“El que
no sabe repetir es un esteta. El que repite sin entusiasmo es un filisteo. Sólo
el que sabe repetir, con entusiasmo renovado constantemente, es un hombre.”
Soren
Kierkegaard
701. Definitivamente
los que nacimos fracasados hasta para la crítica literaria nos lo merecemos por
no saber separar el grano -Los emigrados, Tristram Shandy, Mi Lucha- de la paja
–‘Políticos alternativos y políticos fucsia’, ‘Leiva y el futuro’, ‘El Goce
Pagano’-. Pero como lo mío es oscilar a diario entre el bálsamo y la basura,
ahí voy a seguir, testarudo pese a los remordimientos propios del que
desperdicia parte de su tiempo infamemente, depurándome y emporcándome,
depurándome y emporcándome porque necesito el contrapunto que procura el asco
para no sucumbir completamente al tedio.
702. ¿Qué
se le agrega a la completitud?: “Cien años después del fallecimiento de Kafka,
no ha perdido vigencia eso que ha dado en llamarse kafkiano: la inexorable
primacía del sistema sobre el individuo. Y, como en la literatura de Kafka, no
alcanzamos siquiera a columbrar de dónde emana el poder ni quién lo dirige. En
caso de divergencia, el individuo nunca tiene razón. El individuo no es nada,
apenas un componente sin relevancia susceptible de ser castigado. Y ay de él
como ose introducir la más leve distorsión en la dinámica general del sistema,
por muy absurdo que éste sea”.
Digo
“completitud” porque aun cuando millones de tercermundistas -los desinformados
de siempre- siguen convencidos de que es sólo en nuestras republiquetas donde
suceden los adefesios y se perpetra toda suerte de abusos en contra de las
personas por parte de los que mandan, a mí esa venda de acomplejado se me
descorrió con la irrupción de internet y la posibilidad de enterarme de primera
mano, leyendo periódicos y revistas de donde me plazca y oyendo las noticias de
medios de comunicación que pensé que me iba a morir sin conocer, del
desbarajuste que es por lo común el mundo. Anteriormente -hace tan pero tan
poco-, los deslumbrados que llegaban de estudiar o de vacacionar en los Estados
Unidos o en la Europa desarrollada a dictarnos clase en la universidad, no
perdían oportunidad de transferirnos su asombro con comparaciones de las que
quedaba excluido cualquier matiz que, a los que sabemos que en todas partes se
cuecen habas -la diferencia radica en la calidad y en la cantidad-, nos las
hiciera verosímiles. Como un supuesto poeta -no me consta que lo fuera- que en
la Javeriana se comió a cuento a un grupo de incautos con la trola de que en
Rusia todo el mundo era tan culto que él había visto cómo, en conciertos
multitudinarios de la mejor música sinfónica, los taxistas apagaban sus
vehículos y las aseadoras aparcaban la escoba durante unas horas para asistir
al espectáculo, “¡y con partitura en mano!”. Supe que aquel hiperbólico
mentiroso murió poco después de que una preciosura que conmigo se sentaba en el
salón y este que ¿era? Su enamorado decidimos darnos de baja en su materia y
emplear mejor ese tiempo en un bar al que mucho nos gustaba ir. Que en paz
descansen él y todos los que se granjeaban prestigio y adeptos aterrando
pasmarotes antes de la revolución tecnológica.
Adenda:
y no fue sino que escribiera lo que acaba usted de leer para que de las páginas
de El País saltara uno de esos artículos que me libran de la información
sesgada y distorsionada de antaño. Se titula ‘Días de fútbol y melancolía en
Alemania’, y la conclusión que de él extraigo es que… ¡pero si el titular lo
dice todo!
703. Maticemos:
si bien es cierto que “es falso que los inmigrantes vengan a Europa a
delinquir: la inmensa mayoría viene a ganarse la vida; es falso que los
inmigrantes vengan a quitarnos nuestros trabajos: la inmensa mayoría viene a
hacer los trabajos que nosotros no queremos hacer; es falso que nos estén
invadiendo y empobreciendo: la verdad es que nos enriquecen, y que, en una
Europa cada vez más envejecida, nosotros los necesitamos a ellos al menos tanto
como ellos nos necesitan a nosotros”, lo es asimismo que las víctimas directas
de los múltiples atentados del terrorismo yihadista en suelo europeo y
estadounidense -para no alejarnos del vecindario- constituyen recuerdos
colectivos de alcance global demasiado traumáticos y aterradores como para que,
en virtud de lo cierto de la desproporción de las cifras en favor de los
beneficios de dicha emigración, se espere que eso sea lo que prime en el
imaginario de los ciudadanos de a pie que se cruzan o conviven con musulmanes.
Yo sé, maestro Cercas, o al menos mi intuición me dice que aun si usted hubiera
sido, como el gran Salman Rushdie, una de las víctimas corpóreas de la sinrazón
del yihadismo, habría abogado y estaría abogando por la acogida y la
integración de esas mayorías pacíficas de islámicos que salen de sus países
huyendo del hambre y la violencia. Desconozco, en cambio -qué paradoja-, cuál
sería mi discurso tras un atentado en el que yo o un ser querido nos viéramos
inmersos en un fin del mundo protagonizado por enajenados que disparan a todo
lo que se mueva o accionan los explosivos que llevan ocultos entre sus ropas o
dan puñaladas a diestra y siniestra en medio de la calle o de un centro
comercial, y de ahí que no condene a los anónimos que se mueren de miedo y en
consecuencia votan por los que les prometen seguridad y orden. Coincidirá usted
conmigo, gran Javier, en que los temores más que explicables de esas personas
nada tienen que ver con la mala leche de millones de emigrados a los Estados
Unidos hoy por hoy con papeles que votan por Trump y lo azuzan para que
clausure la frontera con México y eche a patadas a los “ilegales”. Algo va de
unos a otros.
704. “Cuando
la única propuesta es el ruido y la furia, la cólera sin interruptor y la
destrucción a conciencia del centro, la sociedad se va rompiendo en dos polos y
las opciones se van reduciendo a los extremos, y el destino de todo un país se
juega al cara y sello”: con cara se habrá logrado atornillar en el poder y
hasta nueva orden el nefasto esperpetrismo en 2026, con toda su parafernalia
mamertoguerrillera afianzada en cada vez más zonas del país; con sello estará
de vuelta el uribismo más funesto, sólo que ensoberbecido y respaldado por los
Miley, los Bukele, los Trump y las extremas derechas de Europa, que a la sazón
pueda que se hallen bien avenidas. Para que en Colombia gane nuestro
inexistente partido de centro, la moneda habrá de caer parada.
Adenda:
que sepan los más de once millones de los que votaron en contra de Rodolfo
Hernández o por la utopía de la paz total (si no la hay en sus hogares, en sus
familias, en sus conjuntos residenciales, en sus iglesias, en sus salones de
clases, en sus trabajos y ni siquiera dentro del pecho y la cabeza suyos de
usted, ¿la va a haber, criaturas, en un país irreflexivo y pasional como el
nuestro y por contera gobernado por un politicastro de la izquierda de la ira
que, coherente, fomenta por doquier la discordia?), y no se digan los también
millones que por desidia no salieron a votar, que la vitalidad de que
nuevamente gozan los camaradas de su presidente o el resurgimiento del
paramilitarismo llevará sus firmas de votantes o de abstencionistas. Y, pues ya
que la cagaron y nos hundieron en el tremedal a los que bien votamos, que lo
remedien ya mismo o a lo sumo en agosto de 2026. Aver si la puerca moneda cae
por fin parada.
705. ¿Que
en una escena del Ulises “Leopold Bloom tiene pensamientos lujuriosos
observando de lejos a una adolescente”?: ¡el agua tibia que se descubre por
millonésima vez! Yo los tengo, desde la pubertad y sin necesidad de ninguna
observación -con los recuerdos y fantasías me basta (también con voces que mi
oído registra en aulas universitarias, la calle, la tele)-, precisamente con
adolescentes… y con veinteañeras y treintañeras que de algún modo lo semejan.
706. ¿Que
aspiras -estimado muchacho, deseada muchacha- a impartir tú la asignatura que
lleva por nombre (cuando dé con el más a propósito lo divulgo), en un colegio
con el que sueño pero para el que me faltan los arrestos que lo echen a andar?
Interesante, aunque primero nos habremos de sentar con otros colegas a hablar
de un texto corto del que te haremos entrega y cuyo título es -de esto tú no
tienes cómo enterarte hasta llegado el momento- ‘Sucedió una noche en el
Prado’. Será una entrevista atípica y edificante, a la que vas a llegar si y
sólo si apruebas un examen harto riguroso de conocimientos en la materia y en
asuntos varios: un poco de geopolítica, de economía, de historia, de ciencia…
Ya sabes: de lo que se trata es de abarcar lo suficiente y de apretar otro
tanto, pero sin desatender una cosa ni la otra. De formar personas muy
competentes en esto o en aquello pero capaces de dialogar con criterio o al
menos con perspicacia con otros saberes y sabedores.
Adenda:
si te sientes alérgico al aprendizaje vocacional que concluye sólo cuando se
expira, por favor ahórranos el esfuerzo de ocuparnos de ti pues nuestro tiempo,
según te habrás podido dar cuenta, mucho que escasea.
707. Hasta
la fecha no he conocido personalmente a ninguno ni he oído de fuente fiable de
ningún ciego que se duela de que su ceguera congénita o “contraída” lo prive
del deseo “inexplicable” de acercarse a la pintura o lo aparte de ella
irremediablemente. Sin embargo, si por azar alguno cayera por acá, quiero que
sepa que puedo presentarle a un par de amigos muy cultos y generosos que a
menudo me llaman para que los acompañe a visitar algún museo en el que se halla
un cuadro que quieren mostrarme:
“…Sobre
una mesa bien pulida hay dos platos a los lados de una cesta de mimbres muy
entrelazados. En el plato de la izquierda hay unas cidras o limones grandes; en
el de la derecha, una rosa apoyada en el filo y una taza de porcelana blanca
con agua. En el centro, la cesta de mimbre colmada de naranjas, y sobre ellas
unos tallos de naranjo con flores de azahar. Una luz suave que viene de la
izquierda alumbra y moldea las formas de las cosas, pero se detiene en el
límite posterior de la mesa, delante de un fondo negro, de una negrura de noche
cerrada, de alquitrán o antracita. No hay nada más, solo la firma apenas
visible.
[…] Por
más veces que lo mires no se agota nunca. La rosa posada en el plato se refleja
débilmente en la superficie metálica. Cada hoja de naranjo y cada flor de
azahar son distintas. La luz tranquila resalta los volúmenes en el tránsito
hacia la sombra. Cada rugosidad de la piel abrupta de los cítricos es tan
precisa, como cada una de las varas de mimbre con las que está tejida la cesta”:
¿lo ven, lo visualizan?
Ahí les
dejo este regalo, un abrebocas apenas de un mundo posible y bello cuyas
posibilidad y belleza son obra del arte magistral para la descripción de un par
de hombres valiosos, asimismo, en otros sentidos. Y claro que conozco a más
personas que quizá estarían gustosas de compartir con nosotros sus
apreciaciones artísticas, pero el problema que al menos yo encuentro es que
tantas de ellas resultan tan cargantes con su inteligencia y erudición que
prefiero no decirles nada. La muy escasa ración de paz de los sentidos con que
cuento avala la renuncia.
