442. Leo
el deslumbramiento que figura bajo la Q de Salvo mi corazón, todo está bien y
me da por pensar, pensando en la desgracia feliz o en la felicidad desgraciada
del Gordo Córdoba, en la posibilidad de que en este preciso momento un lector
de esta novela de Faciolince, la primera que lee en su vida y a la que llegó
por insinuación de alguien que pensó que a su corazón del todo enfermo el libro
lo podía ayudar, se esté diciendo, o le esté diciendo al recomendador, que no
se perdona el haber llegado tan demasiado tarde a la literatura y que daría lo
que ya no tiene por ser él, que con muchas se acostó, el cura virgen tal vez
para siempre de la historia con sus cientos de películas y óperas y libros a
cuestas, con los que habrá vibrado como él con este único título que se lleva a
la tumba.
443. Yo,
que soy ante todo un sujeto literario que profesa un gran respeto por la
ciencia que practican y producen los científicos como usted con alma, necesito
confiarle a alguien mi mayor duda en relación con… consigno esto y ya le digo
con qué:
“…Los
pasos finales previos a la singularidad humana, es decir, la división altruista
del trabajo en un nido protegido, ha sucedido sólo en veinte ocasiones, que
sepamos, en toda la historia de la vida. Tres de las líneas que llegaron a este
nivel preliminar final son mamíferas, en concreto, dos especies de ratas topo y
el Homo sapiens, esta última un descendiente extraño de los simios africanos.
Catorce de los veinte triunfadores de la organización social son insectos. Tres
son camarones marinos que viven en arrecifes de coral. Ninguno de estos
animales no-humanos cuenta con un cuerpo ni (por lo tanto) con una capacidad
cerebral lo suficientemente grandes como para alcanzar un nivel de inteligencia
elevado.
Que la
línea prehumana desembocara en el Homo sapiens se debe a una oportunidad única
sumada a una extraordinaria buena suerte. Las probabilidades eran minúsculas.
Si alguna de las poblaciones directamente encaminadas a la especie moderna se
hubiera extinguido en algún punto de estos seis millones de años desde la
escisión humanos/chimpancés (una posibilidad alarmante, ya que el período de
vigencia geológico medio de las especies mamíferas es de unos quinientos mil
años) quizás hubieran pasado cien millones de años antes de que apareciera otra
especie similar a la humana”: con la evolución, ni más ni menos.
Maestro
Wilson y científicos con alma todos: partiendo del hecho de que el sustantivo
‘evolución’ implica continuidad e imposibilidad de interrupción ninguna, ¿cómo
se explica que en un momento dado esos simios africanos que devinieron humanos
no lo hubieran seguido haciendo y que, por tanto, se pueda hablar de una
‘escisión’, sustantivo que contradice de todo punto el sentido de lo que
evoluciona? Es más: si todas las especies del planeta Tierra somos el resultado
de la evolución, ¿cómo se explica entonces que el Homo sapiens sea el último
eslabón de una cadena que debería tener infinitos eslabones? Dicho en otras
palabras, ¿a qué se debe que esto que llamamos hombre no haya dado origen a una
especie más compleja y elaborada desde el punto de vista de la biología?
Comprenderán
ustedes -que conviven con la duda y a ella se deben- que mal haría yo acallando
las mías por temor a posibles sindicaciones de ignorancia, que en mi caso sobran
puesto que me reconozco ignorante de casi todo lo que querría saber.
444. Digamos
que en este sentido me hallo en el peor de los mundos posibles pues, si bien
considero el creacionismo la prueba por excelencia de la irracionalidad y el
infantilismo sin remedio de la especie, pregonar a pies juntillas que mi
cerebro mitad literario mitad científico comprende y se rinde a la evidencia de
que esto que soy y este que escribe empezó a forjarse, en cierto modo, cuando
“los primeros peces con aletas en los lóbulos emergieron de las aguas de
nuestro planeta, hace unos cuatrocientos millones de años”, sería mentir
descaradamente. Que lo dé por cierto y válido obedece a la seriedad y el rigor
de quienes eso concluyeron tras haberlo estudiado y sopesado a fondo, es decir
a mi certidumbre de que la ciencia auténtica no fabula ni tima, mas no a que mi
precaria inteligencia de veras lo procese, asimile y comprenda. Lo suscribo
maravillado, con análogo asombro al que en mí se suscita cuando me enfrento a
las mejores páginas de lo real maravilloso literario.
445. Alguna
razón le debe asistir a la ilustre dupla Pascal-Wilson cuando coinciden, si
bien en ámbitos muy distintos de lo humano: “Todos los problemas del hombre se
derivan de no saber quedarse tranquilo en casa”. “Para poder colonizar un
planeta habitable, lo primero que tendrían que hacer los alienígenas sería
aniquilar todas sus formas de vida, hasta el último microbio. Mucho mejor
quedarse en casa, al menos durante unos pocos miles de millones de años más.
