321. Existe
un solo grupo humano -dos tal vez-, uno solamente, por el que de buena gana
saco la cara y a cuyo bienestar estaría dispuesto a ofrendarle mis deseos menguantes
de luchar por nada. En Colombia los llamábamos, en tiempos de menores
melifluidad y postureo occidentales aunque de iguales indiferencia y
discriminación universales, gamines a secas o, como Orfi y Abe, “gamincitos”:
sí, con uno de esos diminutivos casi siempre -no siempre, no en este caso-
horrísonos y tan latinos. Llegaron los años 90 y se los empezó a llamar
indigentes: perfecto. Y ahí me planto.
Por
ellos, los parias de cualquier parte que de todo carecen y de los que tan pocos
Nicolós se ocupan, estaría yo dispuesto a abandonar esta silla y este
escritorio en los que leo y algo escribo para luchar a brazo partido contra la
discriminación de toda índole que soportan por parte de prácticamente toda la
sociedad y en el más estoico de los silencios. Yo, que por ser ciego de
nacimiento conozco muy bien de qué va la discriminación que en contra del
diferente ejercen (ejercemos) los hombres, las mujeres (algún día les cuento
siquiera un par de miserias de las que he sido objeto a manos de algunas profesoras
y colegas con tetas y jefas y estudiantes con tetas y condiscípulas y…), los
niños-prefiguración de adultos malparidos, las niñas-prefiguración de adultas
malparidas y por descontado que también “demasiades de eses” que hoy pretenden
escapar de lo humano adjudicándose la categoría absurda
de ‘no
binario’, siento y creo que muy escasos son los congéneres por los que se deba
abogar a bulto. ¿Por qué hacerlo, entonces, por los gamincitos, los gamines más
grandes y por “todos” los indigentes de Bogotá, Colombia y el mundo -se estarán
preguntando ustedes-? Pues porque el demasiado sufrimiento que provoca la
exclusión lava toda traza de mala leche que en esas criaturas pueda haber. Y
punto.
322. Ahora:
si de las palabras y de los actos cariñosos de algunos familiares heredé esta
suerte de solidaridad con su desgracia, de mis amigos Eduardo, Puchis y Gladis
La Guajira aprendí que entre quienes comparten semejante destino no escasean la
generosidad, el desprendimiento, la lealtad y muchas otras caras de la bondad
humana y no porque me lo hubieran contado: ¡me hicieron su depositario!
Y la
literatura se encargó del resto: Willy Christmas, Molloy, Andrés Tangen. Se
encargó de que a diario me pregunte cuántos nómadas urbanos con encéfalos
privilegiados comen aquí y en todas partes física mierda a la par con los
normalitos.
323. A
los bienintencionados que, como el columnista, no cejan en la esperanza de que
del olmo les lluevan peras, les recomiendo que lo mejor que pueden hacer es
sentarse a esperar, ojalá bien aprovisionados y a cubierto, porque su parusía
se puede tardar un poco más que la religiosa: “…¿Cómo pudo este político
modesto lograr esos resultados espectaculares? Los historiadores tienden a
coincidir: por su actitud tranquila y su capacidad pragmática de construir
consensos y coordinar su gabinete, aterrizando las grandes ideas en reformas y
políticas concretas y razonables que pudieran ser implementadas. Las reformas
profundas y duraderas, parece decirnos Attlee, no son los grandes discursos:
son políticas concretas, bien diseñadas, que logren grandes apoyos y puedan ser
implementadas. Y aunque el Reino Unido de la posguerra es muy distinto de la
Colombia actual, tal vez el gobierno del cambio podría aprender algo de la
modesta eficacia de Attlee”.
Pero lo
más descorazonador de todo es, doctor Uprimny, que a los posibles Clements
criollos que por desgracia no fueron (Carlos Gaviria, Luis Carlos Galán,
Antanas Mockus…) o a las que aún podrían serlo (Gina Parody, María Ángela
Holguín, Cecilia López Montaño…), la componenda izquierda de la ira-derecha
atrabiliaria, cada una con sus discurseros incendiarios, sus brazos armados y
sus legiones fanáticas de votantes, les habría torpedeado y les torpedearía
cualquier buena iniciativa y esfuerzo por hacer avanzar al país, puesto que lo
suyo es medrar en medio del anquilosamiento. De modo hermano que ni pa qué
joder.
324. Una
pregunta para mis estudiantes españoles de ciencias políticas: ¿quién -Santiago
Abascal o Carles Puigdemont- se congraciaría con Cercas tras leer su columna
del 19 de agosto de 2023 en El País de España? Sustenten convenientemente sus
respuestas, muchachos. Y una para mis estudiantes también de ciencias
políticas, acá en Colombia: ¿a cuál o cuáles de los articulistas que leemos
hebdomadariamente en El Tiempo, en El Espectador, en Cambio, en El País de
España, se les pueden atribuir la ecuanimidad y la honestidad intelectual y
política del gran Javier? En la justificación de sus respuestas deberán figurar
ejemplos tomados de distintos artículos de el o los que a su juicio reúnan
semejantes méritos.
325. Cómo
les va pareciendo a ustedes que se van los carajos estos que sacaron entre 0 y
1, no sólo porque escriben horrible, sino porque contestaron dizque Santiago
Gamboa, o William Ospina, o Julio César Londoño, o Cecilia Orozco Tascón cuando
no los cuatro, a quejársele al decano, que ni corto ni perezoso me requirió en
su despacho.
--Me
sorprende, profesor Ríos -dijo tras saludar con amabilidad y pedirme que me
sentara-, que usted, que da la impresión de hallarse muy al tanto de lo que
sucede en el mundo, desconozca que esta facultad y muchas otras no pueden
sustraerse a los imperativos de la era de las redes sociales con sus hechos y
sus realidades alternativas, que le dan a cada cual carta blanca, y ni qué
decir tiene que también a nuestros estudiantes, para ver en un Carlos granés, o
en un Juan Esteban Constaín, o en un Héctor Abad Faciolince, o en un Mauricio
García Villegas, o en un Juan Gabriel Vásquez a militantes de cualquier extrema,
cuando no de ambas a la vez. Por si no lo sabía, en las facultades de
humanidades y afines hoy nos guiamos por impulsos, visceralidades y adhesiones
que ninguna justificación precisan. Ah, y un consejo de colega -remató al
tiempo que se levantaba para guiarme a la puerta-: si su norte en la docencia
son las discusiones ponderadas y la evaluación objetiva, enséñeles a
estudiantes de ciencias. A mí no me ha ido nada mal con los que trabajo.
Nos
dimos la mano y me fui…, para siempre de aquel campus. Ya se verá si de todos.