708. Vendrán
días mejores… Y, si no vinieran, a darles finiquito a los malos o aun peores.
709. Si
concluido el antropoceno a alguien se le ocurriera dar con el vestigio más
elocuente del Homo accumulator que pudrió al planeta con su basura, que lo
busque en el sexto tomo de Mi lucha donde dice “unos minutos pasadas las cinco
y media…” y que lea siquiera hasta “-¿qué te parece, John, pongo un poco de
orden mientras tú desayunas?”.
Dicho lo
cual, Karl Ove piensa en caos internos y en caos externos y yo me veo obligado
a abandonar silla, computador y escritorio para, caminando de aquí para allá y
de allá para acá, intentar fijar con precisión los momentos en que aquellas dos
categorías, que han definido mi vida prácticamente desde siempre, se
materializaron en mi conciencia.
Conclusiones:
conocí mucho primero el caos interno, pues antes siquiera de que empezara el
kínder ya sufría lo indecible y siempre en relación con mi madre. Que se la
había llevado un perro entre la boca, me respondió un tío legendario por su
mamadera de gallo una tarde que llegué de jugar en el parque y quise saber de
ella: tal sería mi desesperación que de inmediato otro adulto que andaba por la
casa lo desmintió y se empleó a fondo para consolarme. Si se enfermaba, aun
cuando fuera de una simple gripa, yo me tumbaba a su lado en la cama en la
convicción -ahora lo descubro- de que si se moría yo me iba a morir con ella o
de que mi presencia le impediría morirse. En cuanto al externo, que tomó cuerpo
mucho más tarde, con lo primero que consigo relacionarlo es con los viajes y
más precisamente con un viaje que hice a casa de un amigo en Medellín, donde
todo, desde las balaceras que se desataban de repente en su barrio hasta la
cortina que oficiaba de puerta del baño me atormentaba, para no hablar de la
cama revuelta en que dormíamos las borracheras diarias y del polvo que no les
daba tregua a mis manos se posaran donde se posaran. Llegaron la literatura y
la adultez -en ese orden- y, con ellas, la ramificación del caos interno que
ahora podía tener que ver igualmente con Orfi -sus en ocasiones serios
quebrantos de salud- como con un sinnúmero de razones más: las repercusiones
formidables en mi ánimo de un personaje fictivo, un disgusto amoroso, una
resaca con culpa o estas ganas tan imperiosas de cerrar la puerta para siempre.
Hoy, con la cara aún joven pero el corazón más viejo, despojado al parecer
totalmente de futuro y de sentido como no sea el sentido que le hallo al sexo
de que ando ayuno prácticamente, sobrellevo a duras penas la lucha sin cuartel
de este par de engendros por hacerse con el control, aunque a lo máximo que
llegan es a confundirse al punto de la indistinción. Y como el círculo que se
cierra, es nuevamente mi madre quien cobra protagonismo en la ubicuidad
omnisciente de mis caos simple y sencillamente porque creo que mi vida vuelve a
estar, por motivos que ya no son los de cuando niño, ligada a la suya… si al
azar no se le da por determinar felizmente otra cosa.
710. ¿Usted
y yo y cuántos más: “La vida debería pasar sin que se notara, eso era lo que
anhelábamos, pero ¿por qué? ¿Para poder escribir en la lápida: ‘Aquí descansa
uno al que le gustaba dormir’?”? Porque son montones los que, en lugar de
llamarse Karl Ove Knausgard o Geir Angell, Vanja o Heidi o John o Njaal,
deberían llamarse Ajetreo o Trajín o Conmoción o Agitación o Pandemonio o, en
todo caso, Estruendo.
711. ¿Qué
se le agrega a la completitud… de lo bello más lo sabio?:
¡”…Hay
algo inquietante en esto de que la mariposa nocturna muera al alcanzar el
objeto de su deseo, que es la llama. Quizá se trate de una ley universal. Los
seres humanos vivimos tantos años porque nunca deseamos lo que creemos desear,
de modo que vamos de decepción en decepción, siempre empujados por aquello que
supuestamente nos colmará de dicha, hasta alcanzar la muerte, que, si no el
nuestro, parece ser el objeto de deseo de nuestras células desde el mismo día de
su nacimiento. La muerte es nuestra llama, nuestra llama oscura, podríamos
decir. Giramos a su alrededor toda la vida, en espirales que nos conducen a su
centro, hasta que ardemos en su frío. A mí me dan lástima las mariposas
nocturnas, las polillas, porque me veo en su fealdad, en su desorientación, en
su aturdimiento. Me las imagino volando hacia la Luna, hacia la Luna llena que
observo desde mi ventana. Dado que apenas viven quince días, se quedarán tan
lejos de ella como nosotros de nuestros delirios de grandeza…”!
Contaba hace
poco, en un programa testimonial de la DW, la soprano sudafricana Pretty Yende
cómo descubrió su vocación artística una tarde en que miraba televisión con su
familia: unos cuantos segundos de la interpretación del ‘Dúo de las flores’ de
la ópera Lakmé de Léo Delibes le fueron suficientes para obsesionarse con el
canto lírico y querer hacerse en él un nombre. Pues bien, si esta perla de Juan
José Millás llegara a caer en las manos de un niño o de un joven (pre)destinados
para la literatura o para la ciencia, las probabilidades de que se obre el
abracadabra son bastante altas si con ellos hay un maestro -un lector-
inteligente y persuasivo.
712. “Contar
con veracidad lo que uno ha vivido me parece una obligación cívica. El pasado
se inunda muy fácilmente de desconocimiento y de mentiras. Una comunidad
civilizada se basa en gran medida en una conversación entre los vivos y los
muertos. Nuestra tarea es atestiguar lo que hemos visto con nuestros propios
ojos, incluso cuando parezca que nadie está interesado, y también contar lo que
nuestros mayores nos contaron, lo que de otro modo no habría dejado huella en
el relato de la Historia”: justo en esas andamos, maestro.
713. Se
pregunta Leila Guerriero: “¿Qué diría Fogwill, el escritor argentino, del
presidente Miley?”, y a mí la pregunta, que es la que prácticamente todo el
mundo formularía, hace que se me destemplen los dientes y me sobrevenga un
escalofrío porque resulta que aquel payaso que se las trae -y no precisamente
humorísticas- no está donde está por obra y gracia de un golpe de Estado sino
por la elección de millones y la abstención de otros tantos. Es decir, por las
mismas razones por las que en Colombia padecemos hoy por hoy al Esperpetro y
por las que se puede volver a instalar en la Casa Blanca Donald Trump, esta vez
con el visto bueno del Partido Demócrata.
714. Oído
que les hablan, si no desde el centro del espectro político -diría yo que sí
con el perdón del sabio-, sí desde el centro del espectro lingüístico:
“…En
otras épocas, una diferencia entre la derecha y la izquierda era que la derecha
guardaba las formas y usaba un lenguaje ceremonioso y comedido, y la izquierda
era agitadora, deslenguada, iconoclasta. Ahora, en España, en Estados Unidos,
en toda Europa, es la derecha la que está entregándose a una especie de orgía
de lenguaje canallesco, vindicando el insulto grosero como ejercicio de
libertad, usando palabras y argumentos que no se habían dicho abiertamente en
público desde los tiempos del fascismo: contra los extranjeros, contra las
mujeres, contra el derecho al aborto, contra la justicia social.
La
extrema derecha ha descubierto el placer de saltarse todos los escrúpulos
verbales, y en caso necesario hasta los institucionales. Y sobre todo ha
descubierto que esa brutalidad verbal, lejos de perjudicarle, le gana las
simpatías de dos grupos en teoría opuestos entre sí: los más ricos y muchos de
los pobres o muy pobres que se molestan en votar. A Trump lo votan los
milmillonarios de jet privado y los parados blancos de antiguas zonas
industriales que se quedan sin dientes desde la juventud y sufren amputaciones
porque no tienen un seguro médico que les permita tratarse una diabetes.
En la
impotencia de la izquierda por movilizar mayorías sociales hay también un
elemento del lenguaje. La extrema derecha es clara y terminante en sus
proclamas de resentimiento y revancha. La derecha ha descubierto la libertad al
mismo tiempo que la izquierda se encerraba a sí misma en un gueto lingüístico,
hecho de jergas identitarias y de términos fetiche calcados del lenguaje más
hermético que existe, el que surgió en de los departamentos de estudios
culturales y estudios de género de las universidades americanas, que son a la
vez traducciones de la temible ‘Teoría’ francesa, la escuela de los grandes
brujos oraculares, Foucault, Derrida, Deleuze, etc. En el invernadero de una
universidad es fácil imaginar que las palabras y las teorías importan más que
la realidad, y que para lograr la justicia, la igualdad, los derechos de las
minorías, basta imponer la censura ideológica y una ortodoxia verbal específica
de cada grupo identitario que puede señalar como hereje a cualquiera que no la
obedezca sin fisuras. Como un virus que escapa de un laboratorio, estos
lenguajes autoritarios de apariencia liberadora se han difundido desde las
universidades al mundo de los partidos de izquierda, las administraciones, las
columnas de periódico.
Un
orador de derechas dice lo que piensa, y enardece a los suyos. Un activista de
izquierdas ha de medir cada palabra que dice, para no arriesgarse a la
excomunión, o a la pelea cismática con quienes no comparten exactamente los
códigos verbales del grupo de presión que se erige en portavoz de cada minoría,
o de las subminorías en el interior de cada una de ellas; quien habla o escribe
ha de poner más cuidado en repetir todas las duplicaciones y eufemismos de
género o raza o modalidad sexual que sean necesarios que en explicar con
elocuencia y entusiasmo ideales prácticos que mejoren la vida y aseguren la
libertad de la inmensa mayoría. Pero hacen falta palabras claras y rotundas y
argumentos rigurosos para desbaratar las fantasías demagógicas que seducen a
quienes han perdido cualquier esperanza de justicia y buscan salvadores y
chivos expiatorios. El lenguaje de las sectas ideológicas está hecho para que
sus miembros se reconozcan secretamente entre sí. Si la izquierda, en el
sentido amplio y generoso de la palabra, quiere hacerse entender por la
mayoría, tendrá que hablar de nuevo en el idioma de todos, el de la igualdad y
la fraternidad.”
¿De
verdad le parece tan sencillo como lo formula, maestro Muñoz Molina: “Si la
izquierda, en el sentido amplio y generoso de la palabra, quiere hacerse
entender por la mayoría, tendrá que hablar de nuevo en el idioma de todos, el
de la igualdad y la fraternidad”? A mí en cambio me parece que, para empezar,
los mandamases académicos y políticos que llevan décadas explotando esa marca y
vendiéndoles humo discursivo a sus bases y a sus electores, ninguna voluntad
tienen de pasar del dicho pacato y santurrón de su fementida inclusión -que
salvo saliva nada les cuesta- a lo que sí: los hechos que para hacerla viable
demandarían, en lo sucesivo y sin tregua, toda la planeación y el trabajo
coordinado que quepa imaginar. Pero por otra parte, y aun en el supuesto de que
se quisiera recomponer el camino para desandar lo mal andado: ¿cómo desaprender,
don Antonio, al margen de la literatura a la que las Irenes Montero y los
Gustavos Petro son también alérgicos, toda esta chatarra, baratija, quincalla,
bisutería, chuchería, porquería sintáctica y léxica que ellos, el buenismo “antiyanqui”,
trasladó directamente del inglés a la noble lengua de Cervantes, que si no ha
muerto definitiva e irremediablemente es sólo gracias a quienes, como usted y
tantos otros del cenáculo, la siguen ennobleciendo y cultivando de viva voz y
por escrito?
