domingo, 5 de noviembre de 2023

Doscientos desahogos que se me traspapelaron, todos breves o muy breves

"El que no sabe repetir es un esteta. El que repite sin entusiasmo es un filisteo. Sólo el que sabe repetir, con entusiasmo renovado constantemente, es un hombre.”

Soren Kierkegaard

201. Tengo la sensación de que si usted hubiera sido el niño ciego que yo fui y que estuvo tanto tiempo a merced del miedo que les tuvo a los mellizos Ramírez en el instituto para ciegos -una gran mentira porque ellos dos y otros tantos veían casi tan bien como los videntes que los dejaban hacer- en que cursó la primaria; de que si usted hubiera sido la profesora que fue mi ex alumna Maritza Medina en varios colegios públicos de Bogotá en los que distintos angelitos y en momentos distintos la mandaban a comer mierda y la trataban de “ciega piroba” o de “ciega hijueputa”; de que si usted hubiera visto -sucede a diario- a otro inadaptado en uniforme escupirle la cara a un amigo mío cuando le entregó un examen con una nota reprobatoria; de que si usted estuviera viendo, en fin, a muchos papás y mamás aterrorizados de los energúmenos que tienen por hijos o a esos mismos energúmenos e inadaptados destrozando impunemente mobiliario urbano o violando en grupo a niñas o a niños menores que ellos y del todo inermes, en baños de colegio o de centro comercial, coincidiría conmigo en que no es esto lo que procede sino la bendita casuística:

 

“…nada que no resulte conocido a incontables colegiales de mi generación. Por aquel entonces, en vez de cinto, se estilaba la regla de madera, larga como vara de boyero. No era ajeno a nosotros el hábito de ir a clase amilanados. En casa la autoridad del maestro no se discutía; en consecuencia, callábamos. Yo recuerdo con nitidez el chasquido que producen las mejillas infantiles al ser abofeteadas por la mano de un adulto. Eso sí, te daban por tu culpa y para tu provecho, para que aprendieses a respetar, para que fueses árbol que crece recto, para forzar la laboriosidad y fomentar atributos (¿masculinos?) asentados en la obediencia sin restricciones. Te decían: ‘La letra con sangre entra’. Lo que también entraba o podía entrar a edad temprana era la idea de que la violencia es un correctivo destinado a fines nobles. Peligrosa enseñanza cuya aplicación creo observar a veces en ciertos comportamientos y actitudes repetidos en la sociedad actual. Algo aprendí después por mi cuenta: cuídate de los que creen hacer el bien a golpe limpio, no digamos a tiros y bombazos.”

 

Se equivocaban los profesores y padres de familia de los niños de su generación y de todas las anteriores al creer que los castigos físicos y las bofetadas debían repartirse aquí y allá y sin distingos, y se equivocan, sólo que más crasamente, los bien intencionados que como usted abogan por la abolición definitiva de un recurso que debe y deberá siempre estar reservado para los matones de salón de clases y, si me apuran, también para los indiferentes y los solapados que los azuzan o les guardan la espalda con su silencio. Mejor dicho y para que nos entendamos: si yo hubiera sido profesor, en cualquier instancia, de un Putin, un al-Assad, un Lukashenko o un Ortega, no me perdonaría el no haberlos humillado y abofeteado una y mil veces en presencia de sus acosados si, como me temo, fueron los Ramírez de sus colegios.

 

202. No veo por qué no pueda hoy un ciego, un sordo, un paralítico y una fea -ténganme paciencia que un día de éstos me ocupo de otras desgracias- aprovechar estos tiempos de autopercepción para exigir, si se precisa mediante fallo judicial y en su orden, la licencia de conducción, ser integrante de un jurado en un concurso de música clásica, pertenecer a la selección de fútbol de su país con miras a un Mundial o la corona de misuniverso. ¿Acaso mi vecina, con semejantes tetas y esa voz tan dulce que acaricia, o mi vecino, con tremendo bigote y herramienta entre las piernas, no alegan que se llaman ahora ella Ramiro y él Angélica? ¿Por qué ellos sí y nosotros no? ¿Van ustedes a privarme del derecho de sentirme vidente no más porque si no ando con mi bastón blanco me doy contra las paredes o me precipito dentro de la primera alcantarilla sin tapa que encuentre saliendo de la casa? ¿Le van ustedes a negar a mi amigo el sordo, que jamás podrá establecer si quien canta es un desafinado cualquiera o un Camilo Sesto, la posibilidad de que vote por la mejor interpretación del Concierto para piano y orquesta número 2 de Brahms? ¡Protesto! Si mis amigos el paralítico y la fea se autoperciben un gran atleta él y la más irresistible de las criaturas ella, ¿quiénes son ustedes para decirles que renuncien a ese derecho que, felizmente, consagra la absurdidad de nuestro presente?

 

203. A mí que me expliquen por qué las ultrafanáticas del feminismo no han resucitado a Julio Ramón Ribeyro para que las conduzca al paradero del violador sin castigo de su prosa apátrida número 8. ¿Que porque el pobre diablo es inimputable lo van a dejar ustedes, entrañables virtuosas, sin el castigo que se merece, cual si de todo un Neruda se tratara? Les cuento que me están decepcionando.

 

204. ¿Quién, entre el grueso de los políticos del mundo y el grueso de los médicos del mundo, que juran por patrias y banderas o con la mano puesta sobre el libro sagrado que sea y por la memoria de Hipócrates y los hipocráticos, jurará más en vano y con mayor dolo? Difícilmente encuentra uno nombres y apellidos que salven a los unos de la deshonra bien merecida que los emparama, pero en cambio son manifiestos e intachables los ejemplos de los que sí se comprometen, y con creces en ciertos casos, con el código deontológico por el que juraron en sus facultades: todos esos médicos anónimos que les salvan la vida o intentan curar, en los lugares más remotos y abandonados por los dioses y los hombres, a los más pobres entre los pobres; que operan, ayudados por enfermeros igual de generosos y temerarios y bajo la luz de una linterna apenas mientras siguen cayendo las bombas y los misiles del Putin o el al-Assad de turno, a soldados y civiles malheridos; que se enrolan, con Médicos Sin Fronteras u otras fundaciones humanitarias igual de quijotescas sólo que con menos reconocimiento público, hacia destinos a los que los más de sus colegas no se aventurarían ni por todo el oro del mundo (¿aunque saben que por eso tal vez sí?) y en fin… Estaba viendo acá en internet que “La Asociación Mundial de Veterinaria propone un juramento…”, pero resuelvo no abrir el documento porque con las experiencias tan a menudo amargas que acumulo en esos consultorios me basta. (Y digo “tan a menudo” porque Diana y Adriana, las veterinarias de mis gatos de Mariquita, son otra cosa: un beso y mucha gratitud para ambas.)

 

205. Coincidirá usted conmigo, admirado y estimado Juanjo, en que ‘Si dos ojos no bastan’… Y pensar que hay tantísimo corazón mezquino y encéfalo prejuiciado que, no conforme con las de por sí duras condiciones de este fatum, lo agravan con la incredulidad a priori del que discrimina a bulto. Claro que si lo hace también una mayoría -y vaya y vea usted con qué ínfulas y desparpajo- de quienes saben de qué fueron capaces un Milton, un Taha Hussein; un Nicholas Saunderson, un Lev Pontriaguin, ¿qué puedo esperar, entonces, de mis vecinos de a pie? ¡Pero si sólo hay que ver con cuánta condescendencia mal disimulada las medianías que por lo común deciden en los reálitis y concursos que buscan promover nuevos cantantes reciben al participante que se presenta en las audiciones con su bastón blanco o custodiado por un perro guía! ¡Y eso que sin falta se reivindican, todos, admiradores o fanáticos de Stevie Wonder y José Feliciano, para no hablar de los que glorifican los nombres de Joaquín Rodrigo y Andrea Bocelli! Lo peor del caso, maestro Millás, es que no los juzgo porque a mí también me ocurre… con ciegos inclusive.

 

206. Tres preguntitas -y ustedes me hacen el favor de no írmelas a tachar de capciosas, que con el diminutivo ya tienen suficiente- para el gran Javier Sampedro: “¿Dónde estás? No me refiero a en qué ciudad o en qué línea de metro, sino a dónde está eso que llamas yo, a qué lugar ocupa en tu cuerpo el sentido de existir, de percibir el mundo, de pensar sobre él. Déjame adivinarlo: está en algún lugar detrás de tus ojos y entre tus dos orejas. Así lo sentimos todos. Pero eso es solo porque la luz nos entra por los ojos y el sonido por las orejas. […] Pero algún día estaremos de pie contemplando el mapa de nuestro propio cerebro, con sus 86.000 millones de neuronas y todas las sinapsis entre ellas, y nos volveremos a preguntar como en la parábola de la pecera: ¿dónde estoy yo? La razón te dirá que tú eres ese mapa inextricable de neuronas y sinapsis, nodos y nexos, pero tú seguirás estando detrás de tus ojos y entre tus dos orejas, ¿no?”.

 

¿Nos birlaron a los ciegos totales y a los sordos profundos medio yo? ¿Cómo pueden existir los sordociegos profundos y totales si, a todas luces y a primer golpe de oído, carecen nada menos que de aque… yo? ¿Cómo se imagina usted, maestro, la representación futura de los mapas del cerebro de unos, otros y los otros desgraciados, caso de que algo semejante a un cerebro humano ostenten?

 

207. Ocioso como soy, a veces se me da por preguntarme cuántos de los buenistas de la academia que en público se desgañitan exigiendo inclusión y equidad para todos, todas y todes y en todas partes salvo en sus vidas y en sus facultades, harían en privado por ejemplo con el niño que fui lo que el bueno de Haley con el hijo ciego de su esclava en el capítulo 8 de la novela de Beecher Stowe. A ver, paladines de la justicia y la igualdad teóricas que rinden jugosos intereses, con la mano levantada bien en alto para que se los pueda contar.

 

208. Si yo fuera sacerdote católico o pastor cristiano -loado Dios que no- de los muy pocos con vocación auténtica y amor por el prójimo que enaltecen sus credos, liberaría a mi rebaño de las angustias que al buen creyente le producen las antinomias y las ambigüedades maravillosas de la Biblia -portento literario donde los haya- y se las reemplazaría por las enseñanzas de La cabaña del tío Tom o, si es mucha la pereza lectora de la feligresía, al menos por el capítulo 9 de esa novela , que de humanitarismo lo sabe todo.

 

209. ¿Que para qué leer, preguntan ustedes? Para tantas y tantas cosas prodigiosas -me adelanto y les respondo- que enunciarlas sería interminable y tedioso. Sin embargo y para no parecer displicente, les digo hoy -ya se verá qué improviso mañana-, que para que los solitarios del mundo, vocacionales o forzados por las circunstancias de cada yo, podamos dialogar (enfadarnos con ellos, putearlos, irnos a las manos si toca, reconciliarnos para volver a discrepar y, menos mal que sólo en contadas ocasiones, enemistarnos de por vida), sin que se enteren, con nuestros referentes de papel y tinta:

 

“…El colibrí es, entre todos, el animal de metabolismo más veloz. Su ínfimo corazón late unas mil veces por minuto -diez veces más que los humanos más acelerados. Y el resto de su cuerpo funciona acorde: su digestión, sin ir más lejos, es un rayo. Por eso, para seguir vivos, los colibríes necesitan comer dos o tres veces su peso cada día, porque tragan y digieren, tragan y digieren y están siempre al borde del desfallecimiento, y por eso se la pasan volando de un lado para el otro, agitando las alas como poseídos: buscándose la vida al borde de la muerte. Por eso viven suspendidos frente a esas flores, picándolas: lo que vemos como belleza es su hambre, su desespero por sobrevivir.

El colibrí, pobrecito, no solo es una belleza extraordinaria; también es una metáfora extrema de la maldición de la belleza, de los esfuerzos que hacen tantas y tantos para ser más bellos. Solo que ellas y ellos lo hacen a propósito y el colibrí no sabe lo que hace; por no saber, no sabe siquiera que es hermoso.

Pero es, también, una muestra tajante de lo difícil que es saber cuando hablamos de otros, lo fácil que es equivocarse, lo simple que es no entender lo que creemos entender e interpretar alegremente cuando no tenemos la información para saber en serio.”

 

¿Cómo no sentirme, admirado y estimado Martín, aliviado de saberme a salvo de la más que milenaria tiranía de los espejos y de la reciente de las pantallas, prolongaciones suyas en las que se cree que se mira a los otros para poder dizque verse a sí mismo? Pero no era de eso de lo que le quería hablar, o no exactamente.

 

Los que nacimos bendecidos -ya ve lo optimista que estoy hoy: un día al año no hace daño- con el conformismo del que se siente satisfecho y hasta feliz con lo poco o lo muy poco que tiene, no comprendemos que millardos y millardos de dólares a los que asciende hoy -ya verá usted mañana- la fortuna de un Bernard Arnault le susciten a media humanidad, que pactaría ya mismo con el diablo por ser aquel desgraciado aunque fuera un día, suspiros de envidia y admiración. ¿Doscientos veinte mil millones de dólares para igual envejecer, quedarse impotente y morir al cabo, forrado asimismo en pañales meados y cagados? Propongo que a esta supersubespecie del mono insaciable se la denomine, a partir de ya y en virtud de las semejanzas manifiestas que guarda con la criatura alada, así: la supersubespecie-colibrí. (Ah, hermano, pero no se vaya a creer usted el cuento de que desconozco la maldición de la codicia, por la que pactaría ya mismo con el que sabemos a cambio de libido y el mejor odor di femina y cuerpos desnudos de bellas durmientes -sin los impedimentos que pesan, eso sí, sobre los de las de Kawabata- y cualquier ardid, cualquiera, que me libre de salir del mercado sexual).

 

210. Una de las muy pocas clases memorables de literatura que recibí en la universidad me la dio Felipe Ardila, en algún semestre del pregrado. Nos habló ese día de ‘constructos ideológicos’ y nos deslindó la diferencia que puede (pue-de) existir entre el concepto que nos formamos de alguien -un compañero de oficina, un vecino- y en lo que aquel sujeto se transforma en otros ámbitos. Piensen ustedes -nos dijo- en la mujer más apreciada por todos sus colegas gracias a las virtudes de que hace gala en el trabajo, en donde con el tiempo empieza a correr el rumor fundado de que esa misma persona tan meritoria, no bien traspone la puerta de su casa, azota a los hijos y machaca a las mascotas ante el pasmo y la irresolución del calzones que tiene por marido. O en -les digo- un militar de rango que humilla y maltrata a sus subordinados, que le tienen a él el mismo miedo que él le tiene a la fiera con que se casó y desde entonces lo domina.

 

Pues bien; desde aquella mañana me hice tan consciente de esta realidad que no hay persona a la que oiga o escritor al que lea sin que me cuestione cuánto de lo que oigo y leo será como me dicen, cuánto estará distorsionado por hechos que en ese momento desconozco y cuánto es infamia pura. Y si cultivo una relación física con el que oigo o inmaterial con el que leo, estoy siempre al acecho de sus palabras y sus actos (en el segundo caso el sustantivo debe ir entre comillas), no necesariamente para condenar o censurar flaquezas aunque sin falta para ir desvirtuando, confirmando y reacomodando el ‘constructo ideológico’ que de Equis o Ye persona me forjé cuando la conocí.

 

“…Y ahí, mi perro es lo más importante que hay. Le explico cuál ha sido el texto, paseamos juntos, nos hablamos… En serio, mataría a los que maltratan a los animales. Lo digo con toda la tranquilidad. ¡Es algo que me horroriza! Y nuestra civilización lo hace a grandísima escala. En los ojos de un animal que os ama y al que amáis hay una comprensión de la muerte de la que carecemos. Los ojos de mi perro esconden algo que comprenden muy bien; tal vez lo que me va a pasar. Cuando vuelvo a casa, siempre me espera cerca de la puerta. ¿Por qué? ¿Cómo hace para saber que estoy llegando? Probablemente, si nos ponemos augustocomtianos, positivistas a ultranza, diríamos que es porque se desprende un olor de espera. Puede ser. ¿Sabe usted que un perro tiene todo un vocabulario de olores, que percibe diez mil olores que nosotros no podemos conocer? Y cuando preparo mi pequeña maleta de viaje, se pone debajo de la mesa y me mira con unos ojos de reproche indescriptibles. ¡Es tan bonito vivir con un animal! Esas telepatías son realmente interesantes. Ya sé que deberíamos sentir un gran amor por los seres humanos. Pero a veces me resulta muy difícil.”

 

“…Los pájaros no cantan por cantar. En medio de su algarabía cada trino o tuit tiene una función y responde a una necesidad. Los pájaros cantan para marcar territorio, para alertar de la presencia de un depredador, para atraer a las hembras con la intención de celebrar unas nupcias arrebatadas, o simplemente para no perder el contacto con el grupo a la hora de emigrar. El leve gorjeo de los polluelos recién nacidos en el nido del jardín se debe a su interés por llamar la atención de la madre o a la disputa por el gusano que ella trae en el pico para alimentarlos. Se trata de una comunicación pura, esencial y concreta. No sucede lo mismo con los humanos que no cesan de hablar por hablar para nada. En medio del jolgorio que arman al amanecer cada especie de pájaro se expresa en su propio idioma. Ignoro si existe una traducción simultánea que les permita a las aves migratorias que llegan de países lejanos entenderse con las que habitan este territorio todo el año. Me gustaría saber si las golondrinas africanas conocen el lenguaje de los mirlos españoles, si el cántico del ruiseñor enamorado en las noches de mayo es capaz de atraer a hembras de otra especie. El aire es un pentagrama lleno de notas musicales, blancas, negras, corcheas, semicorcheas, fusas y semifusas y las aves, según cada clase, las interpretan como si se tratara de una partitura escrita por Pitágoras y extraen de ella las melodías necesarias para sobrevivir más allá de la belleza. ¿Qué es un tuit? Puede ser un acorde de Bach si lo emite un jilguero o un rebuzno que ensucia el aire si lo lanza cualquier asno humano.”

 

“…¿De qué hay que liberar a los animales? ¿De la evolución de las especies? ¿De las leyes de Mendel? No, deben ser liberados del yugo humano: se trata de abrirles la jaula. Fuera de la jaula y lejos del pastor podrán dedicarse a su libertad, es decir, a ser lo que la naturaleza ha dispuesto para ellos: al principio quizá algunos estén un poco desconcertados, el chihuahua, por ejemplo, pero se irán acostumbrando. Los humanos, que tantas nuevas familias zoológicas han criado y con tantas han convivido, siempre fueron sus enemigos. El nuevo imperativo moral es: ‘Obra de tal modo que todo ser capaz de sentir sienta lo que más pueda agradarle, sin interferencia tuya negativa’. […]

[…] Singer condena el especismo ético, es decir, preferir moralmente nuestra especie a las de los otros seres vivos. Pero es que en eso consiste precisamente la ética, en el reconocimiento humano de lo humanamente libre y responsable en el confuso tapiz de los efectos y las causas. Fue tarea de Kant racionalizar el especismo estableciendo que para el ser humano la humanidad siempre será un fin y nunca un medio. Hay que ser humanitario con los animales, pero humano entre los humanos.”

 

Y bien…, tres opiniones de tres sabios a los que mucho debo y a los que leo con regularidad y desde hace tiempo. Uno que por desgracia (para mí, claro) ya murió y al que nunca le voy a poder agradecer en persona toda su sabiduría y lo que mis recursos de lector alcanzan a juzgar su coherencia ética; un segundo que cumplió recientemente ochenta y siete años de edad y con el que temo que me ocurra exactamente lo que con su par intelectual y “moral”; y un tercero con el que mucho conflictúo y cuyo ‘constructo ideológico’ me ocasiona dudas que algo me mortifican y mucho me estimulan.

 

A él en particular, como a los terroristas de la política -ETA, Farc, ELN- o a los sabihondos de la pedagogía y la educación -científicos y expertos se hacen llamar-, le recrimino que se sienta el dueño de la verdad revelada sobre aquello tan subjetivo y espinoso que es la ética, y que lo vocifere con la misma sobradez con que los unos -los matones- pretenden enseñarle al resto del mundo de qué van la democracia con sus múltiples intríngulis y los otros -los insulsos del enrevesamiento académico-, narcotizados con sus vaciedades teóricas, quieren hacernos creer que la escuela sobre la que legislan es lo que fantasean que es gracias a ellos y no la calamidad que en realidad es y en gran medida por su culpa. Posiblemente nuestro tercer hombre, no obstante su suma sabiduría y sus casi setenta y seis años de vida, desconozca que esta mujer humilde a la que cada mañana veo (por la ventana abierta en que me fumo un cigarrillo y me tomo un tinto) dándole de comer a un animalito callejero tal vez distinto, tal vez el mismo, y que los tres señores que la semana pasada abandonaron por separado la cama en plena noche y en medio de una borrasca típica de Mariquita para auxiliar a un cuarto vecino al que la lluvia y los vientos lo acababan de dejar con casa pero sin tejas ponen en marcha sus muy personales formas de sentir lo ético sin que jamás hayan leído o vayan a leer nada al respecto y muy seguramente sin saber siquiera que existe algo con ese nombre. Que la ética sea algo tan importante y singular para esas cuatro personas, para los dos primeros sabios, para el tercero y para mí, teoricemos o no al respecto, hace que me cuestione hasta qué punto es conducente pasarse la vida instruyendo a los demás con libros y artículos cuya elaboración acaso no deje tiempo y espacio suficientes para exámenes rigurosos de conciencia y, peor aún, para poner por obra toda la palabrería con que se construyeron capital y prestigio.

 

211. ¡Que vivan, que vivan Beecher Stowe y su panfleto, imprescindible por valiente!:

 

“…--Señor Wilson, sé todo esto --dijo George--. Sí que corro un riesgo, pero… --abrió de repente el abrigo para mostrar dos pistolas y un cuchillo de caza--. ¡Ahí está! --dijo--, estoy preparado para ellos. Jamás me iré al sur. ¡No! Llegado el caso, me ganaré por lo menos seis pies de tierra gratis, ¡la primera y la última tierra que posea jamás en Kentucky!

--Ay, George, ése es un estado de ánimo muy malo; se aproxima a la desesperación, George. Me preocupas, quebrantando las leyes de tu país.

--¡Mi país de nuevo! Señor Wilson, usted tiene país, pero ¿qué país tengo yo o los que, como yo, han nacido de madres esclavas? ¿Qué leyes hay para nosotros? Nosotros no las hacemos ni damos nuestro consentimiento; no tenemos nada que ver con ellas; todo lo que hacen por nosotros es aplastarnos y mantenernos aplastados. ¿No he oído sus discursos del 4 de julio? ¿No nos dicen a todos, una vez al año, que los gobiernos reciben su legítimo poder del consentimiento de los gobernados? Los que oyen estas cosas, ¿es que no saben pensar? ¿No saben atar cabos, para ver lo que significa? […]

--Oiga usted, señor Wilson --dijo George, acercándose y sentándose enfrente de él--, míreme un momento. Sentado aquí delante de usted, ¿no soy un hombre exactamente igual que usted? Míreme la cara, míreme las manos, míreme el cuerpo --y el joven se estiró con orgullo--; ¿por qué no soy yo tan hombre como cualquiera? Bien, señor Wilson, escuche usted lo que voy a decirle. Yo tuve un padre, uno de sus caballeros de Kentucky, que no me apreciaba lo suficiente para evitar que me vendieran con sus perros y sus caballos para saldar las deudas cuando se murió. Vi a mi madre en una subasta del sheriff, con sus siete hijos. Nos vendieron ante sus ojos, uno por uno, todos a amos diferentes, y yo era el más joven. Ella se puso de rodillas ante mi antiguo amo y le suplicó que la comprase conmigo, para tener por lo menos uno de sus hijos con ella, y la apartó de una patada de su pesada bota. Lo vi hacerlo y lo último que oí fueron sus gemidos y gritos cuando me ataron al cuello de su caballo para llevarme a su finca.

--¿Y después?

--Mi amo negoció con uno de los hombres y compró a mi hermana mayor. Era una chica buena y religiosa, miembro de la iglesia Baptista, y tan guapa como lo había sido mi madre. Estaba bien instruida y tenía buenos modales. Al principio, me alegré de que la hubiera comprado, pues así tendría a una amiga cerca. Pero pronto me lamenté. Señor, he estado en la puerta oyendo cómo la azotaban, sintiendo como si cada golpe cayera sobre mi corazón desnudo, y no podía hacer nada para ayudarla; y la azotaban, señor, por querer llevar una vida decente y cristiana, tal como sus leyes no permiten que viva una esclava; y finalmente la vi encadenada con la cuadrilla de un tratante destinada a ser vendida en el mercado de Nueva Orleans, y todo por aquel motivo, y no he vuelto a tener noticias de ella. Bien, pues me hice mayor, pasaron años y años, sin padre, sin madre, sin hermana, sin un alma que me quisiera más que a un perro; sin nada más que azotes, broncas y hambre. Señor, he pasado tanta hambre que he comido a gusto los huesos que tiraban a sus perros; sin embargo, cuando era un crío y me quedaba noches enteras despierto llorando, no lloraba por el hambre; no lloraba por los azotes. No, señor, lloraba por mi madre y por mis hermanas, lloraba porque no tenía a nadie que me quisiera sobre la tierra. Jamás conocí el significado de la paz o el consuelo. Jamás me dirigieron una palabra amable hasta que fui a trabajar en su fábrica. Señor Wilson, usted me trataba bien; me animaba a mejorarme, a aprender a leer y a escribir e intentar ser algo en la vida, y Dios sabe cuánto se lo agradezco. Luego, señor, conocí a mi esposa; usted la ha visto y sabe lo hermosa que es. Cuando supe que me quería, cuando me casé con ella, apenas creía que estaba vivo por lo feliz que me sentía; y, señor, es tan virtuosa como bella. Y entonces, ¿qué? Entonces va mi amo y me aparta del trabajo y de mis amigos y de todo lo que me gusta y me reduce a nada. ¿Y por qué? Porque, dice, he olvidado quién soy, dice, para enseñarme que sólo soy un negro. Al final, lo último de todo, viene y se interpone entre mi mujer y yo y dice que tendré que renunciar a ella para ir a vivir con otra mujer. Y las leyes de ustedes les permiten hacer todo esto, a pesar de Dios y del hombre. ¡Dése cuenta, señor Wilson! No hay ni una sola de estas cosas que han roto el corazón a mi madre, a mi hermana, a mi esposa y a mí que no sancionen sus leyes y permitan hacer a todos los hombres de Kentucky sin que nadie les pueda decir que no. ¿Y las llama usted las leyes de mi país? Señor, no tengo país como tampoco tengo padre. Pero voy a tener uno. No quiero nada del país de usted excepto que me deje en paz, que pueda abandonarlo pacíficamente; y cuando llegue al Canadá, donde las leyes me reconocerán y me protegerán, ése será mi país, y acataré sus leyes. Pero si algún hombre intenta detenerme, que tenga cuidado, pues estoy desesperado. Lucharé por la libertad hasta el último aliento. Dice usted que lo hicieron sus antepasados; si fue lo correcto para ellos, ¡es lo correcto para mí!”

 

Saco cuentas y me digo que si al menos un diez por ciento de los dizque ocho mil millones que somos fuéramos auténticos Georges Harris y Harriets Beecher Stowes, ¿estarían las cosas como están y serían como son? Si de los más o menos cuarenta millones de afganos que viven en el país, cuatro millones estuvieran dispuestos a inmolarse y a caer como moscas si toca, ¿qué tiranía armada hasta los dientes le podría plantar cara a semejante turba? Pero como los Navalnis rusos o bielorrusos o venezolanos o cubanos o lo que sea no llegan ni en sueños a un uno por ciento, ¿qué? Cuatrocientos mil afganos resueltos a todo y provistos de cuchillos, palos, piedras y lo que se les atraviese, ¿no harían salir pitando a la plaga talibana, que no tendría ni con mucho balas suficientes para matar a una décima parte? De modo que sí: el mundo es lo que es y siempre ha sido y jamás va a dejar de ser porque un noventa y siete por ciento de los que lo pueblan está constituido por cobardes tipo el Wilson este (a él y a los como él se les abonan, faltaría más, la bondad y la generosidad por demás tan escasas) y el restante 2,9 por ciento por hijueputas fuera de serie tipo Putin y al-Assad. ¿Qué nos queda, entonces?: la resignación más absoluta y nada distinto a eso. Ah, bueno: también la rabia y el odio.

 

212. Leo, Irenita, el último capítulo del apartado que precede a uno titulado ‘Atrévete a recordar’ y que figura bajo el número 47, y hago votos por que un día la historia cuente que en el siglo XXI y parte del XX, superando en fundamentalismo a los dogmas religiosos y políticos de siempre, fueron las universidades -no las facultades de ciencias (o no tanto), sí las de humanidades y afines- quienes propagaron e inficionaron el mundo con ideas descabelladas y teorías a cuál más intolerante que disfrazaban de “igualitarismo”; que, como los bárbaros contra Roma, ellas -la sal que se corrompe- vetaban autores y señalaban libros y hacían caer en desgracia a vivos y a muertos (de Quevedo a Woody Allen) mediante la acusación peregrina y ramplona de misoginia o racismo. Claro que para serte del todo sincero, lo que de verdad quisiera no es que el futuro condene sus desmanes y a los perpetradores sino que los que nos dolemos de las vesanias de los pseudoeducadores los pongamos en evidencia y los desalojemos de cátedras y campus. A gorrazos si toca.

 

213. ¿Cómo? ¿Que yo qué, mujer? ¿Que yo tengo moza, dicen los maledicentes? ¿No será más bien que los que me acusan sufren de diplopía?

 

214. Es tal el desequilibrio en la balanza de la justicia que a cualquier hombre que hoy insulte, golpee o mate a una mujer lo pueden meter preso por misógino o por misógino y feminicida, mientras que a una mujer que insulte, golpee o mate a un hombre jamás la tildarían de andrófoba o de “masculinicida” y, si la meten presa, se toman en consideración todas las circunstancias atenuantes de que se pueda echar mano para favorecerla. Supongan ustedes que mi esposa llega a casa luego de una jornada laboral extenuante y con lo que se topa no bien sube a la alcoba matrimonial es con su marido revolcándose con su hermana de ella y no precisamente en la alfombra. Que, transfigurada por la ira, me apuñala sólo a mí y hasta la muerte. ¿Aceptarían ella y sus congéneres feministas que se le endilgara un delito motivado por su supuesto odio a los hombres cuando de lo que se trató fue de un homicidio (¿pueden creer ustedes, colegas varones, que la RAE y nuevamente los jueces hablan de uxoricidios y feminicidios pero de nada en absoluto que nomine el caso contrario? ¿Y no dizque las invisibles son ellas?)? ¿Cierto que no, estimadas amigas? ¿Y entonces por qué se gradúa de misógino y feminicida al marido que, transfigurado por la ira, apuñaló hasta la muerte a su mujer cuando la encontró revolcándose con su hermano de él en la alcoba matrimonial y no precisamente en la alfombra? ¿Por qué no se lo llama de entrada también a él, en aras de la imparcialidad, homicida?

 

Pero como no más quejarse no sirve de nada, quiero valerme de la literatura para intentar poner algunas cosas en su sitio… a ver si de pronto llega el día en que siquiera los que absuelven y condenan obran con la ecuanimidad que de ellos se espera.

 

Tres machistas: Juan Pablo Castel, Gregorio Magno Pontífice Camargo y Knils Erik Bjurman. Un feminicida probado y uno posible: Gregorio Magno Pontífice Camargo y Juan Pablo Castel respectivamente. Dos misóginos probados: Nils Erik Bjurman y Gregorio Magno Pontífice Camargo. Dos hijueputas con todas las letras -el primero me cae gordo y el segundo hasta simpático-: Nils Erik Bjurman y Gregorio Magno Pontífice Camargo. Tres personajes a cuál mejor logrado y en contrapunto con sendos personajes femeninos a cuál mejor logrado, los seis construidos por tres novelistas de puta madre y los tres hoy muertos aunque tan vivos -en este corazón y en esta mente- cuanto sus criaturas.

