sábado, 24 de agosto de 2024

Desahogos polifónicos que pensaban ser póstumos, todos breves o muy breves (VII)

701. Definitivamente los que nacimos fracasados hasta para la crítica literaria nos lo merecemos por no saber separar el grano -Los emigrados, Tristram Shandy, Mi Lucha- de la paja –‘Políticos alternativos y políticos fucsia’, ‘Leiva y el futuro’, ‘El Goce Pagano’-. Pero como lo mío es oscilar a diario entre el bálsamo y la basura, ahí voy a seguir, testarudo pese a los remordimientos propios del que desperdicia parte de su tiempo infamemente, depurándome y emporcándome, depurándome y emporcándome porque necesito el contrapunto que procura el asco para no sucumbir completamente al tedio.

 

702. ¿Qué se le agrega a la completitud?: “Cien años después del fallecimiento de Kafka, no ha perdido vigencia eso que ha dado en llamarse kafkiano: la inexorable primacía del sistema sobre el individuo. Y, como en la literatura de Kafka, no alcanzamos siquiera a columbrar de dónde emana el poder ni quién lo dirige. En caso de divergencia, el individuo nunca tiene razón. El individuo no es nada, apenas un componente sin relevancia susceptible de ser castigado. Y ay de él como ose introducir la más leve distorsión en la dinámica general del sistema, por muy absurdo que éste sea”.

 

Digo “completitud” porque aun cuando millones de tercermundistas -los desinformados de siempre- siguen convencidos de que es sólo en nuestras republiquetas donde suceden los adefesios y se perpetra toda suerte de abusos en contra de las personas por parte de los que mandan, a mí esa venda de acomplejado se me descorrió con la irrupción de internet y la posibilidad de enterarme de primera mano, leyendo periódicos y revistas de donde me plazca y oyendo las noticias de medios de comunicación que pensé que me iba a morir sin conocer, del desbarajuste que es por lo común el mundo. Anteriormente -hace tan pero tan poco-, los deslumbrados que llegaban de estudiar o de vacacionar en los Estados Unidos o en la Europa desarrollada a dictarnos clase en la universidad, no perdían oportunidad de transferirnos su asombro con comparaciones de las que quedaba excluido cualquier matiz que, a los que sabemos que en todas partes se cuecen habas -la diferencia radica en la calidad y en la cantidad-, nos las hiciera verosímiles. Como un supuesto poeta -no me consta que lo fuera- que en la Javeriana se comió a cuento a un grupo de incautos con la trola de que en Rusia todo el mundo era tan culto que él había visto cómo, en conciertos multitudinarios de la mejor música sinfónica, los taxistas apagaban sus vehículos y las aseadoras aparcaban la escoba durante unas horas para asistir al espectáculo, “¡y con partitura en mano!”. Supe que aquel hiperbólico mentiroso murió poco después de que una preciosura que conmigo se sentaba en el salón y este que ¿era? Su enamorado decidimos darnos de baja en su materia y emplear mejor ese tiempo en un bar al que mucho nos gustaba ir. Que en paz descansen él y todos los que se granjeaban prestigio y adeptos aterrando pasmarotes antes de la revolución tecnológica.

 

Adenda: y no fue sino que escribiera lo que acaba usted de leer para que de las páginas de El País saltara uno de esos artículos que me libran de la información sesgada y distorsionada de antaño. Se titula ‘Días de fútbol y melancolía en Alemania’, y la conclusión que de él extraigo es que… ¡pero si el titular lo dice todo!

 

703. Maticemos: si bien es cierto que “es falso que los inmigrantes vengan a Europa a delinquir: la inmensa mayoría viene a ganarse la vida; es falso que los inmigrantes vengan a quitarnos nuestros trabajos: la inmensa mayoría viene a hacer los trabajos que nosotros no queremos hacer; es falso que nos estén invadiendo y empobreciendo: la verdad es que nos enriquecen, y que, en una Europa cada vez más envejecida, nosotros los necesitamos a ellos al menos tanto como ellos nos necesitan a nosotros”, lo es asimismo que las víctimas directas de los múltiples atentados del terrorismo yihadista en suelo europeo y estadounidense -para no alejarnos demasiado del vecindario- constituyen recuerdos colectivos de alcance global demasiado traumáticos y aterradores como para que, en virtud de lo cierto de la desproporción de las cifras en favor de los beneficios de dicha emigración, se espere que eso sea lo que prime en el imaginario de los ciudadanos de a pie que se cruzan o conviven con musulmanes. Yo sé, maestro Cercas, o al menos mi intuición me dice que aun si usted hubiera sido, como el gran Salman Rushdie, una de las víctimas corpóreas de la sinrazón de estos miserables, habría abogado y estaría abogando por la acogida y la integración de esas mayorías pacíficas de islámicos que salen de sus países huyendo del hambre y la violencia. Desconozco, en cambio -qué paradoja-, cuál sería mi discurso tras un atentado en el que yo o un ser querido nos viéramos inmersos en un fin del mundo protagonizado por enajenados que disparan a todo lo que se mueva o accionan los explosivos que llevan ocultos entre sus ropas o dan puñaladas a diestra y siniestra en medio de la calle o de un centro comercial, y de ahí que no condene a los anónimos que se mueren de miedo y en consecuencia votan por los que les prometen seguridad y orden. Coincidirá usted conmigo, gran Javier, en que los temores más que explicables de esas personas nada tienen que ver con la mala leche de millones de emigrados a los Estados Unidos hoy por hoy con papeles que votan por Trump y lo azuzan para que clausure la frontera con México y eche a patadas a los ilegales. Algo va de unos a otros.

 

704. “Cuando la única propuesta es el ruido y la furia, la cólera sin interruptor y la destrucción a conciencia del centro, la sociedad se va rompiendo en dos polos y las opciones se van reduciendo a los extremos, y el destino de todo un país se juega al cara y sello”: con cara se habrá logrado atornillar en el poder y hasta nueva orden el nefasto esperpetrismo en 2026, con toda su parafernalia mamertoguerrillera afianzada en cada vez más zonas del país; con sello estará de vuelta el uribismo más funesto, sólo que ensoberbecido y respaldado por los Miley, los Bukele, los Trump y las extremas derechas de Europa, que a la sazón pueda que se hallen bien avenidas. Para que en Colombia gane nuestro inexistente partido de centro, la moneda habrá de caer parada.

 

Adenda: que sepan los más de once millones de los que votaron en contra de Rodolfo Hernández o por la utopía de la paz total (si no la hay en sus hogares, en sus familias, en sus conjuntos residenciales, en sus iglesias, en sus salones de clases, en sus trabajos y ni siquiera dentro del pecho y la cabeza suyos de usted, ¿la va a haber, criaturas, en un país irreflexivo y pasional como el nuestro y por contera gobernado por un politicastro de la izquierda de la ira que, coherente, fomenta por doquier la discordia?), y no se digan los también millones que por desidia no salieron a votar, que la vitalidad de que ya gozan los camaradas de su presidente o el resurgimiento del paramilitarismo llevará sus firmas de votantes o de abstencionistas. Y, pues ya que la cagaron y nos hundieron en el tremedal a los que bien votamos, que lo remedien ya mismo o a lo sumo en agosto de 2026. Aver si la puerca moneda cae por fin parada.

 

705. ¿Que en una escena del Ulises “Leopold Bloom tiene pensamientos lujuriosos observando de lejos a una adolescente”?: ¡el agua tibia que se descubre por millonésima vez! Yo los tengo, desde la pubertad y sin necesidad de ninguna observación -con los recuerdos y fantasías me basta (también con voces que mi oído registra en aulas universitarias, la calle, la tele)-, precisamente con adolescentes… y con veinteañeras y treintañeras que de algún modo lo semejan.

 

706. ¿Que aspiras -estimado muchacho, deseada muchacha- a impartir tú la asignatura que lleva por nombre (cuando dé con el más a propósito lo divulgo), en un colegio con el que sueño pero para el que me faltan los arrestos que lo echen a andar? Interesante, aunque primero nos habremos de sentar con otros colegas a hablar de un texto corto del que te haremos entrega y cuyo título es -de esto tú no tienes cómo enterarte hasta llegado el momento- ‘Sucedió una noche en el Prado’. Será una entrevista atípica y edificante, a la que vas a llegar si y sólo si apruebas un examen harto riguroso de conocimientos en la materia y en asuntos varios: un poco de geopolítica, de economía, de historia, de ciencia… Ya sabes: de lo que se trata es de abarcar lo suficiente y de apretar otro tanto, pero sin desatender una cosa ni la otra. De formar personas muy competentes en esto o en aquello pero capaces de dialogar con criterio o al menos con perspicacia con otros saberes y sabedores.

 

Adenda: si te sientes alérgico al aprendizaje vocacional que concluye sólo cuando se expira, por favor ahórranos el esfuerzo de ocuparnos de ti pues nuestro tiempo, según te habrás podido dar cuenta, mucho que escasea.

 

707. Hasta la fecha no he conocido personalmente a ninguno ni he oído de fuente fiable de ningún ciego al que su ceguera congénita o “contraída” lo privara del deseo “inexplicable” de acercarse a la pintura o lo apartara de ella irremediablemente. Sin embargo, si por azar alguno cayera por acá, quiero que sepa que puedo presentarle a un par de amigos muy cultos y generosos que a menudo me llaman para que los acompañe a visitar algún museo en el que se halla un cuadro que quieren mostrarme:

 

“…Sobre una mesa bien pulida hay dos platos a los lados de una cesta de mimbres muy entrelazados. En el plato de la izquierda hay unas cidras o limones grandes; en el de la derecha, una rosa apoyada en el filo y una taza de porcelana blanca con agua. En el centro, la cesta de mimbre colmada de naranjas, y sobre ellas unos tallos de naranjo con flores de azahar. Una luz suave que viene de la izquierda alumbra y moldea las formas de las cosas, pero se detiene en el límite posterior de la mesa, delante de un fondo negro, de una negrura de noche cerrada, de alquitrán o antracita. No hay nada más, solo la firma apenas visible.

[…] Por más veces que lo mires no se agota nunca. La rosa posada en el plato se refleja débilmente en la superficie metálica. Cada hoja de naranjo y cada flor de azahar son distintas. La luz tranquila resalta los volúmenes en el tránsito hacia la sombra. Cada rugosidad de la piel abrupta de los cítricos es tan precisa, como cada una de las varas de mimbre con las que está tejida la cesta”: ¿lo ven, lo visualizan?

 

Ahí les dejo este regalo, un abrebocas apenas de un mundo posible y bello cuyas posibilidad y belleza son obra del arte magistral para la descripción de un par de hombres valiosos, asimismo, en otros sentidos. Y claro que conozco a más personas que quizá estarían gustosas de compartir con nosotros sus apreciaciones artísticas, pero el problema que al menos yo encuentro es que tantas de ellas resultan tan cargantes con su inteligencia y erudición que prefiero no decirles nada. La muy escasa ración de paz de los sentidos con que cuento avala la renuncia.

