viernes, 9 de febrero de 2024

Cien para quinientos desahogos, todos breves o muy breves

401. Mamado de que me corcharan nueve de cada diez veces, opté hace un tiempo por responderles a los importunos que sin falta, antes de decir cualquier hondura o babosada del libro que sea del autor que sea, preguntan. ¿Y a ti cómo te pareció ‘Los que vigilan desde el tiempo’? (los del todo imbéciles); o ¿y a ti cómo te pareció ‘Los que vigilan desde el tiempo’ de Lovecraft? (los un poco menos imbéciles); o ¿y qué has leído de Lovecraft? (los imbéciles a secas); o ¿has oído hablar de Lovecraft? (los imbéciles compasivos). Ah, lo que les respondo a los dos primeros pesados con te de tetero es siempre igual: Puede que un prodigio, puede que una insustancialidad, puede que un bodrio. ¿Y a usted? Mientras que al tercero: Puede que todo, puede que algo, puede que nada. ¿Por qué? Con el cuarto, lo reconozco, hago lo que mi gata con el ratón bebé con que esta mañana volvió anticipadamente a casa de su excursión diaria: divertirme con sevicia.

 

De los cuatro me encanta la cara de patidifusos que ponen y que, en el caso del cuarto, cuando resulta ser un tonto con atenuantes, se mezcla con el rubor de la inquina del que descubre demasiado tarde que se lo estaban gozando.

 

402. Llegó de España la semana pasada una amiga que vive allá desde hace dos años, y me llamó para que nos tomáramos “unas polas, pero en la cantina de Lucio y Marcela”. Como los borrachos no nos hacemos rogar, a veces ni estando en la inmunda, pues le dije que listo, que a qué hora. Las primeras cuatro cervezas transcurrieron agradables, entre recuerdos mutuos de tiempos que yo añoro más que ella, para quien su presente en España lo es todo.

 

Ya se podrán imaginar ustedes lo que es oírle sus deslumbramientos a un tercermundista vergonzante y por tanto instalado en el primero, que regresa de vacaciones a casa -es un decir- cargado de noticias imposibles para los que por desidia -mi amiga habla de mediocridad- no empacamos la maleta. Que los políticos y la política españoles y europeos no sé qué, que la sociedad y la educación europeas y españolas no sé cuánto.

 

Borracho perdido, mitad por las cantidades que libaba para no perder la cabeza, mitad por el torrente de quien amenazaba con hacerme perder la cabeza, me paré para ir por primera vez al baño, respiré hondo mientras meaba, pagué de regreso la cuenta; esgrimiendo un compromiso inexistente, me despedí para siempre de mi amiga y, antes de retirarme, le recomendé encarecidamente que leyera ‘Vayamos por partes’ en El País de España. Nada de qué sorprenderse: en su vida había oído el nombre -para mí entrañable- Rosa Montero. Tampoco el del periódico.

 

403. Jugada maestra, la del ‘gobierno del cambio’… para pior y ‘potencia mundial de la vida’… licenciosa. ¡Un millón de pesos -prácticamente el monto de mi mesada pensional tras haberme partido el lomo durante más de dos décadas- para larvas de delincuente y delincuentes en toda regla, dizque para disputárselos al crimen organizado! ¿Plata para la salud, para la pobre gente de bien que aspira a montar un negocio a fin de no depender del asistencialismo, para los muchachos que de veras sueñan con estudiar en una universidad pública o privada donde puedan seguir la carrera que sienten su vocación, para financiar el deporte recreativo y el de alto rendimiento, para la ciencia y la investigación científica? ¿Dialogar con los empresarios, con la oposición decente, con los críticos de a pie que nada tienen que ver con ella y mucho menos con la otra?: ¡nanay cucas! Platica, la que haga falta, para la ojalá cada día más nutrida ‘primera línea’ y concesiones, las que hagan falta, para los (¿ex?) camaradas chusmeros.

 

¿Que Uribe creó y prohijó a las ‘convivir’? Váyanle buscando entonces nombre a este otro engendro con denominación de origen, porque ‘primera línea’ no dice nada. Tampoco ‘milicia bolivariana’ pues, a más de poco original, la copia podría suscitarles alguna molestia a los compadres chavistas. Les cuento si se me ocurre algo… Claro: antes de que me ocurra algo.

 

404. No, maestro Savater, no se burle usted mirando esta foto; no se burle porque de imbécil no tiene usted un pelo. O búrlese, si quiere, pero reconociendo que se da el lujo de mostrarse cínico frente a una realidad de la que se sabe a salvo gracias a la muerte, que como a mí le respira en la nuca:

 

“Hace décadas que los indígenas y los científicos del clima advierten de los impactos del calentamiento global. La mayoría no escucha. En 2023, los fenómenos extremos han afectado -y siguen afectando- a vastas zonas de la casa-planeta. Ya no se puede negar, pero la mayoría sigue negándolo. Y una vez más, como en la pandemia de covid-19, dan al horror el nombre de ‘nueva normalidad’. Ahora la nueva normalidad serían inundaciones o sequías extremas, ciclones y olas de calor.

Pero la nueva normalidad es la misma vieja alienación. Solo una especie muy deformada por el capitalismo sería capaz de convivir con las escenas de agonía extrema de la Amazonia, los manatíes tendidos en la playa boca arriba, y seguir durmiendo por la noche ‘porque ahora es así’. Al convertir la naturaleza en mercancía, condenamos a la mayoría de los no humanos. Y ahora están muriendo a cientos, algunas especies a miles. Y solo con mucha desconexión se puede encontrar normalidad mientras las hileras de muertos se multiplican en el lecho de lo que un día fue un río…”.

 

¿Qué diferencia, cabe preguntarse, el negacionismo de la crisis climática de un imbécil a la par que cínico tipo Trump del cínico negacionismo del filósofo? A todos los efectos prácticos, nada los diferencia salvo la tristeza de saber que algunos de nuestros estudiantes y quizá un hijo leyeron, a instancias nuestras, ‘Ética para Amador’ o cualquier otro título sobre la materia firmado por Savater.

 

405. Leo en El País de España un artículo que Martín Caparrós tituló ‘La palabra creación’ y, tras exclamar para mis adentros ¡…!, doy en recordar un número indeterminado de ex colegas que opinaban, con la convicción de quien repite un axioma, que jamás se debería hablar en clase de sexo, de política y muchísimo menos de religión pues ese tipo de discusiones lo único que generaban era discordias entre los “docentes” y el “alumnado”. En vista de mi mutismo sonriente (muy pronto aprendí a darme por vencido de antemano), algunos me preguntaban que yo qué pensaba. Lo que pensaba y pienso sobre el particular tal vez lo recuerde un puñado de quienes coincidieron un día conmigo en el aula.

 

Una cosa tengo clara (más clara incluso que el axioma del ‘docentado): si hoy -octubre de 2023- tuviera la dicha de estar preparando mis clases de la semana o del mes entrante, tendría elegidos autor y lectura.

 

406. Pero venga, Martín, venga que le tengo que hacer un aporte y una pregunta sobre esta columna suya, que desde ya es para mí otra mejor columna de 2023:

 

“…¿Cuánto de lo que ‘sabemos’ con la misma certeza con que nuestros choznos sabían que el Creador los había creado -o que se morían por un desequilibrio de sus cuatro humores o que la Tierra era realmente plana- es tan endeble como aquello? ¿Cuánta más evidencia de la falsificación necesitamos para dudar de casi todo? ¿Qué otras ideas que nos parecen indudables deberíamos poner ya mismo en duda?

Nos toca crear un mundo donde no haya creación: donde no haya discursos intocables, donde no haya, por supuesto, hogueras o repudios para los que los tocan, donde no haya avivados que se aprovechan de esos dogmas para juntar poder, lascivia y sonrisitas. Nos toca, al fin y al cabo, mal que nos pese, armar un mundo donde la palabra creación tenga un solo sentido.”

 

Qué otras ideas que nos parecen indudables deberíamos poner ya mismo en duda. Pues una que suscribe prácticamente todo el mundo: somos más los buenos. Estribillo que, si uno se fija, engendra o al menos se relaciona muy de cerca con aquello tan quebradizo de la humanidad perfectible.

 

Y lo del último párrafo, ¿va del todo en serio? Si sí, ¿cómo se las arregla para que tanta lucidez aún no le haya secado hasta la última gota de esperanza?

 

407. Medioevo científico y tecnológico:

 

“…El problema de buena parte de las discusiones hoy, sobre todo las discusiones políticas, es que la gente, la mayoría de la gente, ya tiene una serie de convicciones y verdades reveladas e inamovibles que es muy difícil, yo diría que imposible, que otro pueda modificar o cuestionar, hacerlas pasar por el cedazo de la crítica y la observación. Y no son solo los fanáticos de siempre, no: también muchas personas que parecían o eran sensatas militan hoy en una horda.

Victor Klemperer, un brillante filólogo que documentó como nadie el surgimiento y el ascenso del nazismo, explicaba que llega un punto en el que las ideas dejan de serlo y se vuelven creencias y supersticiones, dogmas a los que las masas -y no solo las masas- se aferran porque les importa más su validez abstracta y milagrosa que sus verdaderos efectos en la vida en sociedad. Esa es la esencia del totalitarismo, decía Klemperer: la enajenación y la credulidad.

Ese fue el caldo de cultivo de los horrores que las dictaduras de izquierda y de derecha lograron imponer hace cien años: la adulteración o la abierta supresión de la realidad; la adhesión irracional y ciega de sus seguidores a una serie de principios que muy pronto se volvía un pretexto, una justificación obscena y vergonzosa de los peores atropellos. Pero nada importaba ya, solo tener y conservar el poder.

Y lo increíble es que ese estado de descomposición social de hace un siglo va a parecer casi un chiste con lo que ha venido pasando, desde hace un tiempo, con las redes sociales y su poder y su influencia en todos los órdenes de la vida y la cultura, en la definición misma de lo que es nuestra época. Porque allí, en ese espacio, se acabó el consenso de la realidad, lo que más o menos se llamó así durante siglos o milenios.

La realidad es hoy una opinión caprichosa y arbitraria: lo que cada quien hace de ella y acomoda a sus prejuicios y delirios, con el agravante, inédito en la historia, de que una turba de orates iguales o peores está ahí lista, de inmediato, para aplaudir y defender aun aquello que las evidencias objetan y niegan. Es más: cuanto más absurda sea hoy una idea, más defensores a ultranza puede llegar a tener.

No creo que esa situación catastrófica tenga solución en el mediano plazo, para nada. Y los espíritus totalitarios, a la izquierda y a la derecha, lo saben bien. A ellos les conviene, esa es la fuente de su poder” (Juan Esteban Constaín).

 

Salta pues a la vista que vivimos tiempos de gran confusión y caos -los contradictores vocacionales dirán que todos lo han sido-, empeorados por el hecho de que en cada persona conectada desde sus dispositivos a la red hay un potencial propalador de infundios y desinformación, y de ahí el creciente bullicio y la imparable pugnacidad que nadie sabe cómo gestionar. Ese desconocimiento sin solución a la vista, así como -entre muchas otras- la realidad descrita en la cita, son lo que me lleva a afirmar aquí que discurrimos por una Segunda Edad Media -con el perdón del prístino Medioevo, tan en paz (por comparación) al menos con el planeta- si bien científica y tecnológica, que anda apenas por sus albores. Al rigor de los historiadores corresponde determinar sus orígenes y estudiar a fondo, transcurrido el tiempo que haya menester, sus implicaciones y pormenores. Que ya aterran.

 

408. Ocioso que soy, se me ocurrió el otro día hacer un experimento con mi pobre Tita.

 

La mandé de vacaciones inconsultas, cual si de un muchachito estorboso se tratara, primero a casa de unos familiares fanáticos del cristianismo, y luego adonde un tío materno que, con su mujer y sus dos hijas, milita en la horda petrista. Háganse cargo de mi desilusión: la gata volvió a mí enfurruñada y hostil, pero igual de escéptica y descreída o aun más. Me pregunté entonces por qué, si una buena definición del adjetivo racional es “invulnerable al fanatismo, sectarismo o dogma del orden que sea”, su beneficiario es otro.

 

Descorazonado, prendí el televisor para ver el noticiero. De dos noticias me acuerdo.

 

La primera hablaba de un pastor haitiano de iglesia evangélica llamado Marcorel Zidor que espoleó a su rebaño para que, armado de palos y machetes, arremetiera en el nombre de Dios contra los pandilleros del sector que, ni cortos ni perezosos, dispararon sus fusiles y metralletas contra los cuerpos de aquellas almas crédulas. Preguntado del porqué había habido un número indeterminado de muertos y heridos entre sus ovejas si constaba en video la promesa que él les hizo de que ninguno iba a sufrir menoscabo puesto que Dios de su parte estaba, don Marcorel respondió, con el dominio de un Putin, que aquel era el destino de quien perdía la fe. Mientras que la segunda, de una protesta de estudiantes que se forman para futuros educadores en una universidad pública de Bogotá y que, en medio de una refriega con la policía, intentaron, por fortuna en vano, transformar en antorchas humanas a dos agentes que cayeron en el campo minado de su protesta.

 

Otro día les cuento lo que me costó restaurar los afectos de mi gata.

 

409. “Es cosa humana la fascinación por el mal”, me dijo Aramburu y yo pensé, para acortar la vaina, en la izquierda de la ira que admira y aplaude a Putin y a sus carniceros por berracos, porque solitos contra Occidente luchan para desarraigar de Ucrania el nazismo que encarnan un tal Zelenski y todos los fachos bajo su mando; en la izquierda de la ira que se duele de los palestinos muertos y heridos y despojados hasta de lo más mínimo por el terrorismo de Estado que practica Israel pero no de los palestinos muertos y heridos y despojados hasta de lo más mínimo como consecuencia del terrorismo y las carnicerías de Hamas en Israel y contra los israelíes inermes, que son para ella lo que para Netanyahu y su gobierno de ultrafanáticos los civiles palestinos que mueren, caen heridos y lo pierden todo bajo sus bombas: efectos colaterales que no merecen ser siquiera cifras.

 

410. Releo, a propósito de la carnicería terrorista de Hamas del 7 de octubre de 2023 en suelo israelí y la respuesta criminal de la potencia ocupante en Gaza, algunos de los artículos de prensa de Moisés Wasserman en El Tiempo que contienen en sus títulos el sustantivo “verdad” (…‘¿De verdad, la verdad?’, ‘Verdades y mentiras’, ‘Chernóbil y la verdad’, ‘¿Para qué la verdad?’, ‘La verdad ya no está de moda’…) porque necesito cotejar urgentemente su contenido con el de su columna titulada ‘La Carta Fundacional de Hamás’. Mi conclusión: el científico mutiló deliberadamente, sirviéndose de la omisión (podría alegar que se le agotó el espacio, ¿como a Petro en Twitter?), la otra cara de la verdad a fin de que la moneda que es aquel conflicto figurara con su anverso y su reverso.

 

¿Que Wasserman no es el único del cenáculo al que se le puede endilgar parcialidad en lo (primero) que por escrito opinó tras la sinrazón del atentado y la reacción? Cierto: la prueba es ‘Nada justifica el ataque’ de Felipe Zuleta Lleras en El Espectador. La cuestión es que del científico, y no del periodista, es de quien yo espero la máxima objetividad frente a cualquier tema sobre el que opine, en virtud del apego que él y yo y muchos otros del cenáculo profesamos por el auténtico pensamiento crítico, que no puede ser optativo bajo ningún concepto.

 

411. Es tal la indigencia lingüística y sobre todo léxica de un altísimo, altisísimo, altisisísimo porcentaje de hispanohablantes -de espangloparlantes- de este hoy que dura décadas, que con un único sustantivo lo definen todo. Desde una violación grupal hasta un velorio, pasando por una matanza, la reconciliación de un par de famosos, una cena de gala en cualquier parte, el hallazgo de pruebas científicas de algún fenómeno, un accidente de tráfico con o sin muertos, los efectos de la crisis climática, un incendio en una discoteca, la precipitación a tierra de un avión de carga, todo es un evento.

 

¿Mi hermana se casa?: ¡lo invito al evento! ¡Mi hermano logró por fin vender la casa!: ¿y cuándo ocurrió el evento? ¡Se quedó ciega mi abuela!: ¿en serio?, ¡qué terrible evento!

 

Absolutamente todo menos lo que sí sería; por ejemplo, que la solución sabia y sensata de los dos Estados se imponga en el conflicto palestinoisraelí al terrorismo bicéfalo que practican Hamas y el ultrafanatismo sionista o, en nuestra no menos ríspida realidad vernácula, que Petro y Uribe acordaran reconocer, con humildad y honestidad ante el país al que manipulan y explotan desde hace tanto, que los dos constituyen en gran medida la problemática y no la solucionática que Colombia requiere.

 

412. Medioevo científico y tecnológico:

 

“…Las redes sociales, el paisaje de hoy, están en manos de innumerables cretinos, cuando no malvados -unos pueden convertirse en otros con facilidad- que no desean escuchar opiniones sino confirmación de sus amores y odios personales. No quieren debate, ni pensamiento; no buscan convencer, sino acusar. Anhelan sentirse parte de un grupo y enemigos de otro, en un mundo que ha sustituido humanismo por humanitarismo y razón por sentimientos. Para qué voy a pensar, si es más cómodo sentir. Tal es la ideología asquerosamente emocional de este siglo: un estúpido simplismo de buenos y malos, necesitado de claras líneas divisorias que hagan sentirse confortable a uno u otro lado, según cada cual. […] Donde te exigen ser de los suyos, sean los que sean, o verte exterminado sin dejar rastro. Ahorcado, si es posible, con tus propias palabras.

No se dan cuenta, es lo terrible. No advierten, esos limitados e irresponsables analfabetos, a dónde conducen tan turbios caminos. Como no han leído historia, ni visto nada fuera de la pantalla del teléfono móvil -y ni siquiera en él-, ignoran que todo ocurrió antes. Imposibilitados para mirar con lucidez el mundo en que viven y escupen, son suicidas gozosos, incapaces de ver cómo acaba eso. De advertir a qué áspero campo de batalla sentencian a sus hijos y nietos. Pero, bueno. Es lo que hay, y lo que va a haber” (Arturo Pérez-Reverte).

 

Salta pues a la vista que vivimos tiempos de gran confusión y caos -los contradictores vocacionales dirán que todos lo han sido-, empeorados por el hecho de que en cada persona conectada desde sus dispositivos a la red hay un potencial propalador de infundios y desinformación, y de ahí el creciente bullicio y la imparable pugnacidad que nadie sabe cómo gestionar. Ese desconocimiento sin solución a la vista, así como -entre muchas otras- la realidad descrita en la cita, son lo que me lleva a afirmar aquí que discurrimos por una Segunda Edad Media -con el perdón del prístino Medioevo, tan en paz (por comparación) al menos con el planeta- si bien científica y tecnológica, que anda apenas por sus albores. Al rigor de los historiadores corresponde determinar sus orígenes y estudiar a fondo, transcurrido el tiempo que haya menester, sus implicaciones y pormenores. Que ya aterran.

 

413. Una infidencia, y que me perdone el maestro.

 

Días antes de morir me llamó telepáticamente mi buen amigo Javier Marías para que le ayudara con algo que lo tenía mortificado. Necesitaba -me dijo- que por favor me encargara de encontrar una prueba fehaciente de la “infantilización del mundo”, pues su colección estaba huérfana de una para las diez mil. ¡y la encontré! ¡La encontré, maestro!:

 

“…Inicio e ingreso a los conciertos

Planea llegar a la Biblioteca por lo menos media hora antes del concierto. Los conciertos empiezan a la hora indicada en la boletería y en la divulgación. Ten lista tu boleta o E-ticket para para ingresar de manera más ágil a la Sala.

Si al momento de llegar a la Sala el concierto ya ha iniciado, el personal indicará el momento adecuado para ingresar de acuerdo con las recomendaciones dadas por los artistas que están en escena…

Comidas y bebidas

Te agradecemos te abstengas de consumir comidas y bebidas, o fumar dentro de la sala y durante el concierto, con el fin de garantizar un ambiente adecuado tanto para el público como para los artistas.

Equipos electrónicos

Un ambiente silencioso es propicio para disfrutar la música. Apaga tus equipos electrónicos, alarmas de reloj y teléfono celular por completo antes de ingresar a la sala de conciertos. Mantener este último en modo de vibración o en modo de avión no impide que genere ruidos que puedan incomodar a los artistas y a las demás personas que asisten al concierto…”.

 

Así es como les hablan ¿los organizadores de una visita guiada a un grupo de personas con problemas de aprendizaje?, ¿los promotores de un certamen cultural a un combo de “reinsertados” de las guerrillas que asisten a su primer encuentro con la civilización?, ¿los enfermeros de un ancianato que hoy llevan de paseo a los viejitos para que se distraigan con un poco de cultura? ¡No, señores!: Así les habla La Red Cultural del Banco de la República, aquí en Colombia, a los cultos muy cultos y a los semicultos asiduos de sus conciertos y recitales maravillosos de música clásica.

