martes, 26 de noviembre de 2024

Desahogos polifónicos que pensaban ser póstumos, todos breves o muy breves (IX)

801. Entre por ejemplo Vladímir Kará-Murzá y Vladímir Putin palpita eso que llamamos humanidad. Mal contados -muy mal porque yo apuesto a que ya rebasamos los diez mil-, ocho mil millones de encéfalos y corazones entre malvados y despreciables tipo los del que sabemos, o valientes y generosos como los de este opositor suyo al que encarceló por criticar la invasión a Ucrania, y al que intentará matar hasta que lo consiga. Sumada la escoria y las gemas que nos redimen, pongamos que quede un noventa por ciento de naturalezas entre indiferentes y cobardes, que miradas muy de cerca no son lo mismo si bien terminan siéndolo ante la frialdad científica de los hechos. Para el caso lo mismo da: a una tiranía por el estilo de la rusa o de sus aliadas, ninguna diferencia le supone que usted se alce de hombros ante el sufrimiento de los presos políticos o de los desterrados, o que bajo las cobijas gima y se desespere por esas y otras víctimas con tal de que calle, otorgue y no dé la lata en público.

 

802. “El mundo es un museo de atrocidades donde la mayoría somos espectadores impasibles”: 7,2 o 9 millardos de indiferentes o de cobardes que miramos la batalla siempre dispar y sádica de los Putin contra los Kará-Murzá. No sé a ustedes el suyo, pero a mí mi papel de comparsa lloroso y maldiciente que no pasa de las lágrimas y las imprecaciones me parece una vergüenza y un fracaso como sujeto moral.

 

803. Muy bello y bien descrito, y sin embargo tan discutible:

 

“En las tardes de semiconvalecencia, a la espera de mi operación, imagino el crepúsculo de las viñas, esa hora virgiliana, leopardina, donde se mezclan los sonidos venidos de lejos: el ruido de un hacha que corta leña, ese perro que ladra, una apaciguada esquila, las voces lejanísimas de una mujer que llama a un niño para que acuda… Ese crepúsculo azulado, delicadamente borroso, apoyado en el cendal blanco. Es esa hora en que ya han vuelto los hombres de las tareas del campo. Se han lavado en un patio, se sientan y esperan a que esté lista la cena. Dentro de la casa se oye trajinar a las mujeres junto al fuego, y en el aire se mezcla el olor de pimentón y el azahar de los naranjos, al tiempo que titilan las primeras estrellas. Los hombres entonces no parecen ni mezquinos ni ruines y hablan de cosas sin importancia, con los perros echados a sus pies.

Alguna vez he encontrado en el campo a gentes de aspecto rudo, pero con el alma limpia, llenos sus ojos de ternura cuando miran un nido con crías o para ofrecerte un higo, avergonzándose de pronto de que sus manos estén sucias. Pero, aparte de eso, yo no he creído nunca en la bondad de los hombres del campo. Se les ve a la mayoría retorcidos y crueles, combinando venganzas terribles. El odio es algo que solo florece en la soledad, y en el campo no hay otra cosa que odio y soledad, y estos hombres pasan la mayoría del día solos en huertos apartados, en viñas lejanas, rumiando, maquinando, exigiendo que se les cambie la suerte. Pero a esa hora del crepúsculo, cansados por el trabajo, tienen todos una fatalidad que les vuelve nobles, de una raza superior, siquiera por una hora, seres con un destino más grande que su propia mezquindad…”

 

¿En serio? ¿Que “se les ve a la mayoría retorcidos y crueles, combinando venganzas terribles”? ¿En serio? ¿Que “el odio es algo que solo florece en la soledad, y en el campo no hay otra cosa que odio y soledad…”? Pues déjeme contarle, maestro Trapiello -estábamos en mora de conocernos-, que mi conocimiento del campo y los campesinos no se nutre de la idea idílica de quienes hablan de ellos como de epítomes de la bondad y el desprendimiento ingenuos, aunque tampoco de esta suya que peca de demasiado generalizadora y simplista. Pienso en campesinos protervos y canallas y al menos tres personajes literarios acuden al llamado: los dos Torricos y el narrador de ‘La Cuesta de las Comadres’. Y algunos otros de quienes llegué a intuir o supe a ciencia cierta, cuando despertaba a las vilezas del perro mundo en la finca de la abuelita Elvia, que se trataba de malparidos en toda regla que se cebaban en animales o violaban niñas o engendraban montones de vástagos que abandonaban sin que hubieran siquiera nacido, para no hablar de los que se enrolaban voluntariamente en las guerrillas o en las autodefensas de este país en perpetua guerra y así poderles dar rienda suelta a los peores instintos de la especie. Pero de ahí a decir que eso -o lo contrario- es lo que predomina en el campo y entre los campesinos sí que no lo suscribo y la razón es harto sencilla: por ser infinitamente menos que los que odiándonos mutuamente nos hacinamos en ciudades de millones de almas -nobles o viles, indiferentes o cobardes-, entre ellos yo me siento infinitamente menos amenazado y vulnerable, e infinitamente menos infeliz y agobiado -mejor dicho: feliz y despreocupado- allá -mi paraíso perdido- que acá -un pandemonio del que me debo marchar-.

 

Adenda: menciono a los Torrijos y al narrador de Rulfo y de inmediato pienso en los mellizos Ramírez y en el Edilbrando Daza de mis años de escuela primaria. ¿Adivinan por qué?

 

804. Menos mal que Musk, Trump y la caterva codiciosa y negacionista de los excesos del colapso climático no leen pues si leyeran, nada difícil sería que alguno de sus voceros del suicidio en masa y del pensamiento mágico del “a los poderosos no nos toca” trajera a cuento, a manera de “¡siempre ha ocurrido lo mismo!”, ‘Es que somos muy pobres’ de Rulfo. A mí aquestos pobres diablos más ricos que economía del primer mundo me dan una lástima sólo comparable a la que siento por la estúpida y anacrónica dictadura cubana, que les lambe el culo a Putin y a los chinos a cambio de nada porque ni a restaurar sus termoeléctricas ni a paliar el hambre de sus pobres súbditos le ayudan, los muy granujas.

 

805. Oído Gogochito que te hablan a ti, a tus amigas Piedad y Janeth, por supuesto que a mi tío Germán Montoya… y si se quiere también a mí:

 

“…A medida que gana terreno la lógica del sálvese quien pueda, una parte creciente de los esfuerzos recae en la red de afectos, sin apenas apoyos ni facilidades, y así emerge la soledad del cuidador de fondo.

Las personas que deciden acompañar a un ser querido enfermo afrontan renuncias constantes, agotamiento y aislamiento. Para todas ellas la entrega está penalizada: dejar el trabajo, reducir su jornada, salarios mermados, sueños enterrados, reproches, ansiedad, bregar tensas y demacradas de un sitio al otro. La sociedad entera descansa sobre esos trabajos no remunerados, pero a la vez condena a quien pretende conciliar profesión y cuidados.

[…] Permanecer junto a los enfermos para atender sus necesidades puede ser muy gratificante, pero drena nuestra energía. Sin el imprescindible descanso, se oxida el hábito de distanciarse para reponer fuerzas y buscar placer. Estas marañas de cuidado, cansancio y culpabilidad no se desenredan solas. Las soluciones individuales pueden aliviar, pero no bastan. Hace falta sentido de lo común, y comunidades de sentido. […] Resulta vital contar con redes, tribus y una familia de aliados: la amistad sabe ser profundamente terapéutica.

[…] El contexto de individualismo creciente nos ha desentrenado en la colaboración. Hemos olvidado la pregunta más sencilla: ¿qué necesitas? Esas situaciones requieren sutileza para encontrar palabras simples, para decir: llámame cuando estés abrumada. Si, como suele suceder, la persona que cuida ya no tiene tiempo libre, quizá la única opción es acompañarla en sus tareas cotidianas. Nutrir la confianza, no criticar, no aconsejar, no sermonear. Colaborar no consiste en arengar a los demás explicando qué harías tú para resolver sus problemas, como un oráculo. Se trata de aligerar el peso, disminuyendo en lo posible el estrés y la ansiedad.

En algún momento de nuestra evolución, la carga compartida se afianzó como mecanismo adaptativo, no solo porque la unión hace la fuerza, sino también porque las amenazas parecen menos abrumadoras cuando se afrontan en comunidad. Quienes han tejido relaciones solidarias sufren menos miedo que quienes se sienten solos…”

 

Por tratarse de un artículo de prensa, las palabras de la columnista -una sabia como pocos quedan- no consiguieron abarcar un aspecto de la tragedia personal de los que ella llama ‘cuidadores de fondo’ que a mí me parece el más relevante: la en ocasiones absoluta ausencia de compromiso que muestran para con el enfermo muchos de sus familiares -los aprovechados que nunca faltan-, quienes se hacen los desentendidos frente al pariente que, en las antípodas de su irresponsabilidad, se hace cargo de todo. Casos conozco de familias con numerosos hijos en las que uno o a lo sumo dos son los que se sacrifican hasta la extenuación y el menoscabo de su propia salud mental y física, mientras que sus hermanos viajan y duermen a pierna suelta y se dan la gran vida, los muy hideputas. Entre los proyectos que mi desidia de insomne me impide materializar, este de soliviantar a esas almas nobles y desesperadas en contra de sus familiares abusivos a fin de que constituyamos una suerte de colectivo que, amparado en las leyes de cada país o en la de la selva si llegare a ser preciso, vele por el bienestar y los intereses de hasta el último de sus integrantes.

