801. Entre
por ejemplo Vladímir Kará-Murzá y Vladímir Putin palpita eso que llamamos
humanidad. Mal contados -muy mal porque yo apuesto a que ya rebasamos los diez
mil-, ocho mil millones de encéfalos y corazones entre malvados y despreciables
tipo los del que sabemos, o valientes y generosos como los de este opositor
suyo al que encarceló por criticar la invasión a Ucrania, y al que intentará
matar hasta que lo consiga. Sumada la escoria y las gemas que nos redimen,
pongamos que quede un noventa por ciento de naturalezas entre indiferentes y
cobardes, que miradas muy de cerca no son lo mismo si bien terminan siéndolo
ante la frialdad científica de los hechos. Para el caso lo mismo da: a una
tiranía por el estilo de la rusa o de sus aliadas, ninguna diferencia le supone
que usted se alce de hombros ante el sufrimiento de los presos políticos o de
los desterrados, o que bajo las cobijas gima y se desespere por esas y otras
víctimas con tal de que calle, otorgue y no dé la lata en público.
802. “El
mundo es un museo de atrocidades donde la mayoría somos espectadores
impasibles”: 7,2 o 9 millardos de indiferentes o de cobardes que miramos la
batalla siempre dispar y sádica de los Putin contra los Kará-Murzá. No sé a
ustedes el suyo, pero a mí mi papel de comparsa lloroso y maldiciente que no
pasa de las lágrimas y las imprecaciones me parece una vergüenza y un fracaso
como sujeto moral.
803. Muy
bello y bien descrito, y sin embargo tan discutible:
“En las
tardes de semiconvalecencia, a la espera de mi operación, imagino el crepúsculo
de las viñas, esa hora virgiliana, leopardina, donde se mezclan los sonidos
venidos de lejos: el ruido de un hacha que corta leña, ese perro que ladra, una
apaciguada esquila, las voces lejanísimas de una mujer que llama a un niño para
que acuda… Ese crepúsculo azulado, delicadamente borroso, apoyado en el cendal
blanco. Es esa hora en que ya han vuelto los hombres de las tareas del campo.
Se han lavado en un patio, se sientan y esperan a que esté lista la cena.
Dentro de la casa se oye trajinar a las mujeres junto al fuego, y en el aire se
mezcla el olor de pimentón y el azahar de los naranjos, al tiempo que titilan
las primeras estrellas. Los hombres entonces no parecen ni mezquinos ni ruines
y hablan de cosas sin importancia, con los perros echados a sus pies.
Alguna
vez he encontrado en el campo a gentes de aspecto rudo, pero con el alma
limpia, llenos sus ojos de ternura cuando miran un nido con crías o para
ofrecerte un higo, avergonzándose de pronto de que sus manos estén sucias.
Pero, aparte de eso, yo no he creído nunca en la bondad de los hombres del
campo. Se les ve a la mayoría retorcidos y crueles, combinando venganzas
terribles. El odio es algo que solo florece en la soledad, y en el campo no hay
otra cosa que odio y soledad, y estos hombres pasan la mayoría del día solos en
huertos apartados, en viñas lejanas, rumiando, maquinando, exigiendo que se les
cambie la suerte. Pero a esa hora del crepúsculo, cansados por el trabajo,
tienen todos una fatalidad que les vuelve nobles, de una raza superior,
siquiera por una hora, seres con un destino más grande que su propia
mezquindad…”
¿En
serio? ¿Que “se les ve a la mayoría retorcidos y crueles, combinando venganzas
terribles”? ¿En serio? ¿Que “el odio es algo que solo florece en la soledad, y
en el campo no hay otra cosa que odio y soledad…”? Pues déjeme contarle,
maestro Trapiello -estábamos en mora de conocernos-, que mi conocimiento del
campo y los campesinos no se nutre de la idea idílica de quienes hablan de
ellos como de epítomes de la bondad y el desprendimiento ingenuos, aunque
tampoco de esta suya que peca de demasiado generalizadora y simplista. Pienso
en campesinos protervos y canallas y al menos tres personajes literarios acuden
al llamado: los dos Torricos y el narrador de ‘La Cuesta de las Comadres’. Y algunos
otros de quienes llegué a intuir o supe a ciencia cierta, cuando despertaba a
las vilezas del perro mundo en la finca de la abuelita Elvia, que se trataba de
malparidos en toda regla que se cebaban en animales o violaban niñas o
engendraban montones de vástagos que abandonaban sin que hubieran siquiera
nacido, para no hablar de los que se enrolaban voluntariamente en las
guerrillas o en las autodefensas de este país en perpetua guerra y así poderles
dar rienda suelta a los peores instintos de la especie. Pero de ahí a decir que
eso -o lo contrario- es lo que predomina en el campo y entre los campesinos sí
que no lo suscribo y la razón es harto sencilla: por ser infinitamente menos
que los que odiándonos mutuamente nos hacinamos en ciudades de millones de
almas -nobles o viles, indiferentes o cobardes-, entre ellos yo me siento
infinitamente menos amenazado y vulnerable, e infinitamente menos infeliz y
agobiado -mejor dicho: feliz y despreocupado- allá -mi paraíso perdido- que acá
-un pandemonio del que me debo marchar-.
Adenda: menciono
a los Torrijos y al narrador de Rulfo y de inmediato pienso en los mellizos
Ramírez y en el Edilbrando Daza de mis años de escuela primaria. ¿Adivinan por
qué?
804. Menos
mal que Musk, Trump y la caterva codiciosa y negacionista de los excesos del
colapso climático no leen pues si leyeran, nada difícil sería que alguno de sus
voceros del suicidio en masa y del pensamiento mágico del “a los poderosos no
nos toca” trajera a cuento, a manera de “¡siempre ha ocurrido lo mismo!”, ‘Es
que somos muy pobres’ de Rulfo. A mí aquestos pobres diablos más ricos que
economía del primer mundo me dan una lástima sólo comparable a la que siento
por la estúpida y anacrónica dictadura cubana, que les lambe el culo a Putin y
a los chinos a cambio de nada porque ni a restaurar sus termoeléctricas ni a
paliar el hambre de sus pobres súbditos le ayudan, los muy granujas.
805. Oído
Gogochito que te hablan a ti, a tus amigas Piedad y Janeth, por supuesto que a
mi tío Germán Montoya… y si se quiere también a mí:
“…A
medida que gana terreno la lógica del sálvese quien pueda, una parte creciente
de los esfuerzos recae en la red de afectos, sin apenas apoyos ni facilidades,
y así emerge la soledad del cuidador de fondo.
Las
personas que deciden acompañar a un ser querido enfermo afrontan renuncias
constantes, agotamiento y aislamiento. Para todas ellas la entrega está
penalizada: dejar el trabajo, reducir su jornada, salarios mermados, sueños
enterrados, reproches, ansiedad, bregar tensas y demacradas de un sitio al
otro. La sociedad entera descansa sobre esos trabajos no remunerados, pero a la
vez condena a quien pretende conciliar profesión y cuidados.
[…] Permanecer
junto a los enfermos para atender sus necesidades puede ser muy gratificante,
pero drena nuestra energía. Sin el imprescindible descanso, se oxida el hábito
de distanciarse para reponer fuerzas y buscar placer. Estas marañas de cuidado,
cansancio y culpabilidad no se desenredan solas. Las soluciones individuales
pueden aliviar, pero no bastan. Hace falta sentido de lo común, y comunidades
de sentido. […] Resulta vital contar con redes, tribus y una familia de
aliados: la amistad sabe ser profundamente terapéutica.
[…] El
contexto de individualismo creciente nos ha desentrenado en la colaboración.
Hemos olvidado la pregunta más sencilla: ¿qué necesitas? Esas situaciones
requieren sutileza para encontrar palabras simples, para decir: llámame cuando
estés abrumada. Si, como suele suceder, la persona que cuida ya no tiene tiempo
libre, quizá la única opción es acompañarla en sus tareas cotidianas. Nutrir la
confianza, no criticar, no aconsejar, no sermonear. Colaborar no consiste en
arengar a los demás explicando qué harías tú para resolver sus problemas, como
un oráculo. Se trata de aligerar el peso, disminuyendo en lo posible el estrés
y la ansiedad.
En algún
momento de nuestra evolución, la carga compartida se afianzó como mecanismo
adaptativo, no solo porque la unión hace la fuerza, sino también porque las
amenazas parecen menos abrumadoras cuando se afrontan en comunidad. Quienes han
tejido relaciones solidarias sufren menos miedo que quienes se sienten solos…”
Por
tratarse de un artículo de prensa, las palabras de la columnista -una sabia
como pocos quedan- no consiguieron abarcar un aspecto de la tragedia personal
de los que ella llama ‘cuidadores de fondo’ que a mí me parece el más
relevante: la en ocasiones absoluta ausencia de compromiso que muestran para
con el enfermo muchos de sus familiares -los aprovechados que nunca faltan-, quienes
se hacen los desentendidos frente al pariente que, en las antípodas de su
irresponsabilidad, se hace cargo de todo. Casos conozco de familias con
numerosos hijos en las que uno o a lo sumo dos son los que se sacrifican hasta
la extenuación y el menoscabo de su propia salud mental y física, mientras que
sus hermanos viajan y duermen a pierna suelta y se dan la gran vida, los muy
hideputas. Entre los proyectos que mi desidia de insomne me impide
materializar, este de soliviantar a esas almas nobles y desesperadas en contra
de sus familiares abusivos a fin de que constituyamos una suerte de colectivo
que, amparado en las leyes de cada país o en la de la selva si llegare a ser
preciso, vele por el bienestar y los intereses de hasta el último de sus
integrantes.
