“El que
no sabe repetir es un esteta. El que repite sin entusiasmo es un filisteo. Sólo
el que sabe repetir, con entusiasmo renovado constantemente, es un hombre.”
Soren Kierkegaard
1. En la
infancia, cuando no es una infancia desdichada o trágica, hasta los miedos,
cuando no son miedos fundados y terribles, saben y huelen a felicidad.
2. Así
como al hombre no se lo puede despojar de las ambiciones que le son inherentes a
fin de que la insensatez socialcomunista sea viable, tampoco se lo puede
obligar a que renuncie a sus secretos y sus reservas, a sus intimidades y sus
ocultamientos en aras de una transparencia que yo “sólo” suscribiría para
quienes administran los Estados y sus recursos y “sólo” para ellos.
3. A los
seres humanos nos cuesta entender primero y aceptar después, para por último
resignarnos, que aquello a lo que deseamos apostarle nuestro prestigio no se
nos da bien; que otros, a veces sin proponérselo siquiera, descuellan en
nuestra obsesión y nos afrentan con su éxito.
4. En
tanto que los animales carentes sufren por lo inmediato, los seres humanos
sufrimos por lo inmediato, lo pasado y lo mediato. ¿Quién es más lastimoso?
5.
“Cuando la enfermedad entra en un hogar, no se apodera sólo de un cuerpo, sino
que teje entre los corazones una tela oscura que entierra toda esperanza”,
reflexionó mi buena amiga Renée Michel y yo asentí impelido por la experiencia.
6. Sólo
hay dos (o tres) actitudes comprensibles frente a la vida: la del que se
resigna a su suerte y no se queja, y la del que no se resigna y lucha o, en su
defecto, se mata.
7. Un
gobierno, un Estado que no soporta la verdad es cuando menos un gobierno, un
Estado autoritario.
8. Abreviemos
diciendo que la discriminación es más que un derecho en tanto en cuanto se la
ejerza mediante el poder civilizatorio de los buenos modales y la cortesía.
9.
¡Muerte a Mikolka!… Pero antes muélanlo a palos.
10.
¡Para mí el parnaso o si no el fracaso!
11. La
vida me ha enseñado que es más fácil dar con un grupo de estudiantes todos
excelentes que con un buen interlocutor.
12.
Cuando la inminencia de morir es considerable -la sospecha de una enfermedad
grave-, alta -una pandemia- o muy alta -un bombardeo-, ahí sí que cabe la
bobería esa de “vivir cada día como si fuera el último”.
13. El
problema de estar sumamente politizado y ser columnista -William Ospina, Mario
Vargas Llosa- es que se pierden las dosis mínimas necesarias de ecuanimidad que
son indispensables para que la opinión sea respetable y no se preste para
caricaturas.
14.
Jamás me sumo a una protesta en la calle sin antes analizar el porqué debería o
no sumarme, el para qué se está protestando y el con quién es que voy a
protestar si decido hacerlo.
15. La
mejor innovación es la que no se hace cuando no se necesita.
16.
Aceptémoslo: el anacrónico y muy nocivo precepto “crescite et multiplicamini”
es lo que tiene jodido al mundo.
17. El
poder del que sabe argumentar obra los efectos esperados sólo en quien sabe
escuchar, leer, porque él es el único capaz de admitir que, o estaba equivocado
sin ser del todo consciente de estarlo, o lo estaba por su incapacidad de
reflexionar por sí mismo en lo que el argumentador sí consigue que pensemos.
18.
¿Pero cuándo fue que se desalojó de la universidad, y de la escuela toda, la
certeza de que la ciencia sin nociones sólidas de letras está tan huérfana como
éstas sin nociones científicas sólidas? ¿Existió algún día tal certeza?
19. Y
viene la pregunta del millón: ¿quién, entre el científico y el político que se
complotan para diseñar un arma letal que mate a cuantos más mejor, es más
canalla y avieso?
20. Lo
suyo no es literatura…: lo suyo es un largo y continuo flatus calami.
21.
Guardadas las proporciones, conmigo y mi madre se repite -seguramente por
millonésima vez-, con cambio de escenarios y circunstancias e idiomas, la
historia que en su día protagonizaron Arthur Schopenhauer y la suya, tan jovial
como Orfi.
22. Si
Lear es la prueba fehaciente de que la vejez no siempre trae aparejada la
sensatez, su hija Cordelia lo es de que la sinceridad y la franqueza casi
siempre pierden al que las cultiva.
23. Qué
ganas de rezar… ¿Pero y a quién?
24. Sí,
que vivan el espíritu y el escepticismo científicos, pero no a expensas de lo
real maravilloso o lo supersticioso poético, pues pueden convivir y cada cual a
lo suyo.
25. Todo
desinformado es masa.
26. La
prueba incontrovertible de que yo nací vacunado contra los efectos más deletéreos
del pensamiento mágico y el fanatismo religioso es que, fascinándome como me
fascinan las nínfulas, no haya abrazado la fe que promete huríes después de
esta vida.
27. Pero
es que cualquier cosa que le diga el sensato al insensato, el conciliador al fanático,
cualquiera, va a caer, siempre, en suelo infértil.
28. Ya
sé qué es la eternidad: el tiempo que transcurra, lentísimo, entre hoy y el
minuto en que por fin me extinga.
29. Para
que el pensamiento científico prevalezca sobre el pensamiento mágico, se debe
estar vacunado -y bien vacunado- contra el pensamiento desiderativo.
30. Sólo
el día en que el Estado empiece a legislar sobre los nacimientos, que legisle
sobre la muerte. Antes no.
31. La
objetividad no es para el que sufre la guerra en carne propia sino para los que
hasta ahora hemos estado, si se quiere, al margen de sus rigores; lo cual no
quiere decir que no se pueda tomar partido: se puede e incluso se debe hacer, pero
no a expensas de la verdad.
32. Es
eso exactamente: aquellos que “nada” han tenido que ver con esta o aquella
guerra, pero que sienten afinidad con los que la libraron o la padecieron,
hablan como si en ella hubieran combatido o como si debido a ella hubieran
perdido cosas muy queridas, y lloran y reniegan y se embriagan de un orgullo
prestado. A mí, que por fortuna no he sido todavía víctima directa de policías
o militares corruptos, de narcoguerrilleros o narcoparamilitares bandidos y
terroristas, me corresponde intentar comprender el dolor de quienes sí lo han
sido de unos o de otros o de unos y de otros, a fin de mantenerme, en la medida
de lo posible, ecuánime con respecto a todo.
33. ¿Que
no tengo derecho -alegan los alharaquientos e hipócritas ‘provida’- a dejar de
ser, mottu proprio, microbioma y biomasa? Cuando me suicide hablamos.
34. En
el paulatino desdibujamiento de tantas lenguas -tal vez de todas-, plagadas de
anglicismos mal pronunciados y cuyas sintaxis y gramáticas sufren a diario
importante deterioro (y no por culpa del inglés a secas, sino de sus
respectivos hablantes nativos, que ni se enteran del estropicio), se
patentizan, más que en cualquier otra realidad, los verdaderos alcances de la
globalización.
35. Un
historiador, antes que cualquier otro profesional, del campo que sea, debe ser
un cosmopolita e incluso un apátrida.
36.
Muchos hablan de los pobres vergonzantes, tan dignos ellos. Pero y ¿quién de
los lectores vergonzantes, que también tanto sufrimos?
37.
Hasta hace unos años pensaba que aquello de la ‘cultura traqueta’ era un cáncer
que al parecer “sólo” corroía a los italianos, los colombianos y los mexicanos.
Pero ahora, después de ver a Trump y a Bolsonaro -para mencionar no más que a
los peores entre los matones de salón de clases- izarse al poder y recibir
vítores y aclamaciones por parte de sus votantes, y lenidad y alcahuetería por
parte de los que dizque se les oponen, concluyo que ni de esa ni de ninguna
otra miseria humana ninguna sociedad puede declararse a salvo. Y el mérito de
tal despropósito debe otorgárseles a sus propiciadores, o sea a los
seudoeduccadores que llevan décadas promoviendo la abolición de los tan
necesarios distingos entre estudiantes excelentes, buenos, mediocres, malos y
pésimos y a las sociedades que los secundan en semejante aberración.
38. Una
prueba de que el mundo de hoy -el mundo de las redes- es más imbécil que nunca
es que los imbéciles deciden la agenda y prácticamente todos los demás, sensatos
e instituciones respetables inclusive, se pliegan a ella sin rechistar: que sí
al lenguaje inclusivo y la triplicación del género pero respetando la sagrada
economía del lenguaje los lunes, que sí feminismo pero no feminismo
supremacista blanco los martes, que sí comunidad LGBTI pero no transgenerismo
femenino los miércoles, que el centro del espectro político no existe pero sí
las democracias iliberales los jueves, que sí libertad de enseñanza pero
reglada por los padres de familia y los pastores de iglesia los viernes, que un
no rotundo a las clases de educación sexual en las escuelas pero un sí
estruendoso a la pornografía del reguetón y las pantallas los sábados, que por
qué putas no acabamos de una vez por todas con las malditas fronteras que dividen
al mundo pero que por favor no me dejen entrar un cochino inmigrante más a este
país los domingos… ¿Y si no les prestamos más oreja y los dejamos gritando
solos, hasta el desgañite imposible?
39.
Cuando oigo a muchos de mis estudiantes -que es como oír a sus profesores-
decir que “todos, todas y todes somos igual de inteligentes” por aquello de las
inteligencias múltiples, e incluso asegurar que “en todos, todas y todes reside
un genio”, me provoca asestarles esta verdad de ‘El joven Arquímedes’:
“Pensaba
en las enormes diferencias entre seres humanos. Clasificamos los hombres por el
color de sus ojos y de su pelo, por la forma de sus cráneos. ¿No sería mejor
dividirlos en especies intelectuales? Habrá siempre un más ancho abismo entre
los extremos tipos mentales que entre un bosquimano o un escandinavo. Este
niño, pensaba, cuando crezca, será, comparado conmigo, lo que un hombre es
ccomparado con un perro. Y hay otros hombres y mujeres que son casi perros
comparados conmigo.
Tal vez
los hombres de genio son los hombres verdaderos. En toda la historia de la raza
humana sólo ha habido algunos miles de verdaderos hombres. Y el resto de
nosotros ¿qué somos? Animales capaces de aprender. Sin la ayuda de los
verdaderos hombres, no habríamos descubierto casi nada. Casi todas las ideas
que nos son familiares nunca se les habrían ocurrido a espíritus como los
nuestros. Si se siembra en ellos, la semilla germina, pero nuestro espíritu
habría sido incapaz de engendrarlas…”.
Menos
mal que siempre desisto a tiempo.
40. Sí,
maestros Savater, Marías y Vargas Llosa: el engorro ese del amor a los animales
y el subsiguiente sonsonete de los animalistas es cosa nueva. Al menos tanto
como ‘La gatomaquia’ de Lope, el aserto de Twain según el cual “Al cielo se va
como favor. Si se fuera por mérito, tú te quedarías aquí e iría tu perro” o el
poema de Whitman:
“Creo
que podría vivir con los animales, son tan plácidos e independientes, me detengo
y los observo largo rato. Ellos no se trastornan ni gimen por lo que les toca
vivir, no se desvelan llorando por sus pecados. No me abruman con discusiones
sobre el deber para con Dios. Ninguno está insatisfecho, ninguno enloquece con
la manía de poseer cosas, ninguno se arrodilla ante otro ni ante sus
antepasados que vivieron hace miles de años, ninguno es desdichado o respetable
en toda la faz de la tierra.”
Ya
saben: caprichos de contemporáneos sin más misión en la vida que fastidiar y
dar la lata.
41. Lo
irremediable: la esperanza sin fisuras ni asidero, individual o colectiva, como
enemiga de las soluciones posibles.
42.
¿Acaso no fracasan, por cobardía o vileza o por ambas, una sociedad e incluso
una especie que se someten a los delirios de un solo hombre con su partido, de
un solo imperio con su codicia?
43. En
relación con la literatura, encuentro dos tipos de lectores de veras
vocacionales. Por un lado, los que a fuerza de voracidad y disciplina le
apuntan a la insensatez maravillosa de abarcar todo lo digno de ser leído y,
por otro, los que, desconsolados ante el hecho de que ni en siete vidas
longevas tal misión es hacedera, se resignan a leer de otro modo también
intenso aunque sin mayores premuras.
Yo, que
soy de los segundos por convicción e incapacidad para lo otro, envidio a los
primeros tanto como los compadezco.
44. No
nos hagamos ilusiones. Si un día, por un golpe de suerte imposible, se lograra
poner el mercado patas arriba para que los desclasados de siempre ocuparan la
cúpula e impartieran justicia inspirados en su profundo conocimiento de la
injusticia, pasadas la borrachera y la hartura -tan merecidas en el caso que
nos ocupa- de los advenedizos, se descubriría que nada cambió porque el mercado
somos todos. También Marx y la madre que lo parió.
45. Así
como los médicos no deben dejar morir, por negligencia, al enfermo con cura que
quiere seguir viviendo, tampoco deben “salvar”, por escrúpulos religiosos o
hipocráticos, a quien intentó suicidarse por la razón que fuera.
46. Es
fundamentalismo, y tontería, descartar al que escribe por la cantidad de
adjetivos que pone en una oración o en un párrafo. ¿Y entonces cuánto importa
el fondo, que es lo que a la postre todos reivindicamos?
47. Al
menos a mí no me quedan dudas de que entre dos excrecencias de la naturaleza
tipo Videla o Castro, Franco o Mao, las segundas son más despreciables que las
primeras pues amasaron el poder que amasaron gracias a la cínica explotación
del discurso a favor de los derechos humanos que, como sus homólogos de la
extrema derecha, quebrantaron cada vez que pudieron y de todas las formas
imaginables.
48. La
única diferencia entre una cofradía de descerebrados de la extrema izquierda y
una de descerebrados de la extrema derecha en relación con el auténtico
pensamiento crítico es que aquellos fariseos lo invocan en vano a todas horas,
en tanto que estos ignorantes -quiero decir, más ignorantes- no tienen siquiera
noticias de que algo así existe.
49. En
la ciencia, como en las artes y en la vida, existen los Teller y los Pauling y,
entre esos dos extremos, los “inocuos”.
50.
¿Pero qué cerebro humano no es fusible?
51.
Hasta donde sé, nadie sabe a su hijo apenas nace, ni cuando bebé, ni cuando
gatea o ya camina con inseguridad, ni siquiera en su quinto cumpleaños,
homosexual o bisexual o transexual, sino niño o niña; o sea, macho o hembra.
Las confusiones en unos casos y las certidumbres en otros vienen más adelante,
y es sólo entonces cuando el lenguaje debe dar cuenta de ellas. O tal vez yo
sea el que está desinformado y ahora en los paritorios se oiga a diario a
médicos y enfermeras felicitando a anhelosos padres porque tuvieron “un -¿o
una?- bello -¿o bella?- bebé -¿o nena?- trans”.
52.
Propongo que, para evitar la publicidad engañosa, al rimbombante y
autocomplaciente título de ‘defensor de los derechos humanos’, en sí mismo una
mentira por lo inabarcable de la promesa, se lo rebautice y a partir de la
fecha se lo llame ‘defensor de los derechos humanos… de los que protestan’,
háganlo pacífica o violentamente.
¿Que los
manifestantes, enfundados en capuchas y armados de piedras, palos, bombas
molotov, bidones de gasolina y todo tipo de armas hechizas agredan policías,
incendien buses y mobiliario urbano, impidan que los que no protestan vivan con
normalidad, taponen carreteras y autopistas y ocasionen el desabastecimiento de
pueblos y ciudades enteros?, ¡poco importa porque aquí lo que prima es el
sagrado derecho a la protesta! ¿Que quienes todo lo caotizan con sus desmanes
no llegan al veinte por ciento de los jóvenes de una capital o de un país?,
¡poco importa porque esos muchachos hacen de voceros inconsultos no sólo de los
de su edad, sino de toda una sociedad que exige cambios!
Tales
activistas tendrían que saber que cuando amparan el derecho al desahogo de los
que bloquean con barricadas una carretera o una autopista, están a su vez
violentando el del camionero que si no trabaja no tiene para darle de comer a
la familia, el de la madre que necesita recoger los medicamentos para un hijo
enfermo, el del médico que tiene una cirugía que no da espera, el del campesino
que no tiene por dónde sacar de la finca su cosecha, el del que se ve obligado
a caminar durante horas para llegar al trabajo o volver a la casa o,
simplemente, el del que quiere visitar a la novia para acostarse con ella,
tomarse unas cervezas con los amigos o seguir haciendo plata porque lo suyo es
el billete. ¿No son todos, les pregunto, humanos con derechos? Ahora: que si
para ellos hay humanos más importantes y por tanto derechos que se superponen a
otros, pues que salgan y lo aclaren. Aunque como se ve, no hace ninguna falta.
53.
Alegan los sacerdotes, los pastores, los rabinos y demás parásitos de la fe que
la eutanasia atenta contra la muerte por causas naturales, es decir la que
únicamente experimentan los animales silvestres, los animales abandonados y los
seres humanos a los que se les niega hasta la más mínima atención médica. Les
parece muy natural que una transfusión, una cirugía de corazón, un trasplante
del órgano que sea les alargue la vida a sus diezmantes pero no que ellos y
menos aún los que no comulgan con sus dogmas renuncien al sufrimiento excesivo
sirviéndose también de la ciencia. Bendicen los cuidados paliativos que
prolongan el horror y el sinsentido y condenan a los médicos que, éticos y
misericordiosos, los alivian. ¿Y qué es todo eso sino contradicción y crueldad,
pero de las que asquean?
54.
Llevo ya un buen tiempo -que de bueno no ha tenido nada- convencido de que mi
existencia -de las de los demás que juzguen ellos- carece de todo sentido. Sin
embargo, confieso que añoro los días en que existí creyendo que lo había.
¿Habrá, por ventura, alguna patraña racional que me permita recobrar el
optimismo de la voluntad, hoy del todo extraviado?
55.
Definitivamente, la propensión del ser humano -letrado o no- a generalizar es
incontenible.
56. El
amor del que con uñas y dientes se aferra a la vida de otro que sufre, muy poco
se diferencia del sadismo más clásico.
57.
Dígase lo que se diga, toda inmortalidad literaria (por supuesto que unas más
que otras) exhibe manchas que, bien una fama mal merecida, bien una gloria
justificada, intentan disimular con sus barnices.
58.
Resulta muy fácil y cómodo pedirles a otros que den su vida por nuestro bienestar
y libertad cuando uno mismo no arriesga ni una uña producto del miedo que lo
acogota.
59. Sé,
porque los he oído, que los cristianos nos compadecen con rabia y desprecio a
los ateos y a todo el que no pertenezca a su iglesia -es decir, a la empresa
Equis del pastor Ye-. Sé, aunque nunca los haya oído, que los amantes de
cualquier cosa -Bob Dylan, los videojuegos, la pintura, el fútbol o el rabel-
compadecen y hasta desprecian a los que no vibran con su manía. Y sé, porque lo
he leído y me he oído, que escritores y lectores vocacionales no se explican
-lo que les (nos) produce desprecio y pasmo- cómo es que puede haber incluso
quien vive y se muere sin saber que la literatura existe. Ilusos todos porque
lo que no cuenta no afecta.
60. Me
enternece (y no se alcanzan a imaginar cuánto) la convicción de muchos que
creen que va a llegar el día en que lacras tales como la inequidad, la
discriminación de cualquier tipo o la codicia sean cosas del pasado. Y sí:
serán las cucarachas o los tardígrados los encargados de dar la buena nueva,
cuando el último humano sobre la tierra deje de respirar.
61.
Proponen los ingenuos que la Iglesia católica (la única que, por varias
razones, me cae en gracia) desmonte el celibato para que los sacerdotes que
quieran puedan casarse. Sin embargo, como su problema son más la pederastia y
la homosexualidad que las ganas de matrimonio, lo que yo sugiero es que curas,
obispos, arzobispos, cardenales y hasta el Papa salgan del clóset y enarbolen,
orgullosos, la bandera del arcoíris. No me digan que con ese gesto tan
pragmático y sencillo el Vaticano no les taparía la boca a los que lo acusan de
excluyente, hipócrita y oscurantista.
62. El
caso es que prácticamente todo el mundo habla de buenos y de malos vecinos,
como si los vecinos a secas no contaran: ¡pues no!
Existen
las buenas y las muy buenas personas -tal vez un cuatro por ciento-, los malos
y los perversos -hablemos de un seis-, y una mayoría abrumadora de indiferentes
y de cobardes -que no son lo mismo pero que a la postre terminan siéndolo-. Y
ya se sabe al servicio de quién han estado siempre la indiferencia y la
cobardía.
63. En
principio, no hay modo de intentar impartir justicia como no sea mediante la
necesaria dosis de fuerza que aplaque a los malos, disuada a los tentados de
serlo y anime a los buenos a seguirlo siendo.
64. Una
tarde me preguntó una amiga que por qué prefería socorrer a un animal
desamparado que a un niño desamparado. Me limité a sonreír y no dije nada, pero
la respuesta era bastante sencilla: “Pues -pude haberle dicho- porque es harto
probable que el niño que es víctima hoy, sea a su vez victimario de otros desde
luego más indefensos; o que cuando crezca se convierta en un bellaco incluso
peor que el o los que lo vejaron a él”. Tan inapelable como que Dios no existe.
65. La
libertad de expresión, si fuera de verdad tal cosa, debería abarcar la
posibilidad y garantizar el derecho de que quien así lo quiera vacíe el
contenido de su inconsciente ante quien y en donde le dé la gana. Como
cualquier loquito en la indigencia que, sin pensárselo dos veces, se baja los
pantalones y exonera las tripas en medio de la multitud respetable, y no
precisamente para escandalizarla.
66. Sólo
los muy cautos y conscientes de las insidias del destino saben que no se debe conjugar,
para expresar negación, el verbo matar en presente de indicativo o en futuro
simple.
67.
Ahora resulta que uno se entrevista con un abogado para que le lleve un
proceso, y le sale cristiano. Pide uno cita con el psiquiatra porque teme muy
seriamente que pueda perder el poco juicio que le queda, y le sale cristiano.
Prolifera
hoy, y no ya sólo entre los desprovistos de escuela sino entre los diplomados,
esta nueva personificación de la burricie humana. Necesitamos juristas serios y
científicos auténticos, no predicadores de oficina y consultorio con o sin
falo.
68. ¿Que
qué es un diplomado? Como su nombre lo indica, es alguien que exhibe en su
currículo y en su oficina, consultorio y hasta en la sala de su casa uno o
muchos diplomas pese a ser un iletrado, un ignaro y un analfabeto funcional. O
sea, uno que por convicción no lee pero que si le toca leer no comprende, y que
escribe igual y hasta peor que los que a duras penas terminaron el colegio o ni
siquiera. Los hay -siempre los ha habido- que gobiernan países, aspaventean en
parlamentos, expiden fórmulas médicas y educan niños o universitarios. Los hay
con “experticias” varias y con renombre. Los diplomados son, en suma, pruebas
vivientes del fracaso de la escuela.
69. Como
ya van dos personas (toda una multitud en este presente sin preguntas) que se
han atrevido a preguntarme si soy misógino, les respondo. Sí lo soy, y
furibundo, si de quien se habla es de Irene Montero (mucho cuidado con ir a
confundirla con Irene Vallejo, pues equivaldría a confundir al Ésgar con
Knausgard) y de los miles de alienadas occidentales por el estilo. Pero si de
quien se habla es de Angela Merkel (Rosa Montero, Joséphine Baker, Eliane Brum,
Dorothy Parker, Leila Guerriero, María Félix, ¡Catherine Millet o Christine
Hoff Sommers!), de Jacinda Ardern y de tantas y tantas mujeres sensatas y
anónimas que muy seguramente se abochornan del folclor y la desmesura de la tal
‘cuarta ola’, por supuesto que no lo soy sino todo lo contrario: un incondicional
de ellas y de sus causas.
Y
entrados en franquezas, advierto que exactamente lo mismo me ocurre con el
racismo, la diversidad sexual, los discapacitados y cuanta lucha social quieran
ustedes sumarle a esta lista.
70.
Viendo la desfachatez con que los políticos grandes y chicos roban en
componenda con contratistas y espantajos semejantes, el cinismo de jueces y
fiscales y magistrados que no imparten justicia sino injusticia y que cuando
legislan lo hacen en causa propia, la incoherencia de predicadores y mamertos
que mantienen a los pobres en la boca aunque bastante alejados de sus iglesias
y mentideros; viendo todo eso se me ocurría la idea peregrina de que los
dioses, a más de no apiadarse del dolor de los que sufren, los -nos- terminan
de joder con conciencias implacables y sin botón de apagado, del que sí vienen
provistas las de los otros, que las desactivan a voluntad o hasta las dejan
tiradas por ahí para que no estorben. Y los pocos de ellos a los que medio les
talla o les incomoda su conciencia de cartón piedra, me imagino que la
adormecen con una “buena obra” hecha con una parte ínfima del dinero del último
desfalco o, en todo caso, del chanchullo que acaban de hacer. Pero llega el
pobre güevón de Jean Valjean y por hambre se roba un pan que lo manda a la
cárcel a habérselas con su jodida ley moral que para los otros, como digo, no
pasa de ser un adorno.
Uribe,
Petro y demás hipócritas populistas deberían terminar de llenarse los bolsillos
dictando conferencias con títulos tales como ‘Aprenda aquí cómo aplastar sus
escrúpulos’, o ‘Salga usted del clóset pero encierre en él a su conciencia’, o
‘Venga que acá se le enseña a mentir como sólo lo hacemos los psicópatas con
poder’.
71. Cada
vez que alguien propone, con las mejores intenciones, que se eduque a los
escolares haciendo de ellos buenos lectores de literatura y en particular de
poesía “a fin de que mañana sean ciudadanos ‘sensibles’”, pienso
invariablemente en Neruda el violador sin castigo (si no lo sabían, lean sus
memorias); en Neruda el bellaco que repudió y desamparó a Malva Marina (“Mi
hija, o lo que yo denomino así, es un ser perfectamente ridículo, una especie
de punto y coma, una vampiresa de tres kilos”); en el despreciable sujeto
político que fue Neruda, comunista radical sólo de palabra y pluma y ensalzador
de tiranos asesinos (en internet pueden encontrar su poema a Stalin, “el más
humano de los hombres”). Sí: que lean su poesía (para empezar, su inigualable
‘Oda al gato’) y sus libros, pero ojalá conscientes de que se hallan ante la
obra meritoria de uno de varios psicópatas de las artes que han sabido conmover
a millones con su genio.
72.
Resulta demasiado pretencioso pensar que el hombre puede acabar con la
naturaleza y el planeta. Yo tengo más bien el pálpito de que van a ser ella y
él quienes en su debido momento, menoscabados pero aún en pie de lucha, nos
vomiten por fin de su seno, por insaciables y temerarios.
73.
Terrible enterarse de que a un hijo lo tienen asediado los matones del salón de
clases, del colegio o del barrio, desde luego que con la anuencia de los
indiferentes y los cobardes -entre los que no escasean los profesores y muchos
que se hacen llamar “sus amigos”-. Y, si se es gente de bien, peor será
descubrir que uno es el padre del engendro que veja y maltrata y acosa y
humilla y desespera a otros más débiles. Sin embargo, la realidad prueba que,
mientras que los familiares de muchos humillados y ofendidos intentan hacer
algo para proteger o alejar a los suyos del peligro, los de los bellacos barren
hacia adentro y hacen como que no se enteran: nada que asombre tratándose de la
descendencia de Lucy.
74.
Maticemos: no todo el que odia la vejez odia a los viejos, pero todo el que
odia a los viejos odia la vejez. Odiar la vejez es lícito y comprensible. Odiar
a los viejos -a los ciegos, a los judíos si no se es palestino, a los negros…-,
en cambio, es uno de los arcanos de la condición humana y debería ser una
pasión vergonzante de esas que se ocultan por pudor.
75. Los
médicos que (parapetados más tras sus personales escrúpulos religiosos que tras
cualquiera de las versiones del juramento hipocrático) luchan para que alguien
al que se le quemó gran parte del cuerpo y el rostro, o sufrió una violación
múltiple con gravísimas secuelas para su salud física y mental, o quedó
cuadripléjico a consecuencia de un accidente siga viviendo, no le salvan la
vida sino que lo condenan a padecerla hasta que la muerte liberadora, que ellos
habrían podido adelantar, por fin le sobrevenga.
76.
Maticemos: así como no es cierto -según opinan los gestores y mayores
beneficiarios de la codicia y el acaparamiento de la riqueza hasta en el último
rincón del mundo- que todos los pobres lo sean por su falta de talento para
cambiar de situación, tampoco lo es -el argumento de los incondicionales de la
redistribución de los caudales ajenos- que ningún pobre lo sea por su culpa.
Hay
pobres esforzados y diligentes -donde se puede ser pobre esforzado y diligente-
que, mediante ingentes sacrificios y disciplina, logran rebasar al menos de
forma transitoria la miseria para instalarse, repito que siempre
provisoriamente, en una clase media abrumada como nadie por los impuestos y las
obligaciones fiscales; y hay pobres que ni quieren ni buscan la derrota de un
estado de cosas que mucho los favorece y nada les exige. Para los primeros, que
planean desde el número de hijos hasta el dinero que pueden ahorrar, no hay ni
exenciones ni beneficios. Para los segundos, que todo lo improvisan y de nada
se hacen o los hacen responsables, son los regalos envenenados de los
populismos de ambas extremas y los subsidios del Estado de bienestar, las
ayudas de las ONG -y fundaciones por el estilo- y la caridad de las personas de
buen corazón: a todos los conmueve el espectáculo aberrante de una “familia”
con numerosos hijos hambrientos a los que se explota comercialmente, pero los
dejan del todo indiferentes la madre o el padre o los padres que luchan a brazo
partido para sacar adelante a uno o a un par de hijos pequeños o adolescentes.
Mal
ejemplo el que brinda una sociedad que, presa de la desorientación moral,
castiga así el tesón y premia la desvergüenza.
77. Si,
también los que tenemos por pasatiempo o por oficio la reflexión y la
escritura, aceptamos -muchos lo celebran de corazón o por cálculo- que haya
ultrafeministas a las que muy poco les falta para que desempolven el patíbulo y
lo dispongan en plazoletas universitarias y en parques urbanos, pero condenamos
el machismo más manso y bienintencionado -por ejemplo el del padre que aconseja
amorosamente a su hija adolescente para que evite el peligro y no salga en
pelota a la calle-, manchamos de entrada la bandera que enarbolan ésta y otras
luchas colectivas: la del igualitarismo. ¡No!: en aras de la coherencia, al
menos los moderados debemos combatir con idéntico denuedo la violencia de los
machistas cavernarios y la por ahora violencia verbal de las furibundas, que
todavía no mata pero sí arruina vidas y destruye carreras y prestigios.
78. Sólo
ocurre en las artes y en la literatura (y más que en la literatura en la
escritura) que un anónimo, un ninguneado, un perfecto don nadie durante su vida
creativa o intelectual se vea (es un decir porque ya no se puede ver) de
repente aupado a la gloria y la inmortalidad tiempo después de haber muerto.
Sinuosidades de Fortuna la veleidosa que, por otra parte, tampoco les garantiza
ni siquiera a los que conocen el éxito y la fama más rotundos en vida que los
vayan a conservar “para siempre”.
79.
Cambio los diez o veinte lectores que tengo (no me consta en absoluto que los
tenga), y cambiaría los miles de un Mario Mendoza o los millones de un Paul
Auster (merecidísimos en ambos casos) por un único, tangible e insuperable
Ernst Zimmer.
80. Si a
mí me preguntara un estudiante de esos prácticamente inexistentes -de los
inquisitivos e inteligentes- que cuál es para mí la mayor ventaja que tiene con
respecto a los que no leen el buen lector de buena literatura, seguramente le
respondería, tras pensármelo un poco, que la posibilidad de conocer por
anticipado cada dolor y tragedia y alegría y sorpresa y absurdidad y
desconcierto y estupefacción y asombro y atrocidad y desengaño y desilusión y
entusiasmo y desesperanza y esperanza y angustia y alivio y desencanto y
encanto y sin salida y disyuntiva y solución a los que se puede ver abocada en
cualquier momento la vida de ese lector, y las de quienes le importan. En otras
palabras, la previsibilidad.
81.
Agradezco, no se imaginan cuánto, la reflexión honda que me pone de veras a
pensar, la explicación que me ayuda a comprender algo hasta ayer incomprensible
y las risas que me arrancan un chiste de don Jediondo, muchas columnas de Tola
y Maruja, una ocurrencia de mi hermana o de mi madre o de un amigo y, con mayor
razón, el texto desternillante de un buen escritor. Por eso le quiero dar las
gracias a Arturo Pérez Reverte, quien hoy me hizo reír -como pocas veces ya lo
hago- con un artículo que tituló ‘El salto del tigre’. A partir de ya, maestro,
esa columna suya figura entre lo hilarante memorable que atesoro: el Ignatius
Reilly de Toole, los informes de Pantaleón Pantoja a sus superiores, ‘Buenos y
malos’ de la insuperable Lucia Berlin, lo que escribe el sexagenario voluptuoso
de Delibes, ‘Sólo para fumadores’ de Julio Ramón Ribeyro, incontables partes
del Julius de Bryce Echenique, ciertos pasajes descarnados del Viaje al fin de
la noche de Céline, el mejor Fernando Vallejo que es el que escribe, algunas
charlas de Rodrigo y Susana en Fragmentos de amor furtivo, ‘Los sueños de un
buen cristiano’ de Marco Tulio Aguilera Garramuño, no pocas páginas de La
guaracha del Macho Camacho, ‘El ciego perfecto’ de Fernando Morales y no sé
cuántos capítulos del Quijote aunque de entre todos, el 18 de la primera parte.
Sé que hay más pero por de pronto es lo que recuerdo.
82. La vida
no es como cada quien opina que debiera ser. La vida es como es y sanseacabó.
83. En
materia política y electoral, yo no me fío tanto de las “ideas” como del
talante de la persona por la que voto. A cualquier candidato de suyo
malintencionado pero bien asesorado se le pueden oír o leer promesas
llamativas, audaces y hasta brillantes que de antemano sabe que no va a cumplir
si resulta elegido, pero a ese “precanalla” o canalla en toda regla le queda en
cambio más difícil falsear su verdadera personalidad. Lamentablemente, y de ahí
que en tantas partes ganen siempre los peores sujetos, intuir la bellaquería
sólo se les da bien a muy pocos.
¿Cómo
aprender, entonces, semejante arte? La mayoría diría que aprendiendo a leer y
por ende a pensar. Sin embargo, si uno se fija en el número nada despreciable
de intelectuales y de escritores que desde antiguo han apoyado a los peores,
forzoso resulta cuestionar tal aserto.
84. Pero
y ¿quién puede ser culpable de haber nacido con las reservas gramscianas de
razón y voluntad desequilibradas para mal, o de que se le vayan desbalanceando
por el camino?
85.
Pienso en otros oficios en los que sea tan patente (y, si me apuran, tan
injusta e injustificada) la conciencia de inferioridad frente a otros que se
dedican a lo mismo y me cuesta dar con uno igual de reverente que el de los
escritores y los escribidores (a la mierda los escribanos buenistas del campus
que sea): “Yo escribo columnas de opinión y aforismos, pero nada como los
cuentistas y los poetas”. “Yo escribo aforismos y cuentos, pero nada como los
ensayistas y los poetas”. “Yo escribo cuentos y ensayos, pero nada como los
novelistas y los poetas”. “Yo escribo ensayos y novelas, pero nada como los
poetas”. “Yo sólo escribo poesía y todos ustedes están en lo cierto: ¡nadie
como los poetas!”.
86.
Entre que se pierda un amigo por no prestarle plata y que se pierdan plata y
amigo, adivinen por qué opto.
87. Nada
de entusiasmos vanos: la muerte o la defenestración de un tirano jamás van a
suponer la paz total y perpetua con que sueñan los esperanzados recalcitrantes
sino tan sólo un interregno de cierta convivencia, que habrá de terminar como
terminan todos: con la materialización del próximo que sepa sacarles provecho a
la estupidez y las pasiones sectarias de las multitudes que, azuzadas, corren a
guarecerse bajo el paraguas de las extremas.
88.
¡Atención, mucha atención! Jorge de Burgos está de vuelta entre nosotros
-perdón: entre nosotros, nosotras y nosotres-: “La risa sacude el cuerpo,
deforma los rasgos de la cara, hace que el hombre parezca un mono.” “La risa es
signo de estulticia. El que ríe no cree en aquello de lo que ríe, pero tampoco
lo odia. Por tanto, reírse del mal significa no estar dispuesto a combatirlo, y
reírse del bien significa desconocer la fuerza del bien, que se difunde por sí
solo.” “La risa es la debilidad, la corrupción, la insipidez de nuestra carne.
Es la distracción del campesino, la licencia del borracho...” “La risa libera
al aldeano del miedo al Diablo, porque en la fiesta de los tontos también el
Diablo parece pobre y tonto, y, por tanto, controlable.” “La risa distrae, por
algunos instantes, al aldeano del miedo. Pero la ley se impone a través del
miedo, cuyo verdadero nombre es temor de Dios.” “...si la risa es la
distracción de la plebe, la licencia de la plebe debe ser refrenada y humillada
y atemorizada mediante la severidad”: es decir la fórmula que con tanto éxito
viene empleando el buenismo biempensante desde cada vez más universidades, en
cada vez más ámbitos y con cada vez más inclemencia.
Desde el
que por descuido o gusto echa un chiste sobre ciegos o putas o cojos o feas o
maricas o lesbianas o negros o gordas, hasta el profesor que con la mejor de
las intenciones propone en clase un tema -¿cuál no?- que pueda herir las susceptibilidades
de los vulnerables, las vulnerables y les vulnerables, pasando por el artista o
el poderoso que sin atenuantes cae en desgracia por acusaciones muy solventes
de víctimas reales o calumniosas y fabricadas por algún resentido, todos saben
lo que son las dentelladas de esta nueva jauría virtual y analógica que hoy se
arroga el derecho de castigar así al incauto como al indócil.
De
ellos, de los indóciles, depende que esta nueva versión del monje ciego y
despiadado afloje y se desdibuje.
89. Si
usted es de los que creen que Putin hay solo uno, o quiere entender cómo es
posible que a más de mil millones de personas las domine y las envilezca el
partido único de su país mediante (qué sé yo) algunos cientos de miles de
funcionarios-esbirro, lea la parte titulada ‘Caigo en desgracia’ del David
Copperfield de Dickens. Ahí, junto con la resolución del misterio del papel que
desempeñan la cobardía y la estupidez humanas en las tiranías, van a poder
establecer parangones muy diversos entre, por ejemplo, cómo a un hogar
armonioso y feliz, y a un país sin mayores penurias o hasta próspero y
promisorio, los pueden perder la imprevisión y la tontería de un enamoradizo
con hijos a su cargo y las de unos votantes lelos y crédulos, ávidos todos de
las mentiras y los edulcoramientos en los que los canallas son tan diestros.
90. Ve
uno todas esas protestas de blancos gringos y europeos dizque indignados por el
racismo de la sociedad y en particular de los policías, y no puede por menos de
preguntarse cuántos de ellos se casarían con la hija o el hijo de George Floyd,
o permitirían de buen grado que uno de sus vástagos caucásicos lo hiciera. Yo,
que soy ciego y por ende sé de qué va la discriminación, no juzgo al
vergonzante que, sin que sepa por qué razón, siente fastidio por el que no ve
(no oye, cojea, tartajea, tiene la piel más oscura o los ojos rasgados) pero
intenta que no se le note pues entiende que se trata de otra, entre tantas,
mezquindad del alma humana en las que los sapiens nos vemos enredados contra
nuestra voluntad.
Para no
ir muy lejos, yo mismo experimento por el pelo corto de mujer con piel de
cualquier color o por el quieto de las negras, por las demasiado gordas blancas
o negras, por toda aquella -y aquel- a la que le falta una extremidad -no un
dedito apenas- y por toda mujer que no huela a fresco, es decir a champú y a
jabón, un rechazo a la cercanía física que quisiera no sentir pero que siento.
Cosa muy distinta es hacer alarde de las propias miserias a la manera en que lo
hacen los descerebrados que votan por Trump o Bolsonaro. (Ahora: si comparo a
cualquiera de esos abortos que por desgracia no fueron con el mamerto hipócrita
de Wilson Sáenz, los de marras merecen que se los ame.)
91.
Definitivamente el mundo es un caos donde los reclamos de lo prístino, lo
originario, lo fundacional se pueden desvirtuar en cualquier momento gracias a
nuevos datos arrebatados a la oscuridad por un estudioso.
92. Y es
que si hoy no fuera hoy sino mañana, de seguro que ningún negacionista del
calentamiento planetario tipo Trump o Bolsonaro podría ser presidente de los
Estados Unidos o de Brasil. Pero eso será mañana, cuando áridos o inundados, o
áridos e inundados, los gobiernos y el mundo luchen contra lo que ya no tendrá
reversa: la muerte transitoria de la Tierra y, con ella, el merecido fin del
antropoceno.
93. ¿Me
van ustedes a decir que en el cinismo más puro y desvergonzado no se agazapa un
arte, un humor muy fino que a muchos nos hace simpatizar inconfesamente con el
cínico?
94.
Entre los tabúes que con tanto celo mima esta especie, uno que ni se menciona:
el que obra en contra del que se atreve a confesar su falta de entusiasmo y
amor por la vida. En otras palabras: mientras que la pulsión de vida -fingida
en unos, genuina en otros- es un imperativo social -con todo lo que el adjetivo
abarca-, la pulsión de muerte contra uno mismo constituye un anatema
imperdonable que se debe callar so pena de que incluso los más liberales se la
cuestionen con acritud, los beatos y los tanatófobos lo “cancelen” por ser un
mal augurio y una pésima influencia para ellos y sus familias, y de ahí para
allá.
95.
Maticemos: si bien es cierto que “matar a un hombre no es defender una
doctrina, es matar a un hombre”, matar a un Hitler en ciernes, a un Stalin en
ciernes, a un Castro en ciernes, a un Putin y a un Chávez en ciernes o a un
violentador ojalá futuro o en su defecto presente de cuerpos indefensos de
animales y personas no es matar a secas sino extirpar.
96. En
este mundo de dos sexos con sus variantes procede, por un lado, que los
LGBTQIAK (según van las cosas, llegará el día en que la sigla no quepa ni en
una cuartilla) vivan a su aire y tengan exactamente los mismos derechos que los
heterosexuales: matrimonio religioso o civil, adopción, heredar y dejar
herederos, equidad en los ámbitos educativo y laboral... Pero por otro, que los
que voluntariamente integran ese colectivo desistan de la mentecatez que supone
el pretender torcerle el pescuezo a una verdad irrebatible de la biología: se
nace macho o hembra, y que sean las pulsiones las que decidan llegado el
momento.
97. Si
el ‘mamerto’ que no ve en el ‘facho’ nada distinto que a una rata ideológica y
el ‘facho’ que no ve en el ‘mamerto’ otra cosa que a un hipócrita redomado
supieran todo lo que en común tienen, y por azar llegaran a estos versos de
Baudelaire, al menos un ramalazo de incomodidad tendría que agitarles la
conciencia: “Yo soy la herida y el cuchillo / la bofetada y la mejilla, / yo
soy los miembros y la rueda / soy el verdugo y soy la víctima”.
98. Qué
curioso -o inexplicable, o paradójico, o contradictorio- que nuestra relación
con los dueños de esos primeros tactos -las manos del médico, las de las
enfermeras cuando no las de las comadronas- que sentimos sobre nuestra piel
-acariciándola, examinándola- en el momento siempre angustioso del nacimiento
sea nula en el 99,9% de los casos, cuando lo cierto es que semejante acto
iniciático debería generar un nexo que dure lo que la vida del ‘acariciado’.
Pero no bien reflexiono en esto, me parece que oigo al genio que nunca falta
responder con condescendencia y en tono ex cátedra que la razón que explica la
ausencia se llama “guantes quirúrgicos”.
99. Que
no fastidien los incondicionales del “todo tiempo pasado fue mejor” -que por
cierto no fue lo que dijo don Jorge Manrique- porque la política siempre ha
sido asunto, y muy mayoritariamente, de sinvergüenzas natos, de ciertos
idealistas devenidos sinvergüenzas con el ejercicio de la que creían su
vocación y de alguna que otra persona (Angela Merkel, Jacinda Ardern, Simone
Veil, Francisco Morazán, Vicente Gerbasi, Carlos Rangel, Olof Palme, José
Figueres Ferrer, Eloy Alfaro, Rómulo Betancourt, Benjamín Disraeli, Lee Quan
Yew, Václav Havel, Mijaíl Gorbachov) que, en contra de las dificultades
saludables que impone la democracia y de su individual y humana falibilidad,
hace por sus conciudadanos cuanto puede y juzga lo más conveniente si no para
todos, sí para la mayoría.
100. Si
frente a cada Creonte que tiraniza un país y hasta un pedazo de mundo hubiera
un Hemón, un Tiresias y una Antígona que se le opusieran con la determinación
con que se les debiera hacer frente a los tiranos, a los malditos Xi, Chávez,
Putin, Videla, Trump, Franco, Bolsonaro, Ortega y demás remedos deslavazados de
Hitler, Stalin y Castro se les dificultaría al menos un poco la ejecución de
sus empresas criminales y corruptas de guerra y hambre.
101. Al
feminismo sensato le correspondería plantarles cara a los miles de insensatas e
histéricas -y a los que les hacen el juego- que van por ahí llamando “monstruo”
al que les echa un piropo en la calle, les pide el teléfono en la universidad o
las invita a salir en el trabajo. Que les pregunten a Jineth Bedoya y a Lydia
Cacho, a Malala Yousafzai y a Malalai Joya, cuatro mujeres capaces y valientes
que han pagado un altísimo precio por serlo, qué es un monstruo a ver si las
versiones coinciden. O a los millones de niñas y mujeres anónimas de cualquier
latitud que, por miedo o aislamiento, no denuncian la violencia de todo tipo
que sufren a diario, y en el más oprobioso silencio.
¿Me voy
yo a investir de indignado o a equiparar con los violentados en su niñez o
adolescencia por curas o pastores o familiares malparidos, sólo porque cuando
estaba muy jovencito dos o tres maricones me piropearon o me lo pidieron cuando
en la calle me ayudaban a coger el bus? Seamos serios y volvamos a llamar a las
cosas por su nombre para que a lo monstruoso se le dé tratamiento de crimen
imperdonable y delito gravísimo y se lo juzgue como tal, a lo abusivo -el acoso
permanente por parte de quien sea y en donde sea- se lo castigue con la sanción
a que haya lugar, y a lo anecdótico -un piropo, una picada de ojo, un beso al
aire- no se le dé ninguna importancia. Ojalá llegue el día en que a una
descentrada de estas que pretenda interponer una queja o una denuncia por lo
que no es otra cosa que un requiebro, o a lo sumo una impertinencia, la
ridiculicen convenientemente y la manden a paseo, precisamente para que se
vuelva seria.
102.
Decía el otro día en su artículo hebdomadario de El País de España Elvira
Lindo, cuyas opiniones suelen ser tan acertadas, lo siguiente:
“…Mientras
algunos expertos hablan de lo que era sin duda predecible, dado el creciente
desvarío mental y el aislamiento social de Putin, el déspota, la población
ucrania seguía con sus rutinas sanadoras, aunque siempre existiera la inquietud
de un conflicto. Nadie está entrenado para abandonar su casa de un día para
otro, nadie sabe lo que es dormir en una estación de metro hasta que no se ve
obligado a hacerlo, ni a buscar un refugio en el otro lado del país o de la
frontera. La vida se impone de tal manera, y hace bien en imponerse, que lo
único que se tiene colgado en el imán de la nevera es el horario de los
extraescolares de los hijos o los nietos. Cuando en estos días leo o escucho,
en esas irritantes sentencias que se cuelgan en las redes, la denuncia de una
humanidad que no aprende, pienso de qué humanidad están hablando, ¿qué culpa
tiene esa humanidad, si es que se puede hablar en abstracto, de que un sátrapa,
imbuido de delirantes razones históricas, decida destruir los cimientos de la
vida de los inocentes? Cuando hablamos de la humanidad, a qué nos referimos: ¿a
una abuela de Kiev, de Mariupol, de Kharkiv? ¿Por qué deberían saber ellas de
estrategias geopolíticas si el único derecho que les debería asistir es vivir
en paz? ¿Nos referimos cuando de la humanidad insensata hablamos a un niño que
de pronto ve sacudida su rutina escolar para esconderse muerto de miedo en un
sótano que hace las veces de refugio antiaéreo? ¿Pensamos en la madre que a
punto está de parir, en el padre que vive el primer bombardeo desde una
fábrica?
[...]
Hay que tener poca humanidad para acusar a esa humanidad de algo.”
Leí su
columna, la releí y me quedé observando a mi gata un largo rato. Aproveché que
dormía y en un par de ocasiones la sobresalté con ruidos desacostumbrados para
ella. Una y otra vez, con el necesario intervalo de tranquilidad, la misma
reacción: un salto felino para ir a caer detrás del sofá más a mano que la
resguardara. La conclusión se impone: mientras que los animales, incluso los
domésticos más mimados y queridos, jamás se darían el lujo de desactivar a
voluntad -toda una maravilla que no puedan- su sistema biológico de alerta ante
el peligro, nosotros no sólo lo hacemos -todo un horror que podamos- sino que
justificamos que así sea.
Quiero
creer que en Kiev, en Mariupol, en Kharkiv y en toda Ucrania hubo abuelos bien
enterados y perspicaces que, al corriente de las amenazas de invasión y guerra
por parte del psicópata ruso, reunieron a sus hijos y nietos para informarles
que debían partir hacia el exilio en previsión de que lo peor ocurriera. Quiero
creer que acá en Colombia y en cada rincón del mundo hay también abuelos,
padres de familia, educadores y opinantes que les estén explicando a sus
nietos, hijos, estudiantes, oyentes y lectores el peligro latente de que aquel
engendro del mal auténtico pueda pulsar, en cualquier momento, el botón de su
arsenal nuclear para hacer que el mundo que conocemos vuele en pedazos, o casi.
Y quiero creer que ellos, como yo, desean fervientemente que alguien del
círculo más próximo del bandido, imbuido de repente de valor, le descerraje en
la cabeza el tiro salvífico que hace mucho tendrían que haberle pegado. También
a otros.
103. Se
denomina ‘omertá’ la sutil aunque inocua diferencia que existe entre el cobarde
y el indiferente crónicos.
Desde el
que sufre en silencio los acosos y humillaciones de que es objeto un compañero
de clases, pasando por el que calla su indignación de saber que el jefe se roba
la plata destinada a los refrigerios escolares de los niños pobres, hasta los
millones que hoy vemos, impotentes y llorosos -lo de los indiferentes es la
impavidez pero poco importa-, cómo Putin, los que lo admiran y apoyan abierta o
solapadamente en Rusia y en todo el globo y los que ejecutan sus cochinas
órdenes masacran a los ucranios y arrasan el país, todos somos presas de esa
tara moral de una especie a la que, no obstante y con heroísmo, intentan
redimir unos cientos de almas de veras solidarias que curan heridos o entierran
muertos abandonados a su suerte, que les calman el hambre y el frío a los que
huyen de la guerra, que arriesgan sus vidas para sacar de las ciudades
bombardeadas a los que empavorecidos se esconden en las estaciones del metro y
en otros escondrijos improvisados, que cobijan bajo sus techos -muchos de ellos
carentes- a los recién llegados a sus ciudades o que donan dinero o tiempo para
ayudar a paliar la infamia.
Ellos lo
intentan, pero Marina Ovsiánnikova lo consigue.
104. Del
mismo modo que un puñado de seres humanos por lo común anónimos luchan hasta la
extenuación para rescatar a la especie del mar de indiferencia y cobardía en
que se ahoga, un ínfimo porcentaje de los religiosos de la fe que sea son los
que les plantan cara, amén de a esas lacras, al sectarismo, la pederastia, el
fariseísmo y otros mil pecados de que se hacen partícipes tantos de sus
homólogos. Sus iglesias y toda la humanidad les debemos a la hermana Gloria
Cecilia Narváez, Al padre Francisco de Roux, a aquel capellán de la Universidad
Pedagógica Nacional de nombre Luis Enrique y de apellido que se me escapa, a un
sacerdote del barrio Galerías de Bogotá cuyos nombre y apellido se me escapan,
a “los sacerdotes jesuitas Javier Campos y Joaquín Mora” de quienes me habló
Villoro en una columna, al sacerdote y santo jesuita Antonio Beristaín de quien
me habló Savater en otra columna, al padre Ernesto del escritor Mario Mendoza,
al pastor sin nombre ni apellido con que se desahoga Karl Ove Knausgard a la
muerte de su padre y a todos los que no conozco pero que ardo en deseos de conocer,
esta mínima luz de esperanza que todavía orienta entre tanta tiniebla.
105. A
falta de un mejor nombre, llamo “sensación cataclísmica” a este fatalismo que
me define desde muy niño. Un niño que convertía una simple gripa de su madre en
orfandad inevitable; que, ya adolescente, se atormentaba con la certidumbre de
una impotencia incurable cuando apenas comenzaba a descubrir los deleites del
tálamo -y de las alfombras, el pasto; los ascensores, las escaleras de
edificio; los ríos, el mar-; que, siendo aún muy joven, convertía en suyas y en
lastres para su cuerpo y mente cada enfermedad sobre las que le ía o de las que oía; que, instalado en
la seguridad económica y laboral de sus treinta, dejó de centrarse tanto en sí
mismo y se aplicó casi con masoquismo a registrar e intentar comprender cuanto
de malo -claro que sin perder de vista lo bueno- ocurría en el mundo; y que
hoy, cerca de la cincuentena y prácticamente despojado de la exigüísima ración
de optimismo que logró arañar en la repartija genética, mira con horror pero
sin sorpresa cada nuevo desvarío de los poderosos que lo conducen sin falta, y
con el aplauso o la irresolución de los millardos que son a un tiempo sus
víctimas y cómplices, a un desenlace nuclear y medioambiental, o político y
económico y social.
¿Qué
porcentaje de la humanidad, circunstancias del yo aparte, conocerá de primera
mano lo que acá cuento: que no hay dicha o alegría o entusiasmo o esperanza que
no estén signados por el presentimiento -por lo común infundado- de un
infortunio que venga a cagarse en todo?
106. Si
los humanos confesáramos todo lo malo que pensamos y sentimos en ciertos
momentos de nuestras vidas, concluiríamos forzosamente que en cada uno de
nosotros, sólo que con intensidades distintas, bulle inexorablemente la maldad.
La siento en mí y no en pocas ocasiones en que he llegado incluso a maldecir
(mentalmente) al ser que más amo en esta vida -mi madre-, o a desearles la
muerte (mentalmente) a personas que espero tener siempre a mi lado. La
reconozco en esas mismas personas, que se esfuerzan para intentar disimular la
alegría -por lo general pasajera- que les producen ciertas desgracias ajenas.
¿Que cómo lo hago? Oyendo con suma atención las palabras que la boca de turno
profiere, así como las cadencias de esa voz, que no logra controlar la
disonancia. Y todos, sin excepción, nos vemos obligados a callar muchas de esas
mezquindades por completo involuntarias de nuestras humanas naturalezas,
incapaces como somos de lidiar con tanta miseria de la que, reitero, no somos
responsables.
¿O me
van a decir que es culpable el hijo que en un rapto de locura silenciosa
quisiera ver muerta o matarla él mismo a esa madre a la que casi siempre tanto
quiere? ¿O me van a decir que es culpable la envidiosa a la que se le pasa por
la cabeza que la cara se le desfigure a esa hermana a quien tan unida siempre
ha estado? ¿O me van a decir que es culpable el envidioso que se alegra
momentáneamente con la tragedia que le acaba de ocurrir a un amigo al que, así
no lo crean, mucho aprecia y todo porque aquel amigo fue hasta entonces más
feliz y afortunado? No, no nos engañemos: reconozcamos que en las honduras más
recónditas de la conciencia de cada ser consciente que en el mundo ha sido se
enquista el horror de lo monstruoso, del que nadie -pero nadie es nadie-
escapar puede. Nadie: ni usted, ni ella, ni él, ni ustedes ni mucho menos yo,
que por algo esto escribo. Ni el más santo de los santos -en el supuesto de que
algo así sea posible en tratándose de humanos-, ni el más bueno de los buenos o
el más virtuoso entre los virtuosos está libre del pecado original: schadenfreude
lo bautizaron los alemanes, que yo sepa los únicos que se han atrevido.
Me pongo
a pensar en cuántos de mis estudiantes, incluso algunos de los que me aprecian
o creen que me aprecian, padecerían -porque se padece- una oleada de schadenfreude
al enterarse de que su profesor ciego, camino de la universidad, sufrió un
accidente: cayó entre una alcantarilla sin tapa que había en un andén
cualquiera. Pero como esa sensación nos avergüenza indefectiblemente si la
sentimos en relación con alguien al que no se odia, pues sacudimos la cabeza e,
instintivamente, le pedimos perdón a Dios -incluso los muy ateos- por sentir
eso tan horrible que acabamos de sentir o que seguimos sintiendo pero que
intentamos, casi siempre con éxito, sepultar bajo expresiones compasivas y
fórmulas convencionales. “¿Que se cayó? ¡Pero dónde! ¡Dios mío! ¿Pero está
bien? ¿Venía solito?”.
Adelante,
pues, con el único antídoto contra semejante destino vergonzoso: la negación a
ultranza.
107. Si
un buen día se despiertan picados por la curiosidad de saber con certeza cuánto
ha cambiado el mundo desde que dejó de ser analógico para transmutarse en
virtual producto de las pantallitas a que cada lelo se aferra con la
desesperación con que el arrastrado por la corriente al tronco de árbol que
logró pescar en su descenso a los infiernos, no es sino que lean con toda atención
‘Penas’ de la insuperable Lucia Berlin, viajen a un balneario nada más que con
un esfero y una libreta de apuntes y se sienten a observar: pueden estar
seguros de que los observados en ningún momento, bajo ninguna circunstancia, se
van a dar por aludidos de que ustedes los observan.
108.
Descubrí hace poco que me estoy volviendo agorafóbico y la razón, más que la
inseguridad galopante de Bogotá, es el descomedimiento del ruido, que todo lo
coloniza aquí, en Mariquita: de los pitos estridentísimos y revientatímpanos de
las motos más baratas y humosas a los idénticos del camión y la tractomula; del
reguetón o la bachata a todo taco en cualquier almacén de zapatos o ropa a los
miles de megáfonos con que en una misma cuadra los vendedores vocean sus
chucherías; de los televisores a todo volumen con partidos de fútbol a los
altoparlantes con bachata o reguetón que atruenan los pobres oídos dentro de un
mismo restaurante o cafetería; de los timbrazos insoportables de millones de
celulares a los millones de videos que cada lelo (mi maestro Pérez-Reverte los
llamaría “idiotas sociales”) oye, sin audífonos, en bibliotecas, iglesias,
salones de clases, bancas de parque, vestíbulos de hotel, oficinas, salas de
espera de lo que sea, urgencias de hospital, quirófanos de hospital, baños de
hospital, cafeterías de hospital, capillas de hospital, cuartos de hospital,
camas de hospital, morgues de hospital y cementerios.
Y aquí
viene la súplica de un desesperado: ¿habrá alguien capaz de echar a rodar una
nueva pandemia un poco más letal que la del coronavirus, para que vuelvan los
encierros masivos y con ellos el silencio, a ver si por fin puedo leer ‘Discorde’,
de Mike Goldsmith?
109.
Según como se mire, el amor de los que nos aman puede ser -lo es casi siempre-
una bendición de Fortuna la veleidosa o -sólo en muy contadas ocasiones- el
peor de los lastres, y explico lo segundo.
Si usted
es un enfermo crónico o incurable del cuerpo y la mente -una cosa conduce a la
otra y viceversa- y está mamado de serlo; si usted es un desencantado o un
desesperanzado o un desesperado crónico e incurable y está mamado de serlo; si
con usted la perra vida se porta muy mal y no le da tregua en su mala suerte
congénita y está mamado de que con usted se ensañe y, como los otros, cree que
la única y definitiva respuesta es el suicidio, el amor de los que lo aman pasa
a ser algo tan indeseable como la vida misma. ¿Es o no es cierto, mis muy
estimados cófrades de Harry Haller?
110. Me
escribe una amiga a la que quiero aunque no la conozca personalmente -ni falta
que hace-: “¿Cómo se puede vivir en un mundo sin libros? Más aún: ¿cómo se
puede sobrellevar el oscuro caos de la existencia sin contar con el orden de la
escritura? Imagínate esa ceguera colosal, que el alfabeto sólo fuera para ti un
incomprensible puñado de manchitas, unas cuantas hormigas de tinta sin
sentido”. Y yo le respondo: “Estimada Rosa:
Justo en
estos momentos, mi hermano el cristiano y millones de creyentes fervorosísimos
más de la fe que sea se estarán preguntando: ‘Pero y ¿cómo se puede vivir en un
mundo sin Dios?’, mortificados y rabiosos por mi falta de fe y quizás también
por la tuya. Y de forma simultánea, en muchos otros ámbitos, habrá fanáticos
del fútbol, de los videojuegos, del rock de los 60, de la astrología y de
cuanta manía se te venga a la cabeza preguntándose cómo es posible que haya
aburridos que a esas horas tengan un libro entre las manos sin que los mate el
tedio.
Por otra
parte, déjame contarte que tras veintitrés años de docencia universitaria
demasiado insatisfactoria por lo que a lectura y escritura se refiere, hoy
tengo por muy dignos a aquellos que, por nunca haber pisado la escuela, no
saben que la zeta se llama zeta y por tanto no pueden identificar ni ese ni
ningún otro caracter dentro de un texto, y por muy indignos a los que sí saben
y pueden hacer justamente eso mas no comprender nada de lo que leen y por
supuesto tampoco expresarse por escrito pese a alardear de sus diplomas
profesionales y hasta de sus especializaciones, maestrías y doctorados. Te
cuento que a mí -y sé que a otros tantos: ¿te suenan María Elvira Roca Barea y
Javier Marías?- el analfabetismo que me quita el sueño no es el del iletrado
propiamente dicho, sino el de los analfabetos funcionales que, a diferencia de
los primeros, desconocen que lo son pero si lo supieran, tampoco les
importaría.
Un
abrazo y un beso fortísimos y ¡a ver cuándo es que por fin nos vamos a conocer
personalmente!”.
111. Una
pregunta para los estadígrafos. De diez amoks adolescentes o en todo
caso muy jóvenes que -de momento- en los Estados Unidos de América cogen -¿sin
permiso?- uno de los fusiles de asalto de papá y mamá o se compran un fusil de
asalto con el dinero que papá y mamá les dieron de regalo en el cumpleaños,
¿cuántos mientan el título de una novela o el de un cuento y cuántos el de un
videojuego o el de una serie a manera de “móvil” para la perpetración de la
matanza?
112. Un
muy buen ejemplo de “autocensura” es el silencio que algunos nos imponemos ante
cada despropósito que oímos repetir aquí y allá en referencia a la religión, a
las religiones.
Desde el
que cuenta el cuento del todo inverosímil de que entre los hombres vivió
treinta y pico años el hijo carnal de un dios improbable, o que a ese dios
improbable le llevó menos de una semana crear y poner en su sitio lo que parece
haberse llevado entre trece mil y catorce mil millones de años para ser lo que
es, hasta el que asegura que la vida no es sólo una sino múltiples facetas del
mismo horror, a los que tales ideas nos parecen ocurrencias disparatadas se nos
fuerza a callar, cuando lo que querríamos es cortar por lo sano con todo
aquello mediante un gesto desaprobatorio o el abandono sin dilaciones ni
formalidades del que nos quiere dar la lata. Y la razón de que casi nunca
cedamos a esos impulsos es la desmesura hipócrita esa de que “toda creencia
religiosa es respetable”.
A mí la
única creencia que en este sentido me ha parecido del todo respetable es la de
un colega que hace algunos años me contó, cuando nos tomábamos un café de entre
clases, que era católico por tradición familiar y que claro que el creacionismo
no constituía para él cosa distinta que una candidez de pésimo gusto pero que,
aun cuando se atenía a los datos científicos que cifraban la edad del universo
en lo que la cifraban, en él sí que alumbraba la convicción de que detrás de su
origen tenía que haber una entidad superior que lo forjó. “Tan probable como
que la cuna se meza sin ayuda de ninguna mano” creo que le respondí, antes de
despedirnos para volver al corte.
113. Me
mamé, simplemente, de que en cada restaurante bueno o mediocre aunque con
ínfulas a los que voy me pregunten -y para completar en tuteo meloso- no bien
me alisto para recibir el batacazo del importe a pagar: “¿Deseas incluir la
propina?”. Deseo -debería contestarles- a las mujeres de ciertos prójimos y a
las hijas jóvenes de algunos amigos, fumarme un cigarrillo con el primer tinto
del día, acariciar a mis gatos cuando ellos lo tienen a bien, masturbarme en la
más absoluta intimidad pensando cada vez en una de mis frustraciones venéreas o
rememorando una dicha distinta de la carne, morirme joven y no resucitar más
nunca. ¿Pero librar de la obligación de la nómina a quien por lo común me tima
y me decepciona?
114.
Baladroneaba del modo siguiente, en recientísima columna, el protagórico y
cartesiano autor de -entre otros- ‘Ética como amor propio’, ‘Ética de
urgencia’, ‘Ética y ciudadanía’, ‘Invitación a la ética’, ‘Los caminos para la
libertad: ética y educación’ y, sorpréndanse, también de ‘Tauroética’:
“En una
de las escenas más sugestivas de Moby Dick, el honrado y prosaico Starbuck
reprocha al capitán Ahab su obstinación en vengarse de la ballena blanca:
‘¡Enfurecerse contra un ser sin uso de la palabra es impiedad!’. Y Ahab le
responde: ‘Todos los objetos visibles no son sino máscaras. En cada
acontecimiento, en el acto vivo, en la acción resuelta, algo desconocido, pero
siempre razonable, proyecta sus rasgos tras la máscara que no razona. ¡Y si el
hombre quiere golpear, ha de golpear sobre la máscara!’. Lo humano es utilizar
las cosas y seres naturales como parte lúdica o trágica de un tablero simbólico
en el que se desenvuelve nuestro destino. Ponemos intención expresiva en el
opaco reto de lo que nada explícito formula, pero todo puede significarlo para
nosotros: montañas, simas, océanos, bestias, planetas lejanos, cataclismos,
agujeros negros… La mente humana se ejercita coloreando agujeros negros. Y
dando voz tierna o amenazadora a lo que no habla…”.
Parece
increíble que quien esta barbaridad trae a cuento y reafirma, en tono de
chacota y con total desprecio del sentir y la ética ajenos -por ejemplo los de
los animalistas y los ecologistas ecuánimes, que claro que los hay-, sea el
mismo Fernando Savater cuasi lacrimoso que en sus columnas rememora demasiado a
menudo la muerte de su esposa, o el indignado y serio que -como es apenas
natural- sigue clamando contra la impunidad y las tajadas generosas de poder
con que se premia al terrorismo etarra. Desde hace algún tiempo sospecho que el
filósofo, en su guerra a muerte contra la estupidez y la sinrazón del peor
buenismo (que yo también combato, salvo que esforzándome muy mucho para no
revolver peras con manzanas), anda actualmente tan confuso y extraviado como en
su momento lo estuvieron algunos “idealistas” que, por cerrazón y soberbia, se
“transformaron” en lo que son hoy y no van a dejar de ser ni aun muertos:
terroristas, secuestradores y asesinos a los que de cuenta de un “ex” real o
supuesto, quienes quisiéramos verlos pudriéndose en la cárcel y ardiendo en los
infiernos, nos tenemos que tragar en cambio el sapo de verlos pavoneándose, a
los muy granujas, en Parlamentos y ocupando curules que tendrían que estar
reservadas para los representantes de sus miles de víctimas.
De
verdad que yo sí hago votos por que usted, maestro Savater, recapacite y
recomponga a fin de que no se siga envileciendo innecesariamente y desvirtuando,
con semejante cara dura, su obra tan meritoria.
115. Si
existen tres palabras que consigan explicar muchos de los problemas del mundo,
y en todos los ámbitos, esas son arbitrariedad, cinismo e incoherencia (el
orden es, aclaro, meramente alfabético).
El
tirano y su cohorte de áulicos y asesinos que, alegando su derecho a la
seguridad y a no sentirse amenazados por nadie, invaden un país vecino y matan
a civiles inermes de todas las edades, y destruyen ciudades e infraestructura,
y condenan a toda una sociedad a la diáspora o a la intemperie en la
indigencia, y al atraso, el miedo y la angustia crónicos del desposeído. El
yihadista pederasta que, para alcanzar un cielo prostibulario colmado de
huríes, hace de cualquier lugar concurrido su infierno particular. El partido único
de un país que a diario le grita al mundo su derecho a una autodeterminación
que, sin embargo, él les niega a sus más de mil millones de súbditos. El
profesor y el estudiante de campus público (el nombre universidad sólo debe ser
para aquellas que sin cortapisas celebran y prohíjan el universo) que se quejan
de la inexistencia o el menoscabo en la libertad de opinión y expresión de que
supuestamente son víctimas, pero que al mismo tiempo le impiden (y muy a menudo
con violencia) a cualquiera que piense distinto, o les afee su radicalismo, que
ejerza la suya. Los hipócritas y autodenominados ‘provida’ que se oponen al
aborto pero que difícilmente aceptarían hacerse cargo del niño que una mujer no
está o no se siente facultada para criar. La iglesia que dice defender la vida
hasta sus últimas consecuencias, a sabiendas de que muchos de sus predicadores
les han desgraciado las suyas a cientos de miles de niños y jóvenes víctimas de
la pederastia y otros pecados abominables. El autor de renombre que busca enseñarle
al mundo entero, con sus publicaciones, de qué va aquello que llamamos ética,
pero les declara una guerra sin cuartel a los que la conciben diferente y, sin
saberlo, luchan contra tropelías que curiosamente constituyen gustos y
aficiones personales que aquel “librepensador” no está siquiera dispuesto a
reconsiderar. El padre o la madre de familia que lleva con autoridad las
riendas de la casa pero alecciona a sus hijos para que se insubordinen en el
colegio. El profesor mediocre (¡legión, legión!) que les fustiga al gobierno de
turno y a los precedentes (claro que sólo si son de derechas o de centro) su
desinterés en la educación, pero improvisa en cada clase que dicta lo que le
sale de la mollera y aprueba a todos los estudiantes con notas sobresalientes,
según él en procura de “la equidad y la no discriminación”.
Como
ven, la lista es interminable.
116.
Nada que sorprenda: que los que hablan hoy de “ciencia hegemónica” y de
“justicia epistémica” sean los mismos que reivindican, a grito pelado, la
necesidad de “universalizar el derecho a la educación superior”, de “el arte y
la cultura como construcciones colectivas de las que nadie debe quedar
excluido” y sandeces por el estilo. Alegan todas estas lumbreras que
cualquiera, dado que “todos somos igualmente inteligentes” porque “en cada ser
humano alumbra un genio potencial”, podría ser un Einstein, un Bethoven, si a
todos se nos procuran las oportunidades de que sí gozan los privilegiados,
entre quienes tan difícil es asimismo que brote la genialidad. Pero mis amigos
no reparan en eso.
Obcecados
en su idea fija de que si Messi hay solo uno no es porque el astro argentino
sea un muy disciplinado prodigio de su deporte sino por la falta de canchas en
las barriadas, de que un políglota probado lo es no por su talento innato y su
consagración al estudio de las lenguas sino porque tuvo dinero y por tanto
posibilidades de aprenderlas en los mejores institutos y universidades, de que
si Diana Trujillo destaca hoy por hoy en la NASA se lo debe más a hipotéticos
nexos y conexiones que a su brillantez científica y entereza personal, los de
marras se niegan en redondo a entender que no todo el que puede hacerlo quiere
estudiar (en las universidades abundan los matriculados y escasean los
estudiosos), que el hecho de tener un papá escritor o una mamá artista no
supone que yo sea al menos un buen lector o un consagrado al arte, o que raros
son los casos de hijos inventores de padres inventores. Que yo sepa, mis
posibilidades como escribidor son, si las comparo con las capacidades y los
logros editoriales de una Lucia Berlin o de una Irene Vallejo, de un Stefan
Zweig o de un Karl Ove Knausgard, tan ínfimas como las de cualquier escribano
buenista hablapaja de cualquier facultad de humanidades al que se lo compare
conmigo. Lo comprendo, lo acepto y me hago cargo.
117.
Recuerdo la tarde en que un veinteañero pedante, alumno también de literatura,
abrió dos ojos como platos cuando me preguntó y yo le dije que no, que no había
leído a Gracián y ni siquiera oído su nombre. Sé lo que sé -de eso respondo- y,
lo que no, puede que lo aprenda algún día.
118.
Estudié para profesor con la ilusión de poder fomentar entre mis estudiantes el
amor por la disciplina, la exigencia y la excelencia académicas a las que no es
posible desligar, como pregona el buenismo biempensante y todopoderoso de
magisterios y seudointelectuales de izquierdas, de la necesaria jerarquía que
impone el mérito. Ignoro si fracasé sin atenuantes o si algo muy modesto
conseguí. Lo que sí sé es que de haber tenido la suscripción que hoy tengo a la
DW y la alegría de ver en Televisión Española Saber y Ganar de lunes a domingo
si se me antoja, con invitar a los muchachos a compartir conmigo esos
deslumbramientos cotidianos me habría bastado.
119. ¿De
qué tamaño es el abismo que se abre entre la escuela de los que ven en la
disciplina, la exigencia, el rigor y la excelencia lacras que perpetúan la
discriminación y la exclusión y frustran cualquier posibilidad de equidad o
igualitarismo, y la que sin proponérselo nos plantea este testimonio de un
inmortal: “Lo que quiero decir simplemente es que, siempre que he intentado
hacer algo en mi vida, he puesto todo mi empeño en hacerlo bien; que, cuando me
he consagrado a algo, lo he hecho en cuerpo y alma; que, tanto en las cosas
pequeñas como en las grandes, he trabajado siempre con la mayor seriedad. Nunca
he creído posible que una habilidad natural o adquirida pudiera desdeñar la
compañía de otras virtudes más humildes como la laboriosidad y la perseverancia.
En este mundo no hay nada comparable al deseo de llegar hasta el fondo de las
cosas. Es posible que el talento y la oportunidad constituyan los dos largueros
de la escalera por la que algunos hombres suben, pero los peldaños deben ser
sólidos y resistentes; y nada puede sustituir a una voluntad ardiente y
sincera. Ahora me doy cuenta de que mis reglas de oro han sido no hacer nada a
medias y no menospreciar ninguna de mis tareas, cualesquiera que fueran”? ¿En
poder de cuál de las dos obra el secreto de las transformaciones a que aspira
toda sociedad más, o menos, democrática?
120.
Entre mis luchas diarias, ninguna como la que sin tregua libro para impedir que
el horrísono español de la mayoría de los medios por los que me informo y de
las reuniones de profesores de los departamentos de lenguas en que trabajo se
me instale en la sesera y de ese modo acabe hablando como cualquier reportero
del informativo de Yamid Amat y escribiendo en galimatías inclusivo de revista
indexada de humanidades.
Si por
estos días Mein Kampf obra los efectos deseados se lo debo a dos
traductoras formidables, que me están haciendo alucinar, respectivamente, con
‘Manual para mujeres de la limpieza’ y David Copperfield: Eugenia Vázquez
Nacarino y Marta Salís. Un abrazo y un beso colmados de gratitud para ambas.
121.
Asegura André Gide que “con los buenos sentimientos no se hace literatura”: que
demuestren los que de esta máxima se hacen eco, claro que si pueden, que el
capítulo 43 de David Copperfield y la novela toda no lo son.
122.
Asegura André Gide que “con los buenos sentimientos no se hace literatura”: que
prueben los que de esta máxima se hacen eco, claro que si pueden, que ‘A ver
esa sonrisa’ no lo es.
123.
Cuando de por medio hay un gran escritor tipo Dickens o Berlin, los buenos
sentimientos, los malos sentimientos, los sentimientos más vulgares -lo cursi
de mal gusto (¿o me van a decir que no conocen lo cursi bello?), lo ramplón, lo
guachafo, lo guiso, lo corny, lo cheesy-, los sentimientos más nobles y los más
innobles devienen literatura gracias a su genialidad.
124.
Tres conceptos entrañables que pervirtió la chusma ecolálica: qué es un héroe o
de qué va el heroísmo; en qué consiste el perdón; a qué “exactamente” se lo
puede llamar histórico.
125. La
literatura, que sirve para tantas cosas maravillosas, resulta del todo ineficaz
si de lo que se trata es de impedir que el ególatra, el pagado de sí, el
egotista inficionado por el complejo de Dios, reflexione sobre el sentido del
ridículo y en consecuencia lo evite: ¿ya vieron en YouTube el numerito de
Francisco Umbral titulado ‘He venido a hablar de mi libro’? Deplorable.
126. Las
muertes recientes de Antonio Caballero y de Javier Marías le arrebataron al
mundo -a mi mundo- una porción generosa de la siempre escasísima lucidez que, por
serlo, es incapaz de disipar las tinieblas, ellas sí ubicuas. De ustedes dos,
maestros, me queda, a más de sus artículos y libros, el ejemplo inestimable del
que opina y debate -Marías siempre y Caballero casi- sin traicionar su
conciencia. Aunque me alcanzo a imaginar qué habrían escrito acerca del
apuñalamiento aleve y cobarde de que fue víctima Salman Rushdie a manos del
yihadismo islámico, me quedé sin saberlo. Lo que sí sé, en cambio, es que
ninguno de los dos habría pasado de agache ni en este ni en prácticamente
ningún otro tema de esos tan espinosos que ponen en riesgo la integridad y la
vida del que se compromete y denuncia o condena.
“…Aunque
añadiré que lo primero que uno debe hacer es intentar no ser un héroe muerto.
Una cosa es huir de tu responsabilidad social […] y otra cosa es ser suicida.
Entiendo muy bien a aquellos que callan tras llegar a cierto punto de peligro;
y a aquellos que huyen. No sólo los entiendo, sino que los aplaudo”,
reflexionaba ayer en su columna semanal una mujer brillante por quien profeso
iguales admiración y respeto -además de amor-, pero de quien me distancio del
todo en esta ocasión. Que callen y huyan, si les da la gana y los vencen el
miedo y la desinformación y la apatía, mi madre y mis hermanos, mis amigos y vecinos
adictos a sus disfrutes, el funcionario gris de entidad pública o de banco de
archimillonario, el deportista ignorante y la ignorante modelo pero jamás el
que motu proprio informa y opina. Los que a eso nos dedicamos por vocación, con
o sin paga, estamos en la obligación de ser igual de suicidas y temerarios que esa
minoría de hijos de Alá que no tienen miramientos a la hora de estallarse en
medio de una multitud de inermes a los que condenan, en procura de un cielo más
falso que su fe, al infierno de su violencia.