[…] Hay forofos de los viajes espaciales que a día de hoy aún creen que la
humanidad podría emigrar a otro planeta después de que agotáramos éste.
Deberían tener en cuenta un principio que considero universal, tanto para
nosotros como para todos los extraterrestres: sólo existe un planeta habitable,
y es la única posibilidad que tiene la especie de lograr la inmortalidad”.
De una
cosa se puede estar seguro: ni los turistas-langosta ni la marabunta codiciosa
que sueña con industrializar y explotar el espacio atienden a razones.
446. Me
habla Wilson de taxonomías y a mí me acomete el deseo angustioso de taxonomizar
los especímenes que niegan, al tiempo que buscan la sombra de un árbol o se
abanican con desespero, la crisis climática y su flamante era de la ebullición mundial.
Pienso,
para empezar y partiendo de los más cretinos y por ende menos culpables de su
negacionismo, en los crédulos religiosos que como mi tío Germán explican todo
mediante el Apocalipsis bíblico, y en los crédulos victimistas de la política que
le arrojan toda el agua sucia al engendro que sus ideólogos no mucho ha se
sacaron del sombrero y bautizaron con la frase ‘norte global’. Luego vendrían
los que, con el agua al cuello o los incendios forestales rascándoles las
orejas, mueren al cabo ahogados o chamuscados mientras miran un video en
YouTube o le dan like a una celebridad en las redes. Desfilan a continuación
los Forbes del planeta y los que aspiran a destronarlos, entre quienes sospecho
que alumbra la duda de que algo no anda bien en la Tierra, aunque también la fe
ciega y empresarial de que para cuando esto esté convertido en un erial
inhabitable, si no ellos sí sus herederos van a estar cómodamente instalados,
generando riqueza como Dios manda, en otro u otros planetas. Por último, retrepados
en el pináculo y haciéndoles de idiotas útiles a los negacionistas “por
conveniencia”, los Savater que se baten contra todo lo que les huela a Thunberg
y a ambientalismo adolescente, en lugar de sosegarse, leer y tomar nota:
“…¿Cómo
podemos hacernos cargo de las especies que componen el medioambiente viviente
si ni tan sólo conocemos la gran mayoría? Los biólogos de la conservación están
de acuerdo en que grandes cantidades de especies van a extinguirse antes de que
las descubramos. Incluso en términos puramente económicos, los costes de
oportunidad de la extinción serán enormes. La investigación de sólo un número
reducido de especies salvajes ha supuesto avances significativos en calidad de
vida humana -abundancia de fármacos, nueva biotecnología y desarrollos en la
agricultura-. Si no existieran hongos de la clase adecuada, no existirían los
antibióticos. Sin plantas salvajes con tallos, frutas y semillas comestibles
que se prestaran al cultivo selectivo, no habría ciudades ni tampoco
civilizaciones. No habría lobos, ni perros. No habría aves silvestres, ni
gallinas. Ni caballos ni camélidos -no serían posibles los viajes terrestres, a
no ser que los mismos humanos tiraran de los carruajes y cargaran con el
equipaje-. No habría bosques donde depurar el agua y gastarla gradualmente, ni
tampoco agricultura -exceptuando las cosechas de secano, menos productivas-. No
habría vegetación salvaje ni fitoplancton, ni aire suficiente para respirar. Sin
la naturaleza, en definitiva, no habría gente.
El impacto
humano en la biodiversidad, resumiéndolo de la forma más sucinta posible, es
una agresión contra nosotros mismos. Es el efecto de una fuerza de la
naturaleza inconsciente, alimentada por la biomasa de la misma vida que está
destruyendo.”
De
verdad que dan ganas de coger de la mano a Trump y a Savater y decirles, como
Orfi a mis hermanos y a mí cuando jodíammos y hacíamos ruido y no dejábamos
mecanografiar a Abe sus memoriales y alegatos, que más les vale, niños, dejar
trabajar a los científicos porque de lo contrario no va a haber coños que
agarrar ni lectores que compren libros y debatan sobre ética y valores.
447. Leo
en El Mundo este titular: “Un hombre de 97 años entre las decenas de detenidos
en una protesta climática en Australia”, y lo primero que en mí -casi cincuenta
años menor que este hombre- se suscita es una gran admiración por él, por su
civismo y su generosidad ciudadana, a la par que mucha vergüenza por seguir
aquí, sentado y aletargado por mi egoísmo de lector que sabe que no es defendiendo
de palabra a Greta y sus muchachos -púberes, adolescentes, jóvenes, maduros,
pensionados y cuasi centenarios- como se les puede torcer el brazo a los
poderosos negacionistas, a los poderosos que disfrazan sus negociados con
ropajes ecologistas, a los anestesiados del mundo entero y a los ilustrados que
cometen el dislate de querellarse contra la muchachada minoritaria que sí se
manifiesta. Se dirán los Savater que si se la logra acallar, tal vez se obre el
milagro de que el mundo torne a los días de inocencia en que nadie o casi
hablaba de eras de ebullición y apocalipsis climáticos. Pero ahí van a seguir
la “ciencia ética” y sus forjadores, fungiendo de conciencia colectiva.
