544. Con
Victor y Tico sí que querría hablar, no de profesores a secas sino de señores
profesores, de docentes -decir “docentes a secas” constituye un pleonasmo- y de
maestros. Para los de en medio no se necesitan ejemplos porque abundan. Para
los primeros, tenemos al señor Krempe y para los terceros, el súmum de la
enseñanza holística, al señor Waldman. Cuando de una universidad están a cargo
los Krempe y los Waldman, se benefician en primer lugar y como es apenas
natural los estudiantes y, a la larga, el país y la sociedad en que ejerzan sus
saberes.
Muchachos:
con ustedes dos -y demás criaturas de ficción que tengo por carnales- sí que no
siento escrúpulos a la hora de invitarlos a que lean algo firmado por este
servidor; claro: únicamente si la invitación procede, y aquí procede. Se titula
‘Escritores que sí saben lo que es un maestro’ y lo pueden leer ya mismo en
este blog, no “del todo” corregido aunque ojalá pronto. Les caigo al barco para
que tertuliemos.
545. Interesantísimo
debatirlo con todos los del cenáculo y, cuando los tenga, también con mis
estudiantes de los departamentos de Ciencia y Literatura y de Literatura y
Ciencia: “Tan solo aquellos que han vivido la experiencia son capaces de
imaginar los atractivos que ofrece la ciencia. En las demás disciplinas nos
limitamos a llegar a donde otros ya han llegado antes, y después no hay más. La
investigación científica”, en cambio, “ofrece abundante material para alentar
nuevos descubrimientos e increíbles maravillas”. Lo transcribo y a duras penas
me sofreno para no gritarle a Victor, por entre la algazara de quienes lo
apoyan y la de los que necesitamos disentir, que, de ser cierta su tesis tan
presurosa, en Homero y los griegos se habrían detenido la literatura, la
filosofía, la historia y demás saberes “teóricos” de los hombres. “Estulto
usted si piensa -remataría para que los que empujan puedan por fin terciar- que
sobre el bicho tragicómico y ruin, indiferente o magnánimo estuvo todo dicho
desde un comienzo. Pregúnteles a Ovidio, Dante y Cervantes. O a su demiurga a
ver si no le dice hasta misa”.
546. ¿Podría
ser este el punto de partida para vacunar a nuestra sociedad, a todas las
sociedades, contra su suma vulnerabilidad a los gérmenes más nocivos de las
ilusiones que les cuelan los parásitos de la fe política, de la fe religiosa: “Mi
padre había tomado toda clase de precauciones en mi educación para que ningún
terror sobrenatural impresionara mi mente. No recuerdo que temblara jamás de
miedo al oír historias de supercherías, ni que pensara que era posible que los
espíritus se aparecieran. La oscuridad no hacía mella en mi fantasía, y para mí
un cementerio era meramente el lugar adonde llevaban los cuerpos que habían
sido privados de la vida y que habían pasado de ser el santuario de la belleza
y la salud a convertirse en pasto de los gusanos”?
Qué va.
La prueba de que no, o de que al menos no de modo infalible, reside hoy en cada
científico no social -es decir de cartón piedra- sino auténtico que ayer votó
por los desafinados cantos de sirena del esperpetrismo, que prometían darle por
fin a la ciencia el trato digno y preferente que en Chibchombia, en Circombia,
nunca ha recibido: hasta aquí, se dirán algunos, “nada que objetar”. Y, para
obligarse a creer el embuste, el porcentaje que sea de tales investigadores,
que conviven con la duda y cuajan sus logros gracias a ella, desactivaron
volitivamente el pensamiento crítico y tapiaron sus orejas a fin de no oír
gritar al risible megalómano: “Si fracaso, las tinieblas arrasarán con todo” y
mil inviabilidades más: “Ni un líder social más asesinado… Ni un niño más que
se muera de hambre… Ni una persona sin techo y sin atención médica… Ni un joven
sin acceso gratuito a la universidad…”.
Hay
tardes y raptos de insomnio en los que me figuro a la caterva de tartufos
desvergonzados que se apoderó del poder en agosto de 2022, en plena bacanal y
partiéndose de risa de ver al país que por ella votó, así como al que no,
todavía esperanzados o indignados pero graves todos y a la expectativa de las
soluciones y determinaciones que dimanen del alto gobierno. Oigo a un Petro
apenas achispado y eufórico diciéndoles a sus subordinados, con el ‘smartphone’
en la mano:
--¿Quieren
que ponga a hablar al paíssssssssss, al mundo? Voy a tuitear entoncessssssssss
que lossssssssss enemigossssssssss de mi gobierno esssssssssstán
dessssssssssinsssssssssstitucionalizzzzzzzzzzando a Colombia y que contra mí
sssssssssse fragua un golpe de Esssssssssstado.
En
efecto: diez minutos y cinco aguardientes dobles después, las redes y Colombia
entera están, como su perra cuando usted juega con ella, corriendo desesperadas
tras el hueso que se les tira y pendientes del movimiento más imperceptible del
amo. Que ahora calla y duerme su perra de él.
547. ¿Será
mucho pedirle a la perra vida que me depare, tras un ayuno tan prolongado, a un
Henry Clerval del sexo que sea? ¿Para qué, pregunto, tres o cuatro supuestos
amigos que nunca tienen tiempo y por consiguiente necesidad de encuentros
materiales, hambre de diálogo, voluntad de expresar sus afectos no mediante un
meme insulso o un mensaje tecleado a las patadas o, aún peor, copiado de alguna
parte, sino de cuerpo presente y de viva voz? ¿Que me compre o reciba en
donación un ‘smartphone’ que me rescate del estado de incomunicación en que me
encuentro? ¡Me niego en redondo, maldita sea, a resignarme a las muñecas
inflables porque lo que yo preciso es cercanía, palabras articuladas, silencios
inarticulados, disposición y deseos de estar, de escuchar, de vivir al alimón!
