Me mamé de oír que los niños y
los adolescentes de hoy son más despiertos e inteligentes que todos los que los
precedieron simplemente porque juegan con sus ‘smartphones’ y pantallas desde
que dejan de gatear y comienzan a caminar. Sería como decir que los de la mía
lo éramos porque sabíamos desenredarle la cinta a un casete que se nos trabó
dentro de la grabadora o el equipo de sonido, o porque jugábamos marcianitos o
maquinitas como tahúres de casino. Francamente, qué concepto tan pobre el que
se tiene de la inteligencia.
Me mamé de tantos clichés que se
repiten sin la menor reflexión en todas partes, como ese de que “no hay como el
amor de la madre”. ¿De cuál madre, me pregunto? Porque si es de la mía de la
que se habla, tienen razón. Pero otra cosa muy distinta dirían los niños
maltratados por sus madres o los adultos que lo fueron por las suyas tal vez a
diario, y de las peores formas: indiferencia, parcialidad, insultos;
humillaciones delante de familiares o amigos o de quien sea; golpes propinados
con la mano, con el cable de la plancha o con cualquier objeto contundente que
se atraviese, simplemente porque así son los desarreglos hormonales o porque el
marido no llegó a dormir anoche a la casa. Pero como las mujeres siempre son
víctimas y jamás victimarias, esto tan grave o no se tiene en cuenta en
absoluto, o se desdeña como algo menor. Bueno sería abrir los micrófonos y encender
las cámaras y permitir que todos los que tengan algo que denunciar en este
sentido lo puedan hacer, desde luego que también en los foros de opinión de los
periódicos. Ah, y en los parvularios, las escuelas, los colegios, las
universidades, las iglesias, las oficinas, los buses, la calle…, para ver si el
asunto importantísimo de la violencia en los hogares cobra por fin siquiera un
poco de objetividad y equidistancia.
Me mamé de oír repetir a los
universitarios, que no leen periódicos ni se informan a través de la radio o la
televisión, ocupados como están en la rumba y los videojuegos y las redes
sociales, lo que oyen de sus profesores en clase -cuando los oyen-, una
perogrullada: que los medios de comunicación tienen intereses políticos y
económicos y por tanto no son dignos de total confianza. Como quien dice, yo no
leo prensa ni oigo las noticias en la radio o veo los noticieros no por pereza
y desinterés (las verdaderas razones por que no lo hacen) sino para evitar que
me manipulen. Como si quedarse con lo que equis o ye profesor o mi mamá o mi
papá o mi tío opinan, también con sesgo, fuera la solución para la tontería esa
de las ‘fake news’, que tienen hoy por hoy al mundo entero en vilo y
escandalizado. Un mundo que simplemente no entiende que ni eso ni nada -avieso,
mediocre o loable- que provenga del caletre humano es nuevo. Nada.
Simplemente, me mamé de los leedores
pretenciosos que creen que lo que ellos han leído o están leyendo es lo que hay
que leer porque, de lo contrario, el receptor de su cháchara es un pobre
ignorante. Ignorantes ellos que no alcanzan a mensurar las dimensiones
oceánicas de la buena literatura, que ni en las siete supuestas vidas del gato
conseguiría abarcar el más capaz y disciplinado de los bibliófilos.