 

Adenda: te cuento, Irenita, que no bien leí tus palabras tan desfavorables sobre el marido de Alcestis releí esa obra de Eurípides sin que pudiera dar con la corrupción y los sobornos que le endilgas a aquel pobre hombre. Antes bien: Heracles lo encuentra tan hospitalario y desprendido que lo premia con la resurrección de la muerta. Te pido, si no es mucha molestia, que me deslindes el porqué de tus afirmaciones.

 

806. Hoy, cuando prácticamente todo el mundo en el mundo hispánglico podría llamarse, desde el abogado con un simple diploma de pregrado hasta el presidente de la Corte Suprema de Justicia del país que sea, pasando por profesionales en esto y aquello, Anacoluto o Cacofonía, oír esto de los labios poéticos de una sabia como pocos quedan sí que reconforta:

 

“Para mí, desde mis más remotos recuerdos, la lengua y la escritura se cuentan entre los grandes prodigios de la vida. Al hablar convertimos nuestro cuerpo en instrumento musical. Nos comunicamos creando sonoridades en la corriente de aire que sale de los pulmones, atraviesa la laringe, vibra en las cuerdas vocales y adquiere su forma definitiva cuando la lengua acaricia el paladar, los dientes o los labios. Todos estos órganos intervienen a su debido tiempo para moldear nuestras frases. Y aunque la lengua no puede por sí sola crear el habla, es su símbolo desde tiempos muy antiguos. Por eso decimos: ‘tiene la lengua afilada’ o ‘se le comió la lengua el gato’. ‘Lengua’ significa ambas cosas: el músculo y el idioma, la carne y la palabra, el órgano animal y la comunicación que nos hace humanos.

La lengua es una parte fascinante de la anatomía. Las mariposas desenroscan su larga lengua para beber en las flores como en cálices y los colibríes usan las suyas para besarlas en pleno vuelo. El camaleón lanza su lengua a una distancia mayor que su propio cuerpo. Cuando nos concentramos, la punta de la lengua asoma por los labios entreabiertos, como queriendo salir al encuentro de la realidad exterior. Y en esa búsqueda de protagonismo, nuestra pequeña lengua, tomando la palabra, modelando el aire, ha logrado actuar en el mundo y, con sus verdades y mentiras, cambiarlo para siempre…”.

 

Te debo a ti y a muchos de mis columnistas de cabecera, a los novelistas y al cuentista y al ensayista que ande leyendo la música de que lleno mis días. Es sólo gracias a ella como a duras penas consigo escudarme y resguardarme y defenderme de la fealdad de los chillidos desafinados y estridentes que expelen, juraría que al unísono, millones y millones de cuerpos que hacen las veces, no de bellísimo y sublime instrumento musical como el tuyo, sino de potro de la tortura decibélica. Un beso e infinita gratitud por tu escritura.

 

807. ¿Que yo soy ‘sur global’? ¡Ni por pienso! Yo lo que soy es… es cola de león y no cabeza de ratón: occidental de segunda categoría o aun de tercera -me tiene sin cuidado-, en un Occidente que está en mora de plantearle al xiputinismo un canje la mar de provechoso para todos. Que nos reciban a Venezuela Cuba y Nicaragua, e incluso a la Colombia esperpetrista, el Brasil Lulista, el México de Obrador y la Hungría de Orbán a cambio de Japón, Taiwán, Corea del Sur, Australia, Singapur y algún país más, pues desentonan entre sus tiranías tan sofisticadas.

 

Adenda: exultan por anticipado los izquierdópatas de alrededor del globo con la perspectiva de ese nuevo orden mundial que se avizora y en el que dan por sentado que, procedan de donde procedan, los rusos y los chinos -mejor dicho los chinos- los acogerán en su seno con la fraternidad y los miramientos que jamás recibieron del, por desgracia, decadente imperio del norte. Tiempo de sobra tendrán para como yo lamentarlo.

 

808. “El tema nos provoca una contusión mental y ética. Nuestra pasividad nos hace sentir culpables, pero por otro lado en realidad no creemos tener culpa. Habría que hacer algo, rumia una parte de nuestra conciencia, pero es un algo tan vago, y parece tan fuera de nuestro alcance, que enseguida retornamos a la casilla de salida: a la pasividad, a la culpabilidad, a la incomodidad y, por consiguiente, a cerrar los ojos e ignorarlo”: ¿cuál tema? Hay tantos y para todas las susceptibilidades… para todas las conciencias. Para las mías, que bien conozco y que son las que tengo más a mano: los ucranios de bien con sus vidas desarboladas por el hijueputin y demás víctimas de guerras atroces y sin ningún despliegue mediático; los palestinos y los libaneses y los israelíes de bien que no aplauden o callan ante los crímenes de guerra del gobierno vil de Netanyahu ni ante los crímenes macabros del yihadismo perpetrados en suelo israelí el 7 de octubre de 2023; María Corina Machado, sus paladines en la lucha contra la narcodictadura cabellista y demás insurrectos de otras tiranías tipo la iraní o la afgana; las niñas y mujeres afganas sometidas al punto de negárseles incluso el derecho a proferir palabra fuera de sus casas-prisión; los desposeídos y desesperados que se desarraigan forzosamente y se hacinan en una patera o cruzan a pie selvas y continentes enteros para no morirse de física hambre; cada preso político y de conciencia encerrado en sus mazmorras por las satrapías de Oriente y Occidente, tan en auge hoy… ¿Que si me duelen los norcoreanos y los afganos varones y los iraníes varones y los saudíes y los rusos y los bielorrusos y los nicaragüenses y los venezolanos y los cubanos que, amilanados por los malditos que los oprimen, sufren en silencio? Un poco sí, aunque he de ser sincero y admitir que aquel dolor se me mezcla con una cierta dosis de enfado -el producto de su irresolución cobarde- y, juntos, se convierten en una sustancia inocua que me torna de piedra.

 

809. “…Las armas, en fin, nos entusiasman. Son una especie de juguete feroz, un falso espejismo de control y poder que nos llevará a la ruina. Entre unas cosas y otras, se diría que la humanidad entera está empeñada en descubrir, desarrollar y obtener formas más eficaces de exterminarnos los unos a los otros. Acabaremos consiguiéndolo”: que así sea. Sí: ante la imposibilidad de domeñar a un monstruo de millardos de encéfalos y corazones que van de lo más ruin y despreciable a lo más cobarde e indiferente y en medio una minoría demasiado minoritaria de naturalezas desprendidas y valerosas indignas de la especie, lo que procede es el punto final del antropoceno y a otro asunto.

 

810. Hablando de política, o sea de la vida monda y lironda, ¿cuántos Enric Marco habrá por cada Edmund Dene Morel? ¿Cien a uno, o peco de demasiado… no sé si decir tacaño o generoso? Lo que en cambio sí sé de sobra es que la desproporción es la abismal que hoy vemos y ayer vieron otros y otros verán mañana entre la corrupción de los venales y la transparencia de los insobornables, o entre los urdidores y perpetradores de bellacadas y quienes se atavían de Quijotes para intentar contrarrestarlos.

 

811. Qué complicado resulta tomar partido cuando las cosas no son todo lo negras que las ven unos -aquellos a quienes la autora refuta-, ni todo lo blancas que las ven otros -la autora y muchos más-:

 

“Qué extraordinarias son esas personas que pronuncian un lugar común como si estuviera siendo expresado por vez primera; son, sin complejos, los fabulosos inventores de lo ya inventado. Los niños son muy crueles, dicen. En alguna ocasión hasta osan añadir el odioso ‘como yo digo’. Pues bien, lo que tú dices es una afirmación sin evidencia científica alguna que, para colmo, contribuye a eludir la responsabilidad de los adultos en el comportamiento de los menores. ¿Son los niños crueles por naturaleza? En absoluto, más bien podría decirse que poseen un natural instinto colaborativo que los adultos vamos cercenando con la influencia no siempre benéfica que ejercemos sobre ellos. A veces los niños van a la escuela adiestrados ya en el ejercicio del desprecio, tomando como normales la burla al débil y el abuso; otras, es en el entorno escolar cuando optan por unirse al chulo de la clase para sobrevivir. Pero lo que más me asombra de esa afirmación, los niños son crueles, es que la hacemos los adultos, justo aquellos que ya estamos tan habituados al ejercicio de la inquina que en ocasiones ni siquiera somos capaces de sentir pesar por el daño infligido.

Estamos moldeados en gran parte por aquellos ejemplos en los que fuimos instruidos…”; perfecto: ¡en-gran-par-te!