 

708. Vendrán días mejores… Y, si no vinieran, a darles finiquito a los malos o aun peores.

 

709. Si concluido el antropoceno a alguien se le ocurriera dar con el vestigio más elocuente del Homo accumulator que pudrió al planeta con su basura, que lo busque en el sexto tomo de Mi lucha donde dice “unos minutos pasadas las cinco y media…” y que lea siquiera hasta “-¿qué te parece, John, pongo un poco de orden mientras tú desayunas?”.

 

Dicho lo cual, Karl Ove piensa en caos internos y en caos externos y yo me veo obligado a abandonar silla, computador y escritorio para, caminando de aquí para allá y de allá para acá, intentar fijar con precisión los momentos en que aquellas dos categorías que han definido mi vida prácticamente desde siempre se materializaron en mi conciencia.

 

Conclusiones: conocí mucho primero el caos interno, pues antes siquiera de que empezara el kínder ya sufría lo indecible y siempre en relación con mi madre. Que se la había llevado un perro entre la boca, me respondió un tío legendario por su mamadera de gallo una tarde que llegué de jugar en el parque y quise saber de ella: tal sería mi desesperación que de inmediato otro adulto que andaba por la casa lo desmintió y se empleó a fondo para consolarme. Si se enfermaba, aun cuando fuera de una simple gripa, yo me tumbaba a su lado en la cama en la convicción -ahora lo descubro- de que si se moría yo me iba a morir con ella o de que mi presencia le impediría morirse. En cuanto al externo, que tomó cuerpo mucho más tarde, con lo primero que consigo relacionarlo es con los viajes y más precisamente con un viaje que hice a casa de un amigo en Medellín, donde todo, desde las balaceras que se desataban de repente en su barrio hasta la cortina que oficiaba de puerta del baño me atormentaba, para no hablar de la cama revuelta en que dormíamos las borracheras diarias y del polvo que no les daba tregua a mis manos se posaran donde se posaran. Llegaron la literatura y la adultez -en ese orden- y, con ellas, la ramificación del caos interno que ahora podía tener que ver igualmente con Orfi -sus en ocasiones serios quebrantos de salud- como con un sinnúmero de razones más: las repercusiones formidables en mi ánimo de un personaje fictivo, un disgusto amoroso, una resaca con culpa o estas ganas tan imperiosas de cerrar la puerta para siempre. Hoy, con la cara aún joven pero el corazón más viejo, despojado al parecer totalmente de futuro y de sentido como no sea el sentido que le hallo al sexo de que ando ayuno prácticamente, sobrellevo a duras penas la lucha sin cuartel de este par de engendros por hacerse con el control aunque a lo máximo que llegan es a confundirse al punto de la indistinción. Y como el círculo que se cierra, es nuevamente mi madre quien cobra protagonismo en la ubicuidad omnisciente de mis caos simple y sencillamente porque creo que mi vida vuelve a estar, por motivos que ya no son los de cuando niño, ligada a la suya si al azar no se le da por determinar felizmente otra cosa.

 

710. ¿Usted y yo y cuántos más: “La vida debería pasar sin que se notara, eso era lo que anhelábamos, pero ¿por qué? ¿Para poder escribir en la lápida: ‘Aquí descansa uno al que le gustaba dormir’?”? Porque son montones los que, en lugar de llamarse Karl Ove Knausgard o Geir Angell, Vanja o Heidi o John o Njaal, deberían llamarse Ajetreo o Trajín o Conmoción o Agitación o Pandemonio o, en todo caso, Estruendo.

 

711. ¿Qué se le agrega a la completitud… de lo bello más lo sabio?:

 

¡”…Hay algo inquietante en esto de que la mariposa nocturna muera al alcanzar el objeto de su deseo, que es la llama. Quizá se trate de una ley universal. Los seres humanos vivimos tantos años porque nunca deseamos lo que creemos desear, de modo que vamos de decepción en decepción, siempre empujados por aquello que supuestamente nos colmará de dicha, hasta alcanzar la muerte, que, si no el nuestro, parece ser el objeto de deseo de nuestras células desde el mismo día de su nacimiento. La muerte es nuestra llama, nuestra llama oscura, podríamos decir. Giramos a su alrededor toda la vida, en espirales que nos conducen a su centro, hasta que ardemos en su frío. A mí me dan lástima las mariposas nocturnas, las polillas, porque me veo en su fealdad, en su desorientación, en su aturdimiento. Me las imagino volando hacia la Luna, hacia la Luna llena que observo desde mi ventana. Dado que apenas viven quince días, se quedarán tan lejos de ella como nosotros de nuestros delirios de grandeza…”!

 

Contaba hace poco, en un programa testimonial de la DW, la soprano sudafricana Pretty Yende cómo descubrió su vocación artística una tarde en que miraba televisión con su familia: unos cuantos segundos de la interpretación del ‘Dúo de las flores’ de la ópera Lakmé de Léo Delibes le fueron suficientes para obsesionarse con el canto lírico y querer hacerse en él un nombre. Pues bien, si esta perla de Juan José Millás llegara a caer en las manos de un niño o de un joven destinados para la literatura o para la ciencia, las probabilidades de que se obre el abracadabra son bastante altas si con ellos hay un maestro -un lector- inteligente y persuasivo.

 

712. “Contar con veracidad lo que uno ha vivido me parece una obligación cívica. El pasado se inunda muy fácilmente de desconocimiento y de mentiras. Una comunidad civilizada se basa en gran medida en una conversación entre los vivos y los muertos. Nuestra tarea es atestiguar lo que hemos visto con nuestros propios ojos, incluso cuando parezca que nadie está interesado, y también contar lo que nuestros mayores nos contaron, lo que de otro modo no habría dejado huella en el relato de la Historia”: justo en esas andamos, maestro.

 

713. Se pregunta Leila Guerriero: “¿Qué diría Fogwill, el escritor argentino, del presidente Miley?”, y a mí la pregunta, que es la que prácticamente todo el mundo formularía, hace que se me destemplen los dientes y me sobrevenga un escalofrío porque resulta que aquel payaso que se las trae -y no precisamente humorísticas- no está donde está por obra y gracia de un golpe de Estado sino por la elección de millones y la abstención de otros tantos. Es decir, por las mismas razones por las que en Colombia padecemos hoy por hoy al Esperpetro y por las que se puede volver a instalar en la Casa Blanca Donald Trump, esta vez con el visto bueno del Partido Demócrata.

 

714. Oído que les hablan, si no desde el centro del espectro político -diría yo que sí con el perdón del sabio-, sí desde el centro del espectro lingüístico:

 

“…En otras épocas, una diferencia entre la derecha y la izquierda era que la derecha guardaba las formas y usaba un lenguaje ceremonioso y comedido, y la izquierda era agitadora, deslenguada, iconoclasta. Ahora, en España, en Estados Unidos, en toda Europa, es la derecha la que está entregándose a una especie de orgía de lenguaje canallesco, vindicando el insulto grosero como ejercicio de libertad, usando palabras y argumentos que no se habían dicho abiertamente en público desde los tiempos del fascismo: contra los extranjeros, contra las mujeres, contra el derecho al aborto, contra la justicia social.

La extrema derecha ha descubierto el placer de saltarse todos los escrúpulos verbales, y en caso necesario hasta los institucionales. Y sobre todo ha descubierto que esa brutalidad verbal, lejos de perjudicarle, le gana las simpatías de dos grupos en teoría opuestos entre sí: los más ricos y muchos de los pobres o muy pobres que se molestan en votar. A Trump lo votan los milmillonarios de jet privado y los parados blancos de antiguas zonas industriales que se quedan sin dientes desde la juventud y sufren amputaciones porque no tienen un seguro médico que les permita tratarse una diabetes.

En la impotencia de la izquierda por movilizar mayorías sociales hay también un elemento del lenguaje. La extrema derecha es clara y terminante en sus proclamas de resentimiento y revancha. La derecha ha descubierto la libertad al mismo tiempo que la izquierda se encerraba a sí misma en un gueto lingüístico, hecho de jergas identitarias y de términos fetiche calcados del lenguaje más hermético que existe, el que surgió en de los departamentos de estudios culturales y estudios de género de las universidades americanas, que son a la vez traducciones de la temible ‘Teoría’ francesa, la escuela de los grandes brujos oraculares, Foucault, Derrida, Deleuze, etc. En el invernadero de una universidad es fácil imaginar que las palabras y las teorías importan más que la realidad, y que para lograr la justicia, la igualdad, los derechos de las minorías, basta imponer la censura ideológica y una ortodoxia verbal específica de cada grupo identitario que puede señalar como hereje a cualquiera que no la obedezca sin fisuras. Como un virus que escapa de un laboratorio, estos lenguajes autoritarios de apariencia liberadora se han difundido desde las universidades al mundo de los partidos de izquierda, las administraciones, las columnas de periódico.

Un orador de derechas dice lo que piensa, y enardece a los suyos. Un activista de izquierdas ha de medir cada palabra que dice, para no arriesgarse a la excomunión, o a la pelea cismática con quienes no comparten exactamente los códigos verbales del grupo de presión que se erige en portavoz de cada minoría, o de las subminorías en el interior de cada una de ellas; quien habla o escribe ha de poner más cuidado en repetir todas las duplicaciones y eufemismos de género o raza o modalidad sexual que sean necesarios que en explicar con elocuencia y entusiasmo ideales prácticos que mejoren la vida y aseguren la libertad de la inmensa mayoría. Pero hacen falta palabras claras y rotundas y argumentos rigurosos para desbaratar las fantasías demagógicas que seducen a quienes han perdido cualquier esperanza de justicia y buscan salvadores y chivos expiatorios. El lenguaje de las sectas ideológicas está hecho para que sus miembros se reconozcan secretamente entre sí. Si la izquierda, en el sentido amplio y generoso de la palabra, quiere hacerse entender por la mayoría, tendrá que hablar de nuevo en el idioma de todos, el de la igualdad y la fraternidad.”

 

¿De verdad le parece tan sencillo como lo formula, maestro Muñoz Molina: “Si la izquierda, en el sentido amplio y generoso de la palabra, quiere hacerse entender por la mayoría, tendrá que hablar de nuevo en el idioma de todos, el de la igualdad y la fraternidad”? A mí en cambio me parece que, para empezar, los mandamases académicos y políticos que llevan décadas explotando esa marca y vendiéndoles humo discursivo a sus bases y a sus electores, ninguna voluntad tienen de pasar del dicho pacato y santurrón de su fementida inclusión que salvo saliva nada les cuesta a lo que sí: los hechos que para hacerla viable demandarían, en lo sucesivo y sin tregua, toda la planeación y el trabajo coordinado que quepa imaginar. Pero por otra parte, y aun en el supuesto de que se quisiera recomponer el camino para desandar lo mal andado: ¿cómo desaprender, don Antonio, al margen de la literatura a la que las Irenes Montero y los Gustavos Petro son también alérgicos, toda esta chatarra, baratija, quincalla, bisutería, chuchería, porquería sintáctica y léxica que ellos, el buenismo “antiyanqui” trasladó directamente del inglés a la noble lengua de Cervantes que si no ha muerto definitiva e irremediablemente es sólo gracias a quienes, como usted y tantos otros del cenáculo, la siguen ennobleciendo y cultivando de viva voz y por escrito?

