“El que
no sabe repetir es un esteta. El que repite sin entusiasmo es un filisteo. Sólo
el que sabe repetir, con entusiasmo renovado constantemente, es un hombre.”
Soren
Kierkegaard
501. Si
para cuando se publiquen estas reflexiones -de mí no va a depender en absoluto-
la Tercera Guerra Mundial nada que se declara y en cambio la hospitalidad del
planeta sigue deteriorándose, consigno la solución para que se declare y, en
menos de lo que canta un gallo, no quede piedra sobre piedra. Hay que conseguir
que se sienten, en torno a la misma mesa, un representante del sionismo, uno
del sunismo, uno del chiismo, uno del cristianismo ortodoxo, uno del
cristianismo romano…; un sinvergüenza de la extrema izquierda y otro
sinvergüenza de la extrema derecha, ambos con suficientes influencia y
aceptación entre los nostálgicos del estalinismo y del hitlerismo; y todos
necesariamente lectores de probada capacidad. Con Fernando Vallejo de moderador
(o con su avatar caso de estar muerto), a nuestros prohombres se les da a leer
el capítulo 13 de ‘El sentido de la existencia humana’ para que lo debatan
ayudados por el ilustre iconoclasta antioqueño. Como el desencuentro se debe
celebrar en medio del más absoluto secretismo, la conflagración va a agarrar a
la especie en pleno con los calzones abajo y embebida en un video o en las
redes sociales. Se trata de que no sobreviva ni uno solo de los nueve o diez
millardos de Homo insatisfactus que a la sazón abollen la Tierra, precisamente
para que el planeta, libre ahora de la plaga que comportamos, renazca de entre
las cenizas del cataclismo y vuelva a generar vida… pero vida luminosa
exclusivamente.
502. Para
que las inteligencias medias dejen de creer -o confirmen su inexistencia- en el
embeleco ese del alma inmortal de que dizque venimos provistos los humanos y
ningún otro animal, dos cosas deberían bastarles. Estas palabras del neurólogo
Gerald Edelman (“La conciencia es lo que avala todo lo que consideramos humano
y valioso. Consideramos su pérdida permanente como una equivalencia de la
muerte, aunque el cuerpo siga mostrando signos vitales”), y la experiencia
traumática pero instructiva de tener a un ser querido en estado de coma o
vegetativo.
Con un
intervalo de 26 años, mi padre y mi hermana recalaron en sendas unidades de
cuidados intensivos (él, desprovisto de cualquier vestigio de alma -es decir
inconsciente de modo irreversible-; ella, con el alma intacta -es decir enferma
aunque del todo consciente- si bien por muy poco tiempo), de donde al cabo
salieron tras decretárseles dos muertes: la cerebral primero y la corporal
después.
Será tan
definitiva la conciencia que si a un maldito con rango en la oficialidad
mundial tipo Putin o Netanyahu se les descerraja en donde corresponde un único
disparo certero, en cuestión de segundos los tendremos convertidos de
desalmados en desarmados e inocuos.
503. Yo
que los beneficiados, no celebraría en modo alguno o celebraría a rabiar -ya
saben: los jodidos puntos de vista- porque en cualquier caso, los efectos del
hito histórico -por fin un uso a la altura del adjetivo- van a durar lo que
tarde en morir Francisco y empuñar el cetro uno que no desentone con los tiempos
que corren… uno que trabaje mancomunadamente con el AfD alemán, los trumpistas
y los que andan de plácemes con el fascismo desembozado de… (“dan más miedo los
rostros de los discípulos de Miley que los monstruos de Picasso”) en Davos:
“…Parece
una tontería, pero esta decisión significa también que los afectados (y
afectadas, limitaciones del genérico) ya no irán al infierno. Y no ir al
infierno, créanme, es un chollo. Lo sé porque, aunque yo no he entrado en él,
él sí ha entrado en mí. Lo llevo en el alma desde que un cura de mi infancia
nos explicó qué era la eternidad y lo que implicaba vivirla torturado por los
hierros al rojo vivo que Satán se complacía en meter por los orificios del
cuerpo del condenado. Bien, eso se acabó para los amantes del mismo sexo.
Enhorabuena.
Ahora me
pregunto si la bendición se aplicará con efectos retroactivos y dejarán salir
del averno a los miles o millones de personas que, debido a sus inclinaciones
amatorias, ingresaron en él a lo largo de los últimos siglos. Son tantos que no
creo que quepan de golpe por la puerta de salida. Habrá que establecer algo, no
sé, un orden, unas prioridades. Nos gustaría conocerlas, por curiosidad.”
Lo que
sería ese desfile de indultados excarcelados: ríos y ríos de hábitos y sotanas
enseñoreándose de la transmisión ‘en tiempo real’ y, jubilosa, la comunidad
LGBT… dándoles, al fin y oficialmente, la bienvenida.
504. No
puedo estarles más reconocido a los animalistas vocacionales que, en lugar de
estarse llenando los bolsillos como cualquier Elon Musk u otro pobre diablo de
la codicia, o pontificando urbi et orbi como Lula y Petro sobre cómo salvar el
planeta que los dos ayudan a calentar con gran eficacia, trabajan como Quijotes
por la causa. Pero a ver cuál es capaz de sumarle belleza verbal o escrita a su
apostolado, de decir tan cursi, con una joya por el estilo de ‘Reino animal’,
que harían bien en leer y releer ya mismo en El País de España.
505. ¿Que
el conyugicidio, el filicidio, el fratricidio, el matricidio, el parricidio, el
uxoricidio o el ‘…cidio’ que sea y que se relacione con un ser querido es
siempre un crimen mortal a la par que un pecado de lesa humanidad? No si mi
padre o mi hermano o mi esposo es un Omar al Bashir, si mi madre o mi hermana o
mi esposa es una Rosario Murillo pues, en casos así, al tiranicida se lo
debería declarar héroe global y benefactor universal.
506. Si
a Israel y por consiguiente a Netanyahu se los llega a declarar culpables de
genocidio por la carnicería que perpetran en Gaza desde el 7 de octubre de
2023, en la sentencia que se profiera tendrán que figurar Yahya Sinwar y los
violadores y asesinos y secuestradores de Hamas en su calidad de instigadores y
autores mediatos de esta barbarie ‘a cuatro manos’ o, mejor aún, ‘a dos
cerebros’. Y una pregunta para los historiadores que merecen el nombre:
¿existen precedentes de un fenómeno que tocaría bautizar, llegado el caso,
‘autogenocidio’?
507. Hablemos
de discriminaciones y díganme entonces. ¿Qué diferencia existe entre la que
desde siempre han sufrido las mujeres y la que por ejemplo sufrimos desde
siempre los ciegos y otros discapacitados? Pues que en tanto que a las mujeres
las discriminan ciertos hombres, a nosotros -los cuadripléjicos, los sordos,
los down y los autistas y los esquizoides y los esquizofrénicos y…- nos
discriminan ciertos hombres y ciertas mujeres, de cualquier edad y raza, de
todas las edades y razas y credos y cosmovisiones y procedencias. De modo que
yo, ciego y hombre y blanco sufro, comparado con una mujer ciega y blanca,
menos discriminación que ella y ella, comparada a su vez con otra mujer ciega, pero
no blanca sino negra… Este conocimiento, edificado y cosechado a lo largo de
más o menos cuarenta y cinco años de discriminaciones encajadas en primera
persona y de la observación atenta del entorno y de realidades ajenas más
lejanas en el espacio, es lo que me lleva a despreciar abiertamente el postureo
victimista del feminismo más quejumbroso y todos los victimismos que de esa
lucha, del todo legítima y plausible en sus comienzos, han copiado el discurso
y aprendido las mañas.
¿Cuál es
el antídoto más eficaz contra la estupidez no del que se siente superior a
otros -¿quién no?- pero, vergonzante, se lo calla, sino la del pobre diablo,
poderoso -un tal Trump- o no -una tal M. B.-, hace vulgar alarde de ella? Pues
esto tan en demasía escaso entre discriminadores, indiferentes y discriminados:
“Recién
casada en París con el prestigioso profesor de química Pierre Curie, alguien
preguntó a María Sklodowska, joven científica polaca:
--¿Cómo
hace uno para casarse con un genio?
--No
sabría decirle -respondió ella-. Pregúntele a mi marido.”
Y lo
peor del caso es que muy pocas meritorias se atreven, por miedo a la jauría, a
plantarles cara a las ménades del “¡nos están matando!”, en cuya agenda
política no hay sitio para ninguna Laura Angulo anónima y muchísimo menos para
las israelíes vejadas y violadas por los terroristas de Hamas el 7 de octubre
de 2023. “¡Nos están violentando!”, gritaban sus congéneres aquella jornada
infernal desde Israel pero ustedes, que entienden divinamente el español de
Jenny Hermoso y el inglés de Mia Farrow, ni una palabra del hebreo del enemigo.