 

215. Que veintiséis años después de que a García Márquez ‘se le chispoteara’ con su propuesta-exabrupto en relación con la gramática y la ortografía españolas, salga Martín Caparrós con que “quizá llegó la hora de empezar a pensar un nombre para esa lengua -y no vayan a creer ustedes que habla del inglés- que no sea el nombre del país que la impuso”, o sea el de España, a mí me reconfirma en la certidumbre de que incluso los encéfalos más solventes entre los creativos y pensantes se despiertan de cuando en cuando ávidos de renegar de su talento y fama: “Un nombre común, si se puede -sería bueno subrayar esa originalidad absoluta, 20 países capaces de entenderse en una lengua-, pero uno que no sea el nombre de uno, el nombre de otro. Yo, por supuesto, propondría el que uso desde hace unos años: ñamericano. Donde la eñe, ese estandarte de nuestro idioma, modifica la noción de americano para volverla nuestra. Pero esa es solo una opción mala. Seguro que puede haber mejores: la cuestión es decidirnos a buscarla. Y así, algún día, sabremos qué idioma hablamos, cómo se llama nuestra lengua”.

 

¿Pero cómo se le va a ocurrir a usted, un tipo capaz de sacarse del magín las ‘Crónicas Sudacas’ y ‘El mundo entonces’, venir a darles pábulo a todos esos Pauls B. Preciados que andan por ahí sueltos y desatados triplicando géneros y degenerando gramáticas, con semejante “boludez”? ¿Acaso no le alcanza toda esa inteligencia que despliega en tanto de lo que dice para figurarse el talante de la discusión, en pleno Medioevo Científico y Tecnológico: “el nombre que se escoja tiene que ser como yo, o sea no binario”; “pero empezamos mal porque ‘nombre’ es un sustantivo masculino y eso es sexista”; “sí, español y castellano no porque encima de que celebran al invasor son nombres masculinos, lo cual quiere decir que lo femenino se sigue invisibilizando”; “claro, ustedes las mujeres biológicas y caucásicas pensando sólo en lo femenino, ¿y lo trans melanínico qué?”; “¡eso, eso es!: nosotres creemos que ustedes son tan machistas y excluyentes como el heteropatriarcado invisibilizador y emasculador del igualitarismo que sólo nosotres entendemos y/o defendemos…”?

 

Claro que si está tan convencido como parece de las bondades de la propuesta, échele pa’lante que no le van a faltar loquitos y desocupados que le cojan la caña, como se dice en Colombia; donde, a propósito, siempre se ha llamado español al español con la mayor naturalidad y sin resentimientos extemporáneos de país colonizado. Incluso hoy, cuando lo que se habla y en lo que se garrapatea ya no es el idioma que nos legaron don Quijote y Sancho sino un emplasto constituido por cada vez más léxico y sintaxis ingleses y por consiguiente llamado espánglish, así se lo sigue llamando: español y, sólo raras veces, castellano, palabra que acaricia de tan eufónica.

 

216. Compro serenidad al precio que sea.

 

217. Recuerdo cuando Orfi -sabia como siempre ha sido-, viéndome fumar a mis escasos quince o dieciséis años, me decía sin la menor contemplación: “Si supiera lo ridículo que se ve con ese cigarrillo en la mano, lo apagaría y no volvería a fumar nunca más”. Yo la maldecía por dentro y, claro, seguía fumando como si tal cosa pero atormentado por su incomprensión. ¿Y por qué no le decía lo mismo o pensaba -porque no lo pensaba- lo mismo de mi hermano, que también a veces fumaba delante de ella y era apenas dos años y medio mayor que yo? Pues porque él (lo hemos conversado luego riéndonos) ya ayudaba a sostener la casa y había empezado la universidad.

 

Y hablando de la universidad, recuerdo el día que les dije en la Pedagógica a un par de pimpollos bastante maleducados y sobradores que acababan de sacarse la cédula de ciudadanía y de matricularse en un programa llamado Educación Comunitaria, que si supieran lo ridículos que se oían impostando voces de intelectuales y citando a cada momento los cuatro o cinco titulitos que “conocían”, se flagelarían una vez en casa y se prometerían humildad y ahora sí estudio serio y constante. Supongo que sintieron lo que yo hacia mi madre y aun ganas de matarme allí mismo, pero desconozco si a ellos también se les dibuja hoy esta sonrisa que a mí se me dibuja mientras lo escribo y evoco. Vaya uno a saber: de pronto hasta lo hayan tenido que revalidar en alguna clase con alguna versión circular de la insolencia inteligente que a los que nos ganamos la papa entre aulas universitarias nos desaira siquiera una vez en la vida.

 

218. Bendito sea el dedo salvífico de Carl Weiss, quien justo a tiempo apretó el gatillo y así impidió que un Trump en ciernes llamado Huey Long siguiera ascendiendo peldaños y más peldaños con rumbo a la Casa Blanca. Lástima que los ucranios, georgianos, chechenos y rusos víctimas de Putin, los bielorrusos y ucranios víctimas de Lukashenko, los honkoneses, taiwaneses y chinos víctimas de Xi y los que lo precedieron, los nicaragüenses, venezolanos y cubanos víctimas de sus dictadores y los sirios víctimas de al-Assad y su cochina súcuba no hubieran corrido con la misma suerte que los estadounidenses de entre guerras. Porque los estadounidenses de hoy, unos por una mezcla letal de ignorancia y estupidez o desvergüenza y temeridad, y los otros por una combinación no menos venenosa de irresolución, permisividad y ausencia de cálculo parecen complotados para que Donald Trump los vuelva a gobernar a partir de 2024 y la feliz ucronía aquélla le ceda su sitio a la segunda y definitiva temporada de una distopía que nada bueno augura. Nada.

 

219. En política -y a la final en nada-, no hay que temerles a los vaticinios. La Colombia de hoy -que es la de siempre- se planta ante un camino que se bifurca o, bien mirado, se trifurca.

 

Ya se empiezan a oír, a babor, las voces de los que aducen que nadie nace aprendido y que por lo tanto esta primera presidencia de la izquierda es un periodo de aprendizaje, que va a ser en un segundo mandato cuando se puedan poner por obra las promesas descoyuntadas y no en pocos casos impracticables con que desde siempre ella -la de acá, que en nada se asemeja a la uruguaya o a la chilena y en todo a la argentina y la boliviana- ha engatusado a los adeptos y a los incautos; mientras que a estribor, los otros fanáticos, los del uribismo con un Uribe que de momento se mimetiza y disfraza de respetuoso del desgobierno actual, claman a gritos por un cambio de rumbo, como si hubiera habido un rumbo cuando ellos mandaban o lo hubiera ahora. De prosperar esta suerte de pacto tácito entre unos y otros, el país se vería abocado a un como segundo Frente Nacional en el que la izquierda improvisadora y mendaz culpa a la derecha insaciable y marrullera de su ineptitud e ineficiencia y ve cómo se le escapa el poder cuatro años durante los que dizque se prepara para ahora sí hacer lo que no sabe hacer pero la vuelven a elegir una segunda y una tercera vez a ver si ésta es la vencida tras cuatro, tras ocho años en que la derecha no hizo más que robar y asfixiar económicamente a los de siempre, que tampoco encuentran en el petrismo de 2050 las soluciones por las que votaron en 2022.

 

Pero también puede ocurrir que los de un extremo o los del otro, tan sumamente parecidos en las formas y en el fondo, se cansen de enseñarse los dientes y resuelvan pasar a la acción mediante un autogolpe de Estado a lo Pedro Castillo, o a lo Pinochet con Bukele como norte inmediato. ¿Y la prensa? Salvo honrosísimas excepciones, haciéndoles de idiotas útiles a los unos -verbigracia Daniel Coronell, Cecilia Orozco Tascón y María Jimena Duzán al presidente y a los suyos con su hasta la fecha (22 de abril de 2023) renuncia a la investigación y la denuncia que, en cambio, siguen practicando con todo rigor con la contraparte- o maniobrando -verbigracia Vicky Dávila, Mauricio Vargas y María Isabel Rueda- directa y desembozadamente a favor de la godarria… de la otra godarria, quiero decir. ¿Y el centro? Tan decentito, timorato e invisible como sus votantes. ¿Y el barco? Sin que zozobre pese a todo aunque a la deriva porque los dos capitanes que se lo disputan viven, como sus tripulaciones y el pasaje entero, borrachos de poder o de ansias de poder, de fanatismo o de oportunismo y siempre siempre de estupidez, obstinación y credulidad.

 

220. Ya somos dos -de entre millardos pudibundos que lo practican pero lo niegan-, Juanjo hijuemadre, ya somos dos: “Me debato entre matar a un gilipollas o dejarlo vivo. Hablo en términos imaginarios, claro, porque el crimen, a este lado de la realidad, conlleva penas de prisión durísimas. […] En cualquier caso, mato siempre a distancia, con enfermedades que provoco con el pensamiento. Ya sé que el pensamiento mágico no funciona, tan poco estoy tan mal, pero yo me hago la ilusión de que sí, de modo que, aunque el muerto siga vivo, para mí es un difunto. […] Pocos días después, a través de unas personas que lo conocen, me entero de que acaban de diagnosticarle una enfermedad terminal muy dolorosa. Significa que el pensamiento mágico funciona de forma intermitente, ahora sí, ahora no. Utilícenlo ustedes con cordura, con racionalidad”.

 

Corrijo: no somos dos sino tres, porque yo se lo aprendí a un genio como usted del lenguaje, quien como yo en lo único que discreparía de su confesión es en la templanza del consejo. Si la vida nos alcanza, una tarde de estas le presento al gran Fernando Vallejo; claro que si logro dar con él, pues lamentablemente lleva años haciendo de ventrílocuo de sí mismo en auditorios concurridísimos donde lo insultan y lo aplauden a rabiar y entre periodistas de emisora de radio y canal de televisión que si lo leen no lo entienden pero invariablemente lo jalean para que haga reír o maldecir a sus audiencias. Las cuales, huelga aclarar, tampoco pueden soñar siquiera con izarse hasta las alturas irremontables de sus diatribas e invectivas acres e hilarantes aunque, por sobre todo, lúcidas.

 

221. Sin saberlo, acaba de responder usted por mí, Hetícor, a los que me preguntan la razón -son muchas y convergen en lo que a continuación su artículo plantea impecablemente- de mi renuncia prematura a la docencia, por la que nunca voy a dejar de sentir toda esta nostalgia que a diario siento:

 

“…Mi sensación es que nos estamos convirtiendo en un mundo de zombis (cuanto más jóvenes más zombis) gobernados por y sumergidos en el mundo virtual, ajeno a este de caliente sangre en que ya son muy pocos los que viven. No caminamos guiados por el sentido de la orientación, sino por Google Maps; manejamos el carro sin un mapa interior, siguiendo las instrucciones de Waze; los restaurantes, bares y cafés no nos los aconseja una amiga que los ha probado, sino una app que se limita a sugerirnos el lugar que más paga por estar ahí.

Veo pasar al menos tres generaciones (los de 15, los de 30, los de 50) con la nuca torcida, las cervicales arruinadas y la joroba permanente, todos doblados hacia adelante mirando a toda hora y casi sin tregua el celular, y enfrascados, por lo que alcanzo a ver, no en lecturas ni en conocimiento sino en jueguitos luminosos multicolores, en verificar interacciones ególatras o en enterarse de tonterías sin número por el rollo infinito de las redes sociales. Si están tecleando, lo que ocurre también, es para hacer de afán cosas que parecen urgentísimas e impostergables, por idiotas que sean. Como dice Adam Grant, estamos ‘agobiados por hacer las cosas ya mismo, en vez de hacerlas bien’.

Sueño con asistir a algún almuerzo en el que a todo el mundo se le exija ir sin celular o con el aparato apagado y confiscado a la entrada. Quisiera gente que se demorara un mes en contestar un mail, o tan siquiera ocho días, pero con una carta bien escrita y bien pensada. Estoy muerto de sed de lentitud y de conversaciones reales y en directo, cara a cara, gesto a gesto, voz a voz.

[…] Mis amigos menos insensatos han prescindido de las redes sociales y de los chats; miran una vez cada dos días el correo electrónico; leen siempre en papel; escogen rutas y sitios para ir con su propio olfato y su propia intuición. Los más sabios han renunciado por completo al celular. Los sensatos y los sabios, últimamente, son los únicos, alrededor, con quienes converso y no me parece estar hablando con unos completos zombis de un mundo lejano, paralelo e irreal”.

 

De manera que cuando alguien se vuelva a interesar por mi deserción, le hago llegar esta columna suya, llamo por teléfono a Coetzee para que él me haga el favor de hablar con el protagonista de Desgracia (sí, ese que a principios de la novela es profesor de un grupo de zombis universitarios anteriores al celular) para ver si el man permite que el interesado visite su aula un par de veces -con media basta- y éste se esfuerce en imaginar lo que resultaría de aquella clase si a las lumbreras que ofician (mientras dormitan y rememoran la farra del fin de semana) de auditorio del perseguido por el ultrafeminismo académico se les pone en la mano una de esas pantallas que a mí me forzaron a pensionarme anticipadamente, a usted infiero que a vivir en una especie de ostracismo social involuntario y a ambos a quejarnos y refunfuñar como dos ancianos que todavía no somos.

 

222. Me dijeron que definiera a Claudia López y a Gustavo Petro en tres palabras. Me demoré menos que cuando le respondí que me fascinaba a una estudiante que una tarde luminosa me preguntó, a quemarropa, “Profe, ¿yo te gusto?”: Postureo, megáfono y Twitter.

 

223. Entre los logros de la narrativa contemporánea respecto de tantos clásicos decimonónicos y anteriores, ninguno como la derrota del maniqueísmo moral y estético en que incurrían, sin pudor, sus autores. En sus cuentos y novelas, los malos son malos sin atenuantes a más de feos como corresponde, mientras que la bondad de los buenos es tan infinita y límpida como los ojos y las facciones que adornan sus fisonomías. Leo por ejemplo ‘La colonia cuáquera’, el capítulo XIII de La cabaña del tío Tom y me parece estar entre un grupo de cristianos presididos por mi hermano y su mujer, todos tan satisfechos y convencidos de su superioridad moral y bonhomía cual si se tratara de un grupo de buenistas de la izquierda pacifista, igualitarista y progresista que prueba su coherencia ideológica apoyando cuanta causa noble la convoca. Entre las últimas, el empeño del bueno de Petro para que las sanciones de todo punto injustas que pesan sobre los demócratas Cabello, Maduro y Díaz-Canel se levanten y se les dé a Venezuela y Cuba el trato que sus democracias ejemplares reclaman, o los desvelos de Lula por acallar la guerra fratricida entre ucranios y rusos que desató la maldad de Occidente personificada en -¿quién si no?- el imperio yanqui y la OTAN subalterna. Menos mal que, superado cada nuevo rapto febrático de ternura, Beecher Stowe recobra, tarde o temprano, la compostura y torna a la realidad. Los otros nunca.

 

224. ¿De verdad quieren saber de dónde surgieron los culebrones venezolanos, mexicanos y los turcos tan exitosos hoy por hoy? Pues hagan el favor de no cerrar todavía la novela de Beecher Stowe y lean el capítulo XIV. Les prometo que cuando descubra el porqué los colombianos somos, amén de potencia mundial del mal y la corrupción, superpotencia en patinaje y telenovelas de calidad, les mando un WhatsApp con la respuesta.

 

225. Me da pena seguirlos fastidiando con requerimientos de lectura, pero ¿qué le vamos a hacer si así son los clásicos?: porfían, tozudos, en que uno piense y piense y no deje de hacerlo ni cuando cierra el libro. Gracias al capítulo XV de La cabaña del tío Tom, me acabo de convertir al fanatismo feminista más ultra de nuestro Occidente actual. ¿Y cómo podría no hacerlo viendo la vida desgraciada que llevan la pobre Marie y todas las demás mujeres de esa casa en la que impera un macho que ejerce el patriarcado con menos miramientos que Zelenski el invasor? Maldito de mí y de mi ceguera, que durante cuarenta y casi nueve años me mantuvo ignaro de una verdad que me negaba a aceptar: jamás ha habido, como lo prueban todos los personajes masculinos de Beecher Stowe, hombres que no se sirvan de las mujeres para explotarlas y humillarlas, de lo que tiene la culpa la suma candidez de cada corazón femenino. No es sino que averigüen quiénes son y qué hacen Rosario Murillo, Marine Le Pen y Asma al-Assad para que como a mí se les descorra la venda que probablemente llevan sobre los ojos. Nota: me vi tentado de remover uno de los tres nombres de la ilustre terna para poner el de la “filántropa y activista” doña Verónica Alcocer, que va juntando méritos para que se la tenga en cuenta, pero temí ser injusto. De todas formas, quiero que sepa nuestra primera dama que no les quito el ojo de encima ni a ella ni a sus desvelos por hacer del mundo el remanso de paz y justicia con que sueña su prohombre.

 

226. ¡Su atención, teóricos, teóricas y teóriques de la inclusión y el igualitarismo, que se dirige a ustedes una inmortal!:

 

“Una risa alegre se oyó desde el patio a través de las cortinas de seda del porche. St. Clare salió, apartando la cortina, y se rió también.

--¿Qué ocurre? --preguntó la señorita Ophelia, acercándose a la barandilla.

Allí estaba Tom, en un musgoso banco del patio, con todos y cada uno de los ojales repletos de jazmines y Eva, riendo alegremente, le colgaba del cuello un collar de rosas; después se sentó en su regazo, aún riendo como un gorrión.

--¡Ay, Tom, qué gracioso estás!

Tom tenía una sonrisa benévola y serena y parecía disfrutar de la diversión a su manera tanto como su pequeña ama. Levantó la vista cuando vio a su amo con un aire algo molesto de disculpa.

--¿Cómo puedes permitírselo? --preguntó la señorita Ophelia.

--¿Por qué no? --preguntó St. Clare.

--Pues, no sé, me parece terrible.

--No te parecería mal que un niño acariciara a un gran perro, aunque fuese negro; pero te estremeces ante la idea de acariciar una criatura que piensa y siente y razona y es inmortal; reconócelo, prima. Sé muy bien lo que sentís vosotros los norteños. Y no quiero decir que sea una virtud que nosotros no lo compartamos, sólo que aquí la costumbre hace lo que debería hacer el cristianismo: eliminar el sentimiento de prejuicio personal. A menudo he observado en mis viajes al Norte que este sentimiento es mucho más fuerte en vosotros. Os repugnan como si fueran serpientes o sapos, y sin embargo os indignáis por las injusticias que sufren. No queréis que abusen de ellos, pero no queréis tener nada que ver con ellos personalmente. Los mandaríais a África, donde no los podríais ver ni oler, y luego enviaríais un misionero o dos para que se sacrificaran elevándoles el espíritu rápidamente a todos. ¿No es cierto?...”

 

Sí que lo es, estimados St. Clare y Harriet Beecher Stowe, sí que lo es. Y ellos, nuestros norteños modernos, llámense catedrático de facultad de humanidades, conferencista defensor de los derechos de las minorías, activista en favor de los excluidos y los nadies, político progresista y hasta escritor progre de prestigio saben que de lo que se trata ahora y siempre aunque más ahora que siempre (por aquello de la “visibilidad” que otorgan las pantallas) es de figurar con la bandera de la justicia social bien en alto y de publicar -los que pueden o los que se atreven- artículos y ensayos que dejen bien claro que se es, como el personaje femenino del diálogo, todo un paladín de los desde siempre postergados. Pero como en todas partes “se cuecen habas”, otro día les refiero a ustedes dos y al tío Tom las experiencias amables y bellas que también he tenido en los lugares donde he estudiado y trabajado, y con seres humanos que en su vida han publicado un solo paper sobre igualitarismo o inclusión, muy seguramente porque por practicarlos no les queda tiempo para escribir. De momento, confórmense con un par de nombres que bendigo y reverencio: el de doña Louise de Morales y el de la doctora Carmen Cecilia Noguera, a quienes tuve la dicha de conocer en el Colombo Americano y en la Sergio Arboleda.

 

227. Revisen, por favor, la escena con que comienza el diálogo de la cita anterior y díganme. ¿De qué delito o delitos se acusaría hoy al papá de Eva, o sea a St. Clare, si esa foto cayera en manos de los paranoides que hoy ven en cada hombre y en todos salvo en sí mismos a violadores potenciales? ¿De inducción a la prostitución infantil o directamente de pederastia y trata de blancas (y vaya si la niña es blanca)? Más le vale al pobre hombre que se cuide y se esconda donde mejor pueda porque de nada le va a valer que alegue que él únicamente cumplía con lo que su demiurga le ordenaba que hiciera y dijera, o que él es tan sólo una entidad de papel, o que miren lo saludable y feliz que está su hija. Y si Harriet Beecher Stowe no fuera Harriet sino Harry, caería en desgracia junto con su personaje masculino. No con el negro sino con el blanco.

 

228. ¿Ustedes no? Yo sí le otorgaría, y por unanimidad, el Nobel de Literatura al genio de la concreción que supo apresar la esencia de lo que somos los humanos en tan sólo dos palabras. “Bicho tragicómico”: la pobre mujer aquella que, buscando señal para su celular, abandonó la seguridad del hogar y se internó en el bosque, donde de un zarpazo un oso le quitó para siempre las ganas de hablar y de paso el resuello. “Bicho tragicómico”: el pobre hombre aquel que, temeroso de una posible erupción del Nevado del Ruiz, cerró su casa en el norte del Tolima y se vino a morir, no ya de erupción sino de terremoto, a la Bogotá en imparable descomposición de Claudia López. “bichos tragicómicos”: los pobres diablos que, nadando en la abundancia de sus millardos y millardos de dólares y ebrios de poder, se ven imposibilitados para sobornar a la impotencia, la desmemoria, la incontinencia y demás humillaciones de la vejez, para no hablar de la inexorable. Señores académicos: ¿no les parece que ya va siendo hora de que a España se la distinga con un séptimo galardón, que tiene nombres y apellidos propios?

 

229. Seré teratológico o lo que ustedes determinen, pero yo no veo más que compasión desesperada en la muerte anticipada de la madre del poeta Carlos Framb gracias a la ayuda de su hijo, y, no obstante algunas salvedades y matices, también en la de Elvira (de) Aguirre a manos de su padre o en la de Albanito a manos de su amigo Braulio. Sobre lo de los Goebbels, que se pronuncie el diablo.

 

230. Si alguna vez se me encomendara la difícil tarea de mostrarle a un grupo de futuros científicos las bondades de la literatura y a uno de futuros literatos las bondades de la ciencia, simplemente los junto para que lean conmigo los poemas de ‘Un día en el paraíso’ y, de entre todos y a manera de abrebocas, los títulos ‘Hermano del noble silencio’ y ‘Teoría de un encuentro’. Se trata de que antes de que se retiren del aula por última vez, unos y otros comprendan que “la ciencia sin nociones sólidas de letras está tan huérfana como éstas sin nociones científicas sólidas”.

 

231. Yo que ustedes, para zafarme de una vez por todas la nociva esperanza en un mundo mejor y más justo -menos pior y menos injusto-, me tomaría muy en serio el trabajo -el deleite- de oír con toda la atención y el discernimiento de que sea capaz a un sabio como pocos quedan, trasunto de su autora. Las coordenadas son muy sencillas: CAPÍTULO XIX: MÁS EXPERIENCIAS Y OPINIONES DE LA SEÑORITA OPHELIA. Si tras semejante descorrimiento de venda usted porfía en que “sí se puede”, declárese entonces impedido para…

 

232. Cualquiera, desde el que enseña o hace como que enseña literatura en la universidad, hasta el pretencioso que despliega un libro en un avión, en el metro o en un bus con el único propósito de captarse miradas furtivas, pasa por lector ávido, entienda mucho, poco o nada de lo que lee o finge leer.

 

233. Entre los supuestos profesionales de la lectura, léase libreros, editores, bibliotecarios, literatos-profesores, muchos hay que edifican impunemente sus discursos a partir de los comentarios, las reseñas y la crítica literaria que consumen pues no para otra cosa les da el caletre.

 

234. Todo gran escritor o buen escribidor -la diferencia puede estribar en no pocas ocasiones en la fama o en su ausencia- son necesariamente archilectores, mientras que de las habilidades lectoras de quien mal o muy mal escribe se puede dudar sin remordimientos.

 

235. Cuando un archilector descubre una veta de genialidad en lo que lee de un autor inédito y ese archilector tiene el poder suficiente para que su hallazgo cobre repercusión más allá de ciertos círculos literarios, idealmente en los medios, a aquel no más hasta ayer don nadie le esperan sorpresas sin nombre a partir de mañana mismo.

 

236. Por el contrario, cuando un autor inédito dotado de genialidad se somete al incordio de que un profesor o editor cualquiera lo lea para que lo avale o lo descarte pero resulta que el mal bicho es un mezquino y un envidioso -tipo el hideputa de ‘Obras completas’, el cuento de Monterroso- o bien un pésimo lector, todo lo que el anheloso puede esperar son batacazos incompasivos y conminaciones perentorias a cambiar de oficio.

 

237. Sólo los archilectores, que lejos están de ser infalibles o desprejuiciados, saben de verdad pa Dios por qué les gusta o les repele un título en particular o toda la obra de un autor, y si se los emplaza a explicarse no encuentran ninguna dificultad para sustentar las razones de sus filias y sus fobias. Que nos convenzan o no es un asunto por completo distinto.

 

238. Qué carajos: pisémosles los callos a los semidioses. Una pregunta para hermeneutas y archilectores: ¿cómo puede ser posible, señores, que de una misma inteligencia brote alternativamente lo mejor y más depurado de la escritura breve (‘Praga’, ‘Baudelaire: la otra revolución francesa’, ‘Gina’, ‘La promesa de lo perdido’, ‘La tormenta’…) y los clichés más guachafos, los tópicos más edulcorados, los lugares comunes más zafios (‘La hora de pasar la página’, ‘Los vientos del Pacífico’, ‘Duque’, ‘Estamos cansados’, ‘Gobernar’…)? ¿Pero es que no hay nadie que le diga a este buen hombre y mejor escritor -de literatura- que, por el bien de su obra y su legado, renuncie definitivamente a lo segundo, que se le da fatal?

 

239. De entre las afirmaciones rotundas a que son tan dados los lectores y los escritores (“porque es que Fulano lo ha leído todo, y todo es todo”, “ya no se escribe sobre sexo de la forma en que… y… lo hacían”, “dentro de muy poco tiempo se dejarán de escribir novelas porque la novela” bla, bla, bla, bla, bla), una que me irrita particularmente: “Ya nadie lee a…”. ¿Cómo? ¿Que ya nadie lee a Miguel Otero Silva, a Augusto Roa Bastos? ¡Pero si yo los leo, y con fruición!

 

Tengo para mí que quienes incurren concretamente en esta mentira en relación con autores que “ya no venden”, se equivocan precisamente por eso: porque se dejan convencer por las cifras que publican las grandes editoriales y librerías, entre las que en efecto no figuran ésos y muchos otros autores. Pero ¿y las librerías de viejo, las bibliotecas públicas, las personales y los libros que circulan gratuitamente por internet no cuentan? Ni el escritor que vende millones de libros puede asegurar que tenga esos mismos o más millones de lectores, ni el obliterado por los algoritmos del mercado dolerse de que el mundo lo haya olvidado. Entre otras cosas porque no todo el que compra libros y asiste a ferias o a simposios lee lo que compra y le recomiendan, ni todos los lectores vocacionales compran libros recién tirados o asisten a presentaciones y conferencias.

 

Por tanto, que los novelistas y cuentistas y ensayistas y dramaturgos y cronistas y poetas caídos supuestamente en la desgracia del olvido más absoluto desoigan los pregones de los decretadores de muertes literarias definitivas, pues existe el lector-hikikomori, o sea ese que concibe la lectura como un acto tan sumamente íntimo y hasta egoísta que no necesita hablar de ello con nadie, o escribir sobre lo que lee.

 

240. La fórmula es muy sencilla: no es sino que reemplacen cada ‘española’ por ‘colombiana’ y listo:

 

“La Administración española es un teléfono que no contesta, un trámite que nunca se resuelve […], una acreditación académica internacional que no llega y por lo tanto deja en suspenso la vida profesional de quien la solicita, una sentencia judicial retrasada que deja en la miseria a una mujer divorciada que no recibe desde hace muchos meses la pensión de sus hijos, pensión que ya está en el juzgado, pero que el juzgado no entrega, porque hay una huelga de personal, o porque los funcionarios encargados de los trámites finales son muy pocos y tienen tanto trabajo acumulado que tardarán años en completarlos todos. La Administración española son bajas de médicos o de enfermeros o profesores que tardan semanas en cubrirse, y funcionarios interinos que no dejan de serlo aunque lleven ocupando la misma plaza veinte años, y aspirantes que ganaron una oposición y a los que, sin embargo, su plaza no se les hace efectiva, y han de quedarse en un limbo exasperante que les desbarata la vida.

La Administración española son trámites obligatoriamente digitales que se quedan atascados sin motivo aparente en páginas web defectuosas, y otros quizás más simples o fáciles que sin embargo muchas personas no pueden cumplimentar, porque son mayores y torpes y no se manejan en internet, o porque no tienen ordenador, ni tienen nadie que les ayude, esos hijos de talento digital despejado que nos son tan providenciales a padres y madres que emigramos tarde y a la fuerza a este nuevo mundo virtual. La Administración española son refugiados que tienen derecho legítimo al asilo y pueden tardar diez años en conseguirlo, y mientras tanto no saben de qué van a vivir, y personas sin recursos que no llegan a conseguir el ingreso mínimo vital porque les faltan documentos o no tienen un domicilio fijo […], y se encuentran frente al muro inmemorial del ‘vuelva usted mañana’ […].

La administración pública son trabajadores accidentados que no logran su baja laboral, y enfermos a los que cada día de retraso en una operación les acentúa la gravedad, y obras de reforma o negocios legítimos que no pueden arrancar por falta de un solo permiso, y oficinas delante de las cuales las personas guardan cola desde antes del amanecer, como en una estampa de sumisión y paciencia del antiguo bloque comunista, si no han tenido la picardía, o el dinero suficiente, para comprar un número, o si el guarda de seguridad privada de la puerta no las ha espantado con malos modos. La Administración española son contratas irregulares para cubrir malamente servicios públicos, concedidas mediante concursos amañados, con una sinvergonzonería antigua de parentelas codiciosas y enjuagues clientelares…”.

 

Las administraciones española y colombiana (y mexicana, tercia Villoro; y chilena, grita por allá Merino; y brasileña, protesta Brum) son entonces, maestro Muñoz Molina, ciudadanos que subsisten del erario pero que salvo las honrosas excepciones que nunca faltan no se compadecen de quienes con sus impuestos les garantizan, a ellos y a sus familias, la subsistencia. Zánganos públicos de toda categoría que sólo se muestran eficientes y vehementes a la hora de hacer valer sus privilegios sindicales y de granjearse otros nuevos que, una vez conseguidos, tampoco logran que sus inveteradas inoperancia y displicencia en el desempeño de las que deberían ser sus funciones remitan al menos temporalmente. Indolentes y perezosos que claro que saben pero a los que no les importa que el atraso y el anquilosamiento de la sociedad a que se deben se derive en gran medida de la desidia con que trabajan. Dicho en cuatro palabras, rémoras de cualquier progreso.

 

241. Leo la prosa apátrida 23 y casi que me veo tentado de suscribirla cuando a la cabeza se me vienen Donald Trump y Boris Johnson y las sociedades otrora maduras que les permitieron hacerse con el poder. Sin embargo, cuando los contrasto con Scholz y Steinmeier, con Stoltenberg, von der Leyen y Guterres, con Macron, el papa Francisco y Biden, pero ante todo con Zelenski, sus ministros y sus funcionarios en la sombra más discreta y caigo en que es gracias a la madurez personal y política de todos ellos que la Tercera Guerra Mundial aún no se declara, forzoso es disentir de Ribeyro, al menos en parte. Y digo en parte porque ¿cómo no reconocer que el proceso incontenible de infantilización a gran escala en que se embarcó el mundo desde hace décadas anda haciendo estragos? Los coqueteos con la extrema derecha de los suecos y los finlandeses, hasta ayer no más sociedades ejemplares verbigracia en la forma en que se conducían políticamente, son apenas un síntoma del retroceso generalizado.