Adenda:
no hay que ser ningún genio para deducir lo que los que nos sobrevivan van a
exclamar cuando se topen con éste y titulares por el estilo: ¡¿En serio?
¿Detenían a los ambientalistas y los ecologistas que protestaban? ¿Pero es que
eran imbéciles o declaradamente locos?!
448. ¿Saben
que sí? ¡Pero claro!: si nos sentamos a esperar que a los sionistas de Israel,
en componenda con los terroristas de Hamas, se les dé la gana de desempantanar
la solución de los dos Estados, nos puede agarrar la próxima glaciación o aun
la parusía intentando que los muy ciegos de codicia y sectarismo se fijen en
las bondades de ese paso a fin de cuentas tan sencillo: lo que procede entonces
es hacerle caso a Paulo y no porfiar en la locura del mismo error inconducente.
Que hoy,
veintipico de noviembre de 2023, sean “más de 130” los “países, incluidos
varios europeos” los que “reconocen el Estado palestino”, reconforta y da
esperanza. ¿Que todo se circunscribe a “una declaración de intenciones sin
efecto”, advierte el articulista? Pues no habrá de ser así durante mucho tiempo
porque si cada día un nuevo país suma su voz a la sensatez, hasta dejar
íngrimos en la ONU a los que se oponen -Israel- y a los que los respaldan
-Estados Unidos y Alemania-, muy posiblemente de la declaración de intenciones
sin efectos tangibles se pase a una “realidad imaginada” y de ahí, producto de
la persistencia y la consistencia colectivas, a la concreción de lo que hoy
parece imposible.
449. Yo,
que de más está aclarar que no soy feminista y a duras penas un machista manso
-por aquello de la necesidad de proteger a las mujeres que quiero o adoro-, les
recomiendo a todas ellas que se cuiden de los arrumacos de los Louises
Althusser, mientras que a mis congéneres varones los prevengo: ojo avizor con
las Saninhas da Cunha.
450. Preocupado
como me hallo por el desempleo y el rebusque que en la Colombia del Esperpetro
galopan ahora sí a sus anchas, sin las bridas del manejo responsable de la
economía, me impuse contratar de mi peculio a siquiera un desesperado sin
sustento para que me ayude en una tarea que mi ceguera dificulta. Se trata de
que los interesados lean los artículos que Elvira Lindo, feminista declarada y
defensora contumaz de “los niños y las niñas”, ha publicado entre la orgía de
sangre perpetrada por Hamas en Israel y hoy, 29 de noviembre de 2023, a fin de
que me confirmen si estoy en lo cierto: en ninguno hay la más mínima referencia
a las mujeres que los terroristas asesinaron y violaron y secuestraron, ni a
los bebés y a los niños en que cebaron su odio, treinta de los cuales fueron
arrancados de sus hogares profanados y llevados a Gaza. Tampoco la más mínima
condena, al menos por decoro, a los yihadistas.
Moraleja:
si usted se llama, por decir algo, Luis Rubiales y comete la imprudencia de
robarle un beso sudado a, por decir algo, Jenny Hermoso, dé por sentado que de
usted sí que no se van a apiadar los, las y les ideologizades defensores de los
derechos humanos. De ciertos humanos.
Anuncio
que la recompensa para quien dé con lo que busco es generosa.
451. Llevo
un par de horas luchando sotto voce, sin éxito, contra esta ira
bien conocida que sólo con mucho esfuerzo logro domeñar, y miren con lo que me
topo:
“Hay
días en los que la gente sale a la calle como con ganas de pelea. Miras a tus
contemporáneos en sus coches a las siete de la mañana, conduciendo en dirección
al trabajo y algunos dan miedo. Están deseando que les roces un poco para salir
del automóvil con un bate de béisbol. El mundo siempre ha sido un poco hostil,
pero hay temporadas en las que la agresividad alcanza niveles del todo
indeseables. A primera hora, en la radio, deberían informar del grado de
beligerancia ambiental igual que informan de la temperatura real y de la
imaginaria, pues la sensación térmica no siempre se corresponde con lo que
señala el termómetro.
Me
pregunto si el cabreo latente que yo percibo a veces en la calle o en los
telediarios es el producto de la proyección de mi propio descontento. No es
fácil hallar la frontera entre el malestar propio y el de los demás cuando se
vive en grandes concentraciones urbanas. […]
A veces,
una mirada perdida se posa sin querer en un rostro con resultados fatales para
la convivencia…”.