508. Dulce:
que alguien tan escorado a la izquierda -bueno, hasta 2022- como William Ospina
tenga la decencia y el valor de poner de manifiesto en un artículo que tituló
‘El látigo’ su opinión sobre los desatinos y desvergüenzas del todo previsibles
de este desgobierno de tarambanas (con dos excepciones… o una y media). Agrio:
que uno no sepa si la andanada sea el resultado de una reflexión objetiva y
desinteresada o la supuración de la herida que seguramente abrió la
imposibilidad de convertirse en el ministro de Cultura o de Educación de uno
que pintaba para Miley criollo. Agridulce no saber, en fin, qué estaría
haciendo Ospina en esa cartera: si más o menos lo mismo que los improvisadores
del Esperpetro en las suyas u obrando los milagros antirreformistas -y emparamados
de pachulí victimista de Sur Global- con que entretiene a la peña en su columna
de El Espectador.
Ahora;
¿comparar A William Ospina con el Santiago Gamboa que desde que ganó su votado
y perdió Colombia -perdía con cara y con sello- calla y pasa de agache, o con el
Julio César Londoño que, como cualquier Vicky Dávila con Uribe y el Titeriván,
perfuma la mierda mamerta que nos estamos comiendo en su articulete-mentís
‘¿Vamos mal?’: una canallada.
Adenda:
que por qué no los dejo de leer a los tres, o al menos a dos, o al menos “al
Londoño ese que tanto lo irrita”, pregunta mi madre. Podría no volver a leer
-le respondo- a Gamboa e incluso a Ospina… ¿Pero a Londoño, Orfi? E intento
sacarla de su pasmo leyéndole, despacio y a muy razonable volumen, ‘La
invención de la muerte’.
509. A
que no adivinan con cuál de los dos estoy de acuerdo: ¿con William Ospina (tan
cursi y huachafo y guiso cuando el tema es la política como sutil y acertado
cuando escribe de literatura), que enaltece a los terroristas y asesinos de
izquierdas y por necesidad a los que los enfrentan con el sustantivo
‘guerreros’, o con Eduardo Escobar, que agrupa a toda la bazofia
narcoparamilitarguerrillera bajo una categoría cuya precisión no creo que se
pueda igualar?: ¡”pandillas de psicópatas” los llamó este man hace nada en
‘Carrusel de las narrativas’! Gracias, maestro, por el acierto. En adelante…
510. El
que afirme o siquiera piense que la sevicia y demás vilezas humanas llegaron a
las Américas y otras regiones colonizadas y expoliadas del mundo con los
colonizadores y los expoliadores, está tan equivocado como el que crea y
sostenga que los culebrones son un producto de la televisión:
“El
capitán es una persona de excelente disposición que destaca en el barco por su
amabilidad y la templanza con que ejerce la disciplina. De hecho, es de
naturaleza tan afable que no se dedica a la caza -el entretenimiento preferido
y casi único por aquí- porque no puede soportar el derramamiento de sangre” (uno
de los míos… y perdón por la interrupción): “Es más, podría considerarse un
hombre de una heroica generosidad. Hace algunos años se enamoró de una joven
dama rusa de discreta fortuna, y el padre de la chica, al saber que había
amasado una considerable suma a raíz del cobro de ciertas recompensas, consintió
en el enlace. Se citó con su amada, antes de la ceremonia ya concertada, pero ella
se presentó bañada en lágrimas y, arrojándose a sus pies, le rogó que la
liberara del compromiso y le confesó asimismo que amaba a otro hombre, un
hombre pobre, y que su padre jamás consentiría en la unión. Mi generoso amigo
tranquilizó a la que le suplicaba y, después de informarse del nombre del
amante, desistió de inmediato de su propósito. Con el dinero amasado había
comprado ya una granja en la que había decidido pasar el resto de sus días. No
obstante, obsequió a su rival con la propiedad y le entregó el resto del dinero
ganado en el mar para que este pudiera comprar ganado, y luego él mismo
solicitó al padre de la joven que consintiera en el matrimonio de su hija con
su amado. El anciano se negó en redondo porque sentía que contraía una deuda de
honor con mi amigo. Este, al percatarse de la actitud inexorable del padre,
abandonó el país y no regresó hasta que se enteró de que su antigua prometida
se había casado conforme a sus deseos. ‘¡Qué individuo más noble!’…”.
A ver, Tico;
deja que te diga un par de cosas: de noble nada porque ese amigo tuyo, ese papahuevos
o papamoscas o papanatas que ni pintado para una telebovela mexicana o venezolana,
no es noble sino un pobre güevón. Pero tampoco lo llames ‘individuo’ porque ese
sustantivo, en el español respetable y por tanto en vías de desaparición, se
reserva para los de veras indeseables: un Tucker Carlson, un Aleksandr Duguin o
infinidad de sujetos por el estilo, desde luego que también de tu tiempo.
511. Sería
para reírse si no fuera todo tan asqueroso.
La misma
Sudáfrica gobernada por el mismo partido corrupto que en 2015 dejó largar
incólume a un criminal de guerra y dictador llamado Omar al Bashir, a sabiendas
de que sobre él pesaba una orden de arresto de la CPI (y que tiempo después “se
abstuvo en la votación en la ONU sobre la invasión de Rusia a Ucrania. Esa no
estaba ni siquiera espoleada por un ataque previo […], pero en ese caso a
Sudáfrica le dio igual, como muestra su voto”), pretende hoy que se condene por
genocidio al Israel que invade a Gaza y mata palestinos como a moscas. Benjamín
Netanyahu celebra que la CIJ no satisfizo enteramente las pretensiones del
denunciante y, con cinismo mefistofélico, declara que nadie más apegado al
derecho internacional que el pobre Israel al que tantos odian producto del
antisemitismo. Y los benditos números, siempre elucidadores si se escucha con
atención a quien habla, tanto más cuanto que se trate de un poderoso. Porque lo
que yo le oí al carnicero de Gaza fue el adjetivo ‘genocida’ en relación con
-¿quién iba a ser?- los como él terroristas de Hamas a los que, al igual que a
él, todavía hoy no se los puede denominar ‘genocidas’ oficialmente. Las cuentas
son muy sencillas: si Netanyahu piensa que Hamas perpetró un genocidio por
haber matado a mil doscientas personas más o menos, ¿no lo van a ser él y sus asesinos
que hoy, finales de enero de 2024, van por las veintiseis mil? Desconozco si a
los unos o a los otros se los gradúe algún día de aquello tan deshonroso pese a
lo manoseado, pero dentro de mí sí que bulle la certeza de que si los unos y
los otros gozaran de carta blanca para desaparecer al enemigo, lo harían
gustosos y empleándose a fondo para borrar de la faz de la Tierra hasta el último
vestigio.
Les pido
disculpas a los expertos que cuentan por las incorrecciones técnicas y
conceptuales en las que haya podido incurrir.
512. A
la muerte no se le clama; no se le clama porque la muy soberbia, ocupada como
está siempre en obrar el prodigio de la ubicuidad, no tiene tiempo para ruegos
y gimoteos. Es uno el que, bien mediante un mensajero resuelto y eficiente,
bien en persona y sin compañías estorbosas, va en su busca para enterarla de
que nuestra fecha se adelanta: lo que he aprendido de mis días de odio.
513. Si
Victor -un flamante amigo de Walson y mío- tiene sus “bien amados rostros” (sus
hermanos, Elizabeth y Clerval), yo tengo “mis bien amadas voces”. Que aún
resuenan (la de Orfi y la de la Goga), o que lo hacen en mi memoria auditiva:
la de mi hermadre, la de mi Pinchilín, la de Abe, la de mi hija, la de Quico…
Se me murieron y nunca hice un experimento que vengo pergeñando -porque lo mío
es pergeñar- desde antiguo.
Aprovecho
la única ocasión en que prácticamente toda mi familia materna se reunió en la
finca de la Abuelita Elvia y, a oscuras, sin siquiera la luz de vela que
alumbraba cuando la luna no daba la cara, con los ojos vendados para ahorrarme
suspicacias y ahorrarles a ellos picardías, procedo a escoger de entre los
veinticinco o treinta que vacacionamos allí primero a uno y luego a otro y otro
y otro y otro hasta completar cinco personas que, por turnos, van a repetir sin
inflexiones la palabra que yo les susurre al oído. En vista de que privados de
la luz como están no pueden escribir -escribir sería lo ideal-, cada uno de los
veintipico oyentes habrá de mencionar el nombre de quien cree que habló, por
supuesto que no al unísono sino por separado, para lo cual habrá de esperar a
que yo lo llame y tome nota de su elección. Surtido todo el proceso, me retiro
del jolgorio para sumar con particular cuidado los aciertos y los desaciertos… ¡¿Saben
qué?! Se me acaba de ocurrir una mejor idea valiéndome de mi grabadora de voz y
sin prescindir de la escritura. Cuando la tenga pergeñada les cuento.