Simplemente, me mamé de los
“cortarse el cabello” o “lavarse el cabello” o “peinarse el cabello”, de los
“iniciar”, de los “finalizar”, de los “enfocarse en”, de los “presunto”, de los
“escuchar llover” o “escuchar ruidos” o “escuchar voces”, de los “al interior
de”, de los “adicionalmente”, de los “hacer pedagogía”, de los “problemática”,
de los “poner en contexto”, de los “ente acusador”, de los “lesionado”, de los
“queísmos”, de los “dequeísmos”, de los “señores de las FARC”, de los “señores
paramilitares”, de los “con los buenos días” o “con las buenas tardes” o “con
las buenas noches”, de los “las miles de víctimas”, de los “las millones de
denuncias”, de los “es mi opinión”, de los “respeto opiniones en contrario”, de
los “a todos y a todas”, de los “personas en situación de calle”, de los
“personas en situación de discapacidad”, de los “afrocolombiano” o
“afroamericano” o “’afrowhatever’”, de los “doctor Iván”, de los “señora
Clara”, de los “decirles que…” o “expresar que…” o “darles la bienvenida a…”,
de los “el preciado líquido”, de los “seguir trabajando con humildad”, de los “está
siendo”, de los “en orden a”, de los “al final del día”, de los “políticamente
correcto”, de los “colocarse”, de los “accequible”, de los “una falta sobre”,
de los “una llegada sobre el arco de…”, de los “de acuerdo a”, de los “en base
a”, de los “el mismo” o “la misma” o “los mismos” o “las mismas”, de los “’impichment’”,
de los “sensibilizar”, de los “acompañamiento”, de los “socializar”, de los
“tener sexo”, de los “en el treceavo piso” o “en el veinteavo festival” o en el
“cincuentaavo cumpleaños”, de los “adulto mayor”, de los “comunidad LGBTI” o
“comunidad discapacitada” o “comunidad académica”, de los “compra colombiano”, de
los “sí se pudo”, de los “todos somos ‘Charlie Hebdo’” o “’Me Too’” o
“’dreamers’”, de los “inteligencia vial”, de los “el tema de”, de los “nosotros
como gobierno” o “banco” o “iglesia pensamos que…”, de los “referirse sobre”,
de los “¿cómo vas?” y demás sandeces y melifluidades de académicos, políticos,
periodistas, abogados y ciudadanos de toda índole aunque por fortuna no todavía
-que yo sepa al menos- de abuelos y campesinos. O eso quiero creer.
Me mamé de oír que dizque los
ciegos vemos con los ojos del alma: ¡pero por Dios! Si todavía desconocemos qué
es el alma o si tal embeleco existe, ¿con cuáles ojos de cuál alma vamos a ver
los que no vemos? Una cosa sí les aseguro: los ciegos de la secta sabatiana,
que me honro de presidir no ya en América Latina simplemente sino en el
universo mundo, miran hondo muy hondo pero no gracias al alma; gracias a Su
Majestad la inteligencia.
Me mamé de que cristianos y testigos
de Jehová se atrevan, los muy cabrones, incluso a despertarme en el
TransMilenio para preguntarme siempre lo mismo y con las mismas palabras
babosas: “¿Usted sí sabe que Dios le puede devolver la vista?”. Y yo, entre las
brumas del sueño: “¿Quién?, ¿qué?”. Y ellos, subiendo el volumen, pues además
de ciego me imaginan sordo: “Que Dios le puede devolver la luz de las vistas”.
Y yo, cada vez más puto: “Primero, no se dice vistas sino ojos. Y segundo, a mí
no me tienen que devolver nada porque siempre he sido ciego”. Y ellos,
porfiando: “¿O sea que usted nunca ha mirado?”. Y yo, casi al borde de un
ataque de nervios: “¿Mirado qué?”. Y ellos, untuosos: “Las cosas, las personas.
¿Usted nunca a mirado a su mamita?”. Y yo, ahora sí completamente despierto y…:
“No tengo mamita ni creo en Dios ni quiero ver. ¿Le queda claro?”. Y ellos, por
fin sinceros: “Por eso es que está ciego”. Y yo, cagado simplemente de la risa:
“Bueno señor. Hasta mañana”. Y vuelvo a clavar cacho porque todavía me faltan
varias estaciones para bajarme.
