651. Y
para los bichos tragicómicos que tiemblan ante la mera idea de que lo inmanente
y no lo trascendente sea lo que a la postre termine primando, las palabras de
un sabio como pocos quedan:
“A fin
de cuentas, la vida no consiste sino en ir tirando del cuerpo hacia la nada y
en mi caso si me preguntan cuándo he sido más feliz la respuesta es siempre la
misma: aquel momento del que no me acuerdo de nada. Existe un tiempo perdido en
la bruma en que no recuerdas que te sucediera nada, ni bueno, ni malo. Creo que
el hecho de que uno no recuerde ni un éxito, ni un fracaso, ni una suerte, ni
una desgracia, esa amnesia es precisamente la felicidad. Si no recuerdas nada
es porque la nada, que siempre es blanca y dulce como una almohada de plumas
durante el sueño, se había apoderado felizmente de tu existencia vulgar. En ese
estado de inconsciencia se supone que vivían Adán y Eva en el paraíso antes de
pretender ser como los dioses. Este par de chimpancés ignoraban que habían sido
creados solo para tomar el sol. En el Génesis no se dice, pero, al parecer,
Jehová les había proporcionado dos hamacas y un bronceador. Todavía estaríamos
en el edén si los hubieran sabido usar. […] Con el sol del mediodía sobre los
párpados cerrados en la playa uno llega a la conclusión de que la nada es un
bien inalcanzable. La filosofía oriental enseña a despojarnos de todo para
conquistarla. Hubo un sabio que fue condenado a muerte por blasfemo porque
proclamaba que era más grande que Dios. El presidente del tribunal que lo
juzgaba le gritó: ‘Nada es más grande que Dios’. El sabio contestó: ‘Yo soy
nada, señor’. Este sabio solo tenía el sol, una higuera y una hamaca.”
Morirán
mi tío Germán Montoya y mi hermano, creyente el uno en el Dios de los católicos
y el otro en el Dios de los cristianos, alucinaciones místicas que los separan
entre sí con mayor virulencia que a ambos de mi ateísmo desembozado, de cuyos
acierto y veracidad tampoco yo voy a poder hacer alarde cuando muera. Bueno
sería que en achaques de trascendencia e inmanencia sucediera lo que a menudo
ocurre en política dentro de una misma familia, a saber: que habiendo en
contienda tres candidatos, el Uribe y el Esperpetro que nunca faltan y el
tecnócrata y reformista del centro que siempre pierde, el perdedor sempiterno
de la parentela se cebe ya en el cretinismo de los votantes fachas de su
familia, ya en el cretinismo de aquellos de sus familiares que votan por los
mamertos. Pero resulta que la nada post mortem que nos aguarda se torna
imbatible y ejemplar en el ejercicio de imponer silencios y acallar reclamos
del tipo ¿no se lo advertí al mundo? o ¡para que vean quién tenía la razón!
Adenda:
yo sí sospechaba, venerado maestro Vicent, que mis épocas más felices en
cincuenta años y unos meses de existencia las constituyen los días de bebé sin
lenguaje y criatura intrauterina. Una vez más y todas las que hagan falta:
gracias por la prodigalidad de su sabiduría erudita.
652.
Cómo leer a Javier Sampedro y no fustigarme (me flagelaría ahora mismo si
tuviera con qué: lo juro) por este egoísmo y renuencia míos a apoyar de corazón
y de hecho al buenismo transnacional en su nobilísimo propósito de
‘desbiologizar’ la especie y acabar, de una vez por todas y para siempre, con
el engendro binario este de Mario-María que los científicos copiaron de las
religiones:
“…Que
las mujeres sufran más enfermedades autoinmunes que los hombres no es ninguna
peculiaridad humana. La fuerza de la respuesta inmune depende del sexo en todos
los mamíferos. Los machos tienen un sistema inmune más débil y son más
susceptibles a las infecciones, las hembras lo tienen más poderoso y sufren más
enfermedades autoinmunes. Una hipótesis generalizada, basada en el pensamiento
evolutivo, es que las hembras tienen un sistema inmune reforzado para defender
a los fetos. […]
No hace
falta una biología muy sofisticada para saber cuál es la gran diferencia entre
mujeres y hombres…”: ¡qué va… puro blablablá de machistas misóginos y
tránsfobos que posan de académicos y sabelotodos!
Estimades,
estimadas y estimados compañeres, compañeras y compañeros de la mamertosfera,
sustento moral del globo: entono mi mea culpa de ex admirador de la carreta
pseudocientífica que nos divide en sexos y nos malquista con más eficacia que
los politicastros de extrema derecha y de extremo centro y les informo que, en
prueba de mi adhesión, a partir de hoy no vuelvo al urólogo y empiezo a ir al
ginecólogo (perdónenme que no siga triplicando el género: me acaban de servir
el almuerzo y tengo un hambre la hijueputin), al que me comprometo a demandar
penalmente por discriminación sexista si en el acto no me ordena una citología.
¿Será que duele mucho esa vaina?: les cuento cómo me fue.
653.
¿Entienden ahora por qué llamo pobres diablos, con una mezcla de desprecio y
compasión exenta de envidia, al impresentable y harto peligroso Elon Musk, a
todos los Forbes, a los que pugnan sin desvelo por destronarlos y a los que se
sienten pobres y desgraciados pese a que tienen lo indispensable e incluso más,
mucho más?:
“La idea
de que haya límites que no puedan o no deban cruzarse provoca en nuestro mundo
un rechazo instintivo: límites en el comportamiento, en la expresión, en la
velocidad, en la ambición, en el consumo. A cada momento la publicidad propone
ventajas sin límites, disfrute ilimitado de datos, placeres sin límite, como en
esos restaurantes de baja estofa americanos que invitan a comer monstruosamente
hasta el hartazgo por un precio fijo: ‘All You Can Eat’. En esto, como en
tantas otras ocasiones, se conjugan los intereses más rapaces y destructivos
del capitalismo y las fantasías de emancipación radical y satisfacción
instantánea de todos los deseos heredadas de Mayo del 68. El capitalismo quiere
abolir cualquier límite al crecimiento y al beneficio; el
mayodelsesentayochismo te anima a cumplir a cada momento y sin retraso ni
control cualquier deseo: ‘Prohibido prohibir’.
A
diferencia de las necesidades, cuyo catálogo es bastante reducido, los deseos
pueden no acabarse nunca, y una vez obtenidos despiertan no el apaciguamiento
de lo ya logrado, sino la ansiedad de lo que todavía no se tiene. Ese principio
lo formuló Buda hace 25 siglos y lo estudian ahora con todo tipo de recursos
científicos los inventores de adicciones. Como la imaginación sí tiene límites,
quienes alcanzan el privilegio de poseerlo todo, sean capos del narcotráfico
internacional o plutócratas de la tecnología, incurren en una penosa monotonía
en sus adquisiciones desmedidas: coches de lujo, mansiones, relojes, islas
privadas, yates, yates cada vez más grandes, yates tan grandes que han de ir
acompañados de otros yates en los que se aloja el personal innumerable, yates
con helipuertos. Como ni el yate más enorme les basta, se construyen cohetes y
naves espaciales; como les enfurece someterse al límite humillante de la
muerte, fundan clínicas y centros de investigación biomédica para alargar sus
vidas…”.
Qué duda
cabe: la izquierda ha sido, y desde siempre -hoy con bríos renovados-, el
idiota engreído de la familia. Detesta la ostentación -de labios para fuera:
que lo digan Rolex Boluarte y Ferragamo Petro- de los archimillonarios -de los
que no pastan en sus pagos, huelga aclarar-, pero les despeja el camino de la
codicia con su lema revolucionario de los sesenta. Detesta a la extrema derecha
pero se emplea a fondo, desde el poder o en la oposición, perpetrando sin
miramientos toda suerte de venalidades o condenándolas con destemplada
hipocresía, para que se perpetúe en el poder o con ella se lo alterne. Posa de
muy culta y educada, pero mina la cultura con un sinnúmero de mentecateces y
patochadas que hace pasar por reivindicaciones sociales y la educación con su
lucha sin cuartel contra la disciplina y el esfuerzo, fundamentos de la
excelencia académica…
Adenda:
de verdad que no encuentro las palabras adecuadas con las que describir el gozo
que siento cuando me imagino a un Putin, a un Musk y a un Netanyahu, a solas o
con su avatar, amargados y desesperados de saberse mortales y de ahí en menos:
enfermos, impotentes, arrugados, despreciados por millones pese a su poder que
ni con mucho los hace felices o los deja siquiera satisfechos. Lástima que no
pueda transfundírselo a cada ucraniano de bien, indigente de solemnidad de la
aldea global y palestino consciente de que Hamas es su perdición, para que como
yo maticen el odio.
654.
¿Que una antigua expresión inglesa rezaba ‘Manners before morals’? Como los
tiempos cambian, adaptada a estos, que ya duran casi seis décadas, la sentencia
debería proclamar ‘Neither manners nor morals’.
655. Lo
mío con Savater es un tira y afloja, una relación de amor y odio de lector en
la que siempre y sin que importe lo ríspido de mi última pataleta, el amor
termina imponiéndose: “Estoy apasionadamente del lado de las mujeres valientes
en política que se enfrentan a terroristas y dictadores en lugar de contentarse
con apedrear a ese cómodo tentetieso de piedra, el heteropatriarcado”.
Y
gracias, maestro, por ahuyentar de mí la reticencia -los de su profesión (la de
ella) me la suscitan a priori- a incluir el nombre de esta venezolana valerosa
entre los que integran mi muy personal matriarcado, omnipresentes en este blog:
que sepa María Corina Machado que la admiro tanto como a las iraníes víctimas
de los sectarios y asesinos que subyugan a su país y quienes, no gratuita o
azarosamente, son compadres de Cabello y sus súbditos en la dictadura.
Adenda:
en cambio se le oyen ridículos, hermano, sus habituales ensañamientos verbales
contra la asimismo valerosa Greta Thunberg, a quien los hechos más que
palpables de la amenaza climática ya le dan la razón. Deplorable que el
filósofo de la ética se revuelva, como si de todo un separatista vasco o
catalán enardecido se tratara, contra una veinteañera que simplemente no
coincide con sus aficiones y su trasnochado antropocentrismo: ella y los que
felizmente la acompañan están en su derecho de luchar por lo que consideran un
mundo mejor. Y ya que estamos: si alguien le dijera a la sueca que existe un
tal Savater muy reconocido en el mundillo de las letras que se obsesionó con
ella y la convirtió en su desahogo y en su personal tentetieso de feria, a ella
la noticia la enternecería como a los dos el ‘abuso sexual’ de que fue víctima
la oportunista Hermoso a manos -a labios- del tontaina Rubiales.
656. No
sé por qué no se ha hecho o si ya se hizo -si lo segundo, perdonen usías la
interrupción-, pero creo que va siendo hora de declarar a Eróstrato el
precursor por excelencia de la civilización del espectáculo y las redes
sociales y la selfi y los videos que motu proprio violan la privacidad del
publicante y las más mínimas normas del decoro y el buen gusto. Ay, a lo que
llegaría tanta nulidad con ansias de fama si supieran lo que perpetró el primer
‘influencer’ de que se tengan noticias y, más grave aún, con total éxito: aquí
me tienen, veintivarios siglos después de su dislate, pronunciando su nombre
infame. ¿En ésta y en qué otras situaciones sí que cabe la barbaridad esa de
¡que viva la ignorancia!?
657.
“Por supuesto, un país civilizado es aquel en que sus ciudadanos no deben
ocuparse demasiado de política. La palabra clave aquí es ‘demasiado’: cuando la
política se mete en tu casa y tu trabajo, invade tu vida privada y afecta a tus
relaciones personales, prepárate para hacer las maletas y salir corriendo,
porque algo muy malo está a punto de ocurrir”: mi día señalado es, si las
circunstancias no determinan otra cosa, el 8 de agosto de 2026, pero la
elección va a estar cuesta arriba.
Largarme
a Europa no cuenta entre mis planes porque de allí la Tercera Guerra Mundial me
va a obligar a salir pitando, y porque en modo alguno me halaga la coyuntura de
ser un sudaca entre xenófobos. Por descontado que tampoco a los Estados Unidos
de Trump y ni siquiera a los Estados Unidos de Biden, cuya probable victoria en
las elecciones que se aproximan acaso sí prenda la mecha de una segunda guerra
civil. ¿A dónde entonces? ¿Al Japón de las bellas durmientes de Kawabata -que
mucho me seduce-, con los chinos y los norcoreanos de vecinos?: descartado.
Tampoco al África ni a otro país de Asia. Y como la idea no es salir de
Guatemala para ir a dar en Guatepior, a la par que no alejarse demasiado de los
seres queridos que resuelvan inmolarse no yéndose, tengo dos opciones: Costa
Rica y el Uruguay, hoy por hoy los únicos países civilizados del vecindario.
