martes, 15 de octubre de 2024

Desahogos polifónicos que pensaban ser póstumos, todos breves o muy breves (VIII)

751. Juzguen ustedes el tono que yo me encargo del resto:

 

“Los filósofos han dedicado esfuerzo e ingenio a la fatigosa tarea de analizar la subjetividad humana, ese reducto personal e intransferible que, según suponemos, siempre será privado e inaccesible al conocimiento empírico. David Chalmers, Daniel Dennett y muchos otros pensadores consideran que el ‘problema difícil’ para entender la consciencia es el asunto de los qualia, que tiene que ver con los sentimientos privados. Por ejemplo, un neurólogo te puede mostrar qué neuronas de tu cerebro se activan cuando ves el color rojo, pero no lo que tú sientes al verlo, la rojez del rojo, su qualia […].

La rugosidad que sientes al tocar una piel seca, la embriaguez de un perfume y el sufrimiento de un dolor son otros ejemplos de qualia, percepciones subjetivas que solo podemos expresar con metáforas y que son nuestras, íntimas e inaccesibles a los demás. En un tiempo en que nuestros datos circulan por la nube y estamos poniendo todo perdido de nuestro ADN, los qualia son el último reducto de nuestra privacidad, el ascua ardiendo a la que podemos agarrarnos para preservar nuestros secretos y adoptar un aire enigmático que resulte disuasorio para la cotillería ajena.

Y es curioso porque, en sentido estricto, la subjetividad no existe, y un filósofo debería ser el primero en saberlo, a menos que siga creyendo en almas, fantasmas y dualismos cartesianos, como hicieron sus predecesores. Todo lo que percibimos, pensamos y sentimos consiste en la activación de ciertos circuitos neuronales, y eso incluye la rojez del rojo, la aspereza de una piel, el sufrimiento de un dolor y todo el resto de nuestra consciencia, esa cosa que perdemos al dormirnos y recuperamos al despertar. No hay ningún ectoplasma en tu cráneo que sea inaccesible al conocimiento objetivo. Solo hay neuronas disparando señales a otras, y, por tanto, la subjetividad no existe en un sentido filosófico. Otra cosa es que la ciencia actual se quede corta para entender los qualia, pero no hay ningún problema de principio para que llegue a hacerlo.”

 

Y entonces qué, Sampedro: ¿nos sentamos a esperar, pasmarotizados todos menos sus colegas los científicos, hasta que den con la prueba irrefutable de que tal cosa como la singularidad o la unicidad no existe puesto que somos, sin excepción posible, “neuronas disparando señales a otras”? Pues déjeme decirle que ayer no más compartí espacio en un bus del transporte público de Bogotá con un par de muchachas que rondarían los treinta años y que iban charlando muy animadamente de cuestiones inherentes al trabajo de ambas en la misma oficina. Que si bien las dos parecían muy solventes en lo que decían y argumentaban yo, su oyente, su absorbente, sin saber a ciencia cierta por qué pero presintiéndolo, me prendé de una de ellas y con ella me habría casado y la habría nombrado mi heredera universal sin que siquiera me hubiera dicho cómo se llamaba o a qué aspiraba o le temía más que a nada en la vida: así de avasallantes me resultaron sus palabras, su voz y su cercanía. De modo que se equivocan con estruendo usted y todos los que afirmen que “la subjetividad no existe en un sentido filosófico” puesto que son la filosofía y la literatura las que intentan comprender, para poder explicar, verbigracia el misterio de que un único niño de Aracataca sea el genio inmortal de las letras que es y no todos los allí nacidos pese a ser todos, en compendio y primordialmente, “neuronas disparando señales a otras”.

 

Ahora: ¿cómo no creer en subjetividades y en singularidades y en unicidades si de tres hijos de la misma madre y del mismo padre, criados de la misma forma, bajo el mismo techo y en similares circunstancias salvo las de cada yo, uno y no los tres fue quien se enamoró primero de las letras y más tarde de la ciencia, y anda hoy por hoy obsesionado con la idea peregrina de que a los futuros científicos se les impartan al menos un par de cursos de literatura y a los futuros literatos un par de cursos de ciencias precisamente para que los unos no caigan, como hoy usted, en la temeridad de poner en tela de juicio lo que nos hace humanos -lo subjetivo, singular o único- ni los otros en la osadía de desconocer y desentenderse de las certezas paulatinas que nos revela la ciencia? Una cosa sí le concedo: con el aplanamiento por parte de las nuevas tecnologías de lo que no mucho ha llamábamos ‘tener ángel’ y demás encantos de ciertas personalidades, sí que siento la inminencia del riesgo de que la insulsez se convierta en un rasgo global predominante: ¡pero si hoy cualquier ChatGPT o chatbot de esos con que la humanidad anda hipnotizada habla y responde con mayores espontaneidad y soltura que futbolista del primer mundo o influenciadora del tercero!

 

752. Un olvido que con su venia me permito enmendar y una protesta que le formulo a la generalización, infundiosa como cualquier generalización, de su cita por lo demás tan certera:

 

“Si la CIA, la KGB, y los secretos servicios secretos chinos lo hubieran preparado con toda su presumida inteligencia no les habría salido tan bien: la campaña de destrucción de la izquierda mundial que encaró hace unas décadas la supuesta izquierda latinoamericana es un éxito implacable. Parejas como Fidel y Raúl Castro, Rosario y Daniel Ortega, Maduro y Hugo Chávez, Néstor y Cristina, AMLO y el Chapo, Petro y Mancuso, han conseguido que la noción de ‘izquierda’ quede automáticamente asimilada a unos regímenes donde el personalismo, la represión, la miseria, la violencia -en proporciones variables- copan el espacio. Países donde -pese al blablablá- sigue habiendo diferencias tremebundas, donde los ricos o los jefes tienen acceso a salud, educación, vivienda, lujos que los demás no tienen, donde la desigualdad sigue siendo la más extrema del planeta; países que no atraen a nadie sino que expulsan a millones de sus ciudadanos.

‘Ser de izquierda significa defenderse de los que usan el nombre’, escribió aquí hace unos días el escritor cubano exiliado Carlos Manuel Álvarez. Lo usan, en su supuesto beneficio, los jefes de aquellos regímenes; lo usan, sobre todo, en su absoluto beneficio, los portavoces de cualquier derecha. Lo dicho: fraude en Venezuela, cárcel en Nicaragua, miseria en Cuba y ahora un expresidente golpeador en Argentina: los charlistas y demás líderes del continente se desgañitan diciendo ‘vieron, la izquierda es así, hace cosas que no tienen que ver con lo que dice’ -en lugar de sacar la conclusión más obvia: si alguien hace algo que no tiene nada que ver con lo que dice que es, es que no es lo que dice. I mean: if I say that now I’m writing in Spanish because I’m a Spaniard, ¿ustedes qué dirían?

Todo esto se reaviva en estos días frente a la debacle veneca. Un gobierno que se dice de izquierda reprime y mata ciudadanos que sólo le piden ver cómo votaron. Es difícil ser menos democrático, menos de izquierda. Si reconocemos -porque los datos son muy claros- que los niveles de pobreza e incluso de miseria son parecidos en toda la región, será difícil sostener que algunos de sus gobiernos son de izquierda y otros de derecha; los de izquierda deberían repartir más los bienes, ofrecer vidas mejores; si no lo hacen, no hay forma de sostener esa definición. La diferencia más visible entre los partidos que se dicen de izquierda y los que no reside en el peso que unos y otros otorgan al Estado. Entonces habría que hablar de partidos estatistas y partidos mercadistas que, pese a sus discursos, redistribuyen parejamente poco. O sea: que ninguno es de izquierda.

Si lo que se llama y se hace llamar izquierda no es la izquierda, ¿qué es la izquierda? Esa es la gran pregunta que queda por contestar tras un cuarto de siglo de destrucción de la noción de izquierda. En términos socioeconómicos, la respuesta puede ser muy clara: somos de izquierda los que queremos una sociedad donde todos tengamos lo que necesitamos y nadie tenga exageradamente más; donde los bienes, las posibilidades y el poder estén suficientemente repartidos, así todos vivimos las vidas que nos merecemos. […]

Todo esto para decir que vale la pena pensar si queremos -o no- darle a la democracia una última chance. Si así fuese habría que buscar maneras muy concretas de que fuera realmente el gobierno de las mayorías -y no de esos que a veces van y votan y de los que manejan lo último de la ‘mercadotecnia electoral’. Quizás, entonces, ser de izquierda signifique, para empezar, recomponer la democracia: devolver al debate la importancia del voto, desde la gran conquista del derecho a votar hasta lo decisivo del deber de hacerlo. Y empoderar ese voto logrando que no sea un cheque en blanco sino un apoyo que puede retirarse, una participación que puede repetirse ante las encrucijadas importantes, una decisión bien informada. Hay modos, hay maneras, habría que discutirlas. Entonces podríamos decir que son de izquierda esas sociedades donde una gran mayoría decide qué rumbo tomar y de derecha aquellas donde lo deciden unos pocos: de izquierda las sociedades que votan, de derecha las que pasan.

Y que en esas sociedades ‘de izquierda’ habrá mucha gente que crea que tiene que haber ricos y pobres, que los ricos son buenos y nos dan trabajo y hay que agradecerles, que los que saben deben mandar y los demás callarnos, que los gobiernos están para ser obedecidos y no discutidos, que los extranjeros son temibles, que las leyes de Dios deben seguirse a ciegas, todo eso. Entonces, probablemente, ser de izquierda consista en ofrecer el esfuerzo y el tiempo necesarios como para tratar de mostrarles que tal vez no sea así. Y que son -que ellos, que nosotros, que todos somos- mucho más importantes que lo que nos dijeron.

Y entonces sí, seguramente, ser de izquierda volvería a ser un orgullo para tantos” entre los que no me cuento ni pretendo contarme dados el venero de hipocresía que mana, incontenible, de sus huestes y esa certitud de superioridad moral de los que, como el desconocido Caparrós de esta soflama, dividen la especie entre meritorios y no meritorios y convierten un asunto complejo -de qué depende ser un maravilloso, muy bueno, bueno, inocuo, malo o pésimo ser humano- en una fruslería nominal que todo lo resuelve como por encanto: soy creyente / cristiano / de izquierdas luego soy meritorio y viceversa.

 

Hastiado como me siento de la componenda izquierda-derecha que todo lo anquilosa con su pugnacidad inoperante, a una única cosa aspiro en vano: ya que no es posible vivir al margen de la política que explotan los políticos sirviéndose de ustedes los militantes de la bilateralidad, que al menos por fatiga ya que no por vergüenza, se hagan para un ladito a ver si los que nos reivindicamos del centro tibio y reformista conseguimos hacer, y ojalá en mucho menos tiempo que el que ustedes llevan repartiéndose la torta y tirándose la pelota, algunas de las tareas para siempre postergadas por su maléfica coalición.