514. ¿Tornar
al aula? Sí, pero no antes de que Bogotá vuelva a ser tierra fría gracias a la
reversión total de los efectos del cambio climático, de la concienciación de
los más ricos y poderosos del mundo y del resto de la especie sobre la
necesidad de compartir y no atesorar, del establecimiento con plenas garantías
de un Estado palestino y otro Kurdo, de que se le ponga fin al terrorismo de
Estado ruso e israelí y a todos los terrorismos, de que gracias a la lotocracia
se desarraiguen de las democracias los vicios que las corrompen, de que la
religión se confine a cal y canto en el ámbito de lo privado y se reduzcan los
extremismos políticos a meros malos recuerdos consignados en los libros que
escriben los historiadores que así merecen ser llamados, de la prohibición
global de las pantallas en poder de los estudiantes y de que a ellos, a los
universitarios, se los vuelva a considerar adultos y a tratar como adultos,
tengan dieciséis o setenta años:
“A la
mañana siguiente entregué mis cartas de presentación y fui a ver a algunos de
los principales profesores, entre los que destacaba el señor Krempe,
catedrático de filosofía natural. El profesor me recibió con cordialidad y me
hizo varias preguntas sobre mis conocimientos de las distintas disciplinas
científicas que pertenecían a su asignatura. Mencioné, debo confesar que con
inquietud y temblor, a los únicos autores que había leído sobre la materia. El
profesor se me quedó mirando fijamente:
-¿De
verdad se ha dedicado a estudiar esas tonterías?
Contesté
afirmativamente. El señor Krempe siguió hablando acalorado.
-Cada
minuto, cada instante que ha desperdiciado con esos libros es un minuto o un
instante perdido. Tiene la cabeza llena de métodos superados y nombres
inútiles. ¡Por el amor de Dios! ¿En qué tierra baldía ha vivido usted sin que
nadie haya tenido la amabilidad de informarle de que esas fantasías, de las que
con tanto afán se ha embebido, tienen mil años de antigüedad y son tan viejas
que ya crían malvas? No me esperaba, en estos tiempos de sabiduría y ciencia,
encontrarme con un discípulo de Alberto Magno y Paracelso. Estimado señor mío,
debe comenzar sus estudios partiendo de cero.
Tras su
discurso, el catedrático escribió una lista de varios libros que versaban sobre
filosofía natural que quería que yo adquiriera…”.
Los cada
día menos Krempes que se dedican en el presente a la docencia universitaria
pueden dar fe de que un llamado de atención puntual y respetuoso, como el del
catedrático de la cita, muy posiblemente derive hoy en lágrimas o insolencia, en
reclusiones del regañado en el ‘safe space’ para alumnos “traumatizados y
devastados” con que cuenta el campus, o directamente en una queja formal de los
padres del jovencito ante las instancias superiores de la universidad, y en la
apertura de un proceso disciplinario por maltrato al estudiante, cuando no en
la cancelación sin dilaciones del contrato del maltratador. Es lo que hay y lo
que va a seguir produciendo esta sociedad que infantiliza e irrespeta, desde
centenarios hasta veinteañeros, a los que tutea y explica, con lujo de
detalles, desde por qué no se debe conducir bajo los efectos del alcohol y las
drogas hasta la importancia de hidratarse convenientemente en tiempos de
amenaza climática. Una sociedad que reemplazó las cartas de presentación con
que Victor y los demás primíparos de su tiempo debían comparecer ante sus
profesores por reuniones de familia y de bienvenida al campus, nada sino
borregos diplomados puede forjar.
Adenda:
como desconozco si para cuando usted esté adelantando su investigación sobre la
‘universidad parvularia’ (de fines del siglo XX y los primeros cien años del
XXI) Google todavía va a existir con la información que hoy registra, le
suministro tres pruebas vernáculas de que no miento un ápice: “El sábado 2 de
septiembre, La Sergio llevó a cabo su tradicional reunión de padres y madres de
estudiantes de primer semestre, en…”; “Bienestar Universitario y las Facultades
de: Psicología, Diseño, Ingeniería y Ciencias Económicas y Administrativas
recuerdan a los familiares de 1° semestre, la invitación al encuentro de padres
de familia denominado: ‘Claves para acompañar a los jóvenes en la vida
universitaria’. El propósito de esta actividad, es favorecer al joven en su
adaptación al estilo de vida propio de la Universidad Católica de Colombia…”;
“Hoy el rector de nuestra Casa de Estudios, Hernando Parra Nieto, habló con más
de 800 padres de nuestros estudiantes primerizos a los que les dio la
bienvenida a la familia externadista…” (Tal vez le interese saber, a manera de
atenuante, que el día en que esto escribo -uno de febrero de dos mil
veinticuatro- no tengo noticias de universidades parvularias que hayan
prohibido expresa y concluyentemente las borracheras, las trabas o los acuestes
de y entre sus estudiantes, aunque sí entre éstos y los empleados del centro y
sin que obste que el empleado -llámese profesor o secretaria- sea coetáneo del
estudiante o aun menor: la razón de mi renuncia a la última cátedra que ejercí).
515. A
ver quién lo entiende, aparte de mis gatos y de los nómadas urbanos de Bogotá y
de todo país y ciudad y pueblo de la aldea global que críen indigencia: “Entro
a la cocina y veo a mi mujer sumergida bajo centenares de platos, tazas,
fuentes, ollas, copas, cubiertos, coladores, espumaderas, aparatos eléctricos,
tratando de limpiarlos y de ponerlos en orden. Y me digo que no hay nada peor
que caer bajo la dominación de los objetos. La única manera de evitarlo es
poseyendo lo menos posible. Toda adquisición es una responsabilidad y por ello
una servidumbre. De ahí que ciertas tribus recolectoras de australia, Nueva
Guinea, Amazonía, hayan decidido no poseer nada, lo que, paradójicamente, no es
un signo de pobreza, sino de riqueza. Eso les permite la movilidad, la
errancia, es decir, lo que no tiene precio: la libertad”.
Mejor no
le cuento, ilustre y estimado cofrade del machismo manso, lo que pasó en la
tertulia en que quise discutir su reflexión con los concurrentes, quienes en su
gran mayoría -cuatro de cinco- se enrocaron con obstinación en la bella imagen
que la precede. ¡Pero si hasta amenazaron con retirarse para siempre si no les
desvelaba el nombre del “machista heteropatriarcal y misógino que escribió esta
vaina”. ¿Qué cree usted que les dije? Les dije, en vista de que la suscribo
ciento por ciento, que era de mi autoría y ahí fue Troya. Resumiendo, la
ordalía terminó conmigo defendiendo a capa y espada mi más absoluta convicción
de que si quien hubiera entrado en la cocina hubiera sido su mujer y usted el
que trajinaba en el caos de la acumulación, la imagen valdría lo mismo que el
desencuentro en que ellos cuatro -el quinto era un pobre desgüevado de los que
esperan que los demás se larguen para decirnos que tenemos razón- convirtieron
lo que habría podido ser un tremendo aprendizaje colectivo, y vaya usted a
saber si hasta un cambio para bien en el significado que cada cual tiene del
verbo poseer.
516. Déjeme
usted que parafrasee la 95 con un par de fines: celebrar semejante gema de la
concreción inteligente, y “enseñarle” a la tertulia lo que me ha llevado años
aprender: “Nuestro talante es la superposición de los talantes de nuestros
antepasados. En el curso de nuestra vida las virtudes y defectos de unos se van
haciendo más perceptibles que los de otros. Así, de bebés, nos atribuyen la
dulzura de la abuela paterna; de niños, la irascibilidad de un tío; de
adolescentes, el desenfreno y el descomedimiento de nuestra hermana mayor; de
jóvenes, la disciplina del abuelo materno; de maduros, el extremismo sectario
de Fidel Videla; de viejos, la generosidad rebelde y sabia de Antígona; de
ancianos, la mala leche de Caín. Salvo que te llames Putin o Netanyahu, Gloria
Cecilia Narváez o José Andrés, los millardos que no somos ni chicha ni limoná
sino un revoltijo de ambas, nos merecemos, por supuesto que con matices y
gradaciones, el claroscuro de la foto.
517. “Los
ecólogos se han encargado de denunciar la contaminación del medio ambiente,
pero ¿quién se preocupa de la polución verbal e ideológica?”: desde luego que
no los políticos de la antielocuencia enfática, los periodistas y comunicadores
del archisílabo y el anacoluto y muchísimo menos los lingüistas y supuestos
profesores o catedráticos de español o castellano, cuyos discursos en nada se
diferencian de los de la prensa y la política. Esa labor, ingrata donde las
haya, la ejercen hoy Álex Grijelmo y otros pocos Quijotes del buen decir que se
baten contra los consabidos molinos de viento, sólo que huérfanos de escudero.
Para no
ir muy lejos y para ponerlo al tanto de la velocidad de vértigo a la que cunde
el mal ejemplo, le cuento que hace más o menos un par de años se empezó a
desterrar de todo discurso y soflama y conferencia y clase y charla entre amigos
y bisbiseo entre amantes la entrañable preposición ‘con’, para reemplazarla, en
todos los casos, por la frase ‘junto a’, en la convicción de que lo
cantinflesco y enrevesado, si extenso, dos veces circunstanfláutico.
¿Cómo
explicarle al vulgo diplomado o pluridiplomado el tamaño del exabrupto? De
pronto intentándo hacerles ver que no es lo mismo decir o escribir “Anoche,
mientras pichaba con mi marido” que “Anoche, mientras pichaba junto a mi marido”
pues en el segundo caso, o bien el marido estaba dormido mientras su mujer pichaba
con otro o despierto y mortificado de verlos gozar o, estirando mucho la
truculencia, pichando a su turno junto a su mujer mas no con ella. Pero la
verdad hermano es que yo no estoy para perder más tiempo del que ya pierdo
oyéndolos desbarrar.
