401.
Mamado de que me corcharan nueve de cada diez veces, opté hace un tiempo por
responderles a los importunos que sin falta, antes de decir cualquier hondura o
babosada del libro que sea del autor que sea, preguntan. ¿Y a ti cómo te pareció
‘Los que vigilan desde el tiempo’? (los del todo imbéciles); o ¿y a ti cómo te
pareció ‘Los que vigilan desde el tiempo’ de Lovecraft? (los un poco menos
imbéciles); o ¿y qué has leído de Lovecraft? (los imbéciles a secas); o ¿has
oído hablar de Lovecraft? (los imbéciles compasivos). Ah, lo que les respondo a
los dos primeros pesados con te de tetero es siempre igual: Puede que un
prodigio, puede que una insustancialidad, puede que un bodrio. ¿Y a usted?
Mientras que al tercero: Puede que todo, puede que algo, puede que nada. ¿Por
qué? Con el cuarto, lo reconozco, hago lo que mi gata con el ratón bebé con que
esta mañana volvió anticipadamente a casa de su excursión diaria: divertirme
con sevicia.
De los
cuatro me encanta la cara de patidifusos que ponen y que, en el caso del
cuarto, cuando resulta ser un tonto con atenuantes, se mezcla con el rubor de
la inquina del que descubre demasiado tarde que se lo estaban gozando.
402.
Llegó de España la semana pasada una amiga que vive allá desde hace dos años, y
me llamó para que nos tomáramos “unas polas, pero en la cantina de Lucio y
Marcela”. Como los borrachos no nos hacemos rogar, a veces ni estando en la
inmunda, pues le dije que listo, que a qué hora. Las primeras cuatro cervezas
transcurrieron agradables, entre recuerdos mutuos de tiempos que yo añoro más
que ella, para quien su presente en España lo es todo.
Ya se
podrán imaginar ustedes lo que es oírle sus deslumbramientos a un
tercermundista vergonzante y por tanto instalado en el primero, que regresa de
vacaciones a casa -es un decir- cargado de noticias imposibles para los que por
desidia -mi amiga habla de mediocridad- no empacamos la maleta. Que los
políticos y la política españoles y europeos no sé qué, que la sociedad y la
educación europeas y españolas no sé cuánto.
Borracho
perdido, mitad por las cantidades que libaba para no perder la cabeza, mitad
por el torrente de quien amenazaba con hacerme perder la cabeza, me paré para
ir por primera vez al baño, respiré hondo mientras meaba, pagué de regreso la
cuenta; esgrimiendo un compromiso inexistente, me despedí para siempre de mi
amiga y, antes de retirarme, le recomendé encarecidamente que leyera ‘Vayamos
por partes’ en El País de España. Nada de qué sorprenderse: en su vida había
oído el nombre -para mí entrañable- Rosa Montero. Tampoco el del periódico.
403.
Jugada maestra, la del ‘gobierno del cambio’… para pior y ‘potencia mundial de
la vida’… licenciosa. ¡Un millón de pesos -prácticamente el monto de mi mesada
pensional tras haberme partido el lomo durante más de dos décadas- para larvas
de delincuente y delincuentes en toda regla, dizque para disputárselos al
crimen organizado! ¿Plata para la salud, para la pobre gente de bien que aspira
a montar un negocio a fin de no depender del asistencialismo, para los
muchachos que de veras sueñan con estudiar en una universidad pública o privada
donde puedan seguir la carrera que sienten su vocación, para financiar el
deporte recreativo y el de alto rendimiento, para la ciencia y la investigación
científica? ¿Dialogar con los empresarios, con la oposición decente, con los
críticos de a pie que nada tienen que ver con ella y mucho menos con la otra?:
¡nanay cucas! Platica, la que haga falta, para la ojalá cada día más nutrida
‘primera línea’ y concesiones, las que hagan falta, para los (¿ex?) camaradas
chusmeros.
¿Que
Uribe creó y prohijó a las ‘convivir’? Váyanle buscando entonces nombre a este
otro engendro con denominación de origen, porque ‘primera línea’ no dice nada.
Tampoco ‘milicia bolivariana’ pues, a más de poco original, la copia podría
suscitarles alguna molestia a los compadres chavistas. Les cuento si se me
ocurre algo… Claro: antes de que me ocurra algo.
404. No,
maestro Savater, no se burle usted mirando esta foto; no se burle porque de
imbécil no tiene usted un pelo. O búrlese, si quiere, pero reconociendo que se
da el lujo de mostrarse cínico frente a una realidad de la que se sabe a salvo
gracias a la muerte, que como a mí le respira en la nuca:
“Hace
décadas que los indígenas y los científicos del clima advierten de los impactos
del calentamiento global. La mayoría no escucha. En 2023, los fenómenos
extremos han afectado -y siguen afectando- a vastas zonas de la casa-planeta.
Ya no se puede negar, pero la mayoría sigue negándolo. Y una vez más, como en
la pandemia de covid-19, dan al horror el nombre de ‘nueva normalidad’. Ahora
la nueva normalidad serían inundaciones o sequías extremas, ciclones y olas de
calor.
Pero la
nueva normalidad es la misma vieja alienación. Solo una especie muy deformada
por el capitalismo sería capaz de convivir con las escenas de agonía extrema de
la Amazonia, los manatíes tendidos en la playa boca arriba, y seguir durmiendo
por la noche ‘porque ahora es así’. Al convertir la naturaleza en mercancía,
condenamos a la mayoría de los no humanos. Y ahora están muriendo a cientos,
algunas especies a miles. Y solo con mucha desconexión se puede encontrar
normalidad mientras las hileras de muertos se multiplican en el lecho de lo que
un día fue un río…”.
¿Qué
diferencia, cabe preguntarse, el negacionismo de la crisis climática de un
imbécil a la par que cínico tipo Trump del cínico negacionismo del filósofo? A
todos los efectos prácticos, nada los diferencia salvo la tristeza de saber que
algunos de nuestros estudiantes y quizá un hijo leyeron, a instancias nuestras,
‘Ética para Amador’ o cualquier otro título sobre la materia firmado por
Savater.
405. Leo
en El País de España un artículo que Martín Caparrós tituló ‘La palabra
creación’ y, tras exclamar para mis adentros ¡…!, doy en recordar un número
indeterminado de ex colegas que opinaban, con la convicción de quien repite un
axioma, que jamás se debería hablar en clase de sexo, de política y muchísimo
menos de religión pues ese tipo de discusiones lo único que generaban era
discordias entre los “docentes” y el “alumnado”. En vista de mi mutismo
sonriente (muy pronto aprendí a darme por vencido de antemano), algunos me
preguntaban que yo qué pensaba. Lo que pensaba y pienso sobre el particular tal
vez lo recuerde un puñado de quienes coincidieron un día conmigo en el aula.
Una cosa
tengo clara (más clara incluso que el axioma del ‘docentado): si hoy -octubre
de 2023- tuviera la dicha de estar preparando mis clases de la semana o del mes
entrante, tendría elegidos autor y lectura.
406.
Pero venga, Martín, venga que le tengo que hacer un aporte y una pregunta sobre
esta columna suya, que desde ya es para mí otra mejor columna de 2023:
“…¿Cuánto
de lo que ‘sabemos’ con la misma certeza con que nuestros choznos sabían que el
Creador los había creado -o que se morían por un desequilibrio de sus cuatro
humores o que la Tierra era realmente plana- es tan endeble como aquello?
¿Cuánta más evidencia de la falsificación necesitamos para dudar de casi todo?
¿Qué otras ideas que nos parecen indudables deberíamos poner ya mismo en duda?
Nos toca
crear un mundo donde no haya creación: donde no haya discursos intocables,
donde no haya, por supuesto, hogueras o repudios para los que los tocan, donde
no haya avivados que se aprovechan de esos dogmas para juntar poder, lascivia y
sonrisitas. Nos toca, al fin y al cabo, mal que nos pese, armar un mundo donde
la palabra creación tenga un solo sentido.”
Qué
otras ideas que nos parecen indudables deberíamos poner ya mismo en duda. Pues
una que suscribe prácticamente todo el mundo: somos más los buenos. Estribillo
que, si uno se fija, engendra o al menos se relaciona muy de cerca con aquello
tan quebradizo de la humanidad perfectible.
Y lo del
último párrafo, ¿va del todo en serio? Si sí, ¿cómo se las arregla para que
tanta lucidez aún no le haya secado hasta la última gota de esperanza?
407.
Medioevo científico y tecnológico:
“…El
problema de buena parte de las discusiones hoy, sobre todo las discusiones
políticas, es que la gente, la mayoría de la gente, ya tiene una serie de
convicciones y verdades reveladas e inamovibles que es muy difícil, yo diría
que imposible, que otro pueda modificar o cuestionar, hacerlas pasar por el
cedazo de la crítica y la observación. Y no son solo los fanáticos de siempre,
no: también muchas personas que parecían o eran sensatas militan hoy en una
horda.
Victor
Klemperer, un brillante filólogo que documentó como nadie el surgimiento y el
ascenso del nazismo, explicaba que llega un punto en el que las ideas dejan de
serlo y se vuelven creencias y supersticiones, dogmas a los que las masas -y no
solo las masas- se aferran porque les importa más su validez abstracta y
milagrosa que sus verdaderos efectos en la vida en sociedad. Esa es la esencia
del totalitarismo, decía Klemperer: la enajenación y la credulidad.
Ese fue
el caldo de cultivo de los horrores que las dictaduras de izquierda y de
derecha lograron imponer hace cien años: la adulteración o la abierta supresión
de la realidad; la adhesión irracional y ciega de sus seguidores a una serie de
principios que muy pronto se volvía un pretexto, una justificación obscena y
vergonzosa de los peores atropellos. Pero nada importaba ya, solo tener y
conservar el poder.
Y lo
increíble es que ese estado de descomposición social de hace un siglo va a
parecer casi un chiste con lo que ha venido pasando, desde hace un tiempo, con
las redes sociales y su poder y su influencia en todos los órdenes de la vida y
la cultura, en la definición misma de lo que es nuestra época. Porque allí, en
ese espacio, se acabó el consenso de la realidad, lo que más o menos se llamó
así durante siglos o milenios.
La
realidad es hoy una opinión caprichosa y arbitraria: lo que cada quien hace de
ella y acomoda a sus prejuicios y delirios, con el agravante, inédito en la
historia, de que una turba de orates iguales o peores está ahí lista, de
inmediato, para aplaudir y defender aun aquello que las evidencias objetan y
niegan. Es más: cuanto más absurda sea hoy una idea, más defensores a ultranza
puede llegar a tener.
No creo
que esa situación catastrófica tenga solución en el mediano plazo, para nada. Y
los espíritus totalitarios, a la izquierda y a la derecha, lo saben bien. A
ellos les conviene, esa es la fuente de su poder” (Juan Esteban Constaín).
Salta
pues a la vista que vivimos tiempos de gran confusión y caos -los
contradictores vocacionales dirán que todos lo han sido-, empeorados por el
hecho de que en cada persona conectada desde sus dispositivos a la red hay un
potencial propalador de infundios y desinformación, y de ahí el creciente
bullicio y la imparable pugnacidad que nadie sabe cómo gestionar. Ese
desconocimiento sin solución a la vista, así como -entre muchas otras- la
realidad descrita en la cita, son lo que me lleva a afirmar aquí que
discurrimos por una Segunda Edad Media -con el perdón del prístino Medioevo,
tan en paz (por comparación) al menos con el planeta- si bien científica y
tecnológica, que anda apenas por sus albores. Al rigor de los historiadores
corresponde determinar sus orígenes y estudiar a fondo, transcurrido el tiempo
que haya menester, sus implicaciones y pormenores. Que ya aterran.
408.
Ocioso que soy, se me ocurrió el otro día hacer un experimento con mi pobre
Tita.
La mandé
de vacaciones inconsultas, cual si de un muchachito estorboso se tratara,
primero a casa de unos familiares fanáticos del cristianismo, y luego adonde un
tío materno que, con su mujer y sus dos hijas, milita en la horda petrista.
Háganse cargo de mi desilusión: la gata volvió a mí enfurruñada y hostil, pero igual
de escéptica y descreída o aun más. Me pregunté entonces por qué, si una buena
definición del adjetivo racional es “invulnerable al fanatismo, sectarismo o
dogma del orden que sea”, su beneficiario es otro.
Descorazonado,
prendí el televisor para ver el noticiero. De dos noticias me acuerdo.
La
primera hablaba de un pastor haitiano de iglesia evangélica llamado Marcorel
Zidor que espoleó a su rebaño para que, armado de palos y machetes, arremetiera
en el nombre de Dios contra los pandilleros del sector que, ni cortos ni
perezosos, dispararon sus fusiles y metralletas contra los cuerpos de aquellas
almas crédulas. Preguntado del porqué había habido un número indeterminado de
muertos y heridos entre sus ovejas si constaba en video la promesa que él les hizo
de que ninguno iba a sufrir menoscabo puesto que Dios de su parte estaba, don
Marcorel respondió, con el dominio de un Putin, que aquel era el destino de
quien perdía la fe. Mientras que la segunda, de una protesta de estudiantes que
se forman para futuros educadores en una universidad pública de Bogotá y que,
en medio de una refriega con la policía, intentaron, por fortuna en vano,
transformar en antorchas humanas a dos agentes que cayeron en el campo minado
de su protesta.
Otro día
les cuento lo que me costó restaurar los afectos de mi gata.
409. “Es
cosa humana la fascinación por el mal”, me dijo Aramburu y yo pensé, para
acortar la vaina, en la izquierda de la ira que admira y aplaude a Putin y a
sus carniceros por berracos, porque solitos contra Occidente luchan para
desarraigar de Ucrania el nazismo que encarnan un tal Zelenski y todos los
fachos bajo su mando; en la izquierda de la ira que se duele de los palestinos
muertos y heridos y despojados hasta de lo más mínimo por el terrorismo de Estado
que practica Israel pero no de los palestinos muertos y heridos y despojados
hasta de lo más mínimo como consecuencia del terrorismo y las carnicerías de
Hamas en Israel y contra los israelíes inermes, que son para ella lo que para
Netanyahu y su gobierno de ultrafanáticos los civiles palestinos que mueren,
caen heridos y lo pierden todo bajo sus bombas: efectos colaterales que no
merecen ser siquiera cifras.
410.
Releo, a propósito de la carnicería terrorista de Hamas del 7 de octubre de
2023 en suelo israelí y la respuesta criminal de la potencia ocupante en Gaza,
algunos de los artículos de prensa de Moisés Wasserman en El Tiempo que
contienen en sus títulos el sustantivo “verdad” (…‘¿De verdad, la verdad?’,
‘Verdades y mentiras’, ‘Chernóbil y la verdad’, ‘¿Para qué la verdad?’, ‘La
verdad ya no está de moda’…) porque necesito cotejar urgentemente su contenido
con el de su columna titulada ‘La Carta Fundacional de Hamás’. Mi conclusión:
el científico mutiló deliberadamente, sirviéndose de la omisión (podría alegar
que se le agotó el espacio, ¿como a Petro en Twitter?), la otra cara de la
verdad a fin de que la moneda que es aquel conflicto figurara con su anverso y
su reverso.
¿Que
Wasserman no es el único del cenáculo al que se le puede endilgar parcialidad
en lo (primero) que por escrito opinó tras la sinrazón del atentado y la
reacción? Cierto: la prueba es ‘Nada justifica el ataque’ de Felipe Zuleta
Lleras en El Espectador. La cuestión es que del científico, y no del
periodista, es de quien yo espero la máxima objetividad frente a cualquier tema
sobre el que opine, en virtud del apego que él y yo y muchos otros del cenáculo
profesamos por el auténtico pensamiento crítico, que no puede ser optativo bajo
ningún concepto.
411. Es
tal la indigencia lingüística y sobre todo léxica de un altísimo, altisísimo,
altisisísimo porcentaje de hispanohablantes -de espangloparlantes- de este hoy
que dura décadas, que con un único sustantivo lo definen todo. Desde una
violación grupal hasta un velorio, pasando por una matanza, la reconciliación
de un par de famosos, una cena de gala en cualquier parte, el hallazgo de
pruebas científicas de algún fenómeno, un accidente de tráfico con o sin
muertos, los efectos de la crisis climática, un incendio en una discoteca, la precipitación
a tierra de un avión de carga, todo es un evento.
¿Mi
hermana se casa?: ¡lo invito al evento! ¡Mi hermano logró por fin vender la
casa!: ¿y cuándo ocurrió el evento? ¡Se quedó ciega mi abuela!: ¿en serio?,
¡qué terrible evento!
Absolutamente
todo menos lo que sí sería; por ejemplo, que la solución sabia y sensata de los
dos Estados se imponga en el conflicto palestinoisraelí al terrorismo bicéfalo
que practican Hamas y el ultrafanatismo sionista o, en nuestra no menos ríspida
realidad vernácula, que Petro y Uribe acordaran reconocer, con humildad y
honestidad ante el país al que manipulan y explotan desde hace tanto, que los
dos constituyen en gran medida la problemática y no la solucionática que
Colombia requiere.
412.
Medioevo científico y tecnológico:
“…Las
redes sociales, el paisaje de hoy, están en manos de innumerables cretinos,
cuando no malvados -unos pueden convertirse en otros con facilidad- que no
desean escuchar opiniones sino confirmación de sus amores y odios personales.
No quieren debate, ni pensamiento; no buscan convencer, sino acusar. Anhelan
sentirse parte de un grupo y enemigos de otro, en un mundo que ha sustituido
humanismo por humanitarismo y razón por sentimientos. Para qué voy a pensar, si
es más cómodo sentir. Tal es la ideología asquerosamente emocional de este
siglo: un estúpido simplismo de buenos y malos, necesitado de claras líneas
divisorias que hagan sentirse confortable a uno u otro lado, según cada cual.
[…] Donde te exigen ser de los suyos, sean los que sean, o verte exterminado
sin dejar rastro. Ahorcado, si es posible, con tus propias palabras.
No se
dan cuenta, es lo terrible. No advierten, esos limitados e irresponsables
analfabetos, a dónde conducen tan turbios caminos. Como no han leído historia,
ni visto nada fuera de la pantalla del teléfono móvil -y ni siquiera en él-,
ignoran que todo ocurrió antes. Imposibilitados para mirar con lucidez el mundo
en que viven y escupen, son suicidas gozosos, incapaces de ver cómo acaba eso.
De advertir a qué áspero campo de batalla sentencian a sus hijos y nietos.
Pero, bueno. Es lo que hay, y lo que va a haber” (Arturo Pérez-Reverte).
Salta
pues a la vista que vivimos tiempos de gran confusión y caos -los
contradictores vocacionales dirán que todos lo han sido-, empeorados por el hecho
de que en cada persona conectada desde sus dispositivos a la red hay un
potencial propalador de infundios y desinformación, y de ahí el creciente
bullicio y la imparable pugnacidad que nadie sabe cómo gestionar. Ese
desconocimiento sin solución a la vista, así como -entre muchas otras- la
realidad descrita en la cita, son lo que me lleva a afirmar aquí que
discurrimos por una Segunda Edad Media -con el perdón del prístino Medioevo,
tan en paz (por comparación) al menos con el planeta- si bien científica y
tecnológica, que anda apenas por sus albores. Al rigor de los historiadores
corresponde determinar sus orígenes y estudiar a fondo, transcurrido el tiempo
que haya menester, sus implicaciones y pormenores. Que ya aterran.
413. Una
infidencia, y que me perdone el maestro.
Días
antes de morir me llamó telepáticamente mi buen amigo Javier Marías para que le
ayudara con algo que lo tenía mortificado. Necesitaba -me dijo- que por favor
me encargara de encontrar una prueba fehaciente de la “infantilización del
mundo”, pues su colección estaba huérfana de una para las diez mil. ¡y la
encontré! ¡La encontré, maestro!:
“…Inicio
e ingreso a los conciertos
Planea
llegar a la Biblioteca por lo menos media hora antes del concierto. Los
conciertos empiezan a la hora indicada en la boletería y en la divulgación. Ten
lista tu boleta o E-ticket para para ingresar de manera más ágil a la Sala.
Si al
momento de llegar a la Sala el concierto ya ha iniciado, el personal indicará
el momento adecuado para ingresar de acuerdo con las recomendaciones dadas por
los artistas que están en escena…
Comidas
y bebidas
Te
agradecemos te abstengas de consumir comidas y bebidas, o fumar dentro de la
sala y durante el concierto, con el fin de garantizar un ambiente adecuado
tanto para el público como para los artistas.
Equipos
electrónicos
Un
ambiente silencioso es propicio para disfrutar la música. Apaga tus equipos
electrónicos, alarmas de reloj y teléfono celular por completo antes de
ingresar a la sala de conciertos. Mantener este último en modo de vibración o
en modo de avión no impide que genere ruidos que puedan incomodar a los
artistas y a las demás personas que asisten al concierto…”.
Así es
como les hablan ¿los organizadores de una visita guiada a un grupo de personas
con problemas de aprendizaje?, ¿los promotores de un certamen cultural a un
combo de “reinsertados” de las guerrillas que asisten a su primer encuentro con
la civilización?, ¿los enfermeros de un ancianato que hoy llevan de paseo a los
viejitos para que se distraigan con un poco de cultura? ¡No, señores!: Así les
habla La Red Cultural del Banco de la República, aquí en Colombia, a los cultos
muy cultos y a los semicultos asiduos de sus conciertos y recitales
maravillosos de música clásica.
