Cómo me gustaría que los que de
tarde en tarde me ven comprando libros impresos en la librería Lerner de la
Jiménez con cuarta supieran que los compro por cariño y gratitud y no para que
alguien me los lea, porque a esa altura ya los he leído gracias a mi
computadora convencional y a su lector de pantalla. Que mis primeros devaneos
con la tecnología fueron una grabadora marca Sony en la que oía radionovelas,
fútbol y música y un televisor en blanco y negro en el que con mis papás y mis
hermanos veíamos telenovelas, programas de concursos, de humor y hasta
culturales. Que siendo todavía muy niño soñaba con que algún día existiera un
reloj que me dijera la hora en voz alta, porque los relojes táctiles eran
demasiado costosos y no me seducían. Que pasados unos años ese sueño se materializó
y que ya no me estaba vedado ambicionar lo hasta ayer impensable. Que comencé y
terminé el pregrado gracias a las lectoras muy jóvenes que me proporcionaba un
instituto de ciegos de Bogotá, y el posgrado con la ayuda invaluable de un par
de lectoras muchísimo más competentes que aquéllas y vinculadas a mí por
afectos tan fuertes que ni siquiera la muerte podrá deshacer. Que mi reticencia
al cambio me impidió probar a leer, mediante voz sintética, en tiempos en que
un par de entusiastas de la tecnología para ciegos intentaban persuadirme de sus
ventajas infinitas en medio de bares atestados y felicidad de viernes por la noche.
Que cuando por fin vencí mis recelos y me senté frente a un computador adaptado
y descubrí lo prometido y muchísimo más, ya no pude renunciar a él. Que si hace
unos quince años mi dolor crónico de cabeza era “¿y ahora qué libro consigo y a
quién le digo que me lo grabe?”, hoy es el de todos los codiciosos de la
literatura que, como los insaciables de dinero y poder y sexo, jamás se sienten
satisfechos con cada libro que cierran pues nunca son suficientes. Que de la
total escasez de libros y de la imposibilidad de siquiera poder leer un periódico
local con autonomía, pasé a tener a mi disposición miles y miles de títulos que
puedo descargar de Tiflolibros y prácticamente todos los periódicos y revistas
en los que escriben quienes más admiro. Pero que hoy, tras tantos inventos
maravillosos que vinieron a libertarme y tras miles y miles de artículos leídos
sin falta entre el domingo y el lunes de cada semana, comparto la misma desazón,
la misma pesadumbre y el mismo pesimismo de mis columnistas favoritos respecto
de esta época de oscuridad casi total que, si no llega a ser noche cerrada, es
merced a la luz que no dejan de proyectar sobre tantas tinieblas la buena
ciencia y los mejores desarrollos tecnológicos.
En la casa y en la escuela
Edu Galán:
“A falta de argumentos
intelectuales serios, echando las redes en los caladeros de lo elemental y
fácil, toda la sociedad occidental se sume en una simpleza sin precedentes en
sus treinta siglos de memoria. Por muy complejo que sea, nada escapa a la
aplicación de ortodoxias de nuevo cuño, propagadas como pandemias a través de
las redes sociales: vida cotidiana, historia, arte, cultura. Todo debe ser
contemplado ahora con la nueva óptica, y cuando escapa a ella es atacado,
exterminado. No se tolera la libertad de pensamiento ni la expresión pública de
ésta, convertida en crimen social. Se exige sumisión a un nuevo canon moral de
un infantilismo y simpleza aterradores. Se habla de cordones sanitarios, de
espacios seguros. Las universidades, antaño motor del pensamiento, se han
convertido en sanedrines de corrección política donde se reemplaza la razón por
la emoción y el debate por la ignorancia, con alumnos felices de cantar a coro
y profesores acojonados o cómplices. De ese modo, la represión contra los
espíritus libres es implacable. Nunca se masacró a la disidencia con tanta saña
ni con tantos medios. Si el mundo fue primero de los brutos, luego de los ricos
y después de los rencorosos inteligentes, hoy pertenece a los ofendidos y a los
grupos de presión que los controlan. Mostrarse ofendido es garantía de
integración social. ¿Quién va a resistirse, cuando hace tanto frío fuera? [...]
En realidad siempre hubo dictadores -obispos, ayatolás, espadones-, pero antes
lo eran tras imponerse con las armas, la religión o el dinero. Ahora lo hacen
con los votos de una sociedad que los aplaude y apoya. Pobre de quien se atreva
a contradecirlos; a no ofenderse como es la nueva obligación. Tenemos, a fin de
cuentas, los amos que deseamos tener: fanáticos y oportunistas respaldados por
el pensamiento infantil de millones de imbéciles.”
Interlocutor de Arturo Pérez-Reverte:
“Llevo 30 años en la enseñanza y
con amargura compruebo que me equivoqué de ilusiones y oficio. A mis alumnos
les importa un carajo quiénes fueron Ovidio, Homero y Sófocles. Y no los culpo.
Mientras les llega el momento de convertirse también en verdugos, sólo son
víctimas. Les hemos robado la educación. Y lo que es peor, les hemos robado
incluso la necesidad de tenerla. El sentimiento de echarla de menos...”
Arturo Pérez-Reverte:
“En estos tiempos grises en que
cualquier independencia intelectual es aplastada desde la escuela, cuando lo
que se busca es igualar a todos los críos en la mediocridad penalizando la
brillantez y la inteligencia.”
Javier Marías:
“Como saben, hoy los niños [...]
son una especie de idolillos a los que todo se debe y por los que se desviven
incontables padres estúpidos. Están sobreprotegidos y no hay que llevarles la
contraria, ni permitir que corran el menor peligro. Son muchos los casos de
padres-vándalos que le arman una bronca o pegan directamente al profesor que
con razón ha suspendido o castigado a sus vástagos.”
“A los gobernantes no parece
importarles un planeta lleno de analfabetos virtuales y de ignorantes
profundos. Al contrario, lo propician por todos los medios, con unos planes de
educación cada vez más ‘lúdicos’ y más lelos, en los que se prima lo
estrictamente contemporáneo, es decir, lo efímero y fugaz, lo obligatoriamente
sin peso ni poso, lo forzosamente necio y superficial. Hace ya décadas que se
crean sujetos para los que el mundo empieza con su nacimiento, a los que les
trae sin cuidado saber por qué somos como somos y qué nos ha traído hasta aquí;
qué hicieron nuestros antepasados y qué pensaron las mejores mentes que nos
precedieron. Para colmo, se ha convencido a estos cerebros de conejo de que son
‘la generación mejor preparada de la historia’, cuando probablemente
constituyan la peor, con frecuencia primitivos atiborrados de información
superflua y sólo práctica...”
“Lo que solía llamarse ‘libertad
de cátedra’ está muy seriamente amenazado. Los claustros ceden cada vez más a
los caprichos y a la intolerancia de estos estudiantes mimados, débiles, que se
descomponen y quiebran por cualquier cosa. Están hechos de porcelana y no
deberían ir a la universidad, por tanto, que siempre ha sido lugar para la
confrontación de ideas: en los regímenes autoritarios, incluso, con un grado de
libertad del que el resto de la sociedad carecía, la prensa no digamos. Si los
claustros complacen a los jóvenes déspotas es en parte por amilanamiento y
cobardía y en parte porque también están formados por profesores y burócratas
que son igual de hipersensibles e histéricos. Todo esto indica una
infantilización impropia. Estos universitarios -¡universitarios!- no han salido
ni están dispuestos a salir de su niñez sobreprotegida. Y se sabe que los
niños, si se les da pie y se les permite, tienen una tendencia natural a ser
tiránicos; a que se haga su voluntad sin excepciones.”
“En los últimos tiempos hemos
sabido de denuncias contra personas que, al hacerse una foto de grupo, han
apoyado levemente la mano en la cintura o el hombro de quien estaba a su lado,
y esos gestos de cordialidad o amabilidad han sido calificados de ‘tocamientos
inapropiados’, cuando no de ‘manoseo’. No sé, para mí ese gesto de ‘acompañar’
al cruzar una calle, o de empujar suavemente el codo de alguien al atravesar
una puerta, instándolo así a pasar primero, son parte de la normalidad más
absoluta, y de la cortesía. Exactamente lo mismo que removerle el pelo a un
chaval en muestra de pasajero afecto, o que acariciarle la cabeza a un bebé. A
nadie que visite los Estados Unidos se le ocurra hoy hacer eso, porque lo más
probable es que se encuentre, en el mejor de los casos, con un padre o una
madre furibundos que le espeten: ‘¿Qué le está haciendo a mi hijo, o a mi hija?
Ni se le ocurra ponerles un dedo encima’, y, en el peor, con una denuncia en
regla por ‘abuso de menores’. Tampoco es aconsejable dirigirles la palabra a
los críos, porque esos padres histéricos se alarmarán igualmente, pensarán que
los está persuadiendo para cometer iniquidades y pervirtiéndolos. Este
comportamiento enloquecido es producto de algo muy sencillo: mirarlo todo
siempre con malos ojos; pensar siempre lo peor; ver intenciones turbias, cuando
no podridas, en cualquier acercamiento; contemplar el mundo siempre con ojos
sucios y con suspicacia; inferir que nuestros semejantes son depravados y que
siempre los guía el mal. Claro que hay gente ante la que conviene estar en
guardia, pero extender la sospecha al conjunto de la humanidad es una triste y
medrosa manera de existir. Es la que, al menos en los Estados Unidos, se ha
elegido.”
“Paulatinamente se logra que los
escolares no sepan pensar, ni hablar propiamente, no digamos escribir. La
creación de tarugos es un objetivo indisimulado de los políticos obtusos de
nuestro tiempo. Nos precisan a su imagen y semejanza.”
Elvira Lindo:
“Jamás pronunciaré esa frase
discutible de ‘es la generación más preparada de la historia’. La realidad es
que es el desarrollo pleno de un oficio, no la universidad, lo que te convierte
en alguien solvente, enfrentado de verdad al desafío de la vida.”
“Se supone que la esencia de la
educación universitaria es enfrentarse con pensamientos incómodos, que nos
repelen incluso, pero ante los que tenemos que ejercitar nuestra capacidad
dialéctica. La cuestión es que las autoridades universitarias han aceptado que
el estudiante es el cliente y que el cliente siempre tiene razón; si no la
tiene, hay que buscar la manera, por muy retorcida que ésta sea, de
concedérsela. El campus deja de ser un lugar de debate para convertirse en algo
parecido a un hogar donde todo ha de procurarnos bienestar, hasta las opiniones
ajenas, y si se diera el caso de que no nos gustan, en nombre de las grandes
causas callamos la boca a un ponente o instamos a la dirección de una revista
para que retire un artículo al no soportar que alguien escriba algo que va en
contra de nuestros principios.”
“Hay padres, hay madres, que
experimentan de manera tan violenta el amor hacia sus hijos que lo gritan a los
cuatro vientos como una amenaza, como si desearan partirse la cara con alguien
para demostrarlo. Hay padres, hay madres, que construyen su relación con los
hijos sobre una absoluta desconfianza hacia el mundo. No pueden evitar inmiscuirse
de mala manera en la vida escolar, les inquieta no controlar ese camino a la
independencia que el niño emprende en la escuela. Hay padres y madres que creen
reunir condiciones para ser pedagogos, entrenadores, consejeros espirituales,
coleguitas de sus hijos. Hay padres y madres asfixiantes, que vigilan los
juegos de los niños, que quisieran colocar cámaras en las aulas y corregir al
docente. Hay padres y madres que viven solo para eso, para ser padres y madres,
y se olvidan de sus aspiraciones, si alguna vez las tuvieron, renuncian a los
placeres adultos, se olvidan del sexo y de su propia cara ante el espejo.”