 

715. Apuntes sobre un tema que me interesa -hace unos años habría dicho que me apasiona-:

 

“…¿Quién dijo que un columnista sólo puede opinar del oficio al que se dedica? ¿Entonces un abogado no puede escribir sobre cine, un ingeniero sobre cambio climático, un artista sobre inteligencia artificial, o un político sobre poesía? De hecho, todos, por el simple hecho de ser ciudadanos, tenemos derecho a opinar. Opinan el taxista, el médico, el cantante. Y opinan todos a toda hora en las redes sociales, sin parar. Opinan también los lectores, sobre todos los temas. Están en su derecho. Lo que diferencia al columnista de opinión del que opina en la calle es que tiene unas responsabilidades con su lector u oyente: debe saber argumentar, estar bien informado, escribir con soltura, claridad y ojalá brillo, y, sobre todo, debe tener puntos de vista propios, que arrojen luz sobre los problemas que trata. También debe tomar posición frente a los hechos, correr riesgos. Y para eso se necesita valentía, sobre todo en esta época de hordas aniquiladoras y canceladoras. Su oficio sólo tiene sentido en libertad. Lo dijo Sartre: ‘El arte de la prosa es solidario con el único régimen donde la prosa tiene sentido: la democracia’.

Un escritor -y todos los periodistas lo son- es, o debería ser, un intelectual, en el sentido más básico de esa palabra: una persona ilustrada que piensa el mundo. Su misión es promover en otros una conciencia crítica, reflexiva. […]

No nos concierne a los columnistas dar soluciones, como tampoco a los escritores famosos dotar de acueductos a sus pueblos. Gozamos de esa impunidad. El precio que pagamos es alto: lo que escribimos en cuatro horas -después de investigar ocho- se lee en cinco minutos, y a menudo se olvida en diez. ¡Pero qué oficio tan estimulante!” y diciente -agreguemos- de las coherencias e incoherencias ideológicas, afectivas y hasta espirituales de quienes lo practican. Pero vayamos por partes.

 

¿Qué porcentaje de la población de un país como Colombia, con sus tasas famélicas de lectores, tendrá por costumbre y pasión la de leer no a un columnista o a un par a lo sumo, sino a muchos muy distintos entre sí y en medios de aquí y de allá con muy distintas líneas editoriales? Sólo los que aquello cultivamos sabemos que existen por ejemplo divulgadores científicos muy notables que opinan de literatura con gran solvencia y literatos capaces de hacerse pasar por solventes divulgadores científicos ante quienes no sepan de su especialidad. Sabemos que existen los columnistas militantes de una ideología o idea política que escriben para sus copartidarios; los columnistas que, gobierne quien gobierne, se mantienen incólumes en su independencia y objetividad, siempre en la mira de la adulación, del soborno cuando no de las amenazas desembozadas del poder de turno; los columnistas que, para no enemistarse con nadie, jamás hablan de política y se arrebujan, pongamos en la literatura, desde donde a buen recaudo miran llover las piedras; los columnistas que consiguen engañar a muchos de sus lectores con sus supuestas independencia y objetividad, que se revelan de cartón piedra cuando sus representantes políticos alcanzan el poder y protagonizan desmanes y escándalos iguales e incluso más descarados que los que hasta ayer no más condenaban sin contemplaciones en sus artículos pero que hoy, cual si no existieran trazas de su parcialidad y cinismo ideológicos ni lectores avisados que se los afeen, justifican con argumentos espurios o cohonestan con su silencio. Sabemos que hay columnistas que valen más por la honestidad valiente de lo que opinan que por la riqueza de su escritura y columnistas a los que leemos gracias más a su talento literario que a sus opiniones políticas, que a menudo llegan a asquearnos. Sabemos que nuestra relación con esas personas que no nos conocen pero nos intuyen podría, si llegara algún día a estrecharse y convertirse en personal, sorprender al opinante por lo mucho que de él sabemos (tanto, que no sería extraño que por momentos le resulte incómodo o aun riesgoso). Sabemos, en fin, que así como existen columnistas que ejercen ese noble oficio gracias a sus nexos con el director de un medio y pese a ser unos redomados incapaces que pueda que ni lectores tengan, Bonnett y todos los opinantes de valía deben lidiar con el lector pelmazo que nunca falta y siempre tiene tiempo para incordiar con sus impertinencias en los foros de comentaristas… y en donde le den papaya.

 

716. Pero si este era ya, doctor Wasserman, el pan de cada día en la Pedagógica cuando en el 95 empecé el pregrado y en el 98 cuando me gradué, en el 2007 cuando torné como profesor y en el 2011 cuando me mamé de sus paros inconducentes y arbitrarios, en el 2013 cuando me dije volvamos a ver qué pasa y en el 2017 cuando concluí que aquello -la mediocridad de los violentos y la cobardía acomodaticia de las mayorías- no tenía remedio y sólo tendía a empeorar, ¡no quiero ni imaginarme lo que se habrán deteriorado las cosas desde que el espectáculo aberrante este del Esperpetro en la presidencia dio comienzo y salida a su arsenal infinito de marrullerías y trapacerías politiqueras que, por otra parte, muy bien conocen los estudiantes y profesores sectarios que en los campus públicos son los dueños del discurso y las decisiones!:

 

“…Siento que vivimos lo que algunos autores llaman ‘ilusión de unanimidad’, y que tiene varios nombres. El primero en plantearla fue Schopenhauer, que la llamó ‘pensamiento único’ y lo definió como aquel que se sostiene a sí mismo sin necesidad de referentes externos. Marcuse lo llamó ‘pensamiento unidimensional’, y Chomsky, el ‘problema de Orwell’. Todos se refirieron a él como la imposición de un pensamiento impuesto por el poder dominante, carente de reflexión y de reconocimiento de su complejidad. Creo que ninguno analizó lo que pasaba cuando el poder cambiaba de manos. La historia mostró, con los regímenes autoritarios, que sucedía lo mismo; solo que peor.

Quien mejor ha analizado el problema desde el punto de vista psicológico es Irving Janis, profesor de Yale, quien lo llama ‘pensamiento de grupo’. Su definición fue: ‘El modo de pensamiento que las personas adoptan cuando están profundamente involucradas en un grupo cohesivo… y por unanimidad hacen caso omiso de valoraciones alternativas’.

Discute varios antecedentes que llevan a esta situación: aislamiento del grupo, instrucciones provenientes de un liderazgo fuerte, falta de normas de procedimiento, homogeneidad ideológica, exclusión de los ‘extraños’, además de otros. También presenta algunos síntomas para diagnosticar la situación. Los más recurrentes son: ilusión de invulnerabilidad, creencia incuestionable en una supuesta moralidad superior inherente al grupo, visión estereotipada de los oponentes, autocensura, ilusión de unanimidad, presión directa a quienes se oponen a una idea y miembros que se encargan de ‘proteger’ al grupo de informaciones contrarias.

Eso es exactamente lo que pasa. Son asambleas y reuniones amorfas, sin quorum ni reglas de mayoría, sin ninguna evidencia de que los participantes efectivamente representan a una población amplia, y con presión, mucha presión. Nadie que no tenga vocación de gladiador es capaz de pararse y oponerse públicamente a la idea dominante. Los discursos son repetitivos, se diferencian en matices menores que son modulados por aplausos y gritería, y llevados así a su expresión más extrema.

Dolor de universidad.”

 

Con un experimento sencillo pero diciente pueda que le baste al que, incrédulo por el romanticismo que le despierta la frase ‘universidad pública’, juzgue exageradas las apreciaciones del autor en esta cita. Que asista un domingo a un culto cristiano en una iglesia colmada de feligreses y, contraviniendo la costumbre en aquellos sitios, pida la palabra y discrepe de algo que acaba de pontificar el pastor. Luego, tras informarse convenientemente de en cuál de los campus públicos de Bogotá o de cualquiera de las ciudades principales de Colombia hay programada una asamblea estudiantil o una triestamentaria, que a ella asista en su calidad de ciudadano y repita el ejercicio. Cuyos desarrollo y efectos lo pueden dejar de piedra en esta ocasión, y no precisamente por la cerebralidad y ponderación de lo que a instancias suyas se discuta.

 

Adenda: prevengo a los interesados en poner la indagación por obra de que más para lo segundo que para lo primero deberán informar a sus allegados y a la policía sobre sus intenciones y paradero pues, por tratarse a todas luces de una temeridad, el peligro para su bienestar es inminente. Quedan notificados.

 

717. Medioevo Científico y Tecnológico:

 

“…A esa división entre ‘progres y fachos’ el autor asigna como causa el surgimiento de una política abusiva de ‘identidades’. El resultado ha sido paradójico: dos campamentos opuestos, superficialmente monolíticos, pero al tiempo con una fracmentación sin precedentes. La sociedad se atomizó en ‘grupos de combate’ según sexo, gérero, raza, etnia y otras, y todas sus subdivisiones.

Para funcionar dentro de esa política de ‘identidad’ que se estableció sobre todo en lo que hoy llamamos izquierda, toca adquirir el combo completo de creencias. No se aceptan herejes parciales. Eso hace que quienes piensan en forma libre y asumen posiciones independientes en cada tema no quepan en ninguno de los dos polos. El logro extraordinario, en la Declaración Universal de Derechos, de la igualdad completa entre los humanos, se fragmentó. Han reducido la complejidad de la historia humana a un recuento tonto de niveles de opresión. Las identidades se ordenan en una escala imaginaria de opresores y oprimidos. Unas deben hacer gestos de arrepentimiento y autoescarnio, mientras que otras reclaman reparaciones. Difícil lograr así ‘libertad, igualdad y fraternidad’.

La neolengua que profetizó Orwell en el libro 1984 con términos como ‘doblepensar’ para condenar, sin pruebas, por no comulgar con el dogma, fue la antecesora del ‘lenguaje políticamente correcto’, que hace lo mismo. Como estamos en el siglo XXI los herejes no se queman, solo se ‘cancelan’. Hoy son silenciados por una multitud de activistas en las redes, a veces por algunos medios, editores y hasta por autoridades académicas. Las universidades, que debían ser protectoras de la libre expresión y de la creatividad, las han traicionado en muchos lugares.

A la neolengua habrá que añadirle hoy la neoverdad y la neomoral que se aplican diferencialmente a cada ‘identidad’ de acuerdo con el lugar que ocupa en la escala de opresión. Todas son iguales, pero algunas son más iguales que otras. Esta nueva pseudorreligión lo permite todo.

Queda siempre la esperanza de que la locura termine, y el péndulo devuelva las multitudes a la racionalidad y al restablecimiento del sentido común” (Moisés Wasserman).