 

Dos cosas propongo a manera de reforma o de revolución educativa. Que se le restituya al sentido común el lugar de privilegio que nunca debió arrebatársele. y que se reserve el maldito tuteo para la novia si se es varón heterosexual, para el novio si se es mujer heterosexual, para el novio y la novia si se es bisexual con suerte y para el círculo más íntimo del que de esa melifluidad disfrute.

 

Adenda: como no sé cómo se llaman las parejas de los ‘no binarios’ y ni siquiera comprendo qué es ser ‘no binario’, me disculpo con los ‘no binarios’ por no incluir¿los?, ¿las?, ¿les? En la lista de aquí arribita.

 

414. ¡No jodás, Lelo, no jodás! Qué te dijites, ¿que a mí me ibas a meter semejante cuentazo?: “…Creo que nosotros los curas hemos estado siempre tan en contra del aborto porque muy pronto, si aplicamos una corneta o un estetoscopio al vientre de la mujer embarazada, podemos oír el corazón del bebé. Más que de un humano hecho y derecho, defendemos el tabú de no matar un corazón, de no pararlo a la fuerza”.

 

Volvete serio y admití que vos y todos los que profesan una religión -monoteísta o no- que tenga a la vida por valor supremo, ante el aborto, que yo practicaría gratis y sin desvelo si fuera médico, no pueden por menos de declararse en contra. Lástima, eso sí y en aras de la coherencia ética, que ni tu iglesia ni ninguna otra hagan nada distinto a oponerse para descargar la conciencia.

 

¿Que a la muchachita o a la mujer que está allá sentada la violó un combo de malparidos?, ¡que se resigne y le pida a Dios paz para su alma y su corazón! ¿Que la señora que hace un par de años desistió de la idea de abortar a los mellizos o gemelos que esperaba gracias a la orientación espiritual del capellán de su parroquia la está pasando muy mal porque perdió el trabajo y el marido la abandonó?, ¡que le pida a Dios que Él jamás abandona a sus hijos!

 

Y ojo que no estoy hablando de vos ni de Córdoba, tampoco de un cura la berraquera que me presentó Mario Mendoza hace unos años, pues sé que a los tres los mueve un genuino amor por el sacerdocio y por la caridad con los que sufren. Pero entiéndame hermano que tres golondrinas no hacen verano, y menos en medio de los rigores de este fenómeno del niño.

 

415. Entre los propósitos inútiles en la vida, pocos más inútiles que el de intentar reflexionar con una fanática de la fidelidad a que según tantas de ellas -y algún que otro él- obliga el amor venéreo. Con decirles que resulta menos dispendioso-siendo del todo imposible- hacerles ver a un ultraortodoxo sionista o a un yihadista de Hamas la equidistancia y la correlación flagrantes que existen en el pecado que supone matar a niños y civiles palestinos, y a niños y civiles judíos.

 

Sin embargo, si usted es presa sincera de dicha convicción con aspecto más bien de fundamentalismo religioso, bien estaría que le echara una leída atenta al capítulo de Salvo mi corazón, todo está bien que figura bajo la letra Ñ, en donde se van a topar con una conversación sustanciosa entre dos curas que, antes que curas, son hombres sensatos.

 

Ah, y mucho cuidado con hacer alarde de supuestas convicciones férreas en un terreno tan deleznable como el sexual, porque a las pulsiones les encantan las apuestas.

 

416. ¿Que qué es un dilema, una disyuntiva, preguntan ustedes? Que lo responda el Gordo Córdoba: “…-Es que con los honores no hay nada que hacer. Uno queda mal si los recibe, y queda mucho peor si no los recibe. Y yo prefiero parecer bobo que arrogante”.

 

Como en achaques de honores yo no sé nada, les diré que para mí un dilema, una disyuntiva; mi gran dilema, mi gran disyuntiva es ceder a la tentación diaria de matarme con el cianuro de potasio que -allí no más- impertérrito me aguarda, o darle un compás de espera a la perra vida para ver si en materia de amores está todo escrito.

 

417. Los israelíes que perdieron seres queridos en la carnicería terrorista del 7 de octubre de 2023 en Israel y los familiares de los más de doscientos secuestrados aquel día fatídico también por Hamas; los gazatíes y palestinos y extranjeros en suelo gazatí y palestino que soportan la subsiguiente e inmisericorde respuesta del terrorismo de Estado israelí que bombardea sin tregua a la Franja y la asedia condenándola al hambre y a la desesperación de todo tipo; los ucranios víctimas de la Rusia de Putin y muy pronto también del abandono del Occidente que cuenta; los haitianos y venezolanos y nicaragüenses y cubanos y afganos y sudaneses y yemeníes y sirios y bielorrusos y demás desesperados del mundo, desde luego que suscribirían, Gordo, esta temeridad suya: “El único pecado mortal que podemos cometer, el único, es la infelicidad”.

 

¿Que caricaturizo sus palabras? Probablemente y, si llegare a ser así -que lo determine, pongamos, John Carlin-, le ofrezco mis disculpas. Lo que sucede hermano es que, aquí entre nos, yo nunca he sabido conciliar, o sólo en momentos muy puntuales, mis motivos para la “felicidad” con las razones que a esa misma hora otros tienen para la desdicha. Y no hace falta que me diga que se trata de una soberana tontería que no alivia el dolor ajeno y en cambio me priva a mí del disfrute, porque lo sé y lo reconozco. Ojalá a las farmacéuticas se les ocurra algún día una píldora que estimule la segregación de egoísmo sano y, ya entradas en gastos, otra para la disminución de su contrario.

 

418. Pensamiento mágico y desiderativo -lo de los forjadores de la nueva criatura burocrática es mero cálculo político- es haber sido votante de Petro y de su panda de improvisadores caraduras y creer con la fe del carbonero que con el Ministerio de la Igualdad y la Equidad van, por fin, a desaparecer o al menos a reducirse la desigualdad y la inequidad, que cualquier gobierno provisto de seriedad y buenas intenciones -vaya usted y encuéntrelo- podría aminorar con las políticas indicadas y la necesaria eficacia en la gestión de los recursos públicos. Sin embargo, como la idea es ser “propositivos, propositivas y propositives” puesto que si a la ‘Colombia Humana’ (… con Putin y Hamas) le va bien nos va bien a todos, les sugiero a Francia y a su jefe el nombre de alguien más que idóneo para un futuro viceministerio de la discapacidad (que, según cabía esperar, tendrá que conformarse, por ahora, con las boronas del banquete burocrático).

 

La mala noticia es, estimados empoderados, que mi postulado jamás duplica o triplica el género ya que se educó en tiempos muy anteriores a esa extravagancia; la buena, como lo prueba esta divagación suya, que someto a la consideración de los por desgracia ministra y presidente, es que estamos en presencia de alguien que gusta e incluso ambiciona la discapacidad:

 

“Sí, al no poderse estar de pie ni sentado con comodidad, uno se refugia en una de las posiciones horizontales como el niño en el regazo de su madre. Uno las explora como nunca lo había hecho anteriormente y encuentra en ellas delicias insospechadas. Llegan a ser infinitas, en resumen. Y si pese a todo uno termina por cansarse de ellas a la larga, basta con ponerse en pie durante algunos instantes, incluso simplemente con incorporarse en el asiento. Estas son las ventajas de una parálisis local e indolora. Y no me sorprendería mucho que las grandes parálisis clásicas contuvieran satisfacciones análogas y quizá más arrebatadoras. ¡Hallarse por fin realmente en la imposibilidad de moverse! ¡Ahí es nada! Se me derrite de gusto el espíritu sólo con pensarlo. ¡Y además una afasia completa! ¡Y quizá una sordera total! ¡Y a lo mejor una parálisis de la retina! ¿Y probablemente pérdida de la memoria! ¡Y sólo con el mínimo de cerebro intacto necesario para estallar de júbilo!...”

 

Como ven, se trata de un ser de luz capaz de hallarle provecho y disfrute a situaciones que a otros amargan de facto o angustian con la mera posibilidad de padecerlas. Comprenderán entonces, señorías, que me reserve su identidad tan valiosa pero que a cambio consigne aquí mi número de contacto, caso de que haya logrado despertar el interés de su desgobierno: 3 16 5 18 90 24.

 

419. No bien oigo a un interlocutor o a alguien en la tele o en la radio repetir el sonsonete ese de que todo tiempo pasado fue mejor, me pongo en guardia y por lo común acabo despidiéndome de la persona o apagando el aparato antes de lo presupuestado. Lo que nadie sabe es que hay un asunto al que la frasecita tan socorrida le calza de maravilla y por el que me desgastaría debatiendo hasta desgañitarme, con quien tocara y en donde fuera.

 

Se trata de la abismal superioridad erótica de prácticamente cualquier mujer anterior a -¿cómo llamarla?- la “era del empoderamiento feminoextremista y neurótico” -propongo-, en la que a esto estamos -¿o estamos ya?: me perdonan pero ando desactualizado- de que toda relación sexual se pacte primero, con todos sus pormenores, ante notario público so pena de que el hombre -jamás la mujer- dé con sus huesos en la cárcel por violador y abusivo pues, en medio del fragor de la refriega, le mordió a la fulana las dos tetas en lugar de sólo la izquierda, que fue lo acordado.

 

¿Un titular por el estilo de ‘De cómo Peggy Guggenheim violó a Samuel Beckett’ o una declaración del tipo “bebe y baila, ríe y miente, ama toda la tumultuosa noche porque mañana tenemos que morir” en los tiempos del ‘sólo sí es sí’? Ya se me figura lo que se habrían reído de sus congéneras tan lastimosas mis amigas la coleccionista de arte y la cuentista: A que coincides con nosotros tres, Lucia entrañable.

 

420. Leo en El Espectador este titular: “El 60 % de los niños de 10 años en Colombia no entiende un texto simple”. Tampoco sus hermanas y hermanos mayores, sus mamis y papis y tías y tíos y primas y primos adultas y adultos, sus profesoras y profesores de la edad que sean. Sobre la ministra Vergara Figueroa y todas y todos sus antecesoras y antecesores en el cargo salvo los notables Gina Parody y Alejandro Gaviria -a quien Petro el genio… de la improvisación no dejó ni calentar la silla- no me pronuncio hasta tanto pasen por uno de mis cursos de Comprensión y Análisis de Textos. Pero a bote pronto calculo en más o menos el mismo porcentaje el número de analfabetos funcionales entre quienes han estado al frente de esa cartera. O miren, si creen que exagero, la situación calamitosa de la educación en el país, y en todos los ámbitos y niveles.

 

421. Los escritores y demás artistas de renombre del presente se enfrentan, no ya a la duda de todo artista del tiempo que fuera sobre si el reconocimiento de que gozaban en vida iba a coronar o no la codiciada posteridad, sino a si eso que llamamos posteridad va a seguir existiendo en tiempos de crisis climática, de dementes en el poder con arsenales atómicos a su disposición y poblaciones desinformadas y por ellos fanatizadas y listas para inmolar e inmolarse a la primera indicación del líder. De modo que si crear -belleza, fealdad- siempre fue loable por todo lo que de incierto involucra el oficio, para la vocación de artista hoy sólo encuentro un término, que mucho me temo que no alcanza a impartir justicia: heroicidad.

 

422. Tan sumamente sencillo, Daniel, tan sumamente sencillo y, paradójicamente, por completo impracticable para las naturalezas sectarias, informadas -los asiduos de la prensa de opinión de cada país tendrán sus nombres- o desinformadas -escoja usted de entre millardos-: “No hay que confundir el pueblo de Israel con el gobierno de Israel, ni el pueblo palestino con el gobierno palestino”: “Sabiduría popular”.

 

Este artículo suyo -abarcador y objetivo-, que recomiendo a cierraojos, exhibe a mi juicio un único lunar que aquí señalo, pues la amistad de papel que a usted me une me lo exige: “El efecto de la guerra actual en Gaza es profundamente distinto al de otras que ya pasaron, e incluso a la de Ucrania, coetánea, ¿Donde no hay una opresión asfixiante de una de las partes?”, afirma usted, desde luego que sin los signos de interrogación.

 

Qué cagada con Zelenski y los pobres ucranios de bien: que por cuenta de la guerra que se desató entre el terrorismo de Hamas y el terrorismo del Estado de Israel con los civiles en medio, la invasión y la destrucción de su país ahora les parezca, aun a muchos bienintencionados e informados como usted, una tragedia menos apremiante. Las palmas que deben de estar batiendo el carnicero del Kremlin y sus asesinos con el timonazo que a su favor pegó el azar.

 

Caprichosos como las audiencias, aun los medios más rigurosos -la DW y de ahí hacia abajo- se olvidaron de Ucrania y los ucranios y ahora hay emisiones en que ni la más mínima mención se hace de ellos.

 

423. ¿Les parece a ustedes que si me sirvo de esta brillantez de Churchill (“Tus adversarios se sientan en esa bancada de enfrente; tus enemigos se sentarán aquí, a tu lado”) para enviarles un clamor a los israelíes y judíos pacíficos del mundo y a los palestinos y musulmanes pacíficos del mundo, unos y otros me copian? ¿O de qué estrategia nos valemos para que los familiares de los más de doscientos secuestrados por los terroristas de Hamas y los miles que hoy duermen al raso en la Gaza bombardeada y asolada por el terrorismo de Estado israelí comprendan que sus verdaderos enemigos son, respectivamente, los que les dicen que invaden Gaza y la bombardean para traer de regreso, sanos y salvos, a sus seres queridos y los que prometen que luchan contra Israel para aniquilar al invasor y alzarse victoriosos en nombre de Alá? Ni a Netanyahu y sus generales los trasnocha demasiado el inminente finiquito de la degollina que comenzó el 7 de octubre, ni a Hamas el empeoramiento de los ya de por sí indecibles padecimientos de sus compatriotas que aquello terminaría por desatar.

 

Moraleja: únicamente la unión imposible de las víctimas de uno y otro lado de los muros de odio y concreto que los separan podría enderezar el rumbo y allanar el camino hacia la paz.

 

424. Pero esperen, que mejor lo explica otro malpensante:

 

“…La democracia siempre tiene que considerarse una posible salida, así que mirémosla primero. Cuando el régimen democrático tiene al menos un rastro de verdad, permite la alternación en el poder de las distintas opciones. ¿Existen posibilidades de que en Israel gobierne un partido que no defienda al Estado como judío, es decir, confesional de un modo u otro? Ninguna: 0 %. ¿Y tiene chance una democracia pacífica en los territorios dominados por Hamás o Hezbolá, para no hablar de Siria, Jordania, el Líbano, Irán o Irak? Ninguna: 0 %. Según esto, el régimen transaccional por excelencia, la democracia, no sirve allá. […]

Pasemos a la solución de los dos Estados […]. Algunos la miramos con mucho escepticismo. ¿Dos Estados que coexistan y no estén en guerra permanente? He ahí el dilema. Algo así no se ve venir por ninguna parte. La idea, popular entre los extremistas de Israel, de que la tierra palestina les fue prometida por Dios y está a la espera de nuevos asentamientos judíos o la idea contraria de que todos los judíos deben ser arrojados al mar, vuelven imposible cualquier acuerdo.

En el Medio Oriente existe una alianza de facto entre los extremistas de los dos lados. Tan así es que la inteligencia israelí, que sabía de los planes de ataque de Hamás, no hizo nada antes de que los lanzaran. Los extremistas necesitan muertos, muchos muertos, para justificar la continuación de su política de aniquilación del contrario, suicida o no. Sobra decir que dichas aniquilaciones son imposibles en la práctica, de suerte que el conflicto va a perdurar muchas décadas, con más o menos intensidad. Apenas el lado débil se logre fortalecer, ¡pum! Eso sí, dada la mayor potencia de fuego de Israel, habrá más muertos palestinos y, claro, más imágenes de muertos palestinos, cortesía de todos los extremistas de la zona. Otros preferimos que no cuenten con nosotros en ninguno de los bandos.”

 

Por mi parte y gracias a usted, hermano, asunto clausurado. Y le cuento que otro tanto tocaría hacer con temas que a ningún destino conducen sino al desgaste. Con un ejemplo basta: la pacificación de la Colombia petrouribista. O londoñista -por Julio césar Londoño y Fernando Londoño Hoyos, dos gotas de agua, sólo que de albañales sectarios contiguos-.

 

425. Qué cuentos de asuntos clausurados ni qué tetas de monja -y que me perdonen las monjas con vocación, que claro que existen: es un decir, hermanitas-.

 

Cuando uno se rodea de toda una polifonía de voces a cuál más inteligente y de una que otra que denigra de su inteligencia cuando vocifera sus dogmas, no cabe la posibilidad de decir y ni siquiera pensar que un asunto está clausurado. ¿Clausurado sin oír a Cercas, que hoy anda en inmejorable compañía?:

 

“Una tragedia es una pelea en la que los dos que se pelean llevan razón. Padres e hijos, por ejemplo […]. Unos y otros tienen razón, pero sus razones son opuestas, y su pelea, trágica e inevitable (quizá incluso necesaria). Estos conflictos éticos son, no obstante, harto infrecuentes en política; ahí, abusamos de la palabra tragedia: en la mayoría de las llamadas tragedias políticas, una de las partes tiene razón (aunque ambas tengan razones). Lo que más se asemeja ahora mismo a una tragedia política de verdad es la disputa entre palestinos e israelíes. Por eso es tan difícil resolverla.

No soy experto en el tema (ni en éste ni en ninguno): sólo lo sigo por la prensa; y apenas he visitado una vez Israel y los territorios ocupados: Tel Aviv, Jerusalén, Ramala. Pero basta haber puesto un pie allí para entender lo evidente: que los gobiernos de Israel, además de incumplir las resoluciones de la ONU sobre el conflicto, tratan de manera abyecta a los palestinos, la inmensa mayoría de los cuales sobrevive en condiciones miserables, sin atisbo de esperanza; y, a la vez, basta también un mínimo de decencia y de conocimiento de la historia para aceptar que los judíos merecen un pedazo de tierra donde vivir de forma digna y segura. En otras palabras: los terroristas de Hamás no tienen razón, pero sí la tienen los ciudadanos palestinos; y a la inversa: el Gobierno de Israel no tiene razón, pero sí la tienen los israelíes. Nada de equidistancias, sin embargo; incluso en el mal hay gradaciones (y quien no entiende esto no entiende nada): como ha escrito el novelista israelí David Grossman, crítico acerbo de su Gobierno, ‘la ocupación constituye un crimen, pero maniatar a centenares de civiles, niños y padres, ancianos y enfermos, y pasar de uno a otro para dispararles a sangre fría es un crimen más atroz’. Dicho esto, ¿qué más se puede añadir? Yo, nada. Pero desde que la guerra estalló no paro de recordar unas palabras de Amos Oz, también novelista israelí y tan crítico como Grossman con los dirigentes de su país; la cita es de 2004 y es larga, pero léanla con atención, por favor, porque Oz se dirige a usted y a mí: ‘Hay muchas personas que se han convertido en exclamaciones andantes, en Israel y Palestina, pero también en Madrid. Es muy fácil ser un eslogan. Yo no pretendo lanzar una reprimenda a los malos, como una institutriz victoriana. Nuestros intelectuales y los intelectuales occidentales tienen tradiciones distintas. (…) Vivimos en planetas diferentes, porque para ellos lo más importante es decidir quiénes son los buenos y quiénes los malos; firman un manifiesto, expresan su condena, su indignación, su protesta, y luego se van a la cama sabiendo que están en el bando de los ángeles. (…) Para mí, lo importante no es saber quiénes son los ángeles. No pregunto quién ha tenido la culpa, pregunto qué puedo hacer ahora. Para mí es más fácil dialogar con palestinos pragmáticos que con dogmáticos propalestinos en Madrid. Por fortuna, tengo que negociar la paz con los palestinos, no con los amigos españoles de los palestinos’. Luego Oz, que acababa de promover el Tratado de Ginebra, escrito por palestinos e israelíes y apoyado por el 40% de sus poblaciones, auguraba la paz: ‘No sé cuándo llegará, pero puedo prometer, en nombre de israelíes y palestinos, que, si Europa tardó más de 1.000 años en acabar con las guerras y crear la UE, nosotros lo haremos más deprisa y derramaremos menos sangre que Europa. Tengan un poco de paciencia y no tengan una actitud de condena, indignación, paternalismo. No nos digan que somos terribles. Traten de ayudar. Den a las dos partes toda la empatía que puedan’.

No convertirnos en eslóganes ambulantes, no ceder al placer miserable de la buena conciencia, no incurrir en el paternalismo, no dar lecciones, intentar comprender, no juzgar, no condenar. Eso pedía Oz. No creo que le estemos haciendo ni puñetero caso.”

 

Y bien. Queda uno abrumado con tantas verdades distintas (o con tantos matices de la verdad) sobre esta sinsalida historicopolítica y geográfica que lo mejor que procede es pararse a pensar…, o sea seguir pensando. Pero por mucho que lo pienso y le doy vueltas, no alcanzo a vislumbrar siquiera el más tenue rayo de esperanza que me permita acompañar a Oz en su optimismo, y créanme que me duele. Prometo al menos no estorbar.

