"El que no sabe repetir es un esteta. El que repite sin entusiasmo es un filisteo. Sólo el que sabe repetir, con entusiasmo renovado constantemente, es un hombre.”
Soren
Kierkegaard
201.
Tengo la sensación de que si usted hubiera sido el niño ciego que yo fui y que
estuvo tanto tiempo a merced del miedo que les tuvo a los mellizos Ramírez en
el instituto para ciegos -una gran mentira porque ellos dos y otros tantos
veían casi tan bien como los videntes que los dejaban hacer- en que cursó la
primaria; de que si usted hubiera sido la profesora que fue mi ex alumna
Maritza Medina en varios colegios públicos de Bogotá en los que distintos
angelitos y en momentos distintos la mandaban a comer mierda y la trataban de
“ciega piroba” o de “ciega hijueputa”; de que si usted hubiera visto -sucede a
diario- a otro inadaptado en uniforme escupirle la cara a un amigo mío cuando
le entregó un examen con una nota reprobatoria; de que si usted estuviera
viendo, en fin, a muchos papás y mamás aterrorizados de los energúmenos que
tienen por hijos o a esos mismos energúmenos e inadaptados destrozando
impunemente mobiliario urbano o violando en grupo a niñas o a niños menores que
ellos y del todo inermes, en baños de colegio o de centro comercial,
coincidiría conmigo en que no es esto lo que procede sino la bendita
casuística:
“…nada
que no resulte conocido a incontables colegiales de mi generación. Por aquel
entonces, en vez de cinto, se estilaba la regla de madera, larga como vara de
boyero. No era ajeno a nosotros el hábito de ir a clase amilanados. En casa la
autoridad del maestro no se discutía; en consecuencia, callábamos. Yo recuerdo
con nitidez el chasquido que producen las mejillas infantiles al ser
abofeteadas por la mano de un adulto. Eso sí, te daban por tu culpa y para tu
provecho, para que aprendieses a respetar, para que fueses árbol que crece
recto, para forzar la laboriosidad y fomentar atributos (¿masculinos?) asentados
en la obediencia sin restricciones. Te decían: ‘La letra con sangre entra’. Lo
que también entraba o podía entrar a edad temprana era la idea de que la
violencia es un correctivo destinado a fines nobles. Peligrosa enseñanza cuya
aplicación creo observar a veces en ciertos comportamientos y actitudes
repetidos en la sociedad actual. Algo aprendí después por mi cuenta: cuídate de
los que creen hacer el bien a golpe limpio, no digamos a tiros y bombazos.”
Se
equivocaban los profesores y padres de familia de los niños de su generación y
de todas las anteriores al creer que los castigos físicos y las bofetadas
debían repartirse aquí y allá y sin distingos, y se equivocan, sólo que más
crasamente, los bien intencionados que como usted abogan por la abolición
definitiva de un recurso que debe y deberá siempre estar reservado para los
matones de salón de clases y, si me apuran, también para los indiferentes y los
solapados que los azuzan o les guardan la espalda con su silencio. Mejor dicho
y para que nos entendamos: si yo hubiera sido profesor, en cualquier instancia,
de un Putin, un al-Assad, un Lukashenko o un Ortega, no me perdonaría el no
haberlos humillado y abofeteado una y mil veces en presencia de sus acosados
si, como me temo, fueron los Ramírez de sus colegios.
202.
No veo por qué no pueda hoy un ciego, un sordo, un paralítico y una fea
-ténganme paciencia que un día de éstos me ocupo de otras desgracias-
aprovechar estos tiempos de autopercepción para exigir, si se precisa mediante
fallo judicial y en su orden, la licencia de conducción, ser integrante de un
jurado en un concurso de música clásica, pertenecer a la selección de fútbol de
su país con miras a un Mundial o la corona de misuniverso. ¿Acaso mi vecina,
con semejantes tetas y esa voz tan dulce que acaricia, o mi vecino, con
tremendo bigote y herramienta entre las piernas, no alegan que se llaman ahora
ella Ramiro y él Angélica? ¿Por qué ellos sí y nosotros no? ¿Van ustedes a
privarme del derecho de sentirme vidente no más porque si no ando con mi bastón
blanco me doy contra las paredes o me precipito dentro de la primera
alcantarilla sin tapa que encuentre saliendo de la casa? ¿Le van ustedes a
negar a mi amigo el sordo, que jamás podrá establecer si quien canta es un
desafinado cualquiera o un Camilo Sesto, la posibilidad de que vote por la
mejor interpretación del Concierto para piano y orquesta número 2 de Brahms?
¡Protesto! Si mis amigos el paralítico y la fea se autoperciben un gran atleta
él y la más irresistible de las criaturas ella, ¿quiénes son ustedes para
decirles que renuncien a ese derecho que, felizmente, consagra la absurdidad de
nuestro presente?
203.
A mí que me expliquen por qué las ultrafanáticas del feminismo no han
resucitado a Julio Ramón Ribeyro para que las conduzca al paradero del violador
sin castigo de su prosa apátrida número 8. ¿Que porque el pobre diablo es
inimputable lo van a dejar ustedes, entrañables virtuosas, sin el castigo que
se merece, cual si de todo un Neruda se tratara? Les cuento que me están decepcionando.
204.
¿Quién, entre el grueso de los políticos del mundo y el grueso de los médicos
del mundo, que juran por patrias y banderas o con la mano puesta sobre el libro
sagrado que sea y por la memoria de Hipócrates y los hipocráticos, jurará más
en vano y con mayor dolo? Difícilmente encuentra uno nombres y apellidos que
salven a los unos de la deshonra bien merecida que los emparama, pero en cambio
son manifiestos e intachables los ejemplos de los que sí se comprometen, y con
creces en ciertos casos, con el código deontológico por el que juraron en sus
facultades: todos esos médicos anónimos que les salvan la vida o intentan
curar, en los lugares más remotos y abandonados por los dioses y los hombres, a
los más pobres entre los pobres; que operan, ayudados por enfermeros igual de
generosos y temerarios y bajo la luz de una linterna apenas mientras siguen
cayendo las bombas y los misiles del Putin o el al-Assad de turno, a soldados y
civiles malheridos; que se enrolan, con Médicos Sin Fronteras u otras fundaciones
humanitarias igual de quijotescas sólo que con menos reconocimiento público,
hacia destinos a los que los más de sus colegas no se aventurarían ni por todo
el oro del mundo (¿aunque saben que por eso tal vez sí?) y en fin… Estaba
viendo acá en internet que “La Asociación Mundial de Veterinaria propone un
juramento…”, pero resuelvo no abrir el documento porque con las experiencias
tan a menudo amargas que acumulo en esos consultorios me basta. (Y digo “tan a
menudo” porque Diana y Adriana, las veterinarias de mis gatos de Mariquita, son
otra cosa: un beso y mucha gratitud para ambas.)
205.
Coincidirá usted conmigo, admirado y estimado Juanjo, en que ‘Si dos ojos no
bastan’… Y pensar que hay tantísimo corazón mezquino y encéfalo prejuiciado
que, no conforme con las de por sí duras condiciones de este fatum, lo agravan
con la incredulidad a priori del que discrimina a bulto. Claro que si lo hace
también una mayoría -y vaya y vea usted con qué ínfulas y desparpajo- de
quienes saben de qué fueron capaces un Milton, un Taha Hussein; un Nicholas
Saunderson, un Lev Pontriaguin, ¿qué puedo esperar, entonces, de mis vecinos de
a pie? ¡Pero si sólo hay que ver con cuánta condescendencia mal disimulada las
medianías que por lo común deciden en los reálitis y concursos que buscan
promover nuevos cantantes reciben al participante que se presenta en las
audiciones con su bastón blanco o custodiado por un perro guía! ¡Y eso que sin
falta se reivindican, todos, admiradores o fanáticos de Stevie Wonder y José
Feliciano, para no hablar de los que glorifican los nombres de Joaquín Rodrigo
y Andrea Bocelli! Lo peor del caso, maestro Millás, es que no los juzgo porque
a mí también me ocurre… con ciegos inclusive.
206.
Tres preguntitas -y ustedes me hacen el favor de no írmelas a tachar de
capciosas, que con el diminutivo ya tienen suficiente- para el gran Javier
Sampedro: “¿Dónde estás? No me refiero a en qué ciudad o en qué línea de metro,
sino a dónde está eso que llamas yo, a qué lugar ocupa en tu cuerpo el sentido
de existir, de percibir el mundo, de pensar sobre él. Déjame adivinarlo: está
en algún lugar detrás de tus ojos y entre tus dos orejas. Así lo sentimos
todos. Pero eso es solo porque la luz nos entra por los ojos y el sonido por
las orejas. […] Pero algún día estaremos de pie contemplando el mapa de nuestro
propio cerebro, con sus 86.000 millones de neuronas y todas las sinapsis entre
ellas, y nos volveremos a preguntar como en la parábola de la pecera: ¿dónde
estoy yo? La razón te dirá que tú eres ese mapa inextricable de neuronas y
sinapsis, nodos y nexos, pero tú seguirás estando detrás de tus ojos y entre
tus dos orejas, ¿no?”.
¿Nos
birlaron a los ciegos totales y a los sordos profundos medio yo? ¿Cómo pueden
existir los sordociegos profundos y totales si, a todas luces y a primer golpe
de oído, carecen nada menos que de aque… yo? ¿Cómo se imagina usted, maestro,
la representación futura de los mapas del cerebro de unos, otros y los otros
desgraciados, caso de que algo semejante a un cerebro humano ostenten?
207.
Ocioso como soy, a veces se me da por preguntarme cuántos de los buenistas de
la academia que en público se desgañitan exigiendo inclusión y equidad para
todos, todas y todes y en todas partes salvo en sus vidas y en sus facultades,
harían en privado por ejemplo con el niño que fui lo que el bueno de Haley con
el hijo ciego de su esclava en el capítulo 8 de la novela de Beecher Stowe. A
ver, paladines de la justicia y la igualdad teóricas que rinden jugosos
intereses, con la mano levantada bien en alto para que se los pueda contar.
208.
Si yo fuera sacerdote católico o pastor cristiano -loado Dios que no- de los
muy pocos con vocación auténtica y amor por el prójimo que enaltecen sus
credos, liberaría a mi rebaño de las angustias que al buen creyente le producen
las antinomias y las ambigüedades maravillosas de la Biblia -portento literario
donde los haya- y se las reemplazaría por las enseñanzas de La cabaña del tío
Tom o, si es mucha la pereza lectora de la feligresía, al menos por el capítulo
9 de esa novela , que de humanitarismo lo sabe todo.
209.
¿Que para qué leer, preguntan ustedes? Para tantas y tantas cosas prodigiosas
-me adelanto y les respondo- que enunciarlas sería interminable y tedioso. Sin
embargo y para no parecer displicente, les digo hoy -ya se verá qué improviso
mañana-, que para que los solitarios del mundo, vocacionales o forzados por las
circunstancias de cada yo, podamos dialogar (enfadarnos con ellos, putearlos,
irnos a las manos si toca, reconciliarnos para volver a discrepar y, menos mal
que sólo en contadas ocasiones, enemistarnos de por vida), sin que se enteren,
con nuestros referentes de papel y tinta:
“…El
colibrí es, entre todos, el animal de metabolismo más veloz. Su ínfimo corazón
late unas mil veces por minuto -diez veces más que los humanos más acelerados.
Y el resto de su cuerpo funciona acorde: su digestión, sin ir más lejos, es un
rayo. Por eso, para seguir vivos, los colibríes necesitan comer dos o tres
veces su peso cada día, porque tragan y digieren, tragan y digieren y están
siempre al borde del desfallecimiento, y por eso se la pasan volando de un lado
para el otro, agitando las alas como poseídos: buscándose la vida al borde de
la muerte. Por eso viven suspendidos frente a esas flores, picándolas: lo que
vemos como belleza es su hambre, su desespero por sobrevivir.
El
colibrí, pobrecito, no solo es una belleza extraordinaria; también es una
metáfora extrema de la maldición de la belleza, de los esfuerzos que hacen
tantas y tantos para ser más bellos. Solo que ellas y ellos lo hacen a
propósito y el colibrí no sabe lo que hace; por no saber, no sabe siquiera que
es hermoso.
Pero
es, también, una muestra tajante de lo difícil que es saber cuando hablamos de
otros, lo fácil que es equivocarse, lo simple que es no entender lo que creemos
entender e interpretar alegremente cuando no tenemos la información para saber
en serio.”
¿Cómo
no sentirme, admirado y estimado Martín, aliviado de saberme a salvo de la más
que milenaria tiranía de los espejos y de la reciente de las pantallas,
prolongaciones suyas en las que se cree que se mira a los otros para poder
dizque verse a sí mismo? Pero no era de eso de lo que le quería hablar, o no
exactamente.
Los
que nacimos bendecidos -ya ve lo optimista que estoy hoy: un día al año no hace
daño- con el conformismo del que se siente satisfecho y hasta feliz con lo poco
o lo muy poco que tiene, no comprendemos que millardos y millardos de dólares a
los que asciende hoy -ya verá usted mañana- la fortuna de un Bernard Arnault le
susciten a media humanidad, que pactaría ya mismo con el diablo por ser aquel
desgraciado aunque fuera un día, suspiros de envidia y admiración. ¿Doscientos
veinte mil millones de dólares para igual envejecer, quedarse impotente y morir
al cabo, forrado asimismo en pañales meados y cagados? Propongo que a esta
supersubespecie del mono insaciable se la denomine, a partir de ya y en virtud
de las semejanzas manifiestas que guarda con la criatura alada, así: la
supersubespecie-colibrí. (Ah, hermano, pero no se vaya a creer usted el cuento
de que desconozco la maldición de la codicia, por la que pactaría ya mismo con
el que sabemos a cambio de libido y el mejor odor di femina y cuerpos desnudos
de bellas durmientes -sin los impedimentos que pesan, eso sí, sobre los de las
de Kawabata- y cualquier ardid, cualquiera, que me libre de salir del mercado
sexual).
210.
Una de las muy pocas clases memorables de literatura que recibí en la
universidad me la dio Felipe Ardila, en algún semestre del pregrado. Nos habló
ese día de ‘constructos ideológicos’ y nos deslindó la diferencia que puede
(pue-de) existir entre el concepto que nos formamos de alguien -un compañero de
oficina, un vecino- y en lo que aquel sujeto se transforma en otros ámbitos.
Piensen ustedes -nos dijo- en la mujer más apreciada por todos sus colegas
gracias a las virtudes de que hace gala en el trabajo, en donde con el tiempo
empieza a correr el rumor fundado de que esa misma persona tan meritoria, no
bien traspone la puerta de su casa, azota a los hijos y machaca a las mascotas
ante el pasmo y la irresolución del calzones que tiene por marido. O en -les
digo- un militar de rango que humilla y maltrata a sus subordinados, que le
tienen a él el mismo miedo que él le tiene a la fiera con que se casó y desde
entonces lo domina.
Pues
bien; desde aquella mañana me hice tan consciente de esta realidad que no hay
persona a la que oiga o escritor al que lea sin que me cuestione cuánto de lo
que oigo y leo será como me dicen, cuánto estará distorsionado por hechos que
en ese momento desconozco y cuánto es infamia pura. Y si cultivo una relación
física con el que oigo o inmaterial con el que leo, estoy siempre al acecho de
sus palabras y sus actos (en el segundo caso el sustantivo debe ir entre
comillas), no necesariamente para condenar o censurar flaquezas aunque sin
falta para ir desvirtuando, confirmando y reacomodando el ‘constructo
ideológico’ que de Equis o Ye persona me forjé cuando la conocí.
“…Y
ahí, mi perro es lo más importante que hay. Le explico cuál ha sido el texto,
paseamos juntos, nos hablamos… En serio, mataría a los que maltratan a los animales.
Lo digo con toda la tranquilidad. ¡Es algo que me horroriza! Y nuestra
civilización lo hace a grandísima escala. En los ojos de un animal que os ama y
al que amáis hay una comprensión de la muerte de la que carecemos. Los ojos de
mi perro esconden algo que comprenden muy bien; tal vez lo que me va a pasar.
Cuando vuelvo a casa, siempre me espera cerca de la puerta. ¿Por qué? ¿Cómo
hace para saber que estoy llegando? Probablemente, si nos ponemos
augustocomtianos, positivistas a ultranza, diríamos que es porque se desprende
un olor de espera. Puede ser. ¿Sabe usted que un perro tiene todo un
vocabulario de olores, que percibe diez mil olores que nosotros no podemos
conocer? Y cuando preparo mi pequeña maleta de viaje, se pone debajo de la mesa
y me mira con unos ojos de reproche indescriptibles. ¡Es tan bonito vivir con
un animal! Esas telepatías son realmente interesantes. Ya sé que deberíamos
sentir un gran amor por los seres humanos. Pero a veces me resulta muy
difícil.”
“…Los
pájaros no cantan por cantar. En medio de su algarabía cada trino o tuit tiene
una función y responde a una necesidad. Los pájaros cantan para marcar
territorio, para alertar de la presencia de un depredador, para atraer a las
hembras con la intención de celebrar unas nupcias arrebatadas, o simplemente
para no perder el contacto con el grupo a la hora de emigrar. El leve gorjeo de
los polluelos recién nacidos en el nido del jardín se debe a su interés por
llamar la atención de la madre o a la disputa por el gusano que ella trae en el
pico para alimentarlos. Se trata de una comunicación pura, esencial y concreta.
No sucede lo mismo con los humanos que no cesan de hablar por hablar para nada.
En medio del jolgorio que arman al amanecer cada especie de pájaro se expresa
en su propio idioma. Ignoro si existe una traducción simultánea que les permita
a las aves migratorias que llegan de países lejanos entenderse con las que
habitan este territorio todo el año. Me gustaría saber si las golondrinas
africanas conocen el lenguaje de los mirlos españoles, si el cántico del
ruiseñor enamorado en las noches de mayo es capaz de atraer a hembras de otra
especie. El aire es un pentagrama lleno de notas musicales, blancas, negras,
corcheas, semicorcheas, fusas y semifusas y las aves, según cada clase, las
interpretan como si se tratara de una partitura escrita por Pitágoras y extraen
de ella las melodías necesarias para sobrevivir más allá de la belleza. ¿Qué es
un tuit? Puede ser un acorde de Bach si lo emite un jilguero o un rebuzno que
ensucia el aire si lo lanza cualquier asno humano.”
“…¿De
qué hay que liberar a los animales? ¿De la evolución de las especies? ¿De las
leyes de Mendel? No, deben ser liberados del yugo humano: se trata de abrirles
la jaula. Fuera de la jaula y lejos del pastor podrán dedicarse a su libertad,
es decir, a ser lo que la naturaleza ha dispuesto para ellos: al principio
quizá algunos estén un poco desconcertados, el chihuahua, por ejemplo, pero se
irán acostumbrando. Los humanos, que tantas nuevas familias zoológicas han
criado y con tantas han convivido, siempre fueron sus enemigos. El nuevo
imperativo moral es: ‘Obra de tal modo que todo ser capaz de sentir sienta lo
que más pueda agradarle, sin interferencia tuya negativa’. […]
[…]
Singer condena el especismo ético, es decir, preferir moralmente nuestra
especie a las de los otros seres vivos. Pero es que en eso consiste
precisamente la ética, en el reconocimiento humano de lo humanamente libre y
responsable en el confuso tapiz de los efectos y las causas. Fue tarea de Kant
racionalizar el especismo estableciendo que para el ser humano la humanidad
siempre será un fin y nunca un medio. Hay que ser humanitario con los animales,
pero humano entre los humanos.”
Y
bien…, tres opiniones de tres sabios a los que mucho debo y a los que leo con
regularidad y desde hace tiempo. Uno que por desgracia (para mí, claro) ya
murió y al que nunca le voy a poder agradecer en persona toda su sabiduría y lo
que mis recursos de lector alcanzan a juzgar su coherencia ética; un segundo
que cumplió recientemente ochenta y siete años de edad y con el que temo que me
ocurra exactamente lo que con su par intelectual y “moral”; y un tercero con el
que mucho conflictúo y cuyo ‘constructo ideológico’ me ocasiona dudas que algo
me mortifican y mucho me estimulan.
A
él en particular, como a los terroristas de la política -ETA, Farc, ELN- o a
los sabihondos de la pedagogía y la educación -científicos y expertos se hacen
llamar-, le recrimino que se sienta el dueño de la verdad revelada sobre aquello
tan subjetivo y espinoso que es la ética, y que lo vocifere con la misma
sobradez con que los unos -los matones- pretenden enseñarle al resto del mundo
de qué van la democracia con sus múltiples intríngulis y los otros -los
insulsos del enrevesamiento académico-, narcotizados con sus vaciedades
teóricas, quieren hacernos creer que la escuela sobre la que legislan es lo que
fantasean que es gracias a ellos y no la calamidad que en realidad es y en gran
medida por su culpa. Posiblemente nuestro tercer hombre, no obstante su suma
sabiduría y sus casi setenta y seis años de vida, desconozca que esta mujer
humilde a la que cada mañana veo (por la ventana abierta en que me fumo un
cigarrillo y me tomo un tinto) dándole de comer a un animalito callejero tal vez
distinto, tal vez el mismo, y que los tres señores que la semana pasada
abandonaron por separado la cama en plena noche y en medio de una borrasca
típica de Mariquita para auxiliar a un cuarto vecino al que la lluvia y los
vientos lo acababan de dejar con casa pero sin tejas ponen en marcha sus muy
personales formas de sentir lo ético sin que jamás hayan leído o vayan a leer
nada al respecto y muy seguramente sin saber siquiera que existe algo con ese
nombre. Que la ética sea algo tan importante y singular para esas cuatro
personas, para los dos primeros sabios, para el tercero y para mí, teoricemos o
no al respecto, hace que me cuestione hasta qué punto es conducente pasarse la
vida instruyendo a los demás con libros y artículos cuya elaboración acaso no
deje tiempo y espacio suficientes para exámenes rigurosos de conciencia y, peor
aún, para poner por obra toda la palabrería con que se construyeron capital y
prestigio.
211.
¡Que vivan, que vivan Beecher Stowe y su panfleto, imprescindible por valiente!:
“…--Señor
Wilson, sé todo esto --dijo George--. Sí que corro un riesgo, pero… --abrió de
repente el abrigo para mostrar dos pistolas y un cuchillo de caza--. ¡Ahí está!
--dijo--, estoy preparado para ellos. Jamás me iré al sur. ¡No! Llegado el
caso, me ganaré por lo menos seis pies de tierra gratis, ¡la primera y la
última tierra que posea jamás en Kentucky!
--Ay,
George, ése es un estado de ánimo muy malo; se aproxima a la desesperación,
George. Me preocupas, quebrantando las leyes de tu país.
--¡Mi
país de nuevo! Señor Wilson, usted tiene país, pero ¿qué país tengo yo o los
que, como yo, han nacido de madres esclavas? ¿Qué leyes hay para nosotros?
Nosotros no las hacemos ni damos nuestro consentimiento; no tenemos nada que
ver con ellas; todo lo que hacen por nosotros es aplastarnos y mantenernos
aplastados. ¿No he oído sus discursos del 4 de julio? ¿No nos dicen a todos,
una vez al año, que los gobiernos reciben su legítimo poder del consentimiento
de los gobernados? Los que oyen estas cosas, ¿es que no saben pensar? ¿No saben
atar cabos, para ver lo que significa? […]
--Oiga
usted, señor Wilson --dijo George, acercándose y sentándose enfrente de él--,
míreme un momento. Sentado aquí delante de usted, ¿no soy un hombre exactamente
igual que usted? Míreme la cara, míreme las manos, míreme el cuerpo --y el
joven se estiró con orgullo--; ¿por qué no soy yo tan hombre como cualquiera?
Bien, señor Wilson, escuche usted lo que voy a decirle. Yo tuve un padre, uno
de sus caballeros de Kentucky, que no me apreciaba lo suficiente para evitar
que me vendieran con sus perros y sus caballos para saldar las deudas cuando se
murió. Vi a mi madre en una subasta del sheriff, con sus siete hijos. Nos
vendieron ante sus ojos, uno por uno, todos a amos diferentes, y yo era el más
joven. Ella se puso de rodillas ante mi antiguo amo y le suplicó que la
comprase conmigo, para tener por lo menos uno de sus hijos con ella, y la
apartó de una patada de su pesada bota. Lo vi hacerlo y lo último que oí fueron
sus gemidos y gritos cuando me ataron al cuello de su caballo para llevarme a
su finca.
--¿Y
después?
--Mi
amo negoció con uno de los hombres y compró a mi hermana mayor. Era una chica
buena y religiosa, miembro de la iglesia Baptista, y tan guapa como lo había
sido mi madre. Estaba bien instruida y tenía buenos modales. Al principio, me
alegré de que la hubiera comprado, pues así tendría a una amiga cerca. Pero
pronto me lamenté. Señor, he estado en la puerta oyendo cómo la azotaban,
sintiendo como si cada golpe cayera sobre mi corazón desnudo, y no podía hacer
nada para ayudarla; y la azotaban, señor, por querer llevar una vida decente y
cristiana, tal como sus leyes no permiten que viva una esclava; y finalmente la
vi encadenada con la cuadrilla de un tratante destinada a ser vendida en el
mercado de Nueva Orleans, y todo por aquel motivo, y no he vuelto a tener
noticias de ella. Bien, pues me hice mayor, pasaron años y años, sin padre, sin
madre, sin hermana, sin un alma que me quisiera más que a un perro; sin nada
más que azotes, broncas y hambre. Señor, he pasado tanta hambre que he comido a
gusto los huesos que tiraban a sus perros; sin embargo, cuando era un crío y me
quedaba noches enteras despierto llorando, no lloraba por el hambre; no lloraba
por los azotes. No, señor, lloraba por mi madre y por mis hermanas, lloraba
porque no tenía a nadie que me quisiera sobre la tierra. Jamás conocí el
significado de la paz o el consuelo. Jamás me dirigieron una palabra amable
hasta que fui a trabajar en su fábrica. Señor Wilson, usted me trataba bien; me
animaba a mejorarme, a aprender a leer y a escribir e intentar ser algo en la
vida, y Dios sabe cuánto se lo agradezco. Luego, señor, conocí a mi esposa;
usted la ha visto y sabe lo hermosa que es. Cuando supe que me quería, cuando
me casé con ella, apenas creía que estaba vivo por lo feliz que me sentía; y,
señor, es tan virtuosa como bella. Y entonces, ¿qué? Entonces va mi amo y me
aparta del trabajo y de mis amigos y de todo lo que me gusta y me reduce a
nada. ¿Y por qué? Porque, dice, he olvidado quién soy, dice, para enseñarme que
sólo soy un negro. Al final, lo último de todo, viene y se interpone entre mi
mujer y yo y dice que tendré que renunciar a ella para ir a vivir con otra
mujer. Y las leyes de ustedes les permiten hacer todo esto, a pesar de Dios y
del hombre. ¡Dése cuenta, señor Wilson! No hay ni una sola de estas cosas que
han roto el corazón a mi madre, a mi hermana, a mi esposa y a mí que no
sancionen sus leyes y permitan hacer a todos los hombres de Kentucky sin que nadie
les pueda decir que no. ¿Y las llama usted las leyes de mi país? Señor, no
tengo país como tampoco tengo padre. Pero voy a tener uno. No quiero nada del
país de usted excepto que me deje en paz, que pueda abandonarlo pacíficamente;
y cuando llegue al Canadá, donde las leyes me reconocerán y me protegerán, ése
será mi país, y acataré sus leyes. Pero si algún hombre intenta detenerme, que
tenga cuidado, pues estoy desesperado. Lucharé por la libertad hasta el último
aliento. Dice usted que lo hicieron sus antepasados; si fue lo correcto para
ellos, ¡es lo correcto para mí!”
Saco
cuentas y me digo que si al menos un diez por ciento de los dizque ocho mil
millones que somos fuéramos auténticos Georges Harris y Harriets Beecher
Stowes, ¿estarían las cosas como están y serían como son? Si de los más o menos
cuarenta millones de afganos que viven en el país, cuatro millones estuvieran
dispuestos a inmolarse y a caer como moscas si toca, ¿qué tiranía armada hasta
los dientes le podría plantar cara a semejante turba? Pero como los Navalnis
rusos o bielorrusos o venezolanos o cubanos o lo que sea no llegan ni en sueños
a un uno por ciento, ¿qué? Cuatrocientos mil afganos resueltos a todo y
provistos de cuchillos, palos, piedras y lo que se les atraviese, ¿no harían salir
pitando a la plaga talibana, que no tendría ni con mucho balas suficientes para
matar a una décima parte? De modo que sí: el mundo es lo que es y siempre ha
sido y jamás va a dejar de ser porque un noventa y siete por ciento de los que
lo pueblan está constituido por cobardes tipo el Wilson este (a él y a los como
él se les abonan, faltaría más, la bondad y la generosidad por demás tan
escasas) y el restante 2,9 por ciento por hijueputas fuera de serie tipo Putin
y al-Assad. ¿Qué nos queda, entonces?: la resignación más absoluta y nada
distinto a eso. Ah, bueno: también la rabia y el odio.
212.
Leo, Irenita, el último capítulo del apartado que precede a uno titulado
‘Atrévete a recordar’ y que figura bajo el número 47, y hago votos por que un
día la historia cuente que en el siglo XXI y parte del XX, superando en
fundamentalismo a los dogmas religiosos y políticos de siempre, fueron las
universidades -no las facultades de ciencias (o no tanto), sí las de
humanidades y afines- quienes propagaron e inficionaron el mundo con ideas
descabelladas y teorías a cuál más intolerante que disfrazaban de
“igualitarismo”; que, como los bárbaros contra Roma, ellas -la sal que se
corrompe- vetaban autores y señalaban libros y hacían caer en desgracia a vivos
y a muertos (de Quevedo a Woody Allen) mediante la acusación peregrina y
ramplona de misoginia o racismo. Claro que para serte del todo sincero, lo que
de verdad quisiera no es que el futuro condene sus desmanes y a los
perpetradores sino que los que nos dolemos de las vesanias de los
pseudoeducadores los pongamos en evidencia y los desalojemos de cátedras y
campus. A gorrazos si toca.
213.
¿Cómo? ¿Que yo qué, mujer? ¿Que yo tengo moza, dicen los maledicentes? ¿No será
más bien que los que me acusan sufren de diplopía?
214.
Es tal el desequilibrio en la balanza de la justicia que a cualquier hombre que
hoy insulte, golpee o mate a una mujer lo pueden meter preso por misógino o por
misógino y feminicida, mientras que a una mujer que insulte, golpee o mate a un
hombre jamás la tildarían de andrófoba o de “masculinicida” y, si la meten
presa, se toman en consideración todas las circunstancias atenuantes de que se
pueda echar mano para favorecerla. Supongan ustedes que mi esposa llega a casa
luego de una jornada laboral extenuante y con lo que se topa no bien sube a la
alcoba matrimonial es con su marido revolcándose con su hermana de ella y no
precisamente en la alfombra. Que, transfigurada por la ira, me apuñala sólo a
mí y hasta la muerte. ¿Aceptarían ella y sus congéneres feministas que se le
endilgara un delito motivado por su supuesto odio a los hombres cuando de lo
que se trató fue de un homicidio (¿pueden creer ustedes, colegas varones, que
la RAE y nuevamente los jueces hablan de uxoricidios y feminicidios pero de
nada en absoluto que nomine el caso contrario? ¿Y no dizque las invisibles son
ellas?)? ¿Cierto que no, estimadas amigas? ¿Y entonces por qué se gradúa de
misógino y feminicida al marido que, transfigurado por la ira, apuñaló hasta la
muerte a su mujer cuando la encontró revolcándose con su hermano de él en la
alcoba matrimonial y no precisamente en la alfombra? ¿Por qué no se lo llama de
entrada también a él, en aras de la imparcialidad, homicida?
Pero
como no más quejarse no sirve de nada, quiero valerme de la literatura para
intentar poner algunas cosas en su sitio… a ver si de pronto llega el día en
que siquiera los que absuelven y condenan obran con la ecuanimidad que de ellos
se espera.
Tres
machistas: Juan Pablo Castel, Gregorio Magno Pontífice Camargo y Knils Erik
Bjurman. Un feminicida probado y uno posible: Gregorio Magno Pontífice Camargo
y Juan Pablo Castel respectivamente. Dos misóginos probados: Nils Erik Bjurman
y Gregorio Magno Pontífice Camargo. Dos hijueputas con todas las letras -el primero
me cae gordo y el segundo hasta simpático-: Nils Erik Bjurman y Gregorio Magno
Pontífice Camargo. Tres personajes a cuál mejor logrado y en contrapunto con
sendos personajes femeninos a cuál mejor logrado, los seis construidos por tres
novelistas de puta madre y los tres hoy muertos aunque tan vivos -en este
corazón y en esta mente- cuanto sus criaturas.
215.