 

Salta pues a la vista que vivimos tiempos de gran confusión y caos -los contradictores vocacionales dirán que todos lo han sido-, empeorados por el hecho de que en cada persona conectada desde sus dispositivos a la red hay un potencial propalador de infundios y desinformación, y de ahí el creciente bullicio y la imparable pugnacidad que nadie sabe cómo gestionar. Ese desconocimiento sin solución a la vista, así como -entre muchas otras- las realidades descritas en la cita, son lo que me lleva a afirmar aquí que discurrimos por una segunda Edad Media -con el perdón del prístino Medioevo, tan en paz (por comparación) al menos con el planeta- si bien científica y tecnológica, que anda por sus albores. Al rigor de los historiadores corresponde determinar sus orígenes y estudiar a fondo, transcurrido el tiempo que haya menester, sus implicaciones y pormenores. Que ya aterran.

 

718. Yo esto lo tengo claro clarísimo; pero ¿y los que mi memoria y experiencia juzgan fundamentales o muy importantes también?: “No son muchas las personas con las que uno intima en el transcurso de una vida, y no se entiende el enorme significado que cada una de ellas tiene hasta que uno se hace mayor y puede verlo todo a cierta distancia. Cuando tenía dieciséis años pensaba que la vida era eterna y que el número de personas en ella era inagotable. No era de extrañar, desde que empecé en el colegio con siete años estaba rodeado de cientos de niños y adultos, las personas eran un recurso renovable, abundaban, pero lo que yo no sabía, de lo que no tenía ni la más remota idea, era que cada paso que daba me definía, que cada ser humano con el que me encontraba dejaba huella dentro de mí, y que esa vida que yo vivía en ese momento, en toda su ilimitada arbitrariedad, se convertiría en la vida. Que un día miraría atrás, y sería eso lo que vería. Lo que entonces carecía de significado y era ligero como el aire, una serie de sucesos que desaparecían de la misma manera que la oscuridad desaparecía por la mañana rebosaría de contenido al cabo de veinte años. Las personas que estaban allí se volverían aún más importantes, adquirirían una enorme importancia, porque no sólo configurarían la percepción de mí mismo, no serían sólo esos seres en cuyas caras aparecía la mía, sino también la comprensión de cómo esa determinada vida llegó a ser como fue…”.

 

Lo que queda por ver es si esto que aquí usted describe de forma tan fidedigna opera igualmente para todo el mundo o sólo para ciertas personas o para toda persona sólo que con intensidades distintas. Mejor dicho y para no enredar: ¿represento yo en las vidas actuales de mis otrora amigos Rolf Ismael, César Hernando Romero, las hermanas Zamora, Claudia Ruiz, Alexánder Sierra y -entre otros- Jaime Alberto Medina lo que ellos en la mía, en la que tan vívidos y presentes suelen estar? ¿Y en las de mis imágenes-fuerza carnales más poderosas: L. M. V., A. A. C., A. M. C., P. A. L.…? Lindo sería saber que sí.

 

719. ¿Van a poder determinar con exactitud los historiadores futuros y otros intelectuales cuándo dio comienzo lo que se ha dado en llamar ‘era de la posverdad’, y cuándo dejó de ser así esto que muy bien plantea la novela de Sterne: “-Pero no hace falta que le diga a usted, señor, que son las circunstancias que rodean a las cosas de este mundo las que les confieren su dimensión y su forma;-y por tensarlas o aflojarlas de esta o de aquella manera las cosas son como son:-grandes,-pequeñas,-buenas,-malas,-indiferentes o no indiferentes, según el caso”? Ahora: ¿quién le puede poner el cascabel al gato con la revolución tecnológica a todo vapor y con los que están para legislar cagados de miedo frente al poder de los poderosos, que de ella se lucran? (Y de la ciudadanía, cuyo deber es vigilar, mejor ni hablemos porque no se encuentra en el mundo real sino en el virtual.)

 

720. “Tal vez no haya peor condena en vida que perder la esperanza”, opinó el otro día un buen amigo de papel cuyos análisis políticos admiro y frecuento. Me habría gustado replicarle con conocimiento de causa que, si bien él podía estar en lo cierto, a mí me parecían dignos de mayor compasión todos esos esperanzados recalcitrantes que van por la vida llorando sus decepciones -políticas, pongamos- y sonriendo entusiasmados ante cada nueva ilusión -política, pongamos- que sus cerebros fabrican. Ya sé que vivir sin remedio en el desencanto no es ni deseable ni saludable, pero peor que este estado de cosas me parece el de los que se pasan media vida desencantados y la otra media utópicos desenfrenados.

 

Adenda: jamás he acariciado utopías políticas o sociales, pero encantos vitales los conozco de muy diversos tipos y facturas. Salud.

 

721. Entre los argumentos válidos de Aramburu en ‘El libro concebido como picota’ y los asimismo válidos de Geir Angell en el sexto tomo de Mi lucha, me decanto por los del amigo del escritor noruego que, quiero creer, resultaron decisivos para que Knausgard venciera por fin todas sus mortificaciones de orden moral y así la saga viera la luz. Desconozco si don Fernando ha desplegado por curiosidad alguna vez alguno de los volúmenes de esta empresa narrativa formidable “pese a” la aireación de intimidades que “sólo” les atañen al autor y a los de su entorno; lo que en cambio sé es que ningún lector que se precie de saber diferenciar entre ficción imperecedera y literatura basura encuadraría en lo segundo las quinientas cuatro páginas de La muerte del padre, las seiscientas treinta y dos de Un hombre enamorado, las quinientas cuatro de La isla de la infancia, las quinientas cuarenta y cuatro de Bailando en la oscuridad, las seiscientas noventa y seis de Tiene que llover o las mil veinticuatro de Fin; y el que osara, o goza de fama inmerecida de buen lector o jamás leyó una sola línea e intenta cañar porque lo cierto es que en la obra holística que a todas luces es Mi lucha hay, como en la vida, absolutamente de todo y para todos los buenos gustos.

 

722. Estimado muchacho, deseada muchacha, mojachos todos que estudian Ciencias Políticas en donde sea que impartan esa vaina: lean con atención la siguiente lista de calificativos que tomo prestados de Años de indulgencia y, tras escribir un sinónimo para cada uno, determinen cuáles de los originales sirven para definir a Gustavo Petro, al gobierno que preside y cuáles no. En ambos casos se deberán aducir la o las razones en que basan sus respuestas. Proporcionen ejemplos concretos cuando lo consideren oportuno y sepan que de este ejercicio escrito se derivará otra evaluación consistente en un debate con sus compañeros de curso en el que la calificación será individual: “…venal, obcecado, zafio, demente, demagogo, marrullero, chanchullero, proclive, pertinaz, reincidente, prevaricador, cohechador, perjuro, cínico. Polígamo. Maestros estos chandosos del robo público y el latrocinio y sus corruptelas…”.

 

723. Determinen ustedes, a la luz de lo que se plantea en el desahogo 74, de qué lado se ubica el mayor genio de la oralidad literaturizada de que yo tenga noticias: “…¿Pero por qué estoy contando esto? Porque la vejez es así, anecdotera. ¡Ay la vejez! Sí. ¡Ay la vejez! La vejez es verbosa, parlanchina, gárrula. Incontinente, insomne, avara, flácida. Olvidadiza, memoriosa, arteriosclerótica, cegatona, artrítica, friolenta, arrugada, manchurrienta, necia, obstinada, cerril. Sorda, lenta, tarda, terca, lerda, edematosa, dispéptica, colagoga, ética, canosa, calva, horrible, constipada, flatulenta, pilosa, fétida. Senectus excretio est, diría ciceroniando: la vejez es mierda. Calzón sucio, calcetín roto, analgésicos, descongestivos, digestivos, antiflatulentos, antipiréticos…”. ¿Emular la premura de Gabriel Ferrater y la de tantos otros? El agujero negro que me magnetiza.

 

724. A mí qué me importa que, para muchos -para muchas (y muches)-, Vallejo no sea cosa distinta que un inclasificable y un incalificable por su iconoclasia y su impudor literario si, desde que lo oí rugir en sus páginas con el poder de una revelación, constituye en mi vida uno de sus referentes fictivos más alucinantes a la par que un carnal de papel -los únicos que me van quedando-. Aquí lo tengo, frente a mí sentado y listo para leerme en voz alta apenas diez de las muchas verdades de ese ideario suyo que, entre atónito y jubiloso, fui juntando a medida que me adentraba, para empezar, en su río del tiempo. Que me cambió para siempre y sin remedio: “…el lector es voluble, caprichoso, olvidadizo, y hay que estarle recordando constantemente las cosas. No registra, y lo poco que registra lo olvida al instante. Más de tres o cuatro personajes se le enredan y apuesto a que no sabe latín. El lector es simplista, incompetente, morboso; quiere que le cuenten cómo entra detalladamente el pene en la vagina. Y traicionero además, cambia de autor. No me merece el menor respeto.” “Nadie tiene la obligación de hacer el bien, todos tenemos la obligación de no hacer el mal.” “¡Malditas madres! Primero lo encartan a uno con la existencia y después se mueren, sumándole así a la carga que no pedimos el peso de un dolor que tampoco. ¡Malditas madres! Una madre tiene que morir después que el hijo que parió para que sufra, para que pague, así sólo sea en una diezmillonésima parte, el pecado impagable que cometió. Lo contrario es dejarlas ir en la impunidad… ¡Malditas madres! ¡Maldita la terquedad en seguir perpetuando esta fuerza ciega que viene del lodo de la nada y va hacia ninguna parte, esta catástrofe, esta infamia, este desastre!... Abogado del derecho a no existir, enemigo emponzoñado de las papisas vaticanas y la cópula que pregonan, una sola cosa tengo que decir llegado a este punto para acabar este asunto: por cuarta y última vez: ¡malditas madres!” “Querer abolir la ley del Talión es la ocurrencia más desquiciada y dañina que haya tenido una mente humana desde que el simio arbóreo bajó del árbol. No se puede construir una sociedad sobre la impunidad como no se puede construir un edificio sobre un pantano. El delito hay que castigarlo: al que le saque un ojo a otro se le sacan ambos, y al que entierre a otro vivo se le entierra dos veces vivo en el mismo hueco con el mismo muerto. Otra cosa es negar la posibilidad de que el hombre viva en sociedad y consagrar la impunidad sobre la faz de esta tierra. El hombre nace malo: hay que enderezarlo a palo.” “…¿Cómo va a ser paradigma de lo humano quien no conoció mujer por delante ni hombre por detrás? ¿Quien no cargó con las miserias de la enfermedad ni con el cáncer de la vejez? De ese fantasma lo único humano es el susodicho arrebato de ira, y nada más.” “Y que no me vengan con en que el óvulo contaminado por el espermatozoide está en potencia un hombre. En potencia está todo en todo. En el varón más sensato, por ejemplo, en potencia hay un loco.” “Sólo se puede emprender el retorno a los tiempos felices en la escoba de una bruja, volando entre gallinazos y globos encendidos sobre la limpidez del paisaje y siguiendo el río, pero a contracorriente, negándolo. Sólo así. Y así te he llevado, Brujita, a Medellín, volando por el cielo de ‘Los días azules’. A ese volumen, o capítulo, de este mamotreto le puse ese título para significar los tiempos felices de la niñez (la mía, pues para mí no hay otra como no hay más muerte que la propia), en Medellín, en la finca Santa Anita oyéndole los cuentos de brujas a la abuela. ¿Pero será que de veras existen en este mundo las brujas?... Yo sí creo. Y en la felicidad también creo. Lo que pasa es que la felicidad es una pompa de jabón que da visos, pero que no bien uno la mira se revienta. Uno tiene que ser feliz sin saberlo. ¡Qué iba a saber yo de niño que era feliz! Más aún: qué iba a saber que lo era de viejo, cuando empecé esa tarde ‘Los días azules’ contigo a mi lado, Brujita, que ya no estás… Lo que siempre sí está claro es la desdicha…” “Muchachos, lean con atención los contratos, no se dejen meter gato por liebre. En la letra chiquita está la trampa. Y así como Galileo desafió la autoridad de Aristóteles, desafíen ustedes la de Galileo, aprendan su lección.” “¡Yo lo que quiero es entender!” “Madre Celestina: yo soy de la opinión de que te canonicen para borrar los cinco largos siglos de infamia que llevan calumniándote. Si alguna santa en el mundo ha sido eres tú. Para ti mi amor por toda la eternidad del infierno”.