548. ¿Y
si el Frankenstein de Mary Shelley no fuera sólo la advertencia que es respecto
de la soberbia que la ciencia y sus posibilidades despiertan o acrecen en
muchos que la practican, y en “todos” los que se enriquecen a su costa, sino
además una súplica desesperada en contra de la ruleta rusa que comporta la
paternidad, la maternidad? ¿Parir a un Putin, a un Netanyahu; engendrar un
al-Assad, un al-Bashir; ser la madre, el padre, de un Mancuso, de un Marulanda
Vélez? ¡Como para vaciarse la mirada en castigo por no atender la conminación
de Vallejo de dejar la materia en paz!
Claro
que lo que de verdad procede en casos así no es el autoenceguecimiento, sino la
extirpación oportuna y por mano propia del carcinoma que se echó al mundo.
549. Si
la vida real no fuera la inconmovilidad que es sino ficción de la buena, cada
Justine Moritz (del sexo que sea) que hoy y siempre se pudre o se ha podrido en
una cárcel gritándole en vano al mundo su inocencia, tendría o habría tenido a
su vera al menos la voz amistosa aunque insuficiente de una particular Elizabeth
Lavenza. Quien intenta consolarla y le ruega que trate de tranquilizarse, al
tiempo que le susurra que quizá todo no sea más que una pesadilla de la que pronto
pueda que despierte.
Que nada
tema el que nada deba, prescribe uno de los muy pocos proverbios que le mienten
con dolo al indigente de poder.
550. Te
cuento, estimada Elizabeth Lavenza dondequiera que te halles, que, dando por seguros
el sentido del deber y la buena conciencia de tu primo Victor Frankenstein en
relación con la injusticia judicial y social que concluyó con la muerte de
Justine Moritz, oprobios ambos que únicamente él habría podido evitar, me
precipité a escribir mi desahogo número 549 seguro de que no me iba a
defraudar. Pero ahí tienes al muy bellaco, al muy cobarde, postrado de dolor y
de vergüenza en el epílogo del primer volumen; y a mí allí mismo, repudiándolo
como amigo y como persona y sin que me importe en modo alguno lo que de decente
o aun heroico pueda llegar a hacer en adelante. A ti, mujer valiente y
generosa, te pido en cambio que ocupes su lugar en estos mi corazón y encéfalo,
tan en demasía necesitados de los afectos inteligentes que de ti dimanan. Ah, y
juntos implorémosles el perdón a todas las Justines Moritz de cualquier sexo,
de todas las latitudes y tiempos -también de los venideros- por no haber impedido,
a como diera lugar, sus ignominias y padecimientos.
551. Entre
los prodigios de la literatura -de las artes-, su extraordinario talento
oracular o, dicho de modo más pedestre, la prospección: “…Hay hombres así, que,
abandonado el puesto, recaen en la insignificancia. Ello se debe a que no
tenían otra forma de ser que su función”.
Despliego
la foto del actual (hoy es 1 de marzo de 2024) gabinete ministerial del
Esperpetro, en cuya grisura no se divisan ni Luis Gilberto Murillo ni Néstor
Hosuna; soborno la memoria a ver cuántos ministros y funcionarios de
importancia del Titeriván, de Uribe y de Patraña recuerdo con nombres y
apellidos y los resultados son paupérrimos. Enseguida, me solazo imaginando
cómo habrían ensamblado sus gobiernos algunos de los meritorios a los que
Colombia, la radical y folclórica que huye del sentido común con igual espanto
que sus gobernantes del reformismo, jamás tuvo en cuenta, y llego a la
conclusión inevitable que rondaba la cabeza de Ribeyro cuando escribió su prosa
apátrida número 100: de ningún político mediocre que se haga con el poder se
puede esperar que se rodee de lumbreras o de personas de probada capacidad en
esto y aquello pues, o bien no las conocen -Duque, Pastrana-, o, en medio de su
complejo de Dios -Uribe, Petro-, no quieren cerca a nadie que les haga sombra y
mucho menos les dé por respuesta un no rotundo, les exprese su desacuerdo o les
haga el más mínimo reparo.
Protestan
airados los de los extremos del auditorio porque no mencioné a Santos. Sencillo:
repasen y cotejen las nóminas de altos funcionarios de sus dos gobiernos con lo
que ya vimos y díganme si, en cuanto hace a nombres, lo suyo no destaca de
lejos. Cosa muy distinta y triste es que, por buscar para sí el Nobel a
cualquier precio, mucho del conocimiento y la experiencia de que se rodeó
durante casi una década se desaprovechó infamemente.
552. Tres
definiciones que someto a consideración de la RAE. Tirónico: aquel cuya
ironía resulta tan acre y cáustica que tiraniza. Tirónica: aquella que,
tirando, ironiza impíamente sobre el chito de su hombre. Chito: pipí de
tamaño y grosor clitóricos.
553. ¿Qué
se le agrega a la completitud?: “No hay nada más duradero que el instante
perfecto”.
Antes
que nada y primero que todo, un orgasmo telúrico sufrido al alimón. El
cigarrillo que le pone término a la abstinencia absurda que nos impusimos. Una
charla con un buen dialogante, ojalá al margen de las ubicuas estridencias del
entorno. En el ya tan lejano mundo analógico, las primeras caricias y husmeos y
ojeadas y hojeadas y hasta besos que se le prodigaban a un libro largamente
codiciado. Un despertar sin sobresaltos tras equis horas de sueño profundo, con
la mente y el cuerpo saludables, y la finca en que vacacionamos colmada sólo
por las voces de sus animales. La eclosión favorable de un asunto o noticia que
nos traía en vilo. Los primeros compases de un concierto o sinfonía que siempre
quisimos sentir en un auditorio. Los últimos compases jubilosos o violentos de
aquella obra, seguidos por la ovación unánime que hace que nos escuezan manos y
garganta… Sé que hay más pero por de pronto…
554. Ceguera
congénita y total, la del ciego congénito y total que, muerto a la edad que
sea, se murió totalmente sin saber que la literatura existía, o sin tener por
madre a una Orfi: “Café expreso en la placita central de Capri, hojeando el […]
y observando el denso flujo de veraneantes. Hercúleos mozos que lucen sus
muslos tostados y sus pectorales […]; inefables niñas en blue-jeans ajustados,
más bellas que cualquier mármol florentino; pero sobre todo viejos panzones en
pantalón corto, calcetines y sandalias, viejas pintarrajeadas en bikini con
várices, celulitis y horribles colgajos de carne en el vientre y decrépitos
ancianos, extremadamente dignos y elegantes, con sombrero de paja y saco de
lino, que derivan en la tarde soleada tanteando con su bastón su último
verano”.