Que veintiséis años después de que a García Márquez ‘se le chispoteara’ con su
propuesta-exabrupto en relación con la gramática y la ortografía españolas,
salga Martín Caparrós con que “quizá llegó la hora de empezar a pensar un
nombre para esa lengua -y no vayan a creer ustedes que habla del inglés- que no
sea el nombre del país que la impuso”, o sea el de España, a mí me reconfirma
en la certidumbre de que incluso los encéfalos más solventes entre los
creativos y pensantes se despiertan de cuando en cuando ávidos de renegar de su
talento y fama: “Un nombre común, si se puede -sería bueno subrayar esa
originalidad absoluta, 20 países capaces de entenderse en una lengua-, pero uno
que no sea el nombre de uno, el nombre de otro. Yo, por supuesto, propondría el
que uso desde hace unos años: ñamericano. Donde la eñe, ese estandarte de
nuestro idioma, modifica la noción de americano para volverla nuestra. Pero esa
es solo una opción mala. Seguro que puede haber mejores: la cuestión es
decidirnos a buscarla. Y así, algún día, sabremos qué idioma hablamos, cómo se
llama nuestra lengua”.
¿Pero
cómo se le va a ocurrir a usted, un tipo capaz de sacarse del magín las
‘Crónicas Sudacas’ y ‘El mundo entonces’, venir a darles pábulo a todos esos
Pauls B. Preciados que andan por ahí sueltos y desatados triplicando géneros y
degenerando gramáticas, con semejante “boludez”? ¿Acaso no le alcanza toda esa
inteligencia que despliega en tanto de lo que dice para figurarse el talante de
la discusión, en pleno Medioevo Científico y Tecnológico: “el nombre que se
escoja tiene que ser como yo, o sea no binario”; “pero empezamos mal porque
‘nombre’ es un sustantivo masculino y eso es sexista”; “sí, español y
castellano no porque encima de que celebran al invasor son nombres masculinos,
lo cual quiere decir que lo femenino se sigue invisibilizando”; “claro, ustedes
las mujeres biológicas y caucásicas pensando sólo en lo femenino, ¿y lo trans
melanínico qué?”; “¡eso, eso es!: nosotres creemos que ustedes son tan
machistas y excluyentes como el heteropatriarcado invisibilizador y emasculador
del igualitarismo que sólo nosotres entendemos y/o defendemos…”?
Claro
que si está tan convencido como parece de las bondades de la propuesta, échele
pa’lante que no le van a faltar loquitos y desocupados que le cojan la caña,
como se dice en Colombia; donde, a propósito, siempre se ha llamado español al
español con la mayor naturalidad y sin resentimientos extemporáneos de país
colonizado. Incluso hoy, cuando lo que se habla y en lo que se garrapatea ya no
es el idioma que nos legaron don Quijote y Sancho sino un emplasto constituido
por cada vez más léxico y sintaxis ingleses y por consiguiente llamado
espánglish, así se lo sigue llamando: español y, sólo raras veces, castellano,
palabra que acaricia de tan eufónica.
216.
Compro serenidad al precio que sea.
217.
Recuerdo cuando Orfi -sabia como siempre ha sido-, viéndome fumar a mis escasos
quince o dieciséis años, me decía sin la menor contemplación: “Si supiera lo
ridículo que se ve con ese cigarrillo en la mano, lo apagaría y no volvería a
fumar nunca más”. Yo la maldecía por dentro y, claro, seguía fumando como si
tal cosa pero atormentado por su incomprensión. ¿Y por qué no le decía lo mismo
o pensaba -porque no lo pensaba- lo mismo de mi hermano, que también a veces
fumaba delante de ella y era apenas dos años y medio mayor que yo? Pues porque
él (lo hemos conversado luego riéndonos) ya ayudaba a sostener la casa y había
empezado la universidad.
Y
hablando de la universidad, recuerdo el día que les dije en la Pedagógica a un
par de pimpollos bastante maleducados y sobradores que acababan de sacarse la
cédula de ciudadanía y de matricularse en un programa llamado Educación
Comunitaria, que si supieran lo ridículos que se oían impostando voces de
intelectuales y citando a cada momento los cuatro o cinco titulitos que “conocían”,
se flagelarían una vez en casa y se prometerían humildad y ahora sí estudio
serio y constante. Supongo que sintieron lo que yo hacia mi madre y aun ganas
de matarme allí mismo, pero desconozco si a ellos también se les dibuja hoy
esta sonrisa que a mí se me dibuja mientras lo escribo y evoco. Vaya uno a
saber: de pronto hasta lo hayan tenido que revalidar en alguna clase con alguna
versión circular de la insolencia inteligente que a los que nos ganamos la papa
entre aulas universitarias nos desaira siquiera una vez en la vida.
218.
Bendito sea el dedo salvífico de Carl Weiss, quien justo a tiempo apretó el
gatillo y así impidió que un Trump en ciernes llamado Huey Long siguiera
ascendiendo peldaños y más peldaños con rumbo a la Casa Blanca. Lástima que los
ucranios, georgianos, chechenos y rusos víctimas de Putin, los bielorrusos y
ucranios víctimas de Lukashenko, los honkoneses, taiwaneses y chinos víctimas
de Xi y los que lo precedieron, los nicaragüenses, venezolanos y cubanos
víctimas de sus dictadores y los sirios víctimas de al-Assad y su cochina
súcuba no hubieran corrido con la misma suerte que los estadounidenses de entre
guerras. Porque los estadounidenses de hoy, unos por una mezcla letal de
ignorancia y estupidez o desvergüenza y temeridad, y los otros por una
combinación no menos venenosa de irresolución, permisividad y ausencia de
cálculo parecen complotados para que Donald Trump los vuelva a gobernar a
partir de 2024 y la feliz ucronía aquélla le ceda su sitio a la segunda y
definitiva temporada de una distopía que nada bueno augura. Nada.
219.
En política -y a la final en nada-, no hay que temerles a los vaticinios. La
Colombia de hoy -que es la de siempre- se planta ante un camino que se bifurca
o, bien mirado, se trifurca.
Ya
se empiezan a oír, a babor, las voces de los que aducen que nadie nace
aprendido y que por lo tanto esta primera presidencia de la izquierda es un
periodo de aprendizaje, que va a ser en un segundo mandato cuando se puedan
poner por obra las promesas descoyuntadas y no en pocos casos impracticables
con que desde siempre ella -la de acá, que en nada se asemeja a la uruguaya o a
la chilena y en todo a la argentina y la boliviana- ha engatusado a los adeptos
y a los incautos; mientras que a estribor, los otros fanáticos, los del
uribismo con un Uribe que de momento se mimetiza y disfraza de respetuoso del
desgobierno actual, claman a gritos por un cambio de rumbo, como si hubiera
habido un rumbo cuando ellos mandaban o lo hubiera ahora. De prosperar esta
suerte de pacto tácito entre unos y otros, el país se vería abocado a un como
segundo Frente Nacional en el que la izquierda improvisadora y mendaz culpa a
la derecha insaciable y marrullera de su ineptitud e ineficiencia y ve cómo se
le escapa el poder cuatro años durante los que dizque se prepara para ahora sí
hacer lo que no sabe hacer pero la vuelven a elegir una segunda y una tercera
vez a ver si ésta es la vencida tras cuatro, tras ocho años en que la derecha
no hizo más que robar y asfixiar económicamente a los de siempre, que tampoco
encuentran en el petrismo de 2050 las soluciones por las que votaron en 2022.
Pero
también puede ocurrir que los de un extremo o los del otro, tan sumamente
parecidos en las formas y en el fondo, se cansen de enseñarse los dientes y
resuelvan pasar a la acción mediante un autogolpe de Estado a lo Pedro
Castillo, o a lo Pinochet con Bukele como norte inmediato. ¿Y la prensa? Salvo
honrosísimas excepciones, haciéndoles de idiotas útiles a los unos -verbigracia
Daniel Coronell, Cecilia Orozco Tascón y María Jimena Duzán al presidente y a
los suyos con su hasta la fecha (22 de abril de 2023) renuncia a la
investigación y la denuncia que, en cambio, siguen practicando con todo rigor
con la contraparte- o maniobrando -verbigracia Vicky Dávila, Mauricio Vargas y
María Isabel Rueda- directa y desembozadamente a favor de la godarria… de la
otra godarria, quiero decir. ¿Y el centro? Tan decentito, timorato e invisible
como sus votantes. ¿Y el barco? Sin que zozobre pese a todo aunque a la deriva
porque los dos capitanes que se lo disputan viven, como sus tripulaciones y el
pasaje entero, borrachos de poder o de ansias de poder, de fanatismo o de
oportunismo y siempre siempre de estupidez, obstinación y credulidad.
220.
Ya somos dos -de entre millardos pudibundos que lo practican pero lo niegan-,
Juanjo hijuemadre, ya somos dos: “Me debato entre matar a un gilipollas o
dejarlo vivo. Hablo en términos imaginarios, claro, porque el crimen, a este
lado de la realidad, conlleva penas de prisión durísimas. […] En cualquier
caso, mato siempre a distancia, con enfermedades que provoco con el
pensamiento. Ya sé que el pensamiento mágico no funciona, tan poco estoy tan
mal, pero yo me hago la ilusión de que sí, de modo que, aunque el muerto siga
vivo, para mí es un difunto. […] Pocos días después, a través de unas personas
que lo conocen, me entero de que acaban de diagnosticarle una enfermedad
terminal muy dolorosa. Significa que el pensamiento mágico funciona de forma
intermitente, ahora sí, ahora no. Utilícenlo ustedes con cordura, con
racionalidad”.
Corrijo:
no somos dos sino tres, porque yo se lo aprendí a un genio como usted del
lenguaje, quien como yo en lo único que discreparía de su confesión es en la
templanza del consejo. Si la vida nos alcanza, una tarde de estas le presento
al gran Fernando Vallejo; claro que si logro dar con él, pues lamentablemente
lleva años haciendo de ventrílocuo de sí mismo en auditorios concurridísimos
donde lo insultan y lo aplauden a rabiar y entre periodistas de emisora de
radio y canal de televisión que si lo leen no lo entienden pero invariablemente
lo jalean para que haga reír o maldecir a sus audiencias. Las cuales, huelga
aclarar, tampoco pueden soñar siquiera con izarse hasta las alturas
irremontables de sus diatribas e invectivas acres e hilarantes aunque, por
sobre todo, lúcidas.
221.
Sin saberlo, acaba de responder usted por mí, Hetícor, a los que me preguntan
la razón -son muchas y convergen en lo que a continuación su artículo plantea
impecablemente- de mi renuncia prematura a la docencia, por la que nunca voy a
dejar de sentir toda esta nostalgia que a diario siento:
“…Mi
sensación es que nos estamos convirtiendo en un mundo de zombis (cuanto más
jóvenes más zombis) gobernados por y sumergidos en el mundo virtual, ajeno a
este de caliente sangre en que ya son muy pocos los que viven. No caminamos
guiados por el sentido de la orientación, sino por Google Maps; manejamos el
carro sin un mapa interior, siguiendo las instrucciones de Waze; los
restaurantes, bares y cafés no nos los aconseja una amiga que los ha probado,
sino una app que se limita a sugerirnos el lugar que más paga por estar ahí.
Veo
pasar al menos tres generaciones (los de 15, los de 30, los de 50) con la nuca
torcida, las cervicales arruinadas y la joroba permanente, todos doblados hacia
adelante mirando a toda hora y casi sin tregua el celular, y enfrascados, por
lo que alcanzo a ver, no en lecturas ni en conocimiento sino en jueguitos
luminosos multicolores, en verificar interacciones ególatras o en enterarse de
tonterías sin número por el rollo infinito de las redes sociales. Si están
tecleando, lo que ocurre también, es para hacer de afán cosas que parecen
urgentísimas e impostergables, por idiotas que sean. Como dice Adam Grant,
estamos ‘agobiados por hacer las cosas ya mismo, en vez de hacerlas bien’.
Sueño
con asistir a algún almuerzo en el que a todo el mundo se le exija ir sin
celular o con el aparato apagado y confiscado a la entrada. Quisiera gente que
se demorara un mes en contestar un mail, o tan siquiera ocho días, pero con una
carta bien escrita y bien pensada. Estoy muerto de sed de lentitud y de
conversaciones reales y en directo, cara a cara, gesto a gesto, voz a voz.
[…]
Mis amigos menos insensatos han prescindido de las redes sociales y de los
chats; miran una vez cada dos días el correo electrónico; leen siempre en
papel; escogen rutas y sitios para ir con su propio olfato y su propia
intuición. Los más sabios han renunciado por completo al celular. Los sensatos
y los sabios, últimamente, son los únicos, alrededor, con quienes converso y no
me parece estar hablando con unos completos zombis de un mundo lejano, paralelo
e irreal”.
De
manera que cuando alguien se vuelva a interesar por mi deserción, le hago
llegar esta columna suya, llamo por teléfono a Coetzee para que él me haga el
favor de hablar con el protagonista de Desgracia (sí, ese que a principios de
la novela es profesor de un grupo de zombis universitarios anteriores al
celular) para ver si el man permite que el interesado visite su aula un par de
veces -con media basta- y éste se esfuerce en imaginar lo que resultaría de
aquella clase si a las lumbreras que ofician (mientras dormitan y rememoran la
farra del fin de semana) de auditorio del perseguido por el ultrafeminismo
académico se les pone en la mano una de esas pantallas que a mí me forzaron a
pensionarme anticipadamente, a usted infiero que a vivir en una especie de
ostracismo social involuntario y a ambos a quejarnos y refunfuñar como dos
ancianos que todavía no somos.
222.
Me dijeron que definiera a Claudia López y a Gustavo Petro en tres palabras. Me
demoré menos que cuando le respondí que me fascinaba a una estudiante que una
tarde luminosa me preguntó, a quemarropa, “Profe, ¿yo te gusto?”: Postureo,
megáfono y Twitter.
223.
Entre los logros de la narrativa contemporánea respecto de tantos clásicos
decimonónicos y anteriores, ninguno como la derrota del maniqueísmo moral y
estético en que incurrían, sin pudor, sus autores. En sus cuentos y novelas,
los malos son malos sin atenuantes a más de feos como corresponde, mientras que
la bondad de los buenos es tan infinita y límpida como los ojos y las facciones
que adornan sus fisonomías. Leo por ejemplo ‘La colonia cuáquera’, el capítulo
XIII de La cabaña del tío Tom y me parece estar entre un grupo de cristianos
presididos por mi hermano y su mujer, todos tan satisfechos y convencidos de su
superioridad moral y bonhomía cual si se tratara de un grupo de buenistas de la
izquierda pacifista, igualitarista y progresista que prueba su coherencia
ideológica apoyando cuanta causa noble la convoca. Entre las últimas, el empeño
del bueno de Petro para que las sanciones de todo punto injustas que pesan
sobre los demócratas Cabello, Maduro y Díaz-Canel se levanten y se les dé a
Venezuela y Cuba el trato que sus democracias ejemplares reclaman, o los
desvelos de Lula por acallar la guerra fratricida entre ucranios y rusos que
desató la maldad de Occidente personificada en -¿quién si no?- el imperio
yanqui y la OTAN subalterna. Menos mal que, superado cada nuevo rapto febrático
de ternura, Beecher Stowe recobra, tarde o temprano, la compostura y torna a la
realidad. Los otros nunca.
224.
¿De verdad quieren saber de dónde surgieron los culebrones venezolanos,
mexicanos y los turcos tan exitosos hoy por hoy? Pues hagan el favor de no
cerrar todavía la novela de Beecher Stowe y lean el capítulo XIV. Les prometo
que cuando descubra el porqué los colombianos somos, amén de potencia mundial
del mal y la corrupción, superpotencia en patinaje y telenovelas de calidad,
les mando un WhatsApp con la respuesta.
225.
Me da pena seguirlos fastidiando con requerimientos de lectura, pero ¿qué le
vamos a hacer si así son los clásicos?: porfían, tozudos, en que uno piense y
piense y no deje de hacerlo ni cuando cierra el libro. Gracias al capítulo XV
de La cabaña del tío Tom, me acabo de convertir al fanatismo feminista más
ultra de nuestro Occidente actual. ¿Y cómo podría no hacerlo viendo la vida
desgraciada que llevan la pobre Marie y todas las demás mujeres de esa casa en
la que impera un macho que ejerce el patriarcado con menos miramientos que
Zelenski el invasor? Maldito de mí y de mi ceguera, que durante cuarenta y casi
nueve años me mantuvo ignaro de una verdad que me negaba a aceptar: jamás ha
habido, como lo prueban todos los personajes masculinos de Beecher Stowe,
hombres que no se sirvan de las mujeres para explotarlas y humillarlas, de lo
que tiene la culpa la suma candidez de cada corazón femenino. No es sino que
averigüen quiénes son y qué hacen Rosario Murillo, Marine Le Pen y Asma
al-Assad para que como a mí se les descorra la venda que probablemente llevan
sobre los ojos. Nota: me vi tentado de remover uno de los tres nombres de la
ilustre terna para poner el de la “filántropa y activista” doña Verónica
Alcocer, que va juntando méritos para que se la tenga en cuenta, pero temí ser
injusto. De todas formas, quiero que sepa nuestra primera dama que no les quito
el ojo de encima ni a ella ni a sus desvelos por hacer del mundo el remanso de
paz y justicia con que sueña su prohombre.
226.
¡Su atención, teóricos, teóricas y teóriques de la inclusión y el
igualitarismo, que se dirige a ustedes una inmortal!:
“Una
risa alegre se oyó desde el patio a través de las cortinas de seda del porche.
St. Clare salió, apartando la cortina, y se rió también.
--¿Qué
ocurre? --preguntó la señorita Ophelia, acercándose a la barandilla.
Allí
estaba Tom, en un musgoso banco del patio, con todos y cada uno de los ojales
repletos de jazmines y Eva, riendo alegremente, le colgaba del cuello un collar
de rosas; después se sentó en su regazo, aún riendo como un gorrión.
--¡Ay,
Tom, qué gracioso estás!
Tom
tenía una sonrisa benévola y serena y parecía disfrutar de la diversión a su
manera tanto como su pequeña ama. Levantó la vista cuando vio a su amo con un
aire algo molesto de disculpa.
--¿Cómo
puedes permitírselo? --preguntó la señorita Ophelia.
--¿Por
qué no? --preguntó St. Clare.
--Pues,
no sé, me parece terrible.
--No
te parecería mal que un niño acariciara a un gran perro, aunque fuese negro;
pero te estremeces ante la idea de acariciar una criatura que piensa y siente y
razona y es inmortal; reconócelo, prima. Sé muy bien lo que sentís vosotros los
norteños. Y no quiero decir que sea una virtud que nosotros no lo compartamos,
sólo que aquí la costumbre hace lo que debería hacer el cristianismo: eliminar
el sentimiento de prejuicio personal. A menudo he observado en mis viajes al
Norte que este sentimiento es mucho más fuerte en vosotros. Os repugnan como si
fueran serpientes o sapos, y sin embargo os indignáis por las injusticias que
sufren. No queréis que abusen de ellos, pero no queréis tener nada que ver con
ellos personalmente. Los mandaríais a África, donde no los podríais ver ni
oler, y luego enviaríais un misionero o dos para que se sacrificaran
elevándoles el espíritu rápidamente a todos. ¿No es cierto?...”
Sí
que lo es, estimados St. Clare y Harriet Beecher Stowe, sí que lo es. Y ellos,
nuestros norteños modernos, llámense catedrático de facultad de humanidades,
conferencista defensor de los derechos de las minorías, activista en favor de
los excluidos y los nadies, político progresista y hasta escritor progre de
prestigio saben que de lo que se trata ahora y siempre aunque más ahora que
siempre (por aquello de la “visibilidad” que otorgan las pantallas) es de
figurar con la bandera de la justicia social bien en alto y de publicar -los que
pueden o los que se atreven- artículos y ensayos que dejen bien claro que se
es, como el personaje femenino del diálogo, todo un paladín de los desde
siempre postergados. Pero como en todas partes “se cuecen habas”, otro día les
refiero a ustedes dos y al tío Tom las experiencias amables y bellas que
también he tenido en los lugares donde he estudiado y trabajado, y con seres
humanos que en su vida han publicado un solo paper sobre igualitarismo o
inclusión, muy seguramente porque por practicarlos no les queda tiempo para
escribir. De momento, confórmense con un par de nombres que bendigo y
reverencio: el de doña Louise de Morales y el de la doctora Carmen Cecilia
Noguera, a quienes tuve la dicha de conocer en el Colombo Americano y en la
Sergio Arboleda.
227.
Revisen, por favor, la escena con que comienza el diálogo de la cita anterior y
díganme. ¿De qué delito o delitos se acusaría hoy al papá de Eva, o sea a St.
Clare, si esa foto cayera en manos de los paranoides que hoy ven en cada hombre
y en todos salvo en sí mismos a violadores potenciales? ¿De inducción a la
prostitución infantil o directamente de pederastia y trata de blancas (y vaya
si la niña es blanca)? Más le vale al pobre hombre que se cuide y se esconda
donde mejor pueda porque de nada le va a valer que alegue que él únicamente
cumplía con lo que su demiurga le ordenaba que hiciera y dijera, o que él es
tan sólo una entidad de papel, o que miren lo saludable y feliz que está su
hija. Y si Harriet Beecher Stowe no fuera Harriet sino Harry, caería en
desgracia junto con su personaje masculino. No con el negro sino con el blanco.
228.
¿Ustedes no? Yo sí le otorgaría, y por unanimidad, el Nobel de Literatura al
genio de la concreción que supo apresar la esencia de lo que somos los humanos
en tan sólo dos palabras. “Bicho tragicómico”: la pobre mujer aquella que,
buscando señal para su celular, abandonó la seguridad del hogar y se internó en
el bosque, donde de un zarpazo un oso le quitó para siempre las ganas de hablar
y de paso el resuello. “Bicho tragicómico”: el pobre hombre aquel que, temeroso
de una posible erupción del Nevado del Ruiz, cerró su casa en el norte del
Tolima y se vino a morir, no ya de erupción sino de terremoto, a la Bogotá en
imparable descomposición de Claudia López. “bichos tragicómicos”: los pobres
diablos que, nadando en la abundancia de sus millardos y millardos de dólares y
ebrios de poder, se ven imposibilitados para sobornar a la impotencia, la
desmemoria, la incontinencia y demás humillaciones de la vejez, para no hablar
de la inexorable. Señores académicos: ¿no les parece que ya va siendo hora de
que a España se la distinga con un séptimo galardón, que tiene nombres y
apellidos propios?
229.
Seré teratológico o lo que ustedes determinen, pero yo no veo más que compasión
desesperada en la muerte anticipada de la madre del poeta Carlos Framb gracias
a la ayuda de su hijo, y, no obstante algunas salvedades y matices, también en
la de Elvira (de) Aguirre a manos de su padre o en la de Albanito a manos de su
amigo Braulio. Sobre lo de los Goebbels, que se pronuncie el diablo.
230.
Si alguna vez se me encomendara la difícil tarea de mostrarle a un grupo de
futuros científicos las bondades de la literatura y a uno de futuros literatos
las bondades de la ciencia, simplemente los junto para que lean conmigo los
poemas de ‘Un día en el paraíso’ y, de entre todos y a manera de abrebocas, los
títulos ‘Hermano del noble silencio’ y ‘Teoría de un encuentro’. Se trata de
que antes de que se retiren del aula por última vez, unos y otros comprendan
que “la ciencia sin nociones sólidas de letras está tan huérfana como éstas sin
nociones científicas sólidas”.
231.
Yo que ustedes, para zafarme de una vez por todas la nociva esperanza en un
mundo mejor y más justo -menos pior y menos injusto-, me tomaría muy en serio
el trabajo -el deleite- de oír con toda la atención y el discernimiento de que
sea capaz a un sabio como pocos quedan, trasunto de su autora. Las coordenadas
son muy sencillas: CAPÍTULO XIX: MÁS EXPERIENCIAS Y OPINIONES DE LA SEÑORITA
OPHELIA. Si tras semejante descorrimiento de venda usted porfía en que “sí se
puede”, declárese entonces impedido para…
232.
Cualquiera, desde el que enseña o hace como que enseña literatura en la
universidad, hasta el pretencioso que despliega un libro en un avión, en el
metro o en un bus con el único propósito de captarse miradas furtivas, pasa por
lector ávido, entienda mucho, poco o nada de lo que lee o finge leer.
233.
Entre los supuestos profesionales de la lectura, léase libreros, editores, bibliotecarios,
literatos-profesores, muchos hay que edifican impunemente sus discursos a
partir de los comentarios, las reseñas y la crítica literaria que consumen pues
no para otra cosa les da el caletre.
234.
Todo gran escritor o buen escribidor -la diferencia puede estribar en no pocas
ocasiones en la fama o en su ausencia- son necesariamente archilectores,
mientras que de las habilidades lectoras de quien mal o muy mal escribe se
puede dudar sin remordimientos.
235.
Cuando un archilector descubre una veta de genialidad en lo que lee de un autor
inédito y ese archilector tiene el poder suficiente para que su hallazgo cobre
repercusión más allá de ciertos círculos literarios, idealmente en los medios,
a aquel no más hasta ayer don nadie le esperan sorpresas sin nombre a partir de
mañana mismo.
236.
Por el contrario, cuando un autor inédito dotado de genialidad se somete al
incordio de que un profesor o editor cualquiera lo lea para que lo avale o lo
descarte pero resulta que el mal bicho es un mezquino y un envidioso -tipo el
hideputa de ‘Obras completas’, el cuento de Monterroso- o bien un pésimo
lector, todo lo que el anheloso puede esperar son batacazos incompasivos y
conminaciones perentorias a cambiar de oficio.
237.
Sólo los archilectores, que lejos están de ser infalibles o desprejuiciados,
saben de verdad pa Dios por qué les gusta o les repele un título en particular
o toda la obra de un autor, y si se los emplaza a explicarse no encuentran
ninguna dificultad para sustentar las razones de sus filias y sus fobias. Que
nos convenzan o no es un asunto por completo distinto.
238.
Qué carajos: pisémosles los callos a los semidioses. Una pregunta para
hermeneutas y archilectores: ¿cómo puede ser posible, señores, que de una misma
inteligencia brote alternativamente lo mejor y más depurado de la escritura
breve (‘Praga’, ‘Baudelaire: la otra revolución francesa’, ‘Gina’, ‘La promesa
de lo perdido’, ‘La tormenta’…) y los clichés más guachafos, los tópicos más
edulcorados, los lugares comunes más zafios (‘La hora de pasar la página’, ‘Los
vientos del Pacífico’, ‘Duque’, ‘Estamos cansados’, ‘Gobernar’…)? ¿Pero es que
no hay nadie que le diga a este buen hombre y mejor escritor -de literatura-
que, por el bien de su obra y su legado, renuncie definitivamente a lo segundo,
que se le da fatal?
239.
De entre las afirmaciones rotundas a que son tan dados los lectores y los
escritores (“porque es que Fulano lo ha leído todo, y todo es todo”, “ya no se
escribe sobre sexo de la forma en que… y… lo hacían”, “dentro de muy poco
tiempo se dejarán de escribir novelas porque la novela” bla, bla, bla, bla,
bla), una que me irrita particularmente: “Ya nadie lee a…”. ¿Cómo? ¿Que ya
nadie lee a Miguel Otero Silva, a Augusto Roa Bastos? ¡Pero si yo los leo, y
con fruición!
Tengo
para mí que quienes incurren concretamente en esta mentira en relación con
autores que “ya no venden”, se equivocan precisamente por eso: porque se dejan
convencer por las cifras que publican las grandes editoriales y librerías,
entre las que en efecto no figuran ésos y muchos otros autores. Pero ¿y las
librerías de viejo, las bibliotecas públicas, las personales y los libros que
circulan gratuitamente por internet no cuentan? Ni el escritor que vende
millones de libros puede asegurar que tenga esos mismos o más millones de
lectores, ni el obliterado por los algoritmos del mercado dolerse de que el
mundo lo haya olvidado. Entre otras cosas porque no todo el que compra libros y
asiste a ferias o a simposios lee lo que compra y le recomiendan, ni todos los lectores
vocacionales compran libros recién tirados o asisten a presentaciones y
conferencias.
Por
tanto, que los novelistas y cuentistas y ensayistas y dramaturgos y cronistas y
poetas caídos supuestamente en la desgracia del olvido más absoluto desoigan
los pregones de los decretadores de muertes literarias definitivas, pues existe
el lector-hikikomori, o sea ese que concibe la lectura como un acto tan
sumamente íntimo y hasta egoísta que no necesita hablar de ello con nadie, o
escribir sobre lo que lee.
240.
La fórmula es muy sencilla: no es sino que reemplacen cada ‘española’ por
‘colombiana’ y listo:
“La
Administración española es un teléfono que no contesta, un trámite que nunca se
resuelve […], una acreditación académica internacional que no llega y por lo
tanto deja en suspenso la vida profesional de quien la solicita, una sentencia
judicial retrasada que deja en la miseria a una mujer divorciada que no recibe
desde hace muchos meses la pensión de sus hijos, pensión que ya está en el
juzgado, pero que el juzgado no entrega, porque hay una huelga de personal, o
porque los funcionarios encargados de los trámites finales son muy pocos y
tienen tanto trabajo acumulado que tardarán años en completarlos todos. La
Administración española son bajas de médicos o de enfermeros o profesores que
tardan semanas en cubrirse, y funcionarios interinos que no dejan de serlo
aunque lleven ocupando la misma plaza veinte años, y aspirantes que ganaron una
oposición y a los que, sin embargo, su plaza no se les hace efectiva, y han de
quedarse en un limbo exasperante que les desbarata la vida.
La
Administración española son trámites obligatoriamente digitales que se quedan
atascados sin motivo aparente en páginas web defectuosas, y otros quizás más
simples o fáciles que sin embargo muchas personas no pueden cumplimentar,
porque son mayores y torpes y no se manejan en internet, o porque no tienen
ordenador, ni tienen nadie que les ayude, esos hijos de talento digital
despejado que nos son tan providenciales a padres y madres que emigramos tarde
y a la fuerza a este nuevo mundo virtual. La Administración española son refugiados
que tienen derecho legítimo al asilo y pueden tardar diez años en conseguirlo,
y mientras tanto no saben de qué van a vivir, y personas sin recursos que no
llegan a conseguir el ingreso mínimo vital porque les faltan documentos o no
tienen un domicilio fijo […], y se encuentran frente al muro inmemorial del
‘vuelva usted mañana’ […].
La
administración pública son trabajadores accidentados que no logran su baja
laboral, y enfermos a los que cada día de retraso en una operación les acentúa
la gravedad, y obras de reforma o negocios legítimos que no pueden arrancar por
falta de un solo permiso, y oficinas delante de las cuales las personas guardan
cola desde antes del amanecer, como en una estampa de sumisión y paciencia del
antiguo bloque comunista, si no han tenido la picardía, o el dinero suficiente,
para comprar un número, o si el guarda de seguridad privada de la puerta no las
ha espantado con malos modos. La Administración española son contratas
irregulares para cubrir malamente servicios públicos, concedidas mediante
concursos amañados, con una sinvergonzonería antigua de parentelas codiciosas y
enjuagues clientelares…”.
Las
administraciones española y colombiana (y mexicana, tercia Villoro; y chilena,
grita por allá Merino; y brasileña, protesta Brum) son entonces, maestro Muñoz
Molina, ciudadanos que subsisten del erario pero que salvo las honrosas
excepciones que nunca faltan no se compadecen de quienes con sus impuestos les
garantizan, a ellos y a sus familias, la subsistencia. Zánganos públicos de
toda categoría que sólo se muestran eficientes y vehementes a la hora de hacer
valer sus privilegios sindicales y de granjearse otros nuevos que, una vez
conseguidos, tampoco logran que sus inveteradas inoperancia y displicencia en
el desempeño de las que deberían ser sus funciones remitan al menos
temporalmente. Indolentes y perezosos que claro que saben pero a los que no les
importa que el atraso y el anquilosamiento de la sociedad a que se deben se
derive en gran medida de la desidia con que trabajan. Dicho en cuatro palabras,
rémoras de cualquier progreso.
241.
Leo la prosa apátrida 23 y casi que me veo tentado de suscribirla cuando a la
cabeza se me vienen Donald Trump y Boris Johnson y las sociedades otrora
maduras que les permitieron hacerse con el poder. Sin embargo, cuando los
contrasto con Scholz y Steinmeier, con Stoltenberg, von der Leyen y Guterres,
con Macron, el papa Francisco y Biden, pero ante todo con Zelenski, sus
ministros y sus funcionarios en la sombra más discreta y caigo en que es
gracias a la madurez personal y política de todos ellos que la Tercera Guerra
Mundial aún no se declara, forzoso es disentir de Ribeyro, al menos en parte. Y
digo en parte porque ¿cómo no reconocer que el proceso incontenible de
infantilización a gran escala en que se embarcó el mundo desde hace décadas
anda haciendo estragos? Los coqueteos con la extrema derecha de los suecos y los
finlandeses, hasta ayer no más sociedades ejemplares verbigracia en la forma en
que se conducían políticamente, son apenas un síntoma del retroceso
generalizado.
242.