 

Adenda(s): urge que los profesores dejen de perder el tiempo y se pongan a trabajar ahora sí con seriedad en la preparación de sus estudiantes para tiempos que anuncian guerras y sufrimientos peores que los que hoy conoce el mundo, y lo primero es su comprensión. Que pasa, no necesaria mas sí idealmente, por la literatura. Y no por cualquier tipo de literatura, sino por uno capaz de arrancar a los muchachos, ojalá de un tirón, del marasmo intelectual en que los tienen sumidos la tecnología y la indiferencia de los que tendrían que contrarrestar con crianza y educación los efectos más indeseables de la revolución tecnológica. De manera que a soltar el puto celular y ¡a leer -a Vallejo, a Barbery- que son dos días! ¿Cuántas versiones honrosas del Paul Bereyter de Los emigrados, de don Gregorio el maestro del Pardal de Rivas, de la maestra que rescató a la niña inconsciente de sí misma que fue Renée Michel y etcétera, etcétera, etcétera, habrá hoy en todas estas escuelas y colegios colombianos y latinos y occidentales donde lo que prima desde hace décadas -por lo menos tres- es el adoctrinamiento impartido por el wokebuenismoempoderado? Los que queden y resistan, benditos sean.

 

725. “La pena, el dolor, solos. Pero el gozo, sólo compartido”: ¿vivió usted, maestro, de conformidad con esto?; ¿qué porcentaje de los sapiens lo suscribe y procede en consecuencia?; ¿y cuál piensa justo lo contrario: que el goce estético debe ser personal mientras que del sufrimiento y el dolor debe uno aligerarse y, a ser posible, desprenderse?; ¿a cuántos nos parece que las dos cosas son, en ocasiones muy puntuales, saludables y conducentes?

 

726. Y pensar que es por culpa del lenguaje de que tanto abusa el tóxico mono parlante por lo que esta realidad prebabélica se le traspapeló y convirtió en ideal irrealizable: “No morir como un monarca, rodeado de cortesanos, galenos, prelados y notarios; tampoco como cualquier padre de familia, asistido por mujer, hijos y parientes; ni siquiera ante colegas y empleados, en plena labor cotidiana; mucho menos en la calle, fulminado, entre peatones curiosos, fugaces o aterrados. Morir como un animal herido, en lo más profundo del bosque, en el corazón de la selva oscura, solo, donde no cabe esperar socorro ni compasión de nadie”. ¿Conoce usted, apreciado lector, deseada y joven lectora, al lastimoso Iván Ilich? Tanto si sí como si no, es probable que el día menos pensado usted se vea, seguramente después de haber visto a otros, ocupando su sitio y cumpliendo su innoble y repetitivo papel en el teatro que es la vida… la vida de los sapiens.

 

727. Menos mal que ni los Forbes insaciables y los que aspiran a destronarlos, ni los políticos que les hacen el mandado de negar el cambio climático y los palurdos que por rabia o genuina imbecilidad votan por ellos leen porque, si leyeran, esgrimirían esta prosa apátrida de Ribeyro a manera de argumento para su sinrazón colectiva: “Suele decirse cuando hay un verano muy caluroso, una tormenta muy fuerte, un incendio forestal devastador, que ‘ni los hombres más viejos del lugar’ habían visto algo parecido en su vida. Falso, todo el mundo ha visto las mismas cosas y sufrido los mismos desastres. Lo que pasa es que los viejos han perdido la memoria y el mundo también”. Savater sí.

 

728. ¿Qué se le agrega a la completitud?: “Poco nos conocemos, nunca nos conocemos. De pronto algo ocurre en nuestra vida y vemos irrumpir fuerzas, sentimientos, pulsiones que nunca creímos contener: envidia, celos, cólera, ambición, cálculo, cobardía, odio, violencia. Yo desconfiaba ya de la fidelidad de la memoria y de la inamovilidad del pasado, pero creía aún en la continuidad del carácter. Ni de esto siquiera estamos seguros. De serenos podemos convertirnos en agitados, de tolerantes en fanáticos, de ángeles en bestias. Estamos siempre expuestos a lo imprevisible. Nunca dejaremos de sorprendernos”. Lo que queda por ver es si el último reducto de verdad inexpugnable con que todavía contamos los humanos, la conciencia, corre el peligro de convertirse, por culpa de la inteligencia artificial o de otro recurso tecnológico, en un libro abierto y legible que torne obsoleta, verbigracia, la tortura. ¿Que soy un simplón, un mediocre, un resignado, un pobrediablo, un conformista al que hoy por hoy lo trae sin cuidado lo anterior o si los Forbes colonizan el espacio y la amortalidad de sus putos cuerpos? Tan cierto como que nací ciego y me moriré ciego.

 

729. “Una niña de 12 años, acusada de asfixiar a su prima de 8 mientras dormía por un iPhone”: que la Rusia de Putin la pida a cambio de uno de sus presos políticos en las negociaciones que tiene con Occidente a fin de que cuente con un reemplazo a la usanza de estos tiempos para su carnicero. ¿Que los Estados Unidos tienen a Kamala? Pues los rusos a… -como resuelvan llamar al engendro con tetas (teticas) este-.

 

730. Yo, que abrigo el firme y clandestino propósito de no permitirme llegar a viejo (¡pero si ya lo soy, con esta ciática intermitente y cronicidades varias!), no concibo el mundo sin ellos, sin su compañía por lo común apaciguadora y su ejemplo de estoicismo o de esperanza extemporánea, de resignación silente y de alegría de existir inclusive; sin la sabiduría intemporal de los sabios de la tribu… de mi tribu de opinadores:

 

“A una edad se empieza a envejecer en el rostro de los demás, en la cara que pone ese amigo con el que no te habías visto desde hace algunos años. Al producirse ese encuentro te dirá: estás más gordo o más delgado, como si fuera un hombre báscula; a continuación analizará tu aspecto general y puede que añada que estás igual que siempre, que por ti no pasa el tiempo, que has hecho un pacto con el diablo. Estas expresiones no son más que lisonjas formales. Lo peor es que al verte después de unos años ese amigo guarde silencio. En este caso ten por seguro que luego comentará con alguien: he visto a fulano y la verdad es que ha dado tal bajón que si lo ves no lo vas a reconocer. […] Se da por supuesto que mientras ese amigo te escruta el rostro también tú analizas el suyo. Esta prospección mutua es como un combate entre dos espejos deteriorados. Unos envejecen mejor que otros, según vengan de fábrica o según el distinto rigor con que los haya tratado la vida, pero tengo la convicción de que a partir de cierta edad uno ya no cumple más años, solo cumple salud o enfermedad, optimismo o derrotismo, proyectos todavía o cabreo, sueños o deserciones. Son los demás quienes te hacen viejo…”.

 

Leo al venerable Manuel Vicent pero pienso en Biden (a quien querría llamar también venerable si no me lo impidiera la política), en su ulterior grandeza de saber apartarse esperemos que justo a tiempo para impedir o al menos postergar el declive definitivo que le supondría al imperio que todavía son los Estados Unidos de América un segundo y funesto mandato de Donald Trump (en paradójica componenda con algunos de los más enconados enemigos que amenazan a su país), y en la verdad grande como un estadio de que el género humano es capaz de producir especímenes que nacen y crecen y mueren con las entrañas podridas, otros que a fuerza de voluntad y constancia en el bien obrar destuercen lo bellaco de sus naturalezas, y una minoría apabullante de corazones (tan) blancos a los que no consiguen manchar, y mucho menos corromper, las ruindades de que son testigos o víctimas. Aclaro, por si acaso, que ni uno solo de ellos está facultado para hacer carrera de político: tal vez en ella incursione alguno alguna vez, pero sin falta para salir pitando al cabo y horrorizado por el espectáculo.

 

731. “…¿Volverá la religión a ser lo que fue? Quizá. Pero no aguanten la respiración. Tendrá que pasar un tiempo hasta que los falsos ídolos de hoy se vean por lo que son”; y, para cuando aquello ocurra, los libros de historia y los historiadores rigurosos contarán en los libros que sobre nuestro presente y futuro próximo escriban de qué atrocidades sin nombre -pero con antecedentes- fuimos capaces, y se pasmarán los que resuelvan enterarse y se ilusionarán los esperanzados recalcitrantes -que son la norma- con que “esas barbaridades por fin le van a enseñar a la especie el supremo valor de la paz y la concordia, que en adelante nadie se atreverá a poner en riesgo nuevamente”; pero ahí seguirán, saludables y agazapados a la espera de su momento, una nueva -y otra, y otra- generación de populistas violentos y codiciosos sin límites dispuestos a ponerlo todo patas arriba una vez más -y otra, y otra- para alzarse con lo que de planeta quede, hasta que no quede planeta.

 

732. “¡Lo que hay que aguantar! Uno no sabe si reír o llorar, o pegarse un tiro, ante tanto horror y tanta ridiculez”; para reír, de buena gana pero con culpa, La Luciérnaga de Caracol Radio; para llorar, metafóricamente porque ya hasta las lágrimas se me secaron, cada noticiero de cada nuevo día que parecen el mismo noticiero y día interminables; las balas, si las tuviera, antes que para mí -que claro que también-, las destinaría a todos los que, sobreponiéndose a su condición de badulaques, de mequetrefes, se las arreglan -y bien que lo hacen- para causar horror o para justificar, de viva voz o mediante silencios que otorgan, el que los suyos ocasionan.