Ya un
poco más sosegado gracias a Millás y a mi labor de amanuense, doy en pensar en
lo mil veces rumiado sin beneficios tangibles para mi salud mental y física: en
que, gracias a la ceguera, no manejo carro ni me cruzo con miradas torvas y
caras que, en palabras de Orfi, “horroriza mirar”. Magro consuelo si se tiene
en cuenta que, al igual que los iracundos que se sientan frente a un volante o
rumian sus rabias mientras patean ciudades, también yo empuño un bate
imaginario y arremeto contra el mundo. Claro que nunca sin haberme cerciorado
de que flora y fauna se hallen a cubierto.
452. ¿Que
el hombre desquició a la naturaleza con sus excesos? Estoy por concluir que
desquiciada estaba ya cuando permitió, hace lo menos tres millones de años, que
Lucy descendiera del árbol y, viéndose con las manos ociosas para proceder, se
entregara al pillaje y de ahí en más: desde perforar hímenes con los dedos a lo
Rafael Leónidas Trujillo Molina hasta pulsar el botón de un arsenal nuclear o desollar
vivo a un San Bartolomé, pasando por el disparo a bocajarro de cualquier
soldado ruso o israelí a un niño ucranio o palestino, todo se derivó de esa
licencia. Y pues, ya que la cagó, que sea ella la que lo remedie, y ojalá
pronto.
453. A
que no adivinan qué politicastro suramericano hoy en el poder inspiró estas
palabras, que rescato de algo que leí: “Con un personaje tan mutante y falaz es
muy difícil prever nada. Lo único sólido que tiene es su fanatismo”.
Un
sobresaliente para los que respondieron bien que Petro, bien que Miley. ¿Pero
Boric?: perdónenme pero discúlpenme. ¿Lula?: con todo y lo que me disgustan él,
su voz cavernaria y su cavernaria ideología que lo lleva a congraciarse con lo
peorcito o lo a todas luces ruin de la dirigencia mundial, tampoco es como para
que se lo llame politicastro.
Curioso,
por otra parte, que nadie haya dicho nada de quienes gobiernan al Ecuador,
Perú, Bolivia y Paraguay. Tampoco del presidente de Uruguay, el único país del
continente que se conduce con decencia en este presente que asquea. Y un 0
rotundo para los que respondieron que Maduro, pues ése ni a politicastro llega:
allá el dictador se llama Diosdado Cabello, nombre horrísono donde los haya.
454. Si
usted es profesor de una facultad de medicina o, mejor aún, de una
especialización en cardiología o en cirugía cardiovascular, hágame un favor.
Deles a leer a sus estudiantes el texto siguiente a manera de ejercicio en
clase, y pídales comedidamente -yo les haría apagar el puto celular sin
contemplaciones- que no busquen información en Google… que lean simplemente:
“…-Tras
el examen del bachillerato quizá le digan a uno a qué carreras puede aspirar y
a cuáles no, si puede ser médico o físico o albañil o electricista o
carpintero. Pero en los exámenes del corazón lo que está en juego es todo tu
futuro, la vida que te queda. Así como en las pruebas de final del bachillerato
te dicen si has estudiado bien o no en lo que llevas de primaria y secundaria,
o si has perdido el tiempo, en los exámenes cardíacos te dicen, en la mitad del
camino de la vida, si la has vivido bien o si has comido demasiada sal o
demasiada grasa o demasiada azúcar, si has hecho suficiente ejercicio, cuánto
fumaste, si te has dejado dominar por el estrés, si tu conciencia te ha dejado
dormir tranquilo en el último medio siglo, o si todo ha sido un error, si
tuviste mala suerte en la lotería de los virus y los genes, y por lo mismo todo
esto se refleja en tus propios latidos. Ahí están ellos, mirando por dentro y
por fuera el corazón, leyendo la misteriosa cordillera irregular del
electrocardiograma, midiendo la delgadez o el grosor de sus paredes, calibrando
cada uno de sus impulsos eléctricos, de sus diástoles y contracciones y
gradientes, de su capacidad de llevar la sangre hasta la última neurona de la
cabeza y la última uña del dedo chiquito del pie. Y es como si esa máquina, esa
mula incansable que es la primera que empieza a trabajar en nuestro cuerpo y la
última que se detiene, revelara los secretos de todo lo que eres, de lo que has
sufrido y gozado, de lo que te has cuidado o descuidado, de tus excesos de
ambición o de tu falta de metas, de si eres voluntarioso o pusilánime, de las
penas que te lo descompensaron y las alegrías que te lo llenaron de ánimo y
esperanzas. Les muestra a los jueces, en la pantalla, cómo late, cómo sopla,
cómo regurgita, cómo la sangre pasa serena o turbulenta, cómo esta va a
oxigenarse en los pulmones y cómo sale del ventrículo izquierdo disparada por
la aorta a repartir el oxígeno hasta el último rincón de la mente, hasta el
pene para que se levante, hasta el hígado para que secrete bilis y la nutra,
hasta los intestinos para que se muevan, hasta los riñones para que la filtren,
hasta el mismo corazón para que nunca deje de bombear, hasta las neuronas para
que nos den la sólida ilusión de que tenemos un alma, voluntad, la sensación de
ser lo que somos, la quimera del libre albedrío, una memoria vaga de lo que
fuimos, una intensa ansiedad por no saber lo que somos o lo que no somos, y
unos anhelos insensatos de lo que seremos.”