Dos
cosas propongo a manera de reforma o de revolución educativa. Que se le
restituya al sentido común el lugar de privilegio que nunca debió
arrebatársele. y que se reserve el maldito tuteo para la novia si se es varón
heterosexual, para el novio si se es mujer heterosexual, para el novio y la
novia si se es bisexual con suerte y para el círculo más íntimo del que de esa
melifluidad disfrute.
Adenda:
como no sé cómo se llaman las parejas de los ‘no binarios’ y ni siquiera
comprendo qué es ser ‘no binario’, me disculpo con los ‘no binarios’ por no
incluir¿los?, ¿las?, ¿les? En la lista de aquí arribita.
414. ¡No
jodás, Lelo, no jodás! Qué te dijites, ¿que a mí me ibas a meter semejante
cuentazo?: “…Creo que nosotros los curas hemos estado siempre tan en contra del
aborto porque muy pronto, si aplicamos una corneta o un estetoscopio al vientre
de la mujer embarazada, podemos oír el corazón del bebé. Más que de un humano
hecho y derecho, defendemos el tabú de no matar un corazón, de no pararlo a la
fuerza”.
Volvete
serio y admití que vos y todos los que profesan una religión -monoteísta o no-
que tenga a la vida por valor supremo, ante el aborto, que yo practicaría
gratis y sin desvelo si fuera médico, no pueden por menos de declararse en
contra. Lástima, eso sí y en aras de la coherencia ética, que ni tu iglesia ni
ninguna otra hagan nada distinto a oponerse para descargar la conciencia.
¿Que a
la muchachita o a la mujer que está allá sentada la violó un combo de
malparidos?, ¡que se resigne y le pida a Dios paz para su alma y su corazón!
¿Que la señora que hace un par de años desistió de la idea de abortar a los
mellizos o gemelos que esperaba gracias a la orientación espiritual del
capellán de su parroquia la está pasando muy mal porque perdió el trabajo y el
marido la abandonó?, ¡que le pida a Dios que Él jamás abandona a sus hijos!
Y ojo
que no estoy hablando de vos ni de Córdoba, tampoco de un cura la berraquera
que me presentó Mario Mendoza hace unos años, pues sé que a los tres los mueve
un genuino amor por el sacerdocio y por la caridad con los que sufren. Pero
entiéndame hermano que tres golondrinas no hacen verano, y menos en medio de
los rigores de este fenómeno del niño.
415.
Entre los propósitos inútiles en la vida, pocos más inútiles que el de intentar
reflexionar con una fanática de la fidelidad a que según tantas de ellas -y
algún que otro él- obliga el amor venéreo. Con decirles que resulta menos
dispendioso-siendo del todo imposible- hacerles ver a un ultraortodoxo sionista
o a un yihadista de Hamas la equidistancia y la correlación flagrantes que
existen en el pecado que supone matar a niños y civiles palestinos, y a niños y
civiles judíos.
Sin
embargo, si usted es presa sincera de dicha convicción con aspecto más bien de
fundamentalismo religioso, bien estaría que le echara una leída atenta al
capítulo de Salvo mi corazón, todo está bien que figura bajo la letra Ñ, en
donde se van a topar con una conversación sustanciosa entre dos curas que,
antes que curas, son hombres sensatos.
Ah, y
mucho cuidado con hacer alarde de supuestas convicciones férreas en un terreno
tan deleznable como el sexual, porque a las pulsiones les encantan las
apuestas.
416.
¿Que qué es un dilema, una disyuntiva, preguntan ustedes? Que lo responda el
Gordo Córdoba: “…-Es que con los honores no hay nada que hacer. Uno queda mal
si los recibe, y queda mucho peor si no los recibe. Y yo prefiero parecer bobo
que arrogante”.
Como en
achaques de honores yo no sé nada, les diré que para mí un dilema, una
disyuntiva; mi gran dilema, mi gran disyuntiva es ceder a la tentación diaria
de matarme con el cianuro de potasio que -allí no más- impertérrito me aguarda,
o darle un compás de espera a la perra vida para ver si en materia de amores
está todo escrito.
417. Los
israelíes que perdieron seres queridos en la carnicería terrorista del 7 de
octubre de 2023 en Israel y los familiares de los más de doscientos
secuestrados aquel día fatídico también por Hamas; los gazatíes y palestinos y
extranjeros en suelo gazatí y palestino que soportan la subsiguiente e
inmisericorde respuesta del terrorismo de Estado israelí que bombardea sin
tregua a la Franja y la asedia condenándola al hambre y a la desesperación de
todo tipo; los ucranios víctimas de la Rusia de Putin y muy pronto también del
abandono del Occidente que cuenta; los haitianos y venezolanos y nicaragüenses
y cubanos y afganos y sudaneses y yemeníes y sirios y bielorrusos y demás
desesperados del mundo, desde luego que suscribirían, Gordo, esta temeridad
suya: “El único pecado mortal que podemos cometer, el único, es la
infelicidad”.
¿Que
caricaturizo sus palabras? Probablemente y, si llegare a ser así -que lo
determine, pongamos, John Carlin-, le ofrezco mis disculpas. Lo que sucede
hermano es que, aquí entre nos, yo nunca he sabido conciliar, o sólo en
momentos muy puntuales, mis motivos para la “felicidad” con las razones que a
esa misma hora otros tienen para la desdicha. Y no hace falta que me diga que
se trata de una soberana tontería que no alivia el dolor ajeno y en cambio me
priva a mí del disfrute, porque lo sé y lo reconozco. Ojalá a las farmacéuticas
se les ocurra algún día una píldora que estimule la segregación de egoísmo sano
y, ya entradas en gastos, otra para la disminución de su contrario.
418.
Pensamiento mágico y desiderativo -lo de los forjadores de la nueva criatura
burocrática es mero cálculo político- es haber sido votante de Petro y de su
panda de improvisadores caraduras y creer con la fe del carbonero que con el
Ministerio de la Igualdad y la Equidad van, por fin, a desaparecer o al menos a
reducirse la desigualdad y la inequidad, que cualquier gobierno provisto de
seriedad y buenas intenciones -vaya usted y encuéntrelo- podría aminorar con
las políticas indicadas y la necesaria eficacia en la gestión de los recursos
públicos. Sin embargo, como la idea es ser “propositivos, propositivas y
propositives” puesto que si a la ‘Colombia Humana’ (… con Putin y Hamas) le va
bien nos va bien a todos, les sugiero a Francia y a su jefe el nombre de
alguien más que idóneo para un futuro viceministerio de la discapacidad (que,
según cabía esperar, tendrá que conformarse, por ahora, con las boronas del
banquete burocrático).
La mala
noticia es, estimados empoderados, que mi postulado jamás duplica o triplica el
género ya que se educó en tiempos muy anteriores a esa extravagancia; la buena,
como lo prueba esta divagación suya, que someto a la consideración de los por
desgracia ministra y presidente, es que estamos en presencia de alguien que
gusta e incluso ambiciona la discapacidad:
“Sí, al
no poderse estar de pie ni sentado con comodidad, uno se refugia en una de las
posiciones horizontales como el niño en el regazo de su madre. Uno las explora
como nunca lo había hecho anteriormente y encuentra en ellas delicias
insospechadas. Llegan a ser infinitas, en resumen. Y si pese a todo uno termina
por cansarse de ellas a la larga, basta con ponerse en pie durante algunos
instantes, incluso simplemente con incorporarse en el asiento. Estas son las
ventajas de una parálisis local e indolora. Y no me sorprendería mucho que las
grandes parálisis clásicas contuvieran satisfacciones análogas y quizá más
arrebatadoras. ¡Hallarse por fin realmente en la imposibilidad de moverse! ¡Ahí
es nada! Se me derrite de gusto el espíritu sólo con pensarlo. ¡Y además una
afasia completa! ¡Y quizá una sordera total! ¡Y a lo mejor una parálisis de la
retina! ¿Y probablemente pérdida de la memoria! ¡Y sólo con el mínimo de
cerebro intacto necesario para estallar de júbilo!...”
Como
ven, se trata de un ser de luz capaz de hallarle provecho y disfrute a
situaciones que a otros amargan de facto o angustian con la mera posibilidad de
padecerlas. Comprenderán entonces, señorías, que me reserve su identidad tan
valiosa pero que a cambio consigne aquí mi número de contacto, caso de que haya
logrado despertar el interés de su desgobierno: 3 16 5 18 90 24.
419. No
bien oigo a un interlocutor o a alguien en la tele o en la radio repetir el
sonsonete ese de que todo tiempo pasado fue mejor, me pongo en guardia y por lo
común acabo despidiéndome de la persona o apagando el aparato antes de lo
presupuestado. Lo que nadie sabe es que hay un asunto al que la frasecita tan
socorrida le calza de maravilla y por el que me desgastaría debatiendo hasta
desgañitarme, con quien tocara y en donde fuera.
Se trata
de la abismal superioridad erótica de prácticamente cualquier mujer anterior a
-¿cómo llamarla?- la “era del empoderamiento feminoextremista y neurótico”
-propongo-, en la que a esto estamos -¿o estamos ya?: me perdonan pero ando
desactualizado- de que toda relación sexual se pacte primero, con todos sus
pormenores, ante notario público so pena de que el hombre -jamás la mujer- dé
con sus huesos en la cárcel por violador y abusivo pues, en medio del fragor de
la refriega, le mordió a la fulana las dos tetas en lugar de sólo la izquierda,
que fue lo acordado.
¿Un
titular por el estilo de ‘De cómo Peggy Guggenheim violó a Samuel Beckett’ o
una declaración del tipo “bebe y baila, ríe y miente, ama toda la tumultuosa
noche porque mañana tenemos que morir” en los tiempos del ‘sólo sí es sí’? Ya
se me figura lo que se habrían reído de sus congéneras tan lastimosas mis
amigas la coleccionista de arte y la cuentista: A que coincides con nosotros
tres, Lucia entrañable.
420. Leo
en El Espectador este titular: “El 60 % de los niños de 10 años en Colombia no
entiende un texto simple”. Tampoco sus hermanas y hermanos mayores, sus mamis y
papis y tías y tíos y primas y primos adultas y adultos, sus profesoras y
profesores de la edad que sean. Sobre la ministra Vergara Figueroa y todas y
todos sus antecesoras y antecesores en el cargo salvo los notables Gina Parody
y Alejandro Gaviria -a quien Petro el genio… de la improvisación no dejó ni
calentar la silla- no me pronuncio hasta tanto pasen por uno de mis cursos de
Comprensión y Análisis de Textos. Pero a bote pronto calculo en más o menos el
mismo porcentaje el número de analfabetos funcionales entre quienes han estado
al frente de esa cartera. O miren, si creen que exagero, la situación
calamitosa de la educación en el país, y en todos los ámbitos y niveles.
421. Los
escritores y demás artistas de renombre del presente se enfrentan, no ya a la
duda de todo artista del tiempo que fuera sobre si el reconocimiento de que
gozaban en vida iba a coronar o no la codiciada posteridad, sino a si eso que
llamamos posteridad va a seguir existiendo en tiempos de crisis climática, de
dementes en el poder con arsenales atómicos a su disposición y poblaciones
desinformadas y por ellos fanatizadas y listas para inmolar e inmolarse a la
primera indicación del líder. De modo que si crear -belleza, fealdad- siempre
fue loable por todo lo que de incierto involucra el oficio, para la vocación de
artista hoy sólo encuentro un término, que mucho me temo que no alcanza a
impartir justicia: heroicidad.
422. Tan
sumamente sencillo, Daniel, tan sumamente sencillo y, paradójicamente, por
completo impracticable para las naturalezas sectarias, informadas -los asiduos
de la prensa de opinión de cada país tendrán sus nombres- o desinformadas
-escoja usted de entre millardos-: “No hay que confundir el pueblo de Israel
con el gobierno de Israel, ni el pueblo palestino con el gobierno palestino”:
“Sabiduría popular”.
Este
artículo suyo -abarcador y objetivo-, que recomiendo a cierraojos, exhibe a mi
juicio un único lunar que aquí señalo, pues la amistad de papel que a usted me
une me lo exige: “El efecto de la guerra actual en Gaza es profundamente
distinto al de otras que ya pasaron, e incluso a la de Ucrania, coetánea,
¿Donde no hay una opresión asfixiante de una de las partes?”, afirma usted,
desde luego que sin los signos de interrogación.
Qué
cagada con Zelenski y los pobres ucranios de bien: que por cuenta de la guerra
que se desató entre el terrorismo de Hamas y el terrorismo del Estado de Israel
con los civiles en medio, la invasión y la destrucción de su país ahora les
parezca, aun a muchos bienintencionados e informados como usted, una tragedia
menos apremiante. Las palmas que deben de estar batiendo el carnicero del
Kremlin y sus asesinos con el timonazo que a su favor pegó el azar.
Caprichosos
como las audiencias, aun los medios más rigurosos -la DW y de ahí hacia abajo-
se olvidaron de Ucrania y los ucranios y ahora hay emisiones en que ni la más
mínima mención se hace de ellos.
423.
¿Les parece a ustedes que si me sirvo de esta brillantez de Churchill (“Tus
adversarios se sientan en esa bancada de enfrente; tus enemigos se sentarán
aquí, a tu lado”) para enviarles un clamor a los israelíes y judíos pacíficos
del mundo y a los palestinos y musulmanes pacíficos del mundo, unos y otros me
copian? ¿O de qué estrategia nos valemos para que los familiares de los más de
doscientos secuestrados por los terroristas de Hamas y los miles que hoy
duermen al raso en la Gaza bombardeada y asolada por el terrorismo de Estado
israelí comprendan que sus verdaderos enemigos son, respectivamente, los que
les dicen que invaden Gaza y la bombardean para traer de regreso, sanos y
salvos, a sus seres queridos y los que prometen que luchan contra Israel para
aniquilar al invasor y alzarse victoriosos en nombre de Alá? Ni a Netanyahu y
sus generales los trasnocha demasiado el inminente finiquito de la degollina
que comenzó el 7 de octubre, ni a Hamas el empeoramiento de los ya de por sí
indecibles padecimientos de sus compatriotas que aquello terminaría por
desatar.
Moraleja:
únicamente la unión imposible de las víctimas de uno y otro lado de los muros
de odio y concreto que los separan podría enderezar el rumbo y allanar el
camino hacia la paz.
424.
Pero esperen, que mejor lo explica otro malpensante:
“…La
democracia siempre tiene que considerarse una posible salida, así que mirémosla
primero. Cuando el régimen democrático tiene al menos un rastro de verdad,
permite la alternación en el poder de las distintas opciones. ¿Existen
posibilidades de que en Israel gobierne un partido que no defienda al Estado
como judío, es decir, confesional de un modo u otro? Ninguna: 0 %. ¿Y tiene
chance una democracia pacífica en los territorios dominados por Hamás o
Hezbolá, para no hablar de Siria, Jordania, el Líbano, Irán o Irak? Ninguna: 0
%. Según esto, el régimen transaccional por excelencia, la democracia, no sirve
allá. […]
Pasemos
a la solución de los dos Estados […]. Algunos la miramos con mucho
escepticismo. ¿Dos Estados que coexistan y no estén en guerra permanente? He
ahí el dilema. Algo así no se ve venir por ninguna parte. La idea, popular
entre los extremistas de Israel, de que la tierra palestina les fue prometida
por Dios y está a la espera de nuevos asentamientos judíos o la idea contraria
de que todos los judíos deben ser arrojados al mar, vuelven imposible cualquier
acuerdo.
En el
Medio Oriente existe una alianza de facto entre los extremistas de los dos
lados. Tan así es que la inteligencia israelí, que sabía de los planes de
ataque de Hamás, no hizo nada antes de que los lanzaran. Los extremistas
necesitan muertos, muchos muertos, para justificar la continuación de su
política de aniquilación del contrario, suicida o no. Sobra decir que dichas
aniquilaciones son imposibles en la práctica, de suerte que el conflicto va a
perdurar muchas décadas, con más o menos intensidad. Apenas el lado débil se
logre fortalecer, ¡pum! Eso sí, dada la mayor potencia de fuego de Israel,
habrá más muertos palestinos y, claro, más imágenes de muertos palestinos,
cortesía de todos los extremistas de la zona. Otros preferimos que no cuenten
con nosotros en ninguno de los bandos.”
Por mi
parte y gracias a usted, hermano, asunto clausurado. Y le cuento que otro tanto
tocaría hacer con temas que a ningún destino conducen sino al desgaste. Con un
ejemplo basta: la pacificación de la Colombia petrouribista. O londoñista -por
Julio césar Londoño y Fernando Londoño Hoyos, dos gotas de agua, sólo que de
albañales sectarios contiguos-.
425. Qué
cuentos de asuntos clausurados ni qué tetas de monja -y que me perdonen las
monjas con vocación, que claro que existen: es un decir, hermanitas-.
Cuando
uno se rodea de toda una polifonía de voces a cuál más inteligente y de una que
otra que denigra de su inteligencia cuando vocifera sus dogmas, no cabe la
posibilidad de decir y ni siquiera pensar que un asunto está clausurado.
¿Clausurado sin oír a Cercas, que hoy anda en inmejorable compañía?:
“Una
tragedia es una pelea en la que los dos que se pelean llevan razón. Padres e
hijos, por ejemplo […]. Unos y otros tienen razón, pero sus razones son
opuestas, y su pelea, trágica e inevitable (quizá incluso necesaria). Estos
conflictos éticos son, no obstante, harto infrecuentes en política; ahí,
abusamos de la palabra tragedia: en la mayoría de las llamadas tragedias
políticas, una de las partes tiene razón (aunque ambas tengan razones). Lo que
más se asemeja ahora mismo a una tragedia política de verdad es la disputa
entre palestinos e israelíes. Por eso es tan difícil resolverla.
No soy
experto en el tema (ni en éste ni en ninguno): sólo lo sigo por la prensa; y
apenas he visitado una vez Israel y los territorios ocupados: Tel Aviv,
Jerusalén, Ramala. Pero basta haber puesto un pie allí para entender lo
evidente: que los gobiernos de Israel, además de incumplir las resoluciones de
la ONU sobre el conflicto, tratan de manera abyecta a los palestinos, la
inmensa mayoría de los cuales sobrevive en condiciones miserables, sin atisbo
de esperanza; y, a la vez, basta también un mínimo de decencia y de
conocimiento de la historia para aceptar que los judíos merecen un pedazo de
tierra donde vivir de forma digna y segura. En otras palabras: los terroristas
de Hamás no tienen razón, pero sí la tienen los ciudadanos palestinos; y a la
inversa: el Gobierno de Israel no tiene razón, pero sí la tienen los israelíes.
Nada de equidistancias, sin embargo; incluso en el mal hay gradaciones (y quien
no entiende esto no entiende nada): como ha escrito el novelista israelí David
Grossman, crítico acerbo de su Gobierno, ‘la ocupación constituye un crimen,
pero maniatar a centenares de civiles, niños y padres, ancianos y enfermos, y
pasar de uno a otro para dispararles a sangre fría es un crimen más atroz’.
Dicho esto, ¿qué más se puede añadir? Yo, nada. Pero desde que la guerra
estalló no paro de recordar unas palabras de Amos Oz, también novelista israelí
y tan crítico como Grossman con los dirigentes de su país; la cita es de 2004 y
es larga, pero léanla con atención, por favor, porque Oz se dirige a usted y a
mí: ‘Hay muchas personas que se han convertido en exclamaciones andantes, en
Israel y Palestina, pero también en Madrid. Es muy fácil ser un eslogan. Yo no
pretendo lanzar una reprimenda a los malos, como una institutriz victoriana.
Nuestros intelectuales y los intelectuales occidentales tienen tradiciones
distintas. (…) Vivimos en planetas diferentes, porque para ellos lo más
importante es decidir quiénes son los buenos y quiénes los malos; firman un
manifiesto, expresan su condena, su indignación, su protesta, y luego se van a
la cama sabiendo que están en el bando de los ángeles. (…) Para mí, lo
importante no es saber quiénes son los ángeles. No pregunto quién ha tenido la
culpa, pregunto qué puedo hacer ahora. Para mí es más fácil dialogar con
palestinos pragmáticos que con dogmáticos propalestinos en Madrid. Por fortuna,
tengo que negociar la paz con los palestinos, no con los amigos españoles de
los palestinos’. Luego Oz, que acababa de promover el Tratado de Ginebra,
escrito por palestinos e israelíes y apoyado por el 40% de sus poblaciones,
auguraba la paz: ‘No sé cuándo llegará, pero puedo prometer, en nombre de
israelíes y palestinos, que, si Europa tardó más de 1.000 años en acabar con
las guerras y crear la UE, nosotros lo haremos más deprisa y derramaremos menos
sangre que Europa. Tengan un poco de paciencia y no tengan una actitud de
condena, indignación, paternalismo. No nos digan que somos terribles. Traten de
ayudar. Den a las dos partes toda la empatía que puedan’.
No
convertirnos en eslóganes ambulantes, no ceder al placer miserable de la buena
conciencia, no incurrir en el paternalismo, no dar lecciones, intentar
comprender, no juzgar, no condenar. Eso pedía Oz. No creo que le estemos
haciendo ni puñetero caso.”
Y bien.
Queda uno abrumado con tantas verdades distintas (o con tantos matices de la
verdad) sobre esta sinsalida historicopolítica y geográfica que lo mejor que
procede es pararse a pensar…, o sea seguir pensando. Pero por mucho que lo
pienso y le doy vueltas, no alcanzo a vislumbrar siquiera el más tenue rayo de
esperanza que me permita acompañar a Oz en su optimismo, y créanme que me
duele. Prometo al menos no estorbar.