¿Que ganen los que ganen -la peor de las izquierdas hogaño en el poder o su
contraparte uribista- me quede a luchar? Que lo hagan y ojalá se maten entre
sí, pero sin ningún ruido ni sangre, los que con sus votos o su abstención
optan por lo consabido y nos meten a todos en su pelea de borrachos de nunca
acabar. Ahora: si en mí alentara un Alekséi Navalni o una María Corina Machado,
tan desmesurados en su grandeza, sólo los dejaría desatarse si a un gobierno
decente por el que voté y por el que hice campaña le arrebatan el poder
mediante un golpe de Estado o le dan pucherazo. Y a ver cómo convenzo a Orfi y
a la Goga de que se larguen conmigo.
658.
Pero si yo fuera taiwanés o ucranio y a mi país lo invadiera la mismísima China
o la Rusia comandada por el innombrable, un ejemplo como el de Zelenski y un
discurso como éste son lo que quisiera que resonara en mi corazón y en mi
conciencia, así como en los de todos mis compatriotas de bien:
“…En ese
momento Frankenstein, que había permanecido en silencio y parecía carecer de
las fuerzas necesarias para prestar atención, se puso en pie. Sus ojos estaban
encendidos como dos ascuas y un momentáneo vigor le arrebolaba las mejillas. Se
encaró a los hombres y empezó a hablar:
-¿Qué
están diciendo? ¿Qué le exigen al capitán? ¿Tan pronto cambian ustedes de
planes? ¿Acaso no decían que esta expedición era gloriosa? ¿En qué se basaban
para afirmar su gloria? No lo decían porque fuera tranquila y serena como las
que surcan los mares del sur, sino porque estaba llena de peligros y amenazas;
porque, a cada nuevo incidente, tenían que sacar fuerzas de flaqueza y ser
valerosos; porque el peligro y la muerte acechaban por todas partes y ustedes
podrían enfrentarse a eso y sortearlo. Por estas razones era gloriosa, por eso
era una travesía honorable. Ustedes están aquí para ser venerados como los
benefactores de su especie. Venerarán sus nombres por pertenecer al grupo de
valientes que encontró una muerte honrosa por el bien de la humanidad. Y ahora
que les parece estar viviendo su primera situación de peligro o, si quieren, la
primera ocasión terrible y despiadada de poner a prueba su valentía, se echan
atrás y se contentan con que piensen de ustedes que no tuvieron la suficiente
entereza para soportar el frío y el peligro. ¡Claro, como tenían frío los
pobrecitos regresaron a su casita para calentarse junto a la chimenea! ¡Muy
bien! ¡Para eso no era necesaria tal preparación! No hubieran tenido que llegar
tan lejos para arrastrar el buen nombre de su capitán y sumirlo en la vergüenza
de tener que aceptar el fracaso solo para demostrar que son unos cobardes. ¡Por
favor…! ¡Actúen como hombres! Es más, ¡les pido que sean superiores a los
hombres! Manténganse firmes e inamovibles en su propósito. […] No vuelvan a sus
hogares con el estigma de la desgracia marcado en la frente. Regresen como
héroes que han luchado y vencido y que ignoran lo que es dar la espalda al
enemigo.”
Ahora:
si el industrial o el general o el gobernante que pronuncie esta soflama no me
prueba que los hombres de su familia y los de las demás familias de
industriales y generales y gobernantes y privilegiados de toda índole y pelaje
de mi país ya marcharon al frente o están listos para hacerlo, me apeo el
fusil, busco mi ropa de paisano y dejo que todo se vaya al carajo. Tan güevón
no soy como para que mientras me torturan y me matan o me dejan lisiado de por
vida, los poderosos en edad de combatir lo pasen en grande y aguarden en el
exterior el momento indicado para volver a casa. Digo no más que cada país
arrastrado a la guerra por un hijueputin tipo el bicho del Kremlin, tendría que
conducirse como la tripulación valerosa de un barco -la del de Walton está en
las antípodas del valor- en riesgo inminente de zozobra o de abordaje.
659.
Asisto, compungido (sufriste tanto, hermano, que mal haría si no me desdigo de
parte de lo que escribí en el desahogo 550), a la muerte de Victor Frankenstein
y, en oyéndolo, me imagino que es al gran Navalni a quien oigo en su agonía, y
que el Robert Walton de quien se despide y a quien encomienda su misión en la
Tierra no es otro que un amigo de ocasión en las mazmorras del Kremlin:
“-¡Ay de
mí! Las fuerzas en las que tanto confié me abandonan, y siento que voy a morir
mientras él, mi enemigo y perseguidor”, vive y goza de buena salud. “No crea,
Walton, que al final de mi existencia siento el odio lacerante y el ardiente
deseo de venganza de que le hablé, pero creo que estoy en mi derecho al desear
la muerte de mi adversario. Estos últimos días me he dedicado a examinar mi
conducta y no he visto que hubiera nada reprensible en ella. […] Desconozco
adónde le llevará su sed de venganza. Ese ser miserable ha de morir para que
nadie más sea desgraciado. Yo tenía la misión de destruirlo, pero he fracasado.
[…] Le
dejo que reflexione sobre ello y sopese con objetividad su deber. Mi capacidad
de raciocinio y mis ideas se ven alteradas por la proximidad de la muerte. No
me atrevo a pedirle que actúe como considero acertado, porque es posible que
esta pasión todavía me confunda.
Me
inquieta que ese engendro viva y sea el instrumento de la maldad”: lo mismo a
mí, señor don héroe; pero ni yo, maniatado como me hallo y privado de la luz,
ni ninguno de los poderosos que pueden pero no quieren (también es cierto que
el momento propicio se desaprovechó infamemente) vamos a hacer nada para
contrarrestarlo hasta que muy posiblemente sea demasiado tarde, y los que
contaban con los medios para neutralizarlo lamenten su irresolución.
En el barco
capitaneado por Robert Walton que son la Rusia a merced de Putin y el mundo a
merced de los ultrapoderosos de esto y aquello, están de más el heroísmo de los
Navalnis y de las Antígonas, e incluso el sentido de la ética y del honor de
que hoy hacen gala los mejores soldados de Zelenski.
Adenda:
el que hable de la criatura de Victor Frankenstein como meramente de un epítome
de la maldad tipo cualquiera de los que hoy invaden ocupan arrasan y matan, o
bien nunca leyó la novela, o lee sin ningún provecho.
660.
Cada que leo algo por el estilo de El sendero de los nidos de araña o de ‘Los
merengues’, en quien sus protagonistas me hacen pensar indefectiblemente es en
mi primo Mauricio Henao Montoya, cuasi mi hermano cuando niños y hoy
convertido, por cuenta de su lejanía, en todo un extraño con el que
ocasionalmente me cruzo en el funeral de algún familiar. Lo veo en el Pin de
Calvino y en el Perico de Ribeyro, y el recuerdo se me llena de una nostalgia
dulce que no dura mucho puesto que a opacarla viene su distante yo del
presente… un presente que se cuenta en décadas.
661. Leo
‘Una visión del mar’, de Dylan Thomas, y quisiera saber con total exactitud
cuántas parejas de púberes y adolescentes se descubren mutuamente y descubren,
mientras esto escribo, el deslumbramiento inefable que es para tantos la
primera vez. (En cambio no quiero saber, ni aun de forma aproximada, a cuántos
niños y púberes y adolescentes uno o varios malparidos les desgracian justo en
estos momentos la vida con una violación, que tendría que acarrearles la muerte
previa dosis de tormento.) Al ínfimo porcentaje de los que ahora retozan
-felices y deseosos de repetir o desconcertados y reacios a refrendar hasta
pasado un tiempo- que vayan a tener la lectura por vicio y vocación les aguardan,
como a mí con este relato, revelaciones muy distintas en torno a la mayor
singularidad entre las experiencias humanas. A los demás, una suerte de condena
a rumiar, sin las perspectivas que otorga el arte, los pormenores de lo que
acaba de marcarlos para bien, para mal o algo en medio.
Adenda:
si tuviera que quedarme con un único título, no de primeras veces propiamente
dichas sino de pubertades y adolescencias, el mío sería La Habana para un
infante difunto.
662. Una
escena del noticiero de antenoche en la DW -benditos tú y tus magníficos
profesionales- debería bastarles a los antisemitas de viejo cuño y a los
flamantes, todos tan orgullosos de su estupidez. En un punto de la Cisjordania
ocupada, por donde transitan los muy pocos camiones que llevan comida y
suministros varios a Gaza, se concentra lo peor y lo mejor de la humanidad. Los
unos, violentos y de entraña podrida como su gobierno, que muy bien los
representa, saquean los vehículos y bailan sobre las cajas de comida que yacen
por todas partes mientras que los otros, que como es apenas natural se
avergüenzan de la sinrazón de los colonos y de los que los dejan hacer
-gobierno y Estado-, los escoltan y protegen en la esperanza de que la hambruna
no termine de cebarse en los gazatíes. A mis prójimos, de quienes me declaro
indigno, los de Netanyahu de momento los insultan y les gritan lo que Putin y
su cohorte de asesinos e invasores les gritan a Zelenski y a los ucranios de
bien: nazis. Bastarles, digo, para recapacitar en que ese puñado de buenos y
valientes seres humanos de la carretera de la Cisjordania ocupada justifica la
renuncia definitiva a un odio heredado o adoptado, y ojalá la entonación de un
mea culpa público que los comprometa a no reincidir en la generalización.
Adenda:
a los dos o tres que a tiempo consigan apartarse de la turba antisemita que se
empieza a congregar, les quiero recomendar una feliz coincidencia literaria en
la que acabo de aterrizar. Se titula ‘Los emigrados’, y mucho que promete.
663.
Cada que leo… lo que esté leyendo: un poema, un microrrelato, un cuento, un
ensayo, una novela de corto o de largo aliento o algo que me parece
‘transgénero’ (pongamos Los emigrados), y me estrello con un Toby Shandy
incapaz de hacerle daño a una mosca (¿lo vieron en el numeral 647?) o con un
Henry Selwyn en una escena como en la que a continuación refiero, en quien esos
pasajes me hacen pensar instintiva e indefectiblemente es en Savater y en su
inquina contra los animalistas, a los que mira con el mismo repelús que
experimentan muchos cristianos ante un epiléptico que convulsiona o ante un
enajenado… no religioso como ellos sino psiquiátrico:
“Al
calor de la conversación que se entabló tras estos primeros comentarios
caminamos a lo largo de la verja de hierro que separaba el jardín del parque
abierto. Hicimos un alto. Rodeando un pequeño alisal se acercaron tres recios caballos
blancos, que resollaban y en su trotar levantaban trozos de césped.
Expectantes, se plantaron delante de nosotros. El doctor Selwyn les dio pienso,
que sacó del bolsillo del pantalón, y les acarició los ollares. Viven, dijo, de
mi caridad. El año pasado los compré por unas libras en la subasta, de lo
contrario habrían ido a parar con toda seguridad al desolladero. Se llaman
Herschel, Humphrey e Hippolytus. Desconozco su pasado, sólo sé que al
adquirirlos su aspecto era lamentable. Tenían la piel sarnosa, la mirada triste
y los cascos hechos jirones de tanto permanecer en un campo encharcado.
Mientras, dijo el doctor Selwyn, se han recuperado bastante, y quizá les queden
algunos años de vida feliz. Entonces se despidió de los caballos, que visiblemente
le profesaban gran afecto, y deambuló con nosotros…”.
A ver si
el filósofo de la ética como sólo él la concibe se atreve a desvirtuarle a
Tristram Shandy su imagen-fuerza de cuando tenía diez años, o a rebatirle a
este anciano que acabo de conocer pero que de entrada da la impresión de ser un
hombre dotado de cultura y sensatez su idea de la felicidad como un asunto que
trasciende la esfera de los sapiens y alcanza a otros brutos. Y a ver qué
pastor u oveja elocuente se le mide a la papa caliente de vencer en debate, con
sus majaderías bíblicas sobre demonios y endemoniados, al epiléptico y bipolar
atenuado que gestiona y responde de este blog.
664.
Medioevo Científico y Tecnológico:
“…Estamos
viviendo la época del ‘pensamiento delirante’, que parece una contradicción en
los términos y sin embargo así es: cuanto más ridícula e impúdica sea una
calumnia o una teoría, más posibilidades tiene de prosperar y hacerse viral. Y
como ese es el territorio en el que hoy se dirime la política, los fanáticos se
han acantonado todos allí para escupir sin empacho sus consignas y su fuego
malsano, sus obsesiones, su desafío a la cordura y el Estado de derecho.
Es un
tema del que se está hablando y escribiendo hoy en el mundo entero porque es un
problema global y ya no cabe un libro más sobre él en Alemania, en Italia, en
Inglaterra, en España, en Estados Unidos: el tema de la famosa y manoseada
‘polarización’, que para unos no es sino la decantación por fin de las ideas y
las ideologías, y para otros es una plaga que va a acabar con la democracia y
nos va a llevar al despeñadero del autoritarismo y la opresión.