326. Lo
reconoce el educador que quise ser: antes que conseguir, primero, que se
aquerenciaran con la literatura para, luego, asistir ojalá a su enviciamiento
sin retorno, dediqué, si cabe, más empeño a, por un lado, vencer la apatía
política de los estudiantes que callaban cuando los alienados de la extrema
izquierda repetían, ahora en clase, los escupitajos ideológicos que oían en las
asambleas estudiantiles y, por otro, a intentar morigerar, mediante la lectura
y los debates que de ella se suscitaban, las pulsiones extemporáneas de
revolución de los anacrónicos. Como lo primero produjo magros resultados y lo
restante aun peores, aquí me tiene, estimado Juan Esteban, pensionado a los 49
años y sin pisar un aula “real” hace lo menos cuatro, leyéndolo a usted y a los
demás del cenáculo, y en el fondo nostálgico de no poder compartir con todos
esos muchachos reflexiones como ésta, que de procesarlas como es debido los
harían tan sabios: “La devoción por los políticos, adorarlos como semidioses y
seres superiores, seguirlos casi con fervor religioso -quitemos el adverbio
‘casi’, que por lo general sobra: con fervor religioso, de manera ciega y
abyecta-, es uno de los atributos esenciales de la política y el poder, cuyos
representantes suelen estar investidos de una fuerza sobrenatural, un carisma
ante el cual se pliegan de rodillas, dichosos, en éxtasis, sus seguidores. […]
Puede ser desde la izquierda o la derecha, da igual, los extremos muchas veces
se confunden. En esas sectas y capillas todo queda sometido al poder mesiánico
del líder, a su mensaje de redención y cambio que justifica cualquier cosa, incluso
la perpetuación de aquello que se supone que había que cambiar. Es mejor
decirlo así y no inventarse sofismas ni motivos expiatorios: nada de lo demás
importa mientras el caudillo sea el que es, y punto. ‘Ladrón o no ladrón,
queremos a Perón’, dicen que decían los argentinos. Quizás eso sea preferible
(menos indigno, sobre todo para los eternos indignados de la víspera) que negar
la realidad” (a base del tan socorrido ‘yustequeísmo’, el deporte universal de
los adeptos -de los abyectos-).
327. Si Luis
fuera el jugador que se acaba de coronar campeón del mundo y Jenni(fer) la
dirigente que en medio de la euforia “besó” -¡pero si a aquello tan baladí o
cariñoso se lo llama ‘pico’!- a Rubiales en la boca, las redes y el mundo se
estarían diciendo que tan Hermoso. Yo que ustedes, jaleadores con falo de las
desmesuradas, me agarraría bien fino y me encomendaría al dios en que crean
porque las ordalías de esta misa negra no han hecho sino empezar.
328. En
un sinnúmero de espejos en los que puede uno mirarse prospectivamente se
proyectan las imágenes de los caídos injustamente en desgracia, quienes hoy
saben que mantenerse al margen (o azuzarlas mientras se celebran sus tropelías)
de las jaurías por miedo a las jaurías es cobarde (o rastrero) y peligroso. Los
que se obstinen en cerrar los ojos ante el azogue pueda que lo aprendan en
carne propia. Moraleja: que te destrocen a dentelladas, pero peleando.
329.
¿Ustedes están con Jenni(fer) Hermoso y con este nuevo numerito desatado por la
desaprensión de un simple y por un Occidente histérico y ridículo a más no
poder? ¡Yo no! Yo estoy, de mente y de corazón -aspiro a estarlo un día también
de hecho y de cuerpo presente-, con cada María Soledad Sánchez, Ana Orantes,
Laura Angulo y Nancy Mariana Mestre, víctimas genuinas y tangibles de la
misoginia de feminicidas probados; con cada niña o adolescente y mujer a la que
violan, en España Italia la India y en cualquier parte, de a uno o en grupo,
prospectos imberbes de escoria o escoria en toda regla; con las iraníes y las
afganas y las musulmanas a las que los ayatolás y los talibanes y demás caverna
del peor Islam torturan o matan o secuestran o esclavizan sexualmente. ¿Se
creen Yolanda Díaz, Irene Montero, Elvira Lindo, Ana Bejarano Ricaurte y los que
con ellas gritan que están cambiando el mundo si destituyen y meten preso al
tal Rubiales? Pues déjenme decirles que, si eso piensan -y lo piensan-, son tan
simples como el fulano aquel.
330.
“También mueren los lugares donde fuimos felices”: por todo y ante todo, la
finca de la abuela. La casa con solar de la 17 en La Fragua. El parque y el
prado y el gimnasio del instituto -no el instituto-. La casa de doña Inés.
Nuestra casa y la de las vecinas en San Humberto -no San Humberto-. Mi cuarto
con alfabetizadoras en el apartamento de Castilla -no del todo el apartamento
de Castilla-. Los bares y cantinas y otros sitios donde me he emborrachado a
gusto. Las habitaciones propias, ajenas y alquiladas en que piché exultante.
Los salones de clase donde aprendía eufórico y enseñaba agradecido. Los
auditorios en los que asisto al milagro de la mejor música clásica que se
ejecuta en vivo. El cuarto en el que cada mañana y antes de que aclare me tomo
el primer tinto y me fumo el único cigarrillo del día. Este otro en el que
duermo y leo y escribo y paso tiempo con mi Tita. Todo lugar en el que haya
gozado del privilegio de querer a los que me quieren. Mi casa de Mariquita con
todos sus recuerdos de vivos y de muertos entrañables, bípedos y gatos.
331. Tres
conclusiones que me deja la prosa apátrida número 63. Soy un incompetente para
las matemáticas, aun para las más elementales. El árbol genealógico de nosotros
los don nadies sin abolengo -¿un 95 por ciento de la especie?: tal vez más- se
remonta, y no sin esfuerzo, hasta los cuatro abuelos y pare de contar. Ese
texto tan breve y retozón de Ribeyro sería capaz, aclaro que en un mundo
onírico, de dar al traste con las fobias racistas y nacionalistas de los imbéciles,
si por un momento -el que dure la lectura- la imbecilidad los abandonara en
favor de la lucidez.
332. Charlando
el otro día en la cantina de Lucio y Marcela con un costeño de Curramba que me
presentó ya no recuerdo quién, se me ocurrió pronunciar, en vista de que sin
amargura se quejaba de su presente profesional, esto que dijo o escribió Ortega
y Gasset: “El que no puede lo que quiere, que quiera lo que puede”.
--¡Tiene
mucho güevo el careverga! ¿Cómo dijijte que se llamaba? ¿José qué?
--Don
José Ortega y Gasset.
