus actos
sin invocar la comprensión o la absolución ajenas que tanto se exigen y tan
poco se dispensan:
“En cada
acto de militancia cotidiana hay una sospecha latente de futilidad. ¿De qué
sirve esforzarse en gestos individuales que van a tener un efecto nimio o nulo
en el discurrir de las cosas, arrollados por fuerzas incontrolables, por
designios políticos y económicos que lo avasallan todo? Uno lee y escucha la
crecida de la grosería ambiente y se esmera en expresarse con precisión y
mesura y en guardar las formas. Quien ha vivido en sociedades de costumbres
ásperas y separaciones de hielo entre las personas sabe agradecer la cortesía
verdadera de un vecino que saluda mirando a los ojos o de un empleado público o
un vendedor que se dirige a uno con amabilidad. Uno se esfuerza en comportarse
con decencia en las ocasiones diarias de la vida, y cuando tuvo que educar a
sus hijos supo el trabajo que costaba convertir en hábito cosas tan simples
como no tirar cosas por la calle, no dar un golpe al cerrar las puertas, no
gastar cantidades irresponsables de agua en la ducha. Inculcar altos valores
abstractos sin duda es meritorio, pero yo creo que la única manera honrada y
tal vez efectiva es con el ejemplo, y educar en una conciencia aguda de los
propios actos, del beneficio o el daño que pueden causar.
Como
muchas personas de mi generación, me crié con grandes ideales de emancipación
universal que con mucha frecuencia no tenían reflejo alguno en la vida
práctica, en la simple realidad de las cosas. Admiraba regímenes que en nombre
de la justicia aplastaban a la inmensa mayoría de sus súbditos, y en nombre de
la igualdad reservaban todo el bienestar a la minoría dirigente, y en nombre de
la soberanía colectiva de la clase trabajadora practicaban el mayor culto a la
personalidad de un déspota que había existido nunca antes en la historia. La
misma discordancia se reproducía en el ámbito de las militancias que entonces
se llamaban ‘de base’ y en el de las vidas privadas. En organizaciones presuntamente
igualitarias, las mujeres quedaban por debajo de los varones, y en las
facultades por las que yo me movía lidercillos de tres al cuarto, poseedores de
una retórica palabrera y sofista, actuaban como donjaunes cinegéticos con
maneras de sultanes de harén, y envolvían en fulminantes argumentos teóricos
impulsos tan antiguos como la soberbia, la vanidad, la pura ambición de poder.
A la propensión doctrinaria de origen marxista se sumaban las coartadas que el
mayodelsesentayochismo facilitaban a los grandes caraduras. ¿Qué mujer -y en
ocasiones varón- iba a ser tan estrecha y reaccionaria que les negara a ellos
la satisfacción de sus deseos soberanos? ¿No quedábamos en que estaba prohibido
prohibir?
[…] Me
examino a mí mismo y pienso con remordimiento en las veces que me sentí
autorizado por mi condición de escritor para eludir responsabilidades
familiares de las que no habría podido escapar si no fuera hombre.
Así que
con los años se ha fortalecido en mí un recelo instintivo hacia las grandes
palabras y construcciones teóricas, y una voluntad de fijarme no tanto en lo
que las personas dicen, sino en lo que hacen. Y procuro aplicarme a mí mismo
esta regla que podría llamarse de militancia práctica, y que, a diferencia de
la teórica, se ejerce a cada momento de la vida, y no en la lejanía de los
ideales, sino en la proximidad de lo diario. Hay que ponerse en guardia contra
lo que Charles Dickens, en Casa desolada, llama ‘filantropía telescópica’,
refiriéndose a una dama victoriana que vive en un sufrimiento permanente y
virtuoso por los nativos en las colonias de África, y a la vez trata a patadas
a los sirvientes de su casa.
[…] Para
que todos tengan lo necesario hará falta que los privilegiados tengan,
tengamos, un poco o bastante menos de todo”: antes que nada y primero que todo,
hijos.
Preguntaba
por estos días Eliane Brum ‘¿Por qué no conseguís luchar?’ y yo, maestro, me
sentí tan abatido como cada que en la DW o en otro de los medios que frecuento
veo reportajes, documentales o simples notas sobre gente anónima que dedica
cada día de sus vidas no al “activismo climático” de los que se toman por
asalto un museo y embadurnan cuadros o se tumban en una carretera sino a
restaurar o preservar ecosistemas y a salvar de la extinción a especies enteras
y a tantas cosas maravillosas a las que yo, maldita sea, desearía también consagrarles
vida, esfuerzo y dinero. Que por qué no lo hago, se estará preguntando usted y
yo le respondo: porque soy un testarudo ignorante digital que no sabe cómo
establecer relaciones tecnológicas como no sean los mensajes en una botella que
arrojo a la nada de este blog, provistos de mi número de contacto (3 16 5 18 90
24), en la esperanza de que algún Quijote o Dulcinea climáticos me recluten
para sus luchas, aunque todo infructuoso hasta el momento.