Me atengo a las cortapisas que también en el ámbito jurídico y punitivo impone
la democracia, pero lo que mi yo visceral reclama para los verdugos feminicidas
y misóginos o racistas y aporófobos de cada Jordan Neely, de cada María Soledad
Sánchez, de cada Ana Orantes y de cada Nancy Mariana Mestre son sesiones de
tortura sistemática y prolongada. Ya ven: imposibilitado como me hallo para
proceder en calidad de autor mediato o inmediato en contra de toda la escoria
humana, llámese ésta Putin o Al-Assad o José Parejo o Jaime Saade, apelo a las
palabras a manera de desahogo. ¿Que muchos lo desaprueban? Están en su derecho…
y yo en el mío.
243.
Quedan notificados, notificadas y notificades: “…los averiados ‘rebeldes’
institucionales, como ese Gustavo Petro que se nos ha aparecido últimamente. No
se puede ser más provocativamente ignorante en historia, en ecología, en
zoolatría, en economía y hasta en los usos de la cortesía diplomática. Con la
cantidad de colombianos de talento que uno ha conocido… Dicen que es el primer
presidente de izquierdas que ha tenido el país: o sea que ha Colombia se le
acabó la suerte”.
Pero
lo peor del caso, estimado y admirado Savater, es que, al igual que en España,
en México y en cualquier país donde los votantes optan por los cantos de sirena
de la extrema izquierda, no escasean los talentosos que, por ceguera ideológica,
hacen como que no se enteran y escurren el bulto, por ejemplo los columnistas
de opinión, cuando su presidente -llámese López Obrador o Petro Urrego-
desbarra producto de su ignorancia, atenta contra las formas y el fondo de sus
pregones políticos o delinque a ojos vistas. Entonces sí es momento de hablar
de literatura y no de política, pues de eso ya se habló cuando gobernaban los
otros, a los que no se les pasa ni media y se les atiza con lo más a mano:
‘Hijos de Galán, hijos de Uribe’; ‘Duque, o el baile del cangrejo’; ‘Uribe: el
gran burlador’; ‘Duque en las Galias’; ‘El amor uribista’; ‘Seguridad
democrática 2.0’; ‘La trampa de Uribe’; ‘Uribe, un golpe de Estado’; ‘Nuestra
derecha criolla’; ‘Uribe, ya casi…’; ‘El caso Arias’; ‘Duque coronado’; ‘La
mentalidad traqueta’; ‘Uribe: adiós al Twitter’; ‘Claudia y Duque’; ‘Uribe: el
odio democrático’; ‘Cabal presidenta’; ‘Uribismo & Cía., a la baja’; ‘Un
óscar a Óscar Iván’… y así, hasta el hartazgo.
Nueve
meses y nueve días han transcurrido desde que la opción política de nuestro
titulador (como vieron, tan proclive hasta julio de 2022 a llamar a las cosas
por su nombre) coronara, y ni la más mínima mención a los desaguisados y
desvaríos de su desgobierno, al que presumo que le querrá conceder, en aras de
la ecuanimidad, un compás de espera de cuatro años. O de más si la pesadilla se
perpetúa.
244.
¿Que para qué la literatura, insisten ustedes? Para, por ejemplo, ser capaces
de descifrar el perro mundo a partir de una única escena de clásico:
“Henrique,
el hijo mayor de Alfred, era un muchacho noble y principesco de ojos oscuros,
lleno de viveza y ánimo; y desde el momento en que los presentaron, demostró
una fascinación absoluta por el donaire espiritual de su prima Evangeline. Eva
tenía un potro favorito de una blancura nívea. Era suave como la seda y tan
apacible como su pequeña ama; Tom llevó este potrillo al porche trasero y un
muchacho mulato de unos trece años llevó un pequeño árabe negro, que acababan
de importar, por un precio muy alto, para Henrique.
--¿Qué
pasa, Dodo, perro perezoso? No has cepillado mi caballo esta mañana.
--Sí,
señorito --dijo Dodo dócilmente--. Se ha ensuciado después.
--¡Bribón,
cállate la boca! --dijo Henrique, alzando con violencia su fusta--. ¿Cómo te
atreves a contestarme?
El
muchacho era un guapo mulato del mismo tamaño que Henrique, y su cabello se
rizaba en torno a una frente alta y arrogante. Tenía sangre blanca en las
venas, como podía deducirse del rubor de sus mejillas y el centelleo de sus
ojos, cuando empezó a hablar con énfasis:
--Señorito
Henrique… --comenzó.
Henrique
le golpeó en pleno rostro con la fusta y, cogiéndolo por uno de los brazos, le
obligó a ponerse de rodillas y le pegó hasta quedarse sin aliento.
--¡Toma,
perro desobediente! ¡A ver si así aprendes a no contestar cuando te hablo!
¡Llévate el caballo de vuelta y límpialo bien! ¡Ya te enseñaré yo cuál es tu
puesto!
--Joven
amo --dijo Tom--, me imagino que lo que iba a decir es que el caballo ha rodado
por el suelo cuando lo traía aquí desde el establo, pues es muy brioso; así se
ha ensuciado; yo he visto cómo lo ha cepillado.
--¡Tú,
cállate hasta que te pidan que hables! --dijo Henrique, dándole la espalda y
subiendo las escaleras para hablar con Eva” (quien, como un altísimo porcentaje
-dentro del que por desgracia claro que yo quepo- de mis semejantes, me acaba
de decepcionar, ya se verá si para siempre).
¿Tres
contra uno y lo dejan hacer? ¡Pero si este maldito hijo de la grandísima puta
lo mínimo que se merece es… es… que le revienten el alma a golpe de fusta! ¿Y
preguntan ustedes por qué hacen los Putin y los Ortega y los Erdogan lo que
hacen impunemente? ¡Como si Rusia, Nicaragua y Turquía estuvieran habitados
exclusivamente por Marinas Ovsiánnikovas o Alekséis Navalnis y Rolandos Álvarez
y Ósmanes Kavalas o, mejor aún, por auténticos López de Aguirre reales y
fictivos que hagan imposible cualquier tipo de sometimiento!
Desengañémonos
de una vez por todas: ellos son los faros que son y nosotros (por supuesto que
excluyendo igualmente a los Henriques tan exitosos), todo el resto, los
indiferentes y los cobardes que nos dejamos humillar por los déspotas chinos,
norcoreanos, afganos, bielorrusos y hasta por los venezolanos, salvadoreños y
cubanos a fin de cuentas tan insignificantes.
245.
Sí, desengañémonos de una vez por todas, colegas varones: el que de ustedes
pretenda equiparar su capacidad de amar a un hijo con la intensidad y la
entrega enfermizas con que lo hacen Marie la mamá de Eva y hasta la última
mujer del mundo es porque no entiende nada de nada, entre otras cosas por no
haber leído al menos el capítulo 24 -y sucesivos- de La cabaña del tío Tom,
gracias al que -a los que- el instinto materno queda taxativamente probado. Por
consiguiente, tampoco esperen ser nunca los predilectos de sus vástagos, pues
por encima de ustedes siempre va a estar la Marie que les tocó en suerte, con
su infinita generosidad de esposa y de madre, vocaciones que la imposibilitan
para el egoísmo. O si no que lo diga Zoilamérica Ortega Murillo.
246.
Definición de buenista (maravilloso que con este sustantivo, al igual que con
persona, con gente, con ciudadanía, con ralea, con plebe, con aristocracia
-sigan ustedes-, no haya que triplicar el género porque los varones que dichos
términos abarcan no se sienten invisibilizados): “Persona que dice o hace
tiquismiquis”. Entiéndase sandeces, memeces, idioteces, estolideces,
estupideces, insensateces, mentecateces; tonterías, boberías, majaderías,
soserías, naderías, fruslerías, zoncerías; animaladas, patochadas, paparruchadas,
mamarrachadas, bufonadas, payasadas, burradas. ¿Que quién, que dónde? Tantas y
tantos y en tantas partes y partos que si comienzo no acabo.
247.
Se llama sindéresis, o si prefieren ecuanimidad, a esta propensión tan humana a
juzgar a los demás con objetividad y desapasionamiento.
Lo
invitan a usted a una fiesta de quince y usted, para quedar bien y porque
aprecia a la familia de la quinceañera, lleva un muy buen regalo: “¿Sí ven tan
chicanero aquel pobre güevón? A la fija que se gastó lo del arriendo en este
collar. ¡Como si la niña no tuviera ya bastantes joyas y hasta mejores!”; llega
a la misma fiesta otro con un regalo más modesto, pues es para ése para el que
le da el presupuesto: “¿Y qué tal este tan tacaño? ¡Dizque una camiseta para
una quinceañera, y ni siquiera de marca!”.
Pasa
usted súbitamente de escribidor inédito a escritor reconocido y fenómeno
editorial pero, como su norte son los D. J. Salinger y los Thomas Pynchon y los
Cormac McCarthy, resuelve evadirse y ocultarse: “¿Qué se habrá creído el
plumífero este? ¿Que porque le dieron un par de premios ya se siente un
Cervantes que no quiere hablar con nadie?”; sorprende al de más allá un éxito
literario repentino y jubiloso y considera ahora su responsabilidad de escritor
y ciudadano conversar sobre libros propios y ajenos ante quien lo convoque:
“¡Pero qué fastidio con este man! Publica un par de novelas y entonces quiere
salir todos los días en la televisión y hablar por cuanto micrófono se le ponga
delante”: palo porque bogas y palo porque no bogas, se quejaban los galeotes.
248.
Pienso en los trece mil setecientos millones de años que transcurrieron antes
de que profiriera mi primer vagido, y pienso en esos mismos e incontables más
que habrán de transcurrir después de que exhale mi último suspiro y no puedo
por menos de sentirme feliz de que la nada, para otros tan temida, sea
precisamente la eternidad a que tantos aspiran, sólo que al margen de cualquier
género de conciencia conocida.
249.
Oigo repetir sin ton ni son que también lo escrito en el mejor periodismo de
opinión es flor de un día y que por consiguiente está condenado al olvido más
absoluto una vez se agote ese plazo.
Lástima
que los que de esa mentira se hacen eco, afianzándola irreflexivamente cada vez
que la machacan, no conozcan uno de mis mayores tesoros, si no el mayor: un
archivo con cientos y cientos de ideas brillantes, de pensamientos audaces, de
reflexiones sin desperdicio y claro, también de metidas de pata, de exabruptos
y hasta de ruindades de mis columnistas de cabecera, gente ilustre con la que
sin que ellos lo sepan dialogo más a menudo de lo que tal vez lo hagan con sus
familiares y amigos más entrañables. Ignoran asimismo que de cada uno tengo un
constructo ideológico que se va ajustando aquí y desajustando allá con cada
nuevo artículo que les leo, y que preferiría no someter mis impresiones de
lector a un cotejo con los sujetos de carne y hueso.
Quiero
seguirme imaginando a Juan Esteban Constaín, a don Juan Gossaín, a Eduardo
Escobar y a Peter Singer; a Héctor Abad Faciolince, a Carlos Granés, a Santiago
Gamboa, a Piedad Bonnett, a William Ospina y a Julio César Londoño; a Fernando
Aramburu, a Javier Cercas, a Irene Vallejo, a Orhan Pamuk, a Luis García
Montero, a Rosa Montero, a Leila Guerriero, a Elvira Lindo, a Eliane Brum, a
Gustavo Martín Garzo, a José Ovejero, a Enrique Vila-Matas, a Manuel Vilas, a
Javier Sampedro, a Martín Caparrós, a Antonio Muñoz Molina, a Fernando Savater,
a Manuel Vicent, a Juan Gabriel Vásquez y a Mario Vargas Llosa; a Daniel Samper
Pizano, a John Carlin, a Juan Villoro y a Arturo Pérez-Reverte como me los
imagino y no como se quieran o puedan mostrar en un cara a cara hipotético y
probablemente decepcionante. Quiero seguir pensando que el de Juan José Millás
es un estilo único e irrepetible en el periodismo de opinión, entre otras
razones porque su imaginación no conoce límites:
“Los
personajes de las novelas que reposan en las estanterías se asoman a mi cuarto
de trabajo a través de las grietas que el uso ha formado en el lomo de los
volúmenes. Me miran y hablan entre ellos de dimensiones alternativas de la
realidad en las que hay mesas y sillas y frascos de medicinas, igual que en
aquellas en las que transcurren sus vidas. Madame Bovary o Raskolnikov o
Gregorio Samsa me vigilan cuando escribo, cuando enciendo un cigarrillo
clandestino, cuando, desesperado, recorro la habitación de un lado a otro, y se
preguntan quién rayos soy. Me observan con la extrañeza con la que yo los
observo a ellos, aunque con la diferencia de que yo sé cómo viajar a su mundo,
pero ellos no han hallado el modo de descender al mío.
Quizá
cuando me voy de casa, logren abandonar las páginas de los libros y salir al
pasillo y entrar en mi dormitorio, donde tal vez deshagan la cama y busquen la
huella de mi cuerpo entre las sábanas. Se asombrarán ante la tangibilidad de
los objetos: el termómetro, el cepillo de dientes, el monomando de acero del
lavabo. Si pudieran tirar de la cadena del retrete, sonreirían ante esa cascada
ruidosa de agua real, no un agua hecha de palabras, como aquella a la que ellos
están acostumbrados, sino de dos átomos de hidrógeno y uno de oxígeno. La
palabra agua no moja como la palabra perro, según Ferlosio, no ladra…”.
¡¿Flor
de un día?!
250.
Lo imprescindible de la precisión en el lenguaje: el que afirme que Marie es un
convidado de piedra en la agonía y los funerales de su hija Eva miente. Y
miente porque lo que es es un incordio, un forúnculo y una molestia de aquellas
que a duras penas se pueden soportar. Ahora comprendo el porqué del St. del
nombre del marido del divieso: pues porque St. Clare es un santo. Yo, hermano,
hace mucho que la habría matado como solemos matar Millás y yo a la escoria y
aun a los indeseables tipo su mujer: lástima que no le pueda presentar al
hijuemadre ese de Juanjo, que de seguro sí lo conoce a usted.
Pero
espérese un momentico que me quedé pensando: si se asoma por las grietas en el
lomo de la novela de su demiurga que Millás tiene en la biblioteca, tal vez lo
pueda ver si está leyendo o escribiendo. ¿Que ya lo ha visto? Debí suponerlo.
251.
¡Su atención, hermanos afganos, norcoreanos, chinos, rusos, bielorrusos,
sirios, saudíes, iraníes, sudaneses, nicaragüenses, venezolanos, cubanos y
demás prójimos que viven bajo el yugo de una tiranía o de un gobierno que
amenaza con tornarse tiránico; toda su atención que se dirige a ustedes en
particular y a través de su escudero, Nuestro Señor don Quijote (como me enseñó
a llamarlo Sergio Ramírez, escritor y víctima de los Ortega Murillo)!: “-La
libertad, Sancho, es uno de los más preciosos dones que a los hombres dieron
los cielos; con ella no pueden igualarse los tesoros que encierra la tierra ni
el mar encubre; por la libertad, así como por la honra, se puede y debe
aventurar la vida, y, por el contrario, el cautiverio es el mayor mal que puede
venir a los hombres”: más claro, imposible; tal vez el agua de este vaso del
que bebo.
Reparen
ustedes, por amor de Dios, en que cuando el caballero andante habla de
“aventurar la vida” para sacudirse el cautiverio de que todos ustedes son
objeto si bien en grados distintos, los está invitándo a que se fijen en
Ucrania y los ucranios con su lucha a muerte para impedir a cualquier precio
que los gobierne un déspota igual o peor que los que ustedes hoy sufren, y los
está conminando a que sigan ese ejemplo y se emancipen. Ahora, que si los
hombres de aquellos países se cagan de miedo, pues que las mujeres se apersonen
de la lucha con el valor y la temeridad con los que hoy tantas iraníes le
plantan cara a la dictadura de los ayatolás tan tiernos.
252.
¿De verdad quiere sentirse usted vivo, putamente vivo?: aguarde entonces a que
le dé una alergia respiratoria de las que hacen estornudar cientos, miles de
veces y picar el paladar, los oídos y los ojos a tal punto que en lo único que
se piensa es en emular al rey Edipo; o a conocer las caricias de una neuralgia
del trigémino; o a que se le encarne la uña del dedo gordo del pie que sea; o a
volver en sí tras una crisis epiléptica; o a saber de qué va un corto pero
intenso ataque de pánico; o, en fin, a que se le irrite el colon y se le abulte
el vientre y no pueda cagar o atajar la diarrea. Les hablo, huelga decirlo, de
tan sólo algunas de esas experiencias que conozco y por las que bien vale
celebrar la vida.
253.
“¿Me van ustedes a decir que en el cinismo más puro y desvergonzado no se
agazapa un arte, un humor muy fino que a muchos nos hace simpatizar
inconfesamente con el cínico?”: para que al rompe usted no nos censure al
inédito formulador de la pregunta ni a mí que, vergonzante, la suscribo, le
ruego que lea de Luis Mateo Díez el cuento titulado ‘Mi tío César’ y que
averigüe quién es o quién fue -por desgracia, los genios también mueren- el
colombiano Juan Carlos Guzmán Betancur. Si tras hacer ese par de tareas tan
sencillas y gratas usted sigue discrepando de mí, de los dos, acepto, aceptamos
el varapalo que sea.
254.
Me perdonarán ustedes, pero llamar “arte” al rap el reguetón y la bachata y
“artista” a cualquier rapero reguetonero y bachatero, al margen de la fama y el
dinero que acumulen, constituye un insulto al más elemental buen gusto. Por
ejemplo al de un hombre capaz de decir en una de sus canciones la siguiente
hondura, que no le va a la zaga a ninguno de los aforismos de un Nietzsche o de
un Cioran, pues bien podría estar firmada por cualquiera de los dos o por otro
genio de la escritura breve: “No hay que desperdiciar una buena ocasión de
quedarse callado”. Lástima que los tales Carol G, Maluma y Romeo Santos,
imposibilitados para escuchar nada tras todo el bullicio a que han expuesto
orejas y encéfalo, no puedan poner por obra la sabiduría del consejo.
255.
Pensamiento mágico es albergar siquiera la más remota esperanza de que en “este
país desastrado y festivo, propenso siempre al absurdo, el delirio, la insensatez,
la resignación y el disparate” pueda alguna vez convertirse en presidente de la
República un Sergio Fajardo, una Gina Parody, un Humberto de La Calle Lombana,
una Cecilia López Montaño, un Alejandro Gaviria, una María Ángela Holguín, un
Antanas Mockus, una María Carolina Barco Isakson, un Juan Camilo Restrepo
Salazar o una Sandra Bogotá Lozano. Desengañémonos de una vez por todas,
estimados cófrades del centro del espectro político: Colombia, al igual que
prácticamente toda la América Latina, detesta el sosiego de quienes con
decencia hacen planteamientos y formulan propuestas reflexivas y ponderadas.
256.
Pensamiento mágico -y desiderativo- es haberse creído el cuento -y haber
intentado convencer a otros del dislate- de que Gustavo Petro, este “ hombre de
verbo irresponsable, temperamento intransigente y tendencia a la demagogia,
cuyo poco talento para la gestión está fatalmente trastornado por la
ideología”, podía devenir, como por milagro de pastor taumaturgo de iglesia
cristiana, en paladín de la democracia y la deliberación, respetuoso del
disenso y las discrepancias procedan de donde procedan, y en defensor de la
decencia y la eficacia de la función pública y de los pesos y los contrapesos
de los tres poderes: otro desaguisado de la esperanza sin asidero de los
optimistas.
257.
¿¡Somos más los buenos!, dicen los edulcorados con o sin enciclopedia? Que lo
diga Beecher Stowe, ella sí una sabia con las cifras claras: “Pocos son los
hombres que sepan utilizar humanitaria y generosamente un poder totalmente
irresponsable. Todo el mundo sabe esto, y el esclavo mejor que nadie, por lo
que éste sabe que tiene diez posibilidades de que le toque un amo abusivo y
tirano y una de que le toque uno considerado y bueno”.
Lo
cual, extrapolado a la realidad de hoy, se puede leer como que los ucranios,
con todo y su mala suerte por tener de vecinos al asesino invasor y criminal de
guerra Vladimir Vladimirovich Putin y a los rusos cobardes, indiferentes o
igual y hasta más aviesos que su presidente -¿les suenan un tal Dmitri Medvédev
y un tal Cirilo de Moscú?-, pueden darse por muy bien servidos de que los
presida el gran Volodímir Zelenski y no otro carnicero en jefe al servicio del
Kremlin, que forme terna con Kadírov y Lukashenko. Piensen, para no ir muy
lejos, en Víktor Yanukóvich y díganme si pese a todo a los invadidos no se los
puede llamar afortunados. Los chechenos y los bielorrusos que detestan a sus
sátrapas entonarían un sí rotundo.
258.
Profesor, una pregunta -intervino Sandra Bogotá, no una estudiante sino una
estudiosa-: ¿qué define a los ateos con argumentos frente a los escépticos con
argumentos? La miré embelesado, y sus ojos garzos me devolvieron la sonrisa.
Fui
hasta mi biblioteca, ubiqué la W y extraje del anaquel ‘El sentido de la existencia
humana’. Torné al escritorio, busqué la página y les leí:
“La
humanidad, defiendo, surgió por su cuenta a partir de una serie acumulada de
acontecimientos durante la evolución. No estamos predestinados a alcanzar
ninguna meta, ni tampoco podemos responsabilizarnos de cualquier poder que no
sea el nuestro. Sólo la sabiduría radicada en nosotros mismos, y no la piedad,
nos salvará. No habrá ninguna redención ni tampoco se nos concederá una segunda
oportunidad desde los cielos. Éste es el único planeta que tenemos para vivir;
y éste es el único enigma que debemos descifrar. […]
[…]
La existencia humana quizás sea más sencilla de lo que pensábamos. No estamos
predestinados a nada, y la vida no es un misterio indescifrable. Los demonios y
los dioses no luchan por nuestra lealtad. En vez de ello, somos artífices de
nuestro éxito, independientes, frágiles y estamos solos; somos una especie
biológica que se ha amoldado a un mundo biológico.”
Cogí
el primer trozo de papel que encontré, y garrapateé a manera de dedicatoria:
Ojos
garzos ha la niña:
¡quién
se los namoraría!
Son
tan bellos y tan vivos
Que
a todos tienen cativos,
Mas
muéstralos tan esquivos
Que
roban el alegría…
Introduje
el papel en la página de la cita que les leí, fui hasta su pupitre y, tratando
de disimular la tembladera, se lo ofrecí. Se le iluminó el rostro… y a mí la
vida.
259.
Este man -el tal Mateo- sí lo tenía claro: “¿No comprendéis que todo lo que
entra en la boca pasa al vientre y luego se echa al excusado? En cambio lo que
sale de la boca viene de dentro del corazón, y eso es lo que contamina al
hombre”. Y ni qué decir Nuestro Señor don Quijote, que nos regaló esta perla:
“…que de la abundancia del corazón habla la lengua”.
¿Qué
lengua?, se estarán preguntando ustedes. ¡Lengua no: lenguas! Las de dos
mamertos reputados -claro: mucho más ella que él-, de esos que se erigen en
paladines de los y las nadies, que pontifican su buenismo aquí y allá y viven
de eso: de la performance. Pero como el temperamento le gana a la ideología y los
sentimientos genuinos a los apócrifos e impostados, pues sale un tal Wilson
Sáenz y le grita “negro hijueputa” a uno de los afrocolombianos que, incautos,
se sienten representados por ellos, y sale una tal Clara López Obregón y llama
“sirvienta” a quien oficiaba de niñera en casa de una hogaño correligionaria
caída en desgracia.
¿Consecuencias?
Salvo la algazara que aquí nunca falta, nada en absoluto aparte de la
indulgencia de la prensa y el pueblo que no se entera, porque ¿quién está
exento de que se le chispotee y se le salga por la boca la abundancia del
corazón? Pero ya me imagino lo que sucedería en la Colombia maniquea si
Jerónimo o Tomás Uribe o cualquier uribista purasangre llamara “negro
hijueputa” o “sirvienta” a un “humilde” policía y a una “humilde” niñera. Lo
mínimo que les dirían es racistas y clasistas, que es lo que en sus adentros
son -y para siempre serán en los afueras de YouTube- los que infirieron los
insultos.
260.
Y ya que estamos… Permítanme que utilice y que les hable de dos palabros de
moda, de esos con que los biempensantes se llenan la boca: narrativa y
revictimizar, que procedo a poner en contexto sirviéndome de ese faro
ideológico de las izquierdas del mundo llamado Luiz Inácio Lula da Silva.
Trastornado
tal vez por su dipsomanía, por el ayuno prolongado de poder o por los meses de
cárcel aunque sin duda por su ceguera ideológica, el por tercera vez presidente
de Brasil, que ve fascismo y fascistas en los estadios de España y Europa en
los que los Wilson Sáenz -los imbéciles e inadaptados- que nunca faltan les
gritan insultos racistas a los futbolistas negros del rival y hasta a los
propios cuando juegan mal pero no los ve donde sí los hay, o sea en el Kremlin
y en la Rusia imperialista presididos por Putin y sus carniceros, piensa y
siente y alega que ni en Ucrania se perpetra una invasión (sino una guerra
entre hermanos maquinada por la Casa Blanca y la OTAN), ni en Venezuela existe
una dictadura que dura ya más de dos décadas. “Narrativa” llama el muy
sinvergüenza, el muy filho da puta, a una realidad y a la
otra y a sabiendas de que con su cinismo y cara dura “revictimiza” a los
millones de ucranios y de venezolanos hoy en el exilio, cuando no en las
cárceles y las mazmorras en las que esas dos tiranías encierran, torturan y
desaparecen a tantas de sus víctimas.
261.
Qué cuentos (“narrativas” dirían Lula y granujas afines) de activistas: lo que
son Masih Alinejad y los miles de mujeres iraníes que se juegan la vida
rebelándose a cara descubierta en contra del -ese sí, amigas occidentales-
patriarcado misógino y cavernario de su país es heroínas. Y no de las de
relumbrón que van por las calles infinitamente más seguras que las persas de
sus democracias gritando “nos están matando”, sino de a las que en efecto mata
y tortura y viola la dictadura de los ayatolás, que además facultan a los
padres y hermanos y maridos iraníes para que les desgracien la vida a sus hijas
y hermanas y esposas como les venga en gana.
Les
propongo a mis amigas ultrafeministas de Occidente -en el Oriente más tenebroso
por culpa, entre otras barbaries, de las peores versiones del islam (que
también lo hay pacífico y apacible) ningún feminismo será nunca suficiente-
tres cosas: que entiendan que la maldad no es exclusivamente masculina, que -en
consecuencia- llamen a las cosas por su nombre y no gradúen de misógino y
feminicida a muchos que a todas luces no lo son y que demuestren el amor por
sus congéneres de veras sometidas y esclavizadas dejando de mirarse el ombligo
y viajando conmigo, “en primera línea”, a Afganistán y a Irán para que juntos
combatamos, con las suicidas valientes de esos dos países, a los fanáticos
criminales que las tiranizan. Tengo las maletas en la puerta.
262.
Cuando los hechos son tozudos no vale la pena negarlos: soy un machista manso,
y me hago cargo. Lo ratifiqué por enésima vez hace un par de horas cuando,
pastoreando un insomnio garciamarquiano, me di a la tarea de repasar los
sentimientos que les profeso a todos mis columnistas de opinión y, para empezar,
a cuatro autores que ando leyendo. Los dividí en tres grupos: a los que admiro
y respeto cáiganme muy gordos, gordos, a duras penas simpáticos o simpáticos
(el ciento por ciento), a los que estimo igual o aun más que a mis amigos de
carne y hueso (mujeres, hombres) y a los que quiero con un amor inexplicable
por la ausencia de materialidad y porque lo siento acá, en los adentros (seis
mujeres y ¿ningún hombre?).
Estimo,
en algunos casos con las entrañas, a Juan Esteban Constaín, a don Juan Gossaín,
a Thierry Ways y a Peter Singer; a Héctor Abad Faciolince, a Piedad Bonnett, a
Carlos Granés, a Mauricio García Villegas y a Felipe Zuleta Lleras; a Fernando
Aramburu, a Javier Cercas, a Leila Guerriero, a Elvira Lindo, a María Elvira
Roca Barea, a Adela Cortina, a Eliane Brum, a Gustavo Martín Garzo, a Enrique
Krauze, a Eduardo Lago, a Manuel Vilas, a Javier Sampedro, a Martín Caparrós, a
Manuel Vicent, a Juan José Millás, a Álex Grijelmo y a Juan Gabriel Vásquez; a
Daniel Coronell, a Daniel Samper Pizano y a Daniel Samper Ospina; a John
Carlin, a Juan Villoro y a Arturo Pérez-Reverte; a Luis Mateo Díez, a Julio
Ramón Ribeyro y a E. O. Wilson. Y quiero, reitero que con manso machismo, a -el
orden nada indica: tampoco el anterior- Lucia Berlin, Rosa Montero, Irene
Vallejo, Harriet Beecher Stowe y Tola y Maruja. (Un día de éstos les hablo
-claro que si no me da por suicidarme antes-, y por extenso, de otros amores de
mi enciclopedia.)
263.
Seremos amigos usted y yo -qué digo amigos: carnales, parceros-, pero no como
para creer que se sentó a escribir esta lucidez expresamente en respuesta a mi
desahogo número 255:
“El
error es pensar que la gente es lógica. En las cosas importantes de la vida,
como el amor, no lo es. Tampoco en la política, particularmente a la hora de
votar, circunstancia en la que la emoción compite con los hechos, y la emoción
suele ganar.
Pienso
en el éxito del populismo. […]
Entonces,
¿por qué la fe vence a la lógica? ¿Por qué los hechos cuentan tan poco en las
decisiones políticas que tanta gente toma? ¿Por qué tantos seres supuestamente
pensantes se identifican con semejantes tiranos o payasos o charlatanes?
Porque
pertenecer a un equipo es lo importante. Porque ven en el líder una figura
paternal que les ofrece esperanza y protección en un mundo confuso y hostil, un
general vengador que comparte los mismos enemigos y los mismos odios y los
mismos resentimientos que ellos. Porque formar parte del equipo del gran papá
les da una sensación de relevancia y de identidad que les permite olvidar la
terrible verdad de que no son -no somos- más que un grano de polvo en el
infinito cosmos.
Esto
es lo que ofrece el populismo, que no es poco. Con la posible excepción de la
vida eterna, es lo mismo que ofrecen, a cambio de fe, las grandes religiones:
un pack irresistible de pertenencia, esperanza, refugio y orden en el caos. La
lección está clara: el aspirante a liderazgo político que se atiene a los
hechos terrenales compite en elecciones con la misma desventaja que un corredor
con el tobillo roto en un maratón”.
Vamos
a suponer, hermano, que usted es un colombiano enterado que sabe quiénes son
los vernáculos Santiago Gamboa, Julio César Londoño y William Ospina. ¿Me va a
decir que no se trata de gente lógica? ¿De gente que con creces conoce los
“hechos terrenales? ¿De gente no “supuestamente pensante” sino pensante y
punto? ¿Y entonces? ¿Por qué ellos y tantos otros igual de capaces o hasta más
se suman a uno o al otro populismo, aunque con preferencia al de izquierdas:
petrista, kirchnerista, morenista, podemista, lo mismo da? ¿O qué tal los
bandazos entre el centro y la extrema derecha de Vargas Llosa? ¿No es ese sí el
colmo de los tumbos que la política les hace dar, y en cualquier época, aun a
los encéfalos más preclaros entre los esclarecidos? De modo hermano que ni para
qué nos desgastamos.
264.
Opina el filósofo: “Lo humano es utilizar las cosas y seres naturales como
parte lúdica o trágica de un tablero simbólico en el que se desenvuelve nuestro
destino. Ponemos intención expresiva en el opaco reto de lo que nada explícito
formula, pero todo puede significarlo para nosotros: montañas, simas, océanos,
bestias, planetas lejanos, cataclismos, agujeros negros… La mente humana se
ejercita coloreando agujeros negros. Y dando voz tierna o amenazadora a lo que
no habla…”. Replica el científico: “El naturalista es un ser afortunado por
poder olvidarse a menudo de su propia identidad. Prestamos atención con tanta
intensidad a lo que trisca, vuela, repta, canta, que abandonamos al maldito y famoso
yo, es decir, necesitamos poca terapia psicológica”. Yo me quedo con la
amplitud de miras de los capaces de abandonar, ya que no definitivamente al
menos a trechos, el de todo punto cacofónico y nocivo antropocentrismo.
265.
Se me acaba de ocurrir que uno de los usos benéficos de la dichosa inteligencia
artificial podría ser la creación de una interfaz intangible y ubicua que,
aplicada al feto ya formado o al recién nacido, delate a los futuros Vladimires
Putin, Simones Legree y a sus remedos, escoria de que la especie podría
deshacerse sin más. La clandestinidad del método (se trata de que las ONG no
intercedan en favor del sagrado derecho a existir que nos asiste a todos, todas
y todes) garantizaría la reducción significativa y de un solo tacazo de la
maldad y la sobrepoblación, azotes del planeta Tierra.
266.