426. Se
pregunta Juan Gabriel Vásquez en uno de sus lúcidos artículos en El País de
España, a propósito del Mefistófeles del cartel de Medellín que logró hacer
escuela desincentivando la escuela e historia pervirtiendo la historia, “cuánto
tiempo se necesita para que la imagen de un asesino deje de ser ofensiva, o
para que la vayamos blanqueando, neutralizando, convirtiendo en algo más
tolerable dentro de nuestra insufrible cultura de la banalidad de la violencia,
el entretenimiento constante y la insensibilidad socialmente aceptada, todo lo
que constituye nuestra forma preferida de explorar el mundo”, y lo único (no
por escaso sino por poderoso e insuperable) que a mí se me ocurre es remitirlo
a una lección que aprendí de Jacinda Ardern en 2019: jamás se deben pronunciar
los nombres de los malditos.
Ya sé
hermano que es demasiado tarde para haberlo hecho como debía hacerse, pero si
usted tras este artículo, y yo, y muchos más y ojalá cada vez más ciudadanos de
bien obliteramos de nuestras conversaciones y escritos ese y otros nombres
repudiables, no para que caigan en el olvido, mas sí para negarles cualquier
identidad, tal vez logremos, pasados muchos años, que los jóvenes de entonces
los repudien asimismo y a ellos se refieran mediante los epítetos infamantes
que nos tocaría idear.
427.
Entre las demasiadas bobadas que repiten los tontos, diplomados o no, la de que
se puede enseñar a escribir dentro de un salón de clases: “…Pensándolo bien, la
tercera guerra mundial debió de comenzar cuando se apagaron los fulgores de las
bombas atómicas que cerraron la segunda; que fue la prolongación de la primera,
que alargó las decimonónicas que afrontaron los imperios del Occidente
cristiano, las carnicerías napoleónicas, y la masacre religiosa de los tiempos
de Montaigne que extendió la cruzada contra los cátaros, que fue el culmen de
una serie de guerras remontables hasta Troya, o hasta los hicsos. La historia
humana es la historia de la guerra. Por una misteriosa fatalidad”.
A ver,
qué dijeron: ¿Que ésta es la hipótesis brillante de un profesor de colegio que
estudió ciencias sociales en la universidad, donde además le prestaba toda la
atención de que era capaz al profesor de Taller de Lengua, un curso que duró
dos escasos semestres? ¿De verdad no se imaginan los años de lectura
inteligente y rigurosa, del pulimiento -gracias a la lectura inteligente y
rigurosa- de la capacidad imaginativa que origina la hipótesis? Lo siento por
los que no.
428.
Sirvámonos de este apunte de un buen amigo para hacerle un diagnóstico al
Esperpetro sucesor del Titeriván que, comparado con él, semeja todo un
estadista:
“El
secreto mejor guardado de la política colombiana es que gobernar es difícil. No
basta con buenas ideas, ni siquiera con ideas geniales: se necesita
conocimiento real y concreto, no intuiciones ni mucho menos intenciones; se
necesita una inmensa capacidad de trabajo, talento para ejecutar, disciplina y
orden mental, clarividencia para separar lo esencial de lo accesorio, y ayuda,
mucha ayuda”.
Veamos.
¿Cuáles son las buenas ideas de este genio que dizque se preparó durante toda
la vida para presidente? Les cedo la palabra a quienes lo admiran genuinamente
porque a mí lo que del deslenguado me ha llegado desde que en vano juró su
cargo son clichés de politicastro en campaña, afrentas a los que no transigen con
sus veleidades diarias, e insustancialidades de todo tipo pontificadas en tono
ex cáthedra. ¿Conocimiento real y concreto? El que tuvo -que lo tuvo- se agotó
en sus años de congresista, y prescindió de él -o de los asesores que lo hacían
parecer informado y solvente- cuando lo hicieron alcalde de la pobre Bogotá y
de ahí en más. ¿Capacidad de trabajo? La misma que muestra el peor alumno del
peor colegio público o privado de donde ustedes quieran, con la diferencia de
que existe la posibilidad, por remota que sea, de que al adolescente vago lo
expulsen o al menos de que pierda el año en razón de sus ausencias. ¿Talento
para ejecutar? Si alguno tuvo -seguro que sí-, lo ejerció en el M19 porque ni
en la alcaldía de Bogotá ni durante el nefasto año y medio que lleva en la Casa
de Nariño. ¿Disciplina y orden mental? Los mismos de mi tío el loquito, que por
falta de medicación ya ni se baña y alucina día y noche. ¿Clarividencia para
separar lo esencial de lo accesorio? No para separar, mas sí para hacer que desaparezca
lo esencial tras lo accesorio, que es de lo que en últimas se ocupa la prensa
que aún le es favorable. ¿Y la ayuda qué? No sé si así se deba llamar a la
indignidad que supone el que su gabinete y demás subalternos le guarden la
espalda a este megalómano irresponsable e irrespetuoso con sus electores y los
que lo padecemos, o a que ciertos periodistas con fama inmerecida de
imparciales y objetivos colaboren decididamente con la mojiganga presidencial
mediante sus silencios y omisiones. Al fin y al cabo, harto ocupados están -y
van a seguir- con su obsesión por Uribe y todo lo que a él huela.
429.
Rebauticemos. ¡Nada de Tierra Santa! ¡Tierra Nefanda!: ”…Muchos israelíes,
empezando por el primer ministro Netanyahu, no dan más valor a las vidas de los
palestinos que a las de los insectos; muchos palestinos, empezando por los
terroristas de Hamas, deshumanizan a los israelíes, y a todos los judíos del
mundo, de la misma manera. Aplastan a sus víctimas no con planchas, pero sí con
bombas y misiles. En cuanto a la locura religiosa, resulta que los más
fervientes devotos de Dios son, en ambos bandos, los más crueles, los más
seguros de que tienen licencia divina para matar”. Y nada de amén:¡hi-men,
hi-men, Hi-men!
430.
¿Que por qué aborrezco el feminismo de megáfono y pandereta de las empoderadas?
Con leer “’Sará perché ti amo’, Jenny Hermoso” en relación con ‘La terrible y
odiosa venganza’ en El País de España pueda que les baste. Claro que mucho
cuidado con ir a leerlos al margen de las circunstancias y los pormenores tan
radicalmente opuestos de las coyunturas que los inspiraron.
Ahora:
que si lo que quieren es ahondar un poco más en el asombro de lo aborrecible
militante, cotejen aquel par de desmesuras con un artículo titulado ‘Alahu
Akbar: Dios es Grande’ y firmado por un hombre al que la autora de los dos
primeros títulos no dudaría en tachar de machista o aun misógino.
Y pensar
que de mezquindades por el estilo de las de la opinante está ahíto el mundo…
real, que contiene al editorial.
431. Y
lo aborrezco, además, porque de las performances que monta y de los numeritos
que arma son protagonistas la futbolista a la que un pobre diablo desaprensivo
le dio un pico o la actriz a la que su jefe el director le pidió un acueste a
cambio de un mejor papel en la serie o en la película X, pero inexplicablemente
no las israelíes profanadas de todas las maneras posibles por las ternezas de
Hamas, correligionarios de los verdugos de esta otra mujer de cuya existencia
múltiple las activistas occidentales tampoco se ocupan:
“-…Y
pensar que estuve a punto de… Tú eres mi milagro. Las píldoras, todos los
medios por los que traté de resistirme… No sabía que serías tan hermoso, que
colmarías mi corazón… […] Cuando mamá se enteró de que su padre le había
encontrado esposo, se tragó un puñado de ‘píldoras mágicas’. -Las llamaban así
porque dejaban inútil a la mujer, pues ¿quién querría seguir casado con una
mujer que no pudiera tener hijos? ‘Al cabo de unos meses, a lo sumo un año,
estaré libre y podré volver a estudiar’, pensaba. Era un plan perfecto, o eso
creía. Precipitaron la boda, como si fuera una perdida, como si estuviera
embarazada y tuviera que casarme antes de que se me notara. Parte del castigo
fue no permitirme ver ni una foto de mi futuro esposo. Pero la criada vino a
decirme a escondidas que había visto al novio. ‘Es feo, tiene la nariz grande’,
dijo, y escupió en el suelo. Yo estaba tan asustada que tuve que ir al baño
diez veces por lo menos. Mi padre y mis hermanos, el Alto Consejo, sentados
frente a la puerta de mi habitación, se pusieron muy nerviosos, pues veían en
la debilidad de mi estómago la prueba de mi culpa. No podían imaginar cómo me
sentía, esperando en aquella habitación al desconocido que ahora era mi marido
y que, cuando entrara, me desnudaría sin más y me haría cosas sucias y
repugnantes. Era una habitación horrible, en la que sólo había una cama enorme,
con un pañuelo sobre la almohada, blanco y bien planchado. Ignoraba para qué
servía aquel pañuelo. Me paseaba por la habitación con mi vestido de novia,
preguntándome qué cara tendría mi verdugo. Porque así lo veía: ellos me habían
juzgado y él, el desconocido, armado con el contrato de matrimonio firmado por
mi padre, ejecutaría la sentencia. Cuando me toque, pensaba, porque estaba
segura de que eso haría, de nada me servirá gritar; era suya, su esposa a los
ojos de Dios. Tenía sólo catorce años, pero sabía lo que el hombre ha de hacer
a su esposa. Mi prima Jadiya, que siempre fue muy charlatana y después de su
noche de bodas se quedó más muda que una pared, me contó a solas que su marido
había perdido la paciencia, así que le había perforado el himen con los dedos y
la había hecho sangrar. Era deber del hombre comprobar que su esposa era
virgen. […] -Esa revelación era como una mano que me oprimía la garganta
-prosiguió-. Aquellas horas me parecieron eternas. Me ardía el estómago, tenía
los dedos helados y mis manos luchaban una contra otra. En una de mis visitas
al baño, que hice recogiéndome el vestido de boda y corriendo como una idiota,
vi que mi padre se metía una pistola entre el bolsillo. ‘En cualquier caso,
tiene que haber sangre’, le dijo a tu abuela, que me lo contó después casi
riendo, aliviada y aturdida, y como con una ridícula satisfacción. ‘Si no
hubieras sido virgen, Dios nos libre, tu padre estaba decidido a quitarte la
vida’, me dijo. ‘Tu padre, el novio misterioso, tenía veintitrés años. A ojos
de una muchacha de catorce era un viejo. Cuando por fin entró en la habitación,
me desmayé. Al recobrar el conocimiento, se había marchado. A mi lado vi a tu
abuelo, que sonreía y, detrás de él, a tu abuela, que apretaba contra el pecho
el pañuelo manchado de sangre y lloraba de felicidad. Estuve varios días
enferma. Las estúpidas píldoras no hicieron efecto. Había tomado demasiadas y las
vomité. Nueve meses después, te tuve a ti.”
Ahí
tienen, muchachas bisoñas de la horda fanática que presiden una tal Yolanda
Díaz y una tal Irene Montero, ahí tienen apenas uno de incontables testimonios
de verdadera esclavitud sexual ejercida en este caso en el nombre de Dios por
misóginos auténticos y no fabricados tipo el tal Rubiales, que a ustedes les
vendieron como la encarnación del ejemplo de hombre que odia a las mujeres.
Ahora: si como espero las descripciones precisas y descarnadas -si bien jamás
tan descarnadas como las imágenes reales que habrán visto en internet- de la
columna aquella de Pérez-Reverte y las palabras de la madre de Solimán sobre
los pormenores de su matrimonio sacrificial logran que ustedes se cuestionen el
sentido de su militancia en la horda, las invito a que renieguen de ella y se
vengan a trabajar con Lisbeth Salander y conmigo, no por las Jennys Hermoso y
muchísimo menos por las Mias Farrow (¡vade retro, vade retro!), mas sí por cada
Jadiya oriental y Urania Cabrales occidental que hayan sido dañadas o que
puedan resultar dañadas por hijoputas aviesos, algunos de cuyos nombres figuran
en este blog. Piénsenlo y, cuando estén dispuestas a recomponer, me llaman: 3
16 5 18 90 24.
432. Las
delicias que el periodista que no soy pero que en cualquier momento podría ser
habría hecho de una entrevista con usted, maestro, si antes de convenir el
encuentro yo hubiera conocido el contenido de su prosa apátrida 69 (¡”se me
derrite el espíritu de gusto sólo con pensarlo”!). Y múltiples preguntas, que
querrían y podrían ser la primera, se me atropellan en el magín:
“Plantea
usted la dualidad ‘triunfadores-millonarios’ ‘fracasados-pobretones’. ¿Y la
nada en medio?”; o “¿en qué lugar de esta como tipología que se establece en el
texto ubica usted al Julio Ramón Ribeyro escritor?”; o “plantea usted a
comienzos de este texto el problema: por el alejamiento insalvable que existe
entre exitosos y fracasados o entre millonarios y pobretones es por lo que
fracasados y pobretones no pueden aprender de sus contrarios con miras a
superar su situación. ¿Lo escribió con una solución factible en mente que no
pergeñó?”; o “habla usted de ‘reyezuelos’ en relación con los exitosos y los
millonarios. ¿Existen también los reyezuelos en la literatura y las otras
artes?, ¿qué los caracteriza?”; o “¿por qué deja usted fuera de la dualidad
‘exitosos-fracasados’ a la literatura y las otras artes, y cómo funcionaría la
cosa si se las analizara a partir de aquello?”.
Qué
suerte: descubro que, pregunte lo que pregunte, esta charla, que habría podido
ser y no fue salvo en la ficción, indefectiblemente habría ido a parar en un
tema que me apasiona desde siempre, trátese de libros o de la jodida vida real:
no el fracaso a secas, sino el fracaso ojalá sin atenuantes de los Larsen, los
Davanzati, los Ábalos y hasta el tardío de un Gregorio Magno Pontífice Camargo.
Aunque ninguno, lo juro, igual de rotundo que el de un pariente lejano por
fortuna ya muerto al que mi hermana y yo llamábamos, cagándonos de la risa -de
una risa no exenta de compasión, eso sí-, Pedro Demalas. Que en paz descanse el
pobre José Luis.
433.
Nada de que todos somos iguales. Iguales, lo que se dice iguales, son los
terroristas de Hamas y los comandados por el terrorista de Estado Benjamín
Netanyahu. Los civiles de uno y otro lado que no siendo hasta la fecha (12 de
noviembre de 2023) víctimas tangibles del odio del enemigo, claman en las
redes, en las calles, en las sinagogas y en las mezquitas el aniquilamiento de
hasta el último palestino e israelí que todavía respire. Los entrometidos
-antes que nada de Occidente- que avivan, con su ridículo odio prestado en
contra de los unos o los otros, el fuego de ese y de otros conflictos. Y los
indiferentes de la nacionalidad que sea que ni se enteran de que existe un país
llamado Israel que ocupa y asfixia a otro llamado Palestina.
Muy por
encima de todos ellos, de todos nosotros salvo de una inmensa minoría de
Quijotes desperdigada por el mundo entero, se alzan, en representación de las
naturalezas superiores, Maoz Inon, Neta Heiman y Noi Katzman, tres “víctimas
israelíes que no quieren venganza” y que, descontentas con semejante gesto
magnánimo, se prometen seguir trabajando por la paz y el establecimiento de un
Estado palestino.
Nota al
margen: comprendo -si bien discrepo- el alcance de ‘Los justos’, el bello poema
de Borges que les atribuye la salvación del mundo -la redención de la especie-
a una serie de corazones apacibles que, por contera, desempeñan oficios nobles
o se entregan a fértiles ocios. Mis ‘justos’ son -lo repito y lo voy a repetir
siempre que venga al caso- todos los Quijotes anónimos o no que, no de palabra
sino de facto, con o sin escuderos, luchan por hacer del perro mundo un sitio
mejor o, al menos, menos inhóspito.
434.
Quién lo hubiera dicho; que cuatrocientos años después de publicado el Quijote,
a los protagonistas de la ecpirosis bibliófoba del Capítulo VI los vendrían a
reemplazar, y con lujo de detalles, los llamados a defender los libros y las
ideas.
Por si
no lo sabían, en nuestro presente medieval no son ya la sobrina, el ama, el
cura y el barbero los que expurgan y destierran libros sino grupúsculos de
profesores y alumnos universitarios de aquí y de allá que se sacaron del
sombrero un nuevo derecho universal tan ridículo como ellos y sus discursos: el
derecho a no sentirse ofendidos, ofendidas y ofendides. Y en la vesania los
acompañan supuestos intelectuales empoderados prestos a ‘cancelar’ y a hostigar
todo y a todo el que discrepe o se burle de las memeces que hacen pasar por
teorías académicas y sólidas posturas humanitaristas.
Compara
uno a la iglesia que preside Bergoglio con mucho de lo que hoy se cuece en
tantos campus y facultades, antes que nada de humanidades y afines, y forzoso
es admitir que no es en ella donde hoy maniobra Torquemada.
435.
¿Qué se le agrega a la completitud?: “Los hombres no se pueden considerar en
haces, etiquetados por su raza o religión. Las personas existen de una en una,
peculiarmente. Lo otro es la masa”: a ver quién que no lo sepa y lo honre lo
aprende para que lo ejercite.
436.
¿Cómo no entender, cuando se sopesan todas estas realidades tan promisorias, a
los recién casados o arrejuntados que arden en deseos de convertirse en padres
y en madres, o en ‘papitos’ y en ‘mamitas’, según impone el edulcoramiento que
hoy todo lo domina?:
“…Nada
más peligroso, pues, que ser niño.
Porque
el niño es carne de cañón y víctima inducida de malos consumos. Pero no acaban
ahí los riesgos a los que está expuesto, ya que en la jauría que lo acecha están
los artefactos electrónicos: teléfonos celulares, computadores, juegos,
pornografía virtual… El resultado son camadas de menores ensimismados, bovinos,
ajenos a su alrededor, pegados a las redes, propensos a los problemas mentales
y el pesimismo (el deseo suicida infantil se duplicó entre 2008 y 2019 en
Estados Unidos) y cada vez más inútiles en el desarrollo de ‘recursos propios
para tolerar la vida cotidiana’, según el psicólogo español Francisco Villar.
Entre
tanto, los gigantes tecnológicos afinan productos que ‘atraen, involucran y
atrapan’ a los niños, según una demanda contra Meta (dueña de Facebook,
WhatsApp e Instagram) presentada por 41 fiscales de Estados Unidos que luchan
por lograr artefactos menos adictivos. La solución creciente pasa por limitar
rigurosamente el uso de estos aparatos en los chinos, prohibir los celulares
antes de los 16 años y capacitar a los padres para que aprendan a educar a sus
hijos en el mundo informático. Que imiten a Steve Jobs, el genio cibernético y
comercial que tenía vedadas las pantallas y las redes a sus críos.
Si el
esclavizado menor logra sobrevivir a la violencia, nutrirse en forma adecuada y
moderar el uso de aparatos electrónicos, aún lo esperan el cambio climático
(que, según un respetado científico inglés, ‘plantea un riesgo existencial a la
salud infantil’), los pederastas, los jíbaros, la inseguridad, el matoneo y la
puta vida…
Sí, nada
más peligroso que ser niño.”
De
verdad que leo esto y me repudio por haberme hecho la vasectomía, si mal no
recuerdo, a los veinte años; por haberles dado la lata diría que a todos mis
estudiantes -del Colombo Americano, la Pedagógica, la Sergio Arboleda, La Salle
y la Javeriana- con lo inconveniente que a la sazón me parecía encartarse con
hijos y encartarlos a ellos con la perra vida de que habla Daniel. Y, aquí
entre nos, por haberles costeado la esterilización a cuatro o cinco entre
muchachas y muchachos pragmáticos y realistas que resolvieron acudir en mi
ayuda.
Ahí
verán, estimados child-free guys, si nos reencontramos para celebrar su
sensatez. Me encantaría saber cómo les han ido las cosas desde entonces.
Espero, y supongo, que mejor que a los que sueñan con que pronto el planeta
albergue a diez, a quince, a veinte millardos de bocas que alimentar y,
coherentes, se ponen manos a la obra. Llámenme para que cuadremos: 3 16 5 18 90
24.
437.
Maticemos: no desobedece, sino que se insubordina, todo aquel que,
voluntariamente, o sea motu proprio, expresa su deseo de pertenecer a una
institución tipo la Iglesia católica, la policía o el ejército y, una vez
dentro, se declara en desobediencia frente a asuntos que de sobra conocía
cuando se enroló: el atuendo y la presentación personal, los horarios, las
jerarquías bien entendidas… (Hablo de jerarquías bien entendidas porque si un
sacerdote de parroquia, un policía y un militar reciben de un superior una
orden que atenta contra su conciencia y los códigos morales o de honor que,
cada cual a su manera, se comprometieron a honrar, la desobediencia -y ojalá la
denuncia- no es optativa sino obligatoria). Por el contrario, el derecho a
desobedecer le asiste a quien, en contra de su voluntad, o sea forzosamente, es
reclutado por la policía o el ejército de su país sin que importe que el
reclutamiento proceda de mandatos gubernamentales e incluso constitucionales, y
también a la persona que por ejemplo se matricula en una universidad
confesional -todo un contrasentido- porque es allí donde se imparte la carrera
de su preferencia mas no porque practique la religión que el campus ampara: la
autoriza, nada menos, el universo.