518. Cómo
le parece, Ribeyro hijuemadre, que el otro día, domingo para más señas, voy y
me topo, en El Espectador, con esta joya de titular: ‘Tener una discapacidad no
lo limita a uno en nada’. Me quedé de piedra ante el tamaño de la mentira y mi
primer impulso fue, no leer el artículo -supuse que eso era-, sino coger mi
hoja de vida y enviársela al periódico para que me empleara de chofer, de
fotógrafo, de diseñador gráfico, de diagramador o portero pues, como
comprenderá usted, una oportunidad así de calva difícilmente se volvería a
presentar aun en estos tiempos de exacerbados inclusivismos teóricos. Pero me
distraje con un asunto de la más cruda realidad y casi se me olvidó.
hasta
esta mañana, cuando leí su prosa apátrida 99 y me dije que tenía que buscar
aquello: no un artículo, sino un video cándido y bienintencionado que, como
presentí, “miente” con tanta ingenuidad que imposibilita la indignación. Con
decirle que tras verlo dos veces -por si algo se me había pasado por alto- no
supe cuál es la discapacidad del muchacho que lo inspiró. ¿Parapléjico o
hemipléjico?, ¿amputado o emputado crónico?, ¿ciego o casimiro (no confundir
con Casemiro)?: no creo que sordo y por descontado que mudo tampoco, pues se
comprende lo que dice.
No
estaría mal que alguien más esforzado y empeñoso que yo y menos inhallable e inasible
que Ribeyro se tome el trabajo de encontrar al entrevistado y a la
entrevistadora -también insulsa- para que les pregunte, a fin de que puedan
convalidar la aseveración del titular, qué posibilidades tiene un ciego total de
jugar a lo que aquí el autor: “Durante muchos años, por un error del editor,
que se había equivocado en el retrato de la contratapa, leí obras de Balzac
pensando que tenía el rostro de Amiel, es decir, un rostro alargado, magro,
elegante, enfermizo y metafísico. Sólo cuando más tarde descubrí el verdadero
rostro de Balzac su obra para mí cambió de sentido y se me iluminó. Cada
escritor tiene la cara de su obra. Así me divierto a veces pensando cómo leería
las obras de Victor Hugo si tuviera la cara de Baudelaire o las de Vallejo si
se hubiera parecido a Neruda. Pero es evidente que Vallejo no hubiera escrito
los Poemas humanos si hubiera tenido la cara de Neruda”.
Por si
no se da con ellos, me anticipo y les informo que las mismas que yo cuando era
niño y, en mi casa o en la que estuviéramos visitando, algún entusiasta
proponía que trajeran los álbumes que hubiera para que miraran fotos. Siempre
me supe, y me resigné a estarlo, excluido de esas dos horas de paraíso
analógico.
Ah, y
menos mal que yo no soy escritor sino escribidor, y eso me salva de tener un
rostro para una obra.
519. Para
que comprendan cabalmente esta -llamémosla- ‘teoría polifónica’ del gran Javier
Cercas, pueden hacer lo siguiente: lean en El Espectador ‘¿Vamos mal?’ de Julio
César Londoño y cuenten las columnas que sobre el Esperpetro y su desgobierno
de tarambanas a publicado allí mismo Santiago Gamboa. A continuación, hagan un
cotejo pormenorizado de lo que el uno y el otro denunciaron y gritaron en los
primeros dieciocho meses de las presidencias del Titeriván, de Santos… y saquen
cuentas:
“He aquí
las dos reglas básicas del intelectual de izquierdas (si el Gobierno es de
izquierdas) y del intelectual de derechas (si el Gobierno es de derechas):
Uno. El
Gobierno siempre tiene razón. Dos. Si el Gobierno no tiene razón, rige la
primera regla.
Exagero,
pero poco.
La
expresión ‘intelectual independiente’ es un pleonasmo: un intelectual no
independiente no es un intelectual; pero, entre nosotros, parece casi un
oxímoron: un intelectual independiente es un perro verde, o poco menos. Aquí,
salvo excepciones, el intelectual tiende a ser un idiota etimológico (‘idiotés’
significa en griego quien se desentiende de la política) o un capataz del
poder; así que, si alguien osa rebelarse contra el poder, no digamos si incita
a rebelarse a los demás, el idiota se hace el sueco -no vaya a ser que alguien
se moleste-, pero el capataz reacciona como sus homólogos de las plantaciones
algodoneras de Virginia cuando oían refunfuñar a los esclavos: ‘Pero ¿cómo
podéis quejaros, ingratos? ¿No coméis y bebéis y dormís bajo techo? ¿No os dais
cuenta de que sois unos privilegiados? ¿Qué más queréis?’. […] Entendámonos: al
intelectual le entusiasman los llamamientos a la rebelión, pero al de
izquierdas sólo le entusiasman si los hacen los suyos contra las tropelías de
los Gobiernos de derechas y al de derechas sólo si los hacen los suyos contra
las tropelías de los gobiernos de izquierdas. ‘¿Qué es un hombre rebelde?’, se
preguntó Albert Camus. ‘Es un hombre que dice no’. Pero decir ‘no’ no es decir
‘no’ a los otros, a tus adversarios: eso es a menudo una forma de gregarismo,
porque es decir ‘sí’ a los tuyos; decir ‘no’ de verdad es decir ‘no’ a los
tuyos cuando se equivocan o crees que se equivocan, o cuando cometen un
atropello o crees que lo cometen. El riesgo, claro está, es ganarte el rechazo
de todos; el riesgo es la soledad, el ostracismo: convertirte en el enemigo del
pueblo. Por fortuna, entre nosotros el intelectual no corre casi nunca ese
riesgo. Es verdad que, a veces, parece criticar al amo; pero no hay cuidado: es
para salvar la cara, y o bien sus críticas son tan crípticas que nadie nota que
son críticas, o bien son halagos disfrazados de críticas, que son los mejores
halagos. En realidad, el intelectual como es debido se dedica ante todo a
disolver las motivaciones negativas que provoca en la ciudadanía el ejercicio
del poder de los suyos. Es decir, a ejercer de capataz.
Mal
rollo: lo raro no debería ser rebelarse contra el engaño, la vileza y la injusticia,
vengan de donde vengan; lo raro, lo pasmoso es la mansedumbre, el
aborregamiento y la sumisión al poder de quienes deberían ser los primeros en
impugnar sus desmanes y en cambio se aplican a urdir, como dice Noam Chomsky,
las ‘ilusiones necesarias’ para justificarlos. Aunque quizá no sea tan pasmoso;
quizá para entenderlo baste con recordar aquella verdad escalofriante formulada
por el Gran Inquisidor de Dostoievski en Los hermanos Karamazov: ‘Para el
hombre no hay preocupación más constante y atormentadora que la de buscar
cuanto antes, siendo libre, ante quien inclinarse’.”
Curiosamente,
entre los columnistas que leo imperan más los de objetividad decente que los de
indecente militancia política, a cuyos nombres debo sumar uno menos ilustre que
los de Londoño y Gamboa, aunque a fin de cuentas relevante hoy por hoy: el de
Cecilia Orozco Tascón, quien mucho podría aprender de periodismo objetivo si se
compara con María Jimena Duzán y con Ana Bejarano Ricaurte, y de estilo y
firmeza ecuánime si en quien se fija es en Piedad Bonnett. Y mejor ni le hablo
de Adela Cortina, porque ahí sí que correría el riesgo de que se le amplíen las
miras.
520. Me
cuenta Álex Grijelmo (gracias, maestro, por lo mucho que me enseña
semanalmente) el trasegar de un sustantivo utilísimo que hasta hoy oigo, pero
el contento que me produce el hallazgo se tiñe de desazón porque veo que,
nuevamente, es decir por enésima vez, él y muchos otros dejan en el aire la
sensación de que, llamados a polarizar, los únicos que lo hacen y lo saben
hacer son ésos, los que regentan la “fachosfera”. ¿Pero cómo se podría
polarizar si del otro lado no hubiera los dispuestos a recoger el guante que se
les arroja? ¿Puede desatarse acaso una pelea de borrachos si los unos insultan
mientras que los otros, para evitarlos -que no disuadirlos-, pagan la cuenta y
se largan del puteadero? De modo pues que no hay ‘fachosfera’ sin
‘mamertosfera’: Abascal sin Iglesias, Uribe sin Petro o Miley sin Kirchner,
cada cual con sus tribunas de vociferantes y el caos por medio.
Algo que
me preocupa aún más, maestro, es que todavía no haya un “topónimo” para los
vacunados contra la polarización no gracias a su ecuanimidad, sino por culpa de
su indiferencia; y otro para los que nos batimos contra ambas hordas por
separado y sin ningún tipo de articulación ni estrategia. Me cuenta qué se le
ocurre.
521. Una
cosa solamente espero de mí mismo. Que cuando me corresponda el infortunio de
ser la víctima -y flamante indigente- de un terremoto, de un incendio forestal,
de un desplazamiento o destierro forzoso; de una hambruna o de una polidipsia
colectiva; de una carnicería, matanza o genocidio; de una diáspora, de una
repatriación forzada o ‘remigración’; de, en fin, uno o varios de los padecimientos
que a diario veo (compungido y maldiciente) en la televisión sin que mueva un
puto dedo y mucho la lengua, sepa hacer acopio de valentía y dignidad para no
quejarme.