Lo
curioso es que, aunque parezca lo contrario, la polarización no se da entre
quienes piensan distinto sino entre quienes se comportan igual. El problema no
es doctrinario sino metodológico, porque el fanatismo consiste en el mismo
repertorio de aberraciones intelectuales y morales, no importa qué ideas se
echen en su hoguera y qué discursos se usen para atizarla y soplarla: al final,
su humo asfixiante es solo uno. Por eso se parecen tanto, a veces, los voceros
de ideas contrapuestas: en el fondo su espíritu es el mismo así sus gritos sean
tan distintos” (Juan Esteban Constaín).
Salta
pues a la vista que vivimos tiempos de gran confusión y caos -los
contradictores vocacionales dirán que todos lo han sido-, empeorados por el
hecho de que en cada persona conectada desde sus dispositivos a la red hay un
potencial propalador de infundios y desinformación, y de ahí el creciente
bullicio y la imparable pugnacidad que nadie sabe cómo gestionar. Ese
desconocimiento sin solución a la vista, así como -entre muchas otras- la
realidad descrita en la cita, son lo que me lleva a afirmar aquí que
discurrimos por una segunda Edad Media -con el perdón del prístino Medioevo,
tan en paz (por comparación) al menos con el planeta- si bien científica y
tecnológica, que anda por sus albores. Al rigor de los historiadores
corresponde determinar sus orígenes y estudiar a fondo, transcurrido el tiempo
que haya menester, sus implicaciones y pormenores. Que ya aterran.
665.
Aquí me tienen: acariciando a mi gaTita mientras come -ella sí inocente de
todo- y supongo que rojo de vergüenza por mi ignorancia de lo que ocurre en el
mundo de más allá de lo que los medios de comunicación en los que me informo
(la DW, France 24, Televisión Española, Euronews, Canal Caracol, Canal 1, El
Espectador, El Tiempo, Cambio Colombia, El País de España, Zenda, La
Vanguardia…) consideran el mundo: la guerra provocada por los terroristas de
Hamas en Israel y un Israel comandado por sus terroristas de Estado dispuestos
a cobrarse la venganza hasta en el último postrado en cama y subnormal con
diagnóstico y recién nacido gazatí que se les pongan por delante o se refugien
en una escuela, en un hospital, en una carpa o donde mejor puedan; el riesgo
inminente de invasión y ocupación que hoy sufre Taiwán por parte de la China
cómplice de los rusos, de los que se sirve para saber cómo va a reaccionar
Occidente cuando por fin decida dar el zarpazo; la Rusia de Novichok Putin que
invade y arrasa a Ucrania, donde yo creía que se perpetraba la mayor injusticia
de estos tiempos. Menos mal que para eso están los amigos mejor informados que
uno: para desasnarnos y hacernos trasladar, de mente y de corazón porque cómo
más, adonde peores monstruosidades superan a tamañas monstruosidades:
“…Empecé
a ponerme al día sobre la barbarie en Sudán tras leer un extenso informe esta
semana del organismo de derechos humanos Human Rights Watch. Luego repasé una
docena de artículos en lugares más bien remotos de la web y hablé el viernes
con un alto funcionario de la ONU encargado de distribuir ayuda humanitaria
internacional.
Un
típico ejemplo de las docenas de atrocidades que enumera Human Rights Watch: en
el transcurso de quemar edificios, saquear casas y violar a mujeres en El
Geneina, la capital de Darfur Occidental, las tropas del general Hemeti
entraron hace unos meses en una pequeña clínica improvisada y mataron a 23 de
los 25 pacientes. Una mujer sobrevivió, terriblemente herida; un hombre también,
salvajemente torturado.
Otro
ejemplo, más genérico, relatado por testigos: ‘Primero mataron a los hombres,
luego a las mujeres y finalmente amontonaron a los niños y los fusilaron.
Tiraron sus cuerpos al río’. Ecos aquí de un genocidio cuyos detalles conozco
bien, el de Ruanda en 1994.
Aquí van
unos números de la ONU: ocho millones de sudaneses han tenido que abandonar sus
hogares; 20 millones de niños no pueden ir al colegio; 18 millones, más de la
tercera parte de la población, pasan hambre, y cinco millones están al borde de
la hambruna (a muchos no les queda más remedio que competir con las cabras y
comer pasto). En los últimos 30 años de casi permanentes conflictos en Sudán se
estima que han muerto, por violencia o por desnutrición, unos 2,4 millones,
como 15 veces más que en los conflictos de Israel-Palestina desde 1948.
El
funcionario de la ONU me dijo, desesperado él, que para los pocos fuera de
Sudán que les interesa, el foco está puesto hoy en El Fasher, rodeada por las
fuerzas exterminadoras del general Hemeti. Como en Rafah, las Naciones Unidas
han hecho sus piadosas declaraciones y Estados Unidos ha pedido una pausa para
evacuar a los civiles, pero Hemeti les hace incluso menos caso que Netanyahu,
el primer ministro israelí. La embajadora de Estados Unidos en la ONU avisa que
El Fasher está ‘ante el precipicio de una enorme masacre’.
¿Qué
hacer? ¿Más declaraciones más contundentes, de más países, quizá? ¿Un poco de
presión a aquellos que suministran armas a las partes en el conflicto, como
Irán a las del general Al Burhan o (aunque lo niegan) los Emiratos Árabes
Unidos a Hemeti? Hay abundantes pruebas contra los EAU…”.
Me
avergüenzo de prestarles demasiada atención a mis problemas de salud recientes
y a minucias que sólo a mí o a mi familia conciernen; de desperdiciar tiempo y
sosiego lamentando la perra suerte política de Colombia y de tantos otros
países plagados de abstencionistas y votantes imbéciles; de dejarme irritar por
la afición a los toros de los que, como Savater y Samper Pizano, se emplean a
fondo para convencerse a sí mismos y a los que los leemos de que su taurofilia
es un derecho equiparable al del que come helados por puro gusto o toma trago
de puro contento; de echar venablos por cada poro en contra del cristianismo
racista, aporófobo y farisaico que vota por Trump, Bolsonaro, Miley y el que a
bien tenga ungir Uribe próximamente, y en contra del buenismo de izquierdas que
ve genocidios en Gaza pero no en Sudán porque allá y en el Yemen la guerra es
entre los nadies del sur global y quiénes son ellos para intervenir o siquiera
pronunciarse sobre asuntos que deben dirimir las buenas gentes de aquellos
pueblos; de, en fin, no saber cómo ayudar de hecho a los sudaneses, los
yemeníes, los palestinos, los israelíes y los ucranios arrastrados a las
penurias propias de la guerra contra su voluntad y por designio de los malditos
que los gobiernan y la bazofia ciudadana que con sus vítores los respalda… o
los teme y calla mientras asiente.
666.
Prodigios que sólo me son dables gracias a la literatura -periodística en este
caso-: hallarme entre un par de amigos, ambos de papel, uno vivo y el otro
muerto y ninguno de los dos apercibido de mi presencia; verlos terminar de
tomar algo en un sitio, salir a la calle para que Marías y yo podamos fumar
mientras él y Pérez-Reverte rememoran películas que los dos atesoran y yo
desconozco; instalarnos en otro sitio a cielo abierto, donde echamos un último
trago y ellos dos concluyen, al menos por esa noche, su diálogo con esta
reflexión inarticulada de don Arturo… la cual amerita una respuesta por mi
parte: “Entonces me echo a reír, mientras me pregunto cómo hacen los que no
vieron cine ni leyeron libros para interpretar la vida”.
--Si el
cine fuera el ojo derecho y los libros el izquierdo o viceversa yo sería,
maestro, tuerto y no ciego. Mientras que una mayoría inmensa de seres humanos,
de los en efecto alfabetizados que han existido a lo largo de estos ciento
treinta años de coexistencia de películas y libros serían y habrían sido ciegos
inapelables, como este servidor en la realidad más cruda. Pero ahí los tiene
usted y los conoció el mundo: capeando cada contingencia y trastada de la vida
como mejor pueden o pudieron, ayunos de esto que algunos -muy pocos en
cualquier caso- consideramos imprescindible para ir tirando y no sucumbir en el
intento. ¿Que mi hermano y millardos más no comprenden cómo hay quienes viven
cada día de toda una vida sin el consuelo de sus dioses y su fe? Y sin embargo
aquí estamos usted y yo -estuvo Marías- y otros cuanntos, en absoluto
necesitados de aquello.
667. Que
se enteren los tibios del centro del espectro político acá en Colombia y en
países donde se vota con la sangre caliente que, contrariamente a lo que eso
indica, sí que existe una forma de vencer a la morralla extremista de
izquierdas y de derechas: “…Lo peor es que en el mundo emotivo y crispado de
las redes sociales solo tienen audiencia, repercusión, likes y retuits,
aquellos que ven por un solo ojo y emplean el lenguaje desmedido y grotesco de
la descalificación brutal de una sola de las partes, la adversaria, y disimulan
todos los crímenes del lado que prefieren. Va siendo hora, tal vez, de que
quienes vemos por los dos ojos usemos una jerga que, aunque seamos más mansos y
respetuosos, no ignoramos. Que no crean los camorreros que quienes queremos ser
equilibrados no tenemos convicciones; que no piensen los exaltados que si uno
prefiere el razonamiento y el diálogo -la lengua- es porque no tenemos dientes.
Si solo se oye la violencia verbal de los mordiscos, habrá que aliñar el
razonamiento y la ironía con una que otra dentellada”.
Colombianos
y amigos todos que sin conocernos coincidimos en que jamás hemos votado ni
votaríamos por un Álvaro Uribe Vélez ni por un Gustavo Petro Urrego, es decir
sempiternos votantes en blanco en toda segunda vuelta presidencial: ¿de dónde
nos sacamos un candidato por el estilo de una Cecilia López Montaño o un
Umberto de la Calle Lombana, con la preparación y la decencia de ellos dos
aunque de verbo encendido y de ironía afilada, que con eficacia arremeta contra
cada gansada del paisa y del costeño de altiplano y las aun peores de sus
paniaguados? ¡Pero si ahora es tan sencillo empelotar la ignorancia
desaprensiva de los unos y los otros, para no hablar de sus corruptelas tan
groseras! ¿Vamos a seguirnos creyendo el cuento de que ser de centro consiste
en no meterse en la pelea de puteadero del uribismo y el esperpetrismo? ¡Pero
claro que nos tenemos que meter, sólo que con un candidato y unas bancadas en
el Congreso tan capaces cuanto desapacibles con las embestidas del par de navajeros
y los urras de los que los azuzan, también borrachos, desde sus escaños y desde
sus pantallas! Les propongo que hablemos con, entre otros meritorios de lo que
ojalá un día sea nuestro extremo centro: Héctor Abad Faciolince, Piedad
Bonnett, Andrés Hoyos, Mauricio García Villegas, Armando Montenegro, Carlos
Granés, Alfonso Gómez Méndez aunque antes que nada y primero que todo con
Daniel Samper Ospina -él tiene la clave del modo y el tono de que les hablo-,
para que nos ayuden a pensar en nombres y nos den ideas. Llámenme y nos
concertamos, que el tiempo apremia: 3 16 5 18 90 24.
Adenda:
será tan falsario y en modo alguno de fiar el Esperpetro, que esta es la hora
que nadie sabe a ciencia cierta en dónde nació -para ruina de Colombia y los
colombianos- el fulano aquel.
668. Si
usted es uno de muchos, muchísimos, muchisísimos que todavía no caen en qué
manos torpes y dañinas se debaten hoy la cultura y la educación superior -no la
científica (o no tanto) sino la teórica- en Occidente, lea de Piedad Bonnett en
El Espectador ‘O guetos o inclusión’ que creo que con eso le basta. Si no,
quizá sea porque en usted bulle lo más acendrado de la bobería wokebuenistaempoderada
que, en efecto, se apoderó del discurso y los dividendos que rinden esos dos
sectores, hoy más que nunca confabulados con lo peorcito de la izquierda, que
ya es decir.
669. ¿Ya
vieron -en su columna de El Espectador- al indignado Santiago Gamboa con Vives
y un tal Dangond por haber osado cantar una canción contra lo que los dos
vallenateros y el compositor juzgan la cicatería de García Márquez con Macondo,
el Caribe y Colombia entera? Al samario le recrimina el escritor, con sobrada
razón, que no les cante más bien a los políticos corruptos de su familia que,
ellos sí, tendrían que rendir cuentas por las carreteras y las escuelas que no
han construido y por los dineros destinados para esas y otras obras que por
entre sus manos se esfumaron. Si Carlos leyera -el pobre no tiene tiempo y
sospecho que tampoco cacumen para la vaina-, bien podría haberle replicado a
este novelista menor de la mamertosfera algo por el estilo de: “Claro Gamboa:
cantar con la misma contundencia y valor con los que usted viene denunciando,
desde siempre aunque en voz más alta desde que su votado el Esperpetro ganó y
perdió Colombia, los desatinos, desaguisados y corruptelas de su desgobierno.