 

242. Me atengo a las cortapisas que también en el ámbito jurídico y punitivo impone la democracia, pero lo que mi yo visceral reclama para los verdugos feminicidas y misóginos o racistas y aporófobos de cada Jordan Neely, de cada María Soledad Sánchez, de cada Ana Orantes y de cada Nancy Mariana Mestre son sesiones de tortura sistemática y prolongada. Ya ven: imposibilitado como me hallo para proceder en calidad de autor mediato o inmediato en contra de toda la escoria humana, llámese ésta Putin o Al-Assad o José Parejo o Jaime Saade, apelo a las palabras a manera de desahogo. ¿Que muchos lo desaprueban? Están en su derecho… y yo en el mío.

 

243. Quedan notificados, notificadas y notificades: “…los averiados ‘rebeldes’ institucionales, como ese Gustavo Petro que se nos ha aparecido últimamente. No se puede ser más provocativamente ignorante en historia, en ecología, en zoolatría, en economía y hasta en los usos de la cortesía diplomática. Con la cantidad de colombianos de talento que uno ha conocido… Dicen que es el primer presidente de izquierdas que ha tenido el país: o sea que ha Colombia se le acabó la suerte”.

 

Pero lo peor del caso, estimado y admirado Savater, es que, al igual que en España, en México y en cualquier país donde los votantes optan por los cantos de sirena de la extrema izquierda, no escasean los talentosos que, por ceguera ideológica, hacen como que no se enteran y escurren el bulto, por ejemplo los columnistas de opinión, cuando su presidente -llámese López Obrador o Petro Urrego- desbarra producto de su ignorancia, atenta contra las formas y el fondo de sus pregones políticos o delinque a ojos vistas. Entonces sí es momento de hablar de literatura y no de política, pues de eso ya se habló cuando gobernaban los otros, a los que no se les pasa ni media y se les atiza con lo más a mano: ‘Hijos de Galán, hijos de Uribe’; ‘Duque, o el baile del cangrejo’; ‘Uribe: el gran burlador’; ‘Duque en las Galias’; ‘El amor uribista’; ‘Seguridad democrática 2.0’; ‘La trampa de Uribe’; ‘Uribe, un golpe de Estado’; ‘Nuestra derecha criolla’; ‘Uribe, ya casi…’; ‘El caso Arias’; ‘Duque coronado’; ‘La mentalidad traqueta’; ‘Uribe: adiós al Twitter’; ‘Claudia y Duque’; ‘Uribe: el odio democrático’; ‘Cabal presidenta’; ‘Uribismo & Cía., a la baja’; ‘Un óscar a Óscar Iván’… y así, hasta el hartazgo.

 

Nueve meses y nueve días han transcurrido desde que la opción política de nuestro titulador (como vieron, tan proclive hasta julio de 2022 a llamar a las cosas por su nombre) coronara, y ni la más mínima mención a los desaguisados y desvaríos de su desgobierno, al que presumo que le querrá conceder, en aras de la ecuanimidad, un compás de espera de cuatro años. O de más si la pesadilla se perpetúa.

 

244. ¿Que para qué la literatura, insisten ustedes? Para, por ejemplo, ser capaces de descifrar el perro mundo a partir de una única escena de clásico:

 

“Henrique, el hijo mayor de Alfred, era un muchacho noble y principesco de ojos oscuros, lleno de viveza y ánimo; y desde el momento en que los presentaron, demostró una fascinación absoluta por el donaire espiritual de su prima Evangeline. Eva tenía un potro favorito de una blancura nívea. Era suave como la seda y tan apacible como su pequeña ama; Tom llevó este potrillo al porche trasero y un muchacho mulato de unos trece años llevó un pequeño árabe negro, que acababan de importar, por un precio muy alto, para Henrique.

--¿Qué pasa, Dodo, perro perezoso? No has cepillado mi caballo esta mañana.

--Sí, señorito --dijo Dodo dócilmente--. Se ha ensuciado después.

--¡Bribón, cállate la boca! --dijo Henrique, alzando con violencia su fusta--. ¿Cómo te atreves a contestarme?

El muchacho era un guapo mulato del mismo tamaño que Henrique, y su cabello se rizaba en torno a una frente alta y arrogante. Tenía sangre blanca en las venas, como podía deducirse del rubor de sus mejillas y el centelleo de sus ojos, cuando empezó a hablar con énfasis:

--Señorito Henrique… --comenzó.

Henrique le golpeó en pleno rostro con la fusta y, cogiéndolo por uno de los brazos, le obligó a ponerse de rodillas y le pegó hasta quedarse sin aliento.

--¡Toma, perro desobediente! ¡A ver si así aprendes a no contestar cuando te hablo! ¡Llévate el caballo de vuelta y límpialo bien! ¡Ya te enseñaré yo cuál es tu puesto!

--Joven amo --dijo Tom--, me imagino que lo que iba a decir es que el caballo ha rodado por el suelo cuando lo traía aquí desde el establo, pues es muy brioso; así se ha ensuciado; yo he visto cómo lo ha cepillado.

--¡Tú, cállate hasta que te pidan que hables! --dijo Henrique, dándole la espalda y subiendo las escaleras para hablar con Eva” (quien, como un altísimo porcentaje -dentro del que por desgracia claro que yo quepo- de mis semejantes, me acaba de decepcionar, ya se verá si para siempre).

 

¿Tres contra uno y lo dejan hacer? ¡Pero si este maldito hijo de la grandísima puta lo mínimo que se merece es… es… que le revienten el alma a golpe de fusta! ¿Y preguntan ustedes por qué hacen los Putin y los Ortega y los Erdogan lo que hacen impunemente? ¡Como si Rusia, Nicaragua y Turquía estuvieran habitados exclusivamente por Marinas Ovsiánnikovas o Alekséis Navalnis y Rolandos Álvarez y Ósmanes Kavalas o, mejor aún, por auténticos López de Aguirre reales y fictivos que hagan imposible cualquier tipo de sometimiento!

 

Desengañémonos de una vez por todas: ellos son los faros que son y nosotros (por supuesto que excluyendo igualmente a los Henriques tan exitosos), todo el resto, los indiferentes y los cobardes que nos dejamos humillar por los déspotas chinos, norcoreanos, afganos, bielorrusos y hasta por los venezolanos, salvadoreños y cubanos a fin de cuentas tan insignificantes.

 

245. Sí, desengañémonos de una vez por todas, colegas varones: el que de ustedes pretenda equiparar su capacidad de amar a un hijo con la intensidad y la entrega enfermizas con que lo hacen Marie la mamá de Eva y hasta la última mujer del mundo es porque no entiende nada de nada, entre otras cosas por no haber leído al menos el capítulo 24 -y sucesivos- de La cabaña del tío Tom, gracias al que -a los que- el instinto materno queda taxativamente probado. Por consiguiente, tampoco esperen ser nunca los predilectos de sus vástagos, pues por encima de ustedes siempre va a estar la Marie que les tocó en suerte, con su infinita generosidad de esposa y de madre, vocaciones que la imposibilitan para el egoísmo. O si no que lo diga Zoilamérica Ortega Murillo.

 

246. Definición de buenista (maravilloso que con este sustantivo, al igual que con persona, con gente, con ciudadanía, con ralea, con plebe, con aristocracia -sigan ustedes-, no haya que triplicar el género porque los varones que dichos términos abarcan no se sienten invisibilizados): “Persona que dice o hace tiquismiquis”. Entiéndase sandeces, memeces, idioteces, estolideces, estupideces, insensateces, mentecateces; tonterías, boberías, majaderías, soserías, naderías, fruslerías, zoncerías; animaladas, patochadas, paparruchadas, mamarrachadas, bufonadas, payasadas, burradas. ¿Que quién, que dónde? Tantas y tantos y en tantas partes y partos que si comienzo no acabo.

 

247. Se llama sindéresis, o si prefieren ecuanimidad, a esta propensión tan humana a juzgar a los demás con objetividad y desapasionamiento.

 

Lo invitan a usted a una fiesta de quince y usted, para quedar bien y porque aprecia a la familia de la quinceañera, lleva un muy buen regalo: “¿Sí ven tan chicanero aquel pobre güevón? A la fija que se gastó lo del arriendo en este collar. ¡Como si la niña no tuviera ya bastantes joyas y hasta mejores!”; llega a la misma fiesta otro con un regalo más modesto, pues es para ése para el que le da el presupuesto: “¿Y qué tal este tan tacaño? ¡Dizque una camiseta para una quinceañera, y ni siquiera de marca!”.

 

Pasa usted súbitamente de escribidor inédito a escritor reconocido y fenómeno editorial pero, como su norte son los D. J. Salinger y los Thomas Pynchon y los Cormac McCarthy, resuelve evadirse y ocultarse: “¿Qué se habrá creído el plumífero este? ¿Que porque le dieron un par de premios ya se siente un Cervantes que no quiere hablar con nadie?”; sorprende al de más allá un éxito literario repentino y jubiloso y considera ahora su responsabilidad de escritor y ciudadano conversar sobre libros propios y ajenos ante quien lo convoque: “¡Pero qué fastidio con este man! Publica un par de novelas y entonces quiere salir todos los días en la televisión y hablar por cuanto micrófono se le ponga delante”: palo porque bogas y palo porque no bogas, se quejaban los galeotes.

 

248. Pienso en los trece mil setecientos millones de años que transcurrieron antes de que profiriera mi primer vagido, y pienso en esos mismos e incontables más que habrán de transcurrir después de que exhale mi último suspiro y no puedo por menos de sentirme feliz de que la nada, para otros tan temida, sea precisamente la eternidad a que tantos aspiran, sólo que al margen de cualquier género de conciencia conocida.

 

249. Oigo repetir sin ton ni son que también lo escrito en el mejor periodismo de opinión es flor de un día y que por consiguiente está condenado al olvido más absoluto una vez se agote ese plazo.

 

Lástima que los que de esa mentira se hacen eco, afianzándola irreflexivamente cada vez que la machacan, no conozcan uno de mis mayores tesoros, si no el mayor: un archivo con cientos y cientos de ideas brillantes, de pensamientos audaces, de reflexiones sin desperdicio y claro, también de metidas de pata, de exabruptos y hasta de ruindades de mis columnistas de cabecera, gente ilustre con la que sin que ellos lo sepan dialogo más a menudo de lo que tal vez lo hagan con sus familiares y amigos más entrañables. Ignoran asimismo que de cada uno tengo un constructo ideológico que se va ajustando aquí y desajustando allá con cada nuevo artículo que les leo, y que preferiría no someter mis impresiones de lector a un cotejo con los sujetos de carne y hueso.

 

Quiero seguirme imaginando a Juan Esteban Constaín, a don Juan Gossaín, a Eduardo Escobar y a Peter Singer; a Héctor Abad Faciolince, a Carlos Granés, a Santiago Gamboa, a Piedad Bonnett, a William Ospina y a Julio César Londoño; a Fernando Aramburu, a Javier Cercas, a Irene Vallejo, a Orhan Pamuk, a Luis García Montero, a Rosa Montero, a Leila Guerriero, a Elvira Lindo, a Eliane Brum, a Gustavo Martín Garzo, a José Ovejero, a Enrique Vila-Matas, a Manuel Vilas, a Javier Sampedro, a Martín Caparrós, a Antonio Muñoz Molina, a Fernando Savater, a Manuel Vicent, a Juan Gabriel Vásquez y a Mario Vargas Llosa; a Daniel Samper Pizano, a John Carlin, a Juan Villoro y a Arturo Pérez-Reverte como me los imagino y no como se quieran o puedan mostrar en un cara a cara hipotético y probablemente decepcionante. Quiero seguir pensando que el de Juan José Millás es un estilo único e irrepetible en el periodismo de opinión, entre otras razones porque su imaginación no conoce límites:

 

“Los personajes de las novelas que reposan en las estanterías se asoman a mi cuarto de trabajo a través de las grietas que el uso ha formado en el lomo de los volúmenes. Me miran y hablan entre ellos de dimensiones alternativas de la realidad en las que hay mesas y sillas y frascos de medicinas, igual que en aquellas en las que transcurren sus vidas. Madame Bovary o Raskolnikov o Gregorio Samsa me vigilan cuando escribo, cuando enciendo un cigarrillo clandestino, cuando, desesperado, recorro la habitación de un lado a otro, y se preguntan quién rayos soy. Me observan con la extrañeza con la que yo los observo a ellos, aunque con la diferencia de que yo sé cómo viajar a su mundo, pero ellos no han hallado el modo de descender al mío.

Quizá cuando me voy de casa, logren abandonar las páginas de los libros y salir al pasillo y entrar en mi dormitorio, donde tal vez deshagan la cama y busquen la huella de mi cuerpo entre las sábanas. Se asombrarán ante la tangibilidad de los objetos: el termómetro, el cepillo de dientes, el monomando de acero del lavabo. Si pudieran tirar de la cadena del retrete, sonreirían ante esa cascada ruidosa de agua real, no un agua hecha de palabras, como aquella a la que ellos están acostumbrados, sino de dos átomos de hidrógeno y uno de oxígeno. La palabra agua no moja como la palabra perro, según Ferlosio, no ladra…”.

 

¡¿Flor de un día?!

 

250. Lo imprescindible de la precisión en el lenguaje: el que afirme que Marie es un convidado de piedra en la agonía y los funerales de su hija Eva miente. Y miente porque lo que es es un incordio, un forúnculo y una molestia de aquellas que a duras penas se pueden soportar. Ahora comprendo el porqué del St. del nombre del marido del divieso: pues porque St. Clare es un santo. Yo, hermano, hace mucho que la habría matado como solemos matar Millás y yo a la escoria y aun a los indeseables tipo su mujer: lástima que no le pueda presentar al hijuemadre ese de Juanjo, que de seguro sí lo conoce a usted.

 

Pero espérese un momentico que me quedé pensando: si se asoma por las grietas en el lomo de la novela de su demiurga que Millás tiene en la biblioteca, tal vez lo pueda ver si está leyendo o escribiendo. ¿Que ya lo ha visto? Debí suponerlo.

 

251. ¡Su atención, hermanos afganos, norcoreanos, chinos, rusos, bielorrusos, sirios, saudíes, iraníes, sudaneses, nicaragüenses, venezolanos, cubanos y demás prójimos que viven bajo el yugo de una tiranía o de un gobierno que amenaza con tornarse tiránico; toda su atención que se dirige a ustedes en particular y a través de su escudero, Nuestro Señor don Quijote (como me enseñó a llamarlo Sergio Ramírez, escritor y víctima de los Ortega Murillo)!: “-La libertad, Sancho, es uno de los más preciosos dones que a los hombres dieron los cielos; con ella no pueden igualarse los tesoros que encierra la tierra ni el mar encubre; por la libertad, así como por la honra, se puede y debe aventurar la vida, y, por el contrario, el cautiverio es el mayor mal que puede venir a los hombres”: más claro, imposible; tal vez el agua de este vaso del que bebo.

 

Reparen ustedes, por amor de Dios, en que cuando el caballero andante habla de “aventurar la vida” para sacudirse el cautiverio de que todos ustedes son objeto si bien en grados distintos, los está invitándo a que se fijen en Ucrania y los ucranios con su lucha a muerte para impedir a cualquier precio que los gobierne un déspota igual o peor que los que ustedes hoy sufren, y los está conminando a que sigan ese ejemplo y se emancipen. Ahora, que si los hombres de aquellos países se cagan de miedo, pues que las mujeres se apersonen de la lucha con el valor y la temeridad con los que hoy tantas iraníes le plantan cara a la dictadura de los ayatolás tan tiernos.

 

252. ¿De verdad quiere sentirse usted vivo, putamente vivo?: aguarde entonces a que le dé una alergia respiratoria de las que hacen estornudar cientos, miles de veces y picar el paladar, los oídos y los ojos a tal punto que en lo único que se piensa es en emular al rey Edipo; o a conocer las caricias de una neuralgia del trigémino; o a que se le encarne la uña del dedo gordo del pie que sea; o a volver en sí tras una crisis epiléptica; o a saber de qué va un corto pero intenso ataque de pánico; o, en fin, a que se le irrite el colon y se le abulte el vientre y no pueda cagar o atajar la diarrea. Les hablo, huelga decirlo, de tan sólo algunas de esas experiencias que conozco y por las que bien vale celebrar la vida.

 

253. “¿Me van ustedes a decir que en el cinismo más puro y desvergonzado no se agazapa un arte, un humor muy fino que a muchos nos hace simpatizar inconfesamente con el cínico?”: para que al rompe usted no nos censure al inédito formulador de la pregunta ni a mí que, vergonzante, la suscribo, le ruego que lea de Luis Mateo Díez el cuento titulado ‘Mi tío César’ y que averigüe quién es o quién fue -por desgracia, los genios también mueren- el colombiano Juan Carlos Guzmán Betancur. Si tras hacer ese par de tareas tan sencillas y gratas usted sigue discrepando de mí, de los dos, acepto, aceptamos el varapalo que sea.

 

254. Me perdonarán ustedes, pero llamar “arte” al rap el reguetón y la bachata y “artista” a cualquier rapero reguetonero y bachatero, al margen de la fama y el dinero que acumulen, constituye un insulto al más elemental buen gusto. Por ejemplo al de un hombre capaz de decir en una de sus canciones la siguiente hondura, que no le va a la zaga a ninguno de los aforismos de un Nietzsche o de un Cioran, pues bien podría estar firmada por cualquiera de los dos o por otro genio de la escritura breve: “No hay que desperdiciar una buena ocasión de quedarse callado”. Lástima que los tales Carol G, Maluma y Romeo Santos, imposibilitados para escuchar nada tras todo el bullicio a que han expuesto orejas y encéfalo, no puedan poner por obra la sabiduría del consejo.

 

255. Pensamiento mágico es albergar siquiera la más remota esperanza de que en “este país desastrado y festivo, propenso siempre al absurdo, el delirio, la insensatez, la resignación y el disparate” pueda alguna vez convertirse en presidente de la República un Sergio Fajardo, una Gina Parody, un Humberto de La Calle Lombana, una Cecilia López Montaño, un Alejandro Gaviria, una María Ángela Holguín, un Antanas Mockus, una María Carolina Barco Isakson, un Juan Camilo Restrepo Salazar o una Sandra Bogotá Lozano. Desengañémonos de una vez por todas, estimados cófrades del centro del espectro político: Colombia, al igual que prácticamente toda la América Latina, detesta el sosiego de quienes con decencia hacen planteamientos y formulan propuestas reflexivas y ponderadas.

 

256. Pensamiento mágico -y desiderativo- es haberse creído el cuento -y haber intentado convencer a otros del dislate- de que Gustavo Petro, este “ hombre de verbo irresponsable, temperamento intransigente y tendencia a la demagogia, cuyo poco talento para la gestión está fatalmente trastornado por la ideología”, podía devenir, como por milagro de pastor taumaturgo de iglesia cristiana, en paladín de la democracia y la deliberación, respetuoso del disenso y las discrepancias procedan de donde procedan, y en defensor de la decencia y la eficacia de la función pública y de los pesos y los contrapesos de los tres poderes: otro desaguisado de la esperanza sin asidero de los optimistas.

 

257. ¿¡Somos más los buenos!, dicen los edulcorados con o sin enciclopedia? Que lo diga Beecher Stowe, ella sí una sabia con las cifras claras: “Pocos son los hombres que sepan utilizar humanitaria y generosamente un poder totalmente irresponsable. Todo el mundo sabe esto, y el esclavo mejor que nadie, por lo que éste sabe que tiene diez posibilidades de que le toque un amo abusivo y tirano y una de que le toque uno considerado y bueno”.

 

Lo cual, extrapolado a la realidad de hoy, se puede leer como que los ucranios, con todo y su mala suerte por tener de vecinos al asesino invasor y criminal de guerra Vladimir Vladimirovich Putin y a los rusos cobardes, indiferentes o igual y hasta más aviesos que su presidente -¿les suenan un tal Dmitri Medvédev y un tal Cirilo de Moscú?-, pueden darse por muy bien servidos de que los presida el gran Volodímir Zelenski y no otro carnicero en jefe al servicio del Kremlin, que forme terna con Kadírov y Lukashenko. Piensen, para no ir muy lejos, en Víktor Yanukóvich y díganme si pese a todo a los invadidos no se los puede llamar afortunados. Los chechenos y los bielorrusos que detestan a sus sátrapas entonarían un sí rotundo.

 

258. Profesor, una pregunta -intervino Sandra Bogotá, no una estudiante sino una estudiosa-: ¿qué define a los ateos con argumentos frente a los escépticos con argumentos? La miré embelesado, y sus ojos garzos me devolvieron la sonrisa.

 

Fui hasta mi biblioteca, ubiqué la W y extraje del anaquel ‘El sentido de la existencia humana’. Torné al escritorio, busqué la página y les leí:

 

“La humanidad, defiendo, surgió por su cuenta a partir de una serie acumulada de acontecimientos durante la evolución. No estamos predestinados a alcanzar ninguna meta, ni tampoco podemos responsabilizarnos de cualquier poder que no sea el nuestro. Sólo la sabiduría radicada en nosotros mismos, y no la piedad, nos salvará. No habrá ninguna redención ni tampoco se nos concederá una segunda oportunidad desde los cielos. Éste es el único planeta que tenemos para vivir; y éste es el único enigma que debemos descifrar. […]

[…] La existencia humana quizás sea más sencilla de lo que pensábamos. No estamos predestinados a nada, y la vida no es un misterio indescifrable. Los demonios y los dioses no luchan por nuestra lealtad. En vez de ello, somos artífices de nuestro éxito, independientes, frágiles y estamos solos; somos una especie biológica que se ha amoldado a un mundo biológico.”

 

Cogí el primer trozo de papel que encontré, y garrapateé a manera de dedicatoria:

 

Ojos garzos ha la niña:

¡quién se los namoraría!

Son tan bellos y tan vivos

Que a todos tienen cativos,

Mas muéstralos tan esquivos

Que roban el alegría…

 

Introduje el papel en la página de la cita que les leí, fui hasta su pupitre y, tratando de disimular la tembladera, se lo ofrecí. Se le iluminó el rostro… y a mí la vida.

 

259. Este man -el tal Mateo- sí lo tenía claro: “¿No comprendéis que todo lo que entra en la boca pasa al vientre y luego se echa al excusado? En cambio lo que sale de la boca viene de dentro del corazón, y eso es lo que contamina al hombre”. Y ni qué decir Nuestro Señor don Quijote, que nos regaló esta perla: “…que de la abundancia del corazón habla la lengua”.

 

¿Qué lengua?, se estarán preguntando ustedes. ¡Lengua no: lenguas! Las de dos mamertos reputados -claro: mucho más ella que él-, de esos que se erigen en paladines de los y las nadies, que pontifican su buenismo aquí y allá y viven de eso: de la performance. Pero como el temperamento le gana a la ideología y los sentimientos genuinos a los apócrifos e impostados, pues sale un tal Wilson Sáenz y le grita “negro hijueputa” a uno de los afrocolombianos que, incautos, se sienten representados por ellos, y sale una tal Clara López Obregón y llama “sirvienta” a quien oficiaba de niñera en casa de una hogaño correligionaria caída en desgracia.

 

¿Consecuencias? Salvo la algazara que aquí nunca falta, nada en absoluto aparte de la indulgencia de la prensa y el pueblo que no se entera, porque ¿quién está exento de que se le chispotee y se le salga por la boca la abundancia del corazón? Pero ya me imagino lo que sucedería en la Colombia maniquea si Jerónimo o Tomás Uribe o cualquier uribista purasangre llamara “negro hijueputa” o “sirvienta” a un “humilde” policía y a una “humilde” niñera. Lo mínimo que les dirían es racistas y clasistas, que es lo que en sus adentros son -y para siempre serán en los afueras de YouTube- los que infirieron los insultos.

 

260. Y ya que estamos… Permítanme que utilice y que les hable de dos palabros de moda, de esos con que los biempensantes se llenan la boca: narrativa y revictimizar, que procedo a poner en contexto sirviéndome de ese faro ideológico de las izquierdas del mundo llamado Luiz Inácio Lula da Silva.

 

Trastornado tal vez por su dipsomanía, por el ayuno prolongado de poder o por los meses de cárcel aunque sin duda por su ceguera ideológica, el por tercera vez presidente de Brasil, que ve fascismo y fascistas en los estadios de España y Europa en los que los Wilson Sáenz -los imbéciles e inadaptados- que nunca faltan les gritan insultos racistas a los futbolistas negros del rival y hasta a los propios cuando juegan mal pero no los ve donde sí los hay, o sea en el Kremlin y en la Rusia imperialista presididos por Putin y sus carniceros, piensa y siente y alega que ni en Ucrania se perpetra una invasión (sino una guerra entre hermanos maquinada por la Casa Blanca y la OTAN), ni en Venezuela existe una dictadura que dura ya más de dos décadas. “Narrativa” llama el muy sinvergüenza, el muy filho da puta, a una realidad y a la otra y a sabiendas de que con su cinismo y cara dura “revictimiza” a los millones de ucranios y de venezolanos hoy en el exilio, cuando no en las cárceles y las mazmorras en las que esas dos tiranías encierran, torturan y desaparecen a tantas de sus víctimas.

 

261. Qué cuentos (“narrativas” dirían Lula y granujas afines) de activistas: lo que son Masih Alinejad y los miles de mujeres iraníes que se juegan la vida rebelándose a cara descubierta en contra del -ese sí, amigas occidentales- patriarcado misógino y cavernario de su país es heroínas. Y no de las de relumbrón que van por las calles infinitamente más seguras que las persas de sus democracias gritando “nos están matando”, sino de a las que en efecto mata y tortura y viola la dictadura de los ayatolás, que además facultan a los padres y hermanos y maridos iraníes para que les desgracien la vida a sus hijas y hermanas y esposas como les venga en gana.

 

Les propongo a mis amigas ultrafeministas de Occidente -en el Oriente más tenebroso por culpa, entre otras barbaries, de las peores versiones del islam (que también lo hay pacífico y apacible) ningún feminismo será nunca suficiente- tres cosas: que entiendan que la maldad no es exclusivamente masculina, que -en consecuencia- llamen a las cosas por su nombre y no gradúen de misógino y feminicida a muchos que a todas luces no lo son y que demuestren el amor por sus congéneres de veras sometidas y esclavizadas dejando de mirarse el ombligo y viajando conmigo, “en primera línea”, a Afganistán y a Irán para que juntos combatamos, con las suicidas valientes de esos dos países, a los fanáticos criminales que las tiranizan. Tengo las maletas en la puerta.

 

262. Cuando los hechos son tozudos no vale la pena negarlos: soy un machista manso, y me hago cargo. Lo ratifiqué por enésima vez hace un par de horas cuando, pastoreando un insomnio garciamarquiano, me di a la tarea de repasar los sentimientos que les profeso a todos mis columnistas de opinión y, para empezar, a cuatro autores que ando leyendo. Los dividí en tres grupos: a los que admiro y respeto cáiganme muy gordos, gordos, a duras penas simpáticos o simpáticos (el ciento por ciento), a los que estimo igual o aun más que a mis amigos de carne y hueso (mujeres, hombres) y a los que quiero con un amor inexplicable por la ausencia de materialidad y porque lo siento acá, en los adentros (seis mujeres y ¿ningún hombre?).

 

Estimo, en algunos casos con las entrañas, a Juan Esteban Constaín, a don Juan Gossaín, a Thierry Ways y a Peter Singer; a Héctor Abad Faciolince, a Piedad Bonnett, a Carlos Granés, a Mauricio García Villegas y a Felipe Zuleta Lleras; a Fernando Aramburu, a Javier Cercas, a Leila Guerriero, a Elvira Lindo, a María Elvira Roca Barea, a Adela Cortina, a Eliane Brum, a Gustavo Martín Garzo, a Enrique Krauze, a Eduardo Lago, a Manuel Vilas, a Javier Sampedro, a Martín Caparrós, a Manuel Vicent, a Juan José Millás, a Álex Grijelmo y a Juan Gabriel Vásquez; a Daniel Coronell, a Daniel Samper Pizano y a Daniel Samper Ospina; a John Carlin, a Juan Villoro y a Arturo Pérez-Reverte; a Luis Mateo Díez, a Julio Ramón Ribeyro y a E. O. Wilson. Y quiero, reitero que con manso machismo, a -el orden nada indica: tampoco el anterior- Lucia Berlin, Rosa Montero, Irene Vallejo, Harriet Beecher Stowe y Tola y Maruja. (Un día de éstos les hablo -claro que si no me da por suicidarme antes-, y por extenso, de otros amores de mi enciclopedia.)

 

263. Seremos amigos usted y yo -qué digo amigos: carnales, parceros-, pero no como para creer que se sentó a escribir esta lucidez expresamente en respuesta a mi desahogo número 255:

 

“El error es pensar que la gente es lógica. En las cosas importantes de la vida, como el amor, no lo es. Tampoco en la política, particularmente a la hora de votar, circunstancia en la que la emoción compite con los hechos, y la emoción suele ganar.

Pienso en el éxito del populismo. […]

Entonces, ¿por qué la fe vence a la lógica? ¿Por qué los hechos cuentan tan poco en las decisiones políticas que tanta gente toma? ¿Por qué tantos seres supuestamente pensantes se identifican con semejantes tiranos o payasos o charlatanes?

Porque pertenecer a un equipo es lo importante. Porque ven en el líder una figura paternal que les ofrece esperanza y protección en un mundo confuso y hostil, un general vengador que comparte los mismos enemigos y los mismos odios y los mismos resentimientos que ellos. Porque formar parte del equipo del gran papá les da una sensación de relevancia y de identidad que les permite olvidar la terrible verdad de que no son -no somos- más que un grano de polvo en el infinito cosmos.

Esto es lo que ofrece el populismo, que no es poco. Con la posible excepción de la vida eterna, es lo mismo que ofrecen, a cambio de fe, las grandes religiones: un pack irresistible de pertenencia, esperanza, refugio y orden en el caos. La lección está clara: el aspirante a liderazgo político que se atiene a los hechos terrenales compite en elecciones con la misma desventaja que un corredor con el tobillo roto en un maratón”.

 

Vamos a suponer, hermano, que usted es un colombiano enterado que sabe quiénes son los vernáculos Santiago Gamboa, Julio César Londoño y William Ospina. ¿Me va a decir que no se trata de gente lógica? ¿De gente que con creces conoce los “hechos terrenales? ¿De gente no “supuestamente pensante” sino pensante y punto? ¿Y entonces? ¿Por qué ellos y tantos otros igual de capaces o hasta más se suman a uno o al otro populismo, aunque con preferencia al de izquierdas: petrista, kirchnerista, morenista, podemista, lo mismo da? ¿O qué tal los bandazos entre el centro y la extrema derecha de Vargas Llosa? ¿No es ese sí el colmo de los tumbos que la política les hace dar, y en cualquier época, aun a los encéfalos más preclaros entre los esclarecidos? De modo hermano que ni para qué nos desgastamos.

 

264. Opina el filósofo: “Lo humano es utilizar las cosas y seres naturales como parte lúdica o trágica de un tablero simbólico en el que se desenvuelve nuestro destino. Ponemos intención expresiva en el opaco reto de lo que nada explícito formula, pero todo puede significarlo para nosotros: montañas, simas, océanos, bestias, planetas lejanos, cataclismos, agujeros negros… La mente humana se ejercita coloreando agujeros negros. Y dando voz tierna o amenazadora a lo que no habla…”. Replica el científico: “El naturalista es un ser afortunado por poder olvidarse a menudo de su propia identidad. Prestamos atención con tanta intensidad a lo que trisca, vuela, repta, canta, que abandonamos al maldito y famoso yo, es decir, necesitamos poca terapia psicológica”. Yo me quedo con la amplitud de miras de los capaces de abandonar, ya que no definitivamente al menos a trechos, el de todo punto cacofónico y nocivo antropocentrismo.

 

265. Se me acaba de ocurrir que uno de los usos benéficos de la dichosa inteligencia artificial podría ser la creación de una interfaz intangible y ubicua que, aplicada al feto ya formado o al recién nacido, delate a los futuros Vladimires Putin, Simones Legree y a sus remedos, escoria de que la especie podría deshacerse sin más. La clandestinidad del método (se trata de que las ONG no intercedan en favor del sagrado derecho a existir que nos asiste a todos, todas y todes) garantizaría la reducción significativa y de un solo tacazo de la maldad y la sobrepoblación, azotes del planeta Tierra.