522. De
una búsqueda somera -como prácticamente todo lo mío: somero, breve, sucinto
pero jamás mediocre- en Google, concluyo que no: que todo indica que aún no
existe nada formal, o sea académico, que aúne ciencia y literatura, literatura
y ciencia. Quiero decir un departamento adscrito a una facultad X que lleve por
nombre ‘Departamento de Ciencia y Literatura’ o ‘Departamento de Literatura y
Ciencia’, en donde se formen, respectivamente, científicos y divulgadores
científicos con querencias y conocimientos literarios y literatos con
querencias y conocimientos científicos. Lean, para que me copien, ‘¿Son los
animales conscientes de su sufrimiento?’ y ‘Las cuatro conciencias’: en ese
orden y en El País de España y El Espectador, respectivamente. Imagínense,
mientras leen aquel par de reflexiones, que la primera pertenece a un
estudiante brillante de la primera promoción de graduados del primer
Departamento y la segunda de uno igual de meritorio, pero ahora del segundo.
Los beneficios de semejante osadía por partida doble serían muchos, y de
incalculable valor. ¿Les parece poco dotar al científico de imaginación fictiva
y al literato de respeto por lo fáctico?
523. Menos
mal que entre los columnistas de la nueva Cambio está Daniel Samper Ospina para
que saque la cara por la objetividad que, bisoño que soy, llegué a atribuirles
también al gran Samper Pizano y a Coronell. Al césar lo que es del césar: le
debo al Esperpetro y a su “presidencia” (que si algo preside y gestiona con
eficiencia es el descontento de los que tendrían que estar descontentos y
emputados, pero con él) semejante descorrimiento de venda.
Deseada
muchacha, estimado muchacho, mojachos todos que estudian comunicación social y
periodismo: si van por el octavo o el noveno semestre de su pregrado y la IA
todavía no les revela un buen tema para la tesina, oído que yo sí, y de una vez
con el título. Lo que deberán hacer es coger todos los artículos que Daniel
Samper Ospina ha publicado desde agosto de 2022 y hasta mediados de febrero de
2024, y rastrear en ellos los desaguisados y escándalos del ‘gobierno del
cambio… para mal’ que el columnista a sometido a riguroso análisis humorístico.
Cuando los tengan debidamente subrayados y registrados, rastréenlos en los
artículos que Coronell y Samper Pizano publicaron en igual período y saquen
conclusiones. El título de que les hablaba es, o puede ser, ‘Del humor como
denuncia y la investigación como silencio’. Ah, y si al cabo descubren que les
ahorré uno o un par de semestres más en la U con esta idea, pues inviten a la
fiesta de grado y presenten amigas, ojalá bien p… bien pilas: 3 16 5 18 90 24.
524. Me
pide un estudiante de carne y hueso, pero virtual, que por favor le aclare el
significado de ‘frase contundente’ que, o bien no buscó en ningún diccionario
o, si lo buscó, tal que si no lo hubiera hecho -cortedades de estas criaturas
hiperconectadas de entre 3 y 100 años-: “Petro se ha dedicado a decir que hay
una conspiración para no dejarlo terminar su gobierno: ya va siendo hora de que
lo empiece”.
Estimada
y admirada María Jimena: le pido disculpas y comprensión por haberme tomado el
atrevimiento de alterar la puntuación de la idea original, pero es que preví
-porque lo mío es prever- los conatos de sabotaje de los enteradillos de la
mamertosfera, que habrían saltado a refutar no la verdad de a puño con que
usted concluye su artículo, sino la memez de que en el ejemplo que le di al
estudiante no había una sino dos frases. Ya los conoce usted: ruidosos como sus
papas-bomba e ineptos como sus dirigentes.
525. Estoy
releyendo esto -las primeras cartas de Walton a Margaret- porque el día que
comencé a leer la novela estaba dominado por el tirano que llevo aquí en la
sesera -un hideputa al que me propuse plantarle cara-, y menos mal porque miren
este detalle que dejé pasar de largo: “A esa edad conocí la obra de los
celebrados poetas de nuestro país; aunque, solo cuando ya fue demasiado tarde
para beneficiarme de tales saberes, percibí la necesidad de dominar otros
idiomas al margen del propio. Ahora tengo veintiocho años, y en realidad soy
menos culto que la mayoría de chicos de quince que asisten a la escuela. Es
cierto que los supero en madurez y que mis ensoñaciones son más prolíficas y
fabulosas…”.
El que
hoy lo oiga a usted -si bien no al margen de cierto escepticismo saludable- y
no advierta el deterioro generalizado de la enseñanza en escuelas, colegios y
universidades…: con decirle, viejo Robert que, de ser cierto lo que usted dice,
cualquier mozalbete aplicado de su tiempo y país es más culto que prácticamente
cualquier universitario o profesional del presente con diplomas expedidos por
universidades del primero o del tercer mundo. Si no me cree, haga usted lo que
pretende la lotocracia: escoja al azar a un grupo de candidatos a profesional -o
de profesionales que se acaban de recibir- de la aldea global y pregúnteles tres
cosas que hoy tendría que saber un bachiller recién graduado, para que vea que
no le miento y ni siquiera exagero. Es más: los resultados de la averiguación
que usted emprenda podrían dejarlo tieso de pasmo si a quienes examina, y con
pruebas elementales de redacción y ortografía de las que le hacía su profesor
de inglés en la escuela primaria, es a estudiantes de posgrado y posgraduados
de todos los niveles, desde aspirantes a especialista hasta posdoctorados en
esto y en aquello. Y aunque sobre, lo digo: del analfabetismo funcional de los
supuestamente escolarizados, educados y pluridiplomados de cualquier latitud son
culpables, amén de cada mediocre que se aprovecha de la lenidad del sistema
educativo de su país para aprobar sin estudiar, los gobiernos que han
propiciado tal estado de cosas y, ante todo y en primerísimo lugar, los
deshonestos que, preparados o no para educar como es debido, se amangualan con
el facilismo del engranaje o aceptan y se lucran de una responsabilidad que les
queda grande.
526. Oyendo
la pregunta que la mamá de Tristram Shandy le hace a su marido en medio del
polvo que pone en marcha al chino, se me ocurre algo que seguramente ya existe;
se me ocurre que algún desocupado con ingenio compile, fidedignamente, las cien
preguntas más inoportunas formuladas por el que muy posiblemente no goza -sino
que cumple- al que goza genuinamente. Y aunque sobre, lo aclaro: la pregunta de
la mujer de Walter deberá figurar la primera.
527. Interesante
y acertada la reflexión, hermano, pero ya le cuento, porque se le quedó la
mitad por fuera:
“Y es
que no hay, se sabe desde la Antigüedad, mejor detonante de la memoria que un
olor, como si nuestras sensaciones más intensas estuvieran ancladas allí,
dormidas en un aroma que es capaz de llevarnos de inmediato, como en un golpe
de gracia, a un pasado que se despierta y se renueva gracias a lo que olía
cuando lo vivimos por primera vez -cuando fue presente, para siempre-, de allí
nuestro apego y fascinación con esa eficaz máquina del tiempo. Estoy seguro de
que todos tenemos un catálogo de olores […] que nos llevan a momentos dichosos
de la vida…”: ojalá fueran sólo dichosos, mi muy estimado Juan Esteban.
Tengo
grabada a fuego en la memoria -en la vergüenza que no se extingue- una noche de
pubertad en la casa de mi amigo César Hernando Romero, que me invitó a quedarme
porque se me hizo tarde para regresar a la mía. La pobreza de aquella época -mejor
dicho: la irresponsabilidad de Abelardo- me hizo aceptar, no recuerdo de quién,
unos zapatos ordinarios que no se contentaron con enterarme de que en lo
sucesivo se me podía encarnar la uña del dedo gordo del pie izquierdo, sino de
mortificar mi amor propio de niño ciego muy bonito y pulcro con una maldita
pecueca que en la vida yo le había padecido a nadie: ¡ni siquiera a los
trabajadores de la finca de la abuelita Elvia, que recogían café todo el día y
sudaban lo indecible embutidos en las botas pantaneras que se quitaban no bien
llegaban del corte!
Una
noche de espanto que, dondequiera que esté él, sé que recuerda tan bien como
yo. Que voy a morir sin poderles agradecer a él y a su bella familia la
discreción con que sortearon el imprevisto de haber acogido en su hogar,
también humilde, a un apestoso del que, lo juro, felizmente no he vuelto a
tener noticias.
Pero
claro que sí: atesoro un catálogo de olores tan profuso y rico que hasta
valdría la pena intentar convertirlo en literatura… No sé: en cualquier caso,
en algo muy distinto y al cabo muy similar a lo de Süskind.