Por ejemplo, los trescientos ochenta mil millones de pesos de la UNGRD que se
robaron y utilizaron para sobornar congresistas y otras ‘conciencias’: a usted
le debe el país la voz de alerta sobre ésa y otras ollas podridas porque lo
suyo, y ahí están sus columnas para probarlo, son la objetividad más
independiente a que se pueda aspirar y la lucha a muerte contra la venalidad,
venga de donde venga”.
Adenda(sss):
los esperpetristas de toda una vida, y muchos que alegan que votaron de buena
fe por el Esperpetro , porfían en dizque creer que los asaltos al erario
‘esperpetrados’ desde el agosto aciago de 2022 en que el chusmero se izó al
poder tienen que haber ocurrido a sus espaldas. Que revise la prensa ecuánime y
la de la oposición qué decía cada uno de los que hoy lo absuelven a priori
cuando escándalos semejantes estallaban en las presidencias de Duque, Uribe,
Patraña y Samper, para no remontar más allá las por completo insalubres aguas
hervidas de nuestra historia política. Chévere ver la reacción de cualquier
presidente ante un logro notable de su gobierno si sus subalternos y áulicos
salen a decir, al unísono, que aquello ocurrió sin su conocimiento y que, por
tanto, no se le debe atribuir el mérito a él sino a los buenos oficios de otros
que tal vez no figuran. Lee uno ‘La camarilla que gobierna a espaldas de Petro’
y resulta imposible no sentir que la misma María Jimena Duzán que con valentía
había empezado a honrar su labor periodística e investigadora con sus denuncias
y opiniones bien fundadas sobre este gobierno fallido, ahora quiere hacer
aparecer al principal responsable como víctima de unos infiltrados ávidos de
poder y malquerientes del Pacto Histórico. Como quien dice: si el fulano se
desaparece y desatiende sus deberes para darles rienda suelta a sus adicciones
de toxicómano, la culpa es de quienes intentan guardarle la espalda mintiéndole
al país. Que aleguen la mentira de la “buena fe” los votantes incultos de un
Miley que no lo conocían de nada o en cualquier caso de muy poco: ¿pero los que
votaron para presidente por el peor entre los más malos alcaldes que ha tenido
Bogotá y, por contera, “ex” Guerrillero ufano?
670.
Entre un escritor que eclosiona en el mundo editorial y en el de las ideas con
el tatuaje ‘mamertosfera’ o ‘fachosfera’, el cual conserva a lo largo de su
vida productiva y muere con él en la piel inscrito, y uno -un Lugones- que
recorre el espectro político entero de izquierda a derecha o de derecha a izquierda,
me quedo con el que mucho dudó de lo que para el otro son certezas
incuestionables de carácter religioso. Que, por consiguiente, deben estar por
encima y fuera del alcance de toda prueba o evidencia fáctica que se las haga
tambalear.
671. Qué
raro e inexplicable me resulta que haya alcaldadas (remítanse, los interesados,
a las del Esperpetro en Bogotá) pero no ‘presidentadas’ (cualquiera que oiga
noticieros o lea periódicos colombianos dará a diario con entre una y varias
desde el aciago agosto de 2022 en que 11 millones y pico de desaprensivos,
cuando no de feligreses bautizados en la mamertosfera, entronizaron al chusmero
en Casa Nari). Notifico a la RAE de que para mí este sustantivo femenino es ya
un neologismo.
672.
Amigos todos del mundo entero -y en particular del hispano- que conocen de
fuentes fiables las amenazas de este presente por entre el que chapoteamos:
hagan el favor de nunca discutir con los idiotas útiles y con los disfrazados
de idiotas útiles de Putin que abogan y dan la lata con su cantinela de que
Ucrania debe sentarse a negociar la paz con los invasores y asesinos del
Kremlin, sin que antes los que pretenden ser sus interlocutores hayan leído y
respondido, y por escrito, de la primera a la última pregunta formuladas por
Javier Cercas en su artículo titulado ‘Las preguntas del pacifismo’. El
propósito de mi petición es velar por su bienestar físico y mental ya que, al
desactivar de entrada la sinrazón de los pelmazos y los cínicos, usted se verá
librado de sus presencias infaustas en mucho menos tiempo que el que le
llevaría cualquier intercambio verbal con ellos. Es más: yo que ustedes, no
bien intuya las ganas de pontificar del pesado, me pongo a silbar un tango o
saco el celular y hago como que me enfrasqué en la contemplación del culo de
una famosa inalcanzable -más él que ella-.
673.
Poco antes de terminar la secundaria, tuve que tomar la primera decisión de
veras importante de mi vida: qué estudiar; porque lo de ir a la universidad
estaba igual de claro en mi mente que el tipo de muchachas y de mujeres que me
gustaban y me siguen gustando. De modo que la dificultad de la decisión
estribaba más en el qué que en el dónde, dado que dinero no había para una
matrícula en una universidad privada “de prestigio”, lo que por otra parte
tampoco me seducía mucho. Les diré, en consideración a la brevedad que
propugnan estos desahogos, que descarté dos de las tres universidades públicas
de Bogotá y opté por la Pedagógica, pues llegué a la conclusión de que a través
de la enseñanza iba a lograr lo que quería para el resto de mi vida: aprender a
diario y sin tregua. ¿Pero aprender qué? En principio inglés y español, además
de latín y literatura, asuntos todos que me hacían exultar con sus promesas,
que se quedaron bastante cortas frente a lo mirífico de sus realidades. Hoy, a
treinta años de que me hubiera embarcado en aquella dichosa aventura, sé que
acerté de plano con la escogencia y antes que nada por la literatura, la cual
se basta por sí sola para abrirle al que a fondo y sin desvelo la cultiva las
puertas de “todos” los demás saberes. O si no que lo digan estos apuntes que
extracto de la cátedra que acaba de sentar un ante todo lector avisado y
escritor prestigioso, los cuales suscribo salvo por un reparo que les opongo:
“Tras el
atentado esta semana contra el primer ministro eslovaco, Robert Fico, tal vez
seamos muchos los que hemos intentado no pensar en 1914: y seguro que somos
muchos los que no lo hemos conseguido. Un atentado en un país centroeuropeo,
llevado a cabo por un individuo radicalizado, consecuencia de una realidad
polarizada y tensa: sí, definitivamente lo hemos visto antes. Así, con el
asesinato de un hombre importante en un momento de volubilidad alta, con los
fantasmas de la violencia entre naciones flotando en el ambiente, estalló en
Sarajevo la guerra que desde entonces ha definido nuestra vida. […]
Sin la
Primera guerra no se puede explicar el surgimiento de Hitler, que se alimentó
del resentimiento de los humillados en Versalles, de la depresión económica que
causó la derrota y de la teoría conspiranoica de la ‘puñalada por la espalda’:
la Dolchstosslegende, que así ha pasado a la historia, era la leyenda según la
cual Alemania no perdió la Primera guerra en el campo de batalla, sino
traicionada desde sus propias ciudades por una alianza entre judíos y
socialistas. De manera que no: sin la Primera guerra no se puede explicar
Hitler, ni tampoco el nazismo, ni tampoco la Segunda. ¿Es posible explicar el
Holocausto sin la Primera guerra? Tal vez sí, pero es difícil. Y, como no se
puede explicar la creación del Estado de Israel sin el Holocausto, no se puede
explicar tampoco el ataque terrorista que perpetró Hamás el pasado 7 de
octubre. Con lo cual uno podría trazar una línea -indecisa y fluctuante, pero
línea al fin y al cabo- entre el asesinato de Francisco Fernando y su esposa
Sofía en Sarajevo y la guerra cruel de Israel en Gaza. Que tendrá consecuencias
de espanto: pero todavía no las vemos.
Leer la
historia así, como una relación inevitable de causas y consecuencias, es muy
tentador, porque los seres humanos tenemos un sesgo narrativo inevitable:
preferimos siempre un relato claro sobre lo que somos o nos pasa, entre otras
razones porque nos permite dedicarnos a una de nuestras actividades
predilectas: establecer culpables y castigar o absolver. Pero la historia, que
se ve tan ordenada cuando ha pasado, nunca es ordenada cuando sucede, porque en
cada momento se pueden dar todas las posibilidades. […]
Pero lo
importante es otra cosa: que la historia está en constante movimiento, que el
encadenamiento de sus hechos nunca es previsible, que se puede imaginar un
futuro distinto. Y nos corresponde a todos, por lo tanto, permanecer vigilantes
y exigir vigilancia a los que nos gobiernan. Pues en cada momento estamos sembrando
el futuro.”
Para
empezar, apreciado Juan Gabriel, partir de la afirmación en modo alguno
descabellada de que nos corresponde a todos mantenernos vigilantes para exigir
vigilancia a los que nos gobiernan es partir, de entrada y sin embargo, de una
realidad inexistente y de un deseo irrealizable porque ese no es, ni en los
sueños del más optimista de los hombres, el tipo de ciudadano medio del mundo…
tampoco del del primer mundo. Por tanto, al no haber un número siquiera
suficiente de ciudadanos que vigilen y exijan a sus gobiernos vigilancia, ni
tampoco un número siquiera suficiente de gobiernos que vigilen aun cuando sus
ciudadanos no se lo exijan, no me parece desatinado controvertir el aserto de
que el encadenamiento de los hechos históricos nunca es previsible, e intento
explicarme.
Con el
desenmascaramiento de sí mismo que protagonizó Putin hace ya unos buenos años y
sus subsiguientes tropelías en tantas partes, pero ante todo con su invasión
desde donde se la mire injustificable y criminal de Ucrania, ¿no son
previsibles, le pregunto, las consecuencias catastróficas que de aquello se
pueden derivar; desde un ataque atómico si el engendro no obtuviera lo que
pretende, hasta la invasión a Taiwán de la China que observa y toma nota, o la
declaración de la Tercera Guerra Mundial de resultas de una línea roja que ex
profeso cruce el Kremlin en cualquier parte y cuyo desenlace, él sí, cabe
calificar de imprevisible? ¿O el futuro más que amenazador que se cierne sobre
los judíos que viven en países en los que el antisemitismo siempre ha existido
y no se diga ahora, con el agravante de la guerra y la carnicería en Gaza, que
para los antisemitas vocacionales no comenzó el 7 de octubre de 2023 con las
abominaciones cometidas por los yihadistas en suelo israelí?
Ahora:
el que pese a todo esto la historia tome otro rumbo -ojalá uno menos ominoso-,
no desvirtúa en absoluto la previsibilidad de lo que los hechos presentes
auguran. El error consistiría, más bien, en aseverar a pies juntillas uno, otro
o cualquier desenlace de varios posibles.
674.
Transcribo y respondo, por supuesto que desde mi -nuestra- atalaya: “Cuando
tenía cinco años una vecina del poblado me abrió la puerta. Ella echaba de
menos a sus hijas y yo echaba de menos alguna amiga con quien jugar. Éramos
pioneras de aquel pantano entonces sin poblar. La mujer me tomó tan en serio en
nuestra conversación que, fascinada con ese trato, acudí cada día a la misma
hora como si fuera una cita. Fue la gran enseñanza de mi vida: las amistades no
tienen edad y quien lo cree y solo se relaciona con los de su quinta pierde en
perspectiva y experiencia. Otra amiga, en este caso una mujer entrada en los
ochenta que fuera catedrática de Física, confiesa que si a su edad le cuesta
salir y relacionarse es porque en las tiendas, en las peluquerías, en la
farmacia, al dirigirse a ella la gente eleva el tono de voz, como si fuera
tonta o menor de edad, y ese tonillo que la rebaja a no se sabe qué condición
inferior ha acabado por condenarla a no disfrutar de conversaciones
interesantes. No se sabe a qué edad se empieza a considerar que una persona no
entiende bien los mensajes…”.
La
verdad es que sí se sabe, apreciada Elvira Lindo: si se es ciego -niño o niña,
hombre o mujer- o algo “peor” a los ojos de “la gente” -down, autista…-, tal
presunción no conoce edad pues sus efectos se sufren, digamos, desde que se
tiene conciencia y hasta que se pierde… cuando se pierde. Y nos los infligen
tanto los iletrados como los posdoctorados, pasando por bachilleres, eruditos
en esto o en lo otro y sabios de renombre y pergaminos. Por fortuna existen,
curiosamente más entre los iletrados que entre los posdoctorados, los eruditos
y los sabios, algunos seres miríficos como su amiga adulta de cuando usted era
una párvula. Mi corazón atesora -y de momento también mi memoria- cada bello
hallazgo de inteligencias desprovistas de prejuicios y miramientos, al menos
con la ceguera. Un brindis por su primera amiga y por los míos, hoy por
desgracia incorpóreos en su gran mayoría.