--Como
se llame. ¿Cómo me vas a salir tú con eso si lo que yo soñaba era ser
ginecólogo de adolescencia y primera juventud pero mírame, ¡dijque enfermero en
un ancianato!?
Nos
cagamos de la risa hasta casi caernos de la silla. Le gasté la rasca.
333. Si
yo fuera un Fernando Savater o un Moisés Wasserman que por azar repasan algunas
de las columnas en las que se han burlado de la todavía hoy (2023) adolescente
Greta Thunberg, dizque por soñadora y desinformada -como si a la edad de ella
todos no lo hubiéramos sido, a más de insignificantes-, y cotejara esos
exabruptos con los datos científicos y las imágenes infernales transmitidos por
los noticieros a propósito del desquiciamiento del clima en tantas partes,
entonaría un mea culpa público en el que reconocería la mezquindad y la
inmadurez en las que incurrí al restarle méritos a una quinceañera de la que en
cambio ellos dos -y cualquiera en sus cabales- estarían tan orgulloso si fuera su
nieta. Será tal la importancia de Thunberg que consigue que filósofos y
científicos de mucho o de algún renombre se ocupen de ella para intentar en
vano ridiculizarla, entre otras cosas porque los hechos le dan la razón… Y
porque no creo que a la sueca los dardos de intelectual le quiten el sueño.
Nota: en ‘Perplejidad de gato’, si hiciera falta, pueden dar con una imagen
elocuente de las ecpirosis veraniegas glosada por las palabras de un sabio que
-él no- no les guiña el ojo a los negacionistas.
334. Leo
su prosa apátrida 64, estimado Julio Ramón, y me doy a repasar la lista de los
putañeros que en esta familia ha habido. César, Abelardo y Gustavo -los
vocacionales-; Jairo, Guillermo y algún otro -los ocasionales-. Curiosamente,
todos muertos o a punto de morir el último. Curiosamente, ninguno -que yo sepa-
entre los de mi generación y muchísimo menos entre los más jóvenes. Mi caso es
atípico.
No
recuerdo cuándo fue la última vez que, solo o acompañado, terminé la fiesta en
un prostíbulo. Lo de “terminar la fiesta” se queda grande puesto que nunca -y
nunca es nunca- me he acostado con nadie a cambio de plata, y no porque me
parezca ruin o indigno. Se trata simplemente de que, entre los misterios que
nos definen como personas, el de los gustos y los disgustos sexuales destaca
con mucho. Y a mí, al contrario de ellos y usted, el gusto material por las
mujeres que ejercen la prostitución, tanto si lo hacen voluntariamente cuanto
forzadas por sus muy particulares circunstancias, hasta la fecha no me ha
acometido. Ése no pero el dialógico sí.
Entre
las conversaciones que con ellas atesoro, la que tuve en Manizales a solas con
Lina María y luego con Lina María y sus compañeras una noche por desgracia tan
lejana, en el puteadero más bello y atípico -por discreto y hogareño- que nadie
salvo Kawabata, ni siquiera el forjador de esto que a manera de homenaje
procedo a a transcribir, se podría figurar: “…Rostros de mujer, bellas
cortesanas, besos pagados, comedia del amor, mis largas, mis incontables noches
de bebedor anónimo en Europa, ¿qué cosa me han enseñado? Vieja y exacta
metáfora de identificar a la mujer con la tierra, con lo que se surca, se
siembra y se cosecha. El arado y el falo se explican recíprocamente. Ellas son
en realidad el humus donde estamos asentados, de donde hemos venido, hacia
donde vamos. Hacer el amor es un retorno, un impulso atávico que nos conduce a
la caverna original, donde se bebe el agua que nos dio la vida”.
Si un
buen día Fortuna nos volviera a juntar, muchachas, para refrendar lo
irrepetible de aquella noche única, quizás les hable de Ribeyro, aunque sin
falta de La casa de las bellas durmientes. Que así sea.
335. Oyendo
la otra tarde La Luciérnaga (nuevamente, muchachos, los colmo de gratitud a
todos por tanta irreverencia inteligente: a Alexandra Montoya -mi amor
platónico-, a Gabriel de las Casas -sos mejor que Hernán, de lejos-, a Don
Jediondo y Risa Loca y el Muelón Sánchez -a mí que me presenten tres malparidos
mejores que ustedes-: a todos los humoristas y personajes del programa, aunque
en primerísimo lugar a doña Pepita), allegué mentalmente mi respuesta a la
pregunta que formuló el director: Y usted a quién envidia.
--Yo
-comencé cuando me correspondió el turno, es decir cuando cambiaron de tema- lo
tengo clarísimo: daría cualquier cosa, cualquiera, por saber lo que saben mi
carnal Lisbeth Salander y los mejores de su oficio. Y agregué, para romper el
silencio que de repente se hizo: ¿se imaginan ustedes de cuántos Persson me
habría vengado, y lo mejor de todo: si se me antoja sin dejar rastro y sin
verter una sola gota de sangre? ¡Eso sí que es tener poder!
336. Y
claro, mientras las feministas profesionales del Occidente más superficial
montan su numerito para ensañarse con el Rubiales de turno, los Zalachenkos de
todas partes aprovechan el desorden para hacer de las suyas: matar a golpes a
las mujeres que odian o, si se les escapan por los pelos, reducirlas para
siempre a una silla de ruedas. Les propongo a quienes discrepen de aquello pero
sientan que se debe proceder en contra de los violentos y los peligrosos
reales, que armemos un frente común y adoptemos los métodos más que eficaces de
Lisbeth Salander. Si les suena, llámenme y nos reunimos con ella: 3 16 5 18 90
24. Quién quita: de pronto hasta logre convencer también a Blomkvist de que nos
acompañe.
337. En
la medida en que a Colombia la sigan manteando y la empiecen a gobernar, a lo
Frente Nacional, entre la derecha insaciable e indolente y la izquierda
resentida e insaciable (miren, si no, a los concienciados Gustavo Bolívar e
Isabel Zuleta, para quienes cuarenta sueldos mínimos -que es lo que por encima
de la mesa perciben aquí los congresistas- resultan insuficientes para
sobrevivir con dignidad), los problemas de todo tipo que nos aquejan desde
antiguo no harán más que crecer y aumentar. Los argentinos lo saben bien aunque
no lo hayan aprendido.