Escribo
esto a propósito de un artículo firmado por Piedad Bonnett en el que elogia
copiosamente la insumisión de un muchacho colombiano que, no obstante estar
prestando motu proprio, o sea voluntariamente, el servicio militar en la
policía, se niega en redondo a cortarse el pelo dizque porque los preceptos de
su fe religiosa o irreligiosa se lo permiten. ¿Que sus superiores lo obligan a
rezar no sé qué ‘oración del policía’?, ¡que se jodan y que respeten el laicismo
que nuestra Constitución consagra! Pero sea serio y córtese el puto pelo,
hermano, que por pervertir el bello sustantivo desobediencia es por lo que
estamos como estamos: para empezar, sumidos hasta las cejas en la anarquía sin
precedentes de un mal llamado presidente de la República, un homúnculo soberbio
y arrogante que se siente facultado para incumplir sistemática y
consuetudinariamente las responsabilidades inherentes a su cargo; en la de un
fiscal general de la nación insignificante como el que más y también picado del
complejo de Dios, que usa el cargo para proteger a sus cuates, perseguir a la
prensa que no le es propicia y hacer proselitismo político con miras a su
segura candidatura presidencial; y en la multitudinaria de las tribunas que,
cínicas y acomodaticias, aplauden a uno y abuchean al otro.
Pero si
todo lo anterior tan grave le parece poca cosa, remítase entonces en internet
al caso -uno de muchos- de una profesora de un colegio público de Bogotá al que
una ñera con uniforme la noqueó, a mediados de julio de 2023, de un golpe en la
cara y todo porque le ordenó que apagara el celular o se saliera de clase. O
busque las cifras oficiales de denuncias por maltratos físicos y de otras
índoles instauradas, en Colombia y en todas partes, por padres de familia y
abuelos de menores de edad.
No se
imagina, muchacho, lo que me habría gustado invitarlo a una de las muy pocas
clases en las que un par o a lo sumo un grupúsculo de insubordinados
pretendieron, siempre en vano, hacerse con el control de la situación. Les debo
a mi carácter y a los ejemplos de algunos buenos profesores y maestros frente a
los saboteadores mi manejo solvente de la autoridad, que nada tiene que ver con
el autoritarismo, dentro del aula. Ah, y a una columna extraordinaria de Mario
Vargas Llosa en El País de España que tituló ‘Prohibido prohibir’.
438. ¿Mi
mayor desgracia? Esperen, esperen que no es, ni con mucho, la ceguera.
Mi mayor
desgracia es esto que a falta de un mejor nombre llamo visceralidad. Como quien
dice, la incapacidad de poner por obra la recomendación de un personaje de
Victor Hugo a un interlocutor al que conmina a permitir que la fatalidad actúe.
La incapacidad de sentir como el Anaxágoras que responde “sabía que había
engendrado a un mortal” cuando lo informan de la muerte de su hijo. La
incapacidad de asumir con imperturbabilidad lo que no obstante sé que puede
ocurrir: desde que mi madre se enferme gravemente y muera hasta que me ocurra a
mí y la deje sola, pasando por dolores o problemas “más pedestres” o “menos
importantes”: la muerte de mis gatos o la desaparición, por un error en un
comando, de archivos a los que les he dedicado sudor y lágrimas. En suma, mi
maldita propensión a vivir agobiado por cuestiones que a Cicerón seguramente le
parecerían minucias y fruslerías. Allá él.
439.
Cuento chino, y más que chino chimbo, el del apóstata William Ospina en su
última columna de El Espectador: que dizque no votó por Petro para presidente
porque la promesa de Rodolfo Hernández de acabar con la corrupción lo sedujo
más. Trola que, de tratarse de una ingenuidad por su parte, sola se bastaría
para probar que la suma inteligencia literaria no previene y menos cura la suma
estupidez política. ¡Pero si para nadie es un secreto que la apostasía de
Ospina tenía precio: el Ministerio de Educación en un posible gobierno del
santandereano! Lo que desemboca en otra conclusión: cuando las ambiciones
personales están por medio, no hay militancia que valga. Es más: si Hernández
fuera hoy el presidente y Ospina su ministro (una desgracia semejante a la que
hoy padecemos los que votamos en blanco en la segunda vuelta), ya lo tendríamos
disfrazado de uribista furibundo a la manera de un Carlos Alonso Lucio o un
Everth Bustamante pues ¿no tenemos todos, todas y todes, acaso, derecho a
enmendar los tumbos y desvaríos de nuestras convicciones políticas?
Buen
poeta y mejor prosista, aunque pésimo Homo alalus mendax este ex cófrade de
Londoño y Gamboa en la izquierda de la ira.
440.
Cuando un escritor es -o debiera ser- universal como el grande que nos
proporciona la alegoría siguiente, en sus reflexiones abarca, aun en las
supuestamente perecederas de un periódico o revista, no ya a Herveo y el
Tolima, a Palmira y el Valle del Cauca, a Bogotá y Cundinamarca y ni siquiera a
Colombia y la América Latina sino también a San Sebastián y Guipúzcoa, al País
Vasco y España, a Europa y hasta el último rincón del mundo en el que un lector
despabilado sepa qué hacer con lo que se le ofrenda:
“En mi
manada de lobos, mantenemos la tradición antigua del comportamiento gregario.
No conocemos una opción diferente del conformismo natural. Para practicarlo
necesitamos un líder. Si no, ¿cómo va a ejercer uno de subordinado? Dicho líder
o macho alfa ostenta el cargo en colaboración estrecha con una hembra destacada
entre las de su clase. Ambos equivalen a lo que en el plano humano vendrían a
ser un presidente y una vicepresidenta. El jefe dice: Jamás caminaremos en esta
dirección. Y todos a un tiempo apartamos la mirada del rumbo vedado por el
jefe. El cual, otro día, tras un intercambio de susurros con la hembra
directora, ordena que vayamos hacia donde antes no debíamos ir. Nosotros damos
media vuelta y allá vamos, felices de obedecer.
A los
profanos en materia lobuna, les aclararé que el jefe es ese ejemplar alto y de
buena planta, ¿lo ven?, que está subido a la roca. Suele expresarse con
aullidos vigorosos, es siempre el primero en probar bocado y exhibe a todas
horas (rabo levantado, orejas tiesas) un porte dominante. Los demás, de acuerdo
con nuestra posición jerárquica, mostramos distintos grados de sumisión. Los
hay que permanecen por oficio junto al jefe listos para defenderlo, si hace
falta, a dentelladas. Y los que, a cambio de su benevolencia, se tienden a sus
pies y le presentan la yugular como diciendo: Mátame si quieres, pero si
toleras mi presencia y me proteges te seguiré adondequiera que vayas y te
serviré a ciegas, mandes lo que mandes. Están por último los que, no bien el
jefe ha terminado de aullar, le lamen el hocico. A estos los veréis subir a lo
alto de la colina o arrimarse a la linde del bosque, donde se entregarán a la
sonora tarea de elogiar los principios y justificar las decisiones aulladas por
el macho alfa. En mi manada, a estos lamedores de hocico se les recompensa de
costumbre con los trozos más sabrosos de nuestras presas.”
Una mala
y una buena noticia, seguidas por un par de observaciones. La mala es que las
hordas extremoizquierdosas hoy en el poder en Colombia, Brasil, México, España
y ya se verá si nuevamente en la Argentina, van a tener que postergar el
gustazo de ironizar, valiéndose de esta joya, sobre la situación política de
sus países hasta cuando la extrema derecha de un Miley o de un Abascal las
torne a la oposición. La buena es que los “profanos en materia lobuna”, es
decir los ciudadanos respetables que ocupan el centro del espectro político, ya
mismo pueden servirse de ella para que, asignándoles nombres propios al macho
alfa, a la hembra destacada y a cada una de las categorías en el servilismo que
propone el texto, pongan en evidencia a los fachos o a los mamertos que
detentan el poder en sus países. Se aclara que para la extrema derecha no hubo
mala noticia por la sencilla razón de que entre sus incondicionales no existe
nadie capaz de ironizar o siquiera alguien que haya oído el verbo. A los chinos
y a los rusos capaces de eso y de mucho más se les recomienda, so pena de ser
envenenados, encarcelados y torturados o desaparecidos, que se abstengan.
Adenda:
me escriben un par de lectoras -a la par que amigas: Tola y Maruja, dicen que
se llaman- colombianas quejándose de que miran con intensidad hacia la cúspide
de la roca pero no ven a ningún lobo alto o bien plantado: “A un lobo sí, pero
‘ojibrotado’ y con pinta de resaca”. A los tres, en cambio, nos llegan nítidos
sus aullidos de líder desorientado.
441. Las
razones por las que dejé de ver fútbol -justo ese milagro obran los mejores
relatores (Carlos Alberto Morales, Javier Fernández Franco, Gustavo el Tato
Sanínt…; de los pensionados y muertos memorables no hablo porque no acabo) con
su arte: concederle durante noventa minutos el don de la vista al ciego de
nacimiento y no se diga al devenido- no tienen que ver con ésta, que sin
embargo logra que se afiance mi renuncia:
“…La
idea del VAR, como de todos los avances tecnológicos de nuestros tiempos, es en
el fondo un intento del ser humano de controlar su destino, de imponer la
perfección en un mundo implacablemente imperfecto. De ser Dios. Y no hay
manera. Es más, el daño que está haciendo el VAR al fútbol es como un castigo
divino. Recuerda al caso de Prometeo, el que desafió a los dioses y fue
encadenado a una roca a la que llegaba un águila a comerle el hígado, solo para
que volviera a crecer el día siguiente y se repitiera el horror eternamente.
El VAR
se está comiendo el hígado del fútbol. No solo porque es imposible que
funcione, ya que el fútbol es como la vida y no es perfectible, sino porque nos
está matando el espectáculo y si no hay espectáculo no hay fútbol. La
injusticia ya era inherente al fútbol antes del VAR. Lo imperdonable del VAR es
que nos está arruinando aquello que nos ofrece el fútbol que es único, glorioso
y especial: el momento cuando se marca un gol, el detonante de emociones más
intenso que ofrece la vida, sin excluir el orgasmo que, ya saben, no siempre va
acompañado de la pasión, o del amor.
Ya no.
Con el VAR ya no. Nuestro equipo marca un gol y el grito se queda a medias, un
coitus interruptus. Aunque sea un golazo, un disparo desde fuera del área sin
posibilidad de fuera de juego, la duda nos atraganta…”.
Creo que
todo comenzó en 2002 cuando en Colombia pasamos de un único campeón por año a
dos. Luego, con el restablecimiento de la Copa Colombia, a esos dos torneos
semestrales tan insípidos se les vino a sumar una competición más que nada
salvo cantidad le agregaba al asunto. Así, atrás quedaban los tiempos en que
uno se consumía de ansiedad entre domingo y domingo o entre miércoles y
domingo, rogándole a lo que fuera -Dios, San Barberón, San Bonner Mosquera o
San Funes- que el tiempo corriera para que Millos volviera a jugar. Pero, como
prácticamente todo en este presente que glorifica la sobreabundancia, de la
bendita escasez caímos en el maldito exceso, que en mí mata las ganas.
¿Viajar?,
¡pero si los aeropuertos y playas y desiertos en expansión y glaciares en
retracción están hasta las tetas de turistas ‘selfivideicos’! ¿Oír un partido
de la selección de Lucho Díaz y James Rodríguez que “batalla” por un cupo en el
mundial de 2026?, ¡pero si entre los 48 que pronto serán 70 y luego 100 cabe
toda Suramérica, Bolivia incluida! ¿Culiar?, ¡Qué dicha pa mi salchicha, que ya
ni recuerda a qué sabe eso tan güeno!
442. Leo
el deslumbramiento que figura bajo la Q de Salvo mi corazón, todo está bien y
me da por pensar, pensando en la desgracia feliz o en la felicidad desgraciada
del Gordo Córdoba, en la posibilidad de que en este preciso momento un lector
de esta novela de Faciolince, la primera que lee en su vida y a la que llegó
por insinuación de alguien que pensó que a su corazón del todo enfermo el libro
lo podía ayudar, se esté diciendo, o le esté diciendo al recomendador, que no
se perdona el haber llegado tan demasiado tarde a la literatura y que daría lo
que ya no tiene por ser él, que con muchas se acostó, el cura virgen tal vez
para siempre de la historia con sus cientos de películas y óperas y libros a
cuestas, con los que habrá vibrado como él con este único título que se lleva a
la tumba.
443. Yo,
que soy ante todo un sujeto literario que profesa un gran respeto por la
ciencia que practican y producen los científicos como usted con alma, necesito
confiarle a alguien mi mayor duda en relación con… consigno esto y ya le digo
con qué:
“…Los
pasos finales previos a la singularidad humana, es decir, la división altruista
del trabajo en un nido protegido, ha sucedido sólo en veinte ocasiones, que
sepamos, en toda la historia de la vida. Tres de las líneas que llegaron a este
nivel preliminar final son mamíferas, en concreto, dos especies de ratas topo y
el Homo sapiens, esta última un descendiente extraño de los simios africanos.
Catorce de los veinte triunfadores de la organización social son insectos. Tres
son camarones marinos que viven en arrecifes de coral. Ninguno de estos
animales no-humanos cuenta con un cuerpo ni (por lo tanto) con una capacidad
cerebral lo suficientemente grandes como para alcanzar un nivel de inteligencia
elevado.
Que la
línea prehumana desembocara en el Homo sapiens se debe a una oportunidad única
sumada a una extraordinaria buena suerte. Las probabilidades eran minúsculas.
Si alguna de las poblaciones directamente encaminadas a la especie moderna se
hubiera extinguido en algún punto de estos seis millones de años desde la
escisión humanos/chimpancés (una posibilidad alarmante, ya que el período de vigencia
geológico medio de las especies mamíferas es de unos quinientos mil años)
quizás hubieran pasado cien millones de años antes de que apareciera otra
especie similar a la humana”: con la evolución, ni más ni menos.
Maestro
Wilson y científicos con alma todos: partiendo del hecho de que el sustantivo
‘evolución’ implica continuidad e imposibilidad de interrupción ninguna, ¿cómo
se explica que en un momento dado esos simios africanos que devinieron humanos
no lo hubieran seguido haciendo y que, por tanto, se pueda hablar de una
‘escisión’, sustantivo que contradice de todo punto el sentido de lo que
evoluciona? Es más: si todas las especies del planeta Tierra somos el resultado
de la evolución, ¿cómo se explica entonces que el Homo sapiens sea el último
eslabón de una cadena que debería tener infinitos eslabones? Dicho en otras
palabras, ¿a qué se debe que esto que llamamos hombre no haya dado origen a una
especie más compleja y elaborada desde el punto de vista de la biología?
Comprenderán
ustedes -que conviven con la duda y a ella se deben- que mal haría yo acallando
las mías por temor a posibles sindicaciones de ignorancia, que en mi caso
sobran puesto que me reconozco ignorante de casi todo lo que querría saber.
444.
Digamos que en este sentido me hallo en el peor de los mundos posibles pues, si
bien considero el creacionismo la prueba por excelencia de la irracionalidad y
el infantilismo sin remedio de la especie, pregonar a pies juntillas que mi
cerebro mitad literario mitad científico comprende y se rinde a la evidencia de
que esto que soy y este que escribe empezó a forjarse, en cierto modo, cuando
“los primeros peces con aletas en los lóbulos emergieron de las aguas de
nuestro planeta, hace unos cuatrocientos millones de años”, sería mentir
descaradamente. Que lo dé por cierto y válido obedece a la seriedad y el rigor
de quienes eso concluyeron tras haberlo estudiado y sopesado a fondo, es decir
a mi certidumbre de que la ciencia auténtica no fabula ni tima, mas no a que mi
precaria inteligencia de veras lo procese, asimile y comprenda. Lo suscribo
maravillado, con análogo asombro al que en mí se suscita cuando me enfrento a
las mejores páginas de lo real maravilloso literario.
445.
Alguna razón le debe asistir a la ilustre dupla Pascal-Wilson cuando coinciden,
si bien en ámbitos muy distintos de lo humano: “Todos los problemas del hombre
se derivan de no saber quedarse tranquilo en casa”. “Para poder colonizar un
planeta habitable, lo primero que tendrían que hacer los alienígenas sería
aniquilar todas sus formas de vida, hasta el último microbio. Mucho mejor
quedarse en casa, al menos durante unos pocos miles de millones de años más.
[…] Hay forofos de los viajes espaciales que a día de hoy aún creen que la
humanidad podría emigrar a otro planeta después de que agotáramos éste.
Deberían tener en cuenta un principio que considero universal, tanto para
nosotros como para todos los extraterrestres: sólo existe un planeta habitable,
y es la única posibilidad que tiene la especie de lograr la inmortalidad”.
De una
cosa se puede estar seguro: ni los turistas-langosta ni la marabunta codiciosa
que sueña con industrializar y explotar el espacio atienden a razones.
446. Me
habla Wilson de taxonomías y a mí me acomete el deseo angustioso de taxonomizar
los especímenes que niegan, al tiempo que buscan la sombra de un árbol o se
abanican con desespero, la crisis climática y su flamante era de la ebullición
mundial.
Pienso,
para empezar y partiendo de los más cretinos y por ende menos culpables de su
negacionismo, en los crédulos religiosos que como mi tío Germán explican todo
mediante el Apocalipsis bíblico, y en los crédulos victimistas de la política
que le arrojan toda el agua sucia al engendro que sus ideólogos no mucho ha se
sacaron del sombrero y bautizaron con la frase ‘norte global’. Luego vendrían
los que, con el agua al cuello o los incendios forestales rascándoles las
orejas, mueren al cabo ahogados o chamuscados mientras miran un video en
YouTube o le dan like a una celebridad en las redes. Desfilan a continuación
los Forbes del planeta y los que aspiran a destronarlos, entre quienes sospecho
que alumbra la duda de que algo no anda bien en la Tierra, aunque también la fe
ciega y empresarial de que para cuando esto esté convertido en un erial
inhabitable, si no ellos sí sus herederos van a estar cómodamente instalados,
generando riqueza como Dios manda, en otro u otros planetas. Por último,
retrepados en el pináculo y haciéndoles de idiotas útiles a los negacionistas
“por conveniencia”, los Savater que se baten contra todo lo que les huela a
Thunberg y a ambientalismo adolescente, en lugar de sosegarse, leer y tomar
nota:
“…¿Cómo
podemos hacernos cargo de las especies que componen el medioambiente viviente
si ni tan sólo conocemos la gran mayoría? Los biólogos de la conservación están
de acuerdo en que grandes cantidades de especies van a extinguirse antes de que
las descubramos. Incluso en términos puramente económicos, los costes de
oportunidad de la extinción serán enormes. La investigación de sólo un número
reducido de especies salvajes ha supuesto avances significativos en calidad de
vida humana -abundancia de fármacos, nueva biotecnología y desarrollos en la
agricultura-. Si no existieran hongos de la clase adecuada, no existirían los antibióticos.
Sin plantas salvajes con tallos, frutas y semillas comestibles que se prestaran
al cultivo selectivo, no habría ciudades ni tampoco civilizaciones. No habría
lobos, ni perros. No habría aves silvestres, ni gallinas. Ni caballos ni
camélidos -no serían posibles los viajes terrestres, a no ser que los mismos
humanos tiraran de los carruajes y cargaran con el equipaje-. No habría bosques
donde depurar el agua y gastarla gradualmente, ni tampoco agricultura
-exceptuando las cosechas de secano, menos productivas-. No habría vegetación
salvaje ni fitoplancton, ni aire suficiente para respirar. Sin la naturaleza,
en definitiva, no habría gente.
El
impacto humano en la biodiversidad, resumiéndolo de la forma más sucinta
posible, es una agresión contra nosotros mismos. Es el efecto de una fuerza de
la naturaleza inconsciente, alimentada por la biomasa de la misma vida que está
destruyendo.”
De
verdad que dan ganas de coger de la mano a Trump y a Savater y decirles, como
Orfi a mis hermanos y a mí cuando jodíammos y hacíamos ruido y no dejábamos
mecanografiar a Abe sus memoriales y alegatos, que más les vale, niños, dejar
trabajar a los científicos porque de lo contrario no va a haber coños que
agarrar ni lectores que compren libros y debatan sobre ética y valores.
447. Leo
en El Mundo este titular: “Un hombre de 97 años entre las decenas de detenidos
en una protesta climática en Australia”, y lo primero que en mí -casi cincuenta
años menor que este hombre- se suscita es una gran admiración por él, por su civismo
y su generosidad ciudadana, a la par que mucha vergüenza por seguir aquí,
sentado y aletargado por mi egoísmo de lector que sabe que no es defendiendo de
palabra a Greta y sus muchachos -púberes, adolescentes, jóvenes, maduros,
pensionados y cuasi centenarios- como se les puede torcer el brazo a los
poderosos negacionistas, a los poderosos que disfrazan sus negociados con
ropajes ecologistas, a los anestesiados del mundo entero y a los ilustrados que
cometen el dislate de querellarse contra la muchachada minoritaria que sí se
manifiesta. Se dirán los Savater que si se la logra acallar, tal vez se obre el
milagro de que el mundo torne a los días de inocencia en que nadie o casi
hablaba de eras de ebullición y apocalipsis climáticos. Pero ahí van a seguir
la “ciencia ética” y sus forjadores, fungiendo de conciencia colectiva.
Adenda:
no hay que ser ningún genio para deducir lo que los que nos sobrevivan van a
exclamar cuando se topen con éste y titulares por el estilo: ¡¿En serio?
¿Detenían a los ambientalistas y los ecologistas que protestaban? ¿Pero es que
eran imbéciles o declaradamente locos?!
448.