Adenda:
por lo que se refiere a su amiga octogenaria, bueno sería saber si ella se
condujo con otros de la forma que hoy la lastima pues, si ese fuera el caso, se
me antoja que merecido lo tiene como merecido lo tendrán todos los simples con
o sin academia que en el presente tratan a otros como no querrán que los traten
a ellos mañana. A mí los que me duelen de veras son su amiga adulta del pueblo
y los míos tan entrañables, cuyo respeto por el otro no los libra -no los habrá
librado- de la tontería de los prejuiciados.
675.
¿Saben ustedes cómo leen una feminista militante y un machista recalcitrante?
Conociendo de antemano, antes de desplegar por primera vez el título Equis de
la escritora Equis y el título Ye del escritor Ye, qué y quién tiene más mérito
que qué y quién. Puestos a comparar, la feminista recalcitrante y el machista
“militante” leen del mismo modo en que votan los feligreses de la mamertosfera
y los reclutas de la fachosfera: con absoluta previsibilidad. La argumentación
inteligente se reserva para la feminista moderada y el machista manso que leen,
y el voto informado y adulto para el ciudadano que merece el nombre.
676. “La
escritura, cuando manejada adecuadamente (como pueden ustedes estar seguros de
que creo que lo está la mía), no es más que un nombre diferente que se le da a
la conversación. Y al igual que nadie que se sabe en buena compañía se
atrevería a hablar sin parar y a decirlo todo él,-así ningún autor que
comprenda bien cuáles son los límites del decoro y de la buena educación
presumiría de pensarlo todo él. La mayor y más sincera muestra de respeto que
se le pueda dar al entendimiento del lector consiste en repartir amigablemente
con él esta tarea y en dejarle imaginar algo a su vez: tanto, casi, como el
propio autor. Por mi parte, estoy continuamente haciéndole cumplidos de esta
índole y hago todo lo que está en mi mano para mantener su imaginación tan
ocupada como lo está la mía": ¿nunca sufrió usted, querido y admirado
Shandy, ni se enteró de que a su demiurgo le ocurriera, un pelmazo de los que,
estén con quien estén -un sabio, un erudito-, se desatan a hablar sin que nadie
ni nada -ni siquiera un ictus- los pueda atajar? Le cuento que yo conozco a
entre muchos y demasiados y los recuerdo como se recuerdan las peores
pesadillas y los días de perros: con lujo de detalles, o sea con nombres y
apellidos. Y una infidencia: profeso por mis escritores-referente de ficción y
por mis escritores-referente de opinión gran cariño y respeto pero ningunas
ganas de conocerlos en persona, y la razón es que no me quisiera desencantar de
los no pocos de ellos que seguramente padecen y por ende infligen a los demás
su complejo de catedrático. Que escriban pero no abrumen.
677.
Charlando acá con Sterne de todo un poco me dice, a propósito de nadie en
particular o de alguien al que le perdí la traza en su relato: “Algunos hombres
no pueden soportar verse superados”, pero yo no pienso en hombres sino en
homúnculos. De izquierda a derecha, si bien en compartimientos idénticos de
mediocridad: Petro, López Obrador, Miley y Trump. Tristes -harto dañosas, eso
sí- partículas de arena en el desierto de la megalomanía de los sapiens.
678. Les
vendría muy bien a los fanáticos cristianos que idolatran y por supuesto votan
por Trump, Bolsonaro, Miley, Bukele y otras antítesis de Cristo en la tierra; a
los sectarios de izquierdas de Occidente que se juntan con lo otro igual de
impresentable del mundo de la política en Oriente y Occidente (las dictaduras
rusa, china, norcoreana, iraní, saudí… cubana, nicaragüense, venezolana…) que
se sirvan de un lector inteligente y objetivo que les enseñe a leer este pasaje
del Tristram Shandy de Sterne en que el padre y el tío del protagonista, un
médico ultracatólico y un hombre sencillo que ya les presento comentan un
sermón sin desperdicio que versa sobre la conciencia, ese asunto tan demasiado
espinoso que sin embargo muy poco inquieta a los unos y a los otros. Tampoco a
tantos soldados rusos, israelíes o de cualquier otra nacionalidad que se
plantan en las antípodas morales de quien aquí lee y habla:
“…-‘¿En
cuántos reinos del mundo’-[Aquí Trim se puso a mover la mano derecha haciéndola
ondular hacia adelante y hacia atrás (desde el sermón hasta donde le alcanzaba,
extendido, el brazo), y no cejó en su vaivén hasta el final del párrafo.]
-‘¿En
cuántos reinos del mundo ha tenido clemencia para con la edad, el mérito, el
sexo o la condición la cruzada espada de este santoandante descarriado?
-Mientras combatía bajo el estandarte de una religión que le dejaba actuar
libre e impunemente en pro de la justicia y de la humanidad, no mostraba ni lo
uno ni lo otro; despiadadamente pisoteaba y humillaba a ambas,-y ni prestaba
oídos a los lamentos de los desventurados ni se compadecía de sus infortunios’
[Con el
permiso de usía, yo he tomado parte en muchas batallas, dijo Trim lanzando un
suspiro, pero nunca en una tan triste y sanguinaria como ésta;-contra esa pobre
gente no habría apretado el gatillo ni una sola vez,-ni aunque por ello me
hubieran nombrado comandante en jefe.--¿Cómo dice usted? ¿Qué sabe usted de
este asunto?, dijo el doctor Slop mirando a Trim con más desprecio, quizá, del
que el honrado corazón del cabo se merecía.--¿Qué sabe usted, amigo, de la
batalla de que se está hablando?--Sé, repuso Trim, que nunca, en toda mi vida,
le he negado cuartel a un hombre que me lo implorara;-pero a una mujer o a un
niño, prosiguió Trim, antes que levantar mi mosquete contra ellos me dejaría
matar un millar de veces.--Aquí tienes una corona, Trim, para que esta noche
eches un trago con Obadia, le dijo mi tío Toby; a él le daré una también.--Que
Dios bendiga a usía, contestó Trim,-pero les sería de más provecho a esos
pobres niños y mujeres.--Eres un hombre honrado, le dijo mi tío Toby.-Mi padre
asintió con la cabeza,-como diciendo:--Ya lo creo que lo es.”
Ignoro
si existen documentales recientes sobre soldados rusos, israelíes o de
cualquier otro país hoy en guerra que, incapacitados moralmente para cumplir
las órdenes criminales de un superior, prefirieron caer en desgracia antes que
desobedecer las no escritas leyes de los dioses por las que se rigen Antígona,
Trim, el capitán Alatriste y los de su estirpe; lo que en cambio sé de sobra es
que en esos y en todos los ejércitos un documentalista acucioso encontraría aun
cuando fuera un ejemplo elocuente del tipo de ser humano que no precisa de
pastor o Gran Hermano que le transfunda su ley moral, junto con las formas de
traicionarla.
Adenda:
si el mundo estuviera poblado exclusivamente por Castaliones, Tobys Shandys,
Sancho Panzas, Quijotes y los de su estirpe, ¿qué falta haría la promulgación
de cualesquiera derechos: del hombre, humanos, de los niños, de la naturaleza y
los animales -mal que les pese a los anacrónicos antropocentristas tipo Savater
y a los codiciosos-? Sin embargo y en vista de que los faros morales -no
confundir con los sepulcros blanqueados de la religión y de la política- que
durante milenios han iluminado las lobregueces de la especie no llegan ni con
mucho a un uno porciento, preciso es seguir porfiando y sin que importe que,
por cuenta de las matemáticas, la lucha haya estado y vaya a estar sin remedio
perdida de antemano.
679.
¿Qué se le agrega a la completitud… con un desbarre?:
“…pues
las leyes humanas no son el resultado de una elección libre original, sino el
de la pura necesidad de poner límites a los perjudiciales efectos de aquellas
conciencias que no constituyen ley para sí mismas; y están ideadas con el buen
propósito de que, merced a las numerosas cauciones estipuladas de antemano,-en
aquellos casos de corrupción y de extravío en los que ni los principios ni el
freno de la conciencia lograrán enderezarnos,-suplan la fuerza de éstos y,
mediante los horrores de la cárcel y la soga, nos obliguen a seguir por el
camino recto. […]
-Y por
tanto, al igual que no podemos confiar en la moral sin la religión,-así tampoco
podemos esperar nada de la religión sin la moral; y, sin embargo, no hace falta
un prodigio para ver que un hombre cuya reputación moral está a un nivel
bajísimo tiene, no obstante, la más alta opinión de sí mismo como hombre
religioso.
-No sólo
será ambicioso, vengativo, implacable,-sino que incluso carecerá de los rasgos
más elementales de la rectitud; y, sin embargo, como habla en voz muy alta
contra la falta de fe actual,-como es celoso en el cumplimiento de algunos preceptos
religiosos,-como va a la iglesia dos veces al día y recibe los sacramentos
puntualmente,-como además se divierte observando a rajatabla unas cuantas
reglas secundarias y elementales de la religión,-engañará a su propia
conciencia con la idea de que, por todo esto, es un hombre religioso que en
verdad ha cumplido con sus obligaciones para con Dios. Y comprobaréis que ese
hombre, en virtud de esta errónea ilusión, suele despreciar con espiritual
orgullo a todo aquel que no afecte tanta devoción,-aun cuando moralmente sea
quizá diez veces más recto que él. […]
-Y, en
vuestro propio caso, recordad bien y meditad sobre esta sencilla distinción (no
hacerlo como es debido ha sido la perdición de miles):-que vuestra conciencia
no es ley.-No, Dios y la razón hicieron la ley, y en vuestro interior han
colocado la conciencia para que determine y decida;-pero no a la manera de un
Cadí asiático, según el menguante o creciente de sus propias pasiones,-sino
como un juez británico de los que, en esta tierra de libertad y sentido común,
no establecen nuevas leyes, sino que fielmente promulgan y sirven a aquella
otra que saben que ya está escrita.”
Al mundo
le sobramos, mal contados, un 99,2% de los humanos y al sermón de los
reverendos Sterne y Yorick apenas un 0,8% de su contenido, porcentaje confinado
en la frase “no podemos confiar en la moral sin la religión”; un aserto que
obedece al milenario prejuicio del pío frente al impío. ¿Que el musulmán Equis
y el católico Ye, el mamerto Equis y el facho Ye se conducen según los
preceptos de sus credos y sus militancias?: como debe ser. ¿Que una atea o una
escéptica religiosa y por contera alérgica a las colectividades políticas,
aunque votante y ciudadana cumplidora de sus deberes constitucionales, observa
además la castidad -pobre mojacha- que prescribe el islam, la caridad
cristiana, el respeto por el otro aunque con preferencia por los animales y sus
hábitats?: loable y aleccionador.
Adenda(s):
un 5 rotundo y sin atenuantes para el estudiante capaz de reescribir -de acomodar-
el fragmento de este sermón de los reverendos Sterne y Yorick a las
mezquindades de la Iglesia de la mamertosfera, cuyos feligreses merecen con
creces que en él se los incluya. Si transcurrido un tiempo prudencial no recibo
intentos de valía… Me postulo para administrar la soga en un nuevo orden global
que ahorque de día y de noche, del 1 de enero al 31 de diciembre y sin
distingos de ninguna índole a los indeseables y a los inocuos, hasta que sobre
la Tierra resuellen únicamente los más o menos setenta millones de buenas
conciencias que nos justifican y redimen. Una vez adelantada la tarea
escrupulosamente, sólo será cuestión de disponerla para mí. Palabra de honor.
680.
“Hay conflictos que por la manera como se tramitan agravan el problema inicial
en lugar de resolverlo. Eso pasa a veces en las relaciones de pareja. La
divergencia entre ambos es X, pero la agresividad con la que se discute crea
nuevas heridas, de tal manera que la divergencia ya no es X, sino X+1, o X+2.
El mal trámite de lo que los separa no mejora las cosas y lleva a la pareja a
un punto de no retorno”: me habría gustado saber qué cara puso mi amigo el
‘psicólogo’ cuando, tras esta reflexión suya tan certera, le hice un recuento
en cierto modo pormenorizado de los términos en que “acabaron” algunos de mis
noviazgos, devaneos o ¿simples? Intercambios de material genético. “Jamás con
una ofensa en ninguno de los dos sentidos; jamás con el dramatismo propio de
esas situaciones; jamás con hartazgo de mi parte o con la más mínima traza de
arrepentimiento por mi prisa a la hora de propiciar acuestes de escalera o
inmersiones de pie, igual de deliciosas, en esos lugares de todos y a la vez de
nadie: jamás, hermano, con palabras injuriosas de las que abren heridas que no
se cierran o sanan mal”. De modo, ex bellezas, ex mojachas, que aquí sigo:
recordándolas a todas con la fuerza de la nostalgia y a cada una con la
particular grima de lo que no se hizo o se dejó a medio hacer.