Tengo el
pálpito de que los que como tú opinan en el caso de Salman Rushdie, de Naguib
Mahfuz y de Charlie Hebdo tal vez crean que si no se incomoda a los terroristas
de la religión y de la política, ellos no van a tener motivos para atacar pero
se equivocan. Al menos tanto y con igual estruendo que los bellacos que hoy
justifican la invasión rusa a Ucrania con el argumento falaz y ruin de que
Europa provocó al criminal de guerra que preside el Kremlin, o los que, con
ingenuidad insultante o auténtica mala fe producto de su afinidad ideológica,
abogan por la negociación y el apaciguamiento de las relaciones con las
tiranías china, norcoreana, venezolana, cubana, nicaragüense y hasta con la
siria. Mis aplausos tienen destinatarios concretos: Salman Rushdie, Fernando
Vallejo, Marina Ovsiánnikova, Noor Ammar Lamarty, John Carlin y demás suicidas
temerarios de la pluma o el micrófono.
Claro
que mejor lo explican, y a dúo, Nietzsche y Zweig: “En lo que se refiere al
conocimiento, ‘la ceguera no es sólo error, sino cobardía’, y la indulgencia es
un crimen, pues aquel que tiene miedo o vergüenza de hacer daño, aquel que teme
oír los gritos de los desenmascarados o retrocede ante la fealdad del desnudo,
ése no ha de descubrir nunca el último secreto. Toda verdad que no alcance el
punto más extremo posible, toda veracidad que no sea absoluta, no constituye
nunca un valor absoluto. […] No hay verdades de gran estilo que surjan por
adulación; no hay grandes secretos que puedan ser descubiertos en una charla
llana y familiar; la naturaleza sólo se deja arrancar sus secretos más
preciosos a la fuerza, con violencia, con tenacidad; gracias a la brutalidad se
puede hacer la afirmación, en una moral de gran estilo, de ‘la majestad y la
atrocidad de las exigencias infinitas’. Todo lo que está oculto exige mano dura
e intransigente; sin firmeza no hay sinceridad ni ‘conciencia de espíritu’.
‘Donde desaparece mi sinceridad, quedo en las tinieblas, allí donde quiero
saber, quiero también ser sincero; es decir: duro, severo, intransigente, cruel
e inexorable’…”.
127. Si
la pregunta infaltable de entrevistador que no lee pero posa de muy culto y
perspicaz fuera, en lugar de “¿Qué libro se llevaría a una isla desierta si
sólo pudiera escoger uno?”, “¿por qué género literario se decantaría usted si
se lo forzara a leer y especializarse en ése y sólo en ése?”, me vería, como
cualquiera que ame la literatura, en serísimos aprietos para dar una respuesta.
Tanto más cuanto que aquel en el que estoy pensando no existe formalmente y por
ende no está bautizado.
Yo lo
llamaría, de buenas a primeras y apremiado por la impaciencia del que formuló
la pregunta, “la opinión de los grandes en periódicos y revistas”. Claro que
sí: me refiero a los artículos semanales o quincenales que religiosamente leo,
entre domingo y lunes, de Juan Esteban Constaín, don Juan Gossaín y Eduardo
Escobar en El Tiempo; de Héctor Abad Faciolince, Carlos Granés, Piedad Bonnett,
Santiago Gamboa, William Ospina y Julio César Londoño en El Espectador; de
Javier Marías (ah pérdida irreparable), Javier Cercas, Irene Vallejo, Manuel
Rivas (¿pero por qué dejaste de escribir, hermano?), Rosa Montero, Leila
Guerriero, Elvira Lindo, María Elvira Roca Barea, Adela Cortina, Eliane Brum,
Gustavo Martín Garzo, José Ovejero, Enrique Krauze, Eduardo Lago, Enrique
Vila-Matas, Manuel Vilas, Javier Sampedro, Martín Caparrós, Antonio Muñoz
Molina, Fernando Savater, Manuel Vicent, Juan José Millás, Álex Grijelmo, Juan
Gabriel Vásquez, Mario Vargas Llosa y Fernando Aramburu en El País de España;
de Antonio Caballero (ah pérdida irreparable), Daniel Samper Pizano y Daniel
Samper Ospina en Los Danieles; de John Carlin en La Vanguardia o en Clarín; de
Juan Villoro en Etcétera y de Arturo Pérez-Reverte en tantas partes. Ellos me
permiten lo que sus ficciones o libros especializados me vedan o dificultan muy
mucho: tener con sus autores un diálogo franco y periódico, tomar fiel y
detallada nota de sus coherencias e incoherencias ideológicas, de sus bondades
y ruindades, del valor de sus declaraciones y la cobardía de sus silencios, de
lo que los atormenta o fastidia o preocupa o conmueve y deja indiferentes o
alegra o entusiasma o hace exultar.
De cada
uno de ellos sé o creo saber (tal vez no más lo intuya), gracias a las
opiniones que vierten y a las que se guardan o expresan con reticencias según
sus intereses y cálculos, a sus análisis sesudos y a sus juicios de valor, a
sus obsesiones de largo aliento y a sus monomanías transitorias, si estoy ante
lo que para mí es un muy buen ser humano -los imprescindibles-, ante un ser
humano a secas tipo la mayoría -los “inocuos”-, ante un malandrín -los
prescindibles- o ante un canalla en toda regla -los indeseables-. De ahí que pese
a admirarlos a todos -el motivo por el que los leo y los voy a seguir leyendo-,
sólo me apetezca conocer a los del primer grupo, que no llegan a diez. Y de
entre ellos, a Irenita y Rosita en primerísimo lugar.
128. La
aspiración eterna de gran parte de la humanidad: poder leer los pensamientos de
los que, por las razones que sean, nos interesan, importan u obsesionan.
Conozco el abracadabra: se llama “opinión de los grandes en revistas y
periódicos”.
129. Me
disculparán ustedes, pero es tanta la desconfianza mezclada con desprecio que
me producen casi todos los políticos y muy particularmente los de las extremas,
que hablando acá conmigo mismo le pregunto a Gregorio -suspicaz y desconfiado
este man como sólo pueden serlo los ciegos respetables- si el apuñalamiento de
Bolsonaro en 2018 y el disparo fallido a Kirchner de 2022 no habrán sido
ideados y orquestados con toda diligencia por ellos mismos para hacerse con el
poder o retenerlo a toda costa.
-Mire
-me dice el muy cabrón-: si por estúpido erostratismo hay legiones dispuestas a
las mayores temeridades, por una presidencia y mil apariciones en las primeras
planas y en las portadas de mayor circulación, una estancia corta en el
hospital o un susto de relumbrón son inversiones ínfimas y más lucrativas que
todos los tráficos y las tratas juntos.
Me lo
quedo mirando y me digo que con nadie estoy tan sintonizado como con él, pese a
que demasiado a menudo lo odio “con la mitad del odio que guardo para mí”.
130. “La
imaginación no es un estado: es la existencia humana en sí misma”: sólo quien
lee religiosamente a Juan José Millás en El País de España comprende el alcance
de lo dicho por el poeta.
131.
Asquea ver a la vernácula policía de la moral de Occidente calculadamente
histérica, haciendo como que se rasga las vestiduras porque la policía de la
moral del totalitarismo iraní arrestó, torturó y asesinó a Mahsa Amini, ella sí
una de los millones de víctimas tangibles del más aborrecible de los machismos
practicado por hombres y mujeres que mutilan clítoris o permiten que se
mutilen, que rocían con tíner o gasolina y les prenden fuego a Lauras Angulo
colombianas o de cualquier otro país del continente que sea, que violan o
permiten que violen a Zoilaméricas Ortega Murillo nicaragüenses o nigerianas,
que esclavizan y explotan sexualmente a mujeres inermes (no todas lo son: ni
Rosario -alias Jezabel- Murillo ni las dos ternezas que recientemente
participaron en Medellín en el enceguecimiento a golpes de don Hernán Castrillón
lo son) en España o en Camboya, o que estupran o se lucran del estupro de hijas
o parientes ni siquiera púberes con quienes se comercia legal o
clandestinamente. Y mientras todos estos horrores ocurren, mientras que Laura
Angulo contempla sus quemaduras en el espejo y las violentadas en grupo luchan
para sobreponerse al asco y al infortunio, nuestro feminismo universitario,
editorial, político, periodístico y mediático, es decir parte de nuestra propia
policía de la moral, pendiente de quién no triplica el género, echa chistes
verdes, exterioriza sus parafilias, confiesa sus transgresiones o lanza piropos
en la calle para caerle encima y hacerle perder el empleo y con él su buen
nombre. Todavía no para matarlo como la satrapía iraní a Mahsa, pero ya pronto.
132. A
mí no me pregunten si he leído tal o cual cosa -no es de su incumbencia-. A mí
pregúntenme qué ando leyendo.
133.
Entre las paradojas que me asombran, ninguna como la de que la existencia de
Jesús, el hijo carnal improbable de un dios improbable, se dé por sentada pese
a no haber de ella otra prueba que las fabricadas por los que dizque lo
conocieron. Entre tanto, se duda de la del ciego Homero no obstante haber
dejado, para que las tocáramos y olfateáramos y gustáramos y oyéramos y sintiéramos
y leyéramos, entonces hoy y siempre, su Ilíada y su Odisea imperecederas. ¿Y quién
sino el prejuicio es capaz de semejante proeza?
134. El
caso de un pobre amigo, víctima reciente del pensamiento desiderativo.
Resulta
que conoció, hace cuestión de meses, a la que hasta ayer no más fue su esposa y
hoy enemiga por haberlo traicionado con un conocido, o sea por haberle hecho a
él lo que cuando la conoció le hizo con él a un conocido de ambos. “¿Y no te da
miedo -le pregunté yo cuando me contó que se casaba- que al cabo te pase
también a ti?”. Tan bravo se puso que me llamó ‘gato negro’ y ‘ave de mal
agüero’.
Zanjé el
asunto con un silencio prolongado que hasta hoy dura, pero recuerdo que pensé
que mi pobre amigo procedía como los millones que hoy descartan de plano que
Putin y su panda de psicópatas se atrevan a atacar con armas atómicas a Ucrania
o a los que consideran sus enemigos fuera de Ucrania. Les puse voz: “¿Y quién
dice que porque Truman y los gringos lo hicieron lo vayan a hacer Putin y los rusos?”.
Gatos negros y aves de mal agüero que somos John Carlin, Jacobo Deza y yo.
135. Hoy
(domingo, 2 de octubre de 2022), cuando la humanidad pueda que esté a días o a
lo sumo semanas del tercer ataque con armas atómicas de la historia y de la
subsiguiente declaración de la Tercera Guerra Mundial, aterra, entre muchas
otras realidades, el obsceno panorama político que tenemos delante. Gobiernos
de extrema izquierda y de extrema derecha aquí y allá, y como cosa curiosa unos
y otros, no sé si todos pero sí la mayoría, incondicionales del psicópata ruso
y de sus secundadores por acción u omisión.
En mi
calidad de ciudadano de este país llamado Colombia, le exijo al presidente
Gustavo Petro Urrego la neutralidad militar y política de nuestra nación en el
cataclismo o, si se precisare tomar partido, que se tome por el eje que
constituyan Los Estados Unidos de América, la Europa antiputinista y los países
que tengan a bien acompañar a Occidente en semejante sinsalida bélica.
Lamentablemente, sé que me dirijo a un interlocutor ausente pues conozco de
sobra las querencias y compromisos de un gobierno por el que no voté y al que
le anuncio desde ya mi más férrea oposición si su resolución llegare a ser la
previsible: el apoyo material o aun simbólico a los asesinos de guerra del
Kremlin y a sus aliados en la infamia.
136. Si
las hembras de nuestra especie comprendieran lo que sí saben y ponen por obra
las hembras de los bonobos (que para domeñar a los machos -al patriarcado- hay
que forjar coaliciones y no propiciar colisiones entre ellas), en mucho menos
tiempo que el que las feministas más iracundas llevan empeñadas en que se las
haga “visibles” en el lenguaje, el cual en su miope activismo confunden con la
vida, el orden imperante desde siempre se vería forzado a batirse en retirada.
Ahora, que tal posibilidad sea o no deseable es un asunto por completo
distinto.
137. Leo
las soflamas políticas de William Ospina, Santiago Gamboa y Julio César Londoño
en El Espectador, tan desmesuradas y de mal gusto ellas cuando reivindican la
honorabilidad del pueblo sufrido y trabajador, y me pregunto si estos manes han
vivido alguna vez en Colombia; si cogen taxi, compran carne en la fama y
víveres en la tienda del barrio; si alguna vez han empleado a un albañil,
plomero, carpintero o electricista; si por suerte saben lo que es comprarle
algo a un buhonero de playa o de chaza urbana.
Por lo
visto ni una cosa ni la otra, pues de lo contrario sabrían que ocho de cada
diez taxistas le cobran a cada pasajero mínimo dos mil pesos de más los menos
ladrones; que por ejemplo, durante la pandemia, resultaba menos oneroso mercar
en las grandes superficies porque si la libra de carne costaba en el Éxito
quince mil pesos, don Chucho les cobraba a las amas de casa diecisiete mil por
450 gramos; que nueve de cada diez -y me quedo corto- “rusos” y sujetos por el
estilo incumplen y roban a los pobres clientes con mayores astucia y cinismo
que los empleados por políticos y contratistas en su desangre del erario; que a
diario, turistas y viandantes desprevenidos se dan cuenta demasiado tarde de
que lo que les devolvió el que les vendió el collar o el cigarrillo está
incompleto o no está, porque les “metieron” monedas o billetes falsos. Mis
porcentajes son, estimados columnistas, un poco distintos de los suyos tan
alegres y optimistas: la honorabilidad, sustantivo que no admite gradaciones,
está repartida por igual en todos los estratos y ámbitos de nuestra sociedad y
de muchas otras.
No creo
que llegue a un 20% el número de empresarios, políticos y ciudadanos de
cualquier oficio que, como Arturo Calle o Mario Hernández, Humberto de la Calle
Lombana, Antanas Mockus o Sergio Fajardo, los dos taxistas de cada diez que no
le quitan un peso a nadie, el albañil y el plomero y el carpintero y el
electricista que no se vuelan con el anticipo y cumplen escrupulosamente con el
trabajo para el que se los contrató, merezcan el honor de que se los llame
honorables. Y ya que estamos, se me antoja que la honorabilidad de quien goza
del privilegio de opinar de palabra o por escrito en los medios de comunicación
respetables -y El Espectador todavía lo es- reside o debiera residir en la
objetividad de lo que se afirma y de los números que se suministran o sugieren,
al igual que en el propósito de no transigir con nadie que no lo merezca, y
menos aún con esa entidad inconcreta y deleznable llamada pueblo.
138. Un
ejemplo magnífico de cómo combatir el machismo estructural con buena
literatura:
“Miguel,
el exmarido de Sally, y Andrés venían cada día, pero a horas distintas. Solo
coincidieron una vez. Me sorprendió que automáticamente todos los miramientos
fueran para el exmarido. Se había vuelto a casar hacía mucho, pero aún se debía
tener en cuenta su orgullo. Andrés apenas llevaba unos minutos en la habitación
de Sally. Le serví un café con pan dulce. Justo cuando lo puse en la mesa,
entró Mirna.
-¡Que
viene el señor! -dijo.
-¡Rápido,
a tu cuarto! -dijo Sally, y Andrés se fue corriendo a mi cuarto, llevándose el
café con el pan dulce. Apenas cerré la puerta, apareció Miguel.
-¡Café!
¡Necesito café! -dijo, así que fui a mi cuarto, le quité el café y el pan dulce
a Andrés y se lo llevé a Miguel. Andrés se esfumó…”: ¿entienden ahora, mis muy
queridas primas, amigas, conocidas y ex alumnas por qué esta congénere suya es
insuperable?
Ella
sabe que la lucha a muerte que en Occidente libran las mujeres desde hace tanto
no ha sido en vano sino todo lo contrario, porque la única revolución con
logros tangibles y perdurables en la historia de la jodida humanidad es la que
relegó al cuarto de San Alejo a los machos que exigían, para casarse, un himen
intacto; que apaciguó los ánimos belicosos de muchos varones y los puso más
bien a cambiar pañales y a dar biberones y a asistir a las reuniones de padres
en parvularios y colegios; que, a fuerza de desobediencia inteligente, hizo
retroceder al papá y al hermano que le indicaban a la hija y a la hermana desde
con quién salir y casarse hasta qué estudiar y opinar y por quién votar en
elecciones o por qué no hacerlo; que, en fin, tiene hoy colmados los salones de
clases, los laboratorios científicos, los parlamentos, las redacciones de
revistas y periódicos, los estudios de radio y televisión, los bares, los
hoteles, las playas y las calles de niñas, muchachas, mujeres jóvenes y maduras
y ancianas que estudian e investigan y legislan y gobiernan y viajan y experimentan
y beben y fuman y se acuestan cuando y con quien les da la gana.
Desconocer
semejante realidad innegable por el hecho de que siempre va a haber tareas
pendientes e incluso retrocesos (como el que hoy tiene contra las cuerdas en
muchos estados de los Estados Unidos al aborto y los anticonceptivos) es
absurdo y contraproducente, pues beneficia nada menos que a los trogloditas que
añoran el Occidente ese sí patriarcal y machista de los bisabuelos y los
tatarabuelos, y le da la razón al tristemente célebre femifascismo que,
malcarado y siempre con el ceño fruncido, quiere hacernos creer que poca o
ninguna diferencia hay entre, por ejemplo, las afganas a las que humilla y
deshumaniza la peor versión de la caverna islámica y las occidentales envilecidas,
según sus voceras, por un patriarcado feroz y omnipresente con el que alucinan
y trafican con éxito en los medios. Donde ojalá se puedan volver a oír, cuando
se atenúe al menos un poco todo este estruendo de los fanatismos actuales, las
voces de las que como Lucia y Dorothy saben que nada como la comicidad y el
cinismo para desafiar la arbitrariedad de los malos y ridiculizar la necedad de
las tontas con ínfulas: “Bebe y baila, ríe y miente, ama toda la tumultuosa
noche porque mañana tenemos que morir”; “Me gusta tomarme un Martini. Dos como
mucho. Después del tercero estoy debajo de la mesa. Después del cuarto estoy
debajo del anfitrión”; “Vamos, que es una de esas mujeres que jamás es feliz a
menos que se sienta desgraciada. Disfruta sintiéndose desgraciada”: léase
activista de la ‘cuarta ola’.
Ah, pero
como de lo que se trata es de que dejen de contaminarse con los reclamos
siempre destemplados de las ménades del “somos las esclavas sempiternas del
machismo estructural”, ahí les van, muchachas, un par de artículos de un par de
amigos a cuál más inteligente y ameno: ‘Ser un machote es muy cansino’ de Rosa
Montero, y ‘El futuro les pertenece a ellas’ de John Carlin. Léanlos y no se
dejen distraer que van muy bien; pero, eso sí, sin bajar nunca la guardia
porque la godarria que encarnan, entre otros, los representantes de los
monoteísmos y sus diezmantes acecha y se sabe mover.
139.
Permíteme, Lucia adorada, que te hable con la autoridad -la única que me
asiste- que me confiere la ceguera congénita: esto que me cuentas (“Me pasó una
cosa rara esta semana. Con el rabillo del ojo empecé a ver pequeños cuervos que
pasaban volando como flechas. Cuando me volvía ya no estaban. Y cuando cerraba
los párpados veía destellos fugaces, como motos surcando la autopista a toda
velocidad. Pensé que sufría alucinaciones o que tenía un tumor en el ojo, pero
el médico me dijo que eran máculas en la retina, que a mucha gente le ocurre…”)
no es preocupante: no-lo-es.
Que se
preocupen alarmen y horroricen los que ven en Putin y en Xi la promesa de la
justicia social que le espera al mundo cuando por fin caigan los gringos con su
imperio; en las payasadas taumatúrgicas de los pastores más desvergonzados,
auténticos milagros dominicales; en el reguetón y la bachata el presente de un
arte llamado música; en La carretera y Ensayo sobre la ceguera, novelas
inmortales o al menos aceptables; en Trump y en Bolsonaro a dos patriotas; en
los ultraortodoxos judíos y en el Israel que ocupa Palestina y que aplasta a
los palestinos, a ciudadanos con derechos y a un Estado que vela por sus
intereses; en los profesionales jóvenes y muy jóvenes a la generación más
preparada de la historia; en los niños que dominan con pericia sus
‘smartphones’ a las criaturas más inteligentes y despiertas de cuantas han
pisado nunca el mundo; en la paz total de Petro y los petristas un sueño
realizable; en los campus públicos del destrozo y la pedrea y la consigna
trasnochada, laboratorios de estudio y conocimiento; en la complejidad por
excelencia que es el suicidio, un acto de cobardía o un acto de valentía y el
vacío por medio; en la sobreabundancia musical y fílmica y deportiva de las plataformas
tecnológicas la materialización de la felicidad que la pobre desgraciada de mi
abuela analógica se murió sin conocer; en la jerigonza inclusiva un progreso
hacia el igualitarismo; en la fidelidad de los cuerpos y en el matrimonio
religioso, la estabilidad de una vida sin mayores sobresaltos; en “nuestras
pecas y nuestros peques” la inocencia y en “nuestras adultas y nuestros adultos
mayores” la sabiduría. A diferencia de todo este reguero de ciegos
saramaguianos, tú por lo menos cuentas con ese diagnóstico. Así es que mucho
ánimo, mi amor platónico.
140.
¿Pero y yo cómo hago para decirles a don Hernán Castrillón y a todos los ciegos
devenidos que no conozco que nada está perdido, que no se van a morir sin
volver a ver porque la cura está inventada y tiene nombre? Se llama literatura
y es en sí misma un prodigio y un milagro, pero no de pastor taumaturgo de
iglesia cristiana: “Veo ciervos, en cambio, subiendo por las laderas del monte
Sanitas y la cresta Dakota cuando los primeros albores iluminan las rocas. Si
hay nieve y hace mucho frío, las cimas se arrebolan, el hielo convierte el alba
en un vitral rosado, coral fosforescente”; “Ahora las urracas pasan como
relámpagos azules, verdes sobre el fondo nevado. Tienen un graznido similar,
mandón y estridente”.
Ojalá
llegue el día en que venza toda esta abulia, todo este hastío que me tienen
maniatado y por fin me decida a escribir algo que ya cuenta con un título. ‘Del
prodigio de ver siendo ciego’ se va a llamar, si la suma dificultad de escoger
y clasificar cientos o tal vez miles de bellas -por bellas o siniestras-
imágenes tipo las dos anteriores no se termina imponiendo y postergando para
nunca este anhelo. Envidio a mis gatos y a Pérez-Reverte: una voluntad como la
de ellos es lo que le pediría al diablo en un pacto. Claro que tras haberle
pedido, en primerísimo lugar, dichas venéreas de muy diversas edades: “De entre
catorce y cuarenta y cuatro, Señor” le señalaría, aunque sólo para facilitarle
la tarea.
141. Más
fácil se acaba la humanidad producto de un intercambio de atenciones entre las
potencias atómicas que la guerra contra las drogas y a favor de los
narcotraficantes por iniciativa de los Estados Unidos de Biden o del que sea. Que
prueben entonces Petro, Boric, López Obrador y demás gobiernos de izquierda del
continente de qué esta hecha su tan cacareada rebeldía y regulen
“unilateralmente” la producción y la comercialización, no sólo de la mariguana,
sino también de la cocaína. La coyuntura está que ni pintada para por fin
legalizar el consumo de esas y otras drogas, produzcámoslas nosotros o los
afganos.
¿acaso
quién respeta y le teme hoy al, por desgracia, decadente imperio del norte?
Desde luego que no los chinos ni los rusos, tampoco los saudíes, los sirios o
los turcos, los serbios y ni siquiera los húngaros del baladí Orbán. Y ojo que
no ironizo ni mamo gallo: si no aprovechamos la tan afamada -aunque todavía
pendiente de demostración- indocilidad de los que siempre supieron qué hacer
con el poder cuando fungían de oposición a lo largo y ancho de Latinoamérica, y
la blandenguería de los demócratas que aún no resuelven el dilema de si darle
prelación a la lucha contra el xiputinismo fuera o al trumpxiputinismo dentro,
la vacilación nos va a pesar lo que nos quede de vida colectiva porque, en lo
que nos rasquemos un ojo, Donald o uno de los suyos, un vástago de Uribe u otro
Titeriván van a estar de vuelta con más de lo mismo, sólo que acerado.
142. Le
juro, admiradísimo Manuel Vicent, que no bien leí esta reflexión suya, atinada
y premonitoria (“Aquí ya no hay cabras que tiren al monte. Ahora todos somos
ovejas pasivas y no hay ninguna que se atreva a salirse del rebaño. Parece que
la sociedad civil se ha quedado exangüe, sin pulso. Existe la creencia de que
hagas lo que hagas no va a servir de nada, de modo que lo mejor es quedarse en
casa. Al menos los cerdos chillan cuando presienten que los van a sacrificar.
Las ovejas, no. Muchas veces en la carretera uno se cruza con un camión lleno
de corderos hacinados que se dirigen al matadero. Esta imagen podría ser el
paradigma del tiempo en que vivimos…”), me sentí impelido a recabar apoyos
entre mi familia más inmediata con objeto de plantarnos ante la embajada rusa
en Bogotá y protestar, como cinco golondrinas que no hacen verano, por las
tropelías que perpetra su país. Sin embargo, tengo que confesarle avergonzado
que estaban tan embebidos mi nieto en sus videojuegos, mi hermana en sus redes
sociales, mi hermano en sus rezos y mi madre en sus telenovelas y reálitis que
desistí. Y paradójicamente yo, que no sólo me manifestaría en la mismísima
Moscú sino que me ofrecería a aplastar con las manos que esto escriben al bicho
del Kremlin -con guantes, eso sí, para no ir a untarme-, me encuentro condenado
por la bendita ceguera, como bien lo puede ver usted, a pasarme la vida entre
libros e ideas, entre la bronca y la impotencia del que quisiera pero no puede
proceder en persona en contra de los canallas y los miserables.
143. Dos
ideas condenadas al fracaso desde su concepción, y ambas por la misma razón: el
desconocimiento de la naturaleza humana, carencia que se suple con dosis
altísimas de pensamiento desiderativo.
Por un
lado, esta quimera demagógica bautizada por Petro y el petrismo con el oxímoron
“paz total”. ¿Paz total en una sociedad adoctrinada por la extrema izquierda
-hoy en el poder- y por la extrema derecha -que llora su pérdida- e intimidada
por incontables bandas de asesinos que se identifican con una, otra o ninguna?
¿Con el narcotráfico y la corrupción más saludables que nunca? ¿Con semejantes
niveles de impunidad y de injusticia en todos los ámbitos? ¿Con las calles de
pueblos y ciudades sumidas en el caos y la inseguridad derivados de la
incapacidad y la desidia de los que por mirar por sus intereses no legislan ni
gobiernan, o lo hacen con chambonería: la impronta nacional? ¿Con esta
“ciudadanía” que, en lo sustancial, es la copia exacta de la clase dirigente?
Por
otro, el anhelo machista del feminismo que pretende acabar por decreto con la
prostitución en el mundo entero. Y digo machista porque las dirigentes de la
‘cuarta ola’ se conducen con las prostitutas que voluntariamente ejercen aquel
oficio como en un pasado remoto se conducían con sus esposas y hermanas e hijas
nuestros bisabuelos y tatarabuelos: desoyéndolas y ninguneándolas, porque sólo
ellos sabían lo que a ellas les convenía y les correspondía. Y por desoír y
ningunear a las prostitutas es por lo que el buenismo es incapaz de
diferenciarlas a ellas de las víctimas de la explotación sexual del tipo que
sea, delito que hay que combatir y castigar sin tregua y sin contemplaciones.
Lo que
las prostitutas y sus clientes necesitan es, mis muy estimadas virtuosas,
legislación clara y garantista y no la persecución y la clandestinidad que
engendran carteles.
144.
¿Quieren ustedes saber qué es un “columnista-militante”? Lean, entonces, ‘Diez
semanas de cambio’ de Julio César Londoño y ‘Anunciar no es gobernar’ de
Mauricio Botero Caicedo. “Sindéresis, muchachos -dan ganas de decirles al
tiempo que se les rasca la cabeza-, sindéresis que esto apenas arranca. Ni
cambios tangibles ni meros anuncios. A lo sumo y de momento, atisbos y corazonadas.
Todo está por verse y por saberse.
Adenda:
si tras leer en El Espectador aquel par de artículos no les queda del todo
clara la categoría, busquen allí mismo las columnas que Londoño y Botero
publicaron en octubre de 2018, o sea cuando la presidencia de Duque apenas
despuntaba. Verán cómo al que hoy ve el presente y el futuro con entusiasmo y
optimismo, todo le parecía entonces trágico y tenebroso y viceversa.
145. Ah,
pero en aras de la “paridad de género”, déjenme que relacione un caso más de
columnista-militante pero esta vez por omisión, seguido de apenas una mención
muy elocuente de alguien del mismo sexo que se esfuerza por propender a la
ecuanimidad, que debería honrar todo aquel que opina en los medios.
Resulta
que tras diez semanas -más si nos remontamos a la clandestina visita del
hermano de Petro a La Picota con su cúmulo de inexactitudes y mentiras-, tras
varios incumplimientos del ahora presidente que con justicia le están
granjeando fama de impuntual y poco serio, tras las compras suntuarias y para
rematar con sobrecostos de televisores, plumones y sábanas entre otras
extravagancias dignas de arribistas ávidos de poder mas no de paladines de la
austeridad y la transparencia en el uso de los dineros del erario, no pocos
lectores de Cecilia Orozco Tascón en El Espectador andamos echando en falta sus
concienzudas investigaciones sobre estos y otros asuntos relativos al nuevo
gobierno y preguntándonos si ella, a diferencia por ejemplo de su colega Ana
Bejarano Ricaurte, aún no se ha enterado de que el Titeriván y su cohorte de
ineptos -un saludo para Fernando Ruiz y José Manuel Restrepo, funcionarios
respetables de aquella resaca de cuatro años- ya no están al mando. Supone uno
que lo que procede es esperar a ver si esta mujer tan valiente como prestigiosa
periodista recala pronto en la objetividad de los mejores de su oficio, y si el
presidente y la vicepresidenta recuerdan el sabio aunque machista proverbio que
prescribe que la mujer del césar no sólo debe ser honesta: también parecerlo.
Adenda:
repitan, en procura de mayor claridad si cabe, el ejercicio de retrotracción
del numeral 24. Se toparán, nuevamente, con raseros muy distintos.
146.
Siento una gran debilidad por los seres humanos -una inmensísima minoría- que
no disfrazan sus culpas ni se las endilgan a otros.
Por un
borracho amigo mío llamado Carlos que el otro día me dijo, cuando nos fumábamos
un cigarrillo de entre cervezas a la puerta de la cantina de Lucio y Marcela
(benditas sean tú y tu cantina, mujer), “No, Gregorio. Mi esposa me dejó por
borracho. ¿Quién en su sano juicio quiere vivir con un alcohólico?”. Por Iván
René Valenciano, a quien hace unos años le oí decirles a los niños que
estuvieran viéndolo y oyéndolo en una entrevista televisada que por favor a él
no lo tomaran por modelo de nada, que su comportamiento como futbolista había
dejado mucho que desear y que si por entonces afrontaba serios problemas
económicos se debía a que entre él y su padre habían malgastado el dinero que
había ganado. Por una veintena de estudiantes que, en el transcurso de
veintidós años de docencia, reconocieron con total gallardía que si perdían el
curso o reprobaban la asignatura se debía enteramente a su falta de compromiso
y esfuerzo. Por otro borracho anónimo que en otra cantina legendaria nos
confesó abatido y desesperado a una contertulia de ocasión y a mí que estuvo
muy bien que su pareja lo hubiera abandonado y demandado por estupro, porque él
sí había manoseado y besado en medio de una borrachera a la hija pequeña de
ella. Por los escasísimos políticos y servidores públicos que -jamás en
Colombia ni en el tercer mundo y sólo a veces en países con vestigios de
decencia- no esperan a que el escándalo o la acusación los fuerce a dimitir,
pues dimiten ante los medios y asumiendo la responsabilidad que les cabe. Por
los pobres o los muy pobres que reconocen que de no haber tenido tantos hijos y
de no haber derrochado sus magros jornales en trago y otros vicios, sus
familias -¿cuántos de ellos no tienen dos y hasta tres “hogares”?- no habrían aguantado
hambre o al menos tanta. Por los ricos o los muy ricos que reconocen que tienen
de sobra para tributarle más al erario, pero que a la postre se salvan de
hacerlo porque los como ellos aunque peores que ellos, que buscan más gabelas y
exenciones, son infinitamente más sinvergüenzas.
Y por
ti, siempre por ti y antes que nada por ti: “La única razón por la que he
vivido tanto tiempo es porque fui soltando lastre del pasado. Cierro la puerta
a la pena al pesar al remordimiento. Si permito que entren, aunque sea por una
rendija de autocompasión, zas, la puerta se abrirá de golpe y una tempestad de
dolor me desgarrará el corazón y cegará mis ojos de vergüenza rompiendo tazas y
botellas derribando frascos rompiendo las ventanas tropezando sangrienta sobre
azúcar derramado y vidrios rotos aterrorizada entre arcadas hasta que con un
estremecimiento y sollozo final consiga volver a cerrar la pesada puerta. Y
recoja los pedazos una vez más. […] Todo lo bueno o malo que ha ocurrido en mi
vida ha sido predecible e inevitable, en especial las decisiones y los actos
que han garantizado que ahora esté completamente sola”.
147.
Siento una gran debilidad por el fumador o el ex fumador con cáncer que jamás
se aprovecharía de su enfermedad para, alegando ignorancia con total
hipocresía, demandar a una tabacalera y morir asfixiado pero rico. Por la puta
vocacional que admite su promiscuidad y no la barniza con victimismos de
ninguna especie, y por la prostituta de profesión que -en ciudades o pueblos
con más, o menos, oportunidades laborales- les gritan a las buenistas -que se
tapan las orejas para no oírlas- que lo suyo es una elección adulta y
consciente. Por el promiscuo homosexual, bisexual o heterosexual con sida u
otra venérea que sabe y admite que su estado de salud se derivó de su propio
descuido y no de la maldad ajena. Por el que hiere o mata a uno o a varios
borracho con su carro y paga con cárcel y dinero su delito. Por el escritor o
escribidor ciego y la pintora negra y el compositor trans y la escultora sorda
y la mujer cultora del arte que sea que saben que corren tiempos de
compensaciones ridículas y discriminadoras de otros quizá con más talento y
méritos, quienes sin embargo no reciben los premios que debieran recibir si lo
que se premiara fuera siempre eso, talento y méritos.
A unos
los conozco, a otros no pero sé que existen. Lo berraco es dar con ellos.
148.
Salvo porque si no lo aseas hiede, por lo imprescindible del papel higiénico y
las toallas higiénicas, porque si no le pasas la seda dental y le cepillas a
fondo los dientes se te queda mueco, por la impotencia masculina de cualquier
tipo, por el prurito acuagénico, por las dermatitis, por las discapacidades,
por el estreñimiento crónico y los reflujos y los gases que circulan pero no
salen, por los más de doscientos tipos de cáncer y los miles de enfermedades
que lo aquejan, salvo por esas insignificancias, yo estoy completamente de
acuerdo con los entusiastas que ven en el cuerpo humano una máquina perfecta
con la que nos obsequiaron los dioses.
149.
Señor presidente Gustavo Petro y señora ministra Carolina Corcho: los
ciudadanos que no tenemos medicina prepagada y dependemos de lo que quieran
hacer con nosotros las entidades promotoras de salud -que propongo llamar más
bien entidades inhibidoras de salud-, les vamos a quedar muy reconocidos si, en
lugar de perder el tiempo en adanismos e hipérboles utópicas del tipo “paz
total”, las meten por fin en cintura sirviéndose del siempre aconsejable
sentido común. Propongo, como primera medida, que se termine con la
vagabundería esa de las autorizaciones que todo lo dilatan y torpedean, y que
se las castigue pecuniariamente cada que haya un incumplimiento de su parte.
¿Que no le hicieron al viejito el examen o la operación que tenía programados?,
¡tome su multa! ¿Que no le entregaron completos los medicamentos al cieguito
catedrático de la Javeriana?, ¡tome su multa! ¿Que no le adelantaron a la
muchacha el aborto a que por ley tiene derecho o no le administraron a X
enfermo terminal la eutanasia sobre la que nuestra Corte Constitucional ya
legisló?, ¡tome su multa!
Recuerden
que lo ideal -¡medicina preventiva para todos, todas y todes!- es enemigo de lo
posible que es, según Aristóteles o Maquiavelo o Bismarck o Churchill, en lo
que consiste el arte de la política.
150.
¿Dónde está, me pregunto, les pregunto, el Nietzsche de nuestros días que le
grite al mundo la inminencia del cataclismo? Total, así lo hubiera, ¿quién lo
escucharía?: “Mas esa es la eterna tragedia del espíritu: que su ámbito claro y
superior de contemplación no se transmita al aire escaso y viciado de su época,
que el presente jamás capte ni perciba que un signo se alza sobre él en el
cielo del espíritu y que se oye el aleteo de la profecía”.
151. Si
la prudencia hace verdaderos sabios, la imprudencia hace verdaderos zafios.
Entre los más nocivos, las masas -ilustradas, diplomadas o iletradas- que
entronizan en el poder la demagogia de los populistas. La sabiduría electoral
de los prudentes por lo general siempre se queda corta; la zafiedad de los
imprudentes, en cambio, resulta tan abrumadora que consigue desgraciar a
millones y arruinar o envilecer a países enteros.
¿Será
que pronto habremos de sumar a la siempre incompleta lista que hoy integran
Venezuela, Nicaragua, El Salvador, Brasil, Cuba, Estados Unidos, Turquía,
Hungría, Polonia, Rusia y China los nombres de Colombia, Italia e incluso
Suecia?
152. Si
usted vive por ejemplo en Colombia y como yo está preocupado de que la
componenda entre la pospandemia, la inflación mundial, la guerra de Putin, la
codicia de los codiciosos y la impericia demagógica de Petro en la lidia con la
economía lo empobrezca del todo, oído que le tengo un par de salvavidas.
Usted
puede, si dispone de “ahorritos”, montar una pañalería, ojalá en barrios de los
estratos 1 o 2; es decir, en barriadas marginales o populares, que es donde la
fertilidad campa saludable pese a las penurias. O puede, si para arrancar
dispone de un local modesto, veinte sillas Rimax y una Biblia, montar una
iglesia cristiana. Para lo primero sólo requiere, a más de lo antedicho, la
suerte que todo lo decide. Para lo segundo, a más de lo antedicho y de la
suerte que todo lo decide, dosis altísimas de tremendismo, truculencia y mucho
arte para mandar el sable y esquilar -que es esquilmar- ovejas sin compasión.
Sopéselo y me cuenta.
153. Qué
frágiles y expuestos se encuentran los escritores muertos. A unos -piensen por
ejemplo en los hermanos Grimm-, los melindrosos con poder les mutilan con total
impunidad, dizque para adecentarla, la obra que nos legaron a todos. A otros,
editores inescrupulosos y familiares ingenuos o codiciosos les empuercan la
suya con publicaciones que ellos jamás habrían autorizado. Lo sabe el lector
atento del gran Roberto Bolaño que, asqueado, concluye tras cerrar 2666 que una
mano incapaz y mercenaria profanó y estropeó sin remedio lo que debió
permanecer inconcluso para siempre; lo sabe el lector competente que ama a la
insuperable Lucia Berlin de ‘Manual para mujeres de la limpieza’, pero repudia
el avatar que por ella firma para que otros se llenen los bolsillos en ‘Una
noche en el paraíso’. ¿Qué les parece si los que nos sabemos timados en uno u
otro caso, y en cualquiera por el estilo, hacemos causa común en contra de los
saqueadores?
154.
Pobre Lucia mía. ¿Endilgarte a ti estos bellacos semejante adefesio titulado
‘Andado, Un romance gótico’? ¿Pero acaso me creen pendejo tus hijos y tu
editorial? En los dos relatos precedentes, que asemejan simples borradores, al
menos está tu impronta. ¿Pero en este bodrio? Nada en absoluto que te anuncie y
mucho menos te contenga: ni el lenguaje arcaizante y desangelado, ni la
historia desnortada y sosa. ¿Tú, mi inalcanzable Adele de ‘Buenos y malos’,
transmutada en esta insignificancia anacrónica llamada Laura, que tú no pariste
o que pariste demasiado joven y bisoña? ¿Ante qué instancia judicial los
demando por estafa? ¿Qué puedo hacer para que se mantengan indemnes tu nombre y
tu gloria literaria tan inmensos?
155. Y
justo cuando me disponía a descolgar el teléfono analógico para llamar a mi
abogado inexistente a fin de que procediera, ¡zas!: de entre esas páginas
“tuyas” publicadas póstumamente que me habían decepcionado con los dos primeros
cuentos, herido de muerte con el tercero y esperanzado fugazmente con el cuarto
emergió, saludable, vigorosa, inconfundible, la mejor Lucia Berlin que conozco,
es decir la insuperable. Mejor dicho, esta que sabe que nada como la literatura
para denunciar las iniquidades de los dioses y los hombres -jamás de las
mujeres- y para hacer airadas reivindicaciones sociales: “A mí me daba pavor
quedar con esa secretaria, pasar tres horas con ella. Su secretaria de Santiago
llevaba el pelo en una redecilla, en casa tenía a su madre ciega y un hijo
retrasado que cada noche la esperaban hasta que volvía, en dos autobuses, de
pie probablemente, al salir del trabajo a las seis y media. […] En Lima los
suburbios eran tan inmundos y desolados como en Santiago. Kilómetros y
kilómetros de chabolas hechas con cartones y bidones metálicos, tejados de
latas aplastadas. Sin embargo, en Chile están los Andes y el cielo azul e
instintivamente levantas la mirada, por encima de la fetidez y la miseria. En
Perú las nubes se ciernen bajas, lúgubres y húmedas. La llovizna se mezcla con
las míseras fogatas. Un trayecto largo y gris hasta el centro. Una cosa que aún
me gusta en Estados Unidos son las ventanas. Que nadie corre las cortinas.
Pasear por los barrios. Dentro la gente está comiendo, viendo la televisión. Un
gato en el respaldo de un sillón. En Sudamérica hay muros altos rematados con
vidrios rotos. Tapias viejas que se caen a pedazos con portezuelas
desvencijadas. En la puerta de Cairo 22 había un tirador de macramé raído y
lleno de nudos para llamar al timbre. Abrió una anciana quechua con pinta de
bruja. Llevaba las piernas envueltas en andrajos empapados de orina para los
sabañones…”.
156.
Maticemos: hay escritores que, siendo unos canallas auténticos en la vida real,
se emplean a fondo para que sus libros les laven la mugre y sus devotos más
ingenuos los eleven a la categoría de faros éticos. Hay escritores que, siendo
unos canallas auténticos en la vida real, no se esfuerzan en absoluto para que
sus libros disfracen o desmientan las miserias de sus humanas naturalezas. Y
hay escritores que, pese a que son buenos seres humanos en la vida real, pasan
o pueden pasar por canallas auténticos ante los lectores más ingenuos, que no
en pocos casos son asimismo los más peligrosos. ¿Adivinan ahora en qué
categoría se inscriben la vida y la obra de la autora de ‘Itinerario’, cuento
formidable donde los haya?
157.
Nací ciego y pobre, en un pueblo bello aunque tan atrasado por religioso que
las monjas del hospital en que mi mamá dio a luz se enemistaron con ella porque
exigió que la operaran para no tener más hijos. Pasado un tiempo, mi papá, que
en esencia era un lector competente y bien informado a más de un buen hombre,
le empezó a decir a mi mamá que él no veía la necesidad de que ella me mandara
al colegio o al menos no de lunes a viernes y menos aún si hacía frío, o sea
siempre. El caso fue que en una casa en la que el hombre poseía el conocimiento
y la mujer la sabiduría, fue lo segundo lo que primó felizmente:
--¿Y
usted es que está loco? Si alguno necesita estudiar y esforzarse para que
mañana pueda valerse por sí mismo, ese es Totico.
Pues
bien, traigo esto a cuento por esto otro que leí en El País de España el 30 de
octubre pasado, y quiero que ustedes lo relacionen con lo que les acabo de
contar: “Pero, ¿quién se ocupa de los niños?, ¿quién habla por ellos?, ¿quién
levanta la mano para decir que eso de que los aprobados se regalan es bajuno y
falso de toda falsedad, como decía Cervantes? Porque es ahí donde la
desigualdad clava sus colmillos con más saña. Esos niños o esas niñas que van a
la escuela sin haber desayunado no escriben columnas, no aparecen sus
testimonios en las radios, no cuentan aún con las palabras necesarias para
desafiar a quien profiere una sucia mentira sobre ellos. Se esfuerzan, claro
que se esfuerzan los niños, pero a veces el esfuerzo no basta, no basta si no
se tienen materiales necesarios, si los docentes han de sustituir las
carencias, la precariedad o la desatención, si la escuela ha sido esquilmada,
si han disminuido los maestros y suben las ratios, si se pasa frío en casa, si
los profesores de apoyo no llegan, si en la familia no se lee para ayudar a la
comprensión del mundo. Los que tanto hablan del aprobado regalado intentan
desacreditar la enseñanza pública y envuelven su perversa intención en
discursos morales. Se esfuerzan los niños, mucho, pero su realidad no les
respalda. Y es a los que carecen de voz a quienes debemos prestarles la
nuestra”.
Estimada
columnista, mi madre y yo levantamos la mano. Pero la levantamos para sumar
nuestro discurso moral cargado de intenciones perversas a los de los que
lamentan que un noventa y cinco por ciento de los profesores del sector público
de Colombia y España regalen, en efecto, aprobados a tutiplén movidos unas
veces por una genuina compasión como la suya y otras -las más- por aquello de
la ley del menor esfuerzo. La levantamos para decir que si a la educación
pública de aquí y allá las carcome el descrédito y la falta de ascendiente
sobre los ciudadanos se debe, precisamente y en gran medida, a la precariedad
de la enseñanza que sus profesores imparten y a la suma lenidad que reina en
sus escuelas y colegios. La levantamos para decir que usted y muchos confunden
el sufrimiento de la pobreza con un supuesto mérito que consiste en hacer el
esfuerzo de ir a clase sin desayunar y sin los útiles necesarios para aprender,
malentendido bienintencionado que sin embargo lo único que logra es perpetuar
este estado de cosas que tanto perjudica a los más necesitados de exigencia y
amplitud de miras. Y la levantamos para decirles a todos esos niños pobres o
pobres y ciegos o pobres y ciegos y negros que, por serlo, hay que esforzarse
dos y hasta tres veces más que los niños pudientes y ricos porque sólo va a ser
mediante el conocimiento construido a partir del esfuerzo genuino y el
sacrificio personal como ellos pueden llegar a igualarlos y aun a rebasarlos.
Adenda:
cuando el 80 por ciento de los niños pobres que hoy van a la escuela por ir
pero pasan las asignaturas y los cursos “gracias a” su situación lastimosa y a
la mediocridad de los que los compadecen en lugar de educarlos como es debido y
miren qué fue del 20 por ciento de sus compañeros que con esfuerzo y constancia
vencieron las mismas y aun peores condiciones adversas, van a repudiar los
cantos de sirena que los distrajeron de lo que correspondía: estudiar, estudiar
y estudiar para que mañana a ellos no les toque mandar a sus hijos a la escuela
sin desayunar y sin los útiles que les van a facilitar el aprendizaje.
158. Si
hoy (31 de octubre de 2022) alguien me presentara al profesor Alejandro Gaviria
Uribe, actual ministro de Educación del gobierno presidido por Gustavo Petro,
le preguntaría, claro que después de expresarle mi admiración y respeto. ¿Cómo
se puede hablar desde su cartera ministerial de un vuelco a la educación cuando
se tiene por compañero de gabinete a un plagiario no confeso pero sí probado y
reincidente, para mayor vergüenza? ¿Qué estudiante bien enterado -por fortuna
no los hay- se va a tragar el cuento de que con el impresentable Guillermo
Reyes en el ministerio que sea, a la educación le esperan mejores tiempos?
¿Quién que no sean los jurados que avalan tesis plagiadas, y las universidades
que impunemente gradúan plagiarios, puede creer que un presidente que mantiene
en el cargo a un usurpador de ideas ajenas no obstante las pruebas en su contra,
tiene la autoridad moral para emprender reformas educativas de la índole que
sea? Ah, y que no salgan ahora con el cinismo manido ese de que a Reyes no lo
ha condenado la justicia pues el plagio, a diferencia de prácticamente todos
los demás delitos, no necesita de un juez que lo sopese y lo castigue, sino de
un lector despabilado que lo ponga en evidencia y, de paso, también la
incompetencia de los que por incapacidad o descuido, o por ambos, permitieron
que se perpetrara.
159.
¡Ninguneo para los impulsivos bobalicones que, posando de ambientalistas ante
las cámaras -siempre las cámaras-, entran por primera y única vez durante sus
vidas en un museo y bañan en sopa de tomates o en cualquier otra porquería la
obra que sea! ¡Gratitud y apoyo -infinita gratitud y apoyo- a los ecologistas
que, arrostrando peligros sin nombre y enfrentando inermes a la peor escoria
del extractivismo transnacional y malditos afines, batallan anónimamente para
que especies enteras no se extingan sin remedio y para que la desertificación
imparable a que se aboca el planeta se ralentice al menos un poco!
160. Si
a usted, como es apenas natural, se le resiste el embrollo de la Santísima
Trinidad, le revelo un truco literario para que lo comprenda.
Lea al
menos el primer volumen de Tu Rostro mañana que ahí va a encontrar la resolución
del misterio: Juan Deza, el Padre; Jacobo Deza, el Hijo; Peter Wheeler, el
Espíritu Santo. Y ¿Javier Marías?: el demiurgo de aquellas tres criaturas y,
por tanto, la única ‘entidad verdadera” de cuatro posibles.
161.
Para saber de qué materia están hechas las guasas de Trump, Savater y Bolsonaro
respecto de las realidades manifiestas de la crisis climática, de las que se
burlan en medio de las comodidades de sus vidas muelles, habría que sedarlos,
treparlos a un avión y soltarlos en medio de una horda de desesperados que, por
ejemplo en el Cuerno de África, van de aquí para allá en busca de alimento y
agua o al menos agua, para ellos y sus animales. Se trata de que los dejen
padecer en carne propia los rigores del hambre y la sed que son el pan de cada
día en esa y en otras regiones abocadas por la desertificación a la
despoblación forzosa, pero precaviéndose de que la terna ilustre regrese con
vida a la paz de sus hogares. Si tras semejante experiencia a alguno le quedan
arrestos para seguir gamberreando, seré el primero en reconocer que lo suyo no
era cinismo sino convicción.
162.
¿Cómo hacemos para que las ratas y ratones de John B. Calhoun le revelen a esta
superespecie nuestra (que por parlotear -por algo somos el mono parlante- no
escucha ni ve ni entiende) su secreto (toda una obviedad para ellos y un
teorema indescifrable para nosotros): que cuando las condiciones no son
propicias para la vida lo único que procede es frenar en seco y no
reproducirse? ¿De qué estrategia pedagógica nos valemos para que al menos los
millardos que hoy aguantan todas las penurias imaginables comprendan que si a
duras penas me sostengo yo solo y soltero, casado y con hijos -y cuantos más
peor- me voy a morir y los voy a matar de carencia y desesperación? ¿Cómo putas
le hago para aprender a gritar en todas las lenguas vivas del mundo otra
obviedad: que la sodomía y las felaciones, el cunnilingus y el beso negro son
también deliciosos y no embarazan? Pero me quedé en las mismas porque donde les
enseñe en qué consisten unas y otros, el buenismo y las iglesias -o sea las
iglesias- me arrojan a la pira en plena canícula mariquiteña.
De modo
pues amigos por convicción sin hijos que, como le dijo un personaje de Victor
Hugo a su interlocutor, “dejad actuar a la fatalidad”.
163.
¿Quieren que los asquee con una insidia de tartufo con buena fama?, ¡ahí les
va!: “Una de las consecuencias históricas de esta pandemia fue la derrota de
Donald Trump, y por muchas razones fue bueno celebrarla, aunque no podamos
estar convencidos de que quienes lo reemplazaron sean mejores. Quién sabe si
con Trump habría ocurrido la guerra de Ucrania. Y si fue amargo ante la
invasión a Irak saber que la familia Bush desde mucho antes tenía negocios en
ese país, hoy es amargo saber que mucho antes de esta guerra la familia Biden
tenía negocios en Ucrania. En el tiempo de la omnipresencia de las
comunicaciones, los ciudadanos sabemos poco y lo sabemos mal. Y con frecuencia
los profesionales de la opinión tienen agenda secreta”.
Imposible
un colofón más acertado para un exabrupto preñado de mala leche y peor
intención. Si, “en el tiempo de la omnipresencia de las comunicaciones” muchos
ciudadanos saben poco y lo saben mal, se debe a que no leen en absoluto o a que
leen acríticamente a profesionales de la opinión y la ideología con agenda
secreta -o más bien pésimamente disimulada- tipo William Ospina, quien no por
nada goza de todo el prestigio imaginable entre universitarios y profesores de
campus públicos, tan militantes como desinformados los pobres. Claro que con
esas fuentes…
164.
Nunca tan de acuerdo como con este deseo del gran Javier Cercas -él sí un
opinante ecuánime, sin agenda política soterrada-: “…Necesitamos una revolución
incruenta que cambie el marco mental nacionalista -de confrontación e
identidades y soberanías exclusivas- por el marco mental federalista -de
colaboración e identidades y soberanías compartidas-: una revolución tan
descomunal como indispensable”.
Pero
como no hay deseo que pueda materializarse al margen de un plan y un método, me
permito preguntarle a Javier, en procura de sus luces: ¿de dónde sacamos, entre
tantísimo docente militante de la peor izquierda y para rematar desinformado,
educadores lúcidos, “desapasionados” y al tanto de las realidades fácticas del
mundo que de verdad les enseñen a sus estudiantes el quehacer de pensar por sí
mismos, lo cual equivale a saberse independientes de cualquier militancia
política y religiosa, en las que se diluye todo conato de pensamiento crítico?
¿Qué hacemos, en tanto nuestra improbable revolución se cuece, a más de con los
artífices de la pésima educación, con estos que son sus faros políticos y
éticos: Xi el dictador y su todopoderoso partido, Putin el carnicero y sus
invasores, las satrapías islámicas y los aliados en Occidente de toda esa
escoria: Orbán, Díaz-Canel, López Obrador, Petro y el petrismo, Cabello y
Maduro, Murillo y Ortega…? Ah, ¿y con los votantes e incondicionales de la
escoria?
Sobra
expresarle, maestro Cercas, que cuenta conmigo para su revolución y con mi
admiración de lector que valora y agradece, antes que nada, su decencia y
honestidad de columnista, atributos muy escasos en este oficio.
165. Le
cuento, estimada y admirada Elvira Lindo, que en mi vida de lector y de sujeto
sexual -ambas cosas comenzaron por la misma época: digamos hacia los 15 años-
no me había topado con un diagnóstico más atinado que este suyo a propósito del
estado lamentable del bienestar íntimo mío y de muchos otros varones:
“Choca
que en estos tiempos en los que las mujeres tratamos de dignificar las
diferentes fases a las que nos somete la fisiología, naturalizando
menstruaciones, pospartos y menopausias, siga siendo tabú lo que les ocurre a
los hombres en esa zona sagrada de su anatomía, porque aun siendo hoy cualquier
experiencia considerada de interés público, incluso la más íntima, jamás se
vulnera el acuerdo tácito de no perturbar las fantasías animadas masculinas. La
trayectoria vital de las mujeres ha sido ampliamente comentada, aunque fuera
para mal y motivo de burla: ahí estaba la regla para acusar a la mujer de mal
carácter, la soltería para justificar la amargura, los sofocos de la menopausia
para señalar la decadencia. En cambio, parecía, incluso parece, que los hombres
se iban de rositas de camino a la vejez, y que mientras las mujeres se
delataban echando mano de un folleto de publicidad para abanicarse ellos
seguían tan pichis. Poco ha ofrecido la ficción en este aspecto, y mucho menos
la autoficción, donde se supone que lo autoconfesional va por delante.
Hay
quien podría pensar que del secreto no desvelado brota la leyenda, pero la
consecuencia indeseada es la melancolía: qué infrecuente es leer sobre la soledad
que muchos hombres experimentan en su madurez al no haber sido educados para
compartir la intimidad con amigos, amigas o pareja. […] Ya desde jóvenes los
varones han sido instruidos para ocultar cualquier tipo de disfunción, o peor,
para creer que padecen una disfunción si su rendimiento sexual no alcanza las
expectativas esperadas: jóvenes imitadores del porno para los que la duración
real de un polvo les resulta escasa; la cantidad de semen, poca; la incapacidad
para tener múltiples eyaculaciones seguidas, frustrante. Hombres que no saben
lidiar con la inseguridad y que se sienten, nunca mejor dicho, impotentes.
Hombres que no saben que a partir de cierta edad también a ellos les pasan
cosas y que no hay nada peor que el silencio o el desprecio social hacia quien
envejece. […]
Ay,
cuánto tiempo malgastado en impostar una imagen, en crearse un personaje
infalible, en presumir de potencia varonil. Lo más lastimoso es que haya
hombres que cumplida una edad y no habiendo aceptado jamás la imperfección de su
mecanismo sigan dando la brasa con las presas que se levantaron. Y todo este
patetismo se va a acrecentar si en vez de hablar de sexo en las aulas dejamos
que las pantallas den la lección: o sea, cinco y sin sacarla”: ¡Bravo! ¡Así se
habla, mujer!
Y como
las reflexiones de este blog se alimentan de mi experiencia vital -de mi
“autorrealidad”- y de su diálogo con múltiples puntos de vista -con el tuyo en
este caso-, pues te cuento -perdón por el tuteo, pero lo privado de la
situación lo impone-: que estando aún demasiado joven -no creo que hubiera
cumplido todavía los 18 años-, me conseguí una noviecita que, presumo que sin
proponérselo, disfrutaba intimidándome con sus historias de amantes previos que
a su decir se desempeñaban sobre, bajo o a la vera de la cama como auténticas
máquinas sexuales. Que fue tanto lo que consiguió con sus fantasías o
realidades adolescentes que sin que jamás se enterara me hizo asistir a mi
primera y de momento única consulta con una sexóloga estupenda, quien en una
hora de charla sincera y desinhibida logró que mis miedos de hombre
inexperiente y demasiado anheloso de dar la talla entre la entrepierna ajena
mucho se atenuaran. Que, ya en mi vida adulta y hoy en mi madurez, sigo y sé
que voy a seguir paladeando los sinsabores y los deslumbramientos de mi
mecanismo masculino que oscila entre lo inoperante y lo sorprendente, y sin que
nada o en todo caso muy poco pueda hacer cuando lo primero sobreviene. Que
tengo por costumbre y por deleite, por estrategia y por desfogue, hablar y
hasta bestializar sobre estas cuestiones tan espinosas antes, durante y si se
prestan las cosas también después de haberme relacionado carnal y ojalá
amorosamente con una mujer. Que son ellas, desde luego no todas pero sí muchas,
los únicos seres capaces de comprender y quitarle fierro a la humillación de
una impotencia pasajera o prolongada, pero que para que la comprensión ocurra
es necesario un diálogo como el que tú y yo acá estamos librando a instancias
tuyas. Y que ya mismo le digo a mi nieto de catorce años que lea tu artículo en
la esperanza de que venza sus reticencias adolescentes a conversar de sexo
conmigo, que algo le podré contar de mis dichas y desdichas en una asignatura
que, no obstante ser la más determinante de todas, a la postre siempre deja la
sensación de que se reprueba o, si se aprueba, se logra con la nota mínima
requerida.
166.
Goza de tan mala prensa entre los “racionales” la bendita muerte -no se diga el
suicidio, acto libérrimo y autoafirmativo (sí, casi siempre también desesperado
pero ¿y?) donde los haya-, que quiero que reparen en la contradicción de la
última frase de esta reflexión, a cargo de una archilectora como pocas y a la
que, por serlo, pocas perlas como ésta se le escapan: “Ya sabemos que la
mayoría de los humanos viven olvidados de que son mortales, pero además sucede
otra cosa curiosa, y es que piensan que no van a envejecer. Bueno, tal vez el
verbo pensar no sea el más adecuado; más bien es una especie de pálpito
irracional, una fe loca y mágica en el hecho de que ‘nosotros’ no vamos a
convertirnos en esos Matusalenes terroríficos. Puede que nos arruguemos y
perdamos pelo, pero seguiremos siendo nosotros, nos decimos. No seremos
secuestrados por la decrepitud. Tendemos a imaginarnos en el futuro como si
estuviéramos disfrazados de viejos. Todo esto depende de la suerte que tengas;
si es mala y mueres joven, te ahorras la caída. Pero si eres lo suficientemente
longeva, antes o después te desmoronas...”.
Una
lectura bastante curiosa y peculiar de en qué consisten la mala y la buena
suerte en relación con el engorro del todo innecesario que supone envejecer
para igual morirse: que el que se ahorra la caída y los achaques sea el
infortunado y afortunado el que se desmorona, entre charcos de mierda y meados.
167.
Pienso en algún periodista colombiano (¿Cecilia Orozco Tascón?, ¿Daniel
Coronell?, ¿María Jimena Duzán?) de los muy pocos solventes que quedan, y me
empleo a fondo para imaginármelo incomodando a un Petro todavía en campaña con
la pregunta (que haya cuatro signos de interrogación no supone que haya dos
preguntas) tan certera con que concluye esta reflexión suya que suscribo sin
atenuantes, maestro Savater, pero le cuento que desisto porque ni ellos ni
otros también competentes aunque igual de faltos de ecuanimidad casan en la
escena:
“Muchos
políticos aseguran que tienen unos objetivos tan encomiables y socialmente
necesarios que sería monstruoso enfrentarse a ellos: acabar con la miseria,
exterminar la corrupción y el nepotismo, mejorar la educación, la sanidad y
demás servicios públicos, erradicar el racismo, el machismo y la inseguridad
ciudadana, etcétera… […] Sin quitarles mérito a las buenas intenciones de los
partidos (si sus intenciones son buenas no hace falta añadir que son de
izquierdas) ni desmentir las críticas a los regímenes liberales, conviene hacer
una última pregunta antes de entregarnos a ellos: sabiendo ya lo que aborrecen,
¿cuáles son los países cuya gestión aprueban, los que aceptan como modelos o
compañeros de regeneración? Los sistemas vigentes siempre tienen fallos e
insuficiencias, pero… ¿cómo son, a qué saben o huelen los que están más cerca
del ideal según quienes van a mejorarnos?” (Claro que la pregunta habría
resultado superflua si a la siguiente declaración de intenciones y revelación
de sentimientos de boca del propio candidato se le hubiera prestado la atención
que el exabrupto intimaba, y que de seguro habría cosechado si quien en él
hubiera incurrido hubiera sido Rodolfo Hernández, ni qué decir Uribe o
cualquier uribista: “…¡Qué Ucrania ni qué ocho cuartos! Tenemos que dedicarnos
es aquí a Colombia, cómo nos salvamos nosotros mismos”, una manifestación que
bien puede competir en generosidad y altruismo con la ‘America First’ de ya
saben quién.)
Ocho
meses han pasado desde que Gustavo Petro ganó las elecciones presidenciales y
lo previsible de la pregunta que nadie hizo ha ocurrido: espaldarazos aquí y
allá a dictadores y aspirantes a serlo (Maduro, Díaz-Canel y Pedro Castillo),
mangualas con el kirchnerismo y López Obrador para defender lo indefendible (el
estupidísimo autogolpe de Estado de su imbécil y venal correligionario en el
Perú) y ambigüedades torpemente maquilladas respecto de tiranías que en
absoluto lo incomodan a él o a los como él. En suma, estimado Savater, nada que
no se supiera.
168. Los
acontecimientos recientes en Brasil y el Perú prueban, con los noes
-¿provisionales?- de sus respectivas fuerzas del orden a Bolsonaro y a
Castillo, que no hay dictador posible sin un ejército perjuro y corrupto que lo
afiance en el poder. Así es que cuando los rusos y los bielorrusos decentes,
los cubanos, los venezolanos y los nicaragüenses decentes o los no sé cuántos
millones de chinos decentes hagan lo que hoy los iraníes y más que los iraníes
las iraníes están haciendo con mucha decencia y a un costo muy alto, antes que
exigir la caída de los tiranos, deberán clamar en contra de los uniformados
que, por cobardía o codicia, permitieron que la dictadura echara raíces.
169. Sin
proponérselo, el gran John Carlin definió uno de los rasgos fundamentales de la
lacra del subdesarrollo de la que, se creía hace no más unos años, Brasil y
Chile estaban a punto de curarse: “La lección de esta selección campeona para
Argentina es que ya es hora de que deje de hacer el bobo en el mundo y empiece
a ser lo que debería ser, lo que algunos se quieren imaginar que son pero se
engañan: un país próspero de gente adulta, no un país de niños que siguen
creyendo que todo lo va a resolver un ídolo redentor, un Maradona, una Evita,
una Kirchner, un Papá Noel…”; olvidémonos de los hostigantes campeones del
mundo con su kirchnerismo subdesarrollado y miremos hacia otros países del
sector a ver si sus actualidades políticas no son más deprimentes si cabe,
igual de desesperanzadoras o a lo sumo un poco menos desesperadas.
Aquí
estamos los colombianos con un presidente que se cree y al que millones creen
un mesías y un redentor todopoderoso capaz de obrar milagros sociales,
económicos y políticos sin precedentes; al lado los pobres venezolanos con su
postración ante la dictadura y la esperanza puesta en unas dizque negociaciones
con la oposición que sólo benefician a Cabello y a Maduro el subalterno, que
con su farsa ganan tiempo y consiguen que les levanten una sanción aquí y otra
allá a cambio de nada; enfrente los peruanos con su mojiganga interminable de
presidentes destituidos y designados, interinos y golpistas fracasados; ya no
tan cerca de nosotros los chilenos con su Convención Constitucional
ultramamerta e incapaz de pergeñar un documento siquiera viable y medianamente
consecuente y los brasileños que, como los estadounidenses, aplazaron quién
sabe para cuándo las amenazas de guerra civil que sobre sus países pusieron a
sobrevolar el bolsonarismo y el trumpismo, cada uno con sus millones de
votantes y fanáticos. Y no se crean que me olvido de los Ortega Murillo, de los
Bukele o de los López Obrador: más de lo mismo. Tampoco -faltaría más- de los
costarricenses y los uruguayos, a los que tal vez con demasiado romanticismo y
envidia de la buena -sí existe, amiga Piedad- juzgo los únicos presentables del
barrio.
170.
Usted y yo, maestro Granés (¿Que deja de escribir en El Espectador?: ésa sí que
es una pésima noticia), sabemos que nada más chimbo que el supuesto
antiimperialismo yanqui de tantísimos matriculados en campus públicos y de sus
profesores, de intelectuales de toda facha y autodenominados promotores de la
cultura, de grupúsculos políticos de izquierdas y demás rebeldes al servicio,
contradictoriamente, del enemigo:
“Hoy en
día las identidades se han convertido en campanas neumáticas, aisladas e
incomunicadas, porque ya nadie puede ponerse en los zapatos del otro. Es más,
hacerlo es cometer la peor incorrección. Sólo se puede hablar en nombre propio
y no como individuo, claro, sino como miembro de una raza o de una identidad.
[…]
Muchas
cosas se han olvidado en estos tiempos: el humanismo ilustrado, la empatía y la
imaginación, justo las capacidades humanas que han permitido entender el dolor
del otro y universalizar los derechos humanos y las sanciones contra todo tipo
de maltrato. Lo más grave es que el nicho donde han surgido estas ideas ha sido
la universidad, una institución que nació -su nombre lo indica- con vocación
universal y a la que los jóvenes iban a aprender de lo que no sabían, del otro,
del extraño, justamente para vencer los prejuicios racistas y la ignorancia que
los causaba. Pero no, ahora la experiencia en la universidad gringa pasa por
descubrir una identidad y aferrarse a ella. Se va a aprender de uno mismo y de
la historia de agravios padecidos; se va a aprender a ser víctima y a encontrar
argumentos morales que permitan salir al mundo -o a Twitter- a quemar todo lo
que parezca ofensivo. Esa es la última traición de los intelectuales: ofrecer
cheques sin fondos, vender identidades quejumbrosas y herramientas de análisis
que sólo sirven para encontrar pruebas que reafirmen el propio victimismo. Y
no, el conocimiento debe ayudar a cambiar destinos, a mejorarlos, no a
perpetuar tradiciones identitarias. Lo más paradójico es que todo esto está ocurriendo
en las universidades más elitistas del mundo, y lo más patético es que las
universidades y los ámbitos culturales de otros países se están haciendo eco de
esta insensatez que fragmenta las sociedades y convierte la identidad,
escudarse en una identidad, en un magnífico negocio. Porque todo esto siempre
beneficia a unos pocos, al oportunista de turno que llama la atención con su
numerito. Los demás salen al mercado laboral creyendo que el mundo les debe
algo y sin haber aprendido nada de nada.”
Ni siquiera
los proverbios que con su sabiduría por lo común infalible suplían en parte la
falta de escuela de casi todos nuestros abuelos y de muchos de nuestros padres.
Como el que reza que “nadie sabe para quién trabaja”, o este otro que nada
tiene que ver con la secta que yo presido mas sí con otras: ¿no hay peor ciego
que el que no quiere ver es que dice? Claro que, bien mirado, este último
proverbio contiene un error semántico si se tiene en cuenta que no es que los
ciegos a los que alude no quieran ver: es que, por cerrazón mental, no pueden.
171. Hay
que ser Joseph Conrad para hacer caber dentro de un barco y en una nouvelle la
antinomia razón-sinrazón que se disputa sin tregua y desde siempre el mundo y
las voluntades de los hombres. Y hay que ser muy buen lector de lo que se da en
llamar ficción para no ilusionarse con el triunfo de la razón sobre la sinrazón
en La línea de sombra, que por desgracia muy lejos está de ser o al menos
parecerse a nuestra vida real minada de Pútines y putinistas, Trumps y trumpistas,
Bolsonaros y bolsonaristas y, para completar el estropicio, de fanáticos del
catolicismo y el cristianismo, yihadistas y ultraortodoxos judíos todos más, o
menos, nocivos e inaguantables.
172.
Pese a que se repite muy a menudo, me sigue pasando que me agarra la risa
cuando noto el asombro revuelto con conmiseración del que registra en su
celular mi número, con ansia lo busca en WhatsApp y descubre que no aparece
porque mi teléfono, con diferencia el más barato del mercado, es el Nokia más
rudimentario y bello -por pequeño y discreto- que imaginarse puedan. O cuando
me piden mis cuentas de Twitter o Facebook para agregarme y seguirme y les
informo que en mi vida he escrito un twit o publicado una foto en el otro lado.
Para atenuarles la lástima mal disimulada que les producen mi ignorancia y
rezago voluntarios, yo podría contarles que tengo un láptop -este en que leo,
aprendo y escribo- que cuido y amo más que a mi madre, un blog para desahogarme
y unas destrezas de búsqueda y hallazgo de información virtual de las que muy
seguramente ellos carecen, pero prácticamente siempre opto por callar y más
bien invoco la luz de los sabios, que pueda que tarde pero que
indefectiblemente vuelve a encenderse:
“Hace
tiempo que los catastrofistas nos lo advierten con los peores augurios: los
libros son una especie en peligro de extinción y en algún momento del futuro
próximo desaparecerán devorados por la competencia de otras formas más
perezosas de ocio y la expansión caníbal de internet.
Este
pronóstico concuerda con nuestras sensaciones como habitantes del tercer
milenio. Todo avanza cada día más rápido. Las últimas tecnologías ya están
arrinconando a las triunfantes novedades de anteayer. Los plazos de la obsolescencia
se acortan cada vez más. El armario debe renovarse con las tendencias de
temporada, el móvil más reciente sustituye al antiguo; nuestros equipos nos
piden constantemente actualizar programas y aplicaciones. Las cosas engullen a
las cosas precedentes. Si no permanecemos alerta, tensos y al acecho, el mundo
nos tomará la delantera.
Los mass
media y las redes sociales, con su vértigo instantáneo, alimentan estas
percepciones. Nos empujan a admirar todas las innovaciones que llegan corriendo
como surfistas en la cresta de la ola, sostenidas por la velocidad. Pero los
historiadores y antropólogos nos recuerdan que, en las aguas profundas, los
cambios son lentos. […] Cuando comparamos algo viejo y algo nuevo -como un
libro y una tableta, o una monja sentada junto a un adolescente que chatea en
el metro-, creemos que lo nuevo tiene más futuro. En realidad, sucede lo
contrario. Cuantos más años lleva un objeto o una costumbre entre nosotros, más
porvenir tiene. Lo más nuevo, como promedio, perece antes. Es más probable que
en el siglo XXII haya monjas y libros que WhatsApp y tabletas. En el futuro
habrá sillas y mesas, pero quizá no pantallas de plasma o teléfonos móviles.
Seguiremos celebrando con fiestas el solsticio de invierno cuando ya hayamos
dejado de tostarnos con rayos UVA. Un invento tan antediluviano como el dinero
tiene muchas posibilidades de sobrevivir al cine 3D, a los drones y a los
coches eléctricos. Muchas tendencias que nos parecen incuestionables -desde el
consumismo desenfrenado a las redes sociales- remitirán. Y viejas tradiciones
que nos han acompañado desde tiempo inmemorial -de la música a la búsqueda de
la espiritualidad- no se irán nunca. Al visitar las naciones
socioeconómicamente más avanzadas del mundo, en realidad sorprende su amor por
los arcaísmos -de la monarquía al protocolo y los ritos sociales, pasando por
la arquitectura neoclásica o los vetustos tranvías-.
Si el
poeta Marcial pudiese agenciarse una máquina del tiempo y visitar esta tarde mi
casa, encontraría pocos objetos conocidos. Le asombrarían los ascensores, el
timbre de la puerta, el router, los cristales de las ventanas, el frigorífico,
las bombillas, el microondas, las fotografías, los enchufes, el ventilador, la
caldera, la cadena del váter, las cremalleras, los tenedores y el abrelatas. Se
asustaría al escuchar el silbido de la olla exprés y daría un respingo cuando
empezasen las embestidas de la lavadora. Alarmado, buscaría dónde se esconden
las personas que hablan desde la radio. Le angustiaría -como a mí, por otro
lado- el pitido de la alarma del despertador. A simple vista, no tendría ni la
más remota idea de la utilidad de los esparadrapos, los sprays, el sacacorchos,
la fregona, las brocas, el secador, el exprimelimones, los discos de vinilo, la
maquinilla de afeitar, los cierres de velcro, la grapadora, el pintalabios, las
gafas de sol, el sacaleches o los tampones. Pero entre mis libros se sentiría
cómodo. Los reconocería. Sabría sujetarlos, abrirlos, pasar las páginas.
Seguiría el surco de las líneas con su dedo índice. Sentiría alivio -algo queda
de su mundo entre nosotros-…”.
¿O sea
Irenita que si yo me durmiera esta noche y volviera a despertar no mañana, sino
el año de la carta de Izet Sarajlic, no me toparía con Irene Montero sino
contigo, Irene Vallejo; que no perdí el tiempo corriendo como un quemado detrás
de la última novedad tecnológica porque a fin de cuentas la velocidad y el
frenesí de los innovadores eran tales que igual me iba a quedar rezagado; que
nada hay que lamentar por no haberme enfurruñado con los demás en Twitter y en
Facebook puesto que de aquello “hoy” nadie habla y ni siquiera se acuerda? ¿Me
crees si te digo que, como el Chapulín Colorado -quien también debió de ser tu
amigo de infancia-, “lo sospeché desde un principio”?
173. Si dormir,
conquistar erecciones eficaces y evacuar el intestino o la vejiga fueran actos
enteramente volitivos, no existirían los fármacos Z, el sildenafilo, los
laxantes ni las tiernas sondas. ¿”Querer es poder” gritan los edulcorados? Que
vayan más bien a que les den por el culo.
174. Si
yo fuera el oftalmólogo o el psicólogo que recibe en su consultorio a un ciego
reciente que desconsolado viene a mí para averiguar si su ceguera tiene cura o
”sólo” en busca de algún alivio, en cualquier caso le diría lo mismo. Le diría
que, si bien es cierto que lo más probable es que nunca vuelva a ver lo que ya
vio y bien conoce, a mirar y contemplar aquello en que se extasiaba -el cuerpo
desnudo de su amante o de una mujer cualquiera, un paisaje que pende de la
pared de un museo o que se despliega ante sus ojos de viajero-, a divisar o
columbrar formas inconsistentes por cuenta de la lejanía, a entrever o
vislumbrar objetos, animales o personas cuando la luz escasea, sí va a poder,
en cambio y a modo de desagravio, continuar o empezar a entrever y vislumbrar
-es decir conjeturar e inferir- lo que muchos no ven pese a tener los ojos muy
abiertos dieciocho de las veinticuatro horas del día, y continuar o empezar a
visualizar -es decir imaginar o figurarse- todo lo anterior e infinitamente
más. “Claro que si y sólo si -le diría- se aplica a leer y pensar, pensar e
indagar, actividades a las que la mayoría de los ciegos congénitos y los
devenidos suelen ser tan alérgicos como la mayoría de los videntes de toda una
vida”.
175. De
entre las múltiples respuestas plausibles para la pregunta frecuente de
entrevistador de por qué o para qué leer, yo escogería ésta, claro que tras
mucho pensármelo: Porque sólo los libros me vacunan contra la estupidez de
creer que el mundo que a mí y a mis contemporáneos nos tocó en suerte es, o
bien la mejor versión que de él se conoce (entre otras cosas gracias a que
nosotros lo estamos modelando como nunca antes nadie pudo), o bien la peor pues
de antiguo se sabe que todo tiempo pasado fue mejor, y por consiguiente para
confirmar un día sí y el siguiente también que no hay palabras más sabias que
las del Eclesiastés, donde sí campea la certeza de que nada hay nuevo bajo el
sol. Nada: muchísimo menos la sociedad o la civilización del espectáculo, escenificadas
y explotadas por el Homo idolatricus de un lado y por el Homo economicus del
otro:
“La
imagen de adolescentes gritando, sollozando y desmayándose a la llegada de sus
ídolos musicales no nació con Elvis y los Beatles. En realidad, ni siquiera es
un fenómeno surgido con el rock’n’roll, sino con la música clásica. Ya los
castratti del siglo XVIII despertaban pasiones desde los escenarios. Y en las
civilizadas salas de concierto del siglo XIX, un pianista húngaro que agitaba
la melena al inclinarse sobre el teclado provocó un auténtico delirio de masas
conocido como lisztomanía, o ‘fiebre Liszt’. Si a las estrellas de rock sus
fans les lanzan la ropa interior a la cara, a Franz Liszt le arrojaban joyas.