Tras la
relación solidaria, yo le digo a Julio Ramón o a mi madre, sin que venga a
cuento, que justicia poética sería que las “repulsivas”, quienes ya descansan
en paz, supieran que hoy su lugar lo ocupan las beldades que en aquel verano a
ellas muy seguramente les arrancaron suspiros de despecho entreverados con
pensamientos inconfesables, y que los muchachos que sabían perdidos de antemano
pero por los que habrían pactado con el diablo de haber podido, se apoyan ahora
en un bastón o arrastran su propia fealdad disfrazados de veraneantes, junto
con el peso insoportable de saberse, unas y otros, excluidos sin apelaciones
del mercado sexual.
555. Medioevo
Científico y Tecnológico:
“…Lo más
interesante, a veces, es que en cambio las épocas que sí están sufriendo una
crisis muy profunda y un deterioro irreversible de todos los indicadores de la
vida y la cultura no se dan cuenta de que algo así está pasando e incluso las
caracteriza un optimismo y una arrogancia enternecedores: la idea de que nunca
antes las cosas habían estado mejor. Como dijo el magnífico Arnaldo Momigliano,
pocos se dieron cuenta de que Roma se estaba cayendo.
Además
porque la decadencia es un fenómeno de larga duración, a veces pasan siglos
mientras se va cocinando […]. Pero hay un dato clave a la hora de entender la
decadencia de las sociedades, y no es el arte porque muchas veces cuanto peores
son los tiempos mayor es la creatividad, la belleza, la lucidez como un
refugio.
Ese dato
clave son las clases dirigentes, la gente que gobierna y que manda, también la
que ‘influye’, como se dice ahora, aunque no se me ocurre peor retrato de la
decadencia que un mundo en el que millones de personas, sin ningún talento, sin
ningún atributo particular salvo la desvergüenza o el fanatismo, se autoproclaman
‘influencers’ y lo peor es que sí llegan a serlo. Ya eso nos sitúa de lleno en
un tiempo aterrador, sin salida.
Y
también quienes nos gobiernan. Pero no hablo en general de la miseria de los
políticos, que también es una queja tan vieja como el mundo. No. Me refiero al
hecho inquietante y gravísimo de que adonde miremos hoy, en todas partes, el
panorama es como de comedia con mal libreto, una producción sin presupuesto ni
pudor. Basta ver lo que serán las elecciones en los Estados Unidos, para no
hablar de nosotros, y ahí está dicho todo: es increíble, devastador.
Sería
cómico si no fuera trágico: es la decadencia de la decadencia, a eso hemos
llegado” (Juan Esteban Constaín).
Salta
pues a la vista que vivimos tiempos de gran confusión y caos -los contradictores
vocacionales dirán que todos lo han sido-, empeorados por el hecho de que en
cada persona conectada desde sus dispositivos a la red hay un potencial
propalador de infundios y desinformación, y de ahí el creciente bullicio y la
imparable pugnacidad que nadie sabe cómo gestionar. Ese desconocimiento sin
solución a la vista, así como -entre muchas otras- las realidades descritas en
la cita, son lo que me lleva a afirmar aquí que discurrimos por una segunda
Edad Media -con el perdón del prístino Medioevo, tan en paz (por comparación)
al menos con el planeta- si bien científica y tecnológica, que anda por sus
albores. Al rigor de los historiadores corresponde determinar sus orígenes y
estudiar a fondo, transcurrido el tiempo que haya menester, sus implicaciones y
pormenores. Que ya aterran.
556. Uno
de los regalos impagables de leer a columnistas de opinión brillantes y además
decentes, cuyas atalayas se levantan en el justo centro del observatorio desde
el que se otean las miserias y bondades de los hombres, es que justo cuando uno
está empantanado en un tremedal de palabras que no concurren para desahogarse y
aullar lo que se quiere (verbigracia, toda esta vergüenza de ser un cero a la
izquierda en la lucha contra los malditos), se materializa un Héctor Abad
Faciolince, una Piedad Bonnett, un Javier Cercas, un Arturo Pérez-Reverte, un
Martín Caparrós, una Rosa Montero, un Antonio Muñoz Molina o un John Carlin y dice
justo eso que veníamos rumiando:
“El
movimiento palestino Hamas, con su propia masacre de inocentes el 7 de octubre,
y el régimen de Netanyahu, con su respuesta feroz, se han asegurado de lo que
ambos quieren, que el ciclo de venganza extermine toda posibilidad de una
solución posible al conflicto más largo del mundo.
En el
sector de la población israelí que vota por Netanyahu, la memoria colectiva del
Holocausto nazi representa licencia para matar en defensa de la causa judía. La
masacre del 7 de octubre fue entendida por esa misma gente como un Holocausto
II, ergo la despiadada destrucción del lugar de donde procedió el mal.
La misma
lógica se aplica a los palestinos. El calvario de Gaza será recordado por los
años y los años como su propio holocausto, como su licencia para matar
israelíes. Los huérfanos de Gaza hoy y sus hijos verán el uniforme de los
soldados de Israel como los judíos europeos de los años treinta y cuarenta
veían los uniformes de los soldados de Hitler. Ojo por ojo, como dijo Gandhi, y
todos acaban ciegos.”