Adenda: te
cuento, Irenita, que no bien leí tus palabras tan desfavorables sobre el marido
de Alcestis releí esa obra de Eurípides sin que pudiera dar con la corrupción y
los sobornos que le endilgas a aquel pobre hombre. Antes bien: Heracles lo
encuentra tan hospitalario y desprendido que lo premia con la resurrección de
la muerta. Te pido, si no es mucha molestia, que me deslindes el porqué de tus
afirmaciones.
806. Hoy,
cuando prácticamente todo el mundo en el mundo hispánglico podría llamarse,
desde el abogado con un simple diploma de pregrado hasta el presidente de la
Corte Suprema de Justicia del país que sea, pasando por profesionales en esto y
aquello, Anacoluto o Cacofonía, oír esto de los labios poéticos de una sabia
como pocos quedan sí que reconforta:
“Para
mí, desde mis más remotos recuerdos, la lengua y la escritura se cuentan entre
los grandes prodigios de la vida. Al hablar convertimos nuestro cuerpo en
instrumento musical. Nos comunicamos creando sonoridades en la corriente de
aire que sale de los pulmones, atraviesa la laringe, vibra en las cuerdas
vocales y adquiere su forma definitiva cuando la lengua acaricia el paladar,
los dientes o los labios. Todos estos órganos intervienen a su debido tiempo
para moldear nuestras frases. Y aunque la lengua no puede por sí sola crear el
habla, es su símbolo desde tiempos muy antiguos. Por eso decimos: ‘tiene la
lengua afilada’ o ‘se le comió la lengua el gato’. ‘Lengua’ significa ambas
cosas: el músculo y el idioma, la carne y la palabra, el órgano animal y la
comunicación que nos hace humanos.
La
lengua es una parte fascinante de la anatomía. Las mariposas desenroscan su
larga lengua para beber en las flores como en cálices y los colibríes usan las
suyas para besarlas en pleno vuelo. El camaleón lanza su lengua a una distancia
mayor que su propio cuerpo. Cuando nos concentramos, la punta de la lengua
asoma por los labios entreabiertos, como queriendo salir al encuentro de la
realidad exterior. Y en esa búsqueda de protagonismo, nuestra pequeña lengua,
tomando la palabra, modelando el aire, ha logrado actuar en el mundo y, con sus
verdades y mentiras, cambiarlo para siempre…”.
Te debo
a ti y a muchos de mis columnistas de cabecera, a los novelistas y al cuentista
y al ensayista que ande leyendo la música de que lleno mis días. Es sólo
gracias a ella como a duras penas consigo escudarme y resguardarme y defenderme
de la fealdad de los chillidos desafinados y estridentes que expelen, juraría
que al unísono, millones y millones de cuerpos que hacen las veces, no de
bellísimo y sublime instrumento musical como el tuyo, sino de potro de la
tortura decibélica. Un beso e infinita gratitud por tu escritura.
807. ¿Que
yo soy ‘sur global’? ¡Ni por pienso! Yo lo que soy es… es cola de león y no
cabeza de ratón: occidental de segunda categoría o aun de tercera -me tiene sin
cuidado-, en un Occidente que está en mora de plantearle al xiputinismo un
canje la mar de provechoso para todos. Que nos reciban a Venezuela Cuba y
Nicaragua, e incluso a la Colombia esperpetrista, el Brasil Lulista, el México
de Obrador y la Hungría de Orbán a cambio de Japón, Taiwán, Corea del Sur,
Australia, Singapur y algún país más, pues desentonan entre sus tiranías tan
sofisticadas.
Adenda:
exultan por anticipado los izquierdópatas de alrededor del globo con la
perspectiva de ese nuevo orden mundial que se avizora y en el que dan por
sentado que, procedan de donde procedan, los rusos y los chinos -mejor dicho
los chinos- los acogerán en su seno con la fraternidad y los miramientos que
jamás recibieron del, por desgracia, decadente imperio del norte. Tiempo de
sobra tendrán para como yo lamentarlo.
808. “El
tema nos provoca una contusión mental y ética. Nuestra pasividad nos hace
sentir culpables, pero por otro lado en realidad no creemos tener culpa. Habría
que hacer algo, rumia una parte de nuestra conciencia, pero es un algo tan
vago, y parece tan fuera de nuestro alcance, que enseguida retornamos a la
casilla de salida: a la pasividad, a la culpabilidad, a la incomodidad y, por
consiguiente, a cerrar los ojos e ignorarlo”: ¿cuál tema? Hay tantos y para
todas las susceptibilidades… para todas las conciencias. Para las mías, que
bien conozco y que son las que tengo más a mano: los ucranios de bien con sus
vidas desarboladas por el hijueputin y demás víctimas de guerras atroces y sin
ningún despliegue mediático; los palestinos y los libaneses y los israelíes de
bien que no aplauden o callan ante los crímenes de guerra del gobierno vil de
Netanyahu ni ante los crímenes macabros del yihadismo perpetrados en suelo
israelí el 7 de octubre de 2023; María Corina Machado, sus paladines en la
lucha contra la narcodictadura cabellista y demás insurrectos de otras tiranías
tipo la iraní o la afgana; las niñas y mujeres afganas sometidas al punto de
negárseles incluso el derecho a proferir palabra fuera de sus casas-prisión;
los desposeídos y desesperados que se desarraigan forzosamente y se hacinan en
una patera o cruzan a pie selvas y continentes enteros para no morirse de
física hambre; cada preso político y de conciencia encerrado en sus mazmorras
por las satrapías de Oriente y Occidente, tan en auge hoy… ¿Que si me duelen
los norcoreanos y los afganos varones y los iraníes varones y los saudíes y los
rusos y los bielorrusos y los nicaragüenses y los venezolanos y los cubanos que,
amilanados por los malditos que los oprimen, sufren en silencio? Un poco sí,
aunque he de ser sincero y admitir que aquel dolor se me mezcla con una cierta
dosis de enfado -el producto de su irresolución cobarde- y, juntos, se
convierten en una sustancia inocua que me torna de piedra.
809. “…Las
armas, en fin, nos entusiasman. Son una especie de juguete feroz, un falso
espejismo de control y poder que nos llevará a la ruina. Entre unas cosas y
otras, se diría que la humanidad entera está empeñada en descubrir, desarrollar
y obtener formas más eficaces de exterminarnos los unos a los otros. Acabaremos
consiguiéndolo”: que así sea. Sí: ante la imposibilidad de domeñar a un
monstruo de millardos de encéfalos y corazones que van de lo más ruin y
despreciable a lo más cobarde e indiferente y en medio una minoría demasiado
minoritaria de naturalezas desprendidas y valerosas indignas de la especie, lo
que procede es el punto final del antropoceno y a otro asunto.
810. Hablando
de política, o sea de la vida monda y lironda, ¿cuántos Enric Marco habrá por
cada Edmund Dene Morel? ¿Cien a uno, o peco de demasiado… no sé si decir tacaño
o generoso? Lo que en cambio sí sé de sobra es que la desproporción es la
abismal que hoy vemos y ayer vieron otros y otros verán mañana entre la
corrupción de los venales y la transparencia de los insobornables, o entre los
urdidores y perpetradores de bellacadas y quienes se atavían de Quijotes para
intentar contrarrestarlos.
811. Qué
complicado resulta tomar partido cuando las cosas no son todo lo negras que las
ven unos -aquellos a quienes la autora refuta-, ni todo lo blancas que las ven
otros -la autora y muchos más-:
“Qué
extraordinarias son esas personas que pronuncian un lugar común como si
estuviera siendo expresado por vez primera; son, sin complejos, los fabulosos
inventores de lo ya inventado. Los niños son muy crueles, dicen. En alguna
ocasión hasta osan añadir el odioso ‘como yo digo’. Pues bien, lo que tú dices
es una afirmación sin evidencia científica alguna que, para colmo, contribuye a
eludir la responsabilidad de los adultos en el comportamiento de los menores.
¿Son los niños crueles por naturaleza? En absoluto, más bien podría decirse que
poseen un natural instinto colaborativo que los adultos vamos cercenando con la
influencia no siempre benéfica que ejercemos sobre ellos. A veces los niños van
a la escuela adiestrados ya en el ejercicio del desprecio, tomando como
normales la burla al débil y el abuso; otras, es en el entorno escolar cuando
optan por unirse al chulo de la clase para sobrevivir. Pero lo que más me
asombra de esa afirmación, los niños son crueles, es que la hacemos los
adultos, justo aquellos que ya estamos tan habituados al ejercicio de la
inquina que en ocasiones ni siquiera somos capaces de sentir pesar por el daño
infligido.
Estamos
moldeados en gran parte por aquellos ejemplos en los que fuimos instruidos…”;
perfecto: ¡en-gran-par-te!
Pero a
esta frase, que sabiamente le hace sitio a la posibilidad de que así no sea, la
desvirtúa el “en absoluto” que la precede, pues aquel par de palabras no hacen
otra cosa que servirle de caja de resonancia a la majadería según la cual “el
hombre nace bueno y la sociedad lo corrompe”. Yo que los unos -los que ven en
cada niño a una encarnación de la crueldad- y los otros -los que los gradúan de
ángeles impolutos-, me sentaría a rebuscar entre los recuerdos literarios y
“reales” con que cuente a ver si no he conocido a hijos mierdas de padres
meritorios y a hijos meritorios de padres mierdas, con todas las variables que
a ustedes se les ocurran. Para no ir muy lejos, leía el otro día la tremenda
semblanza que de Hitler hace Karl Ove Knausgard en el último tomo de su lucha y
la conclusión salta a la vista: el monstruo que conoció y padeció el mundo en
esas décadas aciagas del siglo XX no lo aprendió de sus padres ni en la escuela
y ni siquiera en el entorno que le tocó en suerte. ¿Y entonces? Tengo para mí
que lo traía de fábrica y lo pudo materializar “gracias a” que mil y una
complejidades históricas y políticas y sociales se conchabaron en su favor y en
perjuicio de millones. Ya quisiera yo saber -que me lo diga la IA- cuántos
dementes como ése -y otros bien conocidos de todos- sueñan en estos precisos
momentos con emularlo y aun superarlo, y tal vez sin que la madre que los parió
lo sospeche siquiera.