María Elvira Roca Barea:
“...La competencia lingüística se
reduce generación tras generación. Esto tiene muchas causas. Una sería el culto
a la imagen en el que vivimos desde que aparecieron las pantallas. La gente ya
no usa el cerebro. Cuando el cerebro se usa, el cerebro reclama vocabulario,
reclama estructuras sintácticas, afina sus herramientas y piensa mejor. Cuando
ese cerebro es solamente una cosa receptora, es decir, una cosa que solo mira,
es evidente que se va produciendo una lenta parálisis. Ahora nuestros
estudiantes salen de la universidad siendo analfabetos funcionales. Un
analfabeto funcional es una persona que no es capaz de expresar por escrito lo
que sabe. Para acabarla de liar, hemos entrado en esta tontería de la educación
bilingüe, con lo cual la gente es analfabeta en dos lenguas.”
Antonio Muñoz Molina:
“...la mezcla de constancia y de
fervor que es el alimento de todo aprendizaje. Aprender no se acaba nunca. En
nuestra época se asocia el talento con el efectismo, y el disfrute estético con
la inmediatez, y nada que requiera una larga constancia parece atractivo.”
Álex Grijelmo:
“Una profesora cuyas enseñanzas
aún aplico después de tantos años, Gloria Toranzo, que impartía clase de
Redacción Periodística, solía corregir al alumno que utilizaba la conjunción e;
y lo hacía con esta fórmula que seguramente toda mi clase recuerda: ‘Es usted
tonto e idiota, cuando podría ser idiota y tonto, que queda mucho más
elegante’. Nadie se lo tomaba a mal, porque en aquellos tiempos las pieles con
las que llegábamos al mundo los seres humanos no eran tan finas como las de ahora”.
Me da por pensar a veces, cuando
intento pillar la punta del ovillo del desbarajuste en la casa y en la escuela,
que quizá el origen se remonte a aquella declaración de intenciones de
tantísimos padres y madres de familia que algún día se dijeron y dijeron: “No
quiero que mis hijos pasen por lo que yo ya pasé”. Y como los psicólogos (que se
han sacado de la manga -para vendérselas con total éxito a la sociedad- teorías
infundadas e infundiosas tales como que hasta el más mínimo castigo verbal o
físico traumatiza a los niños o que a los niños hay que dejarlos “ser ellos
mismos” antes de que ni siquiera sean) son ya padres o piensan serlo y lo son o
lo piensan ser los ministros de educación y los rectores universitarios y de
colegio y los catedráticos y los profesores de preescolar, primaria y
secundaria, pues todos comenzaron a tirar del carro en una misma dirección y de
ahí los resultados alarmantes que los notables de aquí arriba ya comentaron.
Sin embargo, lo que ninguno de ellos dijo fue que, entre tanta manguala y tanta
culpa compartida, la que les corresponde a los educadores que renuncian a serlo
a fin de graduarse de populares entre sus estudiantes y en aras de su propia
mediocridad es la única inexcusable. Porque de ellos dependía que al menos la
escuela no se hiciera partícipe del desbarajuste que, lejos de combatir,
fomenta y promueve en primera línea.
En las redes y en los medios
Juan Esteban Constaín:
“...el espíritu sectario y
fanático de estos tiempos: la propensión de la gente a tomar partido, a militar
con furia y ceguera en cuanta causa aparezca de pronto y sirva muy bien, de
inmediato, al propósito de que nadie se quede sin opinar y sin sentar su
posición, como si fuera una obligación tenerlo todo tan claro y además
proclamarlo a los cuatro vientos. Me dirán que exagero y está bien, lo acepto:
la humanidad siempre ha sido dada al sectarismo, la cacería de brujas, el ensañamiento,
la vocación gregaria y de turba y de partido. Aunque también en esto exagero, y
así al infinito. Solo que ahora, con el espejo de internet y las redes
sociales, esos rasgos se notan mucho más, allí se multiplican y se riegan como
fuego en un trigal. No hay minuto en la red sin su respectiva pelotera.”
“¿La realidad? Ahí está el
problema: que ese viejo concepto dejó de existir; que ya casi nadie cree en él
como un hecho más o menos tangible y comprobable y aceptado por todos. Claro:
tampoco es fácil hablar de la realidad como algo único y absoluto. La
filosofía, que empezó por ahí, lleva milenios discutiendo ese problema; ese ha
sido uno de sus temas esenciales en la historia, quizás el más serio de todos.
Y un gran novelista, Vladimir Nabokov, decía que la palabra realidad no tenía
sentido si no iba escrita siempre entre comillas: así de caprichosa y subjetiva
la veía él, así de hermosa y brutal. Resolver ese debate es muy difícil, casi
imposible, mucho menos en una columna de periódico. Pero digamos que, para
efectos prácticos, la humanidad creyó siempre en una ‘realidad’, así con las
comillas de Nabokov. Una realidad que era un consenso, una serie de evidencias
y datos más o menos irrefutables y reconocidos por todos. Tanto que la locura
consistió toda la vida en salirse de ese consenso; esa percepción general e
inevitable. Y lo que caracteriza a nuestra época es que ese consenso se acabó,
no existe ya. La realidad se volvió, ahora sí, más que nunca, un relato
partidista y sectario, un acto de fe y a veces de mala fe, un discurso
arbitrario. Y las redes sociales son el camino por el que esas realidades
paralelas se engendran y se difunden, se legitiman, se imponen entre sus
seguidores, que así, inmersos en la turba, se sienten justificados. Lo que hace
décadas habría sido un delirio de unos pocos orates, hoy puede volverse, sin
problema, un fenómeno masivo y multitudinario que distorsiona la idea misma de
la realidad en millones de personas. Y como se trata de un ciclo perverso y
voraz, un monstruo que se alimenta de sus propias entrañas, muchos medios de
comunicación ven allí su última oportunidad para sobrevivir. La caja de
resonancia del absurdo, eso son esos medios. Pero su relato de las cosas se
vuelve un referente y un oráculo -un imán- para quienes creen en él y lo asumen
como la verdad revelada aun cuando sea una idiotez o una infamia. Sin el
consenso de la realidad es imposible el consenso de la democracia. Por eso la
locura es el fascismo de nuestro tiempo.”
Moisés Wasserman:
“Las redes sociales han sufrido
estos días algo parecido a una recaída del progreso moral. Se han configurado
verdaderas tribus, cada una con su Sanedrín y su guardia pretoriana, que
excluyen a los otros de su sistema de normas, incluso de su lógica. El respeto
por los de la tribu parece exigir, como en épocas primitivas, el irrespeto
total por los miembros de cualquiera otra diferente. La lógica complaciente con
los actos de un candidato se voltea cuando los mismos actos son cometidos por
el otro, y ¡pobres los apóstatas! Esos, sin consideraciones con toda su
historia de vida, son maltratados y despreciados.”
Thierry Ways:
“¿Cómo hacemos para bajarle a la
rabia, de forma que no solo podamos escucharnos sino que, sobre todo, evitemos
la conflictividad destructiva a la que estamos abocados si seguimos por esta
senda? Lo que eso le está haciendo a la sociedad no hace falta que yo lo
describa aquí, pues todos lo vivimos a diario: la altanería, la grosería, la
impaciencia, la presteza para la injuria, la irreflexividad para todo, la falta
de modales para hablar, para opinar, para argumentar. Sí, los modales: ese
vestigio cultural que nuestros jacobinos del siglo XXI desdeñan como una
afectación pequeñoburguesa, como símbolo del más mezquino ‘tibiocentrismo’ -y
que por eso para ellos es tan intoxicante, tan euforizante, tan cool arrojar
por la borda-, cuando, en realidad, las formas y las maneras son estrategias de
comunicación altamente evolucionadas para evitar que las personas se vayan a
los puños por diferencias grandes o triviales.”
Ricardo Silva Romero:
“Y hoy, en la era de la lapidación
en las redes, sí que estamos rodeados de gente que empieza los juicios por las
sentencias, de irresponsables que pronuncian la violencia y voces sueltas que
detonan la crueldad.”
Melba Escobar:
“Las palabras van regándose para
pasar de nuestra boca a los medios de comunicación y a las redes sociales en
una onda expansiva capaz de propagarse como el fuego. Y son las mismas palabras
que avivan incendios, las que bien podrían apaciguar las llamas. Sin embargo, a
menudo, elegimos el ruido, el incendio, la destrucción, la injuria, atizar el
miedo y la ira antes que aliviarlos o al menos intentar comprender. Las
palabras hoy más que nunca se derraman feroces, como galones de petróleo en el
mar. Amenazantes, arrasadoras, contagiosas. Palabras que prenden miedos y odios
como leños en un bosque tupido. Por desgracia, el mensaje corrosivo y el
juicio, suelen ser más contagiosos, efectivos y visibles que las palabras
precisas, reflexivas o serenas.”
Héctor Abad Faciolince:
“Sabíamos que en el papel las
palabras podían ser incendiarias; ahora sabemos que en las redes sociales las
palabras matan. Las palabras nunca fueron inofensivas, pero en esta era se
están volviendo más ofensivas que nunca: duras como piedras, son capaces de
engendrar explosiones, bombas y balas.”
“Para quienes no sufrimos de
claustrofobia, sino más bien de claustrofilia, y disfrutamos el encierro, para
quienes admiramos la opción de vida contemplativa por la que optan algunos
monjes (da igual si budistas, ortodoxos o benedictinos), el mundo
contemporáneo, la democracia falsa creada por las fake news y la crispación y
rabia incontenible de las redes sociales, con su manía por la actualidad y su
ira cotidiana, son un acicate para alejarse, para apartarse, para refugiarse
-como decía León de Greiff- en una torre personal, envueltos en una ‘toga de
asvesto’ que nos proteja de las rabias, de la necedad de los amargados, de la
estultez, del elogio indigesto... Cuando la vida se nos esfuma en peleas y
negocios sin sentido, en palpitaciones de rabia y descargas de adrenalina que
suben la tensión arterial, hay un llamado sensato hacia el exilio interior.”
Piedad Bonnett:
“...Al mismo tiempo, crece en
redes un fundamentalismo de nuevo cuño, que nace de una superioridad moral
apoyada en una supuesta posesión de la verdad. La misma que hace que los
animalistas insulten a [...] por opinar que [...], o que los veganos tilden de
asquerosos a los que comen carne. Es verdad, como dice Vivian Gornick, tratando
de explicarse linchamientos injustos, que cuando las cosas no avanzan lo
suficiente ‘el enfado se convierte en algo asesino’. Por eso mismo convendría
recordar a los fundamentalistas que el cambio en las mentalidades suele ser
lento. Y que la realidad, además, tiene muchos matices.”