¡Su atención, hermanos afganos, norcoreanos, chinos, rusos, bielorrusos,
sirios, saudíes, iraníes, sudaneses, nicaragüenses, venezolanos, cubanos y
demás prójimos que viven bajo el yugo de una tiranía o de un gobierno que
amenaza con tornarse tiránico; toda su atención que se dirige a ustedes en
particular y a través de su voz narrativa una inmortal entre los inmortales!:
“…--¡Palabra
eléctrica! ¿Qué tendrá? ¿Es más que un nombre o un recurso retórico? ¿Por qué,
hombres y mujeres de” Afganistán, Corea del Norte, China, Rusia, Bielorrusia,
Siria, Arabia Saudita, Irán, Sudán, Nicaragua, Venezuela, Cuba…, “se os
estremece la sangre en el corazón al oír esta palabra, por la que” habrían
debido dar “vuestros padres su sangre y vuestras madres” tendrían que haber
estado dispuestas “a perder a los más nobles y mejores de los suyos? ¿Tiene
algo de glorioso y querido para una nación que no lo sea también para el
hombre? ¿Qué es la libertad de una nación sino la libertad de los individuos
que viven en ella? […] ¿Qué es la libertad para George Harris? Para vuestros
padres, la libertad” habría debido ser “el derecho de una nación a ser nación.
Para él, es el derecho de un hombre a ser hombre, y no bestia; el derecho a
llamar esposa a su esposa y protegerla de la violencia sin ley; el derecho a
proteger y educar a su hijo; el derecho a tener casa propia, religión propia,
personalidad propia y no supeditada a la voluntad de otro.”
Quedan,
pues, notificados: si cada uno de ustedes o siquiera la mayoría no se sobrepone
a la mezcla letal de miedo y cobardía que los maniata y no saca de dentro al
George Harris, a la Harriet Beecher Stowe o al valiente suicida del nombre que
sea, jamás esperen que otros, que viven al margen de sus sufrimientos y
absortos en los propios, den por ustedes la vida y los liberen. ¿Acaso no
recuerdan la soledad de aquella minoría de hongkoneses que, inermes ante la
indolencia del mundo y -peor aún- de una mayoría cobarde o indiferente de sus
connacionales, quisieron plantarle cara a la tiranía pseudocomunista china?
¿Acaso no están viendo la indiferencia del mundo en general y del femenino en
particular frente a la lucha valerosa y temeraria que libran miles de mujeres
iraníes en contra de la teocracia de los ayatolás? Piensen en que si ya se
mueren con sus hijos y familias de hambre y miedo y desesperanza, ¿qué más da
morir del todo, pero peleando? Y que conste que se lo dice un ciego físico al
que, si Zelenski le procura un buen guía, está dispuesto a ir al frente y a
morir por la causa; eso sí, antes de que la causa se degrade.
¿Se
ríen los cínicos del mundo de este rapto mío de ingenuidad? Y yo con ellos…
sólo que con pesadumbre.
267.
Extenuado, cerré el libro y lo arrojé lejos, con rabia. ¿Iba a ser o no capaz
de leerlo completo, de pasar del capítulo 38 tan exasperante por culpa del
untuoso discurso cristiano del tío Tom? ¿Por qué de una maldita vez la autora
no se decantaba por la furia y la resolución de Cassy y la secundaba en su
intención de matar al bellaco e intentar huir, sola o acompañada? ¿A qué jugaba
y con qué cartas: a soliviantar el maldito servilismo de los esclavos o a
postrarlos del todo a base de resignación bíblica? ¿En dónde y de parte de
quién estaba ella, la novelista de carne y hueso: como Dios en ninguna parte y
a la vez en todas, prometiendo y jamás cumpliendo o, en su defecto, entre los
escasísimos Lope de Aguirre ucranios y de cualquier parte y a favor de su
irreductibilidad? Inspiré profundo y, tanteando, busqué el mamotreto por donde
sospeché que había caído. Si quería enterarme, no me quedaba otro recurso que
seguir leyendo.
268.
¿Que nada tema el que nada deba, intenta tranquilizar uno de los muy pocos
proverbios que yerran de cabo a rabo? Pregúntenle al Anthony Broadwater que a
diario, ora en Estados Unidos ora en Francia -para no hablar de nuestras
democracias en perpetuo estado de fragilidad-, abandonan la cárcel tras años de
gritar su inocencia y de exigir que se le presenten las pruebas inexistentes
con que lo condenaron. La verdad es que hay que tener mucha cara dura y pésima
mala leche para seguir vivo tras descubrir que, bien como denunciante o
testigo, bien como fiscal o juez o lo que sea, se participó en una de las
peores injusticias en que se pueda pensar.
269.
La fórmula es muy sencilla: no es sino que donde dice España pongan Colombia…
¿y listo?:
“…Si
repasan las hemerotecas, verán que unos pocos periodistas y escritores contaron
en sus páginas y artículos lo que pasaba e iba a pasar. Hicieron de Laocoontes
y Casandras, labor ingrata que nunca sirve para prevenir nada -la gente adora
los Titanic aunque se incline la cubierta, sobre todo si oye tocar a la
orquesta-, pero sí para ganarse innumerables enemigos. Sin embargo, muchas de
aquellas sombrías predicciones se han cumplido. No porque quienes las hacían
fueran genios de la anticipación, sino porque era evidente que iba a ocurrir
así, y no de otra forma. Y ahora, para justificar su infame gestión, para
eludir la responsabilidad, para ponerse de perfil ante la contaminación,
desprestigio o demolición de las instituciones y estructuras que hacen posible
un Estado, la sucia clase política, liberada al fin de la necesidad elemental
de guardar una mínima compostura, nos aturde con un populismo y una demagogia
que insultan la inteligencia, desentierran fantasmas olvidados y los agitan sin
pudor, olvidando -o ignorando, iletrados como son- que todo eso ya ocurrió
muchas veces en nuestra historia y nos llevó a lugares oscuros. A navajeo entre
vecinos y hermanos. A bien nutridas fosas comunes.
Rencor,
es la palabra. En España, por razones históricas, sociales, culturales, no hace
falta demasiado estímulo para resucitar, o utilizar, el viejo e indestructible
rencor nacional: el nosotros o ellos, conmigo o contra mí. El no reconocer una
virtud en el bando adversario ni un defecto en el propio. Y ese rencor,
manipulado por quienes en su limitación intelectual, cobardía o vileza no
disponen de otras herramientas, infecta las redes sociales, el periodismo, la
vida. Y un público cada vez menos dispuesto a identificar la manipulación y la
mentira compra gozoso, sin cuestionarlo, el dudoso producto que esa chusma
pregona como si se tratara de crecepelo, recetas milagrosas o muñecas de
tómbola.”
No,
de listo nada porque si bien es cierto que en lo fundamental parece que nos
parecemos, cuando se miran los detalles con detenimiento empiezan a aflorar las
diferencias. ¿Comparar a los insustanciales y por contera demasiado locuaces
Pedro Sánchez y Alberto Núñez Feijóo con los del todo impresentables Gustavo
Petro y Paloma Valencia o María Fernanda Cabal, al PSOE con el Pacto Histórico,
al PP con el uribismo de los falsos positivos, las fragilidades de la
democracia española con las serísimas dolencias de la nuestra perpetuamente
bajo amenaza?: ¡gran despropósito! Ahora: ¿de dónde diablos sacamos los
colombianos la ponderación elegante y demás virtudes personales e intelectuales
de un Felipe VI, el listón insuperable que constituyen para cualquier político
respetable los conocimientos y la lucidez discursiva de una Cayetana Álvarez de
Toledo? Y yo, ninfulómano irredimible, ¿en dónde voy a dar con la suma belleza
-¿lo es?- y la suma inteligencia -¡lo es!- de aquesta infanta tan inalcanzable
como la de Wilde, Leonor de Borbón y Ortiz?
270.
Que me perdone la gran Harriet Beecher Stowe, pero el capítulo XL de su
novela-panfleto-evangelio es francamente deplorable. Si ya resultaba bastante
inverosímil lo de Cassy y su protegida en la buhardilla, con perros cazadores
de esclavos a los que de repente se les fundió el olfato, el súbito
arrepentimiento del par de negros malparidos que acaban de triturar a palos a
Tom, que dizque los perdona, se pasa de tierno a ridículo e insoportable. Menos
mal que semejantes melifluidades no figuran en los primeros capítulos, y que es
tanto lo que ya le debo a su mamotreto que renegar de él y abandonarlo no se
contempla.
271.
¿¡Somos más los buenos!, machacan los edulcorados con o sin enciclopedia? Que
lo ratifique Beecher Stowe, ella sí una novelista que sabe que los Tom y los
St. Clare, los Claver y los Castalión son, a diferencia de los Simon Legree y
las Maries, los Putin y las Rosarios Murillo, rarezas de la naturaleza, por lo
demás tan demasiado pródiga en la forja de espíritus cobardes o indiferentes
que ninguna falta hace aclarar a qué intereses sirven: “…Estos ejemplos nos
libran de desesperar absolutamente de nuestros semejantes. Pero, pregunta a
cualquier persona que conozca el mundo si tales personajes son corrientes en
algún lugar”.
Yo,
que lo conozco gracias, entre otros tesoros, a la literatura y la DW, doy fe de
que en el único lugar sobre la Tierra en los que abundan los mejores
sentimientos a que se pueda aspirar -lealtad, generosidad, compasión y absoluto
desprendimiento- se llaman perreras.
272.
Leí este apartado de su correo, viejo Mo, y le cuento que me di a la tarea de
concretar a lo largo de un día -de un viernes de farra, para ser más preciso-
las cosas que haría si el sistema límbico no me funcionara tan bien -o tan mal,
según se mire- como de ordinario me funciona: “¡Qué de cosas haría uno de buena
gana, sin entusiasmo, claro está, pero de buena gana, y sin ninguna razón
aparente para no hacerlas, y sin embargo no las hace! ¿Habrá que poner en duda
la libertad humana? Es una cuestión que debe someterse a examen”.
Esta
es mi lista: le diría a mi vecino de enfrente, al maricón, lo pesado y ridículo
que resulta con su megalomanía de octogenario y le diría que daría lo que tengo
para no tener que oírle cada vez que me lo encuentro las mismas historias y
anécdotas que me viene contando, y con mal aliento, desde que nos conocimos. Se
lo pediría por enésima vez, pero ahora de viva voz, a cada una de las seis o
siete primas con que me vengo acostando en mis fantasías más íntimas desde la
pubertad. Le cogería el culo a M, aunque cuidándome muy mucho de que L no se
diera cuenta. Buscaría a un par de profesoras demasiado pagadas de sí que tuve
en la Javeriana y les diría que ni fundiéndolas para hacer de las dos una,
obtendría una Luz Mary Giraldo, de lejos la mejor catedrática de literatura que
me deparó Fortuna. Irrumpiría, con un bate de béisbol en la mano derecha y mi
bastón de ciego en la izquierda, en el apartamento del cabrón que tiene por
costumbre llegar a la madrugada a seguir la fiesta con bachata, reguetón, la
peor música de cantina y vallenato llorón, el muy guiso. Les arrebataría el
celular a los cuatro o cinco enajenados que en el TransMilenio me atormentan
con sus videos y los megáfonos a los vendedores y músicos que aturden voceando
sus chucherías o rapeando sus amarguras. Quebraría, en fin, a tantos y a tantas
que excedería en desperdicio de munición a los matarifes de Putin.
273.
Leo semanalmente, mal contados, a entre cuarenta y cincuenta columnistas de
opinión en varios periódicos y revistas, pero sólo con uno me ocurre que sé de
sobra si escribió el artículo de esa quincena con el rigor inteligente con que
escribe su ficción -‘Prohibido prohibir’-, si (casi podría jurar que) lo delegó
en manos mercenarias e inhábiles -‘”No le quiten el cuerpo a la jeringa”’- o si
sí lo escribió él, sólo que de una sentada o en cualquier caso sin releerlo y
corregirlo a fondo, que es lo mínimo que el lector avisado y exigente espera de
absolutamente cualquier cosa que firme alguien de su importancia y estatura
intelectual -‘Azorín cumple 150 años’-. Y tanto más si se toma en serio esta
queja suya -a la sombra de un elogio- del domingo pasado, 18 de junio de 2023:
“Es
posible que nadie lea a Azorín en estos días, en el que el periodismo es
dejadez, fraseología sin contenido, la obligación de escribir que persigue a
los hombres de oficio y los lleva a menudo a decir frases sin sentido. Qué
diferencia con Azorín, siempre tan exacto y preciso en su expresión, en la que
no hay vacilación ni superficialidad, frases que parecen haber sido refinadas
hasta la última desnudez. Y, sin embargo, él escribía cada día y nunca se
repetía, pues encontraba siempre la manera de señalar algo que los demás no
habían visto, lo que da a sus crónicas ese aire de verdad profunda, como si la
sostuvieran montañas de erudición.
Fue
un solitario y, aunque aceptaba formar parte de una generación, su estado de
ánimo era siempre la soledad, esa descripción de la España profunda en la que
todo se vuelve quietud, tiempo congelado, y en la que las cosas aparentemente
menos importantes se vuelve perennes y quedan petrificadas, a salvo de la
decadencia. Por eso hay que leer a Azorín…” y recordarle al gran Mario Vargas
Llosa que el ejemplo entra por casa.
¿Ah,
que son tres o cuatro anacolutos los únicos defectos de la cita? Eso para
empezar y sólo en cuanto a la forma. Porque si se mira el fondo, que me da por
comparar con ‘Los vientos’, un cuento de reciente publicación que con asombro
le leí al Nobel en Letras Libres, pues éste claro que sale mal librado por
cuenta de la demasiada prisa con que escribió -y muy a menudo escribe- su
PIEDRA DE TOQUE.
274.
Justo en ésas andamos, maestro: “No consientas que toda tu naturaleza sea
destruida a la vez; por el contrario, ya que te tocó en suerte un cuerpo
mortal, intenta dejar el recuerdo inmortal de tu espíritu”.
275.
A que no adivinan quién dijo esto, y de dónde: “Nuestros conflictos son una
forma de la eternidad. El gobierno apuesta a que se resuelvan a través del
desgaste y el olvido. Las declaraciones sustituyen a la gestión y las
negociaciones llevan a pactos para que todo siga igual. Un país sumido en el
marasmo”.
¿Héctor
Abad Faciolince, de Colombia? ¿Roberto Merino, de Chile? ¿Moisés Naím, de la
Venezuela tiranizada? ¿Óscar Martínez, de El Salvador bukelizado? ¿José Rubén
Zamora, de Guatemala? ¿Igor Padilla, de Honduras? ¿Carlos Fernando Chamorro, de
la Nicaragua tiranizada? ¿Eliane Brum, de Brasil? ¿Humberto Coronel, de
Paraguay? ¿Mario Vargas Llosa, de Perú? ¿Daphne Caruana Galizia, de Panamá?
¿Gregorio Magno Pontífice Camargo, de Argentina? ¿Yoani Sánchez, de la Cuba
tiranizada? ¿Carlos Valverde, de Bolivia? ¿Emilio Palacio, de Ecuador? ¿Juan
Villoro, de México?... A Uruguay y a Costa Rica me los dejan, de momento, por
fuera de la recocha bananera que en esencia es la política latinoamericana.
276.
¿Es o se siente usted muy joven y fuerte, al punto de la invulnerabilidad? Peor
aún: ¿presume de aquello ante otros igual de vigorosos y también ante los de
evidente salud menoscabada? Haga el favor entonces de leer y registrar para
siempre en la memoria la prosa apátrida 43 y en lo posible prométase, a manera
de concesión al pensamiento mágico que, en adelante, no vuelve a retar a
Fortuna con sus alardes.
277.
A veces pienso que si no gastara gran parte de mi tiempo leyendo y una mucho
más modesta escribiendo, me dedicaría a hacer experimentos sociales con alguna
encuestadora seria y, como yo, curiosa. Por ejemplo: preguntarle a un nutrido
número de personas de todas las clases sociales, edades y ámbitos, si creen que
los ciegos totales tienen alguna ventaja “tangible” frente a los videntes.
Formulada la pregunta y surtida la respuesta, tanto a los que encontraron una o
varias como a los que respondieron taxativamente que ninguna, se les lee o se
les da a leer la prosa apátrida 45 para saber si algo nuevo tienen que decir.
No
se imaginan lo que me gustaría echar a andar éste en particular. También otros
de los que luego les hablo.
278.
Empecé a dudar muy mucho de las capacidades de percepción del ojo humano una
mañana remota en que, sentado en la cafetería del Colombo Americano antes de
que diera comienzo la primera clase del día, una mujer me preguntó si podíamos
compartir la mesa. No recuerdo si leía en braille o si sólo me dejaba estar; lo
que en cambio recuerdo con absoluta nitidez es que de pronto ella me dijo que
me había estado observando durante algunos minutos y que no se había aguantado
las ganas de acercarse para decirme que estaba maravillada con la expresión de
paz y tranquilidad que proyectaba mi rostro. “¿Paz y tranquilidad? -me dije con
asombro en tanto le sonreía y la felicitaba por su arrojo-. ¡Pero si lo único
que deseo es morirme ya, aquí mismo!
Después
de aquello, parecía inevitable que en mi calidad de ciego congénito me sintiera
en ventaja en este sentido con respecto a los que veían, pues me precio de
identificar en los muy cercanos y entrañables e incluso en personas con las que
a duras penas me relaciono, agobios del ánimo y aspectos del carácter que para
otros pasan por lo general inadvertidos. Sin embargo, el día en que me enteré
del serísimo intento de suicidio en que fracasó mi a la sazón amigo E. K., a
quien tenía por el ser más centrado y estoico y él sí tranquilo y contento de
existir, aquel flanco de mi orgullo recibió un batacazo del que jamás se va a
recuperar completamente.
279.
Por una de esas cosas que uno no se explica, me ocurre que siento un gran
aprecio por los indigentes, o sea por los que cuando yo era apenas un niño los
adultos llamaban gamines: con franco desprecio los sujetos y con conmiseración
impotente las personas. (Me hice adolescente y, asqueado, padecí que se los
llamara, con toda naturalidad, desechables; hoy, empalagado por el pésimo gusto
del peor buenismo, siento que se me alborota una otitis ya superada cada que
oigo la extravagancia esa de “personas en situación de calle”.) Como mi afecto
por ellos no ha hecho sino fortalecerse, me impuse dar con las razones que
justifican el afianzamiento. Son dos.
Por
un lado, mi “amistad” con Eduardo, La Guajira y Puchis, tres seres humanos
extraordinarios a los que nada -ni el hambre ni la intemperie ni el desprecio
con o sin violencia de los hindeseables, ni la indiferencia de los
prescindibles o el mutismo del dios en el que inexplicablemente los tres
creían-, absolutamente nada pudo deshumanizarlos. Por otro, mi amistad fictiva
e igual de perdurable con Molloy, con Willy G. Christmas y con Andrés Tangen,
ante todo y sobre todo con Andrés Tangen.
280.
¿¡Somos más los buenos -por caritativos-!, machacan los edulcorados con o sin
enciclopedia? A ver si les quedan ganas de seguirse haciendo eco de semejante
falsedad después de leer un portento decimonónico titulado Hambre. (De lo que
en cambio les van a quedar ganas, los prevengo, es de apurar hasta la última
página escrita por este noruego cuya estatura es sólo comparable a la del gran
Karl Ove Knausgard. ¿Les suena?).
281.
Vamos a suponer que usted y yo somos dos sesentones colombianos que, tras
madrugar cuarenta o cuarenta y pico años yo a cuidar la puerta de un edificio
oficial o de un conjunto de apartamentos y usted a cocinar y lavar los platos
en un restaurante tradicional, también de Bogotá, por fin nos pensionamos con el
monto mínimo, puesto que siempre devengamos eso: el sueldo mínimo. Que nos
conocimos cuando ambos andábamos por los veintitantos y que resolvimos irnos a
vivir pasado un tiempo para formar una familia. Que acordamos que íbamos a
tener no más un hijo porque con nuestros ingresos dos serían demasiados. Que
ahorramos una cantidad determinada a costa de sacrificios sin nombre con el
propósito de poderle dar a ese hijo una educación siquiera aceptable. Que lo
criamos consciente de que si se vive con honradez y decencia se debe trabajar
muy duro para conseguir lo indispensable, que se disfruta más cuando se
consigue mediante el esfuerzo personal y familiar. Que en el barrio popular
donde vivimos contentos, pese a la algarabía y las peleas de las muchas cantinas
y billares y galleras y hasta prostíbulos que atruenan el silencio imposible
con sus parlantes día y noche, hoy hay más ruido y excitación que nunca porque
acaban de oír en una alocución del presidente lo de un bono de quinientos mil
pesos para “los adultos y las adultas mayores que no pudieron acceder a una
pensión”. Que los tres, que también nos acabamos de enterar, nos miramos
incrédulos y desconcertados y que de pronto usted y yo nos sobresaltamos cuando
el muchacho nos dice, con evidente malhumor:
--¿No
pudieron o no se les dio la gana? ¡Pero si cualquiera de los vecinos -bueno: no
todos pero sí muchos- ganaba igual y hasta más que ustedes dos juntos! ¿Y qué
hacían con la plata? ¡Tomar adiario o casi! ¡Y todos con de a tres, cuatro y
hasta cinco hijos! ¡Y los hijos también con hijos! ¿De verdad creen ustedes que
tanto esfuerzo valió la pena?
Si
yo conociera a ese muchacho y pudiera contagiarle algo de lo que siento y
pienso, le transfundiría mi más profundo desprecio a los populismos y al grueso
de los beneficiarios de sus limosnas con cargo al erario, que no son otra cosa
que una soterrada y anticipada compra de votos, a la par que el mayor incentivo
para el aumento y la perpetuación de la pobreza. Mental y física.
282.
¿Que “¡la violencia de género no se discute!”, decretó el otro día una
empoderada política española -o mexicana, o argentina, o colombiana: lo mismo
da-? ¡Pero claro que se discute porque la única violencia que yo reconozco con
ese nombre es la que se ejerce en contra del español, al que ella y los que se
le parecen desfiguran con sus sinsentidos lingüísticos, entre los que las
duplicaciones y triplicaciones del género se llevan las palmas!
Lo
que no se discute -y en eso estamos de acuerdo- es que existen y se deben
combatir la violencia machista (la de los misóginos probados, que matan mujeres
por el hecho de serlo), la sexista (que ejercen por igual, y amparados en el
anonimato de sus manadas, los nostálgicos de un patriarcado hoy por hoy muy
desdibujado en Occidente y las ultrafeminazis occidentales, que les hacen el
juego a sus supuestos enemigos y de paso nos gradúan a todos los hombres, sin
excepción, de abusivos y cavernarios) y aquella de que son víctimas los
elegebeteí a manos de toda suerte de trogloditas y oscurantistas incapaces de
concebir un mundo en el que todos no seamos machos que procrean con hembras.
Una
cosa sí es segura: mientras que la violencia en contra del género gramatical
tiene solución (la ridiculización o el ninguneo de los que la practican), la
violencia contra los sexos y las libertades sexuales se debe combatir con penas
carcelarias severas cuando los delitos así lo ameriten, con sanciones sociales
y trabajo comunitario cuando se trate de infracciones menos graves, y siempre
siempre con altísimas dosis de desobediencia civil y provocación a los
moralistas y los intolerantes. Que escandalizar sea, mejor dicho, la premisa de
todo elegebeteí y de todo heterosexual promiscuo que motu proprio pero sin
dañar a nadie resuelva darles rienda suelta a las pulsiones del cuerpo que se
sacó en la tómbola de la perra vida.
283.
¿De modo que al dolor inconmensurable por la suma gravedad del estado de salud
de mi hermadre -quien desde hace una semana se debate entre la vida y la muerte
en una UCI- y al sufrimiento por la muerte reciente -tú y yo hablamos por
última vez, mi amor, hace setenta y siete domingos y quinientos cuarenta y dos
días- de una persona a la que amé de corazón no obstante mis múltiples
defectos, les debo sumar el agobio a que me someten un día sí y el otro también
los militantes del cristianismo y ocasionalmente del catolicismo? ¿Por qué les
permito a todos esos sujetos -médicos, enfermeros, tíos, primos, hermanos,
amigos y auténticos desconocidos- que me abrumen con su fe, que sólo a ellos
concierne? ¿Puede decir cualquiera de ellos, acaso, que yo he hecho el más
mínimo esfuerzo para que duden o dejen de creer? ¡Pero si los únicos escenarios
en los que yo ventilo mi ateísmo manso son este blog y ciertas situaciones en
las que vale la pena debatir! ¿Será mucho pedirles a todos esos entrometidos de
Biblia o camándula en mano que dejen la joda, a ver si me ahorro el engorro y
la mala educación de tener que mandarlos para la mismísima mierda?
284.
Formo parte, y asumo las consecuencias, de dos plagas: la primera contemporánea
y la segunda intemporal. Pertenezco, por un lado, a los apestados que sin
demasiado cargo de conciencia fuman y reivindican su amor al cigarrillo, tan
medicinal cuanto nocivo. Y, por otro, a la de los infinitamente más aislados que
desde sus atalayas personales y al margen de cualquier manada defienden aquello
en lo que creen y no contemporizan con ninguna pese a los riesgos que corren.
285.
¿Misógino y fratricida Gianciotto Malatesta? En cambio a mí me parece que se
quedó corto.
286.
Y moriste, según mi calendario, el 78-547. Según el que a todos nos rige, el 10
de julio de 2023: otra fecha grabada a fuego en mi memoria, mientras la
conserve.
Decir
que fuiste, mi amor, la mejor hermana del mundo es de una mezquindad
imperdonable porque fuiste tan madre como nuestra Orfi, a más de amiga y
cómplice y confidente y celestina. Y como ninguna cosa -ninguna- que escriba o
diga sobre ti y sobre el amor extraordinario que nos unió durante casi 50 años
te haría justicia, pues lo dejo así. Sólo me queda darle infinitas gracias a
Fortuna por habernos hecho coincidir en una casa y en una familia amorosas y
carentes de la más mínima inhibición a la hora de manifestar los afectos. Y tú
y yo, los más desinhibidos de todos. ¿O por qué crees que en tantas partes nos
tomaban por pareja?
Qué
lástima, mi amor, que en mí no alumbre la bella ficción de la vida y el
reencuentro después de la muerte, pues estaría exultante pese al dolor y la
ausencia en que a Orfi, a Tita y a mí nos sumió tu disolución tan prematura.
Ah, y que sepan el mundo y sus alrededores que me quedé sin con quién mamar
gallo y dessacralizarlo todo -y todo es todo-, entre carcajadas de júbilo que
ya no incomodan a los vecinos o les producen envidia.
287.
A que no adivinan quién aprendió la lección de maravilla y quién, por el
contrario, no aprendió nada de nada: “Enseñé a los reyes a ser tiranos, pero
también a los pueblos a librarse de ellos”.
288.
Estoy por creer que el fulano que echó a andar la mentira grande como un
estadio de que “con los buenos sentimientos no se hace literatura” no se enteró
de la existencia luminosa de Cervantes o, si se enteró, jamás leyó su Quijote
o, si lo leyó, malgastó el tiempo. E igual pienso de los que de la trola se
hacen eco.
289.
A usted, maestro, gracias por la precisión tan necesaria y ustedes, otrora
bandidos hoy en el Congreso y en la Casa de Nariño, quedan notificados:
“Dijo
Mario Calabresi […] que se puede ser un exterrorista pero no un exasesino. El
terrorismo deja de practicarse cuando las circunstancias lo aconsejan o logra
sus objetivos por otros medios. Pero haber matado a un semejante no es tarea
circunstancial, cosa de un día: ser asesino te marca para siempre, te convierte
en alguien distinto. El terrorismo puede olvidarse pero el crimen siempre te
acompaña, está a tu lado como el primer día. El crimen de Lotta Continua o ETA
no es nunca un gesto individual sino la culminación de un proyecto colectivo:
asesino es el ejecutor, quien ordenó el crimen, quien informó de las costumbres
de la víctima, quien ayudó o encubrió al ejecutor. Y por supuesto asesinos son
también quienes justificaron o ‘comprendieron’ el asesinato y sobre todo los
que se beneficiaron políticamente del terror. […]
[…]
¿Que los terroristas ya no ejercen? Será que no les conviene. Pero los asesinos
siguen siendo asesinos. No debe permitirse que rentabilicen democráticamente el
botín de su crimen.”
La
reflexión también les calza, no se vayan a creer, a los autores mediatos e
inmediatos de los miles de ejecuciones extrajudiciales conocidas con el
eufemismo de “falsos positivos”, asesinatos aleves y sistemáticos de que son y
siempre serán responsables desde Álvaro Uribe Vélez hasta el último soldado que
apretó el gatillo y disfrazó de guerrilleros a los que no eran más que civiles
inermes, pasando por quienes impartieron las órdenes de matar o hicieron la
vista gorda para no involucrarse.
290.
Leo esta reflexión de Antonio Muñoz Molina (“El crecimiento de las cosas es muy
lento. La destrucción es casi instantánea. Basta un disparo para acabar con una
vida entera. Un árbol que tardó siglos en alcanzar su plenitud magnífica es
talado en un rato por una motosierra o consumido sin remedio por una gran
llamarada favorecida por el viento”), pienso con horror en la invasión de Ucrania
y con asco en los que con su silencio o a grito pelado apoyan a los invasores y
a su carnicero en jefe. ¿Que odiar es malo para la salud? Debe de serlo, aunque
un poco menos cuando en el pécho y en el encéfalo en los que bulle el odio
también anidan el amor y la admiración por los Quijotes que, no de palabra sino
de hecho, combaten a los malvados, siempre en franca desventaja.
291.
¿Que la ceguera congénita -la mía- es incurable, les dijo Francisco Barraquer a
Abe y a Orfi? Juzguen ustedes: “Con la luz del sol aparece también el color de
los pájaros y de las flores: las orquídeas blancas y moradas que cuelgan de los
árboles, el anaranjado de las aves del paraíso, el morado o el rosado de los
besitos, el rojo y el negro de los anturios…”.
Pero
no se entusiasmen demasiado porque para la ceguera también congénita de mis
otrora amigos Luis Antonio Camelo y Germán Mauricio López sí que no hay remedio
ni en la mejor literatura o descripción pictórica. ¿Que por qué? Pues porque la
de ellos vino, a diferencia de la un tris atenuada de mi ojo izquierdo -que se
cobró un accidente de tráfico a comienzos del milenio-, desprovista del más
mínimo concepto de luz y color. Lo cual quiere decir que para el ciego total
-que no vive sumido en ningunas tinieblas (tan visibles como la claridad más
deslumbrante) sino en la nada más absoluta: lo sabe mi ojo derecho- ni la luz
del sol, los colores de los pájaros, el blanco o el morado o el anaranjado o
nuevamente el morado o el rosado o el rojo o el negro de las flores que sean significan
nada porque jamás se han visto. Es como si se comparara mi memoria visual con
la de alguien de cultura ávida que vio toda la vida y perdió la vista por
enfermedad o accidente: él sí que puede visualizar no sólo esos colores sino
también las flores propiamente dichas, cuyas formas serán para mí inasibles en
tanto no las tenga entre las manos.
292.
Entre las demasiadas bobadas que repiten los tontos, diplomados o no, la de que
se puede enseñar a escribir dentro de un salón de clases: “…el primer hombre
dejó Toledo y pasó la mar para llegar a una tierra menos dura, menos árida, una
tierra donde su nombre, Abraham Santángel, no fuera un estigma, y allí, algunos
años después de llegar a Antioquia, del vientre de su mujer, Betsabé, nació
Ismael, el quinto de sus hijos. Ismael con Sara engendró a Isaías, que con su
esposa Raquel engendró a Elías, quien con su esposa Isabel tuvo un hijo de
nombre José Antonio, del cual con Mercedes nació Josué, quien se casó con
Miriam, que parió a Jacobo, mi padre, que con mi madre, Ana, tuvo también a mis
dos hermanas, Pilar y Eva, y me tuvo a mí”.
A
ver, qué dijeron: ¿Que ésta es la tarea del alumno más aventajado en una clase
de español o de lenguaje cuya lección de ayer fueron los pronombres relativos?
¿De verdad no se imaginan los años de lectura inteligente y rigurosa que hay
detrás del prodigio de hacer caber todo un árbol genealógico y parte de una
historia familiar en apenas dos proposiciones? Lo siento por los que no.
293.
Los que sabemos la gloria perdida de antemano mensuramos, maestro, el valor de
su renuncia:
“Conducía
su coche por una carretera de Valencia de doble sentido y simplemente por una
vez se reprimió el impulso de adelantar al coche que iba delante. Pudo haberlo
hecho con suma facilidad, como tantas veces. Con solo apretar la suela del
zapato su coche habría salido disparado sin ningún peligro. Adelantar, siempre
adelantar era su objetivo en todos los órdenes de la vida, pero en este viaje
había decidido reducir la marcha para contemplar el paisaje. Por supuesto,
otros coches que venían detrás le pedían paso y Miguel experimentaba un placer
hasta entonces desconocido al poner el intermitente hacia la derecha para
facilitarles la maniobra de adelantamiento. Algunos camioneros se lo agradecían
con el claxon, otros automovilistas le insultaban de viva voz por ir tan
despacio, pero Miguel contemplaba el campo de girasoles, o la colina peinada de
verde por el trigo en primavera o simplemente se metía en sus pensamientos o
conducía sin pensar en nada. Fue una sensación placentera, sin importancia,
pero Miguel decidió aplicarla a la forma de vivir, hasta el punto que su futuro
se dividió en dos, antes y después de aquel viaje.