¿Saben que sí? ¡Pero claro!: si nos sentamos a esperar que a los sionistas de
Israel, en componenda con los terroristas de Hamas, se les dé la gana de desempantanar
la solución de los dos Estados, nos puede agarrar la próxima glaciación o aun
la parusía intentando que los muy ciegos de codicia y sectarismo se fijen en
las bondades de ese paso a fin de cuentas tan sencillo: lo que procede entonces
es hacerle caso a Paulo y no porfiar en la locura del mismo error inconducente.
Que hoy,
veintipico de noviembre de 2023, sean “más de 130” los “países, incluidos
varios europeos” los que “reconocen el Estado palestino”, reconforta y da
esperanza. ¿Que todo se circunscribe a “una declaración de intenciones sin
efecto”, advierte el articulista? Pues no habrá de ser así durante mucho tiempo
porque si cada día un nuevo país suma su voz a la sensatez, hasta dejar
íngrimos en la ONU a los que se oponen -Israel- y a los que los respaldan
-Estados Unidos y Alemania-, muy posiblemente de la declaración de intenciones
sin efectos tangibles se pase a una “realidad imaginada” y de ahí, producto de
la persistencia y la consistencia colectivas, a la concreción de lo que hoy parece
imposible.
449. Yo,
que de más está aclarar que no soy feminista y a duras penas un machista manso
-por aquello de la necesidad de proteger a las mujeres que quiero o adoro-, les
recomiendo a todas ellas que se cuiden de los arrumacos de los Louises Althusser,
mientras que a mis congéneres varones los prevengo: ojo avizor con las Saninhas
da Cunha.
450.
Preocupado como me hallo por el desempleo y el rebusque que en la Colombia del
Esperpetro galopan ahora sí a sus anchas, sin las bridas del manejo responsable
de la economía, me impuse contratar de mi peculio a siquiera un desesperado sin
sustento para que me ayude en una tarea que mi ceguera dificulta. Se trata de
que los interesados lean los artículos que Elvira Lindo, feminista declarada y
defensora contumaz de “los niños y las niñas”, ha publicado entre la orgía de
sangre perpetrada por Hamas en Israel y hoy, 29 de noviembre de 2023, a fin de
que me confirmen si estoy en lo cierto: en ninguno hay la más mínima referencia
a las mujeres que los terroristas asesinaron y violaron y secuestraron, ni a
los bebés y a los niños en que cebaron su odio, treinta de los cuales fueron
arrancados de sus hogares profanados y llevados a Gaza. Tampoco la más mínima
condena, al menos por decoro, a los yihadistas.
Moraleja:
si usted se llama, por decir algo, Luis Rubiales y comete la imprudencia de
robarle un beso sudado a, por decir algo, Jenny Hermoso, dé por sentado que de
usted sí que no se van a apiadar los, las y les ideologizades defensores de los
derechos humanos. De ciertos humanos.
Anuncio
que la recompensa para quien dé con lo que busco es generosa.
451. Llevo
un par de horas luchando sotto voce, sin éxito, contra esta ira
bien conocida que sólo con mucho esfuerzo logro domeñar, y miren con lo que me
topo:
“Hay
días en los que la gente sale a la calle como con ganas de pelea. Miras a tus
contemporáneos en sus coches a las siete de la mañana, conduciendo en dirección
al trabajo y algunos dan miedo. Están deseando que les roces un poco para salir
del automóvil con un bate de béisbol. El mundo siempre ha sido un poco hostil,
pero hay temporadas en las que la agresividad alcanza niveles del todo
indeseables. A primera hora, en la radio, deberían informar del grado de
beligerancia ambiental igual que informan de la temperatura real y de la
imaginaria, pues la sensación térmica no siempre se corresponde con lo que
señala el termómetro.
Me
pregunto si el cabreo latente que yo percibo a veces en la calle o en los
telediarios es el producto de la proyección de mi propio descontento. No es
fácil hallar la frontera entre el malestar propio y el de los demás cuando se
vive en grandes concentraciones urbanas. […]
A veces,
una mirada perdida se posa sin querer en un rostro con resultados fatales para
la convivencia…”.
Ya un
poco más sosegado gracias a Millás y a mi labor de amanuense, doy en pensar en
lo mil veces rumiado sin beneficios tangibles para mi salud mental y física: en
que, gracias a la ceguera, no manejo carro ni me cruzo con miradas torvas y
caras que, en palabras de Orfi, “horroriza mirar”. Magro consuelo si se tiene
en cuenta que, al igual que los iracundos que se sientan frente a un volante o
rumian sus rabias mientras patean ciudades, también yo empuño un bate
imaginario y arremeto contra el mundo. Claro que nunca sin haberme cerciorado
de que flora y fauna se hallen a cubierto.
452.
¿Que el hombre desquició a la naturaleza con sus excesos? Estoy por concluir
que desquiciada estaba ya cuando permitió, hace lo menos tres millones de años,
que Lucy descendiera del árbol y, viéndose con las manos ociosas para proceder,
se entregara al pillaje y de ahí en más: desde perforar hímenes con los dedos a
lo Rafael Leónidas Trujillo Molina hasta pulsar el botón de un arsenal nuclear
o desollar vivo a un San Bartolomé, pasando por el disparo a bocajarro de
cualquier soldado ruso o israelí a un niño ucranio o palestino, todo se derivó
de esa licencia. Y pues, ya que la cagó, que sea ella la que lo remedie, y
ojalá pronto.
453. A
que no adivinan qué politicastro suramericano hoy en el poder inspiró estas
palabras, que rescato de algo que leí: “Con un personaje tan mutante y falaz es
muy difícil prever nada. Lo único sólido que tiene es su fanatismo”.
Un
sobresaliente para los que respondieron bien que Petro, bien que Miley. ¿Pero
Boric?: perdónenme pero discúlpenme. ¿Lula?: con todo y lo que me disgustan él,
su voz cavernaria y su cavernaria ideología que lo lleva a congraciarse con lo
peorcito o lo a todas luces ruin de la dirigencia mundial, tampoco es como para
que se lo llame politicastro.
Curioso,
por otra parte, que nadie haya dicho nada de quienes gobiernan al Ecuador,
Perú, Bolivia y Paraguay. Tampoco del presidente de Uruguay, el único país del
continente que se conduce con decencia en este presente que asquea. Y un 0
rotundo para los que respondieron que Maduro, pues ése ni a politicastro llega:
allá el dictador se llama Diosdado Cabello, nombre horrísono donde los haya.
454. Si
usted es profesor de una facultad de medicina o, mejor aún, de una
especialización en cardiología o en cirugía cardiovascular, hágame un favor.
Deles a leer a sus estudiantes el texto siguiente a manera de ejercicio en
clase, y pídales comedidamente -yo les haría apagar el puto celular sin
contemplaciones- que no busquen información en Google… que lean simplemente:
“…-Tras
el examen del bachillerato quizá le digan a uno a qué carreras puede aspirar y
a cuáles no, si puede ser médico o físico o albañil o electricista o
carpintero. Pero en los exámenes del corazón lo que está en juego es todo tu
futuro, la vida que te queda. Así como en las pruebas de final del bachillerato
te dicen si has estudiado bien o no en lo que llevas de primaria y secundaria,
o si has perdido el tiempo, en los exámenes cardíacos te dicen, en la mitad del
camino de la vida, si la has vivido bien o si has comido demasiada sal o
demasiada grasa o demasiada azúcar, si has hecho suficiente ejercicio, cuánto
fumaste, si te has dejado dominar por el estrés, si tu conciencia te ha dejado
dormir tranquilo en el último medio siglo, o si todo ha sido un error, si
tuviste mala suerte en la lotería de los virus y los genes, y por lo mismo todo
esto se refleja en tus propios latidos. Ahí están ellos, mirando por dentro y
por fuera el corazón, leyendo la misteriosa cordillera irregular del
electrocardiograma, midiendo la delgadez o el grosor de sus paredes, calibrando
cada uno de sus impulsos eléctricos, de sus diástoles y contracciones y
gradientes, de su capacidad de llevar la sangre hasta la última neurona de la
cabeza y la última uña del dedo chiquito del pie. Y es como si esa máquina, esa
mula incansable que es la primera que empieza a trabajar en nuestro cuerpo y la
última que se detiene, revelara los secretos de todo lo que eres, de lo que has
sufrido y gozado, de lo que te has cuidado o descuidado, de tus excesos de
ambición o de tu falta de metas, de si eres voluntarioso o pusilánime, de las
penas que te lo descompensaron y las alegrías que te lo llenaron de ánimo y
esperanzas. Les muestra a los jueces, en la pantalla, cómo late, cómo sopla,
cómo regurgita, cómo la sangre pasa serena o turbulenta, cómo esta va a
oxigenarse en los pulmones y cómo sale del ventrículo izquierdo disparada por
la aorta a repartir el oxígeno hasta el último rincón de la mente, hasta el
pene para que se levante, hasta el hígado para que secrete bilis y la nutra,
hasta los intestinos para que se muevan, hasta los riñones para que la filtren,
hasta el mismo corazón para que nunca deje de bombear, hasta las neuronas para
que nos den la sólida ilusión de que tenemos un alma, voluntad, la sensación de
ser lo que somos, la quimera del libre albedrío, una memoria vaga de lo que
fuimos, una intensa ansiedad por no saber lo que somos o lo que no somos, y
unos anhelos insensatos de lo que seremos.”
Pregúnteles,
para empezar, qué tipo de profesional escribió aquello: ¿un médico general?,
¿necesariamente un cardiólogo?, ¿quién más se les ocurre que pudo hacerlo?
Oídas a bulto sus respuestas, divida el grupo entre quienes piensan que debió
de haber sido un médico y quienes sostienen que no necesariamente, para que
conversen por separado y se preparen para el debate. Como voy a estar esperando
con impaciencia en la cafetería de la facultad o de la clínica su llamada, no
bien la reciba le caigo al salón porque lo que soy yo no me pierdo el desenlace
de este experimento.
Verá
cómo los tres o cuatro muchachos que resuelvan leer la novela toda van a dejar,
al contrario que los más de sus colegas, de ver en sus pacientes a simples
personificaciones de la ignorancia científica y de tratarlos, en el mejor de
los casos, con mal disimulada condescendencia y, en el peor, con abierto
desdén. Quién quita que hasta vaya y se vuelvan, para bien de la medicina y la
ciencia toda, bibliófilos capaces de entender que aquello que tienen delante no
es simplemente un cuerpo con un cerebro de adorno sino un ser humano con todas
las de la ley o, incluso, una inteligencia capaz de transformar en arte lo
indeglutible de la medicina, suavizado sabiamente con la dosis pertinente de
vida.
455.
¡Pero si renunciar a lo melodramático de que está infestada la vida es señalar
uno mismo la muerte prematura de la ficción que escribe!
456. Si
usted forma parte de los millardos que adolecen de proclividad a tomar las
partes por el todo y en consecuencia confunde a Greta y su muchachada
minoritaria con “los jóvenes del mundo que les exigen a los políticos un cambio
de rumbo”, infundio hiperbólico que remachan los romanticones que nunca faltan,
no es sino que revise un par de estudios serios sobre el consumismo desaforado
a que se entregan entre su adolescencia y los 30 años quienes se lo pueden permitir
(los que no, no son pruebas de lo contrario), averigüe en fuente confiable el
grado de conocimiento y de importancia que se tiene y se le da al desbarajuste
del clima en ese rango etario y, escéptico, cotéjelo todo con la lectura de
‘Cómo afectó el calentamiento global a Taylor Swift’ en El País de España.
¿Que si
condeno la borrachera consumista de los más jóvenes? Imbécil no soy: juzgo a
quien debo juzgar. Elogio y admiro lo indecible, eso sí, a Thunberg y a los que
como ella arriman el hombro para intentar enderezar la singladura que conduce,
al parecer indefectiblemente, a la aniquilación.
¿Mi
pálpito?: alea iacta est. Pero yo soy sólo un derrotista que intenta no
estorbar.
457.
Deseada muchacha, estimado muchacho, mojachos todos que estudian literatura y
afines: si a lo que ustedes aspiran en cuanto hace a la escritura es a escribir
ensayos perdurables, es decir de valía, un juego deben jugar. Preséntenles a
sus profesores, en particular a los sabelotodos que suelen ser también los más
arrogantes de la facultad, los escritos que les pidan como se los pidan: con
normas APA o EPA o UPA, con pies de página y anotaciones al margen y
bibliografías mejor nutridas que las reflexiones propiamente dichas del ensayo
o del ensayo propiamente dicho, y acompañen las entregas con exclamaciones de
júbilo, admiración y agradecimiento a ese maestro que ha hecho por ustedes y su
aprendizaje en un semestre lo que nadie antes en años de escuela y colegio. En
paralelo y del modo más clandestino posible, lean, para empezar, los ensayos
que sobre ciencia y vida y literatura y vida consigan de Julio César Londoño,
de quien no deberán leer, al menos todavía, sus soflamas políticas en El
Espectador so pena de sufrir una de dos consecuencias posibles: una indeseable
radicalización política que a nada bueno conduce, o la ruptura prematura con un
autor que, pese a sus taras ideológicas, vale la pena leer.
Ustedes
verán si antes o después de estudiar al vallecaucano -echen un carisellazo-,
buscan en El País de España una joya de ensayo que Villoro tituló ‘Juan
Gabriel, el patriotismo del corazón’. Poco importa que al rompe no sepan qué
significa ‘al rompe’ ni quién es -los grandes nunca mueren- el tal Juan
Gabriel: van a descubir una cosa y la otra junto con el asombro de enterarse de
que semejante género literario sirva, en las manos indicadas, para elevar hasta
lo sublime artístico lo que muy probablemente ayer no más ustedes llamaban “el
asco de música que oyen mis papás”.
Adenda:
si en la próxima farra con sus amigos usted le pide al barman que ponga tal o
cual canción del mexicano inmortal, vuelve a la mesa y, para pasmo de los que
con usted se emborrachan, empieza a cantar a grito pelado la letra de esa
ranchera o esa balada que se le metió en el corazón leyendo a un grande, la
literatura habrá cumplido cabalmente con su deber.
458.
Este viejo aforismo de Enrique Jardiel Poncela ya no es viejo sino
antediluviano: “La medicina es el arte de acompañar con palabras griegas y
latinas al sepulcro”. Hoy el arte reside en la capacidad que tenga el enfermo,
llámese alemán o portugués o francés o ucranio o rumano o búlgaro o guayú o
español, de descodificar y trasvasar a su lengua materna las palabras del
médico que le explica los resultados de un examen o le comunica el diagnóstico
de lo que observa no en la lengua que aparentemente ambos comparten, sino en
espánglish, alemánglish o como se llamen las demás fusiones anglobabélicas del
mundo.
459.
¿”Quien canta sus demonios espanta”, reza este otro proverbio sabio -no todos
lo son-? El problema es que si quien canta es un desafinado, o un afinado con
bella voz que lo que canta es la peor música de cantina, rap, pop urbano,
vallenato llorón, reguetón o bachata, al pobre oyente involuntario le toca
correr a esconderse donde mejor pueda, so pena de que los espíritus que el
espantador ahuyenta tomen de él posesión.
460.
¿Vieron ustedes, de casualidad, la primera crónica de ayer (3 de diciembre de
2023) en Los Informantes de María Elvira Arango? ¿La vieron las legionarias
ultraortodoxas del feminismo colombiano, quienes para no desentonar con sus
cofradas de horda en Occidente, se han mantenido tan calladitas y aquiescentes
frente a las violaciones de toda factura que perpetraron el 7 de octubre en
Israel los terroristas de Hamas y demás yihadistas palestinos en contra de un
número indeterminado de mujeres, judías o no, todas inermes? Que se
despreocupen las y los mutiladores de clítoris de bebés emberás pues, por
tratarse de integrantes de un “pueblo originario”, o sea de personificaciones de
la bondad y la inocencia, tampoco a ellas o a ellos están destinadas la ira y
las represalias de las ménades. Es más: el que abrigue la esperanza de que la
secta “ablacione” para condenar, aun cuando sea de labios para fuera, las
mutilaciones, le recomiendo que mejor se busque otra forma de perder el tiempo
porque nuestras amigas no dan abasto en su noble labor de perseguir
piropeadores, picadores de ojo, invitadores a salir, dedicadores de canciones,
robadores de besos sudados a lo Luis Rubiales, renuentes a duplicar el género y
demás indeseables del heteropatriarcado opresor y bla, bla, bla, bla, bla.
461. Lee
uno la prosa apátrida 76 y un raudal de ideas revueltas con imágenes se le
vienen a la cabeza: los efectos miríficos que en cualquier tiempo pero sobre
todo en éste tan histérico y seudomoralista obran en los lectores o en los
espectadores asqueados de tanta pacatería las voces inteligentes y en general
el arte indócil de los políticamente incorrectos; las dos o tres verdades que
contienen las palabras clasistas y realistas del autor; el poco tiempo que ha
pasado desde que él escribiera este texto y la sensación de que se pergeñó en
días muy lejanos y en comparación harto transigentes con opiniones que hoy
ofenden a las hordas de la cancelación; la duda de si a los ciegos de
nacimiento los modales en la mesa y en cualquier parte nos los afean o exaltan
los Ribeyros con la crudeza con que en este texto él juzga los de sus
interlocutores y, ya puestos, la razón de que esté ahí a esas horas y entre
obreros, si tanto lo incomodan.
462. Y
como se trata de una vocación, aquí me tienen, juntando material para mi
segunda arremetida a favor de la generosidad invisible pero infinita de los que
se mantienen child-free:
“Para un
padre, el calendario más veraz es su propio hijo. En él, más que en espejos o
almanaques, tomamos conciencia de nuestro transcurrir y registramos los
síntomas de nuestro deterioro. El diente que le sale es el que perdemos; el
centímetro que aumenta, el que nos empequeñecemos; las luces que adquiere, las
que en nosotros se extinguen; lo que aprende, lo que olvidamos; y el año que
suma, el que se nos sustrae. Su desarrollo es la imagen simétrica e invertida
de nuestro consumo, pues él se alimenta de nuestro tiempo y se construye de las
amputaciones sucesivas de nuestro ser.”
Como
quien dice, felices los sin hijos convencidos de su decisión, porque ellos
envejecerán al margen del retrato de Dorian Gray que se dibuja en cada vástago.
Pero más felices los ciegos por decisión sin descendencia, porque además están
a salvo de la tiranía que sobre el resto de la humanidad ejercen los espejos.
463.
¿Volver al psiquiatra? Para qué, si es en la literatura donde doy con ciertos
diagnósticos colectivos que me permiten asomarme a ajenos espejos, sólo que
igual de empañados que el mío (cuando no del todo hechos añicos): “A cierta
edad, que varía según las personas pero que se sitúa hacia la cuarentena, la
vida comienza a parecernos insulsa, lenta, estéril, sin atractivos, repetitiva,
como si cada día no fuera sino el plagio del anterior. Algo en nosotros se ha
apagado: entusiasmo, energía, capacidad de proyectar, espíritu de aventura o
simplemente apetito de goce, de invención o de riesgo…”.
Si de
los siete aspectos que señala Ribeyro, dos únicamente emiten señales de vida en
mi vida exangüe, …
464. Que
me perdonen los científicos con alma el exabrupto, pero pastoreando un insomnio
garciamarquiano la otra noche, me di a la tarea de imaginarme un mundo en el
que hasta el último mortal de los dizque ocho millardos que somos se condujera
de acuerdo con los principios del pensamiento científico, y semejante distopía
de perfección me ocasionó un tremendo escalofrío. ¿Un mundo sin gnomos,
ondinas, sílfides y salamandras?, ¡…! ¿Sin Úrsulas Iguarán y Melquíades y
Remedios muy Bellas y José Arcadios Buendía?, ¡…! ¿Sin la casa encantada de las
bellas durmientes japonesas?, ¡…! ¿Sin las historias de miedo con que la
abuelita Elvia nos llenaba de asombro la infancia y de magia las noches en su
finca felizmente al margen de la luz eléctrica?, ¡…! ¿Sin religiones ni dioses
unigénitos ni naturalezas crédulas capaces de tornarse inclementes en su
fanatismo?, ¡maravilloso! ¿Sin demagogos y promeseros de lo imposible en
política que les cuelen sus mentiras a supuestos adultos con mayor facilidad
que un pederasta avezado a los párvulos de un kindergarten?, ¡estupendo!
465. De
momento afirmo y sostengo que la revolución femenina, tan exitosa en Occidente
pese al camino infinito que queda por recorrer, echó a andar en 1879 de la mano
de -ella sí- una empoderada con todas las letras llamada Nora Helmer. Que sus
sucesoras en el feminismo estén hoy, repito que en esta parte del mundo,
empeñadas en minar los resultados más que palpables de la lucha sin cuartel que
tantas otras mujeres valerosas han librado desde entonces se debe, entre otras
razones pormenorizadas en este blog, a la incultura histórica y literaria de
una inmensa mayoría de los ciudadanos del mundo que abarca, faltaría más, a la
militancia del movimiento.
Y es
gracias a Nora Helmer y a su demiurgo que ayer no más en mí brotó nuevamente un
sueño irrealizable: que cada niña y muchacha y mujer que vivan sometidas y
humilladas por cualquier tiranía misógina -la afgana, la emberá, la iraní…- lea
en su lengua una traducción óptima de ‘Casa de muñecas’ para que, imbuidas de
la resolución volcánica de la protagonista, destronen ellas a los tiranos y de
paso les den una lección a los hombres buenos pero cobardes de sus países.