Me mamé de que para los que
atormentan a los animales no haya prácticamente ningún castigo. ¿Qué tal si
para disuadirlos reinstauramos simplemente la sapientísima ley del Talión? sííííí:
esa del ojo por ojo y diente por diente que jamás debió abolirse. Si algo así
de bello ocurriera, sus defensores -los de los animales- podríamos apagarles a
los malditos sobre la piel los cigarrillos con que se divierten quemando a
perros y gatos, o les tiraríamos encima a las viejas amargadas la misma agua hirviendo
con que escaldan a los callejeros que se les cagan en el frente de sus cochinas
casas, o mataríamos de hambre y de extenuación a los que explotan y maltratan
caballos y demás animales de labor, o les daríamos las mismas patadas y golpes a
las escorias humanas que a diario los hacen gemir de dolor a todos ellos: los
únicos de entre los seres animados merecedores de felicidad en el planeta.
Me mamé, simplemente, del
complejo de inferioridad idiomático de cientos de millones de usuarios de lo
poco que va quedando de la lengua de Cervantes, y de su incapacidad para darse
cuenta de lo ridículos que se oyen nombrando cada cosa con un término ajeno que
no comprenden pero que creen que les confiere estatura social. Un fenómeno del
que participan por igual los desclasados, que bautizan a sus hijos dizque
Darwin, Michael, Shirley o Whitney pero los llaman el Dargüin, el Máicol, la
Chirli y la Güidni; los emergentes, que matriculan a sus hijos en el Colombo
Americano o en cualquier chuzo donde se enseñe inglés porque “el que no hable
inglés hoy en día está condenado al fracaso”, pamplina que repiten
bobaliconamente y sin caer en que solo el dos por ciento por ejemplo de los
colombianos lo habla entre muy bien y con cierto decoro pero no por eso se pueda
decir que solo ese dos por ciento sea el que sale adelante; y los
privilegiados, cuyas empresas bautizan y acompañan de eslóganes plagados de
anglicismos para “sonar” internacionales porque qué tal llamarnos Helados La Delicia
o Bar La Gresca o Restaurante de la Montaña. Imposible: para descrestar
calentanos y cobrarles duro, nos tenemos que llamar ‘Exquisite Ice Cream’ o ‘The
Fight Bar’ o ‘The Mountain Restaurant’. Paradójicamente, cuanto más grande es
la frustración del que en vano se sueña hablando inglés, más grande es su
idolatría por esa lengua que se le resiste y, resentido, ya que no logra lo que
anhela, envenena lo que sí le pertenece pero desprecia.
Me mamé de oír, cada que hay
pedreas y terrorismo en los alrededores de las universidades públicas de Bogotá
y supongo que de todo el país, a los rectores o a quien tenga a cargo la
declaración después de los destrozos decir que “los actos vandálicos fueron
perpetrados por personas ajenas a la institución” a sabiendas de que mienten
descaradamente. Y mienten simplemente porque, en esos desmanes propios de
bandidos aunque disfrazados de protesta y de inconformismo juvenil, quienes
actúan de hecho son terroristas matriculados en la universidad -la Pedagógica
por ejemplo- o venidos de las vecinas -la Nacional y la Distrital-, cuando no
profesores o profesionales egresados de una o de las otras y vinculados al
terrorismo universitario desde antiguo. Propongo que en adelante, amén de
militarizar el campus en que se cometan los desmanes, cada que una declaración
así de insensata e irresponsable se produzca, se empapele, en calidad de
cohonestador, también al declarante.
Me mamé de la legión de
ciudadanos y periodistas a todas luces afectos a la izquierda que, soslayando
intencionadamente los abusos de poder y los casos de corrupción durante su
alcaldía, gradúan de completamente honrado a Gustavo Petro, cuya reputación de
gobernante que no roba se mantiene en pie gracias simplemente a ese respaldo
irrestricto y cómplice. Porque es que si al menos un veinte por ciento del
tiempo y la energía que dichos ciudadanos y periodistas emplean en denigrar la
ya de por sí funesta historia de los delitos de Uribe y el uribismo en el país
se hubiera empleado en objetividad e investigaciones a la precarísima gestión
de Petro y el petrismo al frente de Bogotá, otro gallo muy distinto habría
cantado y otra muy distinta sería la imagen de este otro aspirante -ojalá para
siempre postergado- a tirano criollo.