Cínicos
llaman, sin que mi mente consiga explicárselo, a los desesperanzados
recalcitrantes en relación con las grandes tragedias de la especie (injusticia,
guerra, pobreza, hambre, discriminación…), y todo porque aquellos seres de luz
se pliegan a lo tangible y les aguan su festival de la esperanza a los
fanáticos del “sí se puede” a sabiendas de que no. Sin que importen las buenas
intenciones y los deseos de los que genuinamente quisiéramos vivir en un mundo
en paz relativa, donde nadie se muera de hambre o enfermedad tratable o de
hambre y enfermedad tratable, donde quien lo quiera se pueda escolarizar y, el
que no, tenga otro tipo de oportunidades y etcétera, etcétera, etcétera, el
caso es que ahí van a seguir, hasta el final de los tiempos, los malditos de la
violencia y de la codicia, de la codicia y de la violencia, ultrapoderosos
poderosos o pobres diablos muy resueltos, decidiendo, igual que ha sucedido
desde que Lucy descendió del árbol, el destino de millardos que lo único que
tienen a favor lo desperdician: el prodigio de las mayorías. Porque sólo las
mayorías, ríos y ríos de gente inerme pero amenazadora y dispuesta a morir, si
toca, harían desistir y salir corriendo a Hamas de Gaza y a Netanyahu y los
sionistas de Israel; a Putin y su cohorte de asesinos de Rusia y la Ucrania
ocupada y a los sátrapas de Corea del Norte, Irán, Sudán, Yemen, Venezuela o
Nicaragua de los países que explotan y oprimen. Porque sólo unas mayorías globales,
concertadas y bien avenidas, podrían acogotar a los gobernantes del mundo para
que le pongan un tatequieto definitivo a la carencia mundial organizándolo todo
de tal modo que claro que haya ricos, pero no obscenas fortunas individuales
más pingües que las de un Estado próspero; y pobres sólo si lo son de espíritu
y de iniciativa, aunque no tan pobres como para que se mueran de hambre.
Un único
favor les pido: avísenme cuando la cobardía y la indiferencia -nuestra
perdición bicéfala frente al malditismo transnacional- estén, como las maras
salvadoreñas hoy en las mazmorras de Bukele, domeñadas y a buen recaudo, pues
no me quiero morir sin saber cómo se siente ir vestido de verde esperanza.
557. En
el filme titulado ‘La zona de interés’ de Jonathan Glazer, qué duda cabe, cabe
toda la humanidad de hoy, la de hace miles de años -pongamos tres mil- y la de
dentro de miles -pongamos tres mil-, con sus dos minorías en las antípodas (los
Rudolf Höss que se aplican al ejercicio del mal y, en muy menor proporción como
en la película, las niñas-fantasma que se aplican al ejercicio del bien). El
resto, a efectos prácticos y en muy distintas situaciones y circunstancias, nos
llamamos Hedwig.
Adenda:
si usted es profesor de literatura, de arte, y está empecinado en que sus
estudiantes comprendan que la literatura, el arte, valen más por lo que callan
que por lo que dicen, no desperdicie su tiempo ni se lo quite a los muchachos
haciéndolos leer teoría. Vea con ellos este nacido clásico de Glazer y, a los
que no caigan, mándelos a estudiar odontología u otra cosa para la que les dé
el cacumen.
558. Miremos
este par de fotos yuxtapuestas: la de la derecha muestra a El Salvador de hoy,
rozagante de seguridad y pleno de un agradecimiento cuasi unánime hacia quien
obró un milagro bíblico de tan inverosímil. La de la izquierda, a una Colombia
con aspecto haitiano que acelera el paso en su recorrido del camino contrario,
con sus fuerzas del orden maniatadas o al menos muy menoscabadas y amilanadas
por cuenta de unas políticas presidenciales que, de labios para fuera, aseguran
que le apuestan a la paz mientras que sobre el terreno les garantiza, con su
solidaridad de cuerpo, a los que hacen la guerra impunidad y nichos de mercado.
Imbéciles los que, bien desde sus atalayas de pacifistas a todo trance, bien desde
sus atalayas de pacifistas de coyuntura, no lean como es debido la gratitud
presente de una mayoría abrumadora de salvadoreños con la mano dura que los
“rescató” del infierno diario que “suponían” las maras, y más imbéciles si no
encuentran justificado el deseo de los mexicanos, ecuatorianos y colombianos a
merced de los violentos -y de sus patrocinadores desde el poder- de que en sus
países gobierne mañana mismo, y no ya con mano dura sino con puño de hierro, un
resuelto por el estilo del milénial.
Pero
ojo, mucho ojo, amigos colombianos, ecuatorianos y mexicanos con el
deslumbramiento que les producen los resultados tan reales cuanto artificiosos
del actual gobierno salvadoreño: antes de seguir ensoñando, hagan el favor de
leer, en El País de España, el reportaje de Juan Diego Quesada titulado Dentro del
‘Alcatraz’ de Bukele: “Es imposible escapar. Estos psicópatas van a pasar la
vida entera entre estas rejas”; y de imaginar, una vez leído y releído el
texto, a uno o a varios de sus familiares presos en ésa o en otra mazmorra del
régimen, adonde fueron a parar por los tatuajes que algún día se hicieron, o
por la ropa y el peinado “sospechosos” que lucían cuando les echaron mano. Pero
si en su familia no hay jóvenes, o los jóvenes que hay son a su juicio
muchachos de bien y muy formalitos, pues no den nada por sentado y entérense
antes de embarcarse con su voto en semejante aventura de que las dictaduras se
sabe cómo -léase contra quién- empiezan pero jamás se sabe cómo -léase contra
quién- terminan.