338. La
diferencia entre cualquier filósofo-humanista (¿pleonasmo?) y un
científico-filósofo como este que me ilumina, la resumen tres palabras la mar
de concretas: amplitud de miras:
“…La
nuestra es una especie muy especial, quizás la especie elegida en cierto modo;
pero las humanidades por sí solas no pueden explicar por qué. Ni siquiera
plantean la pregunta de una forma que pueda responderse. Confinadas a un
espacio de conciencia reducido, festejan los pequeños segmentos de continuos
que conocen, hasta el mínimo detalle, una y otra vez, en infinidad de
combinaciones. Estos segmentos por sí solos no indagan en los orígenes de
nuestras características fundamentales: nuestros instintos autoritarios,
nuestra inteligencia moderada, nuestra sabiduría peligrosamente limitada;
incluso, insistirán aquellos más críticos, el orgullo de nuestra ciencia. […]
Los verdaderos alienígenas considerarían, creo, que nuestra especie posee una
propiedad vital digna de su atención. No es nuestra ciencia, ni tampoco nuestra
tecnología, como podría suponer el lector. Son las humanidades. Estos
alienígenas imaginarios pero plausibles no tienen ganas de complacer o mejorar
nuestra especie. Su relación con nosotros es benevolente, igual que la nuestra
con los animales del Serengeti, que acechamos y pastoreamos. Su objetivo es
aprender cuanto más mejor de la única especie que estableció una civilización
en este planeta. ¿Acaso no serían los secretos de nuestra ciencia? No, para
nada. No hay nada que podamos enseñarles. Tengamos en cuenta que todo lo que
podemos llamar ciencia no tiene ni cinco siglos de antigüedad. […] La humanidad
entró en nuestra época tecnocientífica actual -global, hiperconectada- hace
sólo dos décadas. Eso no es ni un parpadeo en el discurso rutilante del cosmos.
Sólo por casualidad, y considerando los miles de millones de años de edad que
tiene la galaxia, los alienígenas llegaron a nuestro nivel actual, todavía
infantil, hace millones de años. Hace cien millones de años, incluso. Entonces,
¿qué podríamos enseñarles a nuestros visitantes extraterrestres? Por decirlo de
otra forma, ¿qué podría haberle enseñado a un profesor de física Einstein a la
edad de dos años? Nada de nada. Por esa misma razón nuestra tecnología sería
enormemente inferior. De no ser así, nosotros seríamos los visitantes
extraterrestres y ellos los indígenas planetarios. Entonces, ¿qué podrían
extraer de nosotros los hipotéticos alienígenas? ¿Qué podría serles valioso? La
respuesta correcta son las humanidades. […] La evolución cultural es distinta
porque es íntegramente una construcción del cerebro humano, un órgano que
evolucionó durante tiempos prehumanos y paleolíticos a partir de una forma muy
especial de selección natural llamada la coevolución gen-cultura (en la cual la
evolución genética y la evolución cultural influyen cada una en la trayectoria
de la otra). El potencial excepcional del cerebro, alojado principalmente en
los bancos de memoria del córtex prefrontal, se desarrolló entre la existencia
del Homo habilis hace unos dos o tres millones de años y la proliferación
global del Homo sapiens, su descendiente, hace sesenta mil años. Para entender
la evolución cultural desde fuera mirando hacia adentro, y no desde dentro
mirando hacia fuera, que es como lo hacemos, deberemos interpretar todos los sentimientos
y estructuras intrincadas de la mente humana. Es algo que exige un contacto
íntimo con la gente y el conocimiento de un sinfín de historias personales.
Ilustra cómo un pensamiento se traduce a un símbolo o a un artefacto. Eso es lo
que hacen las humanidades. Son la historia natural de la cultura, y nuestro
patrimonio más privado y preciado…”.
Pero qué
forma la suya, maestro, de ponerles tatequieto a unos (los humanistas) y a
otros (los científicos), a fin de que nadie se sienta la vaca sagrada del
potrero: ¿que lo que importa son las humanidades?, ¡en gran medida, aunque
lástima que sean tan narcisistas y repetitivas! ¿Que lo que importa son las
ciencias?: ¡en gran medida, aunque sin que se nos olvide que frente a las
humanidades están en pañales!
Ahí
tienen, futuros humanistas y futuros científicos, el mejor ejemplo que quepa
imaginar del tan cacareado ‘pensamiento crítico’, al igual que una respuesta
contundente a la pregunta de por qué, pese a que constituyen una ligazón
simbiótica, los estudios de unos y los de los otros se emperran en repelerse o
al menos en no mezclarse. De ustedes depende que las cosas cambien.
339. Una
fiera encapsulada en un peluche: nada distinto son mi Tita, mi Ceniza, mi Mono,
mi Muñeco, mi Tola, mi Maruja y mi Lulú; aquel de Balthus al que tanto envidio
y no precisamente por la leche que lengüetea; el Capuchino de Villoro y el gato
testigo en la Última Cena de Ghirlandaio; los gatos de Goya, los de Lope de
Vega y los de Vicente Rojo; los de Darío Jaramillo Agudelo, Baudelaire, Borges,
Wislawa Szymborska, José Emilio Pacheco, Eduardo Chirinos, José Watanabe e
incluso el de Schrödinger. Pero por sobre todos, el universal de la oda de
Neruda.
340.
Clara López Obregón (la ponemos a ella por delante para que no se diga que en
este blog se discrimina “por razones de género”) y Wilson Sáenz Manchola (jamás
tan a propósito un apellido… materno, suponemos) se complacen en invitarlos a
todos, todas y todes a su conversatorio titulado ‘De las fragilidades y
peligros de lo políticamente correcto’, un diálogo en el que este par de
defensora y defensor de los derechos humanos le participarán al público
asistente sus experiencias más que traumáticas en la utilización del lenguaje
inclusivo; herramienta de doble filo con la que se labraron un nombre y se
hicieron un sitio en el más empoderado y excluyente de los buenismos, pero con
la cual también forjaron su pertenencia sin fecha de caducidad a los anales de
la infamia de YouTube y el internet. En el pánel participarán asimismo la
“sirvienta” y el “negro hijueputa” que en su momento les otorgaron protagonismo
a nuestros dos biempensantes tan malhablados.
Como
ven, el “evento” promete. De modo que a separar su cupo.
341.
Pregunta y responde Cercas en el colofón de otro muy buen artículo -todos los
suyos lo son-: “…¿Quién teme a la meritocracia? Sólo los privilegiados celosos
de sus privilegios”.