 

733. Qué jartera oficiar siempre de aguafiestas pero… ¿A quién en su sano juicio le cabía en la cabeza que la satrapía venezolana de los Cabello, los Rodríguez, los Padrino y los Maduro fuera a reconocer la derrota en las urnas y a traspasar el poder así como así? ¿De verdad se creyeron María Corina Machado y los millones que con toda justicia se prendaron de sus cualidades y liderazgo político la alucinación de que maniobraban dentro de una democracia demasiado imperfecta sí, pero democracia a fin de cuentas? ¡Pero si con su determinación de medirse en elecciones con semejante escoria lo único que han hecho y vuelto a hacer es legitimarla de cara a la blandenguería de los Estados Unidos, Europa y la inasibilidad esa que dan en llamar dizque ‘comunidad internacional’! ¿Abandonar el barco hoy las ratas, cuando de su parte tienen a Putin, Xi y a toda la canalla tiránica del sur global?

 

Me duele la suerte de los millones de desposeídos que se mueren en Venezuela de hambre y desesperanza, y mucho más la de las multitudes de desposeídos y desarraigados que abandonan su tierra y atraviesan a pie y con sus hijos a cuestas países enteros para buscarse un sitio y un presente en cualquier parte de este continente o más allá, pero me alegra saber que aquí en Colombia el presidente por el que votaron otros tantos millones de esperanzados incorregibles lo anda haciendo la mar de bien en un aspecto de la más vital importancia: “…ya sabemos que la adhesión a unas siglas o a un líder es más de tipo religioso que racional y pocas veces se rige por argumentos inteligibles, salvo cuando estos afectan los intereses crematísticos de los votantes. En la medida en que pierden poder adquisitivo, aumenta mucho su capacidad especulativa: el daño al bolsillo es por lo general la única lección de teoría política que tiene invariablemente efectos prácticos”. De modo que una felicitación para el Esperpetro y su panda de eficientísimos ineptos en el arte de gobernar.

 

734. Estimados mojachos varones alérgicos a la lectura que se hallan en grave inminencia de contraer nupcias con una feminista declarada -del empoderamiento antipatriarcal y bla, bla, bla, bla, bla-, o simple y sencillamente de irse a vivir con ella para tener hijos y formar una familia: les ruego, les imploro que antes de proseguir con aquello inspiren a fondo y lean este testimonio fragmentario que pueden encontrar completo en el sexto volumen de una saga maravillosa titulada Mi lucha que, de llegar a ser también la suya, los puede preservar de eso y de mucho más:

 

“La primavera que Linda y yo empezamos a salir quedamos un par de veces con Geir y Christina, estábamos locos el uno por el otro, y no parábamos de besarnos y acariciarnos, incapaces de tener las manos alejadas el uno del otro. También cuando quedaba solo con Geir, por ejemplo en mi piso, ella me tenía completamente absorto, lo escuchaba ardiendo de felicidad, incapaz de retener nada de lo que contaba, porque tenía la sensación de que yo ya no era una persona, era otra cosa, un ser volando por el cielo, muy alto por encima del mundo y de lo profano. Yo era el hombre celestial, ella era la mujer celestial, y juntos queríamos tener hijos celestiales. Pero nos caímos al suelo. Lo celestial llegó a su fin y empezó otra cosa. […]

Empezamos a pelearnos, y su piso, al que me había mudado, se volvió cada vez más pequeño. Nuestras peleas la convirtieron en mi padre, porque yo tenía miedo de su voz alta y de sus enfados repentinos, era incapaz de responder, me subordinaba a ella, y cuando se le había pasado el enfado, siempre me mantenía alerta, esforzándome para que ella se sintiera bien, buscando señales de lo contrario, y era esa sumisión, el que siempre intentara apaciguar y contentar, lo que dificultaba nuestra relación cada vez más, porque al mismo tiempo intentaba alejarme, tenía que recuperar mi independencia, volver a ser yo, encontrar mi propio espacio, y empecé a enfurecerme igual que ella cuando discutíamos, tal vez aún más, porque era de mí del que tenía que librarme, de esa atadura en mi interior. Ella estudiaba, yo intentaba escribir, los fines de semana nos esforzábamos por estar como antes. […]

Cuando me invitaban a participar en algún acto, Linda decía: ¿Y yo qué? ¿Has pensado en que tendré que quedarme sola? Incluso antes de tener hijos yo rechazaba las invitaciones porque ella no podía quedarse sola, y cuando los tuvimos resultaba diez veces más difícil, porque entonces se quedaría sola con los niños y tendría que cargar con toda la responsabilidad, tanto de su soledad como de su aguante con los niños, y yo me convertía en un hombre que abandonaba a sus hijos, que sólo pensaba en sí mismo, su trabajo y su carrera. Yo no quería eso, de modo que rechazaba las invitaciones y me quedaba en casa. Incluso las ausencias cortas fueron con el tiempo un problema, como por ejemplo las dos horas que jugaba al fútbol los domingos; cuando Linda no se encontraba bien estaba enfadada conmigo antes de irme, era injusto que tuviera que quedarse sola con los niños, debía soportar una carga demasiado pesada, estaba agotada, al límite de lo que podía aguantar. Yo decía que era lo único que hacía fuera de casa. Nunca salía por las noches, nunca iba al cine, nunca quedaba con mis amigos, estaba con la familia día y noche, y esas dos horas de fútbol eran algo que esperaba con ilusión toda la semana. Pero ella nunca hacía nada sola, decía, no podía permitirse el lujo de salir por ahí. Ese era un argumento flojo, porque entonces yo podía decir que a mí me encantaría que lo hiciera. Por favor, decía yo. Puedes ausentarte tres días a la semana si quieres. Puedo ocuparme de los niños yo solo. No es un problema. Está bien. Entonces ella alegaba que para mí era más fácil estar con los niños, que me exigían menos a mí que a ella, yo podía estar leyendo el periódico con ellos alrededor, pero cuando ella estaba con ellos, no paraban de molestarla. Eso es verdad, contestaba yo, ¿pero es eso un argumento? ¿Lo que dices es que aunque tengamos a los niños el mismo tiempo cada uno, aunque tengamos los mismísimos derechos, tu carga es mayor porque estás con ellos de una manera distinta y más exigente? Eso es justo lo que digo, decía ella. ¿Qué hacemos entonces?, decía yo. ¿Debo tener yo a los niños un setenta por ciento del tiempo y tú un treinta para que la situación esté equilibrada? Por mí vale. Puedo tener a los niños al cien por cien. Puedo tenerlos todo el tiempo. Está bien. Y lo sabes. Tal vez para ti sí, decía ella, pero no para los niños. A veces Linda cambiaba de discurso y decía que yo siempre jugaba al fútbol los fines de semana, justo cuando los niños no iban a la guardería y deberíamos hacer algo todos juntos. Eso era verdad, respondía yo, pero yo volvía a casa a las doce de la mañana y podíamos hacer algo el resto del día. Además, durante la semana también estábamos juntos todo el tiempo, excepto cuando ellos estaban en la guardería, de modo que esas dos horas no podían hacer mucho daño. Pero eso era distinto, decía ella, porque esos eran días de diario, llenos de obligaciones, los fines de semana teníamos la posibilidad de hacer algo bonito todos juntos, como una familia. Daba a entender que sin eso no éramos una familia. […] Durante ciertas épocas yo hacía casi todo en casa, a la vez que también trabajaba, lo que no era su caso, y todo lo que se le ocurría decir era que no estábamos en igualdad de condiciones, porque aunque yo hacía la mitad, su mitad era más pesada. ¡Pero además yo trabajo!, decía yo, casi gritando. ¡Además, os mantengo a todos! Eso también podía hacerlo ella, pero por haber parido a tres niños llevaba fuera del mercado laboral tanto tiempo que resultaba casi imposible volver a entrar. Ese era un campo sensible que yo debía pisar con cuidado. Era verdad que ella estuvo en casa los seis primeros meses con Vanja, pero los seis siguientes estuve yo. Ella se quedó en casa con Heidi y con John, pero ya eran tres, y como ella gastaba todas sus fuerzas en el más mínimo detalle, había trabajo de sobra para mí, que además tenía el despacho en casa. Así estaba siempre a mano y mis días laborables eran de unas cinco horas, porque ella no respetaba realmente lo que yo hacía. No era piloto ni cirujano, con horas de trabajo fijas que respetar y obligaciones obvias que cuidar, sino que era un escritor que durante varios años había estado escribiendo algo sin avanzar. […] Y tampoco era toda la verdad que ella hubiera sido excluida del mercado laboral sin conseguir encontrar el camino para entrar de nuevo, como si fuera porque una sociedad machista con actitudes hostiles hacia la mujer se lo impidiera, porque desde que yo la conocía nunca había estado en el mercado laboral. Era escritora y se había formado como documentalista radiofónica, y la razón por la que no había hecho ningún documental desde que acabó la carrera no era sólo por haberse quedado en casa, porque ahora los niños iban a la guardería y ella seguía sin hacer documentales. La vida con los niños la vaciaba por completo de fuerzas, le resultaba imposible trabajar, pero pasábamos el mismo tiempo con los niños, y yo conseguía trabajar. ¿Era algo que les pasaba a todas las mujeres?...” pregunta retóricamente este amigo mío y yo les respondo a ustedes, los próximos a enrolarse con una Linda o con otra aun peor porque ésta al menos no pega (¡ay, si les contara de un puñado de amigos más cabrones que K. O. K., a los que las fieras con que se casaron les dan en la jeta cada vez que quieren, y quieren muy a menudo!).

 

No, estimados amigos actualmente enamorados: no les pasa a todas pero sí a muchas. Desde luego que no a mis dos abuelas ni a mi madre (sí a su hermana, lo que prueba que las épocas no lo determinan todo); tampoco a las más de mis tías ni a la mayoría de abuelas y madres y tías de mis contemporáneos, que ya empezaron a ver en sus hijas y sobrinas y aun hermanas un cambio drástico de actitud hacia la convivencia en pareja que uno hasta celebra cuando es el padre o la madre, el tío o la tía, el hermano o la hermana de la Linda de turno pero muy poco cuando quien se la tiene que aguantar es nuestro sobrino o hermano o hijo varón que ahora cocina y lava y limpia y friega platos mientras su mujer se maquilla o duerme o viaja sola o baila y pasa bueno con sus amigas y delicioso con sus amigos. Pero han de saber que así como en épocas de verdad patriarcales había las adelantadas a su tiempo -¿recuerdan a mi tía la bandida?- que se levantaban a un calzones y con él hacían lo que se les daba la gana, hay en ésta y siempre va a haber compañeras maravillosas e inmejorables, seguras de su feminidad pero reacias al feminismo más ramplón que, al igual que el machismo cavernario, aspira única y exclusivamente al sometimiento y el envilecimiento del sexo contrario. Hago votos por que ustedes no sean de los muchos que vienen al mundo con la suerte contrariada en cuanto a amor venéreo se refiere; pero si así fuera, a afilar con lectura y observación el ingenio para que aprendan a entrever las intenciones que, por cálculo y conveniencia, la manipuladora -el manipulador- se esfuerza en reprimir el tiempo que dure su proyecto histriónico.