715. Apuntes
sobre un tema que me interesa -hace unos años habría dicho que me apasiona-:
“…¿Quién
dijo que un columnista sólo puede opinar del oficio al que se dedica? ¿Entonces
un abogado no puede escribir sobre cine, un ingeniero sobre cambio climático,
un artista sobre inteligencia artificial, o un político sobre poesía? De hecho,
todos, por el simple hecho de ser ciudadanos, tenemos derecho a opinar. Opinan
el taxista, el médico, el cantante. Y opinan todos a toda hora en las redes
sociales, sin parar. Opinan también los lectores, sobre todos los temas. Están
en su derecho. Lo que diferencia al columnista de opinión del que opina en la
calle es que tiene unas responsabilidades con su lector u oyente: debe saber
argumentar, estar bien informado, escribir con soltura, claridad y ojalá
brillo, y, sobre todo, debe tener puntos de vista propios, que arrojen luz
sobre los problemas que trata. También debe tomar posición frente a los hechos,
correr riesgos. Y para eso se necesita valentía, sobre todo en esta época de
hordas aniquiladoras y canceladoras. Su oficio sólo tiene sentido en libertad.
Lo dijo Sartre: ‘El arte de la prosa es solidario con el único régimen donde la
prosa tiene sentido: la democracia’.
Un
escritor -y todos los periodistas lo son- es, o debería ser, un intelectual, en
el sentido más básico de esa palabra: una persona ilustrada que piensa el
mundo. Su misión es promover en otros una conciencia crítica, reflexiva. […]
No nos
concierne a los columnistas dar soluciones, como tampoco a los escritores
famosos dotar de acueductos a sus pueblos. Gozamos de esa impunidad. El precio
que pagamos es alto: lo que escribimos en cuatro horas -después de investigar
ocho- se lee en cinco minutos, y a menudo se olvida en diez. ¡Pero qué oficio
tan estimulante!” y diciente -agreguemos- de las coherencias e incoherencias
ideológicas, afectivas y hasta espirituales de quienes lo practican. Pero
vayamos por partes.
¿Qué
porcentaje de la población de un país como Colombia, con sus tasas famélicas de
lectores, tendrá por costumbre y pasión la de leer no a un columnista o a un
par a lo sumo, sino a muchos muy distintos entre sí y en medios de aquí y de
allá con muy distintas líneas editoriales? Sólo los que aquello cultivamos
sabemos que existen por ejemplo divulgadores científicos muy notables que
opinan de literatura con gran solvencia, y literatos capaces de hacerse pasar
por solventes divulgadores científicos ante quienes no sepan de su
especialidad. Sabemos que existen los columnistas militantes de una ideología o
idea política que escriben para sus copartidarios; los columnistas que,
gobierne quien gobierne, se mantienen incólumes en su independencia y objetividad,
siempre en la mira de la adulación o el soborno cuando no de las amenazas
desembozadas del poder de turno; los columnistas que, para no enemistarse con
nadie, jamás hablan de política y se arrebujan, pongamos en la literatura,
desde donde a buen recaudo miran llover las piedras; los columnistas que
consiguen engañar a muchos de sus lectores con sus supuestas independencia y
objetividad, que se revelan de cartón piedra cuando sus representantes
políticos alcanzan el poder y protagonizan desmanes y escándalos iguales e
incluso más descarados que los que hasta ayer no más condenaban sin
contemplaciones en sus artículos pero que hoy, cual si no existieran trazas de
su parcialidad y cinismo ideológicos ni lectores avisados que se los afeen,
justifican con argumentos espurios o cohonestan con su silencio. Sabemos que
hay columnistas que valen más por la honestidad valiente de lo que opinan que
por la riqueza de su escritura, y columnistas a los que leemos gracias más a su
talento literario que a sus opiniones políticas, que a menudo llegan a
asquearnos. Sabemos que nuestra relación con esas personas que no nos conocen
pero nos intuyen podría, si llegara algún día a estrecharse y convertirse en
personal, sorprender al opinante por lo mucho que de él sabemos (tanto, que no
sería extraño que por momentos le resulte incómodo o aun riesgoso). Sabemos, en
fin, que así como existen columnistas que ejercen ese noble oficio gracias a
sus nexos con el director de un medio y pese a ser unos redomados incapaces que
pueda que ni lectores tengan, Bonnett y todos los opinantes de valía deben
lidiar con el lector pelmazo que nunca falta y siempre tiene tiempo para
incordiar con sus impertinencias en los foros de comentaristas… y en donde le
den papaya.
716. Pero
si este era ya, doctor Wasserman, el pan de cada día en la Pedagógica cuando en
el 95 empecé el pregrado y en el 98 cuando me gradué, en el 2007 cuando torné
como profesor y en el 2011 cuando me mamé de sus paros inconducentes y
arbitrarios, en el 2013 cuando me dije volvamos a ver qué pasa y en el 2017
cuando concluí que aquello -la mediocridad de los violentos y la cobardía
acomodaticia de las mayorías- no tenía remedio y sólo tendía a empeorar, ¡no
quiero ni imaginarme lo que se habrán deteriorado las cosas desde que el
espectáculo aberrante este del Esperpetro en la presidencia dio comienzo y
salida a su arsenal infinito de marrullerías y trapacerías politiqueras que,
por otra parte, muy bien conocen los estudiantes y profesores sectarios que, en
los campus públicos, son los dueños del discurso y las decisiones!:
“…Siento
que vivimos lo que algunos autores llaman ‘ilusión de unanimidad’, y que tiene
varios nombres. El primero en plantearla fue Schopenhauer, que la llamó
‘pensamiento único’ y lo definió como aquel que se sostiene a sí mismo sin
necesidad de referentes externos. Marcuse lo llamó ‘pensamiento
unidimensional’, y Chomsky, el ‘problema de Orwell’. Todos se refirieron a él
como la imposición de un pensamiento impuesto por el poder dominante, carente
de reflexión y de reconocimiento de su complejidad. Creo que ninguno analizó lo
que pasaba cuando el poder cambiaba de manos. La historia mostró, con los
regímenes autoritarios, que sucedía lo mismo; solo que peor.
Quien
mejor ha analizado el problema desde el punto de vista psicológico es Irving
Janis, profesor de Yale, quien lo llama ‘pensamiento de grupo’. Su definición
fue: ‘El modo de pensamiento que las personas adoptan cuando están
profundamente involucradas en un grupo cohesivo… y por unanimidad hacen caso
omiso de valoraciones alternativas’.
Discute
varios antecedentes que llevan a esta situación: aislamiento del grupo,
instrucciones provenientes de un liderazgo fuerte, falta de normas de
procedimiento, homogeneidad ideológica, exclusión de los ‘extraños’, además de
otros. También presenta algunos síntomas para diagnosticar la situación. Los
más recurrentes son: ilusión de invulnerabilidad, creencia incuestionable en
una supuesta moralidad superior inherente al grupo, visión estereotipada de los
oponentes, autocensura, ilusión de unanimidad, presión directa a quienes se
oponen a una idea y miembros que se encargan de ‘proteger’ al grupo de informaciones
contrarias.
Eso es
exactamente lo que pasa. Son asambleas y reuniones amorfas, sin quorum ni
reglas de mayoría, sin ninguna evidencia de que los participantes efectivamente
representan a una población amplia, y con presión, mucha presión. Nadie que no
tenga vocación de gladiador es capaz de pararse y oponerse públicamente a la
idea dominante. Los discursos son repetitivos, se diferencian en matices
menores que son modulados por aplausos y gritería, y llevados así a su
expresión más extrema.
Dolor de
universidad.”
Con un
experimento sencillo pero diciente pueda que le baste al que, incrédulo por el
romanticismo que le despierta la frase ‘universidad pública’, juzgue exageradas
las apreciaciones del autor en esta cita. Que asista un domingo a un culto cristiano
en una iglesia colmada de feligreses y, contraviniendo la costumbre en aquellos
sitios, pida la palabra y discrepe de algo que acaba de pontificar el pastor. Luego,
tras informarse convenientemente de en cuál de los campus públicos de Bogotá o
de cualquiera de las ciudades principales de Colombia hay programada una
asamblea estudiantil o una triestamentaria, que a ella asista en su calidad de
ciudadano y repita el ejercicio. Cuyos desarrollo y efectos lo pueden dejar de
piedra en esta ocasión, y no precisamente por la cerebralidad y ponderación de
lo que a instancias suyas se discuta.
Adenda:
prevengo a los interesados en poner la indagación por obra de que más para lo
segundo que para lo primero deberán informar a sus allegados y a la policía
sobre sus intenciones y paradero pues, por tratarse a todas luces de una
temeridad, el peligro para su bienestar es inminente. Quedan notificados.
717. Medioevo
Científico y Tecnológico:
“…A esa
división entre ‘progres y fachos’ el autor asigna como causa el surgimiento de
una política abusiva de ‘identidades’. El resultado ha sido paradójico: dos
campamentos opuestos, superficialmente monolíticos, pero al tiempo con una
fracmentación sin precedentes. La sociedad se atomizó en ‘grupos de combate’
según sexo, gérero, raza, etnia y otras, y todas sus subdivisiones.
Para
funcionar dentro de esa política de ‘identidad’ que se estableció sobre todo en
lo que hoy llamamos izquierda, toca adquirir el combo completo de creencias. No
se aceptan herejes parciales. Eso hace que quienes piensan en forma libre y
asumen posiciones independientes en cada tema no quepan en ninguno de los dos
polos. El logro extraordinario, en la Declaración Universal de Derechos, de la
igualdad completa entre los humanos, se fragmentó. Han reducido la complejidad
de la historia humana a un recuento tonto de niveles de opresión. Las
identidades se ordenan en una escala imaginaria de opresores y oprimidos. Unas
deben hacer gestos de arrepentimiento y autoescarnio, mientras que otras
reclaman reparaciones. Difícil lograr así ‘libertad, igualdad y fraternidad’.
La
neolengua que profetizó Orwell en el libro 1984 con términos como ‘doblepensar’
para condenar, sin pruebas, por no comulgar con el dogma, fue la antecesora del
‘lenguaje políticamente correcto’, que hace lo mismo. Como estamos en el siglo
XXI los herejes no se queman, solo se ‘cancelan’. Hoy son silenciados por una
multitud de activistas en las redes, a veces por algunos medios, editores y
hasta por autoridades académicas. Las universidades, que debían ser protectoras
de la libre expresión y de la creatividad, las han traicionado en muchos
lugares.
A la
neolengua habrá que añadirle hoy la neoverdad y la neomoral que se aplican
diferencialmente a cada ‘identidad’ de acuerdo con el lugar que ocupa en la
escala de opresión. Todas son iguales, pero algunas son más iguales que otras.
Esta nueva pseudorreligión lo permite todo.
Queda
siempre la esperanza de que la locura termine, y el péndulo devuelva las
multitudes a la racionalidad y al restablecimiento del sentido común” (Moisés
Wasserman).