Una vez
perpetrada la hazaña, heroínas de las latitudes y culturas más oscurantistas,
hagan el favor de no pestañear (los machistas violentos con falo y vagina saben
aguardar) ni ceder a la tentación de ensoberbecerse al punto de ver en todo
hombre con que se crucen a un enemigo, pues incurrirían también ustedes en una
deslealtad imperdonable con Henrik Ibsen y con los millones de hombres que, por
querer y respetar como queremos y respetamos a las hijas y madres y hermanas y
parejas y profesoras y amigas que nos tocaron en suerte, somos incondicionales
de su causa. Lo seré yo, salvo si, permeadas por lo insustancial excesivo de la
última versión feminista de Occidente, se dedican a desbarrar y a hacer
pataletas.
466. Me
escribe un buen amigo imaginario y a todos los efectos mejor lector que yo, en
procura de que rectifique lo que él considera una injusticia por mi parte.
“Afirmar que alguien distinto de Antígona es la génesis del feminismo,
constituye una ingratitud análoga a la que tú señalas con acierto en tu
desahogo 465. ¿No te parece?”: no me parece, y (te) explico por qué.
Porque
circunscribir el ejemplo ético e intemporal de Antígona a la acción de una
mujer valiente que se rebela contra la autoridad de un tirano misógino, atenta
contra la verdad literaria del relato de Sófocles. Cuando Antígona transgrede y
entierra a su hermano Polinices, lo hace no en su calidad de mujer ni
desobedeciendo una prohibición arbitraria destinada sólo a las mujeres, sino
que procede en calidad de ser humano que no está dispuesto a que la
arbitrariedad de nadie con poder la fuerce a fallarle a su conciencia. Dicho de
otra manera: si la Antígona de Sófocles hubiera tenido que desafiar no a
Creonte sino a la Rosario Murillo nicaragüense de hoy, por descontado que lo
habría hecho, y con idéntico arrojo que si Sófocles hubiera resuelto que quien
no debía dejar insepulto el cadáver de su hermana fuera Polinices. Lo que
sucede es que, sabio como era, el genio de Colono comprendió mejor y antes que
nadie que la insumisión, encarnada en una mujer, habría de resonar con cuando
menos el doble de fuerza, y hasta el final de los tiempos.
La
prueba es que acá estamos tú y yo, varones ambos, rendidos de admiración ante
el personaje literario femenino más poderoso en la historia de la literatura y
precursor innegable de las Ednas Pontellier, las Marías Iribarne, las Tánger
Soto, las Lisbeth Salander y todas las Noras Helmer que en el mundo de los
libros son y han sido.
467. Me
replicaba el otro día un astrofísico no de la NASA, sino de universidad pública
colombiana, que eso de “revolver conocimientos” podía sonar muy bien pero que, en la
práctica, era del todo inconducente: “¿Un geoingeniero escribiendo de cine y
literatura? Decía mi abuelita, profesor, que ‘cada loro en su estaca’”.
Como lo
mío es la falta de ganas, me fui de su oficina minúscula con mi idea para otra
parte. Ni siquiera le dije que se tomara la molestia de leer tales o cuales
artículos del científico con talento y capacidad literarios Javier Sampedro en
El País de España y del escritor con talento y capacidad científicos Julio
César Londoño en El Espectador. ¿Para qué? Aquel pobre hombre sin amplitud de
miras no habría comprendido que lo que y como escriben el español y el
colombiano es el norte y no el propósito ulterior de la propuesta de incluir en
el plan de estudios de quienes se preparan para científicos un par de cursos de
literatura, y un par de cursos de ciencia en el de quienes estudian para
literatos, pues eso nadie lo puede garantizar. Se trata de alfabetizar a los
unos en esto y a los otros en aquello y de ahí en más, que cada cual decida si
sigue cultivándose o lo deja así.
Ahora:
maravilloso si, una vez puesto en marcha el experimento, siquiera un estudiante
de lo uno y de lo otro descubren cada nuevo semestre que su vocación anida en
lo recién desvelado.
468. Al
menos por respeto a Salma al Shehab y a todas las personas que, como ella,
sufren en carne propia las desmesuras de una tiranía tipo la saudí, ese sujeto
llamado Santiago Abascal y sus conmilitones de Vox y del PP tendrían que abstenerse
de llamar dictador a Pedro Sánchez, cuyos oportunismo e insustancialidad bien
pueden equipararse a los de sus opositores, pero quien está a años luz de ser o
de semejar un sátrapa por el estilo de Mohamed bin Salmán o siquiera del
lastimero y aborrecible Ortega nicaragüense. Yo que Felipe VI, haría lo que su
padre con el palurdo de Hugo Chávez en noviembre de 2007, sólo que con Abascal,
Feijóo, Sánchez, Díaz, Iglesias y demás estridencia política de su país. Que
las únicas voces que se oigan sean las de las Cayetanas Alvarez de Toledo de
cada partido… Claro: en el caso harto improbable de que las tengan.
469. A
ver: sentemos en un salón de clases a un terrorista y violador de mujeres y
secuestrador de niños israelíes perteneciente a la cúpula de Hamas, a un
general terrorista comandado por el invasor y despanzurrador de mujeres y niños
palestinos Benjamín Netanyahu, a un joven israelí aborrecedor del yihadismo
palestino que se promete venganza y a un joven palestino aborrecedor del
terrorismo de Estado israelí que se promete venganza, a un entrometido y
gratuito aplaudidor de la causa palestina y a un entrometido y gratuito
aplaudidor del poderío sionista, ambos occidentales, y démosles a leer a los
seis, fidedignamente traducido a sus lenguas, el artículo que John Carlin
tituló ‘Fuertes y ciegos, como Sansón’. Si de aquel ejercicio de reflexión tan
aparentemente atípico brota la concordia, es porque la paz en aquella región
del mundo está a la vuelta de la esquina. Si no, ni se les ocurra perder el
tiempo atrayendo al aula a los espíritus pacíficos de un lado, el otro y los
otros puesto que la última palabra sobre la paz la tienen los que se amangualan
para provocar y declarar las guerras.
470. La
resurrección sí existe. Lo sabe Antígona, que reencarnó el 9 de mayo de 1921
para morir, esta vez, el 22 de febrero de 1943 a manos de los nazis,
prolongaciones a su turno del primigenio Creonte. Se llamó Sophie Scholl y dejó
tras de sí otro ejemplo inmortal de ética e insumisión, pero ahora en “una
colección de cartas” (todavía no doy en google con el título del dichoso
epistolario y no tengo el número de Carlin para preguntárselo) y en la memoria
de quienes tuvieron la suerte de conocerla y batallar con ella. Este sacrificio
por partida doble nos recuerda a los “inocuos” ya por nuestra indiferencia, ya
por nuestra cobardía, que la redención no existe y bien está que así sea, pues
no estamos a su altura.
471. Si
lo sabré yo: “La anestesia produce un sueño muchísimo más profundo que el sueño
profundo, del cual, a los que sobreviven, no les queda ni percepción del tiempo
transcurrido ni recuerdo alguno. Es la nada total, la nada de la muerte”.
Una
trabeculectomía cuando ni siquiera balbuciía y mucho menos caminaba. Una
septorrinoplastia cuyo postoperatorio se lo deseo sólo a muy pocos. Una
osteosíntesis, y una evisceración ocular con un intervalo de apenas dos días,
ambas a consecuencia de un accidente de tráfico la mar de estúpido -más yo que
él-. Y, algunos años después, la enucleación del ojo eviscerado, o sea el
izquierdo, o sea el que me procuró la entonces dicha de saber -es decir
conocer- cómo brillaban el sol y la luz eléctrica en donde fuera, una única vez
la luna en la finca felizmente a oscuras de la abuelita Elvia; la dicha de
descubrir que la ceguera no es ni de lejos como se la imaginan los optómetras,
oftalmólogos y demás videntes que en el mundo son y han sido y como se la he
oído describir a no pocos ciegos devenidos: negra como boca de lobo e
imprecisiones por el estilo; la dicha de ver -es decir conocer- muchos de los
colores (que en este preciso momento refulgen en mi modesta pero elocuente
memoria visual), de entre los cuales el amarillo con todas sus tonalidades es
mi favorito mientras que el rojo…
Me da a
veces por pensar que en toda esta añoranza mía del retorno a la nada de que
habla la cita, algo tienen que ver las cinco ocasiones en que he paladeado la
muerte gracias al sueño sin sueños en que nos adentran los anestesistas con su
saber y sus máscaras-legado de Las mil y una noches. Y una infidencia: durante
mucho tiempo, alimenté el deseo de que Fortuna me deparara una Virginia Apgar a
la que querer y a la que estar para siempre y de antemano agradecido por el
‘bel morir’ que su mera cercanía promete.
472. Se
me había olvidado contar(les) que, concluido el experimento que reseñé en el
desahogo 454, me senté a conversar en la cafetería de la facultad con los tres
o cuatro muchachos a los que consiguió entusiasmar Faciolince con su híbrido
cientificoliterario sobre el corazón, del que empezamos a charlar revolviendo
sentimientos con conocimientos con tales desinhibición y alegría que al cabo de
unas horas ya habíamos intercambiado números de teléfono y la promesa de
seguirnos llamando y encontrando para hablar de “lo suyo”, “lo mío” y “lo
nuestro”, que es la vida. Pues bien, ese segundo encuentro tuvo lugar no mucho
ha, y la excusa fue el desenlace del penúltimo capítulo de Salvo mi corazón,
todo está bien, el cual comienza diciendo: “…Mientras me fuerzo a pasar por la
garganta una aguapanela con limón…”.
Se oían
exultantes mis jóvenes amigos, pues a su descubrimiento de la literatura por
medio de una novela venía ahora a sumarse el de la poesía gracias a un poema y
un poeta que, vaya portento, esa novela les desvelaba. Pero como todo hay que
decirlo, en sus voces agradecidas también capté unos como visos del dolor a
priori que les produjo la lectura por separado de ‘Los heraldos negros’, que
alguien propuso que leyéramos y comentáramos antes de despedirnos.
Misión
cumplida, Gregorio.
473. Me
pide un estudiante de carne y hueso, pero virtual, que por favor le aclare el
significado del sustantivo antinomia y del adjetivo antinómico que, o bien no
buscó en ningún diccionario o, si los buscó, tal que si no lo hubiera hecho
-cortedades de estas criaturas hiperconectadas de entre 3 y 100 años-:
“…Los
índices de extinción siguen siendo entre cien y mil veces más elevados de lo
que lo eran antes del establecimiento global de la humanidad. Se estima que las
iniciativas de conservación desempeñadas antes de los estudios de 2010
mitigaron el desastre en por lo menos una quinta parte del que podría haber sido.
Es un avance importante, pero ni de lejos estabilizará la vida en la Tierra.
[…]
Lo que
nos queda del siglo será un atolladero de impacto humano en el medioambiente y
reducción de la biodiversidad. Cargamos con la responsabilidad de sacarnos a
nosotros mismos y a cuantos más seres vivos podamos de ese atolladero, y
emprender una existencia edénica sostenible. Nuestra decisión será
profundamente moral. Para cumplirla dependemos de un conocimiento que aún nos
falta y de un sentimiento de decencia común que todavía somos incapaces de
sentir. Somos la única especie que ha comprendido la realidad del mundo
viviente, que ha visto la belleza de la naturaleza y que le ha dado valor al
individuo. Sólo nosotros hemos valorado la cualidad de la misericordia entre los
de nuestra clase. Ahora, ¿podríamos preocuparnos también por el mundo viviente
que nos dio a luz?”
En vista
de que aquella voz un poco tontaina dijo, sin la menor convicción que gracias,
profe, que ahora sí le quedaba claro el concepto, yo conminé a su dueño a que
me lo demostrara, y ojalá mediante una imagen elocuente sacada de la vida real
más cruda.
Pasaron
30 segundos, tal vez un minuto sin que se surtiera respuesta y fue entonces
cuando una compañera suya llamada Sandra Bogotá, no en vano la estudiante más
destacada de la clase y de la facultad, pidió la palabra y dijo, con el aplomo
que sólo se les da bien a los de veras brillantes:
--Estaba
pensando en una macroflota de arrastreros chinos frente a un grupo de biólogos
marinos y otros investigadores que luchan para salvar arrecifes de coral
moribundos, o a las hordas de feroeses con sus matanzas de cetáceos frente a
los valientes de Sea Shepherd que las documentan.
¿Mi
macrologro en la vida, mi amor? Haberme enamorado de ti y conquistado la reciprocidad
cuando aún eras mi estudiante. ¿Mi mayor torpeza? La que nunca cometí ni
estaría dispuesto a cometer por escrúpulos éticos.
474. En
todas las guerras hay, sin falta, Quimets forzados y Quimets voluntarios y
Colometas que se quedan solas, desamparadas con sus Ritas y sus Antonis y su
desesperación y el hambre y las carencias de todo tipo que no saben cómo
solventar y entonces las asalta la única solución posible, que es la muerte
primero de los hijos a manos suyas seguida por la propia. Pero en cambio, muy
de tarde en tarde en una guerra, la bondad de un solitario con posibles aborta
el desenlace y obra el milagro de que aquellas vidas, transcurrido el tiempo
que precisa la superación de un trauma que se alimentó de múltiples
experiencias límite, vuelvan a vibrar agradecidas.
Ay,
Natalias palestinas, ucranianas, sudanesas, yemeníes…, lo que me gustaría
fabricar Antonis a destajo para que hubiera uno para cada una…, un padre para
sus hijos huérfanos de padre.
475.
¿Qué se le agrega a la completitud?: “Todos los problemas del hombre derivan
del mismo hecho: no sabemos lo que somos y no nos ponemos de acuerdo en qué
queremos ser”.
¡Pero si
es del todo más fácil y factible que los extremistas del terrorismo de Estado
israelí y sus contrapartes los terroristas palestinos se sienten y al cabo de
un par de horas pacten la solución de los dos estados! ¿Concertarme con mi
hermano en que, si yo lo decido, puedo contar entre las criaturas elegidas por
Dios, ejercicio en el que yo sería el elector? ¿Concertar a los científicos que
hoy trabajan en la B61-13 en los Estados Unidos y en otros arsenales nucleares
en otros países con los científicos con alma que abogan y en consecuencia
actúan por la preservación de la vida en el planeta? Sean serios, restrínjanse
a lo posible.
476.
¡Muerte al Kutu de ‘Warma Kuray’!... Pero antes muélanlo a palos.
477.
Pues mire usted, capitán, que acaban de presentarnos y ya empiezan a aflorar
las coincidencias: “Pero todavía tengo un deseo que no he podido satisfacer y
cuya ausencia percibo ahora como el peor de todos mis males. No tengo ningún
amigo, Margaret. Vivo exultante de entusiasmo pensando en el éxito, pero no hay
nadie con quien pueda compartir mi alegría. Si me asalta el desconsuelo, nadie se
esforzará en paliar mi abatimiento. Puedo trasladar mis pensamientos al papel,
es cierto, pero es un medio muy pobre para hablar de sentimientos. Deseo la
compañía de un hombre capaz de comprenderme, cuya mirada pueda corresponder a
la mía. Me tildarás de romántico, querida hermana, pero siento con amargura la
ausencia de una amistad. No tengo a nadie cerca […], dotado de una mente
cultivada a la par que capaz y con unos gustos semejantes a los míos que pueda
secundar mis planes o ponerles objeciones. ¡De qué modo podría un amigo así
reparar las carencias de tu pobre hermano!”.
Le diré,
para empezar, que por lo que hace al amor por el conocimiento, yo podría ser
ese Stephen Maturin con que usted anhela contar abordo, sólo que, en la
actualidad -¿debería decir en la eternidad?-, ando huérfano, a más del tan
ansiado amigo del sexo que sea, de entusiasmo y alegrías, el éxito hace mucho
que me trae sin cuidado -menos el venéreo, que me mortifica y obsesiona-, los
desconsuelos y los abatimientos de mí hacen presa casi sin tregua e incluso la
literatura, a quien tanto debo, parece ya no colmarme. ¿Y mis amigos?...
Aquí
entre nos, capitán, le confieso que de la fusión de las tres o cuatro personas
a quienes suelo dar ese nombre para ambos tan sagrado, no saldría siquiera una
versión pasable de los amigos que tuve y que fui perdiendo por el camino, jamás
por desavenencias insalvables sino por la maldita reciprocidad en el descuido y
la distancia que hoy me privan de vínculos tan bellos y valiosos como los que
un día cultivé con -entre otros- Jaime Alberto Medina, César Hernando Romero,
las hermanas Zamora, Orlando Espitia y Quico Gómez, el único amigo del alma que
conservé hasta la muerte. Pero de muertes mejor ni hablemos porque entonces las
demasiado recientes de dos personas a las que amé con locura me pueden sumir
nuevamente en una desesperación que amenaza con destruirme. Tal vez otro día le
hable de mi madre y de la Goga, la tabla de salvación con doble asidero a que
con angustia me aferro. Ah, y ojalá podamos ser amigos… aun cuando sea
epistolares.
478.
Ando en busca de una Caroline Beaufort a la que socorrer y con la que completar
un 50% de mi constitución erótica, vacante desde hace un par de años.
Generosidad y discreción garantizadas: 3 16 5 18 90 24.
479. Un
par de preguntas retóricas que se me antoja responder a partir de mis
vivencias, que -lo entiendo y me hago cargo- a nadie sino a mí interesan: “¿La
vida sería entonces, contra todo lo dicho, a causa de su monotonía, demasiado
larga? ¿Qué importancia tiene vivir uno o cien años?”: invirtamos el orden de
las respuestas. Si la pregunta hubiera sido si la vida sí o la vida no en el
caso hipotético y pasmoso de que sobre aquello se pudiera decidir antes de
perpetrado, la respuesta es un no taxativo e inapelable. Pero como la realidad
es otra, pues jamás cien años aunque tampoco uno, y me explico.
Dentro
de seis meses habré de cumplir medio siglo de vida al que de buena gana le
habría restado el último 10%, una década demasiado pródiga en desencantos,
agobios y sufrimientos, algunos genuinos y muchos otros edificados por el
cerebro que me chantaron en la repartija genética. De los treinta, los veinte y
anteriores reivindico las satisfacciones laborales y académicas, el sexo con
sus vericuetos y fantasías y hallazgos y desencuentros, los amores ilusorios o
tangibles que a él le debo, la pasión por el fútbol que jugué, y vi gracias a
los relatos de los mejores narradores, la infancia con sus descubrimientos y
asombros diarios.
Ahora
bien: como no tengo hijos cuyos hijos quiera conocer y ayudar a criar,
ambiciones o siquiera expectativas de conocer el parnaso, ganas de recorrer el
mundo o adentrarme en el espacio, esperanza en que la ciencia me guarde de la
impotencia y los rigores de la vejez ni el más mínimo miedo a la muerte, todo
lo que me está reservado es monotonía y más monotonía, y para completar
aderezada con los horrores de los bellacos (y las patochadas de millardos):
Putin y su cohorte de cómplices y asesinos; Netanyahu, el sionismo y Hamas; Xi,
los chinos y sus adeptos en Oriente y Occidente; Trump, Bolsonaro, Miley y la
extrema derecha en vertiginoso ascenso en tantas partes; y los mequetrefes de
Pionyang, La Habana, Managua y Caracas tan risibles si bien perjudiciales. Ah,
y a toda esa escoria súmenle ustedes los Forbes insaciables, los que aspiran o
sueñan con destronarlos y los que hasta en el rincón más olvidado del mundo
contribuimos con nuestro consumismo a que la ferocidad de la competencia
arrecie, a la par que las posibilidades de redención de la vida en el planeta
menguan.
480.
Habrán cambiado tanto el mundo y sus criaturas bípedas entre la formulación de
la siguiente confesión con su reflexión y el pergeño de este desahogo, que lo
que entonces era un aspecto de ciertas personalidades, es hoy la norma entre
los millardos que duermen o dormitan o velan, se desvisten y se bañan y se
visten, corren o nadan o vuelan, se masturban o pichan y procrean, viven y
agonizan y mueren agarrados a sus pantallas como yo a mi tabla de salvación con
doble asidero:
“Uno de
mis defectos principales es la dispersión, la imposibilidad de concentrar
duraderamente mi interés, mi inteligencia y mis energías en algo determinado.
Las fronteras entre el objeto de mi actividad del momento y lo que me rodea son
demasiado elásticas y por ellas se filtran llamados, tentaciones, que me
desplazan de una tarea a otra. […] Víctima soy, me doy cuenta, de la facilidad
que existe ahora para informarse: libros de bolsillo, revistas de divulgación,
manuales al alcance de todos, nos dan la impresión falaz de ser los hombres de
un nuevo Renacimiento, Erasmos enanos, capaces de enterarse de todo en obras de
pacotilla, compradas a precio de supermercado. Error que es necesario enmendar,
pues hace tiempo sé, aunque siempre lo olvido, que la información no tiene
ningún sentido si no está gobernada por la formación.”
Veía
ayer en France 24, admirado Ribeyro, un reportaje sobre el sistema educativo de
Corea del Sur que deja al espectador con la sensación de que allá, al revés de
la lenidad envuelta, eso sí, en altísimas calificaciones que impera en… -¿en
dónde no?-, es tan importante la formación que los profesores, aun los de niños
muy pequeños, se ven sometidos a tal presión por parte primeramente de los
padres de familia, que muchos se ven empujados al suicidio. Imagínese el
contrasentido: los unos -la mayoría- convencidos de que menos es más porque a
la larga lo que cuenta es el bienestar y la felicidad del estudiante, que para
los otros -los ojirrasgados de marras y…- debe ser una máquina de cumplir
horarios, asistir a clases diurnas y nocturnas y hacer tareas. Los primeros no
informan ni forman y en cambio deforman con singular eficacia. Los segundos muy
bien que informan, pero deforman lo que creen que forman con su pésima
concepción de la disciplina y la exigencia.