 

426. Se pregunta Juan Gabriel Vásquez en uno de sus lúcidos artículos en El País de España, a propósito del Mefistófeles del cartel de Medellín que logró hacer escuela desincentivando la escuela e historia pervirtiendo la historia, “cuánto tiempo se necesita para que la imagen de un asesino deje de ser ofensiva, o para que la vayamos blanqueando, neutralizando, convirtiendo en algo más tolerable dentro de nuestra insufrible cultura de la banalidad de la violencia, el entretenimiento constante y la insensibilidad socialmente aceptada, todo lo que constituye nuestra forma preferida de explorar el mundo”, y lo único (no por escaso sino por poderoso e insuperable) que a mí se me ocurre es remitirlo a una lección que aprendí de Jacinda Ardern en 2019: jamás se deben pronunciar los nombres de los malditos.

 

Ya sé hermano que es demasiado tarde para haberlo hecho como debía hacerse, pero si usted tras este artículo, y yo, y muchos más y ojalá cada vez más ciudadanos de bien obliteramos de nuestras conversaciones y escritos ese y otros nombres repudiables, no para que caigan en el olvido, mas sí para negarles cualquier identidad, tal vez logremos, pasados muchos años, que los jóvenes de entonces los repudien asimismo y a ellos se refieran mediante los epítetos infamantes que nos tocaría idear.

 

427. Entre las demasiadas bobadas que repiten los tontos, diplomados o no, la de que se puede enseñar a escribir dentro de un salón de clases: “…Pensándolo bien, la tercera guerra mundial debió de comenzar cuando se apagaron los fulgores de las bombas atómicas que cerraron la segunda; que fue la prolongación de la primera, que alargó las decimonónicas que afrontaron los imperios del Occidente cristiano, las carnicerías napoleónicas, y la masacre religiosa de los tiempos de Montaigne que extendió la cruzada contra los cátaros, que fue el culmen de una serie de guerras remontables hasta Troya, o hasta los hicsos. La historia humana es la historia de la guerra. Por una misteriosa fatalidad”.

 

A ver, qué dijeron: ¿Que ésta es la hipótesis brillante de un profesor de colegio que estudió ciencias sociales en la universidad, donde además le prestaba toda la atención de que era capaz al profesor de Taller de Lengua, un curso que duró dos escasos semestres? ¿De verdad no se imaginan los años de lectura inteligente y rigurosa, del pulimiento -gracias a la lectura inteligente y rigurosa- de la capacidad imaginativa que origina la hipótesis? Lo siento por los que no.

 

428. Sirvámonos de este apunte de un buen amigo para hacerle un diagnóstico al Esperpetro sucesor del Titeriván que, comparado con él, semeja todo un estadista:

 

“El secreto mejor guardado de la política colombiana es que gobernar es difícil. No basta con buenas ideas, ni siquiera con ideas geniales: se necesita conocimiento real y concreto, no intuiciones ni mucho menos intenciones; se necesita una inmensa capacidad de trabajo, talento para ejecutar, disciplina y orden mental, clarividencia para separar lo esencial de lo accesorio, y ayuda, mucha ayuda”.

 

Veamos. ¿Cuáles son las buenas ideas de este genio que dizque se preparó durante toda la vida para presidente? Les cedo la palabra a quienes lo admiran genuinamente porque a mí lo que del deslenguado me ha llegado desde que en vano juró su cargo son clichés de politicastro en campaña, afrentas a los que no transigen con sus veleidades diarias, e insustancialidades de todo tipo pontificadas en tono ex cáthedra. ¿Conocimiento real y concreto? El que tuvo -que lo tuvo- se agotó en sus años de congresista, y prescindió de él -o de los asesores que lo hacían parecer informado y solvente- cuando lo hicieron alcalde de la pobre Bogotá y de ahí en más. ¿Capacidad de trabajo? La misma que muestra el peor alumno del peor colegio público o privado de donde ustedes quieran, con la diferencia de que existe la posibilidad, por remota que sea, de que al adolescente vago lo expulsen o al menos de que pierda el año en razón de sus ausencias. ¿Talento para ejecutar? Si alguno tuvo -seguro que sí-, lo ejerció en el M19 porque ni en la alcaldía de Bogotá ni durante el nefasto año y medio que lleva en la Casa de Nariño. ¿Disciplina y orden mental? Los mismos de mi tío el loquito, que por falta de medicación ya ni se baña y alucina día y noche. ¿Clarividencia para separar lo esencial de lo accesorio? No para separar, mas sí para hacer que desaparezca lo esencial tras lo accesorio, que es de lo que en últimas se ocupa la prensa que aún le es favorable. ¿Y la ayuda qué? No sé si así se deba llamar a la indignidad que supone el que su gabinete y demás subalternos le guarden la espalda a este megalómano irresponsable e irrespetuoso con sus electores y los que lo padecemos, o a que ciertos periodistas con fama inmerecida de imparciales y objetivos colaboren decididamente con la mojiganga presidencial mediante sus silencios y omisiones. Al fin y al cabo, harto ocupados están -y van a seguir- con su obsesión por Uribe y todo lo que a él huela.

 

429. Rebauticemos. ¡Nada de Tierra Santa! ¡Tierra Nefanda!: ”…Muchos israelíes, empezando por el primer ministro Netanyahu, no dan más valor a las vidas de los palestinos que a las de los insectos; muchos palestinos, empezando por los terroristas de Hamas, deshumanizan a los israelíes, y a todos los judíos del mundo, de la misma manera. Aplastan a sus víctimas no con planchas, pero sí con bombas y misiles. En cuanto a la locura religiosa, resulta que los más fervientes devotos de Dios son, en ambos bandos, los más crueles, los más seguros de que tienen licencia divina para matar”. Y nada de amén:¡hi-men, hi-men, Hi-men!

 

430. ¿Que por qué aborrezco el feminismo de megáfono y pandereta de las empoderadas? Con leer “’Sará perché ti amo’, Jenny Hermoso” en relación con ‘La terrible y odiosa venganza’ en El País de España pueda que les baste. Claro que mucho cuidado con ir a leerlos al margen de las circunstancias y los pormenores tan radicalmente opuestos de las coyunturas que los inspiraron.

 

Ahora: que si lo que quieren es ahondar un poco más en el asombro de lo aborrecible militante, cotejen aquel par de desmesuras con un artículo titulado ‘Alahu Akbar: Dios es Grande’ y firmado por un hombre al que la autora de los dos primeros títulos no dudaría en tachar de machista o aun misógino.

 

Y pensar que de mezquindades por el estilo de las de la opinante está ahíto el mundo… real, que contiene al editorial.

 

431. Y lo aborrezco, además, porque de las performances que monta y de los numeritos que arma son protagonistas la futbolista a la que un pobre diablo desaprensivo le dio un pico o la actriz a la que su jefe el director le pidió un acueste a cambio de un mejor papel en la serie o en la película X, pero inexplicablemente no las israelíes profanadas de todas las maneras posibles por las ternezas de Hamas, correligionarios de los verdugos de esta otra mujer de cuya existencia múltiple las activistas occidentales tampoco se ocupan:

 

“-…Y pensar que estuve a punto de… Tú eres mi milagro. Las píldoras, todos los medios por los que traté de resistirme… No sabía que serías tan hermoso, que colmarías mi corazón… […] Cuando mamá se enteró de que su padre le había encontrado esposo, se tragó un puñado de ‘píldoras mágicas’. -Las llamaban así porque dejaban inútil a la mujer, pues ¿quién querría seguir casado con una mujer que no pudiera tener hijos? ‘Al cabo de unos meses, a lo sumo un año, estaré libre y podré volver a estudiar’, pensaba. Era un plan perfecto, o eso creía. Precipitaron la boda, como si fuera una perdida, como si estuviera embarazada y tuviera que casarme antes de que se me notara. Parte del castigo fue no permitirme ver ni una foto de mi futuro esposo. Pero la criada vino a decirme a escondidas que había visto al novio. ‘Es feo, tiene la nariz grande’, dijo, y escupió en el suelo. Yo estaba tan asustada que tuve que ir al baño diez veces por lo menos. Mi padre y mis hermanos, el Alto Consejo, sentados frente a la puerta de mi habitación, se pusieron muy nerviosos, pues veían en la debilidad de mi estómago la prueba de mi culpa. No podían imaginar cómo me sentía, esperando en aquella habitación al desconocido que ahora era mi marido y que, cuando entrara, me desnudaría sin más y me haría cosas sucias y repugnantes. Era una habitación horrible, en la que sólo había una cama enorme, con un pañuelo sobre la almohada, blanco y bien planchado. Ignoraba para qué servía aquel pañuelo. Me paseaba por la habitación con mi vestido de novia, preguntándome qué cara tendría mi verdugo. Porque así lo veía: ellos me habían juzgado y él, el desconocido, armado con el contrato de matrimonio firmado por mi padre, ejecutaría la sentencia. Cuando me toque, pensaba, porque estaba segura de que eso haría, de nada me servirá gritar; era suya, su esposa a los ojos de Dios. Tenía sólo catorce años, pero sabía lo que el hombre ha de hacer a su esposa. Mi prima Jadiya, que siempre fue muy charlatana y después de su noche de bodas se quedó más muda que una pared, me contó a solas que su marido había perdido la paciencia, así que le había perforado el himen con los dedos y la había hecho sangrar. Era deber del hombre comprobar que su esposa era virgen. […] -Esa revelación era como una mano que me oprimía la garganta -prosiguió-. Aquellas horas me parecieron eternas. Me ardía el estómago, tenía los dedos helados y mis manos luchaban una contra otra. En una de mis visitas al baño, que hice recogiéndome el vestido de boda y corriendo como una idiota, vi que mi padre se metía una pistola entre el bolsillo. ‘En cualquier caso, tiene que haber sangre’, le dijo a tu abuela, que me lo contó después casi riendo, aliviada y aturdida, y como con una ridícula satisfacción. ‘Si no hubieras sido virgen, Dios nos libre, tu padre estaba decidido a quitarte la vida’, me dijo. ‘Tu padre, el novio misterioso, tenía veintitrés años. A ojos de una muchacha de catorce era un viejo. Cuando por fin entró en la habitación, me desmayé. Al recobrar el conocimiento, se había marchado. A mi lado vi a tu abuelo, que sonreía y, detrás de él, a tu abuela, que apretaba contra el pecho el pañuelo manchado de sangre y lloraba de felicidad. Estuve varios días enferma. Las estúpidas píldoras no hicieron efecto. Había tomado demasiadas y las vomité. Nueve meses después, te tuve a ti.”

 

Ahí tienen, muchachas bisoñas de la horda fanática que presiden una tal Yolanda Díaz y una tal Irene Montero, ahí tienen apenas uno de incontables testimonios de verdadera esclavitud sexual ejercida en este caso en el nombre de Dios por misóginos auténticos y no fabricados tipo el tal Rubiales, que a ustedes les vendieron como la encarnación del ejemplo de hombre que odia a las mujeres. Ahora: si como espero las descripciones precisas y descarnadas -si bien jamás tan descarnadas como las imágenes reales que habrán visto en internet- de la columna aquella de Pérez-Reverte y las palabras de la madre de Solimán sobre los pormenores de su matrimonio sacrificial logran que ustedes se cuestionen el sentido de su militancia en la horda, las invito a que renieguen de ella y se vengan a trabajar con Lisbeth Salander y conmigo, no por las Jennys Hermoso y muchísimo menos por las Mias Farrow (¡vade retro, vade retro!), mas sí por cada Jadiya oriental y Urania Cabrales occidental que hayan sido dañadas o que puedan resultar dañadas por hijoputas aviesos, algunos de cuyos nombres figuran en este blog. Piénsenlo y, cuando estén dispuestas a recomponer, me llaman: 3 16 5 18 90 24.

 

432. Las delicias que el periodista que no soy pero que en cualquier momento podría ser habría hecho de una entrevista con usted, maestro, si antes de convenir el encuentro yo hubiera conocido el contenido de su prosa apátrida 69 (¡”se me derrite el espíritu de gusto sólo con pensarlo”!). Y múltiples preguntas, que querrían y podrían ser la primera, se me atropellan en el magín:

 

“Plantea usted la dualidad ‘triunfadores-millonarios’ ‘fracasados-pobretones’. ¿Y la nada en medio?”; o “¿en qué lugar de esta como tipología que se establece en el texto ubica usted al Julio Ramón Ribeyro escritor?”; o “plantea usted a comienzos de este texto el problema: por el alejamiento insalvable que existe entre exitosos y fracasados o entre millonarios y pobretones es por lo que fracasados y pobretones no pueden aprender de sus contrarios con miras a superar su situación. ¿Lo escribió con una solución factible en mente que no pergeñó?”; o “habla usted de ‘reyezuelos’ en relación con los exitosos y los millonarios. ¿Existen también los reyezuelos en la literatura y las otras artes?, ¿qué los caracteriza?”; o “¿por qué deja usted fuera de la dualidad ‘exitosos-fracasados’ a la literatura y las otras artes, y cómo funcionaría la cosa si se las analizara a partir de aquello?”.

 

Qué suerte: descubro que, pregunte lo que pregunte, esta charla, que habría podido ser y no fue salvo en la ficción, indefectiblemente habría ido a parar en un tema que me apasiona desde siempre, trátese de libros o de la jodida vida real: no el fracaso a secas, sino el fracaso ojalá sin atenuantes de los Larsen, los Davanzati, los Ábalos y hasta el tardío de un Gregorio Magno Pontífice Camargo. Aunque ninguno, lo juro, igual de rotundo que el de un pariente lejano por fortuna ya muerto al que mi hermana y yo llamábamos, cagándonos de la risa -de una risa no exenta de compasión, eso sí-, Pedro Demalas. Que en paz descanse el pobre José Luis.

 

433. Nada de que todos somos iguales. Iguales, lo que se dice iguales, son los terroristas de Hamas y los comandados por el terrorista de Estado Benjamín Netanyahu. Los civiles de uno y otro lado que no siendo hasta la fecha (12 de noviembre de 2023) víctimas tangibles del odio del enemigo, claman en las redes, en las calles, en las sinagogas y en las mezquitas el aniquilamiento de hasta el último palestino e israelí que todavía respire. Los entrometidos -antes que nada de Occidente- que avivan, con su ridículo odio prestado en contra de los unos o los otros, el fuego de ese y de otros conflictos. Y los indiferentes de la nacionalidad que sea que ni se enteran de que existe un país llamado Israel que ocupa y asfixia a otro llamado Palestina.

 

Muy por encima de todos ellos, de todos nosotros salvo de una inmensa minoría de Quijotes desperdigada por el mundo entero, se alzan, en representación de las naturalezas superiores, Maoz Inon, Neta Heiman y Noi Katzman, tres “víctimas israelíes que no quieren venganza” y que, descontentas con semejante gesto magnánimo, se prometen seguir trabajando por la paz y el establecimiento de un Estado palestino.

 

Nota al margen: comprendo -si bien discrepo- el alcance de ‘Los justos’, el bello poema de Borges que les atribuye la salvación del mundo -la redención de la especie- a una serie de corazones apacibles que, por contera, desempeñan oficios nobles o se entregan a fértiles ocios. Mis ‘justos’ son -lo repito y lo voy a repetir siempre que venga al caso- todos los Quijotes anónimos o no que, no de palabra sino de facto, con o sin escuderos, luchan por hacer del perro mundo un sitio mejor o, al menos, menos inhóspito.

 

434. Quién lo hubiera dicho; que cuatrocientos años después de publicado el Quijote, a los protagonistas de la ecpirosis bibliófoba del Capítulo VI los vendrían a reemplazar, y con lujo de detalles, los llamados a defender los libros y las ideas.

 

Por si no lo sabían, en nuestro presente medieval no son ya la sobrina, el ama, el cura y el barbero los que expurgan y destierran libros sino grupúsculos de profesores y alumnos universitarios de aquí y de allá que se sacaron del sombrero un nuevo derecho universal tan ridículo como ellos y sus discursos: el derecho a no sentirse ofendidos, ofendidas y ofendides. Y en la vesania los acompañan supuestos intelectuales empoderados prestos a ‘cancelar’ y a hostigar todo y a todo el que discrepe o se burle de las memeces que hacen pasar por teorías académicas y sólidas posturas humanitaristas.

 

Compara uno a la iglesia que preside Bergoglio con mucho de lo que hoy se cuece en tantos campus y facultades, antes que nada de humanidades y afines, y forzoso es admitir que no es en ella donde hoy maniobra Torquemada.

 

435. ¿Qué se le agrega a la completitud?: “Los hombres no se pueden considerar en haces, etiquetados por su raza o religión. Las personas existen de una en una, peculiarmente. Lo otro es la masa”: a ver quién que no lo sepa y lo honre lo aprende para que lo ejercite.

 

436. ¿Cómo no entender, cuando se sopesan todas estas realidades tan promisorias, a los recién casados o arrejuntados que arden en deseos de convertirse en padres y en madres, o en ‘papitos’ y en ‘mamitas’, según impone el edulcoramiento que hoy todo lo domina?:

 

“…Nada más peligroso, pues, que ser niño.

Porque el niño es carne de cañón y víctima inducida de malos consumos. Pero no acaban ahí los riesgos a los que está expuesto, ya que en la jauría que lo acecha están los artefactos electrónicos: teléfonos celulares, computadores, juegos, pornografía virtual… El resultado son camadas de menores ensimismados, bovinos, ajenos a su alrededor, pegados a las redes, propensos a los problemas mentales y el pesimismo (el deseo suicida infantil se duplicó entre 2008 y 2019 en Estados Unidos) y cada vez más inútiles en el desarrollo de ‘recursos propios para tolerar la vida cotidiana’, según el psicólogo español Francisco Villar.

Entre tanto, los gigantes tecnológicos afinan productos que ‘atraen, involucran y atrapan’ a los niños, según una demanda contra Meta (dueña de Facebook, WhatsApp e Instagram) presentada por 41 fiscales de Estados Unidos que luchan por lograr artefactos menos adictivos. La solución creciente pasa por limitar rigurosamente el uso de estos aparatos en los chinos, prohibir los celulares antes de los 16 años y capacitar a los padres para que aprendan a educar a sus hijos en el mundo informático. Que imiten a Steve Jobs, el genio cibernético y comercial que tenía vedadas las pantallas y las redes a sus críos.

Si el esclavizado menor logra sobrevivir a la violencia, nutrirse en forma adecuada y moderar el uso de aparatos electrónicos, aún lo esperan el cambio climático (que, según un respetado científico inglés, ‘plantea un riesgo existencial a la salud infantil’), los pederastas, los jíbaros, la inseguridad, el matoneo y la puta vida…

Sí, nada más peligroso que ser niño.”

 

De verdad que leo esto y me repudio por haberme hecho la vasectomía, si mal no recuerdo, a los veinte años; por haberles dado la lata diría que a todos mis estudiantes -del Colombo Americano, la Pedagógica, la Sergio Arboleda, La Salle y la Javeriana- con lo inconveniente que a la sazón me parecía encartarse con hijos y encartarlos a ellos con la perra vida de que habla Daniel. Y, aquí entre nos, por haberles costeado la esterilización a cuatro o cinco entre muchachas y muchachos pragmáticos y realistas que resolvieron acudir en mi ayuda.

 

Ahí verán, estimados child-free guys, si nos reencontramos para celebrar su sensatez. Me encantaría saber cómo les han ido las cosas desde entonces. Espero, y supongo, que mejor que a los que sueñan con que pronto el planeta albergue a diez, a quince, a veinte millardos de bocas que alimentar y, coherentes, se ponen manos a la obra. Llámenme para que cuadremos: 3 16 5 18 90 24.

 

437. Maticemos: no desobedece, sino que se insubordina, todo aquel que, voluntariamente, o sea motu proprio, expresa su deseo de pertenecer a una institución tipo la Iglesia católica, la policía o el ejército y, una vez dentro, se declara en desobediencia frente a asuntos que de sobra conocía cuando se enroló: el atuendo y la presentación personal, los horarios, las jerarquías bien entendidas… (Hablo de jerarquías bien entendidas porque si un sacerdote de parroquia, un policía y un militar reciben de un superior una orden que atenta contra su conciencia y los códigos morales o de honor que, cada cual a su manera, se comprometieron a honrar, la desobediencia -y ojalá la denuncia- no es optativa sino obligatoria). Por el contrario, el derecho a desobedecer le asiste a quien, en contra de su voluntad, o sea forzosamente, es reclutado por la policía o el ejército de su país sin que importe que el reclutamiento proceda de mandatos gubernamentales e incluso constitucionales, y también a la persona que por ejemplo se matricula en una universidad confesional -todo un contrasentido- porque es allí donde se imparte la carrera de su preferencia mas no porque practique la religión que el campus ampara: la autoriza, nada menos, el universo.