Pero
pasando a otra cosa, admiradísimo don Antonio, me gustaría que supiera la honda
impresión que obró en mí un párrafo en particular de esta columna suya que, a
priori, me atrevería a ubicar entre las cinco mejores del 2024. Hablo de aquel
en el que usted condensa, con la elocuencia que lo caracteriza, el devenir
contradictorio y arbitrario de esa izquierda que yo también sufrí en mi calidad
de estudiante y de profesor de universidad pública donde, se lo aseguro, poco
ha cambiado y, lo que ha cambiado, ha cambiado para mal: la cuasi desaparición
del rigor en que se fundamentaban muchas de las prácticas de selección y
evaluación que tanto respeto llegaron a conferirles a esas instituciones. En las
que hoy se siguen escenificando, sólo que magnificadas, las desmesuras más
impresentables de la politiquería en general y de la socialbacanería
esperpetrista hogaño en el poder en particular: todo muy desconsolador si bien
previsible.
865. “Hay
personas que son como agentes químicos: modifican la vida de otros. Es un don.
Algo enigmático. Lo hacen sin proponérselo”: dos veneros en donde pueden
ustedes dar con no pocas de tales encarnaciones de los imprescindibles que
predican con el ejemplo. Busquen en la insuperable DW ‘Enfoque Europa’ y en el
Canal Caracol ‘Los Informantes’ para que vean cómo, en apenas una hora y media
de las ciento sesenta y ocho que tiene una semana, la mente y el corazón se les
limpian en gran medida de la infinita inmundicia social y política del entorno,
que ya es el globo.
866. Cada
que un circunstante o un interlocutor empieza a machacar la tabarra infinita de
los que glorifican las virtudes morales y humanas de sus antepasados o aun de
sus tiempos mozos, a hurtadillas me tapio los oídos e invoco al sabio: “¡Oh,
dioses inmortales, entre qué clase de gente estamos!”.
867. Dígamelo
a mí, Tristram amigo, Shandy hermano, que cuando estoy aquí en Mariquita tengo
tres a mano y en un entorno idílico y silencioso, pero que cuando estoy en
Bogotá, esa encarnación del caos global presente que ni en sus peores sueños
usted habría podido imaginar, daría lo que fuera por poder trasladarme hasta
aquel oasis en que mi oído exulta con el chapoteo de los peces y demás
polifonías de la naturaleza:
“Bien:
por nada del mundo podía mi padre purgar en la cama este disgusto,-y tampoco
podía llevárselo arriba como había hecho con el otro;-así que, con gran
serenidad, se fue con él hasta la nansa.
Si mi
padre hubiera reclinado la cabeza sobre una mano y se hubiera pasado una hora
razonando acerca de qué camino tomar,-la razón, con todo su poder, no habría
sido capaz de guiar sus pasos con mayor acierto: las nansas, señor, tienen
algo;-aunque de qué se trata, eso se lo dejo a los constructores de sistemas y a
los cavadores de nansas para que lo averigüen ellos;-pero efectivamente, en dar
un paseo sereno y sosegado hasta una nansa hay algo, un no sé qué de
tranquilizador que disipa tan eficaz como inexplicablemente los arrebatos de
mal humor-que a menudo me he preguntado cómo es que ni Pitágoras, ni Platón, ni
Solón, ni Licurgo, ni Mahoma, ni ninguno de los legisladores más célebres dice
nada acerca de ellas.”
Con que
lo sepamos usted, su papá y seguramente el bueno de Toby, yo y unos pocos más
es más que suficiente pues si la turbamulta viajera se llega a enterar de mi
pequeño paraíso me lo invade y destruye, como todo lo que la marabunta bípeda
invade y destruye desde hace décadas por donde pasa y ahí sí, adiós a la única
pizca de serenidad y sosiego que me va quedando. Ah, y lo del adverbio
‘inexplicablemente’ sí que no procede hoy, y de ello puede dar fe un ensayo de
Mike Goldsmith que lleva por título ‘Discorde’. Afortunados todos los que, como
los Shandy y los Sterne de cualquier época, se libraron del pandemonio de los
decibelios que no conocen tope.
868. A
ver: que yo lea a Gamboa, Londoño, Ospina, Lindo, Wasserman y otros más cuyos
silencios que otorgan o posturas políticas resultan (siempre, ocasionalmente o
casi siempre) inmorales y por ende insostenibles, se debe a la calidad de sus aportes
y debates en otros asuntos pero jamás a que yo los equipare a los con creces
independientes y objetivos; es decir, a las únicas voces imprescindibles del
periodismo de opinión con que dialogo y de que me nutro:
“El
argumento más común que se oye de los apologistas del Kremlin es que la causa
de la invasión no fue la mente enfermiza de Putin sino la amenaza de Occidente,
concretamente la de Estados Unidos, timón de la temible OTAN.