Juan Villoro:
“Aunque la razón llega después que
la pasión, no sólo actuamos por corazonadas. Además, los impulsos emocionales
no siempre son definitivos. El menú de la conducta humana incluye la enmienda,
la recapacitación, la duda y el arrepentimiento. Lo peculiar es que todas estas
facultades han perdido valor. ¿Hace cuánto no oímos que alguien diga:
‘Rectificar es de sabios’? Las redes sociales permiten respuestas tan veloces
que responden más a la neurología que a la comunicación: en lo que pasas del
sentimiento al raciocinio ya diste like. Las palabras en estado de aceleración
no dicen lo mismo que las palabras en estado de reposo. La condena puede ser
instantánea; en cambio, la rectificación necesita tiempo. Alimentadas por la
prisa, las plataformas digitales se prestan más al linchamiento que a la
reflexión. Esto ha contribuido a un significativo viraje cultural. La
descalificación sustituye en tal forma a la argumentación que nos preocupamos
si alguien dice: ‘Lo voy a pensar’. En tiempos de certeza exprés, el que
pondera parece al borde de una crisis.”
Javier Marías:
“Una de las mayores pruebas de la
infantilización del mundo es sin duda el aumento de la credulidad, que
paradójicamente se produce cuando más prevenidos deberíamos estar. Todos
coincidimos en que no ha habido época más propicia para los infundios, los
bulos y las falsedades, que se propalan a velocidad de vértigo. Deberíamos
poner en cuarentena casi cualquier noticia o información que nos llegan,
desconfiar de ellas por principio hasta comprobar su veracidad a través de
algún medio ‘serio’, si es que este adjetivo tiene aún algún sentido.”
“Me gustaría saber desde cuándo y
por qué las denuncias anónimas tienen valor y merecen crédito, o la prensa
‘seria’ se hace eco de ellas y las aumenta y acaba por elevarlas a la categoría
de ‘verdad’. Una denuncia anónima ha sido siempre algo ruin y cobarde, a lo que
se solía hacer caso omiso. Sin dar la cara ni el nombre, cualquiera puede
atribuirle a otro una vileza, impunemente: no se arriesga a ser desmentido, a
que se le afee el infundio, a que el calumniado lo demande por difamación. Hoy,
lejos de condenarse, esas denuncias se fomentan, y los Estados, la prensa, la
policía, alientan una sociedad de delatores, con todas las garantías para el
delator. Se invita a la gente a que denuncie a sus parientes, vecinos y
conocidos...”
Rosa Montero:
“...está demostrado que escuchar
la misma afirmación más de tres o cuatro veces nos hace a todos más proclives a
creerla, aunque se trate de la mentira más idiota. O sea: cuanto más repitas
una falsedad, más se extiende y se hinca en el pensamiento colectivo, como un
virus. La mentira es una especie de gripe mental. Esa enfermedad viral, esa
pandemia, está llegando a niveles jamás alcanzados antes. [...] ...la
desinformación es tan contagiosa como el ébola. O tomamos conciencia del
peligro, desarrollamos planes [...] contra la mentira organizada y empezamos a
educar a los niños en el pensamiento crítico, o seremos los borregos más tontos
de la historia humana, camino del matadero y balando mentiras todos a una.”
“Vivimos tiempos tremendamente
intolerantes, y el manejo inexperto de las redes [...] está fomentando una
virulencia inquisitorial en el corazón de los más mostrencos. Esa ferocidad
cerril que rechaza el reconocimiento del error y ensalza una pureza inhumana y
dogmática no sólo nos va a impedir madurar como personas, sino también como sociedad.”
Manuel Rivas:
“En el periodo de la posverdad
puede llenarse todo de humo y no haber incendio. Pero no hay nada más parecido
a un incendio que conseguir que una multitud grite: ‘¡Incendio, incendio!’. Si
mucha gente acaba convencida de que hay un incendio donde no lo hay, lo más
probable es que acabe habiendo un incendio.”
María Elvira Roca Barea:
“...ese tono barriobajero, soez,
ordinario que se ha impuesto prácticamente en todas las cadenas. Que hubiera
programas más o menos tontos era lo normal, pero ahora hay un regodeo de la
vulgaridad y los derechos de la ignorancia reclamando sus respetos en cualquier
circunstancia. [...] Se ponen enfrente de una cámara a juzgar cualquier asunto
con una desfachatez absolutamente asombrosa.”
María José Villaverde:
“Pero tal vez el mayor peligro que
acecha a las sociedades democráticas sea la pasión por la igualdad, que reduce
al mismo racero a todos los individuos, que descabeza lo que sobresale, lo que
destaca, lo excéntrico y lo diferente, que la mayoría de los ciudadanos no
tolera. Vivimos en una época en la que la opinión de la mayoría y el poder
arrollador de la opinión pública amenazan gravemente la libertad. Modelan
sutilmente nuestras mentes, nos oprimen y nos coartan sin que nos demos
cuenta.”
Eliane Brum:
“El siglo XXI ha presenciado un
cambio en este ciudadano al que le gusta denominarse ‘buena persona’: se ha
convertido en zombi por voluntad propia. Nadie ha tenido que comerle el
cerebro, él lo ha ofrecido alegremente a la industria farmacéutica y a las
religiones de mercado. Se ha unido a hordas de zombis en las redes sociales y
se engaña creyendo que el espasmo frenético de su cuerpo es acción. Pero solo
trepida, zombificado por voluntad propia. De vez en cuando vota a quienes dicen
que pueden devolverlo a un pasado que nunca existió, en el que todo era
glorioso y estaba en su debido lugar [...]. Cree que es autónomo cuando
solamente es un autómata.”
Gustavo Martín Garzo:
“No creo que haya existido un
tiempo en que el silencio esté más desvalorizado que hoy. Los medios de
comunicación han transformado al hombre contemporáneo en un ser cada vez más
parlanchín y desinhibido, que no tiene problemas en opinar sobre lo primero que
se le ponga a tiro. ¿Supone esto que hoy día las palabras estén más valoradas
que nunca? Más bien sucede lo contrario, y pocas veces las palabras y las ideas
han valido menos.”
Manuel Vicent:
“En el futuro se dirá: el viejo
periodismo murió cuando las noticias dejaron de leerse en un papel u oírse por
la radio y comenzaron a ser suministradas con imágenes y se convirtieron en
espectáculo, en espejos en los que el ciudadano anónimo se reflejaba. A partir
de ese momento los periodistas pasaron de ser informadores a llamarse
comunicadores, y la noticia era eso que decía en pantalla un tipo agradable,
una chica atractiva, los dos con una voz bien modulada, capaces de emitir con
una sonrisa ambigua y una dentadura perfecta un bombardeo, una crema, un
asesinato, una marca de coche, el discurso del presidente y una sopa. Ser
consiste en ser visto -dijo Berkeley-...”
Juan José Millás:
“Con las noticias falsas acabará
ocurriendo lo que ocurrió con las drogas: que su persecución estimuló su
tráfico.”
Mario Vargas Llosa:
“Leer varios periódicos es la
única manera de saber lo poco serias que suelen ser las informaciones,
condicionadas como están por la ideología, las fobias y prejuicios de los
propietarios de los medios y de los periodistas y corresponsales. Todo el mundo
reconoce la importancia central que tiene la prensa en una sociedad
democrática, pero probablemente muy poca gente advierte que la objetividad
informativa sólo existe en contadas ocasiones y que, la mayor parte de las
veces, la información está lastrada de subjetivismo pues las convicciones
políticas, religiosas, culturales, étnicas, etcétera, de los informadores
suelen deformar sutilmente los hechos que describen hasta sumir al lector en una
gran confusión, al extremo de que a veces parecería que noticiarios y
periódicos han pasado a ser, también, como las novelas y los cuentos,
expresiones de la ficción”.
Esta cita de Vargas Llosa, tan acertada
ella, me sirve para, mediante un ejemplo bastante diciente, dar fe de que en la
era de los bulos y las ‘fake news’ masivos y virales, ni siquiera un
Nobel de Literatura con todos los méritos como él está exento de incurrir en
los sesgos y desinformaciones que en ella señala y afea. Remito al lector
interesado a su columna, en El País de España, del 20-02-2021 que figura bajo
el título de ‘El ejemplo colombiano’: un publirreportaje en toda regla en el
que, con más premura y pasión que seso y conocimiento de la realidad política y
social de la Colombia de las últimas décadas, lo trastoca todo absolviendo de
un plumazo a Uribe y al uribismo de los crímenes y delitos gravísimos que él y
su cohorte de malandros vienen perpetrando a lo largo y ancho del país
impunemente desde hace al menos treinta años. Amparado en el hecho de que
contra ninguna de las muchísimas tropelías del ex presidente existe una
sentencia judicial propiamente dicha (y la razón es la cooptación del sistema
de justicia), y pasando por alto las que pesan sobre algunos de sus áulicos y
los miles de documentos bien fundados que las examinan y comentan, el escritor
peruano empotra por la fuerza a Uribe Vélez en las categorías de víctima de la
extrema izquierda y de perseguido político, al tiempo que lo eleva en su
panegírico a respetuoso de la ley y de la legalidad, entre otras desmesuras. Se
me dirá que lo que el columnista hizo en ese -no es el primero- artículo fue
ejercer su derecho a la libertad de opinión, o que a nadie sobre quien no pese
sentencia judicial se lo puede condenar. Lo que sucede es que con esos mismos
argumentos, los incondicionales de otros sinvergüenzas por el estilo -Maduro,
Bolsonaro, Putin, Trump, Xi, Erdogan y para qué seguimos- justifican también lo
injustificable. Claro: con la diferencia de que a estos los leen cinco gatos
mientras que a Vargas Llosa, millones. Que, por lo que se refiere al caso que nos
ocupa, quedaron harto desinformados y convencidos de que nuestra en demasía
venal clase política compite en decencia y eficacia con las de países ellos sí
afortunados, que bien podrían sacar pecho pero que no lo hacen.
En el lenguaje y en la política, que con tanta solvencia
lo desnaturaliza
Juan Gossaín:
“El lenguaje cambia porque cambian
los valores. Aparecen nuevas palabras porque hay una nueva ética, relajada y
tolerante, que necesita disimulo, tapabocas y disfraces. También el lenguaje se
nos volvió solapado.”
Mauricio García Villegas:
“Ya no se habla para describir el
mundo sino para postularlo. Es cierto que las palabras también sirven para
hacer cosas, para inventar el mundo que queremos, no solo para describirlo.
Pero eso no nos puede llevar a desconocer la importancia del sentido literal,
sin el cual el lenguaje no solo se desgasta, sino que se vuelve inútil: nos
conduce a un mundo en el que ya no hay afirmaciones falsas porque tampoco hay
afirmaciones verdaderas.”
John Carlin:
“Una vez más, la desproporción, el
generar problemas innecesarios, el inventar dramas donde no hay necesidad
define los tiempos de hoy en los países ricos del mundo. No hay matices, no hay
sentido del humor. Reina la estupidez, el peor tipo de estupidez, la solemne
estupidez.”
Juan Villoro:
“...Educados para la irrealidad,
ahora enfrentamos situaciones en las que cualquier variante suscita
desconfianza. Una insensata idea del control y la eficacia hace que los
empleados se sometan y nos sometan a la tiranía de lo concreto. Pides un café
con leche y te aclaran que no está en el menú. Sin embargo, en la carta hay
leche y hay café. Pides que te traigan eso. ‘Cada uno se cobra aparte’, te
explican, lo cual ya sabías. En otro sitio pides un desayuno toluqueño ‘para
compartir’. ‘No se puede’, te informan: ‘porque viene en cazuela’. Pides que
traigan la cazuela y un plato aparte. En un laboratorio ya están listos tus
análisis. ‘¿Me los mandan por mail?’, solicitas. ‘No se puede porque están
engrapados’. Alterar lo real -desengraparlos- es un delito. Llegas a la
farmacia por el ansiado medicamento con una receta en regla: una caja de 30
pastillas de 10 mg. Sólo tienen cajas de diez pastillas. Pides tres cajas. ‘La
receta dice una caja’, responde una efigie de piedra. Te resignas a comprar
sólo una caja de diez pastillas. No te la venden: ‘Su receta dice 30
pastillas’. Llegas con tu mujer al aeropuerto. Tu maleta pesa 23 kilos con 200
gramos. Le sobran 200 gramos. La de ella pesa 14 kilos. Viajan juntos. El
encargado pide que elimines 200 gramos de tu maleta. De nada sirve alegar que
entre los dos llevan menos kilos de los permitidos. La realidad es una
molestia. ¿Por qué nos volvimos literales?”