812. ¿De
modo, entrañable Manuel Vicent, que usted tuvo su Rosita como yo mi Dianita? Ay
si yo le contara, maestro, lo que esa hermadre mía supuso en mi vida toda -y
toda es toda-, y lo que su muerte trastornó en esta familia de dos… huérfanos
de su amada presencia.
813. ¿Y
preguntan los reacios de uno y otro campo que por qué yo insisto, fastidio y
doy la lata con mi idea -lo será de decenas más- de que a los estudiantes de
ciencias se les impartan al menos un par de cursos de literatura y a los de
literatura un par de cursos de ciencias? ¿Pero es que no lo ven? ¿En serio?:
“Se
supone que durante millones de años los homínidos copularían al aire libre
desprevenidos como el resto de los animales, pero en la historia de la
evolución llegó un momento en que alguno de aquellos primates decidió
esconderse a la hora de aparearse. No sería por pudor. Tal vez comenzó a intuir
que, durante el coito, llevado por la ceguera del instinto, se sentía muy
vulnerable. Durante el acto sexual había que bajar la guardia y dejar la
espalda a merced de cualquier clase de peligro. Podía atacarle una fiera, podía
un enemigo de la tribu contraria pegarle un garrotazo en el cogote y terminar
así con la fiesta. Probablemente sería la hembra, más precavida, la que con el
tiempo llevaría al macho hacia un escondrijo o se mostraría más receptiva si se
sentía protegida por la oscuridad de la noche. Después de miles de años los
humanos son los únicos entre todos los demás animales a quienes, salvo a
algunos muy depravados, no les gusta que les sorprendan copulando y menos que
se convierta esta actuación en un espectáculo. Por eso en el sexo consentido,
más allá de toda moral, lo primero que hay que procurar es que no te pillen. Ignoro
el motivo, pero es evidente que el sexo da mucha risa. Lo saben muy bien los
humoristas. Basta con una insinuación que ataña a los genitales para que la
gente rompa en carcajadas. ‘El sexo es sucio siempre que se haga bien’, dice
Woody Allen. Aunque entre los amantes se establezca un amor muy delicado, digno
de Petrarca, el sexo tiene siempre un lado ridículo. Reyes y villanos, sabios e
idiotas, poetas y gañanes, todos llegan a la cima del placer de forma parecida.
Sería terrible que en el orgasmo también hubiera clases. Cualquier villano
puede ir a casa de su amante, ponerse la gorra del revés para hacer una paella
seguida de una siesta del fauno, pero si uno es rey debe saber que hace un
millón de años los primates ya conocían ese lado de desvalimiento que tiene el
sexo. Si te pillan, no tendrá el pueblo mejor espectáculo.”
No bien
transcribo esta maravilla cientificoliteraria, me entrego a elaborar la lista
mental de los aguafiestas que saltarían a censurarla. Los reúno en dos
multitudes apabullantes que, sumadas, suman millardos: los rezanderos y
mamasantas del credo que sea -se salvan no pocos católicos-, y el wokebuenismo
transnacional y mojigato que, puesto a moralizar y descabezar impíos, no hay
quién le dé la talla. Pienso asimismo en la generación Z de zombi, y no ya
porque vaya a abominar del arte de quien sabe convertir en fina coprolalia las
piruetas amatorias que otros sacralizan, sino por el hecho palmario de que
están impedidos para disfrutarlo: todo lo que carezca de una imagen les pasa de
largo a estas pobres criaturas a duras penas verbales.
814.
Entre las múltiples tareas pendientes y urgentes que tiene por delante el genio
del idioma español, la de forjar un único vocablo para este estado de la
conciencia que muy bien conozco por llevarlo padeciendo, y sin remedio a la
vista, mucho tiempo: “Vivir no es solo estar vivo ni morir es solo estar
muerto. Uno puede estar vivo y muerto a la vez si por un lado se emociona con la
belleza de una tarde de otoño llena de colores rojos y amarillos y por otro ya
no se conmueve ante la visión de niños ahogados o destrozados por las bombas.
[…] La violencia y la muerte no dejan de ser una costumbre y tal vez uno ignora
que esas masacres a las que asiste con naturalidad acaban de formar parte de la
propia digestión. Mientras suena la música y contemplas el esplendor de la
tarde de otoño cubierta de hojas rojas y amarillas, si juntas la belleza y la
maldad, no sabrás si estás vivo o muerto”. ¿Qué tal ‘muertivo’ o ‘vivuerto’? En
absoluto eufónicos estos dos adjetivos que me acabo de sacar del sombrero,
aunque sí elocuentes. Porque elocuencia hay en el hecho de que mi yo vivo
sienta entusiasmo de saber que mañana, 25 de octubre de 2024, si nada
extraordinario ocurre va a estar oyendo, a partir de las dos de la tarde, a la
Filarmónica de Bogotá interpretando el único y hermoso concierto que para
violín y orquesta escribió Beethoven y la quinta sinfonía de Mendelssohn, en
tanto que mi yo muerto… de vergüenza y angustia me enrostra lo que bien sé y me
atormenta: que en las dos horas que dure la vaina, las cifras de muertos y
heridos y huérfanos y desarraigados de sus hogares por designio de las guerras
de los malditos no habrán hecho más que aumentar, y que la ceguera física no
debería servirme de excusa para no llamar por teléfono a María Corina Machado y
a Zelenski a ver cuál de los dos tiene a bien emplearme para lo que se precise.
“Ya quisiera yo -le respondo con total sinceridad a mi increpador- saber sus
números, que los llamaría sin dilaciones”. Pero el muy cabrón me mira con
incredulidad. Allá él.
815. Yo,
que por desgracia no recibí la más mínima instrucción científica cuando estudié
lenguas y literatura, desatraso desde hace años esos deberes gracias a internet
y a un puñado de maestros que generosamente me educan a través de sus artículos
de prensa. Los hay tan maravillosos -artículos y articulistas- que en espacios
inverosímiles hacen caber, y no exagero, la génesis de la ciencia, las inspiraciones
que le insuflan vida y parte de su historia. Lean, a ver si miento o
hiperbolizo, ‘El lugar de donde vienen las ideas’.
Adenda:
pero la vida, que en el mejor de los casos no es otra cosa que un sinsabor, me
lleva de ese deslumbramiento al recuerdo de que tengo irresuelta una
discrepancia con el científico, de quien aún no he recibido respuesta ni grande
ni chica para mi desahogo 206. El recuerdo me lo reaviva la lectura de ‘Si lo
ves claro, desconfía de tus ojos’, y su contenido casi que me reconfirma en la
sensación de que para el autor, como para demasiados oyentes y videntes, el
entendimiento humano tal vez no pueda ocurrir al margen del oído y por
descontado que no al margen de la vista: los puntos ciegos de que no se libran
ni las inteligencias más preclaras.
816. “Lo
que pasa es que en Petro conviven un ambientalista sincero y un autócrata
indomable, un rebelde furioso y un pragmático ambicioso, un hombre que anhela
el bienestar social y un solitario conflictivo y taciturno, un político lúcido
y a menudo brillante y un aventurero imprudente” opina usted, Ospina, y yo me
lo quedo rumiando. Veamos: si el Esperpetro fuera un ambientalista sincero, en
lugar de estar conflictuando y discurseando un día sí y el siguiente también y
haciendo gala de una retórica vacua de la que ningún beneficio tangible se va a
derivar, su mandato habría estado comprometido desde el primer minuto con la
salvaguarda de las vidas de los defensores del medio ambiente y con la defensa
eficaz de la naturaleza. Pulsiones autócratas sí que bullen en él, aunque se me
antoja que muy atenuadas por el desorden de su dipsomanía y manifiesta aversión
a cualquier tipo de imposición inherente a su cargo. Su rebeldía será tan
pragmática y poco furiosa que es capaz de pactar con su compadre el diablo
Mancuso y con Benedetti o Roy Barreras a fin de materializar ambiciones
personales y partidistas o de acallar verdades que tampoco es que le quiten el
sueño. Ahora: ¿cree de veras usted que un presidente bienintencionado de país
pobre que “anhele el bienestar social” desperdicia los cuatro años que se le
concedieron para gobernar en rencillas y mezquindades que todo lo torpedean y
dificultan? Y puesto que esa ha sido la constante desde el 7 de agosto de 2022,
hablar del “político lúcido y a menudo brillante” que a mí también llegó a
parecerme el Petro congresista ya no procede; de hecho, no procede desde que en
mala hora ustedes lo eligieron alcalde de la pobre Bogotá. Y, para aventureros
imprudentes, los más de once millones que hace dos años y medio votaron por él
a sabiendas de su absoluta incapacidad para gobernar nada. Lo de taciturno y
solitario, que con su pan se lo coma y con su whisky se lo beba.
817. ¿Qué
se le agrega a la completitud: “¡Pobres diablos infelices que somos todos!”?