Salta
pues a la vista que vivimos tiempos de gran confusión y caos -los
contradictores vocacionales dirán que todos lo han sido-, empeorados por el
hecho de que en cada persona conectada desde sus dispositivos a la red hay un
potencial propalador de infundios y desinformación, y de ahí el creciente
bullicio y la imparable pugnacidad que nadie sabe cómo gestionar. Ese
desconocimiento sin solución a la vista, así como -entre muchas otras- las
realidades descritas en la cita, son lo que me lleva a afirmar aquí que
discurrimos por una segunda Edad Media -con el perdón del prístino Medioevo,
tan en paz (por comparación) al menos con el planeta- si bien científica y
tecnológica, que anda por sus albores. Al rigor de los historiadores
corresponde determinar sus orígenes y estudiar a fondo, transcurrido el tiempo
que haya menester, sus implicaciones y pormenores. Que ya aterran.
718. Yo
esto lo tengo claro clarísimo; pero ¿y los que mi memoria y experiencia juzgan
fundamentales o muy importantes también?: “No son muchas las personas con las
que uno intima en el transcurso de una vida, y no se entiende el enorme
significado que cada una de ellas tiene hasta que uno se hace mayor y puede
verlo todo a cierta distancia. Cuando tenía dieciséis años pensaba que la vida
era eterna y que el número de personas en ella era inagotable. No era de
extrañar, desde que empecé en el colegio con siete años estaba rodeado de
cientos de niños y adultos, las personas eran un recurso renovable, abundaban,
pero lo que yo no sabía, de lo que no tenía ni la más remota idea, era que cada
paso que daba me definía, que cada ser humano con el que me encontraba dejaba
huella dentro de mí, y que esa vida que yo vivía en ese momento, en toda su
ilimitada arbitrariedad, se convertiría en la vida. Que un día miraría atrás, y
sería eso lo que vería. Lo que entonces carecía de significado y era ligero
como el aire, una serie de sucesos que desaparecían de la misma manera que la
oscuridad desaparecía por la mañana rebosaría de contenido al cabo de veinte
años. Las personas que estaban allí se volverían aún más importantes,
adquirirían una enorme importancia, porque no sólo configurarían la percepción
de mí mismo, no serían sólo esos seres en cuyas caras aparecía la mía, sino
también la comprensión de cómo esa determinada vida llegó a ser como fue…”.
Lo que
queda por ver es si esto que aquí usted describe de forma tan fidedigna opera
igualmente para todo el mundo o sólo para ciertas personas o para toda persona
sólo que con intensidades distintas. Mejor dicho y para no enredar: ¿represento
yo en las vidas actuales de mis otrora amigos Rolf Ismael, César Hernando
Romero, las hermanas Zamora, Claudia Ruiz, Alexánder Sierra y -entre otros-
Jaime Alberto Medina lo que ellos en la mía, en la que tan vívidos y presentes
suelen estar? ¿Y en las de mis imágenes-fuerza carnales más poderosas: L. M.
V., A. A. C., A. M. C., P. A. L.…? Lindo sería saber que sí.
719. ¿Van
a poder determinar con exactitud los historiadores futuros y otros
intelectuales cuándo dio comienzo lo que se ha dado en llamar ‘era de la
posverdad’, y cuándo dejó de ser así esto que muy bien plantea la novela de
Sterne: “-Pero no hace falta que le diga a usted, señor, que son las
circunstancias que rodean a las cosas de este mundo las que les confieren su
dimensión y su forma;-y por tensarlas o aflojarlas de esta o de aquella manera
las cosas son como son:-grandes,-pequeñas,-buenas,-malas,-indiferentes o no
indiferentes, según el caso”? Ahora: ¿quién le puede poner el cascabel al gato
con la revolución tecnológica a todo vapor y con los que están para legislar
cagados de miedo frente al poder de los poderosos, que de ella se lucran? (Y de
la ciudadanía, cuyo deber es vigilar, mejor ni hablemos porque no se encuentra
en el mundo real sino en el virtual.)
720. “Tal
vez no haya peor condena en vida que perder la esperanza”, opinó el otro día un
buen amigo de papel cuyos análisis políticos admiro y frecuento. Me habría
gustado replicarle con conocimiento de causa que, si bien él podía estar en lo
cierto, a mí me parecían dignos de mayor compasión todos esos esperanzados
recalcitrantes que van por la vida llorando sus decepciones -políticas,
pongamos- y sonriendo entusiasmados ante cada nueva ilusión -política,
pongamos- que sus cerebros fabrican. Ya sé que vivir sin remedio en el
desencanto no es ni deseable ni saludable, pero peor que este estado de cosas
me parece el de los que se pasan media vida desencantados y la otra media
utópicos desenfrenados.
Adenda:
jamás he acariciado utopías políticas o sociales, pero encantos vitales los
conozco de muy diversos tipos y facturas. Salud.
721. Entre
los argumentos válidos de Aramburu en ‘El libro concebido como picota’ y los
asimismo válidos de Geir Angell en el sexto tomo de Mi lucha, me decanto por
los del amigo del escritor noruego que, quiero creer, resultaron decisivos para
que Knausgard venciera por fin todas sus mortificaciones de orden moral y así
la saga viera la luz. Desconozco si don Fernando ha desplegado por curiosidad
alguna vez alguno de los volúmenes de esta empresa narrativa formidable “pese
a” la aireación de intimidades que “sólo” les atañen al autor y a los de su
entorno; lo que en cambio sé es que ningún lector que se precie de saber
diferenciar entre ficción imperecedera y literatura basura encuadraría en lo
segundo las quinientas cuatro páginas de La muerte del padre, las seiscientas
treinta y dos de Un hombre enamorado, las quinientas cuatro de La isla de la
infancia, las quinientas cuarenta y cuatro de Bailando en la oscuridad, las seiscientas
noventa y seis de Tiene que llover o las mil veinticuatro de Fin; y el que
osara, o goza de fama inmerecida de buen lector o jamás leyó una sola línea e
intenta cañar porque lo cierto es que en la obra holística que a todas luces es
Mi lucha hay, como en la vida, absolutamente de todo y para todos los buenos
gustos.
722. Estimado
muchacho, deseada muchacha, mojachos todos que estudian Ciencias Políticas en
donde sea que impartan esa vaina: lean con atención la siguiente lista de
calificativos que tomo prestados de Años de indulgencia y, tras escribir un
sinónimo para cada uno, determinen cuáles de los originales sirven para definir
a Gustavo Petro, al gobierno que preside y cuáles no. En ambos casos se deberán
aducir la o las razones en que basan sus respuestas. Proporcionen ejemplos
concretos cuando lo consideren oportuno y sepan que de este ejercicio escrito
se derivará otra evaluación consistente en un debate con sus compañeros de
curso en el que la calificación será individual: “…venal, obcecado, zafio,
demente, demagogo, marrullero, chanchullero, proclive, pertinaz, reincidente,
prevaricador, cohechador, perjuro, cínico. Polígamo. Maestros estos chandosos
del robo público y el latrocinio y sus corruptelas…”.
723. Determinen
ustedes, a la luz de lo que se plantea en el desahogo 74, de qué lado se ubica
el mayor genio de la oralidad literaturizada de que yo tenga noticias: “…¿Pero
por qué estoy contando esto? Porque la vejez es así, anecdotera. ¡Ay la vejez!
Sí. ¡Ay la vejez! La vejez es verbosa, parlanchina, gárrula. Incontinente,
insomne, avara, flácida. Olvidadiza, memoriosa, arteriosclerótica, cegatona,
artrítica, friolenta, arrugada, manchurrienta, necia, obstinada, cerril. Sorda,
lenta, tarda, terca, lerda, edematosa, dispéptica, colagoga, ética, canosa,
calva, horrible, constipada, flatulenta, pilosa, fétida. Senectus excretio est,
diría ciceroniando: la vejez es mierda. Calzón sucio, calcetín roto,
analgésicos, descongestivos, digestivos, antiflatulentos, antipiréticos…”. ¿Emular
la premura de Gabriel Ferrater y la de tantos otros? El agujero negro que me
magnetiza.
724. A
mí qué me importa que, para muchos -para muchas (y muches)-, Vallejo no sea
cosa distinta que un inclasificable y un incalificable por su iconoclasia y su
impudor literario si, desde que lo oí rugir en sus páginas con el poder de una
revelación, constituye en mi vida uno de sus referentes fictivos más
alucinantes a la par que un carnal de papel -los únicos que me van quedando-. Aquí
lo tengo, frente a mí sentado y listo para leerme en voz alta apenas diez de
las muchas verdades de ese ideario suyo que, entre atónito y jubiloso, fui
juntando a medida que me adentraba, para empezar, en su río del tiempo. Que me
cambió para siempre y sin remedio: “…el lector es voluble, caprichoso,
olvidadizo, y hay que estarle recordando constantemente las cosas. No registra,
y lo poco que registra lo olvida al instante. Más de tres o cuatro personajes
se le enredan y apuesto a que no sabe latín. El lector es simplista,
incompetente, morboso; quiere que le cuenten cómo entra detalladamente el pene
en la vagina. Y traicionero además, cambia de autor. No me merece el menor
respeto.” “Nadie tiene la obligación de hacer el bien, todos tenemos la
obligación de no hacer el mal.” “¡Malditas madres! Primero lo encartan a uno
con la existencia y después se mueren, sumándole así a la carga que no pedimos
el peso de un dolor que tampoco. ¡Malditas madres! Una madre tiene que morir
después que el hijo que parió para que sufra, para que pague, así sólo sea en
una diezmillonésima parte, el pecado impagable que cometió. Lo contrario es
dejarlas ir en la impunidad… ¡Malditas madres! ¡Maldita la terquedad en seguir
perpetuando esta fuerza ciega que viene del lodo de la nada y va hacia ninguna
parte, esta catástrofe, esta infamia, este desastre!... Abogado del derecho a
no existir, enemigo emponzoñado de las papisas vaticanas y la cópula que
pregonan, una sola cosa tengo que decir llegado a este punto para acabar este
asunto: por cuarta y última vez: ¡malditas madres!” “Querer abolir la ley del
Talión es la ocurrencia más desquiciada y dañina que haya tenido una mente
humana desde que el simio arbóreo bajó del árbol. No se puede construir una
sociedad sobre la impunidad como no se puede construir un edificio sobre un
pantano. El delito hay que castigarlo: al que le saque un ojo a otro se le
sacan ambos, y al que entierre a otro vivo se le entierra dos veces vivo en el
mismo hueco con el mismo muerto. Otra cosa es negar la posibilidad de que el hombre
viva en sociedad y consagrar la impunidad sobre la faz de esta tierra. El
hombre nace malo: hay que enderezarlo a palo.” “…¿Cómo va a ser paradigma de lo
humano quien no conoció mujer por delante ni hombre por detrás? ¿Quien no cargó
con las miserias de la enfermedad ni con el cáncer de la vejez? De ese fantasma
lo único humano es el susodicho arrebato de ira, y nada más.” “Y que no me
vengan con en que el óvulo contaminado por el espermatozoide está en potencia
un hombre. En potencia está todo en todo. En el varón más sensato, por ejemplo,
en potencia hay un loco.” “Sólo se puede emprender el retorno a los tiempos
felices en la escoba de una bruja, volando entre gallinazos y globos encendidos
sobre la limpidez del paisaje y siguiendo el río, pero a contracorriente,
negándolo. Sólo así. Y así te he llevado, Brujita, a Medellín, volando por el
cielo de ‘Los días azules’. A ese volumen, o capítulo, de este mamotreto le
puse ese título para significar los tiempos felices de la niñez (la mía, pues
para mí no hay otra como no hay más muerte que la propia), en Medellín, en la
finca Santa Anita oyéndole los cuentos de brujas a la abuela. ¿Pero será que de
veras existen en este mundo las brujas?... Yo sí creo. Y en la felicidad
también creo. Lo que pasa es que la felicidad es una pompa de jabón que da
visos, pero que no bien uno la mira se revienta. Uno tiene que ser feliz sin
saberlo. ¡Qué iba a saber yo de niño que era feliz! Más aún: qué iba a saber
que lo era de viejo, cuando empecé esa tarde ‘Los días azules’ contigo a mi
lado, Brujita, que ya no estás… Lo que siempre sí está claro es la desdicha…” “Muchachos,
lean con atención los contratos, no se dejen meter gato por liebre. En la letra
chiquita está la trampa. Y así como Galileo desafió la autoridad de Aristóteles,
desafíen ustedes la de Galileo, aprendan su lección.” “¡Yo lo que quiero es
entender!” “Madre Celestina: yo soy de la opinión de que te canonicen para
borrar los cinco largos siglos de infamia que llevan calumniándote. Si alguna
santa en el mundo ha sido eres tú. Para ti mi amor por toda la eternidad del
infierno”.