 

Escribo esto a propósito de un artículo firmado por Piedad Bonnett en el que elogia copiosamente la insumisión de un muchacho colombiano que, no obstante estar prestando motu proprio, o sea voluntariamente, el servicio militar en la policía, se niega en redondo a cortarse el pelo dizque porque los preceptos de su fe religiosa o irreligiosa se lo permiten. ¿Que sus superiores lo obligan a rezar no sé qué ‘oración del policía’?, ¡que se jodan y que respeten el laicismo que nuestra Constitución consagra! Pero sea serio y córtese el puto pelo, hermano, que por pervertir el bello sustantivo desobediencia es por lo que estamos como estamos: para empezar, sumidos hasta las cejas en la anarquía sin precedentes de un mal llamado presidente de la República, un homúnculo soberbio y arrogante que se siente facultado para incumplir sistemática y consuetudinariamente las responsabilidades inherentes a su cargo; en la de un fiscal general de la nación insignificante como el que más y también picado del complejo de Dios, que usa el cargo para proteger a sus cuates, perseguir a la prensa que no le es propicia y hacer proselitismo político con miras a su segura candidatura presidencial; y en la multitudinaria de las tribunas que, cínicas y acomodaticias, aplauden a uno y abuchean al otro.

 

Pero si todo lo anterior tan grave le parece poca cosa, remítase entonces en internet al caso -uno de muchos- de una profesora de un colegio público de Bogotá al que una ñera con uniforme la noqueó, a mediados de julio de 2023, de un golpe en la cara y todo porque le ordenó que apagara el celular o se saliera de clase. O busque las cifras oficiales de denuncias por maltratos físicos y de otras índoles instauradas, en Colombia y en todas partes, por padres de familia y abuelos de menores de edad.

 

No se imagina, muchacho, lo que me habría gustado invitarlo a una de las muy pocas clases en las que un par o a lo sumo un grupúsculo de insubordinados pretendieron, siempre en vano, hacerse con el control de la situación. Les debo a mi carácter y a los ejemplos de algunos buenos profesores y maestros frente a los saboteadores mi manejo solvente de la autoridad, que nada tiene que ver con el autoritarismo, dentro del aula. Ah, y a una columna extraordinaria de Mario Vargas Llosa en El País de España que tituló ‘Prohibido prohibir’.

 

438. ¿Mi mayor desgracia? Esperen, esperen que no es, ni con mucho, la ceguera.

 

Mi mayor desgracia es esto que a falta de un mejor nombre llamo visceralidad. Como quien dice, la incapacidad de poner por obra la recomendación de un personaje de Victor Hugo a un interlocutor al que conmina a permitir que la fatalidad actúe. La incapacidad de sentir como el Anaxágoras que responde “sabía que había engendrado a un mortal” cuando lo informan de la muerte de su hijo. La incapacidad de asumir con imperturbabilidad lo que no obstante sé que puede ocurrir: desde que mi madre se enferme gravemente y muera hasta que me ocurra a mí y la deje sola, pasando por dolores o problemas “más pedestres” o “menos importantes”: la muerte de mis gatos o la desaparición, por un error en un comando, de archivos a los que les he dedicado sudor y lágrimas. En suma, mi maldita propensión a vivir agobiado por cuestiones que a Cicerón seguramente le parecerían minucias y fruslerías. Allá él.

 

439. Cuento chino, y más que chino chimbo, el del apóstata William Ospina en su última columna de El Espectador: que dizque no votó por Petro para presidente porque la promesa de Rodolfo Hernández de acabar con la corrupción lo sedujo más. Trola que, de tratarse de una ingenuidad por su parte, sola se bastaría para probar que la suma inteligencia literaria no previene y menos cura la suma estupidez política. ¡Pero si para nadie es un secreto que la apostasía de Ospina tenía precio: el Ministerio de Educación en un posible gobierno del santandereano! Lo que desemboca en otra conclusión: cuando las ambiciones personales están por medio, no hay militancia que valga. Es más: si Hernández fuera hoy el presidente y Ospina su ministro (una desgracia semejante a la que hoy padecemos los que votamos en blanco en la segunda vuelta), ya lo tendríamos disfrazado de uribista furibundo a la manera de un Carlos Alonso Lucio o un Everth Bustamante pues ¿no tenemos todos, todas y todes, acaso, derecho a enmendar los tumbos y desvaríos de nuestras convicciones políticas?

 

Buen poeta y mejor prosista, aunque pésimo Homo alalus mendax este ex cófrade de Londoño y Gamboa en la izquierda de la ira.

 

440. Cuando un escritor es -o debiera ser- universal como el grande que nos proporciona la alegoría siguiente, en sus reflexiones abarca, aun en las supuestamente perecederas de un periódico o revista, no ya a Herveo y el Tolima, a Palmira y el Valle del Cauca, a Bogotá y Cundinamarca y ni siquiera a Colombia y la América Latina sino también a San Sebastián y Guipúzcoa, al País Vasco y España, a Europa y hasta el último rincón del mundo en el que un lector despabilado sepa qué hacer con lo que se le ofrenda:

 

“En mi manada de lobos, mantenemos la tradición antigua del comportamiento gregario. No conocemos una opción diferente del conformismo natural. Para practicarlo necesitamos un líder. Si no, ¿cómo va a ejercer uno de subordinado? Dicho líder o macho alfa ostenta el cargo en colaboración estrecha con una hembra destacada entre las de su clase. Ambos equivalen a lo que en el plano humano vendrían a ser un presidente y una vicepresidenta. El jefe dice: Jamás caminaremos en esta dirección. Y todos a un tiempo apartamos la mirada del rumbo vedado por el jefe. El cual, otro día, tras un intercambio de susurros con la hembra directora, ordena que vayamos hacia donde antes no debíamos ir. Nosotros damos media vuelta y allá vamos, felices de obedecer.

A los profanos en materia lobuna, les aclararé que el jefe es ese ejemplar alto y de buena planta, ¿lo ven?, que está subido a la roca. Suele expresarse con aullidos vigorosos, es siempre el primero en probar bocado y exhibe a todas horas (rabo levantado, orejas tiesas) un porte dominante. Los demás, de acuerdo con nuestra posición jerárquica, mostramos distintos grados de sumisión. Los hay que permanecen por oficio junto al jefe listos para defenderlo, si hace falta, a dentelladas. Y los que, a cambio de su benevolencia, se tienden a sus pies y le presentan la yugular como diciendo: Mátame si quieres, pero si toleras mi presencia y me proteges te seguiré adondequiera que vayas y te serviré a ciegas, mandes lo que mandes. Están por último los que, no bien el jefe ha terminado de aullar, le lamen el hocico. A estos los veréis subir a lo alto de la colina o arrimarse a la linde del bosque, donde se entregarán a la sonora tarea de elogiar los principios y justificar las decisiones aulladas por el macho alfa. En mi manada, a estos lamedores de hocico se les recompensa de costumbre con los trozos más sabrosos de nuestras presas.”

 

Una mala y una buena noticia, seguidas por un par de observaciones. La mala es que las hordas extremoizquierdosas hoy en el poder en Colombia, Brasil, México, España y ya se verá si nuevamente en la Argentina, van a tener que postergar el gustazo de ironizar, valiéndose de esta joya, sobre la situación política de sus países hasta cuando la extrema derecha de un Miley o de un Abascal las torne a la oposición. La buena es que los “profanos en materia lobuna”, es decir los ciudadanos respetables que ocupan el centro del espectro político, ya mismo pueden servirse de ella para que, asignándoles nombres propios al macho alfa, a la hembra destacada y a cada una de las categorías en el servilismo que propone el texto, pongan en evidencia a los fachos o a los mamertos que detentan el poder en sus países. Se aclara que para la extrema derecha no hubo mala noticia por la sencilla razón de que entre sus incondicionales no existe nadie capaz de ironizar o siquiera alguien que haya oído el verbo. A los chinos y a los rusos capaces de eso y de mucho más se les recomienda, so pena de ser envenenados, encarcelados y torturados o desaparecidos, que se abstengan.

 

Adenda: me escriben un par de lectoras -a la par que amigas: Tola y Maruja, dicen que se llaman- colombianas quejándose de que miran con intensidad hacia la cúspide de la roca pero no ven a ningún lobo alto o bien plantado: “A un lobo sí, pero ‘ojibrotado’ y con pinta de resaca”. A los tres, en cambio, nos llegan nítidos sus aullidos de líder desorientado.

 

441. Las razones por las que dejé de ver fútbol -justo ese milagro obran los mejores relatores (Carlos Alberto Morales, Javier Fernández Franco, Gustavo el Tato Sanínt…; de los pensionados y muertos memorables no hablo porque no acabo) con su arte: concederle durante noventa minutos el don de la vista al ciego de nacimiento y no se diga al devenido- no tienen que ver con ésta, que sin embargo logra que se afiance mi renuncia:

 

“…La idea del VAR, como de todos los avances tecnológicos de nuestros tiempos, es en el fondo un intento del ser humano de controlar su destino, de imponer la perfección en un mundo implacablemente imperfecto. De ser Dios. Y no hay manera. Es más, el daño que está haciendo el VAR al fútbol es como un castigo divino. Recuerda al caso de Prometeo, el que desafió a los dioses y fue encadenado a una roca a la que llegaba un águila a comerle el hígado, solo para que volviera a crecer el día siguiente y se repitiera el horror eternamente.

El VAR se está comiendo el hígado del fútbol. No solo porque es imposible que funcione, ya que el fútbol es como la vida y no es perfectible, sino porque nos está matando el espectáculo y si no hay espectáculo no hay fútbol. La injusticia ya era inherente al fútbol antes del VAR. Lo imperdonable del VAR es que nos está arruinando aquello que nos ofrece el fútbol que es único, glorioso y especial: el momento cuando se marca un gol, el detonante de emociones más intenso que ofrece la vida, sin excluir el orgasmo que, ya saben, no siempre va acompañado de la pasión, o del amor.

Ya no. Con el VAR ya no. Nuestro equipo marca un gol y el grito se queda a medias, un coitus interruptus. Aunque sea un golazo, un disparo desde fuera del área sin posibilidad de fuera de juego, la duda nos atraganta…”.

 

Creo que todo comenzó en 2002 cuando en Colombia pasamos de un único campeón por año a dos. Luego, con el restablecimiento de la Copa Colombia, a esos dos torneos semestrales tan insípidos se les vino a sumar una competición más que nada salvo cantidad le agregaba al asunto. Así, atrás quedaban los tiempos en que uno se consumía de ansiedad entre domingo y domingo o entre miércoles y domingo, rogándole a lo que fuera -Dios, San Barberón, San Bonner Mosquera o San Funes- que el tiempo corriera para que Millos volviera a jugar. Pero, como prácticamente todo en este presente que glorifica la sobreabundancia, de la bendita escasez caímos en el maldito exceso, que en mí mata las ganas.

 

¿Viajar?, ¡pero si los aeropuertos y playas y desiertos en expansión y glaciares en retracción están hasta las tetas de turistas ‘selfivideicos’! ¿Oír un partido de la selección de Lucho Díaz y James Rodríguez que “batalla” por un cupo en el mundial de 2026?, ¡pero si entre los 48 que pronto serán 70 y luego 100 cabe toda Suramérica, Bolivia incluida! ¿Culiar?, ¡Qué dicha pa mi salchicha, que ya ni recuerda a qué sabe eso tan güeno!

 

442. Leo el deslumbramiento que figura bajo la Q de Salvo mi corazón, todo está bien y me da por pensar, pensando en la desgracia feliz o en la felicidad desgraciada del Gordo Córdoba, en la posibilidad de que en este preciso momento un lector de esta novela de Faciolince, la primera que lee en su vida y a la que llegó por insinuación de alguien que pensó que a su corazón del todo enfermo el libro lo podía ayudar, se esté diciendo, o le esté diciendo al recomendador, que no se perdona el haber llegado tan demasiado tarde a la literatura y que daría lo que ya no tiene por ser él, que con muchas se acostó, el cura virgen tal vez para siempre de la historia con sus cientos de películas y óperas y libros a cuestas, con los que habrá vibrado como él con este único título que se lleva a la tumba.

 

443. Yo, que soy ante todo un sujeto literario que profesa un gran respeto por la ciencia que practican y producen los científicos como usted con alma, necesito confiarle a alguien mi mayor duda en relación con… consigno esto y ya le digo con qué:

 

“…Los pasos finales previos a la singularidad humana, es decir, la división altruista del trabajo en un nido protegido, ha sucedido sólo en veinte ocasiones, que sepamos, en toda la historia de la vida. Tres de las líneas que llegaron a este nivel preliminar final son mamíferas, en concreto, dos especies de ratas topo y el Homo sapiens, esta última un descendiente extraño de los simios africanos. Catorce de los veinte triunfadores de la organización social son insectos. Tres son camarones marinos que viven en arrecifes de coral. Ninguno de estos animales no-humanos cuenta con un cuerpo ni (por lo tanto) con una capacidad cerebral lo suficientemente grandes como para alcanzar un nivel de inteligencia elevado.

Que la línea prehumana desembocara en el Homo sapiens se debe a una oportunidad única sumada a una extraordinaria buena suerte. Las probabilidades eran minúsculas. Si alguna de las poblaciones directamente encaminadas a la especie moderna se hubiera extinguido en algún punto de estos seis millones de años desde la escisión humanos/chimpancés (una posibilidad alarmante, ya que el período de vigencia geológico medio de las especies mamíferas es de unos quinientos mil años) quizás hubieran pasado cien millones de años antes de que apareciera otra especie similar a la humana”: con la evolución, ni más ni menos.

 

Maestro Wilson y científicos con alma todos: partiendo del hecho de que el sustantivo ‘evolución’ implica continuidad e imposibilidad de interrupción ninguna, ¿cómo se explica que en un momento dado esos simios africanos que devinieron humanos no lo hubieran seguido haciendo y que, por tanto, se pueda hablar de una ‘escisión’, sustantivo que contradice de todo punto el sentido de lo que evoluciona? Es más: si todas las especies del planeta Tierra somos el resultado de la evolución, ¿cómo se explica entonces que el Homo sapiens sea el último eslabón de una cadena que debería tener infinitos eslabones? Dicho en otras palabras, ¿a qué se debe que esto que llamamos hombre no haya dado origen a una especie más compleja y elaborada desde el punto de vista de la biología?

 

Comprenderán ustedes -que conviven con la duda y a ella se deben- que mal haría yo acallando las mías por temor a posibles sindicaciones de ignorancia, que en mi caso sobran puesto que me reconozco ignorante de casi todo lo que querría saber.

 

444. Digamos que en este sentido me hallo en el peor de los mundos posibles pues, si bien considero el creacionismo la prueba por excelencia de la irracionalidad y el infantilismo sin remedio de la especie, pregonar a pies juntillas que mi cerebro mitad literario mitad científico comprende y se rinde a la evidencia de que esto que soy y este que escribe empezó a forjarse, en cierto modo, cuando “los primeros peces con aletas en los lóbulos emergieron de las aguas de nuestro planeta, hace unos cuatrocientos millones de años”, sería mentir descaradamente. Que lo dé por cierto y válido obedece a la seriedad y el rigor de quienes eso concluyeron tras haberlo estudiado y sopesado a fondo, es decir a mi certidumbre de que la ciencia auténtica no fabula ni tima, mas no a que mi precaria inteligencia de veras lo procese, asimile y comprenda. Lo suscribo maravillado, con análogo asombro al que en mí se suscita cuando me enfrento a las mejores páginas de lo real maravilloso literario.

 

445. Alguna razón le debe asistir a la ilustre dupla Pascal-Wilson cuando coinciden, si bien en ámbitos muy distintos de lo humano: “Todos los problemas del hombre se derivan de no saber quedarse tranquilo en casa”. “Para poder colonizar un planeta habitable, lo primero que tendrían que hacer los alienígenas sería aniquilar todas sus formas de vida, hasta el último microbio. Mucho mejor quedarse en casa, al menos durante unos pocos miles de millones de años más. […] Hay forofos de los viajes espaciales que a día de hoy aún creen que la humanidad podría emigrar a otro planeta después de que agotáramos éste. Deberían tener en cuenta un principio que considero universal, tanto para nosotros como para todos los extraterrestres: sólo existe un planeta habitable, y es la única posibilidad que tiene la especie de lograr la inmortalidad”.

 

De una cosa se puede estar seguro: ni los turistas-langosta ni la marabunta codiciosa que sueña con industrializar y explotar el espacio atienden a razones.

 

446. Me habla Wilson de taxonomías y a mí me acomete el deseo angustioso de taxonomizar los especímenes que niegan, al tiempo que buscan la sombra de un árbol o se abanican con desespero, la crisis climática y su flamante era de la ebullición mundial.

 

Pienso, para empezar y partiendo de los más cretinos y por ende menos culpables de su negacionismo, en los crédulos religiosos que como mi tío Germán explican todo mediante el Apocalipsis bíblico, y en los crédulos victimistas de la política que le arrojan toda el agua sucia al engendro que sus ideólogos no mucho ha se sacaron del sombrero y bautizaron con la frase ‘norte global’. Luego vendrían los que, con el agua al cuello o los incendios forestales rascándoles las orejas, mueren al cabo ahogados o chamuscados mientras miran un video en YouTube o le dan like a una celebridad en las redes. Desfilan a continuación los Forbes del planeta y los que aspiran a destronarlos, entre quienes sospecho que alumbra la duda de que algo no anda bien en la Tierra, aunque también la fe ciega y empresarial de que para cuando esto esté convertido en un erial inhabitable, si no ellos sí sus herederos van a estar cómodamente instalados, generando riqueza como Dios manda, en otro u otros planetas. Por último, retrepados en el pináculo y haciéndoles de idiotas útiles a los negacionistas “por conveniencia”, los Savater que se baten contra todo lo que les huela a Thunberg y a ambientalismo adolescente, en lugar de sosegarse, leer y tomar nota:

 

“…¿Cómo podemos hacernos cargo de las especies que componen el medioambiente viviente si ni tan sólo conocemos la gran mayoría? Los biólogos de la conservación están de acuerdo en que grandes cantidades de especies van a extinguirse antes de que las descubramos. Incluso en términos puramente económicos, los costes de oportunidad de la extinción serán enormes. La investigación de sólo un número reducido de especies salvajes ha supuesto avances significativos en calidad de vida humana -abundancia de fármacos, nueva biotecnología y desarrollos en la agricultura-. Si no existieran hongos de la clase adecuada, no existirían los antibióticos. Sin plantas salvajes con tallos, frutas y semillas comestibles que se prestaran al cultivo selectivo, no habría ciudades ni tampoco civilizaciones. No habría lobos, ni perros. No habría aves silvestres, ni gallinas. Ni caballos ni camélidos -no serían posibles los viajes terrestres, a no ser que los mismos humanos tiraran de los carruajes y cargaran con el equipaje-. No habría bosques donde depurar el agua y gastarla gradualmente, ni tampoco agricultura -exceptuando las cosechas de secano, menos productivas-. No habría vegetación salvaje ni fitoplancton, ni aire suficiente para respirar. Sin la naturaleza, en definitiva, no habría gente.

El impacto humano en la biodiversidad, resumiéndolo de la forma más sucinta posible, es una agresión contra nosotros mismos. Es el efecto de una fuerza de la naturaleza inconsciente, alimentada por la biomasa de la misma vida que está destruyendo.”

 

De verdad que dan ganas de coger de la mano a Trump y a Savater y decirles, como Orfi a mis hermanos y a mí cuando jodíammos y hacíamos ruido y no dejábamos mecanografiar a Abe sus memoriales y alegatos, que más les vale, niños, dejar trabajar a los científicos porque de lo contrario no va a haber coños que agarrar ni lectores que compren libros y debatan sobre ética y valores.

 

447. Leo en El Mundo este titular: “Un hombre de 97 años entre las decenas de detenidos en una protesta climática en Australia”, y lo primero que en mí -casi cincuenta años menor que este hombre- se suscita es una gran admiración por él, por su civismo y su generosidad ciudadana, a la par que mucha vergüenza por seguir aquí, sentado y aletargado por mi egoísmo de lector que sabe que no es defendiendo de palabra a Greta y sus muchachos -púberes, adolescentes, jóvenes, maduros, pensionados y cuasi centenarios- como se les puede torcer el brazo a los poderosos negacionistas, a los poderosos que disfrazan sus negociados con ropajes ecologistas, a los anestesiados del mundo entero y a los ilustrados que cometen el dislate de querellarse contra la muchachada minoritaria que sí se manifiesta. Se dirán los Savater que si se la logra acallar, tal vez se obre el milagro de que el mundo torne a los días de inocencia en que nadie o casi hablaba de eras de ebullición y apocalipsis climáticos. Pero ahí van a seguir la “ciencia ética” y sus forjadores, fungiendo de conciencia colectiva.

 

Adenda: no hay que ser ningún genio para deducir lo que los que nos sobrevivan van a exclamar cuando se topen con éste y titulares por el estilo: ¡¿En serio? ¿Detenían a los ambientalistas y los ecologistas que protestaban? ¿Pero es que eran imbéciles o declaradamente locos?!