Grima me dan los pagados de sí que de antemano se duelen de lo vacío y triste
que se tornará el mundo sin ellos, y por lo bajo me río de su desesperación. ¿Morirme
yo -impreca un Forbes-, dueño de esta fortuna con la que ni los erarios de las
potencias pueden soñar? ¿Morirme yo -blasfeman un par de iluminados de la
política-, el único capaz de esparcir el virus de la vida por las estrellas del
universo, el único capaz de make América great again? Si algún poder decisorio
tuviera quien esto suscribe, lo aprovecharía para que los delirios de grandezas
figuraran entre las discapacidades más incapacitantes, entre las que les puedo
asegurar que no se encuentra la ceguera. Al menos no la mía.
818. ¿¡Somos
más los buenos!, dicen los edulcorados con o sin enciclopedia? Para que se les
descorra esa venda, que lean ‘Breve catálogo de malos’ en El País de España y
saquen cuentas. Acto seguido y con objeto de que el ejercicio cobre verdadera
validez, bien les vendría -yo ya lo hice-, tras un acto de contrición o un
examen de conciencia, intentar ubicarse a sí mismos, a sus familiares y
allegados dentro del catálogo: ¿’psicópatas’, ‘psicopatoides y narcisos’,
‘malos por pereza ética e intelectual’, ‘malos con heridas pero sin reflexión’,
‘malos por miedo’ o “aquellos malos que lo son para sacar tajada. Esto es, su
temor no es a descender en la escala social, sino a no ascender lo suficiente.
Son todos aquellos que se pliegan siempre al poder que más conviene: los
chaqueteros, los más papistas que el Papa, los que escupen al vecino judío si
está delante un gerifalte de las SS, porque en realidad el vecino les da igual.
Quiero decir que no hay ideología ni odio, sino cálculo. Y se las apañan para
cegar su conciencia solo en el rinconcito justo que les permite medrar; en lo
demás, hasta pueden parecer encantadores […]. Estos malos, en fin, son los que
más me angustian, los que más aborrezco. Decía Elie Wiesel, superviviente del
Holocausto, que lo contrario del amor no es el odio, sino la indiferencia. Y
esa fría indiferencia de parásito es lo más aterrador del ser humano. El Mal
existe porque los tibios de corazón se lo permiten”?
La cifra
que está por determinar es, Rosita entrañable, qué porcentaje de la especie
hace de facto y vocacionalmente el bien y no se conforma con dizque no hacer el
mal, asunto bastante controversial este según se desprende de tu reflexión. Yo
a ese entre cinco y a lo sumo diez por ciento de seres humanos que merecen el
nombre los bendigo, les agradezco y los envidio a partes iguales. Qué
tranquilizador y bello sería saberme -no creerme- uno de ellos.
819. “En
la potencia del norte conviven (siempre han convivido y hoy más que nunca)
inclinaciones racistas, autoritarias, aislacionistas, francamente favorables al
apartheid, al fascismo y al antisemitismo, enfrentadas a eso que Pinker llama
(usando palabras de Lincoln) ‘Los ángeles que llevamos dentro’. Estos ángeles
son los de sus pasiones más nobles: la defensa de la democracia, del
conocimiento científico, la lucha contra el racismo, la esclavitud y contra
esos ‘hombres fuertes’ y todopoderosos que son la negación del diálogo, de la
diversidad de orígenes, y de la tolerancia por las ideas distintas”: ¿adivinan
cuál de las dos cosmovisiones se acaba de imponer, y con los votos de millones
y millones de suicidas desinformados, en el que por desgracia demasiado pronto
dejará de ser -en el caso de que de facto lo siga siendo- el país más poderoso
del mundo? Yo no sé si los designios de la historia sean ineludibles o si algo
así exista siquiera; lo que sé sin ningún margen de duda es que cuando la
maldad más acendrada de una camarilla manipuladora encuentra un nicho de
mercado entre la infinita estupidez humana, el mundo de hoy pasa a ser, como el
de las memorias de Zweig, el mundo de ayer y con un agravante imperdonable en
nuestro caso: que nosotros sí estábamos al tanto y advertidos y prevenidos, y
por partida doble. Un único favor les pido a los historiadores futuros que
merezcan el nombre: que cuando juzguen los pormenores y las consecuencias de lo
que parece avecinarse o transita por sus albores, no culpen directa y
exclusivamente a quienes ordenen los horrores sino a las masas que, por acción
-sus votos- u omisión -su indiferencia o su cobardía-, resolvieron tenderles un
cheque en blanco para que procedieran en su nombre.
820. Vamos
a ver; leo esta otra reflexión suya, Hetícor, y se me ocurre aventurar que el
error en que acaban de incurrir millones y millones de negros y de latinos que
entusiastas se creyeron integrantes y miembros de pleno derecho de MAGA (un
saludo para mi tío […] y su trumpista parentela allá en Pensacola) lo están
cometiendo los mamertos e izquierdópatas tercermundistas que fantasean con que
en el nuevo orden mundial, que ya empieza a cobrar forma, ellos van por fin a tener
protagonismo y a figurar en calidad de iguales de los mandamases chinos y de
los rusos -es decir de los chinos-:
“…Colombia,
y en general América Latina, tiene una identidad compleja y contradictoria. Si
hoy somos intrascendentes y carecemos de importancia en el mundo, creo que esto
se debe a que nosotros mismos no hemos sido capaces de definirnos. Ni siquiera
sabemos si somos Oriente u Occidente. Al ser nuestros orígenes culturales
mixtos (europeos, indígenas, asiáticos y africanos), y nuestra más típica
composición étnica tan mezclada y mestiza que es difícil de condensar en una
clara identidad, vivimos en crisis con nosotros mismos, como si no nos
pudiéramos entender o como si no aceptáramos que somos eso precisamente, lo
mixto.
Para el
Occidente rico y desarrollado somos parientes pobres de segunda categoría. Para
las potencias que cuentan de verdad no somos más que una especie de periferia
sucia, atrasada y peligrosa del Occidente que importa de verdad. Y,
correspondiendo a esta imagen, con la banca internacional o las instituciones
globales nos portamos como ellos nos ven: pedigüeños que pasan el sombrero para
pedir un préstamo o una limosna por amor de Dios.
Si el
Occidente poderoso no comprende que se debe comprometer en planes serios que
conduzcan a nuestro propio desarrollo y bienestar, y a consolidar democracias
endebles, no sería extraño que cayéramos en el canto de sirena de esas otras
potencias colonialistas, imperiales y muy nórdicas que han sido y siguen siendo
Rusia y China, aunque ahora se vendan como aliadas naturales del Sur Global.”
Ya verán
los unos y los otros insensatos -ojalá fueran sólo ellos- lo que acarrea
servirle de idiota útil al diablo, disfrácese de lo que se disfrace. Y,
respecto de su columna, Hetícor, una pregunta retórica: ¿cree usted de veras
que “el Occidente poderoso” -¿duránte cuánto más tiempo?- que no se comprometió
“en planes serios que” condujeran “a nuestro propio desarrollo y bienestar, y a
consolidar” nuestras “democracias endebles” cuando estable y boyante habría
podido hacerlo, lo va a hacer hoy que tiene delante los peligros tangibles que
representan para sus propias democracias los enemigos internos en componenda
con los externos, para no hablar de las múltiples divisiones sociopolíticas y
quebrantos del estado de salud de sus economías? Tengo para mí que…
821. ¿Que
cómo me imagino el erial que van a dejar por mundo los Elon Musk de los últimos
doscientos cincuenta años, en componenda con los millardos y millardos que les
compramos el consumismo desaforado que tan hábilmente nos han sabido vender? La
verdad es que no tengo que imaginar nada porque ya lo dejaron descrito Rulfo y
Bolaño en sendos cuentos que, juntos, anticipan la distopía. Del del mexicano
podemos tomarlo todo salvo su nombre eufónico -San Juan de Luvina-, en tanto
que del del chileno lo que nos sirve es precisamente el nombre para el erial,
por antipoético y disonante: Gómez Palacio.
822. Le
pido el favor a quien sepa del paradero del Andrés Trapiello que habla en el
desahogo 803 que me le haga llegar una sugerencia literaria, junto con el
mensaje de que querría seguir discutiendo con él sus apreciaciones numéricas
sobre las gentes del campo. Que lea, si lo tiene a bien, ‘No oyes ladrar los
perros’ y que me haga saber si como yo está interesado en que nuestro diálogo “unilateral”
perviva.
823. Le
pido prestado a mi maestro y quiero creer que también amigo -de su capitán
Alatriste sí que lo soy-, don Arturo Pérez-Reverte, un titular de prensa que
cita en uno de sus artículos de Zenda porque con creces compendia, antes que
nada, nuestra realidad política de los últimos doscientos y pico años. Que
abarcan, de más está aclararlo, las mojigangas y trapacerías del esperpetrismo
hoy en el poder: ‘Cuánto cuento y cuánta mierda’ propalan a diario estos hijos
de mala madre, y propalaron siempre prácticamente todas sus homólogas
inmundicias desde sus sinecuras pagadas con los dineros del contribuyente. Que,
no contento con subvencionarles las corruptelas, demasiado a menudo se deja
fanatizar y convertir por ellas en idiota útil de sus intereses.