Adenda(s):
urge que los profesores dejen de perder el tiempo y se pongan a trabajar ahora
sí con seriedad en la preparación de sus estudiantes para tiempos que anuncian
guerras y sufrimientos peores que los que hoy conoce el mundo, y lo primero es
su comprensión. Que pasa, no necesaria mas sí idealmente, por la literatura. Y
no por cualquier tipo de literatura, sino por uno capaz de arrancar a los
muchachos, ojalá de un tirón, del marasmo intelectual en que los tienen sumidos
la tecnología y la indiferencia de los que tendrían que contrarrestar con
crianza y educación los efectos más indeseables de la revolución tecnológica.
De manera que a soltar el puto celular y ¡a leer -a Vallejo, a Barbery- que son
dos días! ¿Cuántas versiones honrosas del Paul Bereyter de Los emigrados, de
don Gregorio el maestro del Pardal de Rivas, de la maestra que rescató a la
niña inconsciente de sí misma que fue Renée Michel y etcétera, etcétera,
etcétera, habrá hoy en todas estas escuelas y colegios colombianos y latinos y
occidentales donde lo que prima desde hace décadas -por lo menos tres- es el
adoctrinamiento impartido por el wokebuenismoempoderado? Los que
queden y resistan, benditos sean.
725. “La
pena, el dolor, solos. Pero el gozo, sólo compartido”: ¿vivió usted, maestro,
de conformidad con esto?; ¿qué porcentaje de los sapiens lo suscribe y procede
en consecuencia?; ¿y cuál piensa justo lo contrario: que el goce estético debe
ser personal mientras que del sufrimiento y el dolor debe uno aligerarse y, a
ser posible, desprenderse?; ¿a cuántos nos parece que las dos cosas son, en
ocasiones muy puntuales, saludables y conducentes?
726. Y
pensar que es por culpa del lenguaje de que tanto abusa el tóxico mono parlante
por lo que esta realidad prebabélica se le traspapeló y convirtió en ideal
irrealizable: “No morir como un monarca, rodeado de cortesanos, galenos,
prelados y notarios; tampoco como cualquier padre de familia, asistido por
mujer, hijos y parientes; ni siquiera ante colegas y empleados, en plena labor
cotidiana; mucho menos en la calle, fulminado, entre peatones curiosos, fugaces
o aterrados. Morir como un animal herido, en lo más profundo del bosque, en el
corazón de la selva oscura, solo, donde no cabe esperar socorro ni compasión de
nadie”. ¿Conoce usted, apreciado lector, deseada y joven lectora, al lastimoso
Iván Ilich? Tanto si sí como si no, es probable que el día menos pensado usted
se vea, seguramente después de haber visto a otros, ocupando su sitio y
cumpliendo su innoble y repetitivo papel en el teatro que es la vida… la vida
de los sapiens.
727. Menos
mal que ni los Forbes insaciables y los que aspiran a destronarlos, ni los
políticos que les hacen el mandado de negar el cambio climático y los palurdos
que por rabia o genuina imbecilidad votan por ellos leen porque, si leyeran, podrían
esgrimir esta prosa apátrida de Ribeyro a manera de argumento para su sinrazón
colectiva: “Suele decirse cuando hay un verano muy caluroso, una tormenta muy
fuerte, un incendio forestal devastador, que ‘ni los hombres más viejos del
lugar’ habían visto algo parecido en su vida. Falso, todo el mundo ha visto las
mismas cosas y sufrido los mismos desastres. Lo que pasa es que los viejos han
perdido la memoria y el mundo también”. Savater sí.
728. ¿Qué
se le agrega a la completitud?: “Poco nos conocemos, nunca nos conocemos. De
pronto algo ocurre en nuestra vida y vemos irrumpir fuerzas, sentimientos,
pulsiones que nunca creímos contener: envidia, celos, cólera, ambición,
cálculo, cobardía, odio, violencia. Yo desconfiaba ya de la fidelidad de la
memoria y de la inamovilidad del pasado, pero creía aún en la continuidad del
carácter. Ni de esto siquiera estamos seguros. De serenos podemos convertirnos
en agitados, de tolerantes en fanáticos, de ángeles en bestias. Estamos siempre
expuestos a lo imprevisible. Nunca dejaremos de sorprendernos”. Lo que queda
por ver es si el último reducto de verdad inexpugnable con que todavía contamos
los humanos, la conciencia, corre el peligro de convertirse, por culpa de la
inteligencia artificial o de otro recurso tecnológico, en un libro abierto y
legible que torne obsoleta, verbigracia, la tortura. ¿Que soy un simplón, un
mediocre, un resignado, un pobrediablo, un conformista al que hoy por hoy lo
trae sin cuidado lo anterior o si los Forbes colonizan el espacio y la
amortalidad de sus putos cuerpos? Tan cierto como que nací ciego y me moriré
ciego.
729. “Una
niña de 12 años, acusada de asfixiar a su prima de 8 mientras dormía por un
iPhone”: que la Rusia de Putin la pida a cambio de uno de sus presos políticos
en las negociaciones que tiene con Occidente a fin de que cuente con un
reemplazo a la usanza de estos tiempos para su carnicero. ¿Que los Estados
Unidos tienen a Kamala? Pues los rusos a… -como resuelvan llamar al engendro
con tetas (teticas) este-.
730. Yo,
que abrigo el firme y clandestino propósito de no permitirme llegar a viejo
(¡pero si ya lo soy, con esta ciática intermitente y cronicidades varias!), no
concibo el mundo sin ellos, sin su compañía por lo común apaciguadora y su
ejemplo de estoicismo o de esperanza extemporánea, de resignación silente y de
alegría de existir inclusive; sin la sabiduría intemporal de los sabios de la
tribu… de mi tribu de opinadores:
“A una
edad se empieza a envejecer en el rostro de los demás, en la cara que pone ese amigo
con el que no te habías visto desde hace algunos años. Al producirse ese
encuentro te dirá: estás más gordo o más delgado, como si fuera un hombre
báscula; a continuación analizará tu aspecto general y puede que añada que
estás igual que siempre, que por ti no pasa el tiempo, que has hecho un pacto
con el diablo. Estas expresiones no son más que lisonjas formales. Lo peor es
que al verte después de unos años ese amigo guarde silencio. En este caso ten
por seguro que luego comentará con alguien: he visto a fulano y la verdad es
que ha dado tal bajón que si lo ves no lo vas a reconocer. […] Se da por
supuesto que mientras ese amigo te escruta el rostro también tú analizas el
suyo. Esta prospección mutua es como un combate entre dos espejos deteriorados.
Unos envejecen mejor que otros, según vengan de fábrica o según el distinto
rigor con que los haya tratado la vida, pero tengo la convicción de que a
partir de cierta edad uno ya no cumple más años, solo cumple salud o
enfermedad, optimismo o derrotismo, proyectos todavía o cabreo, sueños o
deserciones. Son los demás quienes te hacen viejo…”.
Leo al
venerable Manuel Vicent pero pienso en Biden (a quien querría llamar también
venerable si no me lo impidiera la política), en su ulterior grandeza de saber
apartarse esperemos que justo a tiempo para impedir o al menos postergar el
declive definitivo que le supondría al imperio que todavía son los Estados
Unidos de América un segundo y funesto mandato de Donald Trump (en paradójica
componenda con algunos de los más enconados enemigos que amenazan a su país), y
en la verdad grande como un estadio de que el género humano es capaz de
producir especímenes que nacen y crecen y mueren con las entrañas podridas, otros
que a fuerza de voluntad y constancia en el bien obrar destuercen lo bellaco de
sus naturalezas, y una minoría apabullante de corazones (tan) blancos a los que
no consiguen manchar, y mucho menos corromper, las ruindades de que son
testigos o víctimas. Aclaro, por si acaso, que ni uno solo de ellos está facultado
para hacer carrera de político: tal vez en ella incursione alguno alguna vez,
pero sin falta para salir pitando al cabo y horrorizado por el espectáculo.
731. “…¿Volverá
la religión a ser lo que fue? Quizá. Pero no aguanten la respiración. Tendrá
que pasar un tiempo hasta que los falsos ídolos de hoy se vean por lo que son”;
y, para cuando aquello ocurra, los libros de historia y los historiadores
rigurosos contarán en los libros que sobre nuestro presente y futuro próximo
escriban de qué atrocidades sin nombre -pero con antecedentes- fuimos capaces,
y se pasmarán los que resuelvan enterarse y se ilusionarán los esperanzados
recalcitrantes -que son la norma- con que “esas barbaridades por fin le van a
enseñar a la especie el supremo valor de la paz y la concordia, que en adelante
nadie se atreverá a poner en riesgo nuevamente”; pero ahí seguirán, saludables
y agazapados a la espera de su momento, una nueva -y otra, y otra- generación
de populistas violentos y codiciosos sin límites dispuestos a ponerlo todo
patas arriba una vez más -y otra, y otra- para alzarse con lo que de planeta
quede, hasta que no quede planeta.
732.
“¡Lo que hay que aguantar! Uno no sabe si reír o llorar, o pegarse un tiro,
ante tanto horror y tanta ridiculez”; para reír, de buena gana pero con culpa,
La Luciérnaga de Caracol Radio; para llorar, metafóricamente porque ya hasta
las lágrimas se me secaron, cada noticiero de cada nuevo día que parecen el
mismo noticiero y día interminables; las balas, si las tuviera, antes que para
mí -que claro que también-, las destinaría a todos los que, sobreponiéndose a
su condición de badulaques, de mequetrefes, se las arreglan -y bien que lo
hacen- para causar horror o para justificar, de viva voz o mediante silencios
que otorgan, el que los suyos ocasionan.