Esta
experiencia le llevó a asumir que no pasaba nada si admitía que había escritores
que iban delante, que tenían más éxito, más premios, más talento, más
reconocimiento oficial, más medallas, academias y otros honores” aunque ninguna
garantía de posteridad pues aquello viene después, si viene, y sin que se sepa
a ciencia cierta por designio de qué o de quién.
Si
no es así, ¿cómo se explica entonces que escritores y obras que gozaron de
prestigio y fama en presentes remotos hoy estén sepultados bajo toneladas de
olvido, y que escritores y obras desconocidos o ninguneados en su momento hoy y
muy posiblemente también mañana figuren entre lo imperecedero de este arte?
294.
Déjeme que le cuente algo antes de que transcriba estas palabras suyas, mi muy
admirado y estimado don Arturo.
Trabajé
de profesor universitario y en algún otro centro de enseñanza casi 22 años, en
los que coseché muchas satisfacciones y experiencias humanas y docentes, así
como no pocas decepciones y desencantos que me hicieron desistir tal vez
demasiado pronto. Entre los segundos, ninguno como el desinterés de la mayoría
de todos esos muchachos sin referentes de peso y colmados de desinformación a
los que nada que fuera su mundo los hacía vibrar. Ni siquiera lo relativo a sus
familias, de las que lo desconocían todo o casi. Si preguntarles por las vidas
de los que fueron sus padres antes de que ellos nacieran era tiempo perdido,
imagínese sus respuestas si por quien se les preguntaba eran los abuelos o
parientes incluso más distantes con respecto a su presente. Pienso ahora que si
hubiera conocido el artículo de que tomo la cita, lo habría leído con ellos en
la esperanza de que al menos a un par de cada grupo sus palabras los
zarandearan convenientemente: “Cada uno de nosotros tiene una, veinte historias
familiares. Estúpidos aquellos jóvenes que no acuden a sus mayores a que se las
cuenten, antes de que estas historias se extingan con ellos y duerman en el
silencio sin aportar nada a las generaciones que no lo vivieron, haciendo
imposibles la lucidez y la experiencia. Mis mayores han muerto, o están
muriendo poco a poco, pero el niño curioso que fui logró arrancar un puñado de
esas historias al olvido, y ahora lamento que no hubieran sido más. Lamento las
horas perdidas sin preguntar a aquellos que ya no están conmigo. Eran -son- las
historias de cada uno de nosotros: las historias de nuestros padres y nuestras
madres y nuestros abuelos”, nada menos.
295.
Me estrello, leyendo a Wilson, una vez y otra vez con el evocador sustantivo
feromona y de él, de Wilson, aprendo este otro: alelomona, y ambos -feromona y
alelomona- me conducen por azar en internet a un tercero: copulina, que me
retrotrae a decenas de conversaciones con amigos varones sobre lo que para una
inmensa mayoría de ellos resume un singular engañoso e inexacto como el que
más: odor di femina. Pobres narices monolíticas.
296.
De los millardos de personas que al menos en una oportunidad hemos
experimentado la sensación que le suscitó a Ribeyro la siguiente agudeza,
apenas a un número exiguo se le dio discurrir en algo análogo; mientras que
para casi todos los demás la situación, redundante o singular, no supuso cosa
distinta que la posibilidad de chatear o de rumiar problemas personales. Él,
únicamente él de entre todos los de la especie, se propuso y consiguió
materializar mediante la palabra escrita su epifanía mental:
“Viajar
en un tren en el sentido de la marcha o de espaldas a ella: la cantidad física
de paisaje que se ve es la misma, pero la impresión que se tiene de él es tan
distinta. Quien viaja en el buen sentido siente que el paisaje se proyecta
hacia él o más bien se siente proyectado hacia el paisaje; quien viaja de
espaldas siente que el paisaje le huye, se le escapa de los ojos. En el primer
caso, el viajero sabe que se está acercando a un sitio, cuya proximidad
presiente por cada nueva fracción de espacio que se le presenta; en el segundo,
sólo que se aleja de algo…”: tal cual.
¿Se
necesita acaso, les pregunto, alguna otra prueba que justifique la
imprescindibilidad -perdón, perdón por el archisílabo imprescindible- de la
literatura para nuestras pobres vidas de hombre?
297.
Si relacionan el contenido de la ‘prosa apátrida’ 52 con el de la 55, aunque
antes que nada con el colofón de la 55, es harto probable que en su cerebro y
en su espíritu se obre un alumbramiento como el que se acaba de obrar en los
míos. Pero si tras efectuar el ejercicio en los suyos no se obra nada, despreocúpese
y haga como que hizo caso omiso.
298.
Ya que de los gringos recibe el mundo mucho de lo mejor e igual cantidad de lo
peor que produce la especie, me parece que empiezo a oír por todas partes,
dentro de unas horas o mañana a más tardar, lo que acabo de oír en un canal de
YouTube de la ABC: que para soportar con entereza los calores atípicos de este
verano y los previsiblemente más insoportables y perjudiciales de los porvenir,
la solución es celebrar ‘Christmas in July’! Como quien dice: en lugar de aprovechar
el sofoco desesperante de la emergencia climática con sus incendios forestales
para recalcarles a los descerebrados y a los irresponsables lo evidente, ese
gobierno y todos lo suicidas que lo copian -hasta el último en que usted dé en
pensar- permiten que los codiciosos de la industria y el comercio planetario
aceleren todavía más el carro del antropoceno consumista en aras del
crecimiento y el desarrollo. ¿La engañifa publicitaria? De una elementalidad
que insulta a la inteligencia más modesta: que el mero hecho de evocar esa
festividad de un mes invernal hace tolerables los peores efectos de los 54
grados del Valle de la Muerte o los casi 44 de Phoenix. ¿Su forjador? Cualquier
avispadillo al que sus colegas y conocidos deben de estarle dando trato de
genio. Les parecerá que engañar a las les y los tontainas -el grueso de la
humanidad- tiene mérito.
299.
Dice Pessoa que “el corazón, si pudiese pensar, se pararía” y yo me digo que el
cerebro, que por pensar siente, se desespera y se desquicia, tampoco se apaga.
Maldito todo lo que no es volitivo.
300.
Cada que, como estudiante o como profesor en las universidades por las que pasé
(la Pedagógica, la Javeriana, La Salle y la Sergio Arboleda) me estrellaba con
una medianía empingorotada doctoranda o doctorada, de las que se arrogan el
título de científico social y sienten que más allá de donde ellas llegaron
nadie puede ir, me sentía impelido a preguntarles si de casualidad sabían
quiénes eran los Bernoulli, los Alvar Ezquerra, los Huxley, los Lynch (Benito,
Marta, Enrique…), los Renoir, los García-Calderón, los Goytisolo, los
González-Blanco o los Caballero colombianos tan ilustres, no más que para ver
si lograba hacerles titubear por un momento el amor propio. Pero la verdad es
que siempre desistía… porque lo mío es desistir cuando a priori sé que no vale
la pena.
301.
Me escribe un Caparrós comprensiblemente sorprendido:
“…Pibe
-o piba- es una suerte de diminutivo cariñoso: por eso, entre otras cosas, me
sorprendió encontrarlo cargado con un aumentativo. Pibón parecía una paradoja;
pronto entendí que era otra cosa. Y entonces lo busqué: la RAE lo había
definido primero como ‘mujer muy atractiva’ y después […].
Pero
un pibón fue, hasta hace poco, siempre una mujer y, casi siempre, una mujer
henchida de despampanancia. Porque la palabra no se aplica a cualquier belleza:
es, más que nada, la que avasalla, carne rotunda, formas decididas -de
antemano. Un pibón es una hipermujer, una que cumple con la mirada dominante,
que se deja dominar y nos domina.”
¿”Nos
domina” a quiénes, perdón -le pregunté imaginariamente a mi amigo, que me
respondió de la misma forma-: Cómo que a quién. Pues a usted, a mí y a todos
los heterosexuales y lesbianas que caemos rendidos ante tanta voluptuosidad.
Sin
embargo, en lugar de continuar con el diálogo, me dejé llevar por el recuerdo
de una canción de juventud que no es que me gustara particularmente; la
encontré en YouTube: ‘El mujerón’, un merengue bastante picante de Los Toros
Band que si Martín lee esto ojalá escuche para, surtido ese trámite, le preste
atención a la confidencia que a continuación hago:
Si
un buen día el mundo se despertara poblado exclusivamente por pibones como los
que él describe o por mujerones como los del merengue, yo -y presumo que muy
pocos más- devendría de enfervorizado adicto a lo sutil femenino en una especie
de asexuado o asexual, dado que no son las “formas decididas” y la “carne
rotunda” de las ‘hipermujeres’ lo que en mí solivianta la libido, sino todo lo
contrario: los cuerpos gráciles de treintañera, de veinteañera o de adolescente
de manos y facciones suaves y pequeñas, de pelo a media espalda o como mínimo a
la altura de los hombros, ojalá lacio -ondulado está muy bien también-,
abundante y sin falta recién lavado. Me avengo igualmente de maravilla con las
un tanto rollizas que no buscan ni consiguen captarse más atención de la
estrictamente necesaria siempre y cuando, eso sí, reúnan los requisitos
venéreos de aquí arribita, además de lo innegociable: una voz tan grácil, suave
y acariciadora como sus presencias. De los odores di femina y copulinas que me
trastornan podemos hablar otro día. Claro: no uno cercano, puesto que primero
tengo que dar con las palabras precisas para comunicar lo imposible.
302.
Cosas que se me ocurren mientras voy en el TransMilenio y los demás -ciegos
incluidos, no se vayan a creer- chatean o inficionan el ambiente con el ruido
de sus videos: a cuál de los nueve primos que sobrevivimos a mi hermana (Mario
y Toto, Zuli y Luisa, Titi y Pablo, Mauricio, Andrea y Juan David) le va a
corresponder la mala suerte de morir de último y en qué condiciones. ¿A qué
edad? ¿Desmemoriado o lúcido? ¿Cagándose y meándose en la ropa, o todavía con
el control de los esfínteres? ¿Postrado en cama, o aún capaz de valerse por sí
mismo para lo fundamental? ¿Pobre de solemnidad, apenas con lo necesario o
solvente? ¿Amargado y abrumado por la vida o agradecido con ella? ¿Solo íngrimo
o con el consuelo de contar con alguien que lo acompañe y lo ayude? No sé
ustedes, muchachos, pero yo me pido el próximo pasaje.
303.
Lo reconoce el educador que quise ser: antes que conseguir, primero, que se
aquerenciaran con la literatura para, luego, asistir ojalá a su enviciamiento
sin retorno, dediqué, si cabe, más empeño a, por un lado, vencer la apatía
política de los estudiantes que callaban cuando los alienados de la extrema
izquierda repetían, ahora en clase, los escupitajos ideológicos que oían en las
asambleas estudiantiles y, por otro, a intentar morigerar, mediante la lectura
y los debates que de ella se suscitaban, las pulsiones extemporáneas de
revolución de los anacrónicos. Como lo primero produjo magros resultados y lo
restante aun peores, aquí me tiene, estimado Javier, pensionado a los 49 años y
sin pisar un aula “real” hace lo menos cuatro, leyéndolo a usted y a los demás
del cenáculo, y en el fondo nostálgico de no poder compartir con todos esos
muchachos reflexiones como ésta, que de procesarlas como es debido los harían
tan sabios: “…porque me encantan las aventuras, pero sólo en la vida privada,
las novelas y el cine; en la vida pública, aspiro a un aburrimiento
escandinavo. […] Lo han adivinado: no soy partidario del entusiasmo en política
(aunque voto siempre: la razón es que, si no voto yo, votan por mí); tampoco de
la emoción ni de la poesía: aspiro a una política prosaica, racional, humilde,
que sin prisa pero sin pausa mejore la vida de las personas comunes y
corrientes, única forma conocida de mejorar el mundo. Esto, ya lo sé, suena
aburrido, pero ya he dicho que mi ideal en política es el aburrimiento. ‘Que
vivas tiempos interesantes’, reza una maldición china: mi ambición suprema
consiste en vivir tiempos lo menos interesantes posible. Con esa esperanza voto
siempre” (y yo, sólo que jamás con éxito).
304.
Lo reconoce el educador que quise ser: antes que conseguir, primero, que se
aquerenciaran con la literatura para, luego, asistir ojalá a su enviciamiento
sin retorno, dediqué, si cabe, más empeño a, por un lado, vencer la apatía
política de los estudiantes que callaban cuando los alienados de la extrema
izquierda repetían, ahora en clase, los escupitajos ideológicos que oían en las
asambleas estudiantiles y, por otro, a intentar morigerar, mediante la lectura
y los debates que de ella se suscitaban, las pulsiones extemporáneas de revolución
de los anacrónicos. Como lo primero produjo magros resultados y lo restante aun
peores, aquí me tiene, estimada Irenita, pensionado a los 49 años y sin pisar
un aula “real” hace lo menos cuatro, leyéndola a usted y a los demás del
cenáculo, y en el fondo nostálgico de no poder compartir con todos esos
muchachos reflexiones como ésta, que de procesarlas como es debido los harían
tan sabios: “Prudente y suspicaz, la democracia griega desconfiaba de las
esferas del poder. Las leyes parecían defender que el mejor gobernante sería
probablemente quien menos desease serlo. Respecto a los ciudadanos, se
recomendaba no admirar demasiado a sus líderes. No amarlos. No ser sus hinchas.
Aquellos atenienses recelosos jamás habrían valorado a un candidato capaz de
afirmar que podría plantarse en la quinta avenida del ágora y masacrar a sus
conciudadanos sin perder partidarios. Ser así de leal es letal. En nuestra
época exaltada, las simpatías políticas se asemejan a las dinámicas de los
hooligans deportivos. Recordemos que fan es una abreviatura de fanático. Los
forofos ansían derrotar al otro equipo, más que lograr mejoras en sus vidas.
Esto conduce a formas perversas de competencia, especialmente en una época de
burbujas en las redes sociales que nos segregan en grupos, suministrándonos
distinta información, diseñada para afianzar nuestros prejuicios y crear
cuadrillas de convencidos…” (yo que ellos, empezaría por desagregarme).
305.
Propongo un concurso: la frase -una sola- capaz de compendiar la, llamémosla,
esencia antropológica de nuestro tiempo. Aquí va la mía: “En nuestra época
narcisista hay muy poco interés por estudiar la historia, aunque sí por erigir
tribunales de acusación sobre los personajes del pasado”.
306.
¿En dónde están, caso de que existan, la tercera Colombia y la tercera
Argentina y el tercer Brasil y el tercer México que nos salven del petrismo y
el uribismo, del kirchnerismo y el macrismo, del lulismo y el bolsonarismo, del
lopismo y el priismo y a la América Latina toda de su tendencia incorregible a
virar con violencia de un extremo al otro del espectro, cual si su péndulo
jamás apuntara al centro? Que por favor nos lo aclare Paul Preston.
307.
Yuxtapongo en la pantalla las fotos de Uribe y Petro, de sus familias, de sus
combos de lambeculos con fachada de partidos políticos y de la hinchada que por
cada uno vota y, mientras me las quedo mirando con detenimiento, me digo que
qué cosa si se parecen los dos sujetos, los deudos de uno y otro, los ganapanes
que se benefician de su poder y los militantes sordos y ciegos frente a los
hechos y las realidades que los condenan.
Los
dos, de pasados probadamente violentos -paramilitar el uno, guerrillero el
otro- se hacen pasar con éxito por el único capaz de pacificar al país entero a
sabiendas de que cada uno lo divide y crispa sin tregua ni miramientos. Los
dos, que pactan hasta con el diablo -Carlos Alonso Lucio o Everth Bustamante,
Armando Benedetti o Roy Barreras- a cambio de más poder, esconden sus
corruptelas bajo llave al tiempo que culpan, sirviéndose del eco que se hacen
sus incondicionales y los periodistas que les son afines -una María Isabel
Rueda por acá, una Cecilia Orozco Tascón por allá-, a la competencia. Ambos con
hijos que escandalizan tanto o más que los papis, con hermanos y familiares
incursos en venalidades y con funcionarios que chuzan y delinquen pero siempre
a espaldas de los que fueran candidatos y ahora presidentes porque de ellos,
como de Dios, proviene siempre lo bueno y jamás lo malo.
Pero
ahí no acaba todo porque resulta que cuando los medios convocan a declarar a
los congresistas, ministros y gregarios de cualquier categoría del uribismo
sobre Petro y los petristas o a los del petrismo sobre Uribe y los uribistas,
ni los unos ni los otros tienen el menor reparo en salir a condenar sin
atenuantes y sin esperar a que la justicia falle los desaguisados y derrapes
éticos de los oponentes, pero tildan a esos mismos medios de amañados y
vendidos cuando a lo que se los convoca es a rendir cuentas sobre los
escándalos y tropelías del jefe, los familiares del jefe o sus conmilitones.
Entonces sí exigen que sean los jueces y no la prensa los que se pronuncien.
Entretanto
y para no desentonar, los electores del uno y del otro, que estarían dispuestos
a lapidar a lo sharía o a linchar a lo chibchombiano a Juan Fernando Petro y a
Nicolás Petro y a Laura Sarabia, o a Santiago Uribe y a Jerónimo Tomás Uribe y
a Andrés Felipe Arias si en sus manos estuviera hacerlo, se hacen los
desentendidos o los indignados cuando un independiente con criterio y coraje
les afea el doble rasero y la deshonestidad de sus ideologías sectarias, tan
idénticas en el fondo cuanto torpes en las formas.
308.
No se me haría raro, doctor Bejarano, que mientras usted escribía la columna de
que extraigo la cita, yo anduviera pergeñando mi desahogo número 300: “…Esa
manada de doctores vanidosos que hoy se mueven con prepotencia en las
universidades criollas, salvo excepciones contadas en los dedos de la mano, no
honran en sus actividades el cúmulo de investigaciones que se ufanan de haber
adelantado, con las que intentan descrestar calentanos, sin siquiera lograr
convencer a los estudiantes de pregrado. […] Nuestras universidades están
plagadas de costosos e inútiles doctores”.
De
mi parte, una vez más la salvedad de que mis dardos en esta materia no se
dirigen contra biólogos, químicos, físicos y demás doctorandos, doctorados o
posdoctorados de las ciencias sino contra los que, en carreras de tiza y
tablero, tienen carta blanca para presumir especulando, en esas jergas
insustanciales y enrevesadas con las que juegan a teorizar de palabra y por escrito,
y sólo para que les entre cada vez más platica.
Ah,
y le propongo que hablemos un día de estos de las excepciones a las que usted
alude y que, en mi caso, no llegan a cinco: demasiado pocas aunque, eso sí, las
tres de gran valía.
309.
Me embebo -gracias a que ayer no bebí- en este ensayo de Montaigne y querría
expresarle al maestro mi extrañeza de que, a pesar de que sé que sabré morir,
escasa idea tengo de cómo vivir.
310.
Pienso en el Epicuro auténtico y no en la tergiversación que de él forjaron sus
despreciadores y la ignorancia de los que desde entonces les hemos creído, y me
parece insoportable la indefensión de muchos muertos célebres. Que el punto de
no retorno a que hoy se aboca irremediablemente el planeta sea la consecuencia,
al menos en parte, del ¿epicureísmo? de los ¿epicúreos? daría para que “el
filósofo del buen vivir”, quien “aspiraba a un sueño colectivo modesto pero
ambiciosísimo: ‘La voz de la carne pide no tener hambre, ni sed, ni frío’” y
quien “era lo opuesto a un sibarita derrochador” pues “vestía ropa sencilla y
se alimentaba a base de pan, queso y olivas” abandonara la tumba y, como
cualquier resuelto don Quijote, desficiera el agravio y enderezara el entuerto.
Que se cobre la infamia arremetiendo, como primera medida, contra los
diccionarios que se hacen eco del sustantivo y el adjetivo calumniosos.
311.
Yo que ustedes, almas cándidas de las izquierdas del mundo, que se creen y
propalan la mentira de que la salvación del planeta reside en el dichoso ‘sur
global’ y más precisamente en la heroicidad de los Petro y los Lula; yo que
ustedes hablaría, entre otros, con Raoni Metuktire a ver él qué piensa. ¿Que no
saben quién es y por ende dónde encontrarlo? Escríbanle a Eliane Brum que ella
les suministra las coordenadas.
Y
una petición al ‘norte global’ insaciable: mucho cuidado con ir a soltarles los
cien mil millones de dolaretes anuales a aquel par de tartufos, que en menos de
lo que canta un gallo los vuelven humo y ahí sí que se nos acaba de quemar la
selva. Dénselos a Green Peace aunque eso sí, a condición de que Raoni y su
gente, Greta Thunberg y la suya y Eliane Brum sean quienes ejerzan la
contraloría.
312.
¿Que un muy buen estudiante de la ciencia que sea se convirtió con el tiempo en
un buen científico y divulgador científico?: encomiable. ¿Que un muy buen
estudiante de literatura o de periodismo se convirtió con el tiempo en un buen
crítico literario o en un buen cronista y reportero?: encomiable. Sin embargo,
lo maravilloso y de todo punto deseable es que haya científicos y divulgadores
científicos capaces, como el gran Javier Sampedro, de escribir sobre ciencia
con los alcances y recursos del mejor de los literatos y literatos -escritores
de ficción, aforistas…- capaces de discurrir sobre ciencia en sus géneros con la
solvencia y el criterio del mejor de los divulgadores científicos. Los nombres,
en este caso, se me atropellan en el recuerdo pero, en aras de la paridad,
registro apenas uno: Julio César Londoño.
313.
La justicia poética consiste, amén de lo que ustedes quieran agregar, en que
para cada Procusto exista un Teseo. ¿Soñar con algo análogo en la justicia que
imparten los hombres, o en la divina con que se consuelan los crédulos? Conozco
mejores formas de perder el tiempo.
314.
Modesto que soy, yo me daría por bien servido si los contradictores políticos
fueran aquí y en todas partes no ya émulos o tan siquiera remedos de Melchor
Rodríguez García, mas sí personas decentes y leales. Inverosímil que algo tan
sencillo constituya, casi indefectiblemente, una aspiración irrealizable.
315.
Con tal de que lo que prime sean los intereses del lenguaje y más precisamente
los del español, que venga lo que venga.
Corría
1996 cuando a un neurólogo se le ocurrió informarme de que yo era epiléptico.
Unos años más tarde fue una psiquiatra la que me dijo que era ciclotímico.
Recientemente, mejor dicho la semana pasada, comparecí ante la médica general
con los resultados de los exámenes de laboratorio que me había ordenado y todo
para que me declarara hipoglicémico: “E-pi-lép-ti-co, ci-clo-ti-mi-co,
hi-po-gli-cé-mi-co” le dije, enfatizando. Y rematé, a lo Valenciano: “No es
sino que usted mañana me diga que soy bulímico y sifilítico para quedar hecho.
Hecho un guiñapo”. Se rió de buena gana.
316.
Yo, que entre mis años de estudio y trabajo en la universidad pública ajusté
15, doy fe, y no sólo por eso, de que este aforismo de Nicolás Gómez Dávila
acierta sin ningún género de dudas: “El proletariado no detesta en la burguesía
sino la dificultad económica de imitarla”.
317.
De entre las cosas que me siguen gustando de la perra vida, una que no
paladeaba hacía mucho: la incompasibilidad de su irreverencia.
Arranqué
con Orfi el sábado pasado (12 de agosto de 2023) para el concierto de la
Filarmónica en el auditorio Fabio Lozano, contentos tras un ayuno de más de un
mes. Llegamos, nos mamamos una fila larga larguísima para comprar las boletas
porque si existen sitios en los que campee la indiferencia con los frágiles
-viejita ella, cieguito yo-, ésos son los que frecuentan los cultos y los
semicultos amantes del arte: museos, teatros, bibliotecas, paraninfos, casas de
poesía, salas de conciertos… El caso es que por fin entramos y nos sentamos.
Comenzó
el concierto y, con los primeros compases, la primera sorpresa: una como
obertura que no figuraba en el programa, que había consultado unos días antes.
Luego, según lo prometido, un par de conciertos para corno, de los
intrascendentes.
Estábamos
en el intermedio cuando de pronto se nos acercó una mujer que, tras saludar con
amabilidad y presentarse, nos contó que trabajaba con la orquesta, y que
llevaba ya un buen tiempo fijándose en que raro era el sábado que no nos veía
en el auditorio. Nos propuso que grabáramos un día de éstos una nota para las redes
sociales de la Filarmónica, en la que contáramos de dónde nos venía a mi madre
y a mí el amor por la música clásica. Tras el “Claro que sí” hablamos de alguna
otra cosa, y el deslenguado que llevo dentro incurrió, antes de que yo pudiera
sofrenarlo, en uno de sus habituales exabruptos: se burló, incompasivo, de los
desinformados que en ese y otros auditorios aplaudían entre los cambios de
movimiento de un concierto o de una sinfonía.
A
propósito de sinfonías, el maldito programa aquel anunciaba para después del
intermedio la Londres de Haydn, pero lo que en cambio se dejó oír fue un
portento de belleza que me supo a Verdi y era de Verdi. Extasiados, Orfi y yo
intentábamos sofocar las ganas de abrazarnos, de tararear lo que fuera y de
pararnos a “bailar” a la par con Francesco Belli, que a ella la tenía cautiva.
Pues
les cuento que eso habría sido del todo preferible al ¡braaaaaaaaaavoooooooooo!
Con que atroné una sala en la que unos pocos aplaudían tímidamente y mi madre y
yo a rabiar, al cabo de un final de movimiento paroxístico que con creces
habría podido ser el colofón de aquello tan endiabladamente bueno pero que a lo
sumo iba por la mitad. Se me incendió la cara, se me entrecortó el resuello y
quise morirme allí mismo, como siempre en vano.
Humillado
frente a tanto cultito bien informado, me prometí que en adelante defendería y
acompañaría en sus desmadres de júbilo a mis compadres los desacompasados de
auditorio, ante quienes hoy juro mis más inquebrantables lealtad y pertenencia.
Y
tú, Ángela, ¿qué te dijiste cuando me oíste desafinar?
318.
Me estrello -en la radio, en la televisión, en internet: por fortuna cada vez
menos en la calle gracias a una agorafobia incipiente- con tanto bípedo insustancial
tan ufano y enamorado de sus insignificancias y por contera tantos de ellos tan
malaleches, que por un momento pienso en mandarlos a leer este artículo que
figura en la Wikipedia bajo el título ‘Octopoda’, para que se enteren de una
vez por todas de qué va eso que llamamos cerebro y corazón. Y, de paso, para
que saboreen el bellísimo español en el que algunos biólogos transmutan lo
complejo de sus saberes encomprensible y eufónico.
319.
Me encantaría formar parte de un departamento de lenguas y de una facultad de
humanidades donde enseñaran español y publicaran en su revista indexada un
Rafael Alvarado Ballester, un Miguel Colmeiro y Penido, una Margarita Salas
Falgueras o un José María Bermúdez de Castro y (condición sine qua non) donde
el gran Javier Sampedro Pleite llevara la voz cantante desde la decanatura.
Aunque… qué carajos: como lleguen a saber de algo siquiera parecido, llámenme
que enseño gratis.
320.
Que me perdone el respetabilísimo debido proceso la impertinencia de detestarlo
cada vez que se lo invoca y utiliza a manera de escudo dizque para investigar
-para así poder fallar- lo que de tan manifiesto y evidente agrede los
sentidos; verbigracia, la sevicia de la metódica misoginia de los talibanes,
los crímenes transnacionales y de lesa humanidad de Putin y sus invasores o los
delitos a cuál mas burdo de Trump y los trumpistas en los Estados Unidos.
321.
Existe un solo grupo humano -dos tal vez-, uno solamente, por el que de buena
gana saco la cara y a cuyo bienestar estaría dispuesto a ofrendarle mis deseos
menguantes de luchar por nada. En Colombia los llamábamos, en tiempos de
menores melifluidad y postureo occidentales aunque de iguales indiferencia y
discriminación universales, gamines a secas o, como Orfi y Abe, “gamincitos”:
sí, con uno de esos diminutivos casi siempre -no siempre, no en este caso-
horrísonos y tan latinos. Llegaron los años 90 y se los empezó a llamar
indigentes: perfecto. Y ahí me planto.
Por
ellos, los parias de cualquier parte que de todo carecen y de los que tan pocos
Nicolós se ocupan, estaría yo dispuesto a abandonar esta silla y este
escritorio en los que leo y algo escribo para luchar a brazo partido contra la
discriminación de toda índole que soportan por parte de prácticamente toda la
sociedad y en el más estoico de los silencios. Yo, que por ser ciego de
nacimiento conozco muy bien de qué va la discriminación que en contra del
diferente ejercen (ejercemos) los hombres, las mujeres (algún día les cuento
siquiera un par de miserias de las que he sido objeto a manos de algunas
profesoras y colegas con tetas y jefas y estudiantes con tetas y condiscípulas
y…), los niños-prefiguración de adultos malparidos, las niñas-prefiguración de
adultas malparidas y por descontado que también “demasiades de eses” que hoy
pretenden escapar de lo humano adjudicándose la categoría absurda de ‘no
binario’, siento y creo que muy escasos son los congéneres por los que se deba
abogar a bulto. ¿Por qué hacerlo, entonces, por los gamincitos, los gamines más
grandes y por “todos” los indigentes de Bogotá, Colombia y el mundo -se estarán
preguntando ustedes-? Pues porque el demasiado sufrimiento que provoca la
exclusión lava toda traza de mala leche que en esas criaturas pueda haber. Y
punto.
322.
Ahora: si de las palabras y de los actos cariñosos de algunos familiares heredé
esta suerte de solidaridad con su desgracia, de mis amigos Eduardo, Puchis y
Gladis La Guajira aprendí que entre quienes comparten semejante destino no
escasean la generosidad, el desprendimiento, la lealtad y muchas otras caras de
la bondad humana y no porque me lo hubieran contado: ¡me hicieron su
depositario!
Y
la literatura se encargó del resto: Willy Christmas, Molloy, Andrés Tangen. Se
encargó de que a diario me pregunte cuántos nómadas urbanos con encéfalos
privilegiados comen aquí y en todas partes física mierda a la par con los
normalitos.
323.
A los bienintencionados que, como el columnista, no cejan en la esperanza de
que del olmo les lluevan peras, les recomiendo que lo mejor que pueden hacer es
sentarse a esperar, ojalá bien aprovisionados y a cubierto, porque su parusía
se puede tardar un poco más que la religiosa: “…¿Cómo pudo este político
modesto lograr esos resultados espectaculares? Los historiadores tienden a
coincidir: por su actitud tranquila y su capacidad pragmática de construir
consensos y coordinar su gabinete, aterrizando las grandes ideas en reformas y
políticas concretas y razonables que pudieran ser implementadas. Las reformas
profundas y duraderas, parece decirnos Attlee, no son los grandes discursos:
son políticas concretas, bien diseñadas, que logren grandes apoyos y puedan ser
implementadas. Y aunque el Reino Unido de la posguerra es muy distinto de la
Colombia actual, tal vez el gobierno del cambio podría aprender algo de la
modesta eficacia de Attlee”.
Pero
lo más descorazonador de todo es, doctor Uprimny, que a los posibles Clements
criollos que por desgracia no fueron (Carlos Gaviria, Luis Carlos Galán,
Antanas Mockus…) o a las que aún podrían serlo (Gina Parody, María Ángela
Holguín, Cecilia López Montaño…), la componenda izquierda de la ira-derecha
atrabiliaria, cada una con sus discurseros incendiarios, sus brazos armados y
sus legiones fanáticas de votantes, les habría torpedeado y les torpedearía
cualquier buena iniciativa y esfuerzo por hacer avanzar al país, puesto que lo
suyo es medrar en medio del anquilosamiento. De modo hermano que ni pa qué
joder.
324.
Una pregunta para mis estudiantes españoles de ciencias políticas: ¿quién
-Santiago Abascal o Carles Puigdemont- se congraciaría con Cercas tras leer su
columna del 19 de agosto de 2023 en El País de España? Sustenten
convenientemente sus respuestas, muchachos.
Y
una para mis estudiantes también de ciencias políticas, acá en Colombia: ¿a
cuál o cuáles de los articulistas que leemos hebdomadariamente en El Tiempo, en
El Espectador, en Cambio, en El País de España, se les pueden atribuir la
ecuanimidad y la honestidad intelectual y política del gran Javier? En la
justificación de sus respuestas deberán figurar ejemplos tomados de distintos
artículos de el o los que a su juicio reúnan semejantes méritos.
325.
Cómo les va pareciendo a ustedes que se van los carajos estos que sacaron entre
0 y 1, no sólo porque escriben horrible, sino porque contestaron dizque
Santiago Gamboa, o William Ospina, o Julio César Londoño, o Cecilia Orozco
Tascón cuando no los cuatro, a quejársele al decano, que ni corto ni perezoso
me requirió en su despacho.