Pregúnteles,
para empezar, qué tipo de profesional escribió aquello: ¿un médico general?,
¿necesariamente un cardiólogo?, ¿quién más se les ocurre que pudo hacerlo?
Oídas a bulto sus respuestas, divida el grupo entre quienes piensan que debió
de haber sido un médico y quienes sostienen que no necesariamente, para que
conversen por separado y se preparen para el debate. Como voy a estar esperando
con impaciencia en la cafetería de la facultad o de la clínica su llamada, no
bien la reciba le caigo al salón porque lo que soy yo no me pierdo el desenlace
de este experimento.
Verá
cómo los tres o cuatro muchachos que resuelvan leer la novela toda van a dejar,
al contrario que los más de sus colegas, de ver en sus pacientes a simples
personificaciones de la ignorancia científica y de tratarlos, en el mejor de
los casos, con mal disimulada condescendencia y en el peor, con abierto desdén.
Quién quita que hasta vaya y se vuelvan, para bien de la medicina y la ciencia
toda, bibliófilos capaces de entender que aquello que tienen delante no es
simplemente un cuerpo con un cerebro de adorno sino un ser humano con todas las
de la ley o, incluso, una inteligencia capaz de transformar en arte lo
indeglutible de la medicina, suavizado sabiamente con la dosis pertinente de
vida.
455. ¡Pero
si renunciar a lo melodramático de que está infestada la vida es señalar uno
mismo la muerte prematura de la ficción que escribe!
456. Si
usted forma parte de los millardos que adolecen de proclividad a tomar las
partes por el todo y en consecuencia confunde a Greta y su muchachada
minoritaria con “los jóvenes del mundo que les exigen a los políticos un cambio
de rumbo”, infundio hiperbólico que remachan los romanticones que nunca faltan,
no es sino que revise un par de estudios serios sobre el consumismo desaforado
a que se entregan entre su adolescencia y los 30 años quienes se lo pueden permitir
(los que no, no son pruebas de lo contrario), averigüe en fuente confiable el
grado de conocimiento y de importancia que se tiene y se le da al desbarajuste
del clima en ese rango etario y, escéptico, cotéjelo todo con la lectura de
‘Cómo afectó el calentamiento global a Taylor Swift’ en El País de España.
¿Que si condeno
la borrachera consumista de los más jóvenes? Imbécil no soy: juzgo a quien debo
juzgar. Elogio y admiro lo indecible, eso sí, a Thunberg y a los que como ella
arriman el hombro para intentar enderezar la singladura que conduce, al parecer
indefectiblemente, a la aniquilación.
¿Mi
pálpito?: alea iacta est. Pero yo soy sólo un derrotista que intenta no
estorbar.
457. Deseada
muchacha, estimado muchacho, mojachos todos que estudian literatura y afines: si
a lo que ustedes aspiran en cuanto hace a la escritura es a escribir ensayos
perdurables, es decir de valía, un juego deben jugar. Preséntenles a sus
profesores, en particular a los sabelotodos que suelen ser también los más
arrogantes de la facultad, los escritos que les pidan como se los pidan: con
normas APA o EPA o UPA, con pies de página y anotaciones al margen y
bibliografías mejor nutridas que las reflexiones propiamente dichas del ensayo
o del ensayo propiamente dicho, y acompañen las entregas con exclamaciones de
júbilo, admiración y agradecimiento a ese maestro que ha hecho por ustedes y su
aprendizaje en un semestre lo que nadie antes en años de escuela y colegio. En
paralelo y del modo más clandestino posible, lean, para empezar, los ensayos
que sobre ciencia y vida y literatura y vida consigan de Julio César Londoño,
de quien no deberán leer, al menos todavía, sus soflamas políticas en El
Espectador so pena de sufrir una de dos consecuencias posibles: una indeseable
radicalización política que a nada bueno conduce, o la ruptura prematura con un
autor que, pese a sus taras ideológicas, vale la pena leer.
Ustedes
verán si antes o después de estudiar al vallecaucano -echen un carisellazo-,
buscan en El País de España una joya de ensayo que Villoro tituló ‘Juan
Gabriel, el patriotismo del corazón’. Poco importa que al rompe no sepan qué
significa ‘al rompe’ ni quién es -los grandes nunca mueren- el tal Juan
Gabriel: van a descubir una cosa y la otra junto con el asombro de enterarse de
que semejante género literario sirva, en las manos indicadas, para elevar hasta
lo sublime artístico lo que muy probablemente ayer no más ustedes llamaban “el
asco de música que oyen mis papás”.