Como
quien dice y en la base de la pirámide, los profesores sindicalizados de
educación básica y media que se niegan a que los evalúen o que fabrican
sistemas de evaluación tan hechizos y facilistas como las “evaluaciones” con
que ellos “examinan” a sus estudiantes, los ministros y secretarios de
educación que con ellos se coluden para que la escuela no evalúe rigurosamente,
los padres de familia que protestan y ponen a sus hijos en contra del educador
que evalúa a fondo porque así mismo enseña, los catedráticos y universidades que
aprueban con notas altísimas y otorgan diploma de profesional y de maestro y de
doctor a perfectos analfabetos funcionales con algún conocimiento en sus campos
y suficiente en plagio pero nada más. Y de ahí hacia arriba y en todas
direcciones hasta llegar por ejemplo a un primer ministro o un presidente
mediocre -no en pocas ocasiones con “autofama” y fama de genio entre sus
huestes- que nombra en los ministerios y demás entidades del Estado a nulidades
aquiescentes que no le hagan ninguna sombra y sí muchas genuflexiones. ¿Les
parece que hace falta describir el tipo de sociedad en que semejante caldo se
cuece?
342. Lo
que es el azar, Irenita. Si lo primero que hubiera leído de ti hubiera sido
esto y no ‘El infinito en un junco’, título que (junto con el noventa y nueve
por ciento de tus artículos quincenales en El País) por anticipado te convierte
en el único clásico de la literatura vivo que conozco, tal vez ahí lo habría
dejado y no serías en mi vida de lector el norte y el referente que eres sino
apenas un nombre que se recuerda… o ni siquiera: “…Quizá necesitemos
redescubrir que cada mirada sobre el mundo es una peculiar aleación de deseos,
experiencias, esperanzas y emociones. Las personas somos un material frágil y
valioso. […] Es un hecho comprobado: hagas lo que hagas, siempre tendrás cerca
a alguien dispuesto a opinar. Ese cuestionamiento constante erosiona nuestros
intentos y nuestros encuentros, nuestros amores y esplendores. […] Nos ayudará,
cuando los lazos se enmarañan, dejar de ver mala fe en la opinión ajena, evitar
el juicio sumarísimo, aprender a confiar en la honestidad de los distintos. Y
ante las torpezas y tropiezos, el dedo acusador casi nunca es la mejor
medicina. Más sabio que discutir será divertirse juntos con la variedad de
caracteres y actitudes. Cultivar un cierto sentido de improvisación y
experimentación infantil. Si a ‘juzgar’ le quitas tan solo una letra, podrás
jugar”.
Me
perdonarás pero se te chispoteó, y a borbotones, la autoayuda. Menos mal que ni
Petro ni sus lambeculos leen porque sin consultarte adoptarían tu artículo como
prolegómeno de su fementida propuesta de acuerdo de reconciliación nacional, y
la escuela y la academia que propugnan el igualitarismo a todo trance y el
derecho inalienable a no sentirse ofendidos, ofendidas y ofendides lo
adoptarían a manera de carta de presentación de la absurdidad de sus luchas.
343. Sigo
juntando material de lectura -porque le pienso hacer caso al decano del
desahogo 325: ¿lo recuerdan?- para mis futuros estudiantes de ciencias de una
asignatura que pueda que se llame ‘De lo bello literario y lo cierto
científico’. Y qué mejor que dar comienzo al curso con esta joya:
“…Entonces
se produjo un estremecimiento en nuestro sistema nervioso y el cerebro, que
había sido hasta entonces una máquina fría, precisa y fea, produjo el poema más
alto de la materia, la conciencia. Entonces cavamos las primeras tumbas,
lloramos de una manera nueva y muy triste y fuimos para siempre mortales. Los
vestigios de tumbas más antiguos se han encontrado en lo que ahora es Israel,
tienen unos 90.000 años y son considerados la prueba definitiva de que habíamos
perdido la inocencia animal y empezábamos a ser esa criatura maravillosa y
enferma, capaz de imaginarlo todo e incluso de crear o descubrir dioses, de
adorarlos e injuriarlos. La invención de la muerte fue un acontecimiento
definitivo. El acontecimiento. Poco después estábamos haciendo arte sublime y
moderno sin pasar por el boceto (Chesterton ve aquí la refutación de la
evolución: el Homo sapiens no hizo matachos nunca. Armó isopos con yerbas y
raíces, tomó carbones negros, preparó jugos verdes y tierras rojas, y trazó
figuras mágicas perfectas en las paredes ocres de las cuevas, afirma el
policiaco inglés, quizá la inteligencia más preclara de la cristiandad). Fue
grandioso, claro. Hacía mucho tiempo que éramos tecnólogos (la palanca, armas
de piedra); ya teníamos las palabras, esa potencia capaz de cifrar el universo;
ya los brujos lo cubrían con velos de misterio. Pero ahora podíamos conjurarlo,
celebrarlo o maldecirlo con las imágenes del arte. Es casi seguro que sin la
muerte no habríamos hecho nunca filosofía. La muerte nos salvará un día de la
imprudencia de haber nacido (la sentencia es de Cioran) y de la angustia de ser
un animal anómalo, esa criatura que se siente estrecha en la tierra y el cielo
le queda muy alto.”
Me
traslado al momento en que alguien entone en el aula, mientras los demás
seguimos la lectura en silencio, esta última frase del artículo y puedo ver el
asombro en la cara de todos esos muchachos que uno supone enamorados del
conocimiento. Interesante sería por otra parte analizar con ellos esto que a mí
me asombra: que del cerebro de aquel orfebre mane, en paralelo a los veneros de
belleza de su escritura, el más grosero y destemplado sectarismo político.
Aunque ése es otro asunto.
344. ¿Puedo
confiar, gran Victor Hugo, en que en julio del año entrante, si la vida me
deparara la mala noticia del ingreso en la cincuentena, las miserias de mis 40
le van a dar paso a siquiera algo de lo bueno que trae aparejado la juventud? Y
a usted, maestro, ¿le fue mejor en los 40 o en los 50? ¿Qué edad tenía cuando
dijo eso tan interesante que dijo, y por qué lo dijo? Se lo pregunto porque yo
esta década infame, desde luego que no en todo pero sí en lo anímico, por
desanímico, no sólo no la quiero volver a vivir sino que me la quiero borrar de
la cabeza, pero sin un alzhéimer por medio. Menos mal que usted no supo del
bueno de Alois y de su enfermedad bellaca que, por cierto, anda haciendo
estragos en estos tiempos que en todo se asemejan al 1870 de la queja epistolar
de Flaubert. En todo.