 

266. ¡Su atención, hermanos afganos, norcoreanos, chinos, rusos, bielorrusos, sirios, saudíes, iraníes, sudaneses, nicaragüenses, venezolanos, cubanos y demás prójimos que viven bajo el yugo de una tiranía o de un gobierno que amenaza con tornarse tiránico; toda su atención que se dirige a ustedes en particular y a través de su voz narrativa una inmortal entre los inmortales!:

 

“…--¡Palabra eléctrica! ¿Qué tendrá? ¿Es más que un nombre o un recurso retórico? ¿Por qué, hombres y mujeres de” Afganistán, Corea del Norte, China, Rusia, Bielorrusia, Siria, Arabia Saudita, Irán, Sudán, Nicaragua, Venezuela, Cuba…, “se os estremece la sangre en el corazón al oír esta palabra, por la que” habrían debido dar “vuestros padres su sangre y vuestras madres” tendrían que haber estado dispuestas “a perder a los más nobles y mejores de los suyos? ¿Tiene algo de glorioso y querido para una nación que no lo sea también para el hombre? ¿Qué es la libertad de una nación sino la libertad de los individuos que viven en ella? […] ¿Qué es la libertad para George Harris? Para vuestros padres, la libertad” habría debido ser “el derecho de una nación a ser nación. Para él, es el derecho de un hombre a ser hombre, y no bestia; el derecho a llamar esposa a su esposa y protegerla de la violencia sin ley; el derecho a proteger y educar a su hijo; el derecho a tener casa propia, religión propia, personalidad propia y no supeditada a la voluntad de otro.”

 

Quedan, pues, notificados: si cada uno de ustedes o siquiera la mayoría no se sobrepone a la mezcla letal de miedo y cobardía que los maniata y no saca de dentro al George Harris, a la Harriet Beecher Stowe o al valiente suicida del nombre que sea, jamás esperen que otros, que viven al margen de sus sufrimientos y absortos en los propios, den por ustedes la vida y los liberen. ¿Acaso no recuerdan la soledad de aquella minoría de hongkoneses que, inermes ante la indolencia del mundo y -peor aún- de una mayoría cobarde o indiferente de sus connacionales, quisieron plantarle cara a la tiranía pseudocomunista china? ¿Acaso no están viendo la indiferencia del mundo en general y del femenino en particular frente a la lucha valerosa y temeraria que libran miles de mujeres iraníes en contra de la teocracia de los ayatolás? Piensen en que si ya se mueren con sus hijos y familias de hambre y miedo y desesperanza, ¿qué más da morir del todo, pero peleando? Y que conste que se lo dice un ciego físico al que, si Zelenski le procura un buen guía, está dispuesto a ir al frente y a morir por la causa; eso sí, antes de que la causa se degrade.

 

¿Se ríen los cínicos del mundo de este rapto mío de ingenuidad? Y yo con ellos… sólo que con pesadumbre.

 

267. Extenuado, cerré el libro y lo arrojé lejos, con rabia. ¿Iba a ser o no capaz de leerlo completo, de pasar del capítulo 38 tan exasperante por culpa del untuoso discurso cristiano del tío Tom? ¿Por qué de una maldita vez la autora no se decantaba por la furia y la resolución de Cassy y la secundaba en su intención de matar al bellaco e intentar huir, sola o acompañada? ¿A qué jugaba y con qué cartas: a soliviantar el maldito servilismo de los esclavos o a postrarlos del todo a base de resignación bíblica? ¿En dónde y de parte de quién estaba ella, la novelista de carne y hueso: como Dios en ninguna parte y a la vez en todas, prometiendo y jamás cumpliendo o, en su defecto, entre los escasísimos Lope de Aguirre ucranios y de cualquier parte y a favor de su irreductibilidad? Inspiré profundo y, tanteando, busqué el mamotreto por donde sospeché que había caído. Si quería enterarme, no me quedaba otro recurso que seguir leyendo.

 

268. ¿Que nada tema el que nada deba, intenta tranquilizar uno de los muy pocos proverbios que yerran de cabo a rabo? Pregúntenle al Anthony Broadwater que a diario, ora en Estados Unidos ora en Francia -para no hablar de nuestras democracias en perpetuo estado de fragilidad-, abandonan la cárcel tras años de gritar su inocencia y de exigir que se le presenten las pruebas inexistentes con que lo condenaron. La verdad es que hay que tener mucha cara dura y pésima mala leche para seguir vivo tras descubrir que, bien como denunciante o testigo, bien como fiscal o juez o lo que sea, se participó en una de las peores injusticias en que se pueda pensar.

 

269. La fórmula es muy sencilla: no es sino que donde dice España pongan Colombia… ¿y listo?:

 

“…Si repasan las hemerotecas, verán que unos pocos periodistas y escritores contaron en sus páginas y artículos lo que pasaba e iba a pasar. Hicieron de Laocoontes y Casandras, labor ingrata que nunca sirve para prevenir nada -la gente adora los Titanic aunque se incline la cubierta, sobre todo si oye tocar a la orquesta-, pero sí para ganarse innumerables enemigos. Sin embargo, muchas de aquellas sombrías predicciones se han cumplido. No porque quienes las hacían fueran genios de la anticipación, sino porque era evidente que iba a ocurrir así, y no de otra forma. Y ahora, para justificar su infame gestión, para eludir la responsabilidad, para ponerse de perfil ante la contaminación, desprestigio o demolición de las instituciones y estructuras que hacen posible un Estado, la sucia clase política, liberada al fin de la necesidad elemental de guardar una mínima compostura, nos aturde con un populismo y una demagogia que insultan la inteligencia, desentierran fantasmas olvidados y los agitan sin pudor, olvidando -o ignorando, iletrados como son- que todo eso ya ocurrió muchas veces en nuestra historia y nos llevó a lugares oscuros. A navajeo entre vecinos y hermanos. A bien nutridas fosas comunes.

Rencor, es la palabra. En España, por razones históricas, sociales, culturales, no hace falta demasiado estímulo para resucitar, o utilizar, el viejo e indestructible rencor nacional: el nosotros o ellos, conmigo o contra mí. El no reconocer una virtud en el bando adversario ni un defecto en el propio. Y ese rencor, manipulado por quienes en su limitación intelectual, cobardía o vileza no disponen de otras herramientas, infecta las redes sociales, el periodismo, la vida. Y un público cada vez menos dispuesto a identificar la manipulación y la mentira compra gozoso, sin cuestionarlo, el dudoso producto que esa chusma pregona como si se tratara de crecepelo, recetas milagrosas o muñecas de tómbola.”

 

No, de listo nada porque si bien es cierto que en lo fundamental parece que nos parecemos, cuando se miran los detalles con detenimiento empiezan a aflorar las diferencias. ¿Comparar a los insustanciales y por contera demasiado locuaces Pedro Sánchez y Alberto Núñez Feijóo con los del todo impresentables Gustavo Petro y Paloma Valencia o María Fernanda Cabal, al PSOE con el Pacto Histórico, al PP con el uribismo de los falsos positivos, las fragilidades de la democracia española con las serísimas dolencias de la nuestra perpetuamente bajo amenaza?: ¡gran despropósito! Ahora: ¿de dónde diablos sacamos los colombianos la ponderación elegante y demás virtudes personales e intelectuales de un Felipe VI, el listón insuperable que constituyen para cualquier político respetable los conocimientos y la lucidez discursiva de una Cayetana Álvarez de Toledo? Y yo, ninfulómano irredimible, ¿en dónde voy a dar con la suma belleza -¿lo es?- y la suma inteligencia -¡lo es!- de aquesta infanta tan inalcanzable como la de Wilde, Leonor de Borbón y Ortiz?

 

270. Que me perdone la gran Harriet Beecher Stowe, pero el capítulo XL de su novela-panfleto-evangelio es francamente deplorable. Si ya resultaba bastante inverosímil lo de Cassy y su protegida en la buhardilla, con perros cazadores de esclavos a los que de repente se les fundió el olfato, el súbito arrepentimiento del par de negros malparidos que acaban de triturar a palos a Tom, que dizque los perdona, se pasa de tierno a ridículo e insoportable. Menos mal que semejantes melifluidades no figuran en los primeros capítulos, y que es tanto lo que ya le debo a su mamotreto que renegar de él y abandonarlo no se contempla.

 

271. ¿¡Somos más los buenos!, machacan los edulcorados con o sin enciclopedia? Que lo ratifique Beecher Stowe, ella sí una novelista que sabe que los Tom y los St. Clare, los Claver y los Castalión son, a diferencia de los Simon Legree y las Maries, los Putin y las Rosarios Murillo, rarezas de la naturaleza, por lo demás tan demasiado pródiga en la forja de espíritus cobardes o indiferentes que ninguna falta hace aclarar a qué intereses sirven: “…Estos ejemplos nos libran de desesperar absolutamente de nuestros semejantes. Pero, pregunta a cualquier persona que conozca el mundo si tales personajes son corrientes en algún lugar”.

 

Yo, que lo conozco gracias, entre otros tesoros, a la literatura y la DW, doy fe de que en el único lugar sobre la Tierra en los que abundan los mejores sentimientos a que se pueda aspirar -lealtad, generosidad, compasión y absoluto desprendimiento- se llaman perreras.

 

272. Leí este apartado de su correo, viejo Mo, y le cuento que me di a la tarea de concretar a lo largo de un día -de un viernes de farra, para ser más preciso- las cosas que haría si el sistema límbico no me funcionara tan bien -o tan mal, según se mire- como de ordinario me funciona: “¡Qué de cosas haría uno de buena gana, sin entusiasmo, claro está, pero de buena gana, y sin ninguna razón aparente para no hacerlas, y sin embargo no las hace! ¿Habrá que poner en duda la libertad humana? Es una cuestión que debe someterse a examen”.

 

Esta es mi lista: le diría a mi vecino de enfrente, al maricón, lo pesado y ridículo que resulta con su megalomanía de octogenario y le diría que daría lo que tengo para no tener que oírle cada vez que me lo encuentro las mismas historias y anécdotas que me viene contando, y con mal aliento, desde que nos conocimos. Se lo pediría por enésima vez, pero ahora de viva voz, a cada una de las seis o siete primas con que me vengo acostando en mis fantasías más íntimas desde la pubertad. Le cogería el culo a M, aunque cuidándome muy mucho de que L no se diera cuenta. Buscaría a un par de profesoras demasiado pagadas de sí que tuve en la Javeriana y les diría que ni fundiéndolas para hacer de las dos una, obtendría una Luz Mary Giraldo, de lejos la mejor catedrática de literatura que me deparó Fortuna. Irrumpiría, con un bate de béisbol en la mano derecha y mi bastón de ciego en la izquierda, en el apartamento del cabrón que tiene por costumbre llegar a la madrugada a seguir la fiesta con bachata, reguetón, la peor música de cantina y vallenato llorón, el muy guiso. Les arrebataría el celular a los cuatro o cinco enajenados que en el TransMilenio me atormentan con sus videos y los megáfonos a los vendedores y músicos que aturden voceando sus chucherías o rapeando sus amarguras. Quebraría, en fin, a tantos y a tantas que excedería en desperdicio de munición a los matarifes de Putin.

 

273. Leo semanalmente, mal contados, a entre cuarenta y cincuenta columnistas de opinión en varios periódicos y revistas, pero sólo con uno me ocurre que sé de sobra si escribió el artículo de esa quincena con el rigor inteligente con que escribe su ficción -‘Prohibido prohibir’-, si (casi podría jurar que) lo delegó en manos mercenarias e inhábiles -‘”No le quiten el cuerpo a la jeringa”’- o si sí lo escribió él, sólo que de una sentada o en cualquier caso sin releerlo y corregirlo a fondo, que es lo mínimo que el lector avisado y exigente espera de absolutamente cualquier cosa que firme alguien de su importancia y estatura intelectual -‘Azorín cumple 150 años’-. Y tanto más si se toma en serio esta queja suya -a la sombra de un elogio- del domingo pasado, 18 de junio de 2023:

 

“Es posible que nadie lea a Azorín en estos días, en el que el periodismo es dejadez, fraseología sin contenido, la obligación de escribir que persigue a los hombres de oficio y los lleva a menudo a decir frases sin sentido. Qué diferencia con Azorín, siempre tan exacto y preciso en su expresión, en la que no hay vacilación ni superficialidad, frases que parecen haber sido refinadas hasta la última desnudez. Y, sin embargo, él escribía cada día y nunca se repetía, pues encontraba siempre la manera de señalar algo que los demás no habían visto, lo que da a sus crónicas ese aire de verdad profunda, como si la sostuvieran montañas de erudición.

Fue un solitario y, aunque aceptaba formar parte de una generación, su estado de ánimo era siempre la soledad, esa descripción de la España profunda en la que todo se vuelve quietud, tiempo congelado, y en la que las cosas aparentemente menos importantes se vuelve perennes y quedan petrificadas, a salvo de la decadencia. Por eso hay que leer a Azorín…” y recordarle al gran Mario Vargas Llosa que el ejemplo entra por casa.

 

¿Ah, que son tres o cuatro anacolutos los únicos defectos de la cita? Eso para empezar y sólo en cuanto a la forma. Porque si se mira el fondo, que me da por comparar con ‘Los vientos’, un cuento de reciente publicación que con asombro le leí al Nobel en Letras Libres, pues éste claro que sale mal librado por cuenta de la demasiada prisa con que escribió -y muy a menudo escribe- su PIEDRA DE TOQUE.

 

274. Justo en ésas andamos, maestro: “No consientas que toda tu naturaleza sea destruida a la vez; por el contrario, ya que te tocó en suerte un cuerpo mortal, intenta dejar el recuerdo inmortal de tu espíritu”.

 

275. A que no adivinan quién dijo esto, y de dónde: “Nuestros conflictos son una forma de la eternidad. El gobierno apuesta a que se resuelvan a través del desgaste y el olvido. Las declaraciones sustituyen a la gestión y las negociaciones llevan a pactos para que todo siga igual. Un país sumido en el marasmo”.

 

¿Héctor Abad Faciolince, de Colombia? ¿Roberto Merino, de Chile? ¿Moisés Naím, de la Venezuela tiranizada? ¿Óscar Martínez, de El Salvador bukelizado? ¿José Rubén Zamora, de Guatemala? ¿Igor Padilla, de Honduras? ¿Carlos Fernando Chamorro, de la Nicaragua tiranizada? ¿Eliane Brum, de Brasil? ¿Humberto Coronel, de Paraguay? ¿Mario Vargas Llosa, de Perú? ¿Daphne Caruana Galizia, de Panamá? ¿Gregorio Magno Pontífice Camargo, de Argentina? ¿Yoani Sánchez, de la Cuba tiranizada? ¿Carlos Valverde, de Bolivia? ¿Emilio Palacio, de Ecuador? ¿Juan Villoro, de México?... A Uruguay y a Costa Rica me los dejan, de momento, por fuera de la recocha bananera que en esencia es la política latinoamericana.

 

276. ¿Es o se siente usted muy joven y fuerte, al punto de la invulnerabilidad? Peor aún: ¿presume de aquello ante otros igual de vigorosos y también ante los de evidente salud menoscabada? Haga el favor entonces de leer y registrar para siempre en la memoria la prosa apátrida 43 y en lo posible prométase, a manera de concesión al pensamiento mágico que, en adelante, no vuelve a retar a Fortuna con sus alardes.

 

277. A veces pienso que si no gastara gran parte de mi tiempo leyendo y una mucho más modesta escribiendo, me dedicaría a hacer experimentos sociales con alguna encuestadora seria y, como yo, curiosa. Por ejemplo: preguntarle a un nutrido número de personas de todas las clases sociales, edades y ámbitos, si creen que los ciegos totales tienen alguna ventaja “tangible” frente a los videntes. Formulada la pregunta y surtida la respuesta, tanto a los que encontraron una o varias como a los que respondieron taxativamente que ninguna, se les lee o se les da a leer la prosa apátrida 45 para saber si algo nuevo tienen que decir.

 

No se imaginan lo que me gustaría echar a andar éste en particular. También otros de los que luego les hablo.

 

278. Empecé a dudar muy mucho de las capacidades de percepción del ojo humano una mañana remota en que, sentado en la cafetería del Colombo Americano antes de que diera comienzo la primera clase del día, una mujer me preguntó si podíamos compartir la mesa. No recuerdo si leía en braille o si sólo me dejaba estar; lo que en cambio recuerdo con absoluta nitidez es que de pronto ella me dijo que me había estado observando durante algunos minutos y que no se había aguantado las ganas de acercarse para decirme que estaba maravillada con la expresión de paz y tranquilidad que proyectaba mi rostro. “¿Paz y tranquilidad? -me dije con asombro en tanto le sonreía y la felicitaba por su arrojo-. ¡Pero si lo único que deseo es morirme ya, aquí mismo!

 

Después de aquello, parecía inevitable que en mi calidad de ciego congénito me sintiera en ventaja en este sentido con respecto a los que veían, pues me precio de identificar en los muy cercanos y entrañables e incluso en personas con las que a duras penas me relaciono, agobios del ánimo y aspectos del carácter que para otros pasan por lo general inadvertidos. Sin embargo, el día en que me enteré del serísimo intento de suicidio en que fracasó mi a la sazón amigo E. K., a quien tenía por el ser más centrado y estoico y él sí tranquilo y contento de existir, aquel flanco de mi orgullo recibió un batacazo del que jamás se va a recuperar completamente.

 

279. Por una de esas cosas que uno no se explica, me ocurre que siento un gran aprecio por los indigentes, o sea por los que cuando yo era apenas un niño los adultos llamaban gamines: con franco desprecio los sujetos y con conmiseración impotente las personas. (Me hice adolescente y, asqueado, padecí que se los llamara, con toda naturalidad, desechables; hoy, empalagado por el pésimo gusto del peor buenismo, siento que se me alborota una otitis ya superada cada que oigo la extravagancia esa de “personas en situación de calle”.) Como mi afecto por ellos no ha hecho sino fortalecerse, me impuse dar con las razones que justifican el afianzamiento. Son dos.

 

Por un lado, mi “amistad” con Eduardo, La Guajira y Puchis, tres seres humanos extraordinarios a los que nada -ni el hambre ni la intemperie ni el desprecio con o sin violencia de los hindeseables, ni la indiferencia de los prescindibles o el mutismo del dios en el que inexplicablemente los tres creían-, absolutamente nada pudo deshumanizarlos. Por otro, mi amistad fictiva e igual de perdurable con Molloy, con Willy G. Christmas y con Andrés Tangen, ante todo y sobre todo con Andrés Tangen.

 

280. ¿¡Somos más los buenos -por caritativos-!, machacan los edulcorados con o sin enciclopedia? A ver si les quedan ganas de seguirse haciendo eco de semejante falsedad después de leer un portento decimonónico titulado Hambre. (De lo que en cambio les van a quedar ganas, los prevengo, es de apurar hasta la última página escrita por este noruego cuya estatura es sólo comparable a la del gran Karl Ove Knausgard. ¿Les suena?).

 

281. Vamos a suponer que usted y yo somos dos sesentones colombianos que, tras madrugar cuarenta o cuarenta y pico años yo a cuidar la puerta de un edificio oficial o de un conjunto de apartamentos y usted a cocinar y lavar los platos en un restaurante tradicional, también de Bogotá, por fin nos pensionamos con el monto mínimo, puesto que siempre devengamos eso: el sueldo mínimo. Que nos conocimos cuando ambos andábamos por los veintitantos y que resolvimos irnos a vivir pasado un tiempo para formar una familia. Que acordamos que íbamos a tener no más un hijo porque con nuestros ingresos dos serían demasiados. Que ahorramos una cantidad determinada a costa de sacrificios sin nombre con el propósito de poderle dar a ese hijo una educación siquiera aceptable. Que lo criamos consciente de que si se vive con honradez y decencia se debe trabajar muy duro para conseguir lo indispensable, que se disfruta más cuando se consigue mediante el esfuerzo personal y familiar. Que en el barrio popular donde vivimos contentos, pese a la algarabía y las peleas de las muchas cantinas y billares y galleras y hasta prostíbulos que atruenan el silencio imposible con sus parlantes día y noche, hoy hay más ruido y excitación que nunca porque acaban de oír en una alocución del presidente lo de un bono de quinientos mil pesos para “los adultos y las adultas mayores que no pudieron acceder a una pensión”. Que los tres, que también nos acabamos de enterar, nos miramos incrédulos y desconcertados y que de pronto usted y yo nos sobresaltamos cuando el muchacho nos dice, con evidente malhumor:

 

--¿No pudieron o no se les dio la gana? ¡Pero si cualquiera de los vecinos -bueno: no todos pero sí muchos- ganaba igual y hasta más que ustedes dos juntos! ¿Y qué hacían con la plata? ¡Tomar adiario o casi! ¡Y todos con de a tres, cuatro y hasta cinco hijos! ¡Y los hijos también con hijos! ¿De verdad creen ustedes que tanto esfuerzo valió la pena?

 

Si yo conociera a ese muchacho y pudiera contagiarle algo de lo que siento y pienso, le transfundiría mi más profundo desprecio a los populismos y al grueso de los beneficiarios de sus limosnas con cargo al erario, que no son otra cosa que una soterrada y anticipada compra de votos, a la par que el mayor incentivo para el aumento y la perpetuación de la pobreza. Mental y física.

 

282. ¿Que “¡la violencia de género no se discute!”, decretó el otro día una empoderada política española -o mexicana, o argentina, o colombiana: lo mismo da-? ¡Pero claro que se discute porque la única violencia que yo reconozco con ese nombre es la que se ejerce en contra del español, al que ella y los que se le parecen desfiguran con sus sinsentidos lingüísticos, entre los que las duplicaciones y triplicaciones del género se llevan las palmas!

 

Lo que no se discute -y en eso estamos de acuerdo- es que existen y se deben combatir la violencia machista (la de los misóginos probados, que matan mujeres por el hecho de serlo), la sexista (que ejercen por igual, y amparados en el anonimato de sus manadas, los nostálgicos de un patriarcado hoy por hoy muy desdibujado en Occidente y las ultrafeminazis occidentales, que les hacen el juego a sus supuestos enemigos y de paso nos gradúan a todos los hombres, sin excepción, de abusivos y cavernarios) y aquella de que son víctimas los elegebeteí a manos de toda suerte de trogloditas y oscurantistas incapaces de concebir un mundo en el que todos no seamos machos que procrean con hembras.

 

Una cosa sí es segura: mientras que la violencia en contra del género gramatical tiene solución (la ridiculización o el ninguneo de los que la practican), la violencia contra los sexos y las libertades sexuales se debe combatir con penas carcelarias severas cuando los delitos así lo ameriten, con sanciones sociales y trabajo comunitario cuando se trate de infracciones menos graves, y siempre siempre con altísimas dosis de desobediencia civil y provocación a los moralistas y los intolerantes. Que escandalizar sea, mejor dicho, la premisa de todo elegebeteí y de todo heterosexual promiscuo que motu proprio pero sin dañar a nadie resuelva darles rienda suelta a las pulsiones del cuerpo que se sacó en la tómbola de la perra vida.

 

283. ¿De modo que al dolor inconmensurable por la suma gravedad del estado de salud de mi hermadre -quien desde hace una semana se debate entre la vida y la muerte en una UCI- y al sufrimiento por la muerte reciente -tú y yo hablamos por última vez, mi amor, hace setenta y siete domingos y quinientos cuarenta y dos días- de una persona a la que amé de corazón no obstante mis múltiples defectos, les debo sumar el agobio a que me someten un día sí y el otro también los militantes del cristianismo y ocasionalmente del catolicismo? ¿Por qué les permito a todos esos sujetos -médicos, enfermeros, tíos, primos, hermanos, amigos y auténticos desconocidos- que me abrumen con su fe, que sólo a ellos concierne? ¿Puede decir cualquiera de ellos, acaso, que yo he hecho el más mínimo esfuerzo para que duden o dejen de creer? ¡Pero si los únicos escenarios en los que yo ventilo mi ateísmo manso son este blog y ciertas situaciones en las que vale la pena debatir! ¿Será mucho pedirles a todos esos entrometidos de Biblia o camándula en mano que dejen la joda, a ver si me ahorro el engorro y la mala educación de tener que mandarlos para la mismísima mierda?

 

284. Formo parte, y asumo las consecuencias, de dos plagas: la primera contemporánea y la segunda intemporal. Pertenezco, por un lado, a los apestados que sin demasiado cargo de conciencia fuman y reivindican su amor al cigarrillo, tan medicinal cuanto nocivo. Y, por otro, a la de los infinitamente más aislados que desde sus atalayas personales y al margen de cualquier manada defienden aquello en lo que creen y no contemporizan con ninguna pese a los riesgos que corren.

 

285. ¿Misógino y fratricida Gianciotto Malatesta? En cambio a mí me parece que se quedó corto.

 

286. Y moriste, según mi calendario, el 78-547. Según el que a todos nos rige, el 10 de julio de 2023: otra fecha grabada a fuego en mi memoria, mientras la conserve.

 

Decir que fuiste, mi amor, la mejor hermana del mundo es de una mezquindad imperdonable porque fuiste tan madre como nuestra Orfi, a más de amiga y cómplice y confidente y celestina. Y como ninguna cosa -ninguna- que escriba o diga sobre ti y sobre el amor extraordinario que nos unió durante casi 50 años te haría justicia, pues lo dejo así. Sólo me queda darle infinitas gracias a Fortuna por habernos hecho coincidir en una casa y en una familia amorosas y carentes de la más mínima inhibición a la hora de manifestar los afectos. Y tú y yo, los más desinhibidos de todos. ¿O por qué crees que en tantas partes nos tomaban por pareja?

 

Qué lástima, mi amor, que en mí no alumbre la bella ficción de la vida y el reencuentro después de la muerte, pues estaría exultante pese al dolor y la ausencia en que a Orfi, a Tita y a mí nos sumió tu disolución tan prematura. Ah, y que sepan el mundo y sus alrededores que me quedé sin con quién mamar gallo y dessacralizarlo todo -y todo es todo-, entre carcajadas de júbilo que ya no incomodan a los vecinos o les producen envidia.

 

287. A que no adivinan quién aprendió la lección de maravilla y quién, por el contrario, no aprendió nada de nada: “Enseñé a los reyes a ser tiranos, pero también a los pueblos a librarse de ellos”.

 

288. Estoy por creer que el fulano que echó a andar la mentira grande como un estadio de que “con los buenos sentimientos no se hace literatura” no se enteró de la existencia luminosa de Cervantes o, si se enteró, jamás leyó su Quijote o, si lo leyó, malgastó el tiempo. E igual pienso de los que de la trola se hacen eco.

 

289. A usted, maestro, gracias por la precisión tan necesaria y ustedes, otrora bandidos hoy en el Congreso y en la Casa de Nariño, quedan notificados:

 

“Dijo Mario Calabresi […] que se puede ser un exterrorista pero no un exasesino. El terrorismo deja de practicarse cuando las circunstancias lo aconsejan o logra sus objetivos por otros medios. Pero haber matado a un semejante no es tarea circunstancial, cosa de un día: ser asesino te marca para siempre, te convierte en alguien distinto. El terrorismo puede olvidarse pero el crimen siempre te acompaña, está a tu lado como el primer día. El crimen de Lotta Continua o ETA no es nunca un gesto individual sino la culminación de un proyecto colectivo: asesino es el ejecutor, quien ordenó el crimen, quien informó de las costumbres de la víctima, quien ayudó o encubrió al ejecutor. Y por supuesto asesinos son también quienes justificaron o ‘comprendieron’ el asesinato y sobre todo los que se beneficiaron políticamente del terror. […]

[…] ¿Que los terroristas ya no ejercen? Será que no les conviene. Pero los asesinos siguen siendo asesinos. No debe permitirse que rentabilicen democráticamente el botín de su crimen.”

 

La reflexión también les calza, no se vayan a creer, a los autores mediatos e inmediatos de los miles de ejecuciones extrajudiciales conocidas con el eufemismo de “falsos positivos”, asesinatos aleves y sistemáticos de que son y siempre serán responsables desde Álvaro Uribe Vélez hasta el último soldado que apretó el gatillo y disfrazó de guerrilleros a los que no eran más que civiles inermes, pasando por quienes impartieron las órdenes de matar o hicieron la vista gorda para no involucrarse.

 

290. Leo esta reflexión de Antonio Muñoz Molina (“El crecimiento de las cosas es muy lento. La destrucción es casi instantánea. Basta un disparo para acabar con una vida entera. Un árbol que tardó siglos en alcanzar su plenitud magnífica es talado en un rato por una motosierra o consumido sin remedio por una gran llamarada favorecida por el viento”), pienso con horror en la invasión de Ucrania y con asco en los que con su silencio o a grito pelado apoyan a los invasores y a su carnicero en jefe. ¿Que odiar es malo para la salud? Debe de serlo, aunque un poco menos cuando en el pécho y en el encéfalo en los que bulle el odio también anidan el amor y la admiración por los Quijotes que, no de palabra sino de hecho, combaten a los malvados, siempre en franca desventaja.

 

291. ¿Que la ceguera congénita -la mía- es incurable, les dijo Francisco Barraquer a Abe y a Orfi? Juzguen ustedes: “Con la luz del sol aparece también el color de los pájaros y de las flores: las orquídeas blancas y moradas que cuelgan de los árboles, el anaranjado de las aves del paraíso, el morado o el rosado de los besitos, el rojo y el negro de los anturios…”.

 

Pero no se entusiasmen demasiado porque para la ceguera también congénita de mis otrora amigos Luis Antonio Camelo y Germán Mauricio López sí que no hay remedio ni en la mejor literatura o descripción pictórica. ¿Que por qué? Pues porque la de ellos vino, a diferencia de la un tris atenuada de mi ojo izquierdo -que se cobró un accidente de tráfico a comienzos del milenio-, desprovista del más mínimo concepto de luz y color. Lo cual quiere decir que para el ciego total -que no vive sumido en ningunas tinieblas (tan visibles como la claridad más deslumbrante) sino en la nada más absoluta: lo sabe mi ojo derecho- ni la luz del sol, los colores de los pájaros, el blanco o el morado o el anaranjado o nuevamente el morado o el rosado o el rojo o el negro de las flores que sean significan nada porque jamás se han visto. Es como si se comparara mi memoria visual con la de alguien de cultura ávida que vio toda la vida y perdió la vista por enfermedad o accidente: él sí que puede visualizar no sólo esos colores sino también las flores propiamente dichas, cuyas formas serán para mí inasibles en tanto no las tenga entre las manos.

 

292. Entre las demasiadas bobadas que repiten los tontos, diplomados o no, la de que se puede enseñar a escribir dentro de un salón de clases: “…el primer hombre dejó Toledo y pasó la mar para llegar a una tierra menos dura, menos árida, una tierra donde su nombre, Abraham Santángel, no fuera un estigma, y allí, algunos años después de llegar a Antioquia, del vientre de su mujer, Betsabé, nació Ismael, el quinto de sus hijos. Ismael con Sara engendró a Isaías, que con su esposa Raquel engendró a Elías, quien con su esposa Isabel tuvo un hijo de nombre José Antonio, del cual con Mercedes nació Josué, quien se casó con Miriam, que parió a Jacobo, mi padre, que con mi madre, Ana, tuvo también a mis dos hermanas, Pilar y Eva, y me tuvo a mí”.

 

A ver, qué dijeron: ¿Que ésta es la tarea del alumno más aventajado en una clase de español o de lenguaje cuya lección de ayer fueron los pronombres relativos? ¿De verdad no se imaginan los años de lectura inteligente y rigurosa que hay detrás del prodigio de hacer caber todo un árbol genealógico y parte de una historia familiar en apenas dos proposiciones? Lo siento por los que no.

 

293. Los que sabemos la gloria perdida de antemano mensuramos, maestro, el valor de su renuncia:

 

“Conducía su coche por una carretera de Valencia de doble sentido y simplemente por una vez se reprimió el impulso de adelantar al coche que iba delante. Pudo haberlo hecho con suma facilidad, como tantas veces. Con solo apretar la suela del zapato su coche habría salido disparado sin ningún peligro. Adelantar, siempre adelantar era su objetivo en todos los órdenes de la vida, pero en este viaje había decidido reducir la marcha para contemplar el paisaje. Por supuesto, otros coches que venían detrás le pedían paso y Miguel experimentaba un placer hasta entonces desconocido al poner el intermitente hacia la derecha para facilitarles la maniobra de adelantamiento. Algunos camioneros se lo agradecían con el claxon, otros automovilistas le insultaban de viva voz por ir tan despacio, pero Miguel contemplaba el campo de girasoles, o la colina peinada de verde por el trigo en primavera o simplemente se metía en sus pensamientos o conducía sin pensar en nada. Fue una sensación placentera, sin importancia, pero Miguel decidió aplicarla a la forma de vivir, hasta el punto que su futuro se dividió en dos, antes y después de aquel viaje.