¿De
veras hay gente que cree que existía, o existe o existirá la posibilidad de que
los 32 países de la OTAN se pongan de acuerdo en invadir Rusia? ¿O incluso que
Putin y sus compinches, la gente más mentirosa del mundo, se lo creen? ¿De
veras piensan que librar una guerra que ha causado las muertes de cientos de
miles es una necesaria garantía de seguridad para una potencia capaz de acabar
con el planeta Tierra, si quiere?
Cuando
me irrito con gente que repite estas bobadas me responden a veces que ‘todo el
mundo tiene el derecho a su opinión’. No. No todo el mundo tiene derecho a su
opinión. Esta es una de las grandes falacias de la era de las redes sociales.
Que la opinión de cada individuo es sagrada. No lo es. Si no tienen la más
remota idea de lo que hablan, si se basan en la última banalidad que vieron en
Tiktok, no. Yo no voy a decirle a un físico que la teoría de la relatividad es
un colosal fraude, una ficción judía, por ejemplo. Que él no me diga una
similar idiotez sobre la guerra de Ucrania…”.
Vaya y
venga -opino- que un putas de la ciencia a la par que imbécil de todo lo demás
me salga prorruso y prochino, lo cual equivale a enfervorizado recalcitrante
del sur global con todo lo que de bazofia humana y política contiene. ¿Pero que
se atrevan las Lindo y los Ospina y los Londoño y los Gamboa a callar y pasar
de largo o a justificar al invasor mientras miran para otro lado cuando de lo
que se trata es del poder creciente de una y otra potencia en el otrora patio
trasero de los Estados Unidos de América? Les parecerá muy normal y conforme a
derecho que los rusos envíen flotillas de barcos y submarinos nucleares a La
Habana o que operen centros de espionaje en Nicaragua, Venezuela y Cuba y que
los chinos, con su cara de yo no fui, amplíen cada vez más su injerencia
económica y política con la infraestructura que por aquí construyen, al tiempo
que vigilan a Taiwán con el celo y la paranoia con los que vigila el talibán a
las afganas. Porque ha de saber usted, John amigo, Carlin hermano, que a estos
cuatro opinantes, y a los demás por el estilo que usted conozca, no les
molestaría en absoluto un nuevo orden mundial bajo la égida del xiputinismo y
con un Occidente relegado, en el mejor de los casos, al papel de comparsa y, si
me apura, al de humillado sirviente del nuevo imperio. Con eso sueñan y en eso
se solazan si bien se abstienen de expresarlo abiertamente: tontos no son
-ellos no- como para no saber que la apuesta es bastante riesgosa y arriesgada.
Adenda:
ya se me figuran las cabriolas retóricas que estos y otros admiradores de Putin
van a tener que ensayar ahora que Trump empieza a amenazar con tomarse por
asalto el Canal de Panamá, Groenlandia y hasta Canadá, y con cambiarle el
nombre al golfo de México por el de golfo de América. ¿Cómo van a justificar el
imperialismo de su invasor frente al de momento verbal de la vaca naranja?: los
líos de congraciarse con los malos de una película y mostrarse indignados con
los de otras.
869. Yo,
que hoy (2 de enero de 2025) todavía tengo la dicha de tenerla viva y en pleno
uso de sus facultades físicas y mentales prometo, maestro Javier Cercas, cada
que me sienta abrumado por su inexorable proceso de envejecimiento, leer esta
hermosura suya titulada ‘Testamento’, que todos los hijos con la mejor madre
del mundo podemos apropiarnos sin remordimientos ni escrúpulos de autoría
intelectual pues su señora madre, como mi Orfi y todas las madres maravillosas
que en el mundo son y han sido, avalarían sin ambages la indelicadeza (claro
que intuyéndolo a usted tan generoso como me lo figuro, el permiso está
concedido de antemano). Y prometo -te lo prometo a ti, Orfilita entrañable-
persistir en el empeño de no desperdiciar la más mínima oportunidad de seguir
ahondando en tu vida y a ser posible también en la de Abe, quien en cambio sí
se me murió con todos sus secretos y vivencias de niño, de adolescente y de
hombre joven y soltero prácticamente intactos, lo cual impide que siquiera
sueñe con intentar reconstruirlos a fin de completarme a mí mismo.
870. Leo ‘El famoso cohete’ de Wilde y me entrego con ahínco a la tarea de recordar, uno a uno, los pelmazos pagados de sí a los que en una o en muchas ocasiones les toleré lo que hoy no le toleraría a nadie que no fuera una pesada con la que me quiero acostar: que me sometan, a veces durante horas, a oír su cháchara o sus insustancialidades intelectuales que consideran únicas. Comienzo: A. M., N. E. E., J. G. S., L. I. B. y N. r., pero me quedo desconcertado porque habría jurado que sumaban mucho más de cinco. Me paro, estiro las piernas, doy un paseo por el apartamento y le sigo dando vueltas al asunto en busca de nuevos nombres que no comparecen porque simple y sencillamente no hay más. Concluyo entonces que el desconcierto lo explica el elevadísimo grado de toxicidad de sus respectivas e incontenibles locuacidades.