345. Lo
reconoce el educador que quise ser: antes que conseguir, primero, que se
aquerenciaran con la literatura para, luego, asistir ojalá a su enviciamiento
sin retorno, dediqué, si cabe, más empeño a, por un lado, vencer la apatía
política de los estudiantes que callaban cuando los alienados de la extrema
izquierda repetían, ahora en clase, los escupitajos ideológicos que oían en las
asambleas estudiantiles y, por otro, a intentar morigerar, mediante la lectura
y los debates que de ella se suscitaban, las pulsiones extemporáneas de
revolución de los anacrónicos. Como lo primero produjo magros resultados y lo
restante aun peores, aquí me tiene, doctor Wasserman, pensionado a los 49 años
y sin pisar un aula “real” hace lo menos cuatro, leyéndolo a usted y a los
demás del cenáculo, y en el fondo nostálgico de no poder compartir con todos
esos muchachos reflexiones como ésta, que de procesarlas como es debido los
harían tan sabios: “…Es muy posible que el liderazgo sea un rasgo que se haya
desarrollado en la evolución (tanto biológica como cultural). Al fin y al cabo,
el buen liderazgo es una ventaja evolutiva cuando se enfrentan situaciones que
requieren movilizar a un grupo. Los cardúmenes de peces y las bandadas de aves
migratorias parecen obedecer la dirección de algunos ‘escogidos’. Nuestros
primos cercanos, los chimpancés y los bonobos, también eligen líderes que los
guían, pero son diferentes estilos de guía. Los evolucionistas hablan de
liderazgos ‘dominante’ y ‘de prestigio’. Los chimpancés parecen usar el primero
que es impositivo, los bonobos el segundo. Los humanos optimistas quisiéramos
parecernos más a los bonobos que concilian amistosamente (a veces más que
amistosa, amorosamente). Posiblemente estamos en el medio, pero la evidencia
histórica parece mostrar que cuando las sociedades se sienten amenazadas de
alguna forma tienden a escoger los liderazgos dominantes. Los políticos se han
dado cuenta de eso y tratan, de todas las maneras posibles, de que nos sintamos
amenazados” (por los de enfrente -por la competencia-, que tanto se les
parece).
346.
¿Que en qué consiste eso de tener un propósito claro en la vida? Les responde
este carnal mío, y no con teorías vacuas: “Y, completamente solo, desde
siempre, iba en busca de mi madre, según creo, con la intención de asentar
nuestras relaciones sobre una base menos inestable. Y cuando estaba por fin en
su casa, y he llegado a ella varias veces, me marchaba sin haber hecho nada en
tal sentido. Y cuando ya no estaba en su casa estaba de nuevo en camino hacia
ella, esperando que la próxima vez sabría hacerlo mejor. Y cuando aparentaba
renunciar y dedicarme a otra cosa, o no ocuparme ya de cosa alguna, lo que
hacía era madurar mis planes y buscar el camino de su casa. Qué curioso”.
A mí lo
que me parece curioso, y traumático, viejo Mo, es que habiendo tenido
propósitos claros en la vida -porque los tuve-, se me hayan traspapelado como
tantos de estos desahogos, aunque con la diferencia de que con éstos doy si me
aplico a buscar con juicio.
347. Si
ustedes llegan a leer -o releen- esta novela de Beckett, muy posiblemente
relacionen a su protagonista tan disperso con quien por desgracia hoy ocupa la
Casa de Nariño. ¿La diferencia entre Molloy y Petro? Aparte de la lucidez y el
encanto absurdo del personaje de papel, el hecho fatídico de que el de carne y
hueso con sus dispersiones e improvisaciones crónicas arrastra a todo un país,
esperemos que no hacia un abismo tipo el venezolano, mas sí hacia un estado de
postración generalizada. ¿Que a Gregorio Ríos se le extraviaron los objetivos y
se le enmalezó el camino? No son las vidas de millones de personas las que
resultan dañadas gravemente o al menos afectadas.
348. --¡Un
no rotundo a los nefelibatas de lo irrealizable, a los resentidos y a los
insaciables malintencionados de la política!
--Lo
suscribo si antes me responde una pregunta. ¿De dónde sacamos, en la ingenua y
visceral Latinoamérica que es el Tercer Mundo, votantes convencidos de que lo
que procede en política es el reformismo que propugnan los tecnócratas, y no
los cantos de sirena de los vendedores de humo igualitario o el
anarcocapitalismo disfrazado o desembozado de los que figuran o aspiran a
figurar en Forbes?
--Tocó
preguntarles al Uruguay y a la Costa Rica de hoy y pronto, no vaya a ser que se
degraden para no desentonar con el vecindario.
349. Será
tal la magia de la literatura que al ciego que soy le permite ver, de cuerpo
entero y de forma retrospectiva, a dos de los bandidos más sanguinarios y
despiadados de este país en que se dan silvestres: “Aquel niño le pinchaba los
ojos a los pájaros; y le gustaba ver salir esa gotita de aire y de luz, ese
rocío limpio de mañanitas frescas. Luego los echaba a volar y se reía al verlos
chocar contra el muro de su casa, con un ruido muy triste. Creció y fue de
aquéllos”.
Creció y
fue Jorge Bricéño Suárez, más conocido por su otro alias de Mono Jojoy. Creció
y fue Mario Montoya Uribe, alias Litroesangre. Que uno y otro encarnen héroes
para millones de colombianos irreconciliables en sus posturas políticas muy bien
explica nuestra historia de violencia. Y el tipo de sociedad que somos.
350. ¿Que
el arte humaniza? Lo sabe el ‘Salvator Mundi’ de Leonardo, que desde 2017 obra
en poder de un descuartizador real, y no porque aquella divinidad pictórica se
proponga disputarle a su carnal el diablo el alma del tirano.
351. Tentado
me vi de renegar de mi desahogo número 241 por el elogio que en él le dedico a
Jorge Mario Bergoglio. Pero tras releerlo resolví no hacerlo y la razón es muy
sencilla y cierta: se trata de un buen político y de un buen diplomático. O sea
de una de esas figuras públicas que hacen malabares sin nombre para contentar a
sus homólogos los poderosos o al menos para no enemistarse con ellos.
Lamentablemente -o por fortuna: según quién hable-, por humano, o sea por
falible, a Su Santidad también lo traiciona el subconsciente, que le hace
patinar la diplomacia y expeler una que otra miseria -una que otra querencia-
por la misma boca que, en cambio, se empecinó en callar cuando la dictadura de
su país robaba recién nacidos y torturaba, asesinaba y desaparecía a inermes de
todas las edades: “No olviden nunca su herencia. Son herederos de la Gran
Rusia: la Gran Rusia de los santos, de los reyes, la Gran Rusia de Pedro el
Grande, de Catalina II, aquel imperio ruso grande, culto, de tanta cultura, de
tanta humanidad. No renuncien a esta herencia. Ustedes son los herederos de la
Gran Madre Rusia, sigan adelante”: ¡y que vivan -sólo le faltó decirles a los
muchachos católicos que lo escuchaban para redondear la infamia- el gran
Vladímir Putin y la valentía de sus soldados, que luchan contra la nazi Ucrania
y el fascismo de sus gobernantes! Quien lo ve: tan viejito y tan canalla.