 

448. ¿Saben que sí? ¡Pero claro!: si nos sentamos a esperar que a los sionistas de Israel, en componenda con los terroristas de Hamas, se les dé la gana de desempantanar la solución de los dos Estados, nos puede agarrar la próxima glaciación o aun la parusía intentando que los muy ciegos de codicia y sectarismo se fijen en las bondades de ese paso a fin de cuentas tan sencillo: lo que procede entonces es hacerle caso a Paulo y no porfiar en la locura del mismo error inconducente.

 

Que hoy, veintipico de noviembre de 2023, sean “más de 130” los “países, incluidos varios europeos” los que “reconocen el Estado palestino”, reconforta y da esperanza. ¿Que todo se circunscribe a “una declaración de intenciones sin efecto”, advierte el articulista? Pues no habrá de ser así durante mucho tiempo porque si cada día un nuevo país suma su voz a la sensatez, hasta dejar íngrimos en la ONU a los que se oponen -Israel- y a los que los respaldan -Estados Unidos y Alemania-, muy posiblemente de la declaración de intenciones sin efectos tangibles se pase a una “realidad imaginada” y de ahí, producto de la persistencia y la consistencia colectivas, a la concreción de lo que hoy parece imposible.

 

449. Yo, que de más está aclarar que no soy feminista y a duras penas un machista manso -por aquello de la necesidad de proteger a las mujeres que quiero o adoro-, les recomiendo a todas ellas que se cuiden de los arrumacos de los Louises Althusser, mientras que a mis congéneres varones los prevengo: ojo avizor con las Saninhas da Cunha.

 

450. Preocupado como me hallo por el desempleo y el rebusque que en la Colombia del Esperpetro galopan ahora sí a sus anchas, sin las bridas del manejo responsable de la economía, me impuse contratar de mi peculio a siquiera un desesperado sin sustento para que me ayude en una tarea que mi ceguera dificulta. Se trata de que los interesados lean los artículos que Elvira Lindo, feminista declarada y defensora contumaz de “los niños y las niñas”, ha publicado entre la orgía de sangre perpetrada por Hamas en Israel y hoy, 29 de noviembre de 2023, a fin de que me confirmen si estoy en lo cierto: en ninguno hay la más mínima referencia a las mujeres que los terroristas asesinaron y violaron y secuestraron, ni a los bebés y a los niños en que cebaron su odio, treinta de los cuales fueron arrancados de sus hogares profanados y llevados a Gaza. Tampoco la más mínima condena, al menos por decoro, a los yihadistas.

 

Moraleja: si usted se llama, por decir algo, Luis Rubiales y comete la imprudencia de robarle un beso sudado a, por decir algo, Jenny Hermoso, dé por sentado que de usted sí que no se van a apiadar los, las y les ideologizades defensores de los derechos humanos. De ciertos humanos.

 

Anuncio que la recompensa para quien dé con lo que busco es generosa.

 

451. Llevo un par de horas luchando sotto voce, sin éxito, contra esta ira bien conocida que sólo con mucho esfuerzo logro domeñar, y miren con lo que me topo:

 

“Hay días en los que la gente sale a la calle como con ganas de pelea. Miras a tus contemporáneos en sus coches a las siete de la mañana, conduciendo en dirección al trabajo y algunos dan miedo. Están deseando que les roces un poco para salir del automóvil con un bate de béisbol. El mundo siempre ha sido un poco hostil, pero hay temporadas en las que la agresividad alcanza niveles del todo indeseables. A primera hora, en la radio, deberían informar del grado de beligerancia ambiental igual que informan de la temperatura real y de la imaginaria, pues la sensación térmica no siempre se corresponde con lo que señala el termómetro.

Me pregunto si el cabreo latente que yo percibo a veces en la calle o en los telediarios es el producto de la proyección de mi propio descontento. No es fácil hallar la frontera entre el malestar propio y el de los demás cuando se vive en grandes concentraciones urbanas. […]

A veces, una mirada perdida se posa sin querer en un rostro con resultados fatales para la convivencia…”.

 

Ya un poco más sosegado gracias a Millás y a mi labor de amanuense, doy en pensar en lo mil veces rumiado sin beneficios tangibles para mi salud mental y física: en que, gracias a la ceguera, no manejo carro ni me cruzo con miradas torvas y caras que, en palabras de Orfi, “horroriza mirar”. Magro consuelo si se tiene en cuenta que, al igual que los iracundos que se sientan frente a un volante o rumian sus rabias mientras patean ciudades, también yo empuño un bate imaginario y arremeto contra el mundo. Claro que nunca sin haberme cerciorado de que flora y fauna se hallen a cubierto.

 

452. ¿Que el hombre desquició a la naturaleza con sus excesos? Estoy por concluir que desquiciada estaba ya cuando permitió, hace lo menos tres millones de años, que Lucy descendiera del árbol y, viéndose con las manos ociosas para proceder, se entregara al pillaje y de ahí en más: desde perforar hímenes con los dedos a lo Rafael Leónidas Trujillo Molina hasta pulsar el botón de un arsenal nuclear o desollar vivo a un San Bartolomé, pasando por el disparo a bocajarro de cualquier soldado ruso o israelí a un niño ucranio o palestino, todo se derivó de esa licencia. Y pues, ya que la cagó, que sea ella la que lo remedie, y ojalá pronto.

 

453. A que no adivinan qué politicastro suramericano hoy en el poder inspiró estas palabras, que rescato de algo que leí: “Con un personaje tan mutante y falaz es muy difícil prever nada. Lo único sólido que tiene es su fanatismo”.

 

Un sobresaliente para los que respondieron bien que Petro, bien que Miley. ¿Pero Boric?: perdónenme pero discúlpenme. ¿Lula?: con todo y lo que me disgustan él, su voz cavernaria y su cavernaria ideología que lo lleva a congraciarse con lo peorcito o lo a todas luces ruin de la dirigencia mundial, tampoco es como para que se lo llame politicastro.

 

Curioso, por otra parte, que nadie haya dicho nada de quienes gobiernan al Ecuador, Perú, Bolivia y Paraguay. Tampoco del presidente de Uruguay, el único país del continente que se conduce con decencia en este presente que asquea. Y un 0 rotundo para los que respondieron que Maduro, pues ése ni a politicastro llega: allá el dictador se llama Diosdado Cabello, nombre horrísono donde los haya.

 

454. Si usted es profesor de una facultad de medicina o, mejor aún, de una especialización en cardiología o en cirugía cardiovascular, hágame un favor. Deles a leer a sus estudiantes el texto siguiente a manera de ejercicio en clase, y pídales comedidamente -yo les haría apagar el puto celular sin contemplaciones- que no busquen información en Google… que lean simplemente:

 

“…-Tras el examen del bachillerato quizá le digan a uno a qué carreras puede aspirar y a cuáles no, si puede ser médico o físico o albañil o electricista o carpintero. Pero en los exámenes del corazón lo que está en juego es todo tu futuro, la vida que te queda. Así como en las pruebas de final del bachillerato te dicen si has estudiado bien o no en lo que llevas de primaria y secundaria, o si has perdido el tiempo, en los exámenes cardíacos te dicen, en la mitad del camino de la vida, si la has vivido bien o si has comido demasiada sal o demasiada grasa o demasiada azúcar, si has hecho suficiente ejercicio, cuánto fumaste, si te has dejado dominar por el estrés, si tu conciencia te ha dejado dormir tranquilo en el último medio siglo, o si todo ha sido un error, si tuviste mala suerte en la lotería de los virus y los genes, y por lo mismo todo esto se refleja en tus propios latidos. Ahí están ellos, mirando por dentro y por fuera el corazón, leyendo la misteriosa cordillera irregular del electrocardiograma, midiendo la delgadez o el grosor de sus paredes, calibrando cada uno de sus impulsos eléctricos, de sus diástoles y contracciones y gradientes, de su capacidad de llevar la sangre hasta la última neurona de la cabeza y la última uña del dedo chiquito del pie. Y es como si esa máquina, esa mula incansable que es la primera que empieza a trabajar en nuestro cuerpo y la última que se detiene, revelara los secretos de todo lo que eres, de lo que has sufrido y gozado, de lo que te has cuidado o descuidado, de tus excesos de ambición o de tu falta de metas, de si eres voluntarioso o pusilánime, de las penas que te lo descompensaron y las alegrías que te lo llenaron de ánimo y esperanzas. Les muestra a los jueces, en la pantalla, cómo late, cómo sopla, cómo regurgita, cómo la sangre pasa serena o turbulenta, cómo esta va a oxigenarse en los pulmones y cómo sale del ventrículo izquierdo disparada por la aorta a repartir el oxígeno hasta el último rincón de la mente, hasta el pene para que se levante, hasta el hígado para que secrete bilis y la nutra, hasta los intestinos para que se muevan, hasta los riñones para que la filtren, hasta el mismo corazón para que nunca deje de bombear, hasta las neuronas para que nos den la sólida ilusión de que tenemos un alma, voluntad, la sensación de ser lo que somos, la quimera del libre albedrío, una memoria vaga de lo que fuimos, una intensa ansiedad por no saber lo que somos o lo que no somos, y unos anhelos insensatos de lo que seremos.”

 

Pregúnteles, para empezar, qué tipo de profesional escribió aquello: ¿un médico general?, ¿necesariamente un cardiólogo?, ¿quién más se les ocurre que pudo hacerlo? Oídas a bulto sus respuestas, divida el grupo entre quienes piensan que debió de haber sido un médico y quienes sostienen que no necesariamente, para que conversen por separado y se preparen para el debate. Como voy a estar esperando con impaciencia en la cafetería de la facultad o de la clínica su llamada, no bien la reciba le caigo al salón porque lo que soy yo no me pierdo el desenlace de este experimento.

 

Verá cómo los tres o cuatro muchachos que resuelvan leer la novela toda van a dejar, al contrario que los más de sus colegas, de ver en sus pacientes a simples personificaciones de la ignorancia científica y de tratarlos, en el mejor de los casos, con mal disimulada condescendencia y, en el peor, con abierto desdén. Quién quita que hasta vaya y se vuelvan, para bien de la medicina y la ciencia toda, bibliófilos capaces de entender que aquello que tienen delante no es simplemente un cuerpo con un cerebro de adorno sino un ser humano con todas las de la ley o, incluso, una inteligencia capaz de transformar en arte lo indeglutible de la medicina, suavizado sabiamente con la dosis pertinente de vida.

 

455. ¡Pero si renunciar a lo melodramático de que está infestada la vida es señalar uno mismo la muerte prematura de la ficción que escribe!

 

456. Si usted forma parte de los millardos que adolecen de proclividad a tomar las partes por el todo y en consecuencia confunde a Greta y su muchachada minoritaria con “los jóvenes del mundo que les exigen a los políticos un cambio de rumbo”, infundio hiperbólico que remachan los romanticones que nunca faltan, no es sino que revise un par de estudios serios sobre el consumismo desaforado a que se entregan entre su adolescencia y los 30 años quienes se lo pueden permitir (los que no, no son pruebas de lo contrario), averigüe en fuente confiable el grado de conocimiento y de importancia que se tiene y se le da al desbarajuste del clima en ese rango etario y, escéptico, cotéjelo todo con la lectura de ‘Cómo afectó el calentamiento global a Taylor Swift’ en El País de España.

 

¿Que si condeno la borrachera consumista de los más jóvenes? Imbécil no soy: juzgo a quien debo juzgar. Elogio y admiro lo indecible, eso sí, a Thunberg y a los que como ella arriman el hombro para intentar enderezar la singladura que conduce, al parecer indefectiblemente, a la aniquilación.

 

¿Mi pálpito?: alea iacta est. Pero yo soy sólo un derrotista que intenta no estorbar.

 

457. Deseada muchacha, estimado muchacho, mojachos todos que estudian literatura y afines: si a lo que ustedes aspiran en cuanto hace a la escritura es a escribir ensayos perdurables, es decir de valía, un juego deben jugar. Preséntenles a sus profesores, en particular a los sabelotodos que suelen ser también los más arrogantes de la facultad, los escritos que les pidan como se los pidan: con normas APA o EPA o UPA, con pies de página y anotaciones al margen y bibliografías mejor nutridas que las reflexiones propiamente dichas del ensayo o del ensayo propiamente dicho, y acompañen las entregas con exclamaciones de júbilo, admiración y agradecimiento a ese maestro que ha hecho por ustedes y su aprendizaje en un semestre lo que nadie antes en años de escuela y colegio. En paralelo y del modo más clandestino posible, lean, para empezar, los ensayos que sobre ciencia y vida y literatura y vida consigan de Julio César Londoño, de quien no deberán leer, al menos todavía, sus soflamas políticas en El Espectador so pena de sufrir una de dos consecuencias posibles: una indeseable radicalización política que a nada bueno conduce, o la ruptura prematura con un autor que, pese a sus taras ideológicas, vale la pena leer.

 

Ustedes verán si antes o después de estudiar al vallecaucano -echen un carisellazo-, buscan en El País de España una joya de ensayo que Villoro tituló ‘Juan Gabriel, el patriotismo del corazón’. Poco importa que al rompe no sepan qué significa ‘al rompe’ ni quién es -los grandes nunca mueren- el tal Juan Gabriel: van a descubir una cosa y la otra junto con el asombro de enterarse de que semejante género literario sirva, en las manos indicadas, para elevar hasta lo sublime artístico lo que muy probablemente ayer no más ustedes llamaban “el asco de música que oyen mis papás”.

 

Adenda: si en la próxima farra con sus amigos usted le pide al barman que ponga tal o cual canción del mexicano inmortal, vuelve a la mesa y, para pasmo de los que con usted se emborrachan, empieza a cantar a grito pelado la letra de esa ranchera o esa balada que se le metió en el corazón leyendo a un grande, la literatura habrá cumplido cabalmente con su deber.

 

458. Este viejo aforismo de Enrique Jardiel Poncela ya no es viejo sino antediluviano: “La medicina es el arte de acompañar con palabras griegas y latinas al sepulcro”. Hoy el arte reside en la capacidad que tenga el enfermo, llámese alemán o portugués o francés o ucranio o rumano o búlgaro o guayú o español, de descodificar y trasvasar a su lengua materna las palabras del médico que le explica los resultados de un examen o le comunica el diagnóstico de lo que observa no en la lengua que aparentemente ambos comparten, sino en espánglish, alemánglish o como se llamen las demás fusiones anglobabélicas del mundo.

 

459. ¿”Quien canta sus demonios espanta”, reza este otro proverbio sabio -no todos lo son-? El problema es que si quien canta es un desafinado, o un afinado con bella voz que lo que canta es la peor música de cantina, rap, pop urbano, vallenato llorón, reguetón o bachata, al pobre oyente involuntario le toca correr a esconderse donde mejor pueda, so pena de que los espíritus que el espantador ahuyenta tomen de él posesión.

 

460. ¿Vieron ustedes, de casualidad, la primera crónica de ayer (3 de diciembre de 2023) en Los Informantes de María Elvira Arango? ¿La vieron las legionarias ultraortodoxas del feminismo colombiano, quienes para no desentonar con sus cofradas de horda en Occidente, se han mantenido tan calladitas y aquiescentes frente a las violaciones de toda factura que perpetraron el 7 de octubre en Israel los terroristas de Hamas y demás yihadistas palestinos en contra de un número indeterminado de mujeres, judías o no, todas inermes? Que se despreocupen las y los mutiladores de clítoris de bebés emberás pues, por tratarse de integrantes de un “pueblo originario”, o sea de personificaciones de la bondad y la inocencia, tampoco a ellas o a ellos están destinadas la ira y las represalias de las ménades. Es más: el que abrigue la esperanza de que la secta “ablacione” para condenar, aun cuando sea de labios para fuera, las mutilaciones, le recomiendo que mejor se busque otra forma de perder el tiempo porque nuestras amigas no dan abasto en su noble labor de perseguir piropeadores, picadores de ojo, invitadores a salir, dedicadores de canciones, robadores de besos sudados a lo Luis Rubiales, renuentes a duplicar el género y demás indeseables del heteropatriarcado opresor y bla, bla, bla, bla, bla.

 

461. Lee uno la prosa apátrida 76 y un raudal de ideas revueltas con imágenes se le vienen a la cabeza: los efectos miríficos que en cualquier tiempo pero sobre todo en éste tan histérico y seudomoralista obran en los lectores o en los espectadores asqueados de tanta pacatería las voces inteligentes y en general el arte indócil de los políticamente incorrectos; las dos o tres verdades que contienen las palabras clasistas y realistas del autor; el poco tiempo que ha pasado desde que él escribiera este texto y la sensación de que se pergeñó en días muy lejanos y en comparación harto transigentes con opiniones que hoy ofenden a las hordas de la cancelación; la duda de si a los ciegos de nacimiento los modales en la mesa y en cualquier parte nos los afean o exaltan los Ribeyros con la crudeza con que en este texto él juzga los de sus interlocutores y, ya puestos, la razón de que esté ahí a esas horas y entre obreros, si tanto lo incomodan.

 

462. Y como se trata de una vocación, aquí me tienen, juntando material para mi segunda arremetida a favor de la generosidad invisible pero infinita de los que se mantienen child-free:

 

“Para un padre, el calendario más veraz es su propio hijo. En él, más que en espejos o almanaques, tomamos conciencia de nuestro transcurrir y registramos los síntomas de nuestro deterioro. El diente que le sale es el que perdemos; el centímetro que aumenta, el que nos empequeñecemos; las luces que adquiere, las que en nosotros se extinguen; lo que aprende, lo que olvidamos; y el año que suma, el que se nos sustrae. Su desarrollo es la imagen simétrica e invertida de nuestro consumo, pues él se alimenta de nuestro tiempo y se construye de las amputaciones sucesivas de nuestro ser.”

 

Como quien dice, felices los sin hijos convencidos de su decisión, porque ellos envejecerán al margen del retrato de Dorian Gray que se dibuja en cada vástago. Pero más felices los ciegos por decisión sin descendencia, porque además están a salvo de la tiranía que sobre el resto de la humanidad ejercen los espejos.

 

463. ¿Volver al psiquiatra? Para qué, si es en la literatura donde doy con ciertos diagnósticos colectivos que me permiten asomarme a ajenos espejos, sólo que igual de empañados que el mío (cuando no del todo hechos añicos): “A cierta edad, que varía según las personas pero que se sitúa hacia la cuarentena, la vida comienza a parecernos insulsa, lenta, estéril, sin atractivos, repetitiva, como si cada día no fuera sino el plagio del anterior. Algo en nosotros se ha apagado: entusiasmo, energía, capacidad de proyectar, espíritu de aventura o simplemente apetito de goce, de invención o de riesgo…”.

 

Si de los siete aspectos que señala Ribeyro, dos únicamente emiten señales de vida en mi vida exangüe, …

 

464. Que me perdonen los científicos con alma el exabrupto, pero pastoreando un insomnio garciamarquiano la otra noche, me di a la tarea de imaginarme un mundo en el que hasta el último mortal de los dizque ocho millardos que somos se condujera de acuerdo con los principios del pensamiento científico, y semejante distopía de perfección me ocasionó un tremendo escalofrío. ¿Un mundo sin gnomos, ondinas, sílfides y salamandras?, ¡…! ¿Sin Úrsulas Iguarán y Melquíades y Remedios muy Bellas y José Arcadios Buendía?, ¡…! ¿Sin la casa encantada de las bellas durmientes japonesas?, ¡…! ¿Sin las historias de miedo con que la abuelita Elvia nos llenaba de asombro la infancia y de magia las noches en su finca felizmente al margen de la luz eléctrica?, ¡…! ¿Sin religiones ni dioses unigénitos ni naturalezas crédulas capaces de tornarse inclementes en su fanatismo?, ¡maravilloso! ¿Sin demagogos y promeseros de lo imposible en política que les cuelen sus mentiras a supuestos adultos con mayor facilidad que un pederasta avezado a los párvulos de un kindergarten?, ¡estupendo!

 

465. De momento afirmo y sostengo que la revolución femenina, tan exitosa en Occidente pese al camino infinito que queda por recorrer, echó a andar en 1879 de la mano de -ella sí- una empoderada con todas las letras llamada Nora Helmer. Que sus sucesoras en el feminismo estén hoy, repito que en esta parte del mundo, empeñadas en minar los resultados más que palpables de la lucha sin cuartel que tantas otras mujeres valerosas han librado desde entonces se debe, entre otras razones pormenorizadas en este blog, a la incultura histórica y literaria de una inmensa mayoría de los ciudadanos del mundo que abarca, faltaría más, a la militancia del movimiento.

 

Y es gracias a Nora Helmer y a su demiurgo que ayer no más en mí brotó nuevamente un sueño irrealizable: que cada niña y muchacha y mujer que vivan sometidas y humilladas por cualquier tiranía misógina -la afgana, la emberá, la iraní…- lea en su lengua una traducción óptima de ‘Casa de muñecas’ para que, imbuidas de la resolución volcánica de la protagonista, destronen ellas a los tiranos y de paso les den una lección a los hombres buenos pero cobardes de sus países.