681. Me
cuenta el doctor Moisés Wasserman que recientemente, a él y a otros que
ejercieron su derecho de opinar argumentadamente sobre el asunto este tan
bochornoso de la elección de rector en la Universidad Nacional, los insultaron
y descalificaron con la bajeza tan propia de estos tiempos, a él llamándolo
“senil” los menos temerarios e irrespetuosos. Jóvenes y muy jóvenes hijos de
este presente de largo aliento en el que ser joven se mide por lo común en lo
de siempre (el trago que me llego a zampar en una fiesta, los polvos que soy
capaz de echarme en una noche, la ropa que vista y el peinado por que opte: de
música nacieron huérfanos los pobres), mas no por la calidad del alimento que
le procure a la pizca de inteligencia que logré arañar en la repartija
genética:
“…Como
las hormigas que, al cambiar de nido, cargan con los huevos y larvas, así hemos
hecho otros a lo largo de las décadas con nuestra biblioteca. Antaño tener en
casa una biblioteca confería prestigio. Se nos educaba en la convicción de que
el conocimiento, cuyo abrevadero primordial eran los libros, se debía almacenar
en el cerebro, lo que obligaba a la lectura y el estudio con vistas a la
memorización. Contra lo que sugiere la pedagogía posterior, no considero que el
esfuerzo resultara perjudicial ni mucho menos improductivo. Hoy se prefiere
depositar la sabiduría fuera de los cerebros y que los ciudadanos, dispensados
de erudición, acudan al lugar correspondiente (Wikipedia, aplicaciones,
buscadores de internet) a saciar su necesidad de datos. Ya Platón imaginó un
ámbito de las ideas al margen de los sujetos, lo que conlleva un serio
inconveniente: los conceptos se tornan información no vinculada a la
experiencia; la información tiene dueños; los dueños imponen sus tarifas y
condiciones, y crean dependencia en los usuarios.
La
enciclopedia Focus se la compraron mis padres a un vendedor a domicilio. Llamó
al timbre, nos encandiló con su facundia mientras pasaba las páginas sembradas
de hermosas ilustraciones. Insistí en la compra a sabiendas del dispendio que
implicaba para nuestra modesta economía. Mis padres se persuadieron de que yo
estaba resuelto a trasladar el contenido de aquellos gruesos tomos a mi
cerebro. Es lo que entonces se entendía por aprender. Les agradezco mucho que
así lo creyeran”: y yo a usted, maestro, al igual que a Arturo Pérez-Reverte, a
Juan José Millás, a Fernando Savater, a Manuel Vicent, a Alfonso Gómez Méndez,
a Moisés Wasserman y a todos mis referentes de opinión por sus enseñanzas y
sabiduría.
Deseada
muchacha, estimado muchacho, mojachos todos que “estudian” esto o lo otro en
donde sea: con objeto de que en la eventualidad de un apagón planetario el
gramo de cerebro que de momento los constituye no se les funda a la par con sus
dispositivos, fíjense en los nerdos de sus clases y comiencen a emularlos y a
reflexionar en la verdad grande como un estadio de que una vida académica sin
referentes intelectuales está más vacía que la de un Elon Musk con sus cientos
de miles de millones de dólares y la muerte por medio. ¿Qué se creyeron: que
porque trajinan con sus pantallitas desde que se despiertan hasta que se
duermen -los que duermen- lo saben todo de la perra vida? ¡Pero si un 99,5 de
ustedes, pobres pimpollos ufanos y desangelados, lo desconocen todo de lo
mínimo que se debe saber! Para empezar e ir terminando, cómo no ofrecerle con
mansedumbre la cabeza al verdugo cuando voto o me abstengo. De modo que a
mermarle a lo que juzgan equivocadamente irreverencia y a dedicarle tiempo y
pasión a lo que tal vez los salve cuando la quimera que es la juventud se les
haya o la hayan disipado: el aprendizaje que merece el nombre y otras
“inmaterialidades” igual de valiosas.
Adenda:
un buen comienzo sería leer de Leila Guerriero en El País de España ‘Pasar al
otro lado’, para que se enteren de buena fuente y en un pispás el trecho ínfimo
que los separa de que futuros insolentes los desechen a ustedes, y con razón si
no despabilan, por seniles y vetustos hallándose aún muy lejos de los rigores
propios de la vejez.
682. A
falta de muchachas y mujeres de las tan particulares que me soliviantan la
libido, de ganas de asistir a ferias del libro o a congresos literarios, de
ciertos entusiasmos del cuerpo y la mente o de la mente y el cuerpo que en un
pispás se me traspapelaron, de la necesidad de reconocimiento del que escribe o
cultiva un arte, de la certidumbre sobre la probidad de organizaciones o
fundaciones que pregonan que se dedican a salvar animales y ecosistemas, de
utopías personales o de Sancho Panzas que me ayuden a fomentarlas y echarlas a
andar, yo podría gastarme los 5 pesos por los que trabajé tan duro en esto que
retrata el artista, quien no obstante no tuvo que disuadirme porque ya
disuadido estaba:
“Hoy se
vive con la convicción de que cualquier cosa que pienses o decidas lo acaban de
pensar y decidir también millones de personas en este preciso momento. Adonde
quiera que vayas ese lugar ya ha sido ocupado por la masa de la que tú
participas sin darte cuenta. La cultura moderna viene impulsada por el deseo
irrefrenable de estar en varios sitios a la vez, porque crees que lo mejor y
más divertido siempre sucede en otra parte, en otra fiesta. El turismo tan
beneficioso en otro tiempo está a punto de convertirse en una amenaza. ¿Dónde
se encuentra ese cuadro famoso que buscas en el museo? Está detrás de cinco
filas de cogotes que te impiden contemplarlo. Grita y agita el brazo entre
medio centenar de clientes agolpados en la barra si quieres que el camarero te
atienda. A esa playa desierta adonde deseas ir ya lo han deseado antes que tú
varios millones de turistas. Has llegado tarde. No sueñes con poder extender la
toalla. ¡Póngase usted a la cola! Esta será, tal vez, la última orden taxativa
que oirá el ciudadano que quiera contemplar el espectáculo del fin del mundo.
Será la misma cola que se va a establecer para entrar en el infierno. El
turismo de masas está creando una sensación de angustia, muy próxima al pánico.
Se trata de ese sexto continente flotante, maleable, que se expande de forma
exponencial por todos los ámbitos del planeta y arrasa con todo por donde pasa.
Se le ve bajar de los aviones, llegar en tren a las estaciones, atascar las
autopistas, desembarcar de todos los cruceros e invadir en orden de combate
plazas y jardines, terrazas, estadios y playas, encaramarse como la hiedra por
los hoteles y apartamentos. En el fondo las guerras siempre se producen por
reconocimiento de la tribu y por defensa del territorio. De hecho, las
manifestaciones contra el turismo masivo acaban de empezar. Puede que la
reconquista del propio territorio por los habitantes del lugar genere un choque
de masas contrarias y esa será la guerra que nos faltaba.”
El colmo
de una paradoja: nacer pobre casi de solemnidad y crecer anheloso de lo que no
se puede pero dispuesto a conseguirlo mediante el empeño del que se sacrifica;
conseguirlo al fin y tras muchos desvelos y, cuando ya se tiene, no poder
disfrutarlo según se proyectó por culpa de la marabunta que viaja de prestado y
sin mayor criterio. El colmo de la tontería del que se siente imbuido de
criterio: ellos allá, felices y despreocupados de sus excesos, y yo acá,
mortificado por su fiesta en lugar de estar en ella. Jodida -aunque necesaria-
conciencia planetaria.
683.
Existe una fórmula infalible para saber si un periodista u otro opinante con
repercusión en los medios es de veras de los míos, o sea de los respetables del
centro del espectro político, o sea de los que no están dispuestos a transigir
o siquiera a darles el beneficio de la duda a los canallas de un extremo ni a
los del otro. Leer con los radares de la forma y el fondo encendidos o escuchar
con toda la atención del caso al periodista Equis o al opinante Ye sobre una
coyuntura en particular -el deseo del Esperpetro de atornillarse en el poder-,
y cotejar lo que esa persona argumenta o calla en la actualidad con lo que
argumentó o calló en el pasado en una coyuntura análoga o hasta idéntica -el
deseo de Uribe de atornillarse en el poder-. Los maquillados de objetividad y
equidistancia podrán pasar de agache ante otros que se las otorgan de antemano
y a perpetuidad pero no ante mí, que los leo y escucho con el mismo despabile
con que hoy leo a Sterne, Sebald, Knausgard y Ribeyro.
684. Qué
ciertos y problemáticos resultan a un tiempo los argumentos y las razones
aducidos por Daniel Samper Pizano en su columna titulada ‘Prohibir el ballet’,
en la que, tras un ejercicio la mar de imaginativo generado no con inteligencia
artificial sino cerebral -la del columnista-, se lee:
“’Prohibido
prohibir’ gritaron en 1968 los franceses, sabiendo que la prohibición es la
inútil receta populista contra todos los males. Entre 1919 y 1933 Estados
Unidos vetó el alcohol y, como resultado, las mafias se volvieron
todopoderosas. En Colombia eran delitos el adulterio y el homosexualismo: ambos
florecieron. La droga está acabando con nuestros países, pero por su ilegalidad
más que por sus efectos. Hoy crucifican a los banderilleros. Mañana será a los
que coman carne. Pasado mañana a los que piensen distinto. No entienden que la
democracia consiste en que todos quepan, no solo los que más redes tengan.
Son
pocas las actividades y valores humanos que no exigen sacrificio o dolor propio
o ajeno. Algunas alcanzan tal refinamiento que merecen llamarse artes. Sin
embargo, lo que degrada a una sociedad no es la lesión de una bailarina ni la
muerte de un toro, sino la violencia generalizada y el imperio del delito.
Como la
libertad representa también un alto valor humano y social, es preciso anteponer
este derecho a la molestia que ciertas actividades suscitan en algunos sectores
de opinión.
Así,
pues, en materia de gustos, que cada quien escoja el suyo. Si le place lo que
ve, que se quede y disfrute; si se siente ofendido, que continúe en santa paz
su camino…”
Bajo el
paraguas que ofrece con mano generosa su artículo se pueden guarecer, apreciado
Daniel, Dios y el diablo, cada uno con sus súbditos y opositores. Yo por
ejemplo ya me puse en contacto con mi compadre Humbert Humbert y con los
millones de ninfulómanos que conozco -más vilipendiados y perseguidos que
ustedes los taurófilos-, para que en gavilla arremetamos contra la obligación
que le asiste a la justicia a la hora de salvaguardar la integridad de los que
“todavía” no se pueden defender de los caprichos de quienes, como ustedes y
nosotros, anteponemos nuestro hedonismo a cualquier reparo o cortapisa de índole
moral o penal. Ah, y le cuento que me llamó, pletórico sería poco decir, el
autor de un mejor cuento del mundo -que quizás usted conozca- titulado ‘El
ciego perfecto’, dizque para que yo le hablara a usted de él y de la genialidad
de divertimento que su par de criaturas protagonistas idearon. Me encareció que
le dijera que él a ese juego le ve todas las posibilidades de convertirse con
el tiempo en un espectáculo de masas digno de ver y de pagar por ver, y la
verdad maestro es que Fernando Morales está en lo cierto. Échele una leída y
conversamos a ver qué más se nos ocurre. Y ahora sí lo último: ¿se enteró de
que por cuenta de su columna los dueños de las galleras y los aficionados a las
peleas de perros andan alborotados y repitiendo, de memoria, las palabras del
último párrafo: Así, pues, en materia de gustos, que cada quien escoja el suyo.
Si le place lo que ve, que se quede y disfrute; si se siente ofendido, que
continúe en santa paz su camino…? Tocará decirles, para quitárnoslos de encima,
que lo de ellos, muy al contrario de lo nuestro, no es ningún arte milenario y
ni siquiera puede aspirar a serlo.
685. No
digo que al jurado pluricéfalo de un reinado de belleza que goce de
reconocimiento le quede fácil la elección de la ganadora, cuando por el camino
ha tenido que ir dejando diseminados amores propios y caracteres caprichosos
muy magullados. ¡Pero es que esto de escoger a solas -se desprende que sin
ninguna deliberación- al mejor de entre más o menos cincuenta columnistas de
opinión -que son los que leo semanal o habitualmente- rebasa cualquier
ejercicio de objetividad, que es precisamente de lo que no se trató en lo
acometido en el numeral 614 y ratificado en éste!:
“…No. Lo
que hace Rusia en el terreno internacional solo tiene explicación si lo vemos a
través del prisma de la irresponsabilidad infantil. ¿Por qué se portan tan mal?