 

735. La prueba incontestable de que yo nací vacunado contra los efectos más deletéreos del victimismo identitario que promueven los las y les que de dientes para fuera (só-lo-de-dien-tes-pa-ra-fue-ra-) abogan por las minorías vulnerables es que, siendo el autor de esta reflexión uno de mis carnales de papel, jamás le reclamaría por “deshumanizarnos” a los ciegos de esta secta que nada (óigalo bien, Karl Ove Knausgard: na-da) perdemos de vista y mucho menos olvidamos:

 

“En el ascensor, Heidi se sentía cohibida ante Geir y miraba al suelo. A veces también se sentía cohibida ante mí, si nuestras miradas se cruzaban y le sonreía, entonces ella bajaba la vista, tímida, y sonriendo a medias. En situaciones morales no se mostraba casi nunca cohibida, desde muy pequeña era muy valiente, pero sí en el caso opuesto, es decir, en la cercanía, cuando era objeto de atención de una sola persona. Con Vanja ocurría casi lo contrario, estaba abierta a la atención de una persona, le gustaba y lo cultivaba, pero en situaciones sociales nuevas se mostraba tímida y se encerraba en sí misma.

La timidez es un mecanismo de protección y lo interesante era que las niñas protegían cosas distintas dentro de ellas. ¿Necesitaban proteger esas cosas porque eran extraordinariamente delicadas o extraordinariamente apreciadas?

También resultaba interesante que se protegieran bajando la vista, mirando hacia otro lado. La timidez estaba directamente relacionada con los ojos, y eran siempre los ojos los que protegían. A veces contestaban si alguien les preguntaba algo, pero siempre con la vista baja. Entonces, ¿qué era eso contra lo que se protegían, eso que cabía en la mirada? No era en sí ser vistas, porque ellas estaban presentes con su cuerpo, sino ser vistas como lo que eran, y eso se encontraba en los ojos. Que alguien a quien no conocían fuera capaz de mirar dentro de ellas. Ellas querían esconder lo que había en su interior, y a lo que se accedía por los ojos. Las crías de animales se comportaban de un modo distinto, si por ejemplo alguien entraba en una habitación donde había gatitos, ellos querían esconder el cuerpo, que era lo que estaba expuesto, que podía ser matado y devorado. Tal vez fuera igual el instinto de los niños ante lo desconocido, pero como ennoblecido, transferido de lo físico a lo social, del cuerpo al alma, que temblaba de miedo de ser capturada.”

 

Conclusiones y dudas: hay ciegos que mi amigo Quico Gómez llamaba ‘caribajitos’ y hay ciegos que en cambio “miran” hacia el cielo todo el tiempo como pidiéndole cuentas a Dios por su suerte: ninguno sabe lo que es la cohibición. Afortunados los ciegos -más los natos que los devenidos- pues por no ver tampoco saben qué es ni de qué va la timidez. Al no haber vista y por tanto ninguna necesidad de bajarla a propósito, ¿se debe concluir que los ciegos de toda una vida nacieron con el contenido de sus almas protegido o, muy por el contrario, que al no haber vista tampoco hay alma que contenga nada? ¿Saben ustedes de alguien capaz de mirar, de leer, en el interior de un ciego? ¿Pero acaso lo puede haber, simple que soy, con el acceso clausurado… qué digo clausurado: tapiado a cal y canto?

 

736. A mí me dan risa revuelta con conmiseración las almas pretendidamente cándidas que dizque les desean el bien y un bel morir a los malditos del crimen organizado, de la codicia y de la política (cuando no al que las violó o los timó) que les desgracian la vida a millones y sin ningún remordimiento. ¿Que Dios se encarga de ajustarles las cuentas llegado el momento? Déjense mejor de puerilidades y alucinaciones de fe y matricúlense, ya mismo, en el curso de Maldición Avanzada del doctor Ernulfo Slop, de cuyas sapiencia en la materia y eficacia en la enseñanza puede dar fe el bueno de Obadia.

 

737. Entre las maravillas desaparecidas por culpa de la globalización que consigo trajo el internet con su revolución tecnológica, tan mirífica en mil sentidos, las autóctonas formas de mamar gallo no ya en español sino en mexicano, en paraguayo o en colombiano, para no meternos en camisa de once varas y hablar de las tonalidades y tenores del humor de cada región y subregión del mundo hispano, subsumido y fagocitado hoy por la omnipresencia de lo anglo y el universo-meme.

 

738. “-Debajo de nuestros calzones, señora, no puede esconderse nada que valga la pena enseñar”: arranco de su contexto y con su venia, estimado Tristram Shandy, esta frase que empotro en el mío para disentir de usted, al menos parcialmente. Pienso en un rango etario y en un grupo poblacional concretos (repárese en que en esta ocasión tan singular hablo en la jerga de la época) y visualizo, con nariz y tacto, la equivocación de lo por usted afirmado. Por lo que hace al resto de la humanidad, sin embargo, que se atenga ojalá sin fisuras a su observación.

 

739. A ver qué dirían los ideologizados de la mezquindad que sea que se duelen bien de la suerte de los ucranios, bien de la de los palestinos, mas no de la de los ucranios y los palestinos inermes y a merced, los unos, de un ejército invasor y criminal y, los otros, de la sinrazón de sus connacionales terroristas en componenda con un ejército ocupante y criminal; a ver qué dirían si se les diera a leer ‘De Gaza a Ucrania, el médico que vive entre dos guerras’. Definitivamente hay que tener, a más de muy mala leche, un cortocircuito irreparable entre el cerebro y las vísceras para justificar o callar ante una cosa mientras sin atenuantes se condena la otra.

 

740. Medioevo Científico y Tecnológico:

 

“Llevo viviendo mucho tiempo con la penosa sensación de que todo el rato llueve sobre mojado. Diluvian repetidos disparates sobre un suelo ya encharcado y corremos el riesgo, si la cosa no escampa, de acabar en una inundación de mentecatez calamitosa. […]

Todo esto ya es bastante triste, este constante crecer de negacionistas por doquier, entendiendo por negacionistas a esos tipos cerriles empeñados en rechazar conocimientos científicos básicos. […] Los negacionistas siempre se acogen al sacrosanto derecho a exponer sus ideas sin darse cuenta de que no estamos hablando de defender un pensamiento, precisamente. Quiero decir que son incapaces de diferenciar entre lo que es una opinión y lo que es un dato. Vamos a ver: sostener, por ejemplo, que dos más dos son siete no es una opinión, es una estupidez, un error garrafal. Decir que el sol no daña la piel es otro dislate por el estilo. Pero lo tremendo es que, cuando los negacionistas se encocoran pidiendo respeto para sus necedades, personas que, por otro lado, parecen sensatas, no saben muy bien qué contestarles. No son conscientes de que lo único que se puede responder es esto: dos y dos no son siete, marmolillo, y por eso lo que sostienes ni es una opinión ni es respetable.

Hay un fracaso creciente en la educación en todo el mundo, un ruido blanco que se nos está metiendo en la cabeza para añadir caos al caos, una especie de borrado del sentido común más evidente, a juzgar por los datos del penúltimo informe PISA, el de 2018, que concluyó que sólo el 8,7% del total (es decir, de 600.000 estudiantes de 15 años pertenecientes a 79 países) era capaz de diferenciar entre lo que era un dato y lo que era una opinión. De esos polvos, estos lodos: adultos que no saben qué responder cuando les dicen que dos más dos son siete…” (Rosa Montero).

 

Salta pues a la vista que vivimos tiempos de gran confusión y caos -los contradictores vocacionales dirán que todos lo han sido-, empeorados por el hecho de que en cada persona conectada desde sus dispositivos a la red hay un potencial propalador de infundios y desinformación, y de ahí el creciente bullicio y la imparable pugnacidad que nadie sabe cómo gestionar. Ese desconocimiento sin solución a la vista, así como -entre muchas otras- las realidades descritas en la cita, son lo que me lleva a afirmar aquí que discurrimos por una segunda Edad Media -con el perdón del prístino Medioevo, tan en paz (por comparación) al menos con el planeta- si bien científica y tecnológica, que anda por sus albores. Al rigor de los historiadores corresponde determinar sus orígenes y estudiar a fondo, transcurrido el tiempo que haya menester, sus implicaciones y pormenores. Que ya aterran.

 

741. ¿Que la ceguera congénita -la mía- es incurable, les dijo Francisco Barraquer a Abe y a Orfi? Juzguen ustedes:

 

“La aurora es el resplandor que precede a la salida del sol. El ocaso es el resplandor que queda después de la puesta de sol hasta que anochece. Ambos fenómenos atmosféricos tienen la misma luz, hasta el punto que una cámara es incapaz de distinguirla; de hecho, los cineastas acostumbran a rodar durante el amanecer escenas que en la película ocurren por la tarde y también al contrario, pero fuera de la pantalla en la realidad la luz de la mañana y luz de la tarde tienen cada una su propia degustación estética. Con la primera claridad del nuevo día, mientras los jóvenes bailan todavía en las discotecas, Drácula corre a meterse en el féretro en compañía de los murciélagos que buscan una cueva oscura donde colgarse boca abajo. El primer sol de la mañana indica que la vida sigue y su luz alcanza la máxima gloria cuando ilumina la cama revuelta que ha dejado la pasión de unos amantes de madrugada. Si eres un viejo ese primer sol en la ventana certifica que estás vivo y que aún puedes seguir tirando del carro. […] El primer sol en la ventana significa un día más. El último sol de la tarde significa un día menos. Pero esa luz postrera es como un licor muy dulce que se confunde con la memoria. Al final uno se convierte en un coleccionista de puestas de sol y sentado frente al mar espera cada tarde que la última luz le regale un rayo verde. Ignoro qué ha generado mejor literatura, si el amanecer o la puesta de sol, si el día o la noche. Puesto que la luz de la aurora y la del ocaso es la misma, tampoco habrá diferencia entre un joven que anochece y un viejo que amanece, ya que las dos luces forman el nudo de la vida.”

 

Con una única pregunta basta: ¿quién, entre un vidente pletórico de auroras y ocasos pero que jamás leyó literatura y por ende no supo de la existencia luminosa del venerable Manuel Vicent y un ciego congénito que se va a morir sin experimentar en primera persona una aurora o un ocaso pero que alimenta sus días y sus noches de buena literatura y goza del privilegio de contar entre sus referentes de papel con la sabiduría poética del venerable Manuel Vicent, es más vidente o más ciego que quién? Juzguen ustedes.