 

Pero a esta frase, que sabiamente le hace sitio a la posibilidad de que así no sea, la desvirtúa el “en absoluto” que la precede, pues aquel par de palabras no hacen otra cosa que servirle de caja de resonancia a la majadería según la cual “el hombre nace bueno y la sociedad lo corrompe”. Yo que los unos -los que ven en cada niño a una encarnación de la crueldad- y los otros -los que los gradúan de ángeles impolutos-, me sentaría a rebuscar entre los recuerdos literarios y “reales” con que cuente a ver si no he conocido a hijos mierdas de padres meritorios y a hijos meritorios de padres mierdas, con todas las variables que a ustedes se les ocurran. Para no ir muy lejos, leía el otro día la tremenda semblanza que de Hitler hace Karl Ove Knausgard en el último tomo de su lucha y la conclusión salta a la vista: el monstruo que conoció y padeció el mundo en esas décadas aciagas del siglo XX no lo aprendió de sus padres ni en la escuela y ni siquiera en el entorno que le tocó en suerte. ¿Y entonces? Tengo para mí que lo traía de fábrica y lo pudo materializar “gracias a” que mil y una complejidades históricas y políticas y sociales se conchabaron en su favor y en perjuicio de millones. Ya quisiera yo saber -que me lo diga la IA- cuántos dementes como ése -y otros bien conocidos de todos- sueñan en estos precisos momentos con emularlo y aun superarlo, y tal vez sin que la madre que los parió lo sospeche siquiera.

 

812. ¿De modo, entrañable Manuel Vicent, que usted tuvo su Rosita como yo mi Dianita? Ay si yo le contara, maestro, lo que esa hermadre mía supuso en mi vida toda -y toda es toda-, y lo que su muerte trastornó en esta familia de dos… huérfanos de su amada presencia.

 

813. ¿Y preguntan los reacios de uno y otro campo que por qué yo insisto, fastidio y doy la lata con mi idea -lo será de decenas más- de que a los estudiantes de ciencias se les impartan al menos un par de cursos de literatura y a los de literatura un par de cursos de ciencias? ¿Pero es que no lo ven? ¿En serio?:

 

“Se supone que durante millones de años los homínidos copularían al aire libre desprevenidos como el resto de los animales, pero en la historia de la evolución llegó un momento en que alguno de aquellos primates decidió esconderse a la hora de aparearse. No sería por pudor. Tal vez comenzó a intuir que, durante el coito, llevado por la ceguera del instinto, se sentía muy vulnerable. Durante el acto sexual había que bajar la guardia y dejar la espalda a merced de cualquier clase de peligro. Podía atacarle una fiera, podía un enemigo de la tribu contraria pegarle un garrotazo en el cogote y terminar así con la fiesta. Probablemente sería la hembra, más precavida, la que con el tiempo llevaría al macho hacia un escondrijo o se mostraría más receptiva si se sentía protegida por la oscuridad de la noche. Después de miles de años los humanos son los únicos entre todos los demás animales a quienes, salvo a algunos muy depravados, no les gusta que les sorprendan copulando y menos que se convierta esta actuación en un espectáculo. Por eso en el sexo consentido, más allá de toda moral, lo primero que hay que procurar es que no te pillen. Ignoro el motivo, pero es evidente que el sexo da mucha risa. Lo saben muy bien los humoristas. Basta con una insinuación que ataña a los genitales para que la gente rompa en carcajadas. ‘El sexo es sucio siempre que se haga bien’, dice Woody Allen. Aunque entre los amantes se establezca un amor muy delicado, digno de Petrarca, el sexo tiene siempre un lado ridículo. Reyes y villanos, sabios e idiotas, poetas y gañanes, todos llegan a la cima del placer de forma parecida. Sería terrible que en el orgasmo también hubiera clases. Cualquier villano puede ir a casa de su amante, ponerse la gorra del revés para hacer una paella seguida de una siesta del fauno, pero si uno es rey debe saber que hace un millón de años los primates ya conocían ese lado de desvalimiento que tiene el sexo. Si te pillan, no tendrá el pueblo mejor espectáculo.”

 

No bien transcribo esta maravilla cientificoliteraria, me entrego a elaborar la lista mental de los aguafiestas que saltarían a censurarla. Los reúno en dos multitudes apabullantes que, sumadas, suman millardos: los rezanderos y mamasantas del credo que sea -se salvan no pocos católicos-, y el wokebuenismo transnacional y mojigato que, puesto a moralizar y descabezar impíos, no hay quién le dé la talla. Pienso asimismo en la generación Z de zombi, y no ya porque vaya a abominar del arte de quien sabe convertir en fina coprolalia las piruetas amatorias que otros sacralizan, sino por el hecho palmario de que están impedidos para disfrutarlo: todo lo que carezca de una imagen les pasa de largo a estas pobres criaturas a duras penas verbales.

 

814. Entre las múltiples tareas pendientes y urgentes que tiene por delante el genio del idioma español, la de forjar un único vocablo para este estado de la conciencia que muy bien conozco por llevarlo padeciendo, y sin remedio a la vista, mucho tiempo: “Vivir no es solo estar vivo ni morir es solo estar muerto. Uno puede estar vivo y muerto a la vez si por un lado se emociona con la belleza de una tarde de otoño llena de colores rojos y amarillos y por otro ya no se conmueve ante la visión de niños ahogados o destrozados por las bombas. […] La violencia y la muerte no dejan de ser una costumbre y tal vez uno ignora que esas masacres a las que asiste con naturalidad acaban de formar parte de la propia digestión. Mientras suena la música y contemplas el esplendor de la tarde de otoño cubierta de hojas rojas y amarillas, si juntas la belleza y la maldad, no sabrás si estás vivo o muerto”. ¿Qué tal ‘muertivo’ o ‘vivuerto’? En absoluto eufónicos estos dos adjetivos que me acabo de sacar del sombrero, aunque sí elocuentes. Porque elocuencia hay en el hecho de que mi yo vivo sienta entusiasmo de saber que mañana, 25 de octubre de 2024, si nada extraordinario ocurre va a estar oyendo, a partir de las dos de la tarde, a la Filarmónica de Bogotá interpretando el único y hermoso concierto que para violín y orquesta escribió Beethoven y la quinta sinfonía de Mendelssohn, en tanto que mi yo muerto… de vergüenza y angustia me enrostra lo que bien sé y me atormenta: que en las dos horas que dure la vaina, las cifras de muertos y heridos y huérfanos y desarraigados de sus hogares por designio de las guerras de los malditos no habrán hecho más que aumentar, y que la ceguera física no debería servirme de excusa para no llamar por teléfono a María Corina Machado y a Zelenski a ver cuál de los dos tiene a bien emplearme para lo que se precise. “Ya quisiera yo -le respondo con total sinceridad a mi increpador- saber sus números, que los llamaría sin dilaciones”. Pero el muy cabrón me mira con incredulidad. Allá él.

 

815. Yo, que por desgracia no recibí la más mínima instrucción científica cuando estudié lenguas y literatura, desatraso desde hace años esos deberes gracias a internet y a un puñado de maestros que generosamente me educan a través de sus artículos de prensa. Los hay tan maravillosos -artículos y articulistas- que en espacios inverosímiles hacen caber, y no exagero, la génesis de la ciencia, las inspiraciones que le insuflan vida y parte de su historia. Lean, a ver si miento o hiperbolizo, ‘El lugar de donde vienen las ideas’.

 

Adenda: pero la vida, que en el mejor de los casos no es otra cosa que un sinsabor, me lleva de ese deslumbramiento al recuerdo de que tengo irresuelta una discrepancia con el científico, de quien aún no he recibido respuesta ni grande ni chica para mi desahogo 206. El recuerdo me lo reaviva la lectura de ‘Si lo ves claro, desconfía de tus ojos’, y su contenido casi que me reconfirma en la sensación de que para el autor, como para demasiados oyentes y videntes, el entendimiento humano tal vez no pueda ocurrir al margen del oído y por descontado que no al margen de la vista: los puntos ciegos de que no se libran ni las inteligencias más preclaras.

 

816. “Lo que pasa es que en Petro conviven un ambientalista sincero y un autócrata indomable, un rebelde furioso y un pragmático ambicioso, un hombre que anhela el bienestar social y un solitario conflictivo y taciturno, un político lúcido y a menudo brillante y un aventurero imprudente” opina usted, Ospina, y yo me lo quedo rumiando. Veamos: si el Esperpetro fuera un ambientalista sincero, en lugar de estar conflictuando y discurseando un día sí y el siguiente también y haciendo gala de una retórica vacua de la que ningún beneficio tangible se va a derivar, su mandato habría estado comprometido desde el primer minuto con la salvaguarda de las vidas de los defensores del medio ambiente y con la defensa eficaz de la naturaleza. Pulsiones autócratas sí que bullen en él, aunque se me antoja que muy atenuadas por el desorden de su dipsomanía y manifiesta aversión a cualquier tipo de imposición inherente a su cargo. Su rebeldía será tan pragmática y poco furiosa que es capaz de pactar con su compadre el diablo Mancuso y con Benedetti o Roy Barreras a fin de materializar ambiciones personales y partidistas o de acallar verdades que tampoco es que le quiten el sueño. Ahora: ¿cree de veras usted que un presidente bienintencionado de país pobre que “anhele el bienestar social” desperdicia los cuatro años que se le concedieron para gobernar en rencillas y mezquindades que todo lo torpedean y dificultan? Y puesto que esa ha sido la constante desde el 7 de agosto de 2022, hablar del “político lúcido y a menudo brillante” que a mí también llegó a parecerme el Petro congresista ya no procede; de hecho, no procede desde que en mala hora ustedes lo eligieron alcalde de la pobre Bogotá. Y, para aventureros imprudentes, los más de once millones que hace dos años y medio votaron por él a sabiendas de su absoluta incapacidad para gobernar nada. Lo de taciturno y solitario, que con su pan se lo coma y con su whisky se lo beba.