Esta experiencia le llevó a asumir que no pasaba nada si admitía que había escritores que iban delante, que tenían más éxito, más premios, más talento, más reconocimiento oficial, más medallas, academias y otros honores” aunque ninguna garantía de posteridad pues aquello viene después, si viene, y sin que se sepa a ciencia cierta por designio de qué o de quién.

 

Si no es así, ¿cómo se explica entonces que escritores y obras que gozaron de prestigio y fama en presentes remotos hoy estén sepultados bajo toneladas de olvido, y que escritores y obras desconocidos o ninguneados en su momento hoy y muy posiblemente también mañana figuren entre lo imperecedero de este arte?

 

294. Déjeme que le cuente algo antes de que transcriba estas palabras suyas, mi muy admirado y estimado don Arturo.

 

Trabajé de profesor universitario y en algún otro centro de enseñanza casi 22 años, en los que coseché muchas satisfacciones y experiencias humanas y docentes, así como no pocas decepciones y desencantos que me hicieron desistir tal vez demasiado pronto. Entre los segundos, ninguno como el desinterés de la mayoría de todos esos muchachos sin referentes de peso y colmados de desinformación a los que nada que fuera su mundo los hacía vibrar. Ni siquiera lo relativo a sus familias, de las que lo desconocían todo o casi. Si preguntarles por las vidas de los que fueron sus padres antes de que ellos nacieran era tiempo perdido, imagínese sus respuestas si por quien se les preguntaba eran los abuelos o parientes incluso más distantes con respecto a su presente. Pienso ahora que si hubiera conocido el artículo de que tomo la cita, lo habría leído con ellos en la esperanza de que al menos a un par de cada grupo sus palabras los zarandearan convenientemente: “Cada uno de nosotros tiene una, veinte historias familiares. Estúpidos aquellos jóvenes que no acuden a sus mayores a que se las cuenten, antes de que estas historias se extingan con ellos y duerman en el silencio sin aportar nada a las generaciones que no lo vivieron, haciendo imposibles la lucidez y la experiencia. Mis mayores han muerto, o están muriendo poco a poco, pero el niño curioso que fui logró arrancar un puñado de esas historias al olvido, y ahora lamento que no hubieran sido más. Lamento las horas perdidas sin preguntar a aquellos que ya no están conmigo. Eran -son- las historias de cada uno de nosotros: las historias de nuestros padres y nuestras madres y nuestros abuelos”, nada menos.

 

295. Me estrello, leyendo a Wilson, una vez y otra vez con el evocador sustantivo feromona y de él, de Wilson, aprendo este otro: alelomona, y ambos -feromona y alelomona- me conducen por azar en internet a un tercero: copulina, que me retrotrae a decenas de conversaciones con amigos varones sobre lo que para una inmensa mayoría de ellos resume un singular engañoso e inexacto como el que más: odor di femina. Pobres narices monolíticas.

 

296. De los millardos de personas que al menos en una oportunidad hemos experimentado la sensación que le suscitó a Ribeyro la siguiente agudeza, apenas a un número exiguo se le dio discurrir en algo análogo; mientras que para casi todos los demás la situación, redundante o singular, no supuso cosa distinta que la posibilidad de chatear o de rumiar problemas personales. Él, únicamente él de entre todos los de la especie, se propuso y consiguió materializar mediante la palabra escrita su epifanía mental:

 

“Viajar en un tren en el sentido de la marcha o de espaldas a ella: la cantidad física de paisaje que se ve es la misma, pero la impresión que se tiene de él es tan distinta. Quien viaja en el buen sentido siente que el paisaje se proyecta hacia él o más bien se siente proyectado hacia el paisaje; quien viaja de espaldas siente que el paisaje le huye, se le escapa de los ojos. En el primer caso, el viajero sabe que se está acercando a un sitio, cuya proximidad presiente por cada nueva fracción de espacio que se le presenta; en el segundo, sólo que se aleja de algo…”: tal cual.

 

¿Se necesita acaso, les pregunto, alguna otra prueba que justifique la imprescindibilidad -perdón, perdón por el archisílabo imprescindible- de la literatura para nuestras pobres vidas de hombre?

 

297. Si relacionan el contenido de la ‘prosa apátrida’ 52 con el de la 55, aunque antes que nada con el colofón de la 55, es harto probable que en su cerebro y en su espíritu se obre un alumbramiento como el que se acaba de obrar en los míos. Pero si tras efectuar el ejercicio en los suyos no se obra nada, despreocúpese y haga como que hizo caso omiso.

 

298. Ya que de los gringos recibe el mundo mucho de lo mejor e igual cantidad de lo peor que produce la especie, me parece que empiezo a oír por todas partes, dentro de unas horas o mañana a más tardar, lo que acabo de oír en un canal de YouTube de la ABC: que para soportar con entereza los calores atípicos de este verano y los previsiblemente más insoportables y perjudiciales de los porvenir, la solución es celebrar ‘Christmas in July’! Como quien dice: en lugar de aprovechar el sofoco desesperante de la emergencia climática con sus incendios forestales para recalcarles a los descerebrados y a los irresponsables lo evidente, ese gobierno y todos lo suicidas que lo copian -hasta el último en que usted dé en pensar- permiten que los codiciosos de la industria y el comercio planetario aceleren todavía más el carro del antropoceno consumista en aras del crecimiento y el desarrollo. ¿La engañifa publicitaria? De una elementalidad que insulta a la inteligencia más modesta: que el mero hecho de evocar esa festividad de un mes invernal hace tolerables los peores efectos de los 54 grados del Valle de la Muerte o los casi 44 de Phoenix. ¿Su forjador? Cualquier avispadillo al que sus colegas y conocidos deben de estarle dando trato de genio. Les parecerá que engañar a las les y los tontainas -el grueso de la humanidad- tiene mérito.

 

299. Dice Pessoa que “el corazón, si pudiese pensar, se pararía” y yo me digo que el cerebro, que por pensar siente, se desespera y se desquicia, tampoco se apaga. Maldito todo lo que no es volitivo.

 

300. Cada que, como estudiante o como profesor en las universidades por las que pasé (la Pedagógica, la Javeriana, La Salle y la Sergio Arboleda) me estrellaba con una medianía empingorotada doctoranda o doctorada, de las que se arrogan el título de científico social y sienten que más allá de donde ellas llegaron nadie puede ir, me sentía impelido a preguntarles si de casualidad sabían quiénes eran los Bernoulli, los Alvar Ezquerra, los Huxley, los Lynch (Benito, Marta, Enrique…), los Renoir, los García-Calderón, los Goytisolo, los González-Blanco o los Caballero colombianos tan ilustres, no más que para ver si lograba hacerles titubear por un momento el amor propio. Pero la verdad es que siempre desistía… porque lo mío es desistir cuando a priori sé que no vale la pena.

 

301. Me escribe un Caparrós comprensiblemente sorprendido:

 

“…Pibe -o piba- es una suerte de diminutivo cariñoso: por eso, entre otras cosas, me sorprendió encontrarlo cargado con un aumentativo. Pibón parecía una paradoja; pronto entendí que era otra cosa. Y entonces lo busqué: la RAE lo había definido primero como ‘mujer muy atractiva’ y después […].

Pero un pibón fue, hasta hace poco, siempre una mujer y, casi siempre, una mujer henchida de despampanancia. Porque la palabra no se aplica a cualquier belleza: es, más que nada, la que avasalla, carne rotunda, formas decididas -de antemano. Un pibón es una hipermujer, una que cumple con la mirada dominante, que se deja dominar y nos domina.”

 

¿”Nos domina” a quiénes, perdón -le pregunté imaginariamente a mi amigo, que me respondió de la misma forma-: Cómo que a quién. Pues a usted, a mí y a todos los heterosexuales y lesbianas que caemos rendidos ante tanta voluptuosidad.

 

Sin embargo, en lugar de continuar con el diálogo, me dejé llevar por el recuerdo de una canción de juventud que no es que me gustara particularmente; la encontré en YouTube: ‘El mujerón’, un merengue bastante picante de Los Toros Band que si Martín lee esto ojalá escuche para, surtido ese trámite, le preste atención a la confidencia que a continuación hago:

 

Si un buen día el mundo se despertara poblado exclusivamente por pibones como los que él describe o por mujerones como los del merengue, yo -y presumo que muy pocos más- devendría de enfervorizado adicto a lo sutil femenino en una especie de asexuado o asexual, dado que no son las “formas decididas” y la “carne rotunda” de las ‘hipermujeres’ lo que en mí solivianta la libido, sino todo lo contrario: los cuerpos gráciles de treintañera, de veinteañera o de adolescente de manos y facciones suaves y pequeñas, de pelo a media espalda o como mínimo a la altura de los hombros, ojalá lacio -ondulado está muy bien también-, abundante y sin falta recién lavado. Me avengo igualmente de maravilla con las un tanto rollizas que no buscan ni consiguen captarse más atención de la estrictamente necesaria siempre y cuando, eso sí, reúnan los requisitos venéreos de aquí arribita, además de lo innegociable: una voz tan grácil, suave y acariciadora como sus presencias. De los odores di femina y copulinas que me trastornan podemos hablar otro día. Claro: no uno cercano, puesto que primero tengo que dar con las palabras precisas para comunicar lo imposible.

 

302. Cosas que se me ocurren mientras voy en el TransMilenio y los demás -ciegos incluidos, no se vayan a creer- chatean o inficionan el ambiente con el ruido de sus videos: a cuál de los nueve primos que sobrevivimos a mi hermana (Mario y Toto, Zuli y Luisa, Titi y Pablo, Mauricio, Andrea y Juan David) le va a corresponder la mala suerte de morir de último y en qué condiciones. ¿A qué edad? ¿Desmemoriado o lúcido? ¿Cagándose y meándose en la ropa, o todavía con el control de los esfínteres? ¿Postrado en cama, o aún capaz de valerse por sí mismo para lo fundamental? ¿Pobre de solemnidad, apenas con lo necesario o solvente? ¿Amargado y abrumado por la vida o agradecido con ella? ¿Solo íngrimo o con el consuelo de contar con alguien que lo acompañe y lo ayude? No sé ustedes, muchachos, pero yo me pido el próximo pasaje.

 

303. Lo reconoce el educador que quise ser: antes que conseguir, primero, que se aquerenciaran con la literatura para, luego, asistir ojalá a su enviciamiento sin retorno, dediqué, si cabe, más empeño a, por un lado, vencer la apatía política de los estudiantes que callaban cuando los alienados de la extrema izquierda repetían, ahora en clase, los escupitajos ideológicos que oían en las asambleas estudiantiles y, por otro, a intentar morigerar, mediante la lectura y los debates que de ella se suscitaban, las pulsiones extemporáneas de revolución de los anacrónicos. Como lo primero produjo magros resultados y lo restante aun peores, aquí me tiene, estimado Javier, pensionado a los 49 años y sin pisar un aula “real” hace lo menos cuatro, leyéndolo a usted y a los demás del cenáculo, y en el fondo nostálgico de no poder compartir con todos esos muchachos reflexiones como ésta, que de procesarlas como es debido los harían tan sabios: “…porque me encantan las aventuras, pero sólo en la vida privada, las novelas y el cine; en la vida pública, aspiro a un aburrimiento escandinavo. […] Lo han adivinado: no soy partidario del entusiasmo en política (aunque voto siempre: la razón es que, si no voto yo, votan por mí); tampoco de la emoción ni de la poesía: aspiro a una política prosaica, racional, humilde, que sin prisa pero sin pausa mejore la vida de las personas comunes y corrientes, única forma conocida de mejorar el mundo. Esto, ya lo sé, suena aburrido, pero ya he dicho que mi ideal en política es el aburrimiento. ‘Que vivas tiempos interesantes’, reza una maldición china: mi ambición suprema consiste en vivir tiempos lo menos interesantes posible. Con esa esperanza voto siempre” (y yo, sólo que jamás con éxito).

 

304. Lo reconoce el educador que quise ser: antes que conseguir, primero, que se aquerenciaran con la literatura para, luego, asistir ojalá a su enviciamiento sin retorno, dediqué, si cabe, más empeño a, por un lado, vencer la apatía política de los estudiantes que callaban cuando los alienados de la extrema izquierda repetían, ahora en clase, los escupitajos ideológicos que oían en las asambleas estudiantiles y, por otro, a intentar morigerar, mediante la lectura y los debates que de ella se suscitaban, las pulsiones extemporáneas de revolución de los anacrónicos. Como lo primero produjo magros resultados y lo restante aun peores, aquí me tiene, estimada Irenita, pensionado a los 49 años y sin pisar un aula “real” hace lo menos cuatro, leyéndola a usted y a los demás del cenáculo, y en el fondo nostálgico de no poder compartir con todos esos muchachos reflexiones como ésta, que de procesarlas como es debido los harían tan sabios: “Prudente y suspicaz, la democracia griega desconfiaba de las esferas del poder. Las leyes parecían defender que el mejor gobernante sería probablemente quien menos desease serlo. Respecto a los ciudadanos, se recomendaba no admirar demasiado a sus líderes. No amarlos. No ser sus hinchas. Aquellos atenienses recelosos jamás habrían valorado a un candidato capaz de afirmar que podría plantarse en la quinta avenida del ágora y masacrar a sus conciudadanos sin perder partidarios. Ser así de leal es letal. En nuestra época exaltada, las simpatías políticas se asemejan a las dinámicas de los hooligans deportivos. Recordemos que fan es una abreviatura de fanático. Los forofos ansían derrotar al otro equipo, más que lograr mejoras en sus vidas. Esto conduce a formas perversas de competencia, especialmente en una época de burbujas en las redes sociales que nos segregan en grupos, suministrándonos distinta información, diseñada para afianzar nuestros prejuicios y crear cuadrillas de convencidos…” (yo que ellos, empezaría por desagregarme).

 

305. Propongo un concurso: la frase -una sola- capaz de compendiar la, llamémosla, esencia antropológica de nuestro tiempo. Aquí va la mía: “En nuestra época narcisista hay muy poco interés por estudiar la historia, aunque sí por erigir tribunales de acusación sobre los personajes del pasado”.

 

306. ¿En dónde están, caso de que existan, la tercera Colombia y la tercera Argentina y el tercer Brasil y el tercer México que nos salven del petrismo y el uribismo, del kirchnerismo y el macrismo, del lulismo y el bolsonarismo, del lopismo y el priismo y a la América Latina toda de su tendencia incorregible a virar con violencia de un extremo al otro del espectro, cual si su péndulo jamás apuntara al centro? Que por favor nos lo aclare Paul Preston.

 

307. Yuxtapongo en la pantalla las fotos de Uribe y Petro, de sus familias, de sus combos de lambeculos con fachada de partidos políticos y de la hinchada que por cada uno vota y, mientras me las quedo mirando con detenimiento, me digo que qué cosa si se parecen los dos sujetos, los deudos de uno y otro, los ganapanes que se benefician de su poder y los militantes sordos y ciegos frente a los hechos y las realidades que los condenan.

 

Los dos, de pasados probadamente violentos -paramilitar el uno, guerrillero el otro- se hacen pasar con éxito por el único capaz de pacificar al país entero a sabiendas de que cada uno lo divide y crispa sin tregua ni miramientos. Los dos, que pactan hasta con el diablo -Carlos Alonso Lucio o Everth Bustamante, Armando Benedetti o Roy Barreras- a cambio de más poder, esconden sus corruptelas bajo llave al tiempo que culpan, sirviéndose del eco que se hacen sus incondicionales y los periodistas que les son afines -una María Isabel Rueda por acá, una Cecilia Orozco Tascón por allá-, a la competencia. Ambos con hijos que escandalizan tanto o más que los papis, con hermanos y familiares incursos en venalidades y con funcionarios que chuzan y delinquen pero siempre a espaldas de los que fueran candidatos y ahora presidentes porque de ellos, como de Dios, proviene siempre lo bueno y jamás lo malo.

 

Pero ahí no acaba todo porque resulta que cuando los medios convocan a declarar a los congresistas, ministros y gregarios de cualquier categoría del uribismo sobre Petro y los petristas o a los del petrismo sobre Uribe y los uribistas, ni los unos ni los otros tienen el menor reparo en salir a condenar sin atenuantes y sin esperar a que la justicia falle los desaguisados y derrapes éticos de los oponentes, pero tildan a esos mismos medios de amañados y vendidos cuando a lo que se los convoca es a rendir cuentas sobre los escándalos y tropelías del jefe, los familiares del jefe o sus conmilitones. Entonces sí exigen que sean los jueces y no la prensa los que se pronuncien.

 

Entretanto y para no desentonar, los electores del uno y del otro, que estarían dispuestos a lapidar a lo sharía o a linchar a lo chibchombiano a Juan Fernando Petro y a Nicolás Petro y a Laura Sarabia, o a Santiago Uribe y a Jerónimo Tomás Uribe y a Andrés Felipe Arias si en sus manos estuviera hacerlo, se hacen los desentendidos o los indignados cuando un independiente con criterio y coraje les afea el doble rasero y la deshonestidad de sus ideologías sectarias, tan idénticas en el fondo cuanto torpes en las formas.

 

308. No se me haría raro, doctor Bejarano, que mientras usted escribía la columna de que extraigo la cita, yo anduviera pergeñando mi desahogo número 300: “…Esa manada de doctores vanidosos que hoy se mueven con prepotencia en las universidades criollas, salvo excepciones contadas en los dedos de la mano, no honran en sus actividades el cúmulo de investigaciones que se ufanan de haber adelantado, con las que intentan descrestar calentanos, sin siquiera lograr convencer a los estudiantes de pregrado. […] Nuestras universidades están plagadas de costosos e inútiles doctores”.

 

De mi parte, una vez más la salvedad de que mis dardos en esta materia no se dirigen contra biólogos, químicos, físicos y demás doctorandos, doctorados o posdoctorados de las ciencias sino contra los que, en carreras de tiza y tablero, tienen carta blanca para presumir especulando, en esas jergas insustanciales y enrevesadas con las que juegan a teorizar de palabra y por escrito, y sólo para que les entre cada vez más platica.

 

Ah, y le propongo que hablemos un día de estos de las excepciones a las que usted alude y que, en mi caso, no llegan a cinco: demasiado pocas aunque, eso sí, las tres de gran valía.

 

309. Me embebo -gracias a que ayer no bebí- en este ensayo de Montaigne y querría expresarle al maestro mi extrañeza de que, a pesar de que sé que sabré morir, escasa idea tengo de cómo vivir.

 

310. Pienso en el Epicuro auténtico y no en la tergiversación que de él forjaron sus despreciadores y la ignorancia de los que desde entonces les hemos creído, y me parece insoportable la indefensión de muchos muertos célebres. Que el punto de no retorno a que hoy se aboca irremediablemente el planeta sea la consecuencia, al menos en parte, del ¿epicureísmo? de los ¿epicúreos? daría para que “el filósofo del buen vivir”, quien “aspiraba a un sueño colectivo modesto pero ambiciosísimo: ‘La voz de la carne pide no tener hambre, ni sed, ni frío’” y quien “era lo opuesto a un sibarita derrochador” pues “vestía ropa sencilla y se alimentaba a base de pan, queso y olivas” abandonara la tumba y, como cualquier resuelto don Quijote, desficiera el agravio y enderezara el entuerto. Que se cobre la infamia arremetiendo, como primera medida, contra los diccionarios que se hacen eco del sustantivo y el adjetivo calumniosos.

 

311. Yo que ustedes, almas cándidas de las izquierdas del mundo, que se creen y propalan la mentira de que la salvación del planeta reside en el dichoso ‘sur global’ y más precisamente en la heroicidad de los Petro y los Lula; yo que ustedes hablaría, entre otros, con Raoni Metuktire a ver él qué piensa. ¿Que no saben quién es y por ende dónde encontrarlo? Escríbanle a Eliane Brum que ella les suministra las coordenadas.

 

Y una petición al ‘norte global’ insaciable: mucho cuidado con ir a soltarles los cien mil millones de dolaretes anuales a aquel par de tartufos, que en menos de lo que canta un gallo los vuelven humo y ahí sí que se nos acaba de quemar la selva. Dénselos a Green Peace aunque eso sí, a condición de que Raoni y su gente, Greta Thunberg y la suya y Eliane Brum sean quienes ejerzan la contraloría.

 

312. ¿Que un muy buen estudiante de la ciencia que sea se convirtió con el tiempo en un buen científico y divulgador científico?: encomiable. ¿Que un muy buen estudiante de literatura o de periodismo se convirtió con el tiempo en un buen crítico literario o en un buen cronista y reportero?: encomiable. Sin embargo, lo maravilloso y de todo punto deseable es que haya científicos y divulgadores científicos capaces, como el gran Javier Sampedro, de escribir sobre ciencia con los alcances y recursos del mejor de los literatos y literatos -escritores de ficción, aforistas…- capaces de discurrir sobre ciencia en sus géneros con la solvencia y el criterio del mejor de los divulgadores científicos. Los nombres, en este caso, se me atropellan en el recuerdo pero, en aras de la paridad, registro apenas uno: Julio César Londoño.

 

313. La justicia poética consiste, amén de lo que ustedes quieran agregar, en que para cada Procusto exista un Teseo. ¿Soñar con algo análogo en la justicia que imparten los hombres, o en la divina con que se consuelan los crédulos? Conozco mejores formas de perder el tiempo.

 

314. Modesto que soy, yo me daría por bien servido si los contradictores políticos fueran aquí y en todas partes no ya émulos o tan siquiera remedos de Melchor Rodríguez García, mas sí personas decentes y leales. Inverosímil que algo tan sencillo constituya, casi indefectiblemente, una aspiración irrealizable.

 

315. Con tal de que lo que prime sean los intereses del lenguaje y más precisamente los del español, que venga lo que venga.

 

Corría 1996 cuando a un neurólogo se le ocurrió informarme de que yo era epiléptico. Unos años más tarde fue una psiquiatra la que me dijo que era ciclotímico. Recientemente, mejor dicho la semana pasada, comparecí ante la médica general con los resultados de los exámenes de laboratorio que me había ordenado y todo para que me declarara hipoglicémico: “E-pi-lép-ti-co, ci-clo-ti-mi-co, hi-po-gli-cé-mi-co” le dije, enfatizando. Y rematé, a lo Valenciano: “No es sino que usted mañana me diga que soy bulímico y sifilítico para quedar hecho. Hecho un guiñapo”. Se rió de buena gana.

 

316. Yo, que entre mis años de estudio y trabajo en la universidad pública ajusté 15, doy fe, y no sólo por eso, de que este aforismo de Nicolás Gómez Dávila acierta sin ningún género de dudas: “El proletariado no detesta en la burguesía sino la dificultad económica de imitarla”.

 

317. De entre las cosas que me siguen gustando de la perra vida, una que no paladeaba hacía mucho: la incompasibilidad de su irreverencia.

 

Arranqué con Orfi el sábado pasado (12 de agosto de 2023) para el concierto de la Filarmónica en el auditorio Fabio Lozano, contentos tras un ayuno de más de un mes. Llegamos, nos mamamos una fila larga larguísima para comprar las boletas porque si existen sitios en los que campee la indiferencia con los frágiles -viejita ella, cieguito yo-, ésos son los que frecuentan los cultos y los semicultos amantes del arte: museos, teatros, bibliotecas, paraninfos, casas de poesía, salas de conciertos… El caso es que por fin entramos y nos sentamos.

 

Comenzó el concierto y, con los primeros compases, la primera sorpresa: una como obertura que no figuraba en el programa, que había consultado unos días antes. Luego, según lo prometido, un par de conciertos para corno, de los intrascendentes.

 

Estábamos en el intermedio cuando de pronto se nos acercó una mujer que, tras saludar con amabilidad y presentarse, nos contó que trabajaba con la orquesta, y que llevaba ya un buen tiempo fijándose en que raro era el sábado que no nos veía en el auditorio. Nos propuso que grabáramos un día de éstos una nota para las redes sociales de la Filarmónica, en la que contáramos de dónde nos venía a mi madre y a mí el amor por la música clásica. Tras el “Claro que sí” hablamos de alguna otra cosa, y el deslenguado que llevo dentro incurrió, antes de que yo pudiera sofrenarlo, en uno de sus habituales exabruptos: se burló, incompasivo, de los desinformados que en ese y otros auditorios aplaudían entre los cambios de movimiento de un concierto o de una sinfonía.

 

A propósito de sinfonías, el maldito programa aquel anunciaba para después del intermedio la Londres de Haydn, pero lo que en cambio se dejó oír fue un portento de belleza que me supo a Verdi y era de Verdi. Extasiados, Orfi y yo intentábamos sofocar las ganas de abrazarnos, de tararear lo que fuera y de pararnos a “bailar” a la par con Francesco Belli, que a ella la tenía cautiva.

 

Pues les cuento que eso habría sido del todo preferible al ¡braaaaaaaaaavoooooooooo! Con que atroné una sala en la que unos pocos aplaudían tímidamente y mi madre y yo a rabiar, al cabo de un final de movimiento paroxístico que con creces habría podido ser el colofón de aquello tan endiabladamente bueno pero que a lo sumo iba por la mitad. Se me incendió la cara, se me entrecortó el resuello y quise morirme allí mismo, como siempre en vano.

 

Humillado frente a tanto cultito bien informado, me prometí que en adelante defendería y acompañaría en sus desmadres de júbilo a mis compadres los desacompasados de auditorio, ante quienes hoy juro mis más inquebrantables lealtad y pertenencia.

 

Y tú, Ángela, ¿qué te dijiste cuando me oíste desafinar?

 

318. Me estrello -en la radio, en la televisión, en internet: por fortuna cada vez menos en la calle gracias a una agorafobia incipiente- con tanto bípedo insustancial tan ufano y enamorado de sus insignificancias y por contera tantos de ellos tan malaleches, que por un momento pienso en mandarlos a leer este artículo que figura en la Wikipedia bajo el título ‘Octopoda’, para que se enteren de una vez por todas de qué va eso que llamamos cerebro y corazón. Y, de paso, para que saboreen el bellísimo español en el que algunos biólogos transmutan lo complejo de sus saberes encomprensible y eufónico.

 

319. Me encantaría formar parte de un departamento de lenguas y de una facultad de humanidades donde enseñaran español y publicaran en su revista indexada un Rafael Alvarado Ballester, un Miguel Colmeiro y Penido, una Margarita Salas Falgueras o un José María Bermúdez de Castro y (condición sine qua non) donde el gran Javier Sampedro Pleite llevara la voz cantante desde la decanatura. Aunque… qué carajos: como lleguen a saber de algo siquiera parecido, llámenme que enseño gratis.

 

320. Que me perdone el respetabilísimo debido proceso la impertinencia de detestarlo cada vez que se lo invoca y utiliza a manera de escudo dizque para investigar -para así poder fallar- lo que de tan manifiesto y evidente agrede los sentidos; verbigracia, la sevicia de la metódica misoginia de los talibanes, los crímenes transnacionales y de lesa humanidad de Putin y sus invasores o los delitos a cuál mas burdo de Trump y los trumpistas en los Estados Unidos.

 

321. Existe un solo grupo humano -dos tal vez-, uno solamente, por el que de buena gana saco la cara y a cuyo bienestar estaría dispuesto a ofrendarle mis deseos menguantes de luchar por nada. En Colombia los llamábamos, en tiempos de menores melifluidad y postureo occidentales aunque de iguales indiferencia y discriminación universales, gamines a secas o, como Orfi y Abe, “gamincitos”: sí, con uno de esos diminutivos casi siempre -no siempre, no en este caso- horrísonos y tan latinos. Llegaron los años 90 y se los empezó a llamar indigentes: perfecto. Y ahí me planto.

 

Por ellos, los parias de cualquier parte que de todo carecen y de los que tan pocos Nicolós se ocupan, estaría yo dispuesto a abandonar esta silla y este escritorio en los que leo y algo escribo para luchar a brazo partido contra la discriminación de toda índole que soportan por parte de prácticamente toda la sociedad y en el más estoico de los silencios. Yo, que por ser ciego de nacimiento conozco muy bien de qué va la discriminación que en contra del diferente ejercen (ejercemos) los hombres, las mujeres (algún día les cuento siquiera un par de miserias de las que he sido objeto a manos de algunas profesoras y colegas con tetas y jefas y estudiantes con tetas y condiscípulas y…), los niños-prefiguración de adultos malparidos, las niñas-prefiguración de adultas malparidas y por descontado que también “demasiades de eses” que hoy pretenden escapar de lo humano adjudicándose la categoría absurda de ‘no binario’, siento y creo que muy escasos son los congéneres por los que se deba abogar a bulto. ¿Por qué hacerlo, entonces, por los gamincitos, los gamines más grandes y por “todos” los indigentes de Bogotá, Colombia y el mundo -se estarán preguntando ustedes-? Pues porque el demasiado sufrimiento que provoca la exclusión lava toda traza de mala leche que en esas criaturas pueda haber. Y punto.

 

322. Ahora: si de las palabras y de los actos cariñosos de algunos familiares heredé esta suerte de solidaridad con su desgracia, de mis amigos Eduardo, Puchis y Gladis La Guajira aprendí que entre quienes comparten semejante destino no escasean la generosidad, el desprendimiento, la lealtad y muchas otras caras de la bondad humana y no porque me lo hubieran contado: ¡me hicieron su depositario!

 

Y la literatura se encargó del resto: Willy Christmas, Molloy, Andrés Tangen. Se encargó de que a diario me pregunte cuántos nómadas urbanos con encéfalos privilegiados comen aquí y en todas partes física mierda a la par con los normalitos.

 

323. A los bienintencionados que, como el columnista, no cejan en la esperanza de que del olmo les lluevan peras, les recomiendo que lo mejor que pueden hacer es sentarse a esperar, ojalá bien aprovisionados y a cubierto, porque su parusía se puede tardar un poco más que la religiosa: “…¿Cómo pudo este político modesto lograr esos resultados espectaculares? Los historiadores tienden a coincidir: por su actitud tranquila y su capacidad pragmática de construir consensos y coordinar su gabinete, aterrizando las grandes ideas en reformas y políticas concretas y razonables que pudieran ser implementadas. Las reformas profundas y duraderas, parece decirnos Attlee, no son los grandes discursos: son políticas concretas, bien diseñadas, que logren grandes apoyos y puedan ser implementadas. Y aunque el Reino Unido de la posguerra es muy distinto de la Colombia actual, tal vez el gobierno del cambio podría aprender algo de la modesta eficacia de Attlee”.

 

Pero lo más descorazonador de todo es, doctor Uprimny, que a los posibles Clements criollos que por desgracia no fueron (Carlos Gaviria, Luis Carlos Galán, Antanas Mockus…) o a las que aún podrían serlo (Gina Parody, María Ángela Holguín, Cecilia López Montaño…), la componenda izquierda de la ira-derecha atrabiliaria, cada una con sus discurseros incendiarios, sus brazos armados y sus legiones fanáticas de votantes, les habría torpedeado y les torpedearía cualquier buena iniciativa y esfuerzo por hacer avanzar al país, puesto que lo suyo es medrar en medio del anquilosamiento. De modo hermano que ni pa qué joder.

 

324. Una pregunta para mis estudiantes españoles de ciencias políticas: ¿quién -Santiago Abascal o Carles Puigdemont- se congraciaría con Cercas tras leer su columna del 19 de agosto de 2023 en El País de España? Sustenten convenientemente sus respuestas, muchachos.

 

Y una para mis estudiantes también de ciencias políticas, acá en Colombia: ¿a cuál o cuáles de los articulistas que leemos hebdomadariamente en El Tiempo, en El Espectador, en Cambio, en El País de España, se les pueden atribuir la ecuanimidad y la honestidad intelectual y política del gran Javier? En la justificación de sus respuestas deberán figurar ejemplos tomados de distintos artículos de el o los que a su juicio reúnan semejantes méritos.

 

325. Cómo les va pareciendo a ustedes que se van los carajos estos que sacaron entre 0 y 1, no sólo porque escriben horrible, sino porque contestaron dizque Santiago Gamboa, o William Ospina, o Julio César Londoño, o Cecilia Orozco Tascón cuando no los cuatro, a quejársele al decano, que ni corto ni perezoso me requirió en su despacho.