Javier Marías:
“Uno de los elementos para medir
la hipocresía de una sociedad es su sobreabundancia de eufemismos, así que no
cabe duda de que la nuestra es la más hipócrita de los tiempos conocidos. Los hechos
son invariables, pero las palabras que los describen ‘ofenden’, y se cree que
cambiándolas los hechos desaparecen. No es así, aunque se lo parezca a los
ingenuos: a un manco o a un cojo les siguen faltando el brazo o la pierna, por
mucho que se decida desterrar esos términos y llamarlos de otra forma más
‘respetuosa’...”
Javier Cercas:
“Hay que repetirlo: la historia es
como la materia; ni se crea ni se destruye: sólo se transforma. Por eso, aunque
nunca se repite exactamente, siempre se repite con máscaras distintas. El
nacionalpopulismo actual es, visto así, una máscara del viejo totalitarismo, y
los golpes posmodernos, una máscara de los modernos. Las formas son distintas,
pero el fondo es el mismo: se trata de destruir la democracia. Al menos en Occidente,
estamos vacunados contra los viejos golpes, no contra los nuevos. Ellos son
ahora el peligro.”
“Winston Churchill, que contribuyó
como pocos a derrotar el fascismo en Europa, escribió que los próximos
fascistas se llamarían a sí mismos antifascistas; nosotros deberíamos haber
aprendido ya que los enemigos más peligrosos de nuestras democracias se llaman
a sí mismos demócratas.”
Manuel Rivas:
“...Si la ignorancia, el insulto,
lo ruin, tienen tanta presencia hoy en el mundo ‘virtual’ es porque hay un
malestar de vacío en el mundo ‘real’.”
“Palada a palada, se ha perdido la
capacidad de escuchar. La simple conversación parece hoy una utopía. Y es algo
inexplicable, pero también a lo inexplicable hay que buscarle una explicación
sin esperar al Juicio Final...”
“Yo desconfío por principio de la
gente que alardea de ser ‘políticamente incorrecta’. Ese suele ser el escudo de
bravucones mediáticos que se pasan el día vapuleando a la gente más vulnerable.
Ser machista o xenófobo no es ser ‘políticamente incorrecto’. Son averías
groseras del pensamiento.”
“Entre las especies en extinción,
la del político con el don liberal del humor y la ironía. Pululan por las
pantallas los huevones del Estado del malhumor. Ladrones de derechos,
fabricantes de sitios tristes. La respuesta es la risa...”
“En esta política algorítmica no
hay ideas ni ideales, sino tendencias o filias y fobias compulsivas. Los
expertos se mueven mejor en el secretismo, en sus cabinas de mandarines
virtuales. Por eso molesta todo lo presencial. Se desactiva la participación,
la disidencia. La mayoría de los partidos funcionan como altavoces de un poder
unipersonal. Y los electores son tratados a la vez como consumidores y materia
prima...”
“Porque, en el nutrido
supermercado de la desinformación, la verdad es incómoda y además incomoda. Hay
que trabajarla como se cosecha un cultivo ecológico. La verdad, como la tierra,
no está a la altura de una mesa de despacho. Hay que doblar el espinazo,
desechar semillas transgénicas, detectar la presencia de tóxicos, usar abonos
orgánicos y, sobre todo, sentir con las manos. Verificar. Vivimos en una
especie de Bulolandia.”
Carolin Emcke:
“Algunos ideólogos quieren que el
relato y las posiciones de nuestra época sean claros y escuetos, que no nos
turben, que no nos exijan el esfuerzo de la reflexión. Se nos quiere empujar a
las lealtades incondicionales, al ‘nosotros contra ellos’. El examen
autocrítico, el debate incierto tienen que quedar cada vez más aletargados.”
Adela Cortina:
“La posverdad es sencillamente mentira,
y rompe el vínculo humano de la comunicación en provecho de quien la cuenta, se
mida ese provecho en votos o en dinero.”
María Elvira Roca Barea:
“De un tiempo a esta parte, las
ideologías se han transformado en mecanismos que pretenden gobernar absolutamente
todos los interiores del ser humano. Esto ha ido a más: te digo lo que tienes
que decir, te creo un lenguaje, te creo unas ideas, te condeno por tener las
otras... Una sociedad democrática debe marcar unas reglas de juego muy claras y
marcar qué puede y qué no puede hacerse. Al final lo que funciona son cuatro
leyes y el resto hay que dejarlo al interior de cada uno. Lo que yo piense es
absolutamente mío.”
“Hay una mercancía que se coloca
en el mercado que consiste en decir ‘nosotros somos mejores’, para luego
señalar a un grupo y decir ‘esos son los malos y tienen la culpa de todo lo que
va mal’. Automáticamente esto te genera confort, te hace sentir superior y te
da un enemigo contra el que luchar. Eso es un mecanismo que lo echas a andar y
va solo.”
“Lo políticamente correcto existe
porque esta sociedad no tiene parámetros morales de ningún tipo. En el momento
que aparece algo o alguien que dice ‘lo bueno es esto y lo malo es lo otro’,
todo el mundo va detrás como loco. En realidad lo que faltan son catecismos y
el que venda catecismos, sean de la naturaleza que sean, va a tener un éxito
enorme.”
María José Villaverde:
“Nos creemos cándidamente que la
soberanía del pueblo conjura la amenaza del despotismo. Pero la soberanía
popular puede convertirse en la tapadera que lo esconde, en la farsa que
convierte al pueblo en actor durante el tiempo necesario para elegir a los
nuevos amos a los que unos ciudadanos negligentes, incapaces de asumir
responsabilidades, se encomiendan en cuerpo y alma. El despotismo democrático
convierte de este modo a la nación en un rebaño de animales pastoreado por el
Gobierno.”
Eliane Brum:
“La verdad se ha convertido en
autoverdad. Y la credibilidad ya no se construye con una reputación de
conocimientos puestos a prueba y expuestos al debate, sino con la percepción
emocional de ‘autenticidad’ del que la consume.”
“Parte de la izquierda mundial, de
los partidos y de los intelectuales que se autodenominan de izquierda, sin
embargo, simplemente hace caso omiso de los hechos o tuerce las evidencias para
defender lo indefendible. ¿Cómo se puede afirmar luego que es la población la
que es ignorante y no sabe entender la diferencia entre izquierda y derecha? Si
la izquierda no se hace respetar, no merece respeto. Hay que superar esta
izquierda podrida, que muere abrazada a dictadores y no admite que se
corrompió. Esta izquierda que ya no lo es molesta a la izquierda que quiere
serlo...”
“La democracia elige a los que
niegan la democracia. No es casualidad que también nieguen la crisis climática.
Son gestos conectados en el modelo autoritario actual.”
“Los políticos siempre han
mentido. Unos más, otros menos. Pero, como en la ficción, para convencer tenían
que ser verosímiles. Ganaban a pesar de mentir, y no porque mintieran. Los
peores mentían negando la verdad, no afirmando la mentira. Así actuaron los
negacionistas en el siglo XX. Negaron que los cigarrillos matan, negaron que el
amianto mata, negaron la crisis climática. Ya no se trata de eso. Más tarde que
temprano, la realidad se impone y negar ya no funciona. La radicalidad de la
situación del planeta ha impuesto que los que de hecho tienen el poder pongan
en los cargos más altos no a políticos mentirosos, sino a mentirosos cuyo
principal objetivo es destruir la posibilidad de la propia política. Criaturas
como Trump y Bolsonaro no dicen medias verdades o medias mentiras, como los
políticos tradicionales. Dicen mentiras enteras, que son decodificadas como
‘valor para decir’ y, finalmente, como ‘verdad’. Especialmente cuando
reverberan creencias reprimidas durante años por lo políticamente correcto,
como ‘sí, los gays son enfermos’ o ‘sí, los inmigrantes son delincuentes’. En
lugar de ser prejuiciosos o racistas, sus votantes se vuelven ‘auténticos’.”
Martín Caparrós:
“...Smart no es inteligente; es lo
que puede, en cierto punto, simularlo. La voluntad de traducir todo lo posible,
que tiene sus aspectos positivos, nos tendió una trampa. Allí donde el francés
o el italiano o el alemán siguen diciendo smartphone, anglicismo furioso, los
hispanoparlantes decimos teléfono inteligente. Así que, por alguna razón que
seguramente tiene que ver con vender más, ahora estamos rodeados por teléfonos
inteligentes, televisiones inteligentes, casas inteligentes. Una sociedad que
confunde la inteligencia con la astucia o la elegancia -que banaliza así la
inteligencia- solo puede ir como va esta: decidida al carajo, tan tontita.”
“Hubo tiempos en que escuchar
música era difícil: tiempos en que para que alguien la escuchara, alguien tenía
que hacerla en el mismo lugar, mismo momento. Tiempos en que lo habitual era el
silencio; en que la música era un privilegio y no un engorro, no un apremio.
Eran tiempos -que duraron milenios- en que la música se escapaba sin parar y
había que atenderla, respetarla. Eran tiempos, sobre todo, en que solo sonaban
las voces, los sonidos de los vivos: tiempos en que, para hacerse oír, no había
más remedio que estar vivo. [...] La música ya no se escucha; se oye sin
querer, sin cesar, sin atender. La música dejó de ser una experiencia: es
sonido de fondo, el ruido que precisamos para no tener que escucharnos
vivir...”
“...hemos ido armando un mundo
donde nada tiene explicación -o, por lo menos, donde la inmensa mayoría vive
sin conocerla. No entendemos procesos, conocemos funciones. Y eso funciona para
todo. Somos máquinas que no entendemos que manejando máquinas entendemos menos.
Por eso, supongo, tantas cosas nos dan tanto miedo. O, por eso, nos resignamos
a no entender, en general, el mundo: a dejar que otros ‘lo entiendan’ y lo
manejen por nosotros. Por eso, supongo, nos dejamos gobernar por quienes nos
gobiernan, contar cuentos por quienes nos los cuentan, rezar por esos que nos
rezan. Decidimos no saber, y así estamos tan bien.”