 

817. ¿Qué se le agrega a la completitud: “¡Pobres diablos infelices que somos todos!”? Grima me dan los pagados de sí que de antemano se duelen de lo vacío y triste que se tornará el mundo sin ellos, y por lo bajo me río de su desesperación. ¿Morirme yo -impreca un Forbes-, dueño de esta fortuna con la que ni los erarios de las potencias pueden soñar? ¿Morirme yo -blasfeman un par de iluminados de la política-, el único capaz de esparcir el virus de la vida por las estrellas del universo, el único capaz de make América great again? Si algún poder decisorio tuviera quien esto suscribe, lo aprovecharía para que los delirios de grandezas figuraran entre las discapacidades más incapacitantes, entre las que les puedo asegurar que no se encuentra la ceguera. Al menos no la mía.

 

818. ¿¡Somos más los buenos!, dicen los edulcorados con o sin enciclopedia? Para que se les descorra esa venda, que lean ‘Breve catálogo de malos’ en El País de España y saquen cuentas. Acto seguido y con objeto de que el ejercicio cobre verdadera validez, bien les vendría -yo ya lo hice-, tras un acto de contrición o un examen de conciencia, intentar ubicarse a sí mismos, a sus familiares y allegados dentro del catálogo: ¿’psicópatas’, ‘psicopatoides y narcisos’, ‘malos por pereza ética e intelectual’, ‘malos con heridas pero sin reflexión’, ‘malos por miedo’ o “aquellos malos que lo son para sacar tajada. Esto es, su temor no es a descender en la escala social, sino a no ascender lo suficiente. Son todos aquellos que se pliegan siempre al poder que más conviene: los chaqueteros, los más papistas que el Papa, los que escupen al vecino judío si está delante un gerifalte de las SS, porque en realidad el vecino les da igual. Quiero decir que no hay ideología ni odio, sino cálculo. Y se las apañan para cegar su conciencia solo en el rinconcito justo que les permite medrar; en lo demás, hasta pueden parecer encantadores […]. Estos malos, en fin, son los que más me angustian, los que más aborrezco. Decía Elie Wiesel, superviviente del Holocausto, que lo contrario del amor no es el odio, sino la indiferencia. Y esa fría indiferencia de parásito es lo más aterrador del ser humano. El Mal existe porque los tibios de corazón se lo permiten”?

 

La cifra que está por determinar es, Rosita entrañable, qué porcentaje de la especie hace de facto y vocacionalmente el bien y no se conforma con dizque no hacer el mal, asunto bastante controversial este según se desprende de tu reflexión. Yo a ese entre cinco y a lo sumo diez por ciento de seres humanos que merecen el nombre los bendigo, les agradezco y los envidio a partes iguales. Qué tranquilizador y bello sería saberme -no creerme- uno de ellos.

 

819. “En la potencia del norte conviven (siempre han convivido y hoy más que nunca) inclinaciones racistas, autoritarias, aislacionistas, francamente favorables al apartheid, al fascismo y al antisemitismo, enfrentadas a eso que Pinker llama (usando palabras de Lincoln) ‘Los ángeles que llevamos dentro’. Estos ángeles son los de sus pasiones más nobles: la defensa de la democracia, del conocimiento científico, la lucha contra el racismo, la esclavitud y contra esos ‘hombres fuertes’ y todopoderosos que son la negación del diálogo, de la diversidad de orígenes, y de la tolerancia por las ideas distintas”: ¿adivinan cuál de las dos cosmovisiones se acaba de imponer, y con los votos de millones y millones de suicidas desinformados, en el que por desgracia demasiado pronto dejará de ser -en el caso de que de facto lo siga siendo- el país más poderoso del mundo? Yo no sé si los designios de la historia sean ineludibles o si algo así exista siquiera; lo que sé sin ningún margen de duda es que cuando la maldad más acendrada de una camarilla manipuladora encuentra un nicho de mercado entre la infinita estupidez humana, el mundo de hoy pasa a ser, como el de las memorias de Zweig, el mundo de ayer y con un agravante imperdonable en nuestro caso: que nosotros sí estábamos al tanto y advertidos y prevenidos, y por partida doble. Un único favor les pido a los historiadores futuros que merezcan el nombre: que cuando juzguen los pormenores y las consecuencias de lo que parece avecinarse o transita por sus albores, no culpen directa y exclusivamente a quienes ordenen los horrores sino a las masas que, por acción -sus votos- u omisión -su indiferencia o su cobardía-, resolvieron tenderles un cheque en blanco para que procedieran en su nombre.

 

820. Vamos a ver; leo esta otra reflexión suya, Hetícor, y se me ocurre aventurar que el error en que acaban de incurrir millones y millones de negros y de latinos que entusiastas se creyeron integrantes y miembros de pleno derecho de MAGA (un saludo para mi tío […] y su trumpista parentela allá en Pensacola) lo están cometiendo los mamertos e izquierdópatas tercermundistas que fantasean con que en el nuevo orden mundial, que ya empieza a cobrar forma, ellos van por fin a tener protagonismo y a figurar en calidad de iguales de los mandamases chinos y de los rusos -es decir de los chinos-:

 

“…Colombia, y en general América Latina, tiene una identidad compleja y contradictoria. Si hoy somos intrascendentes y carecemos de importancia en el mundo, creo que esto se debe a que nosotros mismos no hemos sido capaces de definirnos. Ni siquiera sabemos si somos Oriente u Occidente. Al ser nuestros orígenes culturales mixtos (europeos, indígenas, asiáticos y africanos), y nuestra más típica composición étnica tan mezclada y mestiza que es difícil de condensar en una clara identidad, vivimos en crisis con nosotros mismos, como si no nos pudiéramos entender o como si no aceptáramos que somos eso precisamente, lo mixto.

Para el Occidente rico y desarrollado somos parientes pobres de segunda categoría. Para las potencias que cuentan de verdad no somos más que una especie de periferia sucia, atrasada y peligrosa del Occidente que importa de verdad. Y, correspondiendo a esta imagen, con la banca internacional o las instituciones globales nos portamos como ellos nos ven: pedigüeños que pasan el sombrero para pedir un préstamo o una limosna por amor de Dios.

Si el Occidente poderoso no comprende que se debe comprometer en planes serios que conduzcan a nuestro propio desarrollo y bienestar, y a consolidar democracias endebles, no sería extraño que cayéramos en el canto de sirena de esas otras potencias colonialistas, imperiales y muy nórdicas que han sido y siguen siendo Rusia y China, aunque ahora se vendan como aliadas naturales del Sur Global.”

 

Ya verán los unos y los otros insensatos -ojalá fueran sólo ellos- lo que acarrea servirle de idiota útil al diablo, disfrácese de lo que se disfrace. Y, respecto de su columna, Hetícor, una pregunta retórica: ¿cree usted de veras que “el Occidente poderoso” -¿duránte cuánto más tiempo?- que no se comprometió “en planes serios que” condujeran “a nuestro propio desarrollo y bienestar, y a consolidar” nuestras “democracias endebles” cuando estable y boyante habría podido hacerlo, lo va a hacer hoy que tiene delante los peligros tangibles que representan para sus propias democracias los enemigos internos en componenda con los externos, para no hablar de las múltiples divisiones sociopolíticas y quebrantos del estado de salud de sus economías? Tengo para mí que…

 

821. ¿Que cómo me imagino el erial que van a dejar por mundo los Elon Musk de los últimos doscientos cincuenta años, en componenda con los millardos y millardos que les compramos el consumismo desaforado que tan hábilmente nos han sabido vender? La verdad es que no tengo que imaginar nada porque ya lo dejaron descrito Rulfo y Bolaño en sendos cuentos que, juntos, anticipan la distopía. Del del mexicano podemos tomarlo todo salvo su nombre eufónico -San Juan de Luvina-, en tanto que del del chileno lo que nos sirve es precisamente el nombre para el erial, por antipoético y disonante: Gómez Palacio.

 

822. Le pido el favor a quien sepa del paradero del Andrés Trapiello que habla en el desahogo 803 que me le haga llegar una sugerencia literaria, junto con el mensaje de que querría seguir discutiendo con él sus apreciaciones numéricas sobre las gentes del campo. Que lea, si lo tiene a bien, ‘No oyes ladrar los perros’ y que me haga saber si como yo está interesado en que nuestro diálogo “unilateral” perviva.

 

823. Le pido prestado a mi maestro y quiero creer que también amigo -de su capitán Alatriste sí que lo soy-, don Arturo Pérez-Reverte, un titular de prensa que cita en uno de sus artículos de Zenda porque con creces compendia, antes que nada, nuestra realidad política de los últimos doscientos y pico años. Que abarcan, de más está aclararlo, las mojigangas y trapacerías del esperpetrismo hoy en el poder: ‘Cuánto cuento y cuánta mierda’ propalan a diario estos hijos de mala madre, y propalaron siempre prácticamente todas sus homólogas inmundicias desde sus sinecuras pagadas con los dineros del contribuyente. Que, no contento con subvencionarles las corruptelas, demasiado a menudo se deja fanatizar y convertir por ellas en idiota útil de sus intereses.