 

Adenda(s): si no supiera con antelación que los entusiasmos colectivos que engendran partidos políticos tienden indefectiblemente a la desintegración, cuando no a la corrupción de los principios que los echaron a andar, me contactaría ya mismo con los cientos de firmantes de “’Tax us now’: the ultra-rich who call on gobernments to introduce wealth taxis”, para que fundáramos uno que solucione gestionando en lugar de dividir pontificando. Del todo preferible el maniqueísmo crítico (con los gobiernos que se hacen llamar de izquierdas) de Martín Caparrós en esta columna al silencio cómplice de Santiago Gamboa o al cinismo desfachatado de Julio César Londoño en sus artículos de El Espectador, donde tan generosos los dos se muestran con todos ellos perpetren las corruptelas y los crímenes que perpetren. Desde -por ahora- los asaltos del esperpetrismo al erario hasta las mazmorras llenas de presos políticos y de conciencia de Murillo en Nicaragua o el robo de las elecciones en Venezuela, pasando por el populismo desinstitucionalizador de Obrador en México.

 

753. “Detenido en Italia un cuidador tras confesar el asesinato de cuatro ancianos con una mezcla de fármacos letal: ‘Lo hice por lástima’”, adujo y yo -y muy pocos más- se lo creo… no sólo eso: lo declaro, porque lo es, un filántropo de los de a de veras y no de los que, sin el más mínimo sentido del ridículo, ponen en sus currículos que lo son: filántropos y una ristra de desmesuras que los harán sentir tan buenos e imprescindibles para esta especie desnortada que…

 

754. “Trinidad y Tobago eliminará de su escudo las naves de Cristóbal Colón para ‘borrar los vestigios coloniales’”: ahí tienen, y revuelta con la idiotez de más alta pureza a que se pueda aspirar, otra prueba -de incontables- del pensamiento mágico por que se rige nuestro presente imbécil.

 

755. Sospecho que la razón de que la mera idea de figurarse al planeta sin ellos mismos y su descendencia a prácticamente todo el mundo le parezca inconcebible y descabellada sea ésta, que Knausgard desbroza para que la entendamos:

 

“…No, lo abierto en Hölderlin era, me imaginaba yo, una categoría existencial. Hölderlin era poeta, y me imaginaba que para un poeta lo utópico era el mundo sin lenguaje. La poesía intentaba penetrar en el espacio entre el lenguaje y el mundo, con el fin de aparecer ante el mundo tal como este era, pero cuando esa percepción, que tal vez fuera la más antigua de todas las percepciones, iba a ser consignada o transmitida, sólo era posible hacerlo con la ayuda del lenguaje, y lo que se había ganado se perdió en el mismo instante de un modo órfico. En el mundo fuera del lenguaje únicamente se podía estar solo.

Pero ¿qué clase de mundo era ese?

Un mundo sin lenguaje era un mundo sin categorías, en el que cada cosa, por muy insignificante que fuera, aparecía en su propio derecho. Era un mundo sin historia, en el que sólo existía el momento. En ese mundo un roble no era un roble, ni tampoco un árbol, sino un fenómeno sin nombre, algo que subía creciendo del suelo y que se movía con el viento cuando este soplaba. Estando en lo alto de un brezal se podía ver cómo esas plantas vivas se movían cuando el viento recorría la llanura, y oír el susurro que producían. Esta visión y ese sonido no se dejaban transmitir. En consecuencia, era como si no existieran…”

 

Y qué… ¿qué hay con que dejaran de existir si la compensación sería nada menos que la desaparición de la crueldad y la injusticia, los lastres por excelencia de la especie? ¿Que ya no hay quien vibre con la Coral de Beethoven, se sobrecoja ante El grito de Munch, lea relea y vuelva a leer Cien años de soledad o La casa de las bellas durmientes o El cumpleaños de la infanta, desarrolle a cabalidad la computación cuántica aunque tampoco terroristas narcoguerrilleros colombianos que siembren minas quiebrapatas y dejen sin piernas a niñas de nueve años, yihadistas de Hamas y Netanyahus que se amangualen para violar y secuestrar y despanzurrar y matar de hambre, fundamentalistas islámicos que con la indiferencia cómplice de Occidente y la de la dichosa comunidad internacional les prohíban a las afganas lo impensable: articular palabra en público, Forbes insaciables que arramblen con todo y aspirantes a destronarlos no para erradicar del mundo la pobreza sino para afianzar la garantía de su perpetuidad? Dónde les firmo.

 

756. Para una cabal comprensión de mi punto de vista -a fin de cuentas ¿no soy yo aquí el que firma?- sobre el tema y el blanco de esta andanada de Vallejo, remítanse, entre otros que tal vez se me pasan, a los desahogos 76, 157 y 281 antes o después de leerla -para el caso lo mismo da-:

 

“Odio la pobreza. Por ruin y roñosa, indolente y perezosa, altanera y servil. Y por ignorante además. El pobre no lee, no estudia, no progresa, no se quiere superar. Viven en bidonviles, tugurios, vecindades, favelas, y el trabajo les causa horror. Todo lo esperan del patrón o el gobierno, o de usted o de mí. Otras veces se dan a rezar o se encomiendan a la Virgen del Cobre, y sentados en sus respectivos culos aguardan la lotería, algún milagro alcahueta, o que les hagan la revolución. Por eso no quiero al pobre. ¿Que pinte una pared? Empuerca la alfombra. ¿Que limpie la alfombra? Empuerca la pared. Deja sobre mi tapiz fino y caro, el gobelino, sus dedos pegajosos, pringosos, huellas digitales de criminal. ¿Por qué serán así? Su paladar no detecta el caviar, el salmón, las trufas; sólo sabores burdos: arroz y frijoles. En cuanto al tacto, no distinguen ni el algodón: el lino y la seda se les hacen fibras sintéticas. Y si se les da universidad entran en huelga. La pobreza cohabita con la ignorancia; duermen amancebadas en profusión de olores bajo el mismo techo, sobre el mismo lecho, y se multiplican por diez. El pobre nada tiene y si algo tiene, un cuerpo astroso, lo cuida como si fuera de oro, que ni de rico: con mañas de prevención. Que yo no hago esto, que menos lo otro, que no soy eso, que qué se cree usted. Por eso no quiero al pobre. ¿Por qué serán así? […]

No sé por qué las sociedades ricas que se respeten dejan persistir la pobreza, si es tan fácil de eliminar: con quien la padezca.”

 

Entre lo hilarante descarnado del panorama no exento de lucidez que traza Vallejo y la seriedad lúcida con que trata la aporofobia Adela Cortina, subyacen no pocos matices que ambos pasan por alto en sus generalizaciones de un macroproblema que, por involucrar a millones o aun millardos de seres humanos, ameritaría análisis sesudísimos para los que aquí no hay tiempo ni paciencia. Digo no más que describir a los pobres como a una marabunta infinita de zánganos o de delincuentes sin escrúpulos es tan torpe como quererlos hacer figurar como legiones de gentes buenas, honestas y laboriosas en busca de oportunidades. Y es que así como entre los ricos y los multimillonarios existen la generosidad y la codicia, el desprendimiento y el egoísmo, los deseos de tributar más y las batallas jurídicas para no hacerlo, entre los que llamamos pobres o indigentes bullen tanto las ganas de superarse a sí mismos como la dejadez más absoluta, la honradez y su ausencia, la ambición de ver a sus hijos salir adelante o la aspiración de que por cada vástago el gobierno populista de turno les otorgue un subsidio que los libre de los rigores del trabajo y etcétera, etcétera, etcétera.

 

757. “-¡El hombre es un ser incoherente!-¡Perece por las heridas que está en su mano curar!-¡Su vida entera es una contradicción con su saber!-¡Su razón, ese precioso don que Dios le da, no le sirve […] más que para agudizar sus sufrimientos,-multiplicar sus penas y dolores y, bajo el tremebundo peso de éstos, hacerle más melancólico e infeliz!-¡Pobre y desdichada criatura la que consigo lleva semejante sino!-¿Acaso no son ya bastantes en esta vida los motivos de desgracia ineludibles-para añadirle” la eternidad insoportable de cuatro -¡de ocho!- años de un Trump, un López Obrador, un Miley o un Petro descomponiendo lo que funcionaba aceptablemente, frenando lo que parecía cobrar por fin impulso, torpedeando a los meritorios y congraciándose con los como ellos perjudiciales e indeseables, salpicándolo todo con su mala leche ideológica y resentimiento de gobernantes-homúnculo?

 

758. Pues qué le digo, maestro Constaín. Que uno de los propósitos de este blog es ése: el de dar cuenta, con nombres y apellidos, de los sepulcros blanqueados del cenáculo que provienen del -entre otros- mundillo de las letras y de la opinión y cuyas miserias ideológicas aquellos tartufos pretenden que no se les tomen en consideración, a la par que exaltar a los que, como usted y tantos otros, se muestran objetivos y coherentes frente a los desmanes y las tropelías de carácter social o político, perpétrelos quien los perpetre:

 

“…Los Derechos Humanos, por ejemplo, así en mayúsculas y todo: los Derechos Humanos parecen un un enunciado universal e inobjetable que sin embargo se va diluyendo de acuerdo con la ideología del que los invoca, a veces de manera vehemente.

‘¿Por qué ahí sí y allá no?’, suele ser una pregunta muy válida cuando es innegable la ambivalencia con que tanta gente reacciona ante hechos idénticos pero con coordenadas ideológicas opuestas. Por qué muchas feministas, por ejemplo, justifican o toleran regímenes o partidos en los que campea la misoginia; por qué tantos humanitaristas, por ejemplo, juzgan distinto el mismo horror que ocurre en lugares diferentes de la Tierra.

Sí: porque todo tiene un contexto y una historia, cada cosa del mundo es única y particular. Pero también porque hay quienes prefieren la ideología a la realidad, basta hacer la prueba” de cotejar, verbigracia y circunscribiéndonos a opinantes vernáculos, lo que sobre el desgobierno del Esperpetro y anteriores han dicho en sus columnas un Santiago Gamboa y un Juan Gabriel Vásquez, un Julio César Londoño y un Héctor Abad Faciolince, un William Ospina y una Piedad Bonnett, una Cecilia Orozco Tascón y una María Jimena Duzán, una Laura Restrepo y una Melba Escobar. Y si les place, pueden ampliar el parangón a lo que los primeros de cada dupla -los izquierdópatas- han gritado justificado o callado sobre Gaza y Ucrania frente a lo que los segundos -los ecuánimes y respetables- han escrito.

 

Adenda: intenté encontrarle acomodo al casi siempre coherente y objetivo y ecuánime Moisés Wasserman entre los meritorios aunque sin éxito: es tal su silencio cómplice frente al terrorismo de Estado en que Israel se embarcó en respuesta a los actos nefandos (condenados por el científico oportunamente) que los terroristas de Hamas perpetraron en su suelo el 7 de octubre de 2023 que, de haberlo incluido, este desahogo se desautorizaría a sí mismo.

 

759. ¿Que en Colombia los cambios de todo orden -educativo, social, político- que se necesitan desesperadamente no ocurren… ni ocurrirán nunca jamás? Se debe a nuestra omnipresente falta de seriedad o, lo que resulta aún más lamentable, a nuestra endémica e intratable aversión a la seriedad.

 

760. Yo, que llevo gritando (para mis adentros puesto que lo mío no es el estadio) aquello de “¡FUERA PETRO, FUERA PETRO!” como mínimo desde que se desempeñó pésimamente al frente de la alcaldía de la pobre Bogotá, recibo con beneplácito el descalificativo de asesino por parte de alguien que, como el sujeto de marras, sí que juzga por su condición.