Adenda:
si en la próxima farra con sus amigos usted le pide al barman que ponga tal o
cual canción del mexicano inmortal, vuelve a la mesa y, para pasmo de los que
con usted se emborrachan, empieza a cantar a grito pelado la letra de esa
ranchera o esa balada que se le metió en el corazón leyendo a un grande, la
literatura habrá cumplido cabalmente con su deber.
458. Este
viejo aforismo de Enrique Jardiel Poncela ya no es viejo sino antediluviano:
“La medicina es el arte de acompañar con palabras griegas y latinas al
sepulcro”. Hoy el arte reside en la capacidad que tenga el enfermo, llámese
alemán o portugués o francés o ucranio o rumano o búlgaro o guayú o español, de
descodificar y trasvasar a su lengua materna las palabras del médico que le
explica los resultados de un examen o le comunica el diagnóstico de lo que
observa no en la lengua que aparentemente ambos comparten, sino en espánglish,
alemánglish o como se llamen las demás fusiones anglobabélicas del mundo.
459. ¿”Quien
canta sus demonios espanta”, reza este otro proverbio sabio -no todos lo son-?
El problema es que si quien canta es un desafinado, o un afinado con bella voz
que lo que canta es la peor música de cantina, rap, pop urbano, vallenato
llorón, reguetón o bachata, al pobre oyente involuntario le toca correr a
esconderse donde mejor pueda, so pena de que los espíritus que el espantador
ahuyenta tomen de él posesión.
460. ¿Vieron
ustedes, de casualidad, la primera crónica de ayer (3 de diciembre de 2023) en
Los Informantes de María Elvira Arango? ¿La vieron las legionarias
ultraortodoxas del feminismo colombiano, quienes para no desentonar con sus cofradas
de horda en Occidente, se han mantenido tan calladitas y aquiescentes frente a
las violaciones de toda factura que perpetraron el 7 de octubre en Israel los
terroristas de Hamas y demás yihadistas palestinos en contra de un número
indeterminado de mujeres, judías o no, todas inermes? Que se despreocupen las y
los mutiladores de clítoris de bebés emberás pues, por tratarse de integrantes
de un “pueblo originario”, o sea de personificaciones de la bondad y la
inocencia, tampoco a ellas o a ellos están destinadas la ira y las represalias
de las ménades. Es más: el que abrigue la esperanza de que la secta “ablacione”
para condenar, aun cuando sea de labios para fuera, las mutilaciones, le
recomiendo que mejor se busque otra forma de perder el tiempo porque nuestras
amigas no dan abasto en su noble labor de perseguir piropeadores, picadores de
ojo, invitadores a salir, dedicadores de canciones, robadores de besos sudados
a lo Luis Rubiales, renuentes a duplicar el género y demás indeseables del
heteropatriarcado opresor y bla, bla, bla, bla, bla.
461. Lee
uno la prosa apátrida 76 y un raudal de ideas revueltas con imágenes se le
vienen a la cabeza: los efectos miríficos que en cualquier tiempo pero sobre
todo en éste tan histérico y seudomoralista obran en los lectores o en los
espectadores asqueados de tanta pacatería las voces inteligentes y en general
el arte indócil de los políticamente incorrectos; las dos o tres verdades que
contienen las palabras clasistas y realistas del autor; el poco tiempo que ha
pasado desde que él escribiera este texto y la sensación de que se pergeñó en
días muy lejanos y en comparación harto transigentes con opiniones que hoy
ofenden a las hordas de la cancelación; la duda de si a los ciegos de
nacimiento los modales en la mesa y en cualquier parte nos los afean o exaltan
los Ribeyros con la crudeza con que en este texto él juzga los de sus
interlocutores y, ya puestos, la razón de que esté ahí a esas horas y entre obreros,
si tanto lo incomodan.
462. Y
como se trata de una vocación, aquí me tienen, juntando material para mi
segunda arremetida a favor de la generosidad invisible pero infinita de los que
se mantienen child-free:
“Para un
padre, el calendario más veraz es su propio hijo. En él, más que en espejos o
almanaques, tomamos conciencia de nuestro transcurrir y registramos los
síntomas de nuestro deterioro. El diente que le sale es el que perdemos; el
centímetro que aumenta, el que nos empequeñecemos; las luces que adquiere, las
que en nosotros se extinguen; lo que aprende, lo que olvidamos; y el año que
suma, el que se nos sustrae. Su desarrollo es la imagen simétrica e invertida
de nuestro consumo, pues él se alimenta de nuestro tiempo y se construye de las
amputaciones sucesivas de nuestro ser.”
Como
quien dice, felices los sin hijos convencidos de su decisión, porque ellos
envejecerán al margen del retrato de Dorian Gray que se dibuja en cada vástago.
Pero más felices los ciegos por decisión sin descendencia, porque además están a
salvo de la tiranía que sobre el resto de la humanidad ejercen los espejos.