 

824. Yo, que tengo una relación tan íntima con el mío -escozores y pruritos que se alternan con periodos de saludable serenidad-, así como una inconfesable debilidad imaginativa por algunos muy jóvenes y ajenos, no bien leí esto vi desfilar por mis recuerdos a una ristra de trastornados por un complejo de Dios congénito que no hace distingos entre genios auténticos, medianías empingorotadas o pobres diablos pagados de sí no obstante su insignificancia: “Montaigne, al que hay que volver siempre para no ahogarse en el mar de la convulsa simpleza contemporánea, nos recuerda que el prócer más encumbrado en su envidiado trono se sienta indefectiblemente sobre sus posaderas. Conviene ser conscientes de que en el fondo y la base de toda grandeza, de toda sabiduría, de honores y loores, siempre está el culo. Es una constatación que quizá a alguien demasiado orgulloso le puede parecer humillante, pero a los sensatos les resultará más bien consoladora. […] El culo da nuestra talla y prohíbe que nos consideremos gigantes aunque tengamos la cabeza perdida entre las nubes. Es la clave del saludable realismo: cuando estemos a punto de dejarnos arrastrar por cualquier delirio vanidoso, ojalá oigamos una vocecita que nos advierte ‘¡acuérdate de tu culo. In culo veritas!’. Si no nos salva la vida, salvará por lo menos nuestra cordura…”.

 

825. Si no estuviera mamado de dedicarle demasiados más desahogos de los que amerita su insignificancia tan nociva -¿pillan el porqué de la desmesura?-, sería como para espetarle al wokebuenismo transnacional y bagatélico este par de verdades que comparten firma: “No, hombre, no: al feminismo de verdad solo lo habéis atacado vosotros, y vosotras y vosotres. La igualdad de derechos cívicos y políticos entre mujeres y hombres es una conquista gradual de las democracias occidentales que va a un paso imparable, aunque aún le queda gran trecho por recorrer. La cuestionan las autocracias musulmanas, como el resto de los avances democráticos, pero no los países cuya cultura es una decantación secular del legado de Grecia, Roma y Jerusalén. Esos países colonialistas tan mal vistos ahora por el neosalvajismo que quiere pasar por vanguardia progresista cuando en realidad supone un retroceso descarado. Pretenden liberar a la mujer los que niegan que exista como realidad biológica, los que disuelven los sexos naturales en una caprichosa sopa de letras en la que tiene tanta carta de normalidad el ejemplar sin deformaciones como el becerro de dos cabezas. Y legislan sobre las relaciones intersexuales los que convierten en violación todo lo que hacen los hombres y cualquier cosa que soportan las mujeres. Lo que antes era parte de la educación como respeto al prójimo que se daba en las familias como Dios manda y en las familias decentes ahora se ha convertido en delirio penitenciario…”. “Nuestra época es claramente propensa al racismo, precisamente por sus esfuerzos en denunciarlo y combatirlo. No se puede acabar con algo ignorando en qué consiste. Racismo es aplastar la humanidad de alguien bajo el peso de una identidad colectiva a la que debe pertenecer. Da igual para el caso que esa identidad sea una bendición o un oprobio. Nadie puede ser algo superior a humano ni gozar o padecer una identidad colectiva más relevante que la suya individual. Borges atribuye a Mark Twain, en El hombre que corrompió Haylerburg, una cita que yo siempre he supuesto que pertenece a la inventiva del propio Borges: ‘No me importa saber si alguien es varón o hembra, religioso o ateo, negro o blanco. Me basta con saber que es humano, nadie puede ser nada peor’. Cuando alguien se refiere a la raza de otro es porque le quiere anular como persona: y eso funciona aunque su referencia racial esté basada en supuestas virtudes de esa etnia, como la inteligencia de los judíos, el sentido del ritmo de los negros o la industriosidad de los orientales. Nadie es lo que es y como es por las cualidades que comparte con sus parientes sino más bien por aquellas que lo diferencian de los demás. Para el racista solo cuenta lo que el grupo representa en su imaginario y quien pertenece a él viene ya definido de fábrica. Y muchos de quienes pretenden emancipar a las razas oprimidas lo hacen a costa de despersonalizar a sus miembros. Cuidado con las buenas intenciones” de profesor activista de campus público y defensora de los derechos humanos y duplicador y triplicador del género y promotora del lenguaje inclusivo que medran haciéndote creer, mujer marginal, negro depauperado, indígena desarraigado por causa de la violencia, parapléjico o sordo o ciego que sueñas con ir a la universidad para labrarte un futuro; que medran haciéndote creer que tú y los como tú son la causa de su trasnocho cuando la verdad monda y lironda es que tú y los como tú no son más que palabras vacuas que nutren publicaciones académicas que otorgan puntos que incrementan salarios que inflaman prestigios minúsculos que hacen que se olvide el culo y la máxima según la cual “in culo veritas”.

 

826. Lo saben el caradura Londoño de ‘El nobel, Petro y los escritores’ y el Gamboa tuerto del ojo izquierdo que guarda previsible silencio ante cada esperpetrada de su votado: “…La polarización en los políticos y en los medios de comunicación es algo más complejo, un refugio para evitar las explicaciones engorrosas. Si al Gobierno o a la oposición se les pide que justifiquen una decisión discutible o poco clara, es cómodo poder esconderse en el ‘¡y vosotros más!’ en vez de buscar argumentos razonables a favor de la propia postura. Para qué molestarse en razonar, tarea en ciertos casos complicada, si uno puede esquivar el tema atacando al adversario. Pero lo que culmina la polarización es contar con una jauría de partidarios dispuestos incondicionalmente a disculpar lo que hacen los suyos con tal de que se les ofrezca carnaza para maldecir a los del bando opuesto. Así la realidad pierde sustancia al ritmo que los ciudadanos renuncian a su espíritu crítico. Nada es verdad ni mentira, todo es pura cuestión de los colores del que mira. Y, en vez de debate político, solo queda la pelea a garrotazos de dos salvajes, hundidos hasta la cintura en la ciénaga, como los pintó Goya. Los fanáticos se distinguen por tenerlo todo claro: no necesitan hablar, les basta con morder. Pero las cuestiones políticas siempre son poliédricas y cuanto más se penetra en ellas, más perplejo le dejan a uno. Hay que elegir entre estar irracionalmente polarizado o racionalmente perplejo. No hace falta señalar cuál es la opción preferida por la mayor parte de nuestros compatriotas”. Coincidirá usted conmigo, don Fernando, en que si un ciudadano anónimo que funge de idiota útil de unos o de los otros extremistas resulta lastimoso, ver a un tipo de la talla intelectual de un Londoño disparando contra todo lo que le huela a perplejidad racional produce, a más de grima por lo que de autodestructivo conlleva, desprecio y asco. Al menos el silencio de Gamboa a mí me deja la sensación de que su traición a la ecuanimidad y el pensamiento crítico un poco lo incomoda y avergüenza.

 

827. Veo a todas estas madres y padres mortificados por lo que será del futuro de sus hijos con el cambio climático, la descomposición social -más vieja que la moda de andar a pie-, la inteligencia artificial, los extremismos políticos y los fanatismos religiosos, las enfermedades del cuerpo y la mente y no puedo por menos de preguntarme por qué seremos tan insensatos y contradictorios los seres humanos. De todo lo anterior e incluso de flagelos peores (el hambre y la sed, la tortura y las guerras de los malditos) se libraron los hijos que resolví no tener.

 

828. Me estrello con esto en LOS aNILLOS DE SATURNO e instantáneamente mi cerebro lo asocia con un pensamiento -tal vez injusto o no del todo justo- que me asalta desde hace un tiempo: “Korzeniowski, que inmediatamente después de su llegada a Ostende se dirige a casa de Marguerite Poradowska en Bruselas, percibe ahora la capital del reinado de Bélgica con sus edificios cada vez más ampulosos, como un monumento funerario que se erige sobre una hecatombe de cadáveres negros, y le parece como si todos los viandantes de las calles llevaran en su interior el oscuro secreto congoleño. De hecho, hay en Bélgica, hasta el día de hoy, una fealdad particular, impresa en la época de la explotación desinhibida de la colonia del Congo, que se manifiesta en la atmósfera macabra de ciertos salones y en una deformidad llamativa de la población, como sólo se halla raras veces en algún otro sitio. Sea como fuere, recuerdo exactamente que en mi primera visita a Bruselas, en diciembre de 1964, me salieron al paso más jorobados y locos que en cualquier otra parte del mundo en todo un año…”: bajo ningún concepto querría hallarme hoy -ya se verá mañana- en la Rusia de Putin o en el Israel de Netanyahu, con el perdón de los anónimos y metafóricos Roger Casements y Edmund Dene Morels que tanto en el país a todas luces invasor como en el invadido el 7 de octubre de 2023 pero implacable y bárbaro en su respuesta sé que luchan contra la sinrazón asesina y criminal de quienes los gobiernan. ¿Que las culpas en los crímenes de terceros y en los de Estado deben ser individuales y no colectivas? Disiento de todo punto pues ni el pariente que calla y no denuncia los delitos de un familiar al que protege movido por una mal entendida lealtad, ni el sacerdote que por indiferencia o cobardía hace la vista gorda ante los desmanes pederastas de un superior o viceversa, ni el ciudadano que con su silencio o sus vítores se hace partícipe de las carnicerías y vilezas de sus gobernantes en contra de prójimos más débiles e indefensos pueden alegar inocencia de ninguna índole. Tampoco quienes no nacimos ni en Rusia, Palestina o Israel y nos mantenemos impasibles ante esos y otros horrores presentes podemos siquiera aspirar a una parcial exoneración de una culpa que claro que tiene un puñado apenas de responsables directos, pero millardos de indirectos.