352. Se
pregunta Rosa Montero en una columna reciente en El País de España a propósito
del escándalo protagonizado por Luis Rubiales: “¿Cómo es posible que a estas
alturas del siglo XXI pueda haber alguien mínimamente sensato, sea hombre o
mujer, que no se considere feminista, es decir, antisexista? Yo lo veo algo tan
obvio como intentar ser antirracista”, y yo respondo.
Si una
lucha en principio justa para combatir una injusticia empieza a producir a su
vez injusticias, yo me aparto. Imagínate sólo por un momento, admirada y
querida Rosita, que el impulsivo e insensato aquel es un hermano o un hijo o un
amigo al que mucho quieres. ¿Habrías escrito lo que escribiste, sumándote de
paso al linchamiento infame y desproporcionado que él y su familia han sufrido,
nada más que por un acto reprochable que, por mucho que se empeñen las furibundas
del feminismo y ustedes las moderadas, no constituye el delito sexual con que
gustosas lo mandarían a la cárcel? ¿Abuso sexual un maldito pico sobre el que
de plano el país y el mundo niegan cualquier posibilidad de aquiescencia verbal
o no verbal, tal que si miles de millones de personas hubieran estado ahí con
ellos para oír lo que se dijeron con la boca o la mirada? ¡Como si desde
siempre las mujeres no se hubieran tomado todo tipo de libertades con los
hombres que les gustan, desde una picada de ojo hasta conseguir metérseles
desnudas en la cama del hotel en que se hospedan a los famosos que las
trastornan, pasando por las persecuciones asfixiantes que en nosotros se llaman
acoso y en ustedes enamoramiento! ¿Y cómo es posible que en una democracia como
la española se borre de un plumazo la separación de los poderes y el ejecutivo
se vaya lanza en ristre contra el “victimario”, al que condena de antemano al
ostracismo social, y le niega los derechos sagrados a la presunción de
inocencia y el debido proceso?
Pero si
lo anterior se te antoja razón insuficiente para que me declare contrario al
feminismo del modo en que se lo practica hoy, te invito a que veas en YouTube
el capítulo titulado ‘El delito olvidado que arruina vidas’ de un programa de
televisión colombiano llamado Séptimo Día, y a que leas un artículo de
Pérez-Reverte que acaso ya conozcas: ‘Fabricando misóginos’ se titula. Y te soy
sincero: no les creo ni por un segundo a las Yolandas Díaz e Irenes Montero, es
decir a las ultrafeministas de todas partes, cuando salen a decir que a lo que
le apuntan es a la igualdad. Falso porque es odio lo que exudan contra los varones
que no transigimos con su vesania. Y contra todo Rubiales que les dé papaya.
353. ¿Qué
se le agrega a la completitud?: “El hormiguero mata la personalidad, y por ahí
va la cosa. El drama de los seres humanos es el de haber evolucionado como
individuos por un lado y como seres sociales por el otro, aunque sin haber dado
con la fórmula capaz de articular ambas peculiaridades. Ante ese problema de
costura, hay sociedades que eligen el individualismo feroz o la masificación
total. […] Significa que no tenemos remedio ni solos ni acompañados. La mezcla
deseable de aislamiento egoísta y congregación solidaria está resultando más
difícil de lo esperado, en el supuesto de que alguien espere algo de esta pobre
humanidad. Somos capaces de imaginar un centauro, pero inhábiles para diseñar
una sociedad lo suficientemente mixta como para vivir en paz”.
Ahí
verán si siguen machacando la mentecatez de que incluso el mejor periodismo de
opinión -las columnas de los grandes en periódicos y revistas- es flor de un
día.
354. Lo
reconoce el educador que quise ser: antes que conseguir, primero, que se
aquerenciaran con la literatura para, luego, asistir ojalá a su enviciamiento
sin retorno, dediqué, si cabe, más empeño a, por un lado, vencer la apatía
política de los estudiantes que callaban cuando los alienados de la extrema
izquierda repetían, ahora en clase, los escupitajos ideológicos que oían en las
asambleas estudiantiles y, por otro, a intentar morigerar, mediante la lectura
y los debates que de ella se suscitaban, las pulsiones extemporáneas de
revolución de los anacrónicos. Como lo primero produjo magros resultados y lo
segundo aun peores, aquí me tiene, estimado Daniel, pensionado a los 49 años y
sin pisar un aula “real” hace lo menos cuatro, leyéndolo a usted y a los demás
del cenáculo, y en el fondo nostálgico de no poder compartir con todos esos
muchachos reflexiones como ésta, que de procesarlas como es debido los harían
tan sabios: “…Por supuesto que la sociedad está atravesada de conflictos y la
política en mayor medida, a la que hemos confiado la misión de representar
nuestros diferentes valores e intereses. La práctica de la amabilidad no
significa sustraerse al conflicto, sino aceptarlo, reconducirlo de modo que
sirva para avanzar y no se convierta en un evento de destrucción. La cuestión
es transformar el conflicto en energía positiva cuando resulte posible,
evitarlo cuando se pueda y hacerlo siempre más breve y menos dañino. Para esto
necesitamos reflexionar sobre la posibilidad de otro tipo de liderazgo que no
consista en ‘matar’ al adversario. ¿Estamos tan seguros de que no hay otro
procedimiento que sea recompensado en términos electorales? […] Un liderazgo
cordial es posible y debería recoger algunas propiedades que requieren más
inteligencia y sofisticación que la rudeza del choque con el adversario. De
entrada, aceptar que el mundo es complejo requiere más coraje que simular la
fortaleza de quien se cree en el lado correcto de la historia, previamente
simplificada entre buenos y malos. Nuestros representantes deberían reconocer
la incertidumbre en la que se encuentran, no mostrar una seguridad de la que
carecen y estar dispuestos a admitir los errores. Si no lo hacen es porque
piensan que los representados no lo aceptaríamos. De ahí que estén
aterrorizados por los propios errores y por el hecho de que otros puedan
apoyarse en ellos para obtener ventajas en términos de competencia. Pero los
errores nos hacen amables, como decía Goethe. […] Dejarse marcar el paso por
los más ideologizados entre los propios sirve para mantener unida a la tribu,
pero no permite ampliar los apoyos electorales o la posibilidad de construir
mayorías parlamentarias y sociales con otros agentes políticos. Aquella
opinión, erróneamente adjudicada a Darwin, de que solo sobrevive quien más
compite, era en realidad una frase de Herbert Spencer para caracterizar ese
mundo regido por la competición implacable y despiadada que está en el origen
de la desigualdad. Hay quien ha propuesto que sería más coherente con el
pensamiento de Darwin hablar de la supervivencia del más amable, ya que la
cooperación, más que la competición, es lo que ha hecho posibles los éxitos de
nuestra especie. […] El prestigio de la lógica combativa es inmerecido y
tampoco sirve para la supervivencia política”. (¿Escuchan en la Casa de Nariño?