--Me
sorprende, profesor Ríos -dijo tras saludar con amabilidad y pedirme que me
sentara-, que usted, que da la impresión de hallarse muy al tanto de lo que
sucede en el mundo, desconozca que esta facultad y muchas otras no pueden
sustraerse a los imperativos de la era de las redes sociales con sus hechos y
sus realidades alternativas, que le dan a cada cual carta blanca, y ni qué
decir tiene que también a nuestros estudiantes, para ver en un Carlos granés, o
en un Juan Esteban Constaín, o en un Héctor Abad Faciolince, o en un Mauricio
García Villegas, o en un Juan Gabriel Vásquez a militantes de cualquier
extrema, cuando no de ambas a la vez. Por si no lo sabía, en las facultades de
humanidades y afines hoy nos guiamos por impulsos, visceralidades y adhesiones
que ninguna justificación precisan. Ah, y un consejo de colega -remató al
tiempo que se levantaba para guiarme a la puerta-: si su norte en la docencia
son las discusiones ponderadas y la evaluación objetiva, enséñeles a
estudiantes de ciencias. A mí no me ha ido nada mal con los que trabajo.
Nos
dimos la mano y me fui…, para siempre de aquel campus. Ya se verá si de todos.
326.
Lo reconoce el educador que quise ser: antes que conseguir, primero, que se
aquerenciaran con la literatura para, luego, asistir ojalá a su enviciamiento
sin retorno, dediqué, si cabe, más empeño a, por un lado, vencer la apatía
política de los estudiantes que callaban cuando los alienados de la extrema
izquierda repetían, ahora en clase, los escupitajos ideológicos que oían en las
asambleas estudiantiles y, por otro, a intentar morigerar, mediante la lectura
y los debates que de ella se suscitaban, las pulsiones extemporáneas de
revolución de los anacrónicos. Como lo primero produjo magros resultados y lo
restante aun peores, aquí me tiene, estimado Juan Esteban, pensionado a los 49
años y sin pisar un aula “real” hace lo menos cuatro, leyéndolo a usted y a los
demás del cenáculo, y en el fondo nostálgico de no poder compartir con todos
esos muchachos reflexiones como ésta, que de procesarlas como es debido los
harían tan sabios: “La devoción por los políticos, adorarlos como semidioses y
seres superiores, seguirlos casi con fervor religioso -quitemos el adverbio
‘casi’, que por lo general sobra: con fervor religioso, de manera ciega y
abyecta-, es uno de los atributos esenciales de la política y el poder, cuyos
representantes suelen estar investidos de una fuerza sobrenatural, un carisma
ante el cual se pliegan de rodillas, dichosos, en éxtasis, sus seguidores. […]
Puede ser desde la izquierda o la derecha, da igual, los extremos muchas veces
se confunden. En esas sectas y capillas todo queda sometido al poder mesiánico
del líder, a su mensaje de redención y cambio que justifica cualquier cosa,
incluso la perpetuación de aquello que se supone que había que cambiar. Es
mejor decirlo así y no inventarse sofismas ni motivos expiatorios: nada de lo
demás importa mientras el caudillo sea el que es, y punto. ‘Ladrón o no ladrón,
queremos a Perón’, dicen que decían los argentinos. Quizás eso sea preferible
(menos indigno, sobre todo para los eternos indignados de la víspera) que negar
la realidad” (a base del tan socorrido ‘yustequeísmo’, el deporte universal de
los adeptos -de los abyectos-).
327.
Si Luis fuera el jugador que se acaba de coronar campeón del mundo y Jenni(fer)
la dirigente que en medio de la euforia “besó” -¡pero si a aquello tan baladí o
cariñoso se lo llama ‘pico’!- a Rubiales en la boca, las redes y el mundo se
estarían diciendo que tan Hermoso. Yo que ustedes, jaleadores con falo de las
desmesuradas, me agarraría bien fino y me encomendaría al dios en que crean
porque las ordalías de esta misa negra no han hecho sino empezar.
328.
En un sinnúmero de espejos en los que puede uno mirarse prospectivamente se
proyectan las imágenes de los caídos injustamente en desgracia, quienes hoy
saben que mantenerse al margen (o azuzarlas mientras se celebran sus tropelías)
de las jaurías por miedo a las jaurías es cobarde (o rastrero) y peligroso. Los
que se obstinen en cerrar los ojos ante el azogue pueda que lo aprendan en
carne propia. Moraleja: que te destrocen a dentelladas, pero peleando.
329.
¿Ustedes están con Jenni(fer) Hermoso y con este nuevo numerito desatado por la
desaprensión de un simple y por un Occidente histérico y ridículo a más no
poder? ¡Yo no! Yo estoy, de mente y de corazón -aspiro a estarlo un día también
de hecho y de cuerpo presente-, con cada María Soledad Sánchez, Ana Orantes,
Laura Angulo y Nancy Mariana Mestre, víctimas genuinas y tangibles de la
misoginia de feminicidas probados; con cada niña o adolescente y mujer a la que
violan, en España Italia la India y en cualquier parte, de a uno o en grupo,
prospectos imberbes de escoria o escoria en toda regla; con las iraníes y las
afganas y las musulmanas a las que los ayatolás y los talibanes y demás caverna
del peor Islam torturan o matan o secuestran o esclavizan sexualmente.
¿Se
creen Yolanda Díaz, Irene Montero, Elvira Lindo, Ana Bejarano Ricaurte y los
que con ellas gritan que están cambiando el mundo si destituyen y meten preso
al tal Rubiales? Pues déjenme decirles que, si eso piensan -y lo piensan-, son
tan simples como el fulano aquel.
330.
“También mueren los lugares donde fuimos felices”: por todo y ante todo, la
finca de la abuela. La casa con solar de la 17 en La Fragua. El parque y el
prado y el gimnasio del instituto -no el instituto-. La casa de doña Inés.
Nuestra casa y la de las vecinas en San Humberto -no San Humberto-. Mi cuarto
con alfabetizadoras en el apartamento de Castilla -no del todo el apartamento
de Castilla-. Los bares y cantinas y otros sitios donde me he emborrachado a
gusto. Las habitaciones propias, ajenas y alquiladas en que piché exultante.
Los salones de clase donde aprendía eufórico y enseñaba agradecido. Los
auditorios en los que asisto al milagro de la mejor música clásica que se
ejecuta en vivo. El cuarto en el que cada mañana y antes de que aclare me tomo
el primer tinto y me fumo el único cigarrillo del día. Este otro en el que
duermo y leo y escribo y paso tiempo con mi Tita. Todo lugar en el que haya
gozado del privilegio de querer a los que me quieren. Mi casa de Mariquita con
todos sus recuerdos de vivos y de muertos entrañables, bípedos y gatos.
331.
Tres conclusiones que me deja la prosa apátrida número 63. Soy un incompetente
para las matemáticas, aun para las más elementales. El árbol genealógico de
nosotros los don nadies sin abolengo -¿un 95 por ciento de la especie?: tal vez
más- se remonta, y no sin esfuerzo, hasta los cuatro abuelos y pare de contar.
Ese texto tan breve y retozón de Ribeyro sería capaz, aclaro que en un mundo
onírico, de dar al traste con las fobias racistas y nacionalistas de los
imbéciles, si por un momento -el que dure la lectura- la imbecilidad los
abandonara en favor de la lucidez.
332.
Charlando el otro día en la cantina de Lucio y Marcela con un costeño de
Curramba que me presentó ya no recuerdo quién, se me ocurrió pronunciar, en
vista de que sin amargura se quejaba de su presente profesional, esto que dijo
o escribió Ortega y Gasset: “El que no puede lo que quiere, que quiera lo que
puede”.
--¡Tiene
mucho güevo el careverga! ¿Cómo dijijte que se llamaba? ¿José qué?
--Don
José Ortega y Gasset.
--Como
se llame. ¿Cómo me vas a salir tú con eso si lo que yo soñaba era ser
ginecólogo de adolescencia y primera juventud pero mírame, ¡dijque enfermero en
un ancianato!?
Nos
cagamos de la risa hasta casi caernos de la silla. Le gasté la rasca.
333.
Si yo fuera un Fernando Savater o un Moisés Wasserman que por azar repasan
algunas de las columnas en las que se han burlado de la todavía hoy (2023)
adolescente Greta Thunberg, dizque por soñadora y desinformada -como si a la
edad de ella todos no lo hubiéramos sido, a más de insignificantes-, y cotejara
esos exabruptos con los datos científicos y las imágenes infernales
transmitidos por los noticieros a propósito del desquiciamiento del clima en
tantas partes, entonaría un mea culpa público en el que reconocería la
mezquindad y la inmadurez en las que incurrí al restarle méritos a una
quinceañera de la que en cambio ellos dos -y cualquiera en sus cabales-
estarían tan orgulloso si fuera su nieta. Será tal la importancia de Thunberg
que consigue que filósofos y científicos de mucho o de algún renombre se ocupen
de ella para intentar en vano ridiculizarla, entre otras cosas porque los
hechos le dan la razón… Y porque no creo que a la sueca los dardos de
intelectual le quiten el sueño.
Nota:
en ‘Perplejidad de gato’, si hiciera falta, pueden dar con una imagen elocuente
de las ecpirosis veraniegas glosada por las palabras de un sabio que -él no- no
les guiña el ojo a los negacionistas.
334.
Leo su prosa apátrida 64, estimado Julio Ramón, y me doy a repasar la lista de
los putañeros que en esta familia ha habido. César, Abelardo y Gustavo -los
vocacionales-; Jairo, Guillermo y algún otro -los ocasionales-. Curiosamente,
todos muertos o a punto de morir el último. Curiosamente, ninguno -que yo sepa-
entre los de mi generación y muchísimo menos entre los más jóvenes. Mi caso es
atípico.
No
recuerdo cuándo fue la última vez que, solo o acompañado, terminé la fiesta en
un prostíbulo. Lo de “terminar la fiesta” se queda grande puesto que nunca -y
nunca es nunca- me he acostado con nadie a cambio de plata, y no porque me
parezca ruin o indigno. Se trata simplemente de que, entre los misterios que
nos definen como personas, el de los gustos y los disgustos sexuales destaca
con mucho. Y a mí, al contrario de ellos y usted, el gusto material por las
mujeres que ejercen la prostitución, tanto si lo hacen voluntariamente cuanto
forzadas por sus muy particulares circunstancias, hasta la fecha no me ha
acometido. Ése no pero el dialógico sí.
Entre
las conversaciones que con ellas atesoro, la que tuve en Manizales a solas con
Lina María y luego con Lina María y sus compañeras una noche por desgracia tan
lejana, en el puteadero más bello y atípico -por discreto y hogareño- que nadie
salvo Kawabata, ni siquiera el forjador de esto que a manera de homenaje
procedo a a transcribir, se podría figurar: “…Rostros de mujer, bellas
cortesanas, besos pagados, comedia del amor, mis largas, mis incontables noches
de bebedor anónimo en Europa, ¿qué cosa me han enseñado? Vieja y exacta metáfora
de identificar a la mujer con la tierra, con lo que se surca, se siembra y se
cosecha. El arado y el falo se explican recíprocamente. Ellas son en realidad
el humus donde estamos asentados, de donde hemos venido, hacia donde vamos.
Hacer el amor es un retorno, un impulso atávico que nos conduce a la caverna
original, donde se bebe el agua que nos dio la vida”.
Si
un buen día Fortuna nos volviera a juntar, muchachas, para refrendar lo
irrepetible de aquella noche única, quizás les hable de Ribeyro, aunque sin
falta de La casa de las bellas durmientes. Que así sea.
335.
Oyendo la otra tarde La Luciérnaga (nuevamente, muchachos, los colmo de
gratitud a todos por tanta irreverencia inteligente: a Alexandra Montoya -mi
amor platónico-, a Gabriel de las Casas -sos mejor que Hernán, de lejos-, a Don
Jediondo y Risa Loca y el Muelón Sánchez -a mí que me presenten tres malparidos
mejores que ustedes-: a todos los humoristas y personajes del programa, aunque
en primerísimo lugar a doña Pepita), allegué mentalmente mi respuesta a la
pregunta que formuló el director: Y usted a quién envidia.
--Yo
-comencé cuando me correspondió el turno, es decir cuando cambiaron de tema- lo
tengo clarísimo: daría cualquier cosa, cualquiera, por saber lo que saben mi carnal
Lisbeth Salander y los mejores de su oficio. Y agregué, para romper el silencio
que de repente se hizo: ¿se imaginan ustedes de cuántos Persson me habría
vengado, y lo mejor de todo: si se me antoja sin dejar rastro y sin verter una
sola gota de sangre? ¡Eso sí que es tener poder!
336.
Y claro, mientras las feministas profesionales del Occidente más superficial
montan su numerito para ensañarse con el Rubiales de turno, los Zalachenkos de
todas partes aprovechan el desorden para hacer de las suyas: matar a golpes a
las mujeres que odian o, si se les escapan por los pelos, reducirlas para
siempre a una silla de ruedas. Les propongo a quienes discrepen de aquello pero
sientan que se debe proceder en contra de los violentos y los peligrosos
reales, que armemos un frente común y adoptemos los métodos más que eficaces de
Lisbeth Salander. Si les suena, llámenme y nos reunimos con ella: 3 16 5 18 90
24. Quién quita: de pronto hasta logre convencer también a Blomkvist de que nos
acompañe.
337.
En la medida en que a Colombia la sigan manteando y la empiecen a gobernar, a
lo Frente Nacional, entre la derecha insaciable e indolente y la izquierda
resentida e insaciable (miren, si no, a los concienciados Gustavo Bolívar e
Isabel Zuleta, para quienes cuarenta sueldos mínimos -que es lo que por encima
de la mesa perciben aquí los congresistas- resultan insuficientes para
sobrevivir con dignidad), los problemas de todo tipo que nos aquejan desde
antiguo no harán más que crecer y aumentar. Los argentinos lo saben bien aunque
no lo hayan aprendido.
338.
La diferencia entre cualquier filósofo-humanista (¿pleonasmo?) y un
científico-filósofo como este que me ilumina, la resumen tres palabras la mar
de concretas: amplitud de miras:
“…La
nuestra es una especie muy especial, quizás la especie elegida en cierto modo;
pero las humanidades por sí solas no pueden explicar por qué. Ni siquiera
plantean la pregunta de una forma que pueda responderse. Confinadas a un
espacio de conciencia reducido, festejan los pequeños segmentos de continuos
que conocen, hasta el mínimo detalle, una y otra vez, en infinidad de
combinaciones. Estos segmentos por sí solos no indagan en los orígenes de
nuestras características fundamentales: nuestros instintos autoritarios,
nuestra inteligencia moderada, nuestra sabiduría peligrosamente limitada;
incluso, insistirán aquellos más críticos, el orgullo de nuestra ciencia.
[…]
Los verdaderos alienígenas considerarían, creo, que nuestra especie posee una
propiedad vital digna de su atención. No es nuestra ciencia, ni tampoco nuestra
tecnología, como podría suponer el lector. Son las humanidades.
Estos
alienígenas imaginarios pero plausibles no tienen ganas de complacer o mejorar
nuestra especie. Su relación con nosotros es benevolente, igual que la nuestra
con los animales del Serengeti, que acechamos y pastoreamos. Su objetivo es
aprender cuanto más mejor de la única especie que estableció una civilización
en este planeta. ¿Acaso no serían los secretos de nuestra ciencia? No, para
nada. No hay nada que podamos enseñarles. Tengamos en cuenta que todo lo que
podemos llamar ciencia no tiene ni cinco siglos de antigüedad. […] La humanidad
entró en nuestra época tecnocientífica actual -global, hiperconectada- hace
sólo dos décadas. Eso no es ni un parpadeo en el discurso rutilante del cosmos.
Sólo por casualidad, y considerando los miles de millones de años de edad que
tiene la galaxia, los alienígenas llegaron a nuestro nivel actual, todavía
infantil, hace millones de años. Hace cien millones de años, incluso.
Entonces,
¿qué podríamos enseñarles a nuestros visitantes extraterrestres? Por decirlo de
otra forma, ¿qué podría haberle enseñado a un profesor de física Einstein a la
edad de dos años? Nada de nada. Por esa misma razón nuestra tecnología sería
enormemente inferior. De no ser así, nosotros seríamos los visitantes
extraterrestres y ellos los indígenas planetarios. Entonces, ¿qué podrían
extraer de nosotros los hipotéticos alienígenas? ¿Qué podría serles valioso? La
respuesta correcta son las humanidades. […]
La
evolución cultural es distinta porque es íntegramente una construcción del
cerebro humano, un órgano que evolucionó durante tiempos prehumanos y
paleolíticos a partir de una forma muy especial de selección natural llamada la
coevolución gen-cultura (en la cual la evolución genética y la evolución
cultural influyen cada una en la trayectoria de la otra). El potencial
excepcional del cerebro, alojado principalmente en los bancos de memoria del
córtex prefrontal, se desarrolló entre la existencia del Homo habilis hace unos
dos o tres millones de años y la proliferación global del Homo sapiens, su descendiente,
hace sesenta mil años. Para entender la evolución cultural desde fuera mirando
hacia adentro, y no desde dentro mirando hacia fuera, que es como lo hacemos,
deberemos interpretar todos los sentimientos y estructuras intrincadas de la
mente humana. Es algo que exige un contacto íntimo con la gente y el
conocimiento de un sinfín de historias personales. Ilustra cómo un pensamiento
se traduce a un símbolo o a un artefacto. Eso es lo que hacen las humanidades.
Son la historia natural de la cultura, y nuestro patrimonio más privado y
preciado…”.
Pero
qué forma la suya, maestro, de ponerles tatequieto a unos (los humanistas) y a
otros (los científicos), a fin de que nadie se sienta la vaca sagrada del
potrero: ¿que lo que importa son las humanidades? ¡En gran medida, aunque
lástima que sean tan narcisistas y repetitivas!; ¿que lo que importa son las
ciencias? ¡En gran medida, aunque sin que se nos olvide que frente a las
humanidades están en pañales!
Ahí
tienen, futuros humanistas y futuros científicos, el mejor ejemplo que quepa
imaginar del tan cacareado ‘pensamiento crítico’, al igual que una respuesta
contundente a la pregunta de por qué, pese a que constituyen una ligazón
simbiótica, los estudios de unos y los de los otros se emperran en repelerse o
al menos en no mezclarse. De ustedes depende que las cosas cambien.
339.
Una fiera encapsulada en un peluche: nada distinto son mi Tita, mi Ceniza, mi
Mono, mi Muñeco, mi Tola, mi Maruja y mi Lulú; aquel de Balthus al que tanto
envidio y no precisamente por la leche que lengüetea; el Capuchino de Villoro y
el gato testigo en la Última Cena de Ghirlandaio; los gatos de Goya, los de
Lope de Vega y los de Vicente Rojo; los de Darío Jaramillo Agudelo, Baudelaire,
Borges, Wislawa Szymborska, José Emilio Pacheco, Eduardo Chirinos, José
Watanabe e incluso el de Schrödinger. Pero por sobre todos, el universal de la
oda de Neruda.
340.
Clara López Obregón (la ponemos a ella por delante para que no se diga que en
este blog se discrimina “por razones de género”) y Wilson Sáenz Manchola (jamás
tan a propósito un apellido… materno, suponemos) se complacen en invitarlos a
todos, todas y todes a su conversatorio titulado ‘De las fragilidades y
peligros de lo políticamente correcto’, un diálogo en el que este par de defensora
y defensor de los derechos humanos le participarán al público asistente sus
experiencias más que traumáticas en la utilización del lenguaje inclusivo;
herramienta de doble filo con la que se labraron un nombre y se hicieron un
sitio en el más empoderado y excluyente de los buenismos, pero con la cual
también forjaron su pertenencia sin fecha de caducidad a los anales de la
infamia de YouTube y el internet. En el pánel participarán asimismo la
“sirvienta” y el “negro hijueputa” que en su momento les otorgaron protagonismo
a nuestros dos biempensantes tan malhablados.
Como
ven, el “evento” promete. De modo que a separar su cupo.
341.
Pregunta y responde Cercas en el colofón de otro muy buen artículo -todos los
suyos lo son-: “…¿Quién teme a la meritocracia? Sólo los privilegiados celosos
de sus privilegios”.
Como
quien dice y en la base de la pirámide, los profesores sindicalizados de
educación básica y media que se niegan a que los evalúen o que fabrican
sistemas de evaluación tan hechizos y facilistas como las “evaluaciones” con
que ellos “examinan” a sus estudiantes, los ministros y secretarios de
educación que con ellos se coluden para que la escuela no evalúe rigurosamente,
los padres de familia que protestan y ponen a sus hijos en contra del educador
que evalúa a fondo porque así mismo enseña, los catedráticos y universidades
que aprueban con notas altísimas y otorgan diploma de profesional y de maestro
y de doctor a perfectos analfabetos funcionales con algún conocimiento en sus
campos y suficiente en plagio pero nada más. Y de ahí hacia arriba y en todas
direcciones hasta llegar por ejemplo a un primer ministro o un presidente
mediocre -no en pocas ocasiones con “autofama” y fama de genio entre sus
huestes- que nombra en los ministerios y demás entidades del Estado a nulidades
aquiescentes que no le hagan ninguna sombra y sí muchas genuflexiones. ¿Les
parece que hace falta describir el tipo de sociedad en que semejante caldo se
cuece?
342.
Lo que es el azar, Irenita. Si lo primero que hubiera leído de ti hubiera sido
esto y no ‘El infinito en un junco’, título que (junto con el noventa y nueve
por ciento de tus artículos quincenales en El País) por anticipado te convierte
en el único clásico de la literatura vivo que conozco, tal vez ahí lo habría
dejado y no serías en mi vida de lector el norte y el referente que eres sino
apenas un nombre que se recuerda… o ni siquiera:
“…Quizá
necesitemos redescubrir que cada mirada sobre el mundo es una peculiar aleación
de deseos, experiencias, esperanzas y emociones. Las personas somos un material
frágil y valioso.
[…]
Es un hecho comprobado: hagas lo que hagas, siempre tendrás cerca a alguien
dispuesto a opinar. Ese cuestionamiento constante erosiona nuestros intentos y
nuestros encuentros, nuestros amores y esplendores. […]
Nos
ayudará, cuando los lazos se enmarañan, dejar de ver mala fe en la opinión
ajena, evitar el juicio sumarísimo, aprender a confiar en la honestidad de los
distintos. Y ante las torpezas y tropiezos, el dedo acusador casi nunca es la
mejor medicina. Más sabio que discutir será divertirse juntos con la variedad
de caracteres y actitudes. Cultivar un cierto sentido de improvisación y
experimentación infantil. Si a ‘juzgar’ le quitas tan solo una letra, podrás
jugar”.
Me
perdonarás pero se te chispoteó, y a borbotones, la autoayuda. Menos mal que ni
Petro ni sus lambeculos leen porque sin consultarte adoptarían tu artículo como
prolegómeno de su fementida propuesta de acuerdo de reconciliación nacional, y
la escuela y la academia que propugnan el igualitarismo a todo trance y el
derecho inalienable a no sentirse ofendidos, ofendidas y ofendides lo
adoptarían a manera de carta de presentación de la absurdidad de sus luchas.
343.
Sigo juntando material de lectura -porque le pienso hacer caso al decano del
desahogo 325: ¿lo recuerdan?- para mis futuros estudiantes de ciencias de una
asignatura que pueda que se llame ‘De lo bello literario y lo cierto
científico’. Y qué mejor que dar comienzo al curso con esta joya:
“…Entonces
se produjo un estremecimiento en nuestro sistema nervioso y el cerebro, que
había sido hasta entonces una máquina fría, precisa y fea, produjo el poema más
alto de la materia, la conciencia. Entonces cavamos las primeras tumbas,
lloramos de una manera nueva y muy triste y fuimos para siempre mortales. Los
vestigios de tumbas más antiguos se han encontrado en lo que ahora es Israel,
tienen unos 90.000 años y son considerados la prueba definitiva de que habíamos
perdido la inocencia animal y empezábamos a ser esa criatura maravillosa y
enferma, capaz de imaginarlo todo e incluso de crear o descubrir dioses, de
adorarlos e injuriarlos. La invención de la muerte fue un acontecimiento
definitivo. El acontecimiento. Poco después estábamos haciendo arte sublime y
moderno sin pasar por el boceto (Chesterton ve aquí la refutación de la
evolución: el Homo sapiens no hizo matachos nunca. Armó isopos con yerbas y
raíces, tomó carbones negros, preparó jugos verdes y tierras rojas, y trazó
figuras mágicas perfectas en las paredes ocres de las cuevas, afirma el
policiaco inglés, quizá la inteligencia más preclara de la cristiandad). Fue
grandioso, claro. Hacía mucho tiempo que éramos tecnólogos (la palanca, armas
de piedra); ya teníamos las palabras, esa potencia capaz de cifrar el universo;
ya los brujos lo cubrían con velos de misterio. Pero ahora podíamos conjurarlo,
celebrarlo o maldecirlo con las imágenes del arte. Es casi seguro que sin la
muerte no habríamos hecho nunca filosofía. La muerte nos salvará un día de la
imprudencia de haber nacido (la sentencia es de Cioran) y de la angustia de ser
un animal anómalo, esa criatura que se siente estrecha en la tierra y el cielo
le queda muy alto.”
Me
traslado al momento en que alguien entone en el aula, mientras los demás
seguimos la lectura en silencio, esta última frase del artículo y puedo ver el
asombro en la cara de todos esos muchachos que uno supone enamorados del
conocimiento. Interesante sería por otra parte analizar con ellos esto que a mí
me asombra: que del cerebro de aquel orfebre mane, en paralelo a los veneros de
belleza de su escritura, el más grosero y destemplado sectarismo político.
Aunque ése es otro asunto.
344.
¿Puedo confiar, gran Victor Hugo, en que en julio del año entrante, si la vida
me deparara la mala noticia del ingreso en la cincuentena, las miserias de mis
40 le van a dar paso a siquiera algo de lo bueno que trae aparejado la
juventud? Y a usted, maestro, ¿le fue mejor en los 40 o en los 50? ¿Qué edad
tenía cuando dijo eso tan interesante que dijo, y por qué lo dijo? Se lo
pregunto porque yo esta década infame, desde luego que no en todo pero sí en lo
anímico, por desanímico, no sólo no la quiero volver a vivir sino que me la
quiero borrar de la cabeza, pero sin un alzhéimer por medio. Menos mal que
usted no supo del bueno de Alois y de su enfermedad bellaca que, por cierto,
anda haciendo estragos en estos tiempos que en todo se asemejan al 1870 de la
queja epistolar de Flaubert. En todo.
345.
Lo reconoce el educador que quise ser: antes que conseguir, primero, que se
aquerenciaran con la literatura para, luego, asistir ojalá a su enviciamiento
sin retorno, dediqué, si cabe, más empeño a, por un lado, vencer la apatía
política de los estudiantes que callaban cuando los alienados de la extrema
izquierda repetían, ahora en clase, los escupitajos ideológicos que oían en las
asambleas estudiantiles y, por otro, a intentar morigerar, mediante la lectura
y los debates que de ella se suscitaban, las pulsiones extemporáneas de
revolución de los anacrónicos. Como lo primero produjo magros resultados y lo
restante aun peores, aquí me tiene, doctor Wasserman, pensionado a los 49 años
y sin pisar un aula “real” hace lo menos cuatro, leyéndolo a usted y a los
demás del cenáculo, y en el fondo nostálgico de no poder compartir con todos
esos muchachos reflexiones como ésta, que de procesarlas como es debido los
harían tan sabios: “…Es muy posible que el liderazgo sea un rasgo que se haya
desarrollado en la evolución (tanto biológica como cultural). Al fin y al cabo,
el buen liderazgo es una ventaja evolutiva cuando se enfrentan situaciones que
requieren movilizar a un grupo. Los cardúmenes de peces y las bandadas de aves
migratorias parecen obedecer la dirección de algunos ‘escogidos’. Nuestros
primos cercanos, los chimpancés y los bonobos, también eligen líderes que los
guían, pero son diferentes estilos de guía. Los evolucionistas hablan de
liderazgos ‘dominante’ y ‘de prestigio’. Los chimpancés parecen usar el primero
que es impositivo, los bonobos el segundo. Los humanos optimistas quisiéramos
parecernos más a los bonobos que concilian amistosamente (a veces más que
amistosa, amorosamente). Posiblemente estamos en el medio, pero la evidencia
histórica parece mostrar que cuando las sociedades se sienten amenazadas de
alguna forma tienden a escoger los liderazgos dominantes. Los políticos se han
dado cuenta de eso y tratan, de todas las maneras posibles, de que nos sintamos
amenazados” (por los de enfrente -por la competencia-, que tanto se les
parecen).
346.
¿Que en qué consiste eso de tener un propósito claro en la vida? Les responde
este carnal mío, y no con teorías vacuas: “Y, completamente solo, desde
siempre, iba en busca de mi madre, según creo, con la intención de asentar
nuestras relaciones sobre una base menos inestable. Y cuando estaba por fin en
su casa, y he llegado a ella varias veces, me marchaba sin haber hecho nada en
tal sentido. Y cuando ya no estaba en su casa estaba de nuevo en camino hacia
ella, esperando que la próxima vez sabría hacerlo mejor. Y cuando aparentaba
renunciar y dedicarme a otra cosa, o no ocuparme ya de cosa alguna, lo que
hacía era madurar mis planes y buscar el camino de su casa. Qué curioso”.
A
mí lo que me parece curioso, y traumático, viejo Mo, es que habiendo tenido
propósitos claros en la vida -porque los tuve-, se me hayan traspapelado como
tantos de estos desahogos, aunque con la diferencia de que con éstos doy si me
aplico a buscar con juicio.
347.
Si ustedes llegan a leer -o releen- esta novela de Beckett, muy posiblemente
relacionen a su protagonista tan disperso con quien por desgracia hoy ocupa la
Casa de Nariño. ¿La diferencia entre Molloy y Petro? Aparte de la lucidez y el
encanto absurdo del personaje de papel, el hecho fatídico de que el de carne y
hueso con sus dispersiones e improvisaciones crónicas arrastra a todo un país,
esperemos que no hacia un abismo tipo el venezolano, mas sí hacia un estado de
postración generalizada. ¿Que a Gregorio Ríos se le extraviaron los objetivos y
se le enmalezó el camino? No son las vidas de millones de personas las que
resultan dañadas gravemente o al menos afectadas.
348.
--¡Un no rotundo a los nefelibatas de lo irrealizable, a los resentidos y a los
insaciables malintencionados de la política!
--Lo
suscribo si antes me responde una pregunta. ¿De dónde sacamos, en la ingenua y
visceral Latinoamérica que es el Tercer Mundo, votantes convencidos de que lo
que procede en política es el reformismo que propugnan los tecnócratas, y no
los cantos de sirena de los vendedores de humo igualitario o el
anarcocapitalismo disfrazado o desembozado de los que figuran o aspiran a
figurar en Forbes?
--Tocó
preguntarles al Uruguay y a la Costa Rica de hoy y pronto, no vaya a ser que se
degraden para no desentonar con el vecindario.
349.
Será tal la magia de la literatura que al ciego que soy le permite ver, de
cuerpo entero y de forma retrospectiva, a dos de los bandidos más sanguinarios
y despiadados de este país en que se dan silvestres: “Aquel niño le pinchaba
los ojos a los pájaros; y le gustaba ver salir esa gotita de aire y de luz, ese
rocío limpio de mañanitas frescas. Luego los echaba a volar y se reía al verlos
chocar contra el muro de su casa, con un ruido muy triste. Creció y fue de
aquéllos”.
Creció
y fue Jorge Bricéño Suárez, más conocido por su otro alias de Mono Jojoy.
Creció y fue Mario Montoya Uribe, alias Litroesangre. Que uno y otro encarnen
héroes para millones de colombianos irreconciliables en sus posturas políticas
muy bien explica nuestra historia de violencia. Y el tipo de sociedad que
somos.
350.
¿Que el arte humaniza? Lo sabe el ‘Salvator Mundi’ de Leonardo, que desde 2017
obra en poder de un descuartizador real, y no porque aquella divinidad
pictórica se proponga disputarle a su carnal el diablo el alma del tirano.
351.
Tentado me vi de renegar de mi desahogo número 241 por el elogio que en él le
dedico a Jorge Mario Bergoglio. Pero tras releerlo resolví no hacerlo y la
razón es muy sencilla y cierta: se trata de un buen político y de un buen
diplomático. O sea de una de esas figuras públicas que hacen malabares sin
nombre para contentar a sus homólogos los poderosos o al menos para no
enemistarse con ellos.
Lamentablemente
-o por fortuna: según quién hable-, por humano, o sea por falible, a Su
Santidad también lo traiciona el subconsciente, que le hace patinar la
diplomacia y expeler una que otra miseria -una que otra querencia- por la misma
boca que, en cambio, se empecinó en callar cuando la dictadura de su país
robaba recién nacidos y torturaba, asesinaba y desaparecía a inermes de todas
las edades: “No olviden nunca su herencia. Son herederos de la Gran Rusia: la
Gran Rusia de los santos, de los reyes, la Gran Rusia de Pedro el Grande, de
Catalina II, aquel imperio ruso grande, culto, de tanta cultura, de tanta
humanidad. No renuncien a esta herencia. Ustedes son los herederos de la Gran
Madre Rusia, sigan adelante”: ¡y que vivan -sólo le faltó decirles a los
muchachos católicos que lo escuchaban para redondear la infamia- el gran
Vladímir Putin y la valentía de sus soldados, que luchan contra la nazi Ucrania
y el fascismo de sus gobernantes! Quien lo ve: tan viejito y tan canalla.