Porque pueden, ya que poseen la bomba, pero ante todo por jorobar. Jorobar por
jorobar porque, como la guerra de Ucrania, carece de todo sentido.
Porque
así son, hace tiempo. Porque Rusia lo ha hecho fatal y lo ha pasado mal a lo
largo de toda su terrible historia, porque sin sus armas nucleares sería un
país perfectamente ignorable, porque los que mandan allí lo saben y son, como
consecuencia, unos acomplejados incapaces de reprimir la rabia y el rencor.
Como
tantos que padecen neurosis, han sido incapaces de enfrentarse a su historia.
La negación, como decía Freud, conduce a trastornos mentales. Por ejemplo,
están orgullosos de haber liberado a media Europa en la Segunda Guerra Mundial,
pero olvidan que esclavizaron a los mismos países que liberaron. Por ejemplo, a
diferencia de los alemanes con Hitler, no dejan de sentir nostalgia por Stalin,
que mató a tanta gente como el Führer.
Los que
saben mantienen que el problema viene de lejos. Como dijo Valeria
Novodvórskaya, una escritora rusa adulta […], ‘desde el siglo XVI hemos
existido según las leyes de una psicosis maniaco-depresiva… besando el látigo
del autócrata, incapaces de vivir como gente normal’. O sea, necesitan terapia,
pero no lo quieren reconocer.
Algunos
pensarán que decir que los Putin y compañía son unos niños es simplificar una
pizca. OK. Pero como metáfora se aproxima bastante a la verdad. Como niños, no
tienen mecanismos de autocontrol. Como niños, dan rienda suelta a sus impulsos.
Y, además de niños, son como animalitos que actúan por instinto, no con la
facultad de la razón.
Como el
escorpión que le pide a una rana que lo lleve a cuestas a través de un río y a
mitad de camino la pica. Antes de morir los dos, la rana le pregunta por qué lo
hizo. No pude evitarlo, contesta el escorpión. Es mi naturaleza.”
Digo por
toda justificación -a ninguna me obliga la autocracia que es mi vida de lector
por cuenta propia- que en usted se reúnen, hermano, todas las cualidades que me
seducen del que opina por escrito. Además de la fundamental -contar con los
pertrechos suficientes de información y el talento para servirse de ella-,
otras que enumerar resultaría dispendioso. Que baste con las desplegadas en
este artículo, que sólo usted y nadie más que usted pudo y se atrevió a
escribir.
686. Con
su venia pongo, maestro Pérez-Reverte, mi nombre en el lugar del de su
interlocutor y amigo; y no porque quiera figurar ni mucho menos, sino porque
sus palabras me aluden de forma tan directa que…:
“…Le
comento eso a Gregorio; y él […] se encoge de hombros y responde: ‘Son los
tiempos’. Y lo dice con toda la razón, porque los tiempos están hechos por la
gente que los habita; y la gente que habita este tiempo quiere, o exige, tener
lo que tiene. Nada puede objetarse a eso desde un punto de vista práctico. Si
la Historia, el pasado, la realidad, deben retorcerse para que encajen por los
cauces por donde discurre el presente, pues se hace y en paz. El proceso es
imparable, sin vuelta atrás. Para que el presente y el futuro sean como
queremos que sean, el pasado no debe ser lo que fue, sino lo que nos gustaría
que hubiera sido. Nada más fácil hoy, cuando la gente de infantería,
desprovista de mecanismos defensivos -me refiero a la cultura-, se lo traga
todo. Basta con colgar vídeos de treinta segundos, escribir libros de historia
o novelas, hacer series de televisión donde, falseando lo que realmente
ocurrió, se haga justicia a quienes en otro tiempo no la tuvieron. Tenemos el
mundo presente y el pasado perfectos ahí mismo, al alcance de un clic en el
teléfono móvil. ¿Cómo resistirnos a eso?
Estáis
jodidos, Gregorio, le digo. Me refiero a tu generación, ésa que anda ahora
entre los cuarenta y tantos y los sesenta. Porque los más jóvenes ya vienen con
anticuerpos, vacunados para que nada les chirríe. Lo maman desde pequeños en la
guardería y el cole -piratas buenos, lobos entrañables, mujeres combatiendo en
las Cruzadas, aristócratas afroamericanos-, y les parece normal. Se lo zampan
con inocencia, y punto. En cuanto a los que somos viejos, nuestra ventaja es
que nos importa un carajo. Estamos amortizados: sabemos lo que hubo, porque
llegamos a tiempo de que nos lo contaran, y la indignación ante la ignorancia y
la desfachatez de quienes viven del camelo, y la credulidad de los pringados
que se lo compran, se acaba trocando, impotente, en un estoicismo guasón,
incluso divertido por el espectáculo. El problema, compadre, es vuestro: de
quienes sois demasiado mayores para ser crédulos y demasiado jóvenes para ser
indiferentes. Ésa es la tragedia de ser lúcido en una generación que, ahora con
un pie en cada orilla, fue sin embargo educada en la útil y noble biblioteca
-Homero, Séneca, Cervantes, Montaigne- que ahora se desprecia o se destruye. No
envidio a quienes por formación y cultura no podéis tragaros la milonga, pero
vivís y trabajáis en un mundo maniqueo, sin matices, que exige bailar con ella.
A ver cómo os las arregláis, querido compadre, para ser leales a vosotros
mismos y al mismo tiempo sobrevivir en un mundo de bolcheviques con rastas.”
Me fijo
en su amigo, en su compadre e interlocutor original, cuya actitud -encogimiento
de hombros- se me antoja tan “impasible” como resignado y taxativo su
diagnóstico del problema “son los tiempos”-; pienso en Millás, en Vicent y en
usted, en lo que de los tres leo donde escriben; luego paso a Savater y me miro
a mí mismo en este blog perdido en la inmensidad de la web y surge la
discrepancia etaria: el que Antonio Lucas, quien como yo no llega aún a la
cincuentena, parezca ya instalado “cómodamente” con los viejos mientras que
Savater se revuelve contra toda esta sinrazón de que usted habla, y con el
compromiso y la ardentía de un cuarentón dispuesto a dejarse la piel en el
debate, me lleva a la conclusión de que la pertenencia a un grupo o al otro,
antes que un asunto de edad, es cuestión de temperamento. El mío, que como mi
cerebro fluctúa entre el entusiasmo y la apatía propios del ciclotímico,
consigue que lunes, miércoles, viernes y domingo me vaya lanza en ristre contra
la bobería wokebuenistaempoderada y los martes, jueves y sábados
me pregunte si el esfuerzo merece la pena. Por lo demás y según costumbre, nada
que objetar a la solidez de sus argumentos.
687. Por
todo este puto ruido y la alharaca sin tregua de tierra firme yo estaba
contemplando muy seriamente irme a vivir a la más profunda llanura abisal con
que pudiera dar. Sin embargo, fue sólo tener la decisión tomada para que un
documental de la DW sobre ‘minería en aguas profundas’ y ‘nódulos
polimetálicos’ (es decir, sobre la codicia incurable de los codiciosos) viniera
a cagarse en todo. “¿¡Y ahora yo para dónde cojo -maldije a grito pelado en el
colmo de la desesperación-!?”
688.
¿Qué se le agrega a la completitud -con un ajuste que no acierto a efectuar-:
“Nosotros tenemos una concepción finalista de nuestra vida y creemos que todos
nuestros actos, sobre todo los que se repiten, tienen una significación
escondida y deben dar algún fruto. Pero no es así. La mayor parte de nuestros
actos son inútiles, estériles. Nuestra vida está tejida con esa trama gris y
sin relieve y sólo aquí y allá surge de pronto una flor, una figura. Quizás
nuestros únicos actos valiosos y fecundos han sido las palabras tiernas que
alguna vez pronunciamos, algún gesto de arrojo que tuvimos, una caricia
distraída, las horas empleadas en leer o escribir un libro. Y nada más”?
Coincido
plenamente en el gesto de arrojo del que, por ejemplo y sin pensárselo mucho,
se adentra en un incendio para salvar de morir quemadas a personas o animales y
en el del que, con resolución análoga, se lanza a un río en el que se ahoga un
niño o un anciano. En cuanto a las palabras que se pronuncian y dado que la
ternura es, en demasiados casos, burda guachafería, me inclino más por las
oportunas y sanadoras con que se puede redimir a un desesperado o a un
desesperanzado que antes de oírlas se sentían condenado el uno y vaciado de sí
el otro. Lo del ajuste de que hablaba tiene que ver con la óptima inversión del
tiempo que supone cultivar un arte. Sin embargo y dado que los que a ello se
consagran son en todo caso una minoría, habría que pensar un poco en otros
quehaceres nobles por el estilo de la jardinería y la repostería, de la
veterinaria y la enfermería que nos ayuden a ampliar el espectro aunque jamás
tanto como para que cualquier patochada -hacerse famoso en las redes o
destronar a Musk en Forbes- en él quepa.
689. Leo
la prosa apátrida 153 y, tras suscribir la queja de los quejumbrosos y sumar mi
nombre al de su causa con dolientes pero sin ningún efecto, me digo que a ellos
tres al menos les tocaron tiempos en los que se fingían respeto y admiración
por el buen decir oral y escrito. Al no haber sufrido los rebuznos altaneros de
presidentes de república respetable o bananera y de decano de departamento de
lenguas de universidad pública o privada en las redes sociales, el hablado
sicarial y barriobajero de profesionales de todo tipo y la indigencia léxica
generalizada de sociedades enteras, se murieron inocentes. Inocentes, entre
otras lindezas y para no ir muy lejos, de que es primordialmente por culpa del
analfabetismo funcional pluridiplomado, que desde la escuela y la academia le
declaró la guerra a la educación que merece el nombre, por lo que hoy el peor
estudiante y persona de sus tiempos de secundaria es el más opcionado para
gobernar, ya a los Estados Unidos de América, ya los millones de “voluntades”
de borrego que “siguen” al ‘influencer’ Pongalelnombrequequiera en donde sea y
adonde vaya.
690.
Entre el artículo de Fernando Aramburu de que tomé la cita para mi desahogo 681,
y la prosa apátrida 155 de Ribeyro, media una distancia sideral sobre la que
dos verdades y dos realidades muy bien justificadas por los autores tienden un
puente que las comunica. Asunto espinoso este de saber cuándo sí y cuándo no,
por qué sí o por qué no tomar partido en una disyuntiva estética y en una
vital. ¿Que edifique el bibliófilo su biblioteca según sus filias y aun sus
fobias literarias, o que se sirva de las bibliotecas públicas para leer y
cultivarse?: ¿muy el problema de cada cual! ¿Con quién estar de acuerdo en el
tira y afloja de la inmigración de musulmanes a Europa: con los que se sienten
atemorizados de que se les cuelen terroristas del yihadismo y en consecuencia
exigen restricciones y vigilancia, o con los que pregonan que los musulmanes
que se llegan a Europa son mayoritariamente pacíficos y respetuosos de la ley y
en consecuencia exigen que se les abran las puertas de par en par?: ¡con unos y
con los otros, pero con salvedades y cortapisas en ambos casos! Moraleja:
guárdese las jodidas ganas de tomar partido para cuando la situación lo amerite
y su ética y moral, si las tiene, lo emplacen a hacerlo: la Rusia invasora o la
Ucrania invadida, la China imperialista y despótica o el Taiwán democrático,
Savater y Samper Pizano o los toros, Humbert Humbert y Gregorio Ríos o la salud
física y mental de las nínfulas, el suicidio y el aborto como derechos
inalienables o las prohibiciones e incluso los acotamientos de uno y otro por parte
de los estados…
691. A
veces me ocurre que, no bien comienzo a leer un volumen de cuentos o de ensayos,
o una novela, traducidos al español por alguien que como Teresa Ruiz Rosas
dejaría pasmado al traducido con la eufonía de su trasvase, me pierdo por entre
páginas y páginas en las que sólo presto atención a la música que brota de las
palabras. Y cuando retrocedo para ahora sí enfrentarme a las exigencias de lo
que tengo delante -verbigracia, un libro de Sebald-, no resulta improbable que
el embebimiento supere nuevamente a la concentración y como Sísifo a por su
piedra. Seguramente lo mismo les sucede a otros lectores literarios igual de
agobiados por la halitosis verbal y ubicua del entorno.