 

--Me sorprende, profesor Ríos -dijo tras saludar con amabilidad y pedirme que me sentara-, que usted, que da la impresión de hallarse muy al tanto de lo que sucede en el mundo, desconozca que esta facultad y muchas otras no pueden sustraerse a los imperativos de la era de las redes sociales con sus hechos y sus realidades alternativas, que le dan a cada cual carta blanca, y ni qué decir tiene que también a nuestros estudiantes, para ver en un Carlos granés, o en un Juan Esteban Constaín, o en un Héctor Abad Faciolince, o en un Mauricio García Villegas, o en un Juan Gabriel Vásquez a militantes de cualquier extrema, cuando no de ambas a la vez. Por si no lo sabía, en las facultades de humanidades y afines hoy nos guiamos por impulsos, visceralidades y adhesiones que ninguna justificación precisan. Ah, y un consejo de colega -remató al tiempo que se levantaba para guiarme a la puerta-: si su norte en la docencia son las discusiones ponderadas y la evaluación objetiva, enséñeles a estudiantes de ciencias. A mí no me ha ido nada mal con los que trabajo.

 

Nos dimos la mano y me fui…, para siempre de aquel campus. Ya se verá si de todos.

 

326. Lo reconoce el educador que quise ser: antes que conseguir, primero, que se aquerenciaran con la literatura para, luego, asistir ojalá a su enviciamiento sin retorno, dediqué, si cabe, más empeño a, por un lado, vencer la apatía política de los estudiantes que callaban cuando los alienados de la extrema izquierda repetían, ahora en clase, los escupitajos ideológicos que oían en las asambleas estudiantiles y, por otro, a intentar morigerar, mediante la lectura y los debates que de ella se suscitaban, las pulsiones extemporáneas de revolución de los anacrónicos. Como lo primero produjo magros resultados y lo restante aun peores, aquí me tiene, estimado Juan Esteban, pensionado a los 49 años y sin pisar un aula “real” hace lo menos cuatro, leyéndolo a usted y a los demás del cenáculo, y en el fondo nostálgico de no poder compartir con todos esos muchachos reflexiones como ésta, que de procesarlas como es debido los harían tan sabios: “La devoción por los políticos, adorarlos como semidioses y seres superiores, seguirlos casi con fervor religioso -quitemos el adverbio ‘casi’, que por lo general sobra: con fervor religioso, de manera ciega y abyecta-, es uno de los atributos esenciales de la política y el poder, cuyos representantes suelen estar investidos de una fuerza sobrenatural, un carisma ante el cual se pliegan de rodillas, dichosos, en éxtasis, sus seguidores. […] Puede ser desde la izquierda o la derecha, da igual, los extremos muchas veces se confunden. En esas sectas y capillas todo queda sometido al poder mesiánico del líder, a su mensaje de redención y cambio que justifica cualquier cosa, incluso la perpetuación de aquello que se supone que había que cambiar. Es mejor decirlo así y no inventarse sofismas ni motivos expiatorios: nada de lo demás importa mientras el caudillo sea el que es, y punto. ‘Ladrón o no ladrón, queremos a Perón’, dicen que decían los argentinos. Quizás eso sea preferible (menos indigno, sobre todo para los eternos indignados de la víspera) que negar la realidad” (a base del tan socorrido ‘yustequeísmo’, el deporte universal de los adeptos -de los abyectos-).

 

327. Si Luis fuera el jugador que se acaba de coronar campeón del mundo y Jenni(fer) la dirigente que en medio de la euforia “besó” -¡pero si a aquello tan baladí o cariñoso se lo llama ‘pico’!- a Rubiales en la boca, las redes y el mundo se estarían diciendo que tan Hermoso. Yo que ustedes, jaleadores con falo de las desmesuradas, me agarraría bien fino y me encomendaría al dios en que crean porque las ordalías de esta misa negra no han hecho sino empezar.

 

328. En un sinnúmero de espejos en los que puede uno mirarse prospectivamente se proyectan las imágenes de los caídos injustamente en desgracia, quienes hoy saben que mantenerse al margen (o azuzarlas mientras se celebran sus tropelías) de las jaurías por miedo a las jaurías es cobarde (o rastrero) y peligroso. Los que se obstinen en cerrar los ojos ante el azogue pueda que lo aprendan en carne propia. Moraleja: que te destrocen a dentelladas, pero peleando.

 

329. ¿Ustedes están con Jenni(fer) Hermoso y con este nuevo numerito desatado por la desaprensión de un simple y por un Occidente histérico y ridículo a más no poder? ¡Yo no! Yo estoy, de mente y de corazón -aspiro a estarlo un día también de hecho y de cuerpo presente-, con cada María Soledad Sánchez, Ana Orantes, Laura Angulo y Nancy Mariana Mestre, víctimas genuinas y tangibles de la misoginia de feminicidas probados; con cada niña o adolescente y mujer a la que violan, en España Italia la India y en cualquier parte, de a uno o en grupo, prospectos imberbes de escoria o escoria en toda regla; con las iraníes y las afganas y las musulmanas a las que los ayatolás y los talibanes y demás caverna del peor Islam torturan o matan o secuestran o esclavizan sexualmente.

 

¿Se creen Yolanda Díaz, Irene Montero, Elvira Lindo, Ana Bejarano Ricaurte y los que con ellas gritan que están cambiando el mundo si destituyen y meten preso al tal Rubiales? Pues déjenme decirles que, si eso piensan -y lo piensan-, son tan simples como el fulano aquel.

 

330. “También mueren los lugares donde fuimos felices”: por todo y ante todo, la finca de la abuela. La casa con solar de la 17 en La Fragua. El parque y el prado y el gimnasio del instituto -no el instituto-. La casa de doña Inés. Nuestra casa y la de las vecinas en San Humberto -no San Humberto-. Mi cuarto con alfabetizadoras en el apartamento de Castilla -no del todo el apartamento de Castilla-. Los bares y cantinas y otros sitios donde me he emborrachado a gusto. Las habitaciones propias, ajenas y alquiladas en que piché exultante. Los salones de clase donde aprendía eufórico y enseñaba agradecido. Los auditorios en los que asisto al milagro de la mejor música clásica que se ejecuta en vivo. El cuarto en el que cada mañana y antes de que aclare me tomo el primer tinto y me fumo el único cigarrillo del día. Este otro en el que duermo y leo y escribo y paso tiempo con mi Tita. Todo lugar en el que haya gozado del privilegio de querer a los que me quieren. Mi casa de Mariquita con todos sus recuerdos de vivos y de muertos entrañables, bípedos y gatos.

 

331. Tres conclusiones que me deja la prosa apátrida número 63. Soy un incompetente para las matemáticas, aun para las más elementales. El árbol genealógico de nosotros los don nadies sin abolengo -¿un 95 por ciento de la especie?: tal vez más- se remonta, y no sin esfuerzo, hasta los cuatro abuelos y pare de contar. Ese texto tan breve y retozón de Ribeyro sería capaz, aclaro que en un mundo onírico, de dar al traste con las fobias racistas y nacionalistas de los imbéciles, si por un momento -el que dure la lectura- la imbecilidad los abandonara en favor de la lucidez.

 

332. Charlando el otro día en la cantina de Lucio y Marcela con un costeño de Curramba que me presentó ya no recuerdo quién, se me ocurrió pronunciar, en vista de que sin amargura se quejaba de su presente profesional, esto que dijo o escribió Ortega y Gasset: “El que no puede lo que quiere, que quiera lo que puede”.

 

--¡Tiene mucho güevo el careverga! ¿Cómo dijijte que se llamaba? ¿José qué?

--Don José Ortega y Gasset.

--Como se llame. ¿Cómo me vas a salir tú con eso si lo que yo soñaba era ser ginecólogo de adolescencia y primera juventud pero mírame, ¡dijque enfermero en un ancianato!?

 

Nos cagamos de la risa hasta casi caernos de la silla. Le gasté la rasca.

 

333. Si yo fuera un Fernando Savater o un Moisés Wasserman que por azar repasan algunas de las columnas en las que se han burlado de la todavía hoy (2023) adolescente Greta Thunberg, dizque por soñadora y desinformada -como si a la edad de ella todos no lo hubiéramos sido, a más de insignificantes-, y cotejara esos exabruptos con los datos científicos y las imágenes infernales transmitidos por los noticieros a propósito del desquiciamiento del clima en tantas partes, entonaría un mea culpa público en el que reconocería la mezquindad y la inmadurez en las que incurrí al restarle méritos a una quinceañera de la que en cambio ellos dos -y cualquiera en sus cabales- estarían tan orgulloso si fuera su nieta. Será tal la importancia de Thunberg que consigue que filósofos y científicos de mucho o de algún renombre se ocupen de ella para intentar en vano ridiculizarla, entre otras cosas porque los hechos le dan la razón… Y porque no creo que a la sueca los dardos de intelectual le quiten el sueño.

 

Nota: en ‘Perplejidad de gato’, si hiciera falta, pueden dar con una imagen elocuente de las ecpirosis veraniegas glosada por las palabras de un sabio que -él no- no les guiña el ojo a los negacionistas.

 

334. Leo su prosa apátrida 64, estimado Julio Ramón, y me doy a repasar la lista de los putañeros que en esta familia ha habido. César, Abelardo y Gustavo -los vocacionales-; Jairo, Guillermo y algún otro -los ocasionales-. Curiosamente, todos muertos o a punto de morir el último. Curiosamente, ninguno -que yo sepa- entre los de mi generación y muchísimo menos entre los más jóvenes. Mi caso es atípico.

 

No recuerdo cuándo fue la última vez que, solo o acompañado, terminé la fiesta en un prostíbulo. Lo de “terminar la fiesta” se queda grande puesto que nunca -y nunca es nunca- me he acostado con nadie a cambio de plata, y no porque me parezca ruin o indigno. Se trata simplemente de que, entre los misterios que nos definen como personas, el de los gustos y los disgustos sexuales destaca con mucho. Y a mí, al contrario de ellos y usted, el gusto material por las mujeres que ejercen la prostitución, tanto si lo hacen voluntariamente cuanto forzadas por sus muy particulares circunstancias, hasta la fecha no me ha acometido. Ése no pero el dialógico sí.

 

Entre las conversaciones que con ellas atesoro, la que tuve en Manizales a solas con Lina María y luego con Lina María y sus compañeras una noche por desgracia tan lejana, en el puteadero más bello y atípico -por discreto y hogareño- que nadie salvo Kawabata, ni siquiera el forjador de esto que a manera de homenaje procedo a a transcribir, se podría figurar: “…Rostros de mujer, bellas cortesanas, besos pagados, comedia del amor, mis largas, mis incontables noches de bebedor anónimo en Europa, ¿qué cosa me han enseñado? Vieja y exacta metáfora de identificar a la mujer con la tierra, con lo que se surca, se siembra y se cosecha. El arado y el falo se explican recíprocamente. Ellas son en realidad el humus donde estamos asentados, de donde hemos venido, hacia donde vamos. Hacer el amor es un retorno, un impulso atávico que nos conduce a la caverna original, donde se bebe el agua que nos dio la vida”.

 

Si un buen día Fortuna nos volviera a juntar, muchachas, para refrendar lo irrepetible de aquella noche única, quizás les hable de Ribeyro, aunque sin falta de La casa de las bellas durmientes. Que así sea.

 

335. Oyendo la otra tarde La Luciérnaga (nuevamente, muchachos, los colmo de gratitud a todos por tanta irreverencia inteligente: a Alexandra Montoya -mi amor platónico-, a Gabriel de las Casas -sos mejor que Hernán, de lejos-, a Don Jediondo y Risa Loca y el Muelón Sánchez -a mí que me presenten tres malparidos mejores que ustedes-: a todos los humoristas y personajes del programa, aunque en primerísimo lugar a doña Pepita), allegué mentalmente mi respuesta a la pregunta que formuló el director: Y usted a quién envidia.

 

--Yo -comencé cuando me correspondió el turno, es decir cuando cambiaron de tema- lo tengo clarísimo: daría cualquier cosa, cualquiera, por saber lo que saben mi carnal Lisbeth Salander y los mejores de su oficio. Y agregué, para romper el silencio que de repente se hizo: ¿se imaginan ustedes de cuántos Persson me habría vengado, y lo mejor de todo: si se me antoja sin dejar rastro y sin verter una sola gota de sangre? ¡Eso sí que es tener poder!

 

336. Y claro, mientras las feministas profesionales del Occidente más superficial montan su numerito para ensañarse con el Rubiales de turno, los Zalachenkos de todas partes aprovechan el desorden para hacer de las suyas: matar a golpes a las mujeres que odian o, si se les escapan por los pelos, reducirlas para siempre a una silla de ruedas. Les propongo a quienes discrepen de aquello pero sientan que se debe proceder en contra de los violentos y los peligrosos reales, que armemos un frente común y adoptemos los métodos más que eficaces de Lisbeth Salander. Si les suena, llámenme y nos reunimos con ella: 3 16 5 18 90 24. Quién quita: de pronto hasta logre convencer también a Blomkvist de que nos acompañe.

 

337. En la medida en que a Colombia la sigan manteando y la empiecen a gobernar, a lo Frente Nacional, entre la derecha insaciable e indolente y la izquierda resentida e insaciable (miren, si no, a los concienciados Gustavo Bolívar e Isabel Zuleta, para quienes cuarenta sueldos mínimos -que es lo que por encima de la mesa perciben aquí los congresistas- resultan insuficientes para sobrevivir con dignidad), los problemas de todo tipo que nos aquejan desde antiguo no harán más que crecer y aumentar. Los argentinos lo saben bien aunque no lo hayan aprendido.

 

338. La diferencia entre cualquier filósofo-humanista (¿pleonasmo?) y un científico-filósofo como este que me ilumina, la resumen tres palabras la mar de concretas: amplitud de miras:

 

“…La nuestra es una especie muy especial, quizás la especie elegida en cierto modo; pero las humanidades por sí solas no pueden explicar por qué. Ni siquiera plantean la pregunta de una forma que pueda responderse. Confinadas a un espacio de conciencia reducido, festejan los pequeños segmentos de continuos que conocen, hasta el mínimo detalle, una y otra vez, en infinidad de combinaciones. Estos segmentos por sí solos no indagan en los orígenes de nuestras características fundamentales: nuestros instintos autoritarios, nuestra inteligencia moderada, nuestra sabiduría peligrosamente limitada; incluso, insistirán aquellos más críticos, el orgullo de nuestra ciencia.

[…] Los verdaderos alienígenas considerarían, creo, que nuestra especie posee una propiedad vital digna de su atención. No es nuestra ciencia, ni tampoco nuestra tecnología, como podría suponer el lector. Son las humanidades.

Estos alienígenas imaginarios pero plausibles no tienen ganas de complacer o mejorar nuestra especie. Su relación con nosotros es benevolente, igual que la nuestra con los animales del Serengeti, que acechamos y pastoreamos. Su objetivo es aprender cuanto más mejor de la única especie que estableció una civilización en este planeta. ¿Acaso no serían los secretos de nuestra ciencia? No, para nada. No hay nada que podamos enseñarles. Tengamos en cuenta que todo lo que podemos llamar ciencia no tiene ni cinco siglos de antigüedad. […] La humanidad entró en nuestra época tecnocientífica actual -global, hiperconectada- hace sólo dos décadas. Eso no es ni un parpadeo en el discurso rutilante del cosmos. Sólo por casualidad, y considerando los miles de millones de años de edad que tiene la galaxia, los alienígenas llegaron a nuestro nivel actual, todavía infantil, hace millones de años. Hace cien millones de años, incluso.

Entonces, ¿qué podríamos enseñarles a nuestros visitantes extraterrestres? Por decirlo de otra forma, ¿qué podría haberle enseñado a un profesor de física Einstein a la edad de dos años? Nada de nada. Por esa misma razón nuestra tecnología sería enormemente inferior. De no ser así, nosotros seríamos los visitantes extraterrestres y ellos los indígenas planetarios. Entonces, ¿qué podrían extraer de nosotros los hipotéticos alienígenas? ¿Qué podría serles valioso? La respuesta correcta son las humanidades. […]

La evolución cultural es distinta porque es íntegramente una construcción del cerebro humano, un órgano que evolucionó durante tiempos prehumanos y paleolíticos a partir de una forma muy especial de selección natural llamada la coevolución gen-cultura (en la cual la evolución genética y la evolución cultural influyen cada una en la trayectoria de la otra). El potencial excepcional del cerebro, alojado principalmente en los bancos de memoria del córtex prefrontal, se desarrolló entre la existencia del Homo habilis hace unos dos o tres millones de años y la proliferación global del Homo sapiens, su descendiente, hace sesenta mil años. Para entender la evolución cultural desde fuera mirando hacia adentro, y no desde dentro mirando hacia fuera, que es como lo hacemos, deberemos interpretar todos los sentimientos y estructuras intrincadas de la mente humana. Es algo que exige un contacto íntimo con la gente y el conocimiento de un sinfín de historias personales. Ilustra cómo un pensamiento se traduce a un símbolo o a un artefacto. Eso es lo que hacen las humanidades. Son la historia natural de la cultura, y nuestro patrimonio más privado y preciado…”.

 

Pero qué forma la suya, maestro, de ponerles tatequieto a unos (los humanistas) y a otros (los científicos), a fin de que nadie se sienta la vaca sagrada del potrero: ¿que lo que importa son las humanidades? ¡En gran medida, aunque lástima que sean tan narcisistas y repetitivas!; ¿que lo que importa son las ciencias? ¡En gran medida, aunque sin que se nos olvide que frente a las humanidades están en pañales!

 

Ahí tienen, futuros humanistas y futuros científicos, el mejor ejemplo que quepa imaginar del tan cacareado ‘pensamiento crítico’, al igual que una respuesta contundente a la pregunta de por qué, pese a que constituyen una ligazón simbiótica, los estudios de unos y los de los otros se emperran en repelerse o al menos en no mezclarse. De ustedes depende que las cosas cambien.

 

339. Una fiera encapsulada en un peluche: nada distinto son mi Tita, mi Ceniza, mi Mono, mi Muñeco, mi Tola, mi Maruja y mi Lulú; aquel de Balthus al que tanto envidio y no precisamente por la leche que lengüetea; el Capuchino de Villoro y el gato testigo en la Última Cena de Ghirlandaio; los gatos de Goya, los de Lope de Vega y los de Vicente Rojo; los de Darío Jaramillo Agudelo, Baudelaire, Borges, Wislawa Szymborska, José Emilio Pacheco, Eduardo Chirinos, José Watanabe e incluso el de Schrödinger. Pero por sobre todos, el universal de la oda de Neruda.

 

340. Clara López Obregón (la ponemos a ella por delante para que no se diga que en este blog se discrimina “por razones de género”) y Wilson Sáenz Manchola (jamás tan a propósito un apellido… materno, suponemos) se complacen en invitarlos a todos, todas y todes a su conversatorio titulado ‘De las fragilidades y peligros de lo políticamente correcto’, un diálogo en el que este par de defensora y defensor de los derechos humanos le participarán al público asistente sus experiencias más que traumáticas en la utilización del lenguaje inclusivo; herramienta de doble filo con la que se labraron un nombre y se hicieron un sitio en el más empoderado y excluyente de los buenismos, pero con la cual también forjaron su pertenencia sin fecha de caducidad a los anales de la infamia de YouTube y el internet. En el pánel participarán asimismo la “sirvienta” y el “negro hijueputa” que en su momento les otorgaron protagonismo a nuestros dos biempensantes tan malhablados.

 

Como ven, el “evento” promete. De modo que a separar su cupo.

 

341. Pregunta y responde Cercas en el colofón de otro muy buen artículo -todos los suyos lo son-: “…¿Quién teme a la meritocracia? Sólo los privilegiados celosos de sus privilegios”.

 

Como quien dice y en la base de la pirámide, los profesores sindicalizados de educación básica y media que se niegan a que los evalúen o que fabrican sistemas de evaluación tan hechizos y facilistas como las “evaluaciones” con que ellos “examinan” a sus estudiantes, los ministros y secretarios de educación que con ellos se coluden para que la escuela no evalúe rigurosamente, los padres de familia que protestan y ponen a sus hijos en contra del educador que evalúa a fondo porque así mismo enseña, los catedráticos y universidades que aprueban con notas altísimas y otorgan diploma de profesional y de maestro y de doctor a perfectos analfabetos funcionales con algún conocimiento en sus campos y suficiente en plagio pero nada más. Y de ahí hacia arriba y en todas direcciones hasta llegar por ejemplo a un primer ministro o un presidente mediocre -no en pocas ocasiones con “autofama” y fama de genio entre sus huestes- que nombra en los ministerios y demás entidades del Estado a nulidades aquiescentes que no le hagan ninguna sombra y sí muchas genuflexiones. ¿Les parece que hace falta describir el tipo de sociedad en que semejante caldo se cuece?

 

342. Lo que es el azar, Irenita. Si lo primero que hubiera leído de ti hubiera sido esto y no ‘El infinito en un junco’, título que (junto con el noventa y nueve por ciento de tus artículos quincenales en El País) por anticipado te convierte en el único clásico de la literatura vivo que conozco, tal vez ahí lo habría dejado y no serías en mi vida de lector el norte y el referente que eres sino apenas un nombre que se recuerda… o ni siquiera:

 

“…Quizá necesitemos redescubrir que cada mirada sobre el mundo es una peculiar aleación de deseos, experiencias, esperanzas y emociones. Las personas somos un material frágil y valioso.

[…] Es un hecho comprobado: hagas lo que hagas, siempre tendrás cerca a alguien dispuesto a opinar. Ese cuestionamiento constante erosiona nuestros intentos y nuestros encuentros, nuestros amores y esplendores. […]

Nos ayudará, cuando los lazos se enmarañan, dejar de ver mala fe en la opinión ajena, evitar el juicio sumarísimo, aprender a confiar en la honestidad de los distintos. Y ante las torpezas y tropiezos, el dedo acusador casi nunca es la mejor medicina. Más sabio que discutir será divertirse juntos con la variedad de caracteres y actitudes. Cultivar un cierto sentido de improvisación y experimentación infantil. Si a ‘juzgar’ le quitas tan solo una letra, podrás jugar”.

 

Me perdonarás pero se te chispoteó, y a borbotones, la autoayuda. Menos mal que ni Petro ni sus lambeculos leen porque sin consultarte adoptarían tu artículo como prolegómeno de su fementida propuesta de acuerdo de reconciliación nacional, y la escuela y la academia que propugnan el igualitarismo a todo trance y el derecho inalienable a no sentirse ofendidos, ofendidas y ofendides lo adoptarían a manera de carta de presentación de la absurdidad de sus luchas.

 

343. Sigo juntando material de lectura -porque le pienso hacer caso al decano del desahogo 325: ¿lo recuerdan?- para mis futuros estudiantes de ciencias de una asignatura que pueda que se llame ‘De lo bello literario y lo cierto científico’. Y qué mejor que dar comienzo al curso con esta joya:

 

“…Entonces se produjo un estremecimiento en nuestro sistema nervioso y el cerebro, que había sido hasta entonces una máquina fría, precisa y fea, produjo el poema más alto de la materia, la conciencia. Entonces cavamos las primeras tumbas, lloramos de una manera nueva y muy triste y fuimos para siempre mortales. Los vestigios de tumbas más antiguos se han encontrado en lo que ahora es Israel, tienen unos 90.000 años y son considerados la prueba definitiva de que habíamos perdido la inocencia animal y empezábamos a ser esa criatura maravillosa y enferma, capaz de imaginarlo todo e incluso de crear o descubrir dioses, de adorarlos e injuriarlos. La invención de la muerte fue un acontecimiento definitivo. El acontecimiento. Poco después estábamos haciendo arte sublime y moderno sin pasar por el boceto (Chesterton ve aquí la refutación de la evolución: el Homo sapiens no hizo matachos nunca. Armó isopos con yerbas y raíces, tomó carbones negros, preparó jugos verdes y tierras rojas, y trazó figuras mágicas perfectas en las paredes ocres de las cuevas, afirma el policiaco inglés, quizá la inteligencia más preclara de la cristiandad). Fue grandioso, claro. Hacía mucho tiempo que éramos tecnólogos (la palanca, armas de piedra); ya teníamos las palabras, esa potencia capaz de cifrar el universo; ya los brujos lo cubrían con velos de misterio. Pero ahora podíamos conjurarlo, celebrarlo o maldecirlo con las imágenes del arte. Es casi seguro que sin la muerte no habríamos hecho nunca filosofía. La muerte nos salvará un día de la imprudencia de haber nacido (la sentencia es de Cioran) y de la angustia de ser un animal anómalo, esa criatura que se siente estrecha en la tierra y el cielo le queda muy alto.”

 

Me traslado al momento en que alguien entone en el aula, mientras los demás seguimos la lectura en silencio, esta última frase del artículo y puedo ver el asombro en la cara de todos esos muchachos que uno supone enamorados del conocimiento. Interesante sería por otra parte analizar con ellos esto que a mí me asombra: que del cerebro de aquel orfebre mane, en paralelo a los veneros de belleza de su escritura, el más grosero y destemplado sectarismo político. Aunque ése es otro asunto.

 

344. ¿Puedo confiar, gran Victor Hugo, en que en julio del año entrante, si la vida me deparara la mala noticia del ingreso en la cincuentena, las miserias de mis 40 le van a dar paso a siquiera algo de lo bueno que trae aparejado la juventud? Y a usted, maestro, ¿le fue mejor en los 40 o en los 50? ¿Qué edad tenía cuando dijo eso tan interesante que dijo, y por qué lo dijo? Se lo pregunto porque yo esta década infame, desde luego que no en todo pero sí en lo anímico, por desanímico, no sólo no la quiero volver a vivir sino que me la quiero borrar de la cabeza, pero sin un alzhéimer por medio. Menos mal que usted no supo del bueno de Alois y de su enfermedad bellaca que, por cierto, anda haciendo estragos en estos tiempos que en todo se asemejan al 1870 de la queja epistolar de Flaubert. En todo.

 

345. Lo reconoce el educador que quise ser: antes que conseguir, primero, que se aquerenciaran con la literatura para, luego, asistir ojalá a su enviciamiento sin retorno, dediqué, si cabe, más empeño a, por un lado, vencer la apatía política de los estudiantes que callaban cuando los alienados de la extrema izquierda repetían, ahora en clase, los escupitajos ideológicos que oían en las asambleas estudiantiles y, por otro, a intentar morigerar, mediante la lectura y los debates que de ella se suscitaban, las pulsiones extemporáneas de revolución de los anacrónicos. Como lo primero produjo magros resultados y lo restante aun peores, aquí me tiene, doctor Wasserman, pensionado a los 49 años y sin pisar un aula “real” hace lo menos cuatro, leyéndolo a usted y a los demás del cenáculo, y en el fondo nostálgico de no poder compartir con todos esos muchachos reflexiones como ésta, que de procesarlas como es debido los harían tan sabios: “…Es muy posible que el liderazgo sea un rasgo que se haya desarrollado en la evolución (tanto biológica como cultural). Al fin y al cabo, el buen liderazgo es una ventaja evolutiva cuando se enfrentan situaciones que requieren movilizar a un grupo. Los cardúmenes de peces y las bandadas de aves migratorias parecen obedecer la dirección de algunos ‘escogidos’. Nuestros primos cercanos, los chimpancés y los bonobos, también eligen líderes que los guían, pero son diferentes estilos de guía. Los evolucionistas hablan de liderazgos ‘dominante’ y ‘de prestigio’. Los chimpancés parecen usar el primero que es impositivo, los bonobos el segundo. Los humanos optimistas quisiéramos parecernos más a los bonobos que concilian amistosamente (a veces más que amistosa, amorosamente). Posiblemente estamos en el medio, pero la evidencia histórica parece mostrar que cuando las sociedades se sienten amenazadas de alguna forma tienden a escoger los liderazgos dominantes. Los políticos se han dado cuenta de eso y tratan, de todas las maneras posibles, de que nos sintamos amenazados” (por los de enfrente -por la competencia-, que tanto se les parecen).

 

346. ¿Que en qué consiste eso de tener un propósito claro en la vida? Les responde este carnal mío, y no con teorías vacuas: “Y, completamente solo, desde siempre, iba en busca de mi madre, según creo, con la intención de asentar nuestras relaciones sobre una base menos inestable. Y cuando estaba por fin en su casa, y he llegado a ella varias veces, me marchaba sin haber hecho nada en tal sentido. Y cuando ya no estaba en su casa estaba de nuevo en camino hacia ella, esperando que la próxima vez sabría hacerlo mejor. Y cuando aparentaba renunciar y dedicarme a otra cosa, o no ocuparme ya de cosa alguna, lo que hacía era madurar mis planes y buscar el camino de su casa. Qué curioso”.

 

A mí lo que me parece curioso, y traumático, viejo Mo, es que habiendo tenido propósitos claros en la vida -porque los tuve-, se me hayan traspapelado como tantos de estos desahogos, aunque con la diferencia de que con éstos doy si me aplico a buscar con juicio.

 

347. Si ustedes llegan a leer -o releen- esta novela de Beckett, muy posiblemente relacionen a su protagonista tan disperso con quien por desgracia hoy ocupa la Casa de Nariño. ¿La diferencia entre Molloy y Petro? Aparte de la lucidez y el encanto absurdo del personaje de papel, el hecho fatídico de que el de carne y hueso con sus dispersiones e improvisaciones crónicas arrastra a todo un país, esperemos que no hacia un abismo tipo el venezolano, mas sí hacia un estado de postración generalizada. ¿Que a Gregorio Ríos se le extraviaron los objetivos y se le enmalezó el camino? No son las vidas de millones de personas las que resultan dañadas gravemente o al menos afectadas.

 

348. --¡Un no rotundo a los nefelibatas de lo irrealizable, a los resentidos y a los insaciables malintencionados de la política!

--Lo suscribo si antes me responde una pregunta. ¿De dónde sacamos, en la ingenua y visceral Latinoamérica que es el Tercer Mundo, votantes convencidos de que lo que procede en política es el reformismo que propugnan los tecnócratas, y no los cantos de sirena de los vendedores de humo igualitario o el anarcocapitalismo disfrazado o desembozado de los que figuran o aspiran a figurar en Forbes?

--Tocó preguntarles al Uruguay y a la Costa Rica de hoy y pronto, no vaya a ser que se degraden para no desentonar con el vecindario.

 

349. Será tal la magia de la literatura que al ciego que soy le permite ver, de cuerpo entero y de forma retrospectiva, a dos de los bandidos más sanguinarios y despiadados de este país en que se dan silvestres: “Aquel niño le pinchaba los ojos a los pájaros; y le gustaba ver salir esa gotita de aire y de luz, ese rocío limpio de mañanitas frescas. Luego los echaba a volar y se reía al verlos chocar contra el muro de su casa, con un ruido muy triste. Creció y fue de aquéllos”.

 

Creció y fue Jorge Bricéño Suárez, más conocido por su otro alias de Mono Jojoy. Creció y fue Mario Montoya Uribe, alias Litroesangre. Que uno y otro encarnen héroes para millones de colombianos irreconciliables en sus posturas políticas muy bien explica nuestra historia de violencia. Y el tipo de sociedad que somos.

 

350. ¿Que el arte humaniza? Lo sabe el ‘Salvator Mundi’ de Leonardo, que desde 2017 obra en poder de un descuartizador real, y no porque aquella divinidad pictórica se proponga disputarle a su carnal el diablo el alma del tirano.

 

351. Tentado me vi de renegar de mi desahogo número 241 por el elogio que en él le dedico a Jorge Mario Bergoglio. Pero tras releerlo resolví no hacerlo y la razón es muy sencilla y cierta: se trata de un buen político y de un buen diplomático. O sea de una de esas figuras públicas que hacen malabares sin nombre para contentar a sus homólogos los poderosos o al menos para no enemistarse con ellos.

 

Lamentablemente -o por fortuna: según quién hable-, por humano, o sea por falible, a Su Santidad también lo traiciona el subconsciente, que le hace patinar la diplomacia y expeler una que otra miseria -una que otra querencia- por la misma boca que, en cambio, se empecinó en callar cuando la dictadura de su país robaba recién nacidos y torturaba, asesinaba y desaparecía a inermes de todas las edades: “No olviden nunca su herencia. Son herederos de la Gran Rusia: la Gran Rusia de los santos, de los reyes, la Gran Rusia de Pedro el Grande, de Catalina II, aquel imperio ruso grande, culto, de tanta cultura, de tanta humanidad. No renuncien a esta herencia. Ustedes son los herederos de la Gran Madre Rusia, sigan adelante”: ¡y que vivan -sólo le faltó decirles a los muchachos católicos que lo escuchaban para redondear la infamia- el gran Vladímir Putin y la valentía de sus soldados, que luchan contra la nazi Ucrania y el fascismo de sus gobernantes! Quien lo ve: tan viejito y tan canalla.