824. Yo,
que tengo una relación tan íntima con el mío -escozores y pruritos que se
alternan con periodos de saludable serenidad-, así como una inconfesable
debilidad imaginativa por algunos muy jóvenes y ajenos, no bien leí esto vi
desfilar por mis recuerdos a una ristra de trastornados por un complejo de Dios
congénito que no hace distingos entre genios auténticos, medianías empingorotadas
o pobres diablos pagados de sí no obstante su insignificancia: “Montaigne, al
que hay que volver siempre para no ahogarse en el mar de la convulsa simpleza
contemporánea, nos recuerda que el prócer más encumbrado en su envidiado trono
se sienta indefectiblemente sobre sus posaderas. Conviene ser conscientes de
que en el fondo y la base de toda grandeza, de toda sabiduría, de honores y
loores, siempre está el culo. Es una constatación que quizá a alguien demasiado
orgulloso le puede parecer humillante, pero a los sensatos les resultará más
bien consoladora. […] El culo da nuestra talla y prohíbe que nos consideremos
gigantes aunque tengamos la cabeza perdida entre las nubes. Es la clave del
saludable realismo: cuando estemos a punto de dejarnos arrastrar por cualquier
delirio vanidoso, ojalá oigamos una vocecita que nos advierte ‘¡acuérdate de tu
culo. In culo veritas!’. Si no nos salva la vida, salvará por lo menos nuestra
cordura…”.
825. Si
no estuviera mamado de dedicarle demasiados más desahogos de los que amerita su
insignificancia tan nociva -¿pillan el porqué de la desmesura?-, sería como
para espetarle al wokebuenismo transnacional y bagatélico este par de verdades
que comparten firma: “No, hombre, no: al feminismo de verdad solo lo habéis
atacado vosotros, y vosotras y vosotres. La igualdad de derechos cívicos y
políticos entre mujeres y hombres es una conquista gradual de las democracias
occidentales que va a un paso imparable, aunque aún le queda gran trecho por
recorrer. La cuestionan las autocracias musulmanas, como el resto de los
avances democráticos, pero no los países cuya cultura es una decantación
secular del legado de Grecia, Roma y Jerusalén. Esos países colonialistas tan
mal vistos ahora por el neosalvajismo que quiere pasar por vanguardia
progresista cuando en realidad supone un retroceso descarado. Pretenden liberar
a la mujer los que niegan que exista como realidad biológica, los que disuelven
los sexos naturales en una caprichosa sopa de letras en la que tiene tanta
carta de normalidad el ejemplar sin deformaciones como el becerro de dos
cabezas. Y legislan sobre las relaciones intersexuales los que convierten en
violación todo lo que hacen los hombres y cualquier cosa que soportan las
mujeres. Lo que antes era parte de la educación como respeto al prójimo que se
daba en las familias como Dios manda y en las familias decentes ahora se ha
convertido en delirio penitenciario…”. “Nuestra época es claramente propensa al
racismo, precisamente por sus esfuerzos en denunciarlo y combatirlo. No se
puede acabar con algo ignorando en qué consiste. Racismo es aplastar la
humanidad de alguien bajo el peso de una identidad colectiva a la que debe pertenecer.
Da igual para el caso que esa identidad sea una bendición o un oprobio. Nadie
puede ser algo superior a humano ni gozar o padecer una identidad colectiva más
relevante que la suya individual. Borges atribuye a Mark Twain, en El hombre
que corrompió Haylerburg, una cita que yo siempre he supuesto que pertenece a
la inventiva del propio Borges: ‘No me importa saber si alguien es varón o
hembra, religioso o ateo, negro o blanco. Me basta con saber que es humano,
nadie puede ser nada peor’. Cuando alguien se refiere a la raza de otro es
porque le quiere anular como persona: y eso funciona aunque su referencia
racial esté basada en supuestas virtudes de esa etnia, como la inteligencia de
los judíos, el sentido del ritmo de los negros o la industriosidad de los
orientales. Nadie es lo que es y como es por las cualidades que comparte con
sus parientes sino más bien por aquellas que lo diferencian de los demás. Para
el racista solo cuenta lo que el grupo representa en su imaginario y quien
pertenece a él viene ya definido de fábrica. Y muchos de quienes pretenden
emancipar a las razas oprimidas lo hacen a costa de despersonalizar a sus
miembros. Cuidado con las buenas intenciones” de profesor activista de campus
público y defensora de los derechos humanos y duplicador y triplicador del
género y promotora del lenguaje inclusivo que medran haciéndote creer, mujer
marginal, negro depauperado, indígena desarraigado por causa de la violencia, parapléjico
o sordo o ciego que sueñas con ir a la universidad para labrarte un futuro; que
medran haciéndote creer que tú y los como tú son la causa de su trasnocho
cuando la verdad monda y lironda es que tú y los como tú no son más que
palabras vacuas que nutren publicaciones académicas que otorgan puntos que
incrementan salarios que inflaman prestigios minúsculos que hacen que se olvide
el culo y la máxima según la cual “in culo veritas”.
826. Lo
saben el caradura Londoño de ‘El nobel, Petro y los escritores’ y el Gamboa
tuerto del ojo izquierdo que guarda previsible silencio ante cada esperpetrada
de su votado: “…La polarización en los políticos y en los medios de
comunicación es algo más complejo, un refugio para evitar las explicaciones
engorrosas. Si al Gobierno o a la oposición se les pide que justifiquen una
decisión discutible o poco clara, es cómodo poder esconderse en el ‘¡y vosotros
más!’ en vez de buscar argumentos razonables a favor de la propia postura. Para
qué molestarse en razonar, tarea en ciertos casos complicada, si uno puede
esquivar el tema atacando al adversario. Pero lo que culmina la polarización es
contar con una jauría de partidarios dispuestos incondicionalmente a disculpar
lo que hacen los suyos con tal de que se les ofrezca carnaza para maldecir a
los del bando opuesto. Así la realidad pierde sustancia al ritmo que los
ciudadanos renuncian a su espíritu crítico. Nada es verdad ni mentira, todo es
pura cuestión de los colores del que mira. Y, en vez de debate político, solo
queda la pelea a garrotazos de dos salvajes, hundidos hasta la cintura en la ciénaga,
como los pintó Goya. Los fanáticos se distinguen por tenerlo todo claro: no
necesitan hablar, les basta con morder. Pero las cuestiones políticas siempre
son poliédricas y cuanto más se penetra en ellas, más perplejo le dejan a uno.
Hay que elegir entre estar irracionalmente polarizado o racionalmente perplejo.
No hace falta señalar cuál es la opción preferida por la mayor parte de
nuestros compatriotas”. Coincidirá usted conmigo, don Fernando, en que si un
ciudadano anónimo que funge de idiota útil de unos o de los otros extremistas
resulta lastimoso, ver a un tipo de la talla intelectual de un Londoño
disparando contra todo lo que le huela a perplejidad racional produce, a más de
grima por lo que de autodestructivo conlleva, desprecio y asco. Al menos el
silencio de Gamboa a mí me deja la sensación de que su traición a la
ecuanimidad y el pensamiento crítico un poco lo incomoda y avergüenza.
827. Veo
a todas estas madres y padres mortificados por lo que será del futuro de sus
hijos con el cambio climático, la descomposición social -más vieja que la moda
de andar a pie-, la inteligencia artificial, los extremismos políticos y los
fanatismos religiosos, las enfermedades del cuerpo y la mente y no puedo por
menos de preguntarme por qué seremos tan insensatos y contradictorios los seres
humanos. De todo lo anterior e incluso de flagelos peores (el hambre y la sed,
la tortura y las guerras de los malditos) se libraron los hijos que resolví no
tener.
828. Me estrello
con esto en LOS aNILLOS DE SATURNO e instantáneamente mi cerebro lo asocia con
un pensamiento -tal vez injusto o no del todo justo- que me asalta desde hace
un tiempo: “Korzeniowski, que inmediatamente después de su llegada a Ostende se
dirige a casa de Marguerite Poradowska en Bruselas, percibe ahora la capital
del reinado de Bélgica con sus edificios cada vez más ampulosos, como un
monumento funerario que se erige sobre una hecatombe de cadáveres negros, y le
parece como si todos los viandantes de las calles llevaran en su interior el
oscuro secreto congoleño. De hecho, hay en Bélgica, hasta el día de hoy, una
fealdad particular, impresa en la época de la explotación desinhibida de la
colonia del Congo, que se manifiesta en la atmósfera macabra de ciertos salones
y en una deformidad llamativa de la población, como sólo se halla raras veces
en algún otro sitio. Sea como fuere, recuerdo exactamente que en mi primera
visita a Bruselas, en diciembre de 1964, me salieron al paso más jorobados y
locos que en cualquier otra parte del mundo en todo un año…”: bajo ningún
concepto querría hallarme hoy -ya se verá mañana- en la Rusia de Putin o en el
Israel de Netanyahu, con el perdón de los anónimos y metafóricos Roger
Casements y Edmund Dene Morels que tanto en el país a todas luces invasor como
en el invadido el 7 de octubre de 2023 pero implacable y bárbaro en su
respuesta sé que luchan contra la sinrazón asesina y criminal de quienes los
gobiernan. ¿Que las culpas en los crímenes de terceros y en los de Estado deben
ser individuales y no colectivas? Disiento de todo punto pues ni el pariente
que calla y no denuncia los delitos de un familiar al que protege movido por
una mal entendida lealtad, ni el sacerdote que por indiferencia o cobardía hace
la vista gorda ante los desmanes pederastas de un superior o viceversa, ni el
ciudadano que con su silencio o sus vítores se hace partícipe de las
carnicerías y vilezas de sus gobernantes en contra de prójimos más débiles e
indefensos pueden alegar inocencia de ninguna índole. Tampoco quienes no nacimos
ni en Rusia, Palestina o Israel y nos mantenemos impasibles ante esos y otros
horrores presentes podemos siquiera aspirar a una parcial exoneración de una
culpa que claro que tiene un puñado apenas de responsables directos, pero
millardos de indirectos.