Y ya que
estamos. ojo, mucho ojo, adeptos de buena fe del esperpetrismo, indiferentes
crónicos -o sea idiotas- de la política, e incautos del “¡Qué va! Colombia es
una democracia imperfecta, pero una democracia a fin de cuentas”: cuidado con
seguirse creyendo el cuento de que este gobierno nada que arranca o de que ahí
va, a trancas y a mochas. Si el debilitamiento calculado de las fuerzas del
orden para que el crimen organizado engorde, la instrumentación de la DNI con
idénticos propósitos a los de Uribe en su momento, la implosión controlada para
atarle las manos a Ecopetrol y pauperizarlo para favorecer a los compadres
narcochavistas, las medidas sibilinas con miras al desmonte o la quiebra de los
sistemas pensional y de salud, las acusaciones de desinstitucionalización tras
las que pretende esconder sus propósitos a todas luces
desinstitucionalizadores, la venalidad y mediocridad rampantes de sus ejecuciones
y postergamientos o la incuria de la economía con vistas a joder a los ricos y
a los empresarios que no se le prosternan no es arrancar, ¿qué lo es entonces?
559. Le
llueven del cielo los elogios a Pepe Mujica por su dizque valor de llamar a las
cosas por el nombre en relación con la desde siempre narcodictadura bananera chavista,
un descubrimiento al que este sagaz anciano llega con un retraso de veintipico
años, o de treinta y dos si se toma en consideración el intento de golpe de
Estado que encabezó el tirano epónimo en 1992. A Carlos Andrés Pérez y a Rafael
Caldera les deben los millones de venezolanos en el exilio, los presos y
torturados en las mazmorras del régimen y los que se mueren también de hambre y
de desesperanza en el país su perra suerte, pues el primero tendría que haber fusilado
sin miramientos ni dilaciones a los insurrectos para, de ese modo, evitar que
el segundo -quienquiera que fuese su sucesor en la presidencia- incurriera en
indultos o sobreseimientos.
Oigan… ¿y
si el debilitamiento calculado del Esperpetro a nuestras fuerzas del orden, con
las infiltraciones de terroristas de izquierda de que algunos bien informados y
en modo alguno paranoicos se vienen haciendo eco, estuviera inspirado en lo del
golpista Chávez Frías o en lo del autogolpista Pedro Castillo, salvo que mejor
urdido y “ojalá” adelantado?: que el paranoide soy yo, me gritan desde el
centro y la izquierda del auditorio los que le apuestan nombre y prestigio a la
estabilidad de nuestra democracia imperfecta, pero democracia a fin de cuentas.
¡Qué sagaces andan; al menos tanto como el abuelo uruguayo!: paranoico,
fatalista, paranoide, pesimista y, por contera, malpensado.
560. Medioevo
Científico y Tecnológico:
“…Al
nuevo modelo de negocio le conviene el ruido y está borrando de nuestro
vocabulario los conceptos de prudencia, reparo, compasión. Si se da el caso de
que a alguien se le descubre en un renuncio, en una metedura de pata, o aún
más, en un delito, cómo no sumarse a la gran fiesta de la crueldad, porque la
crueldad, de eso nos hemos olvidado, no se ejerce solo cuando se ataca a un
inocente, crueldad es también el ensañamiento innecesario con el culpable. Si
existe la justicia, por imperfecta que esta sea, es porque necesitamos un
mediador que nos evite la venganza personal o colectiva. Pero hoy, gracias al
gran Dios de las redes, asistimos a un juicio permanente, situados siempre en
los asientos del jurado y temiendo en secreto vernos algún día en el lugar del
reo. Olvidada queda aquella vieja progresía que detestaba a los que levantaban
los brazos delante de los juzgados, a esas personas tan carentes de emociones
en sus vidas que se cargaban de adrenalina yendo a escupir y a insultar a los
detenidos mucho antes de que se produjera el juicio. Aquellas ideas de
convivencia que promulgaban la atemperación de las emociones se han quedado
caducas y ahora no hay penas de cárcel que nos satisfagan, no hay insulto que
esté a la altura de nuestra ira ni metedura de pata a la que no queramos
hincarle el diente.
[…] Ocurre
que perdidos en un momento de autocomplacencia, seguiremos flotando en la
pequeña burbuja que nos aísla del mundo, hasta que de pronto explote y nos
quedemos flotando en el vacío” (Elvira Lindo).
Salta
pues a la vista que vivimos tiempos de gran confusión y caos -los contradictores
vocacionales dirán que todos lo han sido-, empeorados por el hecho de que en
cada persona conectada desde sus dispositivos a la red hay un potencial
propalador de infundios y desinformación, y de ahí el creciente bullicio y la
imparable pugnacidad que nadie sabe cómo gestionar. Ese desconocimiento sin
solución a la vista, así como -entre muchas otras- la realidad descrita en la
cita, son lo que me lleva a afirmar aquí que discurrimos por una segunda Edad
Media -con el perdón del prístino Medioevo, tan en paz (por comparación) al
menos con el planeta- si bien científica y tecnológica, que anda por sus
albores. Al rigor de los historiadores corresponde determinar sus orígenes y
estudiar a fondo, transcurrido el tiempo que haya menester, sus implicaciones y
pormenores. Que ya aterran.
561. No
sé si me dan más lástima que risa los bienintencionados (a los militantes
solapados de la causa guerrerista contra Occidente del ‘sur global’ que, desde
Occidente, abogan por lo mismo si bien con otras intenciones no les presto
oreja) de tertulia televisiva que aducen que para que cese la invasión de Rusia
a Ucrania hay que sentarse a negociar con Putin, como si Putin no fuera Putin
sino Zelenski o Navalni. Diría uno que a los pobres les falta literatura de la
buena, y por carretilladas. Pero no es la literatura lo que cura la suma “ingenuidad”,
y una prueba fehaciente es ‘Al final’: un artículo publicado por William Ospina
en El Espectador en abril de 2016, y nuevamente en marzo de 2024.