¿Aló, presidente? ¿No hay nadie del otro lado de la (primera) línea? ¿Tampoco los
y les nadies, las Nadias ni las Nidias de la vicepresidenta? No, querido
Innerarity: imposible la comunicación con esta gente. También con la otra.)
355. Qué
vaina con la vida. ¿Pero es que ni en los proyectos de muerte se puede ser un
tris original? Que Gabriel Ferrater -de cuya (in)existencia me vine a enterar
hace apenas unos días- lo hubiera planeado, divulgado y ejecutado antes que yo,
lo prueba concluyentemente.
356. Escribe
un hombre al que admiro grandemente: “Entre nosotros las opiniones se afirman
muchas veces por escrito con la contundencia de un puñetazo en la barra de un
bar”, y me aterro de que a él le moleste esto que yo celebro. Que existan o
hayan existido los Pérez-Reverte, los Marías, los Caballero, los Fernandos
Vallejo, los Savater y todos los capaces de despertar en los objetos de sus
dardos envenenados de acre lucidez odios viscerales e inquinas que pueden durar
toda una vida y hasta legarse a la descendencia. Que existan o hayan existido
los Naím, los Abad Faciolince, los Vásquez, las Montero, las Bonnett y otros
también valientes y objetivos -en la medida en que se pueden ser las dos cosas-
que opinan con claridad y sin “descomponerse”, muy posiblemente porque tal sea
su talante. Que existan y hayan existido los Constaín, las Irenes Vallejo, los
Millás, los Vicent, los Vilas y los que como ellos no renuncian a la denuncia e
intentan mantenerse ecuánimes en sus críticas, que privilegian la alusión
inteligente antes que los nombres propios. De todos aprendo a la par que
disfruto de sus muy personales formas de habérselas con sus opiniones. Con los
demás, quiero decir con los militantes, provechosos pese a su militancia por lo
común en el mamertismo, me peleo a palabrotas y hasta me voy a las manos aunque
rara vez rompa lazos con ellos.
357. Es
más, maestro Muñoz Molina: a mí, que sobra aclarar que no pertenezco al
“nosotros” de la cita, la literatura me sirve de desahogo, pues es sólo gracias
a lo que leo y escribo como consigo mantener a raya al francotirador
exclusivamente bajo mis órdenes que a diario y desde siempre he fantaseado con
ser. Mientras que la ceguera congénita, para que no me sea posible dar con el
arma depurativa que busco y rebusco, jamás con éxito.
358. Venga
y le cuento, Hetícor, un problema que tengo con su Salvo mi corazón, todo está
bien: voy por la K y ya estoy más enamorado de Darlis que el propio Córdoba.
¿No conoce usted a otra siquiera parecida para que me la presente, que sin
dudarlo me caso? Claro: si nos casa Sánchez.
359. Me
gustaría preguntarles a los españoles que leo habitualmente en periódicos y
revistas de aquí y de allá por qué para ellos, diría que para todos ellos, la
nostalgia y la añoranza, que yo tanto disfruto no obstante el sufrimiento dulce
que acarrean, tienen tan mala fama. Y lo digo porque cuando no se las juzga
abiertamente, cual si se tratara de sentimientos innobles, los muy pocos que
las justifican o reivindican lo hacen explicándose a sí mismos y con palabras
que denotan una como incomodidad vergonzante.
¿Qué hay
de malo -aparte de la imposibilidad de materializar la presencia- en sentirse
nostálgico y añorante de alguien muerto, o vivo aunque fuera de nuestro alcance,
al que mucho se quiso y con quien se vibró al unísono, si nos lo recuerda una
canción en particular, o muchas de un género que en Colombia llamamos ‘música
para planchar’? ¿Qué hay de malo en pasarse horas enteras mirando fotografías
de momentos amables que transcurrieron en compañía de alguien -una hermana, un
amigo, los padres, nuevamente una pareja- por desgracia hoy ausente? Es más:
¿qué hay de malo en que yo añore, nostálgico, algo a lo que llegué demasiado
tarde, a saber: los tiempos antediluvianos en que dos personas -Juan Gregorio y
Elvia, Orfi y Abe- se conocían, se enamoraban, se casaban, ella perdía la
virginidad en la luna de miel y etcétera, etcétera? Y no se trata de que
repudie los días en que me correspondió ser joven; al contrario: bendigo la
posibilidad de acostarse con la novia, las amigas e incluso las primas si ellas
lo tienen a bien.
¿Que
aquella pareja de amigos son fieles, y además se quieren y respetan? Nostálgico
me siento de no ser como él en ese sentido. ¿Que recuerdo, con añoranza, los
años tan felices en que mi cuerpo de veinteañero o de treintañero exultaba
porque se podía fundir con dos y hasta con tres no al tiempo -otra dicha que me
voy a morir sin paladear-, mas sí por la misma época? ¡Maravilloso todo, salvo
este presente tan añorante y nostálgico!
360. “Afortunados
los que fueron gobernados por el caballo de Calígula”. Lo pienso cada vez que,
asqueado, escucho un nuevo discurso de Petro el presidente. Son tantas las
infamias, las inexactitudes de toda clase, las mentiras que escupe sin
sonrojarse; tantas su ignorancia, desvergüenza y mala leche que no cabe sino
concluir que Céline tiene razón: por descontado que Incitatus no rebuznaría
como lo hace este otro homúnculo al que más de once millones de votantes
entronizaron, con el mismo derecho con el que yo deploro su elección, y por
espacio de cuatro años que se harán eternos, en la Casa de Nariño.
Adenda: ¿cuándo será que Daniel Coronell, María Jimena Duzán o Cecilia Orozco Tascón se resuelven a desvelar lo que de sobra deben conocer de fuentes confiables: las razones de que Gustavo Petro deje plantado a todo el que le da la gana o llegue tarde a donde le da la gana, pisoteando el hecho de que su sueldo y privilegios se pagan con los impuestos que todos tributamos? De una cosa estoy seguro, estimados columnistas a los que leo porque los admiro: si el faltón consuetudinario e irrespetuoso que tenemos por presidente no fuera el que es sino cualquiera de sus antecesores, aunque antes que nada Duque y Uribe, las pruebas documentadas de semejante mal ejemplo hace mucho que figurarían en los medios en los que ustedes escriben. Sigo a la espera de la objetividad y la ecuanimidad que yo también les llegué a atribuir un día.
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