829. Justicia
poética sería que la vida de cada funcionario público y político venal o
también avieso estuviera signada por un lienzo-consciencia pintado por un Basil
Hallward inmaterial y por las palabras del todo audibles de un lord Henry
Wotton que atormenten al miserable con el anuncio del mañana de desdichas que
lo aguarda. Y, ya entrados en gastos, que así como el lector de la novela de
Wilde asiste a la disolución moral y física del protagonista, a toda sociedad
desangrada por sus corruptos le fuera dable presenciar, gozosa, sus deterioros
paulatinos y sus ulteriores aniquilamientos.
830. ¿Qué
piensa usted, maestro, de los temerarios que se sienten tocados por el don de
la ubicuidad y que van por ahí asegurando que ya nadie lee a Equis o a Ye autor,
y todo porque sus libros no se venden ya en librerías de cadena?:
“No sé
por qué los clásicos míos están todos desorganizados y poco motorizados, quizá
porque recuerdo siempre a Unamuno cuando decía que la novela, y la vida es una
novela, es organismo y no mecanismo. Me gustan esos clásicos españoles, los
Azorines, D’orses, Ramones, Galdoses, Barojas, Riscos, Cunqueiros, Unamunos,
Machados, Solanas, por lo que tienen de destartalado museo provincial. La mayor
parte de ellos incluso hay que ir a buscarlos en ediciones desconchadas, que
siguen al cuidado de ujieres tan viejos y descontentos de la vida como ellos
mismos. Pero suelen ser siempre visitas provechosas, porque son visitas
espaciadas en las que uno siempre espera encontrar poca cosa, para llevarse
luego en las entretelas del alma pequeñas y grandes joyas secretas, de las que
ni siquiera los salteadores del momento, los cacos intelectuales del día, se
han percatado aún.
En la
visión que tienen del mundo estos clásicos de pueblo hay, además, una visión
del presente sin tiempo, que es el único presente que nos incumbe, aquel que
dentro de cien años arrancará a los lectores un: ‘Parece que está escrito hace
un momento’ y les hará sentir la primavera en los huesos. No son muchas las
cosas que podemos decir nuevas. Viene uno a esta vida como un eco de los padres
y como un eco damos tumbos por todas las peñas de la vida. A distinguir me paro
las voces de los ecos, dijo Machado. Todos somos voz y somos eco. Pensar otra
cosa es floritura. Así veo yo a esta tropa de escritores, museos y clásicos tal
vez cerrados a causa de inacabables reformas o por falta de personal para su
mantenimiento o por hundimiento de techumbre, pero en los que siempre podrá
verse la luz de la pequeña bombilla de un celador, pues en los museos, en los
clásicos y en los cementerios, milagros de la vida, siempre termina cayendo
alguien, por pequeño que sea: ese incansable viajero de alma fatigada, ese
lector aquejado de spleen o aquel al que la vida le borró su última
sonrisa.”
Le confieso
que cada que oigo aquella temeridad -y la oigo muy a menudo- de labios de quien
sea -un Nobel o un profesor cualquiera-, siento por el que la profiere una
suerte de desilusión mezclada con no poco desdén y la razón es que me parece
inadmisible que haya nadie que de corazón se crea que, entre los ochenta o cien
millones de lectores vocacionales que en este preciso momento están con un
libro entre las manos, no exista ni tan sólo uno que esté leyendo a ese autor
que él condenó sin pruebas a una orfandad inapelable. Ah, y lo de la cifra me
lo saqué del sombrero pues, si de ocho mil o diez mil millones de humanos que
dizque somos al menos el uno por ciento no tiene por vicio la literatura,
estamos más que jodidos.
831. Me
habla Sebald de la Rebelión Taiping, leo en la Wikipedia sobre el Reino
Celestial de la Gran Paz y me resulta inevitable no asociar aquello con el
embuste descarado que Gustavo Petro bautizó ‘paz total’. Una coartada cuyo
norte todavía les resulta incierto a sus votantes y a una mayoría de analistas
políticos, mas no a él ni a los criminales de que se está rodeando para
materializar su propósito. Que en modo alguno aspira a pacificar el país sino a
subyugarlo electoralmente y sirviéndose, por un lado, de sus conmilitones los
terroristas y narcotraficantes de las guerrillas y, por el otro, de los
bandidos violadores y descuartizadores del paramilitarismo que hasta ayer no
más le sirvieron de supuestos enconados enemigos.
Adenda(ss):
poco sorprende, pues, que una sociedad como la colombiana, que lleva más de cuatro
décadas honrando la memoria y celebrando las gestas delictivas de Pablo
Escobar, tenga por iluminados a lo Hong Xiuquan bien a un ex presidente
amancebado con lo más tenebroso del terror narcoparamilitar, bien a un
presidente en ejercicio formado y brotado de las filas de lo más tenebroso del
terror narcoguerrillero. Sorprende en cambio, y mucho, que los votantes de
buena fe del esperpetrismo aún no se hayan tomado las calles para increparle su
traición al farsante. Es lo que procedería si uno no se llama Julio César
Londoño, Cecilia Orozco Tascón, Laura Restrepo, Santiago Gamboa, mamerto de
campus público o parásito izquierdópata del sindicalismo. ¿En dónde está, me
pregunto, les pregunto, el ultrafeminismo woke que se escandaliza y llama abuso
a un simple piropo o a una picada de ojo mas no a lo que a todas luces lo es y
lo rebasa: la villanía perpetrada por Gustavo Petro Urrego en contra de las
víctimas al nombrar como gestor de paz -háganme el favor- a alias Taladro, culpable
de cientos de violaciones de niñas y vaya usted a saber si también de niños? Se
dirán las empoderadas lo que los cuatro articulistas de atrás: que cuando son
los nuestros los que gobiernan, el fin justifica los medios… cualquier medio.
Si los incondicionales del petrouribismo o del uribopetrismo fueran conscientes
de la toxicidad política y social que nos supone a todos los colombianos
semejante engendro bicéfalo, por vergüenza harían lo que los fanatizados por
Xiuquan cuando los acometió la certidumbre de la derrota inminente.
832. ¿Que
esto lo saben los científicos? Sin duda, pero a ver cuál podría expresarlo con
siquiera la mitad de belleza que el poeta: “…La carbonización de las especies
de plantas más altas, la quema incesante de todas las sustancias combustibles
es la fuerza de propulsión de nuestra propagación por la tierra. Desde la
primera antorcha hasta los reverberos del siglo XVIII, y desde el brillo de los
reverberos hasta el resplandor macilento de las farolas de arco sobre las
autopistas belgas, todo es combustión, y combustión es el principio inherente a
cada uno de los objetos que producimos. La confección de un anzuelo, la
manufactura de una taza de porcelana y la producción de un programa televisivo
se basan, en definitiva, en el mismo proceso de combustión. Las máquinas que
hemos inventado tienen, al igual que nuestro cuerpo y nuestra nostalgia, un
corazón que se consume con lentitud. Toda la civilización de la humanidad,
desde sus comienzos, no ha sido más que un ascua que con el paso de las horas
se torna más intensa, y de la que nadie sabe hasta qué punto se va a avivar y
cuándo se va a extinguir. Por lo pronto nuestras ciudades siguen alumbrando,
aún continúan propagando fuego en derredor…”.
Pienso
en simbiontes y en simbiosis y en relaciones simbióticas que ya deberían ser
pero que todavía no son, y ninguna como la que tendrían que constituir, para
bien de la divulgación científica y la lucha sin cuartel que estamos en mora de
acometer en contra de miopes negacionismos y negacionistas aviesos, la ciencia y
la literatura: las ciencias y las artes. A mí no se me ocurre un mejor comienzo
que al menos un par de cursos de pregrado impartidos por científicos a
estudiantes de literatura y al menos un par de cursos de pregrado impartidos
por literatos a estudiantes de ciencia. Les dejo mi número en caso de que
quieran que le hinquemos el diente al proyecto: 3 16 5 18 90 24.
833. ‘Ser
pillo paga’ tituló Daniel Samper Pizano una de sus últimas columnas no en relación
con el desafuero en que incurrió el Esperpetro cuando designó como gestores de
paz -háganme el favor- a los más sanguinarios cabecillas narcoparamilitares,
sino con el desafuero en que incurrieron millones y millones de votantes
estadounidenses al reelegir a un delincuente impresentable para el cargo más
poderoso del planeta. Ser pillo paga: lo saben el ¿ex? Bandido en jefe de acá y
el bandido en jefe de allá, que de bandidos se rodean para perpetrar sus pillerías
y minar desde dentro, y con el aval de millones de sus conciudadanos, las
democracias que los ungieron.
834. Por
si le faltaran bobos a este siglo de las luces apagadas, me acabo de enterar de
la existencia de unos tales ‘íncel’ o ‘incel’ que, bien mirados, oficiarían de
contraparte de las ultrafeminazis en la estupidez. Y parcialmente de que mientras
que aquellos descerebrados testiculares militan en lo más aversivo de la
extrema derecha, estas lumbreras con tetas ponen el gramo de cerebro que
arañaron en la repartija genética al servicio de la extrema izquierda más
estomagante. Preocupa, y mucho, que como ocurre hoy con todo este descoyunte entre
los representantes del centro del espectro político y los que por ellos optamos
electoralmente, los hombres y las mujeres sensatos que nos admiramos y nos
respetamos mutuamente no estemos haciendo causa común en contra de los
violentos y las estridentes, que nos marcan el paso y nos imponen sus agendas
inanes.