En él su
autor plantea la necesidad de que, a fin de que la paz en Colombia sea real y
duradera, se ensaye una suerte de borrón y cuenta nueva, acompañados por un mea
culpa colectivo y por la concesión de un perdón auténtico y ‘multidireccional’ ojalá
sin fisuras. Yo, con todo y el tamaño descomunal del sapo que nos tendríamos
que tragar, lo suscribo y sé que igualmente muchos otros ciudadanos del común,
y ni que decir tiene que también las víctimas, quienes suelen hacer gala de un
corazón tan grande a la hora de pasar la página que a uno lo abruman y avergüenzan.
¿Pero y los malditos que hacen la guerra y se lucran de ella por convicción y
porque lo llevan, como el bicho del Kremlin o el carnicero de Gaza, inscrito en
las entrañas? A mí me basta ver el resentimiento y la mala leche con que el
Esperpetro, con su panda de neocorruptos, está maniobrando en este país para no
abrigar ilusiones de ninguna índole en paces hechizas, que es lo que a la
postre pactan los que negocian con el poder en mente como único y “secreto”
Fin.
Adenda:
leyendo esta otra columna suya, ‘El tiempo corre’, estuve, maestro William
Ospina, tentado de creer que usted iba por fin a arrojar lejos las anteojeras que
le han impedido leer con objetividad al sujeto presidente. Sin embargo, cuando
llegué a la oración “Petro, creo yo, no es un hombre corrupto”, con la cual
usted y muchos nostálgicos del esperpetrismo se engañan y engañan
deliberadamente, me sentí igual que frente a una madre que, en medio de su
dolor, quiere que los demás no vean los delitos de su hijo, de los que culpa a
otros que lejos están de ser sus compinches. Y mejor ni hablemos de lo que a
continuación se lee, todo tan cínico o melifluo que asquea. Gustavo Petro
Urrego no es sólo un corrupto de proporciones colombianas, sino un redomado
hipócrita que gobierna y va a seguir gobernando como delinquió en el M19: al
margen de la Ley -de las leyes hoy vigentes en el país- y sin ningún respeto por
quienes por él votaron de buena fe o por la constitución que juró acatar y
honrar.
562. Yo,
que en el presente no tengo amigos de seis letras y apenas unos pocos de dos o
a lo sumo de tres, no los pondría -tal vez tampoco a uno completo- de testigos
de nada llegado el caso de caer en desgracia con enemigos poderosos, que hasta
la fecha no creo que tenga pero que puedo llegar a tener. Se trata simple y
sencillamente de ahorrarme una previsible decepción getsemaniana. De ustedes,
mis dos amores, sí que lo espero todo… o casi.
563. ¿Que
esta semana Londoño no se ocupa -no desbarra- de política y más bien pone en
marcha al sabio (hoy ataviado de poeta)? ¡Estupendo!:
“…Las
lenguas son anteriores a las gramáticas y son parcialmente lógicas porque la
comunicación es su norte. Pero la lengua también quiere conmover; por eso
entona canciones, asesta ironías, esgrime conjuros, arroja injurias, emprende
elipsis, acuña refranes, se adorna con tropos, legaliza caprichos y otorga
licencias, operaciones que desbordan la lógica y desafían la sintaxis ortodoxa.
Sumisos a las leyes de la concordancia escribimos ‘ojos verdes’, en plural,
pero decimos ‘ojos violeta’ en homenaje a la singularidad de los ojos de este
color.
La
gramática nunca tendrá la precisión de la matemática porque los idiomas no son
sistemas arbitrarios para traducir a números la cantidad, el espacio y sus
relaciones. Los idiomas son la manera como cada pueblo siente la realidad,
cifra sus anhelos y conjura sus demonios. En las ásperas lenguas de los
nómadas, digamos, había muy pocos vocablos para designar la tierra; ninguno
para la ciudad. La tierra era esa materia vertiginosa que pasaba bajo los
cascos de sus caballos; la ciudad, un corral de piedra lleno de gente temerosa.
Tenían en cambio decenas de términos para la caza, el caballo, las armas, las
estrellas…”
Ya les
participé a todos los del cenáculo y a Álex Grijelmo el primero, estimado y en
ocasiones admirado Julio César, esta otra gema de su inteligencia. Pero le
cuento que me entristeció no habérsela podido hacer llegar a casi nadie más que
la pudiera disfrutar genuinamente. Con don Juan Gossaín no di por mucho que lo
busqué, y por supuesto que tampoco con el gran profesor Bustillo. Claro que el
“casi” tiene más peso y validez que veinte nombres cualesquiera: la leyeron y
me piden sus coordenadas el doctor Humberto de la Calle Lombana, uno de esos
tibios del reformismo por los que usted jamás votaría o sólo en casos muy
puntuales, y doña Cayetana Álvarez de Toledo, cuya mera mención se me figura
que lo hace descomponer el gesto. Qué dice: ¿se las doy?
564. El
primer párrafo de ‘Teología e hipertensión’ prueba que, como todos los
concienciados del buenismo que medran en la ‘mamertosfera’, y no se diga sus
ideólogos y enjuagadores de cara -y éste sí que lo es-, su firmante es un
grandísimo hijo de la puta que lo parió -y que me perdone la señora, que poca
culpa tiene- y un resentido. ¿Atacar tú a Héctor, a Héctor Abad Faciolince tú,
quien para sobrevivir publicitas tus talleres literarios, y sin pagar, en tu
columneta de El Espectador? Claro: como te duele que te ataquen a Putin y de él
hacia abajo, y como sabes que jamás podrás izarte a la altura moral de quienes
en ese y en otros periódicos prueban cada que escriben y opinan que no son,
como tú y otros indeseables, presas de ningún sectarismo, pues si te toca te
les metes con la madre y sin que venga a cuento. Disculpa: ¿quién, aparte de un
tal Gregorio Ríos que a falta de algo mejor que hacer habla de ti en su puto
blog que sólo él lee, de tus talleristas incautos, y de diez o veinte gatos del
esperpetrismo o de la vallecaucanidad te conoce? Entérate, pimpollo de las
letras, de que la mera Basura de Héctor supera de lejos lo que de ti he leído
y, por fuerza, habré de seguir leyendo.