481.
“Una turba cuelga de los pies en una escuela de Guatemala a un joven acusado de
matar a un hombre y lo quema vivo hasta matarlo”: que este titular de El Mundo
nos sirva de aviso de hacia dónde nos dirigimos, y de lo que amenaza con ser el
pan global de cada día, si no recomponemos y detenemos la ciega destrucción de
la civilización en que tan empeñados parecemos.
482.
Como “Putin dará la ciudadanía rusa a los extranjeros que sirvan en el
ejército”, ¡a convencer entonces, amigos todos del centro del espectro político
del mundo entero, a la bazofia de ambas extremas que tan cómoda se siente con
el invasor del Kremlin para que marchen al frente y mediante semejante golpe
maestro nos libremos y liberemos a nuestros países de los Trump y los Petro,
los Miley y los Cabello, los Bukele y las Murillo, los Orbán y los Díaz-Canel,
las Meloni y los Xi, y de sus conmilitones y votantes! Otra cosa que estamos en
mora de hacer, mis muy estimados correligionarios, es vestirnos de camuflado y
empuñar las armas para batallar a favor de Zelenski, los ucranios decentes y la
democracia ucraniana. Tengo las maletas en la puerta.
483. Ah,
¿Que la nostalgia tiene pésima reputación entre los que piensan o dicen: ¡A la
mierda con las evocaciones porque aquí lo que cuenta es el presente!? Allá
ellos y su negacionismo que no los deja ver esta otra verdad, del tamaño del
Camp Nou: cada generación prohíja -o reprime-, llegada a cierto punto de su
madurez, sus propias nostalgias:
“Si cada
generación escoge la música que quiere oír y los cantantes que la representan,
los que crecimos, nos enamoramos, gozamos y sufrimos con las canciones de
Serrat creemos que tuvimos mucha suerte. Nuestros padres y tíos se desgarraban
o se volvían melancólicos entre boleros y tangos; nuestros hijos y sobrinos se
sobreexcitan entre ritmos metálicos y tropicales; en cambio nosotros, la
tercera generación del siglo (los que nacimos entre el 50 y el 75), nosotros
tuvimos y tenemos a Serrat. Si hablamos de la música popular que nos gusta y
que más o menos explica cómo sentimos y pensamos nosotros, él es nuestra
bandera.
Serrat
es esa gracia de las melodías que de un momento a otro empezamos a tararear sin
darnos cuenta; también es esas letras cargadas de alusiones luminosas que ya no
se nos borran de la memoria. En ellas está el amor sin cursilería, las relaciones
familiares cotidianas, con toda su miseria, su discreto encanto y aun su
felicidad: los hijos que crecen, los hermanos que se van, los tíos que
envejecen, y hasta el perro que se escapa. Serrat es también el compromiso con
la realidad social; su actitud de siempre y muchas de sus canciones nos
recuerdan la importancia de no hacernos los locos ante las lacras del
presente…”.
Maticemos:
la RAE define la nostalgia, y bien que lo hace, como Tristeza melancólica
originada por una dicha perdida y, no obstante, en las palabras del
¿nostálgico? de la cita lo único que se percibe y manifiesta son la gratitud y
el privilegio de haber podido gozar, y no retrospectivamente aunque también, de
algo que él y muchos de su generación consideran excepcional. Como yo,
verbigracia, el haber conocido y haber querido carnal y afectivamente a mujeres
que a diario recuerdo, y no con la morriña que sugiere como sinónimo el
Diccionario, sino con dulce añoranza, pues también eso es la nostalgia.
Maticemos:
nací en 1974 y, desde muy pequeño, me aficioné a los tangos y a los boleros con
que los adultos de mi familia -caldense ella- se emborrachaban religiosamente,
muy a menudo a lo largo de todo un fin de semana, y después de más de cuarenta
años puedo decir que conservo el gusto por la música vieja y por el trago.
También aprendí a querer las baladas románticas -que en Colombia llamamos
‘música para planchar’-, cuyas letras cursis pero bellas son las grandes
culpables de que con nostalgia recuerde y añore, oyendo o cantando a dúo con
Camilo Sesto, José Vélez y tantos otros, a personas que tal vez deje de
extrañar cuando las sepa en lo álgido de la menopausia. (“El amor sin
cursilería” no es amor sino convivencia a secas o convivencia entre
académicós-intelectuales con un currículo que cuidar. Cosa muy distinta es el
amor guiso o el amor de los guisos: un par de bachatas o vallenatos llorones me
ahorran la explicación.) A Serrat me lo presentó una colega con la que lo
oíamos tardes de sábado enteras, en las que corrían el vino y las nostalgias de
mi anfitriona, propensa como pocos a tomarse la palabra por asalto. De su casa
me largaba a cualquier bar del centro donde atronaran Def Leppard y Bon Jovi y
Bad English y White Lion y Cinderella y Warrant y Quiet Riot y Los Toreros
Muertos y Miguel Mateos y Kraken y Hombres G y toda esa vaina maravillosa antes
que nada de los ochenta, edulcorada con la dosis imprescindible de cursilería
de 24 quilates que me procuraban una Tiffany o una Debbie Gibson, o euforizada
hasta el paroxismo por Rick Astley y Donna Summer, cuando no por el Grupo Niche
o El Gran Combo de Puerto Rico. Porque yo, en cuestiones musicales, soy un
auténtico transgénero.
484.
¿Qué se le agrega a la completitud?:
“La
lógica de la competición a ultranza nos exige convertirnos en triunfadores. Mil
veces escuchaste la advertencia: quienes te rodean son rivales. Se aprovecharán
de ti. Enseña los dientes, jamás te muestres débil. Eres demasiado ingenua, vas
con un lirio en la mano. No sabes poner límites. Como si el problema fuera
tuyo; como si la bondad fuese una deficiencia de carácter, una insignia de
perdedores.
[…] Tras
siglos de fascinación por el misterio y el imperio del mal, nuestras historias
sobre gente bien intencionada se cuentan en clave cursi o remilgada, incluso paródica.
Salvo en las monsergas a los niños que incordian -¡pórtate bien!- o agazapada
en la sobredosis de almíbar navideño, la bondad tiene una reputación aburrida,
insulsa, moralizadora y pusilánime. Se elogia episódicamente, pero se devalúa
por sistema. Pese a los disimulos y tapujos ocasionales, nadie se engaña: lo
deseable de verdad es el liderazgo arrogante, carismático y con colmillo. Desde
las redes sociales a las encuestas electorales, se premia la agresividad. La
guerra de todos contra todos es ortodoxia, la victoria sobre el prójimo es la
medida de todas las cosas, la evolución nace de una lucha feroz por la
supervivencia. Sin embargo, incluso Charles Darwin reconoció que la empatía
hacia los demás es tan instintiva como el egoísmo.
[…]
Curiosamente, tanto la palabra ‘bonito’ como ‘bello’ son, en su raíz latina,
diminutivos de ‘bueno’ […]. Hoy, el término latino bonus alude a un incentivo
económico […]. Solo en su acepción dineraria parece alcanzar la bondad su
perdido prestigio.
En esta
época zarandeada por la incertidumbre, la avalancha de pronósticos
apocalípticos y los diagnósticos fatalistas nos empujan a fijarnos mejor en lo
peor. Sin embargo, a nuestro alrededor, mucha gente es buena a diario, sin que
nadie parezca advertirlo o agradecerlo. La teoría de la competencia descarnada
desacredita aquello que hace funcionar el mundo: los cuidados gratuitos a
hijos, ancianos y enfermos. Las personas que se esmeran en sus quehaceres y sus
trabajos. Las pequeñas virtudes escondidas, fuera de los focos. […] No somos
islas, sino hilos entretejidos.
La
bondad asusta porque nos vuelve conscientes de la vulnerabilidad ajena, y de la
propia. No queremos afrontar la fragilidad acechante de nuestros cuerpos.
Preferimos el ideal de suficiencia, menos promiscuo, que promete fortaleza e
independencia, al precio de aislarnos. Por eso, nos obsesionamos con encontrar
la seguridad en el éxito y, en esa carrera despiadada, negamos la alegría y el
disfrute de los actos generosos. Reprimimos nuestros instintos, nos refrenamos.
En un océano de islas amuralladas, sin tacto ni contacto, la bondad acabará por
ser nuestro placer prohibido.”
Cómo te
parece, Irenita, que en mis tiempos de borracho bebí muchas veces con un pobre
ciego -con un pobre diablo ¡doctorado en derechos humanos!- con billete y una
ínfima porción de poder -era y creo que sigue siendo, formalmente, el director
del único instituto ‘para ciegos’ que subvenciona el Estado-, cuyo principio
distintivo era “como no pido favores tampoco hago favores” o “no pido favores
para no tener que hacer favores”: una mezquindad por el estilo. Que en Colombia
y otros países latinoamericanos se llama ‘cabrón’, no al tipo malaleche y
arbitrario, sino al hombre que trata con generosidad y cariño a una mujer
-novia, esposa, amante- que en cambio no lo valora ni respeta a él. Que
mientras que ningún colombiano -ninguno en absoluto- con méritos de sobra en la
generosidad y el altruismo que redimen a la especie puede aspirar al más mínimo
reconocimiento de sus conciudadanos, los más malvados y canallas en un país
donde se dan silvestres tienen garantizados el respeto, la admiración y la
emulación de gran parte de la sociedad; una sociedad que ve y vuelve a mirar
las narcoseries que los ensalzan, que se hace eco de los mitos que los definen,
que los estudia en la escuela y la universidad, donde tan difícil es hallar a
estudiantes que den buena cuenta de figuras de la cultura y la historia
vernáculas y tan fácil a muchachos versados en las truculencias y crueldades de
los mafiosos (contribuyo, sin que me lo hayas pedido, con tres ejemplos de
infinitos con que me haría tedioso).
Un beso
colmado de afecto y admiración.
485.
Noto (casi sin falta) la sorpresa cada que alguien entra a mi habitación y lo
primero en lo que se fija es en las dos pantallas yuxtapuestas que descansan
sobre este escritorio: “¿Un ciego con computador y que, para rematar, mira
televisión?”, parecen preguntarse los más, que son al mismo tiempo los menos
osados. A ellos y también a los que se atreven a verbalizar de algún modo su
asombro algo les pregunto; por decir cualquier cosa: Y usted, o tú -todo
depende no del cariño, sino del sexo y la edad-, ¿qué canales cree(s) que me
gustan? Surtida la respuesta, les doy un breve paseo por algunos de los más
frecuentados -la DW, RTVE, Al Jazeera, France 24…-, y les aclaro: Canales que
me muestren lo bello de que por fortuna también se alimentan la vida más cruda
y el mundo real. Por ejemplo este de las hordas de desarraigados que se
aventuran con sus hijos en una patera o que cruzan a pie continentes enteros
para alcanzar una Europa o unos Estados Unidos en los que se los teme y
desprecia:
“…nos
corresponde a nosotros imaginar (o intentar hacerlo) la vida que no hemos
visto, la vida que está detrás de la imagen vista tantas veces.
Nadie
puede saber de verdad, si no lo ha vivido, lo que es dejar atrás las cosas cuya
presencia da forma a una vida. Puedo abrir nuevamente el cajón de los clichés y
decir que cada cosa es una memoria, y no por manida la idea es menos cierta: el
problema de los clichés es que lo son por haber sido verdades muchas veces con
anterioridad. Pero el asunto va más allá de eso, como lo intuye cualquiera,
pues las cosas abandonadas significan desplazamientos humanos que nunca son
voluntarios, aunque en algunos casos parezcan decisiones que se toman; la
realidad es que son vidas que alguna fuerza más o menos irresistible ha
expulsado de algún lugar, y en eso nuestro siglo, todavía tan joven, ya es
horrendamente pródigo. […] Ese desarraigo brutal está ocurriendo en todas
partes, con distintos carices y magnitudes distintas, a veces en la intimidad y
a veces en grandes escenarios, a veces a individuos que conocemos y a veces a
multitudes sin rostro, y un día sólo quedará, como noticia de esas vidas, el
rastro de sus cosas abandonadas.”
De más
está aclararlo: ni les echo esta cantaleta ni les digo que muy a menudo me
figuro abandonando este hogar a toda prisa y llevándome, si corro con suerte,
los documentos importantes que me parece que tengo a mano, un par de memorias
con lo escrito durante estos años y el efectivo con que cuente en el momento.
Desde luego que no el televisor, ojalá sí el computador, mi grabadora de voz,
un par de bastones y poco más. Pero incluso si viniera a cuento, jamás les
confesaría que preferiría desbarrancar a mi Tita desde este piso 18 a dejarla
abandonada a su suerte. Eso no… ¡eso nunca! Es más: si mi madre ya no viviera,
lo más probable es que salte con mi gata en brazos. (La imagen será todo lo
cursi que se quiera… aunque también futurible.)
486.
¿Sabe, maestro Grijelmo, que atenúa usted la lobreguez del camino con esta
reflexión, que invita a que científicos y -antes que lingüistas- escritores se
unan con vistas a comunicar, con más eficacia, lo que una mayoría todavía
apabullante de terrícolas no quiere o no parece comprender pese a lo abrumador
y lo evidente de la situación?:
“…Porque,
ojo, no se debe confundir […] el clima con el tiempo. Una cosa son las
condiciones meteorológicas de un momento concreto (el tiempo de cada día) y otra
las climatológicas (las variaciones que se dan con regularidad en un periodo
amplio). El hecho de que vivamos un cambio del clima constituye, por tanto, una
enorme novedad. Ahora bien, la palabra ‘cambio’ no transmite por sí misma nada
negativo. También hay cambios favorables.
En ese
contexto progresó la locución ‘crisis climática’, que ya transmitía por fin un
sustantivo que denota un problema. Sin embargo, todas las crisis terminan
pasando. En aquella época no dejábamos de hablar de la crisis económica, lo
cual ayudaba a percibir el sentido peyorativo de la palabra, sí, pero también
la connotaba con la idea de una futura recuperación, proceso en el que además
el comúhn de las gentes no teníamos capacidad alguna para intervenir. Uno se
adapta a una crisis financiera, la sufre, pero poco puede hacer individualmente
contra ella, a diferencia de lo que ocurre con el calentamiento global.
Surgió
entonces la propuesta ‘emergencia climática’, lo cual agravaba el mensaje sobre
lo que se nos venía encima, porque la emergencia consiste en una ‘situación de
peligro o desastre que requiere una acción inmediata’. Sin embargo, el camino
por el que ha transitado esa palabra la impregnó de un envoltorio adicional que
nos sugiere la idea de que, una vez aplicada esa atención, el riesgo acaba
pasando. Y si no pasa, nos afectará gravemente; pero en cualquier caso esto
sucederá pronto y luego se irá también. Hasta ahora no habíamos tenido noticias
de emergencias a largo plazo, sino que se relacionaban con riesgos inminentes, perceptibles
incluso por los sentidos.
Con todo
eso, sugiero ya otra denominación por si les parece a ustedes más adecuada:
‘amenaza climática’. La idea de la amenaza activa el instinto y adquiere
eficacia en el momento en que se formula, porque incita a actuar cuanto antes
frente a un peligro que en este caso ya se aprecia y cuyos efectos se agravarán
si no le oponemos hoy una reacción pertinente y proporcionada.
Todas
las batallas se libran también con palabras, y necesitamos las más certeras
para transmitir esa realidad y afrontarla con mayor conciencia en 2024.”
Pero no
bien termino de transcribir lo anterior palabra por palabra, con sus comas y
sus puntos y sus puntos y coma y mis puntos suspensivos y sus comillas y sus
paréntesis, me riño por malgastar quince minutos de lectura en el trasvase de
una idea loable que, como tantas otras, nació muerta -le pido perdón a usted,
maestro, a los científicos con alma y a Greta y sus muchachos de entre trece y
cien años por mi cínico escepticismo-: si las imágenes más inhumanas y cruentas
de Ucrania, Israel y Palestina no consiguen que nos echemos masivamente a la
calle y exijamos la detención de esos y otros horrores, ¿va a lograr un pobre
sustantivo que los que hoy sudamos la gota gorda en Bogotá, cual si viviéramos
en el Valle de la Muerte, o que los alemanes que temen en enero el desmadre de
ríos que en agosto van a estar secos nos digamos, todos a una, “no más
fantasear con el culo de Shakira” o “no más Bundesliga” y “a arrimar el hombro
para salvar el planeta”? Si las cataduras mefistofélicas de los peores, o sea
de los que tienen hoy por hoy al mundo a esto de la debacle sin precedentes que
supondría la Tercera -y muy probablemente última- Guerra Mundial no hace que
nos pongamos en guardia y en pie de lucha, ¡nada salvo esa matazón global,
librada en medio de sequías o inundaciones, ¿hará que despabilemos?!
487.
¡Pago por ver!... a Rosa Montero -a Rosita Montero- y a Juan Esteban Constaín,
dos de los articulistas de mi entraña, sentados conmigo de testigo excepcional
y moderador ocasional a la misma mesa de restaurante, de bar o mejor de eso que
ahora llaman dizque gastrobar, para transmutar en debate carnal los contenidos
al parecer irreconciliables de sus columnas tituladas ‘Escupir sobre su tumba’
y ‘Napoleón en harapos’. Lo que sería eso: él historiador, ella periodista, los
dos novelistas y -intuyo- ante todo buenos seres humanos -caso extraño o cosa
extraña en el gremio… y en el mundo-, cada cual argumentando y defendiendo lo
que yo conozco someramente pero deseo averiguar a fondo. ¿El ganador del
intercambio? Desde luego yo, que aprendería en las dos o tres horas que dure el
encuentro igual o más que en meses de lectura, aparte de que voy y hasta logro
hacer tremendo par de amigos.
488. ¿Quién,
entre un desaprensivo que detesta y se burla de un asiático -digo asiático como
podría decir indígena- y otro desaprensivo que detesta y se burla de un parapléjico
-digo parapléjico como podría decir sordo- es, bien mirado, el menos cauto y
por ende más temerario? Sospecho que el segundo, porque las probabilidades de
que usted se acueste blanco desangelado y amanezca amarillo ojirrasgado son
nulas, mientras que no escasean los testimonios de quien un día se levantó de
la cama por propio pie pero a la hora de volver a ella ya no caminaba ni lo
volvería a hacer en lo sucesivo.
Adenda:
yo, que soy ciego y por tanto sé de qué va la discriminación, no juzgo al
vergonzante que, sin que sepa por qué razón, siente fastidio por el que no ve
(no oye, cojea, tartajea, tiene la piel más oscura o los ojos rasgados) pero
intenta que no se le note pues entiende que se trata de otra, entre tantas,
mezquindad del alma humana en las que los sapiens nos vemos enredados contra
nuestra voluntad. En cambio, la mala leche y la imprevisión de los
desaprensivos me asquean y, como es apenas natural, sus infortunios me dejan de
piedra.
489. Se
rasgan las vestiduras los que nada leen (o lo poco que leen lo leen sin el
menor provecho) pero mucho publican (verbigracia en revistas indexadas de humanidades
y afines), según ellos -ellas y elles- porque estamos a tiro de que no se sepa
si un texto lo escribió un colega con pene, una alumna con vagina o cualquier
Chat GPT sin una cosa ni la otra tan divina. En los dos casos las
preocupaciones sobran porque nada como reservarse los ejercicios de escritura
para dentro del aula, y con tiempos e instrucciones claros y concisos (a
aprender a orientar, estimados docentes). Pero si de lo que hablamos es de la
producción escrita del grupo de científicos sociales tal del departamento o de
la facultad tal de tal universidad, pues ahí están los dichosos ‘pares
interinstitucionales’ para que demuestren su talento a la hora de desvelar los
plagios que, por otra parte, tantas mejoras salariales rinden en campus de aquí
y de allá.
En
cuanto a mí, los adelantos que hagan los algoritmos de los ‘large language
models’ a partir de ya y hasta que la especie perezca de cataclismo climático o
de los ataques atómicos de los psicópatas que nos arrastren a la Tercera Guerra
Mundial, me traen sin cuidado pues una sola cosa sé que sé: la agudeza
irreverente, la ironía y el humor acres de las inteligencias más deslumbradoras
no hay quién ni qué las emule. Con decirles que resulta harto más probable que
un buen día yo rechace la compañía inefable de una mujer para meter en mi cama
una muñeca inflable.
490.
Guarden bajo llave este ejemplo-prueba de lo argumentado en el desahogo
anterior, para que ni mañana ni nunca se dejen meter gato por liebre por los
forofos de la dichosa IA:
“…una
cuestión que me ocupa ahora a comienzos de año: si hubiese que elegir a una
persona, una nada más, que se muriese a lo largo del 2024, ¿quién sería?
Propondré una lista de candidatos y llegaré a mi veredicto con el objetivo
solemne, quiero pensar, de ayudar a definir quiénes son los individuos más
peligrosos del mundo en la actualidad.
Los hay
aquí en España que desean la muerte del presidente de Gobierno […]. No. Sánchez
no merece morir. Abascal y su gente tampoco. Como mucho, diría, tres o cuatro
azotes y a la cama sin cenar.
Pasemos
a candidatos más viables, empezando por Vladímir Putin, empapado de sangre, él.
‘Asesino en serie’ se queda corto. Entre matar a periodistas, opositores y
disidentes varios, más las matanzas de familias en Ucrania y los cientos de
miles de soldados ucranianos y rusos que han muerto en la guerra absurda que él
inició, hay más que suficiente motivo para procesarlo en un juicio a lo
Nuremberg. Siento particular pena por los jovencitos rusos que han fallecido.