528. La
literatura, ya se sabe, es una fuente inagotable de secretos y serendipias de
la que bebe y de los que se nutre el lector imaginatibo y despabilado que, en
sus ratos de ocio solitario, se mortifica o se entretiene intentando comprender
por qué esto o por qué lo otro, cuestiones para las que muchas veces no
encuentra razones que lo satisfagan. Y justo cuando no piensa en eso porque se
encuentra hundido hasta las cejas en el título tal de tal autor, de la página
por la que pasea la mirada salta, con igual vehemencia que el nombre o la
palabra que inopinadamente se materializa en la conciencia tiempo después de
que nos hubiéramos dado por vencidos tratando de recordarlos, la explicación
que no fuimos capaces de hallar por nuestra cuenta:
“…tuve
el tiempo justo, digo, y eso fue todo, para comprobar lo acertado de una
observación hecha por un hombre que había pasado largas temporadas en ese
país;-a saber, ‘que la naturaleza no era ni muy pródiga ni muy tacaña a la hora
de conceder los dones del genio y de la inteligencia a sus habitantes;sino que,
como un progenitor juicioso, era moderadamente benigna con todos ellos;
observando un tenor tan equitativo en la distribución de sus favores que en los
mencionados aspectos todos se hallaban a un nivel casi parejo; de modo que en
ese reino encontrarán ustedes pocas muestras de refinado talento; y, en cambio,
verán que las gentes de todas las clases y condiciones poseen grandes dosis de
simple y buen entendimiento casero, del que todo el mundo ha recibido su porción’;
lo cual, pienso, no deja de estar muy bien.
Nuestro
caso, ya lo ven ustedes, es radicalmente distinto;-todo son altibajos en esta
cuestión;-o es usted un gran genio-o apuesto cincuenta contra una, señor, a que
es usted un gran idiota y un zoquete;-no es que haya una falta absoluta de
escalones intermedios,-no,-tampoco somos tan estrambóticos como para eso;-pero
los dos extremos son más corrientes y se dan en mayor grado en esta isla
inestable donde la naturaleza, a la hora de conceder y disponer de este tipo de
dones, se muestra absolutamente caprichosa y antojadiza…”.
No sé si
ustedes, pero yo me he pasado horas, que sumadas suman días enteros, tratando de
comprender por qué los daneses, los finlandeses, los islandeses, los suecos y
los noruegos se conducen hasta hoy -febrero de 2024- con una mesura y sentido
común envidiables en algo que, para prácticamente el resto del mundo y no se
diga para el tercero, constituye el lastre y el flagelo de los que se derivan
prácticamente todos los demás males: en política. Pero aún más incomprensible
me resulta que ellos no sean el espejo en que nos miremos todos los que
padecemos a los politicastros que padecemos por culpa de los zoquetes y los
idiotas que se abstienen o que votan por un Boris Johnson y un Donald Trump,
por un López Obrador y un Petro, para no hablar de los cobardes o del todo
insensatos que agachan la cabeza o celebran a los mequetrefes que se apoderaron
de Venezuela, Nicaragua, Cuba y Corea del Norte o que tiranizan con método y
sistema a Rusia o la China. Daría yo lo que tengo y más para que las palabras
de la cita no fueran la lúcida aproximación que son sino una teoría tan
demostrable como optativa: cincuenta millones de colombianos grises pero
sensatos a cambio de los nueve o diez grandes muy grandes que engalanan nuestro
acervo cultural… ¡dónde le firmo!
529. Si
en mi calidad de estudiante universitario de algo en relación con lo que se
denomina ‘ciencias humanas’ -o humanidades a secas- sentía una mezcla de
compasión y desprecio por el profesor que en el aula hacía explícita su fe
religiosa -del carácter que fuera-, como estudiante de una ciencia formal o
natural no lo habría tolerado. ¿Impartir una asignatura de economía, de
política, de lengua o aun de derecho sin desembarazarse del lastre de un dios?:
lamentable. ¿Enseñar Cálculo Diferencial, Introducción a la Física, Bioquímica
y Biología Molecular o aun Estadística Descriptiva poniendo de manifiesto el
dios a que se le ora o reza?: i-nad-mi-si-ble. Que cuando en clase se aborde
semejante papa caliente, sea porque a quien enseña lo asisten el coraje
intelectual de Wilson y lo que juzgo su determinación de no contemporizar con
ningún sinsentido, provenga de donde provenga:
“¿Qué
nos cuenta la historia de nuestra especie? Y me refiero a la narración que
hemos construido a partir de la ciencia, no a la versión arcaica empapada de
religión e idiología. Creo que contamos con pruebas lo suficientemente
considerables y claras como para llegar a la siguiente conclusión: no nos creó
una inteligencia sobrenatural. El azar y la necesidad fueron los responsables
de nuestra especie, una entre millones en la biosfera terrestre. Por mucho que
esperemos y deseemos lo contrario, no hay ninguna evidencia que pruebe la
existencia de una gracia externa que brilla por encima de nosotros, ni tampoco
un destino o un propósito demostrables que se nos hayan asignado, ni una
segunda vida esperándonos al final de la actual. Estamos, por lo que parece,
completamente solos. Y eso, en mi opinión, es algo genial. Significa que somos
completamente libres. Por consiguiente, podemos diagnosticar más fácilmente la
etiología de las creencias irracionales que tan injustificadamente nos
dividen…”.
Qué
haría yo si, pese a estudiar geología o astronomía y a aspirar a ser un geólogo
o astrónomo de renombre, no consigo apagar en mi interior la creencia en el
dios que se me inculcó cuando niño. Pues muy sencillo: mantenerlo tan en
secreto como si de lo que se tratara fuera de una apetencia sexual de esas que
la sociedad que nos tocó en suerte nos dice que son reprobables y punibles,
tipo la del Humbert Humbert de Nabokov. Y, si se presta, rezar o gozar
clandestinamente, pero sin dañar a nadie.
530. ¿Se
necesita, les pregunto a los renuentes, a los escépticos y a los todavía hoy
desapercibidos con poder decisorio dentro de la academia; se necesita, acaso,
otra razón que justifique lo que el siguiente archiargumento se basta para
justificar por sí solo, a saber: que ya va siendo hora de que los simbiontes de
esta “relación” subsistan en simbiosis y no, como hasta ahora, cada uno a su
aire y por separado, cuando no poniéndose zancadillas y mofándose del otro con
acritud?:
“Hablar
de la existencia humana es centrarnos mejor en la diferencia entre las
humanidades y la ciencia. Las humanidades abordan en detalle todos los tipos
distintos de relaciones que mantienen los seres humanos los unos con los otros
y con su entorno, que incluye plantas y animales cuya importancia puede ser tan
estética como práctica. La ciencia aborda todo lo demás. La visión del mundo
autosuficiente de las humanidades describe la condición humana, pero no se
plantea por qué es así y no de otra forma. La visión científica del mundo es
muchísimo más amplia. Abarca el sentido de la existencia humana: los principios
generales de la condición humana, dónde encaja la especie dentro del universo y
por qué existe en primer lugar…”.
Bajo la
gravedad del juramento: nunca, en los ocho años de pregrado y de posgrado, un
profesor de literatura o de la asignatura que fuera, se ocupó durante siquiera
una clase de hacerme consciente del estrecho vínculo que existe entre “lo mío”
y la ciencia, y estoy seguro de que exactamente lo mismo les ocurre a los
estudiantes de química, de medicina y etcétera con las humanidades: “Eso
estudia mi primo, pero ni idea de qué se trata”.
Hube de
esperar a convertirme en lector por cuenta propia para dar con un camino que
hoy me lleva de ‘El infinito en un junco’ a ‘El sentido de la existencia
humana’, de ‘Castalión contra Calvino’ a ‘El mundo y sus demonios’, de ‘Utopía
y desencanto’ a ‘De animales a dioses’, de ‘La sociedad del cansancio’ a
‘Primavera silenciosa’, de ‘La civilización del espectáculo’ a ‘El hombre que
confundió a su mujer con un sombrero’ y, cuando la felicidad está enteramente
de mi parte, a un híbrido de doble título: de ‘La vida contada por un sapiens a
un neandertal’ a ‘La muerte contada por un sapiens a un neandertal’. Un camino
del que no pienso apartarme -¡todo lo contrario!- en lo sucesivo, que aguardo
sea breve.
Adenda:
quiero volver a enseñar, pero ojalá no en un departamento de literatura a secas
sino en uno más ambicioso, que lleve por nombre: Departamento de Literatura y
Ciencia o Departamento de Ciencia y Literatura, según se trate.
531. De
verdad maestro que lo leo, lo releo y no consigo salir de mi asombro:
“Tenemos
ante nosotros nuevas opciones, que en épocas más remotas eran prácticamente
impensables. Nos dan las fuerzas necesarias para abordar con más seguridad la
empresa más grande de todos los tiempos: la unidad de la raza humana.
El
prerrequisito para lograr ese objetivo es lograr una autocomprensión certera.
Así pues, ¿cuál es el sentido de la existencia humana? He insinuado que es la
epopeya de la especie, que empezó con la evolución y la prehistoria biológicas,
continuó en la historia documentada, y ahora es también aquello en lo que
elegiremos convertirnos, que avanza más y más rápido, día tras día, hacia un
futuro indefinido.”