Antonio Muñoz Molina:
“...Pero el argumento nazi
fundamental viene de la epidemiología. La raza, el pueblo originario, la pura
nación inmemorial, es un organismo sano y robusto, que sin embargo puede verse
invadido por gérmenes patógenos, bacterianos o víricos. La ciencia alimenta la
imbecilidad política, pero la imbecilidad política también se contagia a la
mirada de la ciencia: el cuerpo es una especie de fortaleza sitiada por
invasores invisibles que aprovecharán la menor fisura de debilidad para
apoderarse de ella. En toda la prensa antisemita europea, en los discursos
nacionalistas de todos los pelajes, la epidemiología suministra una misma
metáfora letal: hay un nosotros sagrado, saludable, amenazado siempre,
condenado en cuanto baja la guardia, un nosotros que es un cuerpo colectivo al
que asedian microorganismos dañinos, bacterias, virus, parásitos. La tarea de
la salud pública, política o sanitaria, es la identificación del organismo
extranjero y traidor y su exterminio. El judío es el microbio patógeno que
engloba a todos los demás: al bolchevique, al apátrida, al comunista en ciertos
sitios, o aquel a quien los comunistas designan como adversario en otros. En
los años del terror en la Unión Soviética, los enemigos a eliminar son también
gusanos o parásitos, microbios traicioneros que chupan la sangre noble del
pueblo. Por eso provoca arcadas y escándalo que ahora vuelva a usarse con
desenvoltura ese lenguaje. El hocico inmundo fascista asoma cuando [...]. No
puede haber tolerancia, no hay término medio. Conceder un rango de normalidad a
esa clase de afirmaciones es aceptar la infección mental más destructiva que ha
conocido la especie humana.”
Manuel Vicent:
“El diálogo es un combate muy
duro, pero vivimos tiempos tan deplorables que hoy el diálogo convierte a cualquier
político en un elemento subversivo.”
Juan José Millás:
“¿Y si dejáramos de retocar los
cuentos infantiles de toda la vida para aplicarnos a mejorar la realidad que
comienza a imitarlos? Después de todo, la ficción nos vacuna de los peligros de
la existencia. [...] Cuando la fantasía desaparece, la realidad tiende a ocupar
su espacio.”
“La estabilidad política, ante
todo. No corremos el peligro de que las fuerzas revolucionarias arrastren a las
masas porque las masas se hallan en las fábricas y en las oficinas, cobrando
salarios de hambre, aceptándolos, asumiéndolos, doblegándose por fin a la idea
de que esto es lo que hay. Descabezados los movimientos sindicales,
ensimismados los partidos políticos de izquierda, globalizado al fin el
pensamiento ultracapitalista, no hay barrera que impida el avance ordenado de
la penuria. Solo conviene medir la temperatura social de vez en cuando, por si
fuera preciso introducir alguna medida correctora: fingir escándalo, por
ejemplo, ante el precio de la vivienda o de la luz, pero explicar urbi et orbe,
a través de los telediarios, la distorsión insoportable que introduciría su
regulación en los mercados.”
“...Todo se reduce a lo mismo: a
la cantidad de espectadores, de votos, de pasta, de ministerios, de
subsecretarías, de direcciones generales y puertas giratorias. La política es
ya, definitivamente, un programa basura en el que lo que está en juego es la
audiencia y no la salud de usted o la mía, el bienestar de su padre o el del
mío, ni siquiera la cohesión social, tan necesaria para sacar adelante un
proyecto colectivo. No, no, nada de eso. Cada día, a través de los telediarios,
la prensa o la radio, los contribuyentes nos asomamos con curiosidad a esa
especie de animalario climatizado en cuyo interior se relacionan los políticos
para advertir que, absortos en la lucha por su propia supervivencia, lo único
que esperan de nosotros es el aplauso cuando el regidor hace el gesto de batir
las palmas o el del abucheo cuando coloca las manos alrededor de los labios en
forma de bocina. Deberíamos rebelarnos contra ese pobre papel binario al que
pretenden reducirnos porque entre la ovación y el silbido hay matices que
deberíamos practicar para que no se nos atrofien las neuronas encargadas de
distinguir la riqueza de grises existentes entre el blanco y el negro. Deberían
ustedes rebajar el tono para dar una oportunidad al pensamiento crítico. No
confundan los decibelios con la agudeza mental.”
“Temo que nuestra relación con los
actores políticos empiece a parecerse a la que algunos espectadores mantienen
con los participantes de los programas concurso de la tele. Que no se valoren
sus capacidades, ni su discurso, ni su grado de sensatez o de locura: que solo
cuente que nos caigan bien o mal. Y de eso se trata quizá, de que nos olvidemos
de las relaciones económicas o de las fuerzas morales o inmorales sobre las que
se sostiene la existencia para reducirlo todo a una cuestión de antipatía o
simpatía. La política ha dejado de ser un certamen de ideas para caer en un
apego de asuntos inconscientes dominados por las adhesiones inquebrantables o
los rechazos unánimes.”
Álex Grijelmo:
“Y cabe preguntarse en este punto
si las palabras ‘negacionistas’ y ‘negacionismo’ no se quedarán cortas para
designar tamañas desvergüenzas. Porque todos esos negacionistas no rechazan
algo como puede hacerlo quien no está de acuerdo con una propuesta, o con la
alineación del equipo nacional o con la elección del menú para la boda. Los
negacionistas han emprendido un camino que puede terminar en el rechazo de las
matemáticas. No sólo discuten la realidad comprobada, sino que inventan ‘hechos
alternativos’ que conecten con las emociones de quienes están dispuestos a
aceptar cualquier idea que congenie con sus prejuicios. No sólo niegan algo:
son mendaces. Este adjetivo, que ya en latín significaba ‘mentiroso’ [...],
evoca la actitud de la mentira continuada, la conducta habitual, la costumbre
de engañar. Rechazar la historia, las verificaciones de la ciencia y las
comprobaciones de la estadística para crear en su lugar teorías indemostrables
no es simplemente negar; es mentir. Mentir como lo entendería un juez: con
riesgo para el mentiroso de ser condenado por su falso testimonio. [...] Hay
una mendacidad que se basa en la corrupción de los argumentos, en el rechazo de
la razón. Negar la evidencia es la forma posmoderna de mentir. Y tanto el verbo
‘negar’ como sus derivados empiezan a funcionar aquí como un eufemismo.”
“Los seres humanos nos estamos
inclinando cada vez más por cambiar las palabras en lugar de arreglar la
realidad que transmiten. Lo que logre mostrar un espejo manipulado nos atrae
más que aquello que se le pone delante. El lenguaje políticamente correcto
consigue así la satisfacción de sus promotores, que de ese modo se sienten
progresistas, respetuosos..., mientras a su alrededor continúan los desmanes.”
“Algunas expresiones inocentes que
contienen la palabra ‘negro’ se están volviendo sospechosas en países
hispanohablantes con riqueza de razas: ‘lo veo muy negro’, ‘dinero negro’,
‘bestia negra’, ‘tener la negra’, ‘leyenda negra’... Hay quien las considera
ofensivas para los negros. Pero las ofensas no residen en las palabras, sino en
la intención con que se pronuncian: los españoles sabemos bien que ciertos
insultos se dicen a veces como expresión de cariño. En castellano podemos
afirmar también que alguien es ‘muy diestro’ en una materia, y no por eso se
ofenden los zurdos. [...] Del mismo modo, la palabra ‘negro’ no comunica nada
ofensivo en las referidas locuciones, sino que forma una metáfora sobre la
ausencia de luz...”
“En la lucha contra los racistas,
más que combatir ciertas palabras hay que combatir ciertas intenciones. El
racismo ofende a la humanidad, pero también ofende ser tachado de racista
simplemente por usar la palabra ‘negro’ en una lengua que no la acuñó con
desprecio. El problema radica a veces en que se tiene poco en cuenta la cultura
del otro, para que prevalezca la propia: ‘Me da igual que en tu cultura esa
palabra no sea ofensiva. Lo es en la mía'. Y eso constituye también una forma
de supremacismo.”
Mario Vargas Llosa:
“El vocabulario político de
nuestro tiempo está hecho de lugares comunes y tal vez ese abismo que
percibimos entre lo que dicen los discursos de los profesionales de la política
y la realidad de la vida política sea tan grande que la confusión haya hecho
presa del mundo, tanto en los países desarrollados como en los
subdesarrollados. ¿A quién creer si lo que oímos por doquier son generalmente
mentiras, cosas obvias o flagrantes disparates en los que no creen ni sus
propios voceros?”
Moisés Naím:
“Es irónico que en esta era donde
sobra la información, falte tanto la verdad.”
“Los charlatanes siempre han
existido. Son bribones que con gran habilidad verbal logran venderles a los
incautos algún tipo de producto, remedio, elixir, negocio o ideología que, sin
mayor esfuerzo, les quitará sus penas, aliviará sus dolores o los hará
prósperos. Últimamente, el mercado de la charlatanería, especialmente en la
política, ha tenido un gran apogeo. Ha aumentado tanto la demanda como la
oferta de soluciones simples a problemas complejos. A la demanda la impulsan
las crisis y a la oferta la potencian las redes sociales”.
Trabajé, a principios de siglo, en
un instituto de enseñanza del inglés en el que mis colegas, pobres criaturas,
llamaban, y con voz engolada cuando los buscaban para que les abrieran el salón
donde tenían clase, “guardas” a mis amigos los celadores -palabra noble donde
las haya-, que no en pocas ocasiones se enfadaron conmigo cuando yo, necesitado
también de que me franquearan una entrada, le preguntaba a alguno que si era
celador. “Guarda, profesor -me reconvenían de veras ofendidos-. Yo soy guarda.
¿Qué se le ofrece?”. Tiempo después, en las aulas de la Universidad Pedagógica
Nacional, les correspondió el turno de la indignación a muchachas de feminismo
ardiente y a buenistas de toda condición que, un semestre sí y el otro también,
me interrumpían por ejemplo el saludo de bienvenida o una explicación
cualquiera, y sólo porque en él no había duplicaciones de género -las
triplicaciones aún no existían- o en ella perífrasis innecesarias para hablar
de negros, de indígenas, de homosexuales o de discapacitados, poblaciones que
felizmente dignificaban el campus con su presencia y experiencias. Para no ir
muy lejos, muchos de los ciegos que conozco e incluso muchos a los que jamás he
visto en mi vida, me tienen por un enemigo de su causa inexistente simple y
sencillamente porque me niego en redondo a hablar de “personas en situación de
discapacidad visual” y porque defiendo la verdad grande como un estadio de que
claro que somos “limitados visuales” y por ende “sensoriales”. Tal verdad les
talla y no comprendo por qué pues, hasta donde sé, ni podemos pilotear aviones
ni manejar carros o disparar al blanco, o al menos no con el propósito y la
pericia con que lo hacen los que saben y pueden. Por lo anterior, invito a
todos los sensatos que amen y respeten el español (o el castellano, si les
suena más eufónico) a que no transijan un ápice -o a que recompongan y dejen de
hacerlo- con las exigencias absurdas de inclusión que lo comprometan, pues ni
su sintaxis ni su gramática son los escenarios en los que se deberían estar
librando esas luchas que si nada concreto y favorable producen todavía es por
culpa de sus gestores en el colmo de la desorientación y la falta de norte.
taras que los mercaderes de la política en cambio sí saben cómo capitalizar.
De lo que no tiene nombre entre las vilezas humanas
William Ospina:
“...Solo de un poder carecemos, y
es el poder de controlarnos a nosotros mismos. Desde que Dios murió no hay
freno para el hombre y, a pesar de San Pablo, todo parece indicar que los
dioses no resucitan. ¿Qué podría salvar a una especie que necesita dioses pero
que ya no es capaz de creer en ellos? Porque lo que ha muerto no son los dioses
sino nuestra capacidad de creer en ellos. Aquí lo divino está por todas partes.