 

352. Se pregunta Rosa Montero en una columna reciente en El País de España a propósito del escándalo protagonizado por Luis Rubiales: “¿Cómo es posible que a estas alturas del siglo XXI pueda haber alguien mínimamente sensato, sea hombre o mujer, que no se considere feminista, es decir, antisexista? Yo lo veo algo tan obvio como intentar ser antirracista”, y yo respondo.

 

Si una lucha en principio justa para combatir una injusticia empieza a producir a su vez injusticias, yo me aparto. Imagínate sólo por un momento, admirada y querida Rosita, que el impulsivo e insensato aquel es un hermano o un hijo o un amigo al que mucho quieres. ¿Habrías escrito lo que escribiste, sumándote de paso al linchamiento infame y desproporcionado que él y su familia han sufrido, nada más que por un acto reprochable que, por mucho que se empeñen las furibundas del feminismo y ustedes las moderadas, no constituye el delito sexual con que gustosas lo mandarían a la cárcel? ¿Abuso sexual un maldito pico sobre el que de plano el país y el mundo niegan cualquier posibilidad de aquiescencia verbal o no verbal, tal que si miles de millones de personas hubieran estado ahí con ellos para oír lo que se dijeron con la boca o la mirada? ¡Como si desde siempre las mujeres no se hubieran tomado todo tipo de libertades con los hombres que les gustan, desde una picada de ojo hasta conseguir metérseles desnudas en la cama del hotel en que se hospedan a los famosos que las trastornan, pasando por las persecuciones asfixiantes que en nosotros se llaman acoso y en ustedes enamoramiento! ¿Y cómo es posible que en una democracia como la española se borre de un plumazo la separación de los poderes y el ejecutivo se vaya lanza en ristre contra el “victimario”, al que condena de antemano al ostracismo social, y le niega los derechos sagrados a la presunción de inocencia y el debido proceso?

 

Pero si lo anterior se te antoja razón insuficiente para que me declare contrario al feminismo del modo en que se lo practica hoy, te invito a que veas en YouTube el capítulo titulado ‘El delito olvidado que arruina vidas’ de un programa de televisión colombiano llamado Séptimo Día, y a que leas un artículo de Pérez-Reverte que acaso ya conozcas: ‘Fabricando misóginos’ se titula. Y te soy sincero: no les creo ni por un segundo a las Yolandas Díaz e Irenes Montero, es decir a las ultrafeministas de todas partes, cuando salen a decir que a lo que le apuntan es a la igualdad. Falso porque es odio lo que exudan contra los varones que no transigimos con su vesania. Y contra todo Rubiales que les dé papaya.

 

353. ¿Qué se le agrega a la completitud?: “El hormiguero mata la personalidad, y por ahí va la cosa. El drama de los seres humanos es el de haber evolucionado como individuos por un lado y como seres sociales por el otro, aunque sin haber dado con la fórmula capaz de articular ambas peculiaridades. Ante ese problema de costura, hay sociedades que eligen el individualismo feroz o la masificación total. […] Significa que no tenemos remedio ni solos ni acompañados. La mezcla deseable de aislamiento egoísta y congregación solidaria está resultando más difícil de lo esperado, en el supuesto de que alguien espere algo de esta pobre humanidad. Somos capaces de imaginar un centauro, pero inhábiles para diseñar una sociedad lo suficientemente mixta como para vivir en paz”.

 

Ahí verán si siguen machacando la mentecatez de que incluso el mejor periodismo de opinión -las columnas de los grandes en periódicos y revistas- es flor de un día.

 

354. Lo reconoce el educador que quise ser: antes que conseguir, primero, que se aquerenciaran con la literatura para, luego, asistir ojalá a su enviciamiento sin retorno, dediqué, si cabe, más empeño a, por un lado, vencer la apatía política de los estudiantes que callaban cuando los alienados de la extrema izquierda repetían, ahora en clase, los escupitajos ideológicos que oían en las asambleas estudiantiles y, por otro, a intentar morigerar, mediante la lectura y los debates que de ella se suscitaban, las pulsiones extemporáneas de revolución de los anacrónicos. Como lo primero produjo magros resultados y lo segundo aun peores, aquí me tiene, estimado Daniel, pensionado a los 49 años y sin pisar un aula “real” hace lo menos cuatro, leyéndolo a usted y a los demás del cenáculo, y en el fondo nostálgico de no poder compartir con todos esos muchachos reflexiones como ésta, que de procesarlas como es debido los harían tan sabios: “…Por supuesto que la sociedad está atravesada de conflictos y la política en mayor medida, a la que hemos confiado la misión de representar nuestros diferentes valores e intereses. La práctica de la amabilidad no significa sustraerse al conflicto, sino aceptarlo, reconducirlo de modo que sirva para avanzar y no se convierta en un evento de destrucción. La cuestión es transformar el conflicto en energía positiva cuando resulte posible, evitarlo cuando se pueda y hacerlo siempre más breve y menos dañino. Para esto necesitamos reflexionar sobre la posibilidad de otro tipo de liderazgo que no consista en ‘matar’ al adversario. ¿Estamos tan seguros de que no hay otro procedimiento que sea recompensado en términos electorales? […] Un liderazgo cordial es posible y debería recoger algunas propiedades que requieren más inteligencia y sofisticación que la rudeza del choque con el adversario. De entrada, aceptar que el mundo es complejo requiere más coraje que simular la fortaleza de quien se cree en el lado correcto de la historia, previamente simplificada entre buenos y malos. Nuestros representantes deberían reconocer la incertidumbre en la que se encuentran, no mostrar una seguridad de la que carecen y estar dispuestos a admitir los errores. Si no lo hacen es porque piensan que los representados no lo aceptaríamos. De ahí que estén aterrorizados por los propios errores y por el hecho de que otros puedan apoyarse en ellos para obtener ventajas en términos de competencia. Pero los errores nos hacen amables, como decía Goethe. […] Dejarse marcar el paso por los más ideologizados entre los propios sirve para mantener unida a la tribu, pero no permite ampliar los apoyos electorales o la posibilidad de construir mayorías parlamentarias y sociales con otros agentes políticos. Aquella opinión, erróneamente adjudicada a Darwin, de que solo sobrevive quien más compite, era en realidad una frase de Herbert Spencer para caracterizar ese mundo regido por la competición implacable y despiadada que está en el origen de la desigualdad. Hay quien ha propuesto que sería más coherente con el pensamiento de Darwin hablar de la supervivencia del más amable, ya que la cooperación, más que la competición, es lo que ha hecho posibles los éxitos de nuestra especie. […] El prestigio de la lógica combativa es inmerecido y tampoco sirve para la supervivencia política”. (¿Escuchan en la Casa de Nariño? ¿Aló, presidente? ¿No hay nadie del otro lado de la (primera) línea? ¿Tampoco los y les nadies, las Nadias ni las Nidias de la vicepresidenta? No, querido Innerarity: imposible la comunicación con esta gente. También con la otra.)

 

355. Qué vaina con la vida. ¿Pero es que ni en los proyectos de muerte se puede ser un tris original? Que Gabriel Ferrater -de cuya (in)existencia me vine a enterar hace apenas unos días- lo hubiera planeado, divulgado y ejecutado antes que yo, lo prueba concluyentemente.

 

356. Escribe un hombre al que admiro grandemente: “Entre nosotros las opiniones se afirman muchas veces por escrito con la contundencia de un puñetazo en la barra de un bar”, y me aterro de que a él le moleste esto que yo celebro.

 

Que existan o hayan existido los Pérez-Reverte, los Marías, los Caballero, los Fernandos Vallejo, los Savater y todos los capaces de despertar en los objetos de sus dardos envenenados de acre lucidez odios viscerales e inquinas que pueden durar toda una vida y hasta legarse a la descendencia. Que existan o hayan existido los Naím, los Abad Faciolince, los Vásquez, las Montero, las Bonnett y otros también valientes y objetivos -en la medida en que se pueden ser las dos cosas- que opinan con claridad y sin “descomponerse”, muy posiblemente porque tal sea su talante. Que existan y hayan existido los Constaín, las Irenes Vallejo, los Millás, los Vicent, los Vilas y los que como ellos no renuncian a la denuncia e intentan mantenerse ecuánimes en sus críticas, que privilegian la alusión inteligente antes que los nombres propios. De todos aprendo a la par que disfruto de sus muy personales formas de habérselas con sus opiniones.

 

Con los demás, quiero decir con los militantes, provechosos pese a su militancia por lo común en el mamertismo, me peleo a palabrotas y hasta me voy a las manos aunque rara vez rompa lazos con ellos.

 

357. Es más, maestro Muñoz Molina: a mí, que sobra aclarar que no pertenezco al “nosotros” de la cita, la literatura me sirve de desahogo, pues es sólo gracias a lo que leo y escribo como consigo mantener a raya al francotirador exclusivamente bajo mis órdenes que a diario y desde siempre he fantaseado con ser. Mientras que la ceguera congénita, para que no me sea posible dar con el arma depurativa que busco y rebusco, jamás con éxito.

 

358. Venga y le cuento, Hetícor, un problema que tengo con su Salvo mi corazón, todo está bien: voy por la K y ya estoy más enamorado de Darlis que el propio Córdoba. ¿No conoce usted a otra siquiera parecida para que me la presente, que sin dudarlo me caso? Claro: si nos casa Sánchez.

 

359. Me gustaría preguntarles a los españoles que leo habitualmente en periódicos y revistas de aquí y de allá por qué para ellos, diría que para todos ellos, la nostalgia y la añoranza, que yo tanto disfruto no obstante el sufrimiento dulce que acarrean, tienen tan mala fama. Y lo digo porque cuando no se las juzga abiertamente, cual si se tratara de sentimientos innobles, los muy pocos que las justifican o reivindican lo hacen explicándose a sí mismos y con palabras que denotan una como incomodidad vergonzante.

 

¿Qué hay de malo -aparte de la imposibilidad de materializar la presencia- en sentirse nostálgico y añorante de alguien muerto, o vivo aunque fuera de nuestro alcance, al que mucho se quiso y con quien se vibró al unísono, si nos lo recuerda una canción en particular, o muchas de un género que en Colombia llamamos ‘música para planchar’? ¿Qué hay de malo en pasarse horas enteras mirando fotografías de momentos amables que transcurrieron en compañía de alguien -una hermana, un amigo, los padres, nuevamente una pareja- por desgracia hoy ausente? Es más: ¿qué hay de malo en que yo añore, nostálgico, algo a lo que llegué demasiado tarde, a saber: los tiempos antediluvianos en que dos personas -Juan Gregorio y Elvia, Orfi y Abe- se conocían, se enamoraban, se casaban, ella perdía la virginidad en la luna de miel y etcétera, etcétera? Y no se trata de que repudie los días en que me correspondió ser joven; al contrario: bendigo la posibilidad de acostarse con la novia, las amigas e incluso las primas si ellas lo tienen a bien.

 

¿Que aquella pareja de amigos son fieles, y además se quieren y respetan? Nostálgico me siento de no ser como él en ese sentido. ¿Que recuerdo, con añoranza, los años tan felices en que mi cuerpo de veinteañero o de treintañero exultaba porque se podía fundir con dos y hasta con tres no en la misma jodienda -otra dicha que me voy a morir sin paladear-, mas sí por la misma época? ¡Maravilloso todo, salvo este presente tan añorante y nostálgico!

 

360. “Afortunados los que fueron gobernados por el caballo de Calígula”. Lo pienso cada vez que, asqueado, escucho un nuevo discurso de Petro el presidente.

 

Son tantas las infamias, las inexactitudes de toda clase, las mentiras que escupe sin sonrojarse; tantas su ignorancia, desvergüenza y mala leche que no cabe sino concluir que Céline tiene razón: por descontado que Incitatus no rebuznaría como lo hace este homúnculo al que más de once millones de votantes entronizaron, con el mismo derecho con el que yo deploro su elección, y por espacio de cuatro años que se harán eternos, en la Casa de Nariño.

 

Adenda: ¿cuándo será que Daniel Coronell, María Jimena Duzán o Cecilia Orozco Tascón se resuelven a desvelar lo que de sobra deben conocer de fuentes confiables: las razones de que Gustavo Petro deje plantado a todo el que le da la gana o llegue tarde a donde le da la gana, pisoteando el hecho de que su sueldo y privilegios se pagan con los impuestos que todos tributamos? De una cosa estoy seguro, estimados columnistas a los que leo porque los admiro: si el faltón consuetudinario e irrespetuoso que tenemos por presidente no fuera el que es sino cualquiera de sus antecesores, aunque antes que nada Duque y Uribe, las pruebas documentadas de semejante mal ejemplo hace mucho que figurarían en los medios en los que ustedes escriben. Sigo a la espera de la objetividad y la ecuanimidad que yo también les llegué a atribuir un día.

 

361. A que no adivinan quién habla aquí: “Abundan los patrones, y yo figuro entre ellos, que ven con malos ojos muebles placenteros en los lugares de trabajo. ¿La sirvienta quiere descansar? Que se retire a su cuarto. Que en la cocina todo sea de madera blanca y dura”.

 

Si usted es de los que al rompe dijo o se dijo que Clara López Obregón, se equivoca, y no por una única razón. Primero, porque lo que aquella egregia igualitaria habría dicho, de puertas para adentro o en medio de un rapto de soberbia, habría sido: “¿La sirvienta quiere descansar? Que se aguante hasta el domingo -desde luego que si no tenemos invitados-“ o, en un día en que la bondad haga de ella presa, “Que se aguante a que termine su jornada”. En segundo lugar porque jamás se pueden esperar de un político, y menos aún de un(a) empoderado(a) del buenismo, sinceridades por el estilo de “y yo figuro entre ellos”, una frase que en cambio sí pronunciarían para adjudicarse una cualidad colectiva que les sirva para corregir algún desperfecto en la pintura de sus fachadas.

 

No, mis muy estimados amigos: quien aquí habla no es ningún militante de ninguna buena causa ni representante de nadie salvo de su muy personal persona. En otras palabras, un individuo en toda regla que dice lo que dice y de ello responde. Se llama Jacques Moran y a mí me lo presentó mi carnal Molloy, de quien algo les habré contado.

 

362. Medioevo Científico y Tecnológico:

 

“Este es un mundo inexplicable que se ha levantado y funciona a cada momento y en cada aspecto de la vida gracias a las aplicaciones tecnológicas del conocimiento científico más avanzado, pero en el que cada vez más personas exhiben con orgullo su recelo o su abierto desprecio a la ciencia. No se fían del consejo de un médico o de la predicción de un meteorólogo, pero sí de las conjeturas de una adivina sobre el porvenir escrito en las estrellas, o en las líneas de la mano, o en las figuras de un mazo de naipes. Lamentamos con razón que el deterioro de la enseñanza de las humanidades y las ciencias entorpece el ejercicio de la racionalidad y el espíritu crítico, pero me temo que el problema más grave no es la ignorancia, sino la predisposición humana a no mirar las cosas tal como son si esa mirada contradice las creencias o incomoda la pura poltronería de quien no está dispuesto a saber ni a cambiar.

La razón es más frágil de lo que parece. La inteligencia no se extiende por igual en todas direcciones. Vemos en nosotros mismos que podemos ser en unas cosas lúcidos y juiciosos y en otras romos o desastrosamente impulsivos. Don Quijote es un hombre sosegado y sensato hasta el momento en el que se le mencionan los disparates de la caballería andante. Queremos pensar que la superstición y el fanatismo religioso son propios de personas ignorantes, pero sabemos de científicos que pasan sin esfuerzo del rigor experimental al rezo del rosario, y de ingenieros formados en las mejores universidades alemanas que en septiembre de 2001 se inmolaron a sí mismos en el nombre de Dios pilotando dos aviones llenos de pasajeros contra las Torres Gemelas. El conocimiento, a diferencia de la fe […], no puede ser ‘personalizado y cercano’: las constelaciones en el cielo nocturno no tratan de ti; la Historia, estudiada en serio, no le da a nadie alegrías patrióticas; cualquiera que prometa el paraíso, o el cumplimiento inminente de necesidades y deseos, está mintiendo y es peligroso; el talento no es gratuito ni instantáneo, ni depende de las ganas o de la voluntad, y ni siquiera está garantizado por el esfuerzo; no basta desear algo para poder alcanzarlo; no se puede tener todo, entre otras cosas porque, como indicó Isaiah Berlin, dos fines igualmente deseables y justos pueden a veces ser incompatibles entre sí.

[…] No hay extremismo político ni ceguera ideológica ni pasión narcisista individual o colectiva que estén dispuestos a aceptar los límites que la realidad, las leyes naturales y el sentido común imponen a su delirio. Teóricos universitarios de gran sofisticación y presunto progresismo aseguran que no existen hechos ni datos objetivos, sino tan solo figuraciones variables, ‘constructos culturales’, por usar la jerga depravada en la que trafican. […] El enemigo último y verdadero de la ciencia son los poderes económicos, perfectamente adiestrados en el saber científico y en el dominio de la tecnología, que compran conciencias, financian campañas, corrompen a dirigentes políticos y siembran la ignorancia para seguir multiplicando beneficios inmensos a costa de volver inhabitable este mundo” (Antonio Muñoz Molina).

 

Salta pues a la vista que vivimos tiempos de gran confusión y caos -los contradictores vocacionales dirán que todos lo han sido-, empeorados por el hecho de que en cada persona conectada desde sus dispositivos a la red hay un potencial propalador de infundios y desinformación, y de ahí el creciente bullicio y la imparable pugnacidad que nadie sabe cómo gestionar. Ese desconocimiento sin solución a la vista, así como -entre muchas otras- las realidades descritas en la cita, son lo que me lleva a afirmar aquí que discurrimos por una segunda Edad Media -con el perdón del prístino Medioevo, tan en paz al menos con el planeta- si bien científica y tecnológica, que anda apenas por sus albores. Al rigor de los historiadores corresponde determinar sus orígenes y estudiar a fondo, transcurrido el tiempo que haya menester, sus implicaciones y pormenores. Que ya aterran.

 

363. Qué curioso: que el hombre con que vive Leila Guerriero más que Leila Guerriero sea quien, gracias a lo que Leila Guerriero escribe de él, se me haya metido muy dentro del corazón. ¿Qué porcentaje de la humanidad siente y piensa como él y, como él, vive de conformidad con lo que siente y piensa? Larga vida para este hombre que, con un puñado de otros Quijotes que no se conocen entre sí, intentan salvar el mundo y nos redimen al resto de nuestra inoperancia.

 

364. Buena falta le hace al periodismo colombiano una Eliane Brum que desenmascare, con la independencia que otorga el no fungir de militante, el ecologismo de relumbrón de Gustavo Petro. Quien, como Lula y Helder Barbalho, pontifica en el exterior sobre la mala salud y el no futuro del planeta mientras que de puertas para adentro se compra el favor de los taxistas y los motociclistas con subsidios al combustible y exoneración de peajes, hace como sus antecesores la vista gorda ante los asesinatos sistemáticos de ambientalistas y ecologistas auténticos, ninguna medida de relevancia toma frente a la deforestación imparable de la selva amazónica y el destrozo del Darién y sus alrededores, ni se baja del avión presidencial que lo pasea de foro en foro, donde aspaventea y le grita al mundo, el muy tartufo, que se nos acorta la estadía en el planeta sin que los poderosos hagan nada para evitar la catástrofe. Que el homúnculo se crea que cumple con su deber poco importa: importa, y mucho, que quienes de verdad luchan para atajar lo inevitable -lo deseable- se dejen engañar como párvulos y se sientan representados por estos tres farsantes y otros por el estilo.

 

365. En cambio, entre los escritores de prestigio que escriben en la prensa colombiana y en cierta prensa extranjera, sí hay los que, con la contundencia y la claridad de un Antonio Muñoz Molina en ‘Pestilencia del crimen’, denuncian en sus columnas y artículos precisamente eso, provenga de donde provenga el hedor. Y no son William Ospina ni Santiago Gamboa ni Julio César Londoño, caso de que en ellos esté pensando. Son, entre otros que seguramente se me escapan: Juan Esteban Constaín, Eduardo Escobar, Héctor Abad Faciolince, Piedad Bonnett, Melba Escobar, Daniel Samper Ospina, Carlos Granés y Juan Gabriel Vásquez.

 

366. Leer la Bogotá de hoy -la de Claudia López y sus antecesores de la izquierda, más ineptos que ella que lo es tanto- a la luz de la teoría de las ventanas rotas es comprobar que lo planteado en su momento por Wilson y Kelling jamás va a perder vigencia. Ya no sabe uno si la ciudad que gobernaron Mockus y Peñalosa en su primera alcaldía existió o si todo se trata de un amable pseudorrecuerdo mío. Hay días en que, caminando por entre tanta basura, tentado me veo de parar a tres o cuatro turistas-langosta que tan a gusto se ven por el centro para preguntarles qué placer derivan de visitar un sitio con este grado de sordidez auditiva, olfativa, táctil pero ante todo visual que, curiosamente, poco parece incomodar a los videntes de que en ocasiones me acompaño.

 

367. Razones para la misantropía:

 

“…La sociedad siempre parece tener clarísima la actitud que deben mantener las víctimas. Es decir, cuando te sucede algo muy malo, no sólo has de pechar con ello, sino que además estás obligado a hacerlo con el decoro debido. Representando tu papel, vaya. A quien padece un cáncer le dicen: ¡optimismo, optimismo, pensamiento positivo, alegría constante que así es como se vence la enfermedad! Con lo cual no solo no le permiten al enfermo experimentar sus naturales e inevitables bajones, sus lágrimas y sus miedos, sino que además lo culpabilizan de los posibles empeoramientos: es que no te esforzaste, no te reíste lo suficiente.

A los viudos (yo lo soy), les piden, les ordenan que lloren en el primer momento de la viudez, en el tanatorio, en el cementerio, que es justo cuando, agotada por la agonía cercana, no tienes ni lágrimas. ¡Pero llora, llora, tú llora, no te preocupes, llora!, jalean. Ahora bien: un par de semanas después, que es cuando estás empezando a encontrar el camino a tu duelo y tu llanto, todos vuelven a saber divinamente lo que tienes que hacer: ¡No llores más! ¡Basta de tristeza! ¡Sal, vete al cine, anímate!

[…] En fin, por eso hay personas que piden limosna en la calle hincados de rodillas. Siempre he detestado ese exceso dramático, pero en realidad responden a lo que cierta sociedad demanda de ellos: se representan de pobres.

En su libro La sombra de Naipaul, Paul Theroux cita las bellísimas palabras que le dijo una mujer de 97 años: ‘La pena es pura y es sagrada’. Qué sabio y qué exacto. Los humanos no sabemos qué hacer con la pena; ni siquiera con la propia, y desde luego somos catastróficos con la de los demás. Nos asusta el dolor, lo rechazamos, nos ponemos moralistas, juzgadores, incluso linchadores. Cuando habría que hacer justo lo contrario: ser empáticos de verdad y respetar lo sagrado de la pena, es decir, el derecho que tiene cada cual a intentar sobrellevar su sufrimiento como puede.”

 

Será por todo esto que tan bien describes, Rosita entrañable, que tras experimentar las cada una a su manera dolorosas muertes de mi padre, mi mejor amigo, mi hija, mi pareja y mi hermana, me declaro alérgico a las puestas en escena en que los comparsas que poco o nada tienen que ver con el muerto y sus deudos, aunque no en pocas ocasiones también los deudos, convierten los velorios y los entierros, en los que tasan el amor que a cada cual lo vinculó al difunto a partir de los chorros de lágrimas acompañados de hipidos de moribundo o de la ausencia de una cosa y la otra, sin que sepan o les importe si las lágrimas y los lamentos responden al dolor genuino de la pérdida o a un remordimiento que empieza a cavar hondo en una conciencia que acusa. Como yo soy de los segundos, bien porque antes de aquello ya he llorado hasta la xeroftalmia o bien porque sé que el dolor represado se va a desmadrar en la próxima borrachera, siempre salgo mal librado en el pesaje y por tanto con fama de indolente. ¿No te parece que es como para vomitar sobre aquella generosísima porción de la especie?

 

368. Cómo así: entonces Uribe saca pecho y se arroga, entre otros también notables, el éxito de las muertes de Jojoy y Reyes pero se desvincula, el muy granuja, de los miles de asesinatos de inermes que el mismo ejército bajo su mando perpetró entre 2003 y 2008? Qué asco de hijo de puta.

 

369. Se pregunta Cecilia Orozco Tascón -quien va camino de convertirse en la Vicky Dávila del petrismo- en su última columna: “Militares de las capuchas, ¿a quién obedecen?”; y con su venia yo utilizo la pregunta para averiguar algo que en absoluto la inquieta a ella pues, como yo, conoce de sobra la respuesta: “Encapuchados de la ‘primera línea’, ¿a quién obedecen?”.

 

370. Que Tola y Maruja eleven a Petro -con su deliciosa mamadera de gallo y sin ninguna ingenuidad- a poeta en su última columna, vaya y venga. ¡Pero que Piedad Bonnett se atreva a esta equiparación en la suya y sin la más mínima traza de ironía en lo que dice, es como para renegar del gremio… y del oficio!: “A Petro, como a don Quijote, lo impulsan grandes ideales y deseos de cambiar el mundo, pero su discurso, muy elocuente -como el del sublime loco cervantino- no solo cae tiro tras tiro en abstractas vaguedades, sino en ligerezas, confusiones e ingenuidades”. ¿No es, maestro Savater, como para clamar la sordera ante el tamaño del exabrupto?

 

O tal vez sea que Piedad se esté haciendo eco -y yo no me dé por enterado- de un apunte agudo que estuvo en boga y según el cual “en Colombia, el que no es poeta es hijuepueta”. Y Petro, el más grande de todos. ¿La prueba? Esto que lambeculos y desahuciados por la literatura llamaron en su día ‘verso’ pero que a mí me sonó más bien a la alucinación ulterior de una ‘traba’ o, si prefieren, de una ‘rascatraba’: “Expandir el virus de la vida por las estrellas del universo”.

 

371. Imposibilitado para juzgar por mí mismo, me veo en la disyuntiva estética y ética de si creerle al Londoño de ‘Botero, ¿genio o inflación?’ su crítica acre pero rebajada con una dosis alta de condescendencia, o al Constaín de ‘Los libros y la vida’ sus elogios al artista antioqueño fallecido recientemente. Lo único que sé sin ningún género de duda es que si Botero hubiera sido, antes que pintor y escultor, un aguerrido de la izquierda de la ira, Londoño lo habría emparamado de admiración.

 

372. Y estando yo en medio de aquel dilema me agarra por el brazo Eduardo Escobar y me zarandea con un artículo que tituló ‘Culebreros mayores’, un texto que, a diferencia de los otros dos, rehúye las generalidades y se planta en tres o cuatro singularidades muy bien descritas que me permitieron visualizar, a vuelo de pájaro, algo de la obra de un colombiano universal de dos que en el mundo han sido.

 

373. La fórmula es muy sencilla: no es sino que reemplacen español por colombiano y española por colombiana y listo: “…La envidia es el dolor o enojo que produce el bien ajeno, un vicio, según parece, genuinamente español. Aunque, bien mirado, lo nuestro no es la envidia, que algunas veces puede provocar una sana emulación, sino el resentimiento, una de sus facetas más tenebrosas, que consiste en alegrarse del mal ajeno. Este país viene de una larga pobreza y de un secular rencor en su lucha a muerte por una miserable sardina, que hoy se traduce en el resentimiento y en el cabreo político. […] Así es el alma española puesta a secar como un sucio calzón en un tendedero”.

 

Me temo, Manolazo, que le van a llover las demandas por eso que ahora llaman -o a mí me suena reciente- ‘denominación de origen’. Me cuenta si algo: en esta familia los leguleyos se dan silvestres en tanto que no existe todo lo demás… todo lo importante: veterinarios, políticos -por aquello de las influencias-, médicos, empresarios -por aquello de los puestos-, científicos con alma y músicos versátiles; ante todo, pianistas, guitarristas y percusionistas.

 

374. Yo, que lejos estoy de ser un empleador y ya ni siquiera soy empleado suscribo completa, estimado Thierry, esta columna suya que tituló ‘Empresarios, avíspense’: a mí también me agobia lo que puede ocasionar el malquistamiento sectario de Petro y del petrismo con el sector privado, universidades incluidas. A propósito: ¿qué estarán pensando, y ojalá debatiendo, tantos muchachos entusiastas y profesores afines o incondicionales de la izquierda que hicieron campaña y votaron por Petro en las pasadas elecciones ante la “andanada de ataques estúpidos, hipócritas y fariseos” que sufren sus instituciones a manos del autodenominado ‘gobierno del cambio’? Triste pero previsible sería saber que nada, al igual que todos esos empresarios y colegas de Ways, que callan por cobardía y en la esperanza de que su silencio los torne incorpóreos frente a la inquina de unos resentidos que -pregúntenselo a los venezolanos- no se andan con maricadas.

 

375. Medioevo Científico y Tecnológico:

 

“…Quizá no sea más que el miedo atávico a lo desconocido que nos viene puesto de serie desde la noche de los tiempos, cuando éramos ratas huyendo de las fauces de los tiranosaurios.

Sea como fuere, el caso es que nos estamos viendo arrastrados a una nueva trifulca sobre el cliché de los sabios locos y los límites del conocimiento. Unos científicos cultivan un riñón humano rudimentario en embriones de cerdo, lo que suscita el temor de que algunas células humanas migren al cerebro del animal y generen un monstruo quimérico. Otros investigadores crean un ratón que lleva en su cerebro 100.000 neuronas humanas, lo que casi convierte el temor anterior en una fruslería. La inteligencia artificial inventa un Fary que habla en inglés y un nuevo género de porno infantil en Almendralejo. Todo esto produce la impresión de que la ciencia y la tecnología son un peligro gratuito, y suscita de inmediato el tic favorito de amplias capas de la población, que es prohibirlo todo. Sería un error garrafal.

Los biólogos no están construyendo quimeras de cerdo y humano para manufacturar monstruos, sino para generar órganos que algún día sirvan para trasplantes. Las 100.000 neuronas humanas insertadas en un ratón quieren servirnos para entender el alzhéimer, y sabe Dios que lo necesitamos desesperadamente. El softman (hombre blandengue) del Fary suena igual de ridículo en inglés que en el español original. Y quienes utilizan la IA para desnudar a sus compañeras de clase son larvas de delincuentes a las que solo una educación lúcida podrá salvar de la cárcel cuando sean mayores de edad.

[…] Prohibirlo todo no es una opción, porque causaría más daño del que se pretende evitar. Necesitamos un análisis inteligente que aparque en casa los calentones emocionales” (Javier Sampedro).

 

Salta pues a la vista que vivimos tiempos de gran confusión y caos -los contradictores vocacionales dirán que todos lo han sido-, empeorados por el hecho de que en cada persona conectada desde sus dispositivos a la red hay un potencial propalador de infundios y desinformación, y de ahí el creciente bullicio y la imparable pugnacidad que nadie sabe cómo gestionar. Ese desconocimiento sin solución a la vista, así como -entre muchas otras- la realidad descrita en la cita, son lo que me lleva a afirmar aquí que discurrimos por una segunda Edad Media -con el perdón del prístino Medioevo, tan en paz al menos con el planeta-, si bien científica y tecnológica, que anda apenas por sus albores. Al rigor de los historiadores corresponde determinar sus orígenes y estudiar a fondo, transcurrido el tiempo que haya menester, sus implicaciones y pormenores. Que ya aterran.