733. Qué
jartera oficiar siempre de aguafiestas pero ¿a quién en su sano juicio le cabía
en la cabeza que la satrapía venezolana de los Cabello, los Rodríguez, los
Padrino y los Maduro fuera a reconocer la derrota en las urnas y a traspasar el
poder así como así? ¿De verdad se creyeron María Corina Machado y los millones
que con toda justicia se prendaron de sus cualidades y liderazgo político la
alucinación de que maniobraban dentro de una democracia demasiado imperfecta
sí, pero democracia a fin de cuentas? ¡Pero si con su determinación de medirse
en elecciones con semejante escoria lo único que han hecho y vuelto a hacer es
legitimarla de cara a la blandenguería de los Estados Unidos, Europa y la
inasibilidad esa que dan en llamar dizque ‘comunidad internacional’! ¿Abandonar
el barco hoy las ratas, cuando de su parte tienen a Putin, Xi y a toda la canalla
tiránica del sur global?
Me duele
la suerte de los millones de desposeídos que se mueren en Venezuela de hambre y
desesperanza, y mucho más la de las multitudes de desposeídos y desarraigados
que abandonan su tierra y atraviesan a pie y con sus hijos a cuestas países
enteros para buscarse un sitio y un presente en cualquier parte de este
continente o más allá, pero me alegra saber que aquí en Colombia el presidente
por el que votaron otros tantos millones de esperanzados incorregibles lo anda
haciendo la mar de bien en un aspecto de la más vital importancia: “…ya sabemos
que la adhesión a unas siglas o a un líder es más de tipo religioso que
racional y pocas veces se rige por argumentos inteligibles, salvo cuando estos
afectan los intereses crematísticos de los votantes. En la medida en que
pierden poder adquisitivo, aumenta mucho su capacidad especulativa: el daño al
bolsillo es por lo general la única lección de teoría política que tiene
invariablemente efectos prácticos”. De modo que una felicitación para el
Esperpetro y su panda de eficientísimos ineptos en el arte de gobernar.
734. Estimados
mojachos varones alérgicos a la lectura que se hallan en grave inminencia de
contraer nupcias con una feminista declarada -del empoderamiento antipatriarcal
y bla, bla, bla, bla, bla-, o simple y sencillamente de irse a vivir con ella
para tener hijos y formar una familia: les ruego, les imploro que antes de
proseguir con aquello inspiren a fondo y lean este testimonio fragmentario que
pueden encontrar completo en el sexto volumen de una saga maravillosa titulada
Mi lucha que, de llegar a ser también la suya, los puede preservar de eso y de
mucho más:
“La
primavera que Linda y yo empezamos a salir quedamos un par de veces con Geir y
Christina, estábamos locos el uno por el otro, y no parábamos de besarnos y
acariciarnos, incapaces de tener las manos alejadas el uno del otro. También
cuando quedaba solo con Geir, por ejemplo en mi piso, ella me tenía
completamente absorto, lo escuchaba ardiendo de felicidad, incapaz de retener
nada de lo que contaba, porque tenía la sensación de que yo ya no era una
persona, era otra cosa, un ser volando por el cielo, muy alto por encima del
mundo y de lo profano. Yo era el hombre celestial, ella era la mujer celestial,
y juntos queríamos tener hijos celestiales. Pero nos caímos al suelo. Lo
celestial llegó a su fin y empezó otra cosa. […]
Empezamos
a pelearnos, y su piso, al que me había mudado, se volvió cada vez más pequeño.
Nuestras peleas la convirtieron en mi padre, porque yo tenía miedo de su voz
alta y de sus enfados repentinos, era incapaz de responder, me subordinaba a
ella, y cuando se le había pasado el enfado, siempre me mantenía alerta,
esforzándome para que ella se sintiera bien, buscando señales de lo contrario,
y era esa sumisión, el que siempre intentara apaciguar y contentar, lo que
dificultaba nuestra relación cada vez más, porque al mismo tiempo intentaba
alejarme, tenía que recuperar mi independencia, volver a ser yo, encontrar mi
propio espacio, y empecé a enfurecerme igual que ella cuando discutíamos, tal
vez aún más, porque era de mí del que tenía que librarme, de esa atadura en mi
interior. Ella estudiaba, yo intentaba escribir, los fines de semana nos
esforzábamos por estar como antes. […]
Cuando
me invitaban a participar en algún acto, Linda decía: ¿Y yo qué? ¿Has pensado
en que tendré que quedarme sola? Incluso antes de tener hijos yo rechazaba las
invitaciones porque ella no podía quedarse sola, y cuando los tuvimos resultaba
diez veces más difícil, porque entonces se quedaría sola con los niños y
tendría que cargar con toda la responsabilidad, tanto de su soledad como de su
aguante con los niños, y yo me convertía en un hombre que abandonaba a sus
hijos, que sólo pensaba en sí mismo, su trabajo y su carrera. Yo no quería eso,
de modo que rechazaba las invitaciones y me quedaba en casa. Incluso las
ausencias cortas fueron con el tiempo un problema, como por ejemplo las dos
horas que jugaba al fútbol los domingos; cuando Linda no se encontraba bien
estaba enfadada conmigo antes de irme, era injusto que tuviera que quedarse
sola con los niños, debía soportar una carga demasiado pesada, estaba agotada,
al límite de lo que podía aguantar. Yo decía que era lo único que hacía fuera
de casa. Nunca salía por las noches, nunca iba al cine, nunca quedaba con mis
amigos, estaba con la familia día y noche, y esas dos horas de fútbol eran algo
que esperaba con ilusión toda la semana. Pero ella nunca hacía nada sola,
decía, no podía permitirse el lujo de salir por ahí. Ese era un argumento
flojo, porque entonces yo podía decir que a mí me encantaría que lo hiciera.
Por favor, decía yo. Puedes ausentarte tres días a la semana si quieres. Puedo
ocuparme de los niños yo solo. No es un problema. Está bien. Entonces ella
alegaba que para mí era más fácil estar con los niños, que me exigían menos a
mí que a ella, yo podía estar leyendo el periódico con ellos alrededor, pero
cuando ella estaba con ellos, no paraban de molestarla. Eso es verdad,
contestaba yo, ¿pero es eso un argumento? ¿Lo que dices es que aunque tengamos
a los niños el mismo tiempo cada uno, aunque tengamos los mismísimos derechos,
tu carga es mayor porque estás con ellos de una manera distinta y más exigente?
Eso es justo lo que digo, decía ella. ¿Qué hacemos entonces?, decía yo. ¿Debo
tener yo a los niños un setenta por ciento del tiempo y tú un treinta para que
la situación esté equilibrada? Por mí vale. Puedo tener a los niños al cien por
cien. Puedo tenerlos todo el tiempo. Está bien. Y lo sabes. Tal vez para ti sí,
decía ella, pero no para los niños. A veces Linda cambiaba de discurso y decía
que yo siempre jugaba al fútbol los fines de semana, justo cuando los niños no
iban a la guardería y deberíamos hacer algo todos juntos. Eso era verdad,
respondía yo, pero yo volvía a casa a las doce de la mañana y podíamos hacer
algo el resto del día. Además, durante la semana también estábamos juntos todo
el tiempo, excepto cuando ellos estaban en la guardería, de modo que esas dos
horas no podían hacer mucho daño. Pero eso era distinto, decía ella, porque
esos eran días de diario, llenos de obligaciones, los fines de semana teníamos
la posibilidad de hacer algo bonito todos juntos, como una familia. Daba a
entender que sin eso no éramos una familia. […] Durante ciertas épocas yo hacía
casi todo en casa, a la vez que también trabajaba, lo que no era su caso, y
todo lo que se le ocurría decir era que no estábamos en igualdad de
condiciones, porque aunque yo hacía la mitad, su mitad era más pesada. ¡Pero
además yo trabajo!, decía yo, casi gritando. ¡Además, os mantengo a todos! Eso
también podía hacerlo ella, pero por haber parido a tres niños llevaba fuera
del mercado laboral tanto tiempo que resultaba casi imposible volver a entrar.
Ese era un campo sensible que yo debía pisar con cuidado. Era verdad que ella
estuvo en casa los seis primeros meses con Vanja, pero los seis siguientes
estuve yo. Ella se quedó en casa con Heidi y con John, pero ya eran tres, y
como ella gastaba todas sus fuerzas en el más mínimo detalle, había trabajo de
sobra para mí, que además tenía el despacho en casa. Así estaba siempre a mano
y mis días laborables eran de unas cinco horas, porque ella no respetaba
realmente lo que yo hacía. No era piloto ni cirujano, con horas de trabajo
fijas que respetar y obligaciones obvias que cuidar, sino que era un escritor
que durante varios años había estado escribiendo algo sin avanzar. […] Y
tampoco era toda la verdad que ella hubiera sido excluida del mercado laboral
sin conseguir encontrar el camino para entrar de nuevo, como si fuera porque
una sociedad machista con actitudes hostiles hacia la mujer se lo impidiera,
porque desde que yo la conocía nunca había estado en el mercado laboral. Era
escritora y se había formado como documentalista radiofónica, y la razón por la
que no había hecho ningún documental desde que acabó la carrera no era sólo por
haberse quedado en casa, porque ahora los niños iban a la guardería y ella
seguía sin hacer documentales. La vida con los niños la vaciaba por completo de
fuerzas, le resultaba imposible trabajar, pero pasábamos el mismo tiempo con
los niños, y yo conseguía trabajar. ¿Era algo que les pasaba a todas las
mujeres?...” pregunta retóricamente este amigo mío y yo les respondo a ustedes,
los próximos a enrolarse con una Linda o con otra aun peor porque ésta al menos
no pega (¡ay, si les contara de un puñado de amigos más cabrones que K. O. K.,
a los que las fieras con que se casaron les dan en la jeta cada vez que
quieren, y quieren muy a menudo!).
No, estimados
amigos actualmente enamorados: no les pasa a todas pero sí a muchas. Desde
luego que no a mis dos abuelas ni a mi madre (sí a su hermana, lo que prueba
que las épocas no lo determinan todo); tampoco a las más de mis tías ni a la
mayoría de abuelas y madres y tías de mis contemporáneos, que ya empezaron a
ver en sus hijas y sobrinas y aun hermanas un cambio drástico de actitud hacia
la convivencia en pareja que uno hasta celebra cuando es el padre o la madre,
el tío o la tía, el hermano o la hermana de la Linda de turno pero muy poco
cuando quien se la tiene que aguantar es nuestro sobrino o hermano o hijo varón
que ahora cocina y lava y limpia y friega platos mientras su mujer se maquilla
o duerme o viaja sola o baila y pasa bueno con sus amigas y delicioso con sus
amigos. Pero han de saber que así como en épocas de verdad patriarcales había
las adelantadas a su tiempo -¿recuerdan a mi tía la bandida?- que se levantaban
a un calzones y con él hacían lo que se les daba la gana, hay en ésta y siempre
va a haber compañeras maravillosas e inmejorables, seguras de su feminidad pero
reacias al feminismo más ramplón que, al igual que el machismo cavernario,
aspira única y exclusivamente al sometimiento y el envilecimiento del sexo
contrario. Hago votos por que ustedes no sean de los muchos que vienen al mundo
con la suerte contrariada en cuanto a amor venéreo se refiere; pero si así
fuera, a afilar con lectura y observación el ingenio para que aprendan a
entrever las intenciones que, por cálculo y conveniencia, la manipuladora -el manipulador-
se esfuerza en reprimir el tiempo que dure su proyecto histriónico.