Fue el icono erótico del siglo victoriano. En la época se decía que sus
balanceos y sus estudiadas poses al interpretar producían en la audiencia
éxtasis místicos. Primero niño prodigio y después joven histriónico,
protagonizó giras multimillonarias por el continente. Durante las apariciones
públicas de Liszt, sus fans se arremolinaban, chillando, suspirando y sufriendo
mareos. Lo seguían por las sucesivas capitales donde ofrecía conciertos.
Intentaban robarle sus pañuelos y guantes, y llevaban su retrato en broches y
camafeos. Las mujeres trataban de cortarle mechones de pelo, y cada vez que se
rompía una cuerda del piano estallaban auténticas batallas campales por
conseguirla para fabricarse una pulsera con ella. Algunas admiradoras lo
acechaban por la calle y por las cafeterías, provistas de frascos de vidrio
donde vertían los posos del café de su taza. Cierta vez, una mujer recogió los
restos de su puro junto al pedal del piano, y los llevó en el escote, dentro de
un medallón, hasta el día de su muerte. La palabra celebrity se usó por primera
vez para referirse a él…”.
¿Conocían
Guy Debord y Mario Vargas Llosa semejante historia alucinante, de la que yo me
vine a enterar recién hoy gracias a la literatura? Ah, y un saludo para mi
compadre el rey Salomón, inteligencia privilegiada donde las haya.
176. El
trabajo que me habría ahorrado intentando explicarle a la psiquiatra que se
fumó conmigo un cigarrillo, a la que me habló de Dios toda la consulta, a la
que dejó a mi elección qué droga tomar -si sertralina o fluoxetina-, a la que
me acaba de incrementar un 50 por ciento el medicamento, a la psicóloga que
conversa tan sabroso y de verdad se interesa en el que tiene delante y a la
también muy amable y comprensiva que dirige el grupo de apoyo los síntomas de
mis desbarajustes mentales y emocionales, si esta joya se hubiera escrito antes
de que yo me enfermara, o de que me hiciera consciente de que muy seguramente
siempre lo había estado:
“Hoy es
uno de esos días en los que todo se encuentra ligeramente fuera de su sitio. El
sofá del salón, por ejemplo: alguien lo ha corrido, quizá para buscar una
moneda debajo de él, y no ha vuelto a colocar las patas exactamente donde
estaban. Se aprecia en el suelo una marca que certifica el desplazamiento. No
pasa nada. Empujo un poco el mueble y las hago encajar en su señal. Enseguida,
descubro un cuadro torcido que deja al descubierto un trozo de pared en el que
la pintura tiene una tonalidad distinta a la del resto de la habitación.
Tampoco importa: basta el movimiento de un dedo para devolver el marco a su
emplazamiento habitual. En la cocina, al abrir un cajón, observo que los
tenedores y las cucharas, en vez de permanecer en sus compartimentos, se han
mezclado creando una confusión que me disgusta. Respiro pacientemente mientras
restituyo el orden perdido a la cubertería.
Pero la
incomodidad no cesa, como si esas pequeñas fallas evocaran otras de mayor
importancia. Lo noto al salir a la calle, al leer la prensa, al tomarme el
primer café de la mañana. Hay algo distinto en la prensa, en la calle, en el
primer café. Es mi yo el que no encaja hoy en mi cuerpo. Ubico al yo en una
región amplia, situada entre la cabeza y el pecho. Pero hoy no está ahí. Hoy se
encuentra en el estómago, donde suele bajarse en los ataques de pánico. Es mi
pánico, pues, el que lo ha colocado todo fuera de lugar. ¿Pánico a qué? Lo ignoro.
Quizá a que me involucren en un crimen que no he cometido. Parece que estoy
escuchando ya la voz del policía detrás de mí: ‘Queda usted detenido’.
Vuelvo a
casa y me dedico a ordenar la cocina, a colocar bien las sillas del salón, a
regar las plantas, a doblar los calcetines… Quizá si pongo a punto lo doméstico
se arregle lo cósmico. Tal vez consiga, un día más, que el mundo no se acabe.”
¿Que
cuántos días de mi año son calco del día del “testimonio”, me pregunta usted,
doctora? Hasta 2022 -algún resquicio de esperanza tiene que quedar-,
trescientos de los trescientos sesenta y cinco. ¿Que si sufro, como el autor,
delirios persecutorios? ¿Y quién que sepa -le contesto- de lo que son capaces
los biempensantes, es decir la policía de la moral de Occidente, no los sufre?
177. Por
ejemplo: si todo el mundo tuviera la sindéresis de este señor que sabe que “Hay
gente completamente inofensiva que se pasa el día imaginando asesinatos. No es
malo. A mí no me duele que piensen en matarme, sino que me maten. Y es que todo
se puede pensar, pero no todo se puede hacer. Esa línea que marca la frontera
entre la idea y la realidad es también la que separa a los locos de los
cuerdos. Cuando uno cree que no existe distinción alguna entre imaginar un
secuestro y llevarlo a cabo, es que uno está hecho polvo y debe acudir cuanto
antes a un servicio de salud mental para que le ayuden a restablecer los
límites entre una cosa y la otra", ¿qué problema habría en reconocer que
se tienen fantasías parricidas, magnicidas o aun terroristas; incestuosas,
bisexuales o aun pederastas? Pero Millás sólo hay uno, mientras que los
alienados son millones.
178.
Menos mal nos quedas tú, que íntegramente y sin contemplaciones excluyes de tus
deleites y secretos a la morralla fanática y moralizante: “La literatura (el
arte en general) es el lugar de la parte maldita: ésta, en la literatura, se
puede expresar con plenitud, transformada en belleza y sentido; ahí es posible
dar rienda suelta al dolor, a la furia, al odio, a los deseos de venganza, a
todos esos sentimientos que todos hemos experimentado alguna vez, porque forman
parte de lo que somos; ahí encuentra su expresión y su sentido nuestra parte
maldita, y así podemos dominarla, purificarnos de ella. Por eso, entre otras
razones, es útil el arte. Por eso en un mundo perfecto no existiría la
literatura (o sería tan mala que no merecería su nombre). […] Es cierto: la
literatura nos alivia del mal, nos permite observarlo, entenderlo y asumirlo, y
así nos previene y nos protege de él, fortaleciéndonos…”.
Sin
embargo, como sigamos callando, timoratos y acobardados ante esta turbamulta
que sólo de palabra reivindica a los excluidos, podemos estar seguros de que no
se volverán a escribir joyas del tipo ‘Dos horas en el paraíso’, o ‘Los sueños
de un buen cristiano’, o ‘El salto del tigre’, o ‘El ciego perfecto’ y
cualquier otra impertinencia literaria que ustedes quieran añadir a la lista.
179. La
fórmula es muy sencilla: no es sino que reemplacen cada España por Colombia,
españoles por colombianos, Parlamento por Congreso, diputados por congresistas
y listo:
“…Al
final acabarán subiendo a la tribuna del Parlamento en pantalón corto y
chanclas. Y de algo estoy seguro: nadie se atreverá a prohibirlo. Ni siquiera a
reprochárselo. Porque es lo que tenemos y vamos a tener: la ausencia de
educación, la falta de respeto a las instituciones, sin considerar que por
imperfectas que sean, por mucho golfo con balcones que anide en los escaños,
degradarlas es una ofensa a los ciudadanos que sí creen en tales instituciones
[…].
Y no se
me cuelguen de lo fácil. Hay gente en camiseta perfectamente honrada, y
corbatas llevadas por desvergonzados ladrones de traje a medida, gentuza
atildada que ha robado sin escrúpulos. Naturalmente. Pero hoy hablo menos de
honradez, aunque también, que de educación y maneras. Y de nuestra
responsabilidad en todo eso, pues todos nosotros, por acción u omisión, somos
causa de que unos y otros estén allí. Hay quien vota a […]. Y hay quien no vota
a nadie; pero no por resultado de un proceso intelectual que lo lleve al
escepticismo, sino por apatía, desidia, indiferencia. Porque prefiere quedarse
en casa viendo el fútbol.
No es
verdad que no nos representen. Nos representan todos ellos, los unos y los
otros. Los decentes, y también los corruptos y los guarros de ambos sexos. Da
igual que digan usted y su señoría o que eructen su zafiedad y baja estofa:
todos representan a la España que los ha votado. Aunque esa España sea un lugar
grotesco y a ratos bajuno, es una democracia. Alguna vez escribí que de poco
aprovechan las urnas si quien vota es un analfabeto sin criterio, presa fácil
de populistas y sinvergüenzas. Pero también es cierto que a ese analfabeto
llevamos varias generaciones fabricándolo con sumo esmero y entusiasmo suicida.
Somos lo que nosotros mismos hemos hecho de nosotros. La marca España.
Por eso
no conviene olvidar que a esos parlamentarios y políticos los hemos llevado
hasta allí ustedes y yo. Entre los españoles hay ciudadanos dignos y
honorables, pero también gentuza. Y la gentuza tiene, naturalmente, derecho a
votar a los suyos. Eso prueba que somos una democracia representativa, porque
es imposible representarnos mejor. Nuestros diputados son el trasunto de
millones de ciudadanos que los eligieron. Podemos protestar al verlos
manifestar nuestras más turbias esencias, podemos asistir boquiabiertos al
repugnante espectáculo que dan, podemos, incluso, ciscarnos en sus muertos más
frescos. Pero no debemos mostrarnos sorprendidos. Esto es España, vivero
secular de pícaros y criminales, donde ser lúcido, valiente u honrado aparejó
siempre mucha desgracia y gran desesperanza. Un Parlamento sin gentuza, lleve
corbata o lleve chanclas para rascarse a gusto las pelotillas de los pies, no
sería representativo de lo que también somos. Así que ya saben. A
disfrutarnos.”
¿Qué se
le agrega a la completitud?
180.
Sólo en muy raras ocasiones me ocurre que una misma situación me produzca
envidia y compasión a partes iguales:
“Esta
mañana le ha sucedido un contratiempo, digamos, laboral. Nada que no se pueda
resolver con una ojeada al diccionario. Así y todo, no es la primera vez que le
ocurre. Cuidadito, cuidadito. La repetición le suscita un inquietante
sentimiento de suspicacia y temor. Él, que ha escrito y publicado numerosos
libros, de pronto, en medio de una frase, ha vacilado en escribir la palabra
galbana con be o con uve. Cree que en su época de colegial no hubiese tenido la
duda. Puede que hace unos meses tampoco. De un tiempo a esta parte nota unos a
modo de agujeros en la memoria por donde se le escurren datos, nombres, fechas,
que hasta hace poco le venían obedientes a la boca o a la mano y ahora se
extravían cada vez con mayor frecuencia en los intersticios del cerebro. Hay
lecturas que, apenas concluidas, no le dejan huella. Esto seguro que le pasa a
todo el mundo, se dice en procura de consuelo. Lo asusta la idea de que los
pequeños achaques de su retentiva se vuelvan crónicos y hagan inviable el
manejo razonable del idioma, fundamento de su oficio…”.
Estimado
y admirado Fernando Aramburu o quienquiera que usted sea:
Le
cuento que lo que por estos días tanto lo abruma, a mí me ocurre desde que
empecé a leer sin mucho fundamento: es decir, desde la adolescencia. ¿Me podrá
creer que, entonces como ahora, no puedo leer, mucho menos escribir o preparar
clases sin tener a mano cuando menos todos mis diccionarios y la ayuda de
internet, sin los cuales me declaro impedido para hacer nada de valía? ¿Me
podrá creer que mis olvidos me han forzado a guardar toda nueva información que
considere relevante en archivos que, si desaparecieran, me dejarían tan
indefenso como supongo que se sintió García Márquez en los albores de su
enfermedad infame? Pues sí: fue así como surgió ‘Mi desmemoria hecha
preguntas’, una serie de volúmenes en los que intento registrar, apelando a la
didáctica, lo que mi cerebro no retiene o retiene, salvo que durante muy poco
tiempo; o ‘Vida, broza. Mi atípico diario’; o ‘Resúmenes comentados’, un
documento que se va escribiendo conforme leo y en el que atesoro lo que de otro
modo estaría condenado al olvido más absoluto: toda reflexión que me susciten
los cuentos, los ensayos o la novela de turno, sazonadas con cuanta anécdota
vital y tragedia personal y dicha y desdicha y enormidad e insustancialidad autobiográficas
vengan al caso.
De
manera que, siendo usted el gran escritor que es y memorioso de larga data, no
me parece que haya muchas razones para el desconsuelo o la alarma. Aunque eso
sí, manténgase ojo avizor, que la desgracia siempre acecha.
Y una infidencia
antes de despedirme. Hablando de infortunios, ¿sabe usted que el peor entre
muchos que todavía me puede deparar la perra vida es que se me olvide para
siempre el sitio donde escondo mi mayor riqueza: el cianuro de potasio que,
impertérrito, aguarda su momento?
181.
Entre las imágenes que me enternecen -en todas hay, curiosamente, animales-,
ninguna como la de un viejo con su mascota. Si estoy, por decir algo, tomándome
unas cervezas solo o con alguien en la cantina de Lucio y Marcela y pienso en mi
madre, que a esa hora está a tan sólo unas cuadras aunque en un piso muy alto,
me la imagino viendo televisión con nuestra Tita a su lado, las dos -señora y
gata- soñolientas en la cama, y un raudal de ternura me inunda el pecho. Pero
si en lo que me da por pensar es en un perro cuyo anciano dueño y único amo
acaba de morir dejándolo del todo solo y desamparado -o viceversa-, las
lágrimas que a duras penas logro reprimir se me mezclan con imprecaciones de
todo calibre, que en cambio fluyen, expeditas, de mis labios: esto en cuanto a
la vida real. Porque si en lo que pienso es en literatura, vejez y animales,
siempre van a emerger un mejor cuento del mundo titulado ‘El amor de las
sombras’ y un nombre de escritor, entrañable como el cuento en cuestión, que no
es de su autoría:
“Quienes
de niños nos hemos criado como garduños en el campo recibimos las primeras
lecciones de la vida observando a los animales. Por mi parte, antes de llegar
al uso de razón ya me di cuenta de que había perros más buenos e inteligentes
que sus amos. Como un hecho natural vi nacer a gatos, perros, conejos,
corderos, mucho antes de saber cómo había nacido yo y por qué me lo ocultaban
mis padres; también vi morir a algunos animales y con qué elegancia y serenidad
lo hacían. Ya me gustaría poder acabar con la dignidad con que murió la yegua
Maravilla, la que me llevaba con tanta alegría al mar los veranos. También
asistí a las cópulas que ejecutaban para reproducirse, sin sospechar que algo
parecido haría yo el día de mañana y que por eso mismo que hacían los conejos
yo podría ser condenado al fuego eterno. A veces veía un anillo de cuervos
graznando en el cielo y me extasiaba con su belleza que se debía a que en el
monte había una alimaña muerta; un buen día oía gritar a los vencejos y entendía
que ya era primavera y cuando cantaba el cuco al atardecer me olía que ya
estaba cerca el calor. Recuerdo la intensa emoción al descubrir un nido en
algún árbol; por su forma y por las motas que tenían los huevos sabía si era de
jilgueros, de mirlos o de verderones y cuando tenía a uno de ellos en la mano
sentía palpitar su corazón. En aquella edad de la inocencia uno también formaba
parte del reino animal. Pero luego en la escuela me enseñaron que algunos
animales fueron dioses, que la serpiente introdujo en el paraíso la
inteligencia en el cerebro humano, que antes de emprender una batalla los
guerreros antiguos consultan el hígado de las ocas. Los animales eran un
misterio, como lo sigue siendo hoy el que mi perra Lía con solo seis meses sea
capaz de adivinar mis pensamientos. Cada mañana me espera al pie de la cama
para jugar con la pelota en la boca.”
En
aquella edad de la inocencia yo descubrí, maestro Manuel Vicent, que la maldad
de los hombres arraigaba también en ciertos niños (campesinos o de ciudad,
pobres o ricos), como en aquel engendro de no más de siete años que en la finca
de mi abuela se las arregló, el muy malparido, para ahogar en un estanque donde
se lavaba el café a un gatito no tan recién nacido al que ella lloró toda esa
tarde con su noche. Y descubrí -descubro ahora- que, sin ser malos, mi primo
Mauricio y yo no éramos aún dignos de formar parte del reino animal, pues
hostigábamos, con un palo de escoba cuando comía, a una mula noble como los
animales más nobles. Al menos tanto como me figuro a su Lía tan retozona.
182. La
prueba de que la edad de las ilusiones y los entusiasmos no es, entre otras
cosas porque no se ha leído lo suficiente y por tanto no se sabe escribir bien,
la edad de forjar buenas historias, reside en que ningún de verdad grande ha
cuajado su opera magna a los veinte: Cervantes publicó el Quijote a los casi
sesenta, Flaubert Madame Bovary a los treinta y pico, Dostoievski Crimen y
castigo a los cuarenta y tantos, García Márquez Cien años de soledad a los
cuarenta y Rulfo Pedro Páramo a los treinta y muchos. Ah, ¿Que Vargas Llosa
publicó La ciudad y los perros a los veintitantos? La excepción de la regla.
183. El
día en que llegue alguien con la vena crítica que se necesita para examinar y
concretar en lo que consiste la unicidad de Karl Ove Knausgard como escritor,
como novelista, el mundo y no sólo los que lo leemos con fruición, con pasmo,
va a saber que existió, que existe un noruego de una talla superlativa. No más
digo que lo que a los otros narradores tendentes a lo voluminoso se les resiste
-los detalles, los pormenores de una situación cualquiera, la más nimia-, a él
se le da de maravilla pues ese es su mayor talento: ser capaz de contar en
párrafos, en páginas, lo que otro buen novelista acaso habría reducido a una
proposición o incluso resuelto callar. ¿Cómo hace, maestro, para referir tanta
insustancialidad, tanta vida, y mantener al lector ahí atado como el crack la
pecosa al guayo? ¿Pero cómo diablos es que lo hace?
Y voy a
porfiar en lo de la unicidad prodigiosa de Knausgard como novelista por lo
menos hasta que mi asombro remita: dirán algunos que sí, que están conmigo de
acuerdo en que este man es un duro estirando cualquier nadería y sacándole todo
el provecho posible pero que abusa del recurso, a lo que yo tendría que
responderles que puede ser que eso sea cierto para ellos mas no para mí, que
mil días lo he visto cocinar y contármelo pormenorizadamente y no me canso,
algo que no le habría soportado a otro más allá de lo soportable: una única
vez. Como quien dice: su prodigio consiste no sólo en estirar y estirar lo
nimio hasta casi descoyuntarlo, sino también en repetir y repetir un mismo
ejercicio -¿y qué es, si no, la vida?- sin que a sus “incondicionales” se nos
torne tedioso: todo un genio.
184.
…porque si el ancianato o la habitación en que se pudre son la deshonra del ser
humano que se permitió llegar a viejo, el astillero de desguace lo es del buque
que antaño suscitaba exclamaciones de júbilo y respeto dondequiera que
atracaba.
185.
¿Ah, sí, don Willy Brandt o quien fuera que lo afirmara de primero? ¿Que “quien
a los 20 años no es comunista, no tiene corazón”? ¿Está usted seguro de
semejante aserto?
Pues
déjeme contarle que muy pocas son las cosas de las que me enorgullezco en esta
vida; pero, entre ellas, ¡ninguna como de mi aversión congénita a lo
extremoizquierdoso, a lo mamerto repugnante y contradictorio! ¡A sus arengas
trasnochadas y pensamiento monolítico! ¡A sus matones de santoral y canción
protesta! ¡A sus pedreas de campus público y desprecio por el estudio! ¡A sus
reivindicaciones por lo común impracticables cuando hacen oposición y
postergadas para nunca cuando ejercen el poder! Por el contrario, convengo en
que “quien sigue siéndolo con 40 no tiene cerebro”.
Y usted
-la pregunta es retórica-, ¿nació con él o lo recuperó con los años y las
decepciones más que previsibles?
186. Si
como asegura Byung Chul-Han “pornografía es el contacto directo entre la imagen
y el ojo”, que nadie se atreva a llamarme a mí ni a ningún otro ciego morbosos
o pervertidos.
¿Qué función
desempeñan en lo pornográfico (y de paso en lo erótico), le pregunto al
filósofo, la palabra articulada y el oído, los pensamientos sádicos y
masoquistas o a duras penas lúbricos del ciego y el vidente, de la monja y el
cura que no más se quedan en eso, en imágenes táctiles y olfativas y visuales y
gustativas y acústicas que no emergen al exterior mediante el lenguaje porque
se reprimen en el interior mediante la voluntad?
187.
Goza de tan mala prensa entre los “racionales” la bendita muerte -no se diga el
suicidio, acto libérrimo y autoafirmativo (sí, casi siempre también desesperado
pero ¿y?) donde los haya-, que quiero referirles el resultado de un ejercicio
la mar de sencillo que hice con cincuenta personas, entre amigos y familiares.
Les
contaba lo que un tal Anaxágoras respondió cuando le dieron la noticia de que
su hijo había muerto -“Sabía que había engendrado a un mortal”-, y les pedía
que me definieran al hombre y su respuésta en una o máximo dos palabras.
“¡Mucho hijueputa!”, “¡Qué hijueputa!”, “¡Un hijueputa!”, “¡Hijueputa!”;
“¡Malparido!”, “¡Un malparido!”, “¡Qué malparido!”, “¡Mucho malparido!” y de
ahí hacia abajo: maldito, monstruo, indolente y cosas así.
A nadie
se le ocurrió, empero, llamarlo sensato o pragmático.
188.
Parafraseo a Oriana Fallaci: si en un escritor de ficción alumbra la
genialidad, cualquier tema, del más soso e irrelevante al más complejo y
espinoso, deviene arte… y viceversa. ¿Conocen los taurófilos -para que la amen-
y los taurófobos -para que la odien-, quiero decir si han leído ‘Sombra’, de la
insuperable Lucia Berlin?
Como
presiento que no la mayoría, aprovecho la oportunidad para proponerles a los
unos y a los otros que, conmigo de moderador subjetivo por cuenta de que formo
parte de “los otros”, nos sentemos a debatir nuestras diferencias
irreconciliables con este cuento por medio. Les aseguro que tras leerlo y
conversar, el único acuerdo al que vamos a llegar es el asombro.
189.
Lejos de mí la pretensión de enmendarle la plana al inmortal que afirmó: “Podemos
sentir cómo late nuestro corazón, cómo se expanden nuestros pulmones, cómo
trabaja nuestro estómago, pero no tenemos ninguna señal de la actividad de
nuestro cerebro. La fuente de nuestra conciencia es inaccesible a nuestra
conciencia”.
Sin
embargo, haría yo muy mal si no le contara al filósofo, en mi nombre y en el de
mis compañeros de manicomio, que los que sabemos de qué va un brote psicótico,
qué se siente durante y hasta después de un ataque de pánico, o hemos sufrido
en carne propia -en cerebro propio- la vuelta en sí tras una crisis epiléptica,
habríamos podido sacarlo del error.
190.
Está muy bien que los Estados Unidos, Alemania, Francia, España, Polonia,
Finlandia, las repúblicas bálticas, el Reino Unido y otros países de Occidente
armen a Ucrania para que arremeta contra los invasores, y que esos mismos
países destinen recursos cuantiosos para solventar otras necesidades de
Zelenski y sus ciudadanos. Pero muy mal que no haya voluntad política ni la más
mínima caridad humana para evitar las hambrunas que amenazan muy seriamente por
ejemplo al Cuerno de África y a Afganistán. Dicen en las noticias que con mil
millones de dólares se pueden paliar al menos los peores efectos del hambre en
Somalia y países vecinos, pero ni una mano que se alce para decir yo aporto.
Pues
bien; como ni esos gobiernos ni los archimillonarios del planeta se quieren
rascar el bolsillo los muy bellacos, les propongo a tres millones de buenas
conciencias de la clase media o emergente que es la mía, que aportemos cada uno
mil dólares para recolectar así no mil sino tres mil millones, de modo que
también se pueda llegar a Haití, Palestina, Yemen y bueno…, hasta donde
alcance. Mis mil dólares están listos y lo único que pido es que del dinero se
hagan responsables organizaciones de reconocida probidad con objeto de que no
se pierda un solo centavo. Si les suena, contáctenme a través de este blog para
que hagamos por al menos un puñado de los desesperados del mundo lo que esté en
nuestras manos… ojalá limpias de corrupción.
191. Dos
anécdotas, un mea culpa y un llamado en vano a la cordura.
Dios es
testigo de que desde que fui un niño con uso de razón, y hasta la pubertad, una
mujer adulta, una más joven y una delicia en plena posesión de su adolescencia
a hurtadillas me besaban, para mi completo pasmo y júbilo, apasionadamente -por
desgracia no todas a una sino por separado-: lástima que no se hubieran
atrevido a más. Dondequiera que ustedes estén, ex mamacitas, quiero que sepan
que las llevo en el corazón, en las oraciones que no rezo y en mis
frustraciones sexuales, y que jamás le revelaría sus nombres a nadie ni le
permitiría a nadie que me las llamara corruptoras de menores o me las
empuercara de ningún otro modo.
Era ya
de noche, corría 2004 o 2005 -no logro precisarlo- y mi madre me interrumpió la
lectura para decirme que allá en la sala había una vecina que quería comentarme
algo. “Cómo le parece, señor Ríos, que acabo de ver a su hija, a su niña, abajo
en el parqueadero besándose con…”, el nombre que fuera. Su angustia -que
parecía muy sincera- se debía a que mi hija tenía trece o catorce años y el
muchacho, veinte o veintidós. Le agradecí la información y, cuando la señora se
hubo ido, le pedí a Orfi que fuera a buscar a su nieta tan precoz… como el
papá… y la mamá. No andaba yo desencaminado: cuando le pregunté si la habían
obligado a bajar o si había bajado voluntariamente, me dijo que lo segundo y me
agradeció cuando le dije que no iba a buscar al muchacho para reclamarle. Eso
sí, los dos estuvimos de acuerdo en que su comportamiento ameritaba un castigo,
simbólico pero castigo a fin de cuentas.
Algunos
años después de lo que acabo de referir, pongamos cinco o seis, se desató en la
Colombia pasional e irreflexiva de todos los días, un escándalo mediático y
judicial al que el pendejo que yo era entonces se sumó, de mente y de corazón,
en contra de Laura Moreno, Jessy Quintero y Carlos Cárdenas, y a favor de los papás
de Luis Andrés Colmenares. A ellos tres -y a sus familias- les pido perdón
hincado, literalmente, de rodillas y les cuento que de mi ruindad aprendí,
espero que para siempre, que la presunción de la inocencia de un acusado debe
estar por encima incluso del amor que se le tiene a una hija, y de la fe en su
palabra.
En
consecuencia, a los que hoy jalean a todas las mujeres del mundo para que
revelen los nombres de sus violentadores reales o ficticios con la promesa
temeraria y de doble filo “yo sí te creo”, los conmino a que sólo por un
momento se figuren que es su nombre o el de alguien al que aman los que se
exponen en la picota pública y global de las pantallas, a ver si también en ese
caso gritarían esas cuatro palabras que, por anticipado y por igual, condenan
sin el debido proceso a inocentes y culpables. Pero si mi súplica no los
convence, los conmino entonces a ver una serie televisiva de la que acaso
tengan noticias: ‘Arny, historia de una infamia’ se titula.
Que sea,
pues, la justicia y no los medios ni nosotros sus idiotas útiles la que condene
o absuelva. (Claro que con la nuestra tan venal e inoperante…)
192.
Tengo una prima que no tiene risa. Y no porque sea una agelasta o una amargada…
no. Al contrario: “ríe” mucho, pero con tal esfuerzo de la voluntad que al
dotado de buen oído le cuesta oírla y no exasperarse. Justo lo que tan a menudo
sucede cuando en el transporte público hay un grupo de cuatro o cinco
adolescentes que dicen dos palabras, gesticulan y ríen al unísono pero no con
risas auténticas sino con jajajás desangelados que se le arrancan a la
necesidad de encajar, al miedo de no pertenecer.
Me
encantan las carcajadas de los que se desternillan con toda naturalidad. A
tanto llega mi fascinación por ellos que, cuando los oigo reírse por ejemplo en
la mesa de al lado en un bar o en una cafetería, tentado me veo de pedirles
permiso para unirme al jolgorio. Y si por el ruido del sitio o bien porque lo
que dicen entre risotada y risotada no me llega con claridad, me los imagino
morboseando con desaprensión o echando chistes verdes, o pueda que no verdes
pero buenos. Como este que me contó no recuerdo quién ni cuándo, aunque en
cualquier caso alguien entrañable y en un momento feliz:
Les dice
la profesora de español a los estudiantes: “De tarea para mañana, cada uno va a
escribir una frase con la palabra ‘supongo’”. Al día siguiente la profesora,
que tenía en el mismo grupo niños ricos, de clase media y pobres, empezó a
revisar la tarea. Le pidió a Juanito que leyera: “Esta mañana mi papi me trajo
en el Mercedes; supongo que el BM estaba dañado”. Siguió Carlitos: “Ayer me
dieron huevo al almuerzo: supongo que no había plata para la carne”. Le tocó a
Pedrito: “Anoche mi abuelita iba con el periódico para el baño. Supongo que iba
a cagar porque ella no sabe leer”.
¡Que
vivan don Jediondo, La Luciérnaga, Tola y Maruja, la irreverencia y todos los
que a diario les asestamos un no rotundo a los desabridos censores de “nuestra
era de la ira”!
193.
Resulta que cuando mi hija se instaló propiamente en la adolescencia, pongamos
después de la fiesta de quince, quiso probar a vestirse como muchas de sus
amigas y famosas que admiraba: con pocas mangas y escasa tela pese a los fríos
intensos y soles cancerígenos de Bogotá. Al tanto de aquello gracias a mi
madre, le dije un día que me pidió permiso para salir por ahí a dar una vuelta
con un muchacho que la invitó a tomar algo en un centro comercial: “Sí pero si
te abrigas y te pones jeans más holgados”.
“¡Pero
por qué si yo tengo derecho a vestirme como quiera, incluso a no vestirme, y a
que nadie me irrespete!”
“¿Ah,
sí? ¿Y acaso quién te dijo eso?”
“La
profesora de Derechos Humanos, en el colegio”.
Cuando
se tranquilizó un poco y logré que se sentara para que conversáramos, le dije
que lamentablemente a la profesora se le había olvidado explicarles que una
cosa era el mundo ideal y otra muy distinta el mundo real, en el que ella y yo
y todos vivíamos. Que lo ideal chocaba de frente con lo real, que tarde o
temprano termina por imponerse.
“¿Te
acuerdas del día aquel que me acompañaste a una entrevista de trabajo en la
EAN, la universidad de la 11 con setenta y pico? ¿Te acuerdas de que el tipo
que dizque me iba a entrevistar se hizo el pendejo y no salió de la oficina ni
siquiera para saludar cuando la secretaria le dijo que lo buscaba ‘un señor en
situación de discapacidad visual’?”
“Claro
papá que me acuerdo de ese estúpido”.
“Pues en
el mundo ideal de tu profesora eso nunca habría ocurrido, ni nada de todo lo
que a ti y a mí nos duele: el sufrimiento de los animales, el hambre y las
carencias de los pobres y los muy pobres y todas las injusticias que se te
ocurran. Y si bien es cierto que en el mundo real ni siquiera las monjas están
por completo a salvo de manilargos y violadores, sí están más protegidas que
las desprotegidas. De modo que cámbiate para que salgas. Ah, y no te demores”.
Lástima
que mi hija ya no vive para que les cuente si aquella charla le fue o no de
utilidad.
194.
“Aunque la censura rara vez hace desaparecer las ideas que persigue -y a menudo
les da alas-, los gobernantes poseen una rara vena reincidente”: llamemos a
esto, si les parece, originalidad. Pero y ¿cómo llamamos, ahora, a los que se
hagan eco de la cita para machacar tozudamente en que son ellos, los
gobernantes, los censores por excelencia de nuestro tiempo? ¿Qué tal si los
llamamos miopes, pues si bien es cierto que tal es la realidad en China y Corea
del Norte y Rusia y Bielorrusia y Cuba y Venezuela y Nicaragua y…, no lo es en
muchas otras partes del mundo donde la democracia aún les planta cara a los
populismos de las extremas, mas no todavía -y que conste que está en mora de
empezar a hacerlo- a los Torquemadas que, desde las universidades y las redes
sociales, proscriben temas y mancillan reputaciones y acallan voces disidentes
y le hacen perder el empleo a todo profesor o colega que se les ocurra que
transgredió?
Y es que
tan mal andan las cosas en esos sanedrines que si hoy me llamaran de alguno para
enseñar algo, pongamos Buenismo Avanzado, preferiría mil veces hacerlo en
cualquier iglesia católica de esta Bogotá que, por otra parte, tan grande le
quedó a la vocinglera Claudia López.
195.
Pensamiento mágico es votar por un indeseable de la extrema izquierda -Petro,
López Obrador: del fascismo de derechas mejor ni hablemos- esperanzado en que
el radical, el intolerante se transforme, por arte de encantamiento, en un
demócrata auténtico a la manera de Merkel, Ardern o Zelenski.
196. Son
unos iluminados los que no quieren morirse sin que les toque asistir al
desmoronamiento político, militar y económico -al cultural no porque resulta
que los autoproclamados antiestadounidenses son tan adictos a su cultura como
el resto del mundo- del imperio del norte en favor del chino, que ya insinúa
modales con su tiranía de partido único, sus afanes expansionistas, su nueva
ruta de la seda, su aliado Putin, sus globos espía, sus barcos de arrastre y
hasta su ejiao tan milagroso. De verdad que no doy con un ejemplo más elocuente
de en qué consiste la sabiduría del que comprende qué es lo mejor para su
descendencia.
197.
Como noto que los atronados que se reivindican del centro pero votaron por la
opción de la extrema izquierda maquillada de pacto democrático que encarnaban
Petro y sus conmilitones ya se empiezan a quejar, les advierto: “Aquí se
impusieron” nuevamente y por culpa de su irreflexión “la mezquindad y la
pobreza de espíritu de nuestros dirigentes, su vanidad, su incompetencia, su
pasión irrefrenable por la improvisación, el adanismo y la chambonería. Todos,
eso sí, con pose de iluminados y estadistas; todos con esa mirada al infinito
del sabio que dice: ‘Yo sí tengo la fórmula mágica que los demás no tienen, yo
sí sé cómo es que es…’. Y siempre superponiendo sus delirios teóricos a la
realidad, sacrificando lo posible en nombre de lo perfecto, que jamás llegará.
Las famosas ‘repúblicas aéreas’ de las que hablaba Bolívar […]: la utopía del
fracaso y del atraso, eso son las utopías”.
Eso son:
distopías de pesadilla a lo Cuba, Venezuela, Nicaragua y El Salvador y ya se
verá si también Colombia al cabo de este cuatrienio que ya pesa y que, si me
apuran, los las y les empoderades harán hasta lo imposible para que se
prolongue al infinito. Ojalá me equivoque en este sentido como me equivoqué con
Uribe, que a regañadientes “entregó” el poder pero lo entregó. Ahora: si mis
sospechas -con aspecto más bien de convicción- se materializan, el destino de
Colombia va a depender, única y exclusivamente, como acaba de ocurrir en el
Perú y Brasil, de nuestras fuerzas del orden. ¿Van a estar ustedes, llegado el
caso, a la altura de semejante responsabilidad?
198. No
me había sucedido antes, o al menos no con un clásico de todos los tiempos como
El corazón de las tinieblas, que lo que parece constituir y contener el mundo
de las emociones del relato -la vida y la muerte de Kurtz- al lector que soy lo
deje del todo indiferente pero asombrado: ¿tantos dolor y conmoción -exagerados
en el caso de Marlow- por la muerte de un comparsa? Porque para mí eso es lo
que es el muerto que “lloran” la prometida y Charles: un comparsa al que
prácticamente nada le oí decir que me cimbroneara… ¡nada!
Está bien:
algo tenía que tener el pisco para que dizque hasta los salvajes lo adoraran,
no se diga este par… pero y ¿qué es aquello a más de toda la palabrería de pena
por su muerte y de asombro por su dichosa genialidad? ¿Sólo porque exclamó, ya
expirando, “¡Ah, el horror! ¡El horror!”? O acaso porque decía, como cualquier
Trump u otro niño de seis años: “Mi marfil, mi prometida, mi estación, mi río,
mi…”? Con decirles que, comparado con Petro -genio para los mamertos-, quien no
pasaría de ser un paquete de aire y paja de no ser por lo perjudicial que
resulta cuando se lo propone, el tal Kurtz es una vaharada.
199.
“Definitivamente, hermano, hay que envejecer con dignidad”, me dijo el otro día
mi buen amigo Óscar Montero, y yo me quedé pensando. ¿Quiso decir resignación
en lugar de dignidad? Porque ¿con qué dignidad se puede asumir la tragedia de
salir del mercado sexual, de que a uno ya no se le pare ni sobornándolo, o de
que se le pare a medias pero que la que acceda a acostarse con uno lo haga,
únicamente, por mucha plata y con mucho asco?
Okay,
digamos que me resigno a la impotencia y a los recuerdos de tiempos más
promisorios y hasta felices. Pero ¿y los demás achaques del cuerpo y la mente?
¿Los llevo también con dignidad, con resignación cristiana? ¿Y a cuenta de qué
si yo ya viví mi vejez en El obsceno pájaro de la noche, en los cuentos
magistrales de Kjell Askildsen? ¿Materialista yo, materialista Steiner (“…Yo
soy, por ejemplo, firme partidario de la eutanasia. Los viejos destruimos a
menudo la vida de los jóvenes que tienen que cargar con nosotros. ¡Me gustaría
tanto tener el derecho de decir ‘Gracias, todo ha sido magnífico, ahora
basta’!”)?
Eso en
cuanto a mí, en cuanto a Steiner. En cuanto a mi amigo y a todos los que
piensan y sienten que sin experimentar la vejez una vida es incompleta, o que
claro que se puede estar muy satisfecho y ser muy productivo siendo viejo, todo
mi respeto y simpatía por ellos y por su fortaleza. Sé que si hubiera consenso
en torno a lo que pensamos y sentimos el sabio y yo, no tendría la alegría
semanal o quincenal de leer a mis amigos de papel y maestros Manuel Vicent y
Mario Vargas Llosa, por sólo hablar de los octogenarios, y de tomarme una
cerveza y fumarme un cigarrillo cada tanto con mi amigo Mario Montoya en la cantina
de Lucio y Marcela.
Me duele
el dolor de los viejos cuyo pasado decente o aun meritorio no los obliga a
ocultar tras la fragilidad actual al canalla o a la cabrona que fueron hasta
cuando las fuerzas se lo permitieron, pero me dolería más un mundo del todo
huérfano de sus presencias reales e imprescindibles.
200.
Cada vez que, viendo un noticiero en la televisión, me estrello con la faz de
Putin, de Xi, de Lukashenko, de Jamenei, de bin Salmán, de al-Assad y su
cochina súcuba, de Cabello, de Murillo la del disminuido Ortega y de otros
tantos, desenfundo por millonésima vez la metralleta imaginaria que heredé de
Fernando Vallejo y los fumigo, jamás con éxito. Entonces cierro los ojos,
clausuro los oídos y visualizo mi santoral de buenos corazones para tranquilizarme:
a Abe calmándoles el hambre o el frío a un indigente aquí y a otro allá; a la
“desconocida” que una noche remota y fría se bajó conmigo de la buseta que la
llevaba hasta su casa para ayudarme a coger un segundo transporte; a mi amigo
del alma Quico Gómez con su infinito amor por los ciegos y nuevamente a mi maestro
de papel Fernando Vallejo con su infinito amor por los animales; a doña Louise
de Morales, alma apacible y amorosa donde las haya; a mis amigos Orlando
Espitia y Óscar Montero, cada cual con su singular manera de practicar la
caridad; a Marinita Salazar mi compañera del Colombo, tan maternal con los
frágiles; a don Luis Enrique Suárez y Quevedo, sabio y maestro; a Teresita
Rozo, sabia y maestra; a Manuel Rivas y Mario Mendoza, Lucia Berlin y Rosa
Montero, que me llevan a pensar que tras sus personajes más entrañables se
agazapan ellos; al “desconocido” que otra noche remota y fría consoló, amoroso,
a un niño de la calle que lloraba; a Orfi procurándoles compañía y consuelo a
tres o cuatro ancianos que se pudren y se mueren solos en estas torres del tercer
mundo; a los médicos y enfermeras, socorristas y rescatistas de los dos sexos
que a esta hora salvan vidas en la Ucrania bombardeada, desentierran cuerpos
vivos y muertos de entre los escombros que dejaron los terremotos en Siria y
Turquía o salvan de morir ahogados en el mar a los desesperados que se suben
con sus hijos a una patera. Porque el instinto materno, que no es
exclusivamente femenino y mucho menos colectivo, existe y es palpable.
Adenda:
reivindico mi derecho a odiar y maldecir a los canallas, despreciar a los
indiferentes, compadecer con frialdad a los cobardes, y amar y bendecir a los
generosos y caritativos no teóricos o por cálculos personales y académicos,
sino a los vocacionales.
201.
Tengo la sensación de que si usted hubiera sido el niño ciego que yo fui y que
estuvo tanto tiempo a merced del miedo que les tuvo a los mellizos Ramírez en
el instituto para ciegos -una gran mentira porque ellos dos y otros tantos
veían casi tan bien como los videntes que los dejaban hacer- en que cursó la
primaria; de que si usted hubiera sido la profesora que fue mi ex alumna
Maritza Medina en varios colegios públicos de Bogotá en los que distintos
angelitos y en momentos distintos la mandaban a comer mierda y la trataban de
“ciega piroba” o de “ciega hijueputa”; de que si usted hubiera visto -sucede a
diario- a otro inadaptado en uniforme escupirle la cara a un amigo mío cuando
le entregó un examen con una nota reprobatoria; de que si usted estuviera
viendo, en fin, a muchos papás y mamás aterrorizados de los energúmenos que
tienen por hijos o a esos mismos energúmenos e inadaptados destrozando
impunemente mobiliario urbano o violando en grupo a niñas o a niños menores que
ellos y del todo inermes, en baños de colegio o de centro comercial,
coincidiría conmigo en que no es esto lo que procede sino la bendita
casuística:
“…nada
que no resulte conocido a incontables colegiales de mi generación. Por aquel
entonces, en vez de cinto, se estilaba la regla de madera, larga como vara de
boyero. No era ajeno a nosotros el hábito de ir a clase amilanados. En casa la
autoridad del maestro no se discutía; en consecuencia, callábamos. Yo recuerdo
con nitidez el chasquido que producen las mejillas infantiles al ser
abofeteadas por la mano de un adulto. Eso sí, te daban por tu culpa y para tu
provecho, para que aprendieses a respetar, para que fueses árbol que crece
recto, para forzar la laboriosidad y fomentar atributos (¿masculinos?)
asentados en la obediencia sin restricciones. Te decían: ‘La letra con sangre
entra’. Lo que también entraba o podía entrar a edad temprana era la idea de
que la violencia es un correctivo destinado a fines nobles. Peligrosa enseñanza
cuya aplicación creo observar a veces en ciertos comportamientos y actitudes
repetidos en la sociedad actual. Algo aprendí después por mi cuenta: cuídate de
los que creen hacer el bien a golpe limpio, no digamos a tiros y bombazos.”
Se
equivocaban los profesores y padres de familia de los niños de su generación y
de todas las anteriores al creer que los castigos físicos y las bofetadas
debían repartirse aquí y allá y sin distingos, y se equivocan, sólo que más
crasamente, los bien intencionados que como usted abogan por la abolición
definitiva de un recurso que debe y deberá siempre estar reservado para los
matones de salón de clases y, si me apuran, también para los indiferentes y los
solapados que los azuzan o les guardan la espalda con su silencio. Mejor dicho
y para que nos entendamos: si yo hubiera sido profesor, en cualquier instancia,
de un Putin, un al-Assad, un Lukashenko o un Ortega, no me perdonaría el no
haberlos humillado y abofeteado una y mil veces en presencia de sus acosados
si, como me temo, fueron los Ramírez de sus colegios.
202.
No veo por qué no pueda hoy un ciego, un sordo, un paralítico y una fea
-ténganme paciencia que un día de éstos me ocupo de otras desgracias-
aprovechar estos tiempos de autopercepción para exigir, si se precisa mediante
fallo judicial y en su orden, la licencia de conducción, ser integrante de un
jurado en un concurso de música clásica, pertenecer a la selección de fútbol de
su país con miras a un Mundial o la corona de misuniverso. ¿Acaso mi vecina,
con semejantes tetas y esa voz tan dulce que acaricia, o mi vecino, con
tremendo bigote y herramienta entre las piernas, no alegan que se llaman ahora
ella Ramiro y él Angélica? ¿Por qué ellos sí y nosotros no? ¿Van ustedes a
privarme del derecho de sentirme vidente no más porque si no ando con mi bastón
blanco me doy contra las paredes o me precipito dentro de la primera
alcantarilla sin tapa que encuentre saliendo de la casa? ¿Le van ustedes a
negar a mi amigo el sordo, que jamás podrá establecer si quien canta es un
desafinado cualquiera o un Camilo Sesto, la posibilidad de que vote por la
mejor interpretación del Concierto para piano y orquesta número 2 de Brahms?
¡Protesto! Si mis amigos el paralítico y la fea se autoperciben un gran atleta
él y la más irresistible de las criaturas ella, ¿quiénes son ustedes para
decirles que renuncien a ese derecho que, felizmente, consagra la absurdidad de
nuestro presente?
203.
A mí que me expliquen por qué las ultrafanáticas del feminismo no han
resucitado a Julio Ramón Ribeyro para que las conduzca al paradero del violador
sin castigo de su prosa apátrida número 8. ¿Que porque el pobre diablo es
inimputable lo van a dejar ustedes, entrañables virtuosas, sin el castigo que
se merece, cual si de todo un Neruda se tratara? Les cuento que me están
decepcionando.
204.
¿Quién, entre el grueso de los políticos del mundo y el grueso de los médicos
del mundo, que juran por patrias y banderas o con la mano puesta sobre el libro
sagrado que sea y por la memoria de Hipócrates y los hipocráticos, jurará más
en vano y con mayor dolo? Difícilmente encuentra uno nombres y apellidos que
salven a los unos de la deshonra bien merecida que los emparama, pero en cambio
son manifiestos e intachables los ejemplos de los que sí se comprometen, y con
creces en ciertos casos, con el código deontológico por el que juraron en sus
facultades: todos esos médicos anónimos que les salvan la vida o intentan
curar, en los lugares más remotos y abandonados por los dioses y los hombres, a
los más pobres entre los pobres; que operan, ayudados por enfermeros igual de
generosos y temerarios y bajo la luz de una linterna apenas mientras siguen
cayendo las bombas y los misiles del Putin o el al-Assad de turno, a soldados y
civiles malheridos; que se enrolan, con Médicos Sin Fronteras u otras
fundaciones humanitarias igual de quijotescas sólo que con menos reconocimiento
público, hacia destinos a los que los más de sus colegas no se aventurarían ni
por todo el oro del mundo (¿aunque saben que por eso tal vez sí?) y en fin…
Estaba viendo acá en internet que “La Asociación Mundial de Veterinaria propone
un juramento…”, pero resuelvo no abrir el documento porque con las experiencias
tan a menudo amargas que acumulo en esos consultorios me basta. (Y digo “tan a
menudo” porque Diana y Adriana, las veterinarias de mis gatos de Mariquita, son
otra cosa: un beso y mucha gratitud para ambas.)
205.
Coincidirá usted conmigo, admirado y estimado Juanjo, en que ‘Si dos ojos no
bastan’… Y pensar que hay tantísimo corazón mezquino y encéfalo prejuiciado
que, no conforme con las de por sí duras condiciones de este fatum, lo agravan
con la incredulidad a priori del que discrimina a bulto. Claro que si lo hace
también una mayoría -y vaya y vea usted con qué ínfulas y desparpajo- de
quienes saben de qué fueron capaces un Milton, un Taha Hussein; un Nicholas
Saunderson, un Lev Pontriaguin, ¿qué puedo esperar, entonces, de mis vecinos de
a pie? ¡Pero si sólo hay que ver con cuánta condescendencia mal disimulada las
medianías que por lo común deciden en los reálitis y concursos que buscan
promover nuevos cantantes reciben al participante que se presenta en las
audiciones con su bastón blanco o custodiado por un perro guía! ¡Y eso que sin
falta se reivindican, todos, admiradores o fanáticos de Stevie Wonder y José
Feliciano, para no hablar de los que glorifican los nombres de Joaquín Rodrigo
y Andrea Bocelli! Lo peor del caso, maestro Millás, es que no los juzgo porque
a mí también me ocurre… con ciegos inclusive.
206.
Tres preguntitas -y ustedes me hacen el favor de no írmelas a tachar de
capciosas, que con el diminutivo ya tienen suficiente- para el gran Javier
Sampedro: “¿Dónde estás? No me refiero a en qué ciudad o en qué línea de metro,
sino a dónde está eso que llamas yo, a qué lugar ocupa en tu cuerpo el sentido
de existir, de percibir el mundo, de pensar sobre él. Déjame adivinarlo: está
en algún lugar detrás de tus ojos y entre tus dos orejas. Así lo sentimos
todos. Pero eso es solo porque la luz nos entra por los ojos y el sonido por
las orejas. […] Pero algún día estaremos de pie contemplando el mapa de nuestro
propio cerebro, con sus 86.000 millones de neuronas y todas las sinapsis entre
ellas, y nos volveremos a preguntar como en la parábola de la pecera: ¿dónde
estoy yo? La razón te dirá que tú eres ese mapa inextricable de neuronas y
sinapsis, nodos y nexos, pero tú seguirás estando detrás de tus ojos y entre
tus dos orejas, ¿no?”.
¿Nos
birlaron a los ciegos totales y a los sordos profundos medio yo? ¿Cómo pueden
existir los sordociegos profundos y totales si, a todas luces y a primer golpe
de oído, carecen nada menos que de aque… yo? ¿Cómo se imagina usted, maestro,
la representación futura de los mapas del cerebro de unos, otros y los otros
desgraciados, caso de que algo semejante a un cerebro humano ostenten?
207.
Ocioso como soy, a veces se me da por preguntarme cuántos de los buenistas de
la academia que en público se desgañitan exigiendo inclusión y equidad para
todos, todas y todes y en todas partes salvo en sus vidas y en sus facultades,
harían en privado por ejemplo con el niño que fui lo que el bueno de Haley con
el hijo ciego de su esclava en el capítulo 8 de la novela de Beecher Stowe. A
ver, paladines de la justicia y la igualdad teóricas que rinden jugosos
intereses, con la mano levantada bien en alto para que se los pueda contar.
208.
Si yo fuera sacerdote católico o pastor cristiano -loado Dios que no- de los
muy pocos con vocación auténtica y amor por el prójimo que enaltecen sus
credos, liberaría a mi rebaño de las angustias que al buen creyente le producen
las antinomias y las ambigüedades maravillosas de la Biblia -portento literario
donde los haya- y se las reemplazaría por las enseñanzas de La cabaña del tío
Tom o, si es mucha la pereza lectora de la feligresía, al menos por el capítulo
9 de esa novela , que de humanitarismo lo sabe todo.
209.
¿Que para qué leer, preguntan ustedes? Para tantas y tantas cosas prodigiosas
-me adelanto y les respondo- que enunciarlas sería interminable y tedioso. Sin
embargo y para no parecer displicente, les digo hoy -ya se verá qué improviso
mañana-, que para que los solitarios del mundo, vocacionales o forzados por las
circunstancias de cada yo, podamos dialogar (enfadarnos con ellos, putearlos,
irnos a las manos si toca, reconciliarnos para volver a discrepar y, menos mal
que sólo en contadas ocasiones, enemistarnos de por vida), sin que se enteren,
con nuestros referentes de papel y tinta:
“…El
colibrí es, entre todos, el animal de metabolismo más veloz. Su ínfimo corazón
late unas mil veces por minuto -diez veces más que los humanos más acelerados.
Y el resto de su cuerpo funciona acorde: su digestión, sin ir más lejos, es un
rayo. Por eso, para seguir vivos, los colibríes necesitan comer dos o tres
veces su peso cada día, porque tragan y digieren, tragan y digieren y están
siempre al borde del desfallecimiento, y por eso se la pasan volando de un lado
para el otro, agitando las alas como poseídos: buscándose la vida al borde de
la muerte. Por eso viven suspendidos frente a esas flores, picándolas: lo que
vemos como belleza es su hambre, su desespero por sobrevivir.
El
colibrí, pobrecito, no solo es una belleza extraordinaria; también es una
metáfora extrema de la maldición de la belleza, de los esfuerzos que hacen
tantas y tantos para ser más bellos. Solo que ellas y ellos lo hacen a
propósito y el colibrí no sabe lo que hace; por no saber, no sabe siquiera que
es hermoso.
Pero
es, también, una muestra tajante de lo difícil que es saber cuando hablamos de
otros, lo fácil que es equivocarse, lo simple que es no entender lo que creemos
entender e interpretar alegremente cuando no tenemos la información para saber
en serio.”
¿Cómo
no sentirme, admirado y estimado Martín, aliviado de saberme a salvo de la más
que milenaria tiranía de los espejos y de la reciente de las pantallas,
prolongaciones suyas en las que se cree que se mira a los otros para poder
dizque verse a sí mismo? Pero no era de eso de lo que le quería hablar, o no
exactamente.
Los
que nacimos bendecidos -ya ve lo optimista que estoy hoy: un día al año no hace
daño- con el conformismo del que se siente satisfecho y hasta feliz con lo poco
o lo muy poco que tiene, no comprendemos que millardos y millardos de dólares a
los que asciende hoy -ya verá usted mañana- la fortuna de un Bernard Arnault le
susciten a media humanidad, que pactaría ya mismo con el diablo por ser aquel
desgraciado aunque fuera un día, suspiros de envidia y admiración. ¿Doscientos
veinte mil millones de dólares para igual envejecer, quedarse impotente y morir
al cabo, forrado asimismo en pañales meados y cagados? Propongo que a esta
supersubespecie del mono insaciable se la denomine, a partir de ya y en virtud
de las semejanzas manifiestas que guarda con la criatura alada, así: la
supersubespecie-colibrí. (Ah, hermano, pero no se vaya a creer usted el cuento
de que desconozco la maldición de la codicia, por la que pactaría ya mismo con
el que sabemos a cambio de libido y el mejor odor di femina y cuerpos desnudos
de bellas durmientes -sin los impedimentos que pesan, eso sí, sobre los de las
de Kawabata- y cualquier ardid, cualquiera, que me libre de salir del mercado
sexual).
210.
Una de las muy pocas clases memorables de literatura que recibí en la
universidad me la dio Felipe Ardila, en algún semestre del pregrado. Nos habló
ese día de ‘constructos ideológicos’ y nos deslindó la diferencia que puede
(pue-de) existir entre el concepto que nos formamos de alguien -un compañero de
oficina, un vecino- y en lo que aquel sujeto se transforma en otros ámbitos.
Piensen ustedes -nos dijo- en la mujer más apreciada por todos sus colegas
gracias a las virtudes de que hace gala en la empresa en que trabaja, donde con
el tiempo empieza a correr el rumor fundado de que esa misma persona tan
meritoria, no bien traspone la puerta de su casa, azota a los hijos y machaca a
las mascotas ante el pasmo y la irresolución del calzones que tiene por marido.
O en -les digo- un militar de rango que humilla y maltrata a sus subordinados,
que le tienen a él el mismo miedo que él le tiene a la fiera con que se casó y
desde entonces lo domina.
Pues
bien; desde aquella mañana, me hice tan consciente de esta realidad que no hay
persona a la que oiga o escritor al que lea sin que me cuestione cuánto de lo
que oigo y leo será como me dicen, cuánto estará distorsionado por hechos que
en ese momento desconozco y cuánto es infamia pura. Y si cultivo una relación
física con el que oigo o inmaterial con el que leo, estoy siempre al acecho de
sus palabras y sus actos (en el segundo caso el sustantivo debe ir entre
comillas), no necesariamente para condenar o censurar flaquezas aunque sin
falta para ir desvirtuando, confirmando y reacomodando el ‘constructo
ideológico’ que de Equis o Ye persona me forjé cuando la conocí.
“…Y
ahí, mi perro es lo más importante que hay. Le explico cuál ha sido el texto,
paseamos juntos, nos hablamos… En serio, mataría a los que maltratan a los
animales. Lo digo con toda la tranquilidad. ¡Es algo que me horroriza! Y
nuestra civilización lo hace a grandísima escala. En los ojos de un animal que
os ama y al que amáis hay una comprensión de la muerte de la que carecemos. Los
ojos de mi perro esconden algo que comprenden muy bien; tal vez lo que me va a
pasar. Cuando vuelvo a casa, siempre me espera cerca de la puerta. ¿Por qué?
¿Cómo hace para saber que estoy llegando? Probablemente, si nos ponemos
augustocomtianos, positivistas a ultranza, diríamos que es porque se desprende
un olor de espera. Puede ser. ¿Sabe usted que un perro tiene todo un
vocabulario de olores, que percibe diez mil olores que nosotros no podemos
conocer? Y cuando preparo mi pequeña maleta de viaje, se pone debajo de la mesa
y me mira con unos ojos de reproche indescriptibles. ¡Es tan bonito vivir con
un animal! Esas telepatías son realmente interesantes. Ya sé que deberíamos
sentir un gran amor por los seres humanos. Pero a veces me resulta muy
difícil.”
“…Los
pájaros no cantan por cantar. En medio de su algarabía cada trino o tuit tiene
una función y responde a una necesidad. Los pájaros cantan para marcar
territorio, para alertar de la presencia de un depredador, para atraer a las
hembras con la intención de celebrar unas nupcias arrebatadas, o simplemente
para no perder el contacto con el grupo a la hora de emigrar. El leve gorjeo de
los polluelos recién nacidos en el nido del jardín se debe a su interés por
llamar la atención de la madre o a la disputa por el gusano que ella trae en el
pico para alimentarlos. Se trata de una comunicación pura, esencial y concreta.
No sucede lo mismo con los humanos que no cesan de hablar por hablar para nada.
En medio del jolgorio que arman al amanecer cada especie de pájaro se expresa
en su propio idioma. Ignoro si existe una traducción simultánea que les permita
a las aves migratorias que llegan de países lejanos entenderse con las que
habitan este territorio todo el año. Me gustaría saber si las golondrinas
africanas conocen el lenguaje de los mirlos españoles, si el cántico del
ruiseñor enamorado en las noches de mayo es capaz de atraer a hembras de otra
especie. El aire es un pentagrama lleno de notas musicales, blancas, negras,
corcheas, semicorcheas, fusas y semifusas y las aves, según cada clase, las
interpretan como si se tratara de una partitura escrita por Pitágoras y extraen
de ella las melodías necesarias para sobrevivir más allá de la belleza. ¿Qué es
un tuit? Puede ser un acorde de Bach si lo emite un jilguero o un rebuzno que
ensucia el aire si lo lanza cualquier asno humano.”
“…¿De
qué hay que liberar a los animales? ¿De la evolución de las especies? ¿De las
leyes de Mendel? No, deben ser liberados del yugo humano: se trata de abrirles
la jaula. Fuera de la jaula y lejos del pastor podrán dedicarse a su libertad,
es decir, a ser lo que la naturaleza ha dispuesto para ellos: al principio
quizá algunos estén un poco desconcertados, el chihuahua, por ejemplo, pero se
irán acostumbrando. Los humanos, que tantas nuevas familias zoológicas han
criado y con tantas han convivido, siempre fueron sus enemigos. El nuevo
imperativo moral es: ‘Obra de tal modo que todo ser capaz de sentir sienta lo
que más pueda agradarle, sin interferencia tuya negativa’. […]
[…]
Singer condena el especismo ético, es decir, preferir moralmente nuestra
especie a las de los otros seres vivos. Pero es que en eso consiste
precisamente la ética, en el reconocimiento humano de lo humanamente libre y
responsable en el confuso tapiz de los efectos y las causas. Fue tarea de Kant
racionalizar el especismo estableciendo que para el ser humano la humanidad
siempre será un fin y nunca un medio. Hay que ser humanitario con los animales,
pero humano entre los humanos.”
Y
bien…, tres opiniones de tres sabios a los que mucho debo y a los que leo con
regularidad y desde hace tiempo. Uno que por desgracia -para mí, claro- ya
murió y al que nunca le voy a poder agradecer en persona toda su sabiduría y lo
que mis recursos de lector alcanzan a juzgar su coherencia ética; un segundo
que cumplió recientemente ochenta y siete años de edad y con el que temo que me
ocurra exactamente lo que con su par intelectual y “moral”; y un tercero con el
que mucho conflictúo y cuyo ‘constructo ideológico’ me ocasiona dudas que algo
me mortifican y mucho me estimulan.
A
él en particular, como a los terroristas de la política -ETA, Farc, ELN- o a
los sabihondos de la pedagogía y la educación -científicos y expertos se hacen
llamar-, le recrimino que se sienta el dueño de la verdad revelada sobre
aquello tan subjetivo y espinoso que es la ética, y que lo vocifere con la
misma sobradez con que los unos -los matones- pretenden enseñarle al resto del
mundo de qué van la democracia con sus múltiples intríngulis mientras que los
otros -los insulsos del enrevesamiento académico-, narcotizados con sus
vaciedades teóricas, quieren hacernos creer que la escuela sobre la que
legislan es lo que fantasean que es gracias a ellos y no la calamidad que en
realidad es y en gran medida por su culpa. Posiblemente nuestro tercer hombre,
no obstante su suma sabiduría y sus casi setenta y seis años de vida,
desconozca que esta mujer humilde a la que cada mañana veo -por la ventana
abierta en que me fumo un cigarrillo y me tomo un tinto- dándole de comer a un
animalito callejero tal vez distinto, tal vez el mismo, y que los tres señores
que la semana pasada abandonaron por separado la cama en plena noche y en medio
de una borrasca típica de Mariquita, para auxiliar a un cuarto vecino al que la
lluvia y los vientos lo acababan de dejar con casa pero sin tejas, ponen en
marcha sus muy personales formas de sentir lo ético sin que jamás hayan leído o
vayan a leer nada al respecto, y muy seguramente sin saber siquiera que existe
algo con ese nombre. Que la ética sea algo tan importante y singular para esas
cuatro personas, para los dos primeros sabios, para el tercero y para mí,
teoricemos o no al respecto, hace que me cuestione hasta qué punto resulta
conducente pasarse la vida instruyendo a los demás con libros y artículos cuya
elaboración acaso no deje tiempo y espacio suficientes para exámenes rigurosos
de conciencia y, peor aún, para poner por obra toda la palabrería con que se
construyeron capital y prestigio.
211.
¡Que vivan, que vivan Beecher Stowe y su panfleto, imprescindible por
valiente!:
“…--Señor
Wilson, sé todo esto --dijo George--. Sí que corro un riesgo, pero… --abrió de
repente el abrigo para mostrar dos pistolas y un cuchillo de caza--. ¡Ahí está!
--dijo--, estoy preparado para ellos. Jamás me iré al sur. ¡No! Llegado el
caso, me ganaré por lo menos seis pies de tierra gratis, ¡la primera y la
última tierra que posea jamás en Kentucky!
--Ay,
George, ése es un estado de ánimo muy malo; se aproxima a la desesperación,
George. Me preocupas, quebrantando las leyes de tu país.
--¡Mi
país de nuevo! Señor Wilson, usted tiene país, pero ¿qué país tengo yo o los
que, como yo, han nacido de madres esclavas? ¿Qué leyes hay para nosotros?
Nosotros no las hacemos ni damos nuestro consentimiento; no tenemos nada que
ver con ellas; todo lo que hacen por nosotros es aplastarnos y mantenernos
aplastados. ¿No he oído sus discursos del 4 de julio? ¿No nos dicen a todos,
una vez al año, que los gobiernos reciben su legítimo poder del consentimiento
de los gobernados? Los que oyen estas cosas, ¿es que no saben pensar? ¿No saben
atar cabos, para ver lo que significa? […]
--Oiga
usted, señor Wilson --dijo George, acercándose y sentándose enfrente de él--,
míreme un momento. Sentado aquí delante de usted, ¿no soy un hombre exactamente
igual que usted? Míreme la cara, míreme las manos, míreme el cuerpo --y el
joven se estiró con orgullo--; ¿por qué no soy yo tan hombre como cualquiera?
Bien, señor Wilson, escuche usted lo que voy a decirle. Yo tuve un padre, uno
de sus caballeros de Kentucky, que no me apreciaba lo suficiente para evitar
que me vendieran con sus perros y sus caballos para saldar las deudas cuando se
murió. Vi a mi madre en una subasta del sheriff, con sus siete hijos. Nos
vendieron ante sus ojos, uno por uno, todos a amos diferentes, y yo era el más
joven. Ella se puso de rodillas ante mi antiguo amo y le suplicó que la
comprase conmigo, para tener por lo menos uno de sus hijos con ella, y la
apartó de una patada de su pesada bota. Lo vi hacerlo y lo último que oí fueron
sus gemidos y gritos cuando me ataron al cuello de su caballo para llevarme a
su finca.
--¿Y
después?
--Mi
amo negoció con uno de los hombres y compró a mi hermana mayor. Era una chica
buena y religiosa, miembro de la iglesia Baptista, y tan guapa como lo había
sido mi madre. Estaba bien instruida y tenía buenos modales. Al principio, me
alegré de que la hubiera comprado, pues así tendría a una amiga cerca. Pero
pronto me lamenté. Señor, he estado en la puerta oyendo cómo la azotaban,
sintiendo como si cada golpe cayera sobre mi corazón desnudo, y no podía hacer
nada para ayudarla; y la azotaban, señor, por querer llevar una vida decente y
cristiana, tal como sus leyes no permiten que viva una esclava; y finalmente la
vi encadenada con la cuadrilla de un tratante destinada a ser vendida en el
mercado de Nueva Orleans, y todo por aquel motivo, y no he vuelto a tener
noticias de ella. Bien, pues me hice mayor, pasaron años y años, sin padre, sin
madre, sin hermana, sin un alma que me quisiera más que a un perro; sin nada
más que azotes, broncas y hambre. Señor, he pasado tanta hambre que he comido a
gusto los huesos que tiraban a sus perros; sin embargo, cuando era un crío y me
quedaba noches enteras despierto llorando, no lloraba por el hambre; no lloraba
por los azotes. No, señor, lloraba por mi madre y por mis hermanas, lloraba
porque no tenía a nadie que me quisiera sobre la tierra. Jamás conocí el
significado de la paz o el consuelo. Jamás me dirigieron una palabra amable
hasta que fui a trabajar en su fábrica. Señor Wilson, usted me trataba bien; me
animaba a mejorarme, a aprender a leer y a escribir e intentar ser algo en la
vida, y Dios sabe cuánto se lo agradezco. Luego, señor, conocí a mi esposa;
usted la ha visto y sabe lo hermosa que es. Cuando supe que me quería, cuando
me casé con ella, apenas creía que estaba vivo por lo feliz que me sentía; y,
señor, es tan virtuosa como bella. Y entonces, ¿qué? Entonces va mi amo y me
aparta del trabajo y de mis amigos y de todo lo que me gusta y me reduce a
nada. ¿Y por qué? Porque, dice, he olvidado quién soy, dice, para enseñarme que
sólo soy un negro. Al final, lo último de todo, viene y se interpone entre mi
mujer y yo y dice que tendré que renunciar a ella para ir a vivir con otra
mujer. Y las leyes de ustedes les permiten hacer todo esto, a pesar de Dios y
del hombre. ¡Dése cuenta, señor Wilson! No hay ni una sola de estas cosas que
han roto el corazón a mi madre, a mi hermana, a mi esposa y a mí que no
sancionen sus leyes y permitan hacer a todos los hombres de Kentucky sin que
nadie les pueda decir que no. ¿Y las llama usted las leyes de mi país? Señor,
no tengo país como tampoco tengo padre. Pero voy a tener uno. No quiero nada
del país de usted excepto que me deje en paz, que pueda abandonarlo
pacíficamente; y cuando llegue al Canadá, donde las leyes me reconocerán y me
protegerán, ése será mi país, y acataré sus leyes. Pero si algún hombre intenta
detenerme, que tenga cuidado, pues estoy desesperado. Lucharé por la libertad
hasta el último aliento. Dice usted que lo hicieron sus antepasados; si fue lo
correcto para ellos, ¡es lo correcto para mí!”
Saco
cuentas y me digo que si al menos un diez por ciento de los dizque ocho mil
millones que somos fuéramos auténticos Georges Harris y Harriets Beecher
Stowes, ¿estarían las cosas como están y serían como son? Si de los más o menos
cuarenta millones de afganos que viven en el país, cuatro millones estuvieran
dispuestos a inmolarse y a caer como moscas si toca, ¿qué tiranía armada hasta
los dientes le podría plantar cara a semejante turba? Pero como los Navalnis
rusos o bielorrusos o venezolanos o cubanos o lo que sea no llegan ni en sueños
a un uno por ciento, ¿qué? Cuatrocientos mil afganos resueltos a todo y
provistos de cuchillos, palos, piedras y lo que se les atraviese, ¿no harían
salir pitando a la plaga talibana, que no tendría ni con mucho balas suficientes
para matar a una décima parte? De modo que sí: el mundo es lo que es y siempre
ha sido y jamás va a dejar de ser porque un noventa y siete por ciento de los
que lo pueblan está constituido por cobardes tipo el Wilson este (a él y a los
como él se les abonan, faltaría más, la bondad y la generosidad por demás tan
escasas) y el restante 2,9 por ciento por hijueputas fuera de serie tipo Putin
y al-Assad. ¿Qué nos queda, entonces?: la resignación más absoluta y nada
distinto a eso. Ah, bueno: también la rabia y el odio.
212.
Leo, Irenita, el último capítulo del apartado que precede a uno titulado
‘Atrévete a recordar’ y que figura bajo el número 47, y hago votos por que un
día la historia cuente que en el siglo XXI y parte del XX, superando en
fundamentalismo a los dogmas religiosos y políticos de siempre, fueron las
universidades -no las facultades de ciencias (o no tanto), sí las de
humanidades y afines- quienes propagaron e inficionaron el mundo con ideas
descabelladas y teorías a cuál más intolerante que disfrazaban de
“igualitarismo”; que, como los bárbaros contra Roma, ellas -la sal que se
corrompe- vetaban autores y señalaban libros y hacían caer en desgracia a vivos
y a muertos -de Quevedo a Woody Allen- mediante la acusación peregrina y
ramplona de misoginia o racismo. Claro que para serte del todo sincero, lo que
de verdad quisiera no es que el futuro condene sus desmanes y a los
perpetradores, sino que los que nos dolemos de las vesanias de los
seudoeducadores, los pongamos en evidencia y los desalojemos de cátedras y
campus. A gorrazos si toca.
213.
¿Cómo? ¿Que yo qué, mujer? ¿Que yo tengo moza, dicen los maledicentes? ¿No será
más bien que los que me acusan sufren de diplopía?
214.
Es tal el desequilibrio en la balanza de la justicia que a cualquier hombre que
hoy insulte, golpee o mate a una mujer lo pueden meter preso por misógino o por
misógino y feminicida, mientras que a una mujer que insulte, golpee o mate a un
hombre jamás la tildarían de andrófoba o de “masculinicida” y, si la meten
presa, se toman en consideración todas las circunstancias atenuantes de que se
pueda echar mano para favorecerla.
Supongan
ustedes que mi esposa llega a casa luego de una jornada laboral extenuante y
con lo que se topa no bien sube a la alcoba matrimonial es con su marido
revolcándose con su hermana de ella y no precisamente en la alfombra. Que,
transfigurada por la ira, me apuñala sólo a mí y hasta la muerte. ¿Aceptarían
ella y sus congéneres feministas que se le endilgara un delito motivado por su
supuesto odio a los hombres cuando de lo que se trató fue de un homicidio
(¿pueden creer ustedes, colegas varones, que la RAE y nuevamente los jueces
hablan de uxoricidios y feminicidios pero de nada en absoluto que nomine el
caso contrario? ¿Y no dizque las invisibles son ellas?)? ¿Cierto que no,
estimadas amigas? ¿Y entonces por qué se gradúa de misógino y feminicida al
marido que, transfigurado por la ira, apuñaló hasta la muerte a su mujer cuando
la encontró revolcándose con su hermano de él en la alcoba matrimonial y no
precisamente en la alfombra? ¿Por qué no se lo llama de entrada también a él,
en aras de la imparcialidad, homicida? Pero como no más quejarse no sirve de
nada, quiero valerme de la literatura para intentar poner algunas cosas en su
sitio… a ver si de pronto llega el día en que siquiera los que absuelven y
condenan obran con la ecuanimidad que de ellos se espera.
Tres
machistas: Juan Pablo Castel, Gregorio Magno Pontífice Camargo y Knils Erik
Bjurman. Un feminicida probado y uno posible: Gregorio Magno Pontífice Camargo
y Juan Pablo Castel respectivamente. Dos misóginos probados: Nils Erik Bjurman
y Gregorio Magno Pontífice Camargo. Dos hijueputas con todas las letras -el
primero me cae gordo y el segundo hasta simpático-: Nils Erik Bjurman y Gregorio
Magno Pontífice Camargo. Tres personajes a cuál mejor logrado y en contrapunto
con sendos personajes femeninos a cuál mejor logrado, los seis construidos por
tres novelistas de puta madre y los tres hoy muertos aunque tan vivos -en este
corazón y en esta mente- cuanto sus criaturas.
215.
Que veintiséis años después de que a García Márquez ‘se le chispoteara’ con su
propuesta-exabrupto en relación con la gramática y la ortografía españolas,
salga Martín Caparrós con que “quizá llegó la hora de empezar a pensar un
nombre para esa lengua -y no vayan a creer ustedes que habla del inglés- que no
sea el nombre del país que la impuso”, o sea el de España, a mí me reconfirma
en la certidumbre de que incluso los encéfalos más solventes, entre los
creativos, se despiertan de cuando en cuando ávidos de renegar de su talento y
fama: “Un nombre común, si se puede -sería bueno subrayar esa originalidad
absoluta, 20 países capaces de entenderse en una lengua-, pero uno que no sea
el nombre de uno, el nombre de otro. Yo, por supuesto, propondría el que uso
desde hace unos años: ñamericano. Donde la eñe, ese estandarte de nuestro
idioma, modifica la noción de americano para volverla nuestra. Pero esa es solo
una opción mala. Seguro que puede haber mejores: la cuestión es decidirnos a
buscarla. Y así, algún día, sabremos qué idioma hablamos, cómo se llama nuestra
lengua”.
¿Pero
cómo se le va a ocurrir a usted, un tipo capaz de sacarse del magín las
‘Crónicas Sudacas’ y ‘El mundo entonces’, venir a darles pábulo con semejante boludez
a todos esos Pauls B. Preciados que andan por ahí sueltos y desatados
triplicando géneros y degenerando gramáticas? ¿Acaso no le alcanza toda esa
inteligencia que despliega en tanto de lo que dice para figurarse el talante de
la discusión, en pleno Medioevo Científico y Tecnológico: “el nombre que se
escoja tiene que ser como yo, o sea no binario”; “pero empezamos mal porque
‘nombre’ es un sustantivo masculino y eso es sexista”; “sí, español y
castellano no porque encima de que celebran al invasor son nombres masculinos,
lo cual quiere decir que lo femenino se sigue invisibilizando”; “claro, ustedes
las mujeres biológicas y caucásicas pensando sólo en lo femenino, ¿y lo trans
melanínico qué?”; “¡eso, eso es!: nosotres creemos que ustedes son tan machistas
y excluyentes como el heteropatriarcado invisibilizador y emasculador del
igualitarismo que sólo nosotres entendemos y/o defendemos…”?
Claro
que si está tan convencido como parece de las bondades de la propuesta, échele
pa’lante que no le van a faltar loquitos y desocupados que le cojan la caña,
como se dice en Colombia; donde, a propósito, siempre se ha llamado español al
español con la mayor naturalidad y sin resentimientos extemporáneos de país
colonizado. Incluso hoy, cuando lo que se habla y en lo que se garrapatea ya no
es el idioma que nos legaron don Quijote y Sancho sino un emplasto constituido
por cada vez más léxico y sintaxis ingleses y por consiguiente llamado
espánglish, así se lo sigue llamando: español y, sólo raras veces, castellano,
palabra que acaricia de tan eufónica.
216.
Compro serenidad al precio que sea.
217.
Recuerdo cuando Orfi -sabia como siempre ha sido-, viéndome fumar a mis escasos
quince o dieciséis años, me decía sin la menor contemplación: “Si supiera lo
ridículo que se ve con ese cigarrillo en la mano, lo apagaría y no volvería a
fumar nunca más”. Yo la maldecía por dentro y, claro, seguía fumando como si
tal cosa pero atormentado por su incomprensión. ¿Y por qué no le decía lo mismo
o pensaba -porque no lo pensaba- lo mismo de mi hermano, que también a veces
fumaba delante de ella y era apenas dos años y medio mayor que yo? Pues porque
él -lo hemos conversado luego, riéndonos- ya ayudaba a sostener la casa y había
empezado la universidad.
Y
hablando de la universidad, recuerdo el día que les dije en la Pedagógica a un
par de pimpollos bastante maleducados y sobradores (acababan de sacarse la
cédula de ciudadanía y de matricularse en un programa llamado Educación
Comunitaria) que si supieran lo ridículos que se oían impostando voces de
intelectuales y citando a cada momento los cuatro o cinco titulitos que
“conocían”, se flagelarían una vez en casa y se prometerían humildad y ahora sí
estudio serio y constante. Supongo que sintieron lo que yo hacia mi madre y aun
ganas de matarme allí mismo, pero desconozco si a ellos también se les dibuja
hoy esta sonrisa que a mí se me dibuja mientras lo escribo y evoco. Vaya uno a
saber: de pronto hasta lo hayan tenido que revalidar en alguna clase con alguna
versión circular de la insolencia inteligente que, a los que nos ganamos la
papa entre aulas universitarias, nos desaira siquiera una vez en la vida.
218.
Bendito sea el dedo salvífico de Carl Weiss, que justo a tiempo apretó el
gatillo y así impidió que un Trump en ciernes llamado Huey Long siguiera
ascendiendo peldaños y más peldaños con rumbo a la Casa Blanca. Lástima que los
ucranios, georgianos, chechenos y rusos víctimas de Putin, los bielorrusos y
ucranios víctimas de Lukashenko, los honkoneses, taiwaneses y chinos víctimas de
Xi y los que lo precedieron, los nicaragüenses, venezolanos y cubanos víctimas
de sus dictadores y los sirios víctimas de al-Assad y su cochina súcuba no
hubieran corrido con la misma suerte que los estadounidenses de entre guerras.
Porque los estadounidenses de hoy, unos por una mezcla letal de ignorancia y
estupidez o desvergüenza y temeridad, y los otros por una combinación no menos
venenosa de irresolución, permisividad y ausencia de cálculo, parecen
complotados para que Donald Trump los vuelva a gobernar a partir de 2024 y la
feliz ucronía aquélla le ceda su sitio a la segunda y definitiva temporada de
una distopía que nada bueno augura. Nada.
219.
En política -y a la final en nada- no hay que temerles a los vaticinios. La
Colombia de hoy -que es la de siempre- se planta ante un camino que se bifurca
o, bien mirado, se trifurca.