 

761. Ya sé que mientras a priori muchos tiemblan de pavor ante las posibilidades al parecer infinitas de la inteligencia artificial, otros tantos exultan anticipadamente con la infinitud de tales promesas. Y me resulta muy curioso e inexplicable que entre los primeros sean los profesores de periodismo y redacción, de lenguas y literatura, supongo que de todas las latitudes e idiomas, los que con mayor estridencia se rasgan las vestiduras frente a la posibilidad del todo factible de que sus estudiantes les cuelen plagios en los exámenes y aun en las tesinas de grado, lo que por otra parte es práctica inveterada desde que el mundo académico es mundo académico. ¿La solución? Que quienes a “enseñar” a escribir se dedican sean lectores tan competentes y perspicaces que sólo con hojear el supuesto texto de un estudiante lo pongan en evidencia, ojalá frente a sus compañeros de curso, a partir de un par de preguntas que el plagiario, en caso de que lo sea, no va a poder responder. (Claro que para poder hacer aquello con total justicia, se impone que el maestro conozca las dotes discursivas de cada estudiante tras haberlos oído debatir en clase durante el tiempo que dure la asignatura.)

 

De algo pueden ustedes estar seguros, estimados colegas de una y otra cosa: ninguna IA va a poder, nunca, izarse hasta la cumbre de la mejor escritura para cuajar un texto como el que el gran Daniel Samper Pizano tituló ‘Francisco el humorista’. Nunca.

 

762. ¿Y qué tal si bautizamos “ADN del escritor literario” a la impronta inimitable que cada grande del oficio le imprime a lo que firma? Me explico: si a mí se me hubiera dado a leer el título del desahogo anterior para que identificara cuál de los más o menos cincuenta columnistas con que dialogo semanalmente lo alumbró, por descontado que habría recalado, tras descartar de entrada a unos treinta y de ahí en más, en el nombre ilustre de quien lo firma. ¿Que diez de los cincuenta cultivan con éxito la ironía y el humor más cáustico? Las singularidades de su escritura, es decir su estilo con todo lo que conlleva, harán que del laboratorio que es la lectura inteligente del lector-genetista emerja la identidad del “desconocido”.

 

763. Lo mío con el Papa Francisco es un tira y afloja, una relación de amor y odio de oidor en la que suelen alternarse esto y lo otro pero en la que, hechas las sumas y las restas, presiento que va a terminar primando esto. ¿Que el muy insensato hizo anoche, en Indonesia, un llamado urgente para que las parejas benditas por su iglesia y presumo que por las demás tengan hijos en lugar de gatos y perros?, ¡pero es que sus declaraciones a favor del humor y la ironía, tan escasos en los tiempos que corren…! ¿Que el muy canalla alabó hace ya un tiempo, frente a un grupo de muchachos rusos, a la Rusia que en esos momentos invadía a Ucrania y acababa hasta con el nido de la perra?, ¡pero es que su temperamento jovial y campechano…! La verdad es que hay gente que, por mucho que la cague y la vuelva a cagar, no termina de caerme mal… y viceversa.

 

764. Transcribo su reflexión, que en lo fundamental coincide con mi asombro y mi asco y aventuro una posible explicación, a la que le he dado las vueltas que se imagine:

 

“Siempre es útil recordar, incluso releer, Rebelión en la granja de George Orwell, la fábula sobre un fenómeno del siglo XX que sigue vivo en el XXI: el de los idealistas de la izquierda que, llegados al poder, son iguales que los tiranos de la derecha. Orwell pensaba en la Rusia de Stalin; hoy pensaría en la Venezuela de Nicolás Maduro o en la Nicaragua de Daniel Ortega.

[…] Pero estas contradicciones, o confusiones, o hipocresías (elijan la que más les guste) no se limitan a repúblicas bananeras ni a rojos locos en Alemania. Se detectan en la izquierda que llamamos ‘radical’, la de los ‘intelectuales’, en todos lados, particularmente en Europa y en América Latina. Donde delatan más su cacao mental es en su apoyo a Putin, en su antipatía hacia Zelenski y en su estúpida obstinación en la idea de que la guerra de Ucrania es culpa no del invasor ruso sino de los países de la OTAN […].

[…] Pienso en partidos de la izquierda española como Podemos, Sumar y Bildu, que Dios los bendiga. A ver, nenes: ¿durante la Guerra Civil se hubieran opuesto al suministro internacional de armas para combatir a Franco? ¿O a la participación de soldados extranjeros como Orwell del lado republicano? ¿Hubieran dicho: ‘No, no, armas no, luchar no, queremos la paz, no la guerra, queremos una solución dialogada ya’? Y ustedes que declaman tanto contra ‘el imperialismo’: ¿nada que decir del ruso?

‘Pendejos’ es la primera palabra que me viene a la mente. La siguiente es ‘idiotas útiles’. OK: dos palabras, las que se usaban en el siglo pasado para definir a la izquierda biempensante europea que predicaba a favor de Stalin. ¿No ven que Putin es lo más cercano a Franco, o a Hitler o a Stalin que tenemos en el siglo XXI? ¿No ven que Zelenski encarna como nadie hoy la defensa de la democracia contra la tiranía?

Parece que no. Además, lo que dice la izquierda putiniana en público ofrece solo una pista de lo que opina en privado, que tiende, en el mejor de los casos, hacia una equivalencia moral entre Rusia y Ucrania.

[…] Puedo entender que Putin tenga simpatizantes en la derecha, como Trump y compañía. Lógico. Pero es tremendo que haya tanta gente de la izquierda internacional que carezca hoy de la simple claridad moral que tuvo mi padre. Suelen ser personas preparadas, leídas, bien articuladas. ¿Qué mierda tienen en la cabeza? Me gustaría que alguien me lo explicara.”

 

Lejos de mí tal pretensión, estimado y admirado Carlin, pero intentémoslo. Mire: creo que si se hiciera una encuesta mundial entre los admiradores del bicho del Kremlin y entre quienes lo detestamos con encéfalo y entrañas en torno a una única pregunta (¿en qué extrema del espectro político ubica usted al tirano de Rusia y por qué?), los resultados hablarían de una gran confusión de criterios pues si para usted y millones más no hay duda de que se trata de un nazi de nuevo cuño, para mí y millones más sus nexos con China, Corea del Norte, Cuba, Nicaragua y Venezuela y su liderazgo al frente de la bazofia política del ‘sur global’ lo plantan del otro lado de la misma miseria. En cambio lo que yo no puedo entender, hermano, es que Trump y tantos otros neonazis del Occidente desarrollado, al que Vladímir el resentido odia más que a nada y sueña con sojuzgar o pulverizar como a Ucrania, se crean sus aliados y le sirvan de idiotas útiles. Me gustaría que usted me lo explicara.

 

765. Conversando el otro día con un allegado que detesta más al Esperpetro que yo -desde que fungió de alcalde de la pobre Bogotá- sobre la posibilidad de largarse de Colombia bien para los Estados Unidos -¿de Harris o Trump?: ya se verá-, bien para España -la de los baladíes Sánchez y Núñez Feijóo, Iglesias y Abascal-, países en los que cuenta con familiares dispuestos a echarle una mano, me preguntó por cuál de los dos destinos yo optaría. Le di, por toda respuesta, un par de títulos que tenía frescos en la memoria y cuya lectura, le dije, disiparía cualquier duda que tuviera al respecto: ‘EE.UU.: un experimento fallido’ y ‘Con solas sus espadas y sus dagas’. Menos mal que no gasté palabras en vano -de eso y mucho más me libra mi enciclopedia- porque por allá anda, dice que dichoso y feliz, asistiendo a bodas y bautizos y cumpleaños y funerales en los que los invitados y los solidarios con el dolor ajeno pagan por ver… y ser vistos.

 

766. Y mientras la bazofia izquierdópata de Occidente -desde una tal Sahra Wagenknecht hasta una tal Clara López Obregón- se congracia mediante su silencio proislamopatriarcal con los ultramisóginos de su sur global, otros que combaten su feminismo de hojalata son los que se duelen:

 

“…Este último giro del fanatismo talibán me ha indignado especialmente, no sólo por razones de decencia civil y defensa de los derechos humanos (¿hay derecho más humano que el de mostrar su rostro o hacer oír su voz?) sino por algo más personal: me gusta oír a las mujeres, lo necesito porque me he criado escuchándolas y amando el sonido de sus palabras, de sus canciones. Mi madre me leía cuentos con su voz musical, capaz de imitar el gruñido cínico del lobo o la ingenuidad no tan ingenua de Caperucita. Fueron las primeras representaciones de mi vida, el teatro sonoro a partir del que inventé las primeras escenas de mi imaginación. En sus últimos años, cuando ya el Alzheimer me había borrado de su memoria y era incapaz de responder con coherencia a mis expresiones cariñosas, bastaba poner un libro o una revista en sus manos para que empezara a leer en voz alta, con tono perfecto y expresivo. Yo la escuchaba cerrando los ojos y volvía a oír la voz de los cuentos, la felicidad de mi infancia, el paraíso materno del que nunca quise salir.

Y tantas otras voces femeninas imprescindibles, que me ayudaron a llegar a ser. La regañona y preocupada de María, el ama que nos llevaba al parque de Alderdi Eder a mis hermanos pequeños y a mí, la de mi querida Felitxu Eraso, la mademoiselle que me enseñó francés (una de las pocas cosas útiles que he aprendido), las voces de las mujeres de las que me enamoré, la de mi Sara que aún sigue en el contestador y hace que me llame de vez en cuando para volver a oírla, los susurros obscenos y entrecortados por el placer que guarda la almohada, las voces supremas de Edith Piaf, María Callas o Frederica von Stade, la despedida cálida y nerviosa de la que me acompaña hasta la puerta del vagón cuando el tren arranca… ¿Cómo se pueden menospreciar las voces de mujer, acallarlas, perseguirlas, cuando ningún varón sano crece y disfruta sin ellas? Lo dicho, cosas de psicópatas”: nos duelen.

 

Ay si yo le contara, maestro Savater, lo que a mis cincuenta años sigo sintiendo, y sufriendo, cuando en la calle o en cualquier espacio público, y hasta en la televisión o en la radio oigo las risas y las voces cantarinas de adolescentes que pasan charlando o charlan pasando; la admiración jubilosa que me suscita un encuentro auditivo con una Irene Vallejo, una Cayetana Álvarez de Toledo o una Rosa Montero; la nostalgia de como usted oír grabadas las voces de mis muertas tan queridas o de tener que reproducirlas en el recuerdo porque con grabación no cuento. ¿El décimo círculo del Infierno? Este Afganistán huérfano de sus presencias reales.

 

767. Teoriza don Fernando sobre ‘Los H… de P…’ y a mí se me da por pensar en dos H… de P… vernáculos que, mirados a la luz de la teoría del filósofo, se me tornan opacos en su trabazón simbioticocriminal. ¿Quién rentabiliza a quién: Gustavo Petro a Armando Benedetti o Armando Benedetti a Gustavo Petro? Más allá de sus adicciones de toxicómanos que los llevan a conducirse con la sindéresis de un orate, ¿cuál de los dos temería más al otro si se resolviera a deshacer el ovillo que los maniata y a denunciar con pruebas en la mano lo mucho que sabe? Total, que se queden como están y no pierdan unas horas de rumba en otro chou juridicomediático de los que aquí nunca llegan a nada cuando de poderosos se trata. Y los dos lo son.