Comprendo
perfectamente que todos los científicos de los como usted con alma, que entregan
su vida a la investigación en el campo que sea, lo hacen porque creen en el
mejoramiento y la perfectibilidad de los métodos, procedimientos e inventos
tecnológicos y demás hallazgos de la ciencia, que redundan en el bienestar del
planeta y sus criaturas: eso lo comprendo. Pero entre esto y siquiera
considerar factible “la unidad de la raza humana” como un “objetivo” que
depende de que se logre “una autocomprensión certera” (con la que, por otra
parte, usted y otros pocos ya cuentan para bien o para mal y sin necesidad de
ninguna inteligencia artificial, que es lo que las palabras ‘nuevas opciones’ y
‘aquello en lo que elegiremos convertirnos’ sugieren) media un océano de locura
y optimismo desbordado que corre parejas con las más torpes fábulas religiosas,
que les sorben el seso a millardos. Pero aun en el caso de que las dichosas
posibilidades de la IA o de lo que usted tuviera en mente en el momento de
escribir las líneas precedentes fueran infinitas, ¿quién las explotaría y se
usufructuaría de ellas el día de mañana? ¿Los bienintencionados como usted y yo
o los de siempre y para lo de siempre: dividir para triunfar, triunfar para
enriquecerse y “empoderarse”, “empoderarse” para oprimir y aplastar? Porque,
que yo sepa, la posibilidad de deshacerse de los que con su crueldad y codicia
impiden la hermandad entre los hombres de buena voluntad existe únicamente en
los paraísos posterrenales que prometen las iglesias.
532. Cada
vez que alguien propone, con las mejores intenciones, que se “empodere” a las
mujeres haciendo de ellas eficientes lectoras del mundo en el que viven gracias
a la literatura en general y a la literatura feminista en particular, pienso
invariablemente que si de mí dependiera aquel proyecto, el primer nombre con
que las confrontaría sería el de Elfriede Jelinek; una escribana con Premio
Nobel y célebre además por ser una desfacedora de injusticias humanas, como la
que se cometió en contra de su colega Jack Unterweger, quien, gracias al
activismo y buenos oficios de ella -y a los de otros que no vienen al caso-, recobró
la libertad que le arrebataron y retomó su apostolado en favor del ‘sexo
débil’. Lástima que Larsson murió en 2004 cuando su trilogía maravillosa estaba
ya escrita porque si no, en lugar de Lisbeth Salander y Mikael Blomkvist, los
nombres más memorables de Millennium serían los reales de aqueste par de
austríacos.
533. Y
ya que hablamos de semejante símbolo femenino de las letras y la misericordia
universales, aprovecho para declarar en mi calidad de ciudadano de esta
democracia todavía y pese a todo en pie; en mi calidad de discapacitado y
discriminado no sólo por ciertos hombres sino por ciertas mujeres (de cualquier
edad y raza, de todas las edades y razas y credos y cosmovisiones y
procedencias), que suscribo y me pliego a estas palabras que la hacen libre a
ella, feminista radical; que me hacen libre a mí, machista manso: “Nadie
logrará hacerme renunciar a mis bromas estúpidas, a mi tono desengañado, ni
siquiera por la fuerza; bueno, quizá por la fuerza. Cuando yo quiero decir
algo, lo digo como quiero. Al menos quiero darme ese gusto, aunque no consiga
nada más, aunque no logre ningún eco”.
Un buen
ejercicio detectivesco sería que el improbable lector de estos desahogos -iba a
decir desvaríos- elabore una lista pormenorizada de los posibles ejercedores de
fuerza en contra de su pergeñador. La mía es larga y, por serlo, se la puede
resumir en apenas cuatro sílabas: im-pu-ni-dad.
534. La
cuestión es, gran Carlin, que incluso si como por ensalmo se multiplicaran hoy
los Navalnis por cien, por mil o aun por diez mil, el devenir de lo que somos
no se alteraría en absoluto pues, sumados aquí y allá el Homo perversus y el
Homo pusillanimis, la cifra casi que coronaría el cien por ciento de los nueve
o diez millardos que dizque somos. Pongamos un 99,9%, para abrirles campo a las
Antígonas y a los Sebastián Castalión, que ninguno necesitan puesto que
refulgen a sideral distancia de todos nosotros.
Inquiere
usted ¿retóricamente? “si la muerte anunciada de Alexéi Navalni tendrá
consecuencias políticas para su asesino, Vladímir Putin, o para el sistema
totalitario contra el que Navalni luchó, o si la historia dirá que su
sacrificio fue en vano” y yo respondo con análoga prescindibilidad: lo dirá.
Pero no
me puedo despedir de su admirada persona sin que antes le haga una pregunta de
más de dos signos de interrogación, a propósito de este otro párrafo: “A la
larga, demasiado a la larga, la historia verá a Putin como el emblema por
excelencia del cinismo y la mediocridad, de la banalidad del mal. Navalni será
recordado como la integridad en su máxima expresión. Pero, salvo que de repente
ocurra algo muy inesperado, de poco le sirve el sacrificio de este gran hombre
a Rusia o al mundo hoy. Lo cual es una terrible pena”.
¿Qué es
ese “algo muy inesperado” que resolvió no exteriorizar o que simplemente no
pudo por falta de espacio? ¿Acaso el levantamiento planetario -o por lo menos
regional- de los ofendidos y los humillados en contra de los opresores; el
cual, de llegar a ocurrir, sobrevendrá tiempo después de la parusía?
Y una
infidencia: la única esperanza que todavía hoy en mí alumbra, mortecinamente,
es que un vidente temerario y suicida me diga que listo, que se encarta conmigo
para que juntos luchemos en Ucrania a favor de los ucranios decentes. Supongo
hermano que ninguna falta hace aclarar por qué no, bajo ningún concepto, en
Gaza, Sudán o el Yemen no obstante dolerme los gazatíes, sudaneses y yemeníes
de bien que tanto sufren. (Ah, y cómo ve el despido de Savater y la renuncia de
Azúa. Al paso al que van, estos malparidos van a convertir el periódico en un
pasquín. Y lo peor: con la anuencia de los demás columnistas, que tampoco
dijeron ni mierda cuando lo echaron a usted. Me consta que Savater no y no sé
si de Azúa: lo leía muy de vez en cuando.)
Bueno: me
avisa si se anima. Tengo las maletas en la puerta.
535. Si,
como en Colombia los Danieles -Coronell y Samper Ospina más Caballero y Samper
Pizano-, John Carlin y Fernando Savater resolvieran montar toldo aparte, y el
dinero con que yo contara me alcanzara nada más que para una suscripción -amén
de la de El Espectador, periódico respetable que no incurre en el despropósito
y la incoherencia de acallar a sus columnistas tal que si se tratara de
cualquier Semana o El País de España-, la decisión está tomada. Cancelo la que
me permite leer a, entre otros: Fernando Aramburu, Javier Cercas, Irene
Vallejo, Rosa Montero, Leila Guerriero, Elvira Lindo, Eliane Brum, Javier
Sampedro, Martín Caparrós, Antonio Muñoz Molina, Manuel Vicent, Juan José
Millás, Álex Grijelmo, Juan Gabriel Vásquez, Andrea Rizzi, Moisés Naím, Daniel
Innerarity Grau, Adela Cortina, María Elvira Roca Barea, Manuel Vilas, Eduardo
Lago, José Ovejero, Juan Villoro, Gustavo Martín Garzo, Orhan Pamuk y hasta
ayer nomás a Vargas Llosa y Vila-Matas. Las matemáticas siempre me dejaron
claro que soy un incompetente muy poco pragmático: ¿27 contra 2… o 3 si se les
une el académico y filósofo solidario? No importa: lo justifican la
irreductibilidad portentosa de los defenestrados y la mediocridad sin
argumentos de los defenestradores.
536. Se
queja el ideólogo -¿a sueldo?- del esperpetrismo Julio César Londoño de ‘El
desequilibrio de “El Tiempo”’ en relación con la gesta presidencial de su ¿jefe?
pero de seguro pastor de iglesia mamerta, y sin reparar en que también a él El
Espectador lo faculta o al menos no le impide que se sirva de su columna para
que propale, por suerte con eco escasísimo -dudo que lleguemos a cincuenta los
que lo leemos sin falta y como es debido-, su propaganda. Culpa a la
competencia de una tara que él sí que padece, salvo que sin los matices que a
ese periódico le confiere el contar entre sus articulistas con los muy
objetivos Alfonso Gómez Méndez, Moisés Wasserman -cuando el Estado israelí no
anda por medio, claro está- o el gran Juan Esteban Constaín: la parcialidad.
Incapacitado
para mirarse el ombligo -casi que tengo la convicción de que el sectarismo
gregario del orden que sea es, como mi ceguera, un problema congénito e
incurable-, nuestro tuerto del ojito izquierdo les afea a María Isabel Rueda,
Germán Vargas, Thierry Ways y Néstor Humberto Martínez su tortedad del derecho
y al periódico, se desprende, su falta de escrúpulos éticos a la hora de
utilizar a esos y a otros columnistas para dispararle al gobierno. Tontos los
que piensen que por tener a Londoño, Gamboa y Orozco Tascón entre sus
columnistas, El Espectador maniobra a favor o siquiera se congracia con los
hogaño ocupas de Casa Nari. Por si acaso, ahí están Piedad Bonnett, Mauricio
García Villegas, Andrés Hoyos, Armando Montenegro, Tola y Maruja, Ramiro
Bejarano, Rodrigo Uprimny y el gran Héctor Abad Faciolince para desmentirlos.