Ya
se empiezan a oír, a babor, las voces de los que aducen que nadie nace
aprendido y que por lo tanto esta primera presidencia de la izquierda es un
periodo de aprendizaje, que va a ser en un segundo mandato cuando se puedan
poner por obra las promesas descoyuntadas y no en pocos casos impracticables
con que desde siempre ella -la de acá, que en nada se asemeja a la uruguaya o a
la chilena y en todo a la argentina y la boliviana- ha engatusado a los adeptos
y a los incautos; mientras que a estribor, los otros fanáticos, los del
uribismo, con un Uribe que de momento se mimetiza y disfraza de respetuoso del
desgobierno actual, claman a gritos por un cambio de rumbo, como si hubiera
habido un rumbo cuando ellos mandaban o lo hubiera ahora. De prosperar esta
suerte de pacto tácito entre unos y otros, el país se vería abocado a un como
segundo Frente Nacional en el que la izquierda improvisadora y mendaz culpa a
la derecha insaciable y marrullera de su ineptitud e ineficiencia y ve cómo se
le escapa el poder cuatro años durante los que dizque se prepara para ahora sí
hacer lo que no sabe hacer pero la vuelven a elegir una segunda y una tercera
vez a ver si ésta es la vencida tras cuatro, tras ocho años en que la derecha
no hizo más que robar y asfixiar económicamente a los de siempre, que tampoco
encuentran en el petrismo de 2050 las soluciones por las que votaron en 2022.
Pero
también puede ocurrir que los de un extremo o los del otro, tan sumamente
parecidos en las formas y en el fondo, se cansen de enseñarse los dientes y
resuelvan pasar a la acción mediante un autogolpe de Estado a lo Pedro
Castillo, o a lo Pinochet con Bukele como norte inmediato. ¿Y la prensa? Salvo
honrosísimas excepciones, haciéndoles de idiotas útiles a los unos (verbigracia
Daniel Coronell, Cecilia Orozco Tascón y María Jimena Duzán al presidente y a
los suyos con su hasta la fecha --22 de abril de 2023-- renuncia a la
investigación y la denuncia que, en cambio, siguen practicando con todo rigor
con la contraparte) o maniobrando (verbigracia Vicky Dávila, Mauricio Vargas y
María Isabel Rueda) directa y desembozadamente a favor de la godarria… de la
otra godarria, quiero decir. ¿Y el centro? Tan decentito, timorato e invisible
como sus votantes. ¿Y el barco? Sin que zozobre pese a todo aunque a la deriva
porque los dos capitanes que se lo disputan viven, como sus tripulaciones y el
pasaje entero, borrachos de poder o de ansias de poder, de fanatismo o de
oportunismo y siempre siempre de estupidez, obstinación y credulidad.
220.
Ya somos dos -de entre millardos pudibundos que lo practican pero lo niegan-,
Juanjo hijuemadre, ya somos dos: “Me debato entre matar a un gilipollas o
dejarlo vivo. Hablo en términos imaginarios, claro, porque el crimen, a este
lado de la realidad, conlleva penas de prisión durísimas. […] En cualquier
caso, mato siempre a distancia, con enfermedades que provoco con el
pensamiento. Ya sé que el pensamiento mágico no funciona, tan poco estoy tan
mal, pero yo me hago la ilusión de que sí, de modo que, aunque el muerto siga
vivo, para mí es un difunto. […] Pocos días después, a través de unas personas
que lo conocen, me entero de que acaban de diagnosticarle una enfermedad
terminal muy dolorosa. Significa que el pensamiento mágico funciona de forma
intermitente, ahora sí, ahora no. Utilícenlo ustedes con cordura, con
racionalidad”.
Corrijo:
no somos dos sino tres, porque yo se lo aprendí a un genio como usted del
lenguaje, quien como yo en lo único que discreparía de su confesión es en la
templanza del consejo. Si la vida nos alcanza, una tarde de estas le presento
al gran Fernando Vallejo; claro que si logro dar con él, pues lamentablemente
lleva años haciendo de ventrílocuo de sí mismo en auditorios concurridísimos
donde lo insultan y lo aplauden a rabiar, y entre periodistas de emisora de
radio y canal de televisión que si lo leen no lo entienden pero invariablemente
lo jalean para que haga reír o maldecir a sus audiencias. Las cuales, huelga
aclarar, tampoco pueden soñar siquiera con izarse hasta las alturas
irremontables de sus diatribas e invectivas acres e hilarantes aunque, por
sobre todo, lúcidas.
221.
Sin saberlo, acaba de responder usted por mí, Hetícor, a los que me preguntan
la razón -son muchas y convergen en lo que a continuación su artículo plantea
impecablemente- de mi renuncia prematura a la docencia, por la que nunca voy a
dejar de sentir toda esta nostalgia que a diario siento:
“…Mi
sensación es que nos estamos convirtiendo en un mundo de zombis (cuanto más
jóvenes más zombis) gobernados por y sumergidos en el mundo virtual, ajeno a
este de caliente sangre en que ya son muy pocos los que viven. No caminamos
guiados por el sentido de la orientación, sino por Google Maps; manejamos el
carro sin un mapa interior, siguiendo las instrucciones de Waze; los
restaurantes, bares y cafés no nos los aconseja una amiga que los ha probado,
sino una app que se limita a sugerirnos el lugar que más paga por estar ahí.
Veo
pasar al menos tres generaciones (los de 15, los de 30, los de 50) con la nuca
torcida, las cervicales arruinadas y la joroba permanente, todos doblados hacia
adelante mirando a toda hora y casi sin tregua el celular, y enfrascados, por
lo que alcanzo a ver, no en lecturas ni en conocimiento sino en jueguitos
luminosos multicolores, en verificar interacciones ególatras o en enterarse de
tonterías sin número por el rollo infinito de las redes sociales. Si están
tecleando, lo que ocurre también, es para hacer de afán cosas que parecen
urgentísimas e impostergables, por idiotas que sean. Como dice Adam Grant,
estamos ‘agobiados por hacer las cosas ya mismo, en vez de hacerlas bien’.
Sueño
con asistir a algún almuerzo en el que a todo el mundo se le exija ir sin
celular o con el aparato apagado y confiscado a la entrada. Quisiera gente que
se demorara un mes en contestar un mail, o tan siquiera ocho días, pero con una
carta bien escrita y bien pensada. Estoy muerto de sed de lentitud y de
conversaciones reales y en directo, cara a cara, gesto a gesto, voz a voz.
[…]
Mis amigos menos insensatos han prescindido de las redes sociales y de los
chats; miran una vez cada dos días el correo electrónico; leen siempre en
papel; escogen rutas y sitios para ir con su propio olfato y su propia
intuición. Los más sabios han renunciado por completo al celular. Los sensatos
y los sabios, últimamente, son los únicos, alrededor, con quienes converso y no
me parece estar hablando con unos completos zombis de un mundo lejano, paralelo
e irreal.”
De
manera que cuando alguien se vuelva a interesar por mi deserción, le hago
llegar esta columna suya, llamo por teléfono a Coetzee para que él me haga el
favor de hablar con el protagonista de Desgracia (sí, ese que a principios de
la novela es profesor de un grupo de zombis universitarios anteriores al
celular) a ver si el man permite que el interesado visite su aula un par de
veces -con media basta- y éste se esfuerce en imaginar lo que resultaría de
aquella clase si a las lumbreras que ofician -mientras dormitan y rememoran la
farra del fin de semana- de auditorio del perseguido por el ultrafeminismo
académico, se les pone en la mano una de esas pantallas que a mí me forzaron a
pensionarme anticipadamente, a usted infiero que a vivir en una especie de
ostracismo social involuntario y a ambos a quejarnos y refunfuñar como dos
ancianos que todavía no somos.
222.
Me dijeron que definiera a Claudia López y a Gustavo Petro en tres palabras. Me
demoré menos que cuando le respondí que me fascinaba a una estudiante que una
tarde luminosa me preguntó, a quemarropa, “Profe, ¿yo te gusto?”: Postureo,
megáfono y Twitter.
223.
Entre los logros de la narrativa contemporánea respecto de tantos clásicos
decimonónicos y anteriores, ninguno como la derrota del maniqueísmo moral y
estético en que incurrían, sin pudor, sus autores. En sus cuentos y novelas,
los malos son malos sin atenuantes a más de feos como corresponde, mientras que
la bondad de los buenos es tan infinita y límpida como los ojos y las facciones
que adornan sus fisonomías. Leo por ejemplo ‘La colonia cuáquera’, el capítulo
XIII de La cabaña del tío Tom y me parece estar entre un grupo de cristianos
presididos por mi hermano y su mujer, todos tan satisfechos y convencidos de su
superioridad moral y bonhomía cual si se tratara de un grupo de buenistas de la
izquierda pacifista, igualitarista y progresista que prueba su coherencia
ideológica apoyando cuanta causa noble la convoca. Entre las últimas, el empeño
del bueno de Petro para que las sanciones de todo punto injustas que pesan
sobre los demócratas Cabello, Maduro y Díaz-Canel se levanten y se les dé a
Venezuela y Cuba el trato que sus democracias ejemplares reclaman, o los
desvelos de Lula por acallar la guerra fratricida entre ucranios y rusos que
desató la maldad de Occidente personificada en -¿quién si no?- el imperio
yanqui y la OTAN subalterna. Menos mal que, superado cada nuevo rapto febrático
de ternura, Beecher Stowe recobra, tarde o temprano, la compostura y torna a la
realidad. Los otros nunca.
224.
¿De verdad quieren saber de dónde surgieron los culebrones venezolanos,
mexicanos y los turcos tan exitosos hoy por hoy? Pues hagan el favor de no
cerrar todavía la novela de Beecher Stowe y lean el capítulo XIV. Les prometo
que cuando descubra el porqué los colombianos somos, amén de potencia mundial
del mal y la corrupción, superpotencia en patinaje y telenovelas de calidad,
les mando un WhatsApp con la respuesta.
225.
Me da pena seguirlos fastidiando con requerimientos de lectura, pero ¿qué le
vamos a hacer si así son los clásicos?: porfían, tozudos, en que uno piense y
piense y no deje de hacerlo ni cuando cierra el libro. Gracias al capítulo XV
de La cabaña del tío Tom, me acabo de convertir al fanatismo feminista más
ultra de nuestro Occidente actual. ¿Y cómo podría no hacerlo viendo la vida
desgraciada que llevan la pobre Marie y todas las demás mujeres de esa casa en
la que impera un macho que ejerce el patriarcado con menos miramientos que
Zelenski el invasor? Maldito de mí y de mi ceguera, que durante cuarenta y casi
nueve años me mantuvo ignaro de una verdad que me negaba a aceptar: jamás ha
habido, como lo prueban todos los personajes masculinos de Beecher Stowe,
hombres que no se sirvan de las mujeres para explotarlas y humillarlas, de lo
que tiene la culpa la suma candidez de cada corazón femenino. No es sino que
averigüen quiénes son y qué hacen Rosario Murillo, Marine Le Pen y Asma
al-Assad para que como a mí se les descorra la venda que probablemente llevan
sobre los ojos.
Adenda:
me vi tentado de remover uno de los tres nombres de la ilustre terna para poner
el de la “filántropa y activista” doña Verónica Alcocer, que va juntando
méritos para que se la tenga en cuenta, pero temí ser injusto. De todas formas,
quiero que sepa nuestra primera dama que no les quito el ojo de encima ni a
ella ni a sus desvelos por hacer del mundo el remanso de paz y justicia con que
sueña su prohombre.
226.
¡Su atención, teóricos, teóricas y teóriques de la inclusión y el
igualitarismo, que se dirige a ustedes una inmortal!:
“Una
risa alegre se oyó desde el patio a través de las cortinas de seda del porche.
St. Clare salió, apartando la cortina, y se rió también.
--¿Qué
ocurre? --preguntó la señorita Ophelia, acercándose a la barandilla.
Allí
estaba Tom, en un musgoso banco del patio, con todos y cada uno de los ojales
repletos de jazmines y Eva, riendo alegremente, le colgaba del cuello un collar
de rosas; después se sentó en su regazo, aún riendo como un gorrión.
--¡Ay,
Tom, qué gracioso estás!
Tom
tenía una sonrisa benévola y serena y parecía disfrutar de la diversión a su
manera tanto como su pequeña ama. Levantó la vista cuando vio a su amo con un
aire algo molesto de disculpa.
--¿Cómo
puedes permitírselo? --preguntó la señorita Ophelia.
--¿Por
qué no? --preguntó St. Clare.
--Pues,
no sé, me parece terrible.
--No
te parecería mal que un niño acariciara a un gran perro, aunque fuese negro;
pero te estremeces ante la idea de acariciar una criatura que piensa y siente y
razona y es inmortal; reconócelo, prima. Sé muy bien lo que sentís vosotros los
norteños. Y no quiero decir que sea una virtud que nosotros no lo compartamos,
sólo que aquí la costumbre hace lo que debería hacer el cristianismo: eliminar
el sentimiento de prejuicio personal. A menudo he observado en mis viajes al
Norte que este sentimiento es mucho más fuerte en vosotros. Os repugnan como si
fueran serpientes o sapos, y sin embargo os indignáis por las injusticias que
sufren. No queréis que abusen de ellos, pero no queréis tener nada que ver con
ellos personalmente. Los mandaríais a África, donde no los podríais ver ni
oler, y luego enviaríais un misionero o dos para que se sacrificaran
elevándoles el espíritu rápidamente a todos. ¿No es cierto?...”
Sí
que lo es, estimados St. Clare y Harriet Beecher Stowe, sí que lo es. Y ellos,
nuestros norteños modernos, llámense catedrático de facultad de humanidades,
conferencista defensor de los derechos de las minorías, activista en favor de
los excluidos y los nadies, político progresista y hasta escritor progre de
prestigio saben que de lo que se trata ahora y siempre aunque más ahora que
siempre -por aquello de la “visibilidad” que otorgan las pantallas- es de
figurar con la bandera de la justicia social bien en alto y de publicar -los
que pueden o los que se atreven- artículos y ensayos que dejen bien claro que
se es, como el personaje femenino del diálogo, todo un paladín de los desde
siempre postergados. Pero como en todas partes se cuecen habas, otro día les
refiero a ustedes dos y al tío Tom las experiencias amables y bellas que
también he tenido en los lugares donde he estudiado y trabajado, y con seres
humanos que en su vida han publicado un solo paper sobre igualitarismo o
inclusión, muy seguramente porque por practicarlos no les queda tiempo para
escribir. De momento, confórmense con un par de nombres que bendigo y
reverencio: el de doña Louise de Morales y el de la doctora Carmen Cecilia
Noguera, a quienes tuve la dicha de conocer en el Colombo Americano y en la
Sergio Arboleda.
227.
Revisen, por favor, la escena con que comienza el diálogo de la cita anterior y
díganme. ¿De qué delito o delitos se acusaría hoy al papá de Eva, o sea a St.
Clare, si esa foto cayera en manos de los paranoides que hoy ven en cada hombre
y en todos salvo en sí mismos a violadores potenciales? ¿De inducción a la
prostitución infantil o directamente de pederastia y trata de blancas -y vaya
si la niña es blanca-? Más le vale al pobre hombre que se cuide y se esconda donde
mejor pueda porque de nada le va a valer que alegue que él únicamente cumplía
con lo que su demiurga le ordenaba que hiciera y dijera, o que él es tan sólo
una entidad de papel, o que miren lo saludable y feliz que está su hija. Y si
Harriet Beecher Stowe no fuera Harriet sino Harry, caería en desgracia junto
con su personaje masculino. No con el negro sino con el blanco.
228.
¿Ustedes no? Yo sí le otorgaría, y por unanimidad, el Nobel de Literatura al
genio de la concreción que supo apresar la esencia de lo que somos los humanos
en tan sólo dos palabras. “Bicho tragicómico”: la pobre mujer aquella que,
buscando señal para su celular, abandonó la seguridad del hogar y se internó en
el bosque, donde de un zarpazo un oso le quitó para siempre las ganas de hablar
y de paso el resuello. “Bicho tragicómico”: el pobre hombre aquel que, temeroso
de una posible erupción del Nevado del Ruiz, cerró su casa en el norte del
Tolima y se vino a morir, no ya de erupción sino de terremoto, a la Bogotá en
imparable descomposición de Claudia López. “bichos tragicómicos”: los pobres
diablos que, nadando en la abundancia de sus millardos y millardos de dólares y
ebrios de poder, se ven imposibilitados para sobornar a la impotencia, la
desmemoria, la incontinencia y demás humillaciones de la vejez, para no hablar
de la inexorable. Señores académicos: ¿no les parece que ya va siendo hora de
que a España se la distinga con un séptimo galardón, que tiene nombres y
apellidos propios?
229.
Seré teratológico o lo que ustedes determinen, pero yo no veo más que compasión
desesperada en la muerte anticipada de la madre del poeta Carlos Framb gracias
a la ayuda de su hijo, y, no obstante algunas salvedades y matices, también en
la de Elvira (de) Aguirre a manos de su padre o en la de Albanito a manos de su
amigo Braulio. Sobre lo de los Goebbels, que se pronuncie el diablo.
230.
Si alguna vez se me encomendara la difícil tarea de mostrarle a un grupo de
futuros científicos las bondades de la literatura y a uno de futuros literatos
las bondades de la ciencia, simplemente los junto para que lean conmigo los
poemas de ‘Un día en el paraíso’ y, de entre todos y a manera de abrebocas, los
títulos ‘Hermano del noble silencio’ y ‘Teoría de un encuentro’. Se trata de
que antes de que se retiren del aula por última vez, unos y otros comprendan
que “la ciencia sin nociones sólidas de letras está tan huérfana como éstas sin
nociones científicas sólidas”.
231.
Yo que ustedes, para zafarme de una vez por todas la nociva esperanza en un
mundo mejor y más justo -menos pior y menos injusto-, me tomaría muy en serio
el trabajo -el deleite- de oír con toda la atención y el discernimiento de que
sea capaz a un sabio como pocos quedan, trasunto de su autora. Las coordenadas
son muy sencillas: CAPÍTULO XIX: MÁS EXPERIENCIAS Y OPINIONES DE LA SEÑORITA
OPHELIA. Si tras semejante descorrimiento de venda usted porfía en que “sí se
puede”, declárese entonces impedido para…
232.
Cualquiera, desde el que enseña o hace como que enseña literatura en la
universidad, hasta el pretencioso que despliega un libro en un avión, en el
metro o en un bus con el único propósito de captarse miradas furtivas, pasa por
lector ávido, entienda mucho, poco o nada de lo que lee o finge leer.
233.
Entre los supuestos profesionales de la lectura, léase libreros, editores,
bibliotecarios, literatos-profesores, muchos hay que edifican impunemente sus
discursos a partir de los comentarios, las reseñas y la crítica literaria que
consumen pues no para otra cosa les da el caletre.
234.
Todo gran escritor o buen escribidor -la diferencia puede estribar en no pocas
ocasiones en la fama o en su ausencia- son necesariamente archilectores,
mientras que de las habilidades lectoras de quien mal o muy mal escribe se
puede dudar sin remordimientos.
235.
Cuando un archilector descubre una veta de genialidad en lo que lee de un autor
inédito y ese archilector tiene el poder suficiente para que su hallazgo cobre
repercusión más allá de ciertos círculos literarios, idealmente en los medios,
a aquel no más hasta ayer don nadie le esperan sorpresas sin nombre a partir de
mañana mismo.
236.
Por el contrario, cuando un autor inédito dotado de genialidad se somete al
incordio de que un profesor o editor cualquiera lo lea para que lo avale o lo
descarte pero resulta que el mal bicho es un mezquino y un envidioso -tipo el
hideputa de ‘Obras completas’, el cuento de Monterroso- o bien un pésimo
lector, todo lo que el anheloso puede esperar son batacazos incompasivos y conminaciones
perentorias a cambiar de oficio.
237.
Sólo los archilectores, que lejos están de ser infalibles o desprejuiciados,
saben de verdad pa Dios por qué les gusta o les repele un título en particular
o toda la obra de un autor, y si se los emplaza a explicarse no encuentran
ninguna dificultad para sustentar las razones de sus filias y sus fobias. Que
nos convenzan o no es un asunto por completo distinto.
238.
Qué carajos: pisémosles los callos a los reputados. Una pregunta para
hermeneutas y archilectores: ¿cómo puede ser posible, señores, que de una misma
inteligencia brote alternativamente lo mejor y más depurado de la escritura
breve (‘Praga’, ‘Baudelaire: la otra revolución francesa’, ‘Gina’, ‘La promesa
de lo perdido’, ‘La tormenta’…) y los clichés más guachafos, los tópicos más
edulcorados, los lugares comunes más zafios (‘La hora de pasar la página’, ‘Los
vientos del Pacífico’, ‘Duque’, ‘Estamos cansados’, ‘Gobernar’…)? ¿Pero es que
no hay nadie que le diga a este buen hombre y mejor escritor -de literatura-
que, por el bien de su obra y su legado, renuncie definitivamente a lo segundo,
que se le da fatal?
239.
De entre las afirmaciones rotundas a que son tan dados los lectores y los
escritores (“porque es que Fulano lo ha leído todo, y todo es todo”, “ya no se
escribe sobre sexo de la forma en que… y… lo hacían”, “dentro de muy poco
tiempo se dejarán de escribir novelas porque la novela” bla, bla, bla, bla,
bla), una que me irrita particularmente: “Ya nadie lee a…”. ¿Cómo? ¿Que ya
nadie lee a Miguel Otero Silva, a Augusto Roa Bastos? ¡Pero si yo los leo, y
con fruición!
Tengo
para mí que quienes incurren concretamente en esta mentira en relación con
autores que “ya no venden” se equivocan precisamente por eso: porque se dejan
convencer por las cifras que publican las grandes editoriales y librerías,
entre las que en efecto no figuran ésos y muchos otros autores. Pero ¿y las
librerías de viejo, las bibliotecas públicas, las personales y los libros que
circulan gratuitamente por internet no cuentan? Ni el escritor que vende
millones de libros puede asegurar que tenga esos mismos o más millones de
lectores, ni el obliterado por los algoritmos del mercado dolerse de que el
mundo lo haya olvidado. Entre otras cosas porque no todo el que compra libros y
asiste a ferias o a simposios lee lo que compra y le recomiendan, ni todos los
lectores vocacionales compran libros recién tirados o asisten a presentaciones
y conferencias.
Por
tanto, que los novelistas y cuentistas y ensayistas y dramaturgos y cronistas y
poetas caídos supuestamente en la desgracia del olvido más absoluto desoigan
los pregones de los decretadores de muertes literarias definitivas, pues existe
el lector-hikikomori, o sea ese que concibe la lectura como un acto tan
sumamente íntimo y hasta egoísta que no necesita hablar de ello con nadie, o
escribir sobre lo que lee.
240.
La fórmula es muy sencilla: no es sino que reemplacen cada española por
colombiana y listo:
“La
Administración española es un teléfono que no contesta, un trámite que nunca se
resuelve […], una acreditación académica internacional que no llega y por lo
tanto deja en suspenso la vida profesional de quien la solicita, una sentencia
judicial retrasada que deja en la miseria a una mujer divorciada que no recibe
desde hace muchos meses la pensión de sus hijos, pensión que ya está en el
juzgado, pero que el juzgado no entrega, porque hay una huelga de personal, o
porque los funcionarios encargados de los trámites finales son muy pocos y
tienen tanto trabajo acumulado que tardarán años en completarlos todos. La
Administración española son bajas de médicos o de enfermeros o profesores que
tardan semanas en cubrirse, y funcionarios interinos que no dejan de serlo
aunque lleven ocupando la misma plaza veinte años, y aspirantes que ganaron una
oposición y a los que, sin embargo, su plaza no se les hace efectiva, y han de
quedarse en un limbo exasperante que les desbarata la vida.
La
Administración española son trámites obligatoriamente digitales que se quedan
atascados sin motivo aparente en páginas web defectuosas, y otros quizás más
simples o fáciles que sin embargo muchas personas no pueden cumplimentar,
porque son mayores y torpes y no se manejan en internet, o porque no tienen
ordenador, ni tienen nadie que les ayude, esos hijos de talento digital
despejado que nos son tan providenciales a padres y madres que emigramos tarde
y a la fuerza a este nuevo mundo virtual. La Administración española son
refugiados que tienen derecho legítimo al asilo y pueden tardar diez años en
conseguirlo, y mientras tanto no saben de qué van a vivir, y personas sin
recursos que no llegan a conseguir el ingreso mínimo vital porque les faltan
documentos o no tienen un domicilio fijo […], y se encuentran frente al muro
inmemorial del ‘vuelva usted mañana’ […].
La
administración pública son trabajadores accidentados que no logran su baja
laboral, y enfermos a los que cada día de retraso en una operación les acentúa
la gravedad, y obras de reforma o negocios legítimos que no pueden arrancar por
falta de un solo permiso, y oficinas delante de las cuales las personas guardan
cola desde antes del amanecer, como en una estampa de sumisión y paciencia del
antiguo bloque comunista, si no han tenido la picardía, o el dinero suficiente,
para comprar un número, o si el guarda de seguridad privada de la puerta no las
ha espantado con malos modos. La Administración española son contratas
irregulares para cubrir malamente servicios públicos, concedidas mediante
concursos amañados, con una sinvergonzonería antigua de parentelas codiciosas y
enjuagues clientelares…”.
Las
administraciones española y colombiana (y mexicana, tercia Villoro; y chilena,
grita por allá Merino; y brasileña, protesta Brum) son entonces, maestro Muñoz
Molina, ciudadanos que subsisten del erario pero que salvo las honrosas
excepciones que nunca faltan no se compadecen de quienes con sus impuestos les
garantizan, a ellos y a sus familias, la subsistencia. Zánganos públicos de
toda categoría que sólo se muestran eficientes y vehementes a la hora de hacer valer
sus privilegios sindicales y de granjearse otros nuevos que, una vez
conseguidos, tampoco logran que sus inveteradas inoperancia y displicencia en
el desempeño de las que deberían ser sus funciones remitan al menos
temporalmente. Indolentes y perezosos que claro que saben pero a los que no les
importa que el atraso y el anquilosamiento de la sociedad a que se deben se
derive en gran medida de la desidia con que trabajan. Dicho en cuatro palabras,
rémoras de cualquier progreso.
241.
Leo la prosa apátrida 23 y casi que me veo tentado de suscribirla cuando a la
cabeza se me vienen Donald Trump y Boris Johnson y las sociedades otrora
maduras que les permitieron hacerse con el poder. Sin embargo, cuando los
contrasto con Scholz y Steinmeier, con Stoltenberg, von der Leyen y Guterres,
con Macron, el papa Francisco y Biden, pero ante todo con Zelenski, sus
ministros y sus funcionarios en la sombra más discreta y caigo en que es
gracias a la madurez personal y política de todos ellos que la Tercera Guerra
Mundial aún no se declara, forzoso es disentir de Ribeyro, al menos en parte. Y
digo en parte porque ¿cómo no reconocer que el proceso incontenible de
infantilización a gran escala en que se embarcó el mundo desde hace décadas
anda haciendo estragos? Los coqueteos con la extrema derecha de los suecos y
los finlandeses, hasta ayer no más sociedades ejemplares verbigracia en la
forma en que se conducían políticamente, son apenas un síntoma del retroceso
generalizado.
242.
Me atengo a las cortapisas que también en el ámbito jurídico y punitivo impone
la democracia, pero lo que mi yo visceral reclama para los verdugos feminicidas
y misóginos o racistas y aporófobos de cada Jordan Neely, de cada María Soledad
Sánchez, de cada Ana Orantes y de cada Nancy Mariana Mestre son sesiones de
tortura sistemática y prolongada. Ya ven: imposibilitado como me hallo para
proceder en calidad de autor mediato o inmediato en contra de toda la escoria
humana, llámese ésta Putin o Al-Assad o José Parejo o Jaime Saade, apelo a las
palabras a manera de desahogo. ¿Que muchos lo desaprueban? Están en su derecho…
y yo en el mío.
243.
Quedan notificados, notificadas y notificades: “…los averiados ‘rebeldes’
institucionales, como ese Gustavo Petro que se nos ha aparecido últimamente. No
se puede ser más provocativamente ignorante en historia, en ecología, en
zoolatría, en economía y hasta en los usos de la cortesía diplomática. Con la
cantidad de colombianos de talento que uno ha conocido… Dicen que es el primer
presidente de izquierdas que ha tenido el país: o sea que ha Colombia se le
acabó la suerte”.
Pero
lo peor del caso, estimado y admirado Savater, es que, al igual que en España,
en México y en cualquier país donde los votantes optan por los cantos de sirena
de la extrema izquierda, no escasean los talentosos que, por ceguera
ideológica, hacen como que no se enteran y escurren el bulto, por ejemplo los
columnistas de opinión, cuando su presidente -llámese López Obrador o Petro
Urrego- desbarra producto de su ignorancia, atenta contra las formas y el fondo
de sus pregones políticos o delinque a ojos vistas. Entonces sí es momento de
hablar de literatura y no de política, pues de eso ya se habló cuando
gobernaban los otros, a los que no se les pasa ni media y se les atiza con lo
más a mano: ‘Hijos de Galán, hijos de Uribe’; ‘Duque, o el baile del cangrejo’;
‘Uribe: el gran burlador’; ‘Duque en las Galias’; ‘El amor uribista’;
‘Seguridad democrática 2.0’; ‘La trampa de Uribe’; ‘Uribe, un golpe de Estado’;
‘Nuestra derecha criolla’; ‘Uribe, ya casi…’; ‘El caso Arias’; ‘Duque
coronado’; ‘La mentalidad traqueta’; ‘Uribe: adiós al Twitter’; ‘Claudia y
Duque’; ‘Uribe: el odio democrático’; ‘Cabal presidenta’; ‘Uribismo & Cía.,
a la baja’; ‘Un óscar a Óscar Iván’… y así, hasta el hartazgo.
Nueve
meses y nueve días han transcurrido desde que la opción política de nuestro
titulador -como vieron, tan proclive hasta julio de 2022 a llamar a las cosas
por sus nombres- coronara, y ni la más mínima mención a los desaguisados y
desvaríos de su desgobierno, al que presumo que le querrá conceder, en aras de
la ecuanimidad, un compás de espera de cuatro años. O de más si la pesadilla se
perpetúa.
244.
¿Que para qué la literatura, insisten ustedes? Para, por ejemplo, ser capaces
de descifrar el perro mundo a partir de una única escena de clásico:
“Henrique,
el hijo mayor de Alfred, era un muchacho noble y principesco de ojos oscuros,
lleno de viveza y ánimo; y desde el momento en que los presentaron, demostró
una fascinación absoluta por el donaire espiritual de su prima Evangeline. Eva
tenía un potro favorito de una blancura nívea. Era suave como la seda y tan
apacible como su pequeña ama; Tom llevó este potrillo al porche trasero y un
muchacho mulato de unos trece años llevó un pequeño árabe negro, que acababan
de importar, por un precio muy alto, para Henrique.
--¿Qué
pasa, Dodo, perro perezoso? No has cepillado mi caballo esta mañana.
--Sí,
señorito --dijo Dodo dócilmente--. Se ha ensuciado después.
--¡Bribón,
cállate la boca! --dijo Henrique, alzando con violencia su fusta--. ¿Cómo te
atreves a contestarme?
El
muchacho era un guapo mulato del mismo tamaño que Henrique, y su cabello se
rizaba en torno a una frente alta y arrogante. Tenía sangre blanca en las
venas, como podía deducirse del rubor de sus mejillas y el centelleo de sus
ojos, cuando empezó a hablar con énfasis:
--Señorito
Henrique… --comenzó.
Henrique
le golpeó en pleno rostro con la fusta y, cogiéndolo por uno de los brazos, le
obligó a ponerse de rodillas y le pegó hasta quedarse sin aliento.
--¡Toma,
perro desobediente! ¡A ver si así aprendes a no contestar cuando te hablo!
¡Llévate el caballo de vuelta y límpialo bien! ¡Ya te enseñaré yo cuál es tu
puesto!
--Joven
amo --dijo Tom--, me imagino que lo que iba a decir es que el caballo ha rodado
por el suelo cuando lo traía aquí desde el establo, pues es muy brioso; así se
ha ensuciado; yo he visto cómo lo ha cepillado.
--¡Tú,
cállate hasta que te pidan que hables! --dijo Henrique, dándole la espalda y
subiendo las escaleras para hablar con Eva” (quien, como un altísimo porcentaje
-dentro del que por desgracia claro que yo quepo- de mis semejantes, me acaba
de decepcionar ya se verá si para siempre).
¿Tres
contra uno y lo dejan hacer? ¡Pero si este maldito hijo de la grandísima puta
lo mínimo que se merece es… es… que le revienten el alma a golpe de fusta! ¿Y
preguntan ustedes por qué hacen los Putin y los Ortega y los Erdogan lo que
hacen impunemente? ¡Como si Rusia, Nicaragua y Turquía estuvieran habitadas
exclusivamente por Marinas Ovsiánnikovas y Alekséis Navalnis y Rolandos Álvarez
y Ósmanes Kavalas o, mejor aún, por auténticos López de Aguirre reales y
fictivos que hagan imposible cualquier tipo de sometimiento!
Desengañémonos
de una vez por todas: ellos son los faros que son y nosotros (por supuesto que
excluyendo igualmente a los Henriques tan exitosos), todo el resto, los
indiferentes y los cobardes que nos dejamos humillar por los déspotas chinos,
norcoreanos, afganos, bielorrusos y hasta por los venezolanos, salvadoreños y
cubanos a fin de cuentas tan insignificantes.
245.
Sí, desengañémonos de una vez por todas, colegas varones: el que de ustedes
pretenda equiparar su capacidad de amar a un hijo con la intensidad y la
entrega enfermizas con que lo hacen Marie la mamá de Eva y hasta la última
mujer del mundo es porque no entiende nada de nada, entre otras cosas por no
haber leído al menos el capítulo 24 -y sucesivos- de La cabaña del tío Tom,
gracias al que -a los que- el instinto materno queda taxativamente probado. Por
consiguiente, tampoco esperen ser nunca los predilectos de sus vástagos, pues
por encima de ustedes siempre va a estar la Marie que les tocó en suerte, con
su infinita generosidad de esposa y de madre, vocaciones que la imposibilitan
para el egoísmo. O si no que lo diga Zoilamérica Ortega Murillo.
246.
Definición de buenista (maravilloso que con este sustantivo, al igual que con
persona, con gente, con ciudadanía, con ralea, con plebe, con aristocracia
-sigan ustedes-, no haya que triplicar el género porque los varones que dichos
términos abarcan no se sienten invisibilizados): “Persona que dice o hace
tiquismiquis”. Entiéndase sandeces, memeces, idioteces, estolideces,
estupideces, insensateces, mentecateces; tonterías, boberías, majaderías,
soserías, naderías, fruslerías, zoncerías; animaladas, patochadas,
paparruchadas, mamarrachadas, bufonadas, payasadas, burradas. ¿Que quién, que
dónde? Tantas y tantos y en tantas partes y partos que si comienzo no acabo.
247.
Se llama sindéresis, o si prefieren ecuanimidad, a esta propensión tan humana a
juzgar a los demás con objetividad y desapasionamiento.
Lo
invitan a usted a una fiesta de quince y usted, para quedar bien y porque
aprecia a la familia de la quinceañera, lleva un muy buen regalo: “¿Sí ven tan
chicanero aquel pobre güevón? A la fija que se gastó lo del arriendo en este
collar. ¡Como si la niña no tuviera ya bastantes joyas y hasta mejores!”; llega
a la misma fiesta otro con un regalo más modesto, pues es para ése para el que
le da el presupuesto: “¿Y qué tal este tan tacaño? ¡Dizque una camiseta para
una quinceañera, y ni siquiera de marca!”.
Pasa
usted súbitamente de escribidor inédito a escritor reconocido y fenómeno
editorial pero, como su norte son los D. J. Salinger y los Thomas Pynchon y los
Cormac McCarthy, resuelve evadirse y ocultarse: “¿Qué se habrá creído el
plumífero este? ¿Que porque le dieron un par de premios ya se siente un
Cervantes que no quiere hablar con nadie?”; sorprende al de más allá un éxito
literario repentino y jubiloso y considera ahora su responsabilidad de escritor
y ciudadano conversar sobre libros propios y ajenos con quien lo convoque:
“¡Pero qué fastidio con este man! Publica un par de novelas y entonces quiere
salir todos los días en la televisión y hablar por cuanto micrófono se le ponga
delante”: palo porque bogas y palo porque no bogas, se quejaban los galeotes.
248.
Pienso en los trece mil setecientos millones de años que transcurrieron antes
de que profiriera mi primer vagido, y pienso en esos mismos e incontables más
que habrán de transcurrir después de que exhale mi último suspiro y no puedo
por menos de sentirme feliz de que la nada, para otros tan temida, sea
precisamente la eternidad a que tantos aspiran, sólo que al margen de cualquier
género de conciencia conocida.
249.
Oigo repetir sin ton ni son que también lo escrito en el mejor periodismo de
opinión es flor de un día y que por consiguiente está condenado al olvido más
absoluto una vez se agote ese plazo.
Lástima
que los que de esa mentira se hacen eco, afianzándola irreflexivamente cada vez
que la machacan, no conozcan uno de mis mayores tesoros, si no el mayor: un
archivo con cientos y cientos de ideas brillantes, de pensamientos audaces, de
reflexiones sin desperdicio y claro, también de metidas de pata, de exabruptos
y hasta de ruindades de mis columnistas de cabecera, gente ilustre con la que
sin que ellos lo sepan dialogo más a menudo de lo que tal vez lo hagan con sus
familiares y amigos más entrañables. Ignoran asimismo que de cada uno tengo un
constructo ideológico que se va ajustando aquí y desajustando allá con cada
nuevo artículo que les leo, y que preferiría no someter mis impresiones de
lector a un cotejo con los sujetos de carne y hueso.
Quiero
seguirme imaginando a Juan Esteban Constaín, a don Juan Gossaín, a Eduardo
Escobar y a Peter Singer; a Héctor Abad Faciolince, a Carlos Granés, a Santiago
Gamboa, a Piedad Bonnett, a William Ospina y a Julio César Londoño; a Fernando
Aramburu, a Javier Cercas, a Irene Vallejo, a Orhan Pamuk, a Luis García
Montero, a Rosa Montero, a Leila Guerriero, a Elvira Lindo, a Eliane Brum, a
Gustavo Martín Garzo, a José Ovejero, a Enrique Vila-Matas, a Manuel Vilas, a
Javier Sampedro, a Martín Caparrós, a Antonio Muñoz Molina, a Fernando Savater,
a Manuel Vicent, a Juan Gabriel Vásquez y a Mario Vargas Llosa; a Daniel Samper
Pizano, a John Carlin, a Juan Villoro y a Arturo Pérez-Reverte como me los
imagino y no como se quieran o puedan mostrar en un cara a cara hipotético y probablemente
decepcionante. Quiero seguir pensando que el de Juan José Millás es un estilo
único e irrepetible en el periodismo de opinión, entre otras razones porque su
imaginación no conoce límites:
“Los
personajes de las novelas que reposan en las estanterías se asoman a mi cuarto
de trabajo a través de las grietas que el uso ha formado en el lomo de los
volúmenes. Me miran y hablan entre ellos de dimensiones alternativas de la
realidad en las que hay mesas y sillas y frascos de medicinas, igual que en aquellas
en las que transcurren sus vidas. Madame Bovary o Raskolnikov o Gregorio Samsa
me vigilan cuando escribo, cuando enciendo un cigarrillo clandestino, cuando,
desesperado, recorro la habitación de un lado a otro, y se preguntan quién
rayos soy. Me observan con la extrañeza con la que yo los observo a ellos,
aunque con la diferencia de que yo sé cómo viajar a su mundo, pero ellos no han
hallado el modo de descender al mío.
Quizá
cuando me voy de casa, logren abandonar las páginas de los libros y salir al
pasillo y entrar en mi dormitorio, donde tal vez deshagan la cama y busquen la
huella de mi cuerpo entre las sábanas. Se asombrarán ante la tangibilidad de
los objetos: el termómetro, el cepillo de dientes, el monomando de acero del
lavabo. Si pudieran tirar de la cadena del retrete, sonreirían ante esa cascada
ruidosa de agua real, no un agua hecha de palabras, como aquella a la que ellos
están acostumbrados, sino de dos átomos de hidrógeno y uno de oxígeno. La
palabra agua no moja como la palabra perro, según Ferlosio, no ladra…”.
¡¿Flor
de un día?!
250.
Lo imprescindible de la precisión en el lenguaje: el que afirme que Marie es un
convidado de piedra en la agonía y los funerales de su hija Eva miente. Y
miente porque lo que es es un incordio, un forúnculo y una molestia de aquellas
que a duras penas se pueden soportar. Ahora comprendo el porqué del St. del
nombre del marido del divieso: pues porque St. Clare es un santo. Yo, hermano,
hace mucho que la habría matado como solemos matar Millás y yo a la escoria y
aun a los indeseables tipo su mujer: lástima que no le pueda presentar al
hijuemadre ese de Juanjo, que de seguro sí lo conoce a usted.
Pero
espérese un momentico que me quedé pensando: si se asoma por las grietas en el
lomo de la novela de su demiurga que Millás tiene en la biblioteca, tal vez lo
pueda ver si está leyendo o escribiendo. ¿Que ya lo ha visto? Debí suponerlo.
251.
¡Su atención, hermanos afganos, norcoreanos, chinos, rusos, bielorrusos,
sirios, saudíes, iraníes, sudaneses, nicaragüenses, venezolanos, cubanos y
demás prójimos que viven bajo el yugo de una tiranía o de un gobierno que
amenaza con tornarse tiránico; toda su atención que se dirige a ustedes en
particular y a través de su escudero, Nuestro Señor don Quijote -como me enseñó
a llamarlo Sergio Ramírez, escritor y víctima de los Ortega Murillo-!: “-La
libertad, Sancho, es uno de los más preciosos dones que a los hombres dieron
los cielos; con ella no pueden igualarse los tesoros que encierra la tierra ni
el mar encubre; por la libertad, así como por la honra, se puede y debe
aventurar la vida, y, por el contrario, el cautiverio es el mayor mal que puede
venir a los hombres”: más claro, imposible; tal vez el agua de este vaso del
que bebo.
Reparen
ustedes, por amor de Dios, en que cuando el caballero andante habla de
“aventurar la vida” para sacudirse el cautiverio de que todos ustedes son
objeto si bien en grados distintos, los está invitándo a que se fijen en
Ucrania y los ucranios con su lucha a muerte para impedir a cualquier precio
que los gobierne un déspota igual o peor que los que ustedes hoy sufren, y los
está conminando a que sigan ese ejemplo y se emancipen. Ahora, que si los
hombres de aquellos países se cagan de miedo, pues que las mujeres se apersonen
de la lucha con el valor y la temeridad con los que hoy tantas iraníes le
plantan cara a la dictadura de los ayatolás tan tiernos.
252.
¿De verdad quiere sentirse usted vivo, putamente vivo?: aguarde entonces a que
le dé una alergia respiratoria de las que hacen estornudar cientos, miles de
veces y picar el paladar, los oídos y los ojos a tal punto que en lo único que
se piensa es en emular al rey Edipo; o a conocer las caricias de una neuralgia
del trigémino; o a que se le encarne la uña del dedo gordo del pie que sea; o a
volver en sí tras una crisis epiléptica; o a saber de qué va un corto pero
intenso ataque de pánico; o, en fin, a que se le irrite el colon y se le abulte
el vientre y no pueda cagar o atajar la diarrea. Les hablo, huelga decirlo, de
tan sólo algunas de esas experiencias que conozco y por las que bien vale
celebrar la vida.
253.
“¿Me van ustedes a decir que en el cinismo más puro y desvergonzado no se
agazapa un arte, un humor muy fino que a muchos nos hace simpatizar
inconfesamente con el cínico?”: para que al rompe usted no nos censure al
inédito formulador de la pregunta ni a mí que, vergonzante, la suscribo, le ruego
que lea de Luis Mateo Díez el cuento titulado ‘Mi tío César’ y que averigüe
quién es o quién fue -por desgracia, los genios también mueren- el colombiano
Juan Carlos Guzmán Betancur. Si tras hacer ese par de tareas tan sencillas y
gratas usted sigue discrepando de mí, de los dos, acepto, aceptamos el varapalo
que sea.
254.
Me perdonarán ustedes, pero llamar “arte” al rap el reguetón y la bachata y
“artista” a cualquier rapero reguetonero y bachatero, al margen de la fama y el
dinero que acumulen, constituye un insulto al más elemental buen gusto. Por
ejemplo al de un hombre capaz de decir en una de sus canciones la siguiente
hondura, que no le va a la zaga a ninguno de los aforismos de un Nietzsche o de
un Cioran, pues bien podría estar firmada por cualquiera de los dos o por otro
genio de la escritura breve: “No hay que desperdiciar una buena ocasión de
quedarse callado”. Lástima que los tales Carol G, Maluma y Romeo Santos,
imposibilitados para escuchar nada tras todo el bullicio a que han expuesto orejas
y encéfalo, no puedan poner por obra la sabiduría del consejo.
255.
Pensamiento mágico es albergar siquiera la más remota esperanza de que en “este
país desastrado y festivo, propenso siempre al absurdo, el delirio, la
insensatez, la resignación y el disparate” pueda alguna vez convertirse en
presidente de la República un Sergio Fajardo, una Gina Parody, un Humberto de
La Calle Lombana, una Cecilia López Montaño, un Alejandro Gaviria, una María
Ángela Holguín, un Antanas Mockus, una María Carolina Barco Isakson, un Juan
Camilo Restrepo Salazar o una Sandra Bogotá Lozano. Desengañémonos de una vez
por todas, estimados cófrades del centro del espectro político: Colombia, al
igual que prácticamente toda la América Latina, detesta el sosiego de quienes con
decencia hacen planteamientos y formulan propuestas reflexivas y ponderadas.
256.
Pensamiento mágico -y desiderativo- es haberse creído el cuento -y haber
intentado convencer a otros del dislate- de que Gustavo Petro, este “ hombre de
verbo irresponsable, temperamento intransigente y tendencia a la demagogia,
cuyo poco talento para la gestión está fatalmente trastornado por la
ideología”, podía devenir, como por milagro de pastor taumaturgo de iglesia
cristiana, en paladín de la democracia y la deliberación, respetuoso del
disenso y las discrepancias procedan de donde procedan, y en defensor de la
decencia y la eficacia de la función pública y de los pesos y los contrapesos
de los tres poderes: otro desaguisado de la esperanza sin asidero de los
optimistas.
257.
¿¡Somos más los buenos!, dicen los edulcorados con o sin enciclopedia? Que lo
diga Beecher Stowe, ella sí una sabia con las cifras claras: “Pocos son los
hombres que sepan utilizar humanitaria y generosamente un poder totalmente
irresponsable. Todo el mundo sabe esto, y el esclavo mejor que nadie, por lo
que éste sabe que tiene diez posibilidades de que le toque un amo abusivo y
tirano y una de que le toque uno considerado y bueno”.
Lo
cual, extrapolado a la realidad de hoy, se puede leer como que los ucranios,
con todo y su mala suerte por tener de vecinos al asesino invasor y criminal de
guerra Vladimir Vladimirovich Putin y a los rusos cobardes, indiferentes o
igual y hasta más aviesos que su presidente -¿les suenan un tal Dmitri Medvédev
y un tal Cirilo de Moscú?-, pueden darse por muy bien servidos de que los
presida el gran Volodímir Zelenski y no otro carnicero en jefe al servicio del
Kremlin, que forme terna con Kadírov y Lukashenko. Piensen, para no ir muy
lejos, en Víktor Yanukóvich y díganme si pese a todo a los invadidos no se los
puede llamar afortunados. Los chechenos y los bielorrusos que detestan a sus
sátrapas entonarían un sí rotundo.
258.
Profesor, una pregunta -intervino Sandra Bogotá, no una estudiante sino una
estudiosa-: ¿qué define a los ateos con argumentos frente a los escépticos con
argumentos? La miré embelesado, y sus ojos garzos me devolvieron la sonrisa.
Fui
hasta mi biblioteca, ubiqué la W y extraje del anaquel ‘El sentido de la
existencia humana’. Torné al escritorio, busqué la página y les leí:
“La
humanidad, defiendo, surgió por su cuenta a partir de una serie acumulada de
acontecimientos durante la evolución. No estamos predestinados a alcanzar
ninguna meta, ni tampoco podemos responsabilizarnos de cualquier poder que no
sea el nuestro. Sólo la sabiduría radicada en nosotros mismos, y no la piedad,
nos salvará. No habrá ninguna redención ni tampoco se nos concederá una segunda
oportunidad desde los cielos. Éste es el único planeta que tenemos para vivir;
y éste es el único enigma que debemos descifrar. […]
[…]
La existencia humana quizás sea más sencilla de lo que pensábamos. No estamos
predestinados a nada, y la vida no es un misterio indescifrable. Los demonios y
los dioses no luchan por nuestra lealtad. En vez de ello, somos artífices de
nuestro éxito, independientes, frágiles y estamos solos; somos una especie
biológica que se ha amoldado a un mundo biológico.”
Cogí
el primer trozo de papel que encontré, y garrapateé a manera de dedicatoria:
Ojos
garzos ha la niña:
¡quién
se los namoraría!
Son
tan bellos y tan vivos
Que
a todos tienen cativos,
Mas
muéstralos tan esquivos
Que
roban el alegría…
Introduje
el papel en la página de la cita que les leí, fui hasta su pupitre y, tratando
de disimular la tembladera, le ofrecí el libro. Se le iluminó el rostro… y a mí
la vida.
259.
Este man -el tal Mateo- sí lo tenía claro: “¿No comprendéis que todo lo que
entra en la boca pasa al vientre y luego se echa al excusado? En cambio lo que
sale de la boca viene de dentro del corazón, y eso es lo que contamina al
hombre”. Y ni qué decir Nuestro Señor don Quijote, que nos regaló esta perla:
“…que de la abundancia del corazón habla la lengua”.
¿Qué
lengua?, se estarán preguntando ustedes. ¡Lengua no: lenguas! Las de dos
mamertos reputados -claro: mucho más ella que él-, de esos que se erigen en
paladines de los y las nadies, que pontifican su buenismo aquí y allá y viven
de eso: de la performance. Pero como el temperamento le gana a la ideología y
los sentimientos genuinos a los apócrifos e impostados, pues sale un tal Wilson
Sáenz y le grita “negro hijueputa” a uno de los afrocolombianos que, incautos,
se sienten representados por ellos, y sale una tal Clara López Obregón y llama
“sirvienta” a quien oficiaba de niñera en casa de una hogaño correligionaria
caída en desgracia.
¿Consecuencias?
Salvo la algazara que aquí nunca falta, nada en absoluto aparte de la
indulgencia de la prensa y el pueblo que no se entera, porque ¿quién está
exento de que se le chispotee y se le salga por la boca la abundancia del
corazón? Pero ya me imagino lo que sucedería en la Colombia maniquea si
Jerónimo o Tomás Uribe o cualquier uribista purasangre llamara “negro
hijueputa” o “sirvienta” a un “humilde” policía y a una “humilde” niñera. Lo
mínimo que les dirían es racistas y clasistas, que es lo que en sus adentros
son -y para siempre serán en los afueras de YouTube- los que infirieron los
insultos.
260.
Y ya que estamos… Permítanme que utilice y que les hable de dos palabros de
moda, de esos con que los biempensantes se llenan la boca: narrativa y
revictimizar, que procedo a poner en contexto sirviéndome de ese faro
ideológico de las izquierdas del mundo llamado Luiz Inácio Lula da Silva.
Trastornado
tal vez por su dipsomanía, por el ayuno prolongado de poder o por los meses de
cárcel aunque sin duda por su ceguera ideológica, el por tercera vez presidente
de Brasil, que ve fascismo y fascistas en los estadios de España y Europa en
los que los Wilson Sáenz -los imbéciles e inadaptados- que nunca faltan les
gritan insultos racistas a los futbolistas negros del rival y hasta a los
propios cuando juegan mal pero no los ve donde sí los hay, o sea en el Kremlin
y en la Rusia imperialista presididos por Putin y sus carniceros, piensa y
siente y alega que ni en Ucrania se perpetra una invasión (sino una guerra
entre hermanos maquinada por la Casa Blanca y la OTAN), ni en Venezuela existe
una dictadura que dura ya más de dos décadas. “Narrativa” llama el muy
sinvergüenza, el muy filho da puta, a una realidad y a la
otra y a sabiendas de que con su cinismo y cara dura “revictimiza” a los
millones de ucranios y de venezolanos hoy en el exilio, cuando no en las
cárceles y las mazmorras en las que esas dos tiranías encierran, torturan y
desaparecen a tantas de sus víctimas.
261.
Qué cuentos -“narrativas” dirían Lula y granujas afines- de activistas: lo que
son Masih Alinejad y los miles de mujeres iraníes que se juegan la vida
rebelándose a cara descubierta en contra del -ese sí, amigas occidentales- patriarcado
misógino y cavernario de su país es heroínas. Y no de las de relumbrón que van
por las calles infinitamente más seguras que las persas de sus democracias
gritando “nos están matando”, sino de a las que en efecto mata y tortura y
viola la dictadura de los ayatolás, quienes además facultan a los padres y
hermanos y maridos iraníes para que les desgracien la vida a sus hijas y
hermanas y esposas como les venga en gana.
Les
propongo a mis amigas ultrafeministas de Occidente (en el Oriente más tenebroso
por culpa, entre otras barbaries, de las peores versiones del islam -que
también lo hay pacífico y apacible- ningún feminismo será nunca suficiente)
tres cosas: que entiendan que la maldad no es exclusivamente masculina, que -en
consecuencia- llamen a las cosas por su nombre y no gradúen de misógino y
feminicida a muchos que a todas luces no lo son, y que demuestren el amor por
sus congéneres de veras sometidas y esclavizadas dejando de mirarse el ombligo
y viajando conmigo, “en primera línea”, a Afganistán y a Irán para que juntos
combatamos, con las suicidas valientes de esos dos países, a los fanáticos
criminales que las tiranizan. Tengo las maletas en la puerta.
262.
Cuando los hechos son tozudos no vale la pena negarlos: soy un machista manso,
y me hago cargo. Lo ratifiqué por enésima vez hace un par de horas cuando,
pastoreando un insomnio garciamarquiano, me di a la tarea de repasar los
sentimientos que les profeso a todos mis columnistas de opinión y, para
empezar, a cuatro autores que ando leyendo. Los dividí en tres grupos: a los
que admiro y respeto cáiganme muy gordos, gordos, a duras penas simpáticos o
simpáticos (el ciento por ciento), a los que estimo igual o aun más que a mis
amigos de carne y hueso (mujeres, hombres) y a los que quiero con un amor
inexplicable por la ausencia de materialidad y porque lo siento acá, en los
adentros (seis mujeres y ¿ningún hombre?).
Estimo,
en algunos casos con las entrañas, a Juan Esteban Constaín, a don Juan Gossaín,
a Thierry Ways y a Peter Singer; a Héctor Abad Faciolince, a Piedad Bonnett, a
Carlos Granés, a Mauricio García Villegas y a Felipe Zuleta Lleras; a Fernando
Aramburu, a Javier Cercas, a Leila Guerriero, a Elvira Lindo, a María Elvira
Roca Barea, a Adela Cortina, a Eliane Brum, a Gustavo Martín Garzo, a Enrique
Krauze, a Eduardo Lago, a Manuel Vilas, a Javier Sampedro, a Martín Caparrós, a
Manuel Vicent, a Juan José Millás, a Álex Grijelmo y a Juan Gabriel Vásquez; a
Daniel Coronell, a Daniel Samper Pizano y a Daniel Samper Ospina; a John
Carlin, a Juan Villoro y a Arturo Pérez-Reverte; a Luis Mateo Díez, a Julio
Ramón Ribeyro y a E. O. Wilson. Y quiero, reitero que con manso machismo, a -el
orden nada indica: tampoco el anterior- Lucia Berlin, Rosa Montero, Irene
Vallejo, Harriet Beecher Stowe y Tola y Maruja. (Un día de éstos les hablo
-claro que si no me da por suicidarme antes-, y por extenso, de otros amores de
mi enciclopedia.)
263.
Seremos amigos usted y yo -qué digo amigos: parceros, carnales-, pero no como
para creer que se sentó a escribir esta lucidez expresamente en respuesta a mi
desahogo 255:
“El
error es pensar que la gente es lógica. En las cosas importantes de la vida,
como el amor, no lo es. Tampoco en la política, particularmente a la hora de
votar, circunstancia en la que la emoción compite con los hechos, y la emoción
suele ganar.
Pienso
en el éxito del populismo. […]
Entonces,
¿por qué la fe vence a la lógica? ¿Por qué los hechos cuentan tan poco en las
decisiones políticas que tanta gente toma? ¿Por qué tantos seres supuestamente
pensantes se identifican con semejantes tiranos o payasos o charlatanes?
Porque
pertenecer a un equipo es lo importante. Porque ven en el líder una figura
paternal que les ofrece esperanza y protección en un mundo confuso y hostil, un
general vengador que comparte los mismos enemigos y los mismos odios y los
mismos resentimientos que ellos. Porque formar parte del equipo del gran papá
les da una sensación de relevancia y de identidad que les permite olvidar la
terrible verdad de que no son -no somos- más que un grano de polvo en el
infinito cosmos.
Esto
es lo que ofrece el populismo, que no es poco. Con la posible excepción de la
vida eterna, es lo mismo que ofrecen, a cambio de fe, las grandes religiones:
un pack irresistible de pertenencia, esperanza, refugio y orden en el caos. La
lección está clara: el aspirante a liderazgo político que se atiene a los
hechos terrenales compite en elecciones con la misma desventaja que un corredor
con el tobillo roto en un maratón”.
Vamos
a suponer, hermano, que usted es un colombiano enterado que sabe quiénes son
los vernáculos Santiago Gamboa, Julio César Londoño y William Ospina. ¿Me va a
decir que no se trata de gente lógica? ¿De gente que con creces conoce los
“hechos terrenales”? ¿De gente no “supuestamente pensante” sino pensante y
punto? ¿Y entonces? ¿Por qué ellos y tantos otros igual de capaces o hasta más
se suman a uno o al otro populismo, aunque con preferencia al de izquierdas:
petrista, kirchnerista, morenista, podemista, lo mismo da? ¿O qué tal los
bandazos entre el centro y la extrema derecha de Vargas Llosa? ¿No es ese sí el
colmo de los tumbos que la política les hace dar, y en cualquier época, aun a
los encéfalos más preclaros entre los esclarecidos? De modo hermano que ni para
qué nos desgastamos.
264.
Opina el filósofo: “Lo humano es utilizar las cosas y seres naturales como
parte lúdica o trágica de un tablero simbólico en el que se desenvuelve nuestro
destino. Ponemos intención expresiva en el opaco reto de lo que nada explícito
formula, pero todo puede significarlo para nosotros: montañas, simas, océanos,
bestias, planetas lejanos, cataclismos, agujeros negros… La mente humana se
ejercita coloreando agujeros negros. Y dando voz tierna o amenazadora a lo que
no habla…”. Replica el científico: “El naturalista es un ser afortunado por
poder olvidarse a menudo de su propia identidad. Prestamos atención con tanta
intensidad a lo que trisca, vuela, repta, canta, que abandonamos al maldito y
famoso yo, es decir, necesitamos poca terapia psicológica”. Yo me quedo con la
amplitud de miras de los capaces de abandonar, ya que no definitivamente al
menos a trechos, el de todo punto cacofónico y nocivo antropocentrismo.
265.
Se me acaba de ocurrir que uno de los usos benéficos de la dichosa inteligencia
artificial podría ser la creación de una interfaz intangible y ubicua que,
aplicada al feto ya formado o al recién nacido, delate a los futuros Vladimires
Putin, Simones Legree y a sus remedos, escoria de que la especie podría
deshacerse sin más. La clandestinidad del método (se trata de que las ONG no
intercedan en favor del sagrado derecho a existir que nos asiste a todos, todas
y todes) garantizaría la reducción significativa y de un solo tacazo de la
maldad y la sobrepoblación, azotes del planeta Tierra.
266.
¡Su atención, hermanos afganos, norcoreanos, chinos, rusos, bielorrusos,
sirios, saudíes, iraníes, sudaneses, yemeníes, nicaragüenses, venezolanos,
cubanos y demás prójimos que viven bajo el yugo de una tiranía o de un gobierno
que amenaza con tornarse tiránico; toda su atención que se dirige a ustedes en
particular, a través de su voz narrativa, una inmortal entre los inmortales!:
“…--¡Palabra
eléctrica! ¿Qué tendrá? ¿Es más que un nombre o un recurso retórico? ¿Por qué,
hombres y mujeres de” Afganistán, Corea del Norte, China, Rusia, Bielorrusia,
Siria, Arabia Saudita, Irán, Sudán, Yemen, Nicaragua, Venezuela, Cuba…, “se os
estremece la sangre en el corazón al oír esta palabra, por la que” habrían
debido dar “vuestros padres su sangre y vuestras madres” tendrían que haber
estado dispuestas “a perder a los más nobles y mejores de los suyos? ¿Tiene
algo de glorioso y querido para una nación que no lo sea también para el
hombre? ¿Qué es la libertad de una nación sino la libertad de los individuos
que viven en ella? […] ¿Qué es la libertad para George Harris? Para vuestros
padres, la libertad” habría debido ser “el derecho de una nación a ser nación. Para
él, es el derecho de un hombre a ser hombre, y no bestia; el derecho a llamar
esposa a su esposa y protegerla de la violencia sin ley; el derecho a proteger
y educar a su hijo; el derecho a tener casa propia, religión propia,
personalidad propia y no supeditada a la voluntad de otro.”
Quedan,
pues, notificados: si cada uno de ustedes o siquiera la mayoría no se sobrepone
a la mezcla letal de miedo y cobardía que los maniata y no saca de dentro al
George Harris, a la Harriet Beecher Stowe o al valiente suicida del nombre que
sea, jamás esperen que otros, que viven al margen de sus sufrimientos y
absortos en los propios, den por ustedes la vida y los liberen. ¿Acaso no
recuerdan la soledad de aquella minoría de honkoneses que, inermes ante la
indolencia del mundo y -peor aún- de una mayoría cobarde o indiferente de sus
connacionales, quisieron plantarle cara a la tiranía seudocomunista china?
¿Acaso no están viendo la indiferencia del mundo en general y del femenino en
particular frente a la lucha valerosa y temeraria que libran miles de mujeres
iraníes en contra de la teocracia de los ayatolás? Piensen en que si ya se
mueren con sus hijos y familias de hambre y miedo y desesperanza, ¿qué más da
morir del todo, pero peleando? Y que conste que se lo dice un ciego físico al
que, si Zelenski le procura un buen guía, está dispuesto a ir al frente y a
morir por la causa; eso sí, antes de que la causa se degrade.
¿Se
ríen los cínicos del mundo de este rapto mío de ingenuidad? Y yo con ellos…
sólo que con pesadumbre.
267.
Extenuado, cerré el libro y lo arrojé lejos, con rabia. ¿Iba a ser o no capaz
de leerlo completo, de pasar del capítulo 38 tan exasperante por culpa del
untuoso discurso cristiano del tío Tom? ¿Por qué de una maldita vez la autora
no se decantaba por la furia y la resolución de Cassy y la secundaba en su
intención de matar al bellaco e intentar huir, sola o acompañada? ¿A qué jugaba
y con qué cartas: a soliviantar el maldito servilismo de los esclavos, o a
postrarlos del todo a base de resignación bíblica? ¿En dónde y de parte de
quién estaba ella, la novelista de carne y hueso: como Dios en ninguna parte y
a la vez en todas, prometiendo y jamás cumpliendo o, en su defecto, entre los
escasísimos Lope de Aguirre ucranios y de cualquier parte y a favor de su
irreductibilidad? Inspiré profundo y, tanteando, busqué el mamotreto por donde
sospeché que había caído. Si quería enterarme, no me quedaba otro remedio que
seguir leyendo.
268.
¿Que nada tema el que nada deba, intenta tranquilizar uno de los muy pocos
proverbios que yerran de cabo a rabo? Pregúntenle al Anthony Broadwater que a
diario, ora en Estados Unidos ora en Francia -para no hablar de nuestras
democracias en perpetuo estado de fragilidad-, abandonan la cárcel tras años de
gritar su inocencia y de exigir que se le presenten las pruebas inexistentes
con que lo condenaron. La verdad es que hay que tener mucha cara dura y pésima
mala leche para seguir vivo tras descubrir que, bien como denunciante o
testigo, bien como fiscal o juez o lo que sea, se participó en una de las
peores injusticias en que se pueda pensar.
269.
La fórmula es muy sencilla: no es sino que donde dice España pongan Colombia…
¿y listo?:
“…Si
repasan las hemerotecas, verán que unos pocos periodistas y escritores contaron
en sus páginas y artículos lo que pasaba e iba a pasar. Hicieron de Laocoontes
y Casandras, labor ingrata que nunca sirve para prevenir nada -la gente adora
los Titanic aunque se incline la cubierta, sobre todo si oye tocar a la
orquesta-, pero sí para ganarse innumerables enemigos. Sin embargo, muchas de
aquellas sombrías predicciones se han cumplido. No porque quienes las hacían
fueran genios de la anticipación, sino porque era evidente que iba a ocurrir
así, y no de otra forma. Y ahora, para justificar su infame gestión, para
eludir la responsabilidad, para ponerse de perfil ante la contaminación,
desprestigio o demolición de las instituciones y estructuras que hacen posible
un Estado, la sucia clase política, liberada al fin de la necesidad elemental
de guardar una mínima compostura, nos aturde con un populismo y una demagogia
que insultan la inteligencia, desentierran fantasmas olvidados y los agitan sin
pudor, olvidando -o ignorando, iletrados como son- que todo eso ya ocurrió
muchas veces en nuestra historia y nos llevó a lugares oscuros. A navajeo entre
vecinos y hermanos. A bien nutridas fosas comunes.
Rencor,
es la palabra. En España, por razones históricas, sociales, culturales, no hace
falta demasiado estímulo para resucitar, o utilizar, el viejo e indestructible
rencor nacional: el nosotros o ellos, conmigo o contra mí. El no reconocer una
virtud en el bando adversario ni un defecto en el propio. Y ese rencor,
manipulado por quienes en su limitación intelectual, cobardía o vileza no
disponen de otras herramientas, infecta las redes sociales, el periodismo, la
vida. Y un público cada vez menos dispuesto a identificar la manipulación y la
mentira compra gozoso, sin cuestionarlo, el dudoso producto que esa chusma
pregona como si se tratara de crecepelo, recetas milagrosas o muñecas de
tómbola.”
No,
de listo nada porque si bien es cierto que en lo fundamental parece que nos
parecemos, cuando se miran los detalles con detenimiento empiezan a aflorar las
diferencias. ¿Comparar a los insustanciales y por contera demasiado locuaces
Pedro Sánchez y Alberto Núñez Feijóo con los del todo impresentables Gustavo
Petro y Paloma Valencia o María Fernanda Cabal, al PSOE con el Pacto Histórico,
al PP con el uribismo de los falsos positivos, las fragilidades de la democracia
española con las serísimas dolencias de la nuestra perpetuamente bajo amenaza?:
¡gran despropósito! Ahora: ¿de dónde diablos sacamos los colombianos la
ponderación elegante y demás virtudes personales e intelectuales de un Felipe
VI, el listón insuperable que constituyen para cualquier político respetable
los conocimientos y la lucidez discursiva de una Cayetana Álvarez de Toledo? Y
yo, ninfulómano irredimible, ¿en dónde voy a dar con la suma belleza -¿lo es?-
y la suma inteligencia -¡lo es!- de aquesta infanta tan inalcanzable como la de
Wilde, Leonor de Borbón y Ortiz?
270.
Que me perdone la gran Harriet Beecher Stowe, pero el capítulo XL de su
novela-panfleto-evangelio es francamente deplorable. Si ya resultaba bastante
inverosímil lo de Cassy y su protegida en la buhardilla, con perros cazadores
de esclavos a los que de repente se les fundió el olfato, el súbito
arrepentimiento del par de negros malparidos que acaban de triturar a palos a
Tom, que dizque los perdona, se pasa de tierno a ridículo e insoportable. Menos
mal que semejantes melifluidades no figuran en los primeros capítulos. Y que es
tanto lo que ya le debo a su mamotreto que renegar de él y abandonarlo no se
contempla.
271.
¿¡Somos más los buenos!, machacan los edulcorados con o sin enciclopedia? Que
lo ratifique Beecher Stowe, ella sí una novelista que sabe que los Tom y los
St. Clare, los Claver y los Castalión son, a diferencia de los Simon Legree y
las Maries, los Putin y las Rosarios Murillo, rarezas de la naturaleza, por lo
demás tan demasiado pródiga en la forja de espíritus cobardes o indiferentes
que ninguna falta hace aclarar a qué intereses sirven: “…Estos ejemplos nos
libran de desesperar absolutamente de nuestros semejantes. Pero, pregunta a
cualquier persona que conozca el mundo si tales personajes son corrientes en
algún lugar”.
Yo,
que lo conozco gracias, entre otros tesoros, a la literatura y la DW, doy fe de
que en el único lugar sobre la Tierra en los que abundan los mejores
sentimientos a que se pueda aspirar -lealtad, generosidad, compasión y absoluto
desprendimiento- se llaman perreras.
272.
Leí este apartado de su correo, viejo Mo, y le cuento que me di a la tarea de
concretar a lo largo de un día -de un viernes de farra, para ser más preciso-
las cosas que haría si el sistema límbico no me funcionara tan bien -o tan mal,
según se mire- como de ordinario me funciona: “¡Qué de cosas haría uno de buena
gana, sin entusiasmo, claro está, pero de buena gana, y sin ninguna razón
aparente para no hacerlas, y sin embargo no las hace! ¿Habrá que poner en duda
la libertad humana? Es una cuestión que debe someterse a examen”.
Esta
es mi lista: le diría a mi vecino de enfrente, al maricón, lo pesado y ridículo
que resulta con su megalomanía de octogenario y le diría que daría lo que tengo
para no tener que oírle cada vez que me lo encuentro las mismas historias y
anécdotas que me viene contando, y con mal aliento, desde que nos conocimos. Se
lo pediría por enésima vez, pero ahora de viva voz, a cada una de las seis o
siete primas con que me vengo acostando en mis fantasías más íntimas desde la
pubertad. Le cogería el culo a M, aunque cuidándome muy mucho de que L no se
diera cuenta. Buscaría a un par de profesoras demasiado pagadas de sí que tuve
en la Javeriana y les diría que ni fundiéndolas para hacer de las dos una,
obtendría una Luz Mary Giraldo, de lejos la mejor catedrática de literatura que
me deparó Fortuna. Irrumpiría, con un bate de béisbol en la mano derecha y mi
bastón de ciego en la izquierda, en el apartamento del cabrón que tiene por
costumbre llegar a la madrugada a seguir la fiesta con bachata, reguetón, la
peor música de cantina y vallenato llorón, el muy guiso. Les arrebataría el
celular a los cuatro o cinco enajenados que en el TransMilenio me atormentan
con sus videos y los megáfonos a los vendedores y músicos que aturden voceando
sus chucherías o rapeando sus amarguras. Quebraría, en fin, a tantos y a tantas
que excedería en desperdicio de munición a los matarifes de Putin.
273.
Leo semanalmente, mal contados, a entre cuarenta y cincuenta columnistas de
opinión en varios periódicos y revistas, pero sólo con uno me ocurre que sé de
sobra si escribió el artículo de esa quincena con el rigor inteligente con que
escribe su ficción -‘Prohibido prohibir’-, si (casi podría jurar que) lo delegó
en manos mercenarias e inhábiles -‘”No le quiten el cuerpo a la jeringa”’- o si
sí lo escribió él, sólo que de una sentada o en cualquier caso sin releerlo y corregirlo
a fondo –‘Azorín cumple 150 años’-, que es lo mínimo que el lector avisado y
exigente espera de absolutamente cualquier cosa que firme alguien de su
importancia y estatura intelectual. Y tanto más si se toma en serio esta queja
suya (a la sombra de un elogio) del domingo pasado, 18 de junio de 2023:
“Es
posible que nadie lea a Azorín en estos días, en el que el periodismo es
dejadez, fraseología sin contenido, la obligación de escribir que persigue a
los hombres de oficio y los lleva a menudo a decir frases sin sentido. Qué
diferencia con Azorín, siempre tan exacto y preciso en su expresión, en la que
no hay vacilación ni superficialidad, frases que parecen haber sido refinadas
hasta la última desnudez. Y, sin embargo, él escribía cada día y nunca se
repetía, pues encontraba siempre la manera de señalar algo que los demás no
habían visto, lo que da a sus crónicas ese aire de verdad profunda, como si la
sostuvieran montañas de erudición.
Fue
un solitario y, aunque aceptaba formar parte de una generación, su estado de
ánimo era siempre la soledad, esa descripción de la España profunda en la que
todo se vuelve quietud, tiempo congelado, y en la que las cosas aparentemente
menos importantes se vuelve perennes y quedan petrificadas, a salvo de la
decadencia. Por eso hay que leer a Azorín…” y recordarle al gran Mario Vargas
Llosa que el ejemplo entra por casa.
¿Ah,
que son tres o cuatro anacolutos los únicos defectos de la cita? Eso para
empezar y sólo en cuanto a la forma. Porque si me asomo al fondo, y lo comparo
con el de ‘Los vientos’, un cuento de reciente publicación que con asombro le
leí en Letras Libres, pues el Nobel claro que sale mal librado por cuenta de la
demasiada prisa con que escribió -y muy a menudo escribe- su PIEDRA DE TOQUE.
274.
“No consientas que toda tu naturaleza sea destruida a la vez; por el contrario,
ya que te tocó en suerte un cuerpo mortal, intenta dejar el recuerdo inmortal
de tu espíritu”: justo en esas andamos, maestro.
275.
A que no adivinan quién dijo esto, y de dónde: “Nuestros conflictos son una
forma de la eternidad. El gobierno apuesta a que se resuelvan a través del
desgaste y el olvido. Las declaraciones sustituyen a la gestión y las
negociaciones llevan a pactos para que todo siga igual. Un país sumido en el
marasmo”. ¿Héctor Abad Faciolince, de Colombia? ¿Roberto Merino, de Chile?
¿Moisés Naím, de la Venezuela tiranizada? ¿Óscar Martínez, de El Salvador
bukelizado? ¿José Rubén Zamora, de Guatemala? ¿Igor Padilla, de Honduras?
¿Carlos Fernando Chamorro, de la Nicaragua tiranizada? ¿Eliane Brum, de Brasil?
¿Humberto Coronel, de Paraguay? ¿Mario Vargas Llosa, de Perú? ¿Daphne Caruana
Galizia, de Panamá? ¿Gregorio Magno Pontífice Camargo, de Argentina? ¿Yoani
Sánchez, de la Cuba tiranizada? ¿Carlos Valverde, de Bolivia? ¿Emilio Palacio,
de Ecuador? ¿Juan Villoro, de México? ¿…?
A
Uruguay y a Costa Rica me los dejan, de momento, por fuera de la recocha
bananera que en esencia es la política latinoamericana.
276.
¿Es o se siente usted muy joven y fuerte, al punto de la invulnerabilidad? Peor
aún: ¿presume de aquello ante otros igual de vigorosos y también ante los de
evidente salud menoscabada? Haga el favor entonces de leer y registrar para
siempre en la memoria la prosa apátrida 43 y en lo posible prométase, a manera
de concesión al pensamiento mágico que, en adelante, no vuelve a retar a
Fortuna con sus alardes.
277.
A veces pienso que si no gastara gran parte de mi tiempo leyendo y una mucho
más modesta escribiendo, me dedicaría a hacer experimentos sociales con alguna
encuestadora seria y, como yo, curiosa. Por ejemplo: preguntarle a un nutrido
número de personas de todas las clases sociales, edades y ámbitos, si creen que
los ciegos totales tienen alguna ventaja “tangible” frente a los videntes.
Formulada la pregunta y surtida la respuesta, tanto a los que encontraron una o
varias como a los que respondieron taxativamente que ninguna, se les lee o se
les da a leer la prosa apátrida 45 para saber si algo nuevo tienen que decir. No
se imaginan lo que me gustaría echar a andar éste en particular. Y otros de los
que luego les hablo.
278.
Empecé a dudar muy mucho de las capacidades de percepción del ojo humano una
mañana remota en que, sentado en la cafetería del Colombo Americano antes de
que diera comienzo la primera clase del día, una mujer me preguntó si podíamos
compartir la mesa. No recuerdo si leía en braille o si sólo me dejaba estar; lo
que en cambio recuerdo con absoluta nitidez es que de pronto ella me dijo que
me había estado observando durante algunos minutos y que no se había aguantado
las ganas de acercarse para decirme que estaba maravillada con la expresión de
paz y tranquilidad que proyectaba mi rostro. ¿Paz y tranquilidad? -me dije con
asombro en tanto le sonreía y la felicitaba por su arrojo-. ¡Pero si lo único
que deseo es morirme ya, aquí mismo!
Después
de aquello, parecía inevitable que en mi calidad de ciego congénito me sintiera
en ventaja en este sentido con respecto a los que veían, pues me ufano de
identificar en los muy cercanos y entrañables, e incluso en personas con las
que a duras penas me relaciono, agobios del ánimo y aspectos del carácter que
para otros pasan por lo general inadvertidos. Sin embargo, el día en que me
enteré del serísimo intento de suicidio en que fracasó mi a la sazón amigo E.
K., a quien tenía por el ser más centrado y estoico y él sí tranquilo y
contento de existir, aquel flanco de mi orgullo recibió un batacazo del que
jamás se va a recuperar completamente.
279.
Por una de esas cosas que uno no se explica, me ocurre que siento un gran
aprecio por los indigentes, o sea por los que cuando yo era apenas un niño los
adultos llamaban gamines: con franco desprecio los sujetos y con conmiseración
impotente las personas. (Me hice adolescente y, asqueado, padecí que se los
llamara, con toda naturalidad, desechables; hoy, empalagado por el pésimo gusto
del peor buenismo, siento que se me alborota una otitis ya superada cada que
oigo la extravagancia esa de “personas en situación de calle”.) Como mi afecto
por ellos no ha hecho sino fortalecerse, me impuse dar con las razones que
justifican el afianzamiento. Son dos.
Por
un lado, mi “amistad” con Eduardo, La Guajira y Puchis, tres seres humanos
extraordinarios a los que nada (ni el hambre ni la intemperie ni el desprecio
con o sin violencia de los hindeseables, ni la indiferencia de los
prescindibles o el mutismo del dios en el que inexplicablemente los tres creían),
absolutamente nada pudo deshumanizarlos. Por otro, mi amistad fictiva e igual
de perdurable con Molloy, con Willy G. Christmas y con Andrés Tangen. Ante todo
y sobre todo con Andrés Tangen.
280.
¿¡Somos más los buenos -por caritativos-!, machacan los edulcorados con o sin
enciclopedia? A ver si les quedan ganas de seguirse haciendo eco de semejante
falsedad después de leer un portento decimonónico titulado Hambre. (De lo que
en cambio les van a quedar ganas, los prevengo, es de apurar hasta la última
página escrita por este noruego cuya estatura es sólo comparable a la del gran
Karl Ove Knausgard. ¿Les suena?).