835. La
fórmula es muy sencilla: no es sino que reemplacen trumpistas por petristas,
Trump por Petro y listo: “Y que nadie diga que los fieles trumpistas no se lo
buscaron. Se les advirtió que un voto por Trump era un voto contra la
democracia. Pues resulta que la democracia poco les importa. ¿Se arrepentirán?
¿Se enterarán incluso de que una sombra negra se extiende por su país? Dudoso”.
Adenda:
para que los incondicionales del mandamás de nuestra republiqueta no se vayan a
creer y por ende a envanecer de que se lo esté equiparando en poder y alcances
con los de la vaca naranja -maestro, perdón por el préstamo inconsulto-, estas
palabras que deslíen cualquier malentendido: “Trump abrió la caja de Pandora y,
no importa quién ocupe la presidencia, ya es demasiado tarde para cerrarla. Los
truenos reverberarán durante años, quizá décadas, en Estados Unidos y su
impacto se sentirá -tormentas habrá- en toda la faz de la tierra”. Quedan
notificados.
836. En
la lucha denodada que a diario debe librar todo intelectual de quilates con
miras a mantenerse ecuánime y objetivo se impone al menos un mandamiento: no
permitas que un desaire, una desazón o una humillación personal te ciegue al
punto de que no te importe un rábano tu respetabilidad de opinante con tal de
conseguir hacer sangre en el amor propio del infligidor y flamante enemigo a
muerte:
“Nada
más antipolítico que reducir las opciones de votos de las minorías (convertidas
obligatoriamente en tribus identitarias) a la defensa a ultranza de sus
particularismos: los negros sólo piensan en los negros, las mujeres en cosas de
mujeres, los latinos apoyan a los latinos, etc… Cada uno tiene ya prefigurado
su rumbo en las urnas y de ahí no puede salirse sin ser considerado traidor a
los suyos. Pero eso precisamente es lo que promovían los demócratas (como hacen
en España las izquierdas fragmentadas) y por eso han perdido frente a Trump.
Porque resulta que ellos son los antipolíticos, mientras que Trump -de modo más
o menos burdo- ha propuesto planes políticos para todo el país, planes de
reforma económica, contra la inmigración ilegal, etc… para hacer América grande
de nuevo.
Y
entonces se ha visto que muchas mujeres discrepan de Trump en el tema del
aborto, por ejemplo, pero que no dan a esa cuestión tanta importancia como para
convertirla en un automatismo contra él. Votan como ciudadanas con preocupaciones
nacionales, no como hembras para las que sólo cuentan las cuestiones de género.
Y lo mismo ha sucedido con los negros, los latinos o las demás minorías: han
demostrado que querían ser mayoría, es decir, ciudadanos americanos y no
minorías victimizadas. Ojalá en España tuviésemos más ‘antipolíticos’ como
ellos…
Varios
de los corifeos del gobierno sanchista han proclamado que la victoria de Trump
es el triunfo de la desinformación. Vaya, hombre, qué cosas. El País, la Ser,
la Sexta, TVE… alertando contra la desinformación, es decir, contra lo que les
ocupa principalmente. No sé cómo de informados están los votantes de Trump,
pero sé demasiado bien lo informadísimos que están los de Sánchez, que se
tragan la amenaza ultraderechista como clave política definitiva…”.
Estimado
don Fernando: durante los años que leí sus artículos de prensa en El País de
España no me topé, que yo recuerde (le aclaro que adolezco de mala memoria),
con un ataque directo a aquel periódico contra el que desde su despido no pierde
oportunidad de arremeter de todas las formas posibles y endilgándole, a través
de la herida por la que muy mal respira, los peores defectos y pecados del
oficio que, o bien se manifestaron con su salida o, por cálculo y conveniencia
personales, usted no denunció mientras devengaba. Desconozco si no haya caído o
no le importe en absoluto que al acusar al diario de lo que lo acusa y sin
hacer ningún tipo de distingos ni salvedades, nombres para mí también muy
respetables como los de Fernando Aramburu, Javier Cercas, Rosa Montero, Leila
Guerriero, Eliane Brum, Javier Sampedro, Martín Caparrós, Antonio Muñoz Molina,
Manuel Vicent, Juan José Millás, Irene Vallejo, Adela Cortina, María Elvira
Roca Barea, Álex Grijelmo, Juan Gabriel Vásquez, Andrea Rizzi o -entre muchos
otros- Moisés Naím queden en entredicho por cuenta de su burda generalización.
Y de su lectura encomiástica de los votantes del narcomagnate gringo mejor ni
hablemos porque o lloro de risa o lloro de grima: la que me produce oír
desvariar, producto de sus inquinas, a uno de mis maestros de papel a la par
que faros intelectuales. Ojalá esta bienvenida suya al por desgracia recién
elegido y a su gobierno de malvados y orates no pese pasado un tiempo y en lo
sucesivo sobre su obra filosófica y literaria como una mancha de esas que jamás
se borran.
Adenda(s):
y no bien pergeño este desahogo, miren con lo que me topo: “…Digo todo esto
porque he caído en la cuenta de que he perdido la fe en estas columnas que por
gentileza de El País publico en un huequito de la contraportada. Como conté en
privado a los responsables del periódico, la cesta está vacía y a mí me falta
energía y estímulo para llenarla. Creo sinceramente que no tengo gran cosa que
aportar. Incluso abrigo la sospecha de que poco a poco me he ido convirtiendo
en un desplazado de mi época; que he dejado de entenderla y que mis opiniones
se asemejan cada vez más a un paraguas abierto en medio del huracán. Veo con
enorme preocupación, que al mismo tiempo es pena, la situación moral de España,
que, vista desde mi espacio vital de Centroeuropa, se me figura parte de la
imparable decadencia del continente. Digo, pues, adiós a la manera de fray Luis
y de los hombres que optaron por equiparar la cultura con la conquista de la
serenidad, y me retiro a mi soledad creativa también con unos pocos libros
doctos. Era feo marcharse a la francesa. Así pues, gracias al periódico por
confiar en mí y a todos suerte y un abrazo”. ¿Que no tiene usted, admirado don
Fernando, gran cosa que aportar? ¡Pero si a mí me aporta, amén de su sindéresis
y su bellísimo español, que son de por sí un tesoro, sus opiniones tan certeras
por bien sustentadas! Me consuela saber que tengo en mi biblioteca varios de
sus títulos y que, como llegué demasiado tarde a sus artículos de prensa, aún
podré leer, cuando se me antoje, los que no haya leído. Infinitas gracias por
su sabiduría y enseñanzas. Con el ánimo de que sopesen el “de modo más o menos
burdo” de la cita de Savater les sugiero que lean tres -de muchos posibles-
artículos de Juan Gabriel Vásquez que, por separado y no se diga juntos,
dibujan con trazo magistral la catadura del individuo: ‘Tras la victoria de
Trump: lo que somos y lo que vendrá’, ‘El apocalipsis según Donald Trump’ y ‘No
hay que creer en lo que dicen las novelas’.
837. Un
consejo innecesario para el sabio pero muy útil para los demás: “Me parece
irritante que la tele, disponiendo de tantos canales, no tenga uno, ni siquiera
de pago, que nos permita acceder a contenidos inexistentes, pues de los
existentes estamos más que hartos. Hay personas que zapean compulsivamente,
aunque de forma inútil, en busca de un programa fantástico que colme todos sus
sueños, que sacie todos sus deseos y las prepare para irse de este mundo con la
satisfacción del trabajo bien hecho. ¿Qué productora irreal está trabajando en
ese asunto? ¿Piensan que a base de cantidad (que es lo que nos ofrecen)
acabarán por alcanzar la calidad platónica que se halla en nuestras cabezas? La
cantidad aburre. Sacia al modo en el que sacia la comida basura: provocando un
movimiento de asco hacia uno mismo. El hecho de que todo lo importante, ahora
mismo, suceda en las pantallas de uno u otro tamaño (móvil, tableta, monitor de
hospital, etc.) hace las cosas más difíciles: como si en el mismo plato en el
que hemos dado cuenta de una ternera con mucho jugo tuviéramos que comernos,
sin haberlo lavado previamente, la tarta de postre. Así que viene uno del
hospital, donde ha estado siguiendo atentamente a través de una pantalla los
gráficos de los latidos del corazón de su madre premuerta, y está obligado a
tragarse, en una pantalla idéntica, un programa que sabe a lentejas
recalentadas. Algo falla y no somos capaces de arreglarlo”: definitivamente, la
precarísima formación intelectual y el pésimo gusto de las masas (las cuales
abarcan, por si acaso, desde posdoctorados en esto y en aquello hasta carentes
de cualquier escolaridad) que, como en las justas electorales con resultados
nefastos para una democracia, son las directas responsables del caos
-televisivo, político- y de sus previsibles consecuencias. A los zapeadores
compulsivos no por ansiedad o incapacidad para centrar la atención en nada
durante más de un minuto sino a los genuinamente deseosos de instruirse y
reflexionar y conmoverse e incluso debatir con quienes vivan, estas
recomendaciones de un ciego televidente: antes que nada y primero que todo la
insuperable DW, paradigma de excelencia en el oficio. Algunos programas y
debates de France 24 en los que, infortunadamente, el espanglis es la norma. Y
un programa hebdomadario y bello como quien lo preside llamado Los Informantes,
que los interesados pueden ver en el Canal Caracol. Sé que hay más pero por de
pronto es lo que recuerdo.