Adenda:
que por qué no dejo de leer “al Londoño este que tanto lo irrita, mijo”,
pregunta mi madre. ¿Dejar de leer a Londoño, Orfi? -le respondo-, e intento
sacarla de su pasmo leyéndole, despacio y a muy razonable volumen, a partir del
segundo párrafo. Pero creo que ella no nota, por imperceptible, mi
pensamiento-exclamación ¡mientes como un bellaco, pedazo de feligrés de la
mamertosfera! cuando lo que le leo es: “Yo, lo confieso, no soy ni siquiera
agnóstico. Ni siquiera buen hijo. Mi credo es la confusión […]. Recelo de las
religiones…”.
565. Jamás
pensé, admirado García Villegas; jamás pensé que un día me viera obligado a
usar, y mucho menos con alguien de mi entera estima como usted, una fórmula de
descortesía que a mí me disparó, en plena reunión de profesores, un colega de
la Sergio de quien no obstante tengo gratos recuerdos: Speak for yourself! me
dijo el muy granuja y yo lo repito ahora: Speak for yourself, bro!: “Soy
consciente de que, con los años, el lenguaje incluyente se va a imponer.
Quienes en algún momento nos opusimos hemos sido derrotados y lo seremos aún más.
Nuestra manera de hablar será anacrónica […], pero no tendremos la intención de
discriminar a nadie. Seremos un error, una imperfección irrelevante”.
A ver
por dónde comienzo, hermano. Mire: soy un convencido de que en este mundo lo
que impera es el mal gusto, y no se diga en el mundo hispano. Que, bien mirado,
ya no es, por todo y por todo lo demás aunque antes que nada por el espánglish,
otra cosa que una copia desvaída y muy ridícula del mundo anglo. Que, bien
mirado, no tiene puta la culpa de que acá le copiemos absolutamente todo: desde
el consumismo desaforado hasta la sintaxis y el léxico de su idioma tan
querido. Desde sus ridículas luchas identitarias hasta sus formas de decir tan
sumamente beatas y cursis. Desde la comodidad maravillosa de su ropa hasta sus
duplicaciones -his or her, women and men, female and male adults-. Todo
absolutamente todo se lo copiamos, lo cual no quiere decir ni que esté bien ni
que tenga que ser por fuerza exitosa la copia. Y ahí viene el caso del fucking
inclusive language, que a la persona en situación de discapacidad ocular que
soy le choca más que nada en este mundo, o sea el real.
¿Derrotados
por este buenismo de cartón piedra e inauténticamente anglicado? ¡Pero cómo se
le ocurre semejante disparate a un tipo tan capaz! Ahora: confunde usted lo
“anacrónico” con lo “clásico”, que es lo que seríamos si su vaticinio llegare a
materializarse, que ojalá no. ¿Y sabe por qué no? Por la sencilla razón de que
cuando la distopía triunfe, con su triunfo se interrumpe para siempre lo que
hoy llamamos literatura hispanoamericana. Imagínese no más a un Javier Marías o
a un Roberto Bolaño de la época triplicando el género en sus novelas o dándole
a la perífrasis para hablar de un cojo o de una puta (un saludo incluyente para
mis carnales los cojos y las putas): “Cuando el hombre con movilidad
restringida se le acercó a la mujer en situación de explotación sexual para
preguntarle cuánto cobraba por un culeo, todos, todas y todes les que lo y la
estaban mirando se miraron a su vez y…”: ¿cuándo le pone el pobre desgraciado
el punto final a su engendro?
Ah, y ya
que hablamos de engendros: no se le olvide, Mauro, que ahora tenemos de nuestro
lado a los Miley y a los Abascal para seguirles haciendo contrapeso a los
errores e imperfecciones irrelevantes que constituyen los las y les inclusivistes
no de corazón, sino verborreicos en su gran mayoría. Se lo digo yo, que,
posdoctorado en discriminaciones, algo me habré movido en esos tremedales.
566. Toda
una lástima que el centro tibio, reformista y tecnócrata no dé golpes de Estado
“limpios” y “quirúrgicos” pues, en nombre del pragmatismo y en aras del
bienestar de las mayorías, yo le pediría, le suplicaría, que se lo dé al
Esperpetro ya mismo y ponga en su lugar a uno de los suyos. La idea de
semejante acto sólo en apariencia desinstitucionalizador es impedir que su
mandato tan nocivo y malintencionado haga todo el daño que va a hacer hasta, en
el mejor de los casos, el 2026. Porque en política, que tiene que ver con la
vida pero que no es la vida propiamente dicha, no debería permitirse que maniobre
la fatalidad que rige cada existencia humana, sino oponérsele a como dé lugar
una vez leída debidamente. Las catástrofes colectivas que se habrían abortado
si algo como con lo que aquí fantaseo se hubiera hecho a tiempo, verbigracia y
para no ir muy lejos, en la Nicaragua y en la Venezuela de los que sabemos.