281.
Vamos a suponer que usted y yo somos dos sesentones colombianos que, tras
madrugar cuarenta o cuarenta y pico años yo a cuidar la puerta de un edificio
oficial o de un conjunto de apartamentos y usted a cocinar y lavar los platos
en un restaurante tradicional, también de Bogotá, por fin nos pensionamos con
el monto mínimo, puesto que siempre devengamos eso: el sueldo mínimo. Que nos
conocimos cuando ambos andábamos por los veintitantos y que resolvimos irnos a
vivir pasado un tiempo para formar una familia. Que acordamos que íbamos a
tener no más un hijo porque con nuestros ingresos dos serían demasiados. Que
ahorramos una cantidad determinada a costa de sacrificios sin nombre con el
propósito de poderle dar a ese hijo una educación siquiera aceptable. Que lo
criamos consciente de que si se vive con honradez y decencia se debe trabajar
muy duro para conseguir lo indispensable, que se disfruta más cuando se
consigue mediante el esfuerzo personal y familiar. Que en el barrio popular
donde vivimos contentos, pese a la algarabía y las peleas de las muchas cantinas
y billares y galleras y hasta prostíbulos que atruenan el silencio imposible
con sus parlantes día y noche, hoy hay más ruido y excitación que nunca porque
acaban de oír en una alocución del presidente lo de un bono de quinientos mil
pesos para “los adultos y las adultas mayores que no pudieron acceder a una
pensión”. Que los tres, que también nos acabamos de enterar, nos miramos
incrédulos y desconcertados y que de pronto usted y yo nos sobresaltamos cuando
el muchacho nos dice, con evidente malhumor:
--¿No
pudieron o no se les dio la gana? ¡Pero si cualquiera de los vecinos -bueno: no
todos pero sí muchos- ganaba igual y hasta más que ustedes dos juntos! ¿Y qué
hacían con la plata? ¡Tomar adiario o casi! ¡Y todos con de a tres, cuatro y
hasta cinco hijos! ¡Y los hijos también con hijos! ¿De verdad creen ustedes que
tanto esfuerzo valió la pena?
Si
yo conociera a ese muchacho y pudiera contagiarle algo de lo que siento y
pienso, le transfundiría mi más profundo desprecio por los populismos y por el
grueso de los beneficiarios de sus limosnas con cargo al erario, que no son
otra cosa que una soterrada y anticipada compra de votos, a la par que el mayor
incentivo para el aumento y la perpetuación de la pobreza. Mental y física.
282.
¿Que “¡la violencia de género no se discute!”, decretó el otro día una
empoderada política española -o mexicana, o argentina, o colombiana: lo mismo
da-? ¡Pero claro que se discute porque la única violencia que yo reconozco con
ese nombre es la que se ejerce en contra del español, al que ella y los que se
le parecen desfiguran con sus sinsentidos lingüísticos, entre los que las
duplicaciones y triplicaciones del género se llevan las palmas!
Lo
que no se discute -y en eso estamos de acuerdo- es que existen, y se deben
combatir, la violencia machista (la de los misóginos probados, que matan
mujeres por el hecho de serlo), la sexista (que ejercen por igual, y amparados
en el anonimato de sus manadas, los nostálgicos de un patriarcado hoy por hoy
muy desdibujado en Occidente y las ultrafeminazis occidentales, que les hacen
el juego a sus supuestos enemigos y de paso nos gradúan a todos los hombres,
sin excepción, de abusivos y cavernarios), y aquella de que son víctimas los
elegebeteí a manos de toda suerte de trogloditas y oscurantistas incapaces de
concebir un mundo en el que todos no seamos machos que procrean con hembras.
Una
cosa sí es segura: mientras que la violencia en contra del género gramatical
tiene solución -la ridiculización o el ninguneo de los que la practican-, la violencia
contra los sexos y las libertades sexuales se debe combatir con penas
carcelarias severas cuando los delitos así lo ameriten, con sanciones sociales
y trabajo comunitario cuando se trate de infracciones menos graves, y siempre
siempre con altísimas dosis de desobediencia civil y provocación a los
moralistas y los intolerantes. Que escandalizar sea, mejor dicho, la premisa de
todo elegebeteí y de todo heterosexual promiscuo que motu proprio -pero sin
dañar a nadie- resuelvan darles rienda suelta a las pulsiones del cuerpo que se
sacaron en la tómbola de la perra vida.
283.
¿De modo que al dolor inconmensurable por la suma gravedad del estado de salud
de mi hermadre -quien desde hace una semana se debate entre la vida y la muerte
en una UCI- y al sufrimiento por la muerte reciente -tú y yo hablamos por
última vez, mi amor, hace setenta y siete domingos y quinientos cuarenta y dos
días- de una persona a la que amé de corazón no obstante mis múltiples
defectos, les debo sumar el agobio a que me someten un día sí y el otro también
los militantes del cristianismo y ocasionalmente del catolicismo? ¿Por qué les
permito a todos esos sujetos -médicos, enfermeros, tíos, primos, hermanos,
amigos y auténticos desconocidos- que me abrumen con su fe, que sólo a ellos
concierne? ¿Puede decir cualquiera de ellos, acaso, que yo he hecho el más
mínimo esfuerzo para que duden o dejen de creer? ¡Pero si los únicos escenarios
en los que yo ventilo mi ateísmo manso son este blog y ciertas situaciones en
las que vale la pena debatir! ¿Será mucho pedirles a todos esos entrometidos de
Biblia o camándula en mano que dejen la joda, a ver si me ahorro el engorro y
la mala educación de tener que mandarlos para la mismísima mierda?
284.
Formo parte, y asumo las consecuencias, de dos plagas: la primera contemporánea
y la segunda intemporal. Pertenezco, por un lado, a los apestados que sin
demasiado cargo de conciencia fuman y reivindican su amor al cigarrillo, tan
medicinal cuanto nocivo. Y, por otro, a la de los infinitamente más aislados
que desde sus atalayas personales y al margen de cualquier manada defienden
aquello en lo que creen y no contemporizan con ninguna pese a los riesgos que
corren.
285.
¿Misógino y fratricida Gianciotto Malatesta? En cambio a mí me parece que se
quedó corto.
286.
Y moriste, según mi calendario, el 78-547. Según el que a todos nos rige, el 10
de julio de 2023: otra fecha grabada a fuego en mi memoria, mientras la
conserve.
Decir
que fuiste, mi amor, la mejor hermana del mundo es de una mezquindad
imperdonable porque fuiste tan madre como nuestra Orfi, a más de amiga y
cómplice y confidente y celestina. Y como ninguna cosa -ninguna- que escriba o
diga sobre ti y sobre el amor extraordinario que nos unió durante casi 50 años
te haría justicia, pues lo dejo así. Sólo me queda darle infinitas gracias a
Fortuna por habernos hecho coincidir en una casa y en una familia amorosas y
carentes de la más mínima inhibición a la hora de manifestar los afectos. Y tú
y yo, los más desinhibidos de todos. ¿O por qué crees que en tantas partes nos
tomaban por pareja?
Qué
lástima, mi amor, que en mí no alumbre la bella ficción de la vida y el
reencuentro después de la muerte, pues estaría exultante pese al dolor y la
ausencia en que a Orfi, a Tita y a mí nos sumió tu disolución tan prematura.
Ah, y que sepan el mundo y sus alrededores que me quedé sin con quién mamar
gallo y dessacralizarlo todo -y todo es todo-, entre carcajadas de júbilo que ya
no incomodan a los vecinos o les producen envidia.
287.
A que no adivinan quién aprendió la lección de maravilla y quién, por el
contrario, no aprendió nada de nada: “Enseñé a los reyes a ser tiranos, pero
también a los pueblos a librarse de ellos”.
288.
Estoy por creer que el fulano que echó a andar la mentira grande como un
estadio de que “con los buenos sentimientos no se hace literatura” no se enteró
de la existencia luminosa de Cervantes o, si se enteró, jamás leyó su Quijote
o, si lo leyó, malgastó el tiempo. E igual pienso de los que de la trola se
hacen eco.
289.
A usted, maestro, gracias por la precisión tan necesaria y ustedes, otrora
bandidos hoy en el Congreso y en la Casa de Nariño, quedan notificados:
“Dijo
Mario Calabresi […] que se puede ser un exterrorista pero no un exasesino. El
terrorismo deja de practicarse cuando las circunstancias lo aconsejan o logra
sus objetivos por otros medios. Pero haber matado a un semejante no es tarea
circunstancial, cosa de un día: ser asesino te marca para siempre, te convierte
en alguien distinto. El terrorismo puede olvidarse pero el crimen siempre te
acompaña, está a tu lado como el primer día. El crimen de Lotta Continua o ETA
no es nunca un gesto individual sino la culminación de un proyecto colectivo:
asesino es el ejecutor, quien ordenó el crimen, quien informó de las costumbres
de la víctima, quien ayudó o encubrió al ejecutor. Y por supuesto asesinos son
también quienes justificaron o ‘comprendieron’ el asesinato y sobre todo los
que se beneficiaron políticamente del terror. […]
[…]
¿Que los terroristas ya no ejercen? Será que no les conviene. Pero los asesinos
siguen siendo asesinos. No debe permitirse que rentabilicen democráticamente el
botín de su crimen.”
La
reflexión también les calza, no se vayan a creer, a los autores mediatos e
inmediatos de los miles de ejecuciones extrajudiciales conocidas con el
eufemismo de ‘falsos positivos’, asesinatos aleves y sistemáticos de que son y
siempre serán responsables desde Álvaro Uribe Vélez hasta el último soldado que
apretó el gatillo y disfrazó de guerrilleros a los que no eran más que civiles
inermes, pasando por quienes impartieron las órdenes de matar o hicieron la
vista gorda para no involucrarse.
290.
Leo esta reflexión de Antonio Muñoz Molina (“El crecimiento de las cosas es muy
lento. La destrucción es casi instantánea. Basta un disparo para acabar con una
vida entera. Un árbol que tardó siglos en alcanzar su plenitud magnífica es
talado en un rato por una motosierra o consumido sin remedio por una gran
llamarada favorecida por el viento”), pienso con horror en la invasión de
Ucrania y con asco en los que con su silencio o a grito pelado apoyan a los
invasores y a su carnicero en jefe. ¿Que odiar es malo para la salud? Debe de
serlo, aunque un poco menos cuando en el pécho y en el encéfalo en los que
bulle el odio también anidan el amor y la admiración por los Quijotes que, no
de palabra sino de hecho, combaten a los malvados, siempre en franca
desventaja.
291.
¿Que la ceguera congénita -la mía- es incurable, les dijo Francisco Barraquer a
Abe y a Orfi? Juzguen ustedes: “Con la luz del sol aparece también el color de
los pájaros y de las flores: las orquídeas blancas y moradas que cuelgan de los
árboles, el anaranjado de las aves del paraíso, el morado o el rosado de los
besitos, el rojo y el negro de los anturios…”. Pero no se entusiasmen demasiado
porque para la ceguera también congénita de mis otrora amigos Luis Antonio
Camelo y Germán Mauricio López sí que no hay remedio ni en la mejor literatura
o descripción pictórica. ¿Que por qué?
Pues
porque la de ellos vino, a diferencia de la un tris atenuada de mi ojo
izquierdo -que se cobró un accidente de tráfico a comienzos del milenio-,
desprovista del más mínimo concepto de luz y color. Lo cual quiere decir que
para el ciego total (que no vive sumido en ningunas tinieblas -tan visibles
como la claridad más deslumbrante- sino en la nada más absoluta: lo sabe mi ojo
derecho) ni la luz del sol, ni los colores de los pájaros, el blanco o el
morado o el anaranjado o nuevamente el morado o el rosado o el rojo o el negro
de las flores que sean significan nada porque jamás se han visto. Es como si se
comparara mi memoria visual con la de alguien de cultura ávida que vio toda la
vida y perdió la vista por enfermedad o accidente: él sí que puede visualizar
no sólo esos colores sino también las flores propiamente dichas, cuyas formas
serán para mí inasibles en tanto no las tenga entre las manos.
292.
Entre las demasiadas bobadas que repiten los tontos, diplomados o no, la de que
se puede enseñar a escribir dentro de un salón de clases: “…el primer hombre
dejó Toledo y pasó la mar para llegar a una tierra menos dura, menos árida, una
tierra donde su nombre, Abraham Santángel, no fuera un estigma, y allí, algunos
años después de llegar a Antioquia, del vientre de su mujer, Betsabé, nació
Ismael, el quinto de sus hijos. Ismael con Sara engendró a Isaías, que con su
esposa Raquel engendró a Elías, quien con su esposa Isabel tuvo un hijo de
nombre José Antonio, del cual con Mercedes nació Josué, quien se casó con
Miriam, que parió a Jacobo, mi padre, que con mi madre, Ana, tuvo también a mis
dos hermanas, Pilar y Eva, y me tuvo a mí”.
A
ver, qué dijeron: ¿Que ésta es la tarea del alumno más aventajado en una clase
de español o de lenguaje cuya lección de ayer fueron los pronombres relativos?
¿De verdad no se imaginan los años de lectura inteligente y rigurosa que hay
detrás del prodigio de hacer caber todo un árbol genealógico, y parte de una
historia familiar, en apenas dos proposiciones? Lo siento por los que no.
293.
Los que sabemos la gloria perdida de antemano mensuramos, maestro, el valor de
su renuncia:
“Conducía
su coche por una carretera de Valencia de doble sentido y simplemente por una
vez se reprimió el impulso de adelantar al coche que iba delante. Pudo haberlo
hecho con suma facilidad, como tantas veces. Con solo apretar la suela del
zapato su coche habría salido disparado sin ningún peligro. Adelantar, siempre
adelantar era su objetivo en todos los órdenes de la vida, pero en este viaje
había decidido reducir la marcha para contemplar el paisaje. Por supuesto,
otros coches que venían detrás le pedían paso y Miguel experimentaba un placer
hasta entonces desconocido al poner el intermitente hacia la derecha para
facilitarles la maniobra de adelantamiento. Algunos camioneros se lo agradecían
con el claxon, otros automovilistas le insultaban de viva voz por ir tan
despacio, pero Miguel contemplaba el campo de girasoles, o la colina peinada de
verde por el trigo en primavera o simplemente se metía en sus pensamientos o
conducía sin pensar en nada. Fue una sensación placentera, sin importancia,
pero Miguel decidió aplicarla a la forma de vivir, hasta el punto que su futuro
se dividió en dos, antes y después de aquel viaje.
Esta
experiencia le llevó a asumir que no pasaba nada si admitía que había
escritores que iban delante, que tenían más éxito, más premios, más talento,
más reconocimiento oficial, más medallas, academias y otros honores” aunque
ninguna garantía de posteridad pues aquello viene después, si viene, y sin que
se sepa a ciencia cierta por designio de qué o de quién. Si no es así, ¿cómo se
explica entonces que escritores y obras que gozaron de prestigio y fama en
presentes remotos hoy estén sepultados bajo toneladas de olvido, y que
escritores y obras desconocidos o ninguneados en su momento hoy y muy
posiblemente también mañana figuren entre lo imperecedero de este arte?
294.
Déjeme que le cuente algo antes de que transcriba estas palabras suyas, mi muy
admirado y estimado don Arturo.
Trabajé
de profesor universitario y en algún otro centro de enseñanza casi 22 años, en
los que coseché muchas satisfacciones y experiencias humanas y docentes, así
como no pocas decepciones y desencantos que me hicieron desistir tal vez
demasiado pronto. Entre los segundos, ninguno como el desinterés de la mayoría
de todos esos muchachos sin referentes de peso y colmados de desinformación a
los que nada que fuera su mundo los hacía vibrar. Ni siquiera lo relativo a sus
familias, de las que lo desconocían todo o casi. Si preguntarles por las vidas
de los que fueron sus padres antes de que ellos nacieran era tiempo perdido,
imagínese sus respuestas si por quien se les preguntaba eran los abuelos o
parientes incluso más distantes con respecto a su presente. Pienso ahora que si
hubiera conocido el artículo de que tomo la cita, lo habría leído con ellos en
la esperanza de que al menos a un par de cada grupo sus palabras los
zarandearan convenientemente: “Cada uno de nosotros tiene una, veinte historias
familiares. Estúpidos aquellos jóvenes que no acuden a sus mayores a que se las
cuenten, antes de que estas historias se extingan con ellos y duerman en el
silencio sin aportar nada a las generaciones que no lo vivieron, haciendo
imposibles la lucidez y la experiencia. Mis mayores han muerto, o están
muriendo poco a poco, pero el niño curioso que fui logró arrancar un puñado de
esas historias al olvido, y ahora lamento que no hubieran sido más. Lamento las
horas perdidas sin preguntar a aquellos que ya no están conmigo. Eran -son- las
historias de cada uno de nosotros: las historias de nuestros padres y nuestras
madres y nuestros abuelos”, nada menos.
295.
Me estrello, leyendo a Wilson, una vez y otra vez con el evocador sustantivo
feromona y de él, de Wilson, aprendo este otro: alelomona, y ambos -feromona y
alelomona- me conducen por azar en internet a un tercero: copulina, que me
retrotrae a decenas de conversaciones con amigos varones sobre lo que para una
inmensa mayoría de ellos resume un singular engañoso e inexacto como el que
más: odor di femina. Pobres narices monolíticas.
296.
De los millardos de personas que al menos en una oportunidad hemos
experimentado la sensación que le suscitó a Ribeyro la siguiente agudeza,
apenas a un número exiguo se le dio discurrir en algo análogo; mientras que
para casi todos los demás la situación, redundante o singular, no supuso cosa
distinta que la posibilidad de chatear o de rumiar problemas personales. Él,
únicamente él de entre todos los de la especie, se propuso y consiguió
materializar mediante la palabra escrita su epifanía mental: “Viajar en un tren
en el sentido de la marcha o de espaldas a ella: la cantidad física de paisaje
que se ve es la misma, pero la impresión que se tiene de él es tan distinta.
Quien viaja en el buen sentido siente que el paisaje se proyecta hacia él o más
bien se siente proyectado hacia el paisaje; quien viaja de espaldas siente que
el paisaje le huye, se le escapa de los ojos. En el primer caso, el viajero
sabe que se está acercando a un sitio, cuya proximidad presiente por cada nueva
fracción de espacio que se le presenta; en el segundo, sólo que se aleja de
algo…”: tal cual.
¿Se
necesita acaso, les pregunto, alguna otra prueba que justifique la
imprescindibilidad -perdón, perdón por el archisílabo imprescindible- de la
literatura para nuestras pobres vidas de hombre?
297.
Si relacionan el contenido de la prosa apátrida 52 con el de la 55, aunque
antes que nada con el colofón de la 55, es harto probable que en su cerebro y
en su espíritu se obre un alumbramiento como el que se acaba de obrar en los
míos. Pero si tras efectuar el ejercicio en los suyos no se obra nada,
despreocúpese y haga como que hizo caso omiso.
298.
Ya que de los gringos recibe el mundo mucho de lo mejor e igual cantidad de lo
peor que produce la especie, me parece que empiezo a oír por todas partes,
dentro de unas horas o mañana a más tardar, lo que acabo de oír en un canal de
YouTube de la ABC: que para soportar con entereza los calores atípicos de este
verano y los previsiblemente más insoportables y perjudiciales de los porvenir,
la solución es celebrar ‘Christmas in July’! Como quien dice: en lugar de
aprovechar el sofoco desesperante de la emergencia climática con sus incendios
forestales para recalcarles a los descerebrados y a los irresponsables lo
evidente, ese gobierno y todos lo suicidas que lo copian -hasta el último en
que usted dé en pensar- permiten que los codiciosos de la industria y el
comercio planetario aceleren todavía más el carro del antropoceno consumista en
aras del crecimiento y el desarrollo. ¿La engañifa publicitaria? De una
elementalidad que insulta a la inteligencia más modesta: que el mero hecho de
evocar esa festividad de un mes invernal hace tolerables los peores efectos de
los 54 grados del Valle de la Muerte o los casi 44 de Phoenix. ¿Su forjador?
Cualquier avispadillo al que sus colegas y conocidos deben de estarle dando
trato de genio. Les parecerá que engañar a las les y los tontainas -el grueso
de la humanidad- tiene mérito.
299.
Dice Pessoa que “el corazón, si pudiese pensar, se pararía” y yo me digo que el
cerebro, que por pensar siente, se desespera y se desquicia, tampoco se apaga.
Maldito todo lo que no es volitivo.
300.
Cada que, como estudiante o como profesor en las universidades por las que pasé
(la Pedagógica, la Javeriana, La Salle y la Sergio Arboleda) me estrellaba con
una medianía empingorotada doctoranda o doctorada, de las que se arrogan el
título de científico social y sienten que más allá de donde ellas llegaron
nadie puede ir, me sentía impelido a preguntarles si de casualidad sabían
quiénes eran los Bernoulli, los Alvar Ezquerra, los Huxley, los Lynch (Benito,
Marta, Enrique…), los Renoir, los García-Calderón, los Goytisolo, los
González-Blanco o los Caballero colombianos tan ilustres, no más que para ver
si lograba hacerles titubear por un momento el amor propio. Pero la verdad es
que siempre desistía… porque lo mío es desistir cuando a priori sé que no vale
la pena.
301.
Me escribe un Caparrós comprensiblemente sorprendido:
“…Pibe
-o piba- es una suerte de diminutivo cariñoso: por eso, entre otras cosas, me
sorprendió encontrarlo cargado con un aumentativo. Pibón parecía una paradoja;
pronto entendí que era otra cosa. Y entonces lo busqué: la RAE lo había
definido primero como ‘mujer muy atractiva’ y después […].
Pero
un pibón fue, hasta hace poco, siempre una mujer y, casi siempre, una mujer
henchida de despampanancia. Porque la palabra no se aplica a cualquier belleza:
es, más que nada, la que avasalla, carne rotunda, formas decididas -de
antemano. Un pibón es una hipermujer, una que cumple con la mirada dominante,
que se deja dominar y nos domina.”
¿”Nos
domina” a quiénes, perdón? -le pregunté imaginariamente a mi amigo, que me
respondió de la misma forma-: Cómo que a quién. Pues a usted, a mí y a todos
los heterosexuales y lesbianas que caemos rendidos ante tanta voluptuosidad.
Sin
embargo, en lugar de continuar con el diálogo, me dejé llevar por el recuerdo
de una canción de juventud que no es que me gustara particularmente; la
encontré en YouTube: ‘El mujerón’, un merengue bastante picante de Los Toros
Band que si Martín lee esto ojalá escuche para, surtido ese trámite, le preste
atención a la confidencia que a continuación hago:
Si
un buen día el mundo se despertara poblado exclusivamente por pibones como los
que él describe o por mujerones como los del merengue, yo -y presumo que muy
pocos más- devendría de enfervorizado adicto a lo sutil femenino en una especie
de asexuado o asexual, dado que no son las “formas decididas” y la “carne
rotunda” de las ‘hipermujeres’ lo que en mí solivianta la libido, sino todo lo
contrario: los cuerpos gráciles de treintañera, de veinteañera o de adolescente
de manos y facciones suaves y pequeñas, de pelo a media espalda o como mínimo a
la altura de los hombros, ojalá lacio -ondulado está muy bien también-,
abundante y sin falta recién lavado. Me avengo igualmente de maravilla con las
un tanto rollizas que no buscan ni consiguen captarse más atención de la
estrictamente necesaria siempre y cuando, eso sí, reúnan los requisitos
venéreos de aquí arribita, además de lo innegociable: una voz tan grácil, suave
y acariciadora como sus presencias.
Adenda:
de los odores di femina y copulinas que me trastornan podemos hablar otro día; claro
que no uno cercano, puesto que primero tengo que dar con las palabras precisas
para comunicar lo imposible.
302.
Cosas que se me ocurren mientras voy en el TransMilenio y los demás -ciegos
incluidos, no se vayan a creer- chatean o inficionan el ambiente con la cacofonía
de sus videos: a cuál de los nueve primos que sobrevivimos a mi hermana (Mario
y Toto, Zuli y Luisa, Titi y Pablo, Mauricio, Andrea y Juan David) le va a
corresponder la mala suerte de morir de último y en qué condiciones. ¿A qué
edad? ¿Desmemoriado o lúcido? ¿Cagándose y meándose en la ropa, o todavía con
el control de los esfínteres? ¿Postrado en cama, o aún capaz de valerse por sí
mismo para lo fundamental? ¿Pobre de solemnidad, apenas con lo necesario o
solvente? ¿Amargado y abrumado por la vida o agradecido con ella? ¿Solo íngrimo
o con el consuelo de contar con alguien que lo acompañe y lo ayude? No sé
ustedes, muchachos, pero yo me pido el próximo pasaje.
303.
Lo reconoce el educador que quise ser: antes que conseguir, primero, que se
aquerenciaran con la literatura para, luego, asistir ojalá a su enviciamiento
sin retorno, dediqué, si cabe, más empeño a, por un lado, vencer la apatía
política de los estudiantes que callaban cuando los alienados de la extrema
izquierda repetían, ahora en clase, los escupitajos ideológicos que oían en las
asambleas estudiantiles y, por otro, a intentar morigerar, mediante la lectura
y los debates que de ella se suscitaban, las pulsiones extemporáneas de
revolución de los anacrónicos. Como lo primero produjo magros resultados y lo
restante aun peores, aquí me tiene, estimado Javier, pensionado a los 49 años y
sin pisar un aula “real” hace lo menos cuatro, leyéndolo a usted y a los demás
del cenáculo, y en el fondo nostálgico de no poder compartir con todos esos
muchachos reflexiones como ésta, que de procesarlas como es debido los harían
tan sabios: “…porque me encantan las aventuras, pero sólo en la vida privada,
las novelas y el cine; en la vida pública, aspiro a un aburrimiento
escandinavo. […] Lo han adivinado: no soy partidario del entusiasmo en política
(aunque voto siempre: la razón es que, si no voto yo, votan por mí); tampoco de
la emoción ni de la poesía: aspiro a una política prosaica, racional, humilde,
que sin prisa pero sin pausa mejore la vida de las personas comunes y
corrientes, única forma conocida de mejorar el mundo. Esto, ya lo sé, suena
aburrido, pero ya he dicho que mi ideal en política es el aburrimiento. ‘Que
vivas tiempos interesantes’, reza una maldición china: mi ambición suprema
consiste en vivir tiempos lo menos interesantes posible. Con esa esperanza voto
siempre” (y yo, sólo que jamás con éxito).
304.
Lo reconoce el educador que quise ser: antes que conseguir, primero, que se
aquerenciaran con la literatura para, luego, asistir ojalá a su enviciamiento
sin retorno, dediqué, si cabe, más empeño a, por un lado, vencer la apatía
política de los estudiantes que callaban cuando los alienados de la extrema
izquierda repetían, ahora en clase, los escupitajos ideológicos que oían en las
asambleas estudiantiles y, por otro, a intentar morigerar, mediante la lectura
y los debates que de ella se suscitaban, las pulsiones extemporáneas de
revolución de los anacrónicos. Como lo primero produjo magros resultados y lo
restante aun peores, aquí me tiene, estimada Irenita, pensionado a los 49 años
y sin pisar un aula “real” hace lo menos cuatro, leyéndola a usted y a los
demás del cenáculo, y en el fondo nostálgico de no poder compartir con todos
esos muchachos reflexiones como ésta, que de procesarlas como es debido los
harían tan sabios: “Prudente y suspicaz, la democracia griega desconfiaba de
las esferas del poder. Las leyes parecían defender que el mejor gobernante
sería probablemente quien menos desease serlo. Respecto a los ciudadanos, se
recomendaba no admirar demasiado a sus líderes. No amarlos. No ser sus hinchas.
Aquellos atenienses recelosos jamás habrían valorado a un candidato capaz de
afirmar que podría plantarse en la quinta avenida del ágora y masacrar a sus
conciudadanos sin perder partidarios. Ser así de leal es letal. En nuestra
época exaltada, las simpatías políticas se asemejan a las dinámicas de los
hooligans deportivos. Recordemos que fan es una abreviatura de fanático. Los
forofos ansían derrotar al otro equipo, más que lograr mejoras en sus vidas.
Esto conduce a formas perversas de competencia, especialmente en una época de
burbujas en las redes sociales que nos segregan en grupos, suministrándonos
distinta información, diseñada para afianzar nuestros prejuicios y crear
cuadrillas de convencidos…” (yo que ellos, empezaría por desagregarme).
305.
Propongo un concurso: la frase -una sola- capaz de compendiar la, llamémosla,
esencia antropológica de nuestro tiempo. Aquí va la mía: “En nuestra época
narcisista hay muy poco interés por estudiar la historia, aunque sí por erigir
tribunales de acusación sobre los personajes del pasado”.
306.
¿En dónde están, caso de que existan, la tercera Colombia y la tercera
Argentina y el tercer Brasil y el tercer México que nos salven del petrismo y
el uribismo, del kirchnerismo y el macrismo, del lulismo y el bolsonarismo, del
lopismo y el priismo y a la América Latina toda de su tendencia incorregible a
virar con violencia de un extremo al otro del espectro, cual si su péndulo
jamás apuntara al centro? Que por favor nos lo aclare Paul Preston.
307.
Yuxtapongo en la pantalla las fotos de Uribe y Petro, de sus familias, de sus
combos de lambeculos con fachada de partidos políticos y de la hinchada que por
cada uno vota y, mientras me las quedo mirando con detenimiento, me digo que
qué cosa si se parecen los dos sujetos, los deudos de uno y otro, los ganapanes
que se benefician de su poder y los militantes sordos y ciegos frente a los hechos
y las realidades que los condenan.
Los
dos, de pasados probadamente violentos -paramilitar el uno, guerrillero el
otro- se hacen pasar con éxito por el único capaz de pacificar al país entero a
sabiendas de que cada uno lo divide y crispa sin tregua ni miramientos. Los
dos, que pactan hasta con el diablo -Carlos Alonso Lucio o Everth Bustamante,
Armando Benedetti o Roy Barreras- a cambio de más poder, esconden sus
corruptelas bajo llave al tiempo que culpan, sirviéndose del eco que se hacen
sus incondicionales y los periodistas que les son afines -una María Isabel
Rueda por acá, una Cecilia Orozco Tascón por allá-, a la competencia. Ambos con
hijos que escandalizan tanto o más que los papis, con hermanos y familiares
incursos en venalidades y con funcionarios que chuzan y delinquen pero siempre
a espaldas de los que fueran candidatos y ahora presidentes porque de ellos,
como de Dios, proviene siempre lo bueno y jamás lo malo.
Pero
ahí no acaba todo porque resulta que cuando los medios convocan a declarar a
los congresistas, ministros y gregarios de cualquier categoría del uribismo
sobre Petro y los petristas o a los del petrismo sobre Uribe y los uribistas,
ni los unos ni los otros tienen el menor reparo en salir a condenar sin
atenuantes y sin esperar a que la justicia falle los desaguisados y derrapes
éticos de los oponentes, pero tildan a esos mismos medios de amañados y
vendidos cuando a lo que se los convoca es a rendir cuentas sobre los
escándalos y tropelías del jefe, los familiares del jefe o sus conmilitones.
Entonces sí exigen que sean los jueces y no la prensa los que se pronuncien.
Entretanto
y para no desentonar, los electores del uno y del otro, que estarían dispuestos
a lapidar a lo sharía o a linchar a lo chibchombiano a Juan Fernando Petro y a
Nicolás Petro y a Laura Sarabia, o a Santiago Uribe y a Jerónimo Tomás Uribe y
a Andrés Felipe Arias si en sus manos estuviera hacerlo, se hacen los
desentendidos o los indignados cuando un independiente con criterio y coraje
les afea el doble rasero y la deshonestidad de sus ideologías sectarias, tan
idénticas en el fondo cuanto torpes en las formas.
308.
No se me haría raro, doctor Bejarano, que mientras usted escribía la columna de
que extraigo la cita, yo anduviera pergeñando mi desahogo 300: “…Esa manada de
doctores vanidosos que hoy se mueven con prepotencia en las universidades
criollas, salvo excepciones contadas en los dedos de la mano, no honran en sus
actividades el cúmulo de investigaciones que se ufanan de haber adelantado, con
las que intentan descrestar calentanos, sin siquiera lograr convencer a los
estudiantes de pregrado. […] Nuestras universidades están plagadas de costosos
e inútiles doctores”.
De
mi parte, una vez más la salvedad de que mis dardos en esta materia no se
dirigen contra biólogos, químicos, físicos y demás doctorandos, doctorados o
posdoctorados de las ciencias sino contra los que, en carreras de tiza y
tablero, tienen carta blanca para presumir especulando, en esos glíglicos
insustanciales y enrevesados con los que juegan a teorizar de palabra y por
escrito, y sólo para que les entre cada vez más platica. (Ah, y le propongo que
hablemos un día de las excepciones a las que usted alude y que, en mi caso, no
llegan a cinco: demasiado pocas aunque, eso sí, las tres de gran valía.)
309.
Me embebo -gracias a que ayer no bebí- en este ensayo de Montaigne y querría
expresarle al maestro mi extrañeza de que, a pesar de que sé que sabré morir,
escasa idea tengo de cómo vivir.
310.
Pienso en el Epicuro auténtico y no en la tergiversación que de él forjaron sus
despreciadores y la ignorancia de los que desde entonces les hemos creído, y me
parece insoportable la indefensión de muchos muertos célebres. Que el punto de
no retorno a que hoy se aboca irremediablemente el planeta sea la consecuencia,
al menos en parte, del ¿epicureísmo? de los ¿epicúreos? daría para que “el
filósofo del buen vivir”, quien “aspiraba a un sueño colectivo modesto pero
ambiciosísimo: ‘La voz de la carne pide no tener hambre, ni sed, ni frío’” y
quien “era lo opuesto a un sibarita derrochador” pues “vestía ropa sencilla y
se alimentaba a base de pan, queso y olivas” abandonara la tumba y, como
cualquier resuelto don Quijote, desficiera el agravio y enderezara el entuerto.
Que se cobre la infamia arremetiendo, como primera medida, contra los
diccionarios que se hacen eco del sustantivo y el adjetivo calumniosos.
311.
Yo que ustedes, almas cándidas de las izquierdas del mundo, que se creen y
propalan la mentira de que la salvación del planeta reside en el dichoso ‘sur
global’ y más precisamente en la heroicidad de los Petro y los Lula; yo que
ustedes hablaría, entre otros, con Raoni Metuktire a ver él qué piensa. ¿Que no
saben quién es y por ende dónde encontrarlo? Escríbanle a Eliane Brum que ella
les suministra las coordenadas.
Y
una petición al ‘norte global’ insaciable: mucho cuidado con ir a soltarles los
cien mil millones de dolaretes anuales a aquel par de tartufos, que en menos de
lo que canta un gallo los vuelven humo y ahí sí que se nos acaba de quemar la
selva. Dénselos a Green Peace aunque eso sí, a condición de que Raoni y su
gente, Greta Thunberg y la suya y Eliane Brum sean quienes ejerzan la
contraloría.
312.
¿Que un muy buen estudiante de la ciencia que sea se convirtió con el tiempo en
un buen científico y divulgador científico?: encomiable. ¿Que un muy buen
estudiante de literatura o de periodismo se convirtió con el tiempo en un buen
crítico literario o en un buen cronista y reportero?: encomiable. Sin embargo,
lo maravilloso y de todo punto deseable es que haya científicos y divulgadores
científicos capaces, como el gran Javier Sampedro, de escribir sobre ciencia
con los alcances y recursos del mejor de los literatos y literatos -escritores
de ficción, aforistas- capaces de discurrir sobre ciencia en sus géneros con la
solvencia y el criterio del mejor de los divulgadores científicos. Los nombres,
en este caso, se me atropellan en el recuerdo pero, en aras de la paridad,
registro apenas uno: Julio César Londoño.
313.
La justicia poética consiste, amén de lo que ustedes quieran agregar, en que
para cada Procusto exista un Teseo. ¿Soñar con algo análogo en la justicia que
imparten los hombres, o en la divina con que se consuelan los crédulos? Conozco
mejores formas de perder el tiempo.
314.
Modesto que soy, yo me daría por bien servido si los contradictores políticos
fueran aquí y en todas partes no ya émulos o tan siquiera remedos de Melchor
Rodríguez García, mas sí personas decentes y leales. Inverosímil que algo tan
sencillo constituya, casi indefectiblemente, una aspiración irrealizable.
315.
Con tal de que lo que prime sean los intereses del lenguaje y más precisamente
los del español, que venga lo que venga.
Corría
1996 cuando a un neurólogo se le ocurrió informarme de que yo era epiléptico.
Unos años más tarde fue una psiquiatra la que me dijo que era ciclotímico.
Recientemente, mejor dicho la semana pasada, comparecí ante la médica general
con los resultados de los exámenes de laboratorio que me había ordenado y todo
para que me declarara hipoglicémico: “E-pi-lép-ti-co, ci-clo-ti-mi-co,
hi-po-gli-cé-mi-co” le dije, enfatizando. Y rematé, a lo Valenciano: “No es
sino que usted mañana me diga que soy bulímico y sifilítico para quedar hecho.
Hecho un guiñapo”. Se rió de buena gana.
316.
Yo, que entre mis años de estudio y trabajo en la universidad pública ajusté
15, doy fe, y no sólo por eso, de que este aforismo de Nicolás Gómez Dávila
acierta sin ningún género de dudas: “El proletariado no detesta en la burguesía
sino la dificultad económica de imitarla”.
317.
De entre las cosas que me siguen gustando de la perra vida, una que no
paladeaba hacía mucho: la incompasibilidad de su irreverencia.
Arranqué
con Orfi el sábado pasado (12 de agosto de 2023) para el concierto de la
Filarmónica en el auditorio Fabio Lozano, contentos tras un ayuno de más de un
mes. Llegamos, nos mamamos una fila larga larguísima para comprar las boletas
porque si existen sitios en los que campee la indiferencia con los frágiles
-viejita ella, cieguito yo-, ésos son los que frecuentan los cultos y los
semicultos amantes del arte: museos, teatros, bibliotecas, paraninfos, casas de
poesía, salas de conciertos… El caso es que por fin entramos y nos sentamos.
Comenzó
el concierto y, con los primeros compases, la primera sorpresa: una como
obertura que no figuraba en el programa, que había consultado unos días antes.
Luego, según lo prometido, un par de conciertos para corno, de los intrascendentes.
Estábamos
en el intermedio cuando de pronto se nos acercó una mujer que, tras saludar con
amabilidad y presentarse, nos contó que trabajaba con la orquesta, y que
llevaba ya un buen tiempo fijándose en que raro era el sábado que no nos veía
en el auditorio. Nos propuso que grabáramos un día de éstos una nota para las
redes sociales de la Filarmónica, en la que contáramos de dónde nos venía a mi
madre y a mí el amor por la música clásica. Tras el “Claro que sí” hablamos de
alguna otra cosa, y el deslenguado que llevo dentro incurrió, antes de que yo
pudiera sofrenarlo, en uno de sus habituales exabruptos: se burló, incompasivo,
de los desinformados que en ese y otros auditorios aplaudían entre los cambios
de movimiento de un concierto o de una sinfonía.
A
propósito de sinfonías, el maldito programa aquel anunciaba para después del
intermedio la Londres de Haydn, pero lo que en cambio se dejó oír fue un
portento de belleza que me supo a Verdi y era de Verdi. Extasiados, Orfi y yo
intentábamos sofocar las ganas de abrazarnos, de tararear lo que fuera y de
pararnos a “bailar” a la par con Francesco Belli, que a ella la tenía cautiva.
Pues
les cuento que eso habría sido del todo preferible al ¡braaaaaaaaaavoooooooooo!
Con que atroné una sala en la que unos pocos aplaudían tímidamente y mi madre y
yo a rabiar, al cabo de un final de movimiento paroxístico que con creces
habría podido ser el colofón de aquello tan endiabladamente bueno pero que a lo
sumo iba por la mitad. Se me incendió la cara, se me entrecortó el resuello y
quise morirme allí mismo, como siempre en vano.
Humillado
frente a tanto cultito bien informado, me prometí que en adelante defendería y
acompañaría en sus desmadres de júbilo a mis compadres los desacompasados de
auditorio, ante quienes hoy juro mis más inquebrantables lealtad y pertenencia.
Y
tú, Ángela, ¿qué te dijiste cuando me oíste desafinar?
318.
Me estrello -en la radio, en la televisión, en internet: por fortuna cada vez
menos en la calle gracias a una agorafobia incipiente- con tanto bípedo insustancial
tan ufano y enamorado de sus insignificancias y por contera tantos de ellos tan
malaleches, que por un momento pienso en mandarlos a leer este artículo que
figura en la Wikipedia bajo el título ‘Octopoda’, para que se enteren de una
vez por todas de qué va eso que llamamos cerebro y corazón. Y, de paso, para
que saboreen el bellísimo español en el que algunos biólogos transmutan lo
complejo de sus saberes encomprensible y eufónico.
319.
Me encantaría formar parte de un departamento de lenguas y de una facultad de
humanidades donde enseñaran español y publicaran en su revista indexada un
Rafael Alvarado Ballester, un Miguel Colmeiro y Penido, una Margarita Salas
Falgueras o un José María Bermúdez de Castro y (condición sine qua non) donde
el gran Javier Sampedro Pleite llevara la voz cantante desde la decanatura.
Aunque… qué carajos: como lleguen a saber de algo siquiera parecido, llámenme
que enseño gratis.
320.
Que me perdone el respetabilísimo debido proceso la impertinencia de detestarlo
cada vez que se lo invoca y utiliza a manera de escudo dizque para investigar
-para así poder fallar- lo que de tan manifiesto y evidente agrede los
sentidos; verbigracia, la sevicia de la metódica misoginia de los talibanes,
los crímenes transnacionales y de lesa humanidad de Putin y sus invasores o los
delitos a cuál mas burdo de Trump y los trumpistas en los Estados Unidos.
321.
Existe un solo grupo humano -dos tal vez-, uno solamente, por el que de buena
gana saco la cara y a cuyo bienestar estaría dispuesto a ofrendarle mis deseos
menguantes de luchar por nada. En Colombia los llamábamos, en tiempos de
menores melifluidad y postureo occidentales aunque de iguales indiferencia y
discriminación universales, gamines a secas o, como Orfi y Abe, “gamincitos”:
sí, con uno de esos diminutivos casi siempre -no siempre, no en este caso-
horrísonos y tan latinos. Llegaron los años 90 y se los empezó a llamar
indigentes: perfecto. Y ahí me planto.
Por
ellos, los parias de cualquier parte que de todo carecen y de los que tan pocos
Nicolós se ocupan, estaría yo dispuesto a abandonar esta silla y este
escritorio en los que leo y algo escribo para luchar a brazo partido contra la
discriminación de toda índole que soportan por parte de prácticamente toda la
sociedad y en el más estoico de los silencios. Yo, que por ser ciego de
nacimiento conozco muy bien de qué va la discriminación que en contra del
diferente ejercen (ejercemos) los hombres, las mujeres (algún día les cuento
siquiera un par de miserias de las que he sido objeto a manos de algunas
profesoras y colegas con tetas y jefas y estudiantes con tetas y condiscípulas
y…), los niños-prefiguración de adultos malparidos, las niñas-prefiguración de
adultas malparidas y por descontado que también “demasiades de eses” que hoy
pretenden escapar de lo humano adjudicándose la categoría absurda de ‘no
binario’, siento y creo que muy escasos son los congéneres por los que se deba
abogar a bulto. ¿Por qué hacerlo, entonces, por los gamincitos, los gamines más
grandes y por “todos” los indigentes de Bogotá, Colombia y el mundo -se estarán
preguntando ustedes-? Pues porque el demasiado sufrimiento que provoca la
exclusión lava toda traza de mala leche que en esas criaturas pueda haber. Y
punto.
322.
Ahora: si de las palabras y de los actos cariñosos de algunos familiares heredé
esta suerte de solidaridad con su desgracia, de mis amigos Eduardo, Daisy,
Puchis y Gladis La Guajira aprendí que entre quienes comparten semejante
destino no escasean la generosidad, el desprendimiento, la lealtad y muchas
otras caras de la bondad humana y no porque me lo hubieran contado: ¡me
hicieron su depositario!
Y
la literatura se encargó del resto: Willy Christmas, Molloy, Andrés Tangen. Se
encargó de que a diario me pregunte cuántos nómadas urbanos con encéfalos
privilegiados comen aquí y en todas partes física mierda a la par con los
normalitos.
323.
A los bienintencionados que, como el columnista, no cejan en la esperanza de
que del olmo les lluevan peras, les recomiendo que lo mejor que pueden hacer es
sentarse a esperar, ojalá bien aprovisionados y a cubierto, porque su parusía
se puede tardar un poco más que la religiosa: “…¿Cómo pudo este político
modesto lograr esos resultados espectaculares? Los historiadores tienden a coincidir:
por su actitud tranquila y su capacidad pragmática de construir consensos y
coordinar su gabinete, aterrizando las grandes ideas en reformas y políticas
concretas y razonables que pudieran ser implementadas. Las reformas profundas y
duraderas, parece decirnos Attlee, no son los grandes discursos: son políticas
concretas, bien diseñadas, que logren grandes apoyos y puedan ser
implementadas. Y aunque el Reino Unido de la posguerra es muy distinto de la
Colombia actual, tal vez el gobierno del cambio podría aprender algo de la
modesta eficacia de Attlee”.
Pero
lo más descorazonador de todo es, doctor Uprimny, que a los posibles Clements
criollos que por desgracia no fueron (Carlos Gaviria, Luis Carlos Galán,
Antanas Mockus…) y a las que aún podrían serlo (Gina Parody, María Ángela
Holguín, Cecilia López Montaño…), la componenda izquierda de la ira-derecha
atrabiliaria, cada una con sus discurseros incendiarios, sus brazos armados y
sus legiones fanáticas de votantes, les habría torpedeado y les torpedearía
cualquier buena iniciativa y esfuerzo por hacer avanzar al país, puesto que lo
suyo es medrar en medio del anquilosamiento. De modo hermano que ni pa qué
joder.
324.
Una pregunta para mis estudiantes españoles de ciencias políticas: ¿quién
-Santiago Abascal o Carles Puigdemont- se congraciaría con Cercas tras leer su
columna del 19 de agosto de 2023 en El País de España? Sustenten
convenientemente sus respuestas, muchachos. Y una para mis estudiantes también
de ciencias políticas, acá en Colombia: ¿a cuál o cuáles de los articulistas
que leemos hebdomadariamente en El Tiempo, en El Espectador, en Cambio, en El
País de España, se les pueden atribuir la ecuanimidad y la honestidad
intelectual y política del gran Javier? En la justificación de sus respuestas
deberán figurar ejemplos tomados de distintos artículos de el o los que a su
juicio reúnan semejantes méritos.
325.
Cómo les va pareciendo a ustedes que se van los carajos estos que sacaron entre
0 y 1, no sólo porque escriben horrible, sino porque contestaron dizque
Santiago Gamboa, o William Ospina, o Julio César Londoño, o Cecilia Orozco
Tascón cuando no los cuatro, a quejársele al decano, que ni corto ni perezoso
me requirió en su despacho.
--Me
sorprende, profesor Ríos -dijo tras saludar con amabilidad y pedirme que me
sentara-, que usted, que da la impresión de hallarse muy al tanto de lo que
sucede en el mundo, desconozca que esta facultad y muchas otras no pueden
sustraerse a los imperativos de la era de las redes sociales con sus hechos y
sus realidades alternativas, que le dan a cada cual carta blanca, y ni qué
decir tiene que también a nuestros estudiantes, para ver en un Carlos granés, o
en un Juan Esteban Constaín, o en un Héctor Abad Faciolince, o en un Mauricio
García Villegas, o en un Juan Gabriel Vásquez a militantes de cualquier
extrema, cuando no de ambas a la vez. Por si no lo sabía, en las facultades de
humanidades y afines hoy nos guiamos por impulsos, visceralidades y adhesiones
que ninguna justificación precisan. Ah, y un consejo de colega -remató al
tiempo que se levantaba para guiarme a la puerta-: si su norte en la docencia
son las discusiones ponderadas y la evaluación objetiva, enséñeles a
estudiantes de ciencias. A mí no me ha ido nada mal con los que trabajo.
Nos
dimos la mano y me fui…, para siempre de aquel campus. Ya se verá si de todos.
326.
Lo reconoce el educador que quise ser: antes que conseguir, primero, que se
aquerenciaran con la literatura para, luego, asistir ojalá a su enviciamiento
sin retorno, dediqué, si cabe, más empeño a, por un lado, vencer la apatía
política de los estudiantes que callaban cuando los alienados de la extrema
izquierda repetían, ahora en clase, los escupitajos ideológicos que oían en las
asambleas estudiantiles y, por otro, a intentar morigerar, mediante la lectura
y los debates que de ella se suscitaban, las pulsiones extemporáneas de
revolución de los anacrónicos. Como lo primero produjo magros resultados y lo
restante aun peores, aquí me tiene, estimado Juan Esteban, pensionado a los 49
años y sin pisar un aula “real” hace lo menos cuatro, leyéndolo a usted y a los
demás del cenáculo, y en el fondo nostálgico de no poder compartir con todos
esos muchachos reflexiones como ésta, que de procesarlas como es debido los
harían tan sabios: “La devoción por los políticos, adorarlos como semidioses y
seres superiores, seguirlos casi con fervor religioso -quitemos el adverbio
‘casi’, que por lo general sobra: con fervor religioso, de manera ciega y
abyecta-, es uno de los atributos esenciales de la política y el poder, cuyos
representantes suelen estar investidos de una fuerza sobrenatural, un carisma
ante el cual se pliegan de rodillas, dichosos, en éxtasis, sus seguidores. […]
Puede ser desde la izquierda o la derecha, da igual, los extremos muchas veces
se confunden. En esas sectas y capillas todo queda sometido al poder mesiánico
del líder, a su mensaje de redención y cambio que justifica cualquier cosa,
incluso la perpetuación de aquello que se supone que había que cambiar. Es
mejor decirlo así y no inventarse sofismas ni motivos expiatorios: nada de lo
demás importa mientras el caudillo sea el que es, y punto. ‘Ladrón o no ladrón,
queremos a Perón’, dicen que decían los argentinos. Quizás eso sea preferible
(menos indigno, sobre todo para los eternos indignados de la víspera) que negar
la realidad” (a base del tan socorrido ‘yustequeísmo’, el deporte universal de
los adeptos -de los abyectos-).
327.
Si Luis fuera el jugador que se acaba de coronar campeón del mundo y Jenni(fer)
la dirigente que en medio de la euforia “besó” -¡pero si a aquello tan baladí o
cariñoso se lo llama ‘pico’!- a Rubiales en la boca, las redes y el mundo se
estarían diciendo que tan Hermoso. Yo que ustedes, jaleadores con falo de las
desmesuradas, me agarraría bien fino y me encomendaría al dios en que crean
porque las ordalías de esta misa negra no han hecho sino empezar.
328.
En un sinnúmero de espejos en los que puede uno mirarse prospectivamente se
proyectan las imágenes de los caídos injustamente en desgracia, quienes hoy
saben que mantenerse al margen -o azuzarlas mientras se celebran sus tropelías-
de las jaurías por miedo a las jaurías es cobarde -o rastrero- y peligroso. Los
que se obstinen en cerrar los ojos ante el azogue pueda que lo aprendan en
carne propia. Moraleja: que te destrocen a dentelladas, pero peleando.
329.
¿Ustedes están con Jenni(fer) Hermoso y con este nuevo numerito desatado por la
desaprensión de un simple y por un Occidente histérico y ridículo a más no
poder? ¡Yo no! Yo estoy, de mente y de corazón -aspiro a estarlo un día también
de hecho y de cuerpo presente-, con cada María Soledad Sánchez, Ana Orantes,
Laura Angulo y Nancy Mariana Mestre, víctimas genuinas y tangibles de la misoginia
de feminicidas probados; con cada niña o adolescente y mujer a la que violan,
en España Italia la India y en cualquier parte, de a uno o en grupo, prospectos
imberbes de escoria o escoria en toda regla; con las iraníes y las afganas y
las musulmanas a las que los ayatolás y los talibanes y demás caverna del peor
Islam torturan o matan o secuestran o esclavizan sexualmente.
¿Se
creen Yolanda Díaz, Irene Montero, Elvira Lindo, Ana Bejarano Ricaurte y los
que con ellas gritan que están cambiando el mundo si destituyen y meten preso
al tal Rubiales? Pues déjenme decirles que, si eso piensan -y lo piensan-, son
tan simples como el fulano aquel.
330.
“También mueren los lugares donde fuimos felices”: por todo y ante todo, la
finca de la abuela. La casa con solar de la 17 en La Fragua. El parque y el
prado y el gimnasio del instituto -no el instituto-. La casa de doña Inés.
Nuestra casa y la de las vecinas en San Humberto -no San Humberto-. Mi cuarto
con alfabetizadoras en el apartamento de Castilla -no del todo el apartamento
de Castilla-. Los bares y cantinas y otros sitios donde me he emborrachado a
gusto. Las habitaciones propias, ajenas y alquiladas en que piché exultante.
Los salones de clase donde aprendía eufórico y enseñaba agradecido. Los
auditorios en los que asisto al milagro de la mejor música clásica que se
ejecuta en vivo. El cuarto en el que cada mañana y antes de que aclare me tomo
el primer tinto y me fumo el único cigarrillo del día. Este otro en el que
duermo y leo y escribo y paso tiempo con mi Tita. Todo lugar en el que haya
gozado del privilegio de querer a los que me quieren. Mi casa de Mariquita con
todos sus recuerdos de vivos y de muertos entrañables, bípedos y gatos.
331.
Tres conclusiones que me deja la prosa apátrida número 63. Soy un incompetente
para las matemáticas, aun para las más elementales. El árbol genealógico de
nosotros los don nadies sin abolengo -¿un 95 por ciento de la especie?: tal vez
más- se remonta, y no sin esfuerzo, hasta los cuatro abuelos y pare de contar.
Ese texto tan breve y retozón de Ribeyro sería capaz, aclaro que en un mundo
onírico, de dar al traste con las fobias racistas y nacionalistas de los
imbéciles, si por un momento -el que dure la lectura- la imbecilidad los
abandonara en favor de la lucidez.
332.
Charlando el otro día en la cantina de Lucio y Marcela con un costeño de
Curramba que me presentó ya no recuerdo quién, se me ocurrió pronunciar, en
vista de que sin amargura se quejaba de su presente profesional, esto que dijo
o escribió Ortega y Gasset: “El que no puede lo que quiere, que quiera lo que
puede”.
--¡Tiene
mucho güevo el careverga! ¿Cómo dijijte que se llamaba? ¿José qué?
--Don
José Ortega y Gasset.
--Como
se llame. ¿Cómo me vas a salir tú con eso si lo que yo soñaba era ser
ginecólogo de adolescencia y primera juventud pero mírame, ¡dijque enfermero en
un ancianato!?
Nos
cagamos de la risa hasta casi caernos de la silla. Le gasté la rasca.
333.
Si yo fuera un Fernando Savater o un Moisés Wasserman que por azar repasan
algunas de las columnas en las que se han burlado de la todavía hoy (2023)
adolescente Greta Thunberg, dizque por soñadora y desinformada -como si a la
edad de ella todos no lo hubiéramos sido, a más de insignificantes-, y cotejara
esos exabruptos con los datos científicos y las imágenes infernales
transmitidos por los noticieros a propósito del desquiciamiento del clima en
tantas partes, entonaría un mea culpa público en el que reconocería la
mezquindad y la inmadurez en las que incurrí al restarle méritos a una
quinceañera de la que en cambio ellos dos -y cualquiera en sus cabales-
estarían tan orgulloso si fuera su nieta. Será tal la importancia de Thunberg
que consigue que filósofos y científicos de mucho o de algún renombre se ocupen
de ella para intentar en vano ridiculizarla, entre otras cosas porque los
hechos le dan la razón… y porque no creo que a la sueca los dardos de
intelectual le quiten el sueño.
Adenda:
en ‘Perplejidad de gato’, si hiciera falta, pueden dar con una imagen elocuente
de las ecpirosis veraniegas glosada por las palabras de un sabio que -él no- no
les guiña el ojo a los negacionistas.
334.
Leo su prosa apátrida 64, estimado Julio Ramón, y me doy a repasar la lista de
los putañeros que en esta familia ha habido. César, Abelardo y Gustavo -los
vocacionales-; Jairo, Guillermo y algún otro -los ocasionales-. Curiosamente,
todos muertos o a punto de morir el último. Curiosamente, ninguno -que yo sepa-
entre los de mi generación y muchísimo menos entre los más jóvenes. Mi caso es
atípico.
No
recuerdo cuándo fue la última vez que, solo o acompañado, terminé la fiesta en
un prostíbulo. Lo de “terminar la fiesta” se queda grande puesto que nunca -y nunca
es nunca- me he acostado con nadie a cambio de plata, y no porque me parezca
ruin o indigno. Se trata simplemente de que, entre los misterios que nos
definen como personas, el de los gustos y los disgustos sexuales destaca con
mucho. Y a mí, al contrario de ellos y usted, el gusto material por las mujeres
que ejercen la prostitución, tanto si lo hacen voluntariamente cuanto forzadas
por sus muy particulares circunstancias, hasta la fecha no me ha acometido. Ése
no pero el dialógico sí.
De
las conversaciones que con ellas atesoro, la que tuve en Manizales a solas con
Lina María y luego con Lina María y sus compañeras una noche por desgracia tan
lejana, en el puteadero más bello y atípico -por discreto y hogareño- que nadie
salvo Kawabata, ni siquiera el forjador de esto que a manera de homenaje
procedo a a transcribir, se podría figurar: “…Rostros de mujer, bellas
cortesanas, besos pagados, comedia del amor, mis largas, mis incontables noches
de bebedor anónimo en Europa, ¿qué cosa me han enseñado? Vieja y exacta
metáfora de identificar a la mujer con la tierra, con lo que se surca, se
siembra y se cosecha. El arado y el falo se explican recíprocamente. Ellas son
en realidad el humus donde estamos asentados, de donde hemos venido, hacia
donde vamos. Hacer el amor es un retorno, un impulso atávico que nos conduce a
la caverna original, donde se bebe el agua que nos dio la vida”.
Si
un buen día Fortuna nos volviera a juntar, muchachas, para refrendar lo
irrepetible de aquella noche única, quizás les hable de Ribeyro, aunque sin
falta de La casa de las bellas durmientes. Que así sea.
335.
Oyendo la otra tarde La Luciérnaga (nuevamente, muchachos, los colmo de
gratitud a todos por tanta irreverencia inteligente: a Alexandra Montoya -mi
otoñal amor platónico-, a Gabriel de las Casas -sos mejor que Hernán, de
lejos-, a Don Jediondo y Risa Loca y el Muelón Sánchez -a mí que me presenten
tres malparidos mejores que ustedes-: a todos los humoristas y personajes del
programa, aunque en primerísimo lugar a doña Pepita), allegué mentalmente mi
respuesta a la pregunta que formuló el director: Y usted a quién envidia.
--Yo
-comencé cuando me correspondió el turno, es decir cuando cambiaron de tema- lo
tengo clarísimo: daría cualquier cosa, cualquiera, por saber lo que saben mi
carnal Lisbeth Salander y los mejores de su oficio. Y agregué, para romper el
silencio que de repente se hizo: ¿se imaginan ustedes de cuántos Persson me
habría vengado, y lo mejor de todo: si se me antoja sin dejar rastro y sin
verter una sola gota de sangre? ¡Eso sí que es tener poder!
336.
Y claro, mientras las feministas profesionales del Occidente más superficial
montan su numerito para ensañarse con el Rubiales de turno, los Zalachenkos de
todas partes aprovechan el desorden para hacer de las suyas: matar a golpes a
las mujeres que odian o, si se les escapan por los pelos, reducirlas para
siempre a una silla de ruedas. Les propongo a quienes discrepen de aquello pero
sientan que se debe proceder en contra de los violentos y los peligrosos reales,
que armemos un frente común y adoptemos los métodos más que eficaces de Lisbeth
Salander. Si les suena, llámenme y nos reunimos con ella: 3 16 5 18 90 24.
Quién quita: de pronto hasta logre convencer también a Blomkvist de que nos
acompañe.
337.
En la medida en que a Colombia la sigan manteando y la empiecen a gobernar, a
lo Frente Nacional, entre la derecha insaciable e indolente y la izquierda
resentida e insaciable (miren, si no, a los concienciados Gustavo Bolívar e
Isabel Zuleta, para quienes cuarenta sueldos mínimos -que es lo que por encima
de la mesa perciben aquí los congresistas- resultan insuficientes para
sobrevivir con dignidad), los problemas de todo tipo que nos aquejan desde
antiguo no harán más que crecer y aumentar. Los argentinos lo saben bien aunque
no lo hayan aprendido.
338.
La diferencia entre cualquier filósofo-humanista (¿pleonasmo?) y un
científico-filósofo como este que me ilumina, la resumen tres palabras la mar
de concretas: amplitud de miras:
“…La
nuestra es una especie muy especial, quizás la especie elegida en cierto modo;
pero las humanidades por sí solas no pueden explicar por qué. Ni siquiera
plantean la pregunta de una forma que pueda responderse. Confinadas a un
espacio de conciencia reducido, festejan los pequeños segmentos de continuos
que conocen, hasta el mínimo detalle, una y otra vez, en infinidad de
combinaciones. Estos segmentos por sí solos no indagan en los orígenes de
nuestras características fundamentales: nuestros instintos autoritarios,
nuestra inteligencia moderada, nuestra sabiduría peligrosamente limitada;
incluso, insistirán aquellos más críticos, el orgullo de nuestra ciencia.
[…]
Los verdaderos alienígenas considerarían, creo, que nuestra especie posee una
propiedad vital digna de su atención. No es nuestra ciencia, ni tampoco nuestra
tecnología, como podría suponer el lector. Son las humanidades.
Estos
alienígenas imaginarios pero plausibles no tienen ganas de complacer o mejorar
nuestra especie. Su relación con nosotros es benevolente, igual que la nuestra
con los animales del Serengeti, que acechamos y pastoreamos. Su objetivo es
aprender cuanto más mejor de la única especie que estableció una civilización
en este planeta. ¿Acaso no serían los secretos de nuestra ciencia? No, para
nada. No hay nada que podamos enseñarles. Tengamos en cuenta que todo lo que
podemos llamar ciencia no tiene ni cinco siglos de antigüedad. […] La humanidad
entró en nuestra época tecnocientífica actual -global, hiperconectada- hace
sólo dos décadas. Eso no es ni un parpadeo en el discurso rutilante del cosmos.
Sólo por casualidad, y considerando los miles de millones de años de edad que
tiene la galaxia, los alienígenas llegaron a nuestro nivel actual, todavía
infantil, hace millones de años. Hace cien millones de años, incluso.
Entonces,
¿qué podríamos enseñarles a nuestros visitantes extraterrestres? Por decirlo de
otra forma, ¿qué podría haberle enseñado a un profesor de física Einstein a la
edad de dos años? Nada de nada. Por esa misma razón nuestra tecnología sería enormemente
inferior. De no ser así, nosotros seríamos los visitantes extraterrestres y
ellos los indígenas planetarios. Entonces, ¿qué podrían extraer de nosotros los
hipotéticos alienígenas? ¿Qué podría serles valioso? La respuesta correcta son
las humanidades. […]
La
evolución cultural es distinta porque es íntegramente una construcción del
cerebro humano, un órgano que evolucionó durante tiempos prehumanos y
paleolíticos a partir de una forma muy especial de selección natural llamada la
coevolución gen-cultura (en la cual la evolución genética y la evolución
cultural influyen cada una en la trayectoria de la otra). El potencial
excepcional del cerebro, alojado principalmente en los bancos de memoria del
córtex prefrontal, se desarrolló entre la existencia del Homo habilis hace unos
dos o tres millones de años y la proliferación global del Homo sapiens, su
descendiente, hace sesenta mil años. Para entender la evolución cultural desde
fuera mirando hacia adentro, y no desde dentro mirando hacia fuera, que es como
lo hacemos, deberemos interpretar todos los sentimientos y estructuras
intrincadas de la mente humana. Es algo que exige un contacto íntimo con la
gente y el conocimiento de un sinfín de historias personales. Ilustra cómo un
pensamiento se traduce a un símbolo o a un artefacto. Eso es lo que hacen las
humanidades. Son la historia natural de la cultura, y nuestro patrimonio más
privado y preciado…”.
Pero
qué forma la suya, maestro, de ponerles tatequieto a unos -los humanistas- y a otros
-los científicos-, a fin de que nadie se sienta la vaca sagrada del potrero:
¿que lo que importa son las humanidades? ¡En gran medida, aunque lástima que
sean tan narcisistas y repetitivas!; ¿que lo que importa son las ciencias? ¡En
gran medida, aunque sin que se nos olvide que frente a las humanidades están en
pañales!
Ahí
tienen, futuros humanistas y futuros científicos, el mejor ejemplo que quepa
imaginar del tan cacareado ‘pensamiento crítico’, al igual que una respuesta
contundente a la pregunta de por qué, pese a que constituyen una ligazón
simbiótica, los estudios de unos y los de los otros se emperran en repelerse o
al menos en no mezclarse. De ustedes depende que las cosas cambien.
339.
Una fiera encapsulada en un peluche: nada distinto son mi Tita, mi Ceniza, mi
Mono, mi Muñeco, mi Tola, mi Maruja y mi Lulú; aquel de Balthus al que tanto
envidio y no precisamente por la leche que lengüetea; el Capuchino de Villoro y
el gato testigo en la Última Cena de Ghirlandaio; los gatos de Goya, los de
Lope de Vega y los de Vicente Rojo; los de Darío Jaramillo Agudelo, Baudelaire,
Borges, Wislawa Szymborska, José Emilio Pacheco, Eduardo Chirinos, José
Watanabe e incluso el de Schrödinger. Pero por sobre todos, el universal de la
oda de Neruda.
340.
Clara López Obregón -la ponemos a ella por delante para que no se diga que en
este blog se discrimina “por razones de género”- y Wilson Sáenz Manchola -jamás
tan a propósito un apellido… materno, suponemos- se complacen en invitarlos a
todos, todas y todes a su conversatorio titulado ‘De las fragilidades y
peligros de lo políticamente correcto’, un diálogo en el que este par de
defensora y defensor de los derechos humanos le participarán al público
asistente sus experiencias más que traumáticas en la utilización del lenguaje
inclusivo; herramienta de doble filo con la que se labraron un nombre y se
hicieron un sitio en el más empoderado y excluyente de los buenismos, pero con
la cual también forjaron su pertenencia sin fecha de caducidad a los anales de
la infamia de YouTube y el internet. En el pánel participarán asimismo la
“sirvienta” y el “negro hijueputa” que en su momento les otorgaron protagonismo
a nuestros dos biempensantes tan malhablados.
Como
ven, el “evento” promete. De modo que a separar su cupo.
341.
Pregunta y responde Cercas en el colofón de otro muy buen artículo -todos los
suyos lo son-: “…¿Quién teme a la meritocracia? Sólo los privilegiados celosos
de sus privilegios”.
Como
quien dice y en la base de la pirámide, los profesores sindicalizados de educación
básica y media que se niegan a que los evalúen o que fabrican sistemas de
evaluación tan hechizos y facilistas como las “evaluaciones” con que ellos
“examinan” a sus estudiantes, los ministros y secretarios de educación que con
ellos se coluden para que la escuela no evalúe rigurosamente, los padres de
familia que protestan y ponen a sus hijos en contra del educador que evalúa a
fondo porque así mismo enseña, los catedráticos y universidades que aprueban
con notas altísimas y otorgan diploma de profesional y de maestro y de doctor a
perfectos analfabetos funcionales con algún conocimiento en sus campos y
suficiente en plagio pero nada más. Y de ahí hacia arriba y en todas
direcciones hasta llegar por ejemplo a un primer ministro o un presidente mediocre
(no en pocas ocasiones con “autofama” y fama de genio entre sus huestes) que
nombra en los ministerios y demás entidades del Estado a nulidades aquiescentes
que no le hagan ninguna sombra y sí muchas genuflexiones. ¿Les parece que hace
falta describir el tipo de sociedad en que semejante caldo se cuece?
342.
Lo que es el azar, Irenita. Si lo primero que hubiera leído de ti hubiera sido
esto y no ‘El infinito en un junco’, título que -junto con el noventa y nueve
por ciento de tus artículos quincenales en El País- por anticipado te convierte
en el único clásico de la literatura vivo que conozco, tal vez ahí lo habría
dejado y no serías en mi vida de lector el norte y el referente que eres sino
apenas un nombre que se recuerda… o ni siquiera:
“…Quizá
necesitemos redescubrir que cada mirada sobre el mundo es una peculiar aleación
de deseos, experiencias, esperanzas y emociones. Las personas somos un material
frágil y valioso.
[…]
Es un hecho comprobado: hagas lo que hagas, siempre tendrás cerca a alguien dispuesto
a opinar. Ese cuestionamiento constante erosiona nuestros intentos y nuestros
encuentros, nuestros amores y esplendores. […]
Nos
ayudará, cuando los lazos se enmarañan, dejar de ver mala fe en la opinión
ajena, evitar el juicio sumarísimo, aprender a confiar en la honestidad de los
distintos. Y ante las torpezas y tropiezos, el dedo acusador casi nunca es la
mejor medicina. Más sabio que discutir será divertirse juntos con la variedad
de caracteres y actitudes. Cultivar un cierto sentido de improvisación y
experimentación infantil. Si a ‘juzgar’ le quitas tan solo una letra, podrás
jugar”.
Me
perdonarás pero se te chispoteó, y a borbotones, la autoayuda. Menos mal que ni
Petro ni sus lambeculos leen porque sin consultarte adoptarían tu artículo como
prolegómeno de su fementida propuesta de acuerdo de reconciliación nacional, y
la escuela y la academia que propugnan el igualitarismo a todo trance y el
derecho inalienable a no sentirse ofendidos, ofendidas y ofendides lo
adoptarían a manera de carta de presentación de la absurdidad de sus luchas.
343.
Sigo juntando material de lectura (porque le pienso hacer caso al decano del
desahogo 325: ¿lo recuerdan?) para mis futuros estudiantes de ciencias de una
asignatura que pueda que se llame ‘De lo bello literario y lo cierto
científico’. Y qué mejor que dar comienzo al curso con esta joya:
“…Entonces
se produjo un estremecimiento en nuestro sistema nervioso y el cerebro, que
había sido hasta entonces una máquina fría, precisa y fea, produjo el poema más
alto de la materia, la conciencia. Entonces cavamos las primeras tumbas,
lloramos de una manera nueva y muy triste y fuimos para siempre mortales. Los
vestigios de tumbas más antiguos se han encontrado en lo que ahora es Israel,
tienen unos 90.000 años y son considerados la prueba definitiva de que habíamos
perdido la inocencia animal y empezábamos a ser esa criatura maravillosa y
enferma, capaz de imaginarlo todo e incluso de crear o descubrir dioses, de
adorarlos e injuriarlos. La invención de la muerte fue un acontecimiento
definitivo. El acontecimiento. Poco después estábamos haciendo arte sublime y
moderno sin pasar por el boceto (Chesterton ve aquí la refutación de la
evolución: el Homo sapiens no hizo matachos nunca. Armó isopos con yerbas y
raíces, tomó carbones negros, preparó jugos verdes y tierras rojas, y trazó
figuras mágicas perfectas en las paredes ocres de las cuevas, afirma el
policiaco inglés, quizá la inteligencia más preclara de la cristiandad). Fue
grandioso, claro. Hacía mucho tiempo que éramos tecnólogos (la palanca, armas
de piedra); ya teníamos las palabras, esa potencia capaz de cifrar el universo;
ya los brujos lo cubrían con velos de misterio. Pero ahora podíamos conjurarlo,
celebrarlo o maldecirlo con las imágenes del arte. Es casi seguro que sin la
muerte no habríamos hecho nunca filosofía. La muerte nos salvará un día de la
imprudencia de haber nacido (la sentencia es de Cioran) y de la angustia de ser
un animal anómalo, esa criatura que se siente estrecha en la tierra y el cielo
le queda muy alto.”
Me
traslado al momento en que alguien entone en el aula, mientras los demás
seguimos la lectura en silencio, esta última frase del artículo y puedo ver el
asombro en la cara de todos esos muchachos que uno supone enamorados del
conocimiento. Interesante sería, por otra parte, analizar con ellos esto que a
mí me asombra: que del cerebro de aquel orfebre mane, en paralelo a los veneros
de belleza de su escritura, el más grosero y destemplado sectarismo político. Pero
esa es harina de otro costal.
344.
¿Puedo confiar, gran Victor Hugo, en que en julio del año entrante, si la vida
me deparara la mala noticia del ingreso en la cincuentena, las miserias de mis
40 le van a dar paso a siquiera algo de lo bueno que trae aparejado la
juventud? Y a usted, maestro, ¿le fue mejor en los 40 o en los 50? ¿Qué edad
tenía cuando dijo eso tan interesante que dijo, y por qué lo dijo? Se lo
pregunto porque yo esta década infame, desde luego que no en todo pero sí en lo
anímico, por desanímico, no sólo no la quiero volver a vivir sino que me la
quiero borrar de la cabeza, pero sin un alzhéimer por medio. Menos mal que
usted no supo del bueno de Alois y de su enfermedad bellaca que, por cierto,
anda haciendo estragos en estos tiempos que en todo se asemejan al 1870 de la
queja epistolar de Flaubert. En todo.
345.
Lo reconoce el educador que quise ser: antes que conseguir, primero, que se
aquerenciaran con la literatura para, luego, asistir ojalá a su enviciamiento
sin retorno, dediqué, si cabe, más empeño a, por un lado, vencer la apatía
política de los estudiantes que callaban cuando los alienados de la extrema
izquierda repetían, ahora en clase, los escupitajos ideológicos que oían en las
asambleas estudiantiles y, por otro, a intentar morigerar, mediante la lectura
y los debates que de ella se suscitaban, las pulsiones extemporáneas de
revolución de los anacrónicos. Como lo primero produjo magros resultados y lo
restante aun peores, aquí me tiene, doctor Wasserman, pensionado a los 49 años
y sin pisar un aula “real” hace lo menos cuatro, leyéndolo a usted y a los
demás del cenáculo, y en el fondo nostálgico de no poder compartir con todos
esos muchachos reflexiones como ésta, que de procesarlas como es debido los
harían tan sabios: “…Es muy posible que el liderazgo sea un rasgo que se haya
desarrollado en la evolución (tanto biológica como cultural). Al fin y al cabo,
el buen liderazgo es una ventaja evolutiva cuando se enfrentan situaciones que
requieren movilizar a un grupo. Los cardúmenes de peces y las bandadas de aves
migratorias parecen obedecer la dirección de algunos ‘escogidos’. Nuestros
primos cercanos, los chimpancés y los bonobos, también eligen líderes que los
guían, pero son diferentes estilos de guía. Los evolucionistas hablan de
liderazgos ‘dominante’ y ‘de prestigio’. Los chimpancés parecen usar el primero
que es impositivo, los bonobos el segundo. Los humanos optimistas quisiéramos
parecernos más a los bonobos que concilian amistosamente (a veces más que
amistosa, amorosamente). Posiblemente estamos en el medio, pero la evidencia
histórica parece mostrar que cuando las sociedades se sienten amenazadas de
alguna forma tienden a escoger los liderazgos dominantes. Los políticos se han
dado cuenta de eso y tratan, de todas las maneras posibles, de que nos sintamos
amenazados” (por los de enfrente -por la competencia-, que tanto se les
parecen).
346.
¿Que en qué consiste eso de tener un propósito claro en la vida? Les responde
este carnal mío, y no con teorías vacuas: “Y, completamente solo, desde
siempre, iba en busca de mi madre, según creo, con la intención de asentar
nuestras relaciones sobre una base menos inestable. Y cuando estaba por fin en
su casa, y he llegado a ella varias veces, me marchaba sin haber hecho nada en
tal sentido. Y cuando ya no estaba en su casa estaba de nuevo en camino hacia
ella, esperando que la próxima vez sabría hacerlo mejor. Y cuando aparentaba
renunciar y dedicarme a otra cosa, o no ocuparme ya de cosa alguna, lo que
hacía era madurar mis planes y buscar el camino de su casa. Qué curioso”.
A
mí lo que me parece curioso, y traumático, viejo Mo, es que habiendo tenido
propósitos claros en la vida -porque los tuve-, se me hayan traspapelado como
tantos de estos desahogos, aunque con la diferencia de que con éstos doy si me
aplico a buscar con juicio.
347.
Si ustedes llegan a leer -o releen- esta novela de Beckett, muy posiblemente
relacionen a su protagonista tan disperso con quien por desgracia hoy ocupa la
Casa de Nariño. ¿La diferencia entre Molloy y Petro? Aparte de la lucidez y el
encanto absurdo del personaje de papel, el hecho fatídico de que el de carne y
hueso con sus dispersiones e improvisaciones crónicas arrastra a todo un país,
esperemos que no hacia un abismo tipo el venezolano, mas sí hacia un estado de
postración generalizada. ¿Que a Gregorio Ríos se le extraviaron los objetivos y
se le enmalezó el camino? No son las vidas de millones de personas las que
resultan dañadas gravemente o al menos afectadas.
348.
--¡Un no rotundo a los nefelibatas de lo irrealizable, a los resentidos y a los
insaciables malintencionados de la política!
--Lo
suscribo si antes me responde una pregunta. ¿De dónde sacamos, en la ingenua y
visceral Latinoamérica que es el tercer mundo, votantes convencidos de que lo
que procede en política es el reformismo que propugnan los tecnócratas, y no
los cantos de sirena de los vendedores de humo igualitario o el
anarcocapitalismo disfrazado o desembozado de los que figuran o aspiran a
figurar en Forbes?
--Tocó
preguntarles al Uruguay y a la Costa Rica de hoy y pronto, no vaya a ser que se
degraden para no desentonar con el vecindario.
349.
Será tal la magia de la literatura que al ciego que soy le permite ver, de
cuerpo entero y de forma retrospectiva, a dos de los bandidos más sanguinarios
y despiadados de este país en que se dan silvestres: “Aquel niño le pinchaba
los ojos a los pájaros; y le gustaba ver salir esa gotita de aire y de luz, ese
rocío limpio de mañanitas frescas. Luego los echaba a volar y se reía al verlos
chocar contra el muro de su casa, con un ruido muy triste. Creció y fue de
aquéllos”.
Creció
y fue Jorge Bricéño Suárez, más conocido por su otro alias de Mono Jojoy.
Creció y fue Mario Montoya Uribe, alias Litroesangre. Que uno y otro encarnen
héroes para millones de colombianos irreconciliables en sus posturas políticas
muy bien explica nuestra historia de violencia. Y el tipo de sociedad que
somos.
350.
¿Que el arte humaniza? Lo sabe el ‘Salvator Mundi’ de Leonardo, que desde 2017
obra en poder de un descuartizador real, y no porque aquella divinidad
pictórica se proponga disputarle a su carnal el diablo el alma del tirano.
351.