 

768. ¿Pero cómo es posible que este encéfalo, capaz de fundir y compendiar con belleza y rigor literatura y ciencia (“…Ninguna mitología narra la creación del espacio. Todas lo dan por sentado y los dioses se limitan a decorarlo: lo iluminan (hágase la luz), separan la tierra de las aguas, inventan los astros, los cereales y las aves y por último el hombre y su sombra, el pecado. […] Hoy sabemos que el espacio nació hace 13.500 millones de años por una vibración de la nada en ninguna parte (porque no había espacio) y en ningún tiempo, porque no hubo un ‘antes’ y el tiempo es una entidad que apareció de manera simultánea con el espacio. Todo -el espacio, el tiempo, la energía, algunas partículas subatómicas, el bosón de Higgs y con el bosón la materia y con los milenios la estrella y la piedra, el pájaro y la flor, el hombre y sus angustias- todo viene de ese inimaginable temblor de la nada. Usted puede rezongar y decir que el Big bang es asquerosamente mágico para ser científico, pero hay tres razones para no descartarlo. Una, no podemos aceptar un universo infinitamente viejo porque la mente humana solo puede concebir infinitos matemáticos, no físicos. Dos, existe una reliquia del Big bang, la ‘radiación cósmica de fondo’, el eco de la monstruosa explosión. Y, tres, la velocidad de expansión actual del universo es consistente con una explosión de 13.500 millones de años. […] San Agustín se anticipó 15 siglos a los astrofísicos contemporáneos: ‘El universo fue creado con el tiempo, no en el tiempo’. Esta es la prueba más sólida de la omnisapiencia divina”), sea el mismo que cuando escribe de política -el que como yo lo lea religiosamente en El Espectador sabe de qué hablo- desciende al sectarismo más ramplón y grosero? Grietas de la inteligencia.

 

Adenda: y como por una grieta se pueden colar muchas cosas -verbigracia el cinismo-… “…¿Acertó la Academia al premiar a Gabo, a Cela y a Vargas Llosa? Sin duda. Cela renovó la literatura española con una prosa vivaz que configura ‘con refrenada pasión una visión provocadora del desamparo del ser humano’, dice el acta Nobel. Gabo fue capaz de narrar ‘las mil y una noches latinoamericanas’ con un lenguaje barroco cuando la estética de su tiempo exigía prosas austeras. Y Vargas Llosa, un maestro de la arquitectura narrativa, mezcla con eficacia la sociología, la historia y el sexo con esa cosa que él no entiende” y usted pervierte: la política. Entre ambos, la sindéresis de un Cercas o un Muñoz Molina, para salirnos del vecindario.

 

769. Es hora de que las feministas muy jóvenes y mal orientadas por las feministas radicalizadas en su fantasmagoría de que es en Occidente (no en los regímenes semitotalitarios o en toda regla totalitarios de la caverna islámica) donde se enseñorea el heteropatriarcado misógino y bla, bla, bla, bla, bla aprendan a diferenciar entre un Luis Rubiales y un Dominique Pélicot, entre una Jenny Hermoso y una Gisele Pélicot a fin de que, si llegare a ser preciso, monten toldo aparte y funden un nuevo movimiento que no caricaturice una lucha del todo necesaria con espectáculos mediáticos con los que se les arruinan carrera y vida a tontos machos desaprensivos, mientras los verdaderos misóginos psicópatas y violadores perpetran feminicidios, o con ácido desfiguran rostros y cuerpos, o sedan a sus hijas y mujeres para que otros las violen mientras ellos graban.

 

770. ¿Qué se le agrega a la completitud: “…También sabía que ser persona equivalía a ser insuficiente, a equivocarse, a no ser nunca lo suficientemente bueno. Cuando miraba a mi alrededor eso era lo que veía. Por todas partes debilidad, por todas partes faltas y defectos, que a menudo se habían coagulado en el carácter en forma de autojustificación. El rasgo que más veía repetirse en la gente era la autojustificación, el engreimiento y la autosatisfacción. El significado de humildad, esa palabra que en lo público se extendía por doquier, apenas lo conocía ya nadie. Sólo en los que tenían derecho a ser engreídos, en los que poseían algo significativo, no había ni rastro de engreimiento, sólo ellos eran humildes. El engreimiento y la autojustificación eran una defensa, sin la que uno sería aplastado bajo el peso de su propia debilidad, sus faltas y sus defectos”? Que cada cual elabore, si le place, su lista-mamotreto de lo uno y su lista-cuartilla de lo otro, que yo tengo las mías. Que baste con un par de nombres tomados de cada una y enfrentados desde las antípodas de poquedad o de grandeza en que se encuadran: Gustavo Petro Urrego y Humberto de la Calle Lombana; Francisco Umbral y Jorge Luis Borges.

 

771. Un buen filósofo es un buen filósofo. Un buen poeta es un buen poeta. Pero un gran escritor, un novelista holístico es aquel capaz de ser lo uno y lo otro y lo otro y lo demás a un tiempo:

 

“…Mientras lo más allá de lo humano no se puede alcanzar, mientras el mundo en sí mismo nunca puede aparecer ante nosotros, sino sólo hacerse ver a través del lenguaje y las categorías, en otras palabras, como algo dentro de lo humano, y el mundo más allá de lo humano y sin lenguaje sea una utopía, en el verdadero sentido de la palabra, un no-lugar, ¿por qué entonces anhelarlo? ¿Por qué no simplemente darle la espalda? Es porque venimos de allí y volveremos allí. Es porque el corazón es un pájaro que late sin cesar en el pecho, es porque los pulmones son dos focas por las que se desliza el aire, es porque la mano es un cangrejo y el pelo un almiar, las arterias son ríos y los nervios rayos. Es porque los dientes son una cerca de piedras y los ojos manzanas, las orejas almejas y las costillas una verja. Es porque en el cerebro todo está oscuro y silencioso. Es porque somos tierra. Es porque somos sangre. Es porque vamos a morir. La muerte, la restituidora del gran silencio, también es algo fuera de lo humano, tampoco puede nunca presentarse ante nosotros, porque en el momento en que nos alcanza dejamos de existir, más o menos como lo lingüístico deja de existir cuando lo alcanza lo no-lingüístico. La muerte es aquello con lo que limita lo humano, lo que carece de lenguaje es aquello con lo que limita el mundo humano, y en contraste con su oscuridad lucimos nosotros y nuestro mundo. La muerte y el mundo material son lo absoluto, inaccesibles para nosotros, porque en el momento de convertirnos en ellos ya no somos nosotros, sino una parte de ellos. Nuestro mundo, en cambio, que luce en contraste con la oscuridad del ‘aquello’, no es absoluto, sino relativo y alterable. Las ciencias naturales son relativas, la moral es relativa, las ciencias sociales, la filosofía y la religión son relativas, todo dentro de lo humano es relativo. La diferencia entre descubrimiento e invento no es grande, y en cuanto a consecuencias no existe. ¿Existían los glóbulos blancos y rojos en el siglo XVII? Sí, existían, pero no para la conciencia humana. Eran, en otras palabras, una parte del mundo, pero no de la realidad. Esa realidad es nuestro mundo, y por esa razón el mundo del siglo XVII era distinto al de hoy, aunque el cielo, la tierra y las estrellas centelleantes sean de la misma naturaleza y materia hoy que entonces. Darwin escribió un libro, y donde la naturaleza biológica se había desarrollado en el espacio, después de Darwin se desarrolló en el tiempo. El mundo era el mismo, la realidad cambió. Describir el mundo es crear la realidad.”

 

¿El ensayo, el poema y la novela holística que hoy querría releer acuciado por una hipotética y feliz inminencia de la parca? ¡‘Utopía y desencanto’, ‘Canto a mí mismo’ y…! Resulta que a ellas -a la Mi lucha de turno- suelo consagrarles tanto tiempo y entrega que las relecturas no se contemplan.

 

Adenda: yo, que he echado a un lado con desdén o interrumpido indefinidamente tantas lecturas que tal vez me habrían deparado aprendizajes y asombros sin nombre, lo lamento por los impacientes que a duras penas hojearon el primer volumen de la saga de Knausgard o abandonaron la maratón en el tercero, cuarto o quinto volumen diciéndose que con lo que habían recorrido tenían ya bastante o aun demasiado pues, sin imaginárselo, renunciaron a lo mejor entre lo mejor que ofrece: su Fin.

 

772. No sé si por primera vez desde que leo ficción me ocurre que la verosimilitud no me importe nada o en cualquier caso muy poco: ¿ciento sesenta páginas y la parturienta mamá de Tristram Shandy allá en el piso de arriba, se figura uno que pujando y sufriendo lo indecible mientras éstos (el papá y el tío del que aún no nace pero ya escribe más el doctor Slop) hablan paja e intentan (es el médico el que intenta) deshacerle unos nudos ciegos a una bolsa en que Obadia recién le trajo no sé qué instrumental para el parto (mentiras: sí lo sé)? ¡Re-vo-lu-cio-na-rio, no-ve-do-sí-si-mo, lau-rens-ter-nia-no!

 

773. “Good and evil we know in the field of this world grow up together almost inseparably”: lo que desconozco es si este inmortal de la tiresiosfera acertó a elucidar que, no del lado de la bondad que practican los BUENOS con mayúsculas sino de la maldad que perpetran los crueles y bellacos, están las masas de cobardes o de indiferentes que los dejamos maniobrar. Es decir, los más o menos ocho millardos que hoy vemos, compungidos o indolentes pero todos irresueltos, aparecer tras nuestras pantallas a los lisiados y huérfanos y muertos sin remedio bajo las bombas de Putin y de Netanyahu, o bajo el anonimato en que los medios sepultan otras carnicerías y barbaries en curso -la sudanesa, la yemení, la afgana, la bielorrusa y sigan ustedes-. ¿Que mi amiga Equis llora y se desespera frente al televisor no sólo porque ve cómo los matones de Cabello apalean y persiguen con saña a los que se manifiestan en contra del robo de las elecciones, sino porque sabe que ni a su padre ni a su madre aquello les roba un minuto de sueño o les perturba la conciencia? Total, allá siguen María Corina Machado y su puñado de escuderos haciéndole frente a la tiranía como mejor pueden, y a la ridícula comunidad internacional perpleja y timorata ante ese y todos los demás cataclismos políticos del presente.

 

774. La democracia no puede seguir incurriendo, por el temor infundado de contradecir los preceptos sobre los que se erige, en el despropósito de por ejemplo disponerlo todo para que se escenifique una pantomima de debate presidencial entre un orate inescrupuloso, psicópata y megalómano con una persona en su sano juicio, sensata y ella sí preparada para debatir y gobernar. Y ya que las instituciones de los Estados Unidos se ven impotentes o no les da la gana de recluir al loco en el manicomio y conjurar así el peligro, al menos Kamala Harris y la ABC sí que habrían tenido que negarse en redondo a prestarse para la mojiganga. ¿Quién ganó el debate? Lo perdimos todos los que creemos, de buena fe, en el Estado de derecho.

 

775. Paseando con Sebald por ciudades inglesas ya entonces depauperadas y tan deprimidas como semejan estarlo los “vivos” con que se cruza y ocasionalmente cambia un par de palabras, torno, sin que acierte a saber por qué allá y no a otra latitud fictiva en ruinas, a la Santa María de El astillero. Elocuente equivalencia esta del deterioro de los cuerpos y los lugares. Si la calvicie y la gordura incipientes y la dificultad para enamorar acusan los estragos del tiempo en este que soy, la basura tirada por todas partes en el centro de Bogotá y el deterioro de sus bienes públicos anuncian sin ambages la cercanía de los días en que se echará en falta su apogeo modesto.