 

829. Justicia poética sería que la vida de cada funcionario público y político venal o también avieso estuviera signada por un lienzo-consciencia pintado por un Basil Hallward inmaterial y por las palabras del todo audibles de un lord Henry Wotton que atormenten al miserable con el anuncio del mañana de desdichas que lo aguarda. Y, ya entrados en gastos, que así como el lector de la novela de Wilde asiste a la disolución moral y física del protagonista, a toda sociedad desangrada por sus corruptos le fuera dable presenciar, gozosa, sus deterioros paulatinos y sus ulteriores aniquilamientos.

 

830. ¿Qué piensa usted, maestro, de los temerarios que se sienten tocados por el don de la ubicuidad y que van por ahí asegurando que ya nadie lee a Equis o a Ye autor, y todo porque sus libros no se venden ya en librerías de cadena?:

 

“No sé por qué los clásicos míos están todos desorganizados y poco motorizados, quizá porque recuerdo siempre a Unamuno cuando decía que la novela, y la vida es una novela, es organismo y no mecanismo. Me gustan esos clásicos españoles, los Azorines, D’orses, Ramones, Galdoses, Barojas, Riscos, Cunqueiros, Unamunos, Machados, Solanas, por lo que tienen de destartalado museo provincial. La mayor parte de ellos incluso hay que ir a buscarlos en ediciones desconchadas, que siguen al cuidado de ujieres tan viejos y descontentos de la vida como ellos mismos. Pero suelen ser siempre visitas provechosas, porque son visitas espaciadas en las que uno siempre espera encontrar poca cosa, para llevarse luego en las entretelas del alma pequeñas y grandes joyas secretas, de las que ni siquiera los salteadores del momento, los cacos intelectuales del día, se han percatado aún.

En la visión que tienen del mundo estos clásicos de pueblo hay, además, una visión del presente sin tiempo, que es el único presente que nos incumbe, aquel que dentro de cien años arrancará a los lectores un: ‘Parece que está escrito hace un momento’ y les hará sentir la primavera en los huesos. No son muchas las cosas que podemos decir nuevas. Viene uno a esta vida como un eco de los padres y como un eco damos tumbos por todas las peñas de la vida. A distinguir me paro las voces de los ecos, dijo Machado. Todos somos voz y somos eco. Pensar otra cosa es floritura. Así veo yo a esta tropa de escritores, museos y clásicos tal vez cerrados a causa de inacabables reformas o por falta de personal para su mantenimiento o por hundimiento de techumbre, pero en los que siempre podrá verse la luz de la pequeña bombilla de un celador, pues en los museos, en los clásicos y en los cementerios, milagros de la vida, siempre termina cayendo alguien, por pequeño que sea: ese incansable viajero de alma fatigada, ese lector aquejado de spleen o aquel al que la vida le borró su última sonrisa.”

 

Le confieso que cada que oigo aquella temeridad -y la oigo muy a menudo- de labios de quien sea -un Nobel o un profesor cualquiera-, siento por el que la profiere una suerte de desilusión mezclada con no poco desdén y la razón es que me parece inadmisible que haya nadie que de corazón se crea que, entre los ochenta o cien millones de lectores vocacionales que en este preciso momento están con un libro entre las manos, no exista ni tan sólo uno que esté leyendo a ese autor que él condenó sin pruebas a una orfandad inapelable. Ah, y lo de la cifra me lo saqué del sombrero pues, si de ocho mil o diez mil millones de humanos que dizque somos al menos el uno por ciento no tiene por vicio la literatura, estamos más que jodidos.

 

831. Me habla Sebald de la Rebelión Taiping, leo en la Wikipedia sobre el Reino Celestial de la Gran Paz y me resulta inevitable no asociar aquello con el embuste descarado que Gustavo Petro bautizó ‘paz total’. Una coartada cuyo norte todavía les resulta incierto a sus votantes y a una mayoría de analistas políticos, mas no a él ni a los criminales de que se está rodeando para materializar su propósito. Que en modo alguno aspira a pacificar el país sino a subyugarlo electoralmente y sirviéndose, por un lado, de sus conmilitones los terroristas y narcotraficantes de las guerrillas y, por el otro, de los bandidos violadores y descuartizadores del paramilitarismo que hasta ayer no más le sirvieron de supuestos enconados enemigos.

 

Adenda(ss): poco sorprende, pues, que una sociedad como la colombiana, que lleva más de cuatro décadas honrando la memoria y celebrando las gestas delictivas de Pablo Escobar, tenga por iluminados a lo Hong Xiuquan bien a un ex presidente amancebado con lo más tenebroso del terror narcoparamilitar, bien a un presidente en ejercicio formado y brotado de las filas de lo más tenebroso del terror narcoguerrillero. Sorprende en cambio, y mucho, que los votantes de buena fe del esperpetrismo aún no se hayan tomado las calles para increparle su traición al farsante. Es lo que procedería si uno no se llama Julio César Londoño, Cecilia Orozco Tascón, Laura Restrepo, Santiago Gamboa, mamerto de campus público o parásito izquierdópata del sindicalismo. ¿En dónde está, me pregunto, les pregunto, el ultrafeminismo woke que se escandaliza y llama abuso a un simple piropo o a una picada de ojo mas no a lo que a todas luces lo es y lo rebasa: la villanía perpetrada por Gustavo Petro Urrego en contra de las víctimas al nombrar como gestor de paz -háganme el favor- a alias Taladro, culpable de cientos de violaciones de niñas y vaya usted a saber si también de niños? Se dirán las empoderadas lo que los cuatro articulistas de atrás: que cuando son los nuestros los que gobiernan, el fin justifica los medios… cualquier medio. Si los incondicionales del petrouribismo o del uribopetrismo fueran conscientes de la toxicidad política y social que nos supone a todos los colombianos semejante engendro bicéfalo, por vergüenza harían lo que los fanatizados por Xiuquan cuando los acometió la certidumbre de la derrota inminente.

 

832. ¿Que esto lo saben los científicos? Sin duda, pero a ver cuál podría expresarlo con siquiera la mitad de belleza que el poeta: “…La carbonización de las especies de plantas más altas, la quema incesante de todas las sustancias combustibles es la fuerza de propulsión de nuestra propagación por la tierra. Desde la primera antorcha hasta los reverberos del siglo XVIII, y desde el brillo de los reverberos hasta el resplandor macilento de las farolas de arco sobre las autopistas belgas, todo es combustión, y combustión es el principio inherente a cada uno de los objetos que producimos. La confección de un anzuelo, la manufactura de una taza de porcelana y la producción de un programa televisivo se basan, en definitiva, en el mismo proceso de combustión. Las máquinas que hemos inventado tienen, al igual que nuestro cuerpo y nuestra nostalgia, un corazón que se consume con lentitud. Toda la civilización de la humanidad, desde sus comienzos, no ha sido más que un ascua que con el paso de las horas se torna más intensa, y de la que nadie sabe hasta qué punto se va a avivar y cuándo se va a extinguir. Por lo pronto nuestras ciudades siguen alumbrando, aún continúan propagando fuego en derredor…”.

 

Pienso en simbiontes y en simbiosis y en relaciones simbióticas que ya deberían ser pero que todavía no son, y ninguna como la que tendrían que constituir, para bien de la divulgación científica y la lucha sin cuartel que estamos en mora de acometer en contra de miopes negacionismos y negacionistas aviesos, la ciencia y la literatura: las ciencias y las artes. A mí no se me ocurre un mejor comienzo que al menos un par de cursos de pregrado impartidos por científicos a estudiantes de literatura y al menos un par de cursos de pregrado impartidos por literatos a estudiantes de ciencia. Les dejo mi número en caso de que quieran que le hinquemos el diente al proyecto: 3 16 5 18 90 24.

 

833. ‘Ser pillo paga’ tituló Daniel Samper Pizano una de sus últimas columnas no en relación con el desafuero en que incurrió el Esperpetro cuando designó como gestores de paz -háganme el favor- a los más sanguinarios cabecillas narcoparamilitares, sino con el desafuero en que incurrieron millones y millones de votantes estadounidenses al reelegir a un delincuente impresentable para el cargo más poderoso del planeta. Ser pillo paga: lo saben el ¿ex? Bandido en jefe de acá y el bandido en jefe de allá, que de bandidos se rodean para perpetrar sus pillerías y minar desde dentro, y con el aval de millones de sus conciudadanos, las democracias que los ungieron.

 

834. Por si le faltaran bobos a este siglo de las luces apagadas, me acabo de enterar de la existencia de unos tales ‘íncel’ o ‘incel’ que, bien mirados, oficiarían de contraparte de las ultrafeminazis en la estupidez. Y parcialmente de que mientras que aquellos descerebrados testiculares militan en lo más aversivo de la extrema derecha, estas lumbreras con tetas ponen el gramo de cerebro que arañaron en la repartija genética al servicio de la extrema izquierda más estomagante. Preocupa, y mucho, que como ocurre hoy con todo este descoyunte entre los representantes del centro del espectro político y los que por ellos optamos electoralmente, los hombres y las mujeres sensatos que nos admiramos y nos respetamos mutuamente no estemos haciendo causa común en contra de los violentos y las estridentes, que nos marcan el paso y nos imponen sus agendas inanes.