Tentado me vi de renegar de mi desahogo 241 por el elogio que en él le dedico a
Jorge Mario Bergoglio. Pero tras releerlo resolví no hacerlo y la razón es muy
sencilla y cierta: se trata de un buen político y de un buen diplomático. O sea
de una de esas figuras públicas que hacen malabares sin nombre para contentar a
sus homólogos los poderosos o al menos para no enemistarse con ellos.
Lamentablemente
-o por fortuna: según quién hable-, por humano, o sea por falible, a Su
Santidad también lo traiciona el subconsciente, que le hace patinar la
diplomacia y expeler una que otra miseria -una que otra querencia- por la misma
boca que, en cambio, se empecinó en callar cuando la dictadura de su país
robaba recién nacidos y torturaba, asesinaba y desaparecía a inermes de todas
las edades: “No olviden nunca su herencia. Son herederos de la Gran Rusia: la
Gran Rusia de los santos, de los reyes, la Gran Rusia de Pedro el Grande, de
Catalina II, aquel imperio ruso grande, culto, de tanta cultura, de tanta
humanidad. No renuncien a esta herencia. Ustedes son los herederos de la Gran
Madre Rusia, sigan adelante”: ¡y que vivan -sólo le faltó decirles a los
muchachos católicos que lo escuchaban para redondear la infamia- el gran
Vladímir Putin y la valentía de sus soldados, que luchan contra la nazi Ucrania
y el fascismo de sus gobernantes! Quien lo ve: tan viejito y tan canalla.
352.
Se pregunta Rosa Montero, en una columna reciente de El País de España a propósito
del escándalo protagonizado por Luis Rubiales: “¿Cómo es posible que a estas
alturas del siglo XXI pueda haber alguien mínimamente sensato, sea hombre o
mujer, que no se considere feminista, es decir, antisexista? Yo lo veo algo tan
obvio como intentar ser antirracista”, y yo respondo.
Si
una lucha en principio justa para combatir una injusticia empieza a producir a
su vez injusticias, yo me aparto. Imagínate sólo por un momento, admirada y
querida Rosita, que el impulsivo e insensato aquel es un hermano o un hijo o un
amigo al que mucho quieres. ¿Habrías escrito lo que escribiste, sumándote de
paso al linchamiento infame y desproporcionado que él y su familia han sufrido,
nada más que por un acto reprochable que, por mucho que se empeñen las furibundas
del feminismo y ustedes las moderadas, no constituye el delito sexual con que
gustosas lo mandarían a la cárcel? ¿Abuso sexual un maldito pico sobre el que
de plano el país y el mundo niegan cualquier posibilidad de aquiescencia verbal
o no verbal, tal que si miles de millones de personas hubieran estado ahí con
ellos para oír lo que se dijeron con la boca o la mirada? ¡Como si desde
siempre las mujeres no se hubieran tomado todo tipo de libertades con los
hombres que les gustan, desde una picada de ojo hasta conseguir metérseles
desnudas en la cama del hotel en que se hospedan a los famosos que las
trastornan, pasando por las persecuciones asfixiantes que en nosotros se llaman
acoso y en ustedes enamoramiento! ¿Y cómo es posible que en una democracia como
la española se borre de un plumazo la separación de los poderes y el ejecutivo
se vaya lanza en ristre contra el “victimario”, al que condena de antemano al
ostracismo social y de paso le niega los derechos sagrados a la presunción de
inocencia y el debido proceso?
Pero
si lo anterior se te antoja razón insuficiente para que me declare contrario al
feminismo del modo en que se lo practica hoy, te invito a que veas en YouTube
el capítulo titulado ‘El delito olvidado que arruina vidas’ de un programa de
televisión colombiano llamado Séptimo Día, y a que leas un artículo de
Pérez-Reverte que acaso ya conozcas: ‘Fabricando misóginos’ se titula. Y te soy
sincero: no les creo ni por un segundo a las Yolandas Díaz e Irenes Montero, es
decir a las ultrafeministas de todas partes, cuando salen a decir que a lo que
le apuntan es a la igualdad. Falso porque es odio lo que exudan contra los
varones que no transigimos con su vesania. Y contra todo Rubiales que les dé
papaya.
353.
¿Qué se le agrega a la completitud?: “El hormiguero mata la personalidad, y por
ahí va la cosa. El drama de los seres humanos es el de haber evolucionado como
individuos por un lado y como seres sociales por el otro, aunque sin haber dado
con la fórmula capaz de articular ambas peculiaridades. Ante ese problema de
costura, hay sociedades que eligen el individualismo feroz o la masificación
total. […] Significa que no tenemos remedio ni solos ni acompañados. La mezcla
deseable de aislamiento egoísta y congregación solidaria está resultando más
difícil de lo esperado, en el supuesto de que alguien espere algo de esta pobre
humanidad. Somos capaces de imaginar un centauro, pero inhábiles para diseñar
una sociedad lo suficientemente mixta como para vivir en paz”.
Ahí
verán los que lo repiten a lo loro si siguen machacando la mentecatez de que
incluso el mejor periodismo de opinión -las columnas de los grandes en
periódicos y revistas- es flor de un día.
354.
Lo reconoce el educador que quise ser: antes que conseguir, primero, que se
aquerenciaran con la literatura para, luego, asistir ojalá a su enviciamiento
sin retorno, dediqué, si cabe, más empeño a, por un lado, vencer la apatía
política de los estudiantes que callaban cuando los alienados de la extrema
izquierda repetían, ahora en clase, los escupitajos ideológicos que oían en las
asambleas estudiantiles y, por otro, a intentar morigerar, mediante la lectura
y los debates que de ella se suscitaban, las pulsiones extemporáneas de
revolución de los anacrónicos. Como lo primero produjo magros resultados y lo
segundo aun peores, aquí me tiene, estimado Daniel, pensionado a los 49 años y
sin pisar un aula “real” hace lo menos cuatro, leyéndolo a usted y a los demás
del cenáculo, y en el fondo nostálgico de no poder compartir con todos esos
muchachos reflexiones como ésta, que de procesarlas como es debido los harían
tan sabios: “…Por supuesto que la sociedad está atravesada de conflictos y la
política en mayor medida, a la que hemos confiado la misión de representar
nuestros diferentes valores e intereses. La práctica de la amabilidad no
significa sustraerse al conflicto, sino aceptarlo, reconducirlo de modo que
sirva para avanzar y no se convierta en un evento de destrucción. La cuestión
es transformar el conflicto en energía positiva cuando resulte posible,
evitarlo cuando se pueda y hacerlo siempre más breve y menos dañino. Para esto
necesitamos reflexionar sobre la posibilidad de otro tipo de liderazgo que no
consista en ‘matar’ al adversario. ¿Estamos tan seguros de que no hay otro
procedimiento que sea recompensado en términos electorales? […] Un liderazgo
cordial es posible y debería recoger algunas propiedades que requieren más
inteligencia y sofisticación que la rudeza del choque con el adversario. De entrada,
aceptar que el mundo es complejo requiere más coraje que simular la fortaleza
de quien se cree en el lado correcto de la historia, previamente simplificada
entre buenos y malos. Nuestros representantes deberían reconocer la
incertidumbre en la que se encuentran, no mostrar una seguridad de la que
carecen y estar dispuestos a admitir los errores. Si no lo hacen es porque
piensan que los representados no lo aceptaríamos. De ahí que estén
aterrorizados por los propios errores y por el hecho de que otros puedan
apoyarse en ellos para obtener ventajas en términos de competencia. Pero los
errores nos hacen amables, como decía Goethe. […] Dejarse marcar el paso por
los más ideologizados entre los propios sirve para mantener unida a la tribu,
pero no permite ampliar los apoyos electorales o la posibilidad de construir
mayorías parlamentarias y sociales con otros agentes políticos. Aquella
opinión, erróneamente adjudicada a Darwin, de que solo sobrevive quien más
compite, era en realidad una frase de Herbert Spencer para caracterizar ese
mundo regido por la competición implacable y despiadada que está en el origen
de la desigualdad. Hay quien ha propuesto que sería más coherente con el
pensamiento de Darwin hablar de la supervivencia del más amable, ya que la cooperación,
más que la competición, es lo que ha hecho posibles los éxitos de nuestra
especie. […] El prestigio de la lógica combativa es inmerecido y tampoco sirve
para la supervivencia política”. (¿Escuchan en la Casa de Nariño? ¿Aló,
presidente? ¿No hay nadie del otro lado de la (primera) línea? ¿Tampoco los y
les nadies, las Nadias ni las Nidias de la vicepresidenta? No, querido
Innerarity: imposible la comunicación con esta gente. También con la otra.)
355.
Qué vaina con la vida. ¿Pero es que ni en los proyectos de muerte se puede ser
un tris original? Que Gabriel Ferrater -de cuya (in)existencia me vine a
enterar hace apenas unos días- lo hubiera planeado, divulgado y ejecutado antes
que yo, lo prueba concluyentemente.
356.
Escribe un hombre al que admiro grandemente: “Entre nosotros las opiniones se
afirman muchas veces por escrito con la contundencia de un puñetazo en la barra
de un bar”, y me aterro de que a él le moleste esto que yo celebro.
Que
existan o hayan existido los Pérez-Reverte, los Marías, los Caballero, los
Fernandos Vallejo, los Savater y todos los capaces de despertar en los objetos
de sus dardos envenenados de acre lucidez odios viscerales e inquinas que
pueden durar toda una vida y hasta legarse a la descendencia. Que existan o hayan
existido los Naím, los Abad Faciolince, los Vásquez, las Montero, las Bonnett y
otros también valientes y objetivos -en la medida en que se pueden ser las dos
cosas- que opinan con claridad y sin “descomponerse”, muy posiblemente porque
tal sea su talante. Que existan y hayan existido los Constaín, las Irenes
Vallejo, los Millás, los Vicent, los Vilas y los que como ellos no renuncian a
la denuncia e intentan mantenerse ecuánimes en sus críticas, y que privilegian
la alusión inteligente antes que los nombres propios. De todos aprendo a la par
que disfruto de sus muy personales formas de habérselas con sus opiniones.
Con
los demás, quiero decir con los militantes, provechosos pese a su militancia
por lo común en el mamertismo, me peleo a palabrotas y hasta me voy a las manos
aunque rara vez rompa lazos con ellos.
357.
Es más, maestro Muñoz Molina: a mí, que sobra aclarar que no formo parte del
“nosotros” de la cita, la literatura me sirve de desahogo, pues es sólo gracias
a lo que leo y escribo como consigo mantener a raya al francotirador
exclusivamente bajo mis órdenes que a diario y desde siempre he fantaseado con
ser. Mientras que la ceguera congénita, para que no me sea posible dar con el
arma depurativa que busco y rebusco, jamás con éxito.
358.
Venga y le cuento, Hetícor, un problema que tengo con su Salvo mi corazón, todo
está bien: voy por la K y ya estoy más enamorado de Darlis que el propio
Córdoba. ¿No conoce usted a otra siquiera parecida para que me la presente, que
sin dudarlo me caso? Claro: si nos casa Sánchez.
359.
Me gustaría preguntarles a los españoles que leo habitualmente en periódicos y
revistas de aquí y de allá por qué para ellos, diría que para todos ellos, la
nostalgia y la añoranza, que yo tanto disfruto no obstante el sufrimiento dulce
que acarrean, tienen tan mala fama. Y lo digo porque cuando no se las juzga
abiertamente, cual si se tratara de sentimientos innobles, los muy pocos que
las justifican o reivindican lo hacen explicándose a sí mismos y con palabras
que denotan una como incomodidad vergonzante.
¿Qué
hay de malo -aparte de la imposibilidad de materializar la presencia- en
sentirse nostálgico y añorante de alguien muerto, o vivo aunque fuera de
nuestro alcance, al que mucho se quiso y con quien se vibró al unísono, si nos
lo recuerda una canción en particular, o muchas de un género que en Colombia
llamamos ‘música para planchar’? ¿Qué hay de malo en pasarse horas enteras
mirando fotografías de momentos amables que transcurrieron en compañía de
alguien -una hermana, un amigo, los padres, nuevamente una pareja- por
desgracia hoy ausente? Es más: ¿qué hay de malo en que yo añore, nostálgico,
algo a lo que llegué demasiado tarde, a saber: los tiempos antediluvianos en
que dos personas -Juan Gregorio y Elvia, Orfi y Abe- se conocían, se
enamoraban, se casaban, ella perdía la virginidad en la luna de miel y
etcétera, etcétera, etcétera? Y no se trata de que repudie los días en que me
correspondió ser joven; al contrario: bendigo la posibilidad de acostarse con
la novia, las amigas e incluso las primas si ellas lo tienen a bien.
¿Que
aquella pareja de amigos son fieles, y además se quieren y respetan? Nostálgico
me siento de no ser como él en ese sentido. ¿Que recuerdo, con añoranza, los
años tan felices en que mi cuerpo de veinteañero o de treintañero exultaba
porque se podía fundir con dos y hasta con tres no en la misma jodienda -otra
dicha que me voy a morir sin paladear-, mas sí por la misma época? ¡Maravilloso
todo, salvo este presente tan añorante y nostálgico!
360.
“Afortunados los que fueron gobernados por el caballo de Calígula”. Lo pienso
cada vez que, asqueado, escucho un nuevo discurso de Petro el presidente.
Son
tantas las infamias, las inexactitudes de toda clase, las mentiras que escupe
sin sonrojarse; tantas su ignorancia, desvergüenza y mala leche que no cabe
sino concluir que Céline tiene razón: por descontado que Incitatus no
rebuznaría como lo hace este homúnculo al que más de once millones de votantes
entronizaron, con el mismo derecho con el que yo deploro su elección, y por
espacio de cuatro años que se harán eternos, en la Casa de Nariño.
Adenda:
¿cuándo será que Daniel Coronell, María Jimena Duzán o Cecilia Orozco Tascón se
resuelven a desvelar lo que de sobra deben conocer de fuentes confiables: las
razones de que Gustavo Petro deje plantado a todo el que le da la gana o llegue
tarde a donde le da la gana, pisoteando el hecho de que su sueldo y privilegios
se pagan con los impuestos que todos tributamos? De una cosa estoy seguro,
estimados columnistas a los que leo porque los admiro: si el faltón
consuetudinario e irrespetuoso que tenemos por presidente no fuera el que es
sino cualquiera de sus antecesores, aunque antes que nada Duque y Uribe, las
pruebas documentadas de semejante mal ejemplo hace mucho que figurarían en los
medios en los que ustedes escriben. Sigo a la espera de la objetividad y la
ecuanimidad que yo también les llegué a atribuir un día.
361.
A que no adivinan quién habla aquí: “Abundan los patrones, y yo figuro entre
ellos, que ven con malos ojos muebles placenteros en los lugares de trabajo.
¿La sirvienta quiere descansar? Que se retire a su cuarto. Que en la cocina
todo sea de madera blanca y dura”.
Si
usted es de los que al rompe dijo o se dijo que Clara López Obregón, se
equivoca, y no por una única razón. Primero, porque lo que aquella egregia
igualitaria habría dicho, de puertas para adentro o en medio de un rapto de
soberbia, habría sido: “¿La sirvienta quiere descansar? Que se aguante hasta el
domingo -desde luego que si no tenemos invitados-“ o, en un día en que la
bondad haga de ella presa, “Que se aguante a que termine su jornada”. En
segundo lugar porque jamás se pueden esperar de un político, y menos aún de
un(a) empoderado(a) del buenismo, sinceridades por el estilo de “y yo figuro
entre ellos”, una frase que en cambio sí pronunciarían para adjudicarse una
cualidad colectiva que les sirva para corregir algún desperfecto en la pintura
de sus fachadas.
No,
mis muy estimados amigos: quien aquí habla no es ningún militante de ninguna
buena causa ni representante de nadie salvo de su muy personal persona. En
otras palabras, un individuo en toda regla que dice lo que dice y de ello
responde. Se llama Jacques Moran y a mí me lo presentó mi carnal Molloy, de
quien algo les habré contado.
362.
Medioevo Científico y Tecnológico:
“Este
es un mundo inexplicable que se ha levantado y funciona a cada momento y en
cada aspecto de la vida gracias a las aplicaciones tecnológicas del
conocimiento científico más avanzado, pero en el que cada vez más personas
exhiben con orgullo su recelo o su abierto desprecio a la ciencia. No se fían
del consejo de un médico o de la predicción de un meteorólogo, pero sí de las
conjeturas de una adivina sobre el porvenir escrito en las estrellas, o en las
líneas de la mano, o en las figuras de un mazo de naipes. Lamentamos con razón
que el deterioro de la enseñanza de las humanidades y las ciencias entorpece el
ejercicio de la racionalidad y el espíritu crítico, pero me temo que el
problema más grave no es la ignorancia, sino la predisposición humana a no
mirar las cosas tal como son si esa mirada contradice las creencias o incomoda
la pura poltronería de quien no está dispuesto a saber ni a cambiar.
La
razón es más frágil de lo que parece. La inteligencia no se extiende por igual
en todas direcciones. Vemos en nosotros mismos que podemos ser en unas cosas
lúcidos y juiciosos y en otras romos o desastrosamente impulsivos. Don Quijote
es un hombre sosegado y sensato hasta el momento en el que se le mencionan los
disparates de la caballería andante. Queremos pensar que la superstición y el
fanatismo religioso son propios de personas ignorantes, pero sabemos de
científicos que pasan sin esfuerzo del rigor experimental al rezo del rosario,
y de ingenieros formados en las mejores universidades alemanas que en
septiembre de 2001 se inmolaron a sí mismos en el nombre de Dios pilotando dos
aviones llenos de pasajeros contra las Torres Gemelas. El conocimiento, a
diferencia de la fe […], no puede ser ‘personalizado y cercano’: las
constelaciones en el cielo nocturno no tratan de ti; la Historia, estudiada en
serio, no le da a nadie alegrías patrióticas; cualquiera que prometa el
paraíso, o el cumplimiento inminente de necesidades y deseos, está mintiendo y
es peligroso; el talento no es gratuito ni instantáneo, ni depende de las ganas
o de la voluntad, y ni siquiera está garantizado por el esfuerzo; no basta
desear algo para poder alcanzarlo; no se puede tener todo, entre otras cosas
porque, como indicó Isaiah Berlin, dos fines igualmente deseables y justos
pueden a veces ser incompatibles entre sí.
[…]
No hay extremismo político ni ceguera ideológica ni pasión narcisista
individual o colectiva que estén dispuestos a aceptar los límites que la
realidad, las leyes naturales y el sentido común imponen a su delirio. Teóricos
universitarios de gran sofisticación y presunto progresismo aseguran que no
existen hechos ni datos objetivos, sino tan solo figuraciones variables,
‘constructos culturales’, por usar la jerga depravada en la que trafican. […]
El enemigo último y verdadero de la ciencia son los poderes económicos,
perfectamente adiestrados en el saber científico y en el dominio de la
tecnología, que compran conciencias, financian campañas, corrompen a dirigentes
políticos y siembran la ignorancia para seguir multiplicando beneficios
inmensos a costa de volver inhabitable este mundo” (Antonio Muñoz Molina).
Salta
pues a la vista que vivimos tiempos de gran confusión y caos -los
contradictores vocacionales dirán que todos lo han sido-, empeorados por el
hecho de que en cada persona conectada desde sus dispositivos a la red hay un
potencial propalador de infundios y desinformación, y de ahí el creciente
bullicio y la imparable pugnacidad que nadie sabe cómo gestionar. Ese
desconocimiento sin solución a la vista, así como -entre muchas otras- las
realidades descritas en la cita, son lo que me lleva a afirmar aquí que
discurrimos por una segunda Edad Media -con el perdón del prístino Medioevo, tan
en paz (por comparación) al menos con el planeta- si bien científica y
tecnológica, que anda por sus albores. Al rigor de los historiadores
corresponde determinar sus orígenes y estudiar a fondo, transcurrido el tiempo
que haya menester, sus implicaciones y pormenores. Que ya aterran.
363.
Qué curioso: que el hombre con que vive Leila Guerriero más que Leila Guerriero
sea quien, gracias a lo que Leila Guerriero escribe de él, se me haya metido
muy dentro del corazón. ¿Qué porcentaje de la humanidad siente y piensa como él
y, como él, vive de conformidad con lo que siente y piensa? Larga vida para
este hombre que, con un puñado de otros Quijotes que no se conocen entre sí,
intentan salvar el mundo y nos redimen al resto de nuestra inoperancia.
364.
Buena falta le hace al periodismo colombiano una Eliane Brum que desenmascare,
con la independencia que otorga el no fungir de militante, el ecologismo de
relumbrón de Gustavo Petro. Quien, como Lula y Helder Barbalho, pontifica en el
exterior sobre la mala salud y el no futuro del planeta mientras que de puertas
para adentro se compra el favor de los taxistas y los motociclistas con
subsidios al combustible y exoneración de peajes, hace como sus antecesores la
vista gorda ante los asesinatos sistemáticos de ambientalistas y ecologistas
auténticos, ninguna medida de relevancia toma frente a la deforestación
imparable de la selva amazónica y el destrozo del Darién y sus alrededores, ni
se baja del avión presidencial que lo pasea de foro en foro, donde aspaventea y
le grita al mundo, el muy tartufo, que se nos acorta la estadía en el planeta
sin que los poderosos hagan nada para evitar la catástrofe. Que el homúnculo se
crea que cumple con su deber poco importa: importa, y mucho, que quienes de
verdad luchan para atajar lo inevitable -lo deseable- se dejen engañar como
párvulos y se sientan representados por estos tres farsantes y otros por el
estilo.
365.
En cambio, entre los escritores de prestigio que escriben en la prensa
colombiana y en cierta prensa extranjera, sí hay los que, con la contundencia y
la claridad de un Antonio Muñoz Molina en ‘Pestilencia del crimen’, denuncian
en sus columnas y artículos precisamente eso, provenga de donde provenga el
hedor. Y no son William Ospina ni Santiago Gamboa ni Julio César Londoño, caso
de que en ellos esté pensando. Son, entre otros que seguramente se me escapan:
Juan Esteban Constaín, Eduardo Escobar, Héctor Abad Faciolince, Piedad Bonnett,
Melba Escobar, Daniel Samper Ospina, Carlos Granés y Juan Gabriel Vásquez.
366.
Leer la Bogotá de hoy -la de Claudia López y sus antecesores de la izquierda,
más ineptos que ella que lo es tanto- a la luz de la teoría de las ventanas
rotas es comprobar que lo planteado en su momento por Wilson y Kelling jamás va
a perder vigencia. Ya no sabe uno si la ciudad que gobernó Mockus, y Peñalosa
en su primera alcaldía, existió o si todo se trata de un par de amables
seudorrecuerdos míos. Hay días en que, caminando por entre tanta basura,
tentado me veo de parar a tres o cuatro turistas-langosta que tan a gusto se
ven por el centro para preguntarles qué placer derivan de visitar un sitio con
este grado de sordidez auditiva, olfativa, táctil pero ante todo visual que,
curiosamente, poco parece incomodar a los videntes de que en ocasiones me
acompaño.
367.
Razones para la misantropía:
“…La
sociedad siempre parece tener clarísima la actitud que deben mantener las
víctimas. Es decir, cuando te sucede algo muy malo, no sólo has de pechar con
ello, sino que además estás obligado a hacerlo con el decoro debido.
Representando tu papel, vaya. A quien padece un cáncer le dicen: ¡optimismo,
optimismo, pensamiento positivo, alegría constante que así es como se vence la
enfermedad! Con lo cual no solo no le permiten al enfermo experimentar sus
naturales e inevitables bajones, sus lágrimas y sus miedos, sino que además lo
culpabilizan de los posibles empeoramientos: es que no te esforzaste, no te
reíste lo suficiente.
A
los viudos (yo lo soy), les piden, les ordenan que lloren en el primer momento
de la viudez, en el tanatorio, en el cementerio, que es justo cuando, agotada
por la agonía cercana, no tienes ni lágrimas. ¡Pero llora, llora, tú llora, no
te preocupes, llora!, jalean. Ahora bien: un par de semanas después, que es
cuando estás empezando a encontrar el camino a tu duelo y tu llanto, todos
vuelven a saber divinamente lo que tienes que hacer: ¡No llores más! ¡Basta de
tristeza! ¡Sal, vete al cine, anímate!
[…]
En fin, por eso hay personas que piden limosna en la calle hincados de
rodillas. Siempre he detestado ese exceso dramático, pero en realidad responden
a lo que cierta sociedad demanda de ellos: se representan de pobres.
En
su libro La sombra de Naipaul, Paul Theroux cita las bellísimas palabras que le
dijo una mujer de 97 años: ‘La pena es pura y es sagrada’. Qué sabio y qué
exacto. Los humanos no sabemos qué hacer con la pena; ni siquiera con la
propia, y desde luego somos catastróficos con la de los demás. Nos asusta el
dolor, lo rechazamos, nos ponemos moralistas, juzgadores, incluso linchadores.
Cuando habría que hacer justo lo contrario: ser empáticos de verdad y respetar
lo sagrado de la pena, es decir, el derecho que tiene cada cual a intentar
sobrellevar su sufrimiento como puede.”
Será
por todo esto que tan bien describes, Rosita entrañable, que tras experimentar
las cada una a su manera dolorosas muertes de mi padre, mi mejor amigo, mi
hija, mi pareja y mi hermana, me declaro alérgico a las puestas en escena en
que los comparsas que poco o nada tienen que ver con el muerto y sus deudos,
aunque no en pocas ocasiones también los deudos, convierten los velorios y los
entierros, en los que tasan el amor que a cada cual lo vinculó al difunto a
partir de los chorros de lágrimas acompañados de hipidos de moribundo o de la
ausencia de una cosa y la otra, sin que sepan o les importe si las lágrimas y
los lamentos responden al dolor genuino de la pérdida o a un remordimiento que
empieza a cavar hondo en una conciencia que acusa. Como yo soy de los segundos,
bien porque antes de aquello ya he llorado hasta la xeroftalmia o bien porque
sé que el dolor represado se va a desmadrar en la próxima borrachera, siempre
salgo mal librado en el pesaje y por tanto con fama de indolente. ¿No te parece
que es como para vomitar sobre aquella generosísima porción de la especie?
368.
Cómo así: entonces Uribe saca pecho y se arroga, entre otros también notables,
el éxito de las muertes de Jojoy y Reyes pero se desvincula, el muy granuja, de
los miles de asesinatos de inermes que el mismo ejército bajo su mando perpetró
entre 2003 y 2008? Qué asco de hijo de puta.
369.
Se pregunta Cecilia Orozco Tascón -quien va camino de convertirse en la Vicky
Dávila del petrismo- en su última columna: “Militares de las capuchas, ¿a quién
obedecen?”; y, con su venia -la de ella-, yo utilizo la pregunta para averiguar
algo que en absoluto la inquieta dado que, como yo, conoce de sobra la
respuesta: “Encapuchados de la ‘primera línea’, ¿a quién obedecen?”.
370.
Que Tola y Maruja eleven a Petro -con su deliciosa mamadera de gallo y sin
ninguna ingenuidad- a poeta en su última columna, vaya y venga. Pero que Piedad
Bonnett se atreva a esta equiparación en la suya, y sin la más mínima traza de
ironía en lo que dice, ¡es como para renegar del gremio… y del oficio: “A
Petro, como a don Quijote, lo impulsan grandes ideales y deseos de cambiar el
mundo, pero su discurso, muy elocuente -como el del sublime loco cervantino- no
solo cae tiro tras tiro en abstractas vaguedades, sino en ligerezas,
confusiones e ingenuidades”! ¿No es, maestro Savater, como para clamar la
sordera ante el tamaño del exabrupto?
O
tal vez sea que Piedad se esté haciendo eco -y yo no me dé por enterado- de un
apunte agudo que estuvo en boga y según el cual “en Colombia, el que no es
poeta es hijuepueta”. Y Petro, el más grande de todos. ¿La prueba? Esto que
lambeculos y desahuciados por la literatura llamaron en su día “verso” pero que
a mí me sonó, en cambio, a la alucinación paroxística de una ‘traba’ o, si
prefieren, de una ‘rascatraba’: “Expandir el virus de la vida por las estrellas
del universo”.
371.
Imposibilitado para juzgar por mí mismo, me veo en la disyuntiva estética y
ética de si creerle al Londoño de ‘Botero, ¿genio o inflación?’ su crítica acre
pero rebajada con una dosis alta de condescendencia, o al Constaín de ‘Los
libros y la vida’ sus elogios al artista antioqueño fallecido recientemente. Lo
único que sé sin ningún género de duda es que si Botero hubiera sido, antes que
pintor y escultor, un aguerrido de la izquierda de la ira Londoño lo habría
emparamado de admiración.
372.
Y estando yo en medio de aquel dilema, me agarra por el brazo Eduardo Escobar y
me zarandea con un artículo que tituló ‘Culebreros mayores’; un texto que, a
diferencia de los otros dos, rehúye las generalidades y se planta en tres o
cuatro singularidades muy bien descritas que me permitieron visualizar, a vuelo
de pájaro, algo de la obra de un colombiano universal de dos que en el mundo
han sido.
373.
La fórmula es muy sencilla: no es sino que reemplacen español por colombiano y
española por colombiana y listo: “…La envidia es el dolor o enojo que produce
el bien ajeno, un vicio, según parece, genuinamente español. Aunque, bien
mirado, lo nuestro no es la envidia, que algunas veces puede provocar una sana
emulación, sino el resentimiento, una de sus facetas más tenebrosas, que
consiste en alegrarse del mal ajeno. Este país viene de una larga pobreza y de
un secular rencor en su lucha a muerte por una miserable sardina, que hoy se
traduce en el resentimiento y en el cabreo político. […] Así es el alma
española puesta a secar como un sucio calzón en un tendedero”.
Me
temo, Manolazo, que le van a llover las demandas por eso que ahora llaman -o a
mí me suena reciente- ‘denominación de origen’. Me cuenta si algo: en esta
familia los leguleyos se dan silvestres en tanto que no existe todo lo demás…
todo lo importante: veterinarios, políticos -por aquello de las influencias-,
médicos, empresarios -por aquello de los puestos-, científicos con alma y
músicos versátiles; ante todo, pianistas, guitarristas y percusionistas.
374.
Yo, que lejos estoy de ser un empleador y ya ni siquiera soy empleado suscribo
completa, estimado Thierry, esta columna suya que tituló ‘Empresarios,
avíspense’: a mí también me agobia lo que puede ocasionar el malquistamiento
sectario de Petro y del petrismo con el sector privado, universidades
incluidas. A propósito: ¿qué estarán pensando, y ojalá debatiendo, tantos
muchachos entusiastas y profesores afines o incondicionales de la izquierda,
que hicieron campaña y votaron por Petro en las pasadas elecciones, ante la
“andanada de ataques estúpidos, hipócritas y fariseos” que sufren sus
instituciones a manos del autodenominado ‘gobierno del cambio’? Triste pero
previsible sería saber que nada, al igual que todos esos empresarios y colegas
de Ways, que callan por cobardía y en la esperanza de que su silencio los torne
incorpóreos frente a la inquina de unos resentidos que -pregúntenselo a los
venezolanos- no se andan con maricadas.
375.
Medioevo Científico y Tecnológico:
“…Quizá
no sea más que el miedo atávico a lo desconocido que nos viene puesto de serie
desde la noche de los tiempos, cuando éramos ratas huyendo de las fauces de los
tiranosaurios.
Sea
como fuere, el caso es que nos estamos viendo arrastrados a una nueva trifulca
sobre el cliché de los sabios locos y los límites del conocimiento. Unos
científicos cultivan un riñón humano rudimentario en embriones de cerdo, lo que
suscita el temor de que algunas células humanas migren al cerebro del animal y
generen un monstruo quimérico. Otros investigadores crean un ratón que lleva en
su cerebro 100.000 neuronas humanas, lo que casi convierte el temor anterior en
una fruslería. La inteligencia artificial inventa un Fary que habla en inglés y
un nuevo género de porno infantil en Almendralejo. Todo esto produce la
impresión de que la ciencia y la tecnología son un peligro gratuito, y suscita
de inmediato el tic favorito de amplias capas de la población, que es
prohibirlo todo. Sería un error garrafal.
Los
biólogos no están construyendo quimeras de cerdo y humano para manufacturar
monstruos, sino para generar órganos que algún día sirvan para trasplantes. Las
100.000 neuronas humanas insertadas en un ratón quieren servirnos para entender
el alzhéimer, y sabe Dios que lo necesitamos desesperadamente. El softman
(hombre blandengue) del Fary suena igual de ridículo en inglés que en el
español original. Y quienes utilizan la IA para desnudar a sus compañeras de
clase son larvas de delincuentes a las que solo una educación lúcida podrá
salvar de la cárcel cuando sean mayores de edad.
[…]
Prohibirlo todo no es una opción, porque causaría más daño del que se pretende
evitar. Necesitamos un análisis inteligente que aparque en casa los calentones
emocionales” (Javier Sampedro).
Salta
pues a la vista que vivimos tiempos de gran confusión y caos -los
contradictores vocacionales dirán que todos lo han sido-, empeorados por el
hecho de que en cada persona conectada desde sus dispositivos a la red hay un
potencial propalador de infundios y desinformación, y de ahí el creciente
bullicio y la imparable pugnacidad que nadie sabe cómo gestionar. Ese
desconocimiento sin solución a la vista, así como -entre muchas otras- la
realidad descrita en la cita, son lo que me lleva a afirmar aquí que
discurrimos por una segunda Edad Media -con el perdón del prístino Medioevo,
tan en paz (por comparación) al menos con el planeta-, si bien científica y
tecnológica, que anda por sus albores. Al rigor de los historiadores
corresponde determinar sus orígenes y estudiar a fondo, transcurrido el tiempo
que haya menester, sus implicaciones y pormenores. Que ya aterran.
376.
Lo reconoce el educador que quise ser: antes que conseguir, primero, que se
aquerenciaran con la literatura para, luego, asistir ojalá a su enviciamiento
sin retorno, dediqué, si cabe, más empeño a, por un lado, vencer la apatía
política de los estudiantes que callaban cuando los alienados de la extrema
izquierda repetían, ahora en clase, los escupitajos ideológicos que oían en las
asambleas estudiantiles y, por otro, a intentar morigerar, mediante la lectura
y los debates que de ella se suscitaban, las pulsiones extemporáneas de
revolución de los anacrónicos. Como lo primero produjo magros resultados y lo
restante aun peores, aquí me tiene, estimado Martín, pensionado a los 49 años y
sin pisar un aula “real” hace lo menos cuatro, leyéndolo a usted y a los demás
del cenáculo, y en el fondo nostálgico de no poder compartir con todos esos
muchachos reflexiones como ésta, que de procesarlas como es debido los harían
tan sabios: “…Las sociedades, en general, no se hacen cargo de lo que hacen:
pocos ejemplos más burdos, más brutos que su relación con los políticos que
encumbran. Como si les llovieran, como si fueran conquistadores en sus caballos
de madera. Porque lo importante es poder echar culpas. Nosotros somos los
buenos, ellos los perversos. En épocas más cristianas, lo mismo decían los
curas del famoso Diablo: todo estaba bien, pero el Malo solía meter la cola y
arruinarlo. La gran diferencia es que estos Malos no estarían ahí si no los
eligiéramos. Su única razón somos nosotros -por presencia o ausencia, acción u
omisión. Así que los políticos, nuestros representantes, se convirtieron en una
raza -una ‘casta’- odiosa y odiada. […] Entonces los pensamos -por qué será-
como personas que usan el pretexto del bien común para conseguir su propio
bien, saciar sus apetitos de famas o dineros, encontrar la mejor forma de
engañarnos. El desprestigio les sirve: gracias a él nos distanciaron de la
política, se la quedaron ellos. Es un recurso cruel, muy eficaz, tan cerca del
suicidio: nos convencieron de que la política es eso -tedioso, retorcido, un
poco hediondo- que hacen los políticos. Y es tanto más. La política es, para
empezar, la única forma conocida de mejorar nuestras vidas, nuestras
relaciones, nuestro modo de estar en el mundo. Pero, para eso, tenemos que
creer que no es esas reyertas y querellas, barullos y chanchullos que ellos
montan en sus despachos y sus restaurantes. Que la política debería ser
reunirse y organizarse para conseguir cosas, desde una buena sanidad hasta la
posibilidad de gobernarnos entre todos o aumentar la frecuencia del tren, desde
una justicia justa y útil hasta la creación de un parque o el fin de los grandes
privilegios. Recordar que la política es mucho más que eso que hacen los
políticos, recuperarla, es la única esperanza de salvarnos. O de empezar, al
menos, a intentarlo” (tan sensato y cierto lo que usted dice, amigo Caparrós,
pero pienso en Uribe y Petro acá, en los Kirchner y Milei allá, y mejor paso a
otra cosa).
377.
Entre las hipocresías del género, dos de las que se me antoja hablar hoy. La de
las mujeres bellas o voluptuosas o bellas y voluptuosas que, conscientes de lo
que las dotaron azar y naturaleza, lo magnifican con el maquillaje y la ropa
indicados -mi abuelita tacharía una cosa y la otra de indecentes- para captarse
más miradas de envidia o deseo pero lo niegan y dicen que detestan que las
importunen los mirones de ambos sexos pues, según ellas, ¡nada como pasar
inadvertidas! Y la de los famosos semicultos, ignorantes supinos o cultos muy
cultos como el que a continuación se dirige, de rebote, a ustedes y al que yo,
admirándolo como lo admiro -tampoco con los que admiro y quiero me lo permito-,
no le habría pedido nunca una dedicatoria de libro o una foto: “El drama de
quienes no nos quieren es mucho más grave que el nuestro, pues tienen que
sentarse a escribir novelas mejores que las nuestras, y ahí se les jode todo.
Yo, por mi parte, estoy hasta los cojones de Gabriel García Márquez, de
lectores noveleros, de admiradores idiotas, de periodistas imbéciles, de amigos
improvisados, y ya me cansé de ser simpático y estoy aprendiendo muy bien el
noble arte de mandar a la gente a la mierda” (y le faltaban, ¡imagínense!,
catorce años para cubrirse de merecida gloria).
¿Que
a los ilustres famosos que se propusieron serlo y a los mujerones o pibones que
muy felices se sienten de su situación les incomodan los gajes de la fama o los
requiebros y requerimientos de los deslumbrados? Sencillo: que los unos emulen
a Pynchon y a Salinger y las otras imiten a doña Catalina de Erauso, y asunto
arreglado.
378.
Venga y le digo una cosa, Lelo: ese porcentaje, ese 24% del total de sacerdotes
católicos que si mal no le capté son los maricas ordenados de la iglesia, a mí
me parece que se queda demasiado corto. ¿No será más bien que ustedes, quiero
decir los homosexuales, son el 76% y el resto los heterosexuales? Ahora: que si
de números se trata, tocaría saber con toda exactitud cuántos maricas y
pederastas y bisexuales con vocación entran en el sacerdocio impelidos por el
horror de sus realidades pulsionales y con la esperanza de salvarse a sí mismos
salvando a otros y cuántos, ya no sólo maricas o pederastas o bisexuales sino
heterosexuales pederastas o heterosexuales a secas se matriculan relamiéndose
por anticipado los bigotes de saber lo que los espera: púberes y adolescentes
de colegios religiosos masculinos, Lolitas púberes y provocativas adolescentes
de colegios religiosos femeninos, grupos juveniles, niños que se preparan para
la primera comunión y la confirmación, maridos y esposas en busca de consuelo,
especímenes de ambos sexos que tienen la sotana -como yo las jardineras- por
fetiche y en fin: la lista es larga y muchas las especificidades. Revise sus
datos y conversamos.
379.
Medioevo Científico y Tecnológico:
“Hace
unos años, por ejemplo, los medios destinaban un discreto rincón a los
horóscopos, donde los profetas de bolsillo (a veces un redactor sin oficio o un
amigo desempleado del jefe de redacción) auguraban el futuro en términos vagos
e inocuos. Ahora algunos reservan grandes espacios a estos pasatiempos y
brindan a los astrólogos un tratamiento digno de físicos nucleares o filósofos
griegos.
Las
conjeturas planetarias de los pitonisos ocupan enormes titulares e invaden ya
terrenos de la política y la economía.
[…]
Las solemnes obviedades de los astrólogos serían solo un chiste sino
constituyeran ingrediente cotidiano de una gran humareda que favorece el
misterio, consolida el oscurantismo, debilita los resortes del sentido racional
y margina el pensamiento crítico, único recurso que nos impide comulgar con
llantas de tractor. Añadan a esa tiniebla las mentiras que circulan por
internet, las creencias seudocientíficas, los intereses comerciales, las
falsedades de las religiones y la antropología engañosa, y atisbarán el nivel
de ignorancia que nos rodea.
(Confieso
que desconfío de ciertos ritos religiosos tribales que parecen más destinados
al turismo que a la exaltación de los ancestros y que resultan tan ineficaces
como recetar contra el covid la devoción por la Virgen de Chiquinquirá).
El
cúmulo de desinformación, embustes e intereses depositados en la mentira
conspira contra el futuro inmediato y lejano del planeta. El reciente desborde
de los elementos naturales (incendios arrasadores, inundaciones que dejan miles
de muertos […], sunamis, huracanes, cosechas agostadas o aguadas, caravanas
hambrientas, súbitas gotas frías) demuestra que acertaban los científicos al
anunciar desde hace años el apocalipsis de la naturaleza.
Y
como el número de los imbéciles es infinito, en vez de rectificar su carrera
hacia el abismo, muchos líderes políticos optan por atacar la ciencia…” (Daniel
Samper Pizano).
Salta
pues a la vista que vivimos tiempos de gran confusión y caos -los
contradictores vocacionales dirán que todos lo han sido-, empeorados por el
hecho de que en cada persona conectada desde sus dispositivos a la red hay un
potencial propalador de infundios y desinformación, y de ahí el creciente
bullicio y la imparable pugnacidad que nadie sabe cómo gestionar. Ese
desconocimiento sin solución a la vista, así como -entre muchas otras- las
realidades descritas en la cita, son lo que me lleva a afirmar aquí que
discurrimos por una Segunda Edad Media -con el perdón del prístino Medioevo,
tan en paz (por comparación) al menos con el planeta- si bien científica y
tecnológica, que anda por sus albores. Al rigor de los historiadores
corresponde determinar sus orígenes y estudiar a fondo, transcurrido el tiempo
que haya menester, sus implicaciones y pormenores. Que ya aterran.
380.
Entre las hipocresías del género, una que me revuelve el estómago: la del
dualismo de nuevo cuño sur global (víctima) norte global (victimario). Como si
por estos lares que hasta ayer no más llamábamos tercer mundo anduviéramos
desde siempre en taparrabos y no supiéramos qué son los combustibles fósiles,
el plástico, el mercurio y demás venenos con que se extrae el oro; los carros y
los aviones, la ropa hiperbarata, los celulares y los computadores, las motos
acuáticas y las motocicletas, el internet y las redes sociales. ¿Que existe la
proporcionalidad en el destrozo del planeta? Como en todo crimen transnacional.
Ah,
pero por otro lado, que no se pierda de vista que la basura tangible que dizque
el sur global no produce la compensa, y con creces, con la bazofia política que
explota la marca: Petro y el petrismo, Cabello y Maduro, Evo y el MAS, López
Obrador, Ortega y Murillo, la esclerótica dictadura cubana, la Kirchner y el
peronismo, Lula y el PT y de ahí hacia arriba hasta llegar a los de veras
importantes por peligrosos: Xi y su dictadura neoliberalsocialista, Kim
Jong-un, la caverna islámica de donde sea, Putin y Lukashenko… Es decir, la
última y más malcarada versión del Eje del Mal. Lástima que la geografía no
tenga el poder ilusorio del lenguaje porque si no, con la velocidad y la
eficacia con que gracias a él acaba de desaparecer el tercer mundo, podríamos
traer de Oriente lo valioso y decente que tiene -Japón, Corea del Sur, Taiwán,
Hong Kong…- y barrer hacia allá toda la inmundicia de Occidente y hasta el
último de sus electores.
381.
Me preguntó un estudiante -espécimen en vías de extinción-, a propósito de un
cuento que leíamos en clase, qué significaba la expresión “ser un caradura”.
Aproveché que la soflama presidencial del martes, 3 de octubre de 2023 en la
plaza de Bolívar estaba por empezar y prendí el televisor del aula, al tiempo
que le daba a la muchachada las indicaciones de lo que debía hacer mientras
durara el trance. Concluido aquello, apagué el aparato y le pregunté al
preguntador si ahora sí le quedaba claro. Como su duda y el mutismo de los
demás persistían, les pregunté qué padres y madres colombianos que por culpa de
la violencia hubieran perdido a uno o a varios hijos se estarían sintiendo en
esos momentos indignados tras escuchar al presidente. Por fin, una indecisa
pidió la palabra para decir que no sólo las madres y los padres sino los
familiares y los amigos de las víctimas de las guerrillas.
Pensé
dejarlo ahí pero sentí que era mi responsabilidad ampliarles un poco el
panorama diciéndoles que así como el homúnculo jamás mencionó los horrores que
él y demás (¿ex?) terroristas perpetraron en nombre de su lucha infame, tampoco
hizo la menor alusión a los de sus correligionarios en tantas partes y
momentos: franquismo y nazismo hasta en la sopa y completa obliteración del
estalinismo y el castrismo, verbigracia. De tarea, los puse a contar las veces
en que el (¿ex?) chusmero pronunció la palabra ‘verdat’ en esta última versión
de su discurso del odio.
Y
me desperté, con una certidumbre desasosegadora enseñoreándose de todo: si
Colombia vuelve a experimentar -tal vez ya mismo esté ocurriendo- un nuevo
paroxismo de la guerra cainita que a trechos pierde reciedumbre -sólo eso-,
gran parte de la culpa habrá que endilgársela a este individuo de verbo
irresponsable al lado del cual Uribe, el incendiario propiciador de los ‘falsos
positivos’, parece hoy el más sensato y pacífico de los políticos. Y por
supuesto que también a los jaleadores y votantes de uno -de los unos- y de otro
-de los otros-.
382.
¿Te parece si te cito y, a renglón seguido, te parafraseo?: “Pero dentro de mi
cabeza hay siempre una voz que dice ‘¡Sáquenme de aquí!’, y otra que dice lo
contrario: ‘Quiero que esto dure para siempre’. […] ¿Dejar de pensar? ¿Existe
un horror más grande que ese? Porque hay que estar loco para obtener lo que se
desea. Porque lo que más se desea -en mi caso, cesar- es lo que más nos
espanta”.
Dentro
de mi cabeza hay siempre una voz que dice “¡Sáquenme de aquí!”, y esa misma,
que apremia: “¿Pero es que acaso esto va a durar para siempre?”. […] ¿Dejar de
pensar? ¿Existe un prodigio más grande que ese cuando es la muerte la que lo
propicia y un horror peor cuando lo que ocasiona el caos del deterioro es un
ictus hemorrágico, o una desgracia por el estilo? Y hay que estar loco o ser
demasiado cobarde para no hacer lo que se desea. Y lo que más se desea -en mi
caso, cesar- es, de entre mis fijaciones, la que con mayor virulencia me
apremia.
383.
A que no adivinan a quién, hablando de la Ucrania invadida y asolada por los
que ya sabemos, se le disparó del albañal que tiene por boca esta miseria del
corazón: “Ese país está plagado de minas y ya no se puede ni pisar. Se le
reventaron las cosechas. Una corrupción rampante hace que esté tambaleando ya
Zelenski, que fue el héroe que promovieron los Estados Unidos”.
Si
usted es de los que al rompe dijo o se dijo que William Ospina, o Santiago
Gamboa, o Julio César Londoño, o Wilson Sáenz, pues piensa que una mezquindad
de tal magnitud sólo cabe en un corazón masculino, se equivoca porque quien así
siente es una mujer. ¿No adivinan quién? Les doy una pista: no es ninguna de
las fulanas que comparten lecho y crímenes con los tiranos (y sus remedos) del sur
global; tampoco ninguna votante incondicional de Trump, Bolsonaro o Bukele.
¿Que Clara López Obregón? Como diría Javier Fernández Franco, ¡qué palazo!
Para
no alargar la cuestión innecesariamente, les cuento que de Jacinda Ardern,
quien en materia de ética y moral se halla a una distancia sideral de la
citada, aprendí el poder -simbólico en este caso- que entraña sepultar bajo
toneladas de anonimato las identidades de los malditos. Pronuncien ustedes, si
les place, su nombre infame.
384.
Les propongo a mis colegas y a todos sus estudiantes que dejemos de pensar en
reformas educativas inocuas en el mejor de los casos y en el peor
perjudiciales, y hagamos algo tan sencillo como eficaz. Escuchemos, cada quien
con sus alumnos y ojalá en la intimidad del aula, cada nueva alocución
presidencial de Petro y contrarrestemos su ensalada de mentiras completas,
verdades a medias, sesgos de confirmación, subjetividades, inexactitudes de
todo tipo, silencios cómplices, acusaciones temerarias y, antes que nada,
desvaríos seudocientíficos leyendo a continuación reflexiones argumentadas de
fuentes de probada autoridad, como ésta que les traigo a manera de ejemplo:
“…Después
del origen, que es especulativo, vinieron miles de millones de años de
mantenimiento de la vida en la Tierra, con el Sol como fuente de energía. Se
desarrollaron algas y plantas con maravillosas antenas que captan la energía de
la luz y la transfieren a enlaces químicoxs. Surgieron otros seres vivos, no
capaces de captar directamente la energía solar, pero que lo hacían
indirectamente comiéndose las plantas, y los unos a los otros.
Gran
parte de esa energía solar se guardó en inmensos bosques enterrados en el
subsuelo y que con el tiempo se transformaron en fósiles: carbón, petróleo y
gas. Los humanos, que surgimos muy recientemente en la larga cadena evolutiva,
sobrevivimos unos 300.000 años, duramente, obteniendo energía de la caza, la
pesca y la colección de frutas y raíces. Los últimos años aprendimos a usar la
energía contenida en la madera y en algunos de esos fósiles, y mucho más
recientemente esa energía le permitió a la especie desarrollarse de una manera
que no tiene precedentes en la historia de la Tierra.
Es
muy claro que esta humanidad, tan creativa, solo podrá continuar existiendo si
logra diseñar una forma inteligente de aprovechar la energía que llega del Sol,
la que está acumulada acá y la que pueda producir por medios sofisticados que
se invente. Usar energía no es un crimen, es la condición sine qua non para
vivir” (llegados a este punto, hagan que los muchachos reparen en el mensaje
digamos velado pero con destinatario corpóreo -aunque carente de orejas- con
que el científico concluye su reflexión): “Si queremos ser ‘potencia mundial de
la vida’, tenemos que ser también ‘potencia mundial de la energía’. Vida sin
energía es una contradicción en los términos.”
Si
a mis cuarenta y nueve años de edad yo aprendí lo que aprendí de este mero
artículo -toda una cátedra magistral para legos vergonzantes en ciencia, como
quien habla-, ¿se imaginan ustedes lo que pueden aprender sobre éste y otros
asuntos nuestros estudiantes, aparte de muchas enseñanzas impagables que de un
ejercicio de contraste como el que propongo se desprenden: el esfuerzo que
conllevan debatir y argumentar frente a la simple especulación, el pensamiento
crítico y científico frente al mágico, el fatalismo o el optimismo a ultranza
del desinformado frente a las propuestas de solución viables y fundadas de los expertos
y sigan ustedes?
Adenda:
definitivamente, hay que ser muy ingenuo o muy fanático militante para creer
que del cerebro sectario y tórrido de un gobernante como este que padecemos
puede surgir nada objetivo y de valía, y menos la reforma educativa que
Colombia necesita. Reforma que deberá centrarse -entre muchos otros asuntos- en
el cumplimiento riguroso de los deberes, el apego a la realidad fáctica y el
respeto por la democracia con sus pesos y contrapesos, valores que para el
Petro devenido en presidente pasaron a ser meras zalamerías de señoritos.
385.
¿Qué se le agrega a la completitud?: “Tal vez los seres humanos somos un solo
animal multicolor que un día tiembla de miedo de ser nada y otro se entrega a
hinchar el orgullo”.
¿Cree
usted, hermano, que además de los argentinos existan sociedades en las que los
dos complejos se alternen y se disputen el cetro, sin solución de continuidad?
Por personas no le pregunto porque muy bien me conozco.
386.
Dice Shakespeare que “aquello que llamamos rosa olería igual de dulce si
tuviera otro nombre”, y yo, que soy un esclavo de lo que me suena eufónico, me
lo quedo pensando detenidamente. ¿Por qué la misma mujer que me gusta o me
fascina pierde atractivo si en lugar de llamarse Daniela o Viviana o Juanita o
Mafe o Mapi o Majo se llama Teresa o Julia o Miriam o Lupe o Vero o Beti? ¿Y
por qué los nombres Jenny y Jeimy y Gina y Gineth me saben a sexo sucio y
delicioso a diferencia por ejemplo de Paula y Sofía y Carla y Sara, que evocan
el amor bonito y un poco soso que se hace con la novia? O en terrenos menos
espinosos, ¿por qué a alguien como yo que no he visto a ninguno de los dos, el
bellísimo sustantivo libélula lo hace fantasear con una criatura más hermosa
que el colibrí, que sé que la supera? ¿Y por qué, si se me concediera cumplir
uno de dos sueños que aún conservo, establecería el siguiente orden de
prelación en mi anhelo de conocer fieras por medio del tacto y el olfato:
leopardo, jaguar, guepardo, león, pantera y tigre si, total, daría lo que tengo
y más por sentir a los seis en el orden que sea? De modo que no: no logro
coincidir con el genio pese a ser del todo cierto lo que afirma.
387.
¿Que los humanos “siempre se levantarán en contra de la esclavitud; nunca
dejarán que los traten como hormigas obreras” afirma usted, maestro? ¿Y yo cómo
le hago para explicarle a un grupo ficticio de estudiantes la mar de
inteligentes y contestatarios, aparte de bien informados que, no bien leyeron
este colofón de capítulo, pidieron con ansiedad la palabra para recordarme a
los chinos, los norcoreanos, los saudíes, los sirios, los rusos, los
bielorrusos, los cubanos, los nicaragüenses y los venezolanos que hoy viven
sometidos y postrados ante quienes los gobiernan con más, o menos, mano de
hierro pese a constituir ellos la mayoría? Menos mal me acordé a tiempo de
Zelenski, los ucranios de bien y los gobiernos que les ayudan en su lucha a
muerte contra los fascistas que los invaden y los bellacos (¿les suena una tal
Laura Restrepo?) que abierta o solapadamente celebran al invasor porque le
cuento que la muchachada me tenía ya contra las cuerdas.
388.
Se me ocurre que si se les preguntara a los indicados cuál es para ellos, de
entre las artes, el arte por excelencia, respuestas habría de muchas clases y
tenores. Pero mucho me temo que muy pocos dirían lo que yo afirmo y sostengo
tras leer esta perla suya, capaz de un prodigio que ni la ciencia más avanzada:
“En términos comparativos: si una célula humana (de entre billones), una ameba
solitaria o un alga fueran el equivalente de una pequeña ciudad, una bacteria o
arquea serían del tamaño de un campo de fútbol y un virus del tamaño de un
balón”. Y lo que yo afirmo y sostengo gracias a Wilson es que la enseñanza es
el arte por excelencia. ¿Habrían sido -les pregunto- Cervantes, Beethoven,
Rodin, Shakespeare, Mapplethorpe, Leonardo o aun Messi con todo y su genialidad
los genios que fueron al margen de la enseñanza que recibieron?
Cuando
un educador logra que se obre un milagro (por ejemplo, el de que un ciego de
nacimiento consiga visualizar lo que ni siquiera el ojo humano al desnudo puede),
es porque a la persona que instruye cualquier sustantivo distinto de artista le
queda debiendo.
389.
En todo negacionista de la crisis climática y ambiental del planeta reside, sin
que importe que se trate de un Trump o de un Savater, un ingenuo a fin de
cuentas que confunde a los de su especie con extremófilos.
390.
Creo que fue en un taller literario, cuando cursaba la maestría en la
Javeriana, donde aprendí de un profesor de grata recordación el adjetivo
“holístico”, con cuyo significado me peleé como con la frase-entelequia
“defensor de los derechos humanos”. Y, escéptico, lo puse en remojo a la espera
de que algún día la buena suerte a secas o la buena suerte de una serendipia me
permitieran rescatarlo de allí para usarlo sin cargos de conciencia. Y el
momento llegó: lean, para que comprendan a qué me refiero, el décimo capítulo
de ‘El sentido de la existencia humana’. Claro que si hacen no más eso y no
leen y releen el libro completo, se van a quedar sin participar del parto
extraordinario de una inteligencia humana y holística como pocas conozco.
391.
Si -como escribió un amigo el otro día- “cualquier generalización es una gran
injusticia” puesto que “la vida está hecha exclusivamente de detalles
particulares”, la que desarrolla Santiago Gamboa en un artículo de El
Espectador que tituló ‘Ser millonarios’ es, amén de injusta, …: ojéenla para
que la adjetiven, que a mí me da jartera. Lo que sí quiero decir es que este
pobre man, tan leído y viajado según dice que es, malgastó gasolina y pasó
páginas en vano y la prueba son su sectarismo político y la ramplonería de no
pocas de sus opiniones. ¿Leerle una novela? ¡Prefiero un guayabo, y de los con
tusa culpable!
392.
Me ocurrió, hace unos años en una época en la que andaba leyendo la trilogía de
Stieg Larsson, algo que me asombró por el modo manifiesto en que ocasionalmente
el azar hace que coincidan la realidad y la ficción.
Sufrió
un tío esquizofrénico una crisis que requería hospitalización, y lo llevamos a
un chuzo infecto de Bogotá llamado Retornar, cuyo nombre-promesa es (lo era
entonces y dudo que no lo siga siendo) tan mentiroso como falsa la misión de
todo el personal: desde los especialistas hasta el portero, que cumpliendo
servilmente la orden de sus superiores, encerró bajo llave a mi mamá para
forzarla a pagar una cifra desproporcionada que se sacaron de la chistera
dizque por el tratamiento y la alimentación que mi tío supuestamente recibió.
El caso es que, después de leer Millennium por la mañana y visitarlo a él por
la tarde durante tres semanas, de sufrir por Salander y darme por notificado in
situ de lo que son capaces la ausencia de vocación y de ética y la falta total
de escrúpulos, llegué a la conclusión de que al menos en aquel sitio de
pesadilla para los enfermos y sus familiares, no trabajaba ningún Anders
Jonasson sino sólo versiones indistinguibles del Peter Teleborian original.
Escribo esto y se me mojan de impotencia y dolor los ojos por los loquitos y los
que, de no ser por la droga psiquiátrica que tomamos…
393.
Hace tal vez un par de semanas, no recuerdo en cuál de los noticieros
internacionales que a diario oigo, me sorprendió -es un decir porque en
absoluto- el reclamo airado de una mujer que con sus hijos y marido huía de
Nagorno Karabaj a Armenia, forzados por la última arremetida de Azerbaiyán en
aquel territorio en disputa. Y mientras la oía cuestionarle al mundo la total
indiferencia frente al sufrimiento suyo y el de sus “compatriotas”, me preguntaba
y me habría gustado preguntarle si de casualidad sabía dónde quedaba Ucrania,
qué estaba ocurriendo allí y qué palabras de aliento y solidaridad habían
recibido de sus labios los ucranios invadidos y cercados y bombardeados por
Putin y sus asesinos.
Días
después, perpetra Hamas su más despiadada matazón terrorista en suelo israelí y
entonces es el Estado de Israel (que como la señora de Nagorno Karabaj se ha
mantenido indiferente -en política, la neutralidad es por lo común aquiescencia
de alta pureza- frente a la invasión de Rusia, su homóloga) el que sale a
exigirle al mundo entero que se pronuncie de modo inapelable a su favor y en
contra de los terroristas, lo que supone un cheque en blanco para que se le
permita ejercer a su vez y con la excusa de su derecho a defenderse el terror
de Estado que con total impunidad ejerce desde antiguo, no sólo contra los
bárbaros que los atacan, sino contra civiles de todas las edades y por completo
inermes frente al poderío de sus “Fuerzas de Defensa”. ¿Que en el fondo se lo
merecen por no oponerse al terror de los terroristas, se dirán para
autoabsolverse? Pues otro tanto se puede decir de los civiles de Israel y de
los judíos que viven en el exterior, que salvo honrosísimas excepciones tampoco
les exigen a sus dirigentes la única solución viable para que se pueda hablar
de paz: la consolidación de dos Estados con todas las garantías.
¿De
qué lado estoy, entonces, en este conflicto político y religioso tan hábilmente
explotado por los ultra ortodoxos extremistas de un lado y por el extremismo de
la caverna ultrafanática del otro? Sin pensármelo dos veces y hasta que la
realidad cambie, del lado de los que, por hallarse en franca desventaja frente
al que ocupa y oprime y asfixia, no tienen en sus manos prácticamente ningún
margen de acción para solucionar nada como no sea la posibilidad de oponerse
con convicción y determinación a Hamas y otros bárbaros palestinos. Pero no va
a ser bombardeando a los civiles y dejándolos a oscuras y matándolos de hambre
a fuerza de bloqueos y destruyéndoles las viviendas y condenándolos a la
desesperación como Israel va a lograr que eso ocurra. ¿Que dan de baja a mil, a
diez mil terroristas en esta guerra? ¡Dos mil, veinte mil voluntarios habrá que
por odio reemplacen a los muertos y el círculo vicioso de la violencia y el
rencor mutuo no habrá hecho más que eternizarse!
394.
Si mañana, lo que me parece bastante previsible, Ucrania pierde la guerra a que
la condujo la Rusia invasora y fascista de Putin y su cohorte de bandidos de
resultas de que las potencias que todavía hoy la respaldan se cansan y la
abandonan a su suerte, sobrarán los ucranios antaño de bien que, movidos por un
odio y un resentimiento del todo comprensibles, se tornen terroristas y ataquen
con sevicia la Crimea y demás regiones usurpadas. Ahora: en el supuesto de que
para cuando aquello ocurra -si es que ocurre- los Estados Unidos siguen
prevaleciendo como potencia, ¿le van a dar patente de corso también al gobierno
ruso de turno para que acabe hasta con el nido de la perra en el país al que
antecesores suyos en el poder desmembraron, invadieron y arrasaron como les
vino en gana? Pues desde ya les digo, si una felonía tal perpetraran, que los
que lo hagan son una panda de hijueputas, no de la talla de un Putin, un Medvédev
o un Cirilo de Satán, aunque hijueputas a fin de cuentas.
395.
Pensamiento crítico y coherencia política, los de los que hoy le agradecen a
los Estados Unidos de Biden su apoyo generoso a Zelenski, Ucrania y los
ucranios pero condenan sin atenuantes la carta blanca que le acaba de tender a
Israel para que acabe hasta con el nido de la perra en la Palestina que ocupa y
asfixia y sojuzga desde antiguo. Lo de los que abogan por Palestina y los
Palestinos pero respaldan los crímenes de lesa humanidad que perpetra el
Kremlin en Ucrania, y lo de los que condenan al Kremlin y respaldan al invadido
pero suscriben el terrorismo de Estado de Israel en contra de los palestinos
inermes son las dos caras de una misma moneda, que ustedes pueden bautizar con
el calificativo que quieran. El mío es, por decir cualquier cosa de muchas
posibles, madurobidenismo.
396.
Escribí hace unos años en un cuaderno de bitácora: He estado pensando mientras
leo la trilogía de Larsson que Blomkvist se me asemeja a Daniel Coronell y
Millennium a Semana.
Las
vueltas que da la vida: hoy, Semana es la antítesis de lo que fue y si bien
Coronell sigue siendo el periodista serio e incisivo que muchos admiran y otros
tantos aborrecen, al lector que soy de sus columnas lo tiene bastante
desconcertado -decepcionado- la asimetría en materia de investigación y de
denuncia en relación con los escándalos y desaguisados de la campaña y el
desgobierno de Gustavo Petro, si se las compara con las que sin tregua adelanta
y publica en contra de Uribe, el uribismo y todo lo que corrompen y han
corrompido. Para la prueba, un botón: remítanse a lo que Daniel publicó durante
la primera campaña a la presidencia y los primeros catorce meses de Uribe en el
cargo, durante la campaña de reelección y los primeros catorce meses de su
segundo gobierno y durante la campaña presidencial de Duque seguida por sus
primeros catorce meses en la Casa de Nariño y cotejen todo aquello con lo
correspondiente a lo de la “Colombia Humana” para que saquen conclusiones.
Silencios cómplices y parcialidad muchos, aunque, eso sí, jamás comparables a
los del todo descarados de su colega Cecilia Orozco Tascón, la Vicky Dávila del
Petrismo.
397.
Si yo fuera el profesor de un adolescente de cualquiera de los dos sexos que un
buen día me comenta que le gustaría no volver al colegio para quedarse leyendo en
casa e informándose y educándose con la DW, lo aplaudiría enérgicamente y le
recomendaría, a manera de complemento de su plan autónomo de estudios: Saber y
Ganar, El Cazador e Informe Semanal en Televisión Española; La Luciérnaga en
Caracol Radio y Los Informantes en el Canal Caracol; los conciertos de las
orquestas Filarmónica de Bogotá, Sinfónica Nacional de Colombia y Nueva
Filarmonía en el auditorio que sea, entre otras maravillas que se me vengan a
la cabeza.
398.
A que no adivinan la distancia que media entre Gustavo Petro Urrego y Lee Kuan
Yew. ¿No? ¿En serio? Cuando menos, la abismal que va del dicho al hecho.
399.
Como a lo que invitan los científicos es a dudar y a indagar, le formulo a
cualquiera de los que admiro (ante la imposibilidad de preguntárselo
directamente a Edward Osborne Wilson) la siguiente pregunta, que constituye
quizá mi único gran escepticismo por lo que a ciencias se refiere.
Partiendo
del hecho de que el sustantivo ‘evolución’ implica continuidad e imposibilidad
de interrupción ninguna, ¿cómo se explica que en un momento dado los simios
africanos que devinieron humanos no lo hubieran seguido haciendo y que, por
tanto, se pueda hablar de una ‘escisión’, sustantivo que contradice de todo
punto el sentido de lo que evoluciona? Es más: si todas las especies del
planeta somos el resultado de la evolución, ¿qué justifica entonces que el Homo
sapiens sea el último eslabón de una cadena que debería tener infinitos
eslabones?
Les
pido de antemano comprensión por mi ignorancia y claridad en la respuesta.
400.
Y otra, pero retórica: ¿por qué mira el mono parlanchín -al que ustedes los
científicos llaman, con total indulgencia, dizque Homo sapiens- “por encima del
hombro” a los simios de que desciende (óigase bien: des-cien-de), a las ratas
topo y ni qué decir tiene que también a las, de momento, catorce especies de
insectos que con él componen “los”, de momento, “veinte triunfadores de la
organización social”? ¿Por qué resultó tan sobrador y chicanero aqueste pobre
diablo de pene o vagina? Por cierto, otro día los vuelvo a importunar para
preguntarles qué piensan de unes loquites que se autodenominan dizque “no
binarios”, tal que si no mearan, se masturbaran y fornicaran mediante y gracias
a una u otra cosa.
401.
Mamado de que me corcharan nueve de cada diez veces, opté hace un tiempo por
responderles a los importunos que sin falta, antes de decir cualquier hondura o
babosada del libro que sea del autor que sea, preguntan. ¿Y a ti cómo te
pareció ‘Los que vigilan desde el tiempo’? (los del todo imbéciles); o ¿y a ti
cómo te pareció ‘Los que vigilan desde el tiempo’ de Lovecraft? (los un poco
menos imbéciles); o ¿y qué has leído de Lovecraft? (los imbéciles a secas); o
¿has oído hablar de Lovecraft? (los imbéciles compasivos). Ah, lo que les
respondo a los dos primeros pesados con te de tetero es siempre igual: Puede
que un prodigio, puede que una insustancialidad, puede que un bodrio. ¿Y a
usted? Mientras que al tercero: Puede que todo, puede que algo, puede que nada.
¿Por qué? Con el cuarto, lo reconozco, hago lo que mi gata con el ratón bebé
con que esta mañana volvió anticipadamente a casa de su excursión diaria:
divertirme con sevicia.
De los
cuatro me encanta la cara de patidifusos que ponen y que, en el caso del
cuarto, cuando resulta ser un tonto con atenuantes, se mezcla con el rubor de
la inquina del que descubre demasiado tarde que se lo estaban gozando.
402.
Llegó de España la semana pasada una amiga que vive allá desde hace dos años, y
me llamó para que nos tomáramos “unas polas, pero en la cantina de Lucio y
Marcela”. Como los borrachos no nos hacemos rogar, a veces ni estando en la
inmunda, pues le dije que listo, que a qué hora. Las primeras cuatro cervezas
transcurrieron agradables, entre recuerdos mutuos de tiempos que yo añoro más
que ella, para quien su presente en España lo es todo.
Ya se
podrán imaginar ustedes lo que es oírle sus deslumbramientos a un
tercermundista vergonzante y por tanto instalado en el primero, que regresa de
vacaciones a casa -es un decir- cargado de noticias imposibles para los que por
desidia -mi amiga habla de mediocridad- no empacamos la maleta. Que los
políticos y la política españoles y europeos no sé qué, que la sociedad y la
educación europeas y españolas no sé cuánto.
Borracho
perdido, mitad por las cantidades que libaba para no perder la cabeza, mitad
por el torrente de quien amenazaba con hacerme perder la cabeza, me paré para
ir por primera vez al baño, respiré hondo mientras meaba, pagué de regreso la
cuenta; esgrimiendo un compromiso inexistente, me despedí para siempre de mi
amiga y, antes de retirarme, le recomendé encarecidamente que leyera ‘Vayamos
por partes’ en El País de España. Nada de qué sorprenderse: en su vida había
oído el nombre -para mí entrañable- Rosa Montero. Tampoco el del periódico.
403.
Jugada maestra, la del ‘gobierno del cambio’… para pior y ‘potencia mundial de
la vida’… licenciosa. ¡Un millón de pesos -prácticamente el monto de mi mesada
pensional tras haberme partido el lomo durante más de dos décadas- para larvas
de delincuente y delincuentes en toda regla, dizque para disputárselos al crimen
organizado! ¿Plata para la salud, para la pobre gente de bien que aspira a
montar un negocio a fin de no depender del asistencialismo, para los muchachos
que de veras sueñan con estudiar en una universidad pública o privada donde
puedan seguir la carrera que sienten su vocación, para financiar el deporte
recreativo y el de alto rendimiento, para la ciencia y la investigación
científica? ¿Dialogar con los empresarios, con la oposición decente, con los
críticos de a pie que nada tienen que ver con ella y mucho menos con la otra?:
¡nanay cucas! Platica, la que haga falta, para la ojalá cada día más nutrida
‘primera línea’ y concesiones, las que hagan falta, para los (¿ex?) camaradas
chusmeros.
¿Que
Uribe creó y prohijó a las ‘convivir’? Váyanle buscando entonces nombre a este
otro engendro con denominación de origen, porque ‘primera línea’ no dice nada.
Tampoco ‘milicia bolivariana’ pues, a más de poco original, la copia podría
suscitarles alguna molestia a los compadres chavistas. Les cuento si se me ocurre
algo… Claro: antes de que me ocurra algo.
404. No,
maestro Savater, no se burle usted mirando esta foto; no se burle porque de
imbécil no tiene usted un pelo. O búrlese, si quiere, pero reconociendo que se
da el lujo de mostrarse cínico frente a una realidad de la que se sabe a salvo
gracias a la muerte, que como a mí le respira en la nuca:
“Hace
décadas que los indígenas y los científicos del clima advierten de los impactos
del calentamiento global. La mayoría no escucha. En 2023, los fenómenos extremos
han afectado -y siguen afectando- a vastas zonas de la casa-planeta. Ya no se
puede negar, pero la mayoría sigue negándolo. Y una vez más, como en la
pandemia de covid-19, dan al horror el nombre de ‘nueva normalidad’. Ahora la
nueva normalidad serían inundaciones o sequías extremas, ciclones y olas de
calor.
Pero la
nueva normalidad es la misma vieja alienación. Solo una especie muy deformada
por el capitalismo sería capaz de convivir con las escenas de agonía extrema de
la Amazonia, los manatíes tendidos en la playa boca arriba, y seguir durmiendo
por la noche ‘porque ahora es así’. Al convertir la naturaleza en mercancía,
condenamos a la mayoría de los no humanos. Y ahora están muriendo a cientos,
algunas especies a miles. Y solo con mucha desconexión se puede encontrar
normalidad mientras las hileras de muertos se multiplican en el lecho de lo que
un día fue un río…”.
¿Qué
diferencia, cabe preguntarse, el negacionismo de la crisis climática de un
imbécil a la par que cínico tipo Trump del cínico negacionismo del filósofo? A
todos los efectos prácticos, nada los diferencia salvo la tristeza de saber que
algunos de nuestros estudiantes y quizá un hijo leyeron, a instancias nuestras,
‘Ética para Amador’ o cualquier otro título sobre la materia firmado por
Savater.
405. Leo
en El País de España un artículo que Martín Caparrós tituló ‘La palabra
creación’ y, tras exclamar para mis adentros ¡…!, doy en recordar a un número
indeterminado de ex colegas que opinaban, con la convicción de quien repite un
axioma, que jamás se debería hablar en clase de sexo, de política y muchísimo
menos de religión pues ese tipo de discusiones lo único que generaban era
discordias entre los “docentes” y el “alumnado”. En vista de mi mutismo
sonriente -muy pronto aprendí a darme por vencido de antemano-, algunos me
preguntaban que yo qué pensaba. Lo que pensaba y pienso sobre el particular tal
vez lo recuerde un puñado de quienes coincidieron un día conmigo en el aula.
Una cosa
tengo clara -más clara incluso que el axioma del ‘docentado-: si hoy -octubre
de 2023- tuviera la dicha de estar preparando mis clases de la semana o del mes
entrante, tendría elegidos autor y lectura.
406.
Pero venga, Martín, venga que le tengo que hacer un aporte y una pregunta sobre
esta columna suya, que desde ya es para mí otra mejor columna de 2023:
“…¿Cuánto
de lo que ‘sabemos’ con la misma certeza con que nuestros choznos sabían que el
Creador los había creado -o que se morían por un desequilibrio de sus cuatro
humores o que la Tierra era realmente plana- es tan endeble como aquello?
¿Cuánta más evidencia de la falsificación necesitamos para dudar de casi todo?
¿Qué otras ideas que nos parecen indudables deberíamos poner ya mismo en duda?
Nos toca
crear un mundo donde no haya creación: donde no haya discursos intocables,
donde no haya, por supuesto, hogueras o repudios para los que los tocan, donde
no haya avivados que se aprovechan de esos dogmas para juntar poder, lascivia y
sonrisitas. Nos toca, al fin y al cabo, mal que nos pese, armar un mundo donde
la palabra creación tenga un solo sentido.”
Qué
otras ideas que nos parecen indudables deberíamos poner ya mismo en duda. Pues
una que suscribe prácticamente todo el mundo: somos más los buenos. Estribillo
que, si uno se fija, engendra o al menos se relaciona muy de cerca con aquello
tan quebradizo de la humanidad perfectible.
Y lo del
último párrafo, ¿va del todo en serio? Si sí, ¿cómo se las arregla para que
tanta lucidez aún no le haya secado hasta la última gota de esperanza?
407.
Medioevo científico y tecnológico:
“…El
problema de buena parte de las discusiones hoy, sobre todo las discusiones
políticas, es que la gente, la mayoría de la gente, ya tiene una serie de
convicciones y verdades reveladas e inamovibles que es muy difícil, yo diría que
imposible, que otro pueda modificar o cuestionar, hacerlas pasar por el cedazo
de la crítica y la observación. Y no son solo los fanáticos de siempre, no:
también muchas personas que parecían o eran sensatas militan hoy en una horda.
Victor Klemperer,
un brillante filólogo que documentó como nadie el surgimiento y el ascenso del
nazismo, explicaba que llega un punto en el que las ideas dejan de serlo y se
vuelven creencias y supersticiones, dogmas a los que las masas -y no solo las
masas- se aferran porque les importa más su validez abstracta y milagrosa que
sus verdaderos efectos en la vida en sociedad. Esa es la esencia del
totalitarismo, decía Klemperer: la enajenación y la credulidad.
Ese fue
el caldo de cultivo de los horrores que las dictaduras de izquierda y de
derecha lograron imponer hace cien años: la adulteración o la abierta supresión
de la realidad; la adhesión irracional y ciega de sus seguidores a una serie de
principios que muy pronto se volvía un pretexto, una justificación obscena y
vergonzosa de los peores atropellos. Pero nada importaba ya, solo tener y
conservar el poder.
Y lo
increíble es que ese estado de descomposición social de hace un siglo va a
parecer casi un chiste con lo que ha venido pasando, desde hace un tiempo, con
las redes sociales y su poder y su influencia en todos los órdenes de la vida y
la cultura, en la definición misma de lo que es nuestra época. Porque allí, en
ese espacio, se acabó el consenso de la realidad, lo que más o menos se llamó
así durante siglos o milenios.
La
realidad es hoy una opinión caprichosa y arbitraria: lo que cada quien hace de
ella y acomoda a sus prejuicios y delirios, con el agravante, inédito en la
historia, de que una turba de orates iguales o peores está ahí lista, de
inmediato, para aplaudir y defender aun aquello que las evidencias objetan y
niegan. Es más: cuanto más absurda sea hoy una idea, más defensores a ultranza
puede llegar a tener.
No creo
que esa situación catastrófica tenga solución en el mediano plazo, para nada. Y
los espíritus totalitarios, a la izquierda y a la derecha, lo saben bien. A
ellos les conviene, esa es la fuente de su poder” (Juan Esteban Constaín).
Salta
pues a la vista que vivimos tiempos de gran confusión y caos -los
contradictores vocacionales dirán que todos lo han sido-, empeorados por el
hecho de que en cada persona conectada desde sus dispositivos a la red hay un
potencial propalador de infundios y desinformación, y de ahí el creciente
bullicio y la imparable pugnacidad que nadie sabe cómo gestionar. Ese
desconocimiento sin solución a la vista, así como -entre muchas otras- la
realidad descrita en la cita, son lo que me lleva a afirmar aquí que
discurrimos por una Segunda Edad Media -con el perdón del prístino Medioevo,
tan en paz (por comparación) al menos con el planeta- si bien científica y
tecnológica, que anda por sus albores. Al rigor de los historiadores
corresponde determinar sus orígenes y estudiar a fondo, transcurrido el tiempo
que haya menester, sus implicaciones y pormenores. Que ya aterran.
408.
Ocioso que soy, se me ocurrió el otro día hacer un experimento con mi pobre
Tita.
La mandé
de vacaciones inconsultas, cual si de un muchachito estorboso se tratara,
primero a casa de unos familiares fanáticos del cristianismo, y luego adonde un
tío materno que, con su mujer y sus dos hijas, milita en la horda petrista.
Háganse cargo de mi desilusión: la gata volvió a mí enfurruñada y hostil, pero
igual de escéptica y descreída o aun más. Me pregunté entonces por qué, si una
buena definición del adjetivo racional es “invulnerable al fanatismo,
sectarismo o dogma del orden que sea”, su beneficiario es otro.