 

776. ¿Que Donald Trump inspiró las reflexiones de este artículo de Juan Gabriel Vásquez? Pues mucho que le han aprendido y bastante que lo imitan los mamertos del vecindario, con el Esperpetro a la cabeza:

 

“…Reconocemos al hablamierda no sólo porque diga mentiras, sino porque dice cualquier cosa; no porque sepa cuál es la verdad y quiera disfrazarla, sino porque no le importa la diferencia entre verdad y mentira: está dispuesto a decir hasta lo más ridículo, hasta lo más insensato, si eso es lo que necesita en un momento determinado.

Lo que lo distingue es, como escribe Frankfurt, la actividad de ‘hacer aseveraciones sin poner atención a nada distinto de lo que le sirve decir en ese momento’.

[…] El hablamierda (o el charlatán, si lo prefieren ustedes) puede ser motivo de risa, y está bien que lo sea. Riámonos de Trum”, del Esperpetro y demás homúnculos desternillantes de la política actual. “Pero es también peligroso. El charlatán o hablamierda, dice Frankfurt, ‘no rechaza la autoridad de la verdad, como hace el mentiroso, oponiéndose a ella. Simplemente no le presta atención. En virtud de esta circunstancia, hablar mierda es para la verdad un enemigo más poderoso que la mentira’…”

 

Entre un bellaco y otro bellaco, los matices. El hecho de que Gustavo Petro se cuidara durante sus años de congresista y aun en sus campañas presidenciales de mentir abiertamente y de tergiversar la verdad como sin tregua lo viene haciendo desde el 7 de agosto de 2022, me habla a mí de un taimado y de un tartufo más reprensible que el propio Trump, cuya edad mental, dicho no por mí sino por decenas de psiquiatras allá por 2017, lo incapacitaba para desempeñarse en un cargo que, por inverosímil que parezca, acaso vuelva a ejercer a partir de 2025. Se decía aquí en Colombia (yo me lo creí hasta que lo vi desatinar sistemáticamente durante su pésima alcaldía al frente de Bogotá) que Petro se había preparado desde muy niño para gobernar: la mamarrachada trumpista a que de momento se circunscribe su presidencia desmiente el embuste con contundencia. Sea como fuere, otra cosa es cierta: a Trump la posibilidad de convertirse en presidente de los Estados Unidos se le presentó de repente; a Petro, en cambio, mucho que le tocó porfiar para materializarla. ¿a cuál de los dos deberá entonces juzgar la historia con mayor acritud cuando los historiadores que merecen el nombre estudien y ponderen los esfuerzos de uno y otro no para edificar, unir y mejorar sino para destruir, dividir y empeorar lo que encontraron cuando en mala hora los ungieron?

 

777. No nos digamos mentiras: seguro estoy de que por cada hombre que fantasea con la posibilidad de relacionarse amorosamente con una púber o con una adolescente, existe una mujer que ambiciona lo propio y tampoco se lo revela a nadie. Cada presente tiene sus neurosis y sus neuróticos: a ellos (bueno, de lejos más a él que a ella) se los tilda hoy de estupradores, pasen adelante o se queden enredados en sus deseos. Se dirá el buenismo biempensante que ninguna diferencia hay entre quien delinque de facto y quien lo hace con el pensamiento.

 

778. ¿Que en las cárceles del Kremlin, en las de Murillo y Cabello y en las de medio mundo se tortura, a más de con los métodos convencionales, a punta de luz y ruido? Para que sepan de qué va la vaina, invito a los curiosos de los rigores del tormento a pasar una noche en este apartamento de las torres Gonzalo Jiménez de Quesada en el centro de Bogotá, a ver si el rugido diabólico de miles de motos y las luces que proyectan sus farolas hasta la madrugada, los siete días de la semana, los trescientos sesenta y cinco días del año, no terminan por hacer mella en su salud mental al cabo de un par de horas. Será tal el déficit de sueño en que ando que con lo único que fantaseo es con matar, mediante el método sugerido por Vallejo al papa, hasta el último de estos malparidos que ni duermen ni dejan dormir. (Ojalá pudiera, como hace apenas unos años -cuando este piso 18 en que vivo era un remanso de paz en medio de una urbe inmensa y caótica-, pastorear mis insomnios fantaseando en secreto con las Lolitas literarias y carnales que dejaron de trastornarme con la irrupción tecnológica de la generación Z.)

 

Adenda: deploro la hora en que voté para alcalde de este pandemonio por Carlos Fernando Galán. ¿Que el centro del espectro político qué, amigo?

 

779. Yo lo oí hace apenas unos días, maestro Vallejo, no recuerdo si desde Singapur, Timor Oriental, Papúa Nueva Guinea o Indonesia, alentando entre la concurrencia la insensatez que nos tiene como estamos: “Disfrazado de pastor de almas Bergoglio sale al balcón y bendice a la grey carnívora. No sabe latín, ma parla italiano. Oíme bien, mascalzone, prestá atención: no azucés más a la chusma a la paridera que ya no cabemos. Ya te llenaron la plaza, ya nos llenaron la taza, ¿qué más querés? ¿Es que no ves? En vez de multiplicar los panes estás multiplicando la pobreza. Un pobre produce más pobres como un zancudo más zancudos y una langosta más langostas. Se reproducen a lo que les da la tripa. Pobre que come, pobre que picha; pobre que picha, pobre que pare. Un solo pobre es un foco de infección. Bendecilos. Fumigalos. Echale gas sarín al hisopo”. Si de los ocho mil millones que dizque somos el diez por ciento -o sea ochocientos millones mal contados- son pobres de solemnidad o indigentes que se mueren y matan de hambre a sus hijos, cualquier conminación a seguir propagando la miseria es no sólo criminal sino diabólica.

 

780. Remito al interesado a los numerales 33, 45, 53, 109, 166, 180, 187, 262, 416, 626, 690 y 749:

 

“…Poco a poco, luchando contra intereses creados y prejuicios, la civilización ha conseguido apuntalar derechos humanos que emanan de su autonomía personal, como escoger estado civil u oficio. El más reciente empeño es que se reconozca y respete la decisión de cuándo, cómo y dónde dejar este patético mundo.

Se trata de una tendencia universal que refleja el cine. Pedro Almodóvar acaba de poner en pie el Festival de Venecia con La habitación de al lado, acerca de una amiga que ayuda a bien morir a otra. Y la semana pasada The New York Times abrió sus páginas a Guillermo F. Flórez, autor del documental Señor, llévame pronto, sobre una exmonja española de carácter recio que, libre de enfermedades terminales, se prepara para morir porque a los 86 años ya lo considera oportuno.

Desde los tiempos bíblicos existe este derecho en su expresión más radical: el suicidio. Tanto la muerte por mano propia como mediante un tercero autorizado son tabúes tradicionales. La razón es muy simple: no hay autoridad que no se considere dueña de la existencia ajena. La religión fue ama de nuestras vidas durante siglos. Hace poco, cuando las leyes empezaron a reivindicar el derecho a cortar soberanamente una agonía dolorosa, la manija pasó a los juristas, que definen cuándo una despedida por determinación propia es legal y cuándo no. Ahora los copropietarios de las decisiones de los pacientes son los médicos; ellos determinan si el enfermo está suficientemente adolorido o si aguanta un poco más. […]

Sacerdotes, magistrados y doctores toman la decisión final. El paciente solo puede proponer su propia muerte y celebrar si se la conceden […]. O bien acudir a la eutanasia brutal del suicidio.

Imagino que dentro de un tiempo se reconocerá en forma amplia el derecho a no seguir vivo sin que la víctima necesite acreditar dolores insoportables o enfermedades incurables. Carmen, la exmonja de Señor, llévame pronto resume la genuina filosofía de la eutanasia: ‘Quiero morirme cuando me dé la gana’.

Así sea.”

 

Le cuento, mi muy estimado y admirado Daniel, que si yo no comulgara total y completamente con esta declaración valiente de la ex religiosa, no guardaría con tanto celo lo que espero que llegado el momento me libere de mí mismo y de la realidad que mucho abruma: una dosis más que suficiente del cianuro de potasio que me legó un ser amado bastante enfermo que hubo de proceder por su cuenta, segura como estaba de que por su edad -cuarenta años- ninguna instancia judicial o médica se apiadaría de su sufrimiento ni del que sabía que con su suicidio forzoso iba a ocasionar entre familiares y allegados. No le niego que la perspectiva de morirme “cuando me dé la gana” -claro que lleva dándome desde hace tanto pero tanto tanto-, y gracias a la mano experta de un anestesista, mucho que me seduce, pero la mera idea de que el derecho humano por excelencia -morir con dignidad- “se me conceda” hace que mi yo más indómito rehúse siquiera pensar en la posibilidad de la eutanasia. No se imagina usted, maestro Samper Pizano, lo que le agradecería si llega a saber de un médico que preste esos servicios: 3 16 5 18 90 24 es mi número celular. Ah, y no importa a cuánto asciendan los honorarios del ‘filántropo’, pues dispuesto estoy a desheredar a mi nieto y a la que toque a cambio del descanso eterno.

 

781. “La próxima vez, seguramente pronto, en que alguien vuelva a decirnos (repitiendo lo que ha oído) que está muy preocupado o preocupada por la amenaza que representa la ultraderecha para nuestro sistema de libertades, podríamos hacerle ver si tiene paciencia el discurso de Cayetana sobre las diez razones para reconocer oficialmente la victoria del candidato Gonzáles Urrutia. Y después, si insiste en lo de la ultraderecha y somos algo malhablados, podemos tranquilamente llamarle gilipollas. Por cierto, es relevante destacar que tampoco la chusma izquierdista que llama ‘ultraderechistas’ a González Urrutia o a María Corina Machado niega que hayan ganado los comicios. Lo que dan por hecho es que, aunque hayan ganado, dada su ideología, no tienen derecho a ganar. […] Cuando la situación política de un país adquiere aspectos inquietantes, los bienintencionados o hipócritas (nunca logro distinguirlos bien) recomiendan ‘diálogo’, la panacea de los autócratas que quieren que les dejen seguir siéndolo”: si me lo permite, maestro Savater, yo les explico a usted y a doña Cayetana lo que de sobra tienen sabido.

 

En Chibchombia, en Circombia, esta republiqueta más bananera hoy que nunca por cuenta de un ¿ex? guerrillero al que más de once millones de entre desaprensivos o directamente canallas de la extrema izquierda elevaron a la presidencia, un gilipollas es un pobre pendejo, un tonto que nada entiende, una güeva y un ingenuo sin remedio que volvería a votar por el Esperpetro si el taimado, si el bellaco, si el muy zorro e hideputa le dijera que estos cuatro años de pesadilla a él le sirvieron para aprender a gobernar y que a fin de demostrárselo necesita de su voto para cuatro más que se convertirán en ocho, en doce, en dieciséis y en veinte de una dictadura a lo Venezuela, a lo Nicaragua que en absoluto se condolerá de esos gilipollas que ahora, en la diáspora, se arrepienten de haberse comido un cuento que sin embargo nuevos hipócritas de la política les volverían a colar sin ninguna dificultad. Digamos un Lula da Silva o un Andrés Manuel López Obrador, con otros nombres y apellidos pero análogas sinuosidades.