Pero el ser humano conquistó su sueño prometeico, asumió los poderes divinos:
ya puede mover montañas, abrir mares, rediseñar el mundo, obrar milagros nuevos
cada día. Él mismo ha sido capaz de vencer la ley de la gravedad, de acelerar
la historia, de intervenir la vida, de abrir el átomo y de alterar las letras
del código genético. Nuestra aventura actual es más asombrosa que cualquier
novela: ahora podemos ver a voluntad cosas que antes solo eran posibles en los
sueños, estamos más llenos de visiones que el opio y más llenos de poderes que
los genios de las mil y una noches. Pronto sabremos que recibimos más
bendiciones que las que éramos capaces de agradecer y más fuerzas que las que
éramos capaces de controlar. [...] Llegará el día en que no solo sintamos
admiración y fascinación por lo que somos y lo que podemos hacer, también es
posible que un día empecemos a tener miedo de nosotros mismos, espanto de
nuestros méritos, angustia ante nuestros alcances. Cuanto más cerca estemos del
peligro más advertiremos que lo único que de verdad ha puesto la vida entera
bajo amenaza no fue nuestra ignorancia, y ni siquiera nuestro conocimiento,
sino nuestra falta de límites. Ahora es un orgullo no tener límites, es una
prueba de ingenio, una muestra de nuestro incomparable talento. Pero tal vez
llegará el día en que algo en nosotros implorará por un límite como implora un
poco de agua el que muere de sed. Tal vez un día busquemos desesperados al dios
que no existe, para rogarle que no sepamos tanto, que no estemos tan llenos de
poder transformador, que el vértigo no nos haga irreconocibles, que haya un poco
de paz para la mente y, como quería Joseph Conrad, un poco de consuelo para la
imaginación. Y entonces sabremos lo que significa que el dios no esté ya allí
para salvarnos, que nuestro único triunfo posible sea ser derrotados.”
Elvira Lindo:
“Todos contaminamos. Entre otras
cosas, porque no sabemos cómo movernos, disfrutar, estar en casa o trabajar sin
contaminar, pero hay que disminuir el impacto individual en la medida de lo
posible. Hay personas que se sienten agredidas cuando se les conmina a no
viajar tanto en avión, o se les insinúa que se puede elegir otro tipo de ocio
que no sea un crucero, hay personas que compran ropa para tirarla a los dos
meses, las hay que presumen de la baratura de un modelito sin tener en cuenta
de dónde procede, cuánto contamina su producción, cuántas vidas esclaviza. Y
hay quien afirma que el compromiso individual no arregla nada, que es pueril,
como de ecologista de salón, que la única salida es la presión a los acuerdos
internacionales. En mi opinión, esa exigencia política a los estados ya no
puede estar exenta de un cambio sustancial en nuestro día a día.”
Manuel Rivas:
“La producción catastrófica sigue
adelante. A los científicos con alma solo los escuchan los árboles.”
“La tristeza ecológica es una
pandemia que ya tiene nombre, solastalgia, un híbrido de consuelo y nostalgia,
creada por el filósofo Glenn Albrecht. Expresa la angustia ante la degradación
del medio en que se vive o se ha vivido. La tristeza ecológica responde a una
doble pesadumbre: la pena por la pérdida de lo que existía y la angustia por la
ausencia de porvenir. La sequía, cuando ha venido para quedarse, también seca
las almas. Las luciérnagas desaparecidas dejan cadáveres de sueños. Los
salmones que ya no entran en los ríos y que se mueren en el calor del deshielo
de Alaska hacen añicos las pantallas de los televisores cuando aparece un
documental preciosista. Los incendios que dejan cicatrices incurables, sea en
Canarias o en Siberia. El dolor ecológico, la tristeza ambiental, la
solastalgia no aparecen en las encuestas sobre el estado de salud. La gente que
tiene que abandonar sus tierras, por la sequía, por la sobreexplotación minera,
por la apropiación del agua por grandes empresas. La multiplicación de
suicidios en zonas campesinas. O las depresiones en gente que no conocía ese
hundimiento...”
“Todo es frágil. Lo duro es
constatar tanto espacio de fragilidad. La fragilidad en que vive gran parte de
la infancia, con hambre y enfermedades de la edad de la peste. La fragilidad de
tantas personas que viven al día. La fragilidad de los que tienen que alquilar
su trabajo por horas y a un precio irrisorio, digamos un dólar por hora, sean
las manos en talleres sórdidos o el cerebro para los gigantes tecnológicos. La
fragilidad máxima de los inmigrantes y refugiados en ruta, en pateras por mar o
siguiendo los osarios que jalonan los desiertos. La fragilidad de las
periodistas que apuestan la cabeza por contar la verdad en la geografía del
miedo, donde gobierna el neofeudalismo y la economía criminal. Todo es frágil.
La naturaleza sometida a una guerra incesante, con un frente infinito donde
hostigan las fuerzas y la maquinaria pesada del capitalismo impaciente. Un
proceso acelerado de envenenamiento por tierra, mar y aire. La fragilidad de
las aves. Debería prepararse la orden de búsqueda y captura para quien mate al
último ruiseñor. La fragilidad de las personas no humanas como los orangutanes,
víctimas de un auténtico genocidio. La fragilidad de las luciérnagas, que van
apagándose para siempre en la noche de Europa...”
Eliane Brum:
“Toda la ilusión de que el mundo
está controlado por humanos se ha disuelto en un tiempo récord. Y la humanidad
finalmente ha descubierto que hay un mundo más allá de sí misma, poblado por
otros que incluso pueden acabar con nuestra especie. Otros que ni siquiera
podemos ver. En vida, encerramos animales maravillosos en jaulas, creamos
campos de concentración para bueyes, cerdos y gallinas, envenenamos peces con
mercurio solo porque nos gusta el oro, promovemos holocaustos diarios para
alimentarnos, violamos vacas con aparatos porque queremos comernos a sus
tiernos bebés en comidas refinadas y queremos robarles la leche día tras día,
arrancamos la selva para hacer campos de soja para alimentar a los animales
esclavizados. Podemos hacer de todo. Y, entonces, llega el virus, que no está
interesado en darnos ningún mensaje, solo se ocupa de sus propios asuntos, y
nos muestra: vosotros, los humanos, no estáis solos en este planeta ni tenéis
el control que creéis que tenéis. Y los que se burlaban de los científicos del
clima y de la Tierra, que calificaban la crisis climática de ‘complot
marxista’, ahora quieren saber cómo la ciencia puede salvarlos de la bolita
peluda. [...] La gente juega con todo y está lista para creerse cualquier
tontería, incluso que la Tierra es plana, siempre y cuando se le garantice que
podrá seguir su camino zombi. Pero la gente no juega con la salud. Cuando se
trata de salud, incluso la Tierra plana da vueltas.”
Gustavo Martín Garzo:
“Hemos dado la espalda al mundo
natural. No me refiero solo a que contaminemos ríos y mares, nuestras fábricas
envenenen el aire, o transformemos las costas en una urbanización sin fin, sino
que hemos dejado de escuchar lo que nos dice la naturaleza. El hombre actual se
ha separado de los ríos, las montañas, las estaciones y los animales, y ha
transformado la naturaleza en poco más que un telón de fondo que decora sus
excursiones dominicales. El dictamen de Ludwig Wittgenstein acerca de que todo
lo que sabemos es por gracia de la naturaleza dudo que pueda resultar
comprensible al hombre de hoy.”
Manuel Vicent:
“A estas alturas de los tiempos ya
sabemos que el infierno más aciago consiste en emponzoñar las fuentes, ensuciar
el cielo, destruir el suelo y escarbar el subsuelo hasta hacer inhabitable este
planeta, de modo que cada especie que se extingue es la premonición de la
muerte que le espera a la humanidad al final de su ciego camino hacia el
acantilado.”
“...Los pulpos gigantes que
atacaban a Ulises son hoy los miles de millones de toneladas de plásticos que
flotan sobre el espíritu de las aguas y amenazan con crear nuevos continentes.
El mar podrido es ahora el espejo deformante donde se refleja nuestro
inconsciente colectivo. El fin del mundo no llegará con una lluvia de fuego
anunciada por las trompetas del arcángel ni será producto de las enormes
calabazas de una guerra nuclear. Este planeta puede acabar ahogado bajo el
insondable cúmulo de mierda que expele la humanidad. Nuestra alma es
biodegradable, pero el plástico es inmortal”.
Supe de la existencia maravillosa
de Greta Thunberg en agosto de 2019 y desde entonces, solo por curiosidad, me
di a la tarea de preguntarles a mis estudiantes universitarios por ella y sus Fridays
for Future, con resultados que me desconsuelan cada nuevo semestre. Sin
exagerar, ocho de cada diez muchachos jamás han siquiera oído su nombre y
prácticamente diez de diez se quedan tan panchos cuando se enteran de quién es
y de aquello con lo que sueña. ¿Viernes por el Futuro en Colombia? Hasta antes
de la pandemia, nada de eso: a lo sumo, viernes para la farra, o sea lo mismo
que también mi generación y las anteriores festejamos como posesos. ¿Y entonces
de dónde -me pregunto cada que lo oigo- el bulo machacón este de que son “los
jóvenes del mundo” los que están clamando a gritos por una transformación
profunda de los hábitos más lesivos para el planeta y por un viraje brusco de
las políticas con que los estados se postran ante el mercado? ¿O será que mis
estudiantes -me increpo con acritud-, jóvenes privilegiados de entre 16 y 25
años más o menos, son la excepción de la regla? Porque también con ellos hablo
de por ejemplo las fortunas más exorbitantes de Forbes y de los sueldos
astronómicos de famosos del deporte y lo que encuentro son respuestas que
avalan semejantes distorsiones de la economía de mercado, claro que de lejos
más sinceras que las de mis ex estudiantes de universidad pública, repetidores crónicos
de clichés de igualdad y justicia y nada más que eso. ¿Y yo, su profesor? Una
más de los miles de millones de rémoras en el camino del todo impracticable que
intentan recorrer la sueca, un colombiano igual de prodigioso llamado Francisco
Vera y los que sí arriman el hombro.
Coda: algo tiene que andar muy mal
aun entre la minoría pensante cuando un sabio de sus quilates y estudioso de la
ética en tantos de sus escritos decretó no mucho ha, por medio del exabrupto
que me apresto a citar, esta suerte de patente de corso a la destrucción del
planeta: “Porque lo que llamamos contaminación no es sino un efecto necesario
de la civilización. Algo a lo que habrá que acostumbrarse, cuando nos cansemos
de predicar.” Pero eso no es todo: ¿qué le respondería Savater a niños de
verdad inteligentes y conscientes de que claro que se tiene que hacer lo que
toque y más para combatir la contaminación si un día le cuestionaran ‘Las
ganas’, otra columna-exabrupto suya en la que se podrían apoyar, si leyeran
-menos mal que no-, Trump, Bolsonaro y los millones a que representan y de
quienes reciben los votos? Que me perdone don Fernando, a quien mucho admiro,
pero uno no puede escribir Ética para Amador, El valor de educar y tantos otros
títulos valiosísimos para de golpe desdecirse y contradecirse y menos aún con
el desdén con que lo hace, por ejemplo en aquel artículo infortunado.
Sobre la historia y en referencia a este presente con sus
tontas y tontos, fanáticas y fanáticos, tonterías y fanatismos varios
Eduardo Escobar:
“Es imposible juzgar el pasado
desde esta orilla del tiempo, por deplorable que parezca para la conciencia
moderna. Tirar las estatuas no es más que un gasto inútil de energía. Un gesto
vacío.”