692. Si
la “larga conversación” que se entabló un día entre el narrador de Los
emigrados y el doctor Selwyn hubiera ocurrido entre el anciano y yo y él me
hubiera preguntado lo que le preguntó al álter ego de Sebald -que si algo le
ocasionaba nostalgia-, mi respuesta podría haber sido tan generosa que, para no
abusar de su paciencia, me habría tocado reducirla a una pequeña lista de
añoranzas que me alegran y entristecen a partes iguales. Las vacaciones en la
finca de la abuelita Elvia; muchos días memorables de la infancia; el fútbol
para ciegos que se resume con la palabra Quico; el descubrimiento del sexo y el
aprendizaje del sexo y la maldita subyugación del sexo; los años de estudio en
la universidad y de enseñanza en tantas partes; decenas de veladas etílicas en
las que la camaradería y la mamadera de gallo eran la norma; los animales que
me explotaron afectivamente y a los que tanta felicidad debo; nombres de amigas
y de amigos hoy por desgracia incorpóreos porque así lo quieren ellos o porque
así lo quiso la vida; cada cuento y novela y columna de opinión y ensayo y
poema y aforismo que probaron ser otro mejor cuento y novela y columna de
opinión y ensayo y poema y aforismo del mundo; mis muertos tan queridos… mis
muertas tan amadas… ¿Y a usted, doctor Selwyn?
693. A
mí qué me importa que, para muchos, Céline sea un novelista de tercera o de
cuarta categoría si su Bardamu es, desde que lo oí rugir con el poder de una
revelación, uno de mis referentes fictivos más alucinantes a la par que un
carnal de papel -los únicos que me van quedando-. Aquí lo tengo, frente a mí
sentado y listo para leerme en voz alta apenas cinco de las muchas verdades de
ese ideario suyo que, entre atónito y jubiloso, fui juntando a medida que me
adentraba en su Viaje al fin de la noche. Que tanto me dijo de tantos aspectos
de la perra vida mas nada -¿o sí?- de mi yo presente y sus circunstancias tan
atípicas: “Quien habla del porvenir es un tunante, lo que cuenta es el
presente. Invocar la posteridad es hacer un discurso a los gusanos.” “Lo que
hace falta, en el fondo, para llegar a una especie de paz con los hombres,
oficiales o no, armisticios frágiles, desde luego, pero aun así preciosos, es
permitirles en todas las circunstancias tenderse, repantigarse entre las
jactancias necias. No hay vanidad inteligente. Es un instinto. Tampoco hay
hombre que no sea ante todo vanidoso. El papel de panoli admirativo es
prácticamente el único en que se toleran con algo de gusto los humanos.” “Más
vale no hacerse ilusiones, la gente nada tiene que decirse, sólo se hablan de
sus propias penas, está claro. Cada cual a lo suyo, la tierra para todos.
Intentan deshacerse de su pena y pasársela al otro, en el momento del amor,
pero no da resultado y, por mucho que hagan, la conservan entera, su pena, y
vuelven a empezar, intentan otra vez endosársela a alguien. […] Como te vuelves
cada vez más feo y repugnante con ese juego, al envejecer, ya ni siquiera
puedes disimularla, tu pena, tu fracaso, acabas con la cara cubierta de esa fea
mueca que tarda veinte, treinta años y más en subir, por fin, del vientre al rostro…”
“La vida es una clase cuyo celador es el aburrimiento; está ahí todo el tiempo
espiándote; por lo demás, hay que aparentar estar ocupado, a toda costa, con
algo apasionante; si no, llega y se te jala el cerebro…” “La gran fatiga de la
existencia tal vez no sea, en una palabra, sino ese enorme esfuerzo que
realizamos para seguir siendo veinte años, cuarenta, más aún, razonables, para
no ser simple, profundamente nosotros mismos, es decir, inmundos, atroces,
absurdos. La pesadilla de tener que presentar siempre como un ideal universal,
superhombre de la mañana a la noche, el subhombre claudicante que nos dieron”.
Adenda(s):
urge que los profesores dejen de perder el tiempo y se pongan a trabajar ahora
sí con seriedad en la preparación de sus estudiantes para tiempos que anuncian
guerras y sufrimientos peores que los que hoy conoce el mundo, y lo primero es
su comprensión. Que pasa, no necesaria mas sí idealmente, por la literatura. Y
no por cualquier tipo de literatura, sino por uno capaz de arrancar a los
muchachos, ojalá de un tirón, del marasmo intelectual en que los tienen sumidos
la tecnología y la indiferencia de los que tendrían que contrarrestar con
crianza y educación los efectos más indeseables de la revolución tecnológica.
De manera que a soltar el puto celular y ¡a leer -a Céline, a Sebald- que son
dos días! ¿Cuántas versiones honrosas del Paul Bereyter de Los emigrados, de
don Gregorio el maestro del Pardal de Rivas, de la maestra que rescató a la
niña inconsciente de sí misma que fue Renée Michel y etcétera, etcétera,
etcétera, habrá hoy en todas estas escuelas y colegios colombianos y latinos y
occidentales donde lo que prima desde hace décadas -por lo menos tres- es el
adoctrinamiento impartido por el wokebuenismoempoderado? Los que
queden y resistan, benditos sean.
694.
Digo y sostengo no más que si todo un rey -una reina- resuelve sacar del barro
a una proletaria -a un proletario- para convertirla -para convertirlo- en su
cónyuge, él -ella- es quien tiene derecho a ejercer la infidelidad y ella -y
él- la obligación de resignarse y sobrellevarlo. Ahora, que si lo que siempre
se quiso fue ser “libre” entre “iguales” para darles rienda suelta a los
deleites del catre y demás antojos de la dicha, con no apartarse ni un punto de
lo que prescribe un clásico de la salsa bastaría. Cuando me acuerde del título
les escribo para que lo oigan en YouTube.
695.
Seremos tan inauténticos y poco de fiar los más de los sapiens que, aun para
determinar la pureza de los gestos que a bulto calificamos de bondadosos, se
necesita la perspicacia innata y afilada a fuerza de filosofía y buena
literatura de una Renée Michel que no le coma cuento a ningún Ribeyro por el
estilo del de su prosa apátrida 159. Una contingencia de todo punto
irrealizable habida cuenta de que cuando él murió, a nuestra portera tan
ilustre le faltaban once años y unos cuantos meses para ver la luz.
696.
Para intentar rescatar del fondo del armario polvoriento del presente la pobre
polifonía junto con todas sus riquezas, inexplicablemente menospreciadas
durante décadas, podríamos empezar por un ejercicio instructivo y sencillo.
Escogemos uno de los entre cien y mil auditorios donde a diario se habla, sólo
en Bogotá, de violencia machista y feminicidios y, en un recinto contiguo, los
interesados y este servidor convocamos un conversatorio que lleve por título
‘pareja, infidelidad, tolerancia y bienestar’, con la prosa apátrida número 160
como punto de partida. A quienes tengan a bien asistir a nuestra charla, se les
deberá encarecer un respeto sin fisuras por quienes al lado discuten “otra cara
de la luna” y jamás olvidar que la fracción de realidad en torno a la cual nos
reunimos debería ser apenas una de muchas que, justo en esos momentos y en
latitudes muy distintas del globo, se estuvieran debatiendo con altura y ojalá
pingüe provecho para los concurrentes.
697. Es
la literatura, sólo la literatura (bueno: también la historia -si bien en un
registro muy distinto- y a su manera el cine -cierto cine-), la que nos blinda
contra el “nunca antes” a que parecen indisolublemente unidos los voceros del
presente que sea. Los del nuestro -tan estridente y desafinado- alegan por
ejemplo que “nunca antes”, como durante y tras la pandemia de coronavirus, el
mundo había experimentado un número tan elevado de enfermedades psiquiátricas o
que, en otro orden de cosas, “nunca antes” la fiebre de viajar por placer de los
humanos alcanzó la temperatura de cambio climático que experimenta hoy el
turismo de masas. Y sin embargo, para ambas aseveraciones acabo de encontrar
sendos “mentises” en un mismo relato dentro de un libro que contiene cuatro.
Con el nombre de quien lo inspiró basta, caso de que la curiosidad los fuerce a
buscar para leerlo: Ambros Adelwarth.
Adenda:
¿cuántos escritores que nunca fueron ni serán, tipo este A. A., habrán hollado
y habrán de hollar el mundo hasta el fin, no del mundo, sino de los tiempos de
la especie sobre la Tierra? Colijo que su número debe de ser muy similar al de
otros artistas -pintores, compositores, escultores…- dotados y hasta pletóricos
de arte que sin embargo “ninguno” crearon.
698. ¿Ya
se percataron de que todos esos Harrys Haller de la política europea, quienes
hasta ayer no más se rasgaban las vestiduras con sólo oír hablar de las
extremas derechas del continente, ahora coquetean con ellas y les guiñan el ojo
como diciéndoles “Ustedes tranquilas, que las alianzas con nosotros son
cuestión de tiempo”? Si yo fuera agorero, diría que alguien que no atino a
identificar lo anda disponiendo todo para que gran parte de lo que leo, releo o
reviso me hable de las guerras en curso, y de la mundial que a fuego vivo se
cocina. De modo que ahí tienen la novela de Hesse, para que la lean en tono de
trilogía junto con Los emigrados y Viaje al fin de la noche.
699. A
riesgo de volverme como las feministas lacrimosas de Occidente (que por
supuesto que también las tiene muy dueñas de sí y poco dadas al victimismo),
protesto con dolor de corazón contra el desaire de un segundo amigo de papel
que se largó para Ucrania sin mí. Primero fue Héctor Abad Faciolince y ahora es
John Carlin el que desoye mis súplicas de que se encarte conmigo y me lleve a conocer
a Zelenski, para a darles un abrazo abarcador y simbólico a través de él a sus
connacionales de bien que resisten y quieren seguir resistiendo la arremetida
del mandamás (cuyo talento -al césar lo que es del césar- para las
abominaciones será tal que tiene rendidas de admiración y postradas a sus pies
a las extremas del mundo) del nuevo y multilateral eje del mal. Está bien,
hermano: me resigno a que incluso mis carnales literarios no quieran guiarme
por entre los peligros y las ruinas de la invasión de estos hijueputin, pero
por favor hágales saber a los ucranios de bien que muy lejos de su tragedia
vive un ciego físico que los admira y con ellos se solidariza al punto de que
dispuesto está a empuñar un fusil y marchar al frente, aun cuando sea para
hacer estorbo.
700.
“Quelihace” o “nolihace”, decían, cuando mis dos hermanos y yo, mis primos
Mauricio, Paulo, Tina, Zulima y Luisa estábamos pequeños, la abuelita Elvia y
mi madre y Silvia la esposa de mi tío Jairo y otras mujeres caldenses -con ese
hablar tan bello de la época- para significar “qué importa”. Y sí, maestro
Constaín, quelihace, nolihace, qué importa que la tabarra que usted y otros
opinantes de valía dan con todas estas premoniciones caigan en oídos sordos o
aún peor, no caigan en ninguna parte porque a los que sobre el papel están
dirigidas simplemente no están o si están… El caso es que a los lectores, como
a los hijos y a los estudiantes, se les debe dejar constancia de que sí se les
advirtió, y sólo para que después no se estén lamentando de su suerte personal,
o de la colectiva que ayudaron a labrar de tantas formas:
“…Hace
cien años pasó algo así en Europa: la democracia representativa y liberal
estaba en una crisis profunda y terminal después de la Primera Guerra Mundial y
la pandemia de la ‘gripa española’. Los demagogos encontraron allí, en los
escombros del mundo que había muerto, en la desolación y la rabia de la gente,
el caldo de cultivo para atizar sus embustes y patrañas, sus feroces utopías
del odio y del horror.
Defender
la democracia fue entonces, y quizás lo sea hoy también, una tarea casi
imposible porque en tiempos de crisis, como lo dijo Grete de Francesco, los
pueblos prefieren muchas veces ponerse en manos de los milagreros y los
charlatanes: los felices y elocuentes promotores del abismo. Nadie quiere oír
obviedades ni saludos a la bandera; nadie quiere sustraerse del poder
terapéutico, y al final fatídico, pero eso no importa, de las mentiras.
Porque
además la democracia liberal no es un programa de gobierno -hasta cuando se
vuelve uno para luchar contra las tiranías. Por eso nadie quiere que le
prometan lo que ya da por descontado, nadie se conmueve ni se emociona con lo
que ya cree tener para siempre -hasta que lo pierde. Y sí: la democracia
liberal es un modelo imperfecto e insuficiente, anodino, precario, a veces
oligárquico e inmoral, desbordado por la realidad y sus mil trampas.
Winston
Churchill decía que era la peor forma de gobierno salvo todas las demás, una
advertencia aún válida: no hay ninguna utopía, ninguna, que justifique el
sacrificio de la democracia, ni siquiera la utopía de quienes prometen
ampliarla o purificarla, hacerla más fuerte o más popular, y al final van a
negar sus valores esenciales, sus procedimientos y rituales, sus grises pero
necesarios contrapesos.
Si el
dilema es entre la utopía y la democracia liberal, aun con sus fallas, ya la
historia dejó una enseñanza muy dolorosa: la Segunda Guerra Mundial. Ojalá la
hayamos aprendido, pero no parece.”
¿Que El mundo de ayer es el de Zweig y, por lo tanto, es cosa juzgada? Mejor no hacerse ilusiones.
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