Descorazonado,
prendí el televisor para ver el noticiero. De dos noticias me acuerdo.
La
primera hablaba de un pastor haitiano de iglesia evangélica llamado Marcorel
Zidor que espoleó a su rebaño para que, armado de palos y machetes, arremetiera
en el nombre de Dios contra los pandilleros del sector que, ni cortos ni
perezosos, dispararon sus fusiles y metralletas contra los cuerpos de aquellas
almas crédulas. Preguntado del porqué había habido un número indeterminado de
muertos y heridos entre sus ovejas si constaba en video la promesa que él les
hizo de que ninguno iba a sufrir menoscabo puesto que Dios de su parte estaba,
don Marcorel respondió, con el dominio de un Putin, que aquel era el destino de
quien perdía la fe. Mientras que la segunda, de una protesta de estudiantes que
se forman para futuros educadores en una universidad pública de Bogotá y que,
en medio de una refriega con la policía, intentaron, por fortuna en vano,
transformar en antorchas humanas a dos agentes que cayeron en el campo minado
de su protesta.
Otro día
les cuento lo que me costó restaurar los afectos de mi gata.
409. “Es
cosa humana la fascinación por el mal”, me dijo Aramburu y yo pensé, para
acortar la vaina, en la izquierda de la ira que admira y aplaude a Putin y a
sus carniceros por berracos, porque solitos contra Occidente luchan para
desarraigar de Ucrania el nazismo que encarnan un tal Zelenski y todos los
fachos bajo su mando; en la izquierda de la ira que se duele de los palestinos
muertos y heridos y despojados hasta de lo más mínimo por el terrorismo de
Estado que practica Israel pero no de los palestinos muertos y heridos y
despojados hasta de lo más mínimo como consecuencia del terrorismo y las
carnicerías de Hamas en Israel y contra los israelíes inermes, que son para
ella lo que para Netanyahu y su gobierno de ultrafanáticos los civiles
palestinos que mueren, caen heridos y lo pierden todo bajo sus bombas: efectos
colaterales que no merecen ser siquiera cifras.
410.
Releo, a propósito de la carnicería terrorista de Hamas del 7 de octubre de
2023 en suelo israelí y la respuesta criminal de la potencia ocupante en Gaza,
algunos de los artículos de prensa de Moisés Wasserman en El Tiempo que
contienen en sus títulos el sustantivo “verdad” (…‘¿De verdad, la verdad?’,
‘Verdades y mentiras’, ‘Chernóbil y la verdad’, ‘¿Para qué la verdad?’, ‘La
verdad ya no está de moda’…) porque necesito cotejar urgentemente su contenido
con el de su columna titulada ‘La Carta Fundacional de Hamás’. Mi conclusión:
el científico mutiló deliberadamente, sirviéndose de la omisión -podría alegar
que se le agotó el espacio-, la otra cara de la verdad a fin de que la moneda
que es aquel conflicto figurara con su anverso y su reverso.
¿Que
Wasserman no es el único del cenáculo al que se le puede endilgar parcialidad
en lo (primero) que por escrito opinó tras la sinrazón del atentado y la
reacción? Cierto: la prueba es ‘Nada justifica el ataque’ de Felipe Zuleta
Lleras en El Espectador. La cuestión es que del científico y no del periodista
es de quien yo espero la máxima objetividad frente a cualquier tema sobre el
que opine, en virtud del apego que él y yo y muchos otros del cenáculo
profesamos por el auténtico pensamiento crítico. Que no puede ser optativo bajo
ningún concepto.
411. Es
tal la indigencia lingüística y sobre todo léxica de un altísimo, altisísimo,
altisisísimo porcentaje de hispanohablantes -de espangloparlantes- de este hoy
que dura décadas, que con un único sustantivo lo definen todo. Desde una
violación grupal hasta un velorio, pasando por una matanza, la reconciliación
de un par de famosos, una cena de gala en cualquier parte, el hallazgo de
pruebas científicas de algún fenómeno, un accidente de tráfico con o sin
muertos, los efectos de la crisis climática, un incendio en una discoteca, la
precipitación a tierra de un avión de carga, todo es un evento.
¿Mi
hermana se casa?: ¡lo invito al evento! ¡Mi hermano logró por fin vender la
casa!: ¿y cuándo ocurrió el evento? ¡Se quedó ciega mi abuela!: ¿en serio?,
¡qué terrible evento!
Absolutamente
todo menos lo que sí sería; por ejemplo, que la solución sabia y sensata de los
dos Estados se imponga en el conflicto palestinoisraelí al terrorismo bicéfalo
que practican Hamas y el ultrafanatismo sionista o, en nuestra no menos ríspida
realidad vernácula, que Petro y Uribe acordaran reconocer, con humildad y
honestidad ante el país al que manipulan y explotan desde hace tanto, que los
dos constituyen en gran medida la problemática y no la solucionática que
Colombia requiere.
412.
Medioevo científico y tecnológico:
“…Las
redes sociales, el paisaje de hoy, están en manos de innumerables cretinos,
cuando no malvados -unos pueden convertirse en otros con facilidad- que no
desean escuchar opiniones sino confirmación de sus amores y odios personales.
No quieren debate, ni pensamiento; no buscan convencer, sino acusar. Anhelan
sentirse parte de un grupo y enemigos de otro, en un mundo que ha sustituido
humanismo por humanitarismo y razón por sentimientos. Para qué voy a pensar, si
es más cómodo sentir. Tal es la ideología asquerosamente emocional de este
siglo: un estúpido simplismo de buenos y malos, necesitado de claras líneas
divisorias que hagan sentirse confortable a uno u otro lado, según cada cual.
[…] Donde te exigen ser de los suyos, sean los que sean, o verte exterminado
sin dejar rastro. Ahorcado, si es posible, con tus propias palabras.
No se
dan cuenta, es lo terrible. No advierten, esos limitados e irresponsables
analfabetos, a dónde conducen tan turbios caminos. Como no han leído historia,
ni visto nada fuera de la pantalla del teléfono móvil -y ni siquiera en él-,
ignoran que todo ocurrió antes. Imposibilitados para mirar con lucidez el mundo
en que viven y escupen, son suicidas gozosos, incapaces de ver cómo acaba eso.
De advertir a qué áspero campo de batalla sentencian a sus hijos y nietos.
Pero, bueno. Es lo que hay, y lo que va a haber” (Arturo Pérez-Reverte).
Salta
pues a la vista que vivimos tiempos de gran confusión y caos -los
contradictores vocacionales dirán que todos lo han sido-, empeorados por el
hecho de que en cada persona conectada desde sus dispositivos a la red hay un
potencial propalador de infundios y desinformación, y de ahí el creciente
bullicio y la imparable pugnacidad que nadie sabe cómo gestionar. Ese desconocimiento
sin solución a la vista, así como -entre muchas otras- la realidad descrita en
la cita, son lo que me lleva a afirmar aquí que discurrimos por una Segunda
Edad Media -con el perdón del prístino Medioevo, tan en paz (por comparación)
al menos con el planeta- si bien científica y tecnológica, que anda por sus
albores. Al rigor de los historiadores corresponde determinar sus orígenes y
estudiar a fondo, transcurrido el tiempo que haya menester, sus implicaciones y
pormenores. Que ya aterran.
413. Una
infidencia, y que me perdone el maestro.
Días
antes de morir me llamó telepáticamente mi buen amigo Javier Marías para que le
ayudara con algo que lo tenía mortificado. Necesitaba -me dijo- que por favor
me encargara de encontrar una prueba fehaciente de la “infantilización del
mundo”, pues su colección estaba huérfana de una para las diez mil. ¡y la
encontré! ¡La encontré, maestro!:
“…Inicio
e ingreso a los conciertos
Planea
llegar a la Biblioteca por lo menos media hora antes del concierto. Los conciertos
empiezan a la hora indicada en la boletería y en la divulgación. Ten lista tu
boleta o E-ticket para para ingresar de manera más ágil a la Sala.
Si al
momento de llegar a la Sala el concierto ya ha iniciado, el personal indicará
el momento adecuado para ingresar de acuerdo con las recomendaciones dadas por
los artistas que están en escena…
Comidas
y bebidas
Te
agradecemos te abstengas de consumir comidas y bebidas, o fumar dentro de la
sala y durante el concierto, con el fin de garantizar un ambiente adecuado
tanto para el público como para los artistas.
Equipos
electrónicos
Un
ambiente silencioso es propicio para disfrutar la música. Apaga tus equipos
electrónicos, alarmas de reloj y teléfono celular por completo antes de
ingresar a la sala de conciertos. Mantener este último en modo de vibración o
en modo de avión no impide que genere ruidos que puedan incomodar a los
artistas y a las demás personas que asisten al concierto…”.
Así es
como les hablan ¿los organizadores de una visita guiada a un grupo de personas
con problemas de aprendizaje?, ¿los promotores de un certamen cultural a un
combo de “reinsertados” de las guerrillas que asisten a su primer encuentro con
la civilización?, ¿los enfermeros de un ancianato que hoy llevan de paseo a los
viejitos para que se distraigan con un poco de cultura? ¡No, señores!: Así les
habla La Red Cultural del Banco de la República, aquí en Colombia, a los cultos
muy cultos y a los semicultos asiduos de sus conciertos y recitales
maravillosos de música clásica.
Dos cosas
propongo a manera de reforma o de revolución educativa. Que se le restituya al
sentido común el lugar de privilegio que nunca debió arrebatársele. y que se
reserve el maldito tuteo para la novia si se es varón heterosexual, para el
novio si se es mujer heterosexual, para el novio y la novia si se es bisexual
con suerte y para el círculo más íntimo del que de esa melifluidad disfrute.
Adenda:
como no sé cómo se llaman las parejas de los ‘no binarios’ y ni siquiera
comprendo qué es ser ‘no binario’, me disculpo con los ‘no binarios’ por no
incluir¿los?, ¿las?, ¿les? En la lista de aquí arribita.
414. ¡No
jodás, Lelo, no jodás! Qué te dijites, ¿que a mí me ibas a meter semejante
cuentazo?: “…Creo que nosotros los curas hemos estado siempre tan en contra del
aborto porque muy pronto, si aplicamos una corneta o un estetoscopio al vientre
de la mujer embarazada, podemos oír el corazón del bebé. Más que de un humano
hecho y derecho, defendemos el tabú de no matar un corazón, de no pararlo a la
fuerza”. Volvete serio y admití que vos y todos los que profesan una religión
-monoteísta o no- que tenga a la vida por valor supremo, ante el aborto, que yo
practicaría gratis y sin desvelo si fuera médico, no pueden por menos de
declararse en contra. Lástima, eso sí y en aras de la coherencia ética, que ni
tu iglesia ni ninguna otra hagan nada distinto a oponerse para descargar la
conciencia.
¿Que a
la muchachita o a la mujer que está allá sentada la violó un combo de
malparidos?, ¡que se resigne y le pida a Dios paz para su alma y su corazón!
¿Que la señora que hace un par de años desistió de la idea de abortar a los
mellizos o gemelos que esperaba gracias a la orientación espiritual del
capellán de su parroquia la está pasando muy mal porque perdió el trabajo y el
marido la abandonó?, ¡que le pida a Dios que Él jamás abandona a sus hijos!
Y ojo
que no estoy hablando de vos ni de Córdoba, tampoco de un cura la berraquera
que me presentó Mario Mendoza hace unos años, pues sé que a los tres los mueve
un genuino amor por el sacerdocio y por la caridad con los que sufren. Pero
entiéndame hermano que quienes de facto se dedican a hacer el bien son tan
minoritarios frente a los que directamente hacen el mal o lo permiten con su
indiferencia o su cobardía, que muy escaso margen queda para la esperanza y el
entusiasmo.
415.
Entre los propósitos inútiles en la vida, pocos más inútiles que el de intentar
reflexionar con una fanática de la fidelidad a que según tantas de ellas -y
algún que otro él- obliga el amor venéreo. Con decirles que resulta menos
dispendioso-siendo del todo imposible- hacerles ver a un ultraortodoxo sionista
o a un yihadista de Hamas la equidistancia y la correlación flagrantes que
existen en el pecado que supone matar a niños y civiles palestinos, y a niños y
civiles judíos.
Sin
embargo, si usted es presa sincera de dicha convicción con aspecto más bien de
fundamentalismo religioso, bien estaría que le echara una leída atenta al
capítulo de Salvo mi corazón, todo está bien que figura bajo la letra Ñ, en
donde se va a topar con una conversación sustanciosa entre dos curas que, antes
que curas, son hombres sensatos.
Ah, y
mucho cuidado con hacer alarde de supuestas convicciones férreas en un terreno
tan deleznable como el sexual, porque a las pulsiones les encantan las
apuestas.
416.
¿Que qué es un dilema, una disyuntiva, preguntan ustedes? Que lo responda el
Gordo Córdoba: “…-Es que con los honores no hay nada que hacer. Uno queda mal
si los recibe, y queda mucho peor si no los recibe. Y yo prefiero parecer bobo
que arrogante”.
Como en
achaques de honores yo no sé nada, les diré que para mí un dilema, una
disyuntiva; mi gran dilema, mi gran disyuntiva es ceder a la tentación diaria
de matarme con el cianuro de potasio que -allí no más- impertérrito me aguarda,
o darle un compás de espera a la perra vida para ver si en materia de amores
está todo escrito.
417. Los
israelíes que perdieron seres queridos en la carnicería terrorista del 7 de
octubre de 2023 en Israel y los familiares de los más de doscientos
secuestrados aquel día fatídico también por Hamas; los gazatíes y palestinos y
extranjeros en suelo gazatí y palestino que soportan la subsiguiente e
inmisericorde respuesta del terrorismo de Estado israelí que bombardea sin
tregua a la Franja y la asedia condenándola al hambre y a la desesperación de
todo tipo; los ucranios víctimas de la Rusia de Putin y muy pronto también del
abandono del Occidente que cuenta; los haitianos y venezolanos y nicaragüenses
y cubanos y afganos y sudaneses y yemeníes y sirios y bielorrusos y demás
desesperados del mundo, desde luego que suscribirían, Gordo, esta temeridad
suya: “El único pecado mortal que podemos cometer, el único, es la
infelicidad”.
¿Que
caricaturizo sus palabras? Probablemente y, si llegare a ser así -que lo
determine, pongamos, John Carlin-, le ofrezco mis disculpas. Lo que sucede
hermano es que, aquí entre nos, yo nunca he sabido conciliar, o sólo en
momentos muy puntuales, mis motivos para la “felicidad” con las razones que a
esa misma hora otros tienen para la desdicha. Y no hace falta que me diga que
se trata de una soberana tontería que no alivia el dolor ajeno y en cambio me
priva a mí del disfrute, porque lo sé y lo reconozco. Ojalá a las farmacéuticas
se les ocurra algún día una píldora que estimule la segregación de egoísmo sano
y, ya entradas en gastos, otra para la disminución de su contrario.
418.
Pensamiento mágico y desiderativo -lo de los forjadores de la nueva criatura
burocrática es mero cálculo político- es haber sido votante de Petro y de su
panda de improvisadores caraduras y creer con la fe del carbonero que con el
Ministerio de la Igualdad y la Equidad van, por fin, a desaparecer o al menos a
reducirse la desigualdad y la inequidad, que cualquier gobierno provisto de
seriedad y buenas intenciones -vaya usted y encuéntrelo- podría aminorar con
las políticas indicadas y la necesaria eficacia en la gestión de los recursos
públicos. Sin embargo, como la idea es ser “propositivos, propositivas y
propositives” puesto que si a la ‘Colombia Humana’ (… con Putin y Hamas) le va
bien nos va bien a todos, les sugiero a Francia y a su jefe el nombre de
alguien más que idóneo para un futuro viceministerio de la discapacidad (que,
según cabía esperar, tendrá que conformarse, por ahora, con las boronas del
banquete burocrático).
La mala
noticia es, estimados empoderados, que mi postulado jamás duplica o triplica el
género ya que se educó en tiempos muy anteriores a esa extravagancia; la buena,
como lo prueba esta divagación suya, que someto a la consideración de los por
desgracia ministra y presidente, es que estamos en presencia de alguien que
gusta e incluso ambiciona la discapacidad:
“Sí, al
no poderse estar de pie ni sentado con comodidad, uno se refugia en una de las
posiciones horizontales como el niño en el regazo de su madre. Uno las explora
como nunca lo había hecho anteriormente y encuentra en ellas delicias
insospechadas. Llegan a ser infinitas, en resumen. Y si pese a todo uno termina
por cansarse de ellas a la larga, basta con ponerse en pie durante algunos
instantes, incluso simplemente con incorporarse en el asiento. Estas son las
ventajas de una parálisis local e indolora. Y no me sorprendería mucho que las
grandes parálisis clásicas contuvieran satisfacciones análogas y quizá más
arrebatadoras. ¡Hallarse por fin realmente en la imposibilidad de moverse! ¡Ahí
es nada! Se me derrite de gusto el espíritu sólo con pensarlo. ¡Y además una
afasia completa! ¡Y quizá una sordera total! ¡Y a lo mejor una parálisis de la
retina! ¿Y probablemente pérdida de la memoria! ¡Y sólo con el mínimo de
cerebro intacto necesario para estallar de júbilo!...”
Como
ven, se trata de un ser de luz capaz de hallarles provecho y disfrute a
situaciones que a otros amargan de facto o angustian con la mera posibilidad de
padecerlas. Comprenderán entonces, señorías, que me reserve su identidad tan
valiosa pero que a cambio consigne aquí mi número de contacto, caso de que haya
logrado despertar el interés de su desgobierno: 3 16 5 18 90 24.
419. No
bien oigo a un interlocutor o a alguien en la tele o en la radio repetir el
sonsonete ese de que todo tiempo pasado fue mejor, me pongo en guardia y por lo
común acabo despidiéndome de la persona o apagando el aparato antes de lo
presupuestado. Lo que nadie sabe es que hay un asunto al que la frasecita tan
socorrida le calza de maravilla y por el que me desgastaría debatiendo hasta
desgañitarme, con quien tocara y en donde fuera.
Se trata
de la abismal superioridad erótica de prácticamente cualquier mujer anterior a
-¿cómo llamarla?- la “era del empoderamiento feminoextremista y neurótico”
-propongo-, en la que a esto estamos -¿o estamos ya?: me perdonan pero ando
desactualizado- de que toda relación sexual se pacte primero, con todos sus
pormenores, ante notario público so pena de que el hombre -jamás la mujer- dé
con sus huesos en la cárcel por violador y abusivo pues, en medio del fragor de
la refriega, le mordió a la fulana las dos tetas en lugar de sólo la izquierda,
que fue lo acordado.
¿Un
titular por el estilo de ‘De cómo Peggy Guggenheim violó a Samuel Beckett’ o
una declaración del tipo “bebe y baila, ríe y miente, ama toda la tumultuosa
noche porque mañana tenemos que morir” en los tiempos del ‘sólo sí es sí’? Ya
se me figura lo que se habrían reído de sus congéneras tan lastimosas mis
amigas la coleccionista de arte y la cuentista: A que coincides con nosotros
tres, Lucia entrañable.
420. Leo
en El Espectador este titular: “El 60 % de los niños de 10 años en Colombia no
entiende un texto simple”. Tampoco sus hermanas y hermanos mayores, sus mamis y
papis y tías y tíos y primas y primos adultas y adultos, sus profesoras y
profesores de cualquier edad. Sobre la ministra Vergara Figueroa y todas y
todos sus antecesoras y antecesores en el cargo salvo los notables Gina Parody
y Alejandro Gaviria -a quien Petro el genio… de la improvisación no dejó ni
calentar la silla- no me pronuncio hasta tanto pasen por uno de mis cursos de
Comprensión y Análisis de Textos. Pero a bote pronto calculo en más o menos el
mismo porcentaje el número de analfabetos funcionales entre quienes han estado
al frente de esa cartera. O miren, si creen que exagero, la situación
calamitosa de la educación en el país, y en todos los ámbitos y niveles.
421. Los
escritores y demás artistas de renombre del presente se enfrentan, no ya a la
duda de todo artista del tiempo que fuera sobre si el reconocimiento de que
gozaban en vida iba a coronar o no la codiciada posteridad, sino a si eso que
llamamos posteridad va a seguir existiendo en tiempos de crisis climática, de
dementes en el poder con arsenales atómicos a su disposición y poblaciones
desinformadas y por ellos fanatizadas y listas para inmolar e inmolarse a la
primera indicación del líder. De modo que si crear -belleza, fealdad- siempre
fue loable por todo lo que de incierto involucra el oficio, para la vocación de
artista hoy sólo encuentro un término, que mucho me temo que no alcanza a
impartir justicia: heroicidad.
422. Tan
sumamente sencillo, Daniel, tan sumamente sencillo y, paradójicamente, por
completo impracticable para las naturalezas sectarias, informadas -los asiduos
de la prensa de opinión de cada país tendrán sus nombres- o desinformadas -escoja
usted de entre millardos-: “No hay que confundir el pueblo de Israel con el
gobierno de Israel, ni el pueblo palestino con el gobierno palestino”:
“Sabiduría popular”.
Este
artículo suyo -abarcador y objetivo-, que recomiendo a cierraojos, exhibe a mi juicio
un único lunar que aquí señalo, pues la amistad de papel que a usted me une me
lo exige: “El efecto de la guerra actual en Gaza es profundamente distinto al
de otras que ya pasaron, e incluso a la de Ucrania, coetánea, ¿Donde no hay una
opresión asfixiante de una de las partes?”, afirma usted, desde luego que sin
los signos de interrogación.
Qué
cagada con Zelenski y los pobres ucranios de bien: que por cuenta de la guerra
que se desató entre el terrorismo de Hamas y el terrorismo del Estado de Israel
con los civiles en medio, la invasión y la destrucción de su país ahora les
parezca, aun a muchos bienintencionados e informados como usted, una tragedia
menos apremiante. Las palmas que deben de estar batiendo el carnicero del
Kremlin y sus asesinos con el timonazo que a su favor pegó el azar.
Caprichosos
como las audiencias, aun los medios más rigurosos -la DW y de ahí hacia abajo-
se olvidaron de Ucrania y los ucranios y ahora hay emisiones en que ni la más
mínima mención se hace de ellos.
423.
¿Les parece a ustedes que si me sirvo de esta brillantez de Churchill (“Tus
adversarios se sientan en esa bancada de enfrente; tus enemigos se sentarán
aquí, a tu lado”) para enviarles un clamor a los israelíes y judíos pacíficos
del mundo y a los palestinos y musulmanes pacíficos del mundo, unos y otros me
copian? ¿O de qué estrategia nos valemos para que los familiares de los más de
doscientos secuestrados por los terroristas de Hamas y los miles que hoy
duermen al raso en la Gaza bombardeada y asolada por el terrorismo de Estado
israelí comprendan que sus verdaderos enemigos son, respectivamente, los que
les dicen que invaden Gaza y la bombardean para traer de regreso, sanos y
salvos, a sus seres queridos y los que prometen que luchan contra Israel para
aniquilar al invasor y alzarse victoriosos en nombre de Alá? Ni a Netanyahu y
sus generales los trasnocha demasiado el inminente finiquito de la degollina
que comenzó el 7 de octubre, ni a Hamas el empeoramiento de los ya de por sí
indecibles padecimientos de sus compatriotas que aquello terminaría,
previsiblemente, por desatar.
Moraleja:
únicamente la unión imposible de las víctimas de uno y otro lado de los muros
de odio y concreto que los separan podría enderezar el rumbo y allanar el
camino hacia la paz.
424.
Pero esperen, que mejor lo explica otro malpensante:
“…La
democracia siempre tiene que considerarse una posible salida, así que mirémosla
primero. Cuando el régimen democrático tiene al menos un rastro de verdad,
permite la alternación en el poder de las distintas opciones. ¿Existen
posibilidades de que en Israel gobierne un partido que no defienda al Estado
como judío, es decir, confesional de un modo u otro? Ninguna: 0 %. ¿Y tiene
chance una democracia pacífica en los territorios dominados por Hamás o
Hezbolá, para no hablar de Siria, Jordania, el Líbano, Irán o Irak? Ninguna: 0
%. Según esto, el régimen transaccional por excelencia, la democracia, no sirve
allá. […]
Pasemos
a la solución de los dos Estados […]. Algunos la miramos con mucho escepticismo.
¿Dos Estados que coexistan y no estén en guerra permanente? He ahí el dilema.
Algo así no se ve venir por ninguna parte. La idea, popular entre los
extremistas de Israel, de que la tierra palestina les fue prometida por Dios y
está a la espera de nuevos asentamientos judíos o la idea contraria de que
todos los judíos deben ser arrojados al mar, vuelven imposible cualquier
acuerdo.
En el
Medio Oriente existe una alianza de facto entre los extremistas de los dos
lados. Tan así es que la inteligencia israelí, que sabía de los planes de
ataque de Hamás, no hizo nada antes de que los lanzaran. Los extremistas
necesitan muertos, muchos muertos, para justificar la continuación de su
política de aniquilación del contrario, suicida o no. Sobra decir que dichas aniquilaciones
son imposibles en la práctica, de suerte que el conflicto va a perdurar muchas
décadas, con más o menos intensidad. Apenas el lado débil se logre fortalecer,
¡pum! Eso sí, dada la mayor potencia de fuego de Israel, habrá más muertos
palestinos y, claro, más imágenes de muertos palestinos, cortesía de todos los
extremistas de la zona. Otros preferimos que no cuenten con nosotros en ninguno
de los bandos.”
Por mi
parte y gracias a usted, hermano, asunto clausurado. Y le cuento que otro tanto
tocaría hacer con temas que a ningún destino conducen sino al desgaste. Con un
ejemplo basta: la pacificación de la Colombia petrouribista. O londoñista -por
Julio césar Londoño y Fernando Londoño Hoyos, dos gotas de agua, sólo que de
albañales sectarios contiguos-.
425. Qué
cuentos de asuntos clausurados ni qué tetas de monja -y que me perdonen las
monjas con vocación, que claro que existen: es un decir, hermanitas-.
Cuando
uno se rodea de toda una polifonía de voces a cuál más inteligente y de una que
otra que denigra de su inteligencia cuando vocifera sus dogmas, no cabe la
posibilidad de decir y ni siquiera pensar que un asunto está clausurado.
¿Clausurado sin oír a Cercas, que hoy anda en inmejorable compañía?:
“Una
tragedia es una pelea en la que los dos que se pelean llevan razón. Padres e
hijos, por ejemplo […]. Unos y otros tienen razón, pero sus razones son
opuestas, y su pelea, trágica e inevitable (quizá incluso necesaria). Estos
conflictos éticos son, no obstante, harto infrecuentes en política; ahí,
abusamos de la palabra tragedia: en la mayoría de las llamadas tragedias
políticas, una de las partes tiene razón (aunque ambas tengan razones). Lo que
más se asemeja ahora mismo a una tragedia política de verdad es la disputa
entre palestinos e israelíes. Por eso es tan difícil resolverla.
No soy
experto en el tema (ni en éste ni en ninguno): sólo lo sigo por la prensa; y
apenas he visitado una vez Israel y los territorios ocupados: Tel Aviv,
Jerusalén, Ramala. Pero basta haber puesto un pie allí para entender lo
evidente: que los gobiernos de Israel, además de incumplir las resoluciones de
la ONU sobre el conflicto, tratan de manera abyecta a los palestinos, la
inmensa mayoría de los cuales sobrevive en condiciones miserables, sin atisbo
de esperanza; y, a la vez, basta también un mínimo de decencia y de
conocimiento de la historia para aceptar que los judíos merecen un pedazo de
tierra donde vivir de forma digna y segura. En otras palabras: los terroristas
de Hamás no tienen razón, pero sí la tienen los ciudadanos palestinos; y a la
inversa: el Gobierno de Israel no tiene razón, pero sí la tienen los israelíes.
Nada de equidistancias, sin embargo; incluso en el mal hay gradaciones (y quien
no entiende esto no entiende nada): como ha escrito el novelista israelí David
Grossman, crítico acerbo de su Gobierno, ‘la ocupación constituye un crimen,
pero maniatar a centenares de civiles, niños y padres, ancianos y enfermos, y
pasar de uno a otro para dispararles a sangre fría es un crimen más atroz’. Dicho
esto, ¿qué más se puede añadir? Yo, nada. Pero desde que la guerra estalló no
paro de recordar unas palabras de Amos Oz, también novelista israelí y tan
crítico como Grossman con los dirigentes de su país; la cita es de 2004 y es
larga, pero léanla con atención, por favor, porque Oz se dirige a usted y a mí:
‘Hay muchas personas que se han convertido en exclamaciones andantes, en Israel
y Palestina, pero también en Madrid. Es muy fácil ser un eslogan. Yo no
pretendo lanzar una reprimenda a los malos, como una institutriz victoriana.
Nuestros intelectuales y los intelectuales occidentales tienen tradiciones
distintas. (…) Vivimos en planetas diferentes, porque para ellos lo más
importante es decidir quiénes son los buenos y quiénes los malos; firman un manifiesto,
expresan su condena, su indignación, su protesta, y luego se van a la cama
sabiendo que están en el bando de los ángeles. (…) Para mí, lo importante no es
saber quiénes son los ángeles. No pregunto quién ha tenido la culpa, pregunto
qué puedo hacer ahora. Para mí es más fácil dialogar con palestinos pragmáticos
que con dogmáticos propalestinos en Madrid. Por fortuna, tengo que negociar la
paz con los palestinos, no con los amigos españoles de los palestinos’. Luego
Oz, que acababa de promover el Tratado de Ginebra, escrito por palestinos e
israelíes y apoyado por el 40% de sus poblaciones, auguraba la paz: ‘No sé
cuándo llegará, pero puedo prometer, en nombre de israelíes y palestinos, que,
si Europa tardó más de 1.000 años en acabar con las guerras y crear la UE,
nosotros lo haremos más deprisa y derramaremos menos sangre que Europa. Tengan
un poco de paciencia y no tengan una actitud de condena, indignación,
paternalismo. No nos digan que somos terribles. Traten de ayudar. Den a las dos
partes toda la empatía que puedan’.
No
convertirnos en eslóganes ambulantes, no ceder al placer miserable de la buena
conciencia, no incurrir en el paternalismo, no dar lecciones, intentar
comprender, no juzgar, no condenar. Eso pedía Oz. No creo que le estemos
haciendo ni puñetero caso.”
Y bien.
Queda uno abrumado con tantas verdades distintas (o con tantos matices de la
verdad) sobre esta sinsalida historicopolítica y geográfica que lo mejor que
procede es pararse a pensar…, o sea seguir pensando. Pero por mucho que lo
pienso y le doy vueltas, no alcanzo a vislumbrar siquiera el más tenue rayo de
esperanza que me permita acompañar a Oz en su optimismo, y créanme que me
duele. Prometo al menos no estorbar.
426. Se
pregunta Juan Gabriel Vásquez en uno de sus lúcidos artículos en El País de
España, a propósito del Mefistófeles del cartel de Medellín que logró hacer
escuela desincentivando la escuela e historia pervirtiendo la historia, “cuánto
tiempo se necesita para que la imagen de un asesino deje de ser ofensiva, o para
que la vayamos blanqueando, neutralizando, convirtiendo en algo más tolerable
dentro de nuestra insufrible cultura de la banalidad de la violencia, el
entretenimiento constante y la insensibilidad socialmente aceptada, todo lo que
constituye nuestra forma preferida de explorar el mundo”, y lo único (no por
escaso sino por poderoso e insuperable) que a mí se me ocurre es remitirlo a
una lección que aprendí de Jacinda Ardern en 2019: jamás se deben pronunciar
los nombres de los malditos.
Ya sé
hermano que es demasiado tarde para haberlo hecho como debía hacerse, pero si
usted tras este artículo, y yo, y muchos más y ojalá cada vez más ciudadanos de
bien obliteramos de nuestras conversaciones y escritos ese y otros nombres
repudiables, no para que caigan en el olvido, mas sí para negarles cualquier
identidad, tal vez logremos, pasados muchos años, que los jóvenes de entonces
los repudien asimismo y a ellos se refieran mediante los epítetos infamantes
que nos tocaría idear.
427.
Entre las demasiadas bobadas que repiten los tontos, diplomados o no, la de que
se puede enseñar a escribir dentro de un salón de clases: “…Pensándolo bien, la
tercera guerra mundial debió de comenzar cuando se apagaron los fulgores de las
bombas atómicas que cerraron la segunda; que fue la prolongación de la primera,
que alargó las decimonónicas que afrontaron los imperios del Occidente
cristiano, las carnicerías napoleónicas, y la masacre religiosa de los tiempos
de Montaigne que extendió la cruzada contra los cátaros, que fue el culmen de
una serie de guerras remontables hasta Troya, o hasta los hicsos. La historia
humana es la historia de la guerra. Por una misteriosa fatalidad”.
A ver,
qué dijeron: ¿Que ésta es la hipótesis brillante de un profesor de colegio que
estudió ciencias sociales en la universidad, donde además le prestaba toda la
atención de que era capaz al profesor de Taller de Lengua, un curso que duró
dos escasos semestres? ¿De verdad no se imaginan los años de lectura
inteligente y rigurosa, del pulimiento -gracias a la lectura inteligente y
rigurosa- de la capacidad imaginativa que origina la hipótesis? Lo siento por
los que no.
428.
Sirvámonos de este apunte de un buen amigo para hacerle un diagnóstico al
Esperpetro sucesor del Titeriván que, comparado con él, semeja todo un
estadista:
“El
secreto mejor guardado de la política colombiana es que gobernar es difícil. No
basta con buenas ideas, ni siquiera con ideas geniales: se necesita
conocimiento real y concreto, no intuiciones ni mucho menos intenciones; se
necesita una inmensa capacidad de trabajo, talento para ejecutar, disciplina y
orden mental, clarividencia para separar lo esencial de lo accesorio, y ayuda,
mucha ayuda”.
Veamos.
¿Cuáles son las buenas ideas de este genio que dizque se preparó durante toda
la vida para presidente? Les cedo la palabra a quienes lo admiran genuinamente
porque a mí lo que del deslenguado me ha llegado desde que en vano juró su
cargo son clichés de politicastro en campaña, afrentas a los que no transigen
con sus veleidades diarias e insustancialidades de todo tipo pontificadas en
tono ex cáthedra. ¿Conocimiento real y concreto? El que tuvo -que lo tuvo- se
agotó en sus años de congresista, y prescindió de él -o de los asesores que lo
hacían parecer informado y solvente- cuando lo hicieron alcalde de la pobre
Bogotá y de ahí en más. ¿Capacidad de trabajo? La misma que muestra el peor
alumno del peor colegio público o privado de donde ustedes quieran, con la
diferencia de que existe la posibilidad, por remota que sea, de que al adolescente
vago lo expulsen o al menos de que pierda el año en razón de sus ausencias.
¿Talento para ejecutar? Si alguno tuvo -seguro que sí-, lo ejerció en el M19
porque ni en la alcaldía de Bogotá ni durante el nefasto año y medio que lleva
en la Casa de Nariño. ¿Disciplina y orden mental? Los mismos de mi tío el
loquito, que por falta de medicación ya ni se baña y alucina día y noche.
¿Clarividencia para separar lo esencial de lo accesorio? No para separar, mas
sí para hacer que desaparezca lo esencial tras lo accesorio, que es de lo que
en últimas se ocupa la prensa que aún le es favorable. ¿Y la ayuda qué? No sé
si así se deba llamar a la indignidad que supone el que su gabinete y demás
subalternos le guarden la espalda a este megalómano irresponsable e irrespetuoso
con sus electores y los que lo padecemos, o a que ciertos periodistas con fama
inmerecida de imparciales y objetivos colaboren decididamente con la mojiganga
presidencial mediante sus silencios y omisiones. Al fin y al cabo, harto
ocupados están -y van a seguir- con su obsesión por Uribe y todo lo que a él
huela.
429.
Rebauticemos. ¡Nada de Tierra Santa! ¡Tierra Nefanda!: ”…Muchos israelíes,
empezando por el primer ministro Netanyahu, no dan más valor a las vidas de los
palestinos que a las de los insectos; muchos palestinos, empezando por los
terroristas de Hamas, deshumanizan a los israelíes, y a todos los judíos del
mundo, de la misma manera. Aplastan a sus víctimas no con planchas, pero sí con
bombas y misiles. En cuanto a la locura religiosa, resulta que los más
fervientes devotos de Dios son, en ambos bandos, los más crueles, los más
seguros de que tienen licencia divina para matar”. Y nada de amén:¡hi-men,
hi-men, Hi-men!
430.
¿Que por qué aborrezco el feminismo de megáfono y pandereta de las empoderadas?
Con leer “’Sará perché ti amo’, Jenny Hermoso” en relación con ‘La terrible y
odiosa venganza’ en El País de España pueda que les baste. Claro que mucho
cuidado con ir a leerlos al margen de las circunstancias y los pormenores tan
radicalmente opuestos de las coyunturas que los inspiraron.
Ahora:
que si lo que quieren es ahondar un poco más en el asombro de lo aborrecible
militante, cotejen aquel par de desmesuras con un artículo titulado ‘Alahu
Akbar: Dios es Grande’ y firmado por un hombre al que la autora de los dos
primeros títulos no dudaría en tachar de machista o aun misógino. Y pensar que
de mezquindades por el estilo de las de la opinante está ahíto el mundo… real,
que contiene al editorial.
431. Y
lo aborrezco, además, porque de las performances que monta y de los numeritos
que arma son protagonistas la futbolista a la que un pobre diablo desaprensivo
le dio un pico y la actriz a la que su jefe el director le pidió un acueste a
cambio de un mejor papel en la serie o en la película X, pero inexplicablemente
no las israelíes profanadas de todas las maneras posibles por las ternezas de
Hamas, correligionarios de los verdugos de esta otra mujer de cuya existencia
múltiple las activistas occidentales tampoco se ocupan:
“-…Y
pensar que estuve a punto de… Tú eres mi milagro. Las píldoras, todos los
medios por los que traté de resistirme… No sabía que serías tan hermoso, que colmarías
mi corazón… […] Cuando mamá se enteró de que su padre le había encontrado
esposo, se tragó un puñado de ‘píldoras mágicas’. -Las llamaban así porque
dejaban inútil a la mujer, pues ¿quién querría seguir casado con una mujer que
no pudiera tener hijos? ‘Al cabo de unos meses, a lo sumo un año, estaré libre
y podré volver a estudiar’, pensaba. Era un plan perfecto, o eso creía.
Precipitaron la boda, como si fuera una perdida, como si estuviera embarazada y
tuviera que casarme antes de que se me notara. Parte del castigo fue no
permitirme ver ni una foto de mi futuro esposo. Pero la criada vino a decirme a
escondidas que había visto al novio. ‘Es feo, tiene la nariz grande’, dijo, y
escupió en el suelo. Yo estaba tan asustada que tuve que ir al baño diez veces
por lo menos. Mi padre y mis hermanos, el Alto Consejo, sentados frente a la
puerta de mi habitación, se pusieron muy nerviosos, pues veían en la debilidad
de mi estómago la prueba de mi culpa. No podían imaginar cómo me sentía,
esperando en aquella habitación al desconocido que ahora era mi marido y que,
cuando entrara, me desnudaría sin más y me haría cosas sucias y repugnantes.
Era una habitación horrible, en la que sólo había una cama enorme, con un
pañuelo sobre la almohada, blanco y bien planchado. Ignoraba para qué servía
aquel pañuelo. Me paseaba por la habitación con mi vestido de novia,
preguntándome qué cara tendría mi verdugo. Porque así lo veía: ellos me habían
juzgado y él, el desconocido, armado con el contrato de matrimonio firmado por
mi padre, ejecutaría la sentencia. Cuando me toque, pensaba, porque estaba
segura de que eso haría, de nada me servirá gritar; era suya, su esposa a los
ojos de Dios. Tenía sólo catorce años, pero sabía lo que el hombre ha de hacer
a su esposa. Mi prima Jadiya, que siempre fue muy charlatana y después de su
noche de bodas se quedó más muda que una pared, me contó a solas que su marido
había perdido la paciencia, así que le había perforado el himen con los dedos y
la había hecho sangrar. Era deber del hombre comprobar que su esposa era
virgen. […] -Esa revelación era como una mano que me oprimía la garganta
-prosiguió-. Aquellas horas me parecieron eternas. Me ardía el estómago, tenía
los dedos helados y mis manos luchaban una contra otra. En una de mis visitas
al baño, que hice recogiéndome el vestido de boda y corriendo como una idiota,
vi que mi padre se metía una pistola entre el bolsillo. ‘En cualquier caso,
tiene que haber sangre’, le dijo a tu abuela, que me lo contó después casi
riendo, aliviada y aturdida, y como con una ridícula satisfacción. ‘Si no
hubieras sido virgen, Dios nos libre, tu padre estaba decidido a quitarte la
vida’, me dijo. ‘Tu padre, el novio misterioso, tenía veintitrés años. A ojos
de una muchacha de catorce era un viejo. Cuando por fin entró en la habitación,
me desmayé. Al recobrar el conocimiento, se había marchado. A mi lado vi a tu
abuelo, que sonreía y, detrás de él, a tu abuela, que apretaba contra el pecho
el pañuelo manchado de sangre y lloraba de felicidad. Estuve varios días
enferma. Las estúpidas píldoras no hicieron efecto. Había tomado demasiadas y
las vomité. Nueve meses después, te tuve a ti.”
Ahí
tienen, muchachas bisoñas de la horda fanática que presiden una tal Yolanda
Díaz y una tal Irene Montero, ahí tienen apenas uno de incontables testimonios
de verdadera esclavitud sexual ejercida en este caso en el nombre de Dios por
misóginos auténticos y no fabricados tipo el tal Rubiales, que a ustedes les
vendieron como la encarnación del ejemplo de hombre que odia a las mujeres.
Ahora: si como espero, las descripciones precisas y descarnadas (si bien jamás
tan descarnadas como las imágenes reales que habrán visto en internet) de la
columna aquella de Pérez-Reverte y las palabras de la madre de Solimán sobre
los pormenores de su matrimonio sacrificial logran que ustedes se cuestionen el
sentido de su militancia en la horda, las invito a que renieguen de ella y se
vengan a trabajar con Lisbeth Salander y conmigo, no por las Jennys Hermoso y
muchísimo menos por las Mias Farrow -¡vade retro, vade retro!-, mas sí por cada
Jadiya oriental y Urania Cabrales occidental que hayan sido dañadas o que
puedan resultar dañadas por hijoputas aviesos, algunos de cuyos nombres figuran
en este blog. Piénsenlo y, cuando estén dispuestas a recomponer, me llaman: 3
16 5 18 90 24.
432. Las
delicias que el periodista que no soy pero que en cualquier momento podría ser
habría hecho de una entrevista con usted, maestro, si antes de convenir el
encuentro yo hubiera conocido el contenido de su prosa apátrida 69 (¡”se me
derrite el espíritu de gusto sólo con pensarlo”!). Y múltiples preguntas, que
querrían y podrían ser la primera, se me atropellan en el magín:
“Plantea
usted la dualidad ‘triunfadores-millonarios’ ‘fracasados-pobretones’. ¿Y la nada
en medio?”; o “¿en qué lugar de esta como tipología que se establece en el
texto ubica usted al Julio Ramón Ribeyro escritor?”; o “plantea usted a
comienzos de este texto el problema: por el alejamiento insalvable que existe
entre exitosos y fracasados o entre millonarios y pobretones es por lo que
fracasados y pobretones no pueden aprender de sus contrarios con miras a
superar su situación. ¿Lo escribió con una solución factible en mente que no
pergeñó?”; o “habla usted de ‘reyezuelos’ en relación con los exitosos y los
millonarios. ¿Existen también los reyezuelos en la literatura y las otras
artes?, ¿qué los caracteriza?”; o “¿por qué deja usted fuera de la dualidad
‘exitosos-fracasados’ a la literatura y las otras artes, y cómo funcionaría la
cosa si se las analizara a partir de aquello?”.
Qué
suerte: descubro que, pregunte lo que pregunte, esta charla, que habría podido
ser y no fue salvo en la ficción, indefectiblemente habría ido a parar en un
tema que me apasiona desde siempre, trátese de libros o de la jodida vida real:
no el fracaso a secas, sino el fracaso ojalá sin atenuantes de los Larsen, los
Davanzati, los Ábalos y hasta el tardío de un Gregorio Magno Pontífice Camargo.
Aunque ninguno, lo juro, igual de rotundo que el de un pariente lejano por
fortuna ya muerto al que mi hermana y yo llamábamos, cagándonos de la risa -de
una risa no exenta de compasión, eso sí-, Pedro Demalas. Que en paz descanse el
pobre José Luis.
433.
Nada de que todos somos iguales. Iguales, lo que se dice iguales, son los
terroristas de Hamas y los comandados por el terrorista de Estado Benjamín
Netanyahu. Los civiles de uno y otro lado que no siendo hasta la fecha (12 de
noviembre de 2023) víctimas tangibles del odio del enemigo, claman en las
redes, en las calles, en las sinagogas y en las mezquitas el aniquilamiento de
hasta el último palestino e israelí que todavía respire. Los entrometidos
-antes que nada de Occidente- que avivan, con su ridículo odio prestado en
contra de los unos o los otros, el fuego de ese y de otros conflictos. Y los
indiferentes de la nacionalidad que sea que ni se enteran de que existe un país
llamado Israel que ocupa y asfixia a otro llamado Palestina.
Muy por
encima de todos ellos, de todos nosotros salvo de una inmensa minoría de
Quijotes desperdigada por el mundo entero, se alzan, en representación de las
naturalezas superiores, Maoz Inon, Neta Heiman y Noi Katzman, tres “víctimas
israelíes que no quieren venganza” y que, descontentas con semejante gesto
magnánimo, se prometen seguir trabajando por la paz y el establecimiento de un
Estado palestino.
Adenda:
comprendo -si bien discrepo- el alcance de ‘Los justos’, el bello poema de
Borges que les atribuye la salvación del mundo -la redención de la especie- a
una serie de corazones apacibles que, por contera, desempeñan oficios nobles o
se entregan a fértiles ocios. Mis ‘justos’ son (lo repito y lo voy a repetir
siempre que venga al caso) todos los Quijotes anónimos o no que, no de palabra
sino de facto, con o sin escuderos, luchan por hacer del perro mundo un sitio
mejor o, al menos, menos inhóspito.
434.
Quién lo hubiera dicho; que cuatrocientos años después de publicado el Quijote,
a los protagonistas de la ecpirosis bibliófoba del Capítulo VI los vendrían a
reemplazar, y con lujo de detalles, los llamados a defender los libros y las
ideas. Por si no lo sabían, en nuestro presente medieval no son ya la sobrina,
el ama, el cura y el barbero los que expurgan y destierran libros sino
grupúsculos de profesores y alumnos universitarios de aquí y de allá que se
sacaron del sombrero un nuevo derecho universal tan ridículo como ellos y sus
discursos: el derecho a no sentirse ofendidos, ofendidas y ofendides. Y en la
vesania los acompañan supuestos intelectuales empoderados prestos a ‘cancelar’
y a hostigar todo y a todo el que discrepe o se burle de las memeces que hacen
pasar por teorías académicas y sólidas posturas humanitaristas. Compara uno a
la iglesia que preside Bergoglio con mucho de lo que hoy se cuece en tantos
campus y facultades, antes que nada de humanidades y afines, y forzoso es
admitir que no es en ella donde hoy maniobra Torquemada.
435.
¿Qué se le agrega a la completitud?: “Los hombres no se pueden considerar en
haces, etiquetados por su raza o religión. Las personas existen de una en una,
peculiarmente. Lo otro es la masa”: a ver quién que no lo sepa y lo honre lo
aprende para que lo ejercite.
436.
¿Cómo no entender, cuando se sopesan todas estas realidades tan promisorias, a
los recién casados o arrejuntados que arden en deseos de convertirse en padres
y en madres, o en ‘papitos’ y en ‘mamitas’, según impone el edulcoramiento que
hoy todo lo domina?:
“…Nada
más peligroso, pues, que ser niño.
Porque
el niño es carne de cañón y víctima inducida de malos consumos. Pero no acaban
ahí los riesgos a los que está expuesto, ya que en la jauría que lo acecha
están los artefactos electrónicos: teléfonos celulares, computadores, juegos,
pornografía virtual… El resultado son camadas de menores ensimismados, bovinos,
ajenos a su alrededor, pegados a las redes, propensos a los problemas mentales
y el pesimismo (el deseo suicida infantil se duplicó entre 2008 y 2019 en
Estados Unidos) y cada vez más inútiles en el desarrollo de ‘recursos propios
para tolerar la vida cotidiana’, según el psicólogo español Francisco Villar.
Entre
tanto, los gigantes tecnológicos afinan productos que ‘atraen, involucran y
atrapan’ a los niños, según una demanda contra Meta (dueña de Facebook,
WhatsApp e Instagram) presentada por 41 fiscales de Estados Unidos que luchan
por lograr artefactos menos adictivos. La solución creciente pasa por limitar
rigurosamente el uso de estos aparatos en los chinos, prohibir los celulares
antes de los 16 años y capacitar a los padres para que aprendan a educar a sus
hijos en el mundo informático. Que imiten a Steve Jobs, el genio cibernético y
comercial que tenía vedadas las pantallas y las redes a sus críos.
Si el
esclavizado menor logra sobrevivir a la violencia, nutrirse en forma adecuada y
moderar el uso de aparatos electrónicos, aún lo esperan el cambio climático
(que, según un respetado científico inglés, ‘plantea un riesgo existencial a la
salud infantil’), los pederastas, los jíbaros, la inseguridad, el matoneo y la
puta vida…
Sí, nada
más peligroso que ser niño.”
De
verdad que leo esto y me repudio por haberme hecho la vasectomía, si mal no
recuerdo, a los veinte años; por haberles dado la lata diría que a todos mis
estudiantes -del Colombo Americano, la Pedagógica, la Sergio Arboleda, La Salle
y la Javeriana- con lo inconveniente que a la sazón me parecía encartarse con
hijos y encartarlos a ellos con la perra vida de que habla Daniel. Y, aquí
entre nos, por haberles costeado la esterilización a cuatro o cinco entre
muchachas y muchachos pragmáticos y realistas que resolvieron acudir en mi
ayuda. (Ahí verán, estimados child-free guys, si nos reencontramos para
celebrar su sensatez. Me encantaría saber cómo les han ido las cosas desde
entonces. Espero, y supongo, que mejor que a los que sueñan con que pronto el
planeta albergue a diez, a quince, a veinte millardos de bocas que alimentar y,
coherentes, se ponen manos a la obra. Llámenme para que cuadremos: 3 16 5 18 90
24.)
437.
Maticemos: no desobedece, sino que se insubordina, todo aquel que,
voluntariamente, o sea motu proprio, expresa su deseo de pertenecer a una
institución tipo la Iglesia católica, la policía o el ejército y, una vez
dentro, se declara en desobediencia frente a asuntos que de sobra conocía
cuando se enroló: el atuendo y la presentación personal, los horarios, las
jerarquías bien entendidas… (Hablo de jerarquías bien entendidas porque si un
sacerdote de parroquia, un policía y un militar reciben de un superior una
orden que atenta contra su conciencia y los códigos morales o de honor que,
cada cual a su manera, se comprometieron a honrar, la desobediencia -y ojalá la
denuncia- no es optativa sino obligatoria). Por el contrario, el derecho a
desobedecer le asiste a quien, en contra de su voluntad, o sea forzosamente, es
reclutado por la policía o el ejército de su país sin que importe que el
reclutamiento proceda de mandatos gubernamentales e incluso constitucionales, y
también a la persona que por ejemplo se matricula en una universidad
confesional -todo un contrasentido- porque es allí donde se imparte la carrera de
su preferencia mas no porque practique la religión que el campus ampara: la
autoriza, nada menos, el universo.
Escribo
esto a propósito de un artículo firmado por Piedad Bonnett en el que elogia
copiosamente la insumisión de un muchacho colombiano que, no obstante estar
prestando motu proprio, o sea voluntariamente, el servicio militar en la
policía, se niega en redondo a cortarse el pelo dizque porque los preceptos de
su fe religiosa o irreligiosa se lo permiten. ¿Que sus superiores lo obligan a
rezar no sé qué ‘oración del policía’?, ¡que se jodan y que respeten el
laicismo que nuestra Constitución consagra! Pero sea serio y córtese el puto
pelo, hermano, que por pervertir el bello sustantivo desobediencia es por lo
que estamos como estamos: para empezar, sumidos hasta las cejas en la anarquía
sin precedentes de un mal llamado presidente de la República, un homúnculo
soberbio y arrogante que se siente facultado para incumplir sistemática y
consuetudinariamente las responsabilidades inherentes a su cargo; en la de un
fiscal general de la nación insignificante como el que más y también picado del
complejo de Dios, que usa el cargo para proteger a sus cuates, perseguir a la
prensa que no le es propicia y hacer proselitismo político con miras a su
segura candidatura presidencial; y en la multitudinaria de las tribunas que,
cínicas y acomodaticias, aplauden a uno y abuchean al otro.
Pero si
todo lo anterior tan grave le parece poca cosa, remítase entonces en internet
al caso -uno de muchos- de una profesora de un colegio público de Bogotá al que
una ñera con uniforme la noqueó, a mediados de julio de 2023, de un golpe en la
cara y todo porque le ordenó que apagara el celular o se saliera de clase. O
busque las cifras oficiales de denuncias por maltratos físicos y de otras
índoles instauradas, en Colombia y en todas partes, por padres de familia y
abuelos de menores de edad.
No se
imagina, muchacho, lo que me habría gustado invitarlo a una de las muy pocas
clases en las que un par o a lo sumo un grupúsculo de insubordinados
pretendieron, siempre en vano, hacerse con el control de la situación. Les debo
a mi carácter y a los ejemplos de algunos buenos profesores y maestros frente a
los saboteadores mi manejo solvente de la autoridad, que nada tiene que ver con
el autoritarismo, dentro del aula. Ah, y a una columna extraordinaria de Mario
Vargas Llosa en El País de España que tituló ‘Prohibido prohibir’.
438. ¿Mi
mayor desgracia? Esperen, esperen que no es, ni con mucho, la ceguera.
Mi mayor
desgracia es esto que a falta de un mejor nombre llamo visceralidad. Como quien
dice, la incapacidad de poner por obra la recomendación de un personaje de
Victor Hugo a un interlocutor al que conmina a permitir que la fatalidad actúe.
La incapacidad de sentir como el Anaxágoras que responde “sabía que había
engendrado a un mortal” cuando lo informan de la muerte de su hijo. La
incapacidad de asumir con imperturbabilidad lo que no obstante sé que puede
ocurrir: desde que mi madre se enferme gravemente y muera hasta que me ocurra a
mí y la deje sola, pasando por dolores o problemas “más pedestres” o “menos
importantes”: la muerte de mis gatos o la desaparición, por un error en un
comando, de archivos a los que les he dedicado sudor y lágrimas. En suma, mi
maldita propensión a vivir agobiado por cuestiones que a Cicerón seguramente le
parecerían minucias y fruslerías. Allá él.
439.
Cuento chino, y más que chino chimbo, el del apóstata William Ospina en su
última columna de El Espectador: que dizque no votó por Petro para presidente
porque la promesa de Rodolfo Hernández de acabar con la corrupción lo sedujo
más. Trola que, de tratarse de una ingenuidad por su parte, sola se bastaría
para probar que la suma inteligencia literaria no previene y menos cura la suma
estupidez política. ¡Pero si para nadie es un secreto que la apostasía de
Ospina tenía precio: el Ministerio de Educación en un posible gobierno del
santandereano! Lo que desemboca en otra conclusión: cuando las ambiciones
personales están por medio, no hay militancia que valga. Es más: si Hernández
fuera hoy el presidente y Ospina su ministro (una desgracia semejante a la que
hoy padecemos los que votamos en blanco en la segunda vuelta), ya lo tendríamos
disfrazado de uribista furibundo a la manera de un Carlos Alonso Lucio o un
Everth Bustamante pues ¿no tenemos todos, todas y todes, acaso, derecho a
enmendar los tumbos y desvaríos de nuestras convicciones políticas?
Buen
poeta y mejor prosista, aunque pésimo Homo alalus mendax este ex cófrade de
Londoño y Gamboa en la izquierda de la ira.
440.
Cuando un escritor es -o debiera ser- universal como el grande que nos
proporciona la alegoría siguiente, en sus reflexiones abarca, aun en las
supuestamente perecederas de un periódico o revista, no ya a Herveo y el
Tolima, a Palmira y el Valle del Cauca, a Bogotá y Cundinamarca y ni siquiera a
Colombia y la América Latina sino también a San Sebastián y Guipúzcoa, al País
Vasco y España, a Europa y hasta el último rincón del mundo en el que un lector
despabilado sepa qué hacer con lo que se le ofrenda:
“En mi
manada de lobos, mantenemos la tradición antigua del comportamiento gregario.
No conocemos una opción diferente del conformismo natural. Para practicarlo
necesitamos un líder. Si no, ¿cómo va a ejercer uno de subordinado? Dicho líder
o macho alfa ostenta el cargo en colaboración estrecha con una hembra destacada
entre las de su clase. Ambos equivalen a lo que en el plano humano vendrían a
ser un presidente y una vicepresidenta. El jefe dice: Jamás caminaremos en esta
dirección. Y todos a un tiempo apartamos la mirada del rumbo vedado por el
jefe. El cual, otro día, tras un intercambio de susurros con la hembra
directora, ordena que vayamos hacia donde antes no debíamos ir. Nosotros damos
media vuelta y allá vamos, felices de obedecer.
A los
profanos en materia lobuna, les aclararé que el jefe es ese ejemplar alto y de
buena planta, ¿lo ven?, que está subido a la roca. Suele expresarse con
aullidos vigorosos, es siempre el primero en probar bocado y exhibe a todas
horas (rabo levantado, orejas tiesas) un porte dominante. Los demás, de acuerdo
con nuestra posición jerárquica, mostramos distintos grados de sumisión. Los
hay que permanecen por oficio junto al jefe listos para defenderlo, si hace
falta, a dentelladas. Y los que, a cambio de su benevolencia, se tienden a sus
pies y le presentan la yugular como diciendo: Mátame si quieres, pero si
toleras mi presencia y me proteges te seguiré adondequiera que vayas y te
serviré a ciegas, mandes lo que mandes. Están por último los que, no bien el
jefe ha terminado de aullar, le lamen el hocico. A estos los veréis subir a lo
alto de la colina o arrimarse a la linde del bosque, donde se entregarán a la
sonora tarea de elogiar los principios y justificar las decisiones aulladas por
el macho alfa. En mi manada, a estos lamedores de hocico se les recompensa de
costumbre con los trozos más sabrosos de nuestras presas.”
Una mala
y una buena noticia, seguidas por un par de observaciones. La mala es que las
hordas extremoizquierdosas hoy en el poder en Colombia, Brasil, México, España
y ya se verá si nuevamente en la Argentina, van a tener que postergar el gusto
de ironizar, valiéndose de esta joya, sobre la situación política de sus países
hasta cuando la extrema derecha de un Miley o de un Abascal las torne a la
oposición. La buena es que los “profanos en materia lobuna”, es decir los
ciudadanos respetables que ocupan el centro del espectro político, ya mismo
pueden servirse de ella para que, asignándoles nombres propios al macho alfa, a
la hembra destacada y a cada una de las categorías en el servilismo que propone
el texto, pongan en evidencia a los fachos o a los mamertos que detentan el
poder en sus países. Se aclara que para la extrema derecha no hubo mala noticia
por la sencilla razón de que entre sus incondicionales no existe nadie capaz de
ironizar o siquiera alguien que haya oído el verbo. A los chinos y a los rusos
capaces de eso y de mucho más se les recomienda, so pena de ser envenenados,
encarcelados y torturados o desaparecidos, que se abstengan.
Adenda:
me escriben un par de lectoras -a la par que amigas: Tola y Maruja, dicen que
se llaman- colombianas quejándose de que miran con intensidad hacia la cúspide
de la roca pero no ven a ningún lobo alto o bien plantado: “A un lobo sí, pero
‘ojibrotado’ y con pinta de resaca”. A los tres, en cambio, nos llegan nítidos
sus aullidos de líder desorientado.
441. Las
razones por las que dejé de ver fútbol -justo ese milagro obran los mejores
relatores (Carlos Alberto Morales, Javier Fernández Franco, Gustavo el Tato
Sanínt…; de los pensionados y muertos memorables no hablo porque no acabo) con
su arte: concederle durante noventa minutos el don de la vista al ciego de
nacimiento y no se diga al devenido- no tienen que ver con ésta, que sin
embargo logra que se afiance mi renuncia:
“…La
idea del VAR, como de todos los avances tecnológicos de nuestros tiempos, es en
el fondo un intento del ser humano de controlar su destino, de imponer la
perfección en un mundo implacablemente imperfecto. De ser Dios. Y no hay
manera. Es más, el daño que está haciendo el VAR al fútbol es como un castigo
divino. Recuerda al caso de Prometeo, el que desafió a los dioses y fue
encadenado a una roca a la que llegaba un águila a comerle el hígado, solo para
que volviera a crecer el día siguiente y se repitiera el horror eternamente.
El VAR
se está comiendo el hígado del fútbol. No solo porque es imposible que
funcione, ya que el fútbol es como la vida y no es perfectible, sino porque nos
está matando el espectáculo y si no hay espectáculo no hay fútbol. La
injusticia ya era inherente al fútbol antes del VAR. Lo imperdonable del VAR es
que nos está arruinando aquello que nos ofrece el fútbol que es único, glorioso
y especial: el momento cuando se marca un gol, el detonante de emociones más
intenso que ofrece la vida, sin excluir el orgasmo que, ya saben, no siempre va
acompañado de la pasión, o del amor.
Ya no.
Con el VAR ya no. Nuestro equipo marca un gol y el grito se queda a medias, un
coitus interruptus. Aunque sea un golazo, un disparo desde fuera del área sin
posibilidad de fuera de juego, la duda nos atraganta…”.
Creo que
todo comenzó en 2002 cuando en Colombia pasamos de un único campeón por año a
dos. Luego, con el restablecimiento de la Copa Colombia, a esos dos torneos
semestrales tan insípidos se les vino a sumar una competición más que nada
salvo cantidad le agregaba al asunto. Así, atrás quedaban los tiempos en que
uno se consumía de ansiedad entre domingo y domingo o entre miércoles y
domingo, rogándole a lo que fuera -Dios, San Barberón, San Bonner Mosquera o
San Funes- que el tiempo corriera para que Millos volviera a jugar. Pero, como prácticamente
todo en este presente que glorifica la sobreabundancia, de la bendita escasez
caímos en el maldito exceso, que en mí mata las ganas.
¿Viajar?,
¡pero si los aeropuertos y playas y desiertos en expansión y glaciares en
retracción están hasta las tetas de turistas ‘selfivideicos’! ¿Oír un partido
de la selección de Lucho Díaz y James Rodríguez que “batalla” por un cupo en el
mundial de 2026?, ¡pero si entre los 48 que pronto serán 70 y luego 100 cabe
toda Suramérica, Bolivia incluida! ¿Culiar?, ¡Qué dicha pa mi salchicha, que ya
ni recuerda a qué sabe eso tan güeno!
442. Leo
el deslumbramiento que figura bajo la Q de Salvo mi corazón, todo está bien y
me da por pensar, pensando en la desgracia feliz o en la felicidad desgraciada
del Gordo Córdoba, en la posibilidad de que en este preciso momento un lector
de esta novela de Faciolince, la primera que lee en su vida y a la que llegó
por insinuación de alguien que pensó que a su corazón del todo enfermo el libro
lo podía ayudar, se esté diciendo, o le esté diciendo al recomendador, que no
se perdona el haber llegado tan demasiado tarde a la literatura y que daría lo
que ya no tiene por ser él, que con muchas se acostó, el cura virgen tal vez
para siempre de la historia con sus cientos de películas y óperas y libros a
cuestas, con los que habrá vibrado como él con este único título que se lleva a
la tumba.
443. Yo,
que soy ante todo un sujeto literario que profesa un gran respeto por la
ciencia que practican y producen los científicos como usted con alma, necesito
confiarle a alguien mi mayor duda en relación con… consigno esto y ya le digo
con qué:
“…Los
pasos finales previos a la singularidad humana, es decir, la división altruista
del trabajo en un nido protegido, ha sucedido sólo en veinte ocasiones, que
sepamos, en toda la historia de la vida. Tres de las líneas que llegaron a este
nivel preliminar final son mamíferas, en concreto, dos especies de ratas topo y
el Homo sapiens, esta última un descendiente extraño de los simios africanos.
Catorce de los veinte triunfadores de la organización social son insectos. Tres
son camarones marinos que viven en arrecifes de coral. Ninguno de estos
animales no-humanos cuenta con un cuerpo ni (por lo tanto) con una capacidad
cerebral lo suficientemente grandes como para alcanzar un nivel de inteligencia
elevado.
Que la
línea prehumana desembocara en el Homo sapiens se debe a una oportunidad única
sumada a una extraordinaria buena suerte. Las probabilidades eran minúsculas.
Si alguna de las poblaciones directamente encaminadas a la especie moderna se
hubiera extinguido en algún punto de estos seis millones de años desde la
escisión humanos/chimpancés (una posibilidad alarmante, ya que el período de
vigencia geológico medio de las especies mamíferas es de unos quinientos mil
años) quizás hubieran pasado cien millones de años antes de que apareciera otra
especie similar a la humana”: con la evolución, ni más ni menos.
Maestro
Wilson y científicos con alma todos: partiendo del hecho de que el sustantivo
‘evolución’ implica continuidad e imposibilidad de interrupción ninguna, ¿cómo
se explica que en un momento dado esos simios africanos que devinieron humanos
no lo hubieran seguido haciendo y que, por tanto, se pueda hablar de una
‘escisión’, sustantivo que contradice de todo punto el sentido de lo que
evoluciona? Es más: si todas las especies del planeta Tierra somos el resultado
de la evolución, ¿cómo se explica entonces que el Homo sapiens sea el último
eslabón de una cadena que debería tener infinitos eslabones? Dicho en otras
palabras, ¿a qué se debe que esto que llamamos hombre no haya dado origen a una
especie más compleja y elaborada desde el punto de vista de la biología?
Comprenderán
ustedes -que conviven con la duda y a ella se deben- que mal haría yo acallando
las mías por temor a posibles sindicaciones de ignorancia, que en mi caso
sobran puesto que me reconozco ignorante de casi todo lo que querría saber.
444.
Digamos que en este sentido me hallo en el peor de los mundos posibles pues, si
bien considero el creacionismo la prueba por excelencia de la irracionalidad y
el infantilismo sin remedio de la especie, pregonar a pies juntillas que mi
cerebro mitad literario mitad científico comprende y se rinde a la evidencia de
que esto que soy y este que escribe empezó a forjarse, en cierto modo, cuando
“los primeros peces con aletas en los lóbulos emergieron de las aguas de
nuestro planeta, hace unos cuatrocientos millones de años”, sería mentir
descaradamente. Que lo dé por cierto y válido obedece a la seriedad y el rigor
de quienes eso concluyeron tras haberlo estudiado y sopesado a fondo, es decir
a mi certidumbre de que la ciencia auténtica no fabula ni tima, mas no a que mi
precaria inteligencia de veras lo procese, asimile y comprenda. Lo suscribo
maravillado, con análogo asombro al que en mí se suscita cuando me enfrento a
las mejores páginas de lo real maravilloso literario.
445.
Alguna razón le debe asistir a la ilustre dupla Pascal-Wilson cuando coinciden,
si bien en ámbitos muy distintos de lo humano: “Todos los problemas del hombre
se derivan de no saber quedarse tranquilo en casa”. “Para poder colonizar un
planeta habitable, lo primero que tendrían que hacer los alienígenas sería
aniquilar todas sus formas de vida, hasta el último microbio. Mucho mejor quedarse
en casa, al menos durante unos pocos miles de millones de años más. […] Hay
forofos de los viajes espaciales que a día de hoy aún creen que la humanidad
podría emigrar a otro planeta después de que agotáramos éste. Deberían tener en
cuenta un principio que considero universal, tanto para nosotros como para
todos los extraterrestres: sólo existe un planeta habitable, y es la única
posibilidad que tiene la especie de lograr la inmortalidad”.
De una
cosa se puede estar seguro: ni los turistas-langosta ni la marabunta codiciosa
que sueña con industrializar y explotar el espacio atienden a razones.
446. Me
habla Wilson de taxonomías y a mí me acomete el deseo angustioso de taxonomizar
los especímenes que niegan, al tiempo que buscan la sombra de un árbol o se
abanican con desespero, la crisis climática y su flamante era de la ebullición
mundial.
Pienso,
para empezar y partiendo de los más cretinos y por ende menos culpables de su
negacionismo, en los crédulos religiosos que como mi tío Germán explican todo
mediante el Apocalipsis bíblico, y en los crédulos victimistas de la política
que le arrojan toda el agua sucia al engendro que sus ideólogos no mucho ha se
sacaron del sombrero y bautizaron con la frase ‘norte global’. Luego vendrían los
que, con el agua al cuello o los incendios forestales rascándoles las orejas,
mueren al cabo ahogados o chamuscados mientras miran un video en YouTube o le
dan like a una celebridad en las redes. Desfilan a continuación los Forbes del
planeta y los que aspiran a destronarlos, entre quienes sospecho que alumbra la
duda de que algo no anda bien en la Tierra, aunque también la fe ciega y
empresarial de que para cuando esto esté convertido en un erial inhabitable, si
no ellos sí sus herederos van a estar cómodamente instalados, generando riqueza
como Dios manda, en otro u otros planetas. Por último, retrepados en el
pináculo y haciéndoles de idiotas útiles a los negacionistas “por
conveniencia”, los Savater que se baten contra todo lo que les huela a Thunberg
y a ambientalismo adolescente, en lugar de sosegarse, leer y tomar nota:
“…¿Cómo
podemos hacernos cargo de las especies que componen el medioambiente viviente
si ni tan sólo conocemos la gran mayoría? Los biólogos de la conservación están
de acuerdo en que grandes cantidades de especies van a extinguirse antes de que
las descubramos. Incluso en términos puramente económicos, los costes de
oportunidad de la extinción serán enormes. La investigación de sólo un número
reducido de especies salvajes ha supuesto avances significativos en calidad de
vida humana -abundancia de fármacos, nueva biotecnología y desarrollos en la
agricultura-. Si no existieran hongos de la clase adecuada, no existirían los
antibióticos. Sin plantas salvajes con tallos, frutas y semillas comestibles
que se prestaran al cultivo selectivo, no habría ciudades ni tampoco
civilizaciones. No habría lobos, ni perros. No habría aves silvestres, ni
gallinas. Ni caballos ni camélidos -no serían posibles los viajes terrestres, a
no ser que los mismos humanos tiraran de los carruajes y cargaran con el
equipaje-. No habría bosques donde depurar el agua y gastarla gradualmente, ni
tampoco agricultura -exceptuando las cosechas de secano, menos productivas-. No
habría vegetación salvaje ni fitoplancton, ni aire suficiente para respirar.
Sin la naturaleza, en definitiva, no habría gente.
El
impacto humano en la biodiversidad, resumiéndolo de la forma más sucinta
posible, es una agresión contra nosotros mismos. Es el efecto de una fuerza de
la naturaleza inconsciente, alimentada por la biomasa de la misma vida que está
destruyendo.”
De
verdad que dan ganas de coger de la mano a Trump y a Savater y decirles, como
Orfi a mis hermanos y a mí cuando jodíammos y hacíamos ruido y no dejábamos
mecanografiar a Abe sus memoriales y alegatos, que más les vale, niños, dejar
trabajar a los científicos porque de lo contrario no va a haber coños que
agarrar ni lectores que compren libros y debatan sobre ética y valores.
447. Leo
en El Mundo este titular: “Un hombre de 97 años entre las decenas de detenidos
en una protesta climática en Australia”, y lo primero que en mí -casi cincuenta
años ¿más joven?- se suscita es una gran admiración por él, por su civismo y su
generosidad ciudadana, a la par que mucha vergüenza por seguir aquí, sentado y
aletargado por mi egoísmo de lector que sabe que no es defendiendo de palabra a
Greta y sus muchachos -púberes, adolescentes, jóvenes, maduros, pensionados y
cuasi centenarios- como se les puede torcer el brazo a los poderosos negacionistas,
a los poderosos que disfrazan sus negociados con ropajes ecologistas, a los
anestesiados del mundo entero y a los ilustrados que cometen el dislate de
querellarse contra la muchachada minoritaria que sí se manifiesta. Se dirán los
Savater que si se la logra acallar, tal vez se obre el milagro de que el mundo
torne a los días de inocencia en que nadie o casi hablaba de eras de ebullición
y apocalipsis climáticos. Pero ahí van a seguir la “ciencia ética” y sus
forjadores, fungiendo de conciencia colectiva.
Adenda:
no hay que ser ningún genio para deducir lo que los que nos sobrevivan van a
exclamar cuando se topen con éste y titulares por el estilo: ¡¿En serio?
¿Detenían a los ambientalistas y los ecologistas que protestaban? ¿Pero es que
eran imbéciles o declaradamente locos?!
448.
¿Saben que sí? ¡Pero claro!: si nos sentamos a esperar que a los sionistas de
Israel -en componenda con los terroristas de Hamas- se les dé la gana de
desempantanar la solución de los dos Estados, nos puede agarrar la próxima
glaciación o aun la parusía intentando que los muy ciegos de codicia y
sectarismo se fijen en las bondades de ese paso a fin de cuentas tan sencillo:
lo que procede entonces es hacerle caso a Paulo y no porfiar en la locura del
mismo error inconducente.
Que hoy,
veintipico de noviembre de 2023, sean “más de 130” los “países, incluidos
varios europeos” los que “reconocen el Estado palestino”, reconforta y da
esperanza. ¿Que todo se circunscribe a “una declaración de intenciones sin
efecto”, advierte el articulista? Pues no habrá de ser así durante mucho tiempo
porque si cada día un nuevo país suma su voz a la sensatez, hasta dejar
íngrimos en la ONU a los que se oponen -Israel- y a los que los respaldan
-Estados Unidos y Alemania-, muy posiblemente de la declaración de intenciones
sin efectos tangibles se pase a una “realidad imaginada” y de ahí, producto de
la persistencia y la consistencia colectivas, a la concreción de lo que hoy
parece imposible.
449. Yo,
que de más está aclarar que no soy feminista y a duras penas un machista manso
-por aquello de la necesidad de proteger a las mujeres que quiero o adoro-, les
recomiendo a todas ellas que se cuiden de los arrumacos de los Louises
Althusser, mientras que a mis congéneres varones los prevengo: ojo avizor con
las Saninhas da Cunha.
450.
Preocupado como me hallo por el desempleo y el rebusque que en la Colombia del
Esperpetro galopan ahora sí a sus anchas, sin las bridas del manejo responsable
de la economía, me impuse contratar de mi peculio a siquiera un desesperado sin
sustento para que me ayude en una tarea que mi ceguera dificulta. Se trata de
que los interesados lean los artículos que Elvira Lindo, feminista declarada y
defensora contumaz de “los niños y las niñas”, ha publicado entre la orgía de sangre
perpetrada por Hamas en Israel y hoy, 29 de noviembre de 2023, a fin de que me
confirmen si estoy en lo cierto: en ninguno hay la más mínima referencia a las
mujeres que los terroristas asesinaron y violaron y secuestraron, ni a los
bebés y a los niños en que cebaron su odio, treinta de los cuales fueron
arrancados de sus hogares profanados y llevados a Gaza. Tampoco la más mínima
condena, al menos por decoro, a los yihadistas.
Moraleja:
si usted se llama, por decir algo, Luis Rubiales y comete la imprudencia de
robarle un beso sudado a, por decir algo, Jenny Hermoso, dé por sentado que de
usted sí que no se van a apiadar los, las y les ideologizades defensores de los
derechos humanos. De ciertos humanos.
Anuncio
que la recompensa para quien dé con lo que busco es generosa.
451.
Llevo un par de horas luchando sotto voce, sin éxito, contra esta
ira bien conocida que sólo con mucho esfuerzo logro domeñar, y miren con lo que
me topo:
“Hay
días en los que la gente sale a la calle como con ganas de pelea. Miras a tus
contemporáneos en sus coches a las siete de la mañana, conduciendo en dirección
al trabajo y algunos dan miedo. Están deseando que les roces un poco para salir
del automóvil con un bate de béisbol. El mundo siempre ha sido un poco hostil,
pero hay temporadas en las que la agresividad alcanza niveles del todo
indeseables. A primera hora, en la radio, deberían informar del grado de
beligerancia ambiental igual que informan de la temperatura real y de la
imaginaria, pues la sensación térmica no siempre se corresponde con lo que
señala el termómetro.
Me
pregunto si el cabreo latente que yo percibo a veces en la calle o en los
telediarios es el producto de la proyección de mi propio descontento. No es
fácil hallar la frontera entre el malestar propio y el de los demás cuando se
vive en grandes concentraciones urbanas. […]
A veces,
una mirada perdida se posa sin querer en un rostro con resultados fatales para
la convivencia…”.
Ya un
poco más sosegado gracias a Millás y a mi labor de amanuense, doy en pensar en
lo mil veces rumiado sin beneficios tangibles para mi salud mental y física: en
que, gracias a la ceguera, no manejo carro ni me cruzo con miradas torvas y
caras que, en palabras de Orfi, “horroriza mirar”. Magro consuelo si se tiene
en cuenta que, al igual que los iracundos que se sientan frente a un volante o
rumian sus rabias mientras patean ciudades, también yo empuño un bate
imaginario y arremeto contra el mundo. Claro que nunca sin haberme cerciorado
de que flora y fauna se hallen a cubierto.
452.
¿Que el hombre desquició a la naturaleza con sus excesos? Estoy por concluir
que desquiciada estaba ya cuando permitió, hace lo menos tres millones de años,
que Lucy descendiera del árbol y, viéndose con las manos ociosas para proceder,
se entregara al pillaje y de ahí en más: desde perforar hímenes con los dedos a
lo Rafael Leónidas Trujillo Molina hasta pulsar el botón de un arsenal nuclear
o desollar vivo a un San Bartolomé, pasando por el disparo a bocajarro de
cualquier soldado ruso o israelí a un niño ucranio o palestino, todo se derivó
de esa licencia. Y pues, ya que la cagó, que sea ella la que lo remedie, y
ojalá pronto.
453. A
que no adivinan qué politicastro suramericano hoy en el poder inspiró estas
palabras, que rescato de algo que leí: “Con un personaje tan mutante y falaz es
muy difícil prever nada. Lo único sólido que tiene es su fanatismo”.
Un
sobresaliente para los que respondieron bien que Petro, bien que Miley. ¿Pero
Boric?: perdónenme pero discúlpenme. ¿Lula?: con todo y lo que me disgustan él,
su voz cavernaria y su cavernaria ideología que lo lleva a congraciarse con lo
peorcito o lo a todas luces ruin de la dirigencia mundial, tampoco es como para
que se lo llame politicastro.
Curioso,
por otra parte, que nadie haya dicho nada de quienes gobiernan al Ecuador,
Perú, Bolivia y Paraguay. Tampoco del presidente de Uruguay, el único país del
continente que se conduce con decencia en este presente que asquea. Y un 0
rotundo para los que respondieron que Maduro, pues ése ni a politicastro llega:
allá el dictador se llama Diosdado Cabello, nombre horrísono donde los haya.