735. La
prueba incontestable de que yo nací vacunado contra los efectos más deletéreos del
victimismo identitario que promueven los las y les que de dientes para fuera
(só-lo-de-dien-tes-pa-ra-fue-ra-) abogan por las minorías vulnerables es que,
siendo el autor de esta reflexión uno de mis carnales de papel, jamás le
reclamaría por “deshumanizarnos” a los ciegos de esta secta que nada (óigalo
bien, Karl Ove Knausgard: na-da) perdemos de vista y mucho menos olvidamos:
“En el
ascensor, Heidi se sentía cohibida ante Geir y miraba al suelo. A veces también
se sentía cohibida ante mí, si nuestras miradas se cruzaban y le sonreía, entonces
ella bajaba la vista, tímida, y sonriendo a medias. En situaciones morales no
se mostraba casi nunca cohibida, desde muy pequeña era muy valiente, pero sí en
el caso opuesto, es decir, en la cercanía, cuando era objeto de atención de una
sola persona. Con Vanja ocurría casi lo contrario, estaba abierta a la atención
de una persona, le gustaba y lo cultivaba, pero en situaciones sociales nuevas
se mostraba tímida y se encerraba en sí misma.
La
timidez es un mecanismo de protección y lo interesante era que las niñas
protegían cosas distintas dentro de ellas. ¿Necesitaban proteger esas cosas
porque eran extraordinariamente delicadas o extraordinariamente apreciadas?
También
resultaba interesante que se protegieran bajando la vista, mirando hacia otro
lado. La timidez estaba directamente relacionada con los ojos, y eran siempre
los ojos los que protegían. A veces contestaban si alguien les preguntaba algo,
pero siempre con la vista baja. Entonces, ¿qué era eso contra lo que se
protegían, eso que cabía en la mirada? No era en sí ser vistas, porque ellas
estaban presentes con su cuerpo, sino ser vistas como lo que eran, y eso se
encontraba en los ojos. Que alguien a quien no conocían fuera capaz de mirar
dentro de ellas. Ellas querían esconder lo que había en su interior, y a lo que
se accedía por los ojos. Las crías de animales se comportaban de un modo
distinto, si por ejemplo alguien entraba en una habitación donde había gatitos,
ellos querían esconder el cuerpo, que era lo que estaba expuesto, que podía ser
matado y devorado. Tal vez fuera igual el instinto de los niños ante lo
desconocido, pero como ennoblecido, transferido de lo físico a lo social, del
cuerpo al alma, que temblaba de miedo de ser capturada.”
Conclusiones
y dudas: hay ciegos a los que mi amigo Quico Gómez llamaba ‘caribajitos’ y hay
ciegos que en cambio “miran” hacia el cielo todo el tiempo como pidiéndole
cuentas a Dios por su suerte: ninguno sabe lo que es la cohibición. Afortunados
los ciegos -más los natos que los devenidos-, pues por no ver tampoco saben qué
es ni de qué va la timidez. Al no haber vista y por tanto ninguna necesidad de
bajarla a propósito, ¿se debe concluir que los ciegos de toda una vida nacieron
con el contenido de sus almas protegido o, muy por el contrario, que al no
haber vista tampoco hay alma que contenga nada? ¿Saben ustedes de alguien capaz
de mirar, de leer, en el interior de un ciego? ¿Pero acaso lo puede haber,
simple que soy, con el acceso clausurado… qué digo clausurado: tapiado a cal y
canto?
736. A
mí me dan risa revuelta con conmiseración las almas pretendidamente cándidas que
dizque les desean el bien y un bel morir a los malditos del crimen organizado, de
la codicia y de la política (cuando no al que las violó o los timó) que les
desgracian la vida a millones y sin ningún remordimiento. ¿Que Dios se encarga
de ajustarles las cuentas llegado el momento? Déjense mejor de puerilidades y
alucinaciones de fe y matricúlense, ya mismo, en el curso de Maldición Avanzada
del doctor Ernulfo Slop, de cuyas sapiencia en la materia y eficacia en la
enseñanza puede dar fe el bueno de Obadia.
737. Entre
las maravillas desaparecidas por culpa de la globalización que consigo trajo el
internet con su revolución tecnológica, tan mirífica en mil sentidos, las autóctonas
formas de mamar gallo no ya en español sino en mexicano, en paraguayo o en
colombiano, para no meternos en camisa de once varas y hablar de las
tonalidades y tenores del humor de cada región y subregión del mundo hispano, subsumido
y fagocitado hoy por la omnipresencia de lo anglo y el universo-meme.
738. “-Debajo
de nuestros calzones, señora, no puede esconderse nada que valga la pena
enseñar”: arranco de su contexto y con su venia, estimado Tristram Shandy, esta
frase que empotro en el mío para disentir de usted, al menos parcialmente.
Pienso en un rango etario y en un grupo poblacional concretos (repárese en que
en esta ocasión tan singular hablo en la jerga de la época) y visualizo, con
nariz y tacto, la equivocación de lo por usted afirmado. Por lo que hace al
resto de la humanidad, sin embargo, que se atenga ojalá sin fisuras a su
observación.
739. A
ver qué dirían los ideologizados de la mezquindad que sea que se duelen bien de
la suerte de los ucranios, bien de la de los palestinos, mas no de la de los
ucranios y los palestinos inermes y a merced, los unos, de un ejército invasor
y criminal y, los otros, de la sinrazón de sus connacionales terroristas en
componenda con un ejército ocupante y criminal; a ver qué dirían si se les
diera a leer ‘De Gaza a Ucrania, el médico que vive entre dos guerras’. Definitivamente
hay que tener, a más de muy mala leche, un cortocircuito irreparable entre el
cerebro y las vísceras para justificar o callar ante una cosa mientras sin
atenuantes se condena la otra.
740. Medioevo
Científico y Tecnológico:
“Llevo
viviendo mucho tiempo con la penosa sensación de que todo el rato llueve sobre
mojado. Diluvian repetidos disparates sobre un suelo ya encharcado y corremos
el riesgo, si la cosa no escampa, de acabar en una inundación de mentecatez
calamitosa. […]
Todo
esto ya es bastante triste, este constante crecer de negacionistas por doquier,
entendiendo por negacionistas a esos tipos cerriles empeñados en rechazar
conocimientos científicos básicos. […] Los negacionistas siempre se acogen al
sacrosanto derecho a exponer sus ideas sin darse cuenta de que no estamos
hablando de defender un pensamiento, precisamente. Quiero decir que son
incapaces de diferenciar entre lo que es una opinión y lo que es un dato. Vamos
a ver: sostener, por ejemplo, que dos más dos son siete no es una opinión, es
una estupidez, un error garrafal. Decir que el sol no daña la piel es otro
dislate por el estilo. Pero lo tremendo es que, cuando los negacionistas se
encocoran pidiendo respeto para sus necedades, personas que, por otro lado,
parecen sensatas, no saben muy bien qué contestarles. No son conscientes de que
lo único que se puede responder es esto: dos y dos no son siete, marmolillo, y
por eso lo que sostienes ni es una opinión ni es respetable.
Hay un
fracaso creciente en la educación en todo el mundo, un ruido blanco que se nos
está metiendo en la cabeza para añadir caos al caos, una especie de borrado del
sentido común más evidente, a juzgar por los datos del penúltimo informe PISA,
el de 2018, que concluyó que sólo el 8,7% del total (es decir, de 600.000
estudiantes de 15 años pertenecientes a 79 países) era capaz de diferenciar
entre lo que era un dato y lo que era una opinión. De esos polvos, estos lodos:
adultos que no saben qué responder cuando les dicen que dos más dos son siete…”
(Rosa Montero).
Salta
pues a la vista que vivimos tiempos de gran confusión y caos -los
contradictores vocacionales dirán que todos lo han sido-, empeorados por el
hecho de que en cada persona conectada desde sus dispositivos a la red hay un
potencial propalador de infundios y desinformación, y de ahí el creciente
bullicio y la imparable pugnacidad que nadie sabe cómo gestionar. Ese
desconocimiento sin solución a la vista, así como -entre muchas otras- las
realidades descritas en la cita, son lo que me lleva a afirmar aquí que
discurrimos por una segunda Edad Media -con el perdón del prístino Medioevo,
tan en paz (por comparación) al menos con el planeta- si bien científica y
tecnológica, que anda por sus albores. Al rigor de los historiadores
corresponde determinar sus orígenes y estudiar a fondo, transcurrido el tiempo
que haya menester, sus implicaciones y pormenores. Que ya aterran.
741. ¿Que
la ceguera congénita -la mía- es incurable, les dijo Francisco Barraquer a Abe
y a Orfi? Juzguen ustedes:
“La
aurora es el resplandor que precede a la salida del sol. El ocaso es el
resplandor que queda después de la puesta de sol hasta que anochece. Ambos
fenómenos atmosféricos tienen la misma luz, hasta el punto que una cámara es
incapaz de distinguirla; de hecho, los cineastas acostumbran a rodar durante el
amanecer escenas que en la película ocurren por la tarde y también al
contrario, pero fuera de la pantalla en la realidad la luz de la mañana y luz
de la tarde tienen cada una su propia degustación estética. Con la primera
claridad del nuevo día, mientras los jóvenes bailan todavía en las discotecas,
Drácula corre a meterse en el féretro en compañía de los murciélagos que buscan
una cueva oscura donde colgarse boca abajo. El primer sol de la mañana indica
que la vida sigue y su luz alcanza la máxima gloria cuando ilumina la cama
revuelta que ha dejado la pasión de unos amantes de madrugada. Si eres un viejo
ese primer sol en la ventana certifica que estás vivo y que aún puedes seguir
tirando del carro. […] El primer sol en la ventana significa un día más. El
último sol de la tarde significa un día menos. Pero esa luz postrera es como un
licor muy dulce que se confunde con la memoria. Al final uno se convierte en un
coleccionista de puestas de sol y sentado frente al mar espera cada tarde que
la última luz le regale un rayo verde. Ignoro qué ha generado mejor literatura,
si el amanecer o la puesta de sol, si el día o la noche. Puesto que la luz de
la aurora y la del ocaso es la misma, tampoco habrá diferencia entre un joven
que anochece y un viejo que amanece, ya que las dos luces forman el nudo de la
vida.”
Con una
única pregunta basta: ¿quién, entre un vidente pletórico de auroras y ocasos
pero que jamás leyó literatura y por ende no supo de la existencia luminosa del
venerable Manuel Vicent y un ciego congénito que se va a morir sin experimentar
en primera persona una aurora o un ocaso pero que alimenta sus días y sus
noches de buena literatura y goza del privilegio de contar entre sus referentes
de papel con la sabiduría poética del venerable Manuel Vicent, es más vidente o
más ciego que quién? Juzguen ustedes.
742. Escribe
Julio César Londoño en su promoción semestral de un taller literario que le
ayuda a completar el sustento: “Nota. En la poesía, la distancia entre la voz
que canta y el poeta es muy corta. El poeta es moralmente responsable de casi
todo lo que dice el poema. La poesía es un género personal, como el ensayo,
pero el ensayista lo suscribe todo, sin el casi. Debe responder por cada línea,
una responsabilidad que el cuentista y el novelista tienen solo parcialmente.
