jueves, 22 de junio de 2017

Dos sujetos que abominan de la dificultad

“…sabemos que muchos individuos desean enterarse sólo de lo que previamente les gusta o aprueban, pretenden ser reafirmados en sus ideas o en su visión de la realidad nada más, y se irritan si su periódico o su canal favorito se las ponen en cuestión. Sólo aspiran a ser halagados, a cerciorarse de lo que creen saber, a que nadie les siembre dudas ni los obligue a pensar lo que ya tienen pensado (es un decir). Nuestra capacidad para tragarnos mentiras o verdades sesgadas es casi infinita, si nos complacen o dan la razón. El autoengaño carece de límites.”
Javier Marías
“Tolerar es pensar con otros, aceptar que quizá en el otro lado hay razones que desconoces.”
Juan Cruz

Cuando a diario se siguen las noticias que un país como el nuestro produce, y se oyen con interés pero con desapasionamiento las declaraciones que los políticos de ese país pronuncian también a diario a propósito de esas noticias, es posible comprender de qué va eso del espectro político y sus ejes ideológicos: extrema izquierda, izquierda moderada, centro-izquierda, centro, centro-derecha, derecha moderada y extrema derecha. Tal ejercicio le permite al que con rigor lo efectúa, asimismo, evaluar la ética y la coherencia de quienes -como Jorge Robledo y Álvaro Uribe, para solo citar un par de ejemplos dicientes de dos ciudadanos plantados en ¿las antípodas? del poder- dedican gran parte de sus impulsos vitales a la “Actividad de los que rigen o aspiran a regir los asuntos públicos”. Y si ese espectador, además de oyente o lector asiduo e inteligente de la realidad de su país es, pongamos por caso, un admirador de lo poco o mucho que sobre el pensamiento del maestro Estanislao Zuleta conoce, sus reflexiones no pueden menos que concluir que, en relación con esos dos “prohombres” de la desconsoladora situación nacional, el único concepto que cabe es el de sectario: “Secuaz, fanático o intransigente, de un partido o de una idea”.

Estos dos líderes sociales, representantes, no cabe duda, de la fogosidad política de la Colombia más maniquea, sueñan en voz alta con “paraísos, islas afortunadas, países de cucaña”. Con utopías en las que no haya, por un lado, ricos o privilegiados distintos de los que inevitablemente toda clase dirigente genera, ni fachos ni militares ni policías, ni banqueros ni universidades privadas ni lectores de Vargas Llosa ni, por el otro, pobres o descastados distintos de los que se requieren para que la economía de mercado funcione, ni mamertos ni guerrilleros ni sindicatos, ni científicos sociales ni universidades públicas ni lectores de José Saramago.

En esos edenes insensatos -lo son todos los edenes- que Robledo y Uribe conciben, no caben los matices ideológicos. La diferencia introducida por quienes piensan distinto es anatema.

Allí, las relaciones humanas no pueden ser inquietantes, complejas y perdibles como las que propugna el filósofo colombiano, sino todo lo contrario: serviles, aquiescentes e incondicionales. Allí, el concepto de interlocutor no cuenta, porque el diálogo de los contrarios está prohibido. Y al estarlo, solo hay una verdad posible: la del régimen.

Lo que Robledo y sus muchos seguidores (afincados los más de ellos en la academia y los círculos intelectuales) llaman “pensamiento crítico” consiste en ser todo lo descarnado que se pueda con el oponente y solo con él, mientras que consigo mismos y con los cofrades lo prescrito es mirar de soslayo,  pasar por alto. Exactamente la misma fórmula que emplean, salvo que acompañada del embuste y el descrédito, Uribe y sus “buenos muchachos”, para quienes ese concepto ni siquiera cuenta.

Uno y otro (unos y otros) debaten con elocuencia cuando se los convoca a pronunciarse sobre los delitos y las desmesuras cometidos en la otra vereda, pero pierden la cabeza y rozan el paroxismo si el escándalo les atañe personal o directamente. Ni el uno ni el otro (ni los unos ni los otros) practica la autocrítica, simple y llanamente porque se trata de una disciplina que entraña dificultad y sacrificio.

Adictas a las cámaras y a los micrófonos, estas dos bocas truenan a diario frente a ellas y por ellos esas certezas y metas absolutas, esas gracias reveladas de que habla el maestro Estanislao Zuleta cuando se refiere a quienes “tratan de someter la realidad al ideal”, que resultan ser los mismos que exhiben “una concepción paranoide de la verdad”. Y al tiempo que se desgañitan gritando al mundo sus dogmas, se reservan un último aliento para advertir a sus incondicionales que “el que no está conmigo está contra mí, y el que no está completamente conmigo, no está conmigo”.


De este tenor son, pues, los discursos ideológicos y facilistas de estos dos políticos colombianos, aspirante a caudillo el uno y caudillo postergado el otro, abominadores ambos del respeto que invoca, en vano en el caso que nos ocupa, por el de al lado y lo diferente el maestro Estanislao Zuleta. Quien me imagino que murió convencido de que la cordura a que invita la sabiduría de sus palabras tal vez nunca cobre resonancia en un país como el nuestro, donde lo que importa no es la discreción del que se conduce con ecuanimidad y sensatez, sino la ardentía del que entona ecpirosis y juicios finales para los enemigos de su secta.

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