352.
Se pregunta Rosa Montero en una columna reciente en El País de España a
propósito del escándalo protagonizado por Luis Rubiales: “¿Cómo es posible que
a estas alturas del siglo XXI pueda haber alguien mínimamente sensato, sea
hombre o mujer, que no se considere feminista, es decir, antisexista? Yo lo veo
algo tan obvio como intentar ser antirracista”, y yo respondo.
Si
una lucha en principio justa para combatir una injusticia empieza a producir a
su vez injusticias, yo me aparto. Imagínate sólo por un momento, admirada y
querida Rosita, que el impulsivo e insensato aquel es un hermano o un hijo o un
amigo al que mucho quieres. ¿Habrías escrito lo que escribiste, sumándote de
paso al linchamiento infame y desproporcionado que él y su familia han sufrido,
nada más que por un acto reprochable que, por mucho que se empeñen las
furibundas del feminismo y ustedes las moderadas, no constituye el delito
sexual con que gustosas lo mandarían a la cárcel? ¿Abuso sexual un maldito pico
sobre el que de plano el país y el mundo niegan cualquier posibilidad de
aquiescencia verbal o no verbal, tal que si miles de millones de personas
hubieran estado ahí con ellos para oír lo que se dijeron con la boca o la
mirada? ¡Como si desde siempre las mujeres no se hubieran tomado todo tipo de
libertades con los hombres que les gustan, desde una picada de ojo hasta
conseguir metérseles desnudas en la cama del hotel en que se hospedan a los
famosos que las trastornan, pasando por las persecuciones asfixiantes que en
nosotros se llaman acoso y en ustedes enamoramiento! ¿Y cómo es posible que en
una democracia como la española se borre de un plumazo la separación de los
poderes y el ejecutivo se vaya lanza en ristre contra el “victimario”, al que
condena de antemano al ostracismo social, y le niega los derechos sagrados a la
presunción de inocencia y el debido proceso?
Pero
si lo anterior se te antoja razón insuficiente para que me declare contrario al
feminismo del modo en que se lo practica hoy, te invito a que veas en YouTube
el capítulo titulado ‘El delito olvidado que arruina vidas’ de un programa de
televisión colombiano llamado Séptimo Día, y a que leas un artículo de Pérez-Reverte
que acaso ya conozcas: ‘Fabricando misóginos’ se titula. Y te soy sincero: no
les creo ni por un segundo a las Yolandas Díaz e Irenes Montero, es decir a las
ultrafeministas de todas partes, cuando salen a decir que a lo que le apuntan
es a la igualdad. Falso porque es odio lo que exudan contra los varones que no
transigimos con su vesania. Y contra todo Rubiales que les dé papaya.
353.
¿Qué se le agrega a la completitud?: “El hormiguero mata la personalidad, y por
ahí va la cosa. El drama de los seres humanos es el de haber evolucionado como
individuos por un lado y como seres sociales por el otro, aunque sin haber dado
con la fórmula capaz de articular ambas peculiaridades. Ante ese problema de
costura, hay sociedades que eligen el individualismo feroz o la masificación
total. […] Significa que no tenemos remedio ni solos ni acompañados. La mezcla
deseable de aislamiento egoísta y congregación solidaria está resultando más
difícil de lo esperado, en el supuesto de que alguien espere algo de esta pobre
humanidad. Somos capaces de imaginar un centauro, pero inhábiles para diseñar
una sociedad lo suficientemente mixta como para vivir en paz”.
Ahí
verán si siguen machacando la mentecatez de que incluso el mejor periodismo de
opinión -las columnas de los grandes en periódicos y revistas- es flor de un
día.
354.
Lo reconoce el educador que quise ser: antes que conseguir, primero, que se
aquerenciaran con la literatura para, luego, asistir ojalá a su enviciamiento
sin retorno, dediqué, si cabe, más empeño a, por un lado, vencer la apatía
política de los estudiantes que callaban cuando los alienados de la extrema
izquierda repetían, ahora en clase, los escupitajos ideológicos que oían en las
asambleas estudiantiles y, por otro, a intentar morigerar, mediante la lectura
y los debates que de ella se suscitaban, las pulsiones extemporáneas de
revolución de los anacrónicos. Como lo primero produjo magros resultados y lo
segundo aun peores, aquí me tiene, estimado Daniel, pensionado a los 49 años y
sin pisar un aula “real” hace lo menos cuatro, leyéndolo a usted y a los demás
del cenáculo, y en el fondo nostálgico de no poder compartir con todos esos
muchachos reflexiones como ésta, que de procesarlas como es debido los harían
tan sabios: “…Por supuesto que la sociedad está atravesada de conflictos y la
política en mayor medida, a la que hemos confiado la misión de representar
nuestros diferentes valores e intereses. La práctica de la amabilidad no
significa sustraerse al conflicto, sino aceptarlo, reconducirlo de modo que
sirva para avanzar y no se convierta en un evento de destrucción. La cuestión
es transformar el conflicto en energía positiva cuando resulte posible,
evitarlo cuando se pueda y hacerlo siempre más breve y menos dañino. Para esto
necesitamos reflexionar sobre la posibilidad de otro tipo de liderazgo que no
consista en ‘matar’ al adversario. ¿Estamos tan seguros de que no hay otro
procedimiento que sea recompensado en términos electorales? […] Un liderazgo
cordial es posible y debería recoger algunas propiedades que requieren más
inteligencia y sofisticación que la rudeza del choque con el adversario. De
entrada, aceptar que el mundo es complejo requiere más coraje que simular la
fortaleza de quien se cree en el lado correcto de la historia, previamente
simplificada entre buenos y malos. Nuestros representantes deberían reconocer
la incertidumbre en la que se encuentran, no mostrar una seguridad de la que
carecen y estar dispuestos a admitir los errores. Si no lo hacen es porque
piensan que los representados no lo aceptaríamos. De ahí que estén
aterrorizados por los propios errores y por el hecho de que otros puedan
apoyarse en ellos para obtener ventajas en términos de competencia. Pero los
errores nos hacen amables, como decía Goethe. […] Dejarse marcar el paso por
los más ideologizados entre los propios sirve para mantener unida a la tribu,
pero no permite ampliar los apoyos electorales o la posibilidad de construir
mayorías parlamentarias y sociales con otros agentes políticos. Aquella opinión,
erróneamente adjudicada a Darwin, de que solo sobrevive quien más compite, era
en realidad una frase de Herbert Spencer para caracterizar ese mundo regido por
la competición implacable y despiadada que está en el origen de la desigualdad.
Hay quien ha propuesto que sería más coherente con el pensamiento de Darwin
hablar de la supervivencia del más amable, ya que la cooperación, más que la
competición, es lo que ha hecho posibles los éxitos de nuestra especie. […] El
prestigio de la lógica combativa es inmerecido y tampoco sirve para la
supervivencia política”. (¿Escuchan en la Casa de Nariño? ¿Aló, presidente? ¿No
hay nadie del otro lado de la (primera) línea? ¿Tampoco los y les nadies, las
Nadias ni las Nidias de la vicepresidenta? No, querido Innerarity: imposible la
comunicación con esta gente. También con la otra.)
355.
Qué vaina con la vida. ¿Pero es que ni en los proyectos de muerte se puede ser
un tris original? Que Gabriel Ferrater -de cuya (in)existencia me vine a
enterar hace apenas unos días- lo hubiera planeado, divulgado y ejecutado antes
que yo, lo prueba concluyentemente.
356.
Escribe un hombre al que admiro grandemente: “Entre nosotros las opiniones se
afirman muchas veces por escrito con la contundencia de un puñetazo en la barra
de un bar”, y me aterro de que a él le moleste esto que yo celebro.
Que
existan o hayan existido los Pérez-Reverte, los Marías, los Caballero, los
Fernandos Vallejo, los Savater y todos los capaces de despertar en los objetos
de sus dardos envenenados de acre lucidez odios viscerales e inquinas que
pueden durar toda una vida y hasta legarse a la descendencia. Que existan o
hayan existido los Naím, los Abad Faciolince, los Vásquez, las Montero, las
Bonnett y otros también valientes y objetivos -en la medida en que se pueden
ser las dos cosas- que opinan con claridad y sin “descomponerse”, muy
posiblemente porque tal sea su talante. Que existan y hayan existido los
Constaín, las Irenes Vallejo, los Millás, los Vicent, los Vilas y los que como
ellos no renuncian a la denuncia e intentan mantenerse ecuánimes en sus
críticas, que privilegian la alusión inteligente antes que los nombres propios.
De todos aprendo a la par que disfruto de sus muy personales formas de
habérselas con sus opiniones.
Con
los demás, quiero decir con los militantes, provechosos pese a su militancia
por lo común en el mamertismo, me peleo a palabrotas y hasta me voy a las manos
aunque rara vez rompa lazos con ellos.
357.
Es más, maestro Muñoz Molina: a mí, que sobra aclarar que no pertenezco al
“nosotros” de la cita, la literatura me sirve de desahogo, pues es sólo gracias
a lo que leo y escribo como consigo mantener a raya al francotirador
exclusivamente bajo mis órdenes que a diario y desde siempre he fantaseado con
ser. Mientras que la ceguera congénita, para que no me sea posible dar con el
arma depurativa que busco y rebusco, jamás con éxito.
358.
Venga y le cuento, Hetícor, un problema que tengo con su Salvo mi corazón, todo
está bien: voy por la K y ya estoy más enamorado de Darlis que el propio
Córdoba. ¿No conoce usted a otra siquiera parecida para que me la presente, que
sin dudarlo me caso? Claro: si nos casa Sánchez.
359.
Me gustaría preguntarles a los españoles que leo habitualmente en periódicos y
revistas de aquí y de allá por qué para ellos, diría que para todos ellos, la
nostalgia y la añoranza, que yo tanto disfruto no obstante el sufrimiento dulce
que acarrean, tienen tan mala fama. Y lo digo porque cuando no se las juzga
abiertamente, cual si se tratara de sentimientos innobles, los muy pocos que
las justifican o reivindican lo hacen explicándose a sí mismos y con palabras
que denotan una como incomodidad vergonzante.
¿Qué
hay de malo -aparte de la imposibilidad de materializar la presencia- en
sentirse nostálgico y añorante de alguien muerto, o vivo aunque fuera de
nuestro alcance, al que mucho se quiso y con quien se vibró al unísono, si nos
lo recuerda una canción en particular, o muchas de un género que en Colombia
llamamos ‘música para planchar’? ¿Qué hay de malo en pasarse horas enteras
mirando fotografías de momentos amables que transcurrieron en compañía de
alguien -una hermana, un amigo, los padres, nuevamente una pareja- por
desgracia hoy ausente? Es más: ¿qué hay de malo en que yo añore, nostálgico,
algo a lo que llegué demasiado tarde, a saber: los tiempos antediluvianos en
que dos personas -Juan Gregorio y Elvia, Orfi y Abe- se conocían, se
enamoraban, se casaban, ella perdía la virginidad en la luna de miel y
etcétera, etcétera? Y no se trata de que repudie los días en que me
correspondió ser joven; al contrario: bendigo la posibilidad de acostarse con
la novia, las amigas e incluso las primas si ellas lo tienen a bien.
¿Que
aquella pareja de amigos son fieles, y además se quieren y respetan? Nostálgico
me siento de no ser como él en ese sentido. ¿Que recuerdo, con añoranza, los
años tan felices en que mi cuerpo de veinteañero o de treintañero exultaba
porque se podía fundir con dos y hasta con tres no en la misma jodienda -otra
dicha que me voy a morir sin paladear-, mas sí por la misma época? ¡Maravilloso
todo, salvo este presente tan añorante y nostálgico!
360.
“Afortunados los que fueron gobernados por el caballo de Calígula”. Lo pienso
cada vez que, asqueado, escucho un nuevo discurso de Petro el presidente.
Son
tantas las infamias, las inexactitudes de toda clase, las mentiras que escupe
sin sonrojarse; tantas su ignorancia, desvergüenza y mala leche que no cabe
sino concluir que Céline tiene razón: por descontado que Incitatus no
rebuznaría como lo hace este homúnculo al que más de once millones de votantes
entronizaron, con el mismo derecho con el que yo deploro su elección, y por
espacio de cuatro años que se harán eternos, en la Casa de Nariño.
Adenda:
¿cuándo será que Daniel Coronell, María Jimena Duzán o Cecilia Orozco Tascón se
resuelven a desvelar lo que de sobra deben conocer de fuentes confiables: las
razones de que Gustavo Petro deje plantado a todo el que le da la gana o llegue
tarde a donde le da la gana, pisoteando el hecho de que su sueldo y privilegios
se pagan con los impuestos que todos tributamos? De una cosa estoy seguro,
estimados columnistas a los que leo porque los admiro: si el faltón
consuetudinario e irrespetuoso que tenemos por presidente no fuera el que es
sino cualquiera de sus antecesores, aunque antes que nada Duque y Uribe, las
pruebas documentadas de semejante mal ejemplo hace mucho que figurarían en los
medios en los que ustedes escriben. Sigo a la espera de la objetividad y la
ecuanimidad que yo también les llegué a atribuir un día.
361.
A que no adivinan quién habla aquí: “Abundan los patrones, y yo figuro entre
ellos, que ven con malos ojos muebles placenteros en los lugares de trabajo.
¿La sirvienta quiere descansar? Que se retire a su cuarto. Que en la cocina
todo sea de madera blanca y dura”.
Si
usted es de los que al rompe dijo o se dijo que Clara López Obregón, se
equivoca, y no por una única razón. Primero, porque lo que aquella egregia
igualitaria habría dicho, de puertas para adentro o en medio de un rapto de
soberbia, habría sido: “¿La sirvienta quiere descansar? Que se aguante hasta el
domingo -desde luego que si no tenemos invitados-“ o, en un día en que la
bondad haga de ella presa, “Que se aguante a que termine su jornada”. En
segundo lugar porque jamás se pueden esperar de un político, y menos aún de
un(a) empoderado(a) del buenismo, sinceridades por el estilo de “y yo figuro
entre ellos”, una frase que en cambio sí pronunciarían para adjudicarse una
cualidad colectiva que les sirva para corregir algún desperfecto en la pintura
de sus fachadas.
No,
mis muy estimados amigos: quien aquí habla no es ningún militante de ninguna
buena causa ni representante de nadie salvo de su muy personal persona. En
otras palabras, un individuo en toda regla que dice lo que dice y de ello
responde. Se llama Jacques Moran y a mí me lo presentó mi carnal Molloy, de
quien algo les habré contado.
362.
Medioevo Científico y Tecnológico:
“Este
es un mundo inexplicable que se ha levantado y funciona a cada momento y en
cada aspecto de la vida gracias a las aplicaciones tecnológicas del
conocimiento científico más avanzado, pero en el que cada vez más personas
exhiben con orgullo su recelo o su abierto desprecio a la ciencia. No se fían
del consejo de un médico o de la predicción de un meteorólogo, pero sí de las
conjeturas de una adivina sobre el porvenir escrito en las estrellas, o en las
líneas de la mano, o en las figuras de un mazo de naipes. Lamentamos con razón
que el deterioro de la enseñanza de las humanidades y las ciencias entorpece el
ejercicio de la racionalidad y el espíritu crítico, pero me temo que el
problema más grave no es la ignorancia, sino la predisposición humana a no
mirar las cosas tal como son si esa mirada contradice las creencias o incomoda
la pura poltronería de quien no está dispuesto a saber ni a cambiar.
La
razón es más frágil de lo que parece. La inteligencia no se extiende por igual
en todas direcciones. Vemos en nosotros mismos que podemos ser en unas cosas
lúcidos y juiciosos y en otras romos o desastrosamente impulsivos. Don Quijote
es un hombre sosegado y sensato hasta el momento en el que se le mencionan los
disparates de la caballería andante. Queremos pensar que la superstición y el
fanatismo religioso son propios de personas ignorantes, pero sabemos de científicos
que pasan sin esfuerzo del rigor experimental al rezo del rosario, y de
ingenieros formados en las mejores universidades alemanas que en septiembre de
2001 se inmolaron a sí mismos en el nombre de Dios pilotando dos aviones llenos
de pasajeros contra las Torres Gemelas. El conocimiento, a diferencia de la fe
[…], no puede ser ‘personalizado y cercano’: las constelaciones en el cielo
nocturno no tratan de ti; la Historia, estudiada en serio, no le da a nadie
alegrías patrióticas; cualquiera que prometa el paraíso, o el cumplimiento
inminente de necesidades y deseos, está mintiendo y es peligroso; el talento no
es gratuito ni instantáneo, ni depende de las ganas o de la voluntad, y ni
siquiera está garantizado por el esfuerzo; no basta desear algo para poder
alcanzarlo; no se puede tener todo, entre otras cosas porque, como indicó
Isaiah Berlin, dos fines igualmente deseables y justos pueden a veces ser
incompatibles entre sí.
[…]
No hay extremismo político ni ceguera ideológica ni pasión narcisista
individual o colectiva que estén dispuestos a aceptar los límites que la
realidad, las leyes naturales y el sentido común imponen a su delirio. Teóricos
universitarios de gran sofisticación y presunto progresismo aseguran que no
existen hechos ni datos objetivos, sino tan solo figuraciones variables,
‘constructos culturales’, por usar la jerga depravada en la que trafican. […]
El enemigo último y verdadero de la ciencia son los poderes económicos,
perfectamente adiestrados en el saber científico y en el dominio de la
tecnología, que compran conciencias, financian campañas, corrompen a dirigentes
políticos y siembran la ignorancia para seguir multiplicando beneficios
inmensos a costa de volver inhabitable este mundo” (Antonio Muñoz Molina).
Salta
pues a la vista que vivimos tiempos de gran confusión y caos -los
contradictores vocacionales dirán que todos lo han sido-, empeorados por el
hecho de que en cada persona conectada desde sus dispositivos a la red hay un
potencial propalador de infundios y desinformación, y de ahí el creciente
bullicio y la imparable pugnacidad que nadie sabe cómo gestionar. Ese
desconocimiento sin solución a la vista, así como -entre muchas otras- las
realidades descritas en la cita, son lo que me lleva a afirmar aquí que
discurrimos por una segunda Edad Media -con el perdón del prístino Medioevo,
tan en paz al menos con el planeta- si bien científica y tecnológica, que anda
apenas por sus albores. Al rigor de los historiadores corresponde determinar
sus orígenes y estudiar a fondo, transcurrido el tiempo que haya menester, sus
implicaciones y pormenores. Que ya aterran.
363.
Qué curioso: que el hombre con que vive Leila Guerriero más que Leila Guerriero
sea quien, gracias a lo que Leila Guerriero escribe de él, se me haya metido
muy dentro del corazón. ¿Qué porcentaje de la humanidad siente y piensa como él
y, como él, vive de conformidad con lo que siente y piensa? Larga vida para
este hombre que, con un puñado de otros Quijotes que no se conocen entre sí,
intentan salvar el mundo y nos redimen al resto de nuestra inoperancia.
364.
Buena falta le hace al periodismo colombiano una Eliane Brum que desenmascare,
con la independencia que otorga el no fungir de militante, el ecologismo de
relumbrón de Gustavo Petro. Quien, como Lula y Helder Barbalho, pontifica en el
exterior sobre la mala salud y el no futuro del planeta mientras que de puertas
para adentro se compra el favor de los taxistas y los motociclistas con
subsidios al combustible y exoneración de peajes, hace como sus antecesores la
vista gorda ante los asesinatos sistemáticos de ambientalistas y ecologistas
auténticos, ninguna medida de relevancia toma frente a la deforestación
imparable de la selva amazónica y el destrozo del Darién y sus alrededores, ni
se baja del avión presidencial que lo pasea de foro en foro, donde aspaventea y
le grita al mundo, el muy tartufo, que se nos acorta la estadía en el planeta
sin que los poderosos hagan nada para evitar la catástrofe. Que el homúnculo se
crea que cumple con su deber poco importa: importa, y mucho, que quienes de
verdad luchan para atajar lo inevitable -lo deseable- se dejen engañar como
párvulos y se sientan representados por estos tres farsantes y otros por el
estilo.
365.
En cambio, entre los escritores de prestigio que escriben en la prensa
colombiana y en cierta prensa extranjera, sí hay los que, con la contundencia y
la claridad de un Antonio Muñoz Molina en ‘Pestilencia del crimen’, denuncian
en sus columnas y artículos precisamente eso, provenga de donde provenga el
hedor. Y no son William Ospina ni Santiago Gamboa ni Julio César Londoño, caso
de que en ellos esté pensando. Son, entre otros que seguramente se me escapan:
Juan Esteban Constaín, Eduardo Escobar, Héctor Abad Faciolince, Piedad Bonnett,
Melba Escobar, Daniel Samper Ospina, Carlos Granés y Juan Gabriel Vásquez.
366.
Leer la Bogotá de hoy -la de Claudia López y sus antecesores de la izquierda,
más ineptos que ella que lo es tanto- a la luz de la teoría de las ventanas
rotas es comprobar que lo planteado en su momento por Wilson y Kelling jamás va
a perder vigencia. Ya no sabe uno si la ciudad que gobernaron Mockus y Peñalosa
en su primera alcaldía existió o si todo se trata de un amable pseudorrecuerdo
mío. Hay días en que, caminando por entre tanta basura, tentado me veo de parar
a tres o cuatro turistas-langosta que tan a gusto se ven por el centro para
preguntarles qué placer derivan de visitar un sitio con este grado de sordidez
auditiva, olfativa, táctil pero ante todo visual que, curiosamente, poco parece
incomodar a los videntes de que en ocasiones me acompaño.
367.
Razones para la misantropía:
“…La
sociedad siempre parece tener clarísima la actitud que deben mantener las
víctimas. Es decir, cuando te sucede algo muy malo, no sólo has de pechar con
ello, sino que además estás obligado a hacerlo con el decoro debido.
Representando tu papel, vaya. A quien padece un cáncer le dicen: ¡optimismo,
optimismo, pensamiento positivo, alegría constante que así es como se vence la
enfermedad! Con lo cual no solo no le permiten al enfermo experimentar sus
naturales e inevitables bajones, sus lágrimas y sus miedos, sino que además lo
culpabilizan de los posibles empeoramientos: es que no te esforzaste, no te
reíste lo suficiente.
A
los viudos (yo lo soy), les piden, les ordenan que lloren en el primer momento
de la viudez, en el tanatorio, en el cementerio, que es justo cuando, agotada
por la agonía cercana, no tienes ni lágrimas. ¡Pero llora, llora, tú llora, no
te preocupes, llora!, jalean. Ahora bien: un par de semanas después, que es
cuando estás empezando a encontrar el camino a tu duelo y tu llanto, todos
vuelven a saber divinamente lo que tienes que hacer: ¡No llores más! ¡Basta de
tristeza! ¡Sal, vete al cine, anímate!
[…]
En fin, por eso hay personas que piden limosna en la calle hincados de
rodillas. Siempre he detestado ese exceso dramático, pero en realidad responden
a lo que cierta sociedad demanda de ellos: se representan de pobres.
En
su libro La sombra de Naipaul, Paul Theroux cita las bellísimas palabras que le
dijo una mujer de 97 años: ‘La pena es pura y es sagrada’. Qué sabio y qué
exacto. Los humanos no sabemos qué hacer con la pena; ni siquiera con la
propia, y desde luego somos catastróficos con la de los demás. Nos asusta el
dolor, lo rechazamos, nos ponemos moralistas, juzgadores, incluso linchadores.
Cuando habría que hacer justo lo contrario: ser empáticos de verdad y respetar
lo sagrado de la pena, es decir, el derecho que tiene cada cual a intentar
sobrellevar su sufrimiento como puede.”
Será
por todo esto que tan bien describes, Rosita entrañable, que tras experimentar
las cada una a su manera dolorosas muertes de mi padre, mi mejor amigo, mi
hija, mi pareja y mi hermana, me declaro alérgico a las puestas en escena en
que los comparsas que poco o nada tienen que ver con el muerto y sus deudos,
aunque no en pocas ocasiones también los deudos, convierten los velorios y los
entierros, en los que tasan el amor que a cada cual lo vinculó al difunto a
partir de los chorros de lágrimas acompañados de hipidos de moribundo o de la
ausencia de una cosa y la otra, sin que sepan o les importe si las lágrimas y
los lamentos responden al dolor genuino de la pérdida o a un remordimiento que
empieza a cavar hondo en una conciencia que acusa. Como yo soy de los segundos,
bien porque antes de aquello ya he llorado hasta la xeroftalmia o bien porque
sé que el dolor represado se va a desmadrar en la próxima borrachera, siempre
salgo mal librado en el pesaje y por tanto con fama de indolente. ¿No te parece
que es como para vomitar sobre aquella generosísima porción de la especie?
368.
Cómo así: entonces Uribe saca pecho y se arroga, entre otros también notables,
el éxito de las muertes de Jojoy y Reyes pero se desvincula, el muy granuja, de
los miles de asesinatos de inermes que el mismo ejército bajo su mando perpetró
entre 2003 y 2008? Qué asco de hijo de puta.
369.
Se pregunta Cecilia Orozco Tascón -quien va camino de convertirse en la Vicky
Dávila del petrismo- en su última columna: “Militares de las capuchas, ¿a quién
obedecen?”; y con su venia yo utilizo la pregunta para averiguar algo que en
absoluto la inquieta a ella pues, como yo, conoce de sobra la respuesta:
“Encapuchados de la ‘primera línea’, ¿a quién obedecen?”.
370.
Que Tola y Maruja eleven a Petro -con su deliciosa mamadera de gallo y sin
ninguna ingenuidad- a poeta en su última columna, vaya y venga. ¡Pero que
Piedad Bonnett se atreva a esta equiparación en la suya y sin la más mínima
traza de ironía en lo que dice, es como para renegar del gremio… y del oficio!:
“A Petro, como a don Quijote, lo impulsan grandes ideales y deseos de cambiar
el mundo, pero su discurso, muy elocuente -como el del sublime loco cervantino-
no solo cae tiro tras tiro en abstractas vaguedades, sino en ligerezas,
confusiones e ingenuidades”. ¿No es, maestro Savater, como para clamar la
sordera ante el tamaño del exabrupto?
O
tal vez sea que Piedad se esté haciendo eco -y yo no me dé por enterado- de un
apunte agudo que estuvo en boga y según el cual “en Colombia, el que no es
poeta es hijuepueta”. Y Petro, el más grande de todos. ¿La prueba? Esto que
lambeculos y desahuciados por la literatura llamaron en su día ‘verso’ pero que
a mí me sonó más bien a la alucinación ulterior de una ‘traba’ o, si prefieren,
de una ‘rascatraba’: “Expandir el virus de la vida por las estrellas del
universo”.
371.
Imposibilitado para juzgar por mí mismo, me veo en la disyuntiva estética y
ética de si creerle al Londoño de ‘Botero, ¿genio o inflación?’ su crítica acre
pero rebajada con una dosis alta de condescendencia, o al Constaín de ‘Los
libros y la vida’ sus elogios al artista antioqueño fallecido recientemente. Lo
único que sé sin ningún género de duda es que si Botero hubiera sido, antes que
pintor y escultor, un aguerrido de la izquierda de la ira, Londoño lo habría
emparamado de admiración.
372.
Y estando yo en medio de aquel dilema me agarra por el brazo Eduardo Escobar y
me zarandea con un artículo que tituló ‘Culebreros mayores’, un texto que, a
diferencia de los otros dos, rehúye las generalidades y se planta en tres o
cuatro singularidades muy bien descritas que me permitieron visualizar, a vuelo
de pájaro, algo de la obra de un colombiano universal de dos que en el mundo
han sido.
373.
La fórmula es muy sencilla: no es sino que reemplacen español por colombiano y
española por colombiana y listo: “…La envidia es el dolor o enojo que produce
el bien ajeno, un vicio, según parece, genuinamente español. Aunque, bien
mirado, lo nuestro no es la envidia, que algunas veces puede provocar una sana
emulación, sino el resentimiento, una de sus facetas más tenebrosas, que
consiste en alegrarse del mal ajeno. Este país viene de una larga pobreza y de
un secular rencor en su lucha a muerte por una miserable sardina, que hoy se
traduce en el resentimiento y en el cabreo político. […] Así es el alma
española puesta a secar como un sucio calzón en un tendedero”.
Me
temo, Manolazo, que le van a llover las demandas por eso que ahora llaman -o a
mí me suena reciente- ‘denominación de origen’. Me cuenta si algo: en esta
familia los leguleyos se dan silvestres en tanto que no existe todo lo demás…
todo lo importante: veterinarios, políticos -por aquello de las influencias-,
médicos, empresarios -por aquello de los puestos-, científicos con alma y
músicos versátiles; ante todo, pianistas, guitarristas y percusionistas.
374.
Yo, que lejos estoy de ser un empleador y ya ni siquiera soy empleado suscribo
completa, estimado Thierry, esta columna suya que tituló ‘Empresarios,
avíspense’: a mí también me agobia lo que puede ocasionar el malquistamiento
sectario de Petro y del petrismo con el sector privado, universidades
incluidas. A propósito: ¿qué estarán pensando, y ojalá debatiendo, tantos
muchachos entusiastas y profesores afines o incondicionales de la izquierda que
hicieron campaña y votaron por Petro en las pasadas elecciones ante la
“andanada de ataques estúpidos, hipócritas y fariseos” que sufren sus
instituciones a manos del autodenominado ‘gobierno del cambio’? Triste pero
previsible sería saber que nada, al igual que todos esos empresarios y colegas
de Ways, que callan por cobardía y en la esperanza de que su silencio los torne
incorpóreos frente a la inquina de unos resentidos que -pregúntenselo a los
venezolanos- no se andan con maricadas.
375.
Medioevo Científico y Tecnológico:
“…Quizá
no sea más que el miedo atávico a lo desconocido que nos viene puesto de serie
desde la noche de los tiempos, cuando éramos ratas huyendo de las fauces de los
tiranosaurios.
Sea
como fuere, el caso es que nos estamos viendo arrastrados a una nueva trifulca
sobre el cliché de los sabios locos y los límites del conocimiento. Unos
científicos cultivan un riñón humano rudimentario en embriones de cerdo, lo que
suscita el temor de que algunas células humanas migren al cerebro del animal y
generen un monstruo quimérico. Otros investigadores crean un ratón que lleva en
su cerebro 100.000 neuronas humanas, lo que casi convierte el temor anterior en
una fruslería. La inteligencia artificial inventa un Fary que habla en inglés y
un nuevo género de porno infantil en Almendralejo. Todo esto produce la
impresión de que la ciencia y la tecnología son un peligro gratuito, y suscita
de inmediato el tic favorito de amplias capas de la población, que es
prohibirlo todo. Sería un error garrafal.
Los
biólogos no están construyendo quimeras de cerdo y humano para manufacturar
monstruos, sino para generar órganos que algún día sirvan para trasplantes. Las
100.000 neuronas humanas insertadas en un ratón quieren servirnos para entender
el alzhéimer, y sabe Dios que lo necesitamos desesperadamente. El softman
(hombre blandengue) del Fary suena igual de ridículo en inglés que en el
español original. Y quienes utilizan la IA para desnudar a sus compañeras de
clase son larvas de delincuentes a las que solo una educación lúcida podrá
salvar de la cárcel cuando sean mayores de edad.
[…]
Prohibirlo todo no es una opción, porque causaría más daño del que se pretende
evitar. Necesitamos un análisis inteligente que aparque en casa los calentones
emocionales” (Javier Sampedro).
Salta
pues a la vista que vivimos tiempos de gran confusión y caos -los contradictores
vocacionales dirán que todos lo han sido-, empeorados por el hecho de que en
cada persona conectada desde sus dispositivos a la red hay un potencial
propalador de infundios y desinformación, y de ahí el creciente bullicio y la
imparable pugnacidad que nadie sabe cómo gestionar. Ese desconocimiento sin
solución a la vista, así como -entre muchas otras- la realidad descrita en la
cita, son lo que me lleva a afirmar aquí que discurrimos por una segunda Edad
Media -con el perdón del prístino Medioevo, tan en paz al menos con el
planeta-, si bien científica y tecnológica, que anda apenas por sus albores. Al
rigor de los historiadores corresponde determinar sus orígenes y estudiar a
fondo, transcurrido el tiempo que haya menester, sus implicaciones y pormenores.
Que ya aterran.
376.