 

782. Da de pleno -o casi- en la diana este otro amigo mío columnista cuando concluye que al chusmero de Casa Nari “en el fondo” lo que le gustaría es “zafarse de sus responsabilidades con lo que él llama un golpe para poderse victimizar, porque sabe que la historia lo juzgará como el peor presidente que haya tenido la República de Colombia”. Y para poderse dedicar de tiempo completo -añado yo a la reflexión de Felipe Zuleta Lleras- a la fiesta, de la que sale o de la que se levanta a agitar a sus milicianos y a malquistarse con el resto de la sociedad, unas veces achispado y alucinatorio, o en su defecto enguayabado y un poco menos deshilvanado pero siempre cáustico de resentimiento. Muy poco lo deben de querer quienes algún ascendiente sobre él tienen cuando le permiten, casi con cada nueva soflama presidencial o actuación pública, que no vaya quedando ninguna duda en relación al menos con su dipsomanía.

 

Y tiene usted toda la razón, estimado Felipe: “ese gusto no hay que dárselo”. Que, ya que nos tiene jodidos, sufra él también teniendo que posponer o abandonar la farra en su mejor momento para cumplir a medias con un compromiso y sabiendo que su nombre habrá de figurar necesariamente entre los que futuros historiadores que merezcan el nombre barajen como posibles candidatos al peor presidente de Colombia, que ya es decir. Pienso de golpe en Duque y en Pastrana, a quienes al menos no se los podrá tildar de faltones consuetudinarios, y me digo entonces que la disputa habrá de ser forzosamente un cabeza a cabeza con su conmilitón y héroe del Proceso 8000.

 

783. Fotos que no caducan ni se desvaen o pierden vigencia: la forjada por Armando Montenegro en ‘Bloqueo al desarrollo del país’, pues retrata la Colombia a la que Abe se asomaba a diario en El Tiempo y en los noticieros de radio y televisión que sin falta oía y veía, entre indignado y maldiciente; esta que usted y yo sufrimos de verla dar un paso adelante y tres atrás y que en nada fundamental diferirá de la que sufra mi nieto cuando rezongue ya viejo y sus hijos, si desatiende mis súplicas y comete el dislate de tener alguno, padecerán llegado el momento.

 

784. Me encantan los articulistas de opinión y los escritores que no le dan pábulo a la fantasmagoría esa del pueblo ingenuo (“siendo víctimas y verdugos simultáneos de nuestra propia historia y nada inocentes de ella, pues de nuestra voluntad, ignorancia, desidia o cobardía salen quienes nos corrompen y maltratan”), timado siempre por los aviesos -por supuesto que de derechas: jamás de izquierdas- en el poder:

 

“…El optimismo que genera crear el propio futuro sopla como un viento a través de la descripción de esa época. Como es natural, los nazis buscaban jóvenes talentos, había muchos puestos que ofrecer. El optimismo y la fuerza también emanaban de todos los desfiles, marchas, reuniones y eventos oficiales que se organizaban, y que convertían el espacio público en un escenario. Lo que en él se mostraba tampoco era nada que viniera de fuera, nada ajeno que perteneciera a otros, eran ellos mismos, lo que eran en conjunto, lo que encontraba su forma en esos espectáculos.

Pero no es que se engañara a la gente, no es que no supieran que todo aquello era propaganda y que detrás de lo que estaban viendo y oyendo había una voluntad y una opinión determinadas, que iban dirigidas a ellos, para que actuaran y pensaran de un determinado modo. Ese aspecto era tan obvio que resultaba imposible no captarlo. Lo mismo ocurre hoy en día con nuestra publicidad; sabemos muy bien que intenta manipularnos y hacernos comprar un determinado producto, pero eso no nos impide mirarla; puede ser una publicidad bonita o divertida, interesante o simplemente tonta, pero aunque nos disguste, no significa necesariamente que nos disguste la publicidad en sí, y aunque sabemos que no hay ninguna diferencia entre ese producto y aquel, y que todo el glamour que rodea al uno y no al otro pertenece a la imagen, y no al producto, del que puede estar muy alejado, compramos no obstante el que asociamos con el glamour. Sabemos que alguien quiere que lo compremos, y sabemos que la relación entre el producto y su publicidad es arbitraria, de manera que lo compremos o no por elección propia, nadie nos ha engañado.

Lo singular de la publicidad es que funciona y no funciona a la vez, lo que ocurre también con la propaganda de la Alemania de Hitler”; con la de la China de Xi y la de la Rusia de Putin y la del Israel de Netanyahu, cada una con sus amplificadores en el ‘sur global’ y en el primer mundo en progresiva desintegración.

 

Ni los incondicionales hoy arrepentidos del chavismo o el orteguismo, los decepcionados de haber votado por Miley o Petro, los alarmados con los alcances autócratas de Obrador en México pueden alegar inocencia por su parte. Tampoco la podrán enarbolar a manera de excusa los imbéciles o directamente canallas que voten o vuelvan a votar por Trump en las elecciones que se avecinan, o por Alternativa para Alemania o Sahra Wagenknecht y demás extremistas de derechas o de izquierdas en la Europa que se radicaliza. Ni sorprenderse nadie de que mientras que los idiotas útiles de Occidente abogan por que se satisfagan las ambiciones del bicho invasor del Kremlin con negociaciones de paz espurias, Rusia ataque a Ucrania con armas nucleares o arrastre a Occidente a una Tercera Guerra Mundial de previsibles consecuencias. Pero si en donde fijamos la mirada es en la venganza del todo desproporcionada del Estado de Israel en respuesta a los ataques terroristas del 7 de octubre de 2023, o en el yihadismo en vertiginoso ascenso en tantas partes, ni los judíos que aplauden o que avalan con su silencio cómplice las desmesuras criminales de su gobierno en Gaza, Cisjordania y el Líbano, ni los musulmanes que por fanatismo, miedo o indiferencia vitorean o miran para otro lado cuando las matanzas perpetradas por sus correligionarios ocurren, deberán mostrarse indignados cuando el antisemitismo y la islamofobia pasen de veras del discurso incendiario a los hechos de sangre.

 

785. “Hay que romper con este infantilismo insoportable de héroes y villanos y afrontar la complejidad de las decisiones”: ¿aló, esperpetristas hoy por desgracia en el poder? ¿Aló, aspirantes estultos y en muchos casos también ruines que sueñan con reemplazar al Esperpetro en Casa Nari a partir de agosto de 2026? ¿Aló, votantes potenciales en las susodichas elecciones? ¿Acaso van a volver a reincidir en la confrontación entre los taumaturgos promeseros de siempre a que la mayoría de ustedes, pobres criaturas pugnaces, son tan afectos? Como saber que me llamo… como me llame.

 

786. En su orden cronológico: ¡amigo, hija, novia y hermana!: “…Fueron indispensables o me lo parecieron, pero ahora ya sé que debo hacerme a la idea de vivir sin ellos. Después de todo, ¿no consiste precisamente en eso el transcurrir de nuestra vida? Ir apegándonos, aferrándonos a personas insustituibles de cuyo afecto y cuidado dependemos pero de las que vamos resignándonos a prescindir porque con el tiempo van cayendo como cáscaras vacías que ya no pueden cubrirnos ni defendernos. De manera cada vez más torpe y menesterosa vamos remendando los desgarrones, minimizando las pérdidas, tratando de no ver su enormidad hasta que ya todo figura en el censo de ausencias, hasta que ya sólo queda despedirnos de lo que aún somos y ausentarnos de nuestro yo. […] Sé por experiencia propia que es muy difícil evocar con hondura el pesar de una ausencia que ha trastocado nuestra vida. Lo sentimos demasiado para poder expresarlo bien…”. Si al menos hubiera una palabra precisa para cada orfandad: el viudo está huérfano de cónyuge y el hijo de padre. ¿Pero la madre sin hijo o el amigo sin carnal o el hermano sin su hermadre confidente? Faltantes que nuestra lengua nunca remedió.

 

787. Los problemas de generalizar: “…En otro sentido, también el arte es una cuestión de clase. El que exista para todos no significa que sea accesible para todos; si se crece en un hogar totalmente vacío de libros, totalmente vacío de cuadros, totalmente vacío de música, entre gente que nunca habla de arte y a quien no le gusta, o que tal vez incluso opine que es un derroche de dinero y tiempo, será difícil que uno se acerque a él por propia iniciativa. Y si lo hace, es probable que carezca por completo de las condiciones que poseen los miembros de las clases altas, esa confianza con la que se relacionan con las expresiones artísticas”: que lo digan Donald Trump y Elon Musk.

 

Entre las indistinciones de la perra vida, la urticaria, la indiferencia o la fascinación que provoca el arte entre gentes de todos los orígenes y procedencias y contextos. Pero claro: si yo nací en Colombia y me apellido Castaño Valencia, Santos Calderón, Caballero Holguín o Samper Pizano -hablo del escritor y no del politicastro-, mi relación con las artes habrá de ser infinitamente más fluida y provechosa que si me llamo Ríos Montoya.

 

788. Acabo de ver en la DW (son las cuatro y cinco minutos de la tarde del 26 de septiembre de 2024), en un programa llamado Enlaces, media hora de televisión bien hecha a propósito de chatbots y avatares digitales e inmortalidades digitales y clones inmortales y procesamientos del lenguaje natural y hologramas interactivos y estudios volumétricos y realidades virtuales y metaversos e inteligencias artificiales y algoritmos, de lo que saco en limpio que en modo alguno querría contactarme con mis muertos de la entraña ni tampoco con los apreciados y recordados con cariño. Tal vez sí con familiares a los que nunca conocí y de los que apenas si tengo ninguna información fidedigna: mi abuelo paterno y mi abuelo materno y, por qué no, con algunos de los que los precedieron a ellos. ¿Dejar yo un avatar digital? Aparte de tenebroso se me antoja del todo superfluo puesto que Santiago, mi nieto, prometido me tiene que hijos ni de vainas. Y yo necesito creerle.

 

789. Me encontré de repente la otra tarde con un conocido con el que no cruzaba palabra hacía diez o doce años, y lo primero que me dijo con lo que juzgué sinceridad por su parte fue que, aparte de unos kilos más, yo no había cambiado desde entonces. Conversamos un par de formalidades y cada cual prosiguió su camino. En el tiempo que duró mi recorrido en el TransMilenio, me fui pensando en la posibilidad de que alguien pueda encontrarse “objetivamente enfermo” o “subjetivamente enfermo”, lo cual equivaldría a decir que esa persona está “objetivamente sana” o “subjetivamente sana”.

 

Vamos a ver: suponiendo que algo semejante a un transferidor de malestares y dolencias y quebrantos de la salud existiera y yo pudiera transferirle los míos a ese conocido para que los degustara, digamos, por espacio de una semana al cabo de la cual nos volveríamos a encontrar, ¿me reiteraría él el cumplido o, muy por el contrario, me vería tan prematuramente viejo y desgastado como yo me siento… por dentro, valga la aclaración? ¿Estoy yo, que me siento y me padezco, subjetiva u objetivamente enfermo, subjetiva u objetivamente sano como me percibió aquella persona y otras que lo mismo me han dicho? ¿Cómo compagino mi aparente buen aspecto físico con mis no pocos malestares? ¿Existe el caso contrario: alguien cuyo mal ver no anuncie sino enfermedades que, no obstante, el compadecido esté lejos de sentir o aun de presentir? ¿Y cómo reaccionaría aquella persona si un imprudente de los que sabemos le pregunta con alarma que qué le pasa, que tiene muy mala pinta y que si ya fue al médico?