Me mamé de que los fanáticos de
la fidelidad a todo trance y la exclusividad sexual -sinceros unos, hipócritas
otros- me impongan su versión manida y machacona del amor venéreo. Y es que al
igual que frente a los creyentes, ante quienes ateos y escépticos resolvemos
callar en vista de su número e intransigencia, los que pensamos y sentimos
diferente en relación con este asunto que a todos nos atañe o nos tapamos la
boca y nos reservamos nuestras propias convicciones, o adoptamos las ajenas a
sabiendas de que vamos simplemente a perecer en el intento.
Me mamé, simplemente, de que las
universidades y sus carreras presuman de la mentirosa “alta calidad” a que cada
cierto tiempo unas y otras deben optar so pena de quedar por fuera de un
selecto grupo de alma máter que no obstante comparten con las de escasa o
ninguna calidad el estudiante medio de hoy -y de ayer, y de antier, y tal vez
de siempre-: ese que no lee porque no le gusta y si lee no comprende; ese que
no escribe porque no le gusta y si escribe lo hace horrorosamente; ese que no
opina porque no sabe y si opina es para especular (entiéndase “divagar”); ese
que tantos y tantos colegas gradúan pese a no ser más que un analfabeto
funcional, por supuesto bastante inculto. ¿Tan analfabeto y tan inculto como
los que lo “educaron”? Infortunadamente sí, en demasiados casos.
Simplemente, me mamé de que las
Vivianes Morales, los Alejandros Ordóñez y demás hipócritas moralistas se
amangualen en contra del derecho que los niños abandonados tienen a que seres
necesitados de hijos o generosos por naturaleza les ofrezcan el hogar que estos
fariseos les niegan pero no les brindan. Y a los muy tartufos se les llena la
boca diciendo que son “provida” o “pro vida” (no sé bien cómo es que escriben
los de marras ese esperpento), cuando está claro que lo único que hacen es
vociferar sus taras y dogmas religiosos e impedir con su mezquindad que la
esperanza y la felicidad se materialicen en forma de familias nuevas y
heterogéneas, tolerantes y ojalá ejemplares. Los sensatos tendríamos que exigir
a esta legión de oscurantistas que, ya que se oponen a que quienes sí pueden y
quieren lo hagan, adopten ellos y cada uno de sus correligionarios al menos a
un niño expósito. Les garantizo que con ello concluiría su hasta hoy férrea
oposición.
Me mamé de la palabrería de
feministas y demás grupos minoritarios que pretenden, mediante la censura y la
imposición, acabar definitivamente con las injusticias de que siempre hemos
sido objeto las mujeres y los negros, los no heterosexuales, los discapacitados
y en términos generales los diferentes. Maravilloso sería que los voceros de
esas “comunidades” comprendieran que los cambios que se necesitan poco tienen
que ver con el lenguaje y mucho con las realidades de exclusión y falta de
oportunidades, que muy seguramente van a seguir siendo el pan de cada día mientras
todos los esfuerzos se sigan concentrando en que hoy (ya se verá qué se le
impone mañana) la sociedad nos llame personas en situación de discapacidad a
los que simplemente somos ciegos o sordos, personas de condición sexual diversa
a los homosexuales o transexuales y deje de llamar sexo débil a las mujeres.
Tarde o temprano, se van a arrepentir del tiempo malgastado.
Me mamé de que quienes estamos
de acuerdo con la eutanasia y el aborto le imploremos al Estado permiso para
dejar de sufrir o lograr que un ser querido lo haga, o para interrumpir un
embarazo indeseado o temido. ¿No existen acaso las pistolas y los barbitúricos
para un caso, y la mifepristona y el misoprostol para el otro? Simplemente, en
tanto sea la caverna lo que impere, manos a la obra.
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