567. “Biden
opina que Netanyahu ‘perjudica a Israel’ al no evitar más muertes de civiles en
Gaza”, reza un titular de El Mundo de hoy, domingo 10 de marzo de 2024. Pésimo
opinador el viejito, pues el primer perjudicado de la cadena trófica es él, con
su apoyo irrestricto a los carniceros judíos -los connacionales de los
carniceros yihadistas de todas partes se lo van a hacer pagar en las
elecciones, junto con los que se duelen sinceramente de la matanza que no cesa
y el asedio infame, para no hablar de los antisemitas devenidos y los de
abolengo-. ¿Que el Israel que no quiere cambiar el curso de las cosas sale
perjudicado? Eso por descontado, aunque no más ni de modo tan directo como los
más de cien secuestrados que siguen tal vez en Gaza y en manos de los
terroristas de la contraparte, sus deudos y allegados y, seguramente hasta el
final de los tiempos, los judíos que residen y habrán de nacer en pueblos,
ciudades y países donde aquel odio milenario, atizado hoy por el pogromo del 7
de octubre y la subsiguiente venganza, campea saludable. Paradójica o
coherentemente, los únicos que nada pierden y mucho ganan con la sangría son
los terroristas de las dos pandillas en el poder, tan sincronizadas ellas.
Adenda:
Y cómo les va pareciendo aquel otro viejito, el carcamal del Vaticano,
haciéndole nuevamente llamados de súplica a Zelenski, ¡hágame el favor!, dizque
para que tenga espíritu conciliador y se siente a negociar la paz con Rusia.
¿Irrespetuoso o no, el bellaco este? Lo oigo y no puedo por menos de pensar en
el padre o en la madre que no quiere disimular la preferencia por uno de sus
dos hijos, y no precisamente por el que bien se porta y saca buenas notas en el
colegio, al que se la tiene montada el envidioso y prospecto de hijueputa que
tiene por hermano. Pues bien, el Francisco papá o la Francisca mamá, cada que
el malquerido es víctima de una tropelía fraterna, hace como que no se entera o
incluso lo acusa de quejumbroso y de detestar al agresor, quien cada que se
sale con la suya más canalla se vuelve y más amplía su margen de acción. Eso lo
sabe Bergoglio, que de güevón no tiene sino la voz (y digan ustedes si también
la cara).
568. Los
bobos letrados (no se sorprendan: existen, claro que existen, muy bobos y muy
letrados; ¿su epítome?: una docenta de ingrata recordación -casi todos los demás
le celebraban los apuntitos- cuyo nombre, a diferencia de los tan queridos y
respetados de las profesoras Luz Mary Giraldo y Blanca Inés Gómez, se me
traspapeló) son los únicos, quiero creer, que dan por sentado que los títulos
que ellos atesoran y los que repudian deben por fuerza hacer parte de la
enciclopedia de cada lector con que de literatura “conversan”. Los demás
sabemos que coincidir con un interlocutor en uno o en a lo sumo unos cuantos
títulos, que ambos conozcamos a fondo, es ya un regalo de Fortuna.
El
preámbulo casi que me exime de aclarar que ningún archilector, y ni siquiera un
Nobel indiscutido de Literatura, debería sonrojarse al admitir que jamás leyó
tal o cual clásico y menos aún equis o ye libro de los recientemente en boga.
Sin embargo, sí que existe el riesgo latente de creerse el cuento o, aun peor,
de hacer pasar por novedoso y revolucionario algo -las voces narrativas, la
ruptura con la linealidad, la manera en que se construyen los personajes…-
cuando no se ha leído una piedra angular del arte en cuestión tipo el Tristram
Shandy de Sterne. En el Capítulo catorce pueden encontrar el testimonio de cómo
concebían el autor y su narrador el quehacer de ficcionar, y en la novela
entera la prueba irrefutable de que la revolución de múltiples momentos y
protagonistas que experimentó la narrativa en el siglo XX nació en diciembre de
1759, pero fue concebida en 1605.
569. Que
Cervantes y Sterne (lo cual equivale a decir don Quijote y Tristram Shandy: las
piedras angulares de la historia de la novela escrita en sus lenguas, en todas
las lenguas) se tomen a sí mismos tan a la ligera y sin ninguna gravedad siendo
quienes son, me torna en aun más ridículo y lastimero al escritor -vivo o
muerto- pagado de sí e impúdico a la hora de mostrarse como tal. ¿Que me concedieron
el Nobel o me lo negaron mereciéndolo, me leen millones y millones de personas
de muy diversos orígeness y gozo de singular prestigio entre los más laureados
de esta vaina? Sin duda un gran logro al que, empero, le queda por sortear la
prueba definitiva en las artes: el juicio del tiempo; que, por otra parte,
falla siempre a espaldas del autor. Se llame compositor, pintor o escultor,
director de cine o poeta: el artista que hoy se sienta -al margen de cuánta
razón lo asista- uno de los imperecederos del oficio, habrá de contar con una
piedra en el zapato que no atormentó a Beethoven, Leonardo, Milton y ni
siquiera a Buñuel o a García Márquez: la precaria salud del planeta. que
amenaza con arramblar, auxiliada por la demencia megalómana de algunos que
acarician sus arsenales nucleares como el avaro los caudales de su caja fuerte,
con el nido de la perra, el concepto de posteridad y lo que yazca en medio.
570. Leo
con asombro a Sterne y, a medida que lo leo y me dejo zarandear de acá para
allá y de allá para acá por su narrador y autor implícito, más me convenzo de
una insensatez: para darle al césar lo que es del césar, tocaría revisar la
crítica y la teoría literaria de valía que se haya escrito, pongamos, entre
1922 y 2024, con objeto de reescribir toda la que no haya fijado su punto de
partida en y tenido por brújula la Vida y opiniones del caballero Tristram
Shandy, de donde como que brota cada técnica y ardid narrativos que suelen
atribuirse a, entre otros, un Joyce, un Cortázar, un Knausgard o ponga usted al
que quiera. Ellos, hayan o no leído a Sterne, “simplemente” perfeccionaron cada
genialidad no del arte del qué se cuenta, sino del cómo se cuenta lo que se
cuenta.
Ahora
comprendo, maestro Javier Marías, el porqué de su reverencia y deslumbramiento
con esta obra fundacional a la que hoy me asomo gracias a su traducción
insuperable.