 

Total, yo soy yo y mis crónicos arrechuchos.

 

790. “Cuando las cosas giran sobre malos goznes, con el permiso de sus señorías, ¿cómo diablos van a ir bien?”: se pregunta Walter Shandy o Tristram Shandy (lo leo, lo releo y lo vuelvo a leer y no me decanto por ninguno: como si importara) a propósito, en principio, de puertas y chirridos pero yo se la dejo ahí al lector ecuánime y objetivo de cualquier época. Para que piense en los que gobiernan o desgobiernan la ciudad, el país y el mundo que habita.

 

791. Del mismo modo que en achaques de creencias religiosas no basta con entonar plegarias para que al suplicante se le resuelvan, ipso facto, las penurias, tampoco le servirá de nada al aspirante a cuentista o novelista que haya nacido desprovisto del factor F, de ficción, desgañitarse gritando al cielo esta jaculatoria de mi carnal Tristram Shandy: “¡Oh, poderes (porque poderes sois, y bien poderosos) -que capacitáis al hombre mortal para contar una historia que valga la pena escuchar,-que gentilmente le indicáis por dónde ha de empezar-y por dónde ha de acabar;-lo que en ella ha de incluir-y lo que fuera ha de dejar;-cuánto ha de ensombrecer-y dónde ha de arrojar luz!-Vosotros, que gobernáis este vasto imperio de ladrones de biografías y que veis la enorme cantidad de enredos y atolladeros en que caen continuamente vuestros súbditos,-¿me haréis un favor?”

 

792. Cuando se sienta usted tentado de deslumbrar a la posteridad con adivinaciones futurizas, evítese enternecerla con predicciones sobre las que habrán de ser sus realidades y deslumbramientos tecnológicos y más bien vaya a la fija: háblele, cuanto le plazca, de las demasiadas ruindades y vilezas y bellaquerías que protagonizarán muchas de sus gentes -entre las que los gobernantes e influyentes destacarán con creces-, y de tal cual bondad y altruismo y heroicidad encarnados por una minoría demasiado minoritaria. Hágale hincapié, asimismo, en que la indiferencia y la cobardía de una mayoría demasiado mayoritaria de sus contemporáneos serán las responsables de que su mundo sea el caos que es… y siempre ha sido.

 

793. Ahora resulta que la visceralidad de las pasiones que definen a esta especie, y muy por encima de la razón, no sólo son constructos, sino cuestiones de época: “No, si al final va a ser cierto que el odio se ha convertido en uno de los signos definitorios de nuestro tiempo. Me lo hicieron catar a menudo por los días en que anduve encenagado en las redes sociales. Aventurabas una opinión, cometías la imprudencia de publicar una chanza, elogiabas el silencio de los búhos, y al rato se te colaba en la mañana el consabido seudónimo deseoso de obtener satisfacción maligna. El odio, como la democracia, como el ajedrez o la viticultura, es una creación humana. Se trata de una creación sucia de la que no se suele alardear. Incluso hay quien se pronuncia contra los discursos del odio y luego se dedica a odiar a diestro y siniestro. A mí no me consta que la araña odie a la mosca ni la hiena a la gacela. Sí, hay fiereza, colmillos, veneno o instinto territorial (los hipopótamos constituyen una especie bastante nacionalista), pero a uno el armamento animal le parece más bien encaminado a asegurar la procreación y la comida. No consta en los tratados de biología que el tigre salga a cazar porque sienta amenazada su identidad o su estructura como sujeto, que es, según los expertos, el principio activador del odio. […] El odio es propio de insatisfechos. Como el amor con su objeto, el odio vincula estrechamente al odiador con el suyo, aunque sólo sea por las ganas intensas de destruirlo. Lo lleva a todas partes, duerme con él, sueña con su dolor, su infortunio y su aniquilamiento, sin que la muerte del odiado le garantice el fin de su quemazón interna. Es común odiar a quien no se conoce en persona o vive lejos. […] Sospecho que nuestra época se siente a disgusto consigo misma y no poca gente llena el día dando o recibiendo lecciones de odio”: justo lo que habrían hecho las gentes de cualquier otro presente -imagínense no más a Herodes I el Grande, Robespierre o a Stalin con un celular en la mano- de haber contado con internet, Facebook, Twitter y demás posibilidades de intercambio a gran escala.

 

Y volviendo al nuestro, ¿qué otra cosa sino odio pueden sentir los libaneses desplazados de sus hogares, los mutilados o enceguecidos por las explosiones simultáneas de dispositivos electrónicos, los familiares de civiles muertos o heridos en los bombardeos indiscriminados del Estado terrorista de Israel en contra de Hezbolá; los aplastados en Gaza y los asediados en Cisjordania por Netanyahu, su ejército y los colonos; las familias víctimas de la sinrazón yihadista y terrorista palestina en suelo israelí el 7 de octubre de 2023, que desencadenó la guerra dispar y atroz en que andamos? ¿Y qué los ucranios invadidos y desplazados y bombardeados y masacrados y arruinados por el bicho del Kremlin, sus carniceros y aliados del sur global porque sí, porque se les dio la gana?

 

794. Medioevo Científico y Tecnológico:

 

“El orden mundial posterior a la Guerra Fría se resquebraja a pasos agigantados y, en medio de ese colapso, el abuso impune de la fuerza y del poder prospera, causando estragos. ‘Vemos esta era de impunidad por doquier -en Oriente Próximo, en el corazón de Europa, en el Cuerno de África, y en otras partes-. El nivel de impunidad en el mundo es políticamente indefendible y moralmente intolerable’, clamó, impotente, el secretario general de la ONU, António Guterres […].

La era de la impunidad […] se manifiesta de la forma más brutal con un uso de la fuerza militar que provoca inmenso sufrimiento a los civiles en violación del derecho internacional, de la carta de Naciones Unidas, de las decisiones de tribunales internacionales. Ahí están los ejemplos mencionados por Guterres, y ahí está, expuesta en toda su crudeza […], la absoluta impotencia de la ONU.

Pero la era de la impunidad también se manifiesta en muchos otros aspectos. En el abuso de posiciones de fuerza en el comercio, con prácticas de proteccionismo y de subsidios mientras una OMC (Organización Mundial del Comercio) paralizada no puede ejercer de árbitro. En la elusión de impuestos por parte de grandes empresas o plutócratas en medio de un sistema fiscal lleno de paraísos y agujeros que la comunidad internacional no acaba de arreglar. En un sistema financiero que hunde en deudas insostenibles a países pobres. En la opresión a escala nacional de las libertades ciudadanas mientras el mundo sufre un deterioro de la calidad democrática. En el pavoroso empoderamiento de gigantescas empresas tecnológicas a las que a duras penas se les logra poner riendas, porque no hay una acción global coordinada. En el pisoteo del derecho de asilo.

Este conjunto de situaciones abusivas subraya el carácter diferencial de nuestra época con respecto a las anteriores. Guerras brutales e injustas siempre hubo, y la ONU nunca fue eficaz. Pero nuestra época asiste a un colapso del orden que facilita el prosperar de los abusos. Los órdenes anteriores no eran ni justos, ni admirables, ni perfectamente eficaces. Pero, de distintas maneras, alumbraron algunos mecanismos de contención y progreso que ahora se están desmoronando…” (Andrea Rizzi).

 

Salta pues a la vista que vivimos tiempos de gran confusión y caos -los contradictores vocacionales dirán que todos lo han sido-, empeorados por el hecho de que en cada persona conectada desde sus dispositivos a la red hay un potencial propalador de infundios y desinformación, y de ahí el creciente bullicio y la imparable pugnacidad que nadie sabe cómo gestionar. Ese desconocimiento sin solución a la vista, así como -entre muchas otras- las realidades descritas en la cita, son lo que me lleva a afirmar aquí que discurrimos por una segunda Edad Media -con el perdón del prístino Medioevo, tan en paz (por comparación) al menos con el planeta- si bien científica y tecnológica, que anda por sus albores. Al rigor de los historiadores corresponde determinar sus orígenes y estudiar a fondo, transcurrido el tiempo que haya menester, sus implicaciones y pormenores. Que ya aterran.

 

795. “¿Y Lula? ¿Dónde está Lula da Silva?”, se pregunta retóricamente Eliane Brum sobre su tartufo-presidente que, al igual que el tartufo en jefe de aquí, no hacen nada distinto a aspaventar en cuanto foro y cumbre que, a propósito del colapso climático -la expresión se la aprendí a ella-, se celebre en la ONU, en Cali o en la Cochinchina porque lo de ellos, como lo de cualquier politicastro en el poder o con ambiciones de conquistarlo, es conjugar el verbo figurar mientras postergan, para nunca, sus homólogos hacer, ejecutar, materializar. Pero claro que hacen y ejecutan y materializan… las propuestas programáticas de aquellos a los que derrotaron en las urnas vendiéndoles ilusiones y humo a sus votantes: “Yo se lo cuento. Lula está defendiendo la apertura de un nuevo frente de explotación de petróleo en la Amazonia. Lula está defendiendo un ferrocarril llamado Ferrográo para transportar soja y otras materias primas arrancadas de la selva. Lula apoya que Petrobras, la petrolera estatal brasileña, aumente su producción de combustibles fósiles con la excusa obscena de que los beneficios garantizarán la transición energética. Y, por si fuera poco, ante la sequía del otrora caudaloso río Madeira, dijo que ahora es aún más importante pavimentar la carretera BR-319, que corta la Amazonia uniendo Manaos a Porto Velho, un proyecto que varios estudios serios ya han demostrado que multiplicará la destrucción de la selva.

Me explico. En sus dos primeros mandatos, en la primera década de este siglo, Lula retomó el proyecto de la dictadura militar […] de construir grandes centrales hidroeléctricas en la Amazonia. […]

 De momento, las alternativas a Lula son inmensamente peores que él, como ha demostrado el pasado reciente de Brasil. Pero eso no borra que Lula no está a la altura del gobernante que Brasil y el planeta necesitan al frente del país que (des)alberga el 60% de la mayor selva tropical del mundo. Si Lula no quiere que su biografía quede sepultada por las cenizas de la Amazonia, es hora de que tenga el valor de ser una mejor versión de sí mismo. Las nuevas generaciones se lo reclamarán”: lo sabe y no le importa porque lo suyo (como lo de sus correligionarios -a la par que incondicionales de las dictaduras del sur global de que se reivindican admiradores- López Obrador y Petro Urrego) se circunscribe a los réditos del poder, que, a diferencia de las páginas que escriben los historiadores que merecen el nombre, son inmediatos y tangibles para quienes los cosechan.

 

Adenda: mientras llega o me entero de la existencia de la Eliane Brum colombiana que denuncie y divulgue las omisiones e incumplimientos y traiciones climáticas y ambientales del por desgracia primer gobierno de izquierdas de Colombia, vayan leyendo un documento valiente y compendioso cuyo autor se aleja del humor acre en que es tan diestro para hacer una semblanza por completo acertada del homólogo de Lula en la pose y el aspaviento buenistas. Lo pueden leer en Cambio bajo el título ‘Carta a la Mencha’, alma cándida donde las haya.