 

376. Lo reconoce el educador que quise ser: antes que conseguir, primero, que se aquerenciaran con la literatura para, luego, asistir ojalá a su enviciamiento sin retorno, dediqué, si cabe, más empeño a, por un lado, vencer la apatía política de los estudiantes que callaban cuando los alienados de la extrema izquierda repetían, ahora en clase, los escupitajos ideológicos que oían en las asambleas estudiantiles y, por otro, a intentar morigerar, mediante la lectura y los debates que de ella se suscitaban, las pulsiones extemporáneas de revolución de los anacrónicos. Como lo primero produjo magros resultados y lo restante aun peores, aquí me tiene, estimado Martín, pensionado a los 49 años y sin pisar un aula “real” hace lo menos cuatro, leyéndolo a usted y a los demás del cenáculo, y en el fondo nostálgico de no poder compartir con todos esos muchachos reflexiones como ésta, que de procesarlas como es debido los harían tan sabios: “…Las sociedades, en general, no se hacen cargo de lo que hacen: pocos ejemplos más burdos, más brutos que su relación con los políticos que encumbran. Como si les llovieran, como si fueran conquistadores en sus caballos de madera. Porque lo importante es poder echar culpas. Nosotros somos los buenos, ellos los perversos. En épocas más cristianas, lo mismo decían los curas del famoso Diablo: todo estaba bien, pero el Malo solía meter la cola y arruinarlo. La gran diferencia es que estos Malos no estarían ahí si no los eligiéramos. Su única razón somos nosotros -por presencia o ausencia, acción u omisión. Así que los políticos, nuestros representantes, se convirtieron en una raza -una ‘casta’- odiosa y odiada. […] Entonces los pensamos -por qué será- como personas que usan el pretexto del bien común para conseguir su propio bien, saciar sus apetitos de famas o dineros, encontrar la mejor forma de engañarnos. El desprestigio les sirve: gracias a él nos distanciaron de la política, se la quedaron ellos. Es un recurso cruel, muy eficaz, tan cerca del suicidio: nos convencieron de que la política es eso -tedioso, retorcido, un poco hediondo- que hacen los políticos. Y es tanto más. La política es, para empezar, la única forma conocida de mejorar nuestras vidas, nuestras relaciones, nuestro modo de estar en el mundo. Pero, para eso, tenemos que creer que no es esas reyertas y querellas, barullos y chanchullos que ellos montan en sus despachos y sus restaurantes. Que la política debería ser reunirse y organizarse para conseguir cosas, desde una buena sanidad hasta la posibilidad de gobernarnos entre todos o aumentar la frecuencia del tren, desde una justicia justa y útil hasta la creación de un parque o el fin de los grandes privilegios. Recordar que la política es mucho más que eso que hacen los políticos, recuperarla, es la única esperanza de salvarnos. O de empezar, al menos, a intentarlo” (tan sensato y cierto lo que usted dice, amigo Caparrós, pero pienso en Uribe y Petro acá, en los Kirchner y Milei allá, y mejor paso a otra cosa).

 

377. Entre las hipocresías del género, dos de las que se me antoja hablar hoy. La de las mujeres bellas o voluptuosas o bellas y voluptuosas que, conscientes de lo que las dotaron azar y naturaleza, lo magnifican con el maquillaje y la ropa indicados -mi abuelita tacharía una cosa y la otra de indecentes- para captarse más miradas de envidia o deseo pero lo niegan y dicen que detestan que las importunen los mirones de ambos sexos pues, según ellas, ¡nada como pasar inadvertidas! Y la de los famosos semicultos, ignorantes supinos o cultos muy cultos como el que a continuación se dirige, de rebote, a ustedes y al que yo, admirándolo como lo admiro -tampoco con los que admiro y quiero me lo permito-, no le habría pedido nunca una dedicatoria de libro o una foto: “El drama de quienes no nos quieren es mucho más grave que el nuestro, pues tienen que sentarse a escribir novelas mejores que las nuestras, y ahí se les jode todo. Yo, por mi parte, estoy hasta los cojones de Gabriel García Márquez, de lectores noveleros, de admiradores idiotas, de periodistas imbéciles, de amigos improvisados, y ya me cansé de ser simpático y estoy aprendiendo muy bien el noble arte de mandar a la gente a la mierda” (y le faltaban, ¡imagínense!, catorce años para cubrirse de merecida gloria).

 

¿Que a los ilustres famosos que se propusieron serlo y a los mujerones o pibones que muy felices se sienten de su situación les incomodan los gajes de la fama o los requiebros y requerimientos de los deslumbrados? Sencillo: que los unos emulen a Pynchon y a Salinger y las otras imiten a doña Catalina de Erauso, y asunto arreglado.

 

378. Venga y le digo una cosa, Lelo: ese porcentaje, ese 24% del total de sacerdotes católicos que si mal no le capté son los maricas ordenados de la iglesia, a mí me parece que se queda demasiado corto. ¿No será más bien que ustedes, quiero decir los homosexuales, son el 76% y el resto los heterosexuales? Ahora: que si de números se trata, tocaría saber con toda exactitud cuántos maricas y pederastas y bisexuales con vocación entran en el sacerdocio impelidos por el horror de sus realidades pulsionales y con la esperanza de salvarse a sí mismos salvando a otros y cuántos, ya no sólo maricas o pederastas o bisexuales sino heterosexuales pederastas o heterosexuales a secas se matriculan relamiéndose por anticipado los bigotes de saber lo que los espera: púberes y adolescentes de colegios religiosos masculinos, Lolitas púberes y provocativas adolescentes de colegios religiosos femeninos, grupos juveniles, niños que se preparan para la primera comunión y la confirmación, maridos y esposas en busca de consuelo, especímenes de ambos sexos que tienen la sotana -como yo las jardineras- por fetiche y en fin: la lista es larga y muchas las especificidades. Revise sus datos y conversamos.

 

379. Medioevo Científico y Tecnológico:

 

“Hace unos años, por ejemplo, los medios destinaban un discreto rincón a los horóscopos, donde los profetas de bolsillo (a veces un redactor sin oficio o un amigo desempleado del jefe de redacción) auguraban el futuro en términos vagos e inocuos. Ahora algunos reservan grandes espacios a estos pasatiempos y brindan a los astrólogos un tratamiento digno de físicos nucleares o filósofos griegos.

Las conjeturas planetarias de los pitonisos ocupan enormes titulares e invaden ya terrenos de la política y la economía.

[…] Las solemnes obviedades de los astrólogos serían solo un chiste sino constituyeran ingrediente cotidiano de una gran humareda que favorece el misterio, consolida el oscurantismo, debilita los resortes del sentido racional y margina el pensamiento crítico, único recurso que nos impide comulgar con llantas de tractor. Añadan a esa tiniebla las mentiras que circulan por internet, las creencias seudocientíficas, los intereses comerciales, las falsedades de las religiones y la antropología engañosa, y atisbarán el nivel de ignorancia que nos rodea.

(Confieso que desconfío de ciertos ritos religiosos tribales que parecen más destinados al turismo que a la exaltación de los ancestros y que resultan tan ineficaces como recetar contra el covid la devoción por la Virgen de Chiquinquirá).

El cúmulo de desinformación, embustes e intereses depositados en la mentira conspira contra el futuro inmediato y lejano del planeta. El reciente desborde de los elementos naturales (incendios arrasadores, inundaciones que dejan miles de muertos […], sunamis, huracanes, cosechas agostadas o aguadas, caravanas hambrientas, súbitas gotas frías) demuestra que acertaban los científicos al anunciar desde hace años el apocalipsis de la naturaleza.

Y como el número de los imbéciles es infinito, en vez de rectificar su carrera hacia el abismo, muchos líderes políticos optan por atacar la ciencia…” (Daniel Samper Pizano).

 

Salta pues a la vista que vivimos tiempos de gran confusión y caos -los contradictores vocacionales dirán que todos lo han sido-, empeorados por el hecho de que en cada persona conectada desde sus dispositivos a la red hay un potencial propalador de infundios y desinformación, y de ahí el creciente bullicio y la imparable pugnacidad que nadie sabe cómo gestionar. Ese desconocimiento sin solución a la vista, así como -entre muchas otras- las realidades descritas en la cita, son lo que me lleva a afirmar aquí que discurrimos por una Segunda Edad Media -con el perdón del prístino Medioevo, tan en paz al menos con el planeta- si bien científica y tecnológica, que anda apenas por sus albores. Al rigor de los historiadores corresponde determinar sus orígenes y estudiar a fondo, transcurrido el tiempo que haya menester, sus implicaciones y pormenores. Que ya aterran.

 

380. Entre las hipocresías del género, una que me revuelve el estómago: la del dualismo de nuevo cuño Sur Global (víctima) Norte Global (victimario). Como si por estos lares que hasta ayer nomás llamábamos Tercer Mundo anduviéramos desde siempre en taparrabos y no supiéramos qué son los combustibles fósiles, el plástico, el mercurio y demás venenos con que se extrae el oro; los carros y los aviones, la ropa hiperbarata, los celulares y los computadores, las motos acuáticas y las motocicletas, el internet y las redes sociales. ¿Que existe la proporcionalidad en el destrozo del planeta? Como en todo crimen transnacional.

 

Ah, pero por otro lado, que no se pierda de vista que la basura tangible que dizque el Sur Global no produce la compensa, y con creces, con la bazofia política que explota la marca: Petro y el petrismo, Cabello y Maduro, Evo y el MAS, López Obrador, Ortega y Murillo, la esclerótica dictadura cubana, la Kirchner y el peronismo, Lula y el PT y de ahí hacia arriba hasta llegar a los de veras importantes por peligrosos: Xi y su dictadura neoliberalsocialista, Kim Jong-un, la caverna islámica de donde sea, Putin y Lukashenko… Es decir, la última y más malcarada versión del Eje del Mal. Lástima que la geografía no tenga el poder ilusorio del lenguaje porque si no, con la velocidad y la eficacia con que gracias a él acaba de desaparecer el Tercer Mundo, podríamos traer de Oriente lo valioso y decente que tiene -Japón, Corea del Sur, Taiwán, Hong Kong…- y barrer hacia allá toda la inmundicia de Occidente y hasta el último de sus electores.

 

381. Me preguntó un estudiante -espécimen en vías de extinción-, a propósito de un cuento que leíamos en clase, qué significaba la expresión “ser un caradura”. Aproveché que la soflama presidencial del martes, 3 de octubre de 2023 en la plaza de Bolívar estaba por empezar y prendí el televisor del aula, al tiempo que le daba a la muchachada las indicaciones de lo que debía hacer mientras durara el trance. Concluido aquello, apagué el aparato y le pregunté al preguntador si ahora sí le quedaba claro. Como su duda y el mutismo de los demás persistían, les pregunté qué padres y madres colombianos que por culpa de la violencia hubieran perdido a uno o a varios hijos se estarían sintiendo en esos momentos indignados tras escuchar al presidente. Por fin, una indecisa pidió la palabra para decir que no sólo las madres y los padres sino los familiares y los amigos de las víctimas de las guerrillas.

 

Pensé dejarlo ahí pero sentí que era mi responsabilidad ampliarles un poco el panorama diciéndoles que así como el homúnculo jamás mencionó los horrores que él y demás (¿ex?) terroristas perpetraron en nombre de su lucha infame, tampoco hizo la menor alusión a los de sus correligionarios en tantas partes y momentos: franquismo y nazismo hasta en la sopa y completa obliteración del estalinismo y el castrismo, verbigracia. De tarea, los puse a contar las veces en que el (¿ex?) chusmero pronunció la palabra ‘verdat’ en esta última versión de su discurso del odio.

 

Y me desperté, con una certidumbre desasosegadora enseñoreándose de todo: si Colombia vuelve a experimentar -tal vez ya mismo esté ocurriendo- un nuevo paroxismo de la guerra cainita que a trechos pierde reciedumbre -sólo eso-, gran parte de la culpa habrá que endilgársela a este individuo de verbo irresponsable al lado del cual Uribe, el incendiario propiciador de los ‘falsos positivos’, parece hoy el más sensato y pacífico de los políticos. Y por supuesto que también a los jaleadores y votantes de uno -de los unos- y de otro -de los otros-.

 

382. ¿Te parece si te cito y, a renglón seguido, te parafraseo?: “Pero dentro de mi cabeza hay siempre una voz que dice ‘¡Sáquenme de aquí!’, y otra que dice lo contrario: ‘Quiero que esto dure para siempre’. […] ¿Dejar de pensar? ¿Existe un horror más grande que ese? Porque hay que estar loco para obtener lo que se desea. Porque lo que más se desea -en mi caso, cesar- es lo que más nos espanta”.

 

Dentro de mi cabeza hay siempre una voz que dice “¡Sáquenme de aquí!”, y esa misma, que apremia: “¿Pero es que acaso esto va a durar para siempre?”. […] ¿Dejar de pensar? ¿Existe un prodigio más grande que ese cuando es la muerte la que lo propicia y un horror peor cuando lo que ocasiona el caos del deterioro es un ictus hemorrágico, o una desgracia por el estilo? Y hay que estar loco o ser demasiado cobarde para no hacer lo que se desea. Y lo que más se desea -en mi caso, cesar- es, de entre mis fijaciones, la que con mayor virulencia me apremia.

 

383. A que no adivinan a quién, hablando de la Ucrania invadida y asolada por los que ya sabemos, se le disparó del albañal que tiene por boca esta miseria del corazón: “Ese país está plagado de minas y ya no se puede ni pisar. Se le reventaron las cosechas. Una corrupción rampante hace que esté tambaleando ya Zelenski, que fue el héroe que promovieron los Estados Unidos”.

 

Si usted es de los que al rompe dijo o se dijo que William Ospina, o Santiago Gamboa, o Julio César Londoño, o Wilson Sáenz, pues piensa que una mezquindad de tal magnitud sólo cabe en un corazón masculino, se equivoca porque quien así siente es una mujer. ¿No adivinan quién? Les doy una pista: no es ninguna de las fulanas que comparten lecho y crímenes con los tiranos (y sus remedos) del Sur Global; tampoco ninguna votante incondicional de Trump, Bolsonaro o Bukele. ¿Que Clara López Obregón? Como diría Javier Fernández Franco, ¡qué palazo!

 

Para no alargar la cuestión innecesariamente, les cuento que de Jacinda Ardern, quien en materia de ética y moral se halla a una distancia sideral de la citada, aprendí el poder -simbólico en este caso- que entraña sepultar bajo toneladas de anonimato las identidades de los malditos. Pronuncien ustedes, si les place, su nombre infame.

 

384. Les propongo a mis colegas y a todos sus estudiantes que dejemos de pensar en reformas educativas inocuas en el mejor de los casos y en el peor perjudiciales, y hagamos algo tan sencillo como eficaz. Escuchemos, cada quien con sus alumnos y ojalá en la intimidad del aula, cada nueva alocución presidencial de Petro y contrarrestemos su ensalada de mentiras completas, verdades a medias, sesgos de confirmación, subjetividades, inexactitudes de todo tipo, silencios cómplices, acusaciones temerarias y, antes que nada, desvaríos seudocientíficos leyendo a continuación reflexiones argumentadas de fuentes de probada autoridad, como ésta que les traigo a manera de ejemplo:

 

“…Después del origen, que es especulativo, vinieron miles de millones de años de mantenimiento de la vida en la Tierra, con el Sol como fuente de energía. Se desarrollaron algas y plantas con maravillosas antenas que captan la energía de la luz y la transfieren a enlaces químicoxs. Surgieron otros seres vivos, no capaces de captar directamente la energía solar, pero que lo hacían indirectamente comiéndose las plantas, y los unos a los otros.

Gran parte de esa energía solar se guardó en inmensos bosques enterrados en el subsuelo y que con el tiempo se transformaron en fósiles: carbón, petróleo y gas. Los humanos, que surgimos muy recientemente en la larga cadena evolutiva, sobrevivimos unos 300.000 años, duramente, obteniendo energía de la caza, la pesca y la colección de frutas y raíces. Los últimos años aprendimos a usar la energía contenida en la madera y en algunos de esos fósiles, y mucho más recientemente esa energía le permitió a la especie desarrollarse de una manera que no tiene precedentes en la historia de la Tierra.

Es muy claro que esta humanidad, tan creativa, solo podrá continuar existiendo si logra diseñar una forma inteligente de aprovechar la energía que llega del Sol, la que está acumulada acá y la que pueda producir por medios sofisticados que se invente. Usar energía no es un crimen, es la condición sine qua non para vivir” (llegados a este punto, hagan que los muchachos reparen en el mensaje digamos velado pero con destinatario corpóreo -aunque carente de orejas- con que el científico concluye su reflexión): “Si queremos ser ‘potencia mundial de la vida’, tenemos que ser también ‘potencia mundial de la energía’. Vida sin energía es una contradicción en los términos.”

 

Si a mis cuarenta y nueve años de edad yo aprendí lo que aprendí de este mero artículo -toda una cátedra magistral para legos vergonzantes en ciencia, como quien habla-, ¿se imaginan ustedes lo que pueden aprender sobre éste y otros asuntos nuestros estudiantes, aparte de muchas enseñanzas impagables que de un ejercicio de contraste como el que propongo se desprenden: el esfuerzo que conllevan debatir y argumentar frente a la simple especulación, el pensamiento crítico y científico frente al mágico, el fatalismo o el optimismo a ultranza del desinformado frente a las propuestas de solución viables y fundadas de los expertos y sigan ustedes?

 

Definitivamente, hay que ser muy ingenuo o muy fanático militante para creer que del cerebro sectario y tórrido de un gobernante cuyos ministros y bancada en el Congreso, que en lo fundamental se le asemejan bastante, puede surgir nada objetivo y de valía, y menos la reforma educativa que Colombia necesita. Empezando por la puntualidad en el cumplimiento de los deberes de que se trate, el apego a la realidad y el respeto por las formas que imponen su cargo y la diplomacia, valores que para él no son otra cosa que zalamerías de señoritos.

 

385. ¿Qué se le agrega a la completitud?: “Tal vez los seres humanos somos un solo animal multicolor que un día tiembla de miedo de ser nada y otro se entrega a hinchar el orgullo”.

 

¿Cree usted, hermano, que además de los argentinos existan sociedades en las que los dos complejos se alternen y se disputen el cetro, sin solución de continuidad? Por personas no le pregunto porque muy bien me conozco.

 

386. Dice Shakespeare que “aquello que llamamos rosa olería igual de dulce si tuviera otro nombre”, y yo, que soy un esclavo de lo que me suena eufónico, me lo quedo pensando detenidamente. ¿Por qué la misma mujer que me gusta o me fascina pierde atractivo si en lugar de llamarse Daniela o Viviana o Juanita o Mafe o Mapi o Majo se llama Teresa o Julia o Miriam o Lupe o Vero o Beti? ¿Y por qué los nombres Jenny y Jeimy y Gina y Gineth me saben a sexo sucio y delicioso a diferencia por ejemplo de Paula y Sofía y Carla y Sara, que evocan el amor bonito y un poco soso que se hace con la novia? O en terrenos menos espinosos, ¿por qué a alguien como yo que no he visto a ninguno de los dos, el bellísimo sustantivo libélula lo hace fantasear con una criatura más hermosa que el colibrí, que sé que la supera? ¿Y por qué, si se me concediera cumplir uno de dos sueños que aún conservo, establecería el siguiente orden de prelación en mi anhelo de conocer fieras por medio del tacto y el olfato: leopardo, jaguar, guepardo, león, pantera y tigre si, total, daría lo que tengo y más por sentir a los seis en el orden que sea? De modo que no: no logro coincidir con el genio pese a ser del todo cierto lo que afirma.

 

387. ¿Que los humanos “siempre se levantarán en contra de la esclavitud; nunca dejarán que los traten como hormigas obreras” afirma usted, maestro? ¿Y yo cómo le hago para explicarle a un grupo ficticio de estudiantes la mar de inteligentes y contestatarios, aparte de bien informados que, no bien leyeron este colofón de capítulo, pidieron con ansiedad la palabra para recordarme a los chinos, los norcoreanos, los saudíes, los sirios, los rusos, los bielorrusos, los cubanos, los nicaragüenses y los venezolanos que hoy viven sometidos y postrados ante quienes los gobiernan con más, o menos, mano de hierro pese a constituir ellos la mayoría? Menos mal me acordé a tiempo de Zelenski, los ucranios de bien y los gobiernos que les ayudan en su lucha a muerte contra los fascistas que los invaden y los bellacos (¿les suena una tal Laura Restrepo?) que abierta o solapadamente celebran al invasor porque le cuento que la muchachada me tenía ya contra las cuerdas.

 

388. Se me ocurre que si se les preguntara a los indicados cuál es para ellos, de entre las artes, el arte por excelencia, respuestas habría de muchas clases y tenores. Pero mucho me temo que muy pocos dirían lo que yo afirmo y sostengo tras leer esta perla suya, capaz de un prodigio que ni la ciencia más avanzada: “En términos comparativos: si una célula humana (de entre billones), una ameba solitaria o un alga fueran el equivalente de una pequeña ciudad, una bacteria o arquea serían del tamaño de un campo de fútbol y un virus del tamaño de un balón”. Y lo que yo afirmo y sostengo gracias a Wilson es que la enseñanza es el arte por excelencia. ¿Habrían sido, les pregunto, Cervantes, Beethoven, Rodin, Shakespeare, Mapplethorpe, Leonardo o aun Messi con todo y su genialidad los genios que fueron al margen de la enseñanza que recibieron?

 

Cuando un educador logra que se obre un milagro -por ejemplo, el de que un ciego de nacimiento consiga visualizar lo que ni siquiera el ojo humano al desnudo puede-, es porque a la persona que instruye cualquier sustantivo distinto de artista le queda debiendo.

 

389. En todo negacionista de la crisis climática y ambiental del planeta reside, sin que importe si se trata de un Trump o de un Savater, un ingenuo a fin de cuentas que confunde a los de su especie con extremófilos.

 

390. Creo que fue en un taller literario, cuando cursaba la maestría en la Javeriana, donde aprendí de un profesor de grata recordación el adjetivo “holístico”, con cuyo significado me peleé como con la frase-entelequia “defensor de los derechos humanos”. Y, escéptico, lo puse en remojo a la espera de que algún día una serendipia o la buena suerte me permitiera rescatarlo de allí para usarlo sin cargos de conciencia. Y el momento llegó: lean, para que comprendan a qué me refiero, el décimo capítulo de ‘El sentido de la existencia humana’. Claro que si hacen no más eso y no leen y releen el libro completo, se van a quedar sin participar del parto extraordinario de una inteligencia humana y holística como pocas conozco.

 

391. Si -como escribió un amigo el otro día- “cualquier generalización es una gran injusticia” puesto que “la vida está hecha exclusivamente de detalles particulares”, la que desarrolla Santiago Gamboa en un artículo de El Espectador que tituló ‘Ser millonarios’ es, amén de injusta, …: ojéenla para que la adjetiven, que a mí me da jartera. Lo que sí quiero decir es que este pobre man, tan leído y viajado según dice que es, malgastó gasolina y pasó páginas en vano y la prueba son su sectarismo político y la ramplonería de no pocas de sus opiniones. ¿Leerle una novela? ¡Prefiero un guayabo, y de los con tusa culpable!

 

392. Me ocurrió, hace unos años en una época en la que andaba leyendo la trilogía de Stieg Larsson, algo que me asombró por el modo manifiesto en que ocasionalmente el azar hace que coincidan la realidad y la ficción.

 

Sufrió un tío esquizofrénico una crisis que requería hospitalización, y lo llevamos a un chuzo infecto de Bogotá llamado Retornar, cuyo nombre-promesa es (lo era entonces y dudo que no lo siga siendo) tan mentiroso como falsa la misión de todo el personal: desde los especialistas hasta el portero, que cumpliendo servilmente la orden de sus superiores, encerró bajo llave a mi mamá para forzarla a pagar una cifra desproporcionada que se sacaron de la chistera dizque por el tratamiento y la alimentación que mi tío supuestamente recibió. El caso es que, después de leer Millennium por la mañana y visitarlo a él por la tarde durante tres semanas, de sufrir por Salander y darme por notificado in situ de lo que son capaces la ausencia de vocación y de ética y la falta total de escrúpulos, llegué a la conclusión de que al menos en aquel sitio de pesadilla para los enfermos y sus familiares, no trabajaba ningún Anders Jonasson sino sólo versiones indistinguibles del Peter Teleborian original. Escribo esto y se me mojan de impotencia y dolor los ojos por los loquitos y los que, de no ser por la droga psiquiátrica que tomamos…

 

393. Hace tal vez un par de semanas, no recuerdo en cuál de los noticieros internacionales que a diario oigo, me sorprendió -es un decir porque en absoluto- el reclamo airado de una mujer que con sus hijos y marido huía de Nagorno Karabaj a Armenia, forzados por la última arremetida de Azerbaiyán en aquel territorio en disputa. Y mientras la oía cuestionarle al mundo la total indiferencia frente al sufrimiento suyo y el de sus “compatriotas”, me preguntaba y me habría gustado preguntarle si de casualidad sabía dónde quedaba Ucrania, qué estaba ocurriendo allí y qué palabras de aliento y solidaridad habían recibido de sus labios los ucranios invadidos y cercados y bombardeados por Putin y sus asesinos.

 

Días después, perpetra Hamas su más despiadada matazón terrorista en suelo israelí y entonces es el Estado de Israel (que como la señora de Nagorno Karabaj se ha mantenido indiferente -en política, la neutralidad es por lo común aquiescencia de alta pureza- frente a la invasión de Rusia, su homóloga) el que sale a exigirle al mundo entero que se pronuncie de modo inapelable a su favor y en contra de los terroristas, lo que supone un cheque en blanco para que se le permita ejercer a su vez y con la excusa de su derecho a defenderse el terror de Estado que con total impunidad ejerce desde antiguo, no sólo contra los bárbaros que los atacan, sino contra civiles de todas las edades y por completo inermes frente al poderío de sus “Fuerzas de Defensa”. ¿Que en el fondo se lo merecen por no oponerse al terror de los terroristas, se dirán para autoabsolverse? Pues otro tanto se puede decir de los civiles de Israel y de los judíos que viven en el exterior, que salvo honrosísimas excepciones tampoco les exigen a sus dirigentes la única solución viable para que se pueda hablar de paz: la consolidación de dos Estados con todas las garantías.

 

¿De qué lado estoy, entonces, en este conflicto político y religioso tan hábilmente explotado por los ultra ortodoxos extremistas de un lado y por el extremismo de la caverna ultrafanática del otro? Sin pensármelo dos veces y hasta que la realidad cambie, del lado de los que, por hallarse en franca desventaja frente al que ocupa y oprime y asfixia, no tienen en sus manos prácticamente ningún margen de acción para solucionar nada como no sea la posibilidad de oponerse con convicción y determinación a Hamas y otros bárbaros palestinos. Pero no va a ser bombardeando a los civiles y dejándolos a oscuras y matándolos de hambre a fuerza de bloqueos y destruyéndoles las viviendas y condenándolos a la desesperación como Israel va a lograr que eso ocurra. ¿Que dan de baja a mil, a diez mil terroristas en esta guerra? ¡Dos mil, veinte mil voluntarios habrá que por odio reemplacen a los muertos y el círculo vicioso de la violencia y el rencor mutuo no habrá hecho más que eternizarse!

 

394. Si mañana, lo que me parece bastante previsible, Ucrania pierde la guerra a que la condujo la Rusia invasora y fascista de Putin y su cohorte de bandidos de resultas de que las potencias que todavía hoy la respaldan se cansan y la abandonan a su suerte, sobrarán los ucranios antaño de bien que, movidos por un odio y un resentimiento del todo comprensibles, se tornen terroristas y ataquen con sevicia la Crimea y demás regiones usurpadas. Ahora: en el supuesto de que para cuando aquello ocurra -si es que ocurre- los Estados Unidos siguen prevaleciendo como potencia, ¿le van a dar patente de corso también al gobierno ruso de turno para que acabe hasta con el nido de la perra en el país al que antecesores suyos en el poder desmembraron, invadieron y arrasaron como les vino en gana? Pues desde ya les digo, si una felonía tal perpetraran, que los que lo hagan son una panda de hijueputas, no de la talla de un Putin, un Medvédev o un Cirilo de Satán, aunque hijueputas a fin de cuentas.

 

395. Pensamiento crítico y coherencia política, los de los que hoy le agradecen a los Estados Unidos de Biden su apoyo generoso a Zelenski, Ucrania y los ucranios pero condenan sin atenuantes la carta blanca que le acaba de tender a Israel para que acabe hasta con el nido de la perra en la Palestina que ocupa y asfixia y sojuzga desde antiguo. Lo de los que abogan por Palestina y los Palestinos pero respaldan los crímenes de lesa humanidad que perpetra el Kremlin en Ucrania, y lo de los que condenan al Kremlin y respaldan al invadido pero suscriben el terrorismo de Estado de Israel en contra de los palestinos inermes son las dos caras de una misma moneda, que ustedes pueden bautizar con el calificativo que quieran. El mío es, por decir cualquier cosa de muchas posibles, madurobidenismo.

 

396. Escribí hace unos años en un cuaderno de bitácora: He estado pensando mientras leo la trilogía de Larsson que Blomkvist se me asemeja a Daniel Coronell y Millennium a Semana.

 

Las vueltas que da la vida: hoy, Semana es la antítesis de lo que fue y si bien Coronell sigue siendo el periodista serio e incisivo que muchos admiran y otros tantos aborrecen, al lector que soy de sus columnas lo tiene bastante desconcertado -decepcionado- la asimetría en materia de investigación y de denuncia en relación con los escándalos y desaguisados de la campaña y el desgobierno de Gustavo Petro, si se las compara con las que sin tregua adelanta y publica en contra de Uribe, el uribismo y todo lo que corrompen y han corrompido. Para la prueba, un botón: remítanse a lo que Daniel publicó durante la primera campaña a la presidencia y los primeros catorce meses de Uribe en el cargo, durante la campaña de reelección y los primeros catorce meses de su segundo gobierno y durante la campaña presidencial de Duque seguida por sus primeros catorce meses en la Casa de Nariño y cotejen todo aquello con lo correspondiente a lo de la “Colombia Humana” para que saquen conclusiones. Silencios cómplices y parcialidad muchos, aunque, eso sí, jamás comparables a los del todo descarados de su colega Cecilia Orozco Tascón, la Vicky Dávila del Petrismo.

 

397. Si yo fuera el profesor de un adolescente de cualquiera de los dos sexos que un buen día me comenta que le gustaría no volver al colegio para quedarse leyendo en casa e informándose y educándose con la DW, lo aplaudiría enérgicamente y le recomendaría, a manera de complemento de su plan autónomo de estudios: Saber y Ganar, El Cazador e Informe Semanal en Televisión Española; La Luciérnaga en Caracol Radio y Los Informantes en el Canal Caracol; los conciertos de las orquestas Filarmónica de Bogotá, Sinfónica Nacional de Colombia y Nueva Filarmonía en el auditorio que sea, entre otras maravillas que se me vengan a la cabeza.

 

398. A que no adivinan la distancia que media entre Gustavo Petro Urrego y Lee Kuan Yew. ¿No? ¿En serio? Cuando menos, la abismal que va del dicho al hecho.

 

399. Como a lo que invitan los científicos es a dudar y a indagar, le formulo a cualquiera de los que admiro (ante la imposibilidad de preguntárselo directamente a Edward Osborne Wilson) la siguiente pregunta, que constituye quizá mi único gran escepticismo por lo que a ciencias se refiere.

 

Partiendo del hecho de que el sustantivo ‘evolución’ implica continuidad e imposibilidad de interrupción ninguna, ¿cómo se explica que en un momento dado los simios africanos que devinieron humanos no lo hubieran seguido haciendo y que, por tanto, se pueda hablar de una ‘escisión’, sustantivo que contradice de todo punto el sentido de lo que evoluciona? Es más: si todas las especies del planeta somos el resultado de la evolución, ¿qué justifica entonces que el Homo sapiens sea el último eslabón de una cadena que debería tener infinitos eslabones?

 

Les pido de antemano comprensión por mi ignorancia y claridad en la respuesta.

 

400. Y otra, pero retórica: ¿por qué mira el mono parlanchín -al que ustedes los científicos llaman, con total indulgencia, dizque Homo sapiens- “por encima del hombro” a los simios de que desciende (óigase bien: des-cien-de), a las ratas topo y ni qué decir tiene que también a las, de momento, catorce especies de insectos que con él componen “los”, de momento, “veinte triunfadores de la organización social”? ¿Por qué resultó tan sobrador y chicanero aqueste pobre diablo de pene o vagina? Por cierto, otro día los vuelvo a importunar para preguntarles qué piensan de unes loquites que se autodenominan dizque “no binarios”, tal que si no mearan, se masturbaran y fornicaran mediante y gracias a una u otra cosa.

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