 

742. Escribe Julio César Londoño en su promoción semestral de un taller literario que le ayuda a completar el sustento: “Nota. En la poesía, la distancia entre la voz que canta y el poeta es muy corta. El poeta es moralmente responsable de casi todo lo que dice el poema. La poesía es un género personal, como el ensayo, pero el ensayista lo suscribe todo, sin el casi. Debe responder por cada línea, una responsabilidad que el cuentista y el novelista tienen solo parcialmente. Los narradores siempre pueden alegar que sus criaturas de ficción cobran vida propia y hacen lo que les viene en gana, y es verdad. Es oportuno recordar que la ficción no es un plano menos significativo que la realidad. El genocidio de Gaza es una realidad que no conmueve a los republicanos del Congreso estadounidense, donde Netanyahu acaba de ser ovacionado, aunque muchos de esos senadores quizá lloraron leyendo a Dickens y a Twain”.

 

Nota. “Es oportuno recordar que la ficción no es un plano menos significativo que la realidad”: ni las tropelías violadoras, asesinas y secuestradoras del 7 de octubre de 2023 en Israel a manos de terroristas palestinos ni la invasión de todo punto criminal de Ucrania por parte de los rusos son realidades que conmuevan -¿a qué mamerto?- al citado quien, a diferencia de los cabrones del Partido Republicano que aclamaron de pie al carnicero de Gaza, sí que sabe de lo que es capaz la literatura en general y la de Dickens y Twain en particular. Nota. Nada como el periodismo de opinión para poder conocer ideológicamente a un sujeto que, como a mí el columnista -lean, para que den con el porqué, ‘De las chanclas al tacón puntilla’-, nos interesa. Nota.

No les creo a los republicanos estadounidenses que dicen dolerse del 7 de octubre en Israel ni a los Londoños que del genocidio de Gaza: les creo a los que juzgan y condenan una cosa -la causa- y la otra -la consecuencia- con los matices a que haya lugar aunque con igual vehemencia. Nota. Si tuviera una hija a la que le gustara la literatura y me pidiera que la inscribiera en un taller, claro que la matricularía en el de Julio César Londoño, pero con una condición: “Lo vas a aprovechar a fondo y le vas a prestar toda la atención que puedas, pero cuando el tipo se ponga a mamertear y a desbarrar de política, te me desconectas o le bajas el volumen al computador y le pides a una amiguita (nada de amiguitos: a-mi-gui-tas todas las que quieras… presentarme) que te avise cuando por fin se calle para que te vuelvas a conectar. Ah, y si resulta que es más de política que de literatura de lo que habla, pues me cuentas y nos vamos para otra parte”.

 

743. Entre tanta ruindad de izquierdas perfectamente identificada (Gustavo Francisco Petro Urrego, Luiz Inácio Lula da Silva, Andrés Manuel López Obrador -ah tripleta infame de hachepés: hipócritas pseudodemócratas-, Claudia Sheinbaum, José Luis Rodríguez Zapatero, Clara Eugenia López Obregón, Laura Restrepo Casabianca, Gustavo Bolívar Moreno, Ernesto Samper Pizano…), existen tres personas por las que hoy, 9 de agosto de 2024, votaría para el cargo que fuera y en cualesquiera elecciones: Luis Almagro, Jennifer Pedraza y Gabriel Boric. Los oigo opinar a la par que contrasto sus declaraciones con las de la ruindad pluricéfala o con sus omisiones cómplices y me digo, por espacio de un segundo, que hasta razón tienen los que joden y fastidian y dan la lata con que la esperanza es lo último que se pierde.

 

744. A propósito del robo del todo previsible de las elecciones venezolanas, lo que de momento han escrito algunos de mis articulistas de cabecera. ‘Bienvenidos al petrochavismo’, ‘Pantomima democrática’, ‘¿Sin salida digna para Nicolás?’, ‘La amenaza en campaña’, ‘Para acompañar a Venezuela’, ‘Democracia totalitaria y matemáticas’, ‘Gloria al bravo pueblo que el yugo lanzó’, ‘Monumental chocorazo en Venezuela’, ‘La hoguera del odio’, ‘De tramposos y farsantes’, ‘El que calla, otorga’, ‘Izquierda, democracia y Venezuela’, ‘Galbana estival’, ‘Rescate democrático’: respetable periodismo de opinión; ‘Maduro o el jubileo de la derecha’ y ‘Maduro no es Chávez’: bazofia ideológica, atajos sectarios, desfiguración de la realidad política e irrespeto, mucho irrespeto a los millones de víctimas de esa satrapía.

 

Adenda: comentario aparte merece uno de los dos títulos infames de los dieciséis listados; me refiero a ‘Maduro no es Chávez’, cuya propaganda y contenido antihistórico invito a cotejar con las reflexiones y hechos verificables de que se da cuenta en uno que no figura en la lista por cuanto se escribió días después de elaborada. Lo firma Juan Gabriel Vásquez y se titula ‘Chávez, Maduro y el tigre’. Moraleja: el sectario, llámese como se llame y goce de fama de intelectual de quilates, de buen poeta y mejor prosista -o viceversa-, no tendrá el menor empacho a la hora de desfigurar la realidad si de lo que se trata es de lavarles la mugre a las incoherencias y desatinos de sus correligionarios en el poder.

 

745. Y mientras a esta y a todas horas millones y millones de turistas-langosta atiborran aeropuertos y hoteles y playas e islas y ciudades y museos que en absoluto les interesan y cascos históricos que amenazan con dejar de serlo de resultas de su proliferación, que todo lo encarece y torna impagable para los lugareños, yo viajo, incorpóreo, en la culta compañía de un tal Cosmo y un tal Ambros por parajes a los que ni remotamente puede aspirar (bueno, excluyo aquí la infecta Tierra Santa del periplo literario, cuyas inmundicias compiten con las de la Bogotá actual) el viajero de este mundo global. Se dirán los impenitentes del movimiento incesante que lo mío es la inquina del que no puede procurarse cosa distinta, y tentado me veo de publicar en una entrada de este blog la copia de mi última declaración de renta, que la interesada -ojalá en sus veinte o tempranos treinta a lo sumo- bien puede solicitarle a la DIAN.

 

746. La conveniencia -qué digo conveniencia: el prodigio- de tener un registro pormenorizado y sistematizado de las voces reales y fictivas de los autores, los narradores y los personajes con que hemos trabado conocimiento literario a lo largo de años de lectura es que uno siempre o casi siempre cuenta con las palabras precisas para una coyuntura o trance o situación determinados. Para no ir muy lejos, estos en que hoy nos pone a los ahorradores el chusmero de Casa Nari con su anuncio terrorista de inversiones forzosas con la plata de los clientes del sistema financiero, que es en últimas contra lo que se dirige su ataque de saboteador en jefe. Pero yo, antes de buscarme un par de amigos con mala facha para que me acompañen a retirar los pesos que con tanto celo guardaba para viajar a Ucrania y ayudar a combatir a Putin y a sus asesinos, busco y rebusco en mis ‘Resúmenes comentados’ un consejo sabio que sé que un día ya lejano me diera Fernando Vallejo, hasta que doy con él: “No se te ocurra meter tu dinero al banco porque te lo roban, y gástate en putas lo de tu entierro y que te entierre el gobierno, que para eso están”. Será, maestro, largarme para Kabukicho porque de lo contrario creo que esa platica nunca se va a gastar.

 

747. Pienso en alguien que dio por supuesto un amor venéreo y ¡zas!: tome pa que lleve por güevona, por güevón: “Las palabras que callamos eran las que deberíamos haber pronunciado. Los gestos que guardamos por pudor eran los que deberíamos haber cumplido. Los actos que nos parecieron triviales eran los que se esperaba de nosotros. Otros los hicieron en nuestro lugar. Paguemos ahora las consecuencias”. Como dice el vallenato ¿de Diomedes?: Vuelve mi amor, vuelve, te necesito / Vuelve mi amor, vuelve, sin ti no vivo…

 

Adenda: también el exceso de quienes no nos guardamos nada frente al ser amado o deseado suele concluir con pérdida y la acusación por su parte de hipocresía si resulta que la perra vida nos tiene reservada una dicha de la carne que, por circunstancias ajenas a nuestra voluntad, sale de la clandestinidad a la luz y se nos trueca en desdicha. Los que en tal tesitura nos hemos visto una o varias veces aprendemos -y corroboramos- que nada de lo maravilloso, muy bueno o bueno que hallas hecho hasta la fecha se te tendrá en cuenta a partir del momento en que estalle el escándalo que te convertirá en la peor, en el peor ser humano de tu entorno.

 

748. “La carta que aguardamos con más impaciencia es la que nunca llega. No hacemos otra cosa en nuestra vida que esperarla. Y no nos llega, no porque se haya extraviado o destruido, sino sencillamente porque nunca fue escrita”: ¿Homo sapiens esta especie nuestra, apenas en un ínfimo porcentaje de veras pensante si se la juzga por lo que de sus acciones y omisiones se deriva, pero en cambio toda todita insatisfecha sin remedio, anhelosa de fama y reconocimiento, codiciosa de manos, de estómago y de bajo vientre? No, señores científicos que merecen el nombre: comprendan que estamos en mora de corregir lo infundioso de esa denominación con la única que puede hacernos justicia y abarcar a los nueve o diez millardos que dizque somos, desde los Forbes insaciables hasta aquel cuya máxima aspiración es poder no acostarse ni acostar a sus hijos hoy con hambre: Homo insatisfactus es lo que somos. Y punto.

 

749. Leo la prosa apátrida 194 y pienso en S. B. y en C. P., en S. B. y en G. F., en S. B. y en tantos otros que pusieron por obra el contenido de ese texto de Ribeyro que él, en cambio, postergó indefinidamente y por motivos que yo desconozco pero intuyo. ¿Mi mayor ambición, preguntan? Que por la forma en que yo desencarne ustedes me acojan en su seno… en su cenáculo.

 

Adenda: no más una cosa le pido a la vida: que a mí no se me extinga deshojando la margarita del me mato, no me mato, me mato, no me mato, me mato, no me mato que indignamente termina por imponerse entre la mayoría de quienes tenemos la rumia del suicidio por pasatiempo y destino.

 

750. Cada que me asalta un testimonio por el estilo del de Laila Basim que acabo de leer en El País de España, no puedo por menos de sentirme avergonzado de no ser otra cosa que un cero a la izquierda en su causa y las de otros colectivos que tendrían que conseguir, ya que con tanta grandilocuencia nos atribuimos el monopolio de la compasión -empatía la llaman hogaño los edulcorados-, que todos los seres que nos reivindicamos humanos nos volcáramos en su favor y en contra de los malditos que los oprimen, llámense régimen talibán o narcodictadura lulapetrobradorcabellista. O por lo menos que, dado que son tantas las causas que ameritan acciones reales y concretas y no gestos inocuos como el de manifestarse por escrito, nos dividamos las tareas y por ejemplo las feministas se ocupen de Laila y las esclavas del mundo mientras que los que tenemos la democracia por norte les plantamos cara a las tiranías auténticas y a los regímenes autoritarios, dondequiera que se alcen. Lamentablemente, la dificultad estriba en que ellas no le caminan a nada que no sea mediático y atraiga reflectores y a nosotros se nos escurre la vida por entre la indolencia y el conformismo tan propios del que siente que con su cháchara reivindicativa ya cumplió y entonces se puede ir tranquilo a la cama.