 

796. “No sé ustedes, pero yo no aplaudo cada vez que me entero de que se ha expandido el formato de la Champions, o del campeonato mundial de clubs, o del propio Mundial, o que se ha creado una nueva competición (la Liga de Naciones, por el amor de Dios). Yo pienso, ‘uff, ¡qué agobio!’ Y reflexiono: qué manera de banalizar, por repetición ad nauseam, algo que tiene que ser especial”: lo fue para mí el fútbol, y lo fueron más que hoy la música y la literatura, cuando las tres cosas se me resistían por escasas. Bendita sea en mi vida la escasez de las mujeres que me gustan y ni se diga la de las que me trastornan, pues de abundar como abunda “todo” en el presente de la era digital, seguro estoy de que se me tornarían igual de prescindibles y aun molestas que Millos, la Selección Colombia y de ahí hacia allá.

 

797. “¿Cómo sostener la pasión sin repetirse?”, se pregunta un amigo como al pasar y yo me digo que, precisamente por tratarse de una pasión, lo único que procede es repetir y repetirse sin complejos ni miramientos. ¿Visitar cada noche un cuerpo distinto, plantear de palabra o por escrito un pensamiento una única vez y a otro asunto? ¡Eso no, eso nunca! ¿Morirse habiendo explorado a fondo y durante años cinco o diez cuerpos a lo sumo, cinco o a lo sumo diez ideas que nos obsesionan? ¡Mi propósito en la vida!

 

Entre los asombros que me suscitan las artes, uno -tal vez el único- que juzgo negativo y contraproducente como el que más: el prurito obsesivo este de tantos y tantas de “no repetirse”, cual si hacerlo constituyera de suyo una letra escarlata y un menoscabo insalvable para la obra. No sé ustedes, pero si a mí alguien me saliera con la mentecatez de que es un apasionado(a) del fútbol o el sexo o el cigarrillo que sin embargo no va al estadio y ni siquiera ve partidos por televisión, perdió la virginidad y el dolor la hizo prometerse no joder más en la vida o la atorada de la única vez que fumó le bastó para dejar de hacerlo, lo -la- acaricio como acaricio a uno de mis gatos cuando están enfermos de veras.

 

798. ¿… y en Tierra Santa -en Tierra Nefanda- los fanáticos y despiadados -un pleonasmo- matándose entre sí dizque por cuestiones geopolíticas que a la larga no son más que los disfraces que les ponen a sus diositos-mozalbete, de no más de unos pocos milenios?:

 

“Echando un vistazo a la Tierra actual, cuesta creer que este planeta haya sido un aburrimiento lacerante durante la mayor parte de la historia. La Tierra tiene 4.500 millones de años, y durante casi 4.000 millones de ellos aquí no había ni helechos ni gusanos, ni árboles ni insectos, ni gambas ni caracoles, ni pájaros ni ratas, ni nada que pudiera verse a simple vista. Todo eso solo empezó hace 600 millones de años. Y la razón no es que la biología hubiera incurrido en dejación de funciones, porque las primeras bacterias evolucionaron sorprendentemente pronto. ¿A qué demonios vino entonces tan desesperante lentitud para que los microbios dieran lugar a organismos realmente interesantes como nosotros? ¿Eh?

Es la geología, amigo” sionista que sueña con exterminar de la faz de la Tierra hasta el último musulmán que inspire y espire, inspire y espire; amigo yihadista que sueña con exterminar de la faz de la Tierra hasta el último judío que inspire y espire, inspire y espire.

 

Inspiro a fondo y pienso esto que sé que usted, amigo y maestro, me refutaría o afearía con acritud: ojalá la evolución se hubiera detenido en un estadio anterior al humano, que puta falta le hacía al planeta para ser bello. Ah, ¿Que no existe lo bello sin mirada de hombre? Léanme los labios: ¡…!

 

799. Les regalo a futuros estudiosos de la Historia con mayúsculas una instantánea del presente que es hoy (2024), forjada por un fotógrafo de las palabras que no ocultan ni cercenan ni acomodan a conveniencia, sino que revelan y amplían y sitúan cada hecho y acontecimiento en el contexto que les corresponde:

 

“…La tecnología no sirve solo para perder el tiempo cotilleando con los amigos y los seguidores en las redes sociales, o para consultar el horóscopo y nutrirse de bulos paranoides en el teléfono móvil. En el Líbano, en esta última semana, mucha gente ha estado recibiendo SMS y wasaps desde un número desconocido que resultaba ser del ejército israelí, en los que se les aconsejaba que se alejaran de ciertas zonas del país que iban a ser bombardeadas. No siempre es recomendable eliminar sin leerlos los mensajes no deseados, o no responder a las llamadas de números que no reconocemos. Vas por la calle, o estás echando la siesta, y oyes de pronto el tilín de un nuevo mensaje, y unos minutos después tienes que salir corriendo en busca de un refugio contra los misiles que ya empiezan a silbar sobre tu cabeza. Está bien que le avisen a uno antes de lanzarle una bomba, igual que está bien permitir que los niños sean vacunados contra la polio el día antes de dejarlos mutilados y sepultados entre escombros.

Lev Gyammer, un activista ruso que lleva años refugiado en Polonia, recibe un mensaje de texto de su madre: ‘Hijo mío, cuánto te echo de menos. ¿Cuándo volverás y que yo pueda verte?’ La historia la cuenta en The New York Times otra fugitiva de Rusia, la periodista Lilia Yapparova. Gyammer apaga de inmediato el teléfono. Su madre murió hace cinco años, justo el mismo día en que le ha llegado el mensaje. A partir de entonces, la madre fantasma cobra una vida maléfica en el teléfono de su hijo y en las redes sociales: lo insulta, le llama hijo renegado, desertor cobarde, traidor a la patria. Quizás ni siquiera hay un burócrata depravado que escriba los mensajes. Puede que estén siendo generados por inteligencia artificial, y que por eso arrecien más cuando él los borre, y no dejen nunca de infiltrarse en su teléfono y en su pobre conciencia acosada.

Rudas artimañas analógicas permitían a los esbirros del KGB o de la Stasi espiar las llamadas por teléfono fijo de disidentes y sospechosos. Las nuevas tecnologías alcanzan un grado de omnisciencia policial que nunca habrían soñado Himmler, Stalin o Mao.

En un mercado de Beirut, la gente deambula entre los puestos alegres de fruta, y entonces se oye una explosión seca, y una de esas figuras anónimas cae al suelo retorciéndose y gritando, las manos apretadas contra el estómago, la fruta que había escogido tirada por el suelo. Lo que ha estallado causándole la muerte, y dejando paralizada de miedo a esa gente hasta ese momento dedicada a la pacífica tarea de pasear por un mercado, es el busca o el walkie-talkie que llevaba, y que ha sido manipulado por el servicio secreto israelí. Nueve muertos y 2.800 heridos hubo el primer día, 200 de ellos muy graves; 20 muertos y 450 heridos el segundo día, cuando hubo explosiones hasta de placas solares. […]

[…] Estados Unidos e Israel han perfeccionado el uso de drones para ejecutar a presuntos enemigos sin necesidad de interrogatorios y de juicios. Por una vez, prescinden del eufemismo y los llaman selective assassinations. Assassination no es el equivalente, aunque lo parezca, del español asesinato, que se corresponde en inglés con la palabra murder. To assassinate es matar a una persona prominente, o significada por algo, sobre todo con una justificación política.

En Alemania, en la ciudad de Duisburgo, una exiliada rusa, militante por los derechos de las minorías sexuales, sale al atardecer a pasear a su perro, y en la quietud de esa hora oye un cierto ruido a su espalda. Es un dron que la sigue de cerca. Está acostumbrada a vivir en guardia, sabiendo que ni la distancia ni el asilo político la protegen de los mismos matones corpulentos que la acosaban en su país. Pero ahora quien sigue sus pasos es este aparato volador con las alas metálicas extendidas y el ojo brillante de una cámara. Tira del perro, vuelve a su casa, quiere abrir y está tan nerviosa que la llave no entra o no gira en la cerradura, y no deja de oír el zumbido del dron. Abre por fin, entra rápido, arrastrando al perro asustado, teme que el dron entre tras ella, cierra la puerta de golpe y respira echada contra ella, como para fortalecer su resistencia a cualquier intruso.

En el piso de arriba abre una ventana, y vuelve a cerrarla de golpe: el dron está parado justo frente a ella, el ojo circular a la altura de los suyos. Un jefe del FSB, los sucesores del KGB -las siglas son tan propias de los crímenes de Estado como los eufemismos- declaró en la televisión rusa después del asesinato de un disidente en el extranjero: ‘Nuestros largos brazos pueden alcanzar cualquier parte’.

Brazos ejecutores, ojos omniscientes, oídos que no dejan de espiar. No sabe uno quién sigue las pistas delatoras que a cada momento va dejando en el teléfono, o en este ordenador en el que escribo ahora mismo.”

 

Se equivocan aquellos de ustedes que piensen, futuribles amigos, que mi intención al transcribir gran parte de este texto de uno de mis maestros es impresionarlos con la tecnología que él describe y que será cuando esto lean lo que para él y para mí hoy son las catapultas: ¡tonto soy si bien no tanto! En lo que quiero que reparen -que ya lo habrán hecho siendo lo estudiosos que son- es en que la sevicia de los malvados se mantiene, a diferencia de los medios de que se sirven para infligirla, tan incólume como la siempre escasa bondad de los bondadosos vocacionales y las masivas cobardía e indiferencia de las mayorías.

 

800. A ver si usted me ayuda a dilucidar, maestro y amigo, la razón de que en este hogar que constituimos mi madre y yo, dos seres en las antípodas de la actitud hacia la vida por el estilo de los que usted describe a continuación, el planteamiento de su teoría esté por completo trastocado: “El optimismo es un error; la esperanza, también: diga lo que diga Byung-Chul Han, cuanta más esperanza tienes, más desdichado eres, porque más decepciones te llevas; y a la inversa: el secreto de una vida feliz consiste en no esperar nada de nada ni de nadie. He ahí una verdad que los sabios han sabido desde siempre, y que Ricardo Reis formuló a principios del siglo XX: ‘Quien nada espera/ cuanto le depare el día/ por poco que sea/ será mucho’. Esto explica que nosotros los optimistas, tan ilusos como para creer que hemos venido a este mundo a pasarlo en grande o que no vivimos en un país de bárbaros, llevemos una vida amarga. […] Desengáñense: aquí no hemos venido a pasarlo en grande; aquí hemos venido a sobrevivir como se pueda. Desengáñense: seguimos siendo una panda de botarates. El optimismo es un error; la esperanza, también: entérate de una vez, Byung-Chul Han”. Daría lo que soy y lo que tengo -muy poco en cualquier caso-, gran Javier, a cambio de que estas palabras suyas acertaran conmigo siquiera parcialmente, o de que mi madre tan vapuleada a fin de cuentas por la perra vida pudiera transfundirme al menos una ínfima parte de todo ese optimismo y felicidad tan suyos. Ojalá no me muera antes de que la ciencia haya creado un adminículo con el que sueño desde antiguo: un transferidor de dolores y placeres y emociones que sirva, verbigracia, para que los que ocasionan sufrimiento con saña lo padezcan, quintuplicado, a la par con sus víctimas y para que alguien que mucho sufre injustamente reciba de quienes lo aman o de seres humanos generosos el alivio y la dicha que se le extraviaron o que jamás conoció. 

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