463. ¿Volver
al psiquiatra? Para qué, si es en la literatura donde doy con ciertos
diagnósticos colectivos que me permiten asomarme a ajenos espejos, sólo que
igual de empañados que el mío (cuando no del todo hechos añicos): “A cierta
edad, que varía según las personas pero que se sitúa hacia la cuarentena, la
vida comienza a parecernos insulsa, lenta, estéril, sin atractivos, repetitiva,
como si cada día no fuera sino el plagio del anterior. Algo en nosotros se ha
apagado: entusiasmo, energía, capacidad de proyectar, espíritu de aventura o
simplemente apetito de goce, de invención o de riesgo…”.
Si de
los siete aspectos que señala Ribeyro, dos únicamente emiten señales de vida en
mi vida exangüe, …
464. Que
me perdonen los científicos con alma el exabrupto, pero pastoreando un insomnio
garciamarquiano la otra noche, me di a la tarea de imaginarme un mundo en el
que hasta el último mortal de los dizque ocho millardos que somos se condujera
de acuerdo con los principios del pensamiento científico, y semejante distopía
de perfección me ocasionó un tremendo escalofrío. ¿Un mundo sin gnomos, ondinas,
sílfides y salamandras?, ¡…! ¿Sin Úrsulas Iguarán y Melquíades y Remedios muy
Bellas y José Arcadios Buendía?, ¡…! ¿Sin la casa encantada de las bellas
durmientes japonesas?, ¡…! ¿Sin las historias de miedo con que la abuelita
Elvia nos llenaba de asombro la infancia y de magia las noches en su finca felizmente
al margen de la luz eléctrica?, ¡…! ¿Sin religiones ni dioses unigénitos ni
naturalezas crédulas capaces de tornarse inclementes en su fanatismo?, ¡maravilloso!
¿Sin demagogos y promeseros de lo imposible en política que les cuelen sus
mentiras a supuestos adultos con mayor facilidad que un pederasta avezado a los
párvulos de un kindergarten?, ¡estupendo!
465. De
momento afirmo y sostengo que la revolución femenina, tan exitosa en Occidente
pese al camino infinito que queda por recorrer, echó a andar en 1879 de la mano
de -ella sí- una empoderada con todas las letras llamada Nora Helmer. Que sus
sucesoras en el feminismo estén hoy, repito que en esta parte del mundo,
empeñadas en minar los resultados más que palpables de la lucha sin cuartel que
tantas otras mujeres valerosas han librado desde entonces se debe, entre otras
razones pormenorizadas en este blog, a la incultura histórica y literaria de
una inmensa mayoría de los ciudadanos del mundo que abarca, faltaría más, a la
militancia del movimiento.
Y es
gracias a Nora Helmer y a su demiurgo que ayer no más en mí brotó nuevamente un
sueño irrealizable: que cada niña y muchacha y mujer que vivan sometidas y
humilladas por cualquier tiranía misógina -la afgana, la emberá, la iraní…- lea
en su lengua una traducción óptima de ‘Casa de muñecas’ para que, imbuidas de
la resolución volcánica de la protagonista, destronen ellas a los tiranos y de
paso les den una lección a los hombres buenos pero cobardes de sus países.
Una vez
perpetrada la hazaña, heroínas de las latitudes y culturas más oscurantistas,
hagan el favor de no pestañear (los machistas violentos con falo y vagina saben
aguardar) ni ceder a la tentación de ensoberbecerse al punto de ver en todo
hombre con que se crucen a un enemigo, pues incurrirían también ustedes en una
deslealtad imperdonable con Henrik Ibsen y con los millones de hombres que, por
querer y respetar como queremos y respetamos a las hijas y madres y hermanas y
parejas y profesoras y amigas que nos tocaron en suerte, somos incondicionales
de su causa. Lo seré yo, salvo si, permeadas por lo insustancial excesivo de la
última versión feminista de Occidente, se dedican a desbarrar y a hacer
pataletas.
466. Me
escribe un buen amigo imaginario y a todos los efectos mejor lector que yo, en
procura de que rectifique lo que él considera una injusticia por mi parte.
“Afirmar que alguien distinto de Antígona es la génesis del feminismo,
constituye una ingratitud análoga a la que tú señalas con acierto en tu
desahogo 465. ¿No te parece?”: no me parece, y (te) explico por qué.
Porque
circunscribir el ejemplo ético e intemporal de Antígona a la acción de una
mujer valiente que se rebela contra la autoridad de un tirano misógino, atenta
contra la verdad literaria del relato de Sófocles. Cuando Antígona transgrede y
entierra a su hermano Polinices, lo hace no en su calidad de mujer ni
desobedeciendo una prohibición arbitraria destinada sólo a las mujeres, sino
que procede en calidad de ser humano que no está dispuesto a que la
arbitrariedad de nadie con poder la fuerce a fallarle a su conciencia. Dicho de
otra manera: si la Antígona de Sófocles hubiera tenido que desafiar no a
Creonte sino a la Rosario Murillo nicaragüense de hoy, por descontado que lo
habría hecho, y con idéntico arrojo que si Sófocles hubiera resuelto que quien no
debía dejar insepulto el cadáver de su hermana fuera Polinices. Lo que sucede
es que, sabio como era, el genio de Colono comprendió mejor y antes que nadie que
la insumisión, encarnada en una mujer, habría de resonar con cuando menos el
doble de fuerza, y hasta el final de los tiempos.