La historia dirá que dieron sus vidas por nada, sin gloria, gracias al capricho
de un déspota.
Pero,
pese a todo, no deseo la muerte de Putin, ante todo porque el que le seguiría
en el Kremlin podría ser incluso más psicópata. Y también porque se presentaría
la posibilidad de caos político en Rusia, el país con el arsenal nuclear más
grande del mundo.
Reflexiono,
sin embargo, que quizá estoy pecando de un exceso de benevolencia hacia Putin
cuando recuerdo la feroz participación militar de sus tropas en Siria, junto al
dictador Bashar el Asad, en una guerra civil que se ha cobrado, desde el 2011,
más de medio millón de vidas árabes y kurdas. Pondré a El Asad en una breve
lista de posibles, pese a que, según me cuenta una persona que lo conoce, es un
tipo refinado de cuya boca difícilmente saldría la expresión ‘la concha de
Dios’.
Como
tampoco la dirían, entre otros posibles candidatos, el ayatolá Ali Jamenei,
líder supremo de la teocracia iraní, o los líderes de Hamas, o los del Estado
Islámico, u otros grupos islamistas que dan más valor a sus causas que a las
vidas de las personas, da igual que sean combatientes o civiles, abuelas o
niños. Lo mismo podemos decir del primer ministro israelí, Beniamin Netanyahu,
el carnicero de Gaza. Pero en ningún caso deseo sus muertes, por similares
motivos a los que me freno ante la opción de que muriese Putin. Los
reemplazarían personas igual de sanguinarias o peor. Sus martirios, además,
posiblemente generarían nuevos adeptos a su culto a la venganza.
No. Si
me tengo que quedar con un personaje cuya vida desearía que llegase a su fin, y
cuanto antes mejor, no serían ni Putin, ni El Asad. Sería Donald Trump. Ojo. Y
que quede claro: no propongo que se lo asesine. No pienso rebajarme al nivel de
los bárbaros. Lo que quisiera es que se muriese de causas naturales, con un
mínimo de sufrimiento, preferiblemente en la cama mientras duerma.
Ha
llegado a los 77 años, edad en la que fallece el norteamericano medio, y ha
vivido bien, con mucho dinero, muchas esposas y varios hijos. Se ha divertido
un montón, especialmente durante los cuatro años que jugó a ser presidente del
país más poderoso de la Tierra. Se puede ir y se debe ir. Los riesgos para la
democracia en su país y en el mundo, como las ventajas para los Putin y los
Netaniahu, son demasiado grandes como para permitirle la opción de volver a
ocupar por segunda vez la Casa Blanca tras las elecciones que se celebrarán, y
que según los sondeos ganaría, en noviembre de este año.
Trump es
mi elegido porque es único e irreemplazable, como King Kong. El trumpismo no
existe sin Trump, igual que el cristianismo no existe sin Jesucristo, El
Quijote sin el hidalgo, Torrente sin el agente que representa el brazo tonto de
la ley. Si Trump se va, se acaba la farsa y el mundo civilizado vuelve a
respirar.
Entonces
¿un deseo para el 2024? ‘¡Morite, Donald, morite!’”
Ahí
tienen, pues, juntito y amalgamado, lo del 489 y más que se me quedó sin
listar: la ética y la conciencia de un ser humano que, a diferencia de
cualquiera de los psicópatas en cuestión o los LLM, le imprime a lo que escribe
esta suerte de ADN moral que lo emparenta conmigo -y con el resto- tanto cuanto
lo diferencia.
¿Muertes
indoloras para los malditos, invoca usted, hermano? ¡Eso no, eso nunca! Me
rebajo, en este y en casos muy puntuales, al nivel de los bárbaros y clamo para
los por usted mencionados y para los demás que conozco sufrimientos sin nombre
y perpetuidad en la agonía.
491. Lo
prometo… qué lo prometo: ¡lo juro! De hoy en adelante, es decir desde ya, voy a
llevar, a dondequiera que vaya, un cartapacio con no menos de mil copias
impresas de este desahogo que don Arturo tituló, con total acierto, ‘Tutee
usted a su puta madre’. Las únicas que se van a salvar de que se lo dé a leer,
y sólo por la ilusión inconfesable de que ellas me lo den a mí,van a ser las
muchachas de voz acariciadora y pelo a los hombros o a media espalda y bien
lavado -se complicó el asunto-, de entre catorce -mejor no alborotar a la
jauría antiestupro- y veinticinco años a lo sumo: nadie más.
Como
quien dice: me arruiné a priori.
492.
Siguiendo con el gran Pérez-Reverte, les tengo una recomendación antes que nada
a los homosexuales y en general a los LGBTI… más lo que le hayan añadido
recientemente a la sigla. Lean de este prohombre, con injustificada fama de
machista cavernario entre las hordas canceladoras del feminismo -del buenismo-
más vulgar y destemplado, su columna titulada ‘Parejas venecianas’. Verán cómo,
en cuestión de diez minutos -los que duren la lectura del asombro y la
relectura de la confirmación-, aquellos que atiendan la sugerencia van a quedar
prendados de por vida de la inteligencia y la sensibilidad de un ser humano
excepcional, que observa al prójimo sin importunarlo y sin ser a su vez visto,
con maestría lo disecciona para sí y nos lo ofrece a sus asiduos en lecciones
hebdomadarias e inolvidables que versan sobre lo más ruin y bello de la
condición humana, con su sinfín de matices.
493.
Últimamente (el adverbio miente porque el ejercicio lleva años en marcha),
oyendo conversar a ‘los otros’, me desaburro haciendo compilaciones mentales de
los prejuicios y generalizaciones que los interlocutores por lo común sueltan
con suficiencia, y escurriendo el bulto cuando se me invita o conmina a
pronunciarme. Y llego a entusiasmarme, inclusive, cuando entre los contertulios
hay alguien que vive o vivió fuera del país, porque entonces lo que veo es a un
catedrático en plena acción, empeñado en desasnar a “estos pobres montañeros
sin mundo”.
Vamos a
suponer que hoy hay un almuerzo de bienvenida en honor preferiblemente de una
amiga, que vino de vacaciones procedente del norte de Europa y, más
exactamente, del país de Ibsen. Que no bien comienza el diálogo, ella lo
acapara para trasladarles, magnificado, su deslumbramiento a los que con arrobo
y vaya usted a saber si también envidia de la mala -claro que existe, estimada
Piedad-, le escuchan lo previsible: comparaciones a tutiplén tras las que no
cabe sino la certeza de que se vive en el peor de los mundos y de que allá, y
en muy pocos lugares más, la vida bulle exuberante pese al frío del invierno.
Se
extasía la cosmopolita mostrándonos insulsas imágenes de su celular en las que
ella, faltaría más, aparece en primer plano y, de fondo, la infraestructura
impresionante de Equis o Ye ciudad que yo hago como que miro sin parar de
asentir. Pero cuando le toca el turno a la abismal superioridad de los nórdicos
con respecto prácticamente al resto de mortales y ni se diga a ‘nosotros’,
invoco la presencia de, pongamos, Torvaldo y Nora Helmer.
Fantaseo
con el deseo -¿será que puede dejar de rimar, cabrón?- de proponerle a la
concurrencia, una vez disipada la carnalidad y la estela de nuestra común amiga
(quien lejos está de llamarse Estela o Stella), que leamos siquiera el primer
acto de ‘Casa de muñecas’ para que cotejemos lo subjetivo a secas con lo
subjetivo-literario y listemos los prejuicios y generalizaciones de la ahora
ausente. Ahí les van:
Los
escandinavos y más precisamente los noruegos bla, bla, bla. los hombres de
antes y más precisamente los hombres de la fría Europa bla, bla, bla. La razón
por que los nórdicos son tan prósperos es que allá nadie malgasta y todos
ahorran y bla, bla, bla. Los cabrones son los tontos de ahora porque los
hombres de antes no se dejaban manejar de nadie y menos aún de la mujer y bla,
bla, bla. Las generaciones pasadas no supieron de qué va eso que llamamos
consumismo desaforado pues bla, bla, bla. Todas las mujeres son interesadas o
si no mire a bla, bla, bla…
Adenda:
la literatura no es -no puede ser- infalible contra éste ni ningún otro mal
exclusivo de la especie; sin embargo, si quien lee no sufre de proclividad
congénita a taras por el estilo del fanatismo de las convicciones o el
facilismo de los juicios, seguro puede estar de una pronta mejoría y hasta de
una cura total si por añadidura se trata de un enfermo de los que jamás
abandonan el tratamiento.
494.
¡No, hermano!, ¡esto suyo de la 74 sí ya es descaro!; que se eche de enemigas a
las feminazis vaya y venga: ¿pero también a nosotros los animalistas de
corazón, y a los de veras comprometidos?: “El viejo, el ancestral cazador que
hay en todos nosotros renace en ciertas circunstancias. Cualidades que poseemos
dispersas, pero rara vez concentradas en una sola actividad, como son el
silencio, la paciencia, el sigilo, la atención, la agilidad, la celeridad, la
sorpresa, se dan cita en la superficie de nuestro ser y nos convierten en un
avezado y cruel hombre del paleolítico. Así, cuando mi gato comete una grave
tropelía, con qué astucia y tenacidad lo aguardo encogido tras un sillón o
detrás de una puerta, tendiéndole alguna sutil celada, durante interminables
minutos, para al fin saltar sobre él y atacarlo por su lado más vulnerable”.
¿Y cuál
es ése, don Granhijueputa? ¿A cuántos aporreó o hasta mató, pedazo de
malparido? Y agradézcale a la bendita muerte que no le eche encima a un tal
Ejército de Liberación Animal, que ya mismo miro si sigue operativo aquí en
Colombia, donde los violentos desiderativos y los de hecho no nos andamos con
maricadas, y usted lo sabe bien. Pero bueno; en aras de nuestra amistad, voy a
imaginarme que lo que usted le hacía al pobre animalito era darle un buen susto
o un trapazo inocuo todo lo más.
Y
pasando a otra cosa: ¿cayó usted, respetado Julio Ramón, en que en esta prosa
suya aparecen divinamente fotografiados el atracador que aguarda a su víctima
en una esquina oscura y ni qué decir el maldito que a quien acecha es a la
mujer, a la muchacha, al niño o a la niña que va a violar?
495. Si
la sordoceguera no fuera la conmoción vital y comunicativa que es, sería como
para ambicionarla y, gracias a ella, hurtárseles a las lacras que constituyen
las contaminaciones acústica y lumínica.
Pensaba
ayer viendo un documental en la DW -bendita seas y longevidad abundante- sobre
los estragos de la segunda en la naturaleza y tantas de sus criaturas, que a
las aves migratorias les ocurre con la lumínica lo que a nosotros los ciegos
con el puto ruido en las grandes ciudades: unas y otros nos desorientamos y
desubicamos, en ocasiones irremediablemente.
Que
millones de ellas se choquen contra lo que sea y mueran o simplemente caigan al
mar exhaustas y desaparezcan es para los expertos que por ellas velan, así como
para los que nos dolemos de su suerte con solastalgia y mala conciencia, una catástrofe
ambiental. Que un escribidor emparentado con Tiresias se queje de la
incompasividad de los decibelios es, en cambio, un grito de auxilio en medio
del desierto.
496. A
veces, ante una imagen soberbia con que tan a menudo me obsequia la literatura,
me quedo pensando si mi dizque ceguera congénita es de verdad tal cosa, y opto
por callar ante el hecho abrumador de que no conozco a ningún Barraquer capaz
de mirar en mi duda mirando conmigo la belleza: “una calle amparada por árboles
altísimos que parecen beber del cielo como si fuera una vena de luz”.
497.
Pero como la realidad termina siempre por imponerse, aprovecho este espacio
para pedirles a mis escritores-columnistas de cabecera que me echen una mano
con un asuntito. Resulta que comencé a leer esta mañana Las cosas, de Perec, y
quiero saber, en una escala del uno al diez, cómo califica cada uno de ustedes
las fantasías ¿decoradoras?, ¿decorativas? de la pareja protagonista de la
novela. Qué: ¿sí tiene buen gusto el par de ensoñadores este, o más bien se
trata de dos corronchos -huachafos, arribistas, cursis…- primermundistas, con
muchas ínfulas y ningún medio? De verdad que si la cuestión fuera con Susan y
Juan Lucas, los de Bryce Echenique, no los importunaría a ustedes en busca de
ayuda porque de mí ellos dos obtendrían un 10 sin atenuantes. Pero lo que pasa
es que yo con la mayoría de intelectuales e intelectualoides tengo… tengo…
Ustedes me entienden.
Adenda:
han pasado dos días desde que me lancé -culipronto como siempre he sido- a
escribir lo anterior, que podría borrar de un teclazo y sin remordimientos,
pues lo que quise que ustedes me respondieran me lo respondió la diatriba del
narrador, que arrecia a partir del tercer capítulo. Pero no lo hago porque el
496 quedaría huérfano.
498. Vamos
a ver: si cualquier día de estos se me diera por escoger el siguiente texto
para la tertulia literaria (en la que estarían vedadas todas las pantallas) que
quiero fundar, y la pregunta a debatir fuera ¿Cuándo cree usted que se escribió
la novela de que tomamos este pasaje y a quién pretende fotografiar el narrador
en su discurso?, ¿cuál se les ocurre a ustedes que sería la respuesta
mayoritaria?:
“…Pero
entre estos sueños demasiado grandes, a los que se entregaban con una
complacencia extraña, y la nulidad de sus acciones reales no se insertaba
ningún proyecto racional, que hubiera conciliado las necesidades objetivas y
sus posibilidades financieras. Los paralizaba la inmensidad de sus deseos.
Esta
ausencia de simplicidad, casi de lucidez, era característica. La comodidad -sin
duda esto era lo más grave- les faltaba terriblemente. No la comodidad
material, objetiva, sino cierta desenvoltura, cierto relajamiento. Tenían
tendencia a sentirse excitados, crispados, ávidos, casi envidiosos. Su amor al
bienestar, a estar mejor, se traducía la mayor parte del tiempo en un
proselitismo necio: entonces peroraban mucho rato, ellos y sus amigos, sobre la
genialidad de una pipa o de una mesa baja, hacían de ellas objetos de arte,
piezas de museo. Se entusiasmaban con una maleta, esas maletas minúsculas,
extraordinariamente planas, de piel negra levemente granulosa, que se ven en
los escaparates de las tiendas de la Madeleine y que parecen concentrar en
ellas todos los placeres supuestos de los viajes relámpago, a Nueva York o a
Londres. Cruzaban París para ir a ver un sillón que les habían dicho que era
perfecto. Y hasta, siendo muy expertos, dudaban a veces en ponerse una prenda
nueva, tan importante les parecía, para la excelencia de su aspecto, que antes
se hubiera llevado tres veces. Pero los ademanes, algo sacralizados, con que se
entusiasmaban ante el escaparate de una sastrería, una tienda de sombreros o de
calzado, con frecuencia sólo lograban que pareciesen un poco ridículos.
Acaso
estaban demasiado marcados por su pasado (y no sólo ellos, por lo demás, sino
sus amigos, sus compañeros de trabajo, la gente de su edad, el mundo en que
vivían inmersos). Acaso eran demasiado voraces de buenas a primeras: querían ir
demasiado deprisa. El mundo, las cosas, tendrían que haberles pertenecido desde
siempre, y ellos habrían multiplicado los signos de su posesión. […] Con
excesiva frecuencia, no les gustaba, en lo que llamaban lujo, más que el dinero
que había detrás. Sucumbían ante los signos de la riqueza: más que gustarles la
vida, les gustaba la riqueza.”
Me
anticipo y veo la cara de asombro indignado que ponen tres de cuatro
octogenarios que asisten religiosamente a la tertulia cuando, después de mucho
dejarlos a ellos y a los demás del grupo aventurar posibles respuestas, el
cuarto pide la palabra para decir que se trata de una novela publicada en “los
rebeldes años 60 del siglo pasado, cuando ustedes tres -los señala
respetuosamente- y yo, estábamos en la flor de la vida”.
Pero en
vista de que las discrepancias -ahora con el autor- amenazaban con dilatarse
más de lo conveniente, pedí silencio y les expresé mi contento de verlos tan
animados con la discusión y el tema. Y añadí a manera de despedida: Para que
sigamos conversando de materialismos y superficialidades y consumismos
generacionales, empiecen a leer o a releer ‘Casa de muñecas’ de Henrik Ibsen,
relacionen a la Nora Helmer del primer acto con el Jéróme y la Sylvie de Perec
(para lo cual deberán leer siquiera los dos primeros capítulos de la novela) y,
por supuesto que también,con sus nietos o sus hijos jóvenes y adolescentes. Y
nos fuimos todos, felices y satisfechos -o eso quiero creer-.
499. Mi
única discrepancia innegociable con la ciencia es, de momento, la denominación
Homo sapiens. Y es que por muchas vueltas que le dé al engendro, no deja de
chirriarme, de tan promesero e inexacto.
¿Se
necesitaba una palabra o frase que abarcara a toda la especie a fin de poderla
diferenciar de las demás que en el mundo son y han sido? Perfecto: ‘Homo
insatisfactus’ la vamos a llamar, a fin de no faltarle a la verdad, gente que
me escucha.
Y para
los que se estén diciendo que lo mío son ganas de joder y figurar -aciertan en
lo primero-, apenas unos ejemplos a manera de pruebas irrefutables, los cuales
son en sí mismos una afirmación: en el rico más rico, en la bella más bella, en
el donjuán más afortunado y en la artista más laureada se agazapa un Jéróme que
desea la suerte venérea y gratuita del mujeriego o el dinero y la exuberancia
del millonario; una Sylvie que codicia la juventud deslumbrante de la hermosa o
el prestigio reverente que se le tributa a la creadora. ¿Que el científico
Equis acaba de realizar un hallazgo que le asegura un Nobel?: Ojalá tuviera los
muchos millones de seguidores del estúpido youtuber Ye y Zeta para que el mundo
supiera quién es… quién soy yo. ¿Que un tal Lionel Messi ha ganado más ‘balones
de oro’ que un tal Cristiano Ronaldo?: Pero sha quisiera sho, un ser tan
simple, tener la pinta del puto portugués para haberme foshado las minas que él
se habrá foshado.
Mejor
dicho y para abreviar: la próxima vez que alguien le diga o que usted tenga la
tentación de decirle a otro que su vida es plena y feliz, no le crea o
absténgase de mentir, y entérese de que el gran Fernando Vallejo acuñó otra
denominación que también -tan bien- podría definirnos. ‘Homo mendax’ u ‘Homo
alalus mendax’: ¿qué duda cabe?
500.
Encontré recientemente la frase ‘la voluntad firme de no repetirse’ en un
artículo en el que se preconiza la obra y la persona del poeta Francisco Javier
Irazoki. Encontré ayer en la Wikipedia -con quien siempre voy a estar tan en
deuda como con Orfi- algo muy similar, pero ahora sobre Georges Perec: “Su Obra
estuvo basada en la experimentación, en ciertas limitaciones formales como forma
de creación, y en el explícito propósito de nunca repetir la misma idea en dos
libros”. Y encontré, pongamos veinte minutos después, este título, que me dio
jartera leer, en El País de España: ‘Perec, el escritor que jamás repitió un
libro’.
Inspiro
profundo, abandono el escritorio y comienzo a caminar de aquí para allá porque
me siento presa de un déja vu: a saber cuántas veces habré oído la misma
afirmación temeraria, el mismo propósito loable e insensato. ¡Pero si la
literatura no es más que vida en su estado más puro y la puta vida se resume en
lo que por estos lares llamamos la repetición de la repetidera! ¿O será que
quien me está hablando en medio de toda esta confusión de mis cuatro sentidos
es uno de esos charlatanes de la motivación que invitan a ‘hacer de cada día
algo inolvidable y espectacular’, ‘algo singular e irrepetible’, lo que se
resume en el grito de batalla: ‘¡a huir de la rutina!’?
Como si
la cagada diaria y las cinco o seis meadas pudieran reemplazarse por otra cosa;
como si espantar el sueño, el hambre y la sed fuera materia optativa. Qué: ¿me
compro un avión y me voy a recorrer como Petro y Lula el mundo y me sumo a su
combo de farsantes de la causa climática para que me aplaudan en cuanto foro
aterrice y pontifique mientras el Amazonas arde, para huir de la rutina? ¿O,
para huir de la rutina, me vuelvo youtuber de los que saltan desde el capó de
un carro en movimiento y al día siguiente, medio heridos o vueltos mierda,
hacen triatlón en Cartagena o en Cartagena de Indias para después emborracharse
en la cama de hospital en que se recuperan?
No sé si usted, lector improbable de estos desahogos -iba a decir desvaríos-, tenga la dicha de conocer literariamente a Karl Ove Knausgard y a Fernando Vallejo, los dos mayores portentos de ‘la repetición de la repetidera’ que figuran en mi enciclopedia, ni si se fijó en el epígrafe que engalana y justifica este ejercicio, para mí tan querido. Si no, lo reto a que los lea para que nos sintonicemos y, ya sintonizados, haga un último esfuerzo y les dedique un par de horas a los cuatro primeros capítulos de Las cosas a ver si me responde: ¿salió airoso o fracasó Perec en su propósito loable e insensato de no repetir la misma idea no ya en dos libros distintos, sino en parte de la primera parte de su primerísima novela?
No hay comentarios:
Publicar un comentario