838. Yo,
venerable maestro Vicent; yo no necesito preguntármelo de tan claro como lo
tengo, de tan inveterado que es mi vicio: “…¿Quién creó a quién? Dios creó al
hombre a su imagen y semejanza, se dice en el Génesis, aunque todo da a
entender que fue al revés. Ha sido el hombre quien ha creado un Dios distinto a
medida de sus sueños. Está el Dios airado que te expulsó del paraíso y te sigue
vigilando con un solo ojo desde el interior de un triángulo isósceles. En estos
momentos de la historia esta figura está en alza. Ese es el Dios que toma la
forma de un político ahíto de testosterona, como Putin, que es a la vez patrón
y policía con un revólver en la cadera, o puede tratarse de ese emperador
tormentoso de color calabaza, Donald Trump, que acaba de ser elegido presidente
de Estados Unidos. Ambos coinciden en que han sustituido el trono por el
inodoro de oro macizo, solo que si tiran de la cadena podría llover plomo
nuclear hasta acabar con la humanidad. Por otra parte, hay un Dios de clase
media que si le rezas te permitirá ir al supermercado donde podrás llenar el
carro de la compra sin que te falten nunca rollos de papel higiénico. Los
pobres de la tierra han creado a un Dios misericordioso al que reclaman ayuda y
remedio de todos sus males, si bien su omnipotencia apenas puede llenar el cazo
de latón con el que los más desesperados piden limosna en las aceras. Hay un
Dios acostumbrado a recibir unidas las blasfemias y plegarias que eleva desde
la tierra el género humano. Pregúntate qué clase de Dios es el tuyo…”: mi vicio
de sacrílego y cultor de la coprolalia. Que en mí arraigó mucho antes que el
igualmente milenario de Onán, al que tampoco renuncio por motivos de salud.
Porque si uno me descarga el magín de los odios que contra el poder de los
abusivos y de los malditos albergo, el otro intenta compensarme por las
escaseces de intercambios venéreos que ya duran años. En la blasfemia de un
ateo y en la masturbación de un solitario encuentro un nexo: el hecho de que
ambos tienen un destinatario inmaterial que no se entera.
839. ¿Pero
cómo dirimir lo indirimible? ¿Cómo zanjar una diferencia inzanjable? ¿Cómo, por
Dios santo, no hallarles la razón a dos que la tienen?:
“…Un
paso más allá de reverenciar la valentía presunta o verdadera de otros está la
convicción de que uno mismo habría sido un valiente. Es como cuando alguien
dice que es poeta, con el mismo aplomo con que diría que es funcionario de
Hacienda. A mí me dan ganas de preguntar: ‘¿Y cómo lo sabes?’. El novelista, y
poeta, Manuel Vilas se ha sumado en estos días a la glorificación del coraje
físico, recordando la foto en la que se ve a Santiago Carrillo y Adolfo Suárez
sentados en sus escaños del Congreso, mirando sin señales de inmutarse el
espectáculo de los guardias civiles con bigotazos, tricornios y exabruptos de
bebedores de coñac, que blandían sus pistolas con una rigidez de marionetas de
esperpento, aunque también con una determinación de ejecutores. Es sin duda
admirable el coraje personal y civil de esos dos hombres: pero no creo que deba
ser usado para rebajar la dignidad o poner en duda la entereza de quienes sí se
escondieron bajo sus escaños, hombres y mujeres, diputados, taquígrafos,
ujieres, periodistas. A nadie se le puede reprochar que actúe según el instinto
primario de supervivencia, más aún si está desarmado y tiene delante un arma de
fuego, uno de aquellos pistolones cascados y subfusiles inestables de entonces.
Pero lo
que no debería hacerse, por prudencia, es afirmar que uno tampoco se habría
escondido. ¿Cómo lo sabes? ¿Con qué derecho te sientes superior a quien estuvo
allí, a quien humanamente tuvo miedo? En la red X, cuyo dueño sátrapa y
lunático es cada día más poderoso gracias a los muchos millones de personas que
contribuyen a su enriquecimiento y a su propagación de la mentira, Manuel Vilas
dice que él, a diferencia de Pedro Sánchez, se habría quedado delante de los
amotinados en Paiporta: ‘Yo me habría quedado, aunque me hubieran abierto la
cabeza. No soporto la cobardía, es lo más feo del mundo. Aunque me hubieran
abierto la frente a pedradas, yo me habría quedado’. Dan ganas de decir, como
don Latino de Hispalis ante las exclamaciones de Max Estrella en Luces de
Bohemia: ‘¡Admirable, Max!’ Admirable, Manuel. Pero permíteme una pregunta:
¿Cómo lo sabes, Manuel? ¿Te has visto en esa misma situación? ¿Te han gritado
‘perro’ y ‘asesino’ y han destrozado a golpes los cristales blindados del coche
en que viajabas?...”
Yo, que
como Muñoz Molina comprendo a los cobardes de uno en uno, comparto con Vilas su
desprecio por el destino infame de una especie que, de estar constituida
mayoritariamente por Suárez y Carrillos, habría escrito una historia
diametralmente opuesta ha la que ha escrito en relación con el papel que en
ella han desempeñado los malditos, es decir la alianza vil entre los malvados
por un lado y los indiferentes por el otro. ¿Que comprenda a un ruso y a un
afgano con nombres y apellidos que sucumben al miedo cerval que Putin y los
talibanes consiguen transfundirles? Lo comprendo, por aquello de las
singularidades. ¿Que comprenda a los millones de personas que constituyen el
pueblo ruso y el pueblo afgano, ambos sometidos y humillados y envilecidos por
sus sátrapas? Me perdonan pero no puedo. Y no puedo porque cuando veo por
ejemplo a un puñado de muchachas y mujeres iraníes -y a tal cual hombre que las
apoya- en su lucha suicida en contra de la caverna integrista y misógina que
las gobierna siento, para empezar, una vergüenza indescriptible por mi inacción
de ciudadano de un mundo que tendría que estar decididamente de su lado y del
de todo valiente que, a sabiendas de su soledad y desamparo, le planta cara a
un tirano. Y me digo, por último, que son la aceptación y la justificación de
la cobardía colectiva lo que imposibilita cualquier tipo de esperanza con
asidero.
Adenda(s):
temerario sí es hacer alarde de una valentía hipotética que, de no refrendarse
llegado en momento, nos puede convertir en rey de burlas de los malquerientes y
de los acomodaticios que nunca faltan. ¿Que “a nadie se le puede reprochar que
actúe según el instinto primario de supervivencia, más aún si está desarmado y
tiene delante un arma de fuego…”? Pues creo que muchos crucificarían a una
madre y no se diga a un padre que, aterrorizado por la inminencia de una muerte
violenta en medio de una balacera o aun de un atraco, eche a correr abandonando
a un hijo pequeño a su suerte y, si me apuran, también al abuelo y al profesor
“cobarde” y “egoísta” que hagan otro tanto.
840. Medioevo
Científico y Tecnológico:
“No creo
que quienes nos educamos en humanidades tengamos hoy las herramientas
suficientes para entender el mundo. No entendemos, por ejemplo, el dinero. […]
El caso
es que cuando el fundador del banco virtual X.com (que se fusionó con PayPal) y
luego de SpaceX para viajes a Marte, y comprador de Tesla para carros que
aceleran de 0 a 100 en dos segundos, y creador de Starlink para satélites,
resolvió comprar la red social más poderosa del mundo, Twitter, le cambió
también el nombre por X. Con lo cual completó las tres XXX características de
las páginas pornográficas. Y lo hizo además con un performance que
parece inspirado en Marcel Duchamp, pues al llegar a posesionarse como dueño de
Twitter llegó, no con un orinal, pero sí con un lavamanos (un sink en
inglés) no se sabe si para lavar
todo o para que todo se fuera por
el desagüe del sink.
Y esta
semana, cuando el gran millonario en deudas y bancarrotas Donald Duck fue
elegido por 73 millones de votos gringos, su escudero Musk, el mismo que baila
y canta en sus mítines de campaña, el hombre más rico del mundo en bits,
sacó otra vez su lavamanos, o su orinal Duchamp, y lo puso en toda la mitad de
la Oval Office, es decir el despacho privado del presidente de Estados Unidos.
Esto lo hizo en X con la siguiente explicación (o caption, si quieren): Let
that sink in, que traducido por una de las empresas de AI
a las que Musk también está asociado, quiere decir: ‘Deja que esto se hunda’.
No sé si
esto que escribo tiene sentido. Como advertí al principio, quienes hemos
dedicado nuestra vida a las humanidades (al arte, a los jardines, a conversar,
pensar y leer) ya no entendemos el mundo en que vivimos. Es un mundo triple X.
Un mundo en el que todo parece tan irreal como los videojuegos en que viven los
niños. Un disparate. Estamos en las manos de un par de niños. Uno que se cree
eternamente joven por pintarse la cara de anaranjado. Y otro que cree ser el
dueño del cielo y de la tierra. Ninguno de los dos se ha dado cuenta de que un
día van a morir” (Héctor Abad Faciolince).
Salta
pues a la vista que vivimos tiempos de gran confusión y caos -los
contradictores vocacionales dirán que todos lo han sido-, empeorados por el
hecho de que en cada persona conectada desde sus dispositivos a la red hay un
potencial propalador de infundios y desinformación, y de ahí el creciente
bullicio y la imparable pugnacidad que nadie sabe cómo gestionar. Ese
desconocimiento sin solución a la vista, así como -entre muchas otras- las extravagancias
descritas en la cita, son lo que me lleva a afirmar aquí que discurrimos por
una segunda Edad Media -con el perdón del prístino Medioevo, tan en paz (por
comparación) al menos con el planeta- si bien científica y tecnológica, que
anda por sus albores. Al rigor de los historiadores corresponde determinar sus
orígenes y estudiar a fondo, transcurrido el tiempo que haya menester, sus
implicaciones y pormenores. Que ya aterran.
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