 

835. La fórmula es muy sencilla: no es sino que reemplacen trumpistas por petristas, Trump por Petro y listo: “Y que nadie diga que los fieles trumpistas no se lo buscaron. Se les advirtió que un voto por Trump era un voto contra la democracia. Pues resulta que la democracia poco les importa. ¿Se arrepentirán? ¿Se enterarán incluso de que una sombra negra se extiende por su país? Dudoso”.

 

Adenda: para que los incondicionales del mandamás de nuestra republiqueta no se vayan a creer y por ende a envanecer de que se lo esté equiparando en poder y alcances con los de la vaca naranja -maestro, perdón por el préstamo inconsulto-, estas palabras que deslíen cualquier malentendido: “Trump abrió la caja de Pandora y, no importa quién ocupe la presidencia, ya es demasiado tarde para cerrarla. Los truenos reverberarán durante años, quizá décadas, en Estados Unidos y su impacto se sentirá -tormentas habrá- en toda la faz de la tierra”. Quedan notificados.

 

836. En la lucha denodada que a diario debe librar todo intelectual de quilates con miras a mantenerse ecuánime y objetivo se impone al menos un mandamiento: no permitas que un desaire, una desazón o una humillación personal te ciegue al punto de que no te importe un rábano tu respetabilidad de opinante con tal de conseguir hacer sangre en el amor propio del infligidor y flamante enemigo a muerte:

 

“Nada más antipolítico que reducir las opciones de votos de las minorías (convertidas obligatoriamente en tribus identitarias) a la defensa a ultranza de sus particularismos: los negros sólo piensan en los negros, las mujeres en cosas de mujeres, los latinos apoyan a los latinos, etc… Cada uno tiene ya prefigurado su rumbo en las urnas y de ahí no puede salirse sin ser considerado traidor a los suyos. Pero eso precisamente es lo que promovían los demócratas (como hacen en España las izquierdas fragmentadas) y por eso han perdido frente a Trump. Porque resulta que ellos son los antipolíticos, mientras que Trump -de modo más o menos burdo- ha propuesto planes políticos para todo el país, planes de reforma económica, contra la inmigración ilegal, etc… para hacer América grande de nuevo.

Y entonces se ha visto que muchas mujeres discrepan de Trump en el tema del aborto, por ejemplo, pero que no dan a esa cuestión tanta importancia como para convertirla en un automatismo contra él. Votan como ciudadanas con preocupaciones nacionales, no como hembras para las que sólo cuentan las cuestiones de género. Y lo mismo ha sucedido con los negros, los latinos o las demás minorías: han demostrado que querían ser mayoría, es decir, ciudadanos americanos y no minorías victimizadas. Ojalá en España tuviésemos más ‘antipolíticos’ como ellos…

Varios de los corifeos del gobierno sanchista han proclamado que la victoria de Trump es el triunfo de la desinformación. Vaya, hombre, qué cosas. El País, la Ser, la Sexta, TVE… alertando contra la desinformación, es decir, contra lo que les ocupa principalmente. No sé cómo de informados están los votantes de Trump, pero sé demasiado bien lo informadísimos que están los de Sánchez, que se tragan la amenaza ultraderechista como clave política definitiva…”.

 

Estimado don Fernando: durante los años que leí sus artículos de prensa en El País de España no me topé, que yo recuerde (le aclaro que adolezco de mala memoria), con un ataque directo a aquel periódico contra el que desde su despido no pierde oportunidad de arremeter de todas las formas posibles y endilgándole, a través de la herida por la que muy mal respira, los peores defectos y pecados del oficio que, o bien se manifestaron con su salida o, por cálculo y conveniencia personales, usted no denunció mientras devengaba. Desconozco si no haya caído o no le importe en absoluto que al acusar al diario de lo que lo acusa y sin hacer ningún tipo de distingos ni salvedades, nombres para mí también muy respetables como los de Fernando Aramburu, Javier Cercas, Rosa Montero, Leila Guerriero, Eliane Brum, Javier Sampedro, Martín Caparrós, Antonio Muñoz Molina, Manuel Vicent, Juan José Millás, Irene Vallejo, Adela Cortina, María Elvira Roca Barea, Álex Grijelmo, Juan Gabriel Vásquez, Andrea Rizzi o -entre muchos otros- Moisés Naím queden en entredicho por cuenta de su burda generalización. Y de su lectura encomiástica de los votantes del narcomagnate gringo mejor ni hablemos porque o lloro de risa o lloro de grima: la que me produce oír desvariar, producto de sus inquinas, a uno de mis maestros de papel a la par que faros intelectuales. Ojalá esta bienvenida suya al por desgracia recién elegido y a su gobierno de malvados y orates no pese pasado un tiempo y en lo sucesivo sobre su obra filosófica y literaria como una mancha de esas que jamás se borran.

 

Adenda(s): y no bien pergeño este desahogo, miren con lo que me topo: “…Digo todo esto porque he caído en la cuenta de que he perdido la fe en estas columnas que por gentileza de El País publico en un huequito de la contraportada. Como conté en privado a los responsables del periódico, la cesta está vacía y a mí me falta energía y estímulo para llenarla. Creo sinceramente que no tengo gran cosa que aportar. Incluso abrigo la sospecha de que poco a poco me he ido convirtiendo en un desplazado de mi época; que he dejado de entenderla y que mis opiniones se asemejan cada vez más a un paraguas abierto en medio del huracán. Veo con enorme preocupación, que al mismo tiempo es pena, la situación moral de España, que, vista desde mi espacio vital de Centroeuropa, se me figura parte de la imparable decadencia del continente. Digo, pues, adiós a la manera de fray Luis y de los hombres que optaron por equiparar la cultura con la conquista de la serenidad, y me retiro a mi soledad creativa también con unos pocos libros doctos. Era feo marcharse a la francesa. Así pues, gracias al periódico por confiar en mí y a todos suerte y un abrazo”. ¿Que no tiene usted, admirado don Fernando, gran cosa que aportar? ¡Pero si a mí me aporta, amén de su sindéresis y su bellísimo español, que son de por sí un tesoro, sus opiniones tan certeras por bien sustentadas! Me consuela saber que tengo en mi biblioteca varios de sus títulos y que, como llegué demasiado tarde a sus artículos de prensa, aún podré leer, cuando se me antoje, los que no haya leído. Infinitas gracias por su sabiduría y enseñanzas. Con el ánimo de que sopesen el “de modo más o menos burdo” de la cita de Savater les sugiero que lean tres -de muchos posibles- artículos de Juan Gabriel Vásquez que, por separado y no se diga juntos, dibujan con trazo magistral la catadura del individuo: ‘Tras la victoria de Trump: lo que somos y lo que vendrá’, ‘El apocalipsis según Donald Trump’ y ‘No hay que creer en lo que dicen las novelas’.

 

837. Un consejo innecesario para el sabio pero muy útil para los demás: “Me parece irritante que la tele, disponiendo de tantos canales, no tenga uno, ni siquiera de pago, que nos permita acceder a contenidos inexistentes, pues de los existentes estamos más que hartos. Hay personas que zapean compulsivamente, aunque de forma inútil, en busca de un programa fantástico que colme todos sus sueños, que sacie todos sus deseos y las prepare para irse de este mundo con la satisfacción del trabajo bien hecho. ¿Qué productora irreal está trabajando en ese asunto? ¿Piensan que a base de cantidad (que es lo que nos ofrecen) acabarán por alcanzar la calidad platónica que se halla en nuestras cabezas? La cantidad aburre. Sacia al modo en el que sacia la comida basura: provocando un movimiento de asco hacia uno mismo. El hecho de que todo lo importante, ahora mismo, suceda en las pantallas de uno u otro tamaño (móvil, tableta, monitor de hospital, etc.) hace las cosas más difíciles: como si en el mismo plato en el que hemos dado cuenta de una ternera con mucho jugo tuviéramos que comernos, sin haberlo lavado previamente, la tarta de postre. Así que viene uno del hospital, donde ha estado siguiendo atentamente a través de una pantalla los gráficos de los latidos del corazón de su madre premuerta, y está obligado a tragarse, en una pantalla idéntica, un programa que sabe a lentejas recalentadas. Algo falla y no somos capaces de arreglarlo”: definitivamente, la precarísima formación intelectual y el pésimo gusto de las masas (las cuales abarcan, por si acaso, desde posdoctorados en esto y en aquello hasta carentes de cualquier escolaridad) que, como en las justas electorales con resultados nefastos para una democracia, son las directas responsables del caos -televisivo, político- y de sus previsibles consecuencias. A los zapeadores compulsivos no por ansiedad o incapacidad para centrar la atención en nada durante más de un minuto sino a los genuinamente deseosos de instruirse y reflexionar y conmoverse e incluso debatir con quienes vivan, estas recomendaciones de un ciego televidente: antes que nada y primero que todo la insuperable DW, paradigma de excelencia en el oficio. Algunos programas y debates de France 24 en los que, infortunadamente, el espanglis es la norma. Y un programa hebdomadario y bello como quien lo preside llamado Los Informantes, que los interesados pueden ver en el Canal Caracol. Sé que hay más pero por de pronto es lo que recuerdo.