William Ospina:
“Si algo nos está diciendo el
presente, es que la humanidad nunca alcanzó sus grandes conquistas para
siempre, que cada generación tiene que defender lo que hicieron sus padres, que
se requiere solidaridad entre las generaciones humanas y que vivimos en una
edad ingrata y estúpida donde no valoramos los esfuerzos del pasado, sus
grandes gestas y sus grandes sueños, y estamos embelesados de maquinitas
mientras el milagro de la civilización, de las civilizaciones, es despreciado y
arrojado como un fardo inútil. Una humanidad incapaz de aprender de su historia
la repetirá miles de veces...”
Arturo Pérez-Reverte:
“La nueva Inquisición se propone
achicharrar cuanto no encaja en sus nuevas reglas narrativas e incluso
imaginativas. Calculen el extenso campo de que disponen. La cantidad de
material para la guillotina del porcentaje. Tres mil años de literatura a los
que aplicar la perspectiva de género: desde las mujeres reducidas a la
condición de diosas, esposas y esclavas en La Ilíada hasta la inexplicable
ausencia de señoras junto a Cervantes en la batalla de Lepanto, la misoginia de
don Francisco de Quevedo -hay profesores que ya no se atreven a mencionarlo-,
el desafecto de Sherlock Holmes hacia las mujeres, la escasa paridad entre los
legionarios de Beau Geste o la pederastia explícita en la Lolita de Nabokov,
entre otros muchos títulos. Los rastreadores de agravios se van a poner las
botas.”
“Pocas veces he visto, pese a que soy
contumaz lector de historia, fabricar borregos con el entusiasmo de la última
década. Y no hablo sólo de borregos manipulables, sino de carne dócil para el
matadero. De voluntades dispuestas a subirse al tren cuya última y única parada
es un lugar donde humean chimeneas simbólicas, o no tan simbólicas. Donde se
queman la inteligencia y el sentido común. Donde analfabetos borrachos de poder
mediático o político liquidan tres mil años de cultura y razón. Donde,
esperando turno, languidecen famélicos, esperando crematorio, Homero, Virgilio,
Platón, Sócrates, Kant, Cervantes, Voltaire, Dante, Montaigne, Shakespeare y
los demás. Los que convirtieron Europa en foco de luz, derechos y libertades
que iluminaron el mundo. Esa Europa hoy estéril, caricatura de sí misma,
contaminada del estúpido buenismo que arraigó en los campus universitarios
norteamericanos hace medio siglo y que ahora, retorcido hasta el disparate, lo
contamina todo y nos envenena a todos. [...] Las épocas tardan en pasar, y los
imperios, siglos en caer. Pero la Europa en cuyo respeto fui educado, el mundo
cultural e intelectual del que se nutren mi vida y mi trabajo, está sentenciado
a muerte. Este lugar que fue luz del mundo, cuna de ideas, humanismo y cultura,
es hoy una payasada grotesca, remedo de lo que él mismo generó y que, devuelto
tras la manipulación del tiempo y la estupidez, lo enfrenta a su propia
caricatura.”
“...Y, bueno. Equivocado o no, es
lo que pienso. En esa grisura triste que ensombrece el horizonte, los libros,
la ciencia lúcida, la cultura, los pequeños núcleos de resistencia que puntean
la batalla perdida, serán -lo son ya para muchos- como los antiguos monasterios
que pusieron a salvo parte del mundo que desaparecía, preservándolo así para el
futuro. En ellos, conscientes de la imposible victoria, se refugiarán unos
pocos mientras afuera cabalgan y vociferan los bárbaros. Y ahí se reconocerán
entre ellos con sonrisa cómplice, como monjes medievales, dándose calor unos a
otros en el duro invierno que se avecina.”
Javier Marías:
“Demasiada gente ha decidido
abrazar el cuento que le gusta, como los niños, independientemente de que sea o
no verdadero. El historiador actual se desgañita: ‘Pero oigan, que esto no fue
así, que esta versión es falsa, que nada hay que la sostenga’. Y la respuesta
es cada vez más: ‘Eso nos trae sin cuidado. Nos conviene este relato, nos
complace esta ficción, y es la que mejor se adecúa a nuestros propósitos. Es el
espejo en que nos vemos más favorecidos, a saber, como víctimas y ofendidos,
como sojuzgados y humillados, como mártires y esclavos. Sin esos agravios a los
nuestros, no vamos a ninguna parte ni podemos vengarnos. Y de eso se trata, de
vengarnos’. [...] Cuando los opresores palmarios se reclaman también oprimidos,
y con ellos el planeta entero, algo está funcionando muy mal en las cabezas
pensantes. Quizá es que grandes porciones de la humanidad ya no alcanzan el uso
de razón, como se llamaba antes, que nos sobrevenía más o menos a los siete
años.”
“...Si yo no soy gay, no permitiré
que los gays se casen ni exhiban. Si yo nunca abortaría, ha de castigarse a
quienes lo hagan. Si no soy comunista, hay que perseguir a quienes lo sean. Si
no soy independentista, hay que ilegalizar a los partidos de ese signo. Si no
fumo ni bebo, el tabaco y el alcohol deben prohibirse. Si soy animalista, han
de suprimirse las corridas y las carreras de caballos. Si soy vegano, hay que
atacar y cerrar las carnicerías, las pescaderías y los restaurantes. Esa es hoy
la tendencia de demasiada gente ‘islamizada’ y fanática: lo que yo condeno
tiene que ser condenado por la sociedad, y a los que se opongan sólo ccabe
callarlos o eliminarlos.”
“La normalización consistía -y esa
era la justa aspiración feminista- en que el sexo resultara indiferente. En que
no se juzgara nada en función de él. Ni la capacidad, ni la competencia, ni el
talento, ni el mérito o el demérito. Entre mis colegas escritoras, por ejemplo,
lo que más las irritaba era que se las llamara a conversar con otras autoras
sobre ‘literatura femenina’ o ‘de mujeres’. Señalaban con razón que a los
novelistas nadie nos reunía para que habláramos de ‘literatura de varones’. Eso
indicaba que todavía, pese a todo [...], el que las mujeres escribieran se veía
como algo cercano a una curiosidad, por no decir a una anomalía. Era como si se
las confinara a un gueto. [...] Esa tendencia se ha ido al traste, y esta vez
por imposición del último feminismo. Parece que hubiera una legión de
‘sexadores’ mirándole el sexo a todo: a la literatura, al cine y a la
televisión, a la música y al teatro, a los consejos de administración y a los
ministerios, a la justicia y a la ciencia y a la enseñanza. Continuamente se
señala el número de mujeres que intervienen en algo, y, casi por sistema, se
subrayan y ensalzan sus contribuciones. Si antes había ninguneo -hasta cierto
punto-, ahora se va a marchas forzadas hacia el enaltecimiento indiscriminado,
lo cual constituye otra forma de gueto. [...] Y una vez más, me parece, son las
mujeres las que salen perdiendo.”
“Pedir perdón en nombre de otros
es un disimulado acto de soberbia, por mucho que seamos sus ‘herederos’. Lo que
alguien hizo, bueno o malo, sólo a él pertenece. Los vivos no somos quiénes
para atribuírnoslo (lo bueno) ni para enmendarlo y penar por ello (lo malo).
Aún menos para ‘repararlo’. Para los asesinados no hay reparación posible, ni
para los esclavizados. Sus supuestos descendientes no han padecido lo mismo, o
sólo muy indirectamente. A quienes se dañó ya no hay modo de compensarlos, ni a
quienes sufrieron injusticia. Ocurrió (lleva ocurriendo la historia entera), y
los únicos culpables también están muertos, ya no es posible castigarlos.
Extender las culpas indefinidamente en el tiempo, a los individuos ‘similares’,
a los países o a las instituciones, es una vacuidad oportunista y peligrosa. Y
quienes se avienen a pedir perdón (sean la Iglesia, Alemania, Francia o España)
demuestran ser unos arrogantes. Tan arrogantes como si el Estado español actual
se atribuyera la grandeza de Cervantes y Velázquez o el italiano la de Leonardo
y Dante. Cada cual hace lo que hace, y nadie más debe reclamar para sí el
mérito o el demérito, la proeza o la tropelía. No son nuestros.”
“Cualquiera se puede sentir
ofendido, herido o ultrajado por cualquiera y por cualquier cosa. Porque
respiremos cerca, porque existamos, no digamos por una opinión contraria y por
lo tanto ‘perturbadora’. Si hacemos caso, si nos tomamos en serio la
subjetividad de cada individuo ególatra, o mojigato, o hipersensible y frágil,
o directamente demente, no sólo morirá la literatura [...], sino el cine y
todas las artes, la filosofía y el pensamiento, la discrepancia y el contraste
de pareceres, por supuesto la discusión y la argumentación. Hay políticos y una
buena parte de la población que buscan eso, supongo que se han percatado, y no
debemos dejarlos salirse con la suya si no queremos una vida uniforme y plana.
Entre la ristra de ‘derechos’ infundados y absurdos que muchos se están sacando
de la manga, figura ‘el derecho a no sentirse ofendido’, como si los
sentimientos fueran objetivables. No lo son, y en el reino de la
susceptibilidad nada es factible. Es hora de que ante tantos ‘vejámenes’ y
‘heridas’, dejemos de asustarnos y acobardarnos y contestemos alguna vez: ‘Por
favor, absténganse de tonterías y ridiculeces. Así sólo vamos hacia atrás’.”
“Que se condicione o se dicte lo
que debemos filmar, pintar, escribir, qué temas debemos tocar y desde qué
posición, es totalitarismo, no hay otra palabra. Yo no hago cine, pero sí
novelas. Durante décadas los autores españoles tuvieron prohibidos por la
censura franquista asuntos, posturas, términos [...]. No llevo 50 años
publicando para que ahora los usurpadores de ‘la izquierda’ me coarten o me
impongan de nuevo lo que decido o puedo contar; qué actitud han de tener mis
criaturas de ficción; si entre ellas ha de haber un 30% de intersexuales, o de
negros, magrebíes, anoréxicos o gordos, no vaya a incumplir las tajantes
directrices de ‘inclusividad’ y ‘diversidad’ y contribuir a su ‘infrarrepresentación’.
Costó prisión y muerte que se admitiera la plena libertad creadora y artística,
aquí y en otros países, para que hoy vuelvan las cortapisas dictatoriales, así
se disfracen de ‘buenas causas’. También los nazis, los franquistas y los
soviéticos estaban convencidos de la bondad de las suyas, no se crean que no.”
“¿Qué no estará mal visto en esta
época opresora?”
Javier Cercas:
“Una de las perversiones de
nuestro tiempo consiste en la sacralización de las víctimas; o si se prefiere:
en la conversión de las víctimas en héroes. Porque, sobra decirlo, las víctimas
(de la guerra, del terrorismo, de cualquier violencia o tropelía) merecen toda
nuestra solidaridad y nuestro apoyo, empezando por el económico y terminando
por el político; pero no necesariamente son héroes, entre otras razones porque
una víctima es por definición pasiva, mientras que un héroe es por definición
activo. Claro que una víctima puede ser a la vez un héroe, igual que un héroe
puede ser una víctima; pero ambas condiciones pocas veces coinciden. Nuestra
época, no obstante, ha decretado que siempre lo hacen...”
Rosa Montero:
“La democracia consiste en
intentar domesticar al monstruo que nos habita, pero hay gente que parece
haberse puesto de acuerdo en cultivar al bicho. En mimarlo, alimentarlo y
sacarlo a pasear con fatua ostentación. Es como si, de repente, se les
estuviera incendiando la cabeza y empezaran a inventarse no sé qué históricos
agravios, qué venganzas. Y se vanagloriaran no de la convivencia, sino de la
violencia. No de los valores de la civilidad, sino del enfrentamiento. Qué
orgullosos los veo de su odio.”