 

Una vez perpetrada la hazaña, heroínas de las latitudes y culturas más oscurantistas, hagan el favor de no pestañear (los machistas violentos con falo y vagina saben aguardar) ni ceder a la tentación de ensoberbecerse al punto de ver en todo hombre con que se crucen a un enemigo, pues incurrirían también ustedes en una deslealtad imperdonable con Henrik Ibsen y con los millones de hombres que, por querer y respetar como queremos y respetamos a las hijas y madres y hermanas y parejas y profesoras y amigas que nos tocaron en suerte, somos incondicionales de su causa. Lo seré yo, salvo si, permeadas por lo insustancial excesivo de la última versión feminista de Occidente, se dedican a desbarrar y a hacer pataletas.

 

466. Me escribe un buen amigo imaginario y a todos los efectos mejor lector que yo, en procura de que rectifique lo que él considera una injusticia por mi parte. “Afirmar que alguien distinto de Antígona es la génesis del feminismo, constituye una ingratitud análoga a la que tú señalas con acierto en tu desahogo 465. ¿No te parece?”: no me parece, y (te) explico por qué.

 

Porque circunscribir el ejemplo ético e intemporal de Antígona a la acción de una mujer valiente que se rebela contra la autoridad de un tirano misógino, atenta contra la verdad literaria del relato de Sófocles. Cuando Antígona transgrede y entierra a su hermano Polinices, lo hace no en su calidad de mujer ni desobedeciendo una prohibición arbitraria destinada sólo a las mujeres, sino que procede en calidad de ser humano que no está dispuesto a que la arbitrariedad de nadie con poder la fuerce a fallarle a su conciencia. Dicho de otra manera: si la Antígona de Sófocles hubiera tenido que desafiar no a Creonte sino a la Rosario Murillo nicaragüense de hoy, por descontado que lo habría hecho, y con idéntico arrojo que si Sófocles hubiera resuelto que quien no debía dejar insepulto el cadáver de su hermana fuera Polinices. Lo que sucede es que, sabio como era, el genio de Colono comprendió mejor y antes que nadie que la insumisión, encarnada en una mujer, habría de resonar con cuando menos el doble de fuerza, y hasta el final de los tiempos.

 

La prueba es que acá estamos tú y yo, varones ambos, rendidos de admiración ante el personaje literario femenino más poderoso en la historia de la literatura y precursor innegable de las Ednas Pontellier, las Marías Iribarne, las Tánger Soto, las Lisbeth Salander y todas las Noras Helmer que en el mundo de los libros son y han sido.

 

467. Me replicaba el otro día un astrofísico no de la NASA, sino de universidad pública colombiana, que eso de “revolver conocimientos” podía sonar                 muy bien pero que, en la práctica, era del todo inconducente: “¿Un geoingeniero escribiendo de cine y literatura? Decía mi abuelita, profesor, que ‘cada loro en su estaca’”.

 

Como lo mío es la falta de ganas, me fui de su oficina minúscula con mi idea para otra parte. Ni siquiera le dije que se tomara la molestia de leer tales o cuales artículos del científico con talento y capacidad literarios Javier Sampedro en El País de España y del escritor con talento y capacidad científicos Julio César Londoño en El Espectador. ¿Para qué? Aquel pobre hombre sin amplitud de miras no habría comprendido que lo que y como escriben el español y el colombiano es el norte y no el propósito ulterior de la propuesta de incluir en el plan de estudios de quienes se preparan para científicos un par de cursos de literatura, y un par de cursos de ciencia en el de quienes estudian para literatos, pues eso nadie lo puede garantizar. Se trata de alfabetizar a los unos en esto y a los otros en aquello y de ahí en más, que cada cual decida si sigue cultivándose o lo deja así.

 

Ahora: maravilloso si, una vez puesto en marcha el experimento, siquiera un estudiante de lo uno y de lo otro descubren cada nuevo semestre que su vocación anida en lo recién desvelado.

 

468. Al menos por respeto a Salma al Shehab y a todas las personas que, como ella, sufren en carne propia las desmesuras de una tiranía tipo la saudí, ese sujeto llamado Santiago Abascal y sus conmilitones de Vox y del PP tendrían que abstenerse de llamar dictador a Pedro Sánchez, cuyos oportunismo e insustancialidad bien pueden equipararse a los de sus opositores, pero quien está a años luz de ser o de semejar un sátrapa por el estilo de Mohamed bin Salmán o siquiera del lastimero y aborrecible Ortega nicaragüense. Yo que Felipe VI, haría lo que su padre con el palurdo de Hugo Chávez en noviembre de 2007, sólo que con Abascal, Feijóo, Sánchez, Díaz, Iglesias y demás estridencia política de su país. Que las únicas voces que se oigan sean las de las Cayetanas Alvarez de Toledo de cada partido… Claro: en el caso harto improbable de que las tengan.

 

469. A ver: sentemos en un salón de clases a un terrorista y violador de mujeres y secuestrador de niños israelíes perteneciente a la cúpula de Hamas, a un general terrorista comandado por el invasor y despanzurrador de mujeres y niños palestinos Benjamín Netanyahu, a un joven israelí aborrecedor del yihadismo palestino que se promete venganza y a un joven palestino aborrecedor del terrorismo de Estado israelí que se promete venganza, a un entrometido y gratuito aplaudidor de la causa palestina y a un entrometido y gratuito aplaudidor del poderío sionista, ambos occidentales, y démosles a leer a los seis, fidedignamente traducido a sus lenguas, el artículo que John Carlin tituló ‘Fuertes y ciegos, como Sansón’. Si de aquel ejercicio de reflexión tan aparentemente atípico brota la concordia, es porque la paz en aquella región del mundo está a la vuelta de la esquina. Si no, ni se les ocurra perder el tiempo atrayendo al aula a los espíritus pacíficos de un lado, el otro y los otros puesto que la última palabra sobre la paz la tienen los que se amangualan para provocar y declarar las guerras.

 

470. La resurrección sí existe. Lo sabe Antígona, que reencarnó el 9 de mayo de 1921 para morir, esta vez, el 22 de febrero de 1943 a manos de los nazis, prolongaciones a su turno del primigenio Creonte. Se llamó Sophie Scholl y dejó tras de sí otro ejemplo inmortal de ética e insumisión, pero ahora en “una colección de cartas” (todavía no doy en google con el título del dichoso epistolario y no tengo el número de Carlin para preguntárselo) y en la memoria de quienes tuvieron la suerte de conocerla y batallar con ella. Este sacrificio por partida doble nos recuerda a los “inocuos” ya por nuestra indiferencia, ya por nuestra cobardía, que la redención no existe y bien está que así sea, pues no estamos a su altura.

 

471. Si lo sabré yo: “La anestesia produce un sueño muchísimo más profundo que el sueño profundo, del cual, a los que sobreviven, no les queda ni percepción del tiempo transcurrido ni recuerdo alguno. Es la nada total, la nada de la muerte”.

 

Una trabeculectomía cuando ni siquiera balbuciía y mucho menos caminaba. Una septorrinoplastia cuyo postoperatorio se lo deseo sólo a muy pocos. Una osteosíntesis, y una evisceración ocular con un intervalo de apenas dos días, ambas a consecuencia de un accidente de tráfico la mar de estúpido -más yo que él-. Y, algunos años después, la enucleación del ojo eviscerado, o sea el izquierdo, o sea el que me procuró la entonces dicha de saber -es decir conocer- cómo brillaban el sol y la luz eléctrica en donde fuera, una única vez la luna en la finca felizmente a oscuras de la abuelita Elvia; la dicha de descubrir que la ceguera no es ni de lejos como se la imaginan los optómetras, oftalmólogos y demás videntes que en el mundo son y han sido y como se la he oído describir a no pocos ciegos devenidos: negra como boca de lobo e imprecisiones por el estilo; la dicha de ver -es decir conocer- muchos de los colores (que en este preciso momento refulgen en mi modesta pero elocuente memoria visual), de entre los cuales el amarillo con todas sus tonalidades es mi favorito mientras que el rojo…

 

Me da a veces por pensar que en toda esta añoranza mía del retorno a la nada de que habla la cita, algo tienen que ver las cinco ocasiones en que he paladeado la muerte gracias al sueño sin sueños en que nos adentran los anestesistas con su saber y sus máscaras-legado de Las mil y una noches. Y una infidencia: durante mucho tiempo, alimenté el deseo de que Fortuna me deparara una Virginia Apgar a la que querer y a la que estar para siempre y de antemano agradecido por el ‘bel morir’ que su mera cercanía promete.

 

472. Se me había olvidado contar(les) que, concluido el experimento que reseñé en el desahogo 454, me senté a conversar en la cafetería de la facultad con los tres o cuatro muchachos a los que consiguió entusiasmar Faciolince con su híbrido cientificoliterario sobre el corazón, del que empezamos a charlar revolviendo sentimientos con conocimientos con tales desinhibición y alegría que al cabo de unas horas ya habíamos intercambiado números de teléfono y la promesa de seguirnos llamando y encontrando para hablar de “lo suyo”, “lo mío” y “lo nuestro”, que es la vida. Pues bien, ese segundo encuentro tuvo lugar no mucho ha, y la excusa fue el desenlace del penúltimo capítulo de Salvo mi corazón, todo está bien, el cual comienza diciendo: “…Mientras me fuerzo a pasar por la garganta una aguapanela con limón…”.

 

Se oían exultantes mis jóvenes amigos, pues a su descubrimiento de la literatura por medio de una novela venía ahora a sumarse el de la poesía gracias a un poema y un poeta que, vaya portento, esa novela les desvelaba. Pero como todo hay que decirlo, en sus voces agradecidas también capté unos como visos del dolor a priori que les produjo la lectura por separado de ‘Los heraldos negros’, que alguien propuso que leyéramos y comentáramos antes de despedirnos.

 

Misión cumplida, Gregorio.

 

473. Me pide un estudiante de carne y hueso, pero virtual, que por favor le aclare el significado del sustantivo antinomia y del adjetivo antinómico que, o bien no buscó en ningún diccionario o, si los buscó, tal que si no lo hubiera hecho -cortedades de estas criaturas hiperconectadas de entre 3 y 100 años-:

 

“…Los índices de extinción siguen siendo entre cien y mil veces más elevados de lo que lo eran antes del establecimiento global de la humanidad. Se estima que las iniciativas de conservación desempeñadas antes de los estudios de 2010 mitigaron el desastre en por lo menos una quinta parte del que podría haber sido. Es un avance importante, pero ni de lejos estabilizará la vida en la Tierra. […]

Lo que nos queda del siglo será un atolladero de impacto humano en el medioambiente y reducción de la biodiversidad. Cargamos con la responsabilidad de sacarnos a nosotros mismos y a cuantos más seres vivos podamos de ese atolladero, y emprender una existencia edénica sostenible. Nuestra decisión será profundamente moral. Para cumplirla dependemos de un conocimiento que aún nos falta y de un sentimiento de decencia común que todavía somos incapaces de sentir. Somos la única especie que ha comprendido la realidad del mundo viviente, que ha visto la belleza de la naturaleza y que le ha dado valor al individuo. Sólo nosotros hemos valorado la cualidad de la misericordia entre los de nuestra clase. Ahora, ¿podríamos preocuparnos también por el mundo viviente que nos dio a luz?”

 

En vista de que aquella voz un poco tontaina dijo, sin la menor convicción que gracias, profe, que ahora sí le quedaba claro el concepto, yo conminé a su dueño a que me lo demostrara, y ojalá mediante una imagen elocuente sacada de la vida real más cruda.

 

Pasaron 30 segundos, tal vez un minuto sin que se surtiera respuesta y fue entonces cuando una compañera suya llamada Sandra Bogotá, no en vano la estudiante más destacada de la clase y de la facultad, pidió la palabra y dijo, con el aplomo que sólo se les da bien a los de veras brillantes:

 

--Estaba pensando en una macroflota de arrastreros chinos frente a un grupo de biólogos marinos y otros investigadores que luchan para salvar arrecifes de coral moribundos, o a las hordas de feroeses con sus matanzas de cetáceos frente a los valientes de Sea Shepherd que las documentan.

 

¿Mi macrologro en la vida, mi amor? Haberme enamorado de ti y conquistado la reciprocidad cuando aún eras mi estudiante. ¿Mi mayor torpeza? La que nunca cometí ni estaría dispuesto a cometer por escrúpulos éticos.

 

474. En todas las guerras hay, sin falta, Quimets forzados y Quimets voluntarios y Colometas que se quedan solas, desamparadas con sus Ritas y sus Antonis y su desesperación y el hambre y las carencias de todo tipo que no saben cómo solventar y entonces las asalta la única solución posible, que es la muerte primero de los hijos a manos suyas seguida por la propia. Pero en cambio, muy de tarde en tarde en una guerra, la bondad de un solitario con posibles aborta el desenlace y obra el milagro de que aquellas vidas, transcurrido el tiempo que precisa la superación de un trauma que se alimentó de múltiples experiencias límite, vuelvan a vibrar agradecidas.

 

Ay, Natalias palestinas, ucranianas, sudanesas, yemeníes…, lo que me gustaría fabricar Antonis a destajo para que hubiera uno para cada una…, un padre para sus hijos huérfanos de padre.

 

475. ¿Qué se le agrega a la completitud?: “Todos los problemas del hombre derivan del mismo hecho: no sabemos lo que somos y no nos ponemos de acuerdo en qué queremos ser”.

 

¡Pero si es del todo más fácil y factible que los extremistas del terrorismo de Estado israelí y sus contrapartes los terroristas palestinos se sienten y al cabo de un par de horas pacten la solución de los dos estados! ¿Concertarme con mi hermano en que, si yo lo decido, puedo contar entre las criaturas elegidas por Dios, ejercicio en el que yo sería el elector? ¿Concertar a los científicos que hoy trabajan en la B61-13 en los Estados Unidos y en otros arsenales nucleares en otros países con los científicos con alma que abogan y en consecuencia actúan por la preservación de la vida en el planeta? Sean serios, restrínjanse a lo posible.

 

476. ¡Muerte al Kutu de ‘Warma Kuray’!... Pero antes muélanlo a palos.

 

477. Pues mire usted, capitán, que acaban de presentarnos y ya empiezan a aflorar las coincidencias: “Pero todavía tengo un deseo que no he podido satisfacer y cuya ausencia percibo ahora como el peor de todos mis males. No tengo ningún amigo, Margaret. Vivo exultante de entusiasmo pensando en el éxito, pero no hay nadie con quien pueda compartir mi alegría. Si me asalta el desconsuelo, nadie se esforzará en paliar mi abatimiento. Puedo trasladar mis pensamientos al papel, es cierto, pero es un medio muy pobre para hablar de sentimientos. Deseo la compañía de un hombre capaz de comprenderme, cuya mirada pueda corresponder a la mía. Me tildarás de romántico, querida hermana, pero siento con amargura la ausencia de una amistad. No tengo a nadie cerca […], dotado de una mente cultivada a la par que capaz y con unos gustos semejantes a los míos que pueda secundar mis planes o ponerles objeciones. ¡De qué modo podría un amigo así reparar las carencias de tu pobre hermano!”.

 

Le diré, para empezar, que por lo que hace al amor por el conocimiento, yo podría ser ese Stephen Maturin con que usted anhela contar abordo, sólo que, en la actualidad -¿debería decir en la eternidad?-, ando huérfano, a más del tan ansiado amigo del sexo que sea, de entusiasmo y alegrías, el éxito hace mucho que me trae sin cuidado -menos el venéreo, que me mortifica y obsesiona-, los desconsuelos y los abatimientos de mí hacen presa casi sin tregua e incluso la literatura, a quien tanto debo, parece ya no colmarme. ¿Y mis amigos?...

 

Aquí entre nos, capitán, le confieso que de la fusión de las tres o cuatro personas a quienes suelo dar ese nombre para ambos tan sagrado, no saldría siquiera una versión pasable de los amigos que tuve y que fui perdiendo por el camino, jamás por desavenencias insalvables sino por la maldita reciprocidad en el descuido y la distancia que hoy me privan de vínculos tan bellos y valiosos como los que un día cultivé con -entre otros- Jaime Alberto Medina, César Hernando Romero, las hermanas Zamora, Orlando Espitia y Quico Gómez, el único amigo del alma que conservé hasta la muerte. Pero de muertes mejor ni hablemos porque entonces las demasiado recientes de dos personas a las que amé con locura me pueden sumir nuevamente en una desesperación que amenaza con destruirme. Tal vez otro día le hable de mi madre y de la Goga, la tabla de salvación con doble asidero a que con angustia me aferro. Ah, y ojalá podamos ser amigos… aun cuando sea epistolares.

 

478. Ando en busca de una Caroline Beaufort a la que socorrer y con la que completar un 50% de mi constitución erótica, vacante desde hace un par de años. Generosidad y discreción garantizadas: 3 16 5 18 90 24.

 

479. Un par de preguntas retóricas que se me antoja responder a partir de mis vivencias, que -lo entiendo y me hago cargo- a nadie sino a mí interesan: “¿La vida sería entonces, contra todo lo dicho, a causa de su monotonía, demasiado larga? ¿Qué importancia tiene vivir uno o cien años?”: invirtamos el orden de las respuestas. Si la pregunta hubiera sido si la vida sí o la vida no en el caso hipotético y pasmoso de que sobre aquello se pudiera decidir antes de perpetrado, la respuesta es un no taxativo e inapelable. Pero como la realidad es otra, pues jamás cien años aunque tampoco uno, y me explico.

 

Dentro de seis meses habré de cumplir medio siglo de vida al que de buena gana le habría restado el último 10%, una década demasiado pródiga en desencantos, agobios y sufrimientos, algunos genuinos y muchos otros edificados por el cerebro que me chantaron en la repartija genética. De los treinta, los veinte y anteriores reivindico las satisfacciones laborales y académicas, el sexo con sus vericuetos y fantasías y hallazgos y desencuentros, los amores ilusorios o tangibles que a él le debo, la pasión por el fútbol que jugué, y vi gracias a los relatos de los mejores narradores, la infancia con sus descubrimientos y asombros diarios.

 

Ahora bien: como no tengo hijos cuyos hijos quiera conocer y ayudar a criar, ambiciones o siquiera expectativas de conocer el parnaso, ganas de recorrer el mundo o adentrarme en el espacio, esperanza en que la ciencia me guarde de la impotencia y los rigores de la vejez ni el más mínimo miedo a la muerte, todo lo que me está reservado es monotonía y más monotonía, y para completar aderezada con los horrores de los bellacos (y las patochadas de millardos): Putin y su cohorte de cómplices y asesinos; Netanyahu, el sionismo y Hamas; Xi, los chinos y sus adeptos en Oriente y Occidente; Trump, Bolsonaro, Miley y la extrema derecha en vertiginoso ascenso en tantas partes; y los mequetrefes de Pionyang, La Habana, Managua y Caracas tan risibles si bien perjudiciales. Ah, y a toda esa escoria súmenle ustedes los Forbes insaciables, los que aspiran o sueñan con destronarlos y los que hasta en el rincón más olvidado del mundo contribuimos con nuestro consumismo a que la ferocidad de la competencia arrecie, a la par que las posibilidades de redención de la vida en el planeta menguan.

 

480. Habrán cambiado tanto el mundo y sus criaturas bípedas entre la formulación de la siguiente confesión con su reflexión y el pergeño de este desahogo, que lo que entonces era un aspecto de ciertas personalidades, es hoy la norma entre los millardos que duermen o dormitan o velan, se desvisten y se bañan y se visten, corren o nadan o vuelan, se masturban o pichan y procrean, viven y agonizan y mueren agarrados a sus pantallas como yo a mi tabla de salvación con doble asidero:

 

“Uno de mis defectos principales es la dispersión, la imposibilidad de concentrar duraderamente mi interés, mi inteligencia y mis energías en algo determinado. Las fronteras entre el objeto de mi actividad del momento y lo que me rodea son demasiado elásticas y por ellas se filtran llamados, tentaciones, que me desplazan de una tarea a otra. […] Víctima soy, me doy cuenta, de la facilidad que existe ahora para informarse: libros de bolsillo, revistas de divulgación, manuales al alcance de todos, nos dan la impresión falaz de ser los hombres de un nuevo Renacimiento, Erasmos enanos, capaces de enterarse de todo en obras de pacotilla, compradas a precio de supermercado. Error que es necesario enmendar, pues hace tiempo sé, aunque siempre lo olvido, que la información no tiene ningún sentido si no está gobernada por la formación.”

 

Veía ayer en France 24, admirado Ribeyro, un reportaje sobre el sistema educativo de Corea del Sur que deja al espectador con la sensación de que allá, al revés de la lenidad envuelta, eso sí, en altísimas calificaciones que impera en… -¿en dónde no?-, es tan importante la formación que los profesores, aun los de niños muy pequeños, se ven sometidos a tal presión por parte primeramente de los padres de familia, que muchos se ven empujados al suicidio. Imagínese el contrasentido: los unos -la mayoría- convencidos de que menos es más porque a la larga lo que cuenta es el bienestar y la felicidad del estudiante, que para los otros -los ojirrasgados de marras y…- debe ser una máquina de cumplir horarios, asistir a clases diurnas y nocturnas y hacer tareas. Los primeros no informan ni forman y en cambio deforman con singular eficacia. Los segundos muy bien que informan, pero deforman lo que creen que forman con su pésima concepción de la disciplina y la exigencia.