 

838. Yo, venerable maestro Vicent; yo no necesito preguntármelo de tan claro como lo tengo, de tan inveterado que es mi vicio: “…¿Quién creó a quién? Dios creó al hombre a su imagen y semejanza, se dice en el Génesis, aunque todo da a entender que fue al revés. Ha sido el hombre quien ha creado un Dios distinto a medida de sus sueños. Está el Dios airado que te expulsó del paraíso y te sigue vigilando con un solo ojo desde el interior de un triángulo isósceles. En estos momentos de la historia esta figura está en alza. Ese es el Dios que toma la forma de un político ahíto de testosterona, como Putin, que es a la vez patrón y policía con un revólver en la cadera, o puede tratarse de ese emperador tormentoso de color calabaza, Donald Trump, que acaba de ser elegido presidente de Estados Unidos. Ambos coinciden en que han sustituido el trono por el inodoro de oro macizo, solo que si tiran de la cadena podría llover plomo nuclear hasta acabar con la humanidad. Por otra parte, hay un Dios de clase media que si le rezas te permitirá ir al supermercado donde podrás llenar el carro de la compra sin que te falten nunca rollos de papel higiénico. Los pobres de la tierra han creado a un Dios misericordioso al que reclaman ayuda y remedio de todos sus males, si bien su omnipotencia apenas puede llenar el cazo de latón con el que los más desesperados piden limosna en las aceras. Hay un Dios acostumbrado a recibir unidas las blasfemias y plegarias que eleva desde la tierra el género humano. Pregúntate qué clase de Dios es el tuyo…”: mi vicio de sacrílego y cultor de la coprolalia. Que en mí arraigó mucho antes que el igualmente milenario de Onán, al que tampoco renuncio por motivos de salud. Porque si uno me descarga el magín de los odios que contra el poder de los abusivos y de los malditos albergo, el otro intenta compensarme por las escaseces de intercambios venéreos que ya duran años. En la blasfemia de un ateo y en la masturbación de un solitario encuentro un nexo: el hecho de que ambos tienen un destinatario inmaterial que no se entera.

 

839. ¿Pero cómo dirimir lo indirimible? ¿Cómo zanjar una diferencia inzanjable? ¿Cómo, por Dios santo, no hallarles la razón a dos que la tienen?:

 

“…Un paso más allá de reverenciar la valentía presunta o verdadera de otros está la convicción de que uno mismo habría sido un valiente. Es como cuando alguien dice que es poeta, con el mismo aplomo con que diría que es funcionario de Hacienda. A mí me dan ganas de preguntar: ‘¿Y cómo lo sabes?’. El novelista, y poeta, Manuel Vilas se ha sumado en estos días a la glorificación del coraje físico, recordando la foto en la que se ve a Santiago Carrillo y Adolfo Suárez sentados en sus escaños del Congreso, mirando sin señales de inmutarse el espectáculo de los guardias civiles con bigotazos, tricornios y exabruptos de bebedores de coñac, que blandían sus pistolas con una rigidez de marionetas de esperpento, aunque también con una determinación de ejecutores. Es sin duda admirable el coraje personal y civil de esos dos hombres: pero no creo que deba ser usado para rebajar la dignidad o poner en duda la entereza de quienes sí se escondieron bajo sus escaños, hombres y mujeres, diputados, taquígrafos, ujieres, periodistas. A nadie se le puede reprochar que actúe según el instinto primario de supervivencia, más aún si está desarmado y tiene delante un arma de fuego, uno de aquellos pistolones cascados y subfusiles inestables de entonces.

Pero lo que no debería hacerse, por prudencia, es afirmar que uno tampoco se habría escondido. ¿Cómo lo sabes? ¿Con qué derecho te sientes superior a quien estuvo allí, a quien humanamente tuvo miedo? En la red X, cuyo dueño sátrapa y lunático es cada día más poderoso gracias a los muchos millones de personas que contribuyen a su enriquecimiento y a su propagación de la mentira, Manuel Vilas dice que él, a diferencia de Pedro Sánchez, se habría quedado delante de los amotinados en Paiporta: ‘Yo me habría quedado, aunque me hubieran abierto la cabeza. No soporto la cobardía, es lo más feo del mundo. Aunque me hubieran abierto la frente a pedradas, yo me habría quedado’. Dan ganas de decir, como don Latino de Hispalis ante las exclamaciones de Max Estrella en Luces de Bohemia: ‘¡Admirable, Max!’ Admirable, Manuel. Pero permíteme una pregunta: ¿Cómo lo sabes, Manuel? ¿Te has visto en esa misma situación? ¿Te han gritado ‘perro’ y ‘asesino’ y han destrozado a golpes los cristales blindados del coche en que viajabas?...”

 

Yo, que como Muñoz Molina comprendo a los cobardes de uno en uno, comparto con Vilas su desprecio por el destino infame de una especie que, de estar constituida mayoritariamente por Suárez y Carrillos, habría escrito una historia diametralmente opuesta ha la que ha escrito en relación con el papel que en ella han desempeñado los malditos, es decir la alianza vil entre los malvados por un lado y los indiferentes por el otro. ¿Que comprenda a un ruso y a un afgano con nombres y apellidos que sucumben al miedo cerval que Putin y los talibanes consiguen transfundirles? Lo comprendo, por aquello de las singularidades. ¿Que comprenda a los millones de personas que constituyen el pueblo ruso y el pueblo afgano, ambos sometidos y humillados y envilecidos por sus sátrapas? Me perdonan pero no puedo. Y no puedo porque cuando veo por ejemplo a un puñado de muchachas y mujeres iraníes -y a tal cual hombre que las apoya- en su lucha suicida en contra de la caverna integrista y misógina que las gobierna siento, para empezar, una vergüenza indescriptible por mi inacción de ciudadano de un mundo que tendría que estar decididamente de su lado y del de todo valiente que, a sabiendas de su soledad y desamparo, le planta cara a un tirano. Y me digo, por último, que son la aceptación y la justificación de la cobardía colectiva lo que imposibilita cualquier tipo de esperanza con asidero.

 

Adenda(s): temerario sí es hacer alarde de una valentía hipotética que, de no refrendarse llegado en momento, nos puede convertir en rey de burlas de los malquerientes y de los acomodaticios que nunca faltan. ¿Que “a nadie se le puede reprochar que actúe según el instinto primario de supervivencia, más aún si está desarmado y tiene delante un arma de fuego…”? Pues creo que muchos crucificarían a una madre y no se diga a un padre que, aterrorizado por la inminencia de una muerte violenta en medio de una balacera o aun de un atraco, eche a correr abandonando a un hijo pequeño a su suerte y, si me apuran, también al abuelo y al profesor “cobarde” y “egoísta” que hagan otro tanto.

 

840. Medioevo Científico y Tecnológico:

 

“No creo que quienes nos educamos en humanidades tengamos hoy las herramientas suficientes para entender el mundo. No entendemos, por ejemplo, el dinero. […]

El caso es que cuando el fundador del banco virtual X.com (que se fusionó con PayPal) y luego de SpaceX para viajes a Marte, y comprador de Tesla para carros que aceleran de 0 a 100 en dos segundos, y creador de Starlink para satélites, resolvió comprar la red social más poderosa del mundo, Twitter, le cambió también el nombre por X. Con lo cual completó las tres XXX características de las páginas pornográficas. Y lo hizo además con un performance que parece inspirado en Marcel Duchamp, pues al llegar a posesionarse como dueño de Twitter llegó, no con un orinal, pero sí con un lavamanos (un sink en inglés) no se sabe si para lavar todo o para que todo se fuera por el desagüe del sink.

Y esta semana, cuando el gran millonario en deudas y bancarrotas Donald Duck fue elegido por 73 millones de votos gringos, su escudero Musk, el mismo que baila y canta en sus mítines de campaña, el hombre más rico del mundo en bits, sacó otra vez su lavamanos, o su orinal Duchamp, y lo puso en toda la mitad de la Oval Office, es decir el despacho privado del presidente de Estados Unidos. Esto lo hizo en X con la siguiente explicación (o caption, si quieren): Let that sink in, que traducido por una de las empresas de AI a las que Musk también está asociado, quiere decir: ‘Deja que esto se hunda’.

No sé si esto que escribo tiene sentido. Como advertí al principio, quienes hemos dedicado nuestra vida a las humanidades (al arte, a los jardines, a conversar, pensar y leer) ya no entendemos el mundo en que vivimos. Es un mundo triple X. Un mundo en el que todo parece tan irreal como los videojuegos en que viven los niños. Un disparate. Estamos en las manos de un par de niños. Uno que se cree eternamente joven por pintarse la cara de anaranjado. Y otro que cree ser el dueño del cielo y de la tierra. Ninguno de los dos se ha dado cuenta de que un día van a morir” (Héctor Abad Faciolince).

 

Salta pues a la vista que vivimos tiempos de gran confusión y caos -los contradictores vocacionales dirán que todos lo han sido-, empeorados por el hecho de que en cada persona conectada desde sus dispositivos a la red hay un potencial propalador de infundios y desinformación, y de ahí el creciente bullicio y la imparable pugnacidad que nadie sabe cómo gestionar. Ese desconocimiento sin solución a la vista, así como -entre muchas otras- las extravagancias descritas en la cita, son lo que me lleva a afirmar aquí que discurrimos por una segunda Edad Media -con el perdón del prístino Medioevo, tan en paz (por comparación) al menos con el planeta- si bien científica y tecnológica, que anda por sus albores. Al rigor de los historiadores corresponde determinar sus orígenes y estudiar a fondo, transcurrido el tiempo que haya menester, sus implicaciones y pormenores. Que ya aterran.


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