Lo reconoce el educador que quise ser: antes que conseguir, primero, que se
aquerenciaran con la literatura para, luego, asistir ojalá a su enviciamiento
sin retorno, dediqué, si cabe, más empeño a, por un lado, vencer la apatía
política de los estudiantes que callaban cuando los alienados de la extrema
izquierda repetían, ahora en clase, los escupitajos ideológicos que oían en las
asambleas estudiantiles y, por otro, a intentar morigerar, mediante la lectura
y los debates que de ella se suscitaban, las pulsiones extemporáneas de
revolución de los anacrónicos. Como lo primero produjo magros resultados y lo
restante aun peores, aquí me tiene, estimado Martín, pensionado a los 49 años y
sin pisar un aula “real” hace lo menos cuatro, leyéndolo a usted y a los demás
del cenáculo, y en el fondo nostálgico de no poder compartir con todos esos
muchachos reflexiones como ésta, que de procesarlas como es debido los harían
tan sabios: “…Las sociedades, en general, no se hacen cargo de lo que hacen:
pocos ejemplos más burdos, más brutos que su relación con los políticos que
encumbran. Como si les llovieran, como si fueran conquistadores en sus caballos
de madera. Porque lo importante es poder echar culpas. Nosotros somos los
buenos, ellos los perversos. En épocas más cristianas, lo mismo decían los
curas del famoso Diablo: todo estaba bien, pero el Malo solía meter la cola y
arruinarlo. La gran diferencia es que estos Malos no estarían ahí si no los
eligiéramos. Su única razón somos nosotros -por presencia o ausencia, acción u
omisión. Así que los políticos, nuestros representantes, se convirtieron en una
raza -una ‘casta’- odiosa y odiada. […] Entonces los pensamos -por qué será-
como personas que usan el pretexto del bien común para conseguir su propio
bien, saciar sus apetitos de famas o dineros, encontrar la mejor forma de
engañarnos. El desprestigio les sirve: gracias a él nos distanciaron de la
política, se la quedaron ellos. Es un recurso cruel, muy eficaz, tan cerca del
suicidio: nos convencieron de que la política es eso -tedioso, retorcido, un
poco hediondo- que hacen los políticos. Y es tanto más. La política es, para
empezar, la única forma conocida de mejorar nuestras vidas, nuestras
relaciones, nuestro modo de estar en el mundo. Pero, para eso, tenemos que
creer que no es esas reyertas y querellas, barullos y chanchullos que ellos
montan en sus despachos y sus restaurantes. Que la política debería ser
reunirse y organizarse para conseguir cosas, desde una buena sanidad hasta la
posibilidad de gobernarnos entre todos o aumentar la frecuencia del tren, desde
una justicia justa y útil hasta la creación de un parque o el fin de los
grandes privilegios. Recordar que la política es mucho más que eso que hacen
los políticos, recuperarla, es la única esperanza de salvarnos. O de empezar,
al menos, a intentarlo” (tan sensato y cierto lo que usted dice, amigo
Caparrós, pero pienso en Uribe y Petro acá, en los Kirchner y Milei allá, y
mejor paso a otra cosa).
377.
Entre las hipocresías del género, dos de las que se me antoja hablar hoy. La de
las mujeres bellas o voluptuosas o bellas y voluptuosas que, conscientes de lo
que las dotaron azar y naturaleza, lo magnifican con el maquillaje y la ropa
indicados -mi abuelita tacharía una cosa y la otra de indecentes- para captarse
más miradas de envidia o deseo pero lo niegan y dicen que detestan que las
importunen los mirones de ambos sexos pues, según ellas, ¡nada como pasar
inadvertidas! Y la de los famosos semicultos, ignorantes supinos o cultos muy cultos
como el que a continuación se dirige, de rebote, a ustedes y al que yo,
admirándolo como lo admiro -tampoco con los que admiro y quiero me lo permito-,
no le habría pedido nunca una dedicatoria de libro o una foto: “El drama de
quienes no nos quieren es mucho más grave que el nuestro, pues tienen que
sentarse a escribir novelas mejores que las nuestras, y ahí se les jode todo.
Yo, por mi parte, estoy hasta los cojones de Gabriel García Márquez, de
lectores noveleros, de admiradores idiotas, de periodistas imbéciles, de amigos
improvisados, y ya me cansé de ser simpático y estoy aprendiendo muy bien el
noble arte de mandar a la gente a la mierda” (y le faltaban, ¡imagínense!,
catorce años para cubrirse de merecida gloria).
¿Que
a los ilustres famosos que se propusieron serlo y a los mujerones o pibones que
muy felices se sienten de su situación les incomodan los gajes de la fama o los
requiebros y requerimientos de los deslumbrados? Sencillo: que los unos emulen
a Pynchon y a Salinger y las otras imiten a doña Catalina de Erauso, y asunto
arreglado.
378.
Venga y le digo una cosa, Lelo: ese porcentaje, ese 24% del total de sacerdotes
católicos que si mal no le capté son los maricas ordenados de la iglesia, a mí
me parece que se queda demasiado corto. ¿No será más bien que ustedes, quiero
decir los homosexuales, son el 76% y el resto los heterosexuales? Ahora: que si
de números se trata, tocaría saber con toda exactitud cuántos maricas y
pederastas y bisexuales con vocación entran en el sacerdocio impelidos por el
horror de sus realidades pulsionales y con la esperanza de salvarse a sí mismos
salvando a otros y cuántos, ya no sólo maricas o pederastas o bisexuales sino
heterosexuales pederastas o heterosexuales a secas se matriculan relamiéndose por
anticipado los bigotes de saber lo que los espera: púberes y adolescentes de
colegios religiosos masculinos, Lolitas púberes y provocativas adolescentes de
colegios religiosos femeninos, grupos juveniles, niños que se preparan para la
primera comunión y la confirmación, maridos y esposas en busca de consuelo,
especímenes de ambos sexos que tienen la sotana -como yo las jardineras- por
fetiche y en fin: la lista es larga y muchas las especificidades. Revise sus
datos y conversamos.
379.
Medioevo Científico y Tecnológico:
“Hace
unos años, por ejemplo, los medios destinaban un discreto rincón a los
horóscopos, donde los profetas de bolsillo (a veces un redactor sin oficio o un
amigo desempleado del jefe de redacción) auguraban el futuro en términos vagos
e inocuos. Ahora algunos reservan grandes espacios a estos pasatiempos y
brindan a los astrólogos un tratamiento digno de físicos nucleares o filósofos
griegos.
Las
conjeturas planetarias de los pitonisos ocupan enormes titulares e invaden ya
terrenos de la política y la economía.
[…]
Las solemnes obviedades de los astrólogos serían solo un chiste sino
constituyeran ingrediente cotidiano de una gran humareda que favorece el
misterio, consolida el oscurantismo, debilita los resortes del sentido racional
y margina el pensamiento crítico, único recurso que nos impide comulgar con
llantas de tractor. Añadan a esa tiniebla las mentiras que circulan por
internet, las creencias seudocientíficas, los intereses comerciales, las
falsedades de las religiones y la antropología engañosa, y atisbarán el nivel
de ignorancia que nos rodea.
(Confieso
que desconfío de ciertos ritos religiosos tribales que parecen más destinados
al turismo que a la exaltación de los ancestros y que resultan tan ineficaces
como recetar contra el covid la devoción por la Virgen de Chiquinquirá).
El
cúmulo de desinformación, embustes e intereses depositados en la mentira
conspira contra el futuro inmediato y lejano del planeta. El reciente desborde
de los elementos naturales (incendios arrasadores, inundaciones que dejan miles
de muertos […], sunamis, huracanes, cosechas agostadas o aguadas, caravanas
hambrientas, súbitas gotas frías) demuestra que acertaban los científicos al
anunciar desde hace años el apocalipsis de la naturaleza.
Y
como el número de los imbéciles es infinito, en vez de rectificar su carrera
hacia el abismo, muchos líderes políticos optan por atacar la ciencia…” (Daniel
Samper Pizano).
Salta
pues a la vista que vivimos tiempos de gran confusión y caos -los
contradictores vocacionales dirán que todos lo han sido-, empeorados por el
hecho de que en cada persona conectada desde sus dispositivos a la red hay un
potencial propalador de infundios y desinformación, y de ahí el creciente
bullicio y la imparable pugnacidad que nadie sabe cómo gestionar. Ese
desconocimiento sin solución a la vista, así como -entre muchas otras- las
realidades descritas en la cita, son lo que me lleva a afirmar aquí que
discurrimos por una Segunda Edad Media -con el perdón del prístino Medioevo,
tan en paz al menos con el planeta- si bien científica y tecnológica, que anda
apenas por sus albores. Al rigor de los historiadores corresponde determinar
sus orígenes y estudiar a fondo, transcurrido el tiempo que haya menester, sus
implicaciones y pormenores. Que ya aterran.
380.
Entre las hipocresías del género, una que me revuelve el estómago: la del
dualismo de nuevo cuño Sur Global (víctima) Norte Global (victimario). Como si
por estos lares que hasta ayer nomás llamábamos Tercer Mundo anduviéramos desde
siempre en taparrabos y no supiéramos qué son los combustibles fósiles, el
plástico, el mercurio y demás venenos con que se extrae el oro; los carros y
los aviones, la ropa hiperbarata, los celulares y los computadores, las motos
acuáticas y las motocicletas, el internet y las redes sociales. ¿Que existe la
proporcionalidad en el destrozo del planeta? Como en todo crimen transnacional.
Ah,
pero por otro lado, que no se pierda de vista que la basura tangible que dizque
el Sur Global no produce la compensa, y con creces, con la bazofia política que
explota la marca: Petro y el petrismo, Cabello y Maduro, Evo y el MAS, López
Obrador, Ortega y Murillo, la esclerótica dictadura cubana, la Kirchner y el
peronismo, Lula y el PT y de ahí hacia arriba hasta llegar a los de veras
importantes por peligrosos: Xi y su dictadura neoliberalsocialista, Kim
Jong-un, la caverna islámica de donde sea, Putin y Lukashenko… Es decir, la
última y más malcarada versión del Eje del Mal. Lástima que la geografía no
tenga el poder ilusorio del lenguaje porque si no, con la velocidad y la
eficacia con que gracias a él acaba de desaparecer el Tercer Mundo, podríamos
traer de Oriente lo valioso y decente que tiene -Japón, Corea del Sur, Taiwán,
Hong Kong…- y barrer hacia allá toda la inmundicia de Occidente y hasta el
último de sus electores.
381.
Me preguntó un estudiante -espécimen en vías de extinción-, a propósito de un
cuento que leíamos en clase, qué significaba la expresión “ser un caradura”.
Aproveché que la soflama presidencial del martes, 3 de octubre de 2023 en la
plaza de Bolívar estaba por empezar y prendí el televisor del aula, al tiempo
que le daba a la muchachada las indicaciones de lo que debía hacer mientras
durara el trance. Concluido aquello, apagué el aparato y le pregunté al preguntador
si ahora sí le quedaba claro. Como su duda y el mutismo de los demás
persistían, les pregunté qué padres y madres colombianos que por culpa de la
violencia hubieran perdido a uno o a varios hijos se estarían sintiendo en esos
momentos indignados tras escuchar al presidente. Por fin, una indecisa pidió la
palabra para decir que no sólo las madres y los padres sino los familiares y
los amigos de las víctimas de las guerrillas.
Pensé
dejarlo ahí pero sentí que era mi responsabilidad ampliarles un poco el
panorama diciéndoles que así como el homúnculo jamás mencionó los horrores que
él y demás (¿ex?) terroristas perpetraron en nombre de su lucha infame, tampoco
hizo la menor alusión a los de sus correligionarios en tantas partes y
momentos: franquismo y nazismo hasta en la sopa y completa obliteración del
estalinismo y el castrismo, verbigracia. De tarea, los puse a contar las veces
en que el (¿ex?) chusmero pronunció la palabra ‘verdat’ en esta última versión
de su discurso del odio.
Y
me desperté, con una certidumbre desasosegadora enseñoreándose de todo: si
Colombia vuelve a experimentar -tal vez ya mismo esté ocurriendo- un nuevo
paroxismo de la guerra cainita que a trechos pierde reciedumbre -sólo eso-,
gran parte de la culpa habrá que endilgársela a este individuo de verbo
irresponsable al lado del cual Uribe, el incendiario propiciador de los ‘falsos
positivos’, parece hoy el más sensato y pacífico de los políticos. Y por
supuesto que también a los jaleadores y votantes de uno -de los unos- y de otro
-de los otros-.
382.
¿Te parece si te cito y, a renglón seguido, te parafraseo?: “Pero dentro de mi
cabeza hay siempre una voz que dice ‘¡Sáquenme de aquí!’, y otra que dice lo
contrario: ‘Quiero que esto dure para siempre’. […] ¿Dejar de pensar? ¿Existe
un horror más grande que ese? Porque hay que estar loco para obtener lo que se
desea. Porque lo que más se desea -en mi caso, cesar- es lo que más nos
espanta”.
Dentro
de mi cabeza hay siempre una voz que dice “¡Sáquenme de aquí!”, y esa misma,
que apremia: “¿Pero es que acaso esto va a durar para siempre?”. […] ¿Dejar de
pensar? ¿Existe un prodigio más grande que ese cuando es la muerte la que lo
propicia y un horror peor cuando lo que ocasiona el caos del deterioro es un
ictus hemorrágico, o una desgracia por el estilo? Y hay que estar loco o ser
demasiado cobarde para no hacer lo que se desea. Y lo que más se desea -en mi
caso, cesar- es, de entre mis fijaciones, la que con mayor virulencia me
apremia.
383.
A que no adivinan a quién, hablando de la Ucrania invadida y asolada por los
que ya sabemos, se le disparó del albañal que tiene por boca esta miseria del
corazón: “Ese país está plagado de minas y ya no se puede ni pisar. Se le
reventaron las cosechas. Una corrupción rampante hace que esté tambaleando ya
Zelenski, que fue el héroe que promovieron los Estados Unidos”.
Si
usted es de los que al rompe dijo o se dijo que William Ospina, o Santiago
Gamboa, o Julio César Londoño, o Wilson Sáenz, pues piensa que una mezquindad
de tal magnitud sólo cabe en un corazón masculino, se equivoca porque quien así
siente es una mujer. ¿No adivinan quién? Les doy una pista: no es ninguna de
las fulanas que comparten lecho y crímenes con los tiranos (y sus remedos) del
Sur Global; tampoco ninguna votante incondicional de Trump, Bolsonaro o Bukele.
¿Que Clara López Obregón? Como diría Javier Fernández Franco, ¡qué palazo!
Para
no alargar la cuestión innecesariamente, les cuento que de Jacinda Ardern,
quien en materia de ética y moral se halla a una distancia sideral de la
citada, aprendí el poder -simbólico en este caso- que entraña sepultar bajo
toneladas de anonimato las identidades de los malditos. Pronuncien ustedes, si
les place, su nombre infame.
384.
Les propongo a mis colegas y a todos sus estudiantes que dejemos de pensar en
reformas educativas inocuas en el mejor de los casos y en el peor
perjudiciales, y hagamos algo tan sencillo como eficaz. Escuchemos, cada quien
con sus alumnos y ojalá en la intimidad del aula, cada nueva alocución presidencial
de Petro y contrarrestemos su ensalada de mentiras completas, verdades a
medias, sesgos de confirmación, subjetividades, inexactitudes de todo tipo,
silencios cómplices, acusaciones temerarias y, antes que nada, desvaríos
seudocientíficos leyendo a continuación reflexiones argumentadas de fuentes de
probada autoridad, como ésta que les traigo a manera de ejemplo:
“…Después
del origen, que es especulativo, vinieron miles de millones de años de
mantenimiento de la vida en la Tierra, con el Sol como fuente de energía. Se
desarrollaron algas y plantas con maravillosas antenas que captan la energía de
la luz y la transfieren a enlaces químicoxs. Surgieron otros seres vivos, no
capaces de captar directamente la energía solar, pero que lo hacían indirectamente
comiéndose las plantas, y los unos a los otros.
Gran
parte de esa energía solar se guardó en inmensos bosques enterrados en el
subsuelo y que con el tiempo se transformaron en fósiles: carbón, petróleo y
gas. Los humanos, que surgimos muy recientemente en la larga cadena evolutiva,
sobrevivimos unos 300.000 años, duramente, obteniendo energía de la caza, la
pesca y la colección de frutas y raíces. Los últimos años aprendimos a usar la
energía contenida en la madera y en algunos de esos fósiles, y mucho más
recientemente esa energía le permitió a la especie desarrollarse de una manera
que no tiene precedentes en la historia de la Tierra.
Es
muy claro que esta humanidad, tan creativa, solo podrá continuar existiendo si
logra diseñar una forma inteligente de aprovechar la energía que llega del Sol,
la que está acumulada acá y la que pueda producir por medios sofisticados que
se invente. Usar energía no es un crimen, es la condición sine qua non para
vivir” (llegados a este punto, hagan que los muchachos reparen en el mensaje
digamos velado pero con destinatario corpóreo -aunque carente de orejas- con
que el científico concluye su reflexión): “Si queremos ser ‘potencia mundial de
la vida’, tenemos que ser también ‘potencia mundial de la energía’. Vida sin
energía es una contradicción en los términos.”
Si
a mis cuarenta y nueve años de edad yo aprendí lo que aprendí de este mero
artículo -toda una cátedra magistral para legos vergonzantes en ciencia, como
quien habla-, ¿se imaginan ustedes lo que pueden aprender sobre éste y otros
asuntos nuestros estudiantes, aparte de muchas enseñanzas impagables que de un
ejercicio de contraste como el que propongo se desprenden: el esfuerzo que
conllevan debatir y argumentar frente a la simple especulación, el pensamiento
crítico y científico frente al mágico, el fatalismo o el optimismo a ultranza
del desinformado frente a las propuestas de solución viables y fundadas de los
expertos y sigan ustedes?
Definitivamente,
hay que ser muy ingenuo o muy fanático militante para creer que del cerebro
sectario y tórrido de un gobernante cuyos ministros y bancada en el Congreso,
que en lo fundamental se le asemejan bastante, puede surgir nada objetivo y de
valía, y menos la reforma educativa que Colombia necesita. Empezando por la
puntualidad en el cumplimiento de los deberes de que se trate, el apego a la
realidad y el respeto por las formas que imponen su cargo y la diplomacia,
valores que para él no son otra cosa que zalamerías de señoritos.
385.
¿Qué se le agrega a la completitud?: “Tal vez los seres humanos somos un solo
animal multicolor que un día tiembla de miedo de ser nada y otro se entrega a
hinchar el orgullo”.
¿Cree
usted, hermano, que además de los argentinos existan sociedades en las que los
dos complejos se alternen y se disputen el cetro, sin solución de continuidad?
Por personas no le pregunto porque muy bien me conozco.
386.
Dice Shakespeare que “aquello que llamamos rosa olería igual de dulce si
tuviera otro nombre”, y yo, que soy un esclavo de lo que me suena eufónico, me
lo quedo pensando detenidamente. ¿Por qué la misma mujer que me gusta o me
fascina pierde atractivo si en lugar de llamarse Daniela o Viviana o Juanita o
Mafe o Mapi o Majo se llama Teresa o Julia o Miriam o Lupe o Vero o Beti? ¿Y
por qué los nombres Jenny y Jeimy y Gina y Gineth me saben a sexo sucio y
delicioso a diferencia por ejemplo de Paula y Sofía y Carla y Sara, que evocan
el amor bonito y un poco soso que se hace con la novia? O en terrenos menos
espinosos, ¿por qué a alguien como yo que no he visto a ninguno de los dos, el
bellísimo sustantivo libélula lo hace fantasear con una criatura más hermosa
que el colibrí, que sé que la supera? ¿Y por qué, si se me concediera cumplir
uno de dos sueños que aún conservo, establecería el siguiente orden de
prelación en mi anhelo de conocer fieras por medio del tacto y el olfato:
leopardo, jaguar, guepardo, león, pantera y tigre si, total, daría lo que tengo
y más por sentir a los seis en el orden que sea? De modo que no: no logro
coincidir con el genio pese a ser del todo cierto lo que afirma.
387.
¿Que los humanos “siempre se levantarán en contra de la esclavitud; nunca
dejarán que los traten como hormigas obreras” afirma usted, maestro? ¿Y yo cómo
le hago para explicarle a un grupo ficticio de estudiantes la mar de
inteligentes y contestatarios, aparte de bien informados que, no bien leyeron
este colofón de capítulo, pidieron con ansiedad la palabra para recordarme a
los chinos, los norcoreanos, los saudíes, los sirios, los rusos, los
bielorrusos, los cubanos, los nicaragüenses y los venezolanos que hoy viven
sometidos y postrados ante quienes los gobiernan con más, o menos, mano de
hierro pese a constituir ellos la mayoría? Menos mal me acordé a tiempo de
Zelenski, los ucranios de bien y los gobiernos que les ayudan en su lucha a
muerte contra los fascistas que los invaden y los bellacos (¿les suena una tal
Laura Restrepo?) que abierta o solapadamente celebran al invasor porque le
cuento que la muchachada me tenía ya contra las cuerdas.
388.
Se me ocurre que si se les preguntara a los indicados cuál es para ellos, de
entre las artes, el arte por excelencia, respuestas habría de muchas clases y
tenores. Pero mucho me temo que muy pocos dirían lo que yo afirmo y sostengo
tras leer esta perla suya, capaz de un prodigio que ni la ciencia más avanzada:
“En términos comparativos: si una célula humana (de entre billones), una ameba
solitaria o un alga fueran el equivalente de una pequeña ciudad, una bacteria o
arquea serían del tamaño de un campo de fútbol y un virus del tamaño de un
balón”. Y lo que yo afirmo y sostengo gracias a Wilson es que la enseñanza es
el arte por excelencia. ¿Habrían sido, les pregunto, Cervantes, Beethoven,
Rodin, Shakespeare, Mapplethorpe, Leonardo o aun Messi con todo y su genialidad
los genios que fueron al margen de la enseñanza que recibieron?
Cuando
un educador logra que se obre un milagro -por ejemplo, el de que un ciego de
nacimiento consiga visualizar lo que ni siquiera el ojo humano al desnudo
puede-, es porque a la persona que instruye cualquier sustantivo distinto de
artista le queda debiendo.
389.
En todo negacionista de la crisis climática y ambiental del planeta reside, sin
que importe si se trata de un Trump o de un Savater, un ingenuo a fin de
cuentas que confunde a los de su especie con extremófilos.
390.
Creo que fue en un taller literario, cuando cursaba la maestría en la
Javeriana, donde aprendí de un profesor de grata recordación el adjetivo
“holístico”, con cuyo significado me peleé como con la frase-entelequia
“defensor de los derechos humanos”. Y, escéptico, lo puse en remojo a la espera
de que algún día una serendipia o la buena suerte me permitiera rescatarlo de
allí para usarlo sin cargos de conciencia. Y el momento llegó: lean, para que
comprendan a qué me refiero, el décimo capítulo de ‘El sentido de la existencia
humana’. Claro que si hacen no más eso y no leen y releen el libro completo, se
van a quedar sin participar del parto extraordinario de una inteligencia humana
y holística como pocas conozco.
391.
Si -como escribió un amigo el otro día- “cualquier generalización es una gran
injusticia” puesto que “la vida está hecha exclusivamente de detalles
particulares”, la que desarrolla Santiago Gamboa en un artículo de El
Espectador que tituló ‘Ser millonarios’ es, amén de injusta, …: ojéenla para
que la adjetiven, que a mí me da jartera. Lo que sí quiero decir es que este
pobre man, tan leído y viajado según dice que es, malgastó gasolina y pasó
páginas en vano y la prueba son su sectarismo político y la ramplonería de no
pocas de sus opiniones. ¿Leerle una novela? ¡Prefiero un guayabo, y de los con
tusa culpable!
392.
Me ocurrió, hace unos años en una época en la que andaba leyendo la trilogía de
Stieg Larsson, algo que me asombró por el modo manifiesto en que ocasionalmente
el azar hace que coincidan la realidad y la ficción.
Sufrió
un tío esquizofrénico una crisis que requería hospitalización, y lo llevamos a
un chuzo infecto de Bogotá llamado Retornar, cuyo nombre-promesa es (lo era
entonces y dudo que no lo siga siendo) tan mentiroso como falsa la misión de
todo el personal: desde los especialistas hasta el portero, que cumpliendo
servilmente la orden de sus superiores, encerró bajo llave a mi mamá para
forzarla a pagar una cifra desproporcionada que se sacaron de la chistera
dizque por el tratamiento y la alimentación que mi tío supuestamente recibió.
El caso es que, después de leer Millennium por la mañana y visitarlo a él por
la tarde durante tres semanas, de sufrir por Salander y darme por notificado in
situ de lo que son capaces la ausencia de vocación y de ética y la falta total
de escrúpulos, llegué a la conclusión de que al menos en aquel sitio de
pesadilla para los enfermos y sus familiares, no trabajaba ningún Anders
Jonasson sino sólo versiones indistinguibles del Peter Teleborian original.
Escribo esto y se me mojan de impotencia y dolor los ojos por los loquitos y
los que, de no ser por la droga psiquiátrica que tomamos…
393.
Hace tal vez un par de semanas, no recuerdo en cuál de los noticieros
internacionales que a diario oigo, me sorprendió -es un decir porque en
absoluto- el reclamo airado de una mujer que con sus hijos y marido huía de
Nagorno Karabaj a Armenia, forzados por la última arremetida de Azerbaiyán en
aquel territorio en disputa. Y mientras la oía cuestionarle al mundo la total
indiferencia frente al sufrimiento suyo y el de sus “compatriotas”, me
preguntaba y me habría gustado preguntarle si de casualidad sabía dónde quedaba
Ucrania, qué estaba ocurriendo allí y qué palabras de aliento y solidaridad
habían recibido de sus labios los ucranios invadidos y cercados y bombardeados
por Putin y sus asesinos.
Días
después, perpetra Hamas su más despiadada matazón terrorista en suelo israelí y
entonces es el Estado de Israel (que como la señora de Nagorno Karabaj se ha
mantenido indiferente -en política, la neutralidad es por lo común aquiescencia
de alta pureza- frente a la invasión de Rusia, su homóloga) el que sale a
exigirle al mundo entero que se pronuncie de modo inapelable a su favor y en
contra de los terroristas, lo que supone un cheque en blanco para que se le
permita ejercer a su vez y con la excusa de su derecho a defenderse el terror
de Estado que con total impunidad ejerce desde antiguo, no sólo contra los
bárbaros que los atacan, sino contra civiles de todas las edades y por completo
inermes frente al poderío de sus “Fuerzas de Defensa”. ¿Que en el fondo se lo
merecen por no oponerse al terror de los terroristas, se dirán para
autoabsolverse? Pues otro tanto se puede decir de los civiles de Israel y de
los judíos que viven en el exterior, que salvo honrosísimas excepciones tampoco
les exigen a sus dirigentes la única solución viable para que se pueda hablar
de paz: la consolidación de dos Estados con todas las garantías.
¿De
qué lado estoy, entonces, en este conflicto político y religioso tan hábilmente
explotado por los ultra ortodoxos extremistas de un lado y por el extremismo de
la caverna ultrafanática del otro? Sin pensármelo dos veces y hasta que la
realidad cambie, del lado de los que, por hallarse en franca desventaja frente
al que ocupa y oprime y asfixia, no tienen en sus manos prácticamente ningún
margen de acción para solucionar nada como no sea la posibilidad de oponerse
con convicción y determinación a Hamas y otros bárbaros palestinos. Pero no va
a ser bombardeando a los civiles y dejándolos a oscuras y matándolos de hambre
a fuerza de bloqueos y destruyéndoles las viviendas y condenándolos a la
desesperación como Israel va a lograr que eso ocurra. ¿Que dan de baja a mil, a
diez mil terroristas en esta guerra? ¡Dos mil, veinte mil voluntarios habrá que
por odio reemplacen a los muertos y el círculo vicioso de la violencia y el
rencor mutuo no habrá hecho más que eternizarse!
394.
Si mañana, lo que me parece bastante previsible, Ucrania pierde la guerra a que
la condujo la Rusia invasora y fascista de Putin y su cohorte de bandidos de
resultas de que las potencias que todavía hoy la respaldan se cansan y la
abandonan a su suerte, sobrarán los ucranios antaño de bien que, movidos por un
odio y un resentimiento del todo comprensibles, se tornen terroristas y ataquen
con sevicia la Crimea y demás regiones usurpadas. Ahora: en el supuesto de que
para cuando aquello ocurra -si es que ocurre- los Estados Unidos siguen
prevaleciendo como potencia, ¿le van a dar patente de corso también al gobierno
ruso de turno para que acabe hasta con el nido de la perra en el país al que
antecesores suyos en el poder desmembraron, invadieron y arrasaron como les
vino en gana? Pues desde ya les digo, si una felonía tal perpetraran, que los
que lo hagan son una panda de hijueputas, no de la talla de un Putin, un
Medvédev o un Cirilo de Satán, aunque hijueputas a fin de cuentas.
395.
Pensamiento crítico y coherencia política, los de los que hoy le agradecen a
los Estados Unidos de Biden su apoyo generoso a Zelenski, Ucrania y los
ucranios pero condenan sin atenuantes la carta blanca que le acaba de tender a
Israel para que acabe hasta con el nido de la perra en la Palestina que ocupa y
asfixia y sojuzga desde antiguo. Lo de los que abogan por Palestina y los
Palestinos pero respaldan los crímenes de lesa humanidad que perpetra el
Kremlin en Ucrania, y lo de los que condenan al Kremlin y respaldan al invadido
pero suscriben el terrorismo de Estado de Israel en contra de los palestinos
inermes son las dos caras de una misma moneda, que ustedes pueden bautizar con
el calificativo que quieran. El mío es, por decir cualquier cosa de muchas
posibles, madurobidenismo.
396.
Escribí hace unos años en un cuaderno de bitácora: He estado pensando mientras
leo la trilogía de Larsson que Blomkvist se me asemeja a Daniel Coronell y
Millennium a Semana.
Las
vueltas que da la vida: hoy, Semana es la antítesis de lo que fue y si bien
Coronell sigue siendo el periodista serio e incisivo que muchos admiran y otros
tantos aborrecen, al lector que soy de sus columnas lo tiene bastante
desconcertado -decepcionado- la asimetría en materia de investigación y de
denuncia en relación con los escándalos y desaguisados de la campaña y el
desgobierno de Gustavo Petro, si se las compara con las que sin tregua adelanta
y publica en contra de Uribe, el uribismo y todo lo que corrompen y han
corrompido. Para la prueba, un botón: remítanse a lo que Daniel publicó durante
la primera campaña a la presidencia y los primeros catorce meses de Uribe en el
cargo, durante la campaña de reelección y los primeros catorce meses de su
segundo gobierno y durante la campaña presidencial de Duque seguida por sus
primeros catorce meses en la Casa de Nariño y cotejen todo aquello con lo
correspondiente a lo de la “Colombia Humana” para que saquen conclusiones.
Silencios cómplices y parcialidad muchos, aunque, eso sí, jamás comparables a
los del todo descarados de su colega Cecilia Orozco Tascón, la Vicky Dávila del
Petrismo.
397.
Si yo fuera el profesor de un adolescente de cualquiera de los dos sexos que un
buen día me comenta que le gustaría no volver al colegio para quedarse leyendo
en casa e informándose y educándose con la DW, lo aplaudiría enérgicamente y le
recomendaría, a manera de complemento de su plan autónomo de estudios: Saber y
Ganar, El Cazador e Informe Semanal en Televisión Española; La Luciérnaga en
Caracol Radio y Los Informantes en el Canal Caracol; los conciertos de las orquestas
Filarmónica de Bogotá, Sinfónica Nacional de Colombia y Nueva Filarmonía en el
auditorio que sea, entre otras maravillas que se me vengan a la cabeza.
398.
A que no adivinan la distancia que media entre Gustavo Petro Urrego y Lee Kuan
Yew. ¿No? ¿En serio? Cuando menos, la abismal que va del dicho al hecho.
399.
Como a lo que invitan los científicos es a dudar y a indagar, le formulo a
cualquiera de los que admiro (ante la imposibilidad de preguntárselo
directamente a Edward Osborne Wilson) la siguiente pregunta, que constituye
quizá mi único gran escepticismo por lo que a ciencias se refiere.
Partiendo
del hecho de que el sustantivo ‘evolución’ implica continuidad e imposibilidad
de interrupción ninguna, ¿cómo se explica que en un momento dado los simios
africanos que devinieron humanos no lo hubieran seguido haciendo y que, por
tanto, se pueda hablar de una ‘escisión’, sustantivo que contradice de todo punto
el sentido de lo que evoluciona? Es más: si todas las especies del planeta
somos el resultado de la evolución, ¿qué justifica entonces que el Homo sapiens
sea el último eslabón de una cadena que debería tener infinitos eslabones?
Les
pido de antemano comprensión por mi ignorancia y claridad en la respuesta.
400.
Y otra, pero retórica: ¿por qué mira el mono parlanchín -al que ustedes los
científicos llaman, con total indulgencia, dizque Homo sapiens- “por encima del
hombro” a los simios de que desciende (óigase bien: des-cien-de), a las ratas
topo y ni qué decir tiene que también a las, de momento, catorce especies de
insectos que con él componen “los”, de momento, “veinte triunfadores de la
organización social”? ¿Por qué resultó tan sobrador y chicanero aqueste pobre
diablo de pene o vagina? Por cierto, otro día los vuelvo a importunar para
preguntarles qué piensan de unes loquites que se autodenominan dizque “no
binarios”, tal que si no mearan, se masturbaran y fornicaran mediante y gracias
a una u otra cosa.
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