“...me acongoja. Me entristece la
debilidad de los humanos; que muchos escojan creer a pies juntillas en un
disparate colosal porque prefieren una explicación simplista para su dolor,
algo que les proporcione un sentido y unos malos a los que culpar, en vez de
tener que admitir que no somos más que hormigas indefensas y pataleantes en el
caos de la vida. Me compadezco de su miedo, que ellos convierten en rabia, y me
avergüenzo de su falta de hembría (que es como hombría en versión femenina: lo
que viene siendo falta de entereza). [...] ¿Qué podemos hacer con esa gente?
¿Cómo convivir con vecinos que de pronto nos parecen delirantes? No es fácil
enseñarle la realidad a quien se empeña en estar con los ojos cerrados. Pero
quizá el humor sea una vía; el humor es un arma poderosa contra necedades y
pamplinas. Ridiculicemos sus teorías ridículas e intentemos ayudar a los
brotados.”
Elvira Lindo:
“Pero el fanatismo existe. Vivimos
en un tiempo en que cualquier buena causa puede degenerar en religión y, por
tanto, exigir su hoguera de infieles. Curioso: utilizan un lenguaje muy cursi
para la defensa de lo suyo y otro que roza lo delictivo para referirse al
impuro.”
“Andamos hoy tan atrapados en
nuestras convicciones, tan seguros de que la razón está de nuestra parte, que
nos resulta difícil reír una mofa que desmonte por unos instantes nuestro sesgo
ideológico.”
“...la enfermedad de nuestro
tiempo: la imposibilidad de esperar. Discutimos sobre la insaciabilidad de los
niños, pero en realidad ellos se crían a nuestra imagen y semejanza. Yo veo
series porque otros las ven y las recomiendan, porque se empieza a hablar de
ellas antes de que estén disponibles, porque saben hacernos la boca agua y
provocar en nosotros una imperiosa necesidad de consumir lo que otros consumen.
Dos, tres capítulos al día, cuatro si es que la historia te vuelve loca. En
realidad, creo que el ritmo de consumo cultural más saludable y humano es el que
impone el libro de papel. Si fuera psiquiatra lo prescribiría. A niños, sobre
todo. Casi como un antídoto contra la ansiedad.”
María Elvira Roca Barea:
“...esto de que alguien pueda
venir a reclamar los daños que le hicieron a su abuelo me tiene bastante
asombrada. Como vivimos en este crecimiento exponencial del rollo identitario,
todo el mundo quiere pertenecer a una tropa y a ser posible a una tropa de
agraviados.”
Fernando Savater:
“Es tiempo de calabazas huecas,
satisfechas de sí mismas con su sonrisa mellada y su velita dentro para fingir
en sus ojos vacíos la chispa de caletre que les falta.”
“Lo que a mí me abruma es que el
cretinismo puritano de sacristanes y petardas alcance definitivamente estatura
universal.”
“Ahora pasamos por una etapa iconoclasta,
como tantas ha habido, en la que los menos o peor educados intentan acabar con
documentos de cultura para así purificarse de los testimonios de barbarie. El
pasado es el enemigo de quienes no son capaces de gestionar el presente más que
a empujones: creen que así sólo permanecerá a la vista su rigor moral sin
raíces... y se quedarán con todo.”
Manuel Vicent:
“Puestos a pasar la historia por
la lima del siete, aquí no se salva nadie, empezando por Jehová y terminando
por el tendero de la esquina. No se pueden juzgar con la sensibilidad de hoy
los hechos crueles, fanáticos, visionarios que sucedieron hace cientos de años
sin poner a toda la humanidad patas arriba. [...] La historia todo lo tritura.
En el futuro también nosotros seremos juzgados y declarados culpables, como
gente insensible, tosca y brutal, por convivir con toda naturalidad con
injusticias y hechos muy crueles sin que se nos indigestara la comida.”
Juan José Millás:
“Imaginemos un hospital en el que
los enfermos viven pendientes de la salud de sus médicos; un parvulario donde
los críos han de poner orden y enseñar canciones infantiles a sus profesores;
un hogar en el que los hijos pequeños salieran a trabajar todos los días
mientras los padres se van al instituto... Un mundo al revés, en fin, que hasta
ahora venía siendo materia para la ficción y que de súbito ha saltado a la
realidad.”
“Entregas ultrarrápidas: he ahí la
clave del éxito. ¿Por qué? Porque lo necesitamos todo ya. Necesitamos lo que no
necesitamos con urgencia, ahora, en este mismo instante. ¿Y lo esencial? A lo
esencial hemos renunciado. Para lo esencial no tenemos prisa alguna. [...] El
objetivo de la rapidez, a ver si vamos entendiéndonos, no es otro que el de
calmar la ansiedad. [...] El problema es que la rapidez crea adicción y cada
día necesitas más velocidad para obtener los mismos efectos calmantes.”
Mario Vargas Llosa:
“Es inútil, el miedo al inmigrante
es el miedo ‘al otro’, al que es distinto por su lengua o el color de su piel o
por los dioses que venera, y esa enajenación se inocula gracias a la demagogia
frenética en que ciertos grupos y movimientos políticos incurren de manera
irresponsable, atizando un fuego en el que podríamos arder justos y pecadores a
la vez. Ya ha pasado muchas veces en la historia, de manera que deberíamos
estar advertidos.”
Alejandro Merlín:
“Es muy sencillo hacerle reproches
al pasado. El pasado tiene el defecto de fábrica de ser anacrónico, y nosotros,
aquí y ahora, tenemos la fraudulenta virtud de vivir en el presente. Quizá por
lo anterior me parecen ridículos los juicios contra aquellos escritores que
‘eran buenos, pero no se parecían a nosotros, los ultramodernos’; ‘era un buen
escritor, pero odiaba la naturaleza’; ‘era un buen filósofo pero estaba a favor
de la monarquía’; ‘era una buena poeta, pero era monja y ahora es santa’;
‘conocía al ser humano pero era un burgués’ [...]. Solemos hacer del pasado un
bárbaro. Y hacemos del pasado un bárbaro para menguar la barbaridad de nuestra
sociedad y nuestro presente. [...] Nosotros, que nos sentimos puros y
ultramodernos, y que vemos con una sonrisa impostada de satisfacción el
infantilismo reaccionario del pasado, seremos también juzgados por alguna
sociedad que, esperemos (siendo absurdamente positivos), será mejor. No olvidemos,
de cualquier modo, que no estamos exentos de defectos que ni siquiera
sospechamos. Ya lo dijo Tzvetan Todorov: ‘No hay peor prejuicio que creer que
podemos razonar sin prejuicios’. ¿De qué barbaridades nos acusará el futuro?”
John Carlin:
“Según el nuevo dogma, el mundo se
divide entre víctimas y agresores, y para los últimos no hay perdón. El
movimiento woke tiene cuatro artículos de fe: ‘todos los blancos son racistas’;
‘todos los hombres son violadores’; ‘todas las feministas son transfóbicas’;
‘todos los imperios han sido malvados’. Al principio los castigados eran gente
de una cierta edad cuya generación ni estaba al tanto de las nuevas reglas ni
entendían que ciertos temas no admiten bromas. El viejo profesor universitario
que dijo que las mujeres lloraban más que los hombres y perdió su trabajo; la
líder feminista de los años setenta cuyas conferencias fueron canceladas tras
declarar que ‘cortarle los huevos a un hombre no significa que sea mujer’; el
veterano periodista de The New York Times que utilizó la palabra nigger
(ultraverboten para los blancos, no para los negros) en un contexto ni racista
ni insultante pero la dijo y por eso su diario le despidió; y, bueno, la lista
de ejemplos daría para una colección de libros más extensa que los de Harry
Potter, cuya autora ha sido crucificada por atenerse a la arcaica noción de que
existe una diferencia biológica entre un hombre y una mujer. La sombra de la
muerte en estos tiempos de plaga nos debería haber dado un sentido más refinado
de la proporción. Pero no. Lo más reciente es que la revolución woke, como casi
todas las revoluciones, está devorando a los suyos. Hoy los objetivos de la
nueva ira puritana son los que habitan sus propios recintos. La pureza debe ser
absoluta, coherente a lo largo de toda una vida.”
“...vivimos tiempos en los que,
cada día más, la mentira no se distingue de la verdad, lo frívolo pasa por
serio, el postureo reemplaza la acción, el griterío reemplaza la mesura, el
miedo carece de proporción y la opinión se expresa sin criterio, conocimiento o
perspectiva histórica. Pienso, por ejemplo, en la banalidad a la que se ha
reducido algo tan importante como la eterna lucha contra el racismo. La moda
actual consiste en etiquetar a todos los blancos de racistas privilegiados y a
todos los negros (con un paternalismo demoledor) de pobres víctimas, reduciendo
la insondable complejidad de cada individuo a consignas baratas, declarando que
la identidad biológica determina el peso moral, dividiendo en vez de uniendo,
desdeñando aquel paraíso soñado de Martin Luther King en el que cada uno sería
juzgado 'no por el color de su piel sino por el contenido de su carácter'.
Luther King dio su vida por la causa; hoy aplaudimos a futbolistas con Ferraris
y Lamborghinis por arrodillarse antes de un partido en solidaridad con los
oprimidos del mundo. Todos los demás ismos, todos por definición
deshumanizantes, exhiben la misma tendencia al gesto vacío, a numeritos
autorreferenciales que no solucionan nada, complican el problema y nos alejan
de un mundo más justo y decente. Y no olvidemos, por más que quisiéramos, a los
políticos de nuestras venerables democracias, no todos pero tantos, con sus
infantiles rivalidades, con su ridícula insistencia en que ellos son la
solución y los otros el Anticristo, con su cobardía moral, con su terror por
encima de todo a perder sus escaños, con sus interminables jueguecitos
electorales, con el hábito irreducible de anteponer su hambre de poder a la
difícil y dura misión que les corresponde, y por la que no tienen ni interés ni
preparación, de atender a la creación de empleo, a la salud y a la seguridad
general”.
No sé si hice bien habiéndome
resuelto a publicar este ejercicio de recopilación de voces autorizadas y
heterogéneas que me venía rondando la cabeza hace ya tiempo, pero me consuelo
pensando que cuando al que escribe lo asaltan preocupaciones muy grandes y por
demás documentadas, su deber es divulgarlas y de ese modo contribuir a la
reflexión colectiva. Vivimos tiempos de gran confusión y caos (los contradictores
vocacionales dirán que todos lo han sido), empeorados por el hecho de que en
cada persona conectada desde sus dispositivos a la red hay un potencial
propalador de infundios y desinformación, y de ahí el creciente bullicio y la
imparable pugnacidad que nadie sabe cómo gestionar. Ese desconocimiento sin
solución a la vista, y los cinco ámbitos de la realidad presente analizados por
los autores de las citas, son lo que me lleva a afirmar aquí que discurrimos
por una Segunda Edad Media -con el perdón del prístino Medioevo, tan en paz al
menos con el planeta- si bien científica y tecnológica, que anda apenas por sus
albores. Al rigor de los historiadores corresponde determinar sus orígenes y
estudiar a fondo, pasado el tiempo que haya menester, sus implicaciones y
pormenores. Que ya aterran.