Los narradores siempre pueden alegar que sus criaturas de ficción cobran vida
propia y hacen lo que les viene en gana, y es verdad. Es oportuno recordar que
la ficción no es un plano menos significativo que la realidad. El genocidio de
Gaza es una realidad que no conmueve a los republicanos del Congreso
estadounidense, donde Netanyahu acaba de ser ovacionado, aunque muchos de esos
senadores quizá lloraron leyendo a Dickens y a Twain”.
Nota.
“Es oportuno recordar que la ficción no es un plano menos significativo que la
realidad”: ni las tropelías violadoras, asesinas y secuestradoras del 7 de
octubre de 2023 en Israel a manos de terroristas palestinos ni la invasión de
todo punto criminal de Ucrania por parte de los rusos son realidades que
conmuevan -¿a qué mamerto?- al citado quien, a diferencia de los cabrones del
Partido Republicano que aclamaron de pie al carnicero de Gaza, sí que sabe de
lo que es capaz la literatura en general y la de Dickens y Twain en particular.
Nota. Nada como el periodismo de opinión para poder conocer ideológicamente a
un sujeto que, como a mí el columnista -lean, para que den con el porqué, ‘De
las chanclas al tacón puntilla’-, nos interesa. Nota. No les creo a los
republicanos estadounidenses que dicen dolerse del 7 de octubre en Israel ni a
los Londoños que del genocidio de Gaza: les creo a los que juzgan y condenan
una cosa -la causa- y la otra -la consecuencia- con los matices a que haya
lugar aunque con igual vehemencia. Nota. Si tuviera una hija a la que le
gustara la literatura y me pidiera que la inscribiera en un taller, claro que
la matricularía en el de Julio César Londoño, pero con una condición: “Lo vas a
aprovechar a fondo y le vas a prestar toda la atención que puedas, pero cuando
el tipo se ponga a mamertear y a desbarrar de política, te me desconectas o le
bajas el volumen al computador y le pides a una amiguita (nada de amiguitos:
a-mi-gui-tas todas las que quieras… presentarme) que te avise cuando por fin se
calle para que te vuelvas a conectar. Ah, y si resulta que es más de política
que de literatura de lo que habla, pues me cuentas y nos vamos para otra
parte”.
743.
Entre tanta ruindad de izquierdas perfectamente identificada (Gustavo Francisco
Petro Urrego, Luiz Inácio Lula da Silva, Andrés Manuel López Obrador -ah
tripleta infame de hachepés: hipócritas pseudodemócratas-, Claudia Sheinbaum,
José Luis Rodríguez Zapatero, Clara Eugenia López Obregón, Laura Restrepo
Casabianca, Gustavo Bolívar Moreno, Ernesto Samper Pizano…), existen tres
personas por las que hoy, 9 de agosto de 2024, votaría para el cargo que fuera
y en cualesquiera elecciones: Luis Almagro, Jennifer Pedraza y Gabriel Boric.
Los oigo opinar a la par que contrasto sus declaraciones con las de la ruindad
pluricéfala o con sus omisiones cómplices y me digo, por espacio de un segundo,
que hasta razón tienen los que joden y fastidian y dan la lata con que la
esperanza es lo último que se pierde.
744. A
propósito del robo del todo previsible de las elecciones venezolanas, lo que de
momento han escrito algunos de mis articulistas de cabecera. ‘Bienvenidos al
petrochavismo’, ‘Pantomima democrática’, ‘¿Sin salida digna para Nicolás?’, ‘La
amenaza en campaña’, ‘Para acompañar a Venezuela’, ‘Democracia totalitaria y
matemáticas’, ‘Gloria al bravo pueblo que el yugo lanzó’, ‘Monumental chocorazo
en Venezuela’, ‘La hoguera del odio’, ‘De tramposos y farsantes’, ‘El que
calla, otorga’, ‘Izquierda, democracia y Venezuela’, ‘Galbana estival’, ‘Rescate
democrático’: respetable periodismo de opinión; ‘Maduro o el jubileo de la
derecha’ y ‘Maduro no es Chávez’: bazofia ideológica, atajos sectarios,
desfiguración de la realidad política e irrespeto, mucho irrespeto a los
millones de víctimas de esa satrapía.
Adenda:
comentario aparte merece uno de los dos títulos infames de los dieciséis
listados; me refiero a ‘Maduro no es Chávez’, cuya propaganda y contenido
antihistórico invito a cotejar con las reflexiones y hechos verificables de que
se da cuenta en uno que no figura en la lista por cuanto se escribió días
después de elaborada. Lo firma Juan Gabriel Vásquez y se titula ‘Chávez, Maduro
y el tigre’. Moraleja: el sectario, llámese como se llame y goce de fama de
intelectual de quilates, de buen poeta y mejor prosista -o viceversa-, no
tendrá el menor empacho a la hora de desfigurar la realidad si de lo que se
trata es de lavarles la mugre a las incoherencias y desatinos de sus
correligionarios en el poder.
745. Y
mientras a esta y a todas horas millones y millones de turistas-langosta
atiborran aeropuertos y hoteles y playas e islas y ciudades y museos que en
absoluto les interesan y cascos históricos que amenazan con dejar de serlo de
resultas de su proliferación, que todo lo encarece y torna impagable para los
lugareños, yo viajo, incorpóreo, en la culta compañía de un tal Cosmo y un tal
Ambros por parajes a los que ni remotamente puede aspirar (bueno, excluyo aquí
la infecta Tierra Santa del periplo literario, cuyas inmundicias compiten con
las de la Bogotá actual) el viajero de este mundo global. Se dirán los
impenitentes del movimiento incesante que lo mío es la inquina del que no puede
procurarse cosa distinta, y tentado me veo de publicar en una entrada de este
blog la copia de mi última declaración de renta, que la interesada -ojalá en
sus veinte o tempranos treinta a lo sumo- bien puede solicitarle a la DIAN.
746. La
conveniencia -qué digo conveniencia: el prodigio- de tener un registro
pormenorizado y sistematizado de las voces reales y fictivas de los autores,
los narradores y los personajes con que hemos trabado conocimiento literario a
lo largo de años de lectura es que uno siempre o casi siempre cuenta con las
palabras precisas para una coyuntura o trance o situación determinados. Para no
ir muy lejos, estos en que hoy nos pone a los ahorradores el chusmero de Casa
Nari con su anuncio terrorista de inversiones forzosas con la plata de los
clientes del sistema financiero, que es en últimas contra lo que se dirige su
ataque de saboteador en jefe. Pero yo, antes de buscarme un par de amigos con
mala facha para que me acompañen a retirar los pesos que con tanto celo
guardaba para viajar a Ucrania y ayudar a combatir a Putin y a sus asesinos,
busco y rebusco en mis ‘Resúmenes comentados’ un consejo sabio que sé que un
día ya lejano me diera Fernando Vallejo, hasta que doy con él: “No se te ocurra
meter tu dinero al banco porque te lo roban, y gástate en putas lo de tu
entierro y que te entierre el gobierno, que para eso están”. Será, maestro,
largarme para Kabukicho porque de lo contrario creo que esa platica nunca se va
a gastar.
747. Pienso
en alguien que dio por supuesto un amor venéreo y ¡zas!: tome pa que lleve por
güevona, por güevón: “Las palabras que callamos eran las que deberíamos haber
pronunciado. Los gestos que guardamos por pudor eran los que deberíamos haber
cumplido. Los actos que nos parecieron triviales eran los que se esperaba de
nosotros. Otros los hicieron en nuestro lugar. Paguemos ahora las
consecuencias”. Como dice el vallenato ¿de Diomedes?: Vuelve mi amor, vuelve,
te necesito / Vuelve mi amor, vuelve, sin ti no vivo…
Adenda:
también el exceso de quienes no nos guardamos nada frente al ser amado o
deseado suele concluir con pérdida y la acusación por su parte de hipocresía si
resulta que la perra vida nos tiene reservada una dicha de la carne que, por
circunstancias ajenas a nuestra voluntad, sale de la clandestinidad a la luz y
se nos trueca en desdicha. Los que en tal tesitura nos hemos visto una o varias
veces aprendemos -y corroboramos- que nada de lo maravilloso, muy bueno o bueno
que hallas hecho hasta la fecha se te tendrá en cuenta a partir del momento en
que estalle el escándalo que te convertirá en la peor, en el peor ser humano de
tu entorno.
748. “La
carta que aguardamos con más impaciencia es la que nunca llega. No hacemos otra
cosa en nuestra vida que esperarla. Y no nos llega, no porque se haya
extraviado o destruido, sino sencillamente porque nunca fue escrita”: ¿Homo
sapiens esta especie nuestra, apenas en un ínfimo porcentaje de veras pensante
si se la juzga por lo que de sus acciones y omisiones se deriva, pero en cambio
toda todita insatisfecha sin remedio, anhelosa de fama y reconocimiento,
codiciosa de manos, de estómago y de bajo vientre? No, señores científicos que
merecen el nombre: comprendan que estamos en mora de corregir lo infundioso de
esa denominación con la única que puede hacernos justicia y abarcar a los nueve
o diez millardos que dizque somos, desde los Forbes insaciables hasta aquel
cuya máxima aspiración es poder no acostarse ni acostar a sus hijos hoy con
hambre: Homo insatisfactus es lo que somos. Y punto.
749. Leo
la prosa apátrida 194 y pienso en S. B. y en C. P., en S. B. y en G. F., en S.
B. y en tantos otros que pusieron por obra el contenido de ese texto de Ribeyro
que él, en cambio, postergó indefinidamente y por motivos que yo desconozco
pero intuyo. ¿Mi mayor ambición, preguntan? Que por la forma en que yo
desencarne ustedes me acojan en su seno… en su cenáculo.
Adenda:
no más una cosa le pido a la vida: que a mí no se me extinga deshojando la
margarita del me mato, no me mato, me mato, no me mato, me mato, no me mato que
indignamente termina por imponerse entre la mayoría de quienes tenemos la rumia
del suicidio por pasatiempo y destino.
750. Cada que me asalta un testimonio por el estilo del de Laila Basim que acabo de leer en El País de España, no puedo por menos de sentirme avergonzado de no ser otra cosa que un cero a la izquierda en su causa y las de otros colectivos que tendrían que conseguir, ya que con tanta grandilocuencia nos atribuimos el monopolio de la compasión -empatía la llaman hogaño los edulcorados-, que todos los seres que nos reivindicamos humanos nos volcáramos en su favor y en contra de los malditos que los oprimen, llámense régimen talibán o narcodictadura lulapetrobradorcabellista. O por lo menos que, dado que son tantas las causas que ameritan acciones reales y concretas y no gestos inocuos como el de manifestarse por escrito, nos dividamos las tareas y por ejemplo las feministas se ocupen de Laila y las esclavas del mundo mientras que los que tenemos la democracia por norte les plantamos cara a las tiranías auténticas y a los regímenes autoritarios, dondequiera que se alcen. Lamentablemente, la dificultad estriba en que ellas no le caminan a nada que no sea mediático y atraiga reflectores y a nosotros se nos escurre la vida por entre la indolencia y el conformismo tan propios del que siente que con su cháchara reivindicativa ya cumplió y entonces se puede ir tranquilo a la cama.