454. Si
usted es profesor de una facultad de medicina o, mejor aún, de una
especialización en cardiología o en cirugía cardiovascular, hágame un favor.
Deles a leer a sus estudiantes el texto siguiente a manera de ejercicio en
clase, y pídales comedidamente -yo les haría apagar el puto celular sin
contemplaciones- que no busquen información en Google… que lean simplemente:
“…-Tras
el examen del bachillerato quizá le digan a uno a qué carreras puede aspirar y
a cuáles no, si puede ser médico o físico o albañil o electricista o
carpintero. Pero en los exámenes del corazón lo que está en juego es todo tu
futuro, la vida que te queda. Así como en las pruebas de final del bachillerato
te dicen si has estudiado bien o no en lo que llevas de primaria y secundaria,
o si has perdido el tiempo, en los exámenes cardíacos te dicen, en la mitad del
camino de la vida, si la has vivido bien o si has comido demasiada sal o demasiada
grasa o demasiada azúcar, si has hecho suficiente ejercicio, cuánto fumaste, si
te has dejado dominar por el estrés, si tu conciencia te ha dejado dormir
tranquilo en el último medio siglo, o si todo ha sido un error, si tuviste mala
suerte en la lotería de los virus y los genes, y por lo mismo todo esto se
refleja en tus propios latidos. Ahí están ellos, mirando por dentro y por fuera
el corazón, leyendo la misteriosa cordillera irregular del electrocardiograma,
midiendo la delgadez o el grosor de sus paredes, calibrando cada uno de sus
impulsos eléctricos, de sus diástoles y contracciones y gradientes, de su
capacidad de llevar la sangre hasta la última neurona de la cabeza y la última
uña del dedo chiquito del pie. Y es como si esa máquina, esa mula incansable
que es la primera que empieza a trabajar en nuestro cuerpo y la última que se
detiene, revelara los secretos de todo lo que eres, de lo que has sufrido y
gozado, de lo que te has cuidado o descuidado, de tus excesos de ambición o de
tu falta de metas, de si eres voluntarioso o pusilánime, de las penas que te lo
descompensaron y las alegrías que te lo llenaron de ánimo y esperanzas. Les
muestra a los jueces, en la pantalla, cómo late, cómo sopla, cómo regurgita,
cómo la sangre pasa serena o turbulenta, cómo esta va a oxigenarse en los
pulmones y cómo sale del ventrículo izquierdo disparada por la aorta a repartir
el oxígeno hasta el último rincón de la mente, hasta el pene para que se
levante, hasta el hígado para que secrete bilis y la nutra, hasta los
intestinos para que se muevan, hasta los riñones para que la filtren, hasta el
mismo corazón para que nunca deje de bombear, hasta las neuronas para que nos
den la sólida ilusión de que tenemos un alma, voluntad, la sensación de ser lo
que somos, la quimera del libre albedrío, una memoria vaga de lo que fuimos,
una intensa ansiedad por no saber lo que somos o lo que no somos, y unos
anhelos insensatos de lo que seremos.”
Pregúnteles,
para empezar, qué tipo de profesional escribió aquello: ¿un médico general?,
¿necesariamente un cardiólogo?, ¿quién más se les ocurre que pudo haberlo hecho?
Oídas a bulto sus respuestas, divida el grupo entre quienes piensan que debió
de haber sido un médico y quienes sostienen que no necesariamente, para que conversen
por separado y se preparen para el debate. Como voy a estar esperando con
impaciencia en la cafetería de la facultad o de la clínica su llamada, no bien
la reciba le caigo al salón porque lo que soy yo no me pierdo el desenlace de
este experimento.
Verá
cómo los tres o cuatro muchachos que resuelvan leer la novela toda van a dejar,
al contrario que los más de sus colegas, de ver en sus pacientes a simples
personificaciones de la ignorancia científica y de tratarlos, en el mejor de
los casos, con mal disimulada condescendencia y, en el peor, con abierto
desdén. Quién quita que hasta vaya y se vuelvan, para bien de la medicina y la
ciencia toda, bibliófilos capaces de entender que aquello que tienen delante no
es simplemente un cuerpo con un cerebro de adorno sino un ser humano con todas
las de la ley o, incluso, una inteligencia capaz de transformar en arte lo
indeglutible de la medicina, suavizado sabiamente con la dosis pertinente de
vida.
455.
¡Pero si renunciar a lo melodramático de que está infestada la vida es señalar
uno mismo la muerte prematura de la ficción que escribe!
456. Si
usted forma parte de los millardos que adolecen de proclividad a tomar las
partes por el todo y en consecuencia confunde a Greta y su muchachada
minoritaria con “los jóvenes del mundo que les exigen a los políticos un cambio
de rumbo”, infundio hiperbólico que remachan los romanticones que nunca faltan,
no es sino que revise un par de estudios serios sobre el consumismo desaforado
a que se entregan entre su adolescencia y los 30 años quienes se lo pueden
permitir (los que no, no son pruebas de lo contrario), averigüe en fuente
confiable el grado de conocimiento y de importancia que se tiene y se le da al
desbarajuste del clima en ese rango etario y, escéptico, cotéjelo todo con la
lectura de ‘Cómo afectó el calentamiento global a Taylor Swift’ en El País de
España.
¿Que si
condeno la borrachera consumista de los más jóvenes? Imbécil no soy: juzgo a
quien debo juzgar. Elogio y admiro lo indecible, eso sí, a Thunberg y a los que
como ella arriman el hombro para intentar enderezar la singladura que conduce,
al parecer indefectiblemente, a la aniquilación.
¿Mi
pálpito?: alea iacta est. Pero yo soy sólo un derrotista que intenta no
estorbar.
457.
Deseada muchacha, estimado muchacho, mojachos todos que estudian literatura y
afines: si a lo que ustedes aspiran en cuanto hace a la escritura es a escribir
ensayos perdurables, es decir de valía, un juego deben jugar. Preséntenles a
sus profesores, en particular a los sabelotodos que suelen ser también los más
arrogantes de la facultad, los escritos que les pidan como se los pidan: con
normas APA o EPA o UPA, con pies de página y anotaciones al margen y
bibliografías mejor nutridas que las reflexiones propiamente dichas del ensayo
o del ensayo propiamente dicho, y acompañen las entregas con exclamaciones de
júbilo, admiración y agradecimiento a ese maestro que ha hecho por ustedes y su
aprendizaje en un semestre lo que nadie antes en años de escuela y colegio. En
paralelo y del modo más clandestino posible, lean, para empezar, los ensayos
que sobre ciencia y vida y literatura y vida consigan de Julio César Londoño,
de quien no deberán leer, al menos todavía, sus soflamas políticas en El
Espectador so pena de sufrir una de dos consecuencias posibles: una indeseable
radicalización política que a nada bueno conduce, o la ruptura prematura con un
autor que, pese a sus taras ideológicas, vale la pena leer.
Ustedes
verán si antes o después de estudiar al vallecaucano -echen un carisellazo-,
buscan en El País de España una joya de ensayo que Villoro tituló ‘Juan
Gabriel, el patriotismo del corazón’. Poco importa que al rompe no sepan qué
significa ‘al rompe’ ni quién es -los grandes nunca mueren- el tal Juan
Gabriel: van a descubir una cosa y la otra junto con el asombro de enterarse de
que semejante género literario sirva, en las manos indicadas, para elevar hasta
lo sublime artístico lo que muy probablemente ayer no más ustedes llamaban “el
asco de música que oyen mis papás”.
Adenda:
si en la próxima farra con sus amigos usted le pide al barman que ponga tal o
cual canción del mexicano inmortal, vuelve a la mesa y, para pasmo de los que
con usted se emborrachan, empieza a cantar a grito pelado la letra de esa
ranchera o esa balada que se le metió en el corazón leyendo a un grande, la
literatura habrá cumplido cabalmente con su deber.
458.
Este viejo aforismo de Enrique Jardiel Poncela ya no es viejo sino
antediluviano: “La medicina es el arte de acompañar con palabras griegas y
latinas al sepulcro”. Hoy el arte reside en la capacidad que tenga el enfermo,
llámese alemán o portugués o francés o ucranio o rumano o búlgaro o guayú o
español, de descodificar y trasvasar a su lengua materna las palabras del
médico que le explica los resultados de un examen o le comunica el diagnóstico
de lo que observa no en la lengua que aparentemente ambos comparten, sino en
espánglish, alemánglish o como se llamen las demás fusiones anglobabélicas del
mundo.
459.
¿”Quien canta sus demonios espanta”, reza este otro proverbio sabio -no todos
lo son-? El problema es que si quien canta es un desafinado, o un afinado con
bella voz que lo que canta es la peor música de cantina, rap, pop urbano,
vallenato llorón, reguetón o bachata, al pobre oyente involuntario le toca
correr a esconderse donde mejor pueda so pena de que los espíritus que el
espantador ahuyenta tomen de él posesión.
460.
¿Vieron ustedes, de casualidad, la primera crónica de ayer (3 de diciembre de
2023) en Los Informantes de María Elvira Arango? ¿La vieron las legionarias
ultraortodoxas del feminismo colombiano, quienes para no desentonar con sus
cofradas de horda en Occidente, se han mantenido tan calladitas y aquiescentes
frente a las violaciones de toda factura que perpetraron el 7 de octubre en
Israel los terroristas de Hamas y demás yihadistas palestinos en contra de un
número indeterminado de mujeres, judías o no, todas inermes? Que se
despreocupen las y los mutiladores de clítoris de bebés emberás pues, por
tratarse de integrantes de un “pueblo originario”, o sea de personificaciones
de la bondad y la inocencia, tampoco a ellas o a ellos están destinadas la ira
y las represalias de las ménades. Es más: el que abrigue la esperanza de que la
secta “ablacione” para condenar las mutilaciones, aun cuando sea de labios para
fuera, le recomiendo que mejor se busque otra forma de perder el tiempo porque
nuestras amigas no dan abasto en su noble labor de perseguir piropeadores,
picadores de ojo, invitadores a salir, dedicadores de canciones, robadores de
besos sudados a lo Luis Rubiales, renuentes a triplicar el género y demás
indeseables del heteropatriarcado opresor y bla, bla, bla, bla, bla.
461. Lee
uno la prosa apátrida 76 y un raudal de ideas revueltas con imágenes se le
vienen a la cabeza: los efectos miríficos que en cualquier tiempo pero sobre
todo en éste tan histérico y seudomoralista obran en los lectores o en los
espectadores asqueados de tanta pacatería las voces inteligentes y en general
el arte indócil de los políticamente incorrectos; las dos o tres verdades que
contienen las palabras clasistas y realistas del autor; el poco tiempo que ha
pasado desde que él escribiera este texto y la sensación de que se pergeñó en
días muy lejanos y en comparación harto transigentes con opiniones que hoy
ofenden a las hordas de la cancelación; la duda de si a los ciegos de
nacimiento los modales en la mesa y en cualquier parte nos los afean o exaltan
los Ribeyros con la crudeza con que en este texto él juzga los de sus
interlocutores y, ya puestos, la razón de que esté ahí a esas horas y entre
obreros, si tanto lo incomodan.
462. Y
como se trata de una vocación, aquí me tienen, juntando material para mi
segunda arremetida a favor de la generosidad invisible pero infinita de los que
se mantienen child-free:
“Para un
padre, el calendario más veraz es su propio hijo. En él, más que en espejos o
almanaques, tomamos conciencia de nuestro transcurrir y registramos los
síntomas de nuestro deterioro. El diente que le sale es el que perdemos; el
centímetro que aumenta, el que nos empequeñecemos; las luces que adquiere, las
que en nosotros se extinguen; lo que aprende, lo que olvidamos; y el año que
suma, el que se nos sustrae. Su desarrollo es la imagen simétrica e invertida
de nuestro consumo, pues él se alimenta de nuestro tiempo y se construye de las
amputaciones sucesivas de nuestro ser.”
Como
quien dice, felices los sin hijos convencidos de su decisión, porque ellos
envejecerán al margen del retrato de Dorian Gray que se dibuja en cada vástago.
Pero más felices los ciegos por decisión sin descendencia, porque además están
a salvo de la tiranía que sobre el resto de la humanidad ejercen los espejos.
463.
¿Volver al psiquiatra? Para qué, si es en la literatura donde doy con ciertos
diagnósticos colectivos que me permiten asomarme a ajenos espejos, sólo que
igual de empañados que el mío -cuando no del todo hechos añicos-: “A cierta
edad, que varía según las personas pero que se sitúa hacia la cuarentena, la
vida comienza a parecernos insulsa, lenta, estéril, sin atractivos, repetitiva,
como si cada día no fuera sino el plagio del anterior. Algo en nosotros se ha
apagado: entusiasmo, energía, capacidad de proyectar, espíritu de aventura o
simplemente apetito de goce, de invención o de riesgo…”.
Si de
los siete aspectos que señala Ribeyro, dos únicamente emiten señales de vida en
mi vida exangüe…
464. Que
me perdonen los científicos con alma el exabrupto, pero pastoreando un insomnio
garciamarquiano la otra noche, me di a la tarea de imaginarme un mundo en el
que hasta el último mortal de los dizque ocho millardos que somos se condujera
de acuerdo con los principios del pensamiento científico, y semejante distopía
de perfección me ocasionó un tremendo escalofrío. ¿Un mundo sin gnomos,
ondinas, sílfides y salamandras?, ¡…! ¿Sin Úrsulas Iguarán y Melquíades y
Remedios muy Bellas y José Arcadios Buendía?, ¡…! ¿Sin la casa encantada de las
bellas durmientes japonesas?, ¡…! ¿Sin las historias de miedo con que la
abuelita Elvia nos llenaba de asombro la infancia y de magia las noches en su
finca felizmente al margen de la luz eléctrica?, ¡…! ¿Sin religiones ni dioses
unigénitos ni naturalezas crédulas capaces de tornarse inclementes en su
fanatismo?, ¡maravilloso! ¿Sin demagogos y promeseros de lo imposible en
política que les cuelen sus mentiras a supuestos adultos con mayor facilidad
que un pederasta avezado a los párvulos de un kindergarten?, ¡estupendo!
465. De
momento afirmo y sostengo que la revolución femenina, tan exitosa en Occidente
pese al camino infinito que queda por recorrer, echó a andar en 1879 de la mano
de -ella sí- una empoderada con todas las letras llamada Nora Helmer. Que sus
sucesoras en el feminismo estén hoy, repito que en esta parte del mundo,
empeñadas en minar los resultados más que palpables de la lucha sin cuartel que
tantas otras mujeres valerosas han librado desde entonces se debe, entre otras
razones pormenorizadas en este blog, a la incultura histórica y literaria de
una inmensa mayoría de los ciudadanos del mundo que abarca, faltaría más, a la
militancia del movimiento.
Y es
gracias a Nora Helmer y a su demiurgo que ayer no más en mí brotó nuevamente un
sueño irrealizable: que cada niña y muchacha y mujer que vivan sometidas y
humilladas por cualquier tiranía misógina -la afgana, la emberá, la iraní- lea
en su lengua una traducción óptima de ‘Casa de muñecas’ para que, imbuidas de
la resolución volcánica de la protagonista, destronen ellas a los tiranos y de
paso les den una lección a los hombres buenos pero cobardes de sus países. Una
vez perpetrada la hazaña, heroínas de las latitudes y culturas más
oscurantistas, hagan el favor de no pestañear -los machistas violentos con falo
y vagina saben aguardar- ni ceder a la tentación de ensoberbecerse al punto de
ver en todo hombre con que se crucen a un enemigo, pues incurrirían también
ustedes en una deslealtad imperdonable con Henrik Ibsen y con los millones de
hombres que, por querer y respetar como queremos y respetamos a las hijas y
madres y hermanas y parejas y profesoras y amigas que nos tocaron en suerte,
somos incondicionales de su causa. Lo seré yo, salvo si, permeadas por lo
insustancial excesivo de la última versión feminista de Occidente, se dedican a
desbarrar y a hacer pataletas.
466. Me
escribe un buen amigo imaginario y a todos los efectos mejor lector que yo, en
procura de que rectifique lo que él considera una injusticia por mi parte.
“Afirmar que alguien distinto de Antígona es la génesis del feminismo,
constituye una ingratitud análoga a la que tú señalas con acierto en tu desahogo
465. ¿No te parece?”: no me parece, y (te) explico por qué.
Porque
circunscribir el ejemplo ético e intemporal de Antígona a la acción de una
mujer valiente que se rebela contra la autoridad de un tirano misógino, atenta
contra la verdad literaria del relato de Sófocles. Cuando Antígona transgrede y
entierra a su hermano Polinices, lo hace no en su calidad de mujer ni
desobedeciendo una prohibición arbitraria destinada sólo a las mujeres, sino
que procede en calidad de ser humano que no está dispuesto a que la
arbitrariedad de nadie con poder la fuerce a fallarle a su conciencia.
Dicho de
otra manera: si la Antígona de Sófocles hubiera tenido que desafiar no a
Creonte sino a la Rosario Murillo nicaragüense de hoy, por descontado que lo
habría hecho, y con idéntico arrojo que si Sófocles hubiera resuelto que quien
no debía dejar insepulto el cadáver de su hermana fuera Polinices. Lo que
sucede es que, sabio como era, el genio de Colono comprendió mejor y antes que
nadie que la insumisión, encarnada en una mujer, habría de resonar con cuando
menos el doble de fuerza, y hasta el final de los tiempos. La prueba es que acá
estamos tú y yo, varones ambos, rendidos de admiración ante el personaje
literario femenino más poderoso en la historia de la literatura y precursor
innegable de las Ednas Pontellier, las Marías Iribarne, las Tánger Soto, las
Lisbeth Salander y todas las Noras Helmer que en el mundo de los libros son y
han sido.
467. Me
replicaba el otro día un astrofísico no de la NASA, sino de universidad pública
colombiana, que eso de “revolver conocimientos” podía sonar muy bien pero que, en la
práctica, era del todo inconducente: “¿Un geoingeniero escribiendo de cine y
literatura? Decía mi abuelita, profesor, que ‘cada loro en su estaca’”.
Como lo
mío es la falta de ganas, me fui de su oficina minúscula con mi idea para otra
parte. Ni siquiera le dije que se tomara la molestia de leer tales o cuales
artículos del científico con talento y capacidad literarios Javier Sampedro en
El País de España y del escritor con talento y capacidad científicos Julio
César Londoño en El Espectador. ¿Para qué? Aquel pobre hombre sin amplitud de
miras no habría comprendido que lo que y como escriben el español y el
colombiano es el norte y no el propósito ulterior de la propuesta de incluir en
el plan de estudios de quienes se preparan para científicos un par de cursos de
literatura, y un par de cursos de ciencia en el de quienes estudian para
literatos, pues eso nadie lo puede garantizar. Se trata de alfabetizar a los
unos en esto y a los otros en aquello y de ahí en más, que cada cual decida si
sigue cultivándose o lo deja así.
Ahora:
maravilloso si, una vez puesto en marcha el experimento, siquiera un estudiante
de lo uno y de lo otro descubren cada nuevo semestre que su vocación anida en
lo recién desvelado.
468. Al
menos por respeto a Salma al Shehab y a todas las personas que, como ella,
sufren en carne propia las desmesuras de una tiranía tipo la saudí, ese sujeto
llamado Santiago Abascal y sus conmilitones de Vox y del PP tendrían que
abstenerse de llamar dictador a Pedro Sánchez, cuyos oportunismo e
insustancialidad bien pueden equipararse a los de sus opositores, pero quien
está a años luz de ser o de semejar un sátrapa por el estilo de Mohamed bin
Salmán o siquiera del lastimero y aborrecible Ortega nicaragüense. Yo que
Felipe VI, haría lo que su padre con el palurdo de Hugo Chávez en noviembre de
2007, sólo que con Abascal, Feijóo, Sánchez, Díaz, Iglesias y demás estridencia
política de su país. Que las únicas voces que se oigan sean las de las
Cayetanas Alvarez de Toledo de cada partido… Claro: en el caso harto improbable
de que las tengan.
469. A
ver: sentemos en un salón de clases a un terrorista y violador de mujeres y
secuestrador de niños israelíes perteneciente a la cúpula de Hamas, a un
general terrorista comandado por el invasor y despanzurrador de mujeres y niños
palestinos Benjamín Netanyahu, a un joven israelí aborrecedor del yihadismo
palestino que se promete venganza y a un joven palestino aborrecedor del
terrorismo de Estado israelí que se promete venganza, a un entrometido y gratuito
aplaudidor de la causa palestina y a un entrometido y gratuito aplaudidor del
poderío sionista, ambos occidentales, y démosles a leer a los seis,
fidedignamente traducido a sus lenguas, el artículo que John Carlin tituló
‘Fuertes y ciegos, como Sansón’. Si de aquel ejercicio de reflexión tan
aparentemente atípico brota la concordia, es porque la paz en aquella región
del mundo está a la vuelta de la esquina. Si no, ni se les ocurra perder el
tiempo atrayendo al aula a los espíritus pacíficos de un lado, el otro y los
otros puesto que la última palabra sobre la paz la tienen los que se amangualan
para provocar y declarar las guerras.
470. La
resurrección sí existe. Lo sabe Antígona, que reencarnó el 9 de mayo de 1921
para morir, esta vez, el 22 de febrero de 1943 a manos de los nazis,
prolongaciones a su turno del primigenio Creonte. Se llamó Sophie Scholl y dejó
tras de sí otro ejemplo inmortal de ética e insumisión, pero ahora en “una
colección de cartas” (todavía no doy en google con el título del dichoso
epistolario y no tengo el número de Carlin para preguntárselo) y en la memoria
de quienes tuvieron la suerte de conocerla y batallar con ella. Este sacrificio
por partida doble nos recuerda a los “inocuos” ya por nuestra indiferencia, ya
por nuestra cobardía, que la redención no existe y bien está que así sea, pues
no estamos a su altura.
471. Si
lo sabré yo: “La anestesia produce un sueño muchísimo más profundo que el sueño
profundo, del cual, a los que sobreviven, no les queda ni percepción del tiempo
transcurrido ni recuerdo alguno. Es la nada total, la nada de la muerte”.
Una
trabeculectomía cuando ni siquiera balbuciía y mucho menos caminaba. Una
septorrinoplastia cuyo postoperatorio se lo deseo sólo a muy pocos. Una
osteosíntesis, y una evisceración ocular con un intervalo de apenas dos días,
ambas a consecuencia de un accidente de tráfico la mar de estúpido -más yo que
él-. Y, algunos años después, la enucleación del ojo eviscerado, o sea el
izquierdo, o sea el que me procuró la entonces dicha de saber -es decir
conocer- cómo brillaban el sol y la luz eléctrica en donde fuera, una única vez
la luna en la finca felizmente a oscuras de la abuelita Elvia; la dicha de
descubrir que la ceguera no es ni de lejos como se la imaginan los optómetras,
oftalmólogos y demás videntes que en el mundo son y han sido y como se la he
oído describir a no pocos ciegos devenidos: negra como boca de lobo e
imprecisiones por el estilo; la dicha de ver -es decir conocer- muchos de los
colores -que en este preciso momento refulgen en mi modesta pero elocuente
memoria visual-, de entre los cuales el amarillo con todas sus tonalidades es
mi favorito mientras que el rojo…
Me da a
veces por pensar que en toda esta añoranza mía del retorno a la nada de que
habla la cita, algo tienen que ver las cinco ocasiones en que he paladeado la
muerte gracias al sueño sin sueños en que nos adentran los anestesistas con su
saber y sus máscaras-legado de Las mil y una noches. Y una infidencia: durante
mucho tiempo alimenté el deseo de que Fortuna me deparara una Virginia Apgar a
la que querer y a la que estar para siempre y de antemano agradecido por el
‘bel morir’ que su mera cercanía promete.
472. Se
me había olvidado contar(les) que, concluido el experimento que reseñé en el
desahogo 454, me senté a conversar en la cafetería de la facultad con los tres
o cuatro muchachos a los que consiguió entusiasmar Faciolince con su híbrido
cientificoliterario sobre el corazón, del que empezamos a charlar revolviendo
sentimientos con conocimientos con tales desinhibición y alegría que al cabo de
unas horas ya habíamos intercambiado números de teléfono y la promesa de
seguirnos llamando y encontrando para hablar de “lo suyo”, “lo mío” y “lo
nuestro”, que es la vida. Pues bien, ese segundo encuentro tuvo lugar no mucho
ha, y la excusa fue el desenlace del penúltimo capítulo de Salvo mi corazón,
todo está bien, el cual comienza diciendo: “…Mientras me fuerzo a pasar por la
garganta una aguapanela con limón…”. Se oían exultantes mis jóvenes amigos,
pues a su descubrimiento de la literatura por medio de una novela venía ahora a
sumarse el de la poesía gracias a un poema y un poeta que, vaya portento, esa
novela les desvelaba.
Pero
como todo hay que decirlo, en sus voces agradecidas también capté unos como
visos del dolor a priori que les produjo la lectura por separado de ‘Los
heraldos negros’, que alguien propuso que leyéramos y comentáramos antes de
despedirnos. Misión cumplida, Gregorio.
473. Me
pide un estudiante de carne y hueso, pero virtual, que por favor le aclare el
significado del sustantivo antinomia y del adjetivo antinómico que, o bien no
buscó en ningún diccionario o, si los buscó, tal que si no lo hubiera hecho
-cortedades de estas criaturas hiperconectadas de entre 3 y 100 años-:
“…Los
índices de extinción siguen siendo entre cien y mil veces más elevados de lo
que lo eran antes del establecimiento global de la humanidad. Se estima que las
iniciativas de conservación desempeñadas antes de los estudios de 2010
mitigaron el desastre en por lo menos una quinta parte del que podría haber
sido. Es un avance importante, pero ni de lejos estabilizará la vida en la
Tierra. […]
Lo que
nos queda del siglo será un atolladero de impacto humano en el medioambiente y
reducción de la biodiversidad. Cargamos con la responsabilidad de sacarnos a
nosotros mismos y a cuantos más seres vivos podamos de ese atolladero, y
emprender una existencia edénica sostenible. Nuestra decisión será
profundamente moral. Para cumplirla dependemos de un conocimiento que aún nos
falta y de un sentimiento de decencia común que todavía somos incapaces de
sentir. Somos la única especie que ha comprendido la realidad del mundo
viviente, que ha visto la belleza de la naturaleza y que le ha dado valor al
individuo. Sólo nosotros hemos valorado la cualidad de la misericordia entre
los de nuestra clase. Ahora, ¿podríamos preocuparnos también por el mundo
viviente que nos dio a luz?”
En vista
de que aquella voz un poco tontaina dijo, sin la menor convicción que gracias,
profe, que ahora sí le quedaba claro el concepto, yo conminé a su dueño a que
me lo demostrara, y ojalá mediante una imagen elocuente sacada de la vida real
más cruda. Pasaron 30 segundos, tal vez un minuto sin que se surtiera respuesta,
y fue entonces cuando una compañera suya llamada Sandra Bogotá, no en vano la
estudiante más destacada de la clase y de la facultad, pidió la palabra y dijo,
con el aplomo que sólo se les da bien a los de veras brillantes:
--Estaba
pensando en una macroflota de arrastreros chinos frente a un grupo de biólogos
marinos y otros investigadores que luchan para salvar arrecifes de coral
moribundos, o a las hordas de feroeses con sus matanzas de cetáceos frente a
los valientes de Sea Shepherd que las documentan.
¿Mi
macrologro en la vida, mi amor? Haberme enamorado de ti y conquistado la
reciprocidad cuando aún eras mi estudiante. ¿Mi mayor torpeza? La que nunca
cometí ni estaría dispuesto a cometer por escrúpulos éticos.
474. En
todas las guerras hay, sin falta, Quimets forzados y Quimets voluntarios y
Colometas que se quedan solas, desamparadas con sus Ritas y sus Antonis y su
desesperación y el hambre y las carencias de todo tipo que no saben cómo
solventar y entonces las asalta la única solución posible, que es la muerte
primero de los hijos a manos suyas seguida por la propia. Pero en cambio, muy
de tarde en tarde en una guerra, la bondad de un solitario con posibles aborta
el desenlace y obra el milagro de que aquellas vidas, transcurrido el tiempo
que precisa la superación de un trauma que se alimentó de múltiples
experiencias límite, vuelvan a vibrar agradecidas.
Ay,
Natalias palestinas, ucranianas, sudanesas, yemeníes…, lo que me gustaría
fabricar Antonis a destajo para que hubiera uno para cada una…, un padre para
sus hijos huérfanos de padre.
475.
¿Qué se le agrega a la completitud?: “Todos los problemas del hombre derivan
del mismo hecho: no sabemos lo que somos y no nos ponemos de acuerdo en qué
queremos ser”.
¡Pero si
es del todo más fácil y factible que los extremistas del terrorismo de Estado
israelí y sus contrapartes los terroristas palestinos se sienten y al cabo de
un par de horas pacten la solución de los dos estados! ¿Concertarme con mi
hermano en que, si yo lo decido, puedo contar entre las criaturas elegidas por
Dios, ejercicio en el que yo sería el elector? ¿Concertar a los científicos que
hoy trabajan en la B61-13 en los Estados Unidos (y en otros arsenales nucleares
en otros países) con los científicos con alma que abogan y en consecuencia
actúan por la preservación de la vida en el planeta? Sean serios, restrínjanse
a lo posible.
476.
¡Muerte al Kutu de ‘Warma Kuray’!... Pero antes muélanlo a palos.
477.
Pues mire usted, capitán, que acaban de presentarnos y ya empiezan a aflorar
las coincidencias: “Pero todavía tengo un deseo que no he podido satisfacer y
cuya ausencia percibo ahora como el peor de todos mis males. No tengo ningún
amigo, Margaret. Vivo exultante de entusiasmo pensando en el éxito, pero no hay
nadie con quien pueda compartir mi alegría. Si me asalta el desconsuelo, nadie
se esforzará en paliar mi abatimiento. Puedo trasladar mis pensamientos al
papel, es cierto, pero es un medio muy pobre para hablar de sentimientos. Deseo
la compañía de un hombre capaz de comprenderme, cuya mirada pueda corresponder a
la mía. Me tildarás de romántico, querida hermana, pero siento con amargura la
ausencia de una amistad. No tengo a nadie cerca […], dotado de una mente
cultivada a la par que capaz y con unos gustos semejantes a los míos que pueda
secundar mis planes o ponerles objeciones. ¡De qué modo podría un amigo así
reparar las carencias de tu pobre hermano!”.
Le diré,
para empezar, que por lo que hace al amor por el conocimiento, yo podría ser
ese Stephen Maturin con que usted anhela contar abordo, sólo que, en la
actualidad -¿debería decir en la eternidad?-, ando huérfano, a más del tan
ansiado amigo del sexo que sea, de entusiasmo y alegrías, el éxito hace mucho
que me trae sin cuidado -menos el venéreo, que me mortifica y obsesiona-, los
desconsuelos y los abatimientos de mí hacen presa casi sin tregua e incluso la
literatura, a quien tanto debo, parece ya no colmarme. ¿Y mis amigos?...
Aquí
entre nos, capitán, le confieso que de la fusión de las tres o cuatro personas
a quienes suelo dar ese nombre para ambos tan sagrado, no saldría siquiera una
versión pasable de los amigos que tuve y que fui perdiendo por el camino, jamás
por desavenencias insalvables sino por la maldita reciprocidad en el descuido y
la distancia que hoy me privan de vínculos tan bellos y valiosos como los que
un día cultivé con -entre otros- Jaime Alberto Medina, César Hernando Romero, las
hermanas Zamora, Orlando Espitia y Quico Gómez, el único amigo del alma que
conservé hasta la muerte. Pero de muertes mejor ni hablemos porque entonces las
demasiado recientes de dos personas a las que amé con locura me pueden sumir
nuevamente en una desesperación que amenaza con destruirme. Tal vez otro día le
hable de mi madre y de la Goga, la tabla de salvación con doble asidero a que
con angustia me aferro. Ah, y ojalá podamos ser amigos… aun cuando sea
epistolares.
478.
Ando en busca de una Caroline Beaufort a la que socorrer y con la que completar
un 50% de mi constitución erótica, vacante desde hace un par de años.
Generosidad y discreción garantizadas: 3 16 5 18 90 24.
479. Un
par de preguntas retóricas que se me antoja responder a partir de mis vivencias,
que -lo entiendo y me hago cargo- a nadie sino a mí interesan: “¿La vida sería
entonces, contra todo lo dicho, a causa de su monotonía, demasiado larga? ¿Qué
importancia tiene vivir uno o cien años?”: invirtamos el orden de las
respuestas. Si la pregunta hubiera sido si la vida sí o la vida no en el caso
hipotético y pasmoso de que sobre aquello se pudiera decidir antes de
perpetrado, la respuesta es un no taxativo e inapelable. Pero como la realidad
es otra, pues jamás cien años aunque tampoco uno, y me explico.
Dentro
de seis meses habré de cumplir medio siglo de vida al que de buena gana le
habría restado el último 10%, una década demasiado pródiga en desencantos,
agobios y sufrimientos, algunos genuinos y muchos otros edificados por el
cerebro que me chantaron en la repartija genética. De los treinta, los veinte y
anteriores reivindico las satisfacciones laborales y académicas, el sexo con
sus vericuetos y fantasías y hallazgos y desencuentros, los amores ilusorios o
tangibles que a él le debo, la pasión por el fútbol que jugué, y vi gracias a
los relatos de los mejores narradores, la infancia con sus descubrimientos y
asombros diarios.
Ahora
bien: como no tengo hijos cuyos hijos quiera conocer y ayudar a criar,
ambiciones o siquiera expectativas de conocer el parnaso, ganas de recorrer el
mundo o adentrarme en el espacio, esperanza en que la ciencia me guarde de la
impotencia y los rigores de la vejez ni el más mínimo miedo a la muerte, todo
lo que me está reservado es monotonía y más monotonía, y para completar
aderezada con los horrores de los bellacos -y las patochadas de millardos-:
Putin y su cohorte de cómplices y asesinos; Netanyahu, el sionismo y Hamas; Xi,
los chinos y sus adeptos en Oriente y Occidente; Trump, Bolsonaro, Miley y la
extrema derecha en vertiginoso ascenso en tantas partes; y los mequetrefes de
Pionyang, La Habana, Managua y Caracas tan risibles si bien perjudiciales. Ah,
y a toda esa escoria súmenle ustedes los Forbes insaciables, los que aspiran o
sueñan con destronarlos y los que hasta en el rincón más olvidado del mundo
contribuimos con nuestro consumismo a que la ferocidad de la competencia
arrecie, a la par que las posibilidades de redención de la vida en el planeta
menguan.
480.
Habrán cambiado tanto el mundo y sus criaturas bípedas entre la formulación de
la siguiente confesión con su reflexión y el pergeño de este desahogo, que lo
que entonces era un aspecto de ciertas personalidades es hoy la norma entre los
millardos que duermen o dormitan o velan, se desvisten y se bañan y se visten,
corren o nadan o vuelan, se masturban o pichan y procrean, viven y agonizan y
mueren agarrados a sus pantallas como yo a mi tabla de salvación con doble
asidero:
“Uno de
mis defectos principales es la dispersión, la imposibilidad de concentrar
duraderamente mi interés, mi inteligencia y mis energías en algo determinado.
Las fronteras entre el objeto de mi actividad del momento y lo que me rodea son
demasiado elásticas y por ellas se filtran llamados, tentaciones, que me
desplazan de una tarea a otra. […] Víctima soy, me doy cuenta, de la facilidad
que existe ahora para informarse: libros de bolsillo, revistas de divulgación,
manuales al alcance de todos, nos dan la impresión falaz de ser los hombres de
un nuevo Renacimiento, Erasmos enanos, capaces de enterarse de todo en obras de
pacotilla, compradas a precio de supermercado. Error que es necesario enmendar,
pues hace tiempo sé, aunque siempre lo olvido, que la información no tiene
ningún sentido si no está gobernada por la formación.”
Veía
ayer en France 24, admirado Ribeyro, un reportaje sobre el sistema educativo de
Corea del Sur que deja al espectador con la sensación de que allá, al revés de
la lenidad envuelta, eso sí, en altísimas calificaciones que impera
prácticamente en todo Occidente, es tan importante la formación que los
profesores, aun los de niños muy pequeños, se ven sometidos a tal presión por
parte primeramente de los padres de familia que muchos se ven empujados al
suicidio. Imagínese el contrasentido: los unos -la mayoría- convencidos de que
menos es más porque a la larga lo que cuenta es el bienestar y la felicidad del
estudiante, que para los otros -los ojirrasgados de marras- debe ser una
máquina de cumplir horarios, asistir a clases diurnas y nocturnas y hacer tareas.
Los primeros no informan ni forman y en cambio deforman con singular eficacia.
Los segundos muy bien que informan, pero deforman lo que creen que forman con
su pésima concepción de la disciplina y la exigencia.
481.
“Una turba cuelga de los pies en una escuela de Guatemala a un joven acusado de
matar a un hombre y lo quema vivo hasta matarlo”: que este titular de El Mundo
nos sirva de aviso de hacia dónde nos dirigimos, y de lo que amenaza con ser el
pan global de cada día, si no recomponemos y detenemos la ciega destrucción de
la civilización en que tan empeñados parecemos.
482.
Como “Putin dará la ciudadanía rusa a los extranjeros que sirvan en el
ejército”, ¡a convencer entonces, amigos todos del centro del espectro político
del mundo entero, a la bazofia de ambas extremas que tan cómoda se siente con
el invasor del Kremlin para que marchen al frente y mediante semejante golpe
maestro nos libremos y liberemos a nuestros países de los Trump y los Petro,
los Miley y los Cabello, los Bukele y las Murillo, los Orbán y los Díaz-Canel,
las Meloni y los Xi, y de sus conmilitones y votantes! Otra cosa que estamos en
mora de hacer, mis muy estimados correligionarios, es vestirnos de camuflado y
empuñar las armas para batallar a favor de Zelenski, los ucranios decentes y la
democracia ucraniana. Tengo las maletas en la puerta.
483. Ah,
¿Que la nostalgia tiene pésima reputación entre los que piensan o dicen: ¡A la
mierda con las evocaciones porque aquí lo que cuenta es el presente!? Allá
ellos y su negacionismo que no los deja ver esta otra verdad, del tamaño del
Camp Nou: cada generación prohíja -o reprime-, llegada a cierto punto de su
madurez, sus propias nostalgias:
“Si cada
generación escoge la música que quiere oír y los cantantes que la representan,
los que crecimos, nos enamoramos, gozamos y sufrimos con las canciones de
Serrat creemos que tuvimos mucha suerte. Nuestros padres y tíos se desgarraban
o se volvían melancólicos entre boleros y tangos; nuestros hijos y sobrinos se
sobreexcitan entre ritmos metálicos y tropicales; en cambio nosotros, la
tercera generación del siglo (los que nacimos entre el 50 y el 75), nosotros
tuvimos y tenemos a Serrat. Si hablamos de la música popular que nos gusta y
que más o menos explica cómo sentimos y pensamos nosotros, él es nuestra
bandera.
Serrat
es esa gracia de las melodías que de un momento a otro empezamos a tararear sin
darnos cuenta; también es esas letras cargadas de alusiones luminosas que ya no
se nos borran de la memoria. En ellas está el amor sin cursilería, las
relaciones familiares cotidianas, con toda su miseria, su discreto encanto y
aun su felicidad: los hijos que crecen, los hermanos que se van, los tíos que
envejecen, y hasta el perro que se escapa. Serrat es también el compromiso con
la realidad social; su actitud de siempre y muchas de sus canciones nos
recuerdan la importancia de no hacernos los locos ante las lacras del
presente…”.
Maticemos:
la RAE define la nostalgia, y bien que lo hace, como Tristeza melancólica
originada por una dicha perdida y, no obstante, en las palabras del
¿nostálgico? de la cita lo único que se percibe y manifiesta son la gratitud y
el privilegio de haber podido gozar, y no retrospectivamente aunque también, de
algo que él y muchos de su generación consideran excepcional. Como yo,
verbigracia, el haber conocido y haber querido carnal y afectivamente a mujeres
que a diario recuerdo, y no con la morriña que sugiere como sinónimo el
Diccionario, sino con dulce añoranza, pues también eso es la nostalgia.
Maticemos:
nací en 1974 y, desde muy pequeño, me aficioné a los tangos y a los boleros con
que los adultos de mi familia -caldense ella- se emborrachaban religiosamente,
muy a menudo a lo largo de todo un fin de semana, y después de más de cuarenta
años puedo decir que conservo el gusto por la música vieja y por el trago.
También aprendí a querer las baladas románticas -que en Colombia llamamos
‘música para planchar’-, cuyas letras cursis pero bellas son las grandes
culpables de que con nostalgia recuerde y añore, oyendo o cantando a dúo con
Camilo Sesto, José Vélez y tantos otros, a personas que tal vez deje de
extrañar cuando las sepa en lo álgido de la menopausia. (“El amor sin
cursilería” no es amor sino convivencia a secas o convivencia entre
académicós-intelectuales con un currículo que cuidar. Cosa muy distinta es el
amor guiso o el amor de los guisos: un par de bachatas o vallenatos llorones me
ahorran la explicación.) A Serrat me lo presentó una colega con la que lo
oíamos tardes de sábado enteras, en las que corrían el vino y las nostalgias de
mi anfitriona, propensa como pocos a tomarse la palabra por asalto. De su casa
me largaba a cualquier bar del centro donde atronaran Def Leppard y Bon Jovi y
Bad English y White Lion y Cinderella y Warrant y Quiet Riot y Los Toreros
Muertos y Miguel Mateos y Kraken y Hombres G y toda esa vaina maravillosa antes
que nada de los ochenta, edulcorada con la dosis imprescindible de cursilería
de 24 quilates que me procuraban una Tiffany o una Debbie Gibson, o euforizada
hasta el paroxismo por Rick Astley y Donna Summer, cuando no por el Grupo Niche
o El Gran Combo de Puerto Rico. Porque yo, en cuestiones musicales, soy un auténtico
transgénero.
484.
¿Qué se le agrega a la completitud?:
“La
lógica de la competición a ultranza nos exige convertirnos en triunfadores. Mil
veces escuchaste la advertencia: quienes te rodean son rivales. Se aprovecharán
de ti. Enseña los dientes, jamás te muestres débil. Eres demasiado ingenua, vas
con un lirio en la mano. No sabes poner límites. Como si el problema fuera
tuyo; como si la bondad fuese una deficiencia de carácter, una insignia de
perdedores.
[…] Tras
siglos de fascinación por el misterio y el imperio del mal, nuestras historias
sobre gente bien intencionada se cuentan en clave cursi o remilgada, incluso
paródica. Salvo en las monsergas a los niños que incordian -¡pórtate bien!- o
agazapada en la sobredosis de almíbar navideño, la bondad tiene una reputación
aburrida, insulsa, moralizadora y pusilánime. Se elogia episódicamente, pero se
devalúa por sistema. Pese a los disimulos y tapujos ocasionales, nadie se
engaña: lo deseable de verdad es el liderazgo arrogante, carismático y con colmillo.
Desde las redes sociales a las encuestas electorales, se premia la agresividad.
La guerra de todos contra todos es ortodoxia, la victoria sobre el prójimo es
la medida de todas las cosas, la evolución nace de una lucha feroz por la
supervivencia. Sin embargo, incluso Charles Darwin reconoció que la empatía
hacia los demás es tan instintiva como el egoísmo.
[…]
Curiosamente, tanto la palabra ‘bonito’ como ‘bello’ son, en su raíz latina,
diminutivos de ‘bueno’ […]. Hoy, el término latino bonus alude a un incentivo
económico […]. Solo en su acepción dineraria parece alcanzar la bondad su
perdido prestigio.
En esta
época zarandeada por la incertidumbre, la avalancha de pronósticos
apocalípticos y los diagnósticos fatalistas nos empujan a fijarnos mejor en lo
peor. Sin embargo, a nuestro alrededor, mucha gente es buena a diario, sin que
nadie parezca advertirlo o agradecerlo. La teoría de la competencia descarnada
desacredita aquello que hace funcionar el mundo: los cuidados gratuitos a
hijos, ancianos y enfermos. Las personas que se esmeran en sus quehaceres y sus
trabajos. Las pequeñas virtudes escondidas, fuera de los focos. […] No somos
islas, sino hilos entretejidos.
La
bondad asusta porque nos vuelve conscientes de la vulnerabilidad ajena, y de la
propia. No queremos afrontar la fragilidad acechante de nuestros cuerpos.
Preferimos el ideal de suficiencia, menos promiscuo, que promete fortaleza e
independencia, al precio de aislarnos. Por eso, nos obsesionamos con encontrar
la seguridad en el éxito y, en esa carrera despiadada, negamos la alegría y el
disfrute de los actos generosos. Reprimimos nuestros instintos, nos refrenamos.
En un océano de islas amuralladas, sin tacto ni contacto, la bondad acabará por
ser nuestro placer prohibido.”
Cómo te
parece, Irenita, que en mis tiempos de borracho bebí muchas veces con un pobre
ciego -con un pobre diablo ¡doctorado en derechos humanos!- con billete y una
ínfima porción de poder -era y creo que sigue siendo, formalmente, el director
del único instituto ‘para ciegos’ que subvenciona el Estado-, cuyo principio
distintivo era “como no pido favores tampoco hago favores” o “no pido favores
para no tener que hacer favores”: una mezquindad por el estilo. Que en Colombia
y otros países latinoamericanos se llama ‘cabrón’ no al tipo malaleche y
arbitrario, sino al hombre que trata con generosidad y cariño a una mujer
-novia, esposa, amante- que en cambio no lo valora ni respeta a él. Que
mientras que ningún colombiano -ninguno en absoluto- con méritos de sobra en la
generosidad y el altruismo que redimen a la especie puede aspirar al
reconocimiento unánime de sus conciudadanos, los más malvados y canallas en un
país donde se dan silvestres tienen garantizados el respeto, la admiración y la
emulación de gran parte de la sociedad; una sociedad que ve y vuelve a mirar
las narcoseries que los ensalzan, que se hace eco de los mitos que los definen,
que los estudia en la escuela y la universidad, donde tan difícil es hallar a
estudiantes que den buena cuenta de figuras de la cultura y la historia
vernáculas y tan fácil a muchachos versados en las truculencias y crueldades de
los mafiosos. (Contribuyo, sin que me lo hayas pedido, con tres ejemplos de
infinitos con que me haría tedioso.)
Un beso
colmado de afecto y admiración.
485.
Noto (casi sin falta) la sorpresa cada que alguien entra a mi habitación y lo
primero en lo que se fija es en las dos pantallas yuxtapuestas que descansan
sobre este escritorio: “¿Un ciego con computador y que, para rematar, mira
televisión?”, parecen preguntarse los más, que son al mismo tiempo los menos
osados. A ellos y también a los que se atreven a verbalizar de algún modo su
asombro algo les pregunto; por decir cualquier cosa: Y usted, o tú -todo
depende no del cariño, sino del sexo y la edad-, ¿qué canales cree(s) que me
gustan? Surtida la respuesta, les doy un breve paseo por algunos de los que más
frecuento (la DW, RTVE, Al Jazeera, France 24…), y les aclaro: Canales que me
muestren lo bello de que por fortuna también se alimentan la vida más cruda y
el mundo real. Por ejemplo este de las hordas de desarraigados que se aventuran
con sus hijos en una patera o que cruzan a pie continentes enteros para
alcanzar una Europa o unos Estados Unidos en los que se los teme y desprecia:
“…nos
corresponde a nosotros imaginar (o intentar hacerlo) la vida que no hemos
visto, la vida que está detrás de la imagen vista tantas veces.
Nadie
puede saber de verdad, si no lo ha vivido, lo que es dejar atrás las cosas cuya
presencia da forma a una vida. Puedo abrir nuevamente el cajón de los clichés y
decir que cada cosa es una memoria, y no por manida la idea es menos cierta: el
problema de los clichés es que lo son por haber sido verdades muchas veces con
anterioridad. Pero el asunto va más allá de eso, como lo intuye cualquiera,
pues las cosas abandonadas significan desplazamientos humanos que nunca son
voluntarios, aunque en algunos casos parezcan decisiones que se toman; la
realidad es que son vidas que alguna fuerza más o menos irresistible ha
expulsado de algún lugar, y en eso nuestro siglo, todavía tan joven, ya es
horrendamente pródigo. […] Ese desarraigo brutal está ocurriendo en todas
partes, con distintos carices y magnitudes distintas, a veces en la intimidad y
a veces en grandes escenarios, a veces a individuos que conocemos y a veces a
multitudes sin rostro, y un día sólo quedará, como noticia de esas vidas, el
rastro de sus cosas abandonadas.”
De más
está aclararlo: ni les echo esta cantaleta ni les digo que muy a menudo me
figuro abandonando este hogar a toda prisa y llevándome, si corro con suerte,
los documentos importantes que me parece que tengo a mano, un par de memorias
con lo escrito durante estos años y el efectivo con que cuente en el momento.
Desde luego que no el televisor, ojalá sí el computador, mi grabadora de voz,
un par de bastones y poco más. Pero incluso si viniera a cuento, jamás les
confesaría que preferiría desbarrancar a mi Tita desde este piso 18 a dejarla
abandonada a su suerte. Eso no… ¡eso nunca! Es más: si mi madre ya no viviera,
lo más probable es que salte con mi gata en brazos. (La imagen será todo lo
cursi que se quiera… aunque también futurible.)
486.
¿Sabe, maestro Grijelmo, que atenúa usted la lobreguez del camino con esta
reflexión, que invita a que científicos y -antes que lingüistas- escritores se
unan con vistas a comunicar, con más eficacia, lo que una mayoría todavía
apabullante de terrícolas no quiere o no parece comprender pese a lo abrumador
y lo evidente de la situación?:
“…Porque,
ojo, no se debe confundir […] el clima con el tiempo. Una cosa son las
condiciones meteorológicas de un momento concreto (el tiempo de cada día) y
otra las climatológicas (las variaciones que se dan con regularidad en un
periodo amplio). El hecho de que vivamos un cambio del clima constituye, por
tanto, una enorme novedad. Ahora bien, la palabra ‘cambio’ no transmite por sí
misma nada negativo. También hay cambios favorables.
En ese
contexto progresó la locución ‘crisis climática’, que ya transmitía por fin un
sustantivo que denota un problema. Sin embargo, todas las crisis terminan
pasando. En aquella época no dejábamos de hablar de la crisis económica, lo
cual ayudaba a percibir el sentido peyorativo de la palabra, sí, pero también
la connotaba con la idea de una futura recuperación, proceso en el que además
el comúhn de las gentes no teníamos capacidad alguna para intervenir. Uno se
adapta a una crisis financiera, la sufre, pero poco puede hacer individualmente
contra ella, a diferencia de lo que ocurre con el calentamiento global.
Surgió
entonces la propuesta ‘emergencia climática’, lo cual agravaba el mensaje sobre
lo que se nos venía encima, porque la emergencia consiste en una ‘situación de
peligro o desastre que requiere una acción inmediata’. Sin embargo, el camino
por el que ha transitado esa palabra la impregnó de un envoltorio adicional que
nos sugiere la idea de que, una vez aplicada esa atención, el riesgo acaba
pasando. Y si no pasa, nos afectará gravemente; pero en cualquier caso esto
sucederá pronto y luego se irá también. Hasta ahora no habíamos tenido noticias
de emergencias a largo plazo, sino que se relacionaban con riesgos inminentes,
perceptibles incluso por los sentidos.
Con todo
eso, sugiero ya otra denominación por si les parece a ustedes más adecuada: ‘amenaza
climática’. La idea de la amenaza activa el instinto y adquiere eficacia en el
momento en que se formula, porque incita a actuar cuanto antes frente a un
peligro que en este caso ya se aprecia y cuyos efectos se agravarán si no le
oponemos hoy una reacción pertinente y proporcionada.
Todas
las batallas se libran también con palabras, y necesitamos las más certeras
para transmitir esa realidad y afrontarla con mayor conciencia en 2024.”
Pero no
bien termino de transcribir lo anterior palabra por palabra, con sus comas y
sus puntos y sus puntos y coma y mis puntos suspensivos y sus comillas y sus
paréntesis, me riño por malgastar quince minutos de lectura en el trasvase de
una idea loable que, como tantas otras, nació muerta (le pido perdón a usted, maestro,
a los científicos con alma y a Greta y sus muchachos de entre trece y cien años
por mi cínico escepticismo): si las imágenes más inhumanas y cruentas de
Ucrania, Israel y Palestina no consiguen que nos echemos masivamente a la calle
y exijamos la detención de esos y otros horrores, ¿va a lograr un pobre
sustantivo que los que hoy sudamos la gota gorda en Bogotá, cual si viviéramos
en el Valle de la Muerte, o que los alemanes que temen en enero el desmadre de
ríos que en agosto van a estar secos nos digamos, todos a una, “no más
fantasear con el culo de Shakira” o “no más Bundesliga” y “a arrimar el hombro
para salvar el planeta”? Si las cataduras mefistofélicas de los peores, o sea
de los que tienen hoy por hoy al mundo a esto de la debacle sin precedentes que
supondría la Tercera -y muy probablemente última- Guerra Mundial no hace que
nos pongamos en guardia y en pie de lucha, ¡nada salvo esa matazón global,
librada en medio de sequías o inundaciones, ¿hará que despabilemos?!
487.
¡Pago por ver!... a Rosa Montero -a Rosita Montero- y a Juan Esteban Constaín,
dos de los articulistas de mi entraña, sentados conmigo de testigo excepcional
y moderador ocasional a la misma mesa de restaurante, de bar o mejor de eso que
ahora llaman dizque gastrobar, para transmutar en debate carnal los contenidos
al parecer irreconciliables de sus columnas tituladas ‘Escupir sobre su tumba’
y ‘Napoleón en harapos’. Lo que sería eso: él historiador, ella periodista, los
dos novelistas y -intuyo- ante todo buenos seres humanos -caso extraño o cosa
extraña en el gremio… y en el mundo-, cada cual argumentando y defendiendo lo
que conozco someramente pero deseo averiguar a fondo. ¿El ganador del
intercambio? Desde luego yo, que aprendería en las dos o tres horas que dure el
encuentro igual o más que en meses de lectura, aparte de que voy y hasta logro
hacer tremendo par de amigos.
488. ¿Quién,
entre un desaprensivo que detesta y se burla de un asiático -digo asiático como
podría decir indígena- y otro desaprensivo que detesta y se burla de un parapléjico
-digo parapléjico como podría decir sordo- es, bien mirado, el menos cauto y
por ende más temerario? Sospecho que el segundo, porque las probabilidades de
que usted se acueste blanco desangelado y amanezca amarillo ojirrasgado son
nulas, mientras que no escasean los testimonios de quien un día se levantó de
la cama por propio pie pero a la hora de volver a ella ya no caminaba ni lo
volvería a hacer en lo sucesivo.
Adenda:
yo, que soy ciego y por tanto sé de qué va la discriminación, no juzgo al
vergonzante que, sin que sepa por qué razón, siente fastidio por el que no ve
(no oye, cojea, tartajea, tiene la piel más oscura o los ojos rasgados) pero
intenta que no se le note pues entiende que se trata de otra, entre tantas,
mezquindad del alma humana en las que los sapiens nos vemos enredados contra
nuestra voluntad. En cambio, la mala leche y la imprevisión de los
desaprensivos me asquean y, como es apenas natural, sus infortunios me dejan de
piedra.
489. Se
rasgan las vestiduras los que nada leen -o lo poco que leen lo leen sin el
menor provecho- pero mucho publican -verbigracia en revistas indexadas de
humanidades y afines-, según ellos (ellas y elles) porque estamos a tiro de que
no se sepa si un texto lo escribió un colega con pene, una alumna con vagina o
cualquier Chat GPT sin una cosa ni la otra tan divina. En los dos casos las
preocupaciones sobran porque nada como reservarse los ejercicios de escritura
para dentro del aula, y con tiempos e instrucciones claros y concisos -a
aprender a orientar, estimados docentes-. Pero si de lo que hablamos es de la
producción escrita del grupo de científicos sociales tal del departamento o de
la facultad tal de tal universidad, pues ahí están los dichosos ‘pares
interinstitucionales’ para que demuestren su talento a la hora de desvelar los
plagios que, por otra parte, tantas mejoras salariales rinden en campus de aquí
y de allá.
En
cuanto a mí, los adelantos que hagan los algoritmos de los ‘large language models’
a partir de ya y hasta que la especie perezca de cataclismo climático, o de los
ataques atómicos de los psicópatas que nos arrastren a la Tercera Guerra
Mundial, me traen sin cuidado pues una sola cosa sé que sé: la agudeza
irreverente, la ironía y el humor acres de las inteligencias más deslumbradoras
no hay quién ni qué las emule. Con decirles que resulta harto más probable que
un buen día yo rechace la compañía inefable de una mujer para meter en mi cama
una muñeca inflable.
490.
Guarden bajo llave este ejemplo-prueba de lo argumentado en el desahogo
anterior, para que ni mañana ni nunca se dejen meter gato por liebre por los
forofos de la dichosa IA:
“…una
cuestión que me ocupa ahora a comienzos de año: si hubiese que elegir a una
persona, una nada más, que se muriese a lo largo del 2024, ¿quién sería?
Propondré una lista de candidatos y llegaré a mi veredicto con el objetivo
solemne, quiero pensar, de ayudar a definir quiénes son los individuos más
peligrosos del mundo en la actualidad.
Los hay
aquí en España que desean la muerte del presidente de Gobierno […]. No. Sánchez
no merece morir. Abascal y su gente tampoco. Como mucho, diría, tres o cuatro
azotes y a la cama sin cenar.
Pasemos
a candidatos más viables, empezando por Vladímir Putin, empapado de sangre, él.
‘Asesino en serie’ se queda corto. Entre matar a periodistas, opositores y
disidentes varios, más las matanzas de familias en Ucrania y los cientos de
miles de soldados ucranianos y rusos que han muerto en la guerra absurda que él
inició, hay más que suficiente motivo para procesarlo en un juicio a lo
Nuremberg. Siento particular pena por los jovencitos rusos que han fallecido.
La historia dirá que dieron sus vidas por nada, sin gloria, gracias al capricho
de un déspota.
Pero,
pese a todo, no deseo la muerte de Putin, ante todo porque el que le seguiría
en el Kremlin podría ser incluso más psicópata. Y también porque se presentaría
la posibilidad de caos político en Rusia, el país con el arsenal nuclear más
grande del mundo.
Reflexiono,
sin embargo, que quizá estoy pecando de un exceso de benevolencia hacia Putin
cuando recuerdo la feroz participación militar de sus tropas en Siria, junto al
dictador Bashar el Asad, en una guerra civil que se ha cobrado, desde el 2011,
más de medio millón de vidas árabes y kurdas. Pondré a El Asad en una breve
lista de posibles, pese a que, según me cuenta una persona que lo conoce, es un
tipo refinado de cuya boca difícilmente saldría la expresión ‘la concha de
Dios’.
Como
tampoco la dirían, entre otros posibles candidatos, el ayatolá Ali Jamenei,
líder supremo de la teocracia iraní, o los líderes de Hamas, o los del Estado
Islámico, u otros grupos islamistas que dan más valor a sus causas que a las
vidas de las personas, da igual que sean combatientes o civiles, abuelas o
niños. Lo mismo podemos decir del primer ministro israelí, Beniamin Netanyahu,
el carnicero de Gaza. Pero en ningún caso deseo sus muertes, por similares
motivos a los que me freno ante la opción de que muriese Putin. Los
reemplazarían personas igual de sanguinarias o peor. Sus martirios, además,
posiblemente generarían nuevos adeptos a su culto a la venganza.
No. Si
me tengo que quedar con un personaje cuya vida desearía que llegase a su fin, y
cuanto antes mejor, no serían ni Putin, ni El Asad. Sería Donald Trump. Ojo. Y
que quede claro: no propongo que se lo asesine. No pienso rebajarme al nivel de
los bárbaros. Lo que quisiera es que se muriese de causas naturales, con un
mínimo de sufrimiento, preferiblemente en la cama mientras duerma.
Ha
llegado a los 77 años, edad en la que fallece el norteamericano medio, y ha
vivido bien, con mucho dinero, muchas esposas y varios hijos. Se ha divertido
un montón, especialmente durante los cuatro años que jugó a ser presidente del
país más poderoso de la Tierra. Se puede ir y se debe ir. Los riesgos para la
democracia en su país y en el mundo, como las ventajas para los Putin y los
Netaniahu, son demasiado grandes como para permitirle la opción de volver a
ocupar por segunda vez la Casa Blanca tras las elecciones que se celebrarán, y
que según los sondeos ganaría, en noviembre de este año.
Trump es
mi elegido porque es único e irreemplazable, como King Kong. El trumpismo no
existe sin Trump, igual que el cristianismo no existe sin Jesucristo, El
Quijote sin el hidalgo, Torrente sin el agente que representa el brazo tonto de
la ley. Si Trump se va, se acaba la farsa y el mundo civilizado vuelve a
respirar.
Entonces
¿un deseo para el 2024? ‘¡Morite, Donald, morite!’”
Ahí
tienen, pues, juntito y amalgamado, lo del 489 y más que se me quedó sin
listar: la ética y la conciencia de un ser humano que, a diferencia de
cualquiera de los psicópatas en cuestión o los LLM, le imprime a lo que escribe
esta suerte de ADN moral que lo emparenta conmigo -y con el resto- tanto cuanto
lo diferencia.
¿Muertes
indoloras para los malditos, invoca usted, hermano? ¡Eso no, eso nunca! Me
rebajo, en este y en casos muy puntuales, al nivel de los bárbaros y clamo para
los por usted mencionados y para los demás que conozco sufrimientos sin nombre
y perpetuidad en la agonía.
491. Lo
prometo… qué lo prometo: ¡lo juro! De hoy en adelante, es decir desde ya, voy a
llevar, a dondequiera que vaya, un cartapacio con no menos de mil copias
impresas de este desahogo que don Arturo tituló, con total acierto, ‘Tutee
usted a su puta madre’. Las únicas que se van a salvar de que se lo dé a leer,
y sólo por la ilusión inconfesable de que ellas me lo den a mí,van a ser las
muchachas de voz acariciadora y pelo a los hombros o a media espalda y bien
lavado -se complicó el asunto-, de entre catorce -mejor no alborotar a la
jauría antiestupro- y treinta años a lo sumo: nadie más. Como quien dice: me
arruiné a priori.
492.
Siguiendo con el gran Pérez-Reverte, les tengo una recomendación antes que nada
a los homosexuales y en general a los LGBTI… más lo que le hayan añadido
recientemente a la sigla. Lean de este prohombre, con injustificada fama de
machista cavernario entre las hordas canceladoras del feminismo -del buenismo-
más vulgar y destemplado, su columna titulada ‘Parejas venecianas’. Verán cómo,
en cuestión de diez minutos -los que duren la lectura del asombro y la
relectura de la confirmación-, aquellos que atiendan la sugerencia van a quedar
prendados de por vida de la inteligencia y la sensibilidad de un ser humano
excepcional que observa al prójimo sin importunarlo y sin ser a su vez visto, y
con maestría lo disecciona para sí y nos lo ofrece a sus asiduos en lecciones
hebdomadarias e inolvidables que versan sobre lo más ruin y bello de la
condición humana con su sinfín de matices.
493.
Últimamente (el adverbio miente porque el ejercicio lleva años en marcha),
oyendo conversar a ‘los otros’, me desaburro haciendo compilaciones mentales de
los prejuicios y generalizaciones que los interlocutores por lo común sueltan
con suficiencia, y escurriendo el bulto cuando se me invita o conmina a
pronunciarme. Y llego a entusiasmarme, inclusive, cuando entre los contertulios
hay alguien que vive o vivió fuera del país, porque entonces lo que veo es a un
catedrático en plena acción, empeñado en desasnar a “estos pobres montañeros
sin mundo”.
Vamos a
suponer que hoy hay un almuerzo de bienvenida en honor preferiblemente de una
amiga, que vino de vacaciones procedente del norte de Europa y, más exactamente,
del país de Ibsen. Que no bien comienza el diálogo, ella lo acapara para
trasladarles, magnificado, su deslumbramiento a los que con arrobo y vaya usted
a saber si también envidia de la mala -claro que existe, estimada Piedad- le
escuchan lo previsible: comparaciones a tutiplén tras las que no cabe sino la
certeza de que se vive en el peor de los mundos y de que allá, y en muy pocos
lugares más, la vida bulle exuberante pese al frío del invierno.
Se
extasía la cosmopolita mostrándonos insulsas imágenes de su celular en las que
ella, faltaría más, aparece en primer plano y, de fondo, la infraestructura
impresionante de Equis o Ye ciudad que yo hago como que miro sin parar de
asentir. Pero cuando le toca el turno a la abismal superioridad de los nórdicos
con respecto prácticamente al resto de mortales y ni se diga a ‘nosotros’,
invoco la presencia de, pongamos, Torvaldo y Nora Helmer.
Fantaseo
con el deseo (¿será que puede dejar de rimar, cabrón?) de proponerle a la
concurrencia, una vez disipada la carnalidad y la estela de nuestra común amiga
(quien lejos está de llamarse Estela o Stella), que leamos siquiera el primer
acto de ‘Casa de muñecas’ para que cotejemos lo subjetivo a secas con lo
subjetivo-literario y listemos los prejuicios y generalizaciones de la ahora
ausente. Ahí les van:
Los
escandinavos y más precisamente los noruegos bla, bla, bla. los hombres de
antes y más precisamente los hombres de la fría Europa bla, bla, bla. La razón
por que los nórdicos son tan prósperos es que allá nadie malgasta y todos
ahorran y bla, bla, bla. Los cabrones son los tontos de ahora porque los
hombres de antes no se dejaban manejar de nadie y menos aún de la mujer y bla,
bla, bla. Las generaciones pasadas no supieron de qué va eso que llamamos
consumismo desaforado pues bla, bla, bla. Todas las mujeres son interesadas o
si no mire a bla, bla, bla…
Adenda:
la literatura no es -no puede ser- infalible contra éste ni ningún otro mal
exclusivo de los sapiens; sin embargo, si quien lee no sufre de proclividad congénita
a taras por el estilo del fanatismo de las convicciones o el facilismo de los
juicios, seguro puede estar de una pronta mejoría y hasta de una cura total si
por añadidura se trata de un enfermo de los que jamás abandonan el tratamiento.
494. ¡No,
hermano!, ¡esto suyo de la 74 sí ya es descaro!; que se eche de enemigas a las
feminazis vaya y venga: ¿pero también a nosotros los animalistas de corazón, y
a los de veras comprometidos?: “El viejo, el ancestral cazador que hay en todos
nosotros renace en ciertas circunstancias. Cualidades que poseemos dispersas,
pero rara vez concentradas en una sola actividad, como son el silencio, la
paciencia, el sigilo, la atención, la agilidad, la celeridad, la sorpresa, se
dan cita en la superficie de nuestro ser y nos convierten en un avezado y cruel
hombre del paleolítico. Así, cuando mi gato comete una grave tropelía, con qué
astucia y tenacidad lo aguardo encogido tras un sillón o detrás de una puerta,
tendiéndole alguna sutil celada, durante interminables minutos, para al fin
saltar sobre él y atacarlo por su lado más vulnerable”.
¿Y cuál
es ése, don Granhijueputa? ¿A cuántos aporreó o hasta mató, pedazo de
malparido? Y agradézcale a la bendita muerte que no le eche encima a un tal
Ejército de Liberación Animal, que ya mismo miro si sigue operativo aquí en
Colombia, donde los violentos desiderativos y los de hecho no nos andamos con
maricadas, y usted lo sabe bien. Pero bueno; en aras de nuestra amistad, voy a
imaginarme que lo que usted le hacía al pobre animalito era darle un buen susto
o un trapazo inocuo todo lo más.
Y
pasando a otra cosa: ¿cayó usted, respetado Julio Ramón, en que en esta prosa
suya aparecen divinamente fotografiados el atracador que aguarda a su víctima
en una esquina oscura y ni qué decir el maldito que a quien acecha es a la
mujer, a la muchacha, al niño o a la niña que va a violar?
495. Si
la sordoceguera no fuera la conmoción vital y comunicativa que es, sería como
para ambicionarla y, gracias a ella, hurtárseles a las lacras que constituyen
las contaminaciones acústica y lumínica. Pensaba ayer viendo un documental en
la DW -bendita seas y longevidad abundante- sobre los estragos de la segunda en
la naturaleza y tantas de sus criaturas, que a las aves migratorias les ocurre
con la lumínica lo que a nosotros los ciegos con el puto ruido en las grandes
ciudades: unas y otros nos desorientamos y desubicamos, en ocasiones
irremediablemente. Que millones de ellas se choquen contra lo que sea y mueran
o simplemente caigan al mar exhaustas y desaparezcan es para los expertos que
por ellas velan, así como para los que nos dolemos de su suerte con solastalgia
y mala conciencia, una catástrofe ambiental. Que un escribidor emparentado con
Tiresias se queje de la incompasividad de los decibelios es, en cambio, un
grito de auxilio en medio del desierto.
496. A
veces, ante una imagen soberbia con que tan a menudo me obsequia la literatura,
me quedo pensando si mi dizque ceguera congénita es de verdad tal cosa, y opto
por callar ante el hecho abrumador de que no conozco a ningún Barraquer capaz
de mirar en mi duda mirando conmigo la belleza: “una calle amparada por árboles
altísimos que parecen beber del cielo como si fuera una vena de luz”.
497.
Pero como la realidad termina siempre por imponerse, aprovecho este espacio
para pedirles a mis escritores-columnistas de cabecera que me echen una mano
con un asuntito. Resulta que comencé a leer esta mañana Las cosas, de Perec, y
quiero saber, en una escala del uno al diez, cómo califica cada uno de ustedes
las fantasías ¿decoradoras?, ¿decorativas? de la pareja protagonista de la
novela. Qué: ¿sí tiene buen gusto el par de ensoñadores este, o más bien se
trata de dos corronchos -huachafos, arribistas, cursis- primermundistas, con
muchas ínfulas y ningún medio? De verdad que si la cuestión fuera con Susan y
Juan Lucas, los de Bryce Echenique, no los importunaría a ustedes en busca de
ayuda porque de mí ellos dos obtendrían un 10 sin atenuantes. Pero lo que pasa
es que yo con la mayoría de intelectuales e intelectualoides tengo… tengo…
Ustedes me entienden.
Adenda:
han pasado dos días desde que me lancé -culipronto como siempre he sido- a
escribir lo anterior, que podría borrar de un teclazo y sin remordimientos,
pues lo que quise que ustedes me respondieran me lo respondió la diatriba del
narrador, que arrecia a partir del tercer capítulo. Pero no lo hago porque el
496 quedaría huérfano.
498.
Vamos a ver: si cualquier día de estos se me diera por escoger el siguiente
texto para la tertulia literaria (en la que estarían vedadas todas las
pantallas) que quiero fundar, y la pregunta a debatir fuera ¿Cuándo cree usted
que se escribió la novela de que tomamos este pasaje y a quién pretende
fotografiar el narrador en su discurso?, ¿cuál se les ocurre a ustedes que
sería la respuesta mayoritaria?:
“…Pero
entre estos sueños demasiado grandes, a los que se entregaban con una
complacencia extraña, y la nulidad de sus acciones reales no se insertaba
ningún proyecto racional, que hubiera conciliado las necesidades objetivas y
sus posibilidades financieras. Los paralizaba la inmensidad de sus deseos.
Esta
ausencia de simplicidad, casi de lucidez, era característica. La comodidad -sin
duda esto era lo más grave- les faltaba terriblemente. No la comodidad
material, objetiva, sino cierta desenvoltura, cierto relajamiento. Tenían
tendencia a sentirse excitados, crispados, ávidos, casi envidiosos. Su amor al
bienestar, a estar mejor, se traducía la mayor parte del tiempo en un
proselitismo necio: entonces peroraban mucho rato, ellos y sus amigos, sobre la
genialidad de una pipa o de una mesa baja, hacían de ellas objetos de arte,
piezas de museo. Se entusiasmaban con una maleta, esas maletas minúsculas,
extraordinariamente planas, de piel negra levemente granulosa, que se ven en
los escaparates de las tiendas de la Madeleine y que parecen concentrar en
ellas todos los placeres supuestos de los viajes relámpago, a Nueva York o a
Londres. Cruzaban París para ir a ver un sillón que les habían dicho que era
perfecto. Y hasta, siendo muy expertos, dudaban a veces en ponerse una prenda
nueva, tan importante les parecía, para la excelencia de su aspecto, que antes
se hubiera llevado tres veces. Pero los ademanes, algo sacralizados, con que se
entusiasmaban ante el escaparate de una sastrería, una tienda de sombreros o de
calzado, con frecuencia sólo lograban que pareciesen un poco ridículos.
Acaso
estaban demasiado marcados por su pasado (y no sólo ellos, por lo demás, sino
sus amigos, sus compañeros de trabajo, la gente de su edad, el mundo en que
vivían inmersos). Acaso eran demasiado voraces de buenas a primeras: querían ir
demasiado deprisa. El mundo, las cosas, tendrían que haberles pertenecido desde
siempre, y ellos habrían multiplicado los signos de su posesión. […] Con excesiva
frecuencia, no les gustaba, en lo que llamaban lujo, más que el dinero que
había detrás. Sucumbían ante los signos de la riqueza: más que gustarles la
vida, les gustaba la riqueza.”
Me
anticipo y veo la cara de asombro indignado que ponen tres de cuatro
octogenarios que asisten religiosamente a la tertulia cuando, después de mucho
dejarlos a ellos y a los demás del grupo aventurar posibles respuestas, el
cuarto pide la palabra para decir que se trata de una novela publicada en “los
rebeldes años 60 del siglo pasado, cuando ustedes tres -los señala
respetuosamente- y yo, estábamos en la flor de la vida”.
Pero en
vista de que las discrepancias -ahora con el autor- amenazaban con dilatarse
más de lo conveniente, pedí silencio y les expresé mi contento de verlos tan
animados con la discusión y el tema. Y añadí a manera de despedida: Para que
sigamos conversando de materialismos y superficialidades y consumismos
generacionales, empiecen a leer o a releer ‘Casa de muñecas’ de Henrik Ibsen,
relacionen a la Nora Helmer del primer acto con el Jéróme y la Sylvie de Perec
(para lo cual deberán leer siquiera los dos primeros capítulos de la novela) y,
por supuesto que también,con sus nietos o sus hijos jóvenes y adolescentes. Y
nos fuimos todos, felices y satisfechos -o eso quiero creer-.
499. Mi
única discrepancia innegociable con la ciencia es, de momento, la denominación
Homo sapiens. Y es que por muchas vueltas que le dé al engendro, no deja de
chirriarme, de tan promesero e inexacto.
¿Se
necesitaba una palabra o frase que abarcara a toda la especie a fin de poderla
diferenciar de las demás que en el mundo son y han sido? Perfecto: ‘Homo
insatisfactus’ la vamos a llamar, a fin de no faltarle a la verdad, gente que
me escucha.
Y para
los que se estén diciendo que lo mío son ganas de joder y figurar -aciertan en
lo primero-, apenas unos ejemplos a manera de pruebas irrefutables, los cuales
son en sí mismos una afirmación: en el rico más rico, en la bella más bella, en
el donjuán más afortunado y en la artista más laureada se agazapa un Jéróme que
desea la suerte venérea y gratuita del mujeriego o el dinero y la exuberancia
del millonario; una Sylvie que codicia la juventud deslumbrante de la hermosa o
el prestigio reverente que se le tributa a la creadora. ¿Que el científico
Equis acaba de realizar un hallazgo que le asegura un Nobel?: Ojalá tuviera los
muchos millones de seguidores del estúpido youtuber Ye y Zeta para que el mundo
supiera quién es… quién soy yo. ¿Que un tal Lionel Messi ha ganado más ‘balones
de oro’ que un tal Cristiano Ronaldo?: Pero sha quisiera sho, un ser tan
simple, tener la pinta del puto portugués para haberme foshado las minas que él
se habrá foshado.
Mejor
dicho y para abreviar: la próxima vez que alguien le diga o que usted tenga la
tentación de decirle a otro que su vida es plena y feliz, no le crea o
absténgase de mentir, y entérese de que el gran Fernando Vallejo acuñó otra
denominación que también -tan bien- podría definirnos. ‘Homo mendax’ u ‘Homo
alalus mendax’: ¿qué duda cabe?
500.
Encontré recientemente la frase “la voluntad firme de no repetirse” en un
artículo en el que se preconiza la obra y la persona del poeta Francisco Javier
Irazoki. Encontré ayer en la Wikipedia -con quien siempre voy a estar tan en
deuda como con Orfi- algo muy similar, pero ahora sobre Georges Perec: “Su Obra
estuvo basada en la experimentación, en ciertas limitaciones formales como
forma de creación, y en el explícito propósito de nunca repetir la misma idea
en dos libros”. Y encontré, pongamos veinte minutos después, este título, que
me dio jartera leer, en El País de España: ‘Perec, el escritor que jamás
repitió un libro’.
Inspiro
profundo, abandono el escritorio y comienzo a caminar de acá para allá y de
allá para acá porque me siento presa de un déja vu: a saber cuántas veces habré
oído la misma afirmación temeraria, el mismo propósito loable e insensato.
¡Pero si la literatura no es más que vida en su estado más puro y la puta vida
se resume en lo que por estos lares llamamos la repetición de la repetidera! ¿O
será que quien me está hablando en medio de toda esta confusión de mis cuatro
sentidos es uno de esos charlatanes de la motivación que invitan a “hacer de
cada día algo inolvidable y espectacular”, “algo singular e irrepetible”, lo
que se resume en el grito de batalla: “¡a huir de la rutina!”? Como si la
cagada diaria y las cinco o seis meadas pudieran reemplazarse por otra cosa;
como si espantar el sueño, el hambre y la sed fuera materia optativa.
Qué: ¿me
compro un avión y me voy a recorrer como Petro y Lula el mundo y me sumo a su
combo de farsantes de la causa climática para que me aplaudan en cuanto foro
aterrice y pontifique mientras el Amazonas arde, para huir de la rutina? O,
para huir de la rutina, ¿me vuelvo youtuber de los que saltan desde el capó de
un carro en movimiento y al día siguiente, medio heridos o vueltos mierda,
hacen triatlón en Cartagena o en Cartagena de Indias para después emborracharse
en la cama de hospital en que se recuperan?
No sé si
usted, lector improbable de estos desahogos -iba a decir desvaríos-, tenga la
dicha de conocer literariamente a Karl Ove Knausgard y a Fernando Vallejo, los
dos mayores portentos de “la repetición de la repetidera” que figuran en mi
enciclopedia, ni si se fijó en el epígrafe que engalana y justifica este
ejercicio, para mí tan querido. Si no, lo reto a que los lea para que nos
sintonicemos y, ya sintonizados, haga un último esfuerzo y les dedique un par
de horas a los cuatro primeros capítulos de Las cosas a ver si me responde:
¿salió airoso o fracasó Perec en su propósito loable e insensato de no repetir
la misma idea no ya en dos libros distintos, sino en parte de la primera parte
de su primerísima novela?