537. Deseada
muchacha, estimado muchacho, mojachos todos que estudian comunicación social y
periodismo: ya sé que una cantidad apabullante de ustedes se gradúan sin haber
jamás leído una columna de opinión y sin incluso saber el propósito de que algo
así llamado exista en periódicos y revistas. Sin embargo, como nunca es
demasiado tarde para desatrasar los deberes que el docentado ideologizado no
dejó por estarnos ganando para sus inanes luchas políticas, permítanme que me
ocupe de su formación profesional para que se enteren, siquiera, de con qué se
come eso que en su carrera llaman objetividad y ética periodísticas. Lo primero
que habrán de hacer es averiguar qué es El País de España y quiénes son John
Carlin, Fernando Savater y Félix de Azúa y qué tienen en común en relación con
aquella empresa. Luego, y tras haber leído -y tomado notas- al menos los
últimos diez artículos que cada uno de ellos publicó en sus páginas, se me
vienen para El Espectador y leen, en su orden, ‘El desequilibrio de “El
Tiempo”’, ‘El sátrapa’, ‘La Lista de la Decencia’ y ‘Déjenlo terminar su
mandato’ para que hablemos, si les parece en la cantina de Lucio y Marcela -allá
la pola es más barata que en muchas otras partes y la música es una chimba-, de
opinión y espectro político, de propaganda, ataques viscerales y ecuanimidad
argumentada. Me sentiría muy feliz tras nuestro encuentro si uno de ustedes me
responde, en buen español -imposible- y con razones solventes -difícil pero
factible- la siguiente pregunta: “A la luz de la suerte que corrieron Carlin y
Savater por opinar como opinaron en sus columnas, ¿a cuál o cuáles de los
cuatro articulistas de El Espectador echaría a la calle el periódico de doña
Pepa Bueno si fueran sus empleados? Y no ya feliz sino pletórico si una de
ustedes -ojalá mayor de edad y tan desparchada como yo- me dijera en un susurro
lúbrico, cuando los demás se despedían: “Qué jartera llegar a la casa tan
temprano. ¿Me invitas a otra?”.
538. Problemas
de la adjetivación: siniestro, tétrico, desprestigiado y diabólico. Son los
calificativos con que Ramiro Bejarano dice y se desdice de, entre otros, los
insustanciales si bien peligrosos ¿de coyuntura? Francisco Barbosa y Gabriel
Ramón Jaimes. De seguro el abogado no cayó, por culpa del furor de su
indignación, en que de mezclar lo siniestro y diabólico -¿pero es que no ven y
sienten el halo y la estela “respetables” que ellos desprenden?- con lo tétrico
y desprestigiado -adjetivos que producen indiferencia y, de pronto, compasión-
se obtiene un vomitivo intragable -cerveza y ron, pongamos- o un vicio inocuo
-píllense el oxímoron-: café descafeinado, cocteles sin alcohol o sexo con -doble-
condón. Un derrape semántico análogo en su origen al del tétrico e insustancial
Lula que equiparó los seis millones de víctimas judías en el Holocausto con las
de momento treinta mil del asedio sionista en Gaza, así como al del malvado
desprestigiado Netanyahu que se refiere a sus homólogos terroristas de Hamas llamándolos,
como da Silva a él, genocidas. A unos y a otro, que lo son de mente y de
corazón, les tocará emplearse de verdad a fondo para que lo sean oficialmente.
Moraleja:
si lo tuyo no es ‘El genio del idioma’, pues cómpralo y léelo para que no vayas
por ahí diciendo o garrapateando la primera sandez que se te venga a la
cocorota. Si lo es y se te antoja engarzar adjetivo tras adjetivo con la gracia
de un Mario Vargas Llosa con su Pantita, de un Luis Rafael Sánchez con su
guaracha, de un Miguel Delibes con su voluptuoso en perpetua abstinencia, pues
adelante y que se joda el muy nutrido sector de la peña que hace tanto les
declaró la guerra a esas criaturas tan humildes en su servidumbre, según ellos
por inelegantes.
539. Leí
‘Tola y Maruja cuentan cómo es defender a Petro en Antioquia’ y sentí dolor de
corazón por este par de amigas hasta ayer nomás tan sabias y sensatas. ¿Pero es
que acaso ustedes, tías, con su matusalénica edad a cuestas y todo ese humor inteligente,
no han aprendido que cuando se defiende lo indefendible uno es quien sale
quemado y deshonrado (quise reconvenirlas por teléfono, pero no di con el
bendito número)? ¿Acaso se piensan pasar lo que queda de este maldito guayabo
de revoltura, de esta puta rascatraba que con su voto me encajaron, buscándole
pies y cabeza al engendro informe, dándoles más margen de espera a las promesas
milagreras con que el chusmero las engañó como a párvulas? Reconozcan cuanto
antes, antes de que sea demasiado tarde para su amor propio, que el granuja
aquel las tumbó y reivindíquense consigo mismas: déjenles el trabajo sucio de
la defensa a sus colegas Cecilia Orozco Tascón, Santiago Gamboa y Julio César
Londoño, quienes muy bien que lo hacen y cada cual en su muy particular estilo.
Tías: flagélense a solas si quieren, pero entonen un mea culpa público que
blinde su prestigio y popularidad tan merecidos y, ya saben: ¡a muerte contra
los bellacos de ambas extremas!
540. Imagínense:
si Tristram califica a los daneses de flemáticos y a Yorick, como a muchos de
los compatriotas de ambos, de mercuriales, ¿qué somos entonces los latinos y
más aún los chibchombianos, los circombianos?
541. “Nada
contribuye más a la claridad y firmeza de las ideas que la ignorancia. El
escepticismo y las dudas no vienen con la edad o el elitismo contrariado, sino
con el estudio o la experiencia”; asegura usted, respetado y defenestrado don
Fernando, y yo no comprendo entonces por qué los que cometieron la osadía de
despedirlo después que a Carlin, que algún o mucho estudio y experiencia
tendrán, se creyeron provistos de claridad y firmeza suficientes para acallar
sus voces incómodas, con el argumento espurio de que se apartaban muy mucho de
la línea editorial del periódico, cuando la verdad monda y lironda es que
ustedes dos y todo opinante del que prescinde un medio de comunicación que se
erige como paladín de la libertad de expresión y de la no censura “pierden” el
puesto porque en su irreductibilidad machacaron egos y contrariaron elitismos, y
eso no se perdona o muy difícilmente.
Son tres,
cuando menos, las cuestiones en que no reparan los inquisidores de un diario o
revista prestigiosos que despiden a un columnista por hacer su trabajo: opinar.
La primera es que irrespetan a los suscriptores que leen regularmente a ese
articulista, tal vez sólo a ese articulista, pues en ningún momento -si estoy equivocado
y sí lo hacen, caso omiso- se les consulta el parecer. La segunda, que existe
una gran diferencia entre un periodista “raso” e incluso un editorialista, y un
columnista de opinión propiamente dicho: ellos sí que se deben plegar a la
línea editorial del medio para el que trabajan y, de no hacerlo porque están en
desacuerdo con todo o con parte, arrostrar las consecuencias. Por último: el
daño irreparable y del todo innecesario que se les ocasiona al buen nombre del
medio y a su independencia, ganados a pulso a través de los años, con procederes
más propios de gobierno sectario, de partido político o de asamblea estudiantil
de campus público que de quienes propugnan y fomentan el debate y el disenso
entre los que piensan y opinan diferente.
Una cosa
sí le pido, maestro Savater: en la medida de lo factible, no deje de escribir
sus artículos semanales pues, si a la imposibilidad de no poder leer más a
Marías y a Vargas Llosa le sumo el ayuno de sus dardos certeros o despiadados
pero siempre ilustrativos, el resultado va a ser la orfandad.
542. ¿Qué
se le agrega a la completitud?: “Todos llevamos dentro nuestra propia posible
perdición”; taxativo e inapelable, entrañable Rosita. Lo que queda por
averiguar es cuántos, qué porcentaje de la especie conoce y es del todo o
siquiera lo bastante consciente de la unicidad de sus abismos, agujeros negros
que a cada uno y sin excepción posible amenazan con marearnos con el vértigo de
su proximidad para a la postre engullirnos sin remedio. ¿Te imaginas si las
grandes encuestadoras del mundo, en lugar de averiguar tanta insustancialidad
fueran por ahí, tras leerte a ti y a los demás del cenáculo, indagando,
mediante el personal indicado, esta y otras honduras? Con la universidad de hoy
mejor ni contemos porque ya sabrás que anda obcecada, prácticamente toda ella,
en impedir que a sus alumnos la realidad más cruda se los traumatice.
543. “Todo lo que sé de moralidad se lo debo al fútbol”, sabrán que dijo Camus en tiempos muy anteriores a las mangualas financieras de futbolistas, equipos, ligas y organismos rectores de ese deporte con tiranías y tiranos a los que les lavan cara y pecados con sus goles y fama, con sus nombres e influencia a cambio de millones -de más millones- de petrodólares. Yo todo lo que sé de moralidad se lo debo a faros morales tipo Camus precisamente, junto a cuyo nombre y ejemplo entrañables figuran los de otros seres humanos muy superiores a mí -y a millardos-, quienes pueda que figuren -o no todavía- en este blog, que a ellos se debe y los festeja. Huelga decir que también a los fictivos, de Antígona y don Quijote a Marianela y Diego Alatriste y Tenorio, pasando por Willy Christmas, Lisbeth Salander o mi también carnal -qué digo carnal: ultracarnal- Andrés Tangen.