La
prueba es que acá estamos tú y yo, varones ambos, rendidos de admiración ante
el personaje literario femenino más poderoso en la historia de la literatura y
precursor innegable de las Ednas Pontellier, las Marías Iribarne, las Tánger
Soto, las Lisbeth Salander y todas las Noras Helmer que en el mundo de los libros
son y han sido.
467. Me
replicaba el otro día un astrofísico no de la NASA, sino de universidad pública
colombiana, que eso de “revolver conocimientos” podía sonar muy bien pero que, en la
práctica, era del todo inconducente: “¿Un geoingeniero escribiendo de cine y
literatura? Decía mi abuelita, profesor, que ‘cada loro en su estaca’”.
Como lo
mío es la falta de ganas, me fui de su oficina minúscula con mi idea para otra
parte. Ni siquiera le dije que se tomara la molestia de leer tales o cuales
artículos del científico con talento y capacidad literarios Javier Sampedro en
El País de España y del escritor con talento y capacidad científicos Julio
César Londoño en El Espectador. ¿Para qué? Aquel pobre hombre sin amplitud de
miras no habría comprendido que lo que y como escriben el español y el
colombiano es el norte y no el propósito ulterior de la propuesta de incluir en
el plan de estudios de quienes se preparan para científicos un par de cursos de
literatura, y un par de cursos de ciencia en el de quienes estudian para
literatos, pues eso nadie lo puede garantizar. Se trata de alfabetizar a los
unos en esto y a los otros en aquello y de ahí en más, que cada cual decida si
sigue cultivándose o lo deja así.
Ahora: maravilloso
si, una vez puesto en marcha el experimento, siquiera un estudiante de lo uno y
de lo otro descubren cada nuevo semestre que su vocación anida en lo recién
desvelado.
468. Al
menos por respeto a Salma al Shehab y a todas las personas que, como ella,
sufren en carne propia las desmesuras de una tiranía tipo la saudí, ese sujeto
llamado Santiago Abascal y sus conmilitones de Vox y del PP tendrían que
abstenerse de llamar dictador a Pedro Sánchez, cuyos oportunismo e
insustancialidad bien pueden equipararse a los de sus opositores, pero quien
está a años luz de ser o de semejar un sátrapa por el estilo de Mohamed bin
Salmán o siquiera del lastimero y aborrecible Ortega nicaragüense. Yo que Felipe
VI, haría lo que su padre con el palurdo de Hugo Chávez en noviembre de 2007,
sólo que con Abascal, Feijóo, Sánchez, Díaz, Iglesias y demás estridencia
política de su país. Que las únicas voces que se oigan sean las de las
Cayetanas Alvarez de Toledo de cada partido… Claro: en el caso harto improbable
de que las tengan.
469. A
ver: sentemos en un salón de clases a un terrorista y violador de mujeres y
secuestrador de niños israelíes perteneciente a la cúpula de Hamas, a un
general terrorista comandado por el invasor y despanzurrador de mujeres y niños
palestinos Benjamín Netanyahu, a un joven israelí aborrecedor del yihadismo palestino
que se promete venganza y a un joven palestino aborrecedor del terrorismo de
Estado israelí que se promete venganza, a un entrometido y gratuito aplaudidor
de la causa palestina y a un entrometido y gratuito aplaudidor del poderío
sionista, ambos occidentales, y démosles a leer a los seis, fidedignamente
traducido a sus lenguas, el artículo que John Carlin tituló ‘Fuertes y ciegos,
como Sansón’. Si de aquel ejercicio de reflexión tan aparentemente atípico brota
la concordia, es porque la paz en aquella región del mundo está a la vuelta de
la esquina. Si no, ni se les ocurra perder el tiempo atrayendo al aula a los
espíritus pacíficos de un lado, el otro y los otros puesto que la última
palabra sobre la paz la tienen los que se amangualan para provocar y declarar
las guerras.
470. La resurrección sí existe. Lo sabe Antígona, que reencarnó el 9 de mayo de 1921 para morir, esta vez, el 22 de febrero de 1943 a manos de los nazis, prolongaciones a su turno del primigenio Creonte. Se llamó Sophie Scholl y dejó tras de sí otro ejemplo inmortal de ética e insumisión, pero ahora en “una colección de cartas” (todavía no doy en google con el título del dichoso epistolario y no tengo el número de Carlin para preguntárselo) y en la memoria de quienes tuvieron la suerte de conocerla y batallar con ella. Este sacrificio por partida doble nos recuerda a los “inocuos” ya por nuestra indiferencia, ya por nuestra cobardía, que la redención no existe y bien está que así sea, pues no estamos a su altura.
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