Con la colaboración de Sandra Bogotá
“La fecundidad resulta siempre de un profesor que sabe y que comunica
bien su saber”
Fernando
Lázaro Carreter
“Leer es un acto de índole informativa; lo verdaderamente literario es
releer”
Javier
Cercas
“Se aprende a escribir leyendo y leyendo; no se puede enseñar: es un
acto reflejo de acción-reacción”
Rodrigo Fresán
El maestro Estanislao Zuleta,
como lo sabrán quienes tengan noticias de su obra, hablaba, entre muchas otras
cosas en relación con la docencia, de una “educación filosófica”; Es decir, de
una educación que se apoye en la filosofía para enseñar todas las asignaturas
que la escuela imparte. No se trata, que quede claro, de que el profesor de matemáticas
o el de lenguas o el de historia o el de educación física discurran en clase
sobre el pensamiento de Platón o el de Voltaire o el de Kierkegaard (eso le
corresponde al filósofo), sino de que cada uno de ellos, así como los demás
educadores, esté en capacidad de, antes que abarcar los contenidos de su
asignatura, demostrarles a sus estudiantes que hay razones poderosas -razones
filosóficas- que convierten en fundamental el aprendizaje de todo lo que la
escuela enseña. Sólo entonces, cuando el muchacho de veras comprende para qué
le va a servir eso en lo que no está pidiendo que se lo instruya, su mente y su
ánimo se disponen genuinamente para aprehenderlo. En cambio -¿no hemos sido
todos (cuál más, cuál menos) víctimas de lo mismo?-, cuando somos alumnos de un
profesor que sin mediar trámite comienza a hablarnos, porque sí, de su “cuento”
como si para todos estuviera clara su “cháchara”, eso que oímos y vemos se nos
torna aburrido e incomprensible. De ahí que, si hablamos con un niño que va al
colegio o con un muchacho que va a la universidad y les preguntamos por esas
materias que los motivan, ellos, más allá de responder nuestra pregunta, se
desatan en elogios para con esos maestros que fueron capaces de sintonizar
realidad y contenidos.
De la misma forma y para soñar
al menos con resolver el muy serio problema de los precarísimos niveles de
comprensión, análisis y producción de textos en la escuela (que padecen, a qué
negarlo, desde niños de primaria hasta aspirantes a doctor), se podría pensar
en una educación literaria que nos sirva, no ya para que el alumno comprenda el
porqué filosófico de la asignatura, sino para que descubra que cada espacio
académico tiene arraigo en la literatura universal, que es quien en últimas
posee la clave de las dos aspiraciones máximas de todo sistema educativo: una
lectura profunda y una escritura eficaz.
Pero, ¿en qué consiste la
propuesta? Consiste en que, para enseñar matemáticas, el profesor de esa
asignatura, además de ser muy competente con los números, sea un lector, si no
profesional, sí asiduo y convencido de los beneficios de los libros que lee; en
que ese matemático, impresionado, por ejemplo, por ‘El diablo de la botella’ de
Robert Louis Stevenson o por ‘El ciego perfecto’ de Fernando Morales, les asigne
a sus estudiantes esas dos lecturas con las que va a poder relacionar
matemáticas y ficción, ficción y vida, vida y números. Consiste en que, para
enseñar lenguas, el profesor de esa asignatura, además de ser muy destacado en
el español o el inglés o el francés, sea, si no un archilector, sí un lector
pasional, dominado por sus inquietudes y su curiosidad; en que ese lingüista,
impresionado, verbigracia, por ¡Increíble Kamo” de Daniel Pennac o por La
guaracha del Macho Camacho de Luis Rafael Sánchez, incluya esas dos novelas en
el programa de su curso, no para quemar tiempo, sino persuadido de que, luego
de leerlas, los muchachos van por fin a descubrir que el lenguaje, que nos hace
humanos, es el gran “milagro” de nuestra especie. Consiste en que, para enseñar
historia, el profesor de esa asignatura, además de poseer una memoria de largo
alcance, sea, si no el lector más capaz del universo mundo, sí un lector
disciplinado y metódico, consciente de que la literatura, a él más que a nadie,
le puede suponer que su materia, tan densa y teórica y por tanto tan complicada,
se convierta en un aprendizaje mágico y significativo gracias a las obras que
selecciona; en que ese historiador, impresionado, digamos, por El hereje de
Miguel Delibes o por Ursúa de William Ospina, aproveche esas dos obras para que
sus estudiantes se enteren de lo que fueron la Inquisición y sus miserias o la
conquista de América, con sus bondades y miserias. Consiste en que, para
enseñar educación física, el profesor de esa asignatura, además de ser un
atleta consumado y un conocedor solvente de la teoría del deporte, sea un
lector, si no brillante, sí entusiasta y deseoso de probarse a sí mismo y a sus
estudiantes que el ejercicio del cuerpo y el trabajo del encéfalo no son
incompatibles; en que ese edufísico, impresionado, pongamos, por El partido de
Reyes de Manuel Rivas o por Aráoz y la verdad de Eduardo Sacheri, motive a sus
muchachos no sólo a practicar el fútbol, sino a vivirlo y sentirlo en las
mejores páginas forjadas en su honor por muy grandes escritores.
Infortunadamente, como lo constatan el
desconocimiento absoluto (en el peor de los casos) o la incomprensión
manifiesta (en el mejor) de la susodicha convicción educativa de Estanislao
Zuleta, pensar siquiera en una educación literaria resulta de una inocencia
conmovedora. ¿De dónde sacamos biólogos, y físicos, y químicos; ingenieros, y
arquitectos, y diseñadores; médicos, y enfermeros, y nutricionistas;
psicólogos, y antropólogos, y sociólogos que amen la literatura y la conviertan
en su aliada para enseñar no sólo biología, y física, y química; ingeniería, y
arquitectura, y diseño; medicina, y enfermería, y nutrición; psicología, y
antropología, y sociología sino a entender cada una de esas disciplinas a
través del maravilloso mundo de la ficción? Pues será de las ilusas propuestas
y políticas educativas con que quiere refundar la escuela cada nuevo gobierno,
o del etéreo y vanílocuo discurso de tantos académicos que, dopados con sus teorías
insustanciales, mejor harían quedándose callados para de ese modo no añadir más
confusión al caos en que nada, acaso desde siempre, nuestro pobre muy pobre
sistema educativo.