 

481. “Una turba cuelga de los pies en una escuela de Guatemala a un joven acusado de matar a un hombre y lo quema vivo hasta matarlo”: que este titular de El Mundo nos sirva de aviso de hacia dónde nos dirigimos, y de lo que amenaza con ser el pan global de cada día, si no recomponemos y detenemos la ciega destrucción de la civilización en que tan empeñados parecemos.

 

482. Como “Putin dará la ciudadanía rusa a los extranjeros que sirvan en el ejército”, ¡a convencer entonces, amigos todos del centro del espectro político del mundo entero, a la bazofia de ambas extremas que tan cómoda se siente con el invasor del Kremlin para que marchen al frente y mediante semejante golpe maestro nos libremos y liberemos a nuestros países de los Trump y los Petro, los Miley y los Cabello, los Bukele y las Murillo, los Orbán y los Díaz-Canel, las Meloni y los Xi, y de sus conmilitones y votantes! Otra cosa que estamos en mora de hacer, mis muy estimados correligionarios, es vestirnos de camuflado y empuñar las armas para batallar a favor de Zelenski, los ucranios decentes y la democracia ucraniana. Tengo las maletas en la puerta.

 

483. Ah, ¿Que la nostalgia tiene pésima reputación entre los que piensan o dicen: ¡A la mierda con las evocaciones porque aquí lo que cuenta es el presente!? Allá ellos y su negacionismo que no los deja ver esta otra verdad, del tamaño del Camp Nou: cada generación prohíja -o reprime-, llegada a cierto punto de su madurez, sus propias nostalgias:

 

“Si cada generación escoge la música que quiere oír y los cantantes que la representan, los que crecimos, nos enamoramos, gozamos y sufrimos con las canciones de Serrat creemos que tuvimos mucha suerte. Nuestros padres y tíos se desgarraban o se volvían melancólicos entre boleros y tangos; nuestros hijos y sobrinos se sobreexcitan entre ritmos metálicos y tropicales; en cambio nosotros, la tercera generación del siglo (los que nacimos entre el 50 y el 75), nosotros tuvimos y tenemos a Serrat. Si hablamos de la música popular que nos gusta y que más o menos explica cómo sentimos y pensamos nosotros, él es nuestra bandera.

Serrat es esa gracia de las melodías que de un momento a otro empezamos a tararear sin darnos cuenta; también es esas letras cargadas de alusiones luminosas que ya no se nos borran de la memoria. En ellas está el amor sin cursilería, las relaciones familiares cotidianas, con toda su miseria, su discreto encanto y aun su felicidad: los hijos que crecen, los hermanos que se van, los tíos que envejecen, y hasta el perro que se escapa. Serrat es también el compromiso con la realidad social; su actitud de siempre y muchas de sus canciones nos recuerdan la importancia de no hacernos los locos ante las lacras del presente…”.

 

Maticemos: la RAE define la nostalgia, y bien que lo hace, como Tristeza melancólica originada por una dicha perdida y, no obstante, en las palabras del ¿nostálgico? de la cita lo único que se percibe y manifiesta son la gratitud y el privilegio de haber podido gozar, y no retrospectivamente aunque también, de algo que él y muchos de su generación consideran excepcional. Como yo, verbigracia, el haber conocido y haber querido carnal y afectivamente a mujeres que a diario recuerdo, y no con la morriña que sugiere como sinónimo el Diccionario, sino con dulce añoranza, pues también eso es la nostalgia.

 

Maticemos: nací en 1974 y, desde muy pequeño, me aficioné a los tangos y a los boleros con que los adultos de mi familia -caldense ella- se emborrachaban religiosamente, muy a menudo a lo largo de todo un fin de semana, y después de más de cuarenta años puedo decir que conservo el gusto por la música vieja y por el trago. También aprendí a querer las baladas románticas -que en Colombia llamamos ‘música para planchar’-, cuyas letras cursis pero bellas son las grandes culpables de que con nostalgia recuerde y añore, oyendo o cantando a dúo con Camilo Sesto, José Vélez y tantos otros, a personas que tal vez deje de extrañar cuando las sepa en lo álgido de la menopausia. (“El amor sin cursilería” no es amor sino convivencia a secas o convivencia entre académicós-intelectuales con un currículo que cuidar. Cosa muy distinta es el amor guiso o el amor de los guisos: un par de bachatas o vallenatos llorones me ahorran la explicación.) A Serrat me lo presentó una colega con la que lo oíamos tardes de sábado enteras, en las que corrían el vino y las nostalgias de mi anfitriona, propensa como pocos a tomarse la palabra por asalto. De su casa me largaba a cualquier bar del centro donde atronaran Def Leppard y Bon Jovi y Bad English y White Lion y Cinderella y Warrant y Quiet Riot y Los Toreros Muertos y Miguel Mateos y Kraken y Hombres G y toda esa vaina maravillosa antes que nada de los ochenta, edulcorada con la dosis imprescindible de cursilería de 24 quilates que me procuraban una Tiffany o una Debbie Gibson, o euforizada hasta el paroxismo por Rick Astley y Donna Summer, cuando no por el Grupo Niche o El Gran Combo de Puerto Rico. Porque yo, en cuestiones musicales, soy un auténtico transgénero.

 

484. ¿Qué se le agrega a la completitud?:

 

“La lógica de la competición a ultranza nos exige convertirnos en triunfadores. Mil veces escuchaste la advertencia: quienes te rodean son rivales. Se aprovecharán de ti. Enseña los dientes, jamás te muestres débil. Eres demasiado ingenua, vas con un lirio en la mano. No sabes poner límites. Como si el problema fuera tuyo; como si la bondad fuese una deficiencia de carácter, una insignia de perdedores.

[…] Tras siglos de fascinación por el misterio y el imperio del mal, nuestras historias sobre gente bien intencionada se cuentan en clave cursi o remilgada, incluso paródica. Salvo en las monsergas a los niños que incordian -¡pórtate bien!- o agazapada en la sobredosis de almíbar navideño, la bondad tiene una reputación aburrida, insulsa, moralizadora y pusilánime. Se elogia episódicamente, pero se devalúa por sistema. Pese a los disimulos y tapujos ocasionales, nadie se engaña: lo deseable de verdad es el liderazgo arrogante, carismático y con colmillo. Desde las redes sociales a las encuestas electorales, se premia la agresividad. La guerra de todos contra todos es ortodoxia, la victoria sobre el prójimo es la medida de todas las cosas, la evolución nace de una lucha feroz por la supervivencia. Sin embargo, incluso Charles Darwin reconoció que la empatía hacia los demás es tan instintiva como el egoísmo.

[…] Curiosamente, tanto la palabra ‘bonito’ como ‘bello’ son, en su raíz latina, diminutivos de ‘bueno’ […]. Hoy, el término latino bonus alude a un incentivo económico […]. Solo en su acepción dineraria parece alcanzar la bondad su perdido prestigio.

En esta época zarandeada por la incertidumbre, la avalancha de pronósticos apocalípticos y los diagnósticos fatalistas nos empujan a fijarnos mejor en lo peor. Sin embargo, a nuestro alrededor, mucha gente es buena a diario, sin que nadie parezca advertirlo o agradecerlo. La teoría de la competencia descarnada desacredita aquello que hace funcionar el mundo: los cuidados gratuitos a hijos, ancianos y enfermos. Las personas que se esmeran en sus quehaceres y sus trabajos. Las pequeñas virtudes escondidas, fuera de los focos. […] No somos islas, sino hilos entretejidos.

La bondad asusta porque nos vuelve conscientes de la vulnerabilidad ajena, y de la propia. No queremos afrontar la fragilidad acechante de nuestros cuerpos. Preferimos el ideal de suficiencia, menos promiscuo, que promete fortaleza e independencia, al precio de aislarnos. Por eso, nos obsesionamos con encontrar la seguridad en el éxito y, en esa carrera despiadada, negamos la alegría y el disfrute de los actos generosos. Reprimimos nuestros instintos, nos refrenamos. En un océano de islas amuralladas, sin tacto ni contacto, la bondad acabará por ser nuestro placer prohibido.”

 

Cómo te parece, Irenita, que en mis tiempos de borracho bebí muchas veces con un pobre ciego -con un pobre diablo ¡doctorado en derechos humanos!- con billete y una ínfima porción de poder -era y creo que sigue siendo, formalmente, el director del único instituto ‘para ciegos’ que subvenciona el Estado-, cuyo principio distintivo era “como no pido favores tampoco hago favores” o “no pido favores para no tener que hacer favores”: una mezquindad por el estilo. Que en Colombia y otros países latinoamericanos se llama ‘cabrón’, no al tipo malaleche y arbitrario, sino al hombre que trata con generosidad y cariño a una mujer -novia, esposa, amante- que en cambio no lo valora ni respeta a él. Que mientras que ningún colombiano -ninguno en absoluto- con méritos de sobra en la generosidad y el altruismo que redimen a la especie puede aspirar al más mínimo reconocimiento de sus conciudadanos, los más malvados y canallas en un país donde se dan silvestres tienen garantizados el respeto, la admiración y la emulación de gran parte de la sociedad; una sociedad que ve y vuelve a mirar las narcoseries que los ensalzan, que se hace eco de los mitos que los definen, que los estudia en la escuela y la universidad, donde tan difícil es hallar a estudiantes que den buena cuenta de figuras de la cultura y la historia vernáculas y tan fácil a muchachos versados en las truculencias y crueldades de los mafiosos (contribuyo, sin que me lo hayas pedido, con tres ejemplos de infinitos con que me haría tedioso).

 

Un beso colmado de afecto y admiración.

 

485. Noto (casi sin falta) la sorpresa cada que alguien entra a mi habitación y lo primero en lo que se fija es en las dos pantallas yuxtapuestas que descansan sobre este escritorio: “¿Un ciego con computador y que, para rematar, mira televisión?”, parecen preguntarse los más, que son al mismo tiempo los menos osados. A ellos y también a los que se atreven a verbalizar de algún modo su asombro algo les pregunto; por decir cualquier cosa: Y usted, o tú -todo depende no del cariño, sino del sexo y la edad-, ¿qué canales cree(s) que me gustan? Surtida la respuesta, les doy un breve paseo por algunos de los más frecuentados -la DW, RTVE, Al Jazeera, France 24…-, y les aclaro: Canales que me muestren lo bello de que por fortuna también se alimentan la vida más cruda y el mundo real. Por ejemplo este de las hordas de desarraigados que se aventuran con sus hijos en una patera o que cruzan a pie continentes enteros para alcanzar una Europa o unos Estados Unidos en los que se los teme y desprecia:

 

“…nos corresponde a nosotros imaginar (o intentar hacerlo) la vida que no hemos visto, la vida que está detrás de la imagen vista tantas veces.

Nadie puede saber de verdad, si no lo ha vivido, lo que es dejar atrás las cosas cuya presencia da forma a una vida. Puedo abrir nuevamente el cajón de los clichés y decir que cada cosa es una memoria, y no por manida la idea es menos cierta: el problema de los clichés es que lo son por haber sido verdades muchas veces con anterioridad. Pero el asunto va más allá de eso, como lo intuye cualquiera, pues las cosas abandonadas significan desplazamientos humanos que nunca son voluntarios, aunque en algunos casos parezcan decisiones que se toman; la realidad es que son vidas que alguna fuerza más o menos irresistible ha expulsado de algún lugar, y en eso nuestro siglo, todavía tan joven, ya es horrendamente pródigo. […] Ese desarraigo brutal está ocurriendo en todas partes, con distintos carices y magnitudes distintas, a veces en la intimidad y a veces en grandes escenarios, a veces a individuos que conocemos y a veces a multitudes sin rostro, y un día sólo quedará, como noticia de esas vidas, el rastro de sus cosas abandonadas.”

 

De más está aclararlo: ni les echo esta cantaleta ni les digo que muy a menudo me figuro abandonando este hogar a toda prisa y llevándome, si corro con suerte, los documentos importantes que me parece que tengo a mano, un par de memorias con lo escrito durante estos años y el efectivo con que cuente en el momento. Desde luego que no el televisor, ojalá sí el computador, mi grabadora de voz, un par de bastones y poco más. Pero incluso si viniera a cuento, jamás les confesaría que preferiría desbarrancar a mi Tita desde este piso 18 a dejarla abandonada a su suerte. Eso no… ¡eso nunca! Es más: si mi madre ya no viviera, lo más probable es que salte con mi gata en brazos. (La imagen será todo lo cursi que se quiera… aunque también futurible.)

 

486. ¿Sabe, maestro Grijelmo, que atenúa usted la lobreguez del camino con esta reflexión, que invita a que científicos y -antes que lingüistas- escritores se unan con vistas a comunicar, con más eficacia, lo que una mayoría todavía apabullante de terrícolas no quiere o no parece comprender pese a lo abrumador y lo evidente de la situación?:

 

“…Porque, ojo, no se debe confundir […] el clima con el tiempo. Una cosa son las condiciones meteorológicas de un momento concreto (el tiempo de cada día) y otra las climatológicas (las variaciones que se dan con regularidad en un periodo amplio). El hecho de que vivamos un cambio del clima constituye, por tanto, una enorme novedad. Ahora bien, la palabra ‘cambio’ no transmite por sí misma nada negativo. También hay cambios favorables.

En ese contexto progresó la locución ‘crisis climática’, que ya transmitía por fin un sustantivo que denota un problema. Sin embargo, todas las crisis terminan pasando. En aquella época no dejábamos de hablar de la crisis económica, lo cual ayudaba a percibir el sentido peyorativo de la palabra, sí, pero también la connotaba con la idea de una futura recuperación, proceso en el que además el comúhn de las gentes no teníamos capacidad alguna para intervenir. Uno se adapta a una crisis financiera, la sufre, pero poco puede hacer individualmente contra ella, a diferencia de lo que ocurre con el calentamiento global.

Surgió entonces la propuesta ‘emergencia climática’, lo cual agravaba el mensaje sobre lo que se nos venía encima, porque la emergencia consiste en una ‘situación de peligro o desastre que requiere una acción inmediata’. Sin embargo, el camino por el que ha transitado esa palabra la impregnó de un envoltorio adicional que nos sugiere la idea de que, una vez aplicada esa atención, el riesgo acaba pasando. Y si no pasa, nos afectará gravemente; pero en cualquier caso esto sucederá pronto y luego se irá también. Hasta ahora no habíamos tenido noticias de emergencias a largo plazo, sino que se relacionaban con riesgos inminentes, perceptibles incluso por los sentidos.

Con todo eso, sugiero ya otra denominación por si les parece a ustedes más adecuada: ‘amenaza climática’. La idea de la amenaza activa el instinto y adquiere eficacia en el momento en que se formula, porque incita a actuar cuanto antes frente a un peligro que en este caso ya se aprecia y cuyos efectos se agravarán si no le oponemos hoy una reacción pertinente y proporcionada.

Todas las batallas se libran también con palabras, y necesitamos las más certeras para transmitir esa realidad y afrontarla con mayor conciencia en 2024.”

 

Pero no bien termino de transcribir lo anterior palabra por palabra, con sus comas y sus puntos y sus puntos y coma y mis puntos suspensivos y sus comillas y sus paréntesis, me riño por malgastar quince minutos de lectura en el trasvase de una idea loable que, como tantas otras, nació muerta -le pido perdón a usted, maestro, a los científicos con alma y a Greta y sus muchachos de entre trece y cien años por mi cínico escepticismo-: si las imágenes más inhumanas y cruentas de Ucrania, Israel y Palestina no consiguen que nos echemos masivamente a la calle y exijamos la detención de esos y otros horrores, ¿va a lograr un pobre sustantivo que los que hoy sudamos la gota gorda en Bogotá, cual si viviéramos en el Valle de la Muerte, o que los alemanes que temen en enero el desmadre de ríos que en agosto van a estar secos nos digamos, todos a una, “no más fantasear con el culo de Shakira” o “no más Bundesliga” y “a arrimar el hombro para salvar el planeta”? Si las cataduras mefistofélicas de los peores, o sea de los que tienen hoy por hoy al mundo a esto de la debacle sin precedentes que supondría la Tercera -y muy probablemente última- Guerra Mundial no hace que nos pongamos en guardia y en pie de lucha, ¡nada salvo esa matazón global, librada en medio de sequías o inundaciones, ¿hará que despabilemos?!

 

487. ¡Pago por ver!... a Rosa Montero -a Rosita Montero- y a Juan Esteban Constaín, dos de los articulistas de mi entraña, sentados conmigo de testigo excepcional y moderador ocasional a la misma mesa de restaurante, de bar o mejor de eso que ahora llaman dizque gastrobar, para transmutar en debate carnal los contenidos al parecer irreconciliables de sus columnas tituladas ‘Escupir sobre su tumba’ y ‘Napoleón en harapos’. Lo que sería eso: él historiador, ella periodista, los dos novelistas y -intuyo- ante todo buenos seres humanos -caso extraño o cosa extraña en el gremio… y en el mundo-, cada cual argumentando y defendiendo lo que yo conozco someramente pero deseo averiguar a fondo. ¿El ganador del intercambio? Desde luego yo, que aprendería en las dos o tres horas que dure el encuentro igual o más que en meses de lectura, aparte de que voy y hasta logro hacer tremendo par de amigos.

 

488. ¿Quién, entre un desaprensivo que detesta y se burla de un asiático -digo asiático como podría decir indígena- y otro desaprensivo que detesta y se burla de un parapléjico -digo parapléjico como podría decir sordo- es, bien mirado, el menos cauto y por ende más temerario? Sospecho que el segundo, porque las probabilidades de que usted se acueste blanco desangelado y amanezca amarillo ojirrasgado son nulas, mientras que no escasean los testimonios de quien un día se levantó de la cama por propio pie pero a la hora de volver a ella ya no caminaba ni lo volvería a hacer en lo sucesivo.

 

Adenda: yo, que soy ciego y por tanto sé de qué va la discriminación, no juzgo al vergonzante que, sin que sepa por qué razón, siente fastidio por el que no ve (no oye, cojea, tartajea, tiene la piel más oscura o los ojos rasgados) pero intenta que no se le note pues entiende que se trata de otra, entre tantas, mezquindad del alma humana en las que los sapiens nos vemos enredados contra nuestra voluntad. En cambio, la mala leche y la imprevisión de los desaprensivos me asquean y, como es apenas natural, sus infortunios me dejan de piedra.

 

489. Se rasgan las vestiduras los que nada leen (o lo poco que leen lo leen sin el menor provecho) pero mucho publican (verbigracia en revistas indexadas de humanidades y afines), según ellos -ellas y elles- porque estamos a tiro de que no se sepa si un texto lo escribió un colega con pene, una alumna con vagina o cualquier Chat GPT sin una cosa ni la otra tan divina. En los dos casos las preocupaciones sobran porque nada como reservarse los ejercicios de escritura para dentro del aula, y con tiempos e instrucciones claros y concisos (a aprender a orientar, estimados docentes). Pero si de lo que hablamos es de la producción escrita del grupo de científicos sociales tal del departamento o de la facultad tal de tal universidad, pues ahí están los dichosos ‘pares interinstitucionales’ para que demuestren su talento a la hora de desvelar los plagios que, por otra parte, tantas mejoras salariales rinden en campus de aquí y de allá.

 

En cuanto a mí, los adelantos que hagan los algoritmos de los ‘large language models’ a partir de ya y hasta que la especie perezca de cataclismo climático o de los ataques atómicos de los psicópatas que nos arrastren a la Tercera Guerra Mundial, me traen sin cuidado pues una sola cosa sé que sé: la agudeza irreverente, la ironía y el humor acres de las inteligencias más deslumbradoras no hay quién ni qué las emule. Con decirles que resulta harto más probable que un buen día yo rechace la compañía inefable de una mujer para meter en mi cama una muñeca inflable.

 

490. Guarden bajo llave este ejemplo-prueba de lo argumentado en el desahogo anterior, para que ni mañana ni nunca se dejen meter gato por liebre por los forofos de la dichosa IA:

 

“…una cuestión que me ocupa ahora a comienzos de año: si hubiese que elegir a una persona, una nada más, que se muriese a lo largo del 2024, ¿quién sería? Propondré una lista de candidatos y llegaré a mi veredicto con el objetivo solemne, quiero pensar, de ayudar a definir quiénes son los individuos más peligrosos del mundo en la actualidad.

Los hay aquí en España que desean la muerte del presidente de Gobierno […]. No. Sánchez no merece morir. Abascal y su gente tampoco. Como mucho, diría, tres o cuatro azotes y a la cama sin cenar.

Pasemos a candidatos más viables, empezando por Vladímir Putin, empapado de sangre, él. ‘Asesino en serie’ se queda corto. Entre matar a periodistas, opositores y disidentes varios, más las matanzas de familias en Ucrania y los cientos de miles de soldados ucranianos y rusos que han muerto en la guerra absurda que él inició, hay más que suficiente motivo para procesarlo en un juicio a lo Nuremberg. Siento particular pena por los jovencitos rusos que han fallecido. La historia dirá que dieron sus vidas por nada, sin gloria, gracias al capricho de un déspota.

Pero, pese a todo, no deseo la muerte de Putin, ante todo porque el que le seguiría en el Kremlin podría ser incluso más psicópata. Y también porque se presentaría la posibilidad de caos político en Rusia, el país con el arsenal nuclear más grande del mundo.

Reflexiono, sin embargo, que quizá estoy pecando de un exceso de benevolencia hacia Putin cuando recuerdo la feroz participación militar de sus tropas en Siria, junto al dictador Bashar el Asad, en una guerra civil que se ha cobrado, desde el 2011, más de medio millón de vidas árabes y kurdas. Pondré a El Asad en una breve lista de posibles, pese a que, según me cuenta una persona que lo conoce, es un tipo refinado de cuya boca difícilmente saldría la expresión ‘la concha de Dios’.

Como tampoco la dirían, entre otros posibles candidatos, el ayatolá Ali Jamenei, líder supremo de la teocracia iraní, o los líderes de Hamas, o los del Estado Islámico, u otros grupos islamistas que dan más valor a sus causas que a las vidas de las personas, da igual que sean combatientes o civiles, abuelas o niños. Lo mismo podemos decir del primer ministro israelí, Beniamin Netanyahu, el carnicero de Gaza. Pero en ningún caso deseo sus muertes, por similares motivos a los que me freno ante la opción de que muriese Putin. Los reemplazarían personas igual de sanguinarias o peor. Sus martirios, además, posiblemente generarían nuevos adeptos a su culto a la venganza.

No. Si me tengo que quedar con un personaje cuya vida desearía que llegase a su fin, y cuanto antes mejor, no serían ni Putin, ni El Asad. Sería Donald Trump. Ojo. Y que quede claro: no propongo que se lo asesine. No pienso rebajarme al nivel de los bárbaros. Lo que quisiera es que se muriese de causas naturales, con un mínimo de sufrimiento, preferiblemente en la cama mientras duerma.

Ha llegado a los 77 años, edad en la que fallece el norteamericano medio, y ha vivido bien, con mucho dinero, muchas esposas y varios hijos. Se ha divertido un montón, especialmente durante los cuatro años que jugó a ser presidente del país más poderoso de la Tierra. Se puede ir y se debe ir. Los riesgos para la democracia en su país y en el mundo, como las ventajas para los Putin y los Netaniahu, son demasiado grandes como para permitirle la opción de volver a ocupar por segunda vez la Casa Blanca tras las elecciones que se celebrarán, y que según los sondeos ganaría, en noviembre de este año.

Trump es mi elegido porque es único e irreemplazable, como King Kong. El trumpismo no existe sin Trump, igual que el cristianismo no existe sin Jesucristo, El Quijote sin el hidalgo, Torrente sin el agente que representa el brazo tonto de la ley. Si Trump se va, se acaba la farsa y el mundo civilizado vuelve a respirar.

Entonces ¿un deseo para el 2024? ‘¡Morite, Donald, morite!’”

 

Ahí tienen, pues, juntito y amalgamado, lo del 489 y más que se me quedó sin listar: la ética y la conciencia de un ser humano que, a diferencia de cualquiera de los psicópatas en cuestión o los LLM, le imprime a lo que escribe esta suerte de ADN moral que lo emparenta conmigo -y con el resto- tanto cuanto lo diferencia.

 

¿Muertes indoloras para los malditos, invoca usted, hermano? ¡Eso no, eso nunca! Me rebajo, en este y en casos muy puntuales, al nivel de los bárbaros y clamo para los por usted mencionados y para los demás que conozco sufrimientos sin nombre y perpetuidad en la agonía.

 

491. Lo prometo… qué lo prometo: ¡lo juro! De hoy en adelante, es decir desde ya, voy a llevar, a dondequiera que vaya, un cartapacio con no menos de mil copias impresas de este desahogo que don Arturo tituló, con total acierto, ‘Tutee usted a su puta madre’. Las únicas que se van a salvar de que se lo dé a leer, y sólo por la ilusión inconfesable de que ellas me lo den a mí,van a ser las muchachas de voz acariciadora y pelo a los hombros o a media espalda y bien lavado -se complicó el asunto-, de entre catorce -mejor no alborotar a la jauría antiestupro- y veinticinco años a lo sumo: nadie más.

 

Como quien dice: me arruiné a priori.

 

492. Siguiendo con el gran Pérez-Reverte, les tengo una recomendación antes que nada a los homosexuales y en general a los LGBTI… más lo que le hayan añadido recientemente a la sigla. Lean de este prohombre, con injustificada fama de machista cavernario entre las hordas canceladoras del feminismo -del buenismo- más vulgar y destemplado, su columna titulada ‘Parejas venecianas’. Verán cómo, en cuestión de diez minutos -los que duren la lectura del asombro y la relectura de la confirmación-, aquellos que atiendan la sugerencia van a quedar prendados de por vida de la inteligencia y la sensibilidad de un ser humano excepcional, que observa al prójimo sin importunarlo y sin ser a su vez visto, con maestría lo disecciona para sí y nos lo ofrece a sus asiduos en lecciones hebdomadarias e inolvidables que versan sobre lo más ruin y bello de la condición humana, con su sinfín de matices.

 

493. Últimamente (el adverbio miente porque el ejercicio lleva años en marcha), oyendo conversar a ‘los otros’, me desaburro haciendo compilaciones mentales de los prejuicios y generalizaciones que los interlocutores por lo común sueltan con suficiencia, y escurriendo el bulto cuando se me invita o conmina a pronunciarme. Y llego a entusiasmarme, inclusive, cuando entre los contertulios hay alguien que vive o vivió fuera del país, porque entonces lo que veo es a un catedrático en plena acción, empeñado en desasnar a “estos pobres montañeros sin mundo”.

 

Vamos a suponer que hoy hay un almuerzo de bienvenida en honor preferiblemente de una amiga, que vino de vacaciones procedente del norte de Europa y, más exactamente, del país de Ibsen. Que no bien comienza el diálogo, ella lo acapara para trasladarles, magnificado, su deslumbramiento a los que con arrobo y vaya usted a saber si también envidia de la mala -claro que existe, estimada Piedad-, le escuchan lo previsible: comparaciones a tutiplén tras las que no cabe sino la certeza de que se vive en el peor de los mundos y de que allá, y en muy pocos lugares más, la vida bulle exuberante pese al frío del invierno.

 

Se extasía la cosmopolita mostrándonos insulsas imágenes de su celular en las que ella, faltaría más, aparece en primer plano y, de fondo, la infraestructura impresionante de Equis o Ye ciudad que yo hago como que miro sin parar de asentir. Pero cuando le toca el turno a la abismal superioridad de los nórdicos con respecto prácticamente al resto de mortales y ni se diga a ‘nosotros’, invoco la presencia de, pongamos, Torvaldo y Nora Helmer.

 

Fantaseo con el deseo -¿será que puede dejar de rimar, cabrón?- de proponerle a la concurrencia, una vez disipada la carnalidad y la estela de nuestra común amiga (quien lejos está de llamarse Estela o Stella), que leamos siquiera el primer acto de ‘Casa de muñecas’ para que cotejemos lo subjetivo a secas con lo subjetivo-literario y listemos los prejuicios y generalizaciones de la ahora ausente. Ahí les van:

 

Los escandinavos y más precisamente los noruegos bla, bla, bla. los hombres de antes y más precisamente los hombres de la fría Europa bla, bla, bla. La razón por que los nórdicos son tan prósperos es que allá nadie malgasta y todos ahorran y bla, bla, bla. Los cabrones son los tontos de ahora porque los hombres de antes no se dejaban manejar de nadie y menos aún de la mujer y bla, bla, bla. Las generaciones pasadas no supieron de qué va eso que llamamos consumismo desaforado pues bla, bla, bla. Todas las mujeres son interesadas o si no mire a bla, bla, bla…

 

Adenda: la literatura no es -no puede ser- infalible contra éste ni ningún otro mal exclusivo de la especie; sin embargo, si quien lee no sufre de proclividad congénita a taras por el estilo del fanatismo de las convicciones o el facilismo de los juicios, seguro puede estar de una pronta mejoría y hasta de una cura total si por añadidura se trata de un enfermo de los que jamás abandonan el tratamiento.

 

494. ¡No, hermano!, ¡esto suyo de la 74 sí ya es descaro!; que se eche de enemigas a las feminazis vaya y venga: ¿pero también a nosotros los animalistas de corazón, y a los de veras comprometidos?: “El viejo, el ancestral cazador que hay en todos nosotros renace en ciertas circunstancias. Cualidades que poseemos dispersas, pero rara vez concentradas en una sola actividad, como son el silencio, la paciencia, el sigilo, la atención, la agilidad, la celeridad, la sorpresa, se dan cita en la superficie de nuestro ser y nos convierten en un avezado y cruel hombre del paleolítico. Así, cuando mi gato comete una grave tropelía, con qué astucia y tenacidad lo aguardo encogido tras un sillón o detrás de una puerta, tendiéndole alguna sutil celada, durante interminables minutos, para al fin saltar sobre él y atacarlo por su lado más vulnerable”.

 

¿Y cuál es ése, don Granhijueputa? ¿A cuántos aporreó o hasta mató, pedazo de malparido? Y agradézcale a la bendita muerte que no le eche encima a un tal Ejército de Liberación Animal, que ya mismo miro si sigue operativo aquí en Colombia, donde los violentos desiderativos y los de hecho no nos andamos con maricadas, y usted lo sabe bien. Pero bueno; en aras de nuestra amistad, voy a imaginarme que lo que usted le hacía al pobre animalito era darle un buen susto o un trapazo inocuo todo lo más.

 

Y pasando a otra cosa: ¿cayó usted, respetado Julio Ramón, en que en esta prosa suya aparecen divinamente fotografiados el atracador que aguarda a su víctima en una esquina oscura y ni qué decir el maldito que a quien acecha es a la mujer, a la muchacha, al niño o a la niña que va a violar?

 

495. Si la sordoceguera no fuera la conmoción vital y comunicativa que es, sería como para ambicionarla y, gracias a ella, hurtárseles a las lacras que constituyen las contaminaciones acústica y lumínica.

 

Pensaba ayer viendo un documental en la DW -bendita seas y longevidad abundante- sobre los estragos de la segunda en la naturaleza y tantas de sus criaturas, que a las aves migratorias les ocurre con la lumínica lo que a nosotros los ciegos con el puto ruido en las grandes ciudades: unas y otros nos desorientamos y desubicamos, en ocasiones irremediablemente.

 

Que millones de ellas se choquen contra lo que sea y mueran o simplemente caigan al mar exhaustas y desaparezcan es para los expertos que por ellas velan, así como para los que nos dolemos de su suerte con solastalgia y mala conciencia, una catástrofe ambiental. Que un escribidor emparentado con Tiresias se queje de la incompasividad de los decibelios es, en cambio, un grito de auxilio en medio del desierto.

 

496. A veces, ante una imagen soberbia con que tan a menudo me obsequia la literatura, me quedo pensando si mi dizque ceguera congénita es de verdad tal cosa, y opto por callar ante el hecho abrumador de que no conozco a ningún Barraquer capaz de mirar en mi duda mirando conmigo la belleza: “una calle amparada por árboles altísimos que parecen beber del cielo como si fuera una vena de luz”.

 

497. Pero como la realidad termina siempre por imponerse, aprovecho este espacio para pedirles a mis escritores-columnistas de cabecera que me echen una mano con un asuntito. Resulta que comencé a leer esta mañana Las cosas, de Perec, y quiero saber, en una escala del uno al diez, cómo califica cada uno de ustedes las fantasías ¿decoradoras?, ¿decorativas? de la pareja protagonista de la novela. Qué: ¿sí tiene buen gusto el par de ensoñadores este, o más bien se trata de dos corronchos -huachafos, arribistas, cursis…- primermundistas, con muchas ínfulas y ningún medio? De verdad que si la cuestión fuera con Susan y Juan Lucas, los de Bryce Echenique, no los importunaría a ustedes en busca de ayuda porque de mí ellos dos obtendrían un 10 sin atenuantes. Pero lo que pasa es que yo con la mayoría de intelectuales e intelectualoides tengo… tengo… Ustedes me entienden.

 

Adenda: han pasado dos días desde que me lancé -culipronto como siempre he sido- a escribir lo anterior, que podría borrar de un teclazo y sin remordimientos, pues lo que quise que ustedes me respondieran me lo respondió la diatriba del narrador, que arrecia a partir del tercer capítulo. Pero no lo hago porque el 496 quedaría huérfano.

 

498. Vamos a ver: si cualquier día de estos se me diera por escoger el siguiente texto para la tertulia literaria (en la que estarían vedadas todas las pantallas) que quiero fundar, y la pregunta a debatir fuera ¿Cuándo cree usted que se escribió la novela de que tomamos este pasaje y a quién pretende fotografiar el narrador en su discurso?, ¿cuál se les ocurre a ustedes que sería la respuesta mayoritaria?:

 

“…Pero entre estos sueños demasiado grandes, a los que se entregaban con una complacencia extraña, y la nulidad de sus acciones reales no se insertaba ningún proyecto racional, que hubiera conciliado las necesidades objetivas y sus posibilidades financieras. Los paralizaba la inmensidad de sus deseos.

Esta ausencia de simplicidad, casi de lucidez, era característica. La comodidad -sin duda esto era lo más grave- les faltaba terriblemente. No la comodidad material, objetiva, sino cierta desenvoltura, cierto relajamiento. Tenían tendencia a sentirse excitados, crispados, ávidos, casi envidiosos. Su amor al bienestar, a estar mejor, se traducía la mayor parte del tiempo en un proselitismo necio: entonces peroraban mucho rato, ellos y sus amigos, sobre la genialidad de una pipa o de una mesa baja, hacían de ellas objetos de arte, piezas de museo. Se entusiasmaban con una maleta, esas maletas minúsculas, extraordinariamente planas, de piel negra levemente granulosa, que se ven en los escaparates de las tiendas de la Madeleine y que parecen concentrar en ellas todos los placeres supuestos de los viajes relámpago, a Nueva York o a Londres. Cruzaban París para ir a ver un sillón que les habían dicho que era perfecto. Y hasta, siendo muy expertos, dudaban a veces en ponerse una prenda nueva, tan importante les parecía, para la excelencia de su aspecto, que antes se hubiera llevado tres veces. Pero los ademanes, algo sacralizados, con que se entusiasmaban ante el escaparate de una sastrería, una tienda de sombreros o de calzado, con frecuencia sólo lograban que pareciesen un poco ridículos.

Acaso estaban demasiado marcados por su pasado (y no sólo ellos, por lo demás, sino sus amigos, sus compañeros de trabajo, la gente de su edad, el mundo en que vivían inmersos). Acaso eran demasiado voraces de buenas a primeras: querían ir demasiado deprisa. El mundo, las cosas, tendrían que haberles pertenecido desde siempre, y ellos habrían multiplicado los signos de su posesión. […] Con excesiva frecuencia, no les gustaba, en lo que llamaban lujo, más que el dinero que había detrás. Sucumbían ante los signos de la riqueza: más que gustarles la vida, les gustaba la riqueza.”

 

Me anticipo y veo la cara de asombro indignado que ponen tres de cuatro octogenarios que asisten religiosamente a la tertulia cuando, después de mucho dejarlos a ellos y a los demás del grupo aventurar posibles respuestas, el cuarto pide la palabra para decir que se trata de una novela publicada en “los rebeldes años 60 del siglo pasado, cuando ustedes tres -los señala respetuosamente- y yo, estábamos en la flor de la vida”.

 

Pero en vista de que las discrepancias -ahora con el autor- amenazaban con dilatarse más de lo conveniente, pedí silencio y les expresé mi contento de verlos tan animados con la discusión y el tema. Y añadí a manera de despedida: Para que sigamos conversando de materialismos y superficialidades y consumismos generacionales, empiecen a leer o a releer ‘Casa de muñecas’ de Henrik Ibsen, relacionen a la Nora Helmer del primer acto con el Jéróme y la Sylvie de Perec (para lo cual deberán leer siquiera los dos primeros capítulos de la novela) y, por supuesto que también,con sus nietos o sus hijos jóvenes y adolescentes. Y nos fuimos todos, felices y satisfechos -o eso quiero creer-.

 

499. Mi única discrepancia innegociable con la ciencia es, de momento, la denominación Homo sapiens. Y es que por muchas vueltas que le dé al engendro, no deja de chirriarme, de tan promesero e inexacto.

 

¿Se necesitaba una palabra o frase que abarcara a toda la especie a fin de poderla diferenciar de las demás que en el mundo son y han sido? Perfecto: ‘Homo insatisfactus’ la vamos a llamar, a fin de no faltarle a la verdad, gente que me escucha.

 

Y para los que se estén diciendo que lo mío son ganas de joder y figurar -aciertan en lo primero-, apenas unos ejemplos a manera de pruebas irrefutables, los cuales son en sí mismos una afirmación: en el rico más rico, en la bella más bella, en el donjuán más afortunado y en la artista más laureada se agazapa un Jéróme que desea la suerte venérea y gratuita del mujeriego o el dinero y la exuberancia del millonario; una Sylvie que codicia la juventud deslumbrante de la hermosa o el prestigio reverente que se le tributa a la creadora. ¿Que el científico Equis acaba de realizar un hallazgo que le asegura un Nobel?: Ojalá tuviera los muchos millones de seguidores del estúpido youtuber Ye y Zeta para que el mundo supiera quién es… quién soy yo. ¿Que un tal Lionel Messi ha ganado más ‘balones de oro’ que un tal Cristiano Ronaldo?: Pero sha quisiera sho, un ser tan simple, tener la pinta del puto portugués para haberme foshado las minas que él se habrá foshado.

 

Mejor dicho y para abreviar: la próxima vez que alguien le diga o que usted tenga la tentación de decirle a otro que su vida es plena y feliz, no le crea o absténgase de mentir, y entérese de que el gran Fernando Vallejo acuñó otra denominación que también -tan bien- podría definirnos. ‘Homo mendax’ u ‘Homo alalus mendax’: ¿qué duda cabe?

 

500. Encontré recientemente la frase ‘la voluntad firme de no repetirse’ en un artículo en el que se preconiza la obra y la persona del poeta Francisco Javier Irazoki. Encontré ayer en la Wikipedia -con quien siempre voy a estar tan en deuda como con Orfi- algo muy similar, pero ahora sobre Georges Perec: “Su Obra estuvo basada en la experimentación, en ciertas limitaciones formales como forma de creación, y en el explícito propósito de nunca repetir la misma idea en dos libros”. Y encontré, pongamos veinte minutos después, este título, que me dio jartera leer, en El País de España: ‘Perec, el escritor que jamás repitió un libro’.

 

Inspiro profundo, abandono el escritorio y comienzo a caminar de aquí para allá porque me siento presa de un déja vu: a saber cuántas veces habré oído la misma afirmación temeraria, el mismo propósito loable e insensato. ¡Pero si la literatura no es más que vida en su estado más puro y la puta vida se resume en lo que por estos lares llamamos la repetición de la repetidera! ¿O será que quien me está hablando en medio de toda esta confusión de mis cuatro sentidos es uno de esos charlatanes de la motivación que invitan a ‘hacer de cada día algo inolvidable y espectacular’, ‘algo singular e irrepetible’, lo que se resume en el grito de batalla: ‘¡a huir de la rutina!’?

 

Como si la cagada diaria y las cinco o seis meadas pudieran reemplazarse por otra cosa; como si espantar el sueño, el hambre y la sed fuera materia optativa. Qué: ¿me compro un avión y me voy a recorrer como Petro y Lula el mundo y me sumo a su combo de farsantes de la causa climática para que me aplaudan en cuanto foro aterrice y pontifique mientras el Amazonas arde, para huir de la rutina? ¿O, para huir de la rutina, me vuelvo youtuber de los que saltan desde el capó de un carro en movimiento y al día siguiente, medio heridos o vueltos mierda, hacen triatlón en Cartagena o en Cartagena de Indias para después emborracharse en la cama de hospital en que se recuperan?

 

No sé si usted, lector improbable de estos desahogos -iba a decir desvaríos-, tenga la dicha de conocer literariamente a Karl Ove Knausgard y a Fernando Vallejo, los dos mayores portentos de ‘la repetición de la repetidera’ que figuran en mi enciclopedia, ni si se fijó en el epígrafe que engalana y justifica este ejercicio, para mí tan querido. Si no, lo reto a que los lea para que nos sintonicemos y, ya sintonizados, haga un último esfuerzo y les dedique un par de horas a los cuatro primeros capítulos de Las cosas a ver si me responde: ¿salió airoso o fracasó Perec en su propósito loable e insensato de no repetir la misma idea no ya en dos libros distintos, sino en parte